¿Jugamos a cocineros? moderado 5 Kuro Tatsumi

—La buena vida y la poca vergüenza —dijo el pelinegro, sentado en el cómodo sofá azul y con los pies puestos sobre la pequeña y cuadrada mesa de madera.

El cazador había tenido que atender una… urgencia. No todos los días podía encontrarse en Nueva Impel Down, la cuna de todos los criminales más peligrosos y violentos. ¿Y lo mejor? Todos ellos puestos en celdas. La verdad es que no había entendido mucho acerca de lo que tenía que hacer ahí, pero de alguna forma le dejaban experimentar con toda clase de venenos. Uno que otro hombre mencionó a un tal Magellan pero, ¿quién era ese? Vaya nombre más de mierda. Como sea, al parecer ese famoso sujeto no andaba por el lugar. Lo que sí estaban, eran los datos de los venenos que alguna vez creó. Parecía un sujeto muy culto en el tema, ¿era alguna clase de científico o algo así?

Se le dejó claro que podía experimentar con los presos, pero de ninguna forma lo haría. Seguían siendo personas, y estaba seguro que no todos eran malvados. No le gustaba ese inhumano trato que el Gobierno Mundial les daba a los prisioneros. Por otro lado, el pelinegro contaba solo con una semana para explorar lo que fuese que tenía que explorar. ¿Le habían dado algún consejo? No, ninguno. Simplemente le sugirieron que no hiciera explotar el lugar, pero sonrió inocentemente cuando se lo dijeron. Él no tenía el poder para hacerlo… ¿o sí? En fin, ahora mismo podía decantarse con descansar y tomarse unas vacaciones de una semana. Le dijeron que trabajara, sí, pero no lo haría. ¿A quién le importaba estudiar los datos de un famoso que no lo era tanto? Si Yan no lo conocía, es que al hombre no le conocía ni su madre.

De pronto, una voz severa y autoritaria le sacó de su cómoda posición. ¿Ese era el alcaide de la prisión? Si ni miedo daba, ¿cómo esperaban que los prisioneros tomaran en serio al Gobierno Mundial? Bueno, cada uno con sus cosas.

—¡Sí, señor! —respondió con una sonrisa un tanto burlesca. Se levantó rápidamente del sillón y atravesó la puerta de roble, encontrándose, posiblemente, en la oficina del hombre de mayor cargo del lugar. ¿Le gustarían las donas? Esperaba que sí, hace mucho tiempo que tenía ganas de comer. ¡Oh, espera! Tal vez era más sensato decirle que en realidad quería cocinar cosas de verdad y nada de comidas envenenadas, ¿a quién le gustaría comer algo con aspecto repugnante? ¡Iugh! No, un cocinero no funcionaba así.

Él alcaide resultó ser un hombre encantador. Tan o más tenebroso que alto y musculoso, se dirigió al cazador como el matón formal. Le mencionó que si quería, podía asesinarle en ese momento para quitarle su fruta del diablo. O algo así. Yan sabía que el Gobierno Mundial se andaba con cosas raras pero, ¿una amenaza de muerte tan descarada? El tipo no se andaba con rodeos; tal vez no era muy inteligente. Como sea, no es que las palabras del gigantón hayan calado hondo en la mente del pelinegro. Primero que todo, si querían que descubriese nuevos venenos, tendrían que pagar. Así funciona el mundo, nadie trabaja gratis. Todo lo que podía “aprender” en ese lugar terminaría siendo beneficioso para el cazador, sobre todo si se volvía más fuerte.

Sin eliminar la sonrisa de su rostro, Yan Qing habló.

—¡Relájate, jefe! Haré lo mejor que pueda, pero nadie trabaja gratis. Mira, a mí me da igual acceder o no a los datos de ese tal héroe de Impel Down, no es como que mi vida vaya a cambiar mucho —expresó sin cuidado—. Si quieres que cree un súper veneno, tendrás que pagar.

No pretendía ser insolente, pero sí justo. Al final del día, él estaba trabajando para el Gobierno Mundial y este no era tan tirano como para abusar de sus trabajadores. O eso esperaba. Como sea, y deseando que el alcaide no se enfadase, salió del salón para encontrarse con su ayudante. El único problema que había era que el cazador jamás había estado en un laboratorio, ni siquiera sabía para qué eran, pero si se parecían a una cocina, algo bueno saldría de todo eso. O tal vez no. Sin dilatar más las cosas, le dio unas palmadas en la espalda a su ayudante y le sonrió.

—Soy Yan, espero que seamos grandes amigos. Por cierto, ¿qué se hace en un laboratorio?

