Volken von Goldschläger
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El cielo despejado y la suave brisa del verano… ¿Qué mejor para unas merecidas vacaciones después de un tedioso trabajo? Muchas cosas habían pasado ya desde que dejó la ciudad que le vio crecer, y todas habían sido buenas… o no. Como sea, ahora descansaba en la cubierta de su barco mientras este estaba estacionado en el puerto de una de las mejores islas del mundo. No tenía muy claro si existía un dios o algo así, pero seguro que el creador de todo lo que existía tenía un buen gusto. ¿Una isla con una palmera tan grande como los huevos de… de… de quien sea? Era tan genial que le hubiera gustado vivir allí, encontrar novia y tener una vida común y corriente. Pero ser el Rey de los Cazadores era mucho más llamativo.
Bajó de Esperanza con paso elegante, intentando impresionar a las chicas que le miraban, pues destacaba por su gran altura. Sin embargo, se tropezó y rodó varias veces hasta que chocó contra el suelo, provocando las risas y burlas de las personas que estaban allí. Se incorporó como pudo y luego se quitó el polvo de la ropa. No todos los días se caía de la escalera que conectaba el barco al puerto; seguro que algo bueno saldría de allí. O tal vez no. Dejando la humillación a un lado, caminó hacia el centro de la isla con la intención de encontrar un lugar tan entretenido como extravagante. Si había una palmera gigante, ¿por qué no encontraría cosas parecidas? Tal vez las chicas originarias de la isla también eran palmeras, pero de menor tamaño.
Llegó hasta lo que parecía ser una piscina pública, lugar donde había más gente que agua. Curioso, ¿verdad? Es lo que toca en verano, todas las personas buscan alguna forma de refrescarse. Y era el lugar perfecto para el autoproclamado galán, pues encontraría todo tipo de chicas. Y también todo tipo de licores; esperaba probar algo refrescante, algo único. Como sea, continuó caminando hasta llegar a lo que parecía ser una tienda de bebidas. No contaba con demasiado dinero, así que tendría que saber qué comprar y qué no. También andaba medio corto de provisiones, así que tendría que conseguirse algo para sobrevivir durante los viajes que hacía de isla en isla. El pelinegro depositó su mirada sobre una botella de un líquido amarillo que tenía hielo picado, el cual llamó su atención.
—¡Quiero esa botella! —Le dijo al joven que atendía el puesto—. Espero que sea tan sabroso como se ve.
Bajó de Esperanza con paso elegante, intentando impresionar a las chicas que le miraban, pues destacaba por su gran altura. Sin embargo, se tropezó y rodó varias veces hasta que chocó contra el suelo, provocando las risas y burlas de las personas que estaban allí. Se incorporó como pudo y luego se quitó el polvo de la ropa. No todos los días se caía de la escalera que conectaba el barco al puerto; seguro que algo bueno saldría de allí. O tal vez no. Dejando la humillación a un lado, caminó hacia el centro de la isla con la intención de encontrar un lugar tan entretenido como extravagante. Si había una palmera gigante, ¿por qué no encontraría cosas parecidas? Tal vez las chicas originarias de la isla también eran palmeras, pero de menor tamaño.
Llegó hasta lo que parecía ser una piscina pública, lugar donde había más gente que agua. Curioso, ¿verdad? Es lo que toca en verano, todas las personas buscan alguna forma de refrescarse. Y era el lugar perfecto para el autoproclamado galán, pues encontraría todo tipo de chicas. Y también todo tipo de licores; esperaba probar algo refrescante, algo único. Como sea, continuó caminando hasta llegar a lo que parecía ser una tienda de bebidas. No contaba con demasiado dinero, así que tendría que saber qué comprar y qué no. También andaba medio corto de provisiones, así que tendría que conseguirse algo para sobrevivir durante los viajes que hacía de isla en isla. El pelinegro depositó su mirada sobre una botella de un líquido amarillo que tenía hielo picado, el cual llamó su atención.
—¡Quiero esa botella! —Le dijo al joven que atendía el puesto—. Espero que sea tan sabroso como se ve.
Kaori Nanami
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—¿Estás segura de esto?
—Claro, ¿por qué no? Va a ser divertido tomar un descanso.
