Leiren Evans
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Saberes
Akuma no mi
Varios
A día de hoy sigo sin tener del todo claro el cómo o el por qué las cosas acabaron siendo como están. Y es que sigo sin comprender del todo cómo he acabado levantándome diariamente a las cinco -aunque hace menos de una semana era a las siete- para un entrenamiento que hace quedar en ridículo al espartano en una de las brigadas de la marina más, según la mayoría, indisciplinada de todas. No lo sé, pero aunque lo hiciera tampoco importaba demasiado: ni aunque quisiera me iban a dejar irme de allí, y mucho menos Arthur.
"Arthur-sensei" dijo una vocecita en mi cabeza la cual, si hubiera tenido cuerpo, estaría temblando. No es que fuera un maestro estricto... Era algo mucho peor. Pero si aguantaba aquello, ¿qué no iba a poder aguantar en la vida? O al menos ese pensamiento era lo único que me había ayudado aquellos últimos años aún sabiendo que, seguramente, iba a acabar con un par de huesos rotos.
Por suerte aquella semana era una bendición: cada miembro de la brigada tenía misión con miembros fuera de la misma. Seguía teniendo que entrenar diariamente, pero ni aunque tuviera que correr las veinticuatro horas del día alrededor del cuartel me cansaría tanto como entrenando con él; ni, tampoco, correría tanto peligro. Pero bueno... A mí me había tocado ir de patrulla a Arabasta con una mujer que no conocía de nada. Ni conocía, ni sabía si iba a conocer: ya se veía la isla a lo lejos y aún no había coincidido con ella en todo el viaje. ¿A lo mejor había ido en otro barco? ¿Ya estaría allí de antes? Yo qué sé. Lo único que sabía es que parecía un maldito niño scout vendiendo galletas para la recaudación mensual, y es que entre que aún tenía un rostro infantil y aquel uniforme...
—Cómo odio la maldita pañoleta al cuello... —dije como si nada en voz alta, ya en la cubierta a la espera de llegar a la isla.
Solté un suspiro resignado y pasé una mirada por la ciudad portuaria. Aquel podía ser o un día total e inequívocamente aburrido o, si tenía suerte, lo suficientemente divertido para olvidarme de Arthur y de aquella dichosa pañoleta.
"Arthur-sensei" dijo una vocecita en mi cabeza la cual, si hubiera tenido cuerpo, estaría temblando. No es que fuera un maestro estricto... Era algo mucho peor. Pero si aguantaba aquello, ¿qué no iba a poder aguantar en la vida? O al menos ese pensamiento era lo único que me había ayudado aquellos últimos años aún sabiendo que, seguramente, iba a acabar con un par de huesos rotos.
Por suerte aquella semana era una bendición: cada miembro de la brigada tenía misión con miembros fuera de la misma. Seguía teniendo que entrenar diariamente, pero ni aunque tuviera que correr las veinticuatro horas del día alrededor del cuartel me cansaría tanto como entrenando con él; ni, tampoco, correría tanto peligro. Pero bueno... A mí me había tocado ir de patrulla a Arabasta con una mujer que no conocía de nada. Ni conocía, ni sabía si iba a conocer: ya se veía la isla a lo lejos y aún no había coincidido con ella en todo el viaje. ¿A lo mejor había ido en otro barco? ¿Ya estaría allí de antes? Yo qué sé. Lo único que sabía es que parecía un maldito niño scout vendiendo galletas para la recaudación mensual, y es que entre que aún tenía un rostro infantil y aquel uniforme...
—Cómo odio la maldita pañoleta al cuello... —dije como si nada en voz alta, ya en la cubierta a la espera de llegar a la isla.
Solté un suspiro resignado y pasé una mirada por la ciudad portuaria. Aquel podía ser o un día total e inequívocamente aburrido o, si tenía suerte, lo suficientemente divertido para olvidarme de Arthur y de aquella dichosa pañoleta.
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