Kaito Takumi
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La isla de Uzzle tenía un clima apetecible, perfecto para unas vacaciones veraniegas, pero a sus conciudadanos jamás se les hubiera pasado por la cabeza aprovechar esto para el turismo. Demasiado pequeña y austera como para que las grandes potencias económicas invirtieran su capital y esfuerzo en una población de analfabetos pescadores, la ínsula había vivido apartada del resto del mundo… Pero hacía ocho años, un patrón con una enorme visión de futuro supo aprovechar el potencial de la isla que había pasado desapercibida ante los ojos de todos.
Así, bajo la mano y dirección del gran Dr. Elm, lo que había sido un pueblucho de mala muerte pasó a ser una compacta y eficaz ciudad a la total disposición de su alcalde. Lo único que tuvieron que darle sus habitantes a cambio, además de su agradecida fidelidad, fue la zona oeste de la isla, donde levantó sus instalaciones privadas, vetadas a cualquiera que no fuera de su completa confianza.
Desafortunadamente, Kaito no conocía nada de esto, y tras más de quince días navegando en solitario buscando la siguiente isla con las gaviotas como única guía, dio a parar al puerto prohibido para cualquier turista.
Zona Oeste de la isla de Uzzle / Muelle - Noche sin luna.
Pasos apresurados repiquetearon sobre la piedra del embarcadero. Los cinco guardias llevaban el uniforme reglamentario, un mono estándar verde con diversas protecciones de grueso cuero marrón, botas altas y un casco abierto con un símbolo grabado en la frente, una especie de pica regordeta sin rabillo. Armados con largos y enjutos rifles de repetición, apuntaron a la destartalada y herrumbrosa barcaza de pantano mientras su líder, distinguible solo por una pequeña placa metálica sobre el pectoral izquierdo, iluminaba la embarcación con el potente farol eléctrico.
-Baje lentamente con los brazos en alto y no saldrá herido- advirtió con voz ronca el capitán Jenkins, un cuarentón tan duro y áspero como los callos de sus pies.
El gyojin sintió el calor de los focos en su espalda arqueada mientras acariciaba el rugoso morro de la horrible criatura que le acompañaba. A Suchu no le gustaban los extraños y dejaba esto patente con un suave y terrorífico siseo de advertencia. Tras darle un toque para exigirle silencio a su peculiar y enfadada mascota, Kaito giró su rostro constreñido por el exceso de luz.
-Ahora mismo, pero si baja la intensidad para que vea por donde voy…-respondió amargamente, extendiendo los tentáculos lentamente por la astillada madera buscando a tientas la firme piedra de la dársena. Levantando lentamente sus brazos y alzando su bichero horizontalmente, esperó a que el comité de bienvenida le diera más instrucciones antes de proceder.
El tiempo se dejó llevar con la brisa marina. Dentro del joven domador la paranoia y la tensión se arremolinaban echándose la culpa entre ellas y a él. “¿Por qué carajo no hacen nada? ¿A qué están esperando?”, pensó sin atreverse a cambiar de postura dada la desagradable ventaja de los que podían convertirse en sus enemigos.
Jenkins susurró algo a través de su comunicador a sabiendas de que hasta la mañana siguiente no obtendría una respuesta clara. Las normas dibujaban un camino claro y lleno de sangre, uno que ya se había repetido otras tantas veces en su carrera, pero él sabía que a veces la trasgresión de las mismas podía volver a proporcionarle otro buen ascenso.
Sus peones acariciaron los gatillos previendo una orden que tardaba en llegar.
-¿Eso es un cocodrilo marino?-preguntó el jefe de la patrulla bajando la intensidad de su linterna y de su voz.
-Así es- confirmó el pulpo pelirrojo sin cambiar su postura lo más mínimo.
-¿Y tú eres?
-Un tritón pulpo, obviamente.
La risa del capitán Jenkins era un sonido desagradable y repetitivo mezcla del rasgar de periódicos junto al chirriar de un tenedor sobre un plato. Tras la carcajada ordenó a sus hombres bajar las armas con la mano y se acercó al muchacho.
-Me refiero a tu nombre, chico.
-Kaito, señor.- Sopesó la oportunidad que tenía de golpearle con su arma, dejándolo ahí mientras usaba su cuerpo para bloquear la seguida lluvia de balas… Sin duda no valía la pena el riesgo.
-Bien, Kaito, yo soy Tom Jenkis… Bienvenido a Uzzel- Sonrió, dejando la mano caer sobre su hombro izquierdo-. Has atracado en una zona militar, perdona por el susto, pero nunca se sabe qué puede llegar en medio de la noche… Ya puedes bajar los brazos-terminó de decir divertido por la tensa actitud de su nuevo amigo.
Volviendo a una postura más relajada y echándose su excéntrica arma al hombro, el sireno intentó vislumbrar su futuro en los brumosos ojos grises del capitán.
-¿Estoy arrestado?
-No,no, tranquilo… Tan solo te llevaremos al puerto civil, y quizás mañana te pidamos que vengas a explicarle a mi jefe que la alarma de invasión era falsa. ¿No querrás invadir Uzzle, verdad?
-En absoluto.
-Genial. Seguro que la Raiz Truncada aún tiene habitaciones disponibles, incluso podría decirle a Eloisa que te prepare algo.
-Se lo agradezco.
-No es nada. Mis compañeros remolcarán tu… nave con una lancha. ¿Ese animal nos dará problemas?- Señaló a la escamosa criatura.
Suchu, notando la alusión y el gesto, bufó y arañó aún más la lamentable madera de su hogar en señal de amenaza.
-Se quejará, pero me aseguraré de que no les haga nada.
Así, bajo la mano y dirección del gran Dr. Elm, lo que había sido un pueblucho de mala muerte pasó a ser una compacta y eficaz ciudad a la total disposición de su alcalde. Lo único que tuvieron que darle sus habitantes a cambio, además de su agradecida fidelidad, fue la zona oeste de la isla, donde levantó sus instalaciones privadas, vetadas a cualquiera que no fuera de su completa confianza.
Desafortunadamente, Kaito no conocía nada de esto, y tras más de quince días navegando en solitario buscando la siguiente isla con las gaviotas como única guía, dio a parar al puerto prohibido para cualquier turista.
Zona Oeste de la isla de Uzzle / Muelle - Noche sin luna.
Pasos apresurados repiquetearon sobre la piedra del embarcadero. Los cinco guardias llevaban el uniforme reglamentario, un mono estándar verde con diversas protecciones de grueso cuero marrón, botas altas y un casco abierto con un símbolo grabado en la frente, una especie de pica regordeta sin rabillo. Armados con largos y enjutos rifles de repetición, apuntaron a la destartalada y herrumbrosa barcaza de pantano mientras su líder, distinguible solo por una pequeña placa metálica sobre el pectoral izquierdo, iluminaba la embarcación con el potente farol eléctrico.
-Baje lentamente con los brazos en alto y no saldrá herido- advirtió con voz ronca el capitán Jenkins, un cuarentón tan duro y áspero como los callos de sus pies.
El gyojin sintió el calor de los focos en su espalda arqueada mientras acariciaba el rugoso morro de la horrible criatura que le acompañaba. A Suchu no le gustaban los extraños y dejaba esto patente con un suave y terrorífico siseo de advertencia. Tras darle un toque para exigirle silencio a su peculiar y enfadada mascota, Kaito giró su rostro constreñido por el exceso de luz.
-Ahora mismo, pero si baja la intensidad para que vea por donde voy…-respondió amargamente, extendiendo los tentáculos lentamente por la astillada madera buscando a tientas la firme piedra de la dársena. Levantando lentamente sus brazos y alzando su bichero horizontalmente, esperó a que el comité de bienvenida le diera más instrucciones antes de proceder.
El tiempo se dejó llevar con la brisa marina. Dentro del joven domador la paranoia y la tensión se arremolinaban echándose la culpa entre ellas y a él. “¿Por qué carajo no hacen nada? ¿A qué están esperando?”, pensó sin atreverse a cambiar de postura dada la desagradable ventaja de los que podían convertirse en sus enemigos.
Jenkins susurró algo a través de su comunicador a sabiendas de que hasta la mañana siguiente no obtendría una respuesta clara. Las normas dibujaban un camino claro y lleno de sangre, uno que ya se había repetido otras tantas veces en su carrera, pero él sabía que a veces la trasgresión de las mismas podía volver a proporcionarle otro buen ascenso.
Sus peones acariciaron los gatillos previendo una orden que tardaba en llegar.
-¿Eso es un cocodrilo marino?-preguntó el jefe de la patrulla bajando la intensidad de su linterna y de su voz.
-Así es- confirmó el pulpo pelirrojo sin cambiar su postura lo más mínimo.
-¿Y tú eres?
-Un tritón pulpo, obviamente.
La risa del capitán Jenkins era un sonido desagradable y repetitivo mezcla del rasgar de periódicos junto al chirriar de un tenedor sobre un plato. Tras la carcajada ordenó a sus hombres bajar las armas con la mano y se acercó al muchacho.
-Me refiero a tu nombre, chico.
-Kaito, señor.- Sopesó la oportunidad que tenía de golpearle con su arma, dejándolo ahí mientras usaba su cuerpo para bloquear la seguida lluvia de balas… Sin duda no valía la pena el riesgo.
-Bien, Kaito, yo soy Tom Jenkis… Bienvenido a Uzzel- Sonrió, dejando la mano caer sobre su hombro izquierdo-. Has atracado en una zona militar, perdona por el susto, pero nunca se sabe qué puede llegar en medio de la noche… Ya puedes bajar los brazos-terminó de decir divertido por la tensa actitud de su nuevo amigo.
Volviendo a una postura más relajada y echándose su excéntrica arma al hombro, el sireno intentó vislumbrar su futuro en los brumosos ojos grises del capitán.
-¿Estoy arrestado?
-No,no, tranquilo… Tan solo te llevaremos al puerto civil, y quizás mañana te pidamos que vengas a explicarle a mi jefe que la alarma de invasión era falsa. ¿No querrás invadir Uzzle, verdad?
-En absoluto.
-Genial. Seguro que la Raiz Truncada aún tiene habitaciones disponibles, incluso podría decirle a Eloisa que te prepare algo.
-Se lo agradezco.
-No es nada. Mis compañeros remolcarán tu… nave con una lancha. ¿Ese animal nos dará problemas?- Señaló a la escamosa criatura.
Suchu, notando la alusión y el gesto, bufó y arañó aún más la lamentable madera de su hogar en señal de amenaza.
-Se quejará, pero me aseguraré de que no les haga nada.
- Notas de Personaje:
Nivel Efectivo para el rol: 15
- Nota de Edit:
- Cambiado el título por petición de Dretch de "Un zoo peculiar. Primera parte." a "Una misión inesperada. La investigación prohibida del oeste."
Dretch
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En algún lugar, cerca del concurrido puerto civil de Uzzle, un hombre caminaba absorto en sus propios pensamientos. Un joven pálido como la nieve; definitivamente un extranjero, llevaba una horrible camisa hawaiana azul con las faldas por encima del pantalón vaquero y unas gafas de pasta negra que le daban cierto aire intelectual, sobre su cabeza descansaba un horrible sombrero de paja y sobre su pecho colgaba una enorme cámara fotográfica digna de ser expuesta en cualquier anticuario. A pesar de que Dretch tenía un gusto impecable de la estética y la moda, no le quedaba más remedio que asegurarse de que su vinculación con la Cipher Pol y el Gobierno no se descubriera. Una vez mas se encontraba explorando los márgenes de la legalidad y, aunque había pasado ya más de un mes desde su última pillería, no se había olvidado de lo sucedido. El Mundo le debía unas arañas y removería cielo y tierra para dar con su merecida recompensa.
