Ellie
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Una gota de sudor recorría la frente de Ellie, que seguía rellenando documentación gubernamental con Brame, su compañero de brigada. La verdad es que ya llevaban dos horas seguidas con la dichosa documentación, y Ellie sabía de buena tinta que ni a Brame ni a ella les gustaba lo más mínimo aquél tipo de trabajo.
- ¿Por qué página vas? -comentó la mink mientras se levanaba y acariciaba su guitarra- ¿Crees que nos queda mucho?
- Por la ochenta y tres. Esto es una mierda, rellenar papeleo no era la razón por la que me uní al gobierno.
- Yo tampoco, pero para llegar a una posición cómoda, hay que oler y comer mucha mierda. Estamos en proceso. Voy a descansar un rato, ¿y tú?
- Yo seguiré -se resignó el humano-. Quiero acabar todo esto y dar un paseo por la ciudad.
- Como quieras. ¿Te importa si toco un poco la guitarra?
- Qué va -comentó Brame encogiéndose de hombros-. Incluso me harías un favor, quizá me amenices la tarde.
La loba sonrió a la par que se colocaba la guitarra, dando un poco de sí la cinta que le permitía adaptársela. Tocó un par de acordes para calibrarla y tras ella y con semblante serio, empezó a tocar un sencillo solo de blues.
Cada segundo tocando transportaba a Ellie a una dimensión paralela, donde ningún papel tenía importancia, donde se sentía libre de todo, feliz y contenta por tener una vida completa. Donde no había buenos ni malos, y, sobre todo, donde la paz interior superaba a todo lo demás. Una vida tranquila y exitosa que duraba... Dos minutos.
- Vaya, cada vez tocas mejor -comentó Brame tras un breve aplauso-. ¿Cómo lo haces?
- Practicando, supongo. Voy a bajar a por algo de comer, ¿quieres que te traiga algo?
- No, gracias. Bueno, mejor sí, trae un par de botellas de agua, si no te importa.
La mink confirmó la petición de Brame con una sonrisa y bajó las escaleras del hostal, dirigiéndose hacia una de las tiendas cercanas al casino. Quizá incluso podría entrar al propio casino. No era alguien a quien le gustase el juego, pero nunca había visto uno por dentro. ¿Serían tan lúgubres como los pintaban? ¿O quizá tendrían tanto colorido que saldría con un ataque de epilepsia? En cualquier caso, el corazón de Ellie empezó a latir algo más rápido de lo habitual. ¡Por fín algo de emoción en su vida!
O eso creía ella.
- ¿Por qué página vas? -comentó la mink mientras se levanaba y acariciaba su guitarra- ¿Crees que nos queda mucho?
- Por la ochenta y tres. Esto es una mierda, rellenar papeleo no era la razón por la que me uní al gobierno.
- Yo tampoco, pero para llegar a una posición cómoda, hay que oler y comer mucha mierda. Estamos en proceso. Voy a descansar un rato, ¿y tú?
- Yo seguiré -se resignó el humano-. Quiero acabar todo esto y dar un paseo por la ciudad.
- Como quieras. ¿Te importa si toco un poco la guitarra?
- Qué va -comentó Brame encogiéndose de hombros-. Incluso me harías un favor, quizá me amenices la tarde.
La loba sonrió a la par que se colocaba la guitarra, dando un poco de sí la cinta que le permitía adaptársela. Tocó un par de acordes para calibrarla y tras ella y con semblante serio, empezó a tocar un sencillo solo de blues.
- Solo:
Cada segundo tocando transportaba a Ellie a una dimensión paralela, donde ningún papel tenía importancia, donde se sentía libre de todo, feliz y contenta por tener una vida completa. Donde no había buenos ni malos, y, sobre todo, donde la paz interior superaba a todo lo demás. Una vida tranquila y exitosa que duraba... Dos minutos.
- Vaya, cada vez tocas mejor -comentó Brame tras un breve aplauso-. ¿Cómo lo haces?
- Practicando, supongo. Voy a bajar a por algo de comer, ¿quieres que te traiga algo?
- No, gracias. Bueno, mejor sí, trae un par de botellas de agua, si no te importa.
La mink confirmó la petición de Brame con una sonrisa y bajó las escaleras del hostal, dirigiéndose hacia una de las tiendas cercanas al casino. Quizá incluso podría entrar al propio casino. No era alguien a quien le gustase el juego, pero nunca había visto uno por dentro. ¿Serían tan lúgubres como los pintaban? ¿O quizá tendrían tanto colorido que saldría con un ataque de epilepsia? En cualquier caso, el corazón de Ellie empezó a latir algo más rápido de lo habitual. ¡Por fín algo de emoción en su vida!
O eso creía ella.
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Luces de todos los colores e intensidades, oro, plata, droga y dinero. Comida y bebida de todos los tipos, rastros perceptibles de los más refinados perfumes mezclados con el tibio aroma de alcohol e incluso si sabías por donde olfatear, sudor... pero no del agrio aroma de aquel para el que la higiene es un conocido lejano; un sudor frío y cálido a la vez, que baila en armonía con los lujos y desfases de la pequeña capital del placer que es Rainbase... Es el aroma del descontrol y la diversión, de la victoria, la riqueza, la pérdida y la bancarrota... Y sí, también el olor del sexo.
