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Los dedos de Gerald se crisparon sobre el papel, arrugándolo visiblemente. Terminó de leer la noticia y dejó el periódico sobre la mesa de café con más brusquedad de la pretendida. Mireille levantó la cabeza y le dedicó esa molesta mirada inquisitiva que exigía una respuesta. Al final optó por dársela.
-Lo han hundido. Saqueado y hundido, para ser exactos. Se lo habrán llevado.
-¿Todo?
-Lo que importa, el menos. El dinero era una minucia.
Esos malditos piratas... Plagaban los mares como ratas hambrientas, devorando todo a su paso sin el menor remordimiento. Era terriblemente fácil seguir el pestilente rastro de esas bandas de criminales; las huellas de destrucción que dejaban eran como el aroma de una fétida mofeta. Por otro lado, una mofeta le merecía más respeto que un pirata.
-¿Hacia dónde? -Mireille, como siempre, haciendo la pregunta acertada.
-El barco salió de Water Seven hace cuatro días. Supongamos que fue atacado ayer, ya que ha habido tiempo de que los periódicos se hicieran eco... Contando con el tiempo que nos lleve llegar hasta la zona, nos llevan bastante ventaja. Por suerte, una bandera con un cráneo azul no es común -añadió, recordando los detalles del artículo.
-Pero el mar es muy grande -apuntó la joven-. Si los marines no los encuentran...
-Nosotros no somos marines.
-No, ellos son muchos más.
Gerald se levantó y dio las órdenes oportunas a Gibbs. El timonel puso el Ave en el rumbo indicado y el negro navío surcó las aguas a toda la velocidad que se le podía sacar a las velas. No dio más explicaciones; ése no era su estilo.
El periódico no solo hacía referencia a los mamarrachos de la calavera azul, sino que también informaban de la presencia de otro pirata conocido. “Jish. Jish, de los Jigoku”, repitió para no olvidarlo. Desconocía si había tenido algo que ver o si simplemente pasaba por allí en mal momento, pero era su mejor pista.
Gerald estaba muy bien informado sobre los criminales peligrosos. En ocasiones tenía que tratar con ellos, y de vez en cuando se veía obligado a matar a alguno. En cualquier caso consideraba una medida de precaución estar enterado de esas cosas. En el caso del tal Jish, más de doscientos millones pendían sobre su cabeza a la espera de que alguien se la cortara. Y aunque cazar piratas no era su intención, eso jugaría en su favor. Encontrar a alguien así de cotizado sería más sencillo, sobre todo para alguien que sabía moverse entre los cazarrecompensas, y a través de él quizás pudiera recuperar lo que era suyo. O al menos contaba con ello. Sería un inconveniente perderlo, y ni siquiera el precio de la captura del pirata le compensaría.
Se preguntaba si eso evitaría que lo entregara.
-Lo han hundido. Saqueado y hundido, para ser exactos. Se lo habrán llevado.
-¿Todo?
-Lo que importa, el menos. El dinero era una minucia.
Esos malditos piratas... Plagaban los mares como ratas hambrientas, devorando todo a su paso sin el menor remordimiento. Era terriblemente fácil seguir el pestilente rastro de esas bandas de criminales; las huellas de destrucción que dejaban eran como el aroma de una fétida mofeta. Por otro lado, una mofeta le merecía más respeto que un pirata.
-¿Hacia dónde? -Mireille, como siempre, haciendo la pregunta acertada.
-El barco salió de Water Seven hace cuatro días. Supongamos que fue atacado ayer, ya que ha habido tiempo de que los periódicos se hicieran eco... Contando con el tiempo que nos lleve llegar hasta la zona, nos llevan bastante ventaja. Por suerte, una bandera con un cráneo azul no es común -añadió, recordando los detalles del artículo.
-Pero el mar es muy grande -apuntó la joven-. Si los marines no los encuentran...
-Nosotros no somos marines.
-No, ellos son muchos más.
Gerald se levantó y dio las órdenes oportunas a Gibbs. El timonel puso el Ave en el rumbo indicado y el negro navío surcó las aguas a toda la velocidad que se le podía sacar a las velas. No dio más explicaciones; ése no era su estilo.