Sobre su mano derecha descansaba un panfleto, sobre él se podía leer con letra estilizada y elegante el siguiente eslogan «¡La fantasía del ayer es nuestro presente! Descubre tu lado más salvaje en Uzzle, te esperamos». Sobre el papel había ilustrados no menos de una docena de animales sacados de la mente de cualquier niño. La variedad era abrumadora, desde seres mitológicos hasta divertidas parodias o incluso algunos ya extintos. Aquel último detalle fue el que había captado la atención del agente. No tenía ninguna prueba, pero si una corazonada. Podría dedicar toda una vida a perseguir a los esquivos brokers de los Bajos Fondos para encontrar una pista confiable, sin embargo, aquello no le haría estar más cerca de sus arañas. Miró de soslayo el panfleto una vez más para cerciorarse de que no había vuelta atrás y finalmente se encaminó hacia la tapia del Zoológico.
¿Podría haber entrado en el Zoológico por la mañana? Probablemente, pero como una herida de guerra que se negaba a cicatrizar, aun recordaba la conversación que había mantenido al mediodía con uno de los empleado de la taquilla.
«Una entrada de adulto, por favor» había pedido en un marcado acento norteño, el cual hacía años que ya había perdido. Pero si quería crearse un personaje no le quedaba más remedio que actuar, aunque aquello supusiera en ocasiones tener que sobreactuar.
«Claro, aquí tiene. Serán diez mil berries ¿Pagará el señor en efectivo?» Cuando el precio llegó a los oídos del agente, sintió por un momento desfallecer ¿Diez mil berries por una mísera entrada? ¿Qué era lo que comían aquellos animales? ¿Caviar y champagne? Aquello era indignante, un insulto.
Miró a ambos lados de la tapia para asegurarse que nadie se había percatado de sus intenciones y, con una pasmosa agilidad felina, se encaramo sobre la tapia y saltó hacia el otro lado. Bueno, más bien sería lo que habría hecho de no ser porque no gozaba de una agilidad felina y mucho menos del calzado adecuado para escalar aquella tapia. Cuando el agente cayó contra el suelo, se apresuró a salir de allí lo antes posible antes de que él ruido del impacto pudiera llamar la atención de ojos y oídos indeseados. Tendría que esperar al día siguiente y pagar la puñetera entrada como el que más.
Sobre su mano derecha descansaba un panfleto, sobre él se podía leer con letra estilizada y elegante el siguiente eslogan «¡La fantasía del ayer es nuestro presente! Descubre tu lado más salvaje en Uzzle, te esperamos». Sobre el papel había ilustrados no menos de una docena de animales sacados de la mente de cualquier niño. La variedad era abrumadora, desde seres mitológicos hasta divertidas parodias o incluso algunos ya extintos. Aquel último detalle fue el que había captado la atención del agente. No tenía ninguna prueba, pero si una corazonada. Podría dedicar toda una vida a perseguir a los esquivos brokers de los Bajos Fondos para encontrar una pista confiable, sin embargo, aquello no le haría estar más cerca de sus arañas. Miró de soslayo el panfleto una vez más para cerciorarse de que no había vuelta atrás y finalmente se encaminó hacia la tapia del Zoológico.
¿Podría haber entrado en el Zoológico por la mañana? Probablemente, pero como una herida de guerra que se negaba a cicatrizar, aun recordaba la conversación que había mantenido al mediodía con uno de los empleado de la taquilla.
«Una entrada de adulto, por favor» había pedido en un marcado acento norteño, el cual hacía años que ya había perdido. Pero si quería crearse un personaje no le quedaba más remedio que actuar, aunque aquello supusiera en ocasiones tener que sobreactuar.
«Claro, aquí tiene. Serán diez mil berries ¿Pagará el señor en efectivo?» Cuando el precio llegó a los oídos del agente, sintió por un momento desfallecer ¿Diez mil berries por una mísera entrada? ¿Qué era lo que comían aquellos animales? ¿Caviar y champagne? Aquello era indignante, un insulto.
Miró a ambos lados de la tapia para asegurarse que nadie se había percatado de sus intenciones y, con una pasmosa agilidad felina, se encaramo sobre la tapia y saltó hacia el otro lado. Bueno, más bien sería lo que habría hecho de no ser porque no gozaba de una agilidad felina y mucho menos del calzado adecuado para escalar aquella tapia. Cuando el agente cayó contra el suelo, se apresuró a salir de allí lo antes posible antes de que él ruido del impacto pudiera llamar la atención de ojos y oídos indeseados. Tendría que esperar al día siguiente y pagar la puñetera entrada como el que más.
- Notas del Personaje:
Nivel efectivo para este rolsito: 36
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A diferencia de la zarrapastrosa embarcación del gyojin, la lancha de la guardia de Uzzle era fruto de la más precisa ingienería naval. Incluso a pesar de tirar de la barcaza de pantano, su motor permanecía tan silencioso como las negras aguas que surcaba en dirección al puerto civil.
Desde la proa de su nave, Kaito dedicó una última mirada al embarcadero prohibido lamentando por encima de todo haberlo encontrado. Ahora no solo se había buscado más problemas de la cuenta, sino que también le esperaban muchos más a la hora de descubrir qué demonios pasaba en aquella isla. Cualquier otro podría haberse marchado de aquella isla, al menos cualquiera lo suficientemente inteligente como para ver las pistas, pero por desgracia, y aunque el sireno las había visto y mascado amargamente, sabía que no podría dejar de pensar en otra cosa hasta resolver aquel maldito enigma.
Suchu bufó advirtiendo a su dueño de que el intruso se acercaba. Jenkins dio un respingo al ver al animal girarse con la boca abierta hacia él, y aunque más de dos metros les separaban no pudo evitar encañonarle.
-Mantén controlado a tu bicho, Kaito.
Aún contemplando cómo la silueta del misterioso lugar se perdía en la oscuridad, el pelirrojo le dedicó una mirada por encima del hombro.
-Estás en su territorio, Jenkins. ¿Qué clase de amo sería si reprimo del todo sus instintos? Mucho es que le he convencido para que os deje estar en la popa remolcando- explicó, y cuando volvió la vista al mar ya no quedaba rastro alguno del muelle. Se dio la vuelta para notar cómo Jenkins le prestaba más atención a él que a su bestia. Todo aquello le escamaba.
El suave susurro de la brisa acompañado por el agresivo gorgojo reptiliano dominó el incómodo silencio entre los dos hombres. Uno sospechaba de todo, y el otro tan solo de la propia sospecha.
-Estás demasiado tenso… y tú no eres el que tiene que preocuparse de un cocodrilo marino.
"Ahí está otra vez", pensó Kaito, "esa innecesaria y precisa nomenclatura".
El sireno entrecerró los ojos e hizo girar el bichero entre sus dedos. Encontró una excusa, una que no lo era del todo.
-Los humanos nunca han sido buenos con los hijos del mar, así que no puedo evitar ser extremadamente cauto… y prejuicioso.
-Qué malo es ser racista- bromeó el capitán intentando romper la brecha que les separaba.
-Peor es ser esclavizado, mutilado o secado al sol.
-Touché.- Supo que debería esforzarse más para labrarse su confianza.
Uzzle 3:33
La ciudad de Uzzle aún estaba despierta a aquella alta hora de la madrugada. Bares de copas, discotecas y restaurantes satisfacían los distintos apetitos de los turistas que venían a aquella apartada isla a pasar sus vacaciones. Los hoteles plagaban la costa de arena blanca, y los chiringuitos se repartían gustosos los beneficios del perenne veraneo. A pesar de que era temporada baja, Kaito pudo notar la emergente economía del lugar como una imperiosa y desagradable necesidad de reducir la población.
-¿No le vas a poner una cadena a tu mascota?- preguntó Jenkins, que venía de dar unas peculiares órdenes a sus soldados. Se quedaría solo con el tritón a pesar del recelo de sus subordinados.
-Me gusta llevarlo suelto- comentó el pelirrojo metiendo las pocas pertenencias de las que disponía en el caldero de hierro forjado que colgó de la punta de su bichero.
-¿Perdona?
-No voy a dejar a Suchu aquí para que algún borrachuzo con más alcohol en sangre que sentido común acabe muerto por hacer el gilipollas.
El capitán Jenkins sabía que toda bestia peligrosa que llegara o abandonara la isla necesitaba de métodos de contención personalizados para evitar posibles accidentes, pero ya había tomado una decisión. Esperaba que su juicio, y su suerte, acertaran de nuevo.
-Supongo que tampoco querrás dejarlo en el zoo aprovechando que está cerrado...-aventuró el gendarme.
Interesado, Kaito invirtió un momento para sopesar la oportunidad de ver la colección de especies. Sin duda iría, pero no a costa de enjaular a Suchu, de su descanso, ni desde luego de privarse de la luz solar para ver bien a los animales. Si el zoo no estaba abierto de noche, no habría nada interesante a aquellas horas.
-Mañana mejor- decidió-. ¿No habías dicho algo de un hospicio con nombre de raíz?
-La Raiz Truncada, una posada- le confirmó-. Sígueme, será mejor que demos un rodeo para no perturbar a la ciudadanía.
Desde la proa de su nave, Kaito dedicó una última mirada al embarcadero prohibido lamentando por encima de todo haberlo encontrado. Ahora no solo se había buscado más problemas de la cuenta, sino que también le esperaban muchos más a la hora de descubrir qué demonios pasaba en aquella isla. Cualquier otro podría haberse marchado de aquella isla, al menos cualquiera lo suficientemente inteligente como para ver las pistas, pero por desgracia, y aunque el sireno las había visto y mascado amargamente, sabía que no podría dejar de pensar en otra cosa hasta resolver aquel maldito enigma.
Suchu bufó advirtiendo a su dueño de que el intruso se acercaba. Jenkins dio un respingo al ver al animal girarse con la boca abierta hacia él, y aunque más de dos metros les separaban no pudo evitar encañonarle.
-Mantén controlado a tu bicho, Kaito.
Aún contemplando cómo la silueta del misterioso lugar se perdía en la oscuridad, el pelirrojo le dedicó una mirada por encima del hombro.
-Estás en su territorio, Jenkins. ¿Qué clase de amo sería si reprimo del todo sus instintos? Mucho es que le he convencido para que os deje estar en la popa remolcando- explicó, y cuando volvió la vista al mar ya no quedaba rastro alguno del muelle. Se dio la vuelta para notar cómo Jenkins le prestaba más atención a él que a su bestia. Todo aquello le escamaba.
El suave susurro de la brisa acompañado por el agresivo gorgojo reptiliano dominó el incómodo silencio entre los dos hombres. Uno sospechaba de todo, y el otro tan solo de la propia sospecha.
-Estás demasiado tenso… y tú no eres el que tiene que preocuparse de un cocodrilo marino.
"Ahí está otra vez", pensó Kaito, "esa innecesaria y precisa nomenclatura".
El sireno entrecerró los ojos e hizo girar el bichero entre sus dedos. Encontró una excusa, una que no lo era del todo.
-Los humanos nunca han sido buenos con los hijos del mar, así que no puedo evitar ser extremadamente cauto… y prejuicioso.
-Qué malo es ser racista- bromeó el capitán intentando romper la brecha que les separaba.
-Peor es ser esclavizado, mutilado o secado al sol.
-Touché.- Supo que debería esforzarse más para labrarse su confianza.