Ningún vicio o necesidad está prohibido para quien sabe moverse por las dos caras de la ciudad casino. Uno de estos sujetos, ahora oculto bajo la máscara de un músico de trupé, un actor circense que busca ganarse la vida entre propinas; entra por la puerta de, aparentemente, el primer casino que se ha cruzado en su camino. Le siguen dos sujetos de diversos tamaños: el primero, pintado y vestido como el clásico payaso de circo, hace varios tipos de muecas antes de perderse entre la multitud, llamando la atención sobre sus actuaciones perfectamente entrenadas mientras su jefe afina las cuerdas de un laúd que llevaba colgado a la espalda. El segundo sujeto va cubierto de una capa que le cubre el rostro y parte del cuerpo, nada extraño si consideramos que es una capa clásica entre los viajeros del desierto y decide marcharse sin mediar palabra alguna hacia las tragaperras… Podría llegar a parecer que no era parte del grupo principal, sino un sujeto común que coincidió en su entrada.
– Tanta gente, tanto vicio y placer moviéndose ante la batuta de un director oculto que permite a su obra parecer caótica… Huele como el hogar –. Susurra Noah, el joven músico pelirrojo, mientras observa todo lo que le rodea con un cariño especial reflejado en la mirada –. Me pregunto… ¿estará alguien dispuesto a oírme tocar?
Y sin esperar a que nadie responda su pregunta, termina de afinar el laúd que porta entre las manos, empezando a tocar con lentitud una tonada popular; es aparentemente complicada, pero aburrida y demasiado conocida para cualquier músico que se enorgullezca de serlo… Si bien resulta ser perfecta para un entorno de aparente clase como, por ejemplo, un casino repleto de gente que aspira a ser algo más y que apuesta como si ya lo hubiera logrado hace tiempo.
– No existe pecado sin pecador… ¿Pero no es la codicia, a parte de la música, la más hermosa de las damas? Irresistible para muchos, temida por otros… Quizás nos haga llorar hoy, pero mañana bien podría llevarnos al momento más gozoso de nuestra existencia. ¡Jugad criaturas! ¡Ganad! Que la suerte de este humilde servidor os acompañe desde mi música… Y si algo de vuestra alegría queréis compartir… A mi podéis acudir.
Sencillo y nada sutil, pero eficaz en el ambiente adecuado. El “canto” del trovador, de voz quizás no excelentemente entrenada (lvl 15…) pero dulce y cautivadora como la que más, se detiene por un instante al ver un objeto de su interés… Una mink de peculiares tonos verdosos que se acerca a las puertas del casino, aparentemente dispuesta a entrar en el mismo.
«Y cuando creía que tardaría mucho más tiempo en sorprenderme… ¿Qué hace una extraña esmeralda como ella entrando en la cueva de los ladrones? ¿Acaso no sabe dónde se mete?». El interés y la curiosidad se dibujan en el rostro del músico, quien, sin dejar de tocar música o moverse durante un solo instante, mantiene la atención sobre la recién llegada.
Y bajo los pies de ambos, a una profundidad en donde ningún ruido pueda molestarlos, varios hombres trajeados observan el local gracias a diversos den den mushi de tipo cámara. Son hombres de negocios, regentes de aquel casino en concreto, donantes de la caridad, magnates del desierto… Y esclavistas de razas no humanas.
Ningún vicio o necesidad está prohibido para quien sabe moverse por las dos caras de la ciudad casino. Uno de estos sujetos, ahora oculto bajo la máscara de un músico de trupé, un actor circense que busca ganarse la vida entre propinas; entra por la puerta de, aparentemente, el primer casino que se ha cruzado en su camino. Le siguen dos sujetos de diversos tamaños: el primero, pintado y vestido como el clásico payaso de circo, hace varios tipos de muecas antes de perderse entre la multitud, llamando la atención sobre sus actuaciones perfectamente entrenadas mientras su jefe afina las cuerdas de un laúd que llevaba colgado a la espalda. El segundo sujeto va cubierto de una capa que le cubre el rostro y parte del cuerpo, nada extraño si consideramos que es una capa clásica entre los viajeros del desierto y decide marcharse sin mediar palabra alguna hacia las tragaperras… Podría llegar a parecer que no era parte del grupo principal, sino un sujeto común que coincidió en su entrada.
– Tanta gente, tanto vicio y placer moviéndose ante la batuta de un director oculto que permite a su obra parecer caótica… Huele como el hogar –. Susurra Noah, el joven músico pelirrojo, mientras observa todo lo que le rodea con un cariño especial reflejado en la mirada –. Me pregunto… ¿estará alguien dispuesto a oírme tocar?
Y sin esperar a que nadie responda su pregunta, termina de afinar el laúd que porta entre las manos, empezando a tocar con lentitud una tonada popular; es aparentemente complicada, pero aburrida y demasiado conocida para cualquier músico que se enorgullezca de serlo… Si bien resulta ser perfecta para un entorno de aparente clase como, por ejemplo, un casino repleto de gente que aspira a ser algo más y que apuesta como si ya lo hubiera logrado hace tiempo.
– No existe pecado sin pecador… ¿Pero no es la codicia, a parte de la música, la más hermosa de las damas? Irresistible para muchos, temida por otros… Quizás nos haga llorar hoy, pero mañana bien podría llevarnos al momento más gozoso de nuestra existencia. ¡Jugad criaturas! ¡Ganad! Que la suerte de este humilde servidor os acompañe desde mi música… Y si algo de vuestra alegría queréis compartir… A mi podéis acudir.
Sencillo y nada sutil, pero eficaz en el ambiente adecuado. El “canto” del trovador, de voz quizás no excelentemente entrenada (lvl 15…) pero dulce y cautivadora como la que más, se detiene por un instante al ver un objeto de su interés… Una mink de peculiares tonos verdosos que se acerca a las puertas del casino, aparentemente dispuesta a entrar en el mismo.