El periódico no solo hacía referencia a los mamarrachos de la calavera azul, sino que también informaban de la presencia de otro pirata conocido. “Jish. Jish, de los Jigoku”, repitió para no olvidarlo. Desconocía si había tenido algo que ver o si simplemente pasaba por allí en mal momento, pero era su mejor pista.
Gerald estaba muy bien informado sobre los criminales peligrosos. En ocasiones tenía que tratar con ellos, y de vez en cuando se veía obligado a matar a alguno. En cualquier caso consideraba una medida de precaución estar enterado de esas cosas. En el caso del tal Jish, más de doscientos millones pendían sobre su cabeza a la espera de que alguien se la cortara. Y aunque cazar piratas no era su intención, eso jugaría en su favor. Encontrar a alguien así de cotizado sería más sencillo, sobre todo para alguien que sabía moverse entre los cazarrecompensas, y a través de él quizás pudiera recuperar lo que era suyo. O al menos contaba con ello. Sería un inconveniente perderlo, y ni siquiera el precio de la captura del pirata le compensaría.
Se preguntaba si eso evitaría que lo entregara.
Jish
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El joven embaucador alzo la vista al cielo con cierta incredulidad. A su alrededor, todos los integrantes de los Mogg Raiders gritaban sin parar sobre la cubierta, a la vez que una improvisada orquesta amenizaba el ambiente festivo. Festivo para aquella gente, porqué, a pesar del éxito rotundo en Water Seven, Jish aún permanecía bastante intranquilo. Todavía no habían tenido respuesta alguna de la Marina, pero dada la importancia de su botín todo aquello le parecía bastante surrealista. Un resuello inquieto se escapó de sus fosas nasales cuando volvió a pensar en ello.
- ¿Es que los Jigoku no sabéis divertiros? – inquirió Fromir, uno de los marineros que también habían participado en el robo.
Jish le miró, pero prefirió no abrir el pico demasiado. No quería preocuparles, bastante tenía con esas dichosas cooperaciones y absurdos juegos con bandas rivales. Tender puentes. Esa estúpida expresión había sido la que Syxel había empleado para desprenderse de él durante algunos días. No podía negar que el cambio de aires le había venido bien, incluso aquellos idiotas le trataban con cierto respeto. Casi daban ganas de no conspirar en su contra. Casi.
- No pienso quedarme más de lo necesario, estoy aquí solo por trabajo y en cuanto cobre mi parte me iré – espetó con sorna mientras se cruzaba de brazos – Lo mío es actuar y engañar, ya lo has visto. No me gusta aferrarme a una identidad por demasiado tiempo. Por más que cantéis, bebáis o bailéis el día se me hará igual de largo.
- Esta bien, tú ganas Señor Sosainas – concedió dándole una palmada en la espalda – Nadie podrá decir que no lo intenté. Aunque deberías saber que se ha corrido el rumor de que sabes contar buenas historias…
El final de su frase llamó ligeramente su atención. El pirata miró una última vez al cielo, se recolocó el pelo con su diestra y respiró hondo.
- No pienso mojarme los labios con esa porquería que bebéis ni a hablar del tiempo. Solo una historia, una historia por una visita al camarote de tu capitán. Esas son mis condiciones.
Una sonrisa afloró en la cara del marinero, el cual asintió vehementemente con la cabeza.
Renegando de sus propias palabras, Jish se encaminó con paso lento y desgarbado hacia una de las improvisadas mesas que había sobre la cubierta y, con bastante torpeza, se subió sobre ella. Aunque algunos ya se giraron hacia él, tuvo que carraspear durante algunos segundos para hacerse notar.
- Muy bien buitres del mar, ahora que cuento con vuestra atención os contaré una historia – dijo con voz airada mientras recogía una de las jarras de cerveza que generosamente le ofrecían – ¿Cuántos de aquí habéis oído hablar de Isaiah Sangrey? ¿Ninguno? Curioso, piratas que no conocen al dios de los embaucadores, dejadme en ese caso que os cuente su historia… – dijo, mientras observaba complacido como los marineros se bebían sus palabras. Puede que al final sacase algún partido a su actuación.
- ¿Es que los Jigoku no sabéis divertiros? – inquirió Fromir, uno de los marineros que también habían participado en el robo.
