Ryuichi Ichiban
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Intelecto
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Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
—Ah… ah… ¡¡AHTCHOO!! -el estornudo del gigante fue sonoro, llamando la atención de todo el mundo en el puerto al bajar del barco.
—¡Os dijimos que aquí hacía frío! -gritó el capitán del barco mercante en el que habían viajado.
Braud se mantuvo callado, pasándose el dedo por la nariz. Solo llevaba su camiseta de tirantes, sus pantalones cortos y el faldón de piel de oso. Si bien la piel de oso era gruesa y abrigaba, tenía gran parte de su cuerpo al descubierto. Y si bien era cierto que no le gustaba llevar mucha ropa encima, debía tragarse su orgullo y aceptar que no debería haber venido a aquella isla con tan poca ropa. Tras despedirse, y agradecer, de los mercantes, se adentró en el pueblo junto a Zeph. Era un pequeño pueblo peculiar. Todo estaba nevado y las calles estaban decoradas con luces y muñecos de renos. Sin embargo, la alegría que transmitían las decoraciones no parecía reflejarse en los rostros de la gente, los cuales eran tristes, a menos que se fijasen en el gigante, entonces cambiaban a sorpresa.
Volvió a estornudar. Estaban en una calle alargada, algo similar a un mercado. La gente vendía cosas con aspecto de estar hechas de chocolate. Sin embargo, lo que llamó la atención del gigante fue un hombre subido a una silla con una campanita en la mano, agitándola y gritando.
—¡Es navidad! ¡Es navidad! -gritaba, tal vez intentando animar a la gente.
A su lado se erguía un gigantesco maniquí del tamaño de Braud, vestido con un grueso abrigo rojo a juego con unos pantalones, botas y guantes negros. Sobre la cabeza un gorro rojo con una bola de pelo blanco en la punta. El gigante se acercó al hombre y este se calló de golpe, mirando al recién llegado.
—Oiga -dijo Braud, con educación-. Tengo frío. Le compro la ropa de ese -señaló el maniquí.
—¡Claro! -dijo, volviendo en si y empezando a desnudar el maniquí-. ¡Nadie debería pasar frío en navidad! ¡Es la época de compartir! ¡¿Oyeron?! -agitó la campanilla- ¡La época de compartir!
Braud se puso el abrigo, los pantalones y todo lo demás. Estaba calentito. Empezó a dar saltos de alegría, haciendo temblar el suelo mientras todos lo miraban.
—¿Has visto, Zeph? Y decías que no encontraríamos ropa de mi talla.- En verdad nunca lo dijo.
—¡Os dijimos que aquí hacía frío! -gritó el capitán del barco mercante en el que habían viajado.
Braud se mantuvo callado, pasándose el dedo por la nariz. Solo llevaba su camiseta de tirantes, sus pantalones cortos y el faldón de piel de oso. Si bien la piel de oso era gruesa y abrigaba, tenía gran parte de su cuerpo al descubierto. Y si bien era cierto que no le gustaba llevar mucha ropa encima, debía tragarse su orgullo y aceptar que no debería haber venido a aquella isla con tan poca ropa. Tras despedirse, y agradecer, de los mercantes, se adentró en el pueblo junto a Zeph. Era un pequeño pueblo peculiar. Todo estaba nevado y las calles estaban decoradas con luces y muñecos de renos. Sin embargo, la alegría que transmitían las decoraciones no parecía reflejarse en los rostros de la gente, los cuales eran tristes, a menos que se fijasen en el gigante, entonces cambiaban a sorpresa.
Volvió a estornudar. Estaban en una calle alargada, algo similar a un mercado. La gente vendía cosas con aspecto de estar hechas de chocolate. Sin embargo, lo que llamó la atención del gigante fue un hombre subido a una silla con una campanita en la mano, agitándola y gritando.
—¡Es navidad! ¡Es navidad! -gritaba, tal vez intentando animar a la gente.
A su lado se erguía un gigantesco maniquí del tamaño de Braud, vestido con un grueso abrigo rojo a juego con unos pantalones, botas y guantes negros. Sobre la cabeza un gorro rojo con una bola de pelo blanco en la punta. El gigante se acercó al hombre y este se calló de golpe, mirando al recién llegado.
—Oiga -dijo Braud, con educación-. Tengo frío. Le compro la ropa de ese -señaló el maniquí.
—¡Claro! -dijo, volviendo en si y empezando a desnudar el maniquí-. ¡Nadie debería pasar frío en navidad! ¡Es la época de compartir! ¡¿Oyeron?! -agitó la campanilla- ¡La época de compartir!
Braud se puso el abrigo, los pantalones y todo lo demás. Estaba calentito. Empezó a dar saltos de alegría, haciendo temblar el suelo mientras todos lo miraban.
—¿Has visto, Zeph? Y decías que no encontraríamos ropa de mi talla.- En verdad nunca lo dijo.
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