«Y cuando creía que tardaría mucho más tiempo en sorprenderme… ¿Qué hace una extraña esmeralda como ella entrando en la cueva de los ladrones? ¿Acaso no sabe dónde se mete?». El interés y la curiosidad se dibujan en el rostro del músico, quien, sin dejar de tocar música o moverse durante un solo instante, mantiene la atención sobre la recién llegada.
Y bajo los pies de ambos, a una profundidad en donde ningún ruido pueda molestarlos, varios hombres trajeados observan el local gracias a diversos den den mushi de tipo cámara. Son hombres de negocios, regentes de aquel casino en concreto, donantes de la caridad, magnates del desierto… Y esclavistas de razas no humanas.
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Las cantidad de distintas luces en la sala llamaron la atención de la mink, que miraba atónita desde la puerta de entrada. Había gente borracha, otra gritando, pero la gran mayoría se encontraban sentadas y jugando. Parecían divertidos. O quizá no mucho. El caso es que a Ellie le llamó la atención y se dispuso a entrar, pero antes dió con una señora de avanzada edad que intentó frenarla.
- Yo que tú no entraba ahí, jovencita.
- ¿Por qué? -preguntó algo confusa la loba.
- Llegará el punto en el que no podrás controlar las monedas que juegas, y pronto te verás en la quiebra. He visto durante muchos años a gente caer en este vicio…
Pese a las recomendaciones de la mujer, la mink tenía claro que debía al menos probar lo que se sentía jugando. Se posicionó en el centro de la puerta y ésta se abrió, y tras un par de pasos, llegó al mostrador. Durante el camino se quedó anonadada ante la cantidad de máquinas distintas y los sonidos de éstas, que sumados a la cantidad de luces multicolor, hacían de aquello una experiencia única. Una amalgama de sentimientos encontrados que rara vez se habían dado en ella.
- ¿Cuanto vale una ficha?
- La cantidad mínima son diez, a cambio de diez berries.
- Vale, pues deme diez -comentó con una gran sonrisa en la boca la loba al a par que tanteaba su monedero-. Tome.
Con diez fichas en su poder, la joven mink se sentó en una tragaperras y ojeó detenidamente cada detalle de ésta. Unas pequeñas instrucciones en la parte superior derecha de la máquina instaban a la joven a juntar tres piezas iguales en cada una de sus tres secciones. Además, también recomendaba apostar la máxima cantidad de fichas posibles, así se conseguiría el mayor premio posible. Aunque sin entender mucho cómo funcionaba aquél juego, Ellie depositó una de las fichas por la rendija y le dió tres veces a la palanca, parando las tres secciones en un curioso plátano. ¿El resultado? Dos fichas. Había ganado una ficha extra con la jugada, y sólo era la primera tirada.
- Esto es increíble… ¿Qué pasará si echo tres fichas? -murmuró la mink- Sí, voy a probar.
Y así lo hizo, echó las tres fichas y jugó de nuevo, aunque en esta ocasión no hubo premio. Algo ofuscada, la mink se levantó con sus fichas y se dirigió a un nuevo juego; la ruleta.
Éste parecía más sencillo, había una serie de números, del uno al treinta y seis, y consistía en apostar a un número. Si éste salía, ganabas todo el dinero que hubiese en la mesa. Además, había la opción de apostar a uno de los dos colores que había, lo cual te daba un cincuenta por ciento de probabilidades de éxito. La mitad de los números eran de color rojo, y la otra mitad negro.
La mink puso dos fichas sobre el número 12, y miró detenidamente al hombre que estaba al otro lado, éste empezó a mover la ruleta y tiró la bola. La joven mink no pudo evitar lamerse la pata derecha presa de la emoción. Cuando vió caer la bola sus ojos se iluminarion, y pronto vió cómo el número elegido era el veintitrés, que premiaba a un hombre mayor con sombrero.
- Enhorabuena señor -comentó sonriendo-. La suerte está de su lado.
- Gracias joven.
Sin embargo, y antes de que pudiese apostar una nueva vez, un miembro de seguridad se acercó a Ellie y la agarró por detrás.
- Disculpe, señorita, mi jefe dice que ha visto algo por las cámaras, ¿sería tan amable de venir conmigo?
La mink frunció el ceño y miró de arriba abajo al de seguridad, cuyo cuerpo ocupaba el doble que el de la loba. Vio que tenía tres armas, una porra, una especie de pistola y un spray. Y decidió que resistirse sería inútil.
- Está bien, pero no he hecho nada. ¿Dónde iremos?
- Sígame.
- Yo que tú no entraba ahí, jovencita.
- ¿Por qué? -preguntó algo confusa la loba.
- Llegará el punto en el que no podrás controlar las monedas que juegas, y pronto te verás en la quiebra. He visto durante muchos años a gente caer en este vicio…
Pese a las recomendaciones de la mujer, la mink tenía claro que debía al menos probar lo que se sentía jugando. Se posicionó en el centro de la puerta y ésta se abrió, y tras un par de pasos, llegó al mostrador. Durante el camino se quedó anonadada ante la cantidad de máquinas distintas y los sonidos de éstas, que sumados a la cantidad de luces multicolor, hacían de aquello una experiencia única. Una amalgama de sentimientos encontrados que rara vez se habían dado en ella.
- ¿Cuanto vale una ficha?
- La cantidad mínima son diez, a cambio de diez berries.
- Vale, pues deme diez -comentó con una gran sonrisa en la boca la loba al a par que tanteaba su monedero-. Tome.