Uzzle 3:33
La ciudad de Uzzle aún estaba despierta a aquella alta hora de la madrugada. Bares de copas, discotecas y restaurantes satisfacían los distintos apetitos de los turistas que venían a aquella apartada isla a pasar sus vacaciones. Los hoteles plagaban la costa de arena blanca, y los chiringuitos se repartían gustosos los beneficios del perenne veraneo. A pesar de que era temporada baja, Kaito pudo notar la emergente economía del lugar como una imperiosa y desagradable necesidad de reducir la población.
-¿No le vas a poner una cadena a tu mascota?- preguntó Jenkins, que venía de dar unas peculiares órdenes a sus soldados. Se quedaría solo con el tritón a pesar del recelo de sus subordinados.
-Me gusta llevarlo suelto- comentó el pelirrojo metiendo las pocas pertenencias de las que disponía en el caldero de hierro forjado que colgó de la punta de su bichero.
-¿Perdona?
-No voy a dejar a Suchu aquí para que algún borrachuzo con más alcohol en sangre que sentido común acabe muerto por hacer el gilipollas.
El capitán Jenkins sabía que toda bestia peligrosa que llegara o abandonara la isla necesitaba de métodos de contención personalizados para evitar posibles accidentes, pero ya había tomado una decisión. Esperaba que su juicio, y su suerte, acertaran de nuevo.
-Supongo que tampoco querrás dejarlo en el zoo aprovechando que está cerrado...-aventuró el gendarme.
Interesado, Kaito invirtió un momento para sopesar la oportunidad de ver la colección de especies. Sin duda iría, pero no a costa de enjaular a Suchu, de su descanso, ni desde luego de privarse de la luz solar para ver bien a los animales. Si el zoo no estaba abierto de noche, no habría nada interesante a aquellas horas.
-Mañana mejor- decidió-. ¿No habías dicho algo de un hospicio con nombre de raíz?
-La Raiz Truncada, una posada- le confirmó-. Sígueme, será mejor que demos un rodeo para no perturbar a la ciudadanía.
Dretch
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No había tiempo para explicaciones si no quería tener detrás a todo un desfile de los miembros de la seguridad privada del zoológico. Dretch trató de proteger la cámara con su cuerpo tras la caída y, algo magullado, salió de aquel lugar tan rápido como le fue posible. Dobló varias esquinas, cruzó decenas de calles e incluso se topó con algún que otro callejón sin salida. Cuando su cuerpo comenzó a entrar en calor debido a la repentina huida, se detuvo en uno de aquellos callejones de mala muerte. Lo último que había logrado ver de sus perseguidores fue a un grupito de unas doce personas armadas hasta los dientes que estudiaban con detenimiento el estúpido sombrero de paja que había abandonado tras su caída. Y aunque rezaba para que no dispusieran de sabuesos capaces de seguirle el rastro, no podía permitirse el lujo de descansar durante demasiado tiempo en aquel callejón. Tenía la espalda muy rígida y dolorida, los pies le dolían sobremanera y cojeaba debido a la caída. Lo que con la ayuda de la Cipher Pol habría sido un juego de niños, por su cuenta se convertía en una sima insondable.
- Dretch Buerganor, derrotado por una triste tapia – se dijo a sí mismo, molesto por su torpeza – Será mejor que encuentre algún lugar con el que poder mezclarme entre los locales y rápido. Si la mitad de lo que ese folleto decía es cierto, estoy seguro de que tendrán cosas peores que sabuesos para darme alcance.
Gruñó levemente al volver a ponerse en marcha, mientras seguía caminando hacia adelante por el laberinto de calles. Apenas estaban frecuentadas a aquellas horas de la noche. El calor y la humedad le habían resfriado y, por lo mucho que lo intentaba, apenas era capaz de contener los estornudos. Era un blanco fácil mientras permaneciera afuera. Nervioso, miró a ambos lados de la calle, el eco de botas pesadas retumbaba tenuemente sobre los adoquines en la lejanía. No tardarían en darle alcance.
El agente hizo una pausa, giró su cabeza hacia la fachada del edificio más cercano y miró una de las ventanas con aire nervioso. No tenía elección. Se llevó la mano derecha hacia uno de los bolsillos interiores de su camiseta hawaiana y extrajo una prenda de color morado perfectamente doblada, una bufanda. Se enrolló la tela en torno a su mano izquierda y le lanzó un directo hacia el cristal. Sin embargo, en cristal no cedió, ni tan siquiera se resquebrajó. Las pisadas cada vez sonaban más cercanas, estaba acabado si no conseguía colarse en aquel edificio. Se posicionó una vez más frente a la ventana, cerró su ojo y volvió a lanzar su puño contra el cristal. Para cuando lo abrió, se encontraba al otro lado de la ventana, no había rastro alguno de cristales rotos y la ventana permanecía impoluta. Levantó la cabeza y estudió su nueva ubicación. se encontraba en unos baños de caballeros, puede que de alguna de las posadas locales ¿Qué acaba de ocurrir? Ni el mismo lo sabía, pero no iba a quejarse. Si eso había sido cosa de su akuma o no… Sería algo con lo que tendrían que lidiar sus perseguidores.
- Dretch Buerganor, derrotado por una triste tapia – se dijo a sí mismo, molesto por su torpeza – Será mejor que encuentre algún lugar con el que poder mezclarme entre los locales y rápido. Si la mitad de lo que ese folleto decía es cierto, estoy seguro de que tendrán cosas peores que sabuesos para darme alcance.
Gruñó levemente al volver a ponerse en marcha, mientras seguía caminando hacia adelante por el laberinto de calles. Apenas estaban frecuentadas a aquellas horas de la noche. El calor y la humedad le habían resfriado y, por lo mucho que lo intentaba, apenas era capaz de contener los estornudos. Era un blanco fácil mientras permaneciera afuera. Nervioso, miró a ambos lados de la calle, el eco de botas pesadas retumbaba tenuemente sobre los adoquines en la lejanía. No tardarían en darle alcance.
El agente hizo una pausa, giró su cabeza hacia la fachada del edificio más cercano y miró una de las ventanas con aire nervioso. No tenía elección. Se llevó la mano derecha hacia uno de los bolsillos interiores de su camiseta hawaiana y extrajo una prenda de color morado perfectamente doblada, una bufanda. Se enrolló la tela en torno a su mano izquierda y le lanzó un directo hacia el cristal. Sin embargo, en cristal no cedió, ni tan siquiera se resquebrajó. Las pisadas cada vez sonaban más cercanas, estaba acabado si no conseguía colarse en aquel edificio. Se posicionó una vez más frente a la ventana, cerró su ojo y volvió a lanzar su puño contra el cristal. Para cuando lo abrió, se encontraba al otro lado de la ventana, no había rastro alguno de cristales rotos y la ventana permanecía impoluta. Levantó la cabeza y estudió su nueva ubicación. se encontraba en unos baños de caballeros, puede que de alguna de las posadas locales ¿Qué acaba de ocurrir? Ni el mismo lo sabía, pero no iba a quejarse. Si eso había sido cosa de su akuma o no… Sería algo con lo que tendrían que lidiar sus perseguidores.
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A mitad de camino, el peculiar trío se encontró de bruces con una de las patrullas que llevaban ya unos minutos recorriendo las callejuelas. Apuntándoles rápidamente con sus subfusiles, los soldados encañonaron al Capitán Jenkins para inmediatamente después pedirle perdón por su osadía. Kaito notó un brote de hostilidad hacia él y su criatura, pero, por suerte para todos, este fue segado por el militar que le acompañaba con un simple movimiento de brazo. A pesar de todo, ambos seres marinos permanecieron tensos, preparándose para responder un posible ataque.
—¿Se puede saber qué está pasando? —exigió saber el autoproclamado líder del trío sin siquiera molestarse en alzar la voz.
Los soldados se miraron los unos a los otros por un instante, ninguno de ellos era lo bastante valiente o estúpido para contestar. Sus órdenes eran claras, demasiado. Jenkins no tardó mucho en suponer que el patán de Morrigan les había dicho que no informaran del asunto. Sonrió, el destino le había brindado una oportunidad más de humillar a su adversario.
—Supongo que se trata tan solo de un simulacro…¿verdad? —comentó amable, casi risueño—. Entonces id volviendo a la base, habéis hecho un buen trabajo y no hay nada de lo que preocuparse en esta noche tan apacible…
—Pero… —Aquel muchacho torpe y sincero no siguió hablando después de ser atravesado por la mirada gris del capitán.
—¿Acaso hay algo de lo que quieras informar, recluta? —No contestó. Nadie lo hizo—. A la base pues.
Sin querer pasar un segundo más bajo la abrumadora presencia del recién ascendido líder portuario, la milicia de Uzzle se dio la vuelta sobre sus talones y comenzaron a marchar ordenadamente hacia el zoo. No llegaron a dar cinco pasos hasta que la carrasposa voz del capitán les detuviera en seco.
—¿A dónde creéis que vais? He dicho que vayáis a la base… Está en la otra dirección, panda de inútiles.
Y una vez más se giraron con la misma disciplina militar con la que ya lo habían hecho, cumpliendo así el mandato del superior con un rango mayor incluso que el de su propio jefe. Al menos en el largo camino de vuelta tendrían tiempo para pensar qué demonios iban a decirle al Teniente Morrigan.
Suchu no le quitó ojo de encima al pequeño regimiento, y girándose con su boca abierta les bufó amenazadoramente hasta que el bichero de su amo le golpeó la punta del morro. Refunfuñó, volviéndose hacia su dueño y desafiando su orden al negarse a cerrar del todo sus fauces repletas de dientes.
—¿No podríamos habernos quedado en el barco? —sugirió Kaito, con los ojos puestos en los de su mascota para contestar el desafío—. Podría haberme quedado allí con él, vigilándole para asegurarme de que no hiciese nada malo.
El sireno pulpo notaba el peligro arañándole la nuca, que mezclado con las cosas que había visto, pasaba de ser una simple impresión a convertirse en una realidad casi tangible. No quería alejarse del agua demasiado, por su propio bien y el de su querido reptil, y tampoco quería estar más tiempo del que fuese necesario con el curtido capitán.
Tom Jenkins percibió la incomodidad en el alma del hijo del mar, pero ya no podía dar marcha atrás a su plan. La excusa estaba ahí, esperándole pacientemente a que tomase una decisión crucial. Pelearse contra un pulpo y un cocodrilo no le apetecía en absoluto, no cuando sabía que la ayuda más cercana para transportarlos una vez los hubiera derrotado le pertenecía a Morrigan. Escogió la ruta más pacífica para actuar.
—Ya estamos casi al lado, está al final de la calle —le contestó apremiándole con una pequeña sonrisa—. Si quieres puedes seguir tu solo y yo llamo por den-den para que te tengan una habitación preparada y todo. ¿Te parece mejor?
Sin duda se lo parecía, pero aquellas palabras zumbaron tras la oreja del pelirrojo como un molesto tábano listo para picarle. Asintió, y golpeando de nuevo y con suavidad a su animal para silenciar del todo su rebeldía, continuó calle arriba buscando el hostal. Cuando llegó a la entrada decorada con tallas que simulaban los raigones de un árbol, la idea que le rondaba le aguijoneó el cerebro. Se contuvo de mirar por donde había venido, allá donde escuchaba el tenue murmullo del militar que hablaba a través de su caracol. Pensar que aquel hombre fuese capaz de leerle el pensamiento le dejaba la sangre más fría que la de su saurio. “¿Es eso posible?”. Dudó si debía llamar a la puerta.