Jish le miró, pero prefirió no abrir el pico demasiado. No quería preocuparles, bastante tenía con esas dichosas cooperaciones y absurdos juegos con bandas rivales. Tender puentes. Esa estúpida expresión había sido la que Syxel había empleado para desprenderse de él durante algunos días. No podía negar que el cambio de aires le había venido bien, incluso aquellos idiotas le trataban con cierto respeto. Casi daban ganas de no conspirar en su contra. Casi.
- No pienso quedarme más de lo necesario, estoy aquí solo por trabajo y en cuanto cobre mi parte me iré – espetó con sorna mientras se cruzaba de brazos – Lo mío es actuar y engañar, ya lo has visto. No me gusta aferrarme a una identidad por demasiado tiempo. Por más que cantéis, bebáis o bailéis el día se me hará igual de largo.
- Esta bien, tú ganas Señor Sosainas – concedió dándole una palmada en la espalda – Nadie podrá decir que no lo intenté. Aunque deberías saber que se ha corrido el rumor de que sabes contar buenas historias…
El final de su frase llamó ligeramente su atención. El pirata miró una última vez al cielo, se recolocó el pelo con su diestra y respiró hondo.
- No pienso mojarme los labios con esa porquería que bebéis ni a hablar del tiempo. Solo una historia, una historia por una visita al camarote de tu capitán. Esas son mis condiciones.
Una sonrisa afloró en la cara del marinero, el cual asintió vehementemente con la cabeza.
Renegando de sus propias palabras, Jish se encaminó con paso lento y desgarbado hacia una de las improvisadas mesas que había sobre la cubierta y, con bastante torpeza, se subió sobre ella. Aunque algunos ya se giraron hacia él, tuvo que carraspear durante algunos segundos para hacerse notar.
- Muy bien buitres del mar, ahora que cuento con vuestra atención os contaré una historia – dijo con voz airada mientras recogía una de las jarras de cerveza que generosamente le ofrecían – ¿Cuántos de aquí habéis oído hablar de Isaiah Sangrey? ¿Ninguno? Curioso, piratas que no conocen al dios de los embaucadores, dejadme en ese caso que os cuente su historia… – dijo, mientras observaba complacido como los marineros se bebían sus palabras. Puede que al final sacase algún partido a su actuación.
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El mar se tragó el cuerpo con un sonoro chapoteo. Gerald siempre había considerado sumamente interesante ajusticiar a alguien lanzándolo al mar. Un "chof" y se acabó. No importaba quienes fueran o lo que dijeran, sus últimas palabras siempre quedaban irónicamente ahogadas por una ridícula salpicadura, un epitafio bastante poco digno.
-Ya habéis oído. ¿Sabéis que rumbo tomar?
Gibbs asintió a las palabras de su capitán y el Ave puso proa siguiendo las indicaciones del hombre que en esos momentos debía estar atrayendo a los tiburones con la sangre que manaba del tajo de su cuello. Para ser un contrabandista del bajo mundo tenía muchos reparos en violar la confidencialidad de sus clientes. Casi pareció un hombre honrado los últimos minutos de su vida. Por supuesto, ignoraba que Gerald podía entrar en su mente igual que entraría en una cocina, y husmear entre sus cajones y armarios con total naturalidad. Encontrar la localización del tugurio donde habitualmente compraba artículos robados por piratas fue tan sencillo como degollarlo después. No era necesario realmente, pero él también estaba metido en el tema de la compra-venta y la competencia le irritaba.
Por enésima vez, repasó el mapa, siguiendo con los ojos la línea imaginaria que habían recorrido ellos y la que calculaba que recorrerían los piratas que buscaba. Solo había tres puntos importantes razonablemente cercanos a Water Seven donde poder deshacerse de material robado. Al fin y al cabo, los barcos contenían muchas cosas valiosas que de nada servían a los piratas, por ejemplo antigüedades, cuadros o lo que Gerald andaba buscando. Dos de esos sitios ya habían recibido la visita de un invitado muy educado que se había asegurado de que nadie recordase su paso por allí. Porque les había pegado fuego a los puestos después de pasar por la espada a los vendedores, no porque hubiese usado sus poderes. Sentía una escrupulosa aversión a usarlos sin necesidad, espoleada por la preocupación a que se escapasen de su ya precario control.