Con diez fichas en su poder, la joven mink se sentó en una tragaperras y ojeó detenidamente cada detalle de ésta. Unas pequeñas instrucciones en la parte superior derecha de la máquina instaban a la joven a juntar tres piezas iguales en cada una de sus tres secciones. Además, también recomendaba apostar la máxima cantidad de fichas posibles, así se conseguiría el mayor premio posible. Aunque sin entender mucho cómo funcionaba aquél juego, Ellie depositó una de las fichas por la rendija y le dió tres veces a la palanca, parando las tres secciones en un curioso plátano. ¿El resultado? Dos fichas. Había ganado una ficha extra con la jugada, y sólo era la primera tirada.
- Esto es increíble… ¿Qué pasará si echo tres fichas? -murmuró la mink- Sí, voy a probar.
Y así lo hizo, echó las tres fichas y jugó de nuevo, aunque en esta ocasión no hubo premio. Algo ofuscada, la mink se levantó con sus fichas y se dirigió a un nuevo juego; la ruleta.
Éste parecía más sencillo, había una serie de números, del uno al treinta y seis, y consistía en apostar a un número. Si éste salía, ganabas todo el dinero que hubiese en la mesa. Además, había la opción de apostar a uno de los dos colores que había, lo cual te daba un cincuenta por ciento de probabilidades de éxito. La mitad de los números eran de color rojo, y la otra mitad negro.
La mink puso dos fichas sobre el número 12, y miró detenidamente al hombre que estaba al otro lado, éste empezó a mover la ruleta y tiró la bola. La joven mink no pudo evitar lamerse la pata derecha presa de la emoción. Cuando vió caer la bola sus ojos se iluminarion, y pronto vió cómo el número elegido era el veintitrés, que premiaba a un hombre mayor con sombrero.
- Enhorabuena señor -comentó sonriendo-. La suerte está de su lado.
- Gracias joven.
Sin embargo, y antes de que pudiese apostar una nueva vez, un miembro de seguridad se acercó a Ellie y la agarró por detrás.
- Disculpe, señorita, mi jefe dice que ha visto algo por las cámaras, ¿sería tan amable de venir conmigo?
La mink frunció el ceño y miró de arriba abajo al de seguridad, cuyo cuerpo ocupaba el doble que el de la loba. Vio que tenía tres armas, una porra, una especie de pistola y un spray. Y decidió que resistirse sería inútil.
- Está bien, pero no he hecho nada. ¿Dónde iremos?
- Sígame.
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Todo transcurre como era de esperar ante los ojos de Proteo. La hembra verde entra, se entretiene, apuesta y pierde… y cuando ya han pasado varios minutos, un miembro de seguridad la indica que debe acompañarle a una sala aparte. Ahora mismo, la única duda que queda en la mente del semi-gyojin es si intentarán apresarla directamente, con un plan sutil que incluya drogas o engaño… O si serán menos profesionales y querrán catar previamente el producto. Por motivos personales, ninguna de esas opciones termina de agradarle mínimamente, por lo que decide escabullirse hasta colocarse al lado del payaso que había entrado con el.
– Decidle a nuestra niña bonita que ya no es necesario usarla como carnada – susurra con disimulo el músico, de modo que solo pueda escucharle su compañero circense –. Se ha presentado ante nosotros un espécimen más jugoso a los ojos de las subastas. Por lo demás, el plan sigue en marcha.
Tras la escueta conversación, el payaso asiente y da dos fuertes palmadas, llamando la atención de todo aquel que le rodea. Tras ello, saca tres finas tartas de entre sus ropas, como si fuera lo más normal del mundo llevar comida de tal volumen en un falso fondo; y en cuanto todo el mundo está mirándole, empieza a hacer malabares con la comida con gran habilidad. Diez segundos más tarde todas las tartas han acabado sobre su cuerpo, y el payaso huye llorando ante el aparente bochorno, mientras todos ríen el teatrillo.
El rostro del músico refleja una mezcla de comedia fingida y completa incertidumbre, muestra para quien sepa apreciar esos detalles de que el payaso no ha hecho a propósito el espectáculo de las tartas; las lágrimas eran reales. «Siempre igual… Espero que al menos avise a los demás antes de darse a la bebida». Piensa, mientras observa como se ha perdido toda la atención que había sobre su actuación. Recuperar las miradas de un público que ha sido distraído por un espectáculo cómico no es especialmente sencillo cuando tu principal don es la música y los relatos épicos… El populacho tiende a ser una mente simple, que siempre hará más caso a un chiste banal que a un espectáculo digno; por suerte, Noah está demasiado acostumbrado a hilar a su favor los errores con tartas de su aliado y además necesitaba una “bomba de humo” con la que salir de escena, siendo llamar la atención lo último que necesita.
Asegurándose de que nadie le siga con la vista, se mueve con la elegancia y discreción que caracteriza a las salidas de escena de los artistas de circo cuando quieren pasar desapercibidos. Así, en menos tiempo del que tardaría una ardilla en subir a la copa de un árbol, Noah se ha deslizado en dirección al sótano inferior, a donde aparentemente está siendo guiada la Mink de tonalidad esmeralda, en cuyo cuerpo recae la atención de casi toda la seguridad del recinto.
El plan original era situarse en posiciones estratégicas e introducir a la miembro femenina del grupo, tratando de hacer justamente lo que la Mink sin nombre ha logrado, distraer la atención sobre cualquiera que intentara colarse en el subterráneo.
– Baila y danza pequeña mariposa. Pero nunca olvides que una vez fuiste un gusano – susurra Noah para sí mismo, como si se tratara de un mantra personal.
Varios segundos más tarde logra alcanzar al guarda y su bella “secuestrada”, comenzando a seguirlos con más cautela, para ver hacia donde se dirigen, y de ser necesario echarle un tentáculo a la perra verde; aunque si todos sale como planea ningún otro Mink será vendido desde este casino.