La Raíz Truncada – 3.44 AM
Que un sámara llamara a tu casa en mitad de la noche era una señal de mal agüero. También era un honor, uno que ningún habitante de la isla podía rehusar. A pesar de estar medio dormida, Julia Racine logró entender más del ochenta por ciento de la conversación con su tío antes de que este le colgase sin despedirse. Debía darle una habitación a un gyojin que no tardaría en llegar a su puerta, el cual, para desgracia de su alergia, tenía alguna mascota a su cuidado.
La posadera bostezó, estirándose sin querer caer de nuevo en el suave abrazo de su cama y se echó el camisón encima para comenzar su lenta y torpe caminata hacia la entrada principal. Terminó de despertarse al golpearse el meñique izquierdo contra la recepción que separaba su vivienda del resto del local, y maldijo en voz alta para librarse del dolor sabiendo que no tenía más clientes que el que estaba a punto de recibir. A la pata coja, se dirigió hacia la puerta buscando a tientas la pesada llave de hierro forjado en el llavero escuchando el repiqueteo contra la recia puerta de roble.
—Ya va, ya va— se colocó los largos tirabuzones rubios tras las orejas y se preparó unos segundos para dar la mejor impresión antes de abrir la cerradura—. Bienvenidos a la Raíz Truncada…
Todo rastro de la amable sonrisa de bienvenida en el rostro de la joven Julia quedó sepultado bajo la súbita mueca de terror y el tropiezo en su infructuosa huida. Sintiendo la debilidad de su presa y el temor que conllevaba la desagradable sorpresa, Suchu se lanzó instintivamente hacia delante para acabar con la res antes de que escapara con el resto del ganado. La poderosa dentada del animal fue detenida por los tentáculos a escasos centímetros de los tiernos gemelos de la muchacha, que no tardó en retroceder arrastrándose por el suelo hasta golpearse la sien con una de las mesas bajas del salón de la taberna.
—¡Qué demonios! ¿¡Quién en su sano juicio tiene un caimán como mascota!? —chilló sintiendo que su corazón se le salía del pecho y que su nuca todavía vibraba del impacto.
—Suchu malo —le reprochó el dueño cerrando la puerta tras de sí mientras dedicaba una mirada al local, ignorando la pregunta de la pechugona medio desnuda.
Para el excéntrico ningyo, la joven de cuerpo de reloj de arena, labios carnosos y cara de ángel no era de mayor interés que para su mascota. En cambio, el pequeño bar en torno a él que separaba el camino hasta la recepción le parecía la mar de cuco. De muebles rústicos y terrosos que contrastaban con las paredes pintadas de celeste claro, el pequeño salón-comedor estaba decorado con útiles marinos, mandíbulas de tiburón y algún que otro caparazón de tortuga. También había fotos colgadas, pero a la tenue luz de la entrada eran poco menos que pequeños borrones enmarcados.
—Me ha dicho Jenkins que podía hospedarme aquí—expuso el pelirrojo calmadamente, sosteniendo aún bajo su peso al revoltoso reptil que se negaba a darle un momento de tregua.
Levantándose con dolor, molestia y un rastro de miedo, la señorita Racine apretó los labios en señal de disgusto. El escamoso animal no solo era un peligro, sino que además estaba rayando el suelo nuevo con su pataleta.
—¡Coge a tu bicho antes de que destroce el parqué! — ordenó la muchacha, señalando a la molesta criatura a la vez que retrocedía un poco más.
—Yo…no puedo hacer eso. Bueno, podría, pero sería mucho peor— explicó Kaito con una calma inusitada mientras aguantaba al espasmódico cocodrilo—. Tengo que esperar a que se canse, reforzando mi posición como dominante.
Irritada, la posadera pisoteó de vuelta hasta el mostrador de recepción y arrancó una de las llaves de las habitaciones en la planta superior. Al sostenerla fuertemente en la mano, prácticamente clavándosela, se dio cuenta de que renovar la escalera sería mucho, pero que mucho más caro. Lamentaba no poder echarles a patadas, sillazos o lo que le pillara de por medio.
—Os quedaréis aquí, no admito animales en las habitaciones y no vas a dejar solo a ese lagartejo para que me destroce el local— mangoneó devolviendo el llavín a su recuadro—. Cierra y tírame la puerta desde allí.
—¿La puerta?— repitió el hijo del mar, confuso—. ¿Te refieres al manojo, no?
—¿Li pirti? Ti rifiris il miniji,¿ni? Claro que sí.
Tras echar el cerrojo con uno de sus reos, Kaito le lanzó el llavero a los pies. Julia no tardó ni diez segundos en cogerlo y atrincherarse en su cuarto dando un portazo. “Al menos se le ha olvidado cobrarme”, pensó Kaito como consuelo mientras terminaba de poner en vereda a su mascota. Ambos estaban atrapados.
—¿Se puede saber qué está pasando? —exigió saber el autoproclamado líder del trío sin siquiera molestarse en alzar la voz.
Los soldados se miraron los unos a los otros por un instante, ninguno de ellos era lo bastante valiente o estúpido para contestar. Sus órdenes eran claras, demasiado. Jenkins no tardó mucho en suponer que el patán de Morrigan les había dicho que no informaran del asunto. Sonrió, el destino le había brindado una oportunidad más de humillar a su adversario.
—Supongo que se trata tan solo de un simulacro…¿verdad? —comentó amable, casi risueño—. Entonces id volviendo a la base, habéis hecho un buen trabajo y no hay nada de lo que preocuparse en esta noche tan apacible…
—Pero… —Aquel muchacho torpe y sincero no siguió hablando después de ser atravesado por la mirada gris del capitán.
—¿Acaso hay algo de lo que quieras informar, recluta? —No contestó. Nadie lo hizo—. A la base pues.
Sin querer pasar un segundo más bajo la abrumadora presencia del recién ascendido líder portuario, la milicia de Uzzle se dio la vuelta sobre sus talones y comenzaron a marchar ordenadamente hacia el zoo. No llegaron a dar cinco pasos hasta que la carrasposa voz del capitán les detuviera en seco.
—¿A dónde creéis que vais? He dicho que vayáis a la base… Está en la otra dirección, panda de inútiles.
Y una vez más se giraron con la misma disciplina militar con la que ya lo habían hecho, cumpliendo así el mandato del superior con un rango mayor incluso que el de su propio jefe. Al menos en el largo camino de vuelta tendrían tiempo para pensar qué demonios iban a decirle al Teniente Morrigan.
Suchu no le quitó ojo de encima al pequeño regimiento, y girándose con su boca abierta les bufó amenazadoramente hasta que el bichero de su amo le golpeó la punta del morro. Refunfuñó, volviéndose hacia su dueño y desafiando su orden al negarse a cerrar del todo sus fauces repletas de dientes.
—¿No podríamos habernos quedado en el barco? —sugirió Kaito, con los ojos puestos en los de su mascota para contestar el desafío—. Podría haberme quedado allí con él, vigilándole para asegurarme de que no hiciese nada malo.
El sireno pulpo notaba el peligro arañándole la nuca, que mezclado con las cosas que había visto, pasaba de ser una simple impresión a convertirse en una realidad casi tangible. No quería alejarse del agua demasiado, por su propio bien y el de su querido reptil, y tampoco quería estar más tiempo del que fuese necesario con el curtido capitán.
Tom Jenkins percibió la incomodidad en el alma del hijo del mar, pero ya no podía dar marcha atrás a su plan. La excusa estaba ahí, esperándole pacientemente a que tomase una decisión crucial. Pelearse contra un pulpo y un cocodrilo no le apetecía en absoluto, no cuando sabía que la ayuda más cercana para transportarlos una vez los hubiera derrotado le pertenecía a Morrigan. Escogió la ruta más pacífica para actuar.
—Ya estamos casi al lado, está al final de la calle —le contestó apremiándole con una pequeña sonrisa—. Si quieres puedes seguir tu solo y yo llamo por den-den para que te tengan una habitación preparada y todo. ¿Te parece mejor?
Sin duda se lo parecía, pero aquellas palabras zumbaron tras la oreja del pelirrojo como un molesto tábano listo para picarle. Asintió, y golpeando de nuevo y con suavidad a su animal para silenciar del todo su rebeldía, continuó calle arriba buscando el hostal. Cuando llegó a la entrada decorada con tallas que simulaban los raigones de un árbol, la idea que le rondaba le aguijoneó el cerebro. Se contuvo de mirar por donde había venido, allá donde escuchaba el tenue murmullo del militar que hablaba a través de su caracol. Pensar que aquel hombre fuese capaz de leerle el pensamiento le dejaba la sangre más fría que la de su saurio. “¿Es eso posible?”. Dudó si debía llamar a la puerta.
La Raíz Truncada – 3.44 AM
Que un sámara llamara a tu casa en mitad de la noche era una señal de mal agüero. También era un honor, uno que ningún habitante de la isla podía rehusar. A pesar de estar medio dormida, Julia Racine logró entender más del ochenta por ciento de la conversación con su tío antes de que este le colgase sin despedirse. Debía darle una habitación a un gyojin que no tardaría en llegar a su puerta, el cual, para desgracia de su alergia, tenía alguna mascota a su cuidado.
La posadera bostezó, estirándose sin querer caer de nuevo en el suave abrazo de su cama y se echó el camisón encima para comenzar su lenta y torpe caminata hacia la entrada principal. Terminó de despertarse al golpearse el meñique izquierdo contra la recepción que separaba su vivienda del resto del local, y maldijo en voz alta para librarse del dolor sabiendo que no tenía más clientes que el que estaba a punto de recibir. A la pata coja, se dirigió hacia la puerta buscando a tientas la pesada llave de hierro forjado en el llavero escuchando el repiqueteo contra la recia puerta de roble.
—Ya va, ya va— se colocó los largos tirabuzones rubios tras las orejas y se preparó unos segundos para dar la mejor impresión antes de abrir la cerradura—. Bienvenidos a la Raíz Truncada…
Todo rastro de la amable sonrisa de bienvenida en el rostro de la joven Julia quedó sepultado bajo la súbita mueca de terror y el tropiezo en su infructuosa huida. Sintiendo la debilidad de su presa y el temor que conllevaba la desagradable sorpresa, Suchu se lanzó instintivamente hacia delante para acabar con la res antes de que escapara con el resto del ganado. La poderosa dentada del animal fue detenida por los tentáculos a escasos centímetros de los tiernos gemelos de la muchacha, que no tardó en retroceder arrastrándose por el suelo hasta golpearse la sien con una de las mesas bajas del salón de la taberna.
—¡Qué demonios! ¿¡Quién en su sano juicio tiene un caimán como mascota!? —chilló sintiendo que su corazón se le salía del pecho y que su nuca todavía vibraba del impacto.
—Suchu malo —le reprochó el dueño cerrando la puerta tras de sí mientras dedicaba una mirada al local, ignorando la pregunta de la pechugona medio desnuda.
Para el excéntrico ningyo, la joven de cuerpo de reloj de arena, labios carnosos y cara de ángel no era de mayor interés que para su mascota. En cambio, el pequeño bar en torno a él que separaba el camino hasta la recepción le parecía la mar de cuco. De muebles rústicos y terrosos que contrastaban con las paredes pintadas de celeste claro, el pequeño salón-comedor estaba decorado con útiles marinos, mandíbulas de tiburón y algún que otro caparazón de tortuga. También había fotos colgadas, pero a la tenue luz de la entrada eran poco menos que pequeños borrones enmarcados.
—Me ha dicho Jenkins que podía hospedarme aquí—expuso el pelirrojo calmadamente, sosteniendo aún bajo su peso al revoltoso reptil que se negaba a darle un momento de tregua.