El laboratorio resultó ser una estancia tan grande como extraña. Había todo tipo de frascos, minerales desconocidos y todo tipo de sustancias que seguramente tenían un nombre, uno que el cazador desconocía. Jamás había estado en un sitio como ese, pero ahora que se daba cuenta, tenía cierta similitud con una cocina. Las rocas y metales eran los vegetales y carnes, mientras que los estantes donde se experimentaba, pasaban a ser el fogón en sí. Sin embargo, había demasiados instrumentos como para reparar en cada uno, y probablemente no terminaría usando ninguno de ellos. Yan no era un científico; le gustaba la cocina, sí, pero esta era muy diferente a la ciencia.

Apenas entró al laboratorio estiró los brazos y bostezó, buscando con la mirada algún sofá para recostarse, pero no encontró ninguno, estando condenado a trabajar. El ayudante comenzó a disparar palabras como si su boca fuese una metralleta, mareando y mareando al pobre Yan. ¿Qué era eso de concentrarse en su akuma para generar poder? ¡¿Y qué diablos era una encima?! ¡Mierda, no entendía nada! Justo después de preparar una jeringa, siguió disparando palabras como si no hubiera un mañana. ¡¿El muy capullo quería orina del cazador?! ¿Para qué la usaría? Ah, definitivamente había sido mala idea venir. ¿Qué diablos era eso de reactivos y componentes férricos? Entendía eso de “gases tóxicos”, pues cada vez que se tiraba un pedo, Marcus le decía que estos eran tan tóxicos como hediondos. O algo así. Por alguna razón, dejó de escuchar después de la palabra “ácidos”, ignorando por completo el resto de la oración.

—Para, para, para —le pidió—. No entiendo nada de lo que dices, así que deja de usar palabras tan raras porque no las conozco, ¿vale? Me han pedido que me vuelva fuerte, pero aquí no veo pesas ni máquinas para ejercitar —comentó—. ¿Cómo esperas que aumente mi poder con una jeringa? ¡No tiene sentido! La gente de hoy en día no sabe cómo hacer las cosas, ¿serán idiotas?

Suspiró profundamente y, rendido, estiró el brazo para que el hombre extrajese sangre de este. No entendía la razón de esto, esperaba que no fueran a crear un clon o algo así. Los científicos eran tan poco confiables como los políticos, siempre se ocultaban algo para ellos mismos. Luego de donar sangre para fines desconocidos, cogió un frasco y lo llenó de orina, sin preocuparse de si el ayudante lo viese o no. ¿Y qué era eso de aire exhalado? ¿Cómo lo retendría? Ah, maldita sea, tantas dudas y pocas respuestas… Al final del día, terminaría con dolor de cabeza. Cazar criminales era mucho más sencillo, simplemente había que repartir puñetazos por allá y patadas por acá, y listo. Dinero fácil.

—Sea lo que sea que quieras hacer, comencemos. Mientras más pronto lo hagamos, más pronto terminaremos.

No importaba qué veneno consumiera el cazador, pues él ya era inmune a cualquiera de estos. Primero probó el “potente oxidante”, y sintió un ardor tan fuerte como si hubiera bebido una botella de vodka de un solo sorbo. Tosió fuertemente y unas lágrimas cayeron de sus ojos; bueno, al menos ahora el ayudante contaría con ellas. No le gustó para nada haber probado semejante líquido… Las cosas allí no estaban resultando como esperaba, ¿dónde carajo estaba la diversión? Estar encerrado en una habitación no era lo suyo, prefería mil veces salir a la calle a patear traseros o algo por el estilo. Miró molestamente al hombre que no hacía más que pedirle cosas. Quería decirle que esperaba que todo esto fuese necesario y diese buenos resultados, de lo contrario, no le importaría enfrentarse al propio alcaide. Pero no lo dijo, tampoco quería meterse en problemas… no tan pronto. Luego, el cazador cogió el “bloqueador neurotóxico”.

—Ya te digo yo que nada de esto funcionará —dijo Yan—. Por alguna razón, cuando comí esta fruta del diablo, me volví muy tolerante a toda clase de venenos. Pero bueno… haré lo que dices, aunque como sigas aburriéndome, tú y yo tendremos una discusión poco amigable.

Y efectivamente nada ocurrió, más allá de sentir un desagradable sabor. Y se suponía que el hombre era inteligente, que sabría cómo hacer las cosas para mejorar a Yan, pero al parecer solo estaba realizando experimentos básicos. El cazador no sabía ni conseguía comprender por qué el ayudante decía que su cuerpo podría producir todas esas sustancias, aunque sí tenía algo de sentido. Rendido ante las palabras del hombre, tomó asiento y escupió en un vaso para entregárselo al sujeto. Esperaba que en los próximos minutos sucediera algo interesante, de lo contrario, él sí que haría algo espectacular con ese laboratorio.