– Decidle a nuestra niña bonita que ya no es necesario usarla como carnada – susurra con disimulo el músico, de modo que solo pueda escucharle su compañero circense –. Se ha presentado ante nosotros un espécimen más jugoso a los ojos de las subastas. Por lo demás, el plan sigue en marcha.
Tras la escueta conversación, el payaso asiente y da dos fuertes palmadas, llamando la atención de todo aquel que le rodea. Tras ello, saca tres finas tartas de entre sus ropas, como si fuera lo más normal del mundo llevar comida de tal volumen en un falso fondo; y en cuanto todo el mundo está mirándole, empieza a hacer malabares con la comida con gran habilidad. Diez segundos más tarde todas las tartas han acabado sobre su cuerpo, y el payaso huye llorando ante el aparente bochorno, mientras todos ríen el teatrillo.
El rostro del músico refleja una mezcla de comedia fingida y completa incertidumbre, muestra para quien sepa apreciar esos detalles de que el payaso no ha hecho a propósito el espectáculo de las tartas; las lágrimas eran reales. «Siempre igual… Espero que al menos avise a los demás antes de darse a la bebida». Piensa, mientras observa como se ha perdido toda la atención que había sobre su actuación. Recuperar las miradas de un público que ha sido distraído por un espectáculo cómico no es especialmente sencillo cuando tu principal don es la música y los relatos épicos… El populacho tiende a ser una mente simple, que siempre hará más caso a un chiste banal que a un espectáculo digno; por suerte, Noah está demasiado acostumbrado a hilar a su favor los errores con tartas de su aliado y además necesitaba una “bomba de humo” con la que salir de escena, siendo llamar la atención lo último que necesita.
Asegurándose de que nadie le siga con la vista, se mueve con la elegancia y discreción que caracteriza a las salidas de escena de los artistas de circo cuando quieren pasar desapercibidos. Así, en menos tiempo del que tardaría una ardilla en subir a la copa de un árbol, Noah se ha deslizado en dirección al sótano inferior, a donde aparentemente está siendo guiada la Mink de tonalidad esmeralda, en cuyo cuerpo recae la atención de casi toda la seguridad del recinto.
El plan original era situarse en posiciones estratégicas e introducir a la miembro femenina del grupo, tratando de hacer justamente lo que la Mink sin nombre ha logrado, distraer la atención sobre cualquiera que intentara colarse en el subterráneo.
– Baila y danza pequeña mariposa. Pero nunca olvides que una vez fuiste un gusano – susurra Noah para sí mismo, como si se tratara de un mantra personal.
Varios segundos más tarde logra alcanzar al guarda y su bella “secuestrada”, comenzando a seguirlos con más cautela, para ver hacia donde se dirigen, y de ser necesario echarle un tentáculo a la perra verde; aunque si todos sale como planea ningún otro Mink será vendido desde este casino.
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Esa extraña sensación de ser arrastrado a un lugar en contra de tu voluntad, de ser retenido sin saber por qué, de juzgarte y equivocarse. Esa sensación aterraba a Ellie, y no era ni más ni menos que una breve explicación a todo lo que estaba ocurriendo durante los últimos diez minutos.
Seguía manteniendo el silencio a la par que bajaba escalones. Ya había hecho varias preguntas, pero ninguna obtuvo respuesta. Quizá por ello desistió tan rápido de obtener información por ese canal.
Cuando hubieron bajado a lo que la loba creyó que era el segundo nivel de los sótanos, el hombre que la guiaba pronunció sus primeras palabras. Al principio no tuvieron mucho sentido, pero pronto Ellie se fijó en que tenía una especie de comunicador adherido al oído.
-El punto está sobre la i -comentó a la par que se llevaba la mano izquierda al oído-. Repito, el punto está sobre la i.
En ese preciso momento, Ellie confirmó todas sus sospechas. Aquella gente no la había visto robando, empleando algún truco ni haciendo nada ilegal, sino que tramaban algo. Y no pintaba nada bien.
Mantén la compostura, Ellie. Aguarda al mejor momento, y entonces, actúa
Sin embargo, la situación no era la idónea para mantener la calma, y más aún teniendo en cuenta que Ellie aún era una novata a los ojos del mundo. Aún le quedaba tantas historias por vivir, tantos sucesos que contar… que ni siquiera era capaz de hacerse a la idea de qué tramaba aquella gente.
-Sí -volvió a murmurar el humano-. Dos minutos.
La mink creyó que en dos minutos algo malo sucedería, pero se equivocó. Al menos algo malo sucedió antes. De la puerta que había a unos diez metros, salieron tres hombres y una mujer con un traje verde, y en el interior de la sala que dejaban se podía escuchar un gran ruido. Ellie escuchó gente gritando, pero no distinguió ninguna palabra ni frase por separado. El último hombre en salir cerró la puerta y el estruendo cesó por completo. Aquella puerta tenía un buen mecanismo de insonorización, sin duda.
Presa del pánico y sin saber muy bien qué intenciones tenían aquellos hombres -pero entendiendo que no eran nada buenas-, la loba se giró bruscamente al humano de su derecha y le puso sendas manos sobre el pecho, generando al instante una potente descarga sobre éste, que salió despedido y chocó contra pared. Entonces los otros tres humanos corrieron hacia ella.
La mink no haría nada hasta tenerlos cerca. ¿Pero acaso funcionaría? ¿Podría ella sola contra tres? ¿Qué fuerza tendrían aquellos hombres?