Levantándose con dolor, molestia y un rastro de miedo, la señorita Racine apretó los labios en señal de disgusto. El escamoso animal no solo era un peligro, sino que además estaba rayando el suelo nuevo con su pataleta.
—¡Coge a tu bicho antes de que destroce el parqué! — ordenó la muchacha, señalando a la molesta criatura a la vez que retrocedía un poco más.
—Yo…no puedo hacer eso. Bueno, podría, pero sería mucho peor— explicó Kaito con una calma inusitada mientras aguantaba al espasmódico cocodrilo—. Tengo que esperar a que se canse, reforzando mi posición como dominante.
Irritada, la posadera pisoteó de vuelta hasta el mostrador de recepción y arrancó una de las llaves de las habitaciones en la planta superior. Al sostenerla fuertemente en la mano, prácticamente clavándosela, se dio cuenta de que renovar la escalera sería mucho, pero que mucho más caro. Lamentaba no poder echarles a patadas, sillazos o lo que le pillara de por medio.
—Os quedaréis aquí, no admito animales en las habitaciones y no vas a dejar solo a ese lagartejo para que me destroce el local— mangoneó devolviendo el llavín a su recuadro—. Cierra y tírame la puerta desde allí.
—¿La puerta?— repitió el hijo del mar, confuso—. ¿Te refieres al manojo, no?
—¿Li pirti? Ti rifiris il miniji,¿ni? Claro que sí.
Tras echar el cerrojo con uno de sus reos, Kaito le lanzó el llavero a los pies. Julia no tardó ni diez segundos en cogerlo y atrincherarse en su cuarto dando un portazo. “Al menos se le ha olvidado cobrarme”, pensó Kaito como consuelo mientras terminaba de poner en vereda a su mascota. Ambos estaban atrapados.
Dretch
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Dretch se incorporó y tras un minuto de eterna observación se obligó a ponerse en movimiento, comenzando por volver a doblar su bufanda y guardarla de nuevo en su bolsillo. Los baños estaban a oscuras. sin embargo, tan solo por precaución, inspeccionó una por una las maltrechas cabinas para asegurarse de que se encontraba solo. Finalmente, algo más confiado, el agente se dirigió a uno de los lavabos.
Mientras llenaba el mugriento lavabo con agua tibia, se miró en el espejo. Entonces se vio reflejado en el cristal y contempló a un hombre de piel pálida, con pronunciadas ojeras, con una horrible cicatriz en el lugar donde se suponía que debía estar su ojo izquierdo y pelo canoso. Estaba hecho un asco. Lo primero era lo primero. Se quitó la camiseta y la lanzó al cubo de la basura. Se enjabonó las manos y se quitó la suciedad de la cara, el cuello y los brazos. Se echó algo de agua por el pelo y permaneció pensativo frente al espejo.
“Si yo regentará una posada como esta ni tan siquiera me hubiera dejado entrar a mí mismo con esta pinta” – reflexionó mentalmente mientras realizaba una mueca de forma inconsciente frente al espejo.
Antes de volver a peinarse el tupe, puso las manos a ambos lados del lavabo y agitó la cabeza ¿Qué le había conducido allí? Recordaba vagamente haber interrogado a varios conocidos de Killian Vane, pero no le habían dado demasiadas pistas sobre los hombres de la capitana Nyra ni de su cargamento de perdido de arañas. En aquel momento, ni tan siquiera estaba seguro de que los Brokers de los Bajos Fondos estuvieran involucrados en el robo. Obligándose a volver al presente, contempló la miseria a su alrededor. La puerta del baño tenía toda la pinta de haber sido echada abajo y luego atornillada al marco de nuevo. Incluso alguien había garabateado unas iniciales en la superficie interior de la puerta. Una grasienta lata casi vacía de pomada estaba colocada en el saliente donde el lavabo se unía a la pared. En el suelo había un cigarrillo a medio fumar, tan seco que debía de tener al menos diez o doce años.
Dretch separó sus manos del lavabo y las colocó frente a su abdomen colocándolas de tal forma que emularan un cuenco. Trató entonces de canalizar la energía de su Chōetsu-teki Katsuryoku, su energía vital, para llevarla a las palmas de sus manos. Frunció el ceño y fijó la vista de su ojo sano en la línea que unía sus dos palmas, intentando concentrarse en un solo punto. Pero no notaba nada. No quería perder la concentración, pero con el rabillo del ojo pudo contemplar como varias sombras titilaban al otro lado de la puerta del lavabo. Se obligó a sí mismo a centrarse y, ahora sí, puso toda su atención en sus manos. Se imaginó como si su Chōetsu-teki Katsuryoku se tratase de un enorme ovillo de lana situado en su pecho y que sobre sus manos descansaba una minúscula aguja de costura. Y entonces, algo sucedió. Empezó a sentir una energía vibrante en su pecho. Se esforzó aún más y, redirigiendo aquella energía sobre las palmas de sus manos, enhebró un cordel de energía en su aguja imaginaria ¿De verdad había funcionado? Emocionado, alzó la vista hacia el espejo y como si de sencillas costuras se trataran, redirigió aquella energía hacia cada una de las fibras de su pelo. En apenas cuestión de segundos, su veteado cabello se irguió adoptando su característica forma de pincel. Lleno de orgullo, se guiñó un ojo a sí mismo a modo cumplido y, sin previo aviso, su pelo volvió a quedar chafado sobre su frente. Por algún motivo había perdido el control de su energía. Frutado, trató de volver a concentrar su energía, pero esta vez no hubo ningún tipo de respuesta.
Un gruñido quedo salió de sus labios mientras se terminaba de peinar hacia atrás el pelo con sus manos desnudas.
Afuera, las luces habían vuelto a apagarse y ahora reinaba el silencio. Ignorando por completo el espejo, se acercó hacia la puerta del lavabo de caballeros y apoyó su oreja sobre la superficie de madera. El silencio era total. Dejó caer su mano sobre el picaporte y comenzó a girarlo mientras tiraba de la puerta lentamente. Necesitaba algo de ropa limpia y sobretodo descansar. La alternativa de ser descubierto y de tener que dar explicaciones sobre su intrusión en aquel lugar eran motivo más que suficiente para no querer llamar la atención.
Mientras llenaba el mugriento lavabo con agua tibia, se miró en el espejo. Entonces se vio reflejado en el cristal y contempló a un hombre de piel pálida, con pronunciadas ojeras, con una horrible cicatriz en el lugar donde se suponía que debía estar su ojo izquierdo y pelo canoso. Estaba hecho un asco. Lo primero era lo primero. Se quitó la camiseta y la lanzó al cubo de la basura. Se enjabonó las manos y se quitó la suciedad de la cara, el cuello y los brazos. Se echó algo de agua por el pelo y permaneció pensativo frente al espejo.
“Si yo regentará una posada como esta ni tan siquiera me hubiera dejado entrar a mí mismo con esta pinta” – reflexionó mentalmente mientras realizaba una mueca de forma inconsciente frente al espejo.
Antes de volver a peinarse el tupe, puso las manos a ambos lados del lavabo y agitó la cabeza ¿Qué le había conducido allí? Recordaba vagamente haber interrogado a varios conocidos de Killian Vane, pero no le habían dado demasiadas pistas sobre los hombres de la capitana Nyra ni de su cargamento de perdido de arañas. En aquel momento, ni tan siquiera estaba seguro de que los Brokers de los Bajos Fondos estuvieran involucrados en el robo. Obligándose a volver al presente, contempló la miseria a su alrededor. La puerta del baño tenía toda la pinta de haber sido echada abajo y luego atornillada al marco de nuevo. Incluso alguien había garabateado unas iniciales en la superficie interior de la puerta. Una grasienta lata casi vacía de pomada estaba colocada en el saliente donde el lavabo se unía a la pared. En el suelo había un cigarrillo a medio fumar, tan seco que debía de tener al menos diez o doce años.
Dretch separó sus manos del lavabo y las colocó frente a su abdomen colocándolas de tal forma que emularan un cuenco. Trató entonces de canalizar la energía de su Chōetsu-teki Katsuryoku, su energía vital, para llevarla a las palmas de sus manos. Frunció el ceño y fijó la vista de su ojo sano en la línea que unía sus dos palmas, intentando concentrarse en un solo punto. Pero no notaba nada. No quería perder la concentración, pero con el rabillo del ojo pudo contemplar como varias sombras titilaban al otro lado de la puerta del lavabo. Se obligó a sí mismo a centrarse y, ahora sí, puso toda su atención en sus manos. Se imaginó como si su Chōetsu-teki Katsuryoku se tratase de un enorme ovillo de lana situado en su pecho y que sobre sus manos descansaba una minúscula aguja de costura. Y entonces, algo sucedió. Empezó a sentir una energía vibrante en su pecho. Se esforzó aún más y, redirigiendo aquella energía sobre las palmas de sus manos, enhebró un cordel de energía en su aguja imaginaria ¿De verdad había funcionado? Emocionado, alzó la vista hacia el espejo y como si de sencillas costuras se trataran, redirigió aquella energía hacia cada una de las fibras de su pelo. En apenas cuestión de segundos, su veteado cabello se irguió adoptando su característica forma de pincel. Lleno de orgullo, se guiñó un ojo a sí mismo a modo cumplido y, sin previo aviso, su pelo volvió a quedar chafado sobre su frente. Por algún motivo había perdido el control de su energía. Frutado, trató de volver a concentrar su energía, pero esta vez no hubo ningún tipo de respuesta.
Un gruñido quedo salió de sus labios mientras se terminaba de peinar hacia atrás el pelo con sus manos desnudas.
Afuera, las luces habían vuelto a apagarse y ahora reinaba el silencio. Ignorando por completo el espejo, se acercó hacia la puerta del lavabo de caballeros y apoyó su oreja sobre la superficie de madera. El silencio era total. Dejó caer su mano sobre el picaporte y comenzó a girarlo mientras tiraba de la puerta lentamente. Necesitaba algo de ropa limpia y sobretodo descansar. La alternativa de ser descubierto y de tener que dar explicaciones sobre su intrusión en aquel lugar eran motivo más que suficiente para no querer llamar la atención.
Kaito Takumi
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No pasó mucho hasta que el cocodrilo marino se cansó de luchar contra su amo, de hecho, la resistencia acabó en el momento en el que la mujer cerró la puerta de la habitación en la planta superior. Quieto y en calma, el reptil entrecerró los ojos dedicándole una mirada de soslayo a los reos de su amo, como pidiéndole que aliviara la presión a la que le sometía.
Kaito se acuclilló, o lo que fuera que hiciese al doblar sus tentáculos, y se colocó al lado de su bestia sin soltarla todavía. Sabía que Suchu estaba incómodo, que la situación con la gente nueva le hacía desconfiar y ponerse agresivo, pero no podía tolerar que sus órdenes fuesen aplastadas por el instinto. Educar a cualquier animal era un proceso duro para ambas partes.
—No me mires con carita de pena que tus lágrimas de cocodrilo no sirven —le susurró con disciplina y un resquicio de amabilidad a medida que iba quitándole sus tentáculos de encima—. Lo bien que haces las cosas cuando estamos solos y lo mal que te portas con la gente… hay que ver —reprochó.
Tras darle una leve caricia en el morro como recompensa a su mascota cuando la sumisión fue completa, el ningyo se acercó a la entrada del establecimiento mirando con odio el grueso cerrojo. Lamentaba profundamente haber cerrado con llave, tanto o más que separarse de su salada amante. Con la mar tan lejos y su reptil tan cansado, no llegarían muy lejos antes de que las patrullas les detuviesen. Lo único que podía hacer era descansar, intentar pasar lo más desapercibido posible y nadar con la corriente de los acontecimientos hasta encontrar un afluente por el que marcharse. Preferiblemente por el que ambos pudieran hacerlo.