—Ya, pero solo tú lo harás, Kaori. ¿Por qué te tomas tantas libertades? ¿No te dan miedo las represalias?
—Si me dieran miedo no sería divertido, ¿sabes? En fin, quédate en el barco. Me divertiré por ti, aburrida.
—Sí, sí. Ve.
La joven agente bajó del barco y empezó a caminar rumbo al centro de la isla. ¿Dónde se encontraba? En una de las famosas islas por su gran estadía y un lugar ideoneo para descansar, tomar un poco el Sol, disfrutar de las piscinas y… Ya. Todo en un puro lugar dónde, según sabía, no había ninguna regla: salvo no pelear a menos que sea estrictamente necesario. Aunque, con los gorilas que estaban por seguridad, no creía que algún idiota intentara generar problemas. Aunque, la verdad, no lo negaba. En el Grand Line todo era posible, incluso lo que muchos catalogarían de imposible.
Caminaba con parsimonia y con una gran sonrisa en su rostro. Vestía con una camiseta de mangas cortas, un gran escote, su preciado collar luciendo y siendo visto por más de alguno y alguna. Sumado a eso, vestía con un short que le llegaba más o menos a la mitad del muslo y unas sandalias. Finalizaba su gran vestimenta con un sombrero que le cubría casi toda la cara y le daba una gran sombra. Se estiró poco antes de llegar a una piscina. ¿Se debilitaría al ser usuaria? Sabía que con el agua de mar era un martillo, pero no conocía los efectos del agua dulce en los usuarios de las frutas del diablo. Decidió no probar suerte y ahogarse como una idiota y caminó a un pequeño bar cerca de la gran piscina.
—Solo dame un jugo de naranja con dos hielos—Le dijo al camarero. ¿Él sabría si nadar en esas piscinas debilitaba a los usuarios? Lo dudaba mucho, no lo veía como alguien que supiera de cosas tan técnicas. —.Gracias.—le agradeció apenas había llegado su jugo. ¿Qué podía hacer? Bueno, daba lo mismo, ya iba a encontrar algo que hacer.
—Claro, ¿por qué no? Va a ser divertido tomar un descanso.
—Ya, pero solo tú lo harás, Kaori. ¿Por qué te tomas tantas libertades? ¿No te dan miedo las represalias?
—Si me dieran miedo no sería divertido, ¿sabes? En fin, quédate en el barco. Me divertiré por ti, aburrida.
—Sí, sí. Ve.
La joven agente bajó del barco y empezó a caminar rumbo al centro de la isla. ¿Dónde se encontraba? En una de las famosas islas por su gran estadía y un lugar ideoneo para descansar, tomar un poco el Sol, disfrutar de las piscinas y… Ya. Todo en un puro lugar dónde, según sabía, no había ninguna regla: salvo no pelear a menos que sea estrictamente necesario. Aunque, con los gorilas que estaban por seguridad, no creía que algún idiota intentara generar problemas. Aunque, la verdad, no lo negaba. En el Grand Line todo era posible, incluso lo que muchos catalogarían de imposible.
Caminaba con parsimonia y con una gran sonrisa en su rostro. Vestía con una camiseta de mangas cortas, un gran escote, su preciado collar luciendo y siendo visto por más de alguno y alguna. Sumado a eso, vestía con un short que le llegaba más o menos a la mitad del muslo y unas sandalias. Finalizaba su gran vestimenta con un sombrero que le cubría casi toda la cara y le daba una gran sombra. Se estiró poco antes de llegar a una piscina. ¿Se debilitaría al ser usuaria? Sabía que con el agua de mar era un martillo, pero no conocía los efectos del agua dulce en los usuarios de las frutas del diablo. Decidió no probar suerte y ahogarse como una idiota y caminó a un pequeño bar cerca de la gran piscina.
—Solo dame un jugo de naranja con dos hielos—Le dijo al camarero. ¿Él sabría si nadar en esas piscinas debilitaba a los usuarios? Lo dudaba mucho, no lo veía como alguien que supiera de cosas tan técnicas. —.Gracias.—le agradeció apenas había llegado su jugo. ¿Qué podía hacer? Bueno, daba lo mismo, ya iba a encontrar algo que hacer.