Seguía manteniendo el silencio a la par que bajaba escalones. Ya había hecho varias preguntas, pero ninguna obtuvo respuesta. Quizá por ello desistió tan rápido de obtener información por ese canal.
Cuando hubieron bajado a lo que la loba creyó que era el segundo nivel de los sótanos, el hombre que la guiaba pronunció sus primeras palabras. Al principio no tuvieron mucho sentido, pero pronto Ellie se fijó en que tenía una especie de comunicador adherido al oído.
-El punto está sobre la i -comentó a la par que se llevaba la mano izquierda al oído-. Repito, el punto está sobre la i.
En ese preciso momento, Ellie confirmó todas sus sospechas. Aquella gente no la había visto robando, empleando algún truco ni haciendo nada ilegal, sino que tramaban algo. Y no pintaba nada bien.
Mantén la compostura, Ellie. Aguarda al mejor momento, y entonces, actúa
Sin embargo, la situación no era la idónea para mantener la calma, y más aún teniendo en cuenta que Ellie aún era una novata a los ojos del mundo. Aún le quedaba tantas historias por vivir, tantos sucesos que contar… que ni siquiera era capaz de hacerse a la idea de qué tramaba aquella gente.
-Sí -volvió a murmurar el humano-. Dos minutos.
La mink creyó que en dos minutos algo malo sucedería, pero se equivocó. Al menos algo malo sucedió antes. De la puerta que había a unos diez metros, salieron tres hombres y una mujer con un traje verde, y en el interior de la sala que dejaban se podía escuchar un gran ruido. Ellie escuchó gente gritando, pero no distinguió ninguna palabra ni frase por separado. El último hombre en salir cerró la puerta y el estruendo cesó por completo. Aquella puerta tenía un buen mecanismo de insonorización, sin duda.
Presa del pánico y sin saber muy bien qué intenciones tenían aquellos hombres -pero entendiendo que no eran nada buenas-, la loba se giró bruscamente al humano de su derecha y le puso sendas manos sobre el pecho, generando al instante una potente descarga sobre éste, que salió despedido y chocó contra pared. Entonces los otros tres humanos corrieron hacia ella.
La mink no haría nada hasta tenerlos cerca. ¿Pero acaso funcionaría? ¿Podría ella sola contra tres? ¿Qué fuerza tendrían aquellos hombres?
Proteo
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OFF: Disculpa la demora, dudaba de que responder.
Los ojos de Proteo brillan emocionados mientras contempla el lento desarrollo de la escena ante sus ojos. La joven mink muestra una notable habilidad a la hora de predecir un encuentro no deseado, optando por dar el primer golpe antes de que empiece el mismo, una acción inteligente considerando que al siguiente instante va a estar en inferioridad numérica. Por otro lado, el "joven" músico duda en cómo debería actuar con respecto a la hembra. No está allí para salvarla, ni a ella ni al resto de esclavos; como mucho, si acaba liberando a los mismos será una recompensa extra a sus esfuerzos. Pero una cosa es saber lo que ocurre tras los muros de aquel centro... Y otra muy distinta es ver como ocurre ante tus ojos. Así, antes de tener consciencia propia de sus acciones, sus pasos le están dirigiendo con lentitud hacia el combate que está a punto de empezar... Lo único que le retenía de sumarse al encuentro de forma violenta, es el hecho de que creía tener la situación dominada, pero la resistencia de la Mink puede cambiar las cosas.
– ¿Necesitáis ayuda? – dice el pelirrojo mientras pasa cerca de la mink, aunque su mensaje parece estar dirigido a sus asaltantes, a quienes alcanza andando en un instante –. Soy Proteo y vengo de parte de un empleador común… Mr. Crasher, debe haberos avisado de mi venida. Pretendía quedarme aparte, pero en una situación así, bueno… Contad conmigo.
El en apariencia humano, habla con completa tranquilidad y naturalidad, llegando incluso a dar un par de palmadas sobre el brazo de uno de los matones, el cual parece poner cara de asco por un instante, al notar como el sudor de su mano se le ha adherido en el brazo. Pero no atacan al músico en ningún momento… Es cierto que el nombre les suena, y también que sabían que vendría alguno de esos días un enviado por parte del capo de la mafia mencionado. Después de todo, pese a poseer su propia Trupé, Proteo ha comenzado a trabajar hace poco para un empleador de mayor rango, con el objetivo de ascender algunos puestos.
– Dicho esto… El señor Crasher está algo enfadado por el continuo retraso de sus pagos, así que gozo de cierta libertad a la hora de ejecutar el cobro.
Y como si sus palabras fueran una señal oculta, el hombre al que había dado dos toques en el brazo comienza a retorcerse de dolor, cayendo con rapidez de rodillas mientras se sujeta el pecho con la mano, con la mirada desorbitada y su respiración gravemente alterada. Sus compañeros no son estúpidos, no demasiado, y asumen al instante que eso debe tratarse de una trampa del desconocido, pero…
“¡CHOF!”
Para cuando empezaban a girarse hacia el recién llegado, uno de los dos matones restantes acaba de emitir un sonido bastante desagradable y para nada natural desde su cabeza. La razón es sencilla, en donde antes estaba su nuca, ahora hay una extraña y rocambolesca mezcla de carne y metal… y siguiendo el metal, perteneciente a lo que parece una maza de combate, la mirada del único humano que resta con perfecta salud, puede ver al pelirrojo sujetando el objeto del crimen. Solo ha necesitado un momento de distracción, la tos y gemidos de uno de sus compañeros, para dar un golpe a traición a otro de ellos con un arma que no había dejado ver en ningún momento.