Lentamente, el pelirrojo alargó su mano hacia el interruptor y apagó la luz del recibidor. La oscuridad en la que se sumergió era calma, apacible y amable como el abrazo de una madre, nada que ver con la que le había convertido en lo que era. Dejándose tranquilizar por la reconfortante sensación de resignación, se tumbó apoyando la espalda sobre la recia puerta de roble. No tardó mucho en deslizarse hasta la comodidad del suelo, esparciendo sus muchos miembros por la fresca tarima de madera. Dormir con el zumbido de curiosidad y el crujir de la madera bajo el peso del nuevo inquilino le era difícil, así que suspiró y encendió la luz para poder ver las piernas que tanto él como Suchu estaban escuchando. “Ahora me hace caso y no ataca, qué bien”, pensó con un deje de sarcasmo y una mueca en el rostro.
—Debe ser un coñazo tener que bajar toda la escalera para ir al baño —comentó el ningyo con un siniestro deje de sospecha.
El joven hijo del mar se reincorporó bichero en mano para mirar bien al nuevo personaje que entraba en escena . Estaría preparado por si la obra de suspense en la que se había colado daba un giro más violento.
Kaito se acuclilló, o lo que fuera que hiciese al doblar sus tentáculos, y se colocó al lado de su bestia sin soltarla todavía. Sabía que Suchu estaba incómodo, que la situación con la gente nueva le hacía desconfiar y ponerse agresivo, pero no podía tolerar que sus órdenes fuesen aplastadas por el instinto. Educar a cualquier animal era un proceso duro para ambas partes.
—No me mires con carita de pena que tus lágrimas de cocodrilo no sirven —le susurró con disciplina y un resquicio de amabilidad a medida que iba quitándole sus tentáculos de encima—. Lo bien que haces las cosas cuando estamos solos y lo mal que te portas con la gente… hay que ver —reprochó.
Tras darle una leve caricia en el morro como recompensa a su mascota cuando la sumisión fue completa, el ningyo se acercó a la entrada del establecimiento mirando con odio el grueso cerrojo. Lamentaba profundamente haber cerrado con llave, tanto o más que separarse de su salada amante. Con la mar tan lejos y su reptil tan cansado, no llegarían muy lejos antes de que las patrullas les detuviesen. Lo único que podía hacer era descansar, intentar pasar lo más desapercibido posible y nadar con la corriente de los acontecimientos hasta encontrar un afluente por el que marcharse. Preferiblemente por el que ambos pudieran hacerlo.
Lentamente, el pelirrojo alargó su mano hacia el interruptor y apagó la luz del recibidor. La oscuridad en la que se sumergió era calma, apacible y amable como el abrazo de una madre, nada que ver con la que le había convertido en lo que era. Dejándose tranquilizar por la reconfortante sensación de resignación, se tumbó apoyando la espalda sobre la recia puerta de roble. No tardó mucho en deslizarse hasta la comodidad del suelo, esparciendo sus muchos miembros por la fresca tarima de madera. Dormir con el zumbido de curiosidad y el crujir de la madera bajo el peso del nuevo inquilino le era difícil, así que suspiró y encendió la luz para poder ver las piernas que tanto él como Suchu estaban escuchando. “Ahora me hace caso y no ataca, qué bien”, pensó con un deje de sarcasmo y una mueca en el rostro.
—Debe ser un coñazo tener que bajar toda la escalera para ir al baño —comentó el ningyo con un siniestro deje de sospecha.
El joven hijo del mar se reincorporó bichero en mano para mirar bien al nuevo personaje que entraba en escena . Estaría preparado por si la obra de suspense en la que se había colado daba un giro más violento.
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El agente posó su mano lentamente sobre el picaporte del baño y, tras contar sosegadamente hasta tres, giró el mecanismo abriendo la puerta con toda la lentitud que fue capaz. Pese al mal estado de la misma, ni las bisagras ni la madera hinchada por la humedad produjeron el más leve sonido que pudiera delatarle. Asombrado por su suerte, el joven tuerto comenzó a caminar a oscuras por lo que parecía algún tipo de hall. Gracias al tiempo que había pasado en penumbra en aquel maltrecho baño, su pupila se había adaptado perfectamente a la falta de luz, tanto era así que si forzaba un poco la vista era capaz de identificar el mobiliario de la recepción, la puerta de salida del edificio y, en uno de los laterales, una estrecha escalera que daba acceso al piso superior.
Confiado, comenzó a moverse por el hall con paso pausado y grácil. Sabía que necesitaba cambiar de aspecto si quería presentarse al día siguiente en la puerta de aquel zoológico como un cliente más y, para eso, necesitaba adentrarse en la habitación de uno de los huéspedes del hostal. No era la mejor idea que había tenido en su vida, pero tampoco era la peor. Ahora bien ¿Qué sucedería si el huésped se despertaba en mitad de su inocente hurto? Mientras duda de su propio plan sus pasos se volvían más lentos, casi como si su subconsciente le estuviera diciendo que todo aquello era un enorme error.
“Me estoy jugando mi trabajo por unas estúpidas arañas que puede que ni tan siquiera se encuentren aquí ¿De verdad todo esto merece la pena? “– titubeó. Sin embargo, sus reflexiones se vieron interrumpidas por una voz que rompió el silencio de la noche. Algo o alguien había encendido la luz.
El corazón del agente palpitó desbocado, anhelando que todo aquello fuese un mal sueño. Sin embargo, en seguida se dio cuenta de que aquello era real. Un individuo de cabellos rojizos y desnudo de cintura para arriba lo estudiaba casi tan sorprendido como él. No fue hasta que se fijó en sus múltiples extremidades cuando se dio cuenta que en aquel encuentro informal no era él.
- Tú… tu debes de ser uno de de los empleados del zoologico ¿verdad? – inquirió mientras se llevaba la cámara fotográfica hacia su rostro y lo enfocaba con el objetivo – No te muevas, no quiero que las fotos salgan borrosas. Ya verás cuando las enseñe en la oficina. No me digas mas, eres el cuidador del acuario ¿Cierto? – exclamó saliendo de aquel apuro con la primera excusa que se le ocurrió.
Mientras hacía algunas fotos de la criatura, miró con el rabillo del ojo el recorrido que había realizado desde el baño. Si, sus movimientos habían sido lentos y sigilosos, pero sus botas totalmente encharcadas sido lo suficientemente ruidosas como para despertar a aquella criatura.
- Son instantáneas, te daré una como recuerdo si quieres – continuó sobreactuando de forma lamentable mientras buscaba otro interruptor de la luz para volver la sala de nuevo a oscuras - ¡Guau! Aún no he entrado en el recinto y ya puedo estrenar el carrete.
Confiado, comenzó a moverse por el hall con paso pausado y grácil. Sabía que necesitaba cambiar de aspecto si quería presentarse al día siguiente en la puerta de aquel zoológico como un cliente más y, para eso, necesitaba adentrarse en la habitación de uno de los huéspedes del hostal. No era la mejor idea que había tenido en su vida, pero tampoco era la peor. Ahora bien ¿Qué sucedería si el huésped se despertaba en mitad de su inocente hurto? Mientras duda de su propio plan sus pasos se volvían más lentos, casi como si su subconsciente le estuviera diciendo que todo aquello era un enorme error.
“Me estoy jugando mi trabajo por unas estúpidas arañas que puede que ni tan siquiera se encuentren aquí ¿De verdad todo esto merece la pena? “– titubeó. Sin embargo, sus reflexiones se vieron interrumpidas por una voz que rompió el silencio de la noche. Algo o alguien había encendido la luz.
El corazón del agente palpitó desbocado, anhelando que todo aquello fuese un mal sueño. Sin embargo, en seguida se dio cuenta de que aquello era real. Un individuo de cabellos rojizos y desnudo de cintura para arriba lo estudiaba casi tan sorprendido como él. No fue hasta que se fijó en sus múltiples extremidades cuando se dio cuenta que en aquel encuentro informal no era él.
- Tú… tu debes de ser uno de de los empleados del zoologico ¿verdad? – inquirió mientras se llevaba la cámara fotográfica hacia su rostro y lo enfocaba con el objetivo – No te muevas, no quiero que las fotos salgan borrosas. Ya verás cuando las enseñe en la oficina. No me digas mas, eres el cuidador del acuario ¿Cierto? – exclamó saliendo de aquel apuro con la primera excusa que se le ocurrió.
Mientras hacía algunas fotos de la criatura, miró con el rabillo del ojo el recorrido que había realizado desde el baño. Si, sus movimientos habían sido lentos y sigilosos, pero sus botas totalmente encharcadas sido lo suficientemente ruidosas como para despertar a aquella criatura.
- Son instantáneas, te daré una como recuerdo si quieres – continuó sobreactuando de forma lamentable mientras buscaba otro interruptor de la luz para volver la sala de nuevo a oscuras - ¡Guau! Aún no he entrado en el recinto y ya puedo estrenar el carrete.
Kaito Takumi
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La lamentable presentación del agente hizo que Kaito dirigiese una mirada de incredulidad a su cocodrilo. El reptil casi pareció compartirla. Si se habían metido en una comedia, desde luego era de las malas. El pésimo espectáculo que estaba dando el turista le hizo cuestionar al ningyo la profesionalidad del gremio. Parecía como si ante él se encontrara el más patético de los ladrones. ¿Por qué tenía las botas mojadas?, se preguntó, aunque no halló una respuesta inmediata a aquella peculiar incógnita.
Lo más penoso de todo es que el fotógrafo, en vez de acercarse a él mientras le inmortalizaba con falso entusiasmo, se alejaba cada vez más y más buscando la seguridad de la escalera. Ocupado en sostener la farsa, ni se molestaba en coger las instantáneas que iba escupiendo su cámara al suelo. Tampoco prestaba atención a Suchu, aunque no es que hubiese podido ver al lagarto escondido bajo las mesas desde allí, y mucho menos con el ojo puesto en el objetivo.
—Tío, ¿en serio? –Parpadeó, el repentino cambio de luz que él mismo había provocado aún le escocía en los ojos—. ¿Pero es que no te das cuenta de que no hay por dónde coger esto? —comentó exasperado, ya tenía suficientes problemas.
Extendiendo su bichero en diagonal y hacia el suelo preparándose para el combate, sopesó correr hacia las mesas buscando la cobertura que su animal ya había sabido aprovechar. Si aquel mal actor iba armado, algo más que probable, necesitaría encontrar refugio lo antes posible. Estar delante de la puerta en el vacío recibidor era demasiado peligroso. Pensó cómo podía ganar unos valiosos segundos, y rápidamente encontró la respuesta en su mano. Decidió postergar el apagar las luces hasta que fuese el momento apropiado. Aún quedaban otras opciones aparte de luchar y huir.
—No hay razón para temerme —empezó a susurrar temiendo despertar a algún inquilino—, como tampoco la hay para que subas esas escaleras. ¿Qué pretendes hacer arriba? ¿Intentarás abrir una de las puertas para saltar por la ventana? ¿Buscarás refugio hasta que las cosas se calmen? —Todo pintaba que había robado algo, o que al menos lo había intentado— ¿Cuánto crees que tardará la posadera en llamar a la policía si te encuentra? Matarla sería un engorro —Hizo un mohín dejando que sus preguntas mellaran aún más la pobre moral del muchacho atrapado—. Pero… podrías coger e intentar abrir esta puerta principal con tus artes de ladrón e irte tranquilamente. No te haré nada.