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La botella estaba fría al tacto, pero no tanto como para que estuviese congelada. La batió un poco, dejando que los trozos de hielo se revolviesen mejor, y luego vertió el líquido en un vaso medio grande. Estaba ansioso de probar el licor, mucho. Cuando se llevó el recipiente a la boca, cerró los ojos y se concentró en el sabor, dejando a un lado toda crítica que como aspirante a chef podría hacer. Por un segundo sintió que el calor desaparecía de su cuerpo, sorprendiéndose por lo refrescante que resultó ser y abriendo los ojos, impactado. El hielo atenuaba el sabor del aguardiente, mientras que el jugo de limón le otorgaba el toque ácido que hacía que fuese tan característico. Le agradeció al chico por la botella y se marchó de la tienda, buscando algo nuevo que hacer, sin dejar el vaso a un lado.
Buscó con la mirada algo interesante a lo que acercarse, pero lo único que encontró fueron chicas y más chicas. Pelirrojas y rubias, castañas y morenas; había de todo. Pechos grandes, pechos pequeños. A medida que dejaba fluir su imaginación, su rostro se enrojecía producto de los pervertidos pensamientos que aparecieron. Pero fue como si un camión le chocase, dejándolo completamente en blanco. Sus ojos se encontraron con una chica de cabellos negros y un escote tan grande como el tesoro que ocultó Gol Roger en el One Piece. No había duda alguna: ¡tenía que acercársele! Caminó como un zombi, motivado únicamente por sus deseos sexuales, pero antes de haber estado cerca de ella, intentó despabilar. Se golpeó fuertemente el rostro, dándose una doble cachetada para volverse sobrio. ¿Cómo dejaba que una chica le dominase de esa forma? No, no podía. Era todo un hombre y debía estar a la altura.
Pasó a llevar a un tipo bajito y gordo, botándolo al suelo y provocando que su café se le cayese en el estómago. ¿Qué clase de idiota tomaba café en un día tan caluroso? Soltó un grito de dolor y su rostro se enrojeció de la ira, acusando de idiota, estúpido, tonto, matón y varias cosas más a Yan. El pelinegro ni siquiera se inmutó y, de hecho, ignoró todas las palabrotas del mal hombre, pues tenía en su mente un único objetivo: hablar con la mujer de sus sueños. Siguió caminando hasta que llegó, le dio un buen sorbo a su bebida y, tan duro como un cocainómano después de un gran evento de música electrónica, le habló.
—¡H-Hey! —saludó con claro nerviosismo—. Hoy es un buen día, ¿no?
Buscó con la mirada algo interesante a lo que acercarse, pero lo único que encontró fueron chicas y más chicas. Pelirrojas y rubias, castañas y morenas; había de todo. Pechos grandes, pechos pequeños. A medida que dejaba fluir su imaginación, su rostro se enrojecía producto de los pervertidos pensamientos que aparecieron. Pero fue como si un camión le chocase, dejándolo completamente en blanco. Sus ojos se encontraron con una chica de cabellos negros y un escote tan grande como el tesoro que ocultó Gol Roger en el One Piece. No había duda alguna: ¡tenía que acercársele! Caminó como un zombi, motivado únicamente por sus deseos sexuales, pero antes de haber estado cerca de ella, intentó despabilar. Se golpeó fuertemente el rostro, dándose una doble cachetada para volverse sobrio. ¿Cómo dejaba que una chica le dominase de esa forma? No, no podía. Era todo un hombre y debía estar a la altura.
Pasó a llevar a un tipo bajito y gordo, botándolo al suelo y provocando que su café se le cayese en el estómago. ¿Qué clase de idiota tomaba café en un día tan caluroso? Soltó un grito de dolor y su rostro se enrojeció de la ira, acusando de idiota, estúpido, tonto, matón y varias cosas más a Yan. El pelinegro ni siquiera se inmutó y, de hecho, ignoró todas las palabrotas del mal hombre, pues tenía en su mente un único objetivo: hablar con la mujer de sus sueños. Siguió caminando hasta que llegó, le dio un buen sorbo a su bebida y, tan duro como un cocainómano después de un gran evento de música electrónica, le habló.
—¡H-Hey! —saludó con claro nerviosismo—. Hoy es un buen día, ¿no?
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