– Teheheee… – ríe el pelirrojo con un tono que, pese a tratar de ser adorable, dala la situación... podría poner los pelos de punta a seres de mente influenciable –. Tendrás que perdonarme, pero nunca me ha gustado jugar limpio cuando estoy en inferioridad numérica… ¡Y tu! – añade mirando directamente a la cánida de color verde –. ¿Podrías encargarte de este amable hombre? Por si te interesa… Tengo entendido que, basándonos en su historial, posiblemente habría jugador contigo hasta romperte. Pero no eres tan fácil, ¿verdad belleza esmeralda? Por favor... ¡Por favor! Muéstrame un poco más de esos movimientos de combate. Yyy… ¿Te importaría eliminarlo rápido? Nuestro amigo común está empezando a pensar si debería pedir refuerzos, y no es a mi a quien quieren poner una correa.
El último superviviente funcional – puesto que, aunque vivo, su primer compañero parece estar demasiado ocupado tratando de respirar correctamente – no puede evitar que un temblor recorra la mano que, muy discretamente para no ser visto, llevaba hacia su cintura; en la misma, colgado de su cinturón, hay un pequeño Den Den Mushi de concha blanca.
Los ojos de Proteo brillan emocionados mientras contempla el lento desarrollo de la escena ante sus ojos. La joven mink muestra una notable habilidad a la hora de predecir un encuentro no deseado, optando por dar el primer golpe antes de que empiece el mismo, una acción inteligente considerando que al siguiente instante va a estar en inferioridad numérica. Por otro lado, el "joven" músico duda en cómo debería actuar con respecto a la hembra. No está allí para salvarla, ni a ella ni al resto de esclavos; como mucho, si acaba liberando a los mismos será una recompensa extra a sus esfuerzos. Pero una cosa es saber lo que ocurre tras los muros de aquel centro... Y otra muy distinta es ver como ocurre ante tus ojos. Así, antes de tener consciencia propia de sus acciones, sus pasos le están dirigiendo con lentitud hacia el combate que está a punto de empezar... Lo único que le retenía de sumarse al encuentro de forma violenta, es el hecho de que creía tener la situación dominada, pero la resistencia de la Mink puede cambiar las cosas.
– ¿Necesitáis ayuda? – dice el pelirrojo mientras pasa cerca de la mink, aunque su mensaje parece estar dirigido a sus asaltantes, a quienes alcanza andando en un instante –. Soy Proteo y vengo de parte de un empleador común… Mr. Crasher, debe haberos avisado de mi venida. Pretendía quedarme aparte, pero en una situación así, bueno… Contad conmigo.
El en apariencia humano, habla con completa tranquilidad y naturalidad, llegando incluso a dar un par de palmadas sobre el brazo de uno de los matones, el cual parece poner cara de asco por un instante, al notar como el sudor de su mano se le ha adherido en el brazo. Pero no atacan al músico en ningún momento… Es cierto que el nombre les suena, y también que sabían que vendría alguno de esos días un enviado por parte del capo de la mafia mencionado. Después de todo, pese a poseer su propia Trupé, Proteo ha comenzado a trabajar hace poco para un empleador de mayor rango, con el objetivo de ascender algunos puestos.
– Dicho esto… El señor Crasher está algo enfadado por el continuo retraso de sus pagos, así que gozo de cierta libertad a la hora de ejecutar el cobro.
Y como si sus palabras fueran una señal oculta, el hombre al que había dado dos toques en el brazo comienza a retorcerse de dolor, cayendo con rapidez de rodillas mientras se sujeta el pecho con la mano, con la mirada desorbitada y su respiración gravemente alterada. Sus compañeros no son estúpidos, no demasiado, y asumen al instante que eso debe tratarse de una trampa del desconocido, pero…
“¡CHOF!”
Para cuando empezaban a girarse hacia el recién llegado, uno de los dos matones restantes acaba de emitir un sonido bastante desagradable y para nada natural desde su cabeza. La razón es sencilla, en donde antes estaba su nuca, ahora hay una extraña y rocambolesca mezcla de carne y metal… y siguiendo el metal, perteneciente a lo que parece una maza de combate, la mirada del único humano que resta con perfecta salud, puede ver al pelirrojo sujetando el objeto del crimen. Solo ha necesitado un momento de distracción, la tos y gemidos de uno de sus compañeros, para dar un golpe a traición a otro de ellos con un arma que no había dejado ver en ningún momento.
– Teheheee… – ríe el pelirrojo con un tono que, pese a tratar de ser adorable, dala la situación... podría poner los pelos de punta a seres de mente influenciable –. Tendrás que perdonarme, pero nunca me ha gustado jugar limpio cuando estoy en inferioridad numérica… ¡Y tu! – añade mirando directamente a la cánida de color verde –. ¿Podrías encargarte de este amable hombre? Por si te interesa… Tengo entendido que, basándonos en su historial, posiblemente habría jugador contigo hasta romperte. Pero no eres tan fácil, ¿verdad belleza esmeralda? Por favor... ¡Por favor! Muéstrame un poco más de esos movimientos de combate. Yyy… ¿Te importaría eliminarlo rápido? Nuestro amigo común está empezando a pensar si debería pedir refuerzos, y no es a mi a quien quieren poner una correa.
El último superviviente funcional – puesto que, aunque vivo, su primer compañero parece estar demasiado ocupado tratando de respirar correctamente – no puede evitar que un temblor recorra la mano que, muy discretamente para no ser visto, llevaba hacia su cintura; en la misma, colgado de su cinturón, hay un pequeño Den Den Mushi de concha blanca.