El tercer punto marcado en su mapa, el que Comida para Peces les había indicado, no tardó en estar a la vista. No era más que una casa flotante con un embarcadero y una torre de madera construidos sobre el agua. Había un par de botes y un barco tan pequeño que no merecía ni el nombre. Ni rastro de piratas.
-Mireille, quedas al cargo. Dad una vuelta con el Ave a ver si encontráis a nuestra presa. No hagáis nada, pero llamadme si dais con ellos.
-¿Qué harás tú?
-Me quedaré aquí. Si aparecen, debe haber alguien para atenderlos. Y siempre quise regentar un local -mintió.
-¿Y si ya hay alguien dentro?
Gerald no contestó. Reconocía el tono burlón de Mireille cuando hacía preguntas tan obvias. Cada vez tenía más claro que esa chica había sido un gran fichaje. Solo seguía con él por la deuda que Gerald aún debía saldar, pero era la que menos reparos morales ponía a sus acciones. Y sus habilidades eran la mar de útiles.
Dejó a un lado los pensamientos innecesarios cuando entró en la "tienda". El hombre tras el mostrador le miró con servilismo, luego con curiosidad, después con desconfianza, y cuando Gerald desenvainó la espada, el terror se dibujó en sus ojos.
-Ya habéis oído. ¿Sabéis que rumbo tomar?
Gibbs asintió a las palabras de su capitán y el Ave puso proa siguiendo las indicaciones del hombre que en esos momentos debía estar atrayendo a los tiburones con la sangre que manaba del tajo de su cuello. Para ser un contrabandista del bajo mundo tenía muchos reparos en violar la confidencialidad de sus clientes. Casi pareció un hombre honrado los últimos minutos de su vida. Por supuesto, ignoraba que Gerald podía entrar en su mente igual que entraría en una cocina, y husmear entre sus cajones y armarios con total naturalidad. Encontrar la localización del tugurio donde habitualmente compraba artículos robados por piratas fue tan sencillo como degollarlo después. No era necesario realmente, pero él también estaba metido en el tema de la compra-venta y la competencia le irritaba.
Por enésima vez, repasó el mapa, siguiendo con los ojos la línea imaginaria que habían recorrido ellos y la que calculaba que recorrerían los piratas que buscaba. Solo había tres puntos importantes razonablemente cercanos a Water Seven donde poder deshacerse de material robado. Al fin y al cabo, los barcos contenían muchas cosas valiosas que de nada servían a los piratas, por ejemplo antigüedades, cuadros o lo que Gerald andaba buscando. Dos de esos sitios ya habían recibido la visita de un invitado muy educado que se había asegurado de que nadie recordase su paso por allí. Porque les había pegado fuego a los puestos después de pasar por la espada a los vendedores, no porque hubiese usado sus poderes. Sentía una escrupulosa aversión a usarlos sin necesidad, espoleada por la preocupación a que se escapasen de su ya precario control.
El tercer punto marcado en su mapa, el que Comida para Peces les había indicado, no tardó en estar a la vista. No era más que una casa flotante con un embarcadero y una torre de madera construidos sobre el agua. Había un par de botes y un barco tan pequeño que no merecía ni el nombre. Ni rastro de piratas.
-Mireille, quedas al cargo. Dad una vuelta con el Ave a ver si encontráis a nuestra presa. No hagáis nada, pero llamadme si dais con ellos.
-¿Qué harás tú?
-Me quedaré aquí. Si aparecen, debe haber alguien para atenderlos. Y siempre quise regentar un local -mintió.
-¿Y si ya hay alguien dentro?
Gerald no contestó. Reconocía el tono burlón de Mireille cuando hacía preguntas tan obvias. Cada vez tenía más claro que esa chica había sido un gran fichaje. Solo seguía con él por la deuda que Gerald aún debía saldar, pero era la que menos reparos morales ponía a sus acciones. Y sus habilidades eran la mar de útiles.
Dejó a un lado los pensamientos innecesarios cuando entró en la "tienda". El hombre tras el mostrador le miró con servilismo, luego con curiosidad, después con desconfianza, y cuando Gerald desenvainó la espada, el terror se dibujó en sus ojos.
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- Ficha de Jish
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