Aquella sugerencia —aunque no creía capaz al torpe caco de abrir el pesado cerrojo— le permitiría escapar a él también. Pero, de repente, una duda se abrió camino a hachazos en su cerebro. Jenkins había mandado todas las patrullas a casa, ¿verdad?, temió. No se fiaba de que le hubiesen dejado sin vigilancia. Quizás el rubio todavía continuaba supervisando la puerta desde el final de la calle. Tras un par de segundos de incómodo silencio, continuó narrando las opciones que quedaban.
—O podrías salir por dónde has venido. O incluso podrías coger una de las llaves del cajetín —Se lo señaló con su arma para más inri—, subir descalzándote para no ir chapoteando sobre lo que parece ser tu propio sudor y esperar a mi señal mañana por la mañana para pasar totalmente desapercibido haciendo como que eres un turista que acaba de llegar a la ciudad sin malas intenciones. ¿Qué me dices?
Esperando a que el muchacho tomase una decisión, Kaito continuó preparando su cuerpo para las suyas. Aunque estaba dispuesto a pelear, prefería evitar una lucha innecesaria –como todo ser vivo—. Se quedó atento a sus movimientos, tenso. El hijo del mar sabía bien que aunque el hombre ante él solo había cometido tonterías y errores, aquello no significaba que no pudiese darle alguna sorpresa; no sería la primera vez que se encontraba con una criatura que jugaba con las apariencias. Era una estrategia de supervivencia útil, tanto o más como la asociación entre especies. Pero debía andarse con reos de plomo. Incluso si el humano frente a él aceptaba el trato, aún quedaría por ver la naturaleza de aquella relación.
¿Será simbiótica, de comensalismo o parasitaria?, pensó el húmedo amante de la naturaleza deseando evitar el conflicto. Desgraciadamente, tan solo podía escoger su papel.
Lo más penoso de todo es que el fotógrafo, en vez de acercarse a él mientras le inmortalizaba con falso entusiasmo, se alejaba cada vez más y más buscando la seguridad de la escalera. Ocupado en sostener la farsa, ni se molestaba en coger las instantáneas que iba escupiendo su cámara al suelo. Tampoco prestaba atención a Suchu, aunque no es que hubiese podido ver al lagarto escondido bajo las mesas desde allí, y mucho menos con el ojo puesto en el objetivo.
—Tío, ¿en serio? –Parpadeó, el repentino cambio de luz que él mismo había provocado aún le escocía en los ojos—. ¿Pero es que no te das cuenta de que no hay por dónde coger esto? —comentó exasperado, ya tenía suficientes problemas.
Extendiendo su bichero en diagonal y hacia el suelo preparándose para el combate, sopesó correr hacia las mesas buscando la cobertura que su animal ya había sabido aprovechar. Si aquel mal actor iba armado, algo más que probable, necesitaría encontrar refugio lo antes posible. Estar delante de la puerta en el vacío recibidor era demasiado peligroso. Pensó cómo podía ganar unos valiosos segundos, y rápidamente encontró la respuesta en su mano. Decidió postergar el apagar las luces hasta que fuese el momento apropiado. Aún quedaban otras opciones aparte de luchar y huir.
—No hay razón para temerme —empezó a susurrar temiendo despertar a algún inquilino—, como tampoco la hay para que subas esas escaleras. ¿Qué pretendes hacer arriba? ¿Intentarás abrir una de las puertas para saltar por la ventana? ¿Buscarás refugio hasta que las cosas se calmen? —Todo pintaba que había robado algo, o que al menos lo había intentado— ¿Cuánto crees que tardará la posadera en llamar a la policía si te encuentra? Matarla sería un engorro —Hizo un mohín dejando que sus preguntas mellaran aún más la pobre moral del muchacho atrapado—. Pero… podrías coger e intentar abrir esta puerta principal con tus artes de ladrón e irte tranquilamente. No te haré nada.
Aquella sugerencia —aunque no creía capaz al torpe caco de abrir el pesado cerrojo— le permitiría escapar a él también. Pero, de repente, una duda se abrió camino a hachazos en su cerebro. Jenkins había mandado todas las patrullas a casa, ¿verdad?, temió. No se fiaba de que le hubiesen dejado sin vigilancia. Quizás el rubio todavía continuaba supervisando la puerta desde el final de la calle. Tras un par de segundos de incómodo silencio, continuó narrando las opciones que quedaban.
—O podrías salir por dónde has venido. O incluso podrías coger una de las llaves del cajetín —Se lo señaló con su arma para más inri—, subir descalzándote para no ir chapoteando sobre lo que parece ser tu propio sudor y esperar a mi señal mañana por la mañana para pasar totalmente desapercibido haciendo como que eres un turista que acaba de llegar a la ciudad sin malas intenciones. ¿Qué me dices?
Esperando a que el muchacho tomase una decisión, Kaito continuó preparando su cuerpo para las suyas. Aunque estaba dispuesto a pelear, prefería evitar una lucha innecesaria –como todo ser vivo—. Se quedó atento a sus movimientos, tenso. El hijo del mar sabía bien que aunque el hombre ante él solo había cometido tonterías y errores, aquello no significaba que no pudiese darle alguna sorpresa; no sería la primera vez que se encontraba con una criatura que jugaba con las apariencias. Era una estrategia de supervivencia útil, tanto o más como la asociación entre especies. Pero debía andarse con reos de plomo. Incluso si el humano frente a él aceptaba el trato, aún quedaría por ver la naturaleza de aquella relación.
¿Será simbiótica, de comensalismo o parasitaria?, pensó el húmedo amante de la naturaleza deseando evitar el conflicto. Desgraciadamente, tan solo podía escoger su papel.
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El agente, cámara en mano, continuó sobreactuando de forma lamentable. Él ya lo sabía, pero ¿Qué más podía hacer? La Cipher Pol no estaba al tanto de sus actividades en Uzzle y no podía ir dejando un reguero de cadáveres cada vez que fuese descubierto. A fin de cuentas, seguía disfrutando de sus días de permiso. Si en Ennies Lobby se corría la voz de que se había ido de veraneo al West Blue a hacer de justiciero, prefería no imaginarse las consecuencias. Quizás, si caminase lo suficiente hacia otro interruptor, tendría la oportunidad de salir de allí de rositas. El gyojin que le había sorprendido iba armado, por lo que enseguida dedujo que se trataba del dueño del establecimiento. Y, aunque en un principio le contempló como un individuo hostil, enseguida se percató de que este lo veía como un simple bufón. Lejos de tratarle de una forma agresiva, este trató de interrogarle.
Sin embargo, al descubrir que no era el dueño, abortó su plan de escaquearse. No le quedaba más remedio que responder a sus preguntas. Al menos si quería que su pequeña intrusión no se hiciese pública y se armase un revuelo. Aunque aquel desconocido se mostró comprensivo y le hizo una oferta generosa, el agente no tenía la opción de elegir. Si salía afuera con el mismo aspecto que cuando había entrado, en seguida los guardias del zoológico darían con él.
- Pues, veras… Es algo complicado. No soy un ladrón, es la primera vez que hago algo así – comenzó a explicarse de forma atropellada – Tenía ganas de ir al baño y a estas horas todo está cerrado. Intenté mear en la fachada de ese caro zoológico, pero deben tener algún tipo de sensor anti-amoniaco porque enseguida dieron la voz de alarma y comenzaron a perseguirme. A perseguirme con puñeteros perros ¿Te lo puedes creer? Ya había pasado por esta calle en un par de ocasiones y sabía que una de las ventanas de atrás daban precisamente a unos aseos. Una cosa llevó a la otra y bueno… acabé colándome en el edificio. Con tan mala fortuna que, el viento cerró la ventana. Traté de abrirla de mil y una formas posibles, pero yo no soy cerrajero – matizó, como si aquello se tratase de una obviedad dada su peculiar apariencia – Dejémoslo en que, durante el proceso de abrir la ventana, se me rompió la camisa y se me mojó la ropa que llevaba puesta. Y claro, si no podía salir por la ventana, tan solo me quedaba salir al hall e intentarlo por la puerta… El resto creo que ya lo conoces.
Hizo entonces una pausa para tomar aire y miró al gyojin.
- Mi nombre es Dretch y, puesto que ahora vamos a ser compañeros de habitación ¿Tu no tendrás algo de mi talla verdad? – inquirió, con una sonrisa tan estúpida como su plan.
Sin embargo, al descubrir que no era el dueño, abortó su plan de escaquearse. No le quedaba más remedio que responder a sus preguntas. Al menos si quería que su pequeña intrusión no se hiciese pública y se armase un revuelo. Aunque aquel desconocido se mostró comprensivo y le hizo una oferta generosa, el agente no tenía la opción de elegir. Si salía afuera con el mismo aspecto que cuando había entrado, en seguida los guardias del zoológico darían con él.
- Pues, veras… Es algo complicado. No soy un ladrón, es la primera vez que hago algo así – comenzó a explicarse de forma atropellada – Tenía ganas de ir al baño y a estas horas todo está cerrado. Intenté mear en la fachada de ese caro zoológico, pero deben tener algún tipo de sensor anti-amoniaco porque enseguida dieron la voz de alarma y comenzaron a perseguirme. A perseguirme con puñeteros perros ¿Te lo puedes creer? Ya había pasado por esta calle en un par de ocasiones y sabía que una de las ventanas de atrás daban precisamente a unos aseos. Una cosa llevó a la otra y bueno… acabé colándome en el edificio. Con tan mala fortuna que, el viento cerró la ventana. Traté de abrirla de mil y una formas posibles, pero yo no soy cerrajero – matizó, como si aquello se tratase de una obviedad dada su peculiar apariencia – Dejémoslo en que, durante el proceso de abrir la ventana, se me rompió la camisa y se me mojó la ropa que llevaba puesta. Y claro, si no podía salir por la ventana, tan solo me quedaba salir al hall e intentarlo por la puerta… El resto creo que ya lo conoces.
Hizo entonces una pausa para tomar aire y miró al gyojin.
- Mi nombre es Dretch y, puesto que ahora vamos a ser compañeros de habitación ¿Tu no tendrás algo de mi talla verdad? – inquirió, con una sonrisa tan estúpida como su plan.
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El relato del muchacho, a pesar de ser tambaleante y medio cojo, se tenía en pie. No obstante, había ciertos puntos de la historia que no terminaban de convencer al sireno, y que, por desgracia, convertían la futura asociación en algo bastante peligroso para el pelirrojo.
El ningyo dio una larga y cansada respiración mientras diseccionaba los detalles que tanto le habían mosqueado. Si quería hallar las respuestas que venía buscando, debería mantener una actitud cordial hacia el intruso, por mucho que quisiese insultar su intelecto y su torpeza. Intentó permanecer en silencio, concentrándose en enumerar los puntos flacos de la explicación para luego explicárselos, o más bien espetárselos, uno a uno. Entonces, la última y estúpida pregunta le sacó demasiado de quicio. Kaito no era el tipo de las personas que se callaban las cosas.
—¿Aparte de retrasado eres ciego? ¿A ti te parece que lleve ropa? Pero tú que te…—Aunque no había conseguido morderse la lengua a tiempo, tampoco iba a dejarse llevar por su rabia.
El muchacho inspiró de nuevo y se clavó su lengua en la mejilla arrastrándose la mala baba que le caracterizaba. Luego, a medio calmarse, asintió.
—Vale. Vale, vale vale. Vale… No. Ni tengo ropa ni vas a compartir habitación conmigo, para eso ya está Suchu. —Señaló al cocodrilo con el bichero y luego apuntó a Dretch—. Y antes de que nos vayamos a dormir tranquila y apaciblemente, y antes de que vuelvas a cagarla, tengo unas preguntas.