- Cosas usadas:
El "sudor" de la mano que pone Proteo sobre el primer guarda.- Veneno Hapalochlaenah:
- La toxina está ligeramente diluida por su hibridaje y por tanto no mata al momento. El primer turno en contacto con la misma entumecerá el cuerpo de aquel afectado, dificultando su movimiento. Al segundo turno empezará a mostrar dificultades cardíacas y respiratorias. Llegados a este estado, con una nueva aplicación el afectado caerá inconsciente. Si se continuara aplicando el veneno una vez perdida la consciencia, el sujeto podría morir entre horrible sufrimiento. De no "disponer" del stat resistencia o ser de nivel inferior, los efectos serán el doble de rápidos. Si el afectado supera en nivel a Proteo, tardará un turno más en empezar a mostrar síntomas. Alguien de mayor nivel y con el atributo resistencia entre los 5 principales no pasará de sentir entumecimiento.
Y el arma utilizada (Por ahora en su forma plegada):
Perdición de Poseidón: Suele ir oculto entre sus ropas, en su forma plegada. Sin ser extendido puede ser usado como una maza de extremos cortantes. Al aplicar presión en su mango de manera correcta, se transformará en un tridente/arpón de combate. En esta forma, tres cuchillas se extienden y el bastón se alarga, pudiendo subir aún más las cuchillas hasta que apunten el frente. Pese a que su apariencia podría ser mas similar a la de un arpón, esto es para facilitar su uso en el agua; en su forma extendida pertenece a la familia de los tridentes de combate. Equipo especial de gran calidad; Inoxidable.- Aspecto:
Ah, y no te veas en obligación a seguirme el juego, actúa con normalidad, como si quieres intentar detenerme por parecerte demasiado grotesco (?).
Ellie
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Cuando la mink se disponía a actuar, un ser entró en escena y empezó a hacer su show. Parecía conocer a los que allí había, y la mink ojeó todo lo que sucedía sin abrir la boca. El ser medía entorno a un metro ochenta, y tenía unos cabellos de color rubí bastante largos que le llegaban por debajo de la cintura. Parecía un híbrido entre gyojin y humano, o eso le pareció a la joven mink, que nunca había visto uno. Sí que había visto algún que otro gyojin, y bastante humanos, pero nunca una mezcla de éstos. Aunque conocía de su existencia.
Cuando quiso darse cuenta, el ser estaba tocando a uno de los hombres y, tras ello, se acercó hasta la mink. Algo no le olía demasiado bien a la joven. Y entonces, cuando reclamó un pago y habló de quién le mandaba, el hombre al que había tocado cayó al suelo, y tras ello lo hizo el que estaba a su lado, fruto de un ataque rápido y ágil.
Ellie tomó una pose defensiva, dudando en quién era su verdadero enemigo allí, y entonces el tipo le instó a encargarse del último que quedaba en pie, el cual parecía estar llevando la mano hasta su cintura, donde había un den den mushi que nadie sabía con quién comunicaría.
Cargando sus pies de electricidad e impulsándose gracias a su ámbito electro, la mink adquirió una notable velocidad y acabó por chocar contra su enemigo, blocándolo golpeándolo hasta dejarlo inconsciente. Sin embargo, éste logró coger el den den y dejarlo abierto durante unos segundos, algo que quizá revelase su posición. Ellie cortó la comunicación rápido y se dirigió hacia el semi-gyojin, del cual aún no se fiaba.
- No sé qué harás aquí, ni a qué ha venido todo esto -comentó con el semblante y la voz serenas-. Pero yo estoy aquí por error. Aunque creo que me encuentro en la obligación moral de liberar a todos los que están aquí retenidos.
La joven no deseaba pelear contra aquél hombre, y más viendo las habilidades que éste tenía. Aunque si mostraba algún ápice de odio o ganas de luchar, no tendría más remedio que hacerlo. Sin embargo, la prioridad ahora era otra, liberar a aquella gente retenida en contra de su voluntad. Y era algo que tendría que hacer bajo cualquier circunstancia. Su deber se lo ordenaba.
Cuando quiso darse cuenta, el ser estaba tocando a uno de los hombres y, tras ello, se acercó hasta la mink. Algo no le olía demasiado bien a la joven. Y entonces, cuando reclamó un pago y habló de quién le mandaba, el hombre al que había tocado cayó al suelo, y tras ello lo hizo el que estaba a su lado, fruto de un ataque rápido y ágil.
Ellie tomó una pose defensiva, dudando en quién era su verdadero enemigo allí, y entonces el tipo le instó a encargarse del último que quedaba en pie, el cual parecía estar llevando la mano hasta su cintura, donde había un den den mushi que nadie sabía con quién comunicaría.
Cargando sus pies de electricidad e impulsándose gracias a su ámbito electro, la mink adquirió una notable velocidad y acabó por chocar contra su enemigo, blocándolo golpeándolo hasta dejarlo inconsciente. Sin embargo, éste logró coger el den den y dejarlo abierto durante unos segundos, algo que quizá revelase su posición. Ellie cortó la comunicación rápido y se dirigió hacia el semi-gyojin, del cual aún no se fiaba.
- No sé qué harás aquí, ni a qué ha venido todo esto -comentó con el semblante y la voz serenas-. Pero yo estoy aquí por error. Aunque creo que me encuentro en la obligación moral de liberar a todos los que están aquí retenidos.
La joven no deseaba pelear contra aquél hombre, y más viendo las habilidades que éste tenía. Aunque si mostraba algún ápice de odio o ganas de luchar, no tendría más remedio que hacerlo. Sin embargo, la prioridad ahora era otra, liberar a aquella gente retenida en contra de su voluntad. Y era algo que tendría que hacer bajo cualquier circunstancia. Su deber se lo ordenaba.
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