Y después de eso, y con una cara muy seria, lanzó las cuestiones una a una esperando una respuesta mejor pensada que el atropellado cuento que había soltado el muchacho.
—¿Estás seguro de que tenían perros?
—¿Cómo puñetas te has roto la camisa abriendo una ventana?
—¿Y qué demonios has hecho para mojarte?
Y aquello ya le estaba comiendo el cerebro como una hambrienta carcoma.
Una vez le respondiese y, tras asegurarse de que aquellas respuestas tenían sentido, lógica y ninguna probabilidad de darles más problemas en el futuro –como el hecho de que les rastrearan por el olor—, solo haría una pregunta más.
—¿Qué te apetece de desayunar mañana? –dijo el asocial con la mejor de sus sonrisas. Entonces cayó en la cuenta—. Ah, y yo soy Kaito y este escamosito de aquí es Suchu.
Ya que tenía que ganarse su cordialidad si la asociación se efectuaba, y que la chica había dejado su habitación y casa abierta para parásitos como él, no venía mal disfrutar del lujo de trabajar en una cocina en condiciones.
Una vez hecho esto, daría todo por “terminado”, y esperaría que el muchacho aceptase su sugerencia y buscara refugio y cama en la parte superior. Luego, pasados unos minutos, pastorearía a su mascota hasta la casa “abandonada” mientras usaba su escaso mantra hasta rebañarlo para detectar posibles traiciones de última hora. Que quisiese ser su amigo no significaba que se fiara de él, y por eso cerró la puerta a cal y canto nada más entró y se aseguró de que todas las ventanas de la habitación okupada tuviesen el pestillo echado. Luego, se tumbó sobre las sábanas con su fiel cocodrilo bajo la cama como última medida de seguridad.
—Buenas noches, Suchito —dijo abrazado a su bichero.
El reptil vibró contestándole.
El ningyo dio una larga y cansada respiración mientras diseccionaba los detalles que tanto le habían mosqueado. Si quería hallar las respuestas que venía buscando, debería mantener una actitud cordial hacia el intruso, por mucho que quisiese insultar su intelecto y su torpeza. Intentó permanecer en silencio, concentrándose en enumerar los puntos flacos de la explicación para luego explicárselos, o más bien espetárselos, uno a uno. Entonces, la última y estúpida pregunta le sacó demasiado de quicio. Kaito no era el tipo de las personas que se callaban las cosas.
—¿Aparte de retrasado eres ciego? ¿A ti te parece que lleve ropa? Pero tú que te…—Aunque no había conseguido morderse la lengua a tiempo, tampoco iba a dejarse llevar por su rabia.
El muchacho inspiró de nuevo y se clavó su lengua en la mejilla arrastrándose la mala baba que le caracterizaba. Luego, a medio calmarse, asintió.
—Vale. Vale, vale vale. Vale… No. Ni tengo ropa ni vas a compartir habitación conmigo, para eso ya está Suchu. —Señaló al cocodrilo con el bichero y luego apuntó a Dretch—. Y antes de que nos vayamos a dormir tranquila y apaciblemente, y antes de que vuelvas a cagarla, tengo unas preguntas.
Y después de eso, y con una cara muy seria, lanzó las cuestiones una a una esperando una respuesta mejor pensada que el atropellado cuento que había soltado el muchacho.
—¿Estás seguro de que tenían perros?
Porque indudablemente le encontrarían de ser así.
—¿Cómo puñetas te has roto la camisa abriendo una ventana?
Porque aquello zumbaba en su cráneo como una mosca cojonera.
—¿Y qué demonios has hecho para mojarte?
Y aquello ya le estaba comiendo el cerebro como una hambrienta carcoma.
Una vez le respondiese y, tras asegurarse de que aquellas respuestas tenían sentido, lógica y ninguna probabilidad de darles más problemas en el futuro –como el hecho de que les rastrearan por el olor—, solo haría una pregunta más.
—¿Qué te apetece de desayunar mañana? –dijo el asocial con la mejor de sus sonrisas. Entonces cayó en la cuenta—. Ah, y yo soy Kaito y este escamosito de aquí es Suchu.
Ya que tenía que ganarse su cordialidad si la asociación se efectuaba, y que la chica había dejado su habitación y casa abierta para parásitos como él, no venía mal disfrutar del lujo de trabajar en una cocina en condiciones.
Una vez hecho esto, daría todo por “terminado”, y esperaría que el muchacho aceptase su sugerencia y buscara refugio y cama en la parte superior. Luego, pasados unos minutos, pastorearía a su mascota hasta la casa “abandonada” mientras usaba su escaso mantra hasta rebañarlo para detectar posibles traiciones de última hora. Que quisiese ser su amigo no significaba que se fiara de él, y por eso cerró la puerta a cal y canto nada más entró y se aseguró de que todas las ventanas de la habitación okupada tuviesen el pestillo echado. Luego, se tumbó sobre las sábanas con su fiel cocodrilo bajo la cama como última medida de seguridad.
—Buenas noches, Suchito —dijo abrazado a su bichero.
El reptil vibró contestándole.
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Mientras nuestros protagonistas, si puede llamarse así al peculiar dueto de extranjeros, continuaban sus quehaceres en la Raiz Truncada, las noticias llegaron por fin a los laboratorios de la isla.
Recién despertado y de mal humor, el delgado Dr Elm parpadeó un par de veces antes de volver a pulsar el botón conectado al den-den de emergencia. Su potente cerebro necesitaba un descanso acorde, e interrumpirlo tenía sus consecuencias para todos.
—¿¡Me estás diciendo que me despiertas en mitad de la noche para decirme que han intentado entrar en el zoo!? ¿Sabes cuantos borrachos intentan colarse semanalmente? –espetó el científico haciendo que el propio molusco se estremeciera de terror.
—Tiene toda la razón, señor, pero esta vez no hemos encontrado al culpable. De todas formas no le llamaba solo para señalar esta importante brecha en la seguridad –apuntó Jenkins señalando la inutilidad de su enemigo laboral—, sino para informarle de que hemos encontrado un... espécimen.
Un brote de curiosidad germinó en el cansado cerebro sembrado de odio. El molusco ladeó la cabeza y apretó los labios imitando el gesto de su amo.
—¿De qué clase?
—La que estábamos buscando. De hecho, creo que superará sus expectativas.
—¿De qué se trata?
—Le están mandando los datos a su terminal personal. Creo que una imagen vale más que mil palabras, y no quisiera seguir entreteniéndole.
—Bien. Le veré en la mañana, capitán.
Tras colgarle se tumbó en su cama, deseando dormirse. Pero una vez roto el embrujo del sueño y el cansancio con la promesa de un interesante estudio, no tardó en levantarse. Encendió su ordenador, y con los ojos entrecerrados y ardiendo por el contraste de la luz, buscó el nuevo informe entre los iconos de la pantalla. Accedió al correo interno y abrió el último documento adjunto. Sonrió.
Ahora sí que no podría dormir.
Recién despertado y de mal humor, el delgado Dr Elm parpadeó un par de veces antes de volver a pulsar el botón conectado al den-den de emergencia. Su potente cerebro necesitaba un descanso acorde, e interrumpirlo tenía sus consecuencias para todos.
—¿¡Me estás diciendo que me despiertas en mitad de la noche para decirme que han intentado entrar en el zoo!? ¿Sabes cuantos borrachos intentan colarse semanalmente? –espetó el científico haciendo que el propio molusco se estremeciera de terror.
—Tiene toda la razón, señor, pero esta vez no hemos encontrado al culpable. De todas formas no le llamaba solo para señalar esta importante brecha en la seguridad –apuntó Jenkins señalando la inutilidad de su enemigo laboral—, sino para informarle de que hemos encontrado un... espécimen.
Un brote de curiosidad germinó en el cansado cerebro sembrado de odio. El molusco ladeó la cabeza y apretó los labios imitando el gesto de su amo.
—¿De qué clase?
—La que estábamos buscando. De hecho, creo que superará sus expectativas.
—¿De qué se trata?
—Le están mandando los datos a su terminal personal. Creo que una imagen vale más que mil palabras, y no quisiera seguir entreteniéndole.
—Bien. Le veré en la mañana, capitán.
Tras colgarle se tumbó en su cama, deseando dormirse. Pero una vez roto el embrujo del sueño y el cansancio con la promesa de un interesante estudio, no tardó en levantarse. Encendió su ordenador, y con los ojos entrecerrados y ardiendo por el contraste de la luz, buscó el nuevo informe entre los iconos de la pantalla. Accedió al correo interno y abrió el último documento adjunto. Sonrió.
Ahora sí que no podría dormir.
- DR Elm:
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Pero en lugar de que las cosas fueran según lo planeado, o al menos según lo que Kaito había supuesto como el curso más lógico de acción –o alguno de la lista de los más probables-, el extraño ladrón corrió hacia la ventana de la habitación y la atravesó de un salto perdiéndose en la oscuridad.
El ruido de cristales rotos atrajo la atención de los guardias, que no tardaron en ir tras él acompañados por sus largos sabuesos-serpiente. Todo, mientras el pobre pulpo contemplaba con el rostro paralizado cómo se había quedado sin respuestas y con más problemas y preguntas de los que traía.
—¿Qué demonios pasa en esta isla?— se dijo el muchacho viendo como las sombras recortadas de hombres y criaturas iban desvaneciéndose en la noche.
—¡Pero qué demonios has hecho!— gritó la posadera tras bajar corriendo las escaleras.
Y así comenzó una larga discusión en la que no tardó en aparecer el capitán Jenkins. La noche se hizo larga para los tres, y el día siguiente más aún con las constantes preguntas del curioso pulpo. Tanto él como el líder de la isla se parecían, y esa innata conexión fruto de su amor por el conocimiento hizo que el único pago por la visita al zoo de extraños híbridos y el conocer a la maravillosa mente tras ellos fuera una simple muestra de sangre.
Al fin y al cabo, ¿para qué iba a viviseccionarle? A Elm jamás le había gustado mancharse las manos, y estaba seguro que aquel muchacho capaz de respirar bajo el agua podría serle muy útil en el futuro.
El ruido de cristales rotos atrajo la atención de los guardias, que no tardaron en ir tras él acompañados por sus largos sabuesos-serpiente. Todo, mientras el pobre pulpo contemplaba con el rostro paralizado cómo se había quedado sin respuestas y con más problemas y preguntas de los que traía.
—¿Qué demonios pasa en esta isla?— se dijo el muchacho viendo como las sombras recortadas de hombres y criaturas iban desvaneciéndose en la noche.
—¡Pero qué demonios has hecho!— gritó la posadera tras bajar corriendo las escaleras.
Y así comenzó una larga discusión en la que no tardó en aparecer el capitán Jenkins. La noche se hizo larga para los tres, y el día siguiente más aún con las constantes preguntas del curioso pulpo. Tanto él como el líder de la isla se parecían, y esa innata conexión fruto de su amor por el conocimiento hizo que el único pago por la visita al zoo de extraños híbridos y el conocer a la maravillosa mente tras ellos fuera una simple muestra de sangre.
Al fin y al cabo, ¿para qué iba a viviseccionarle? A Elm jamás le había gustado mancharse las manos, y estaba seguro que aquel muchacho capaz de respirar bajo el agua podría serle muy útil en el futuro.
- Fin:
- Me gusta dejar las cosas bien cerradas. Dretch está conforme
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- Misión de investigación interrumpida[Privado-Satsujin/Joseph/Break]
- Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito]
- [Misión común-West Blue] Material para la investigación
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