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¿Quién me envía a estos lugares? Dije con un tono de frustración. Era de noche y no había mucho que hacer realmente. Se suponía que contactaría con alguien en este lugar, sin embargo, tras un trago amargo tras haberme cancelado la cita por la tarde, no tenía mucho que hacer allí. Realmente era un ¿pueblo? pintoresco, aunque no podía decir mucho más.
Salí de la posada en mitad de la noche y comencé a caminar rumbo a la playa. Recordé los días en los que aún podía nadar y, realmente, no extrañaba mucho de ellos. Fuera ahora o antes, caía como martillo al fondo marino. Caminé por las calles casi desérticas de la isla. El olor a ganado era intenso por todos lados, y lo peor era que se mezclaba con los exquisitos aromas de los guisos que se hacía con su carne. En algún momento, calles antes de entrar al mar, un pequeño grupo de lobos comenzó a seguirme y a gruñir.
-¿Van a hacer esto?- pregunté, metiendo mis manos en los bolsillos de mi bata para buscar mis puños americanos. El primer lobo salió al ataque y, con mi electro, le di un fuerte golpe en el hocico. Cayó al suelo inconsiente y el resto huyó. No eran criaturas quiméricas ni zombis, por lo que por mucho que gruñeran, no me espantaban. Seguí mi camino hacia la playa, en donde noté algo extraño.
Sobre la arena, yacía un barco encallado, desde el cual se oían voces y se escuchaba el arrastre de objetos desde dentro. Quizás podría investigar un poco.
Salí de la posada en mitad de la noche y comencé a caminar rumbo a la playa. Recordé los días en los que aún podía nadar y, realmente, no extrañaba mucho de ellos. Fuera ahora o antes, caía como martillo al fondo marino. Caminé por las calles casi desérticas de la isla. El olor a ganado era intenso por todos lados, y lo peor era que se mezclaba con los exquisitos aromas de los guisos que se hacía con su carne. En algún momento, calles antes de entrar al mar, un pequeño grupo de lobos comenzó a seguirme y a gruñir.
-¿Van a hacer esto?- pregunté, metiendo mis manos en los bolsillos de mi bata para buscar mis puños americanos. El primer lobo salió al ataque y, con mi electro, le di un fuerte golpe en el hocico. Cayó al suelo inconsiente y el resto huyó. No eran criaturas quiméricas ni zombis, por lo que por mucho que gruñeran, no me espantaban. Seguí mi camino hacia la playa, en donde noté algo extraño.
Sobre la arena, yacía un barco encallado, desde el cual se oían voces y se escuchaba el arrastre de objetos desde dentro. Quizás podría investigar un poco.
Kaito Takumi
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Kaito conocía la isla de Lavengre porque su tía siempre se jactaba de que la carne de sus reses estaba sobrevalorada – al menos con respecto a la de su granja de hipopótamos-; desgraciadamente, no sabía que había llegado a ella.
Atracando su barco en una apartada cala del este de la isla, el sireno oteó el terreno antes de atreverse a tomar una decisión. Las montañas frente a él le tapaban la mayor- y más importante- parte de la isla, y lo que alcanzaba ver de estepas y pequeños bosques no parecía demasiado alentador para llevar a su torpe mascota.
-Suchu, quédate vigilando, vuelvo pronto- le dijo al cocodrilo marino que dormitaba en la desgastada madera de la barcaza.
El reptil no le contestó, pero abrió un ojo antes de volver a cerrarlo dándole a entender que le había oído. Con las manos en las caderas, el pelirrojo se dio la vuelta y dijo con tono de reproche:
-Claro, como ya tienes el estómago lleno y los dientes limpitos pasas de mí; qué interesadillo eres- Con un amplio movimiento de cola, el lagarto golpeó la madera del barco quejándose de que su dueño no le dejara conciliar el sueño-. Ya me voy, ya me voy… sieso.
Con la intención de tener una mejor vista de la isla, el hijo del mar comenzó a ascender las montañas bajo la protección de la luna y de su fiel bichero. Rodeando el cerro hacia el sur, y sin intención ninguna de llegar a la cima, pronto llegó a divisar las luces de la ciudad al oeste tras el abrupto terreno. Estaba lejos, más de lo que se atrevía a separarse de la seguridad que le ofrecía el mar. Tenía que encontrar otro modo de llegar hasta allí por el bien de sus tentáculos, que estaban hartos ya de sostener desnudos su peso sobre el afilado pedregal.
Kaito entrecerró los ojos y fijó su vista en el bosque del sur y las playas tras este… Entonces escuchó los aullidos que había traído el viento. “Volveré al barco y rodearé la isla”, pensó sin gana ninguna de que se lo comieran las fieras aquella noche - ni ninguna otra-. Poniendo ventosas en polvorosa volvió a la barca de pantano rápidamente sin importarle mucho las protestas de su saurio en contra del ruidoso motor.
Atracando su barco en una apartada cala del este de la isla, el sireno oteó el terreno antes de atreverse a tomar una decisión. Las montañas frente a él le tapaban la mayor- y más importante- parte de la isla, y lo que alcanzaba ver de estepas y pequeños bosques no parecía demasiado alentador para llevar a su torpe mascota.
-Suchu, quédate vigilando, vuelvo pronto- le dijo al cocodrilo marino que dormitaba en la desgastada madera de la barcaza.
El reptil no le contestó, pero abrió un ojo antes de volver a cerrarlo dándole a entender que le había oído. Con las manos en las caderas, el pelirrojo se dio la vuelta y dijo con tono de reproche:
-Claro, como ya tienes el estómago lleno y los dientes limpitos pasas de mí; qué interesadillo eres- Con un amplio movimiento de cola, el lagarto golpeó la madera del barco quejándose de que su dueño no le dejara conciliar el sueño-. Ya me voy, ya me voy… sieso.
Con la intención de tener una mejor vista de la isla, el hijo del mar comenzó a ascender las montañas bajo la protección de la luna y de su fiel bichero. Rodeando el cerro hacia el sur, y sin intención ninguna de llegar a la cima, pronto llegó a divisar las luces de la ciudad al oeste tras el abrupto terreno. Estaba lejos, más de lo que se atrevía a separarse de la seguridad que le ofrecía el mar. Tenía que encontrar otro modo de llegar hasta allí por el bien de sus tentáculos, que estaban hartos ya de sostener desnudos su peso sobre el afilado pedregal.
Kaito entrecerró los ojos y fijó su vista en el bosque del sur y las playas tras este… Entonces escuchó los aullidos que había traído el viento. “Volveré al barco y rodearé la isla”, pensó sin gana ninguna de que se lo comieran las fieras aquella noche - ni ninguna otra-. Poniendo ventosas en polvorosa volvió a la barca de pantano rápidamente sin importarle mucho las protestas de su saurio en contra del ruidoso motor.
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No había mucha actividad alrededor, simplemente se escuchaban cosas pero, fuera del barco, no se veía nada. Me acerqué al casco y, como pude, trepé para asomarme de ventana en ventana, hasta ver un grupo de hombres que arrastraban algunas jaulas y parecían estar bastante exhaustos.
-El barco está encallado ¿ahora cómo nos llevaremos las vacas?- cuestionaba un pirata musculoso cuya piel yacía curtida por la sal del mar, a una figura enorme con una capucha hecha de piel de lobo.
-¿Quieres que haga todo el trabajo? Haragán sin vergüenza- dijo el tipo de la capucha, dándole un golpe a su subordinado- ni joyas, ni dinero ni oro... simplemente unas reces y ni eso podemos hacer.
Enseguida echó a andar mi imaginación. Normalmente pasaría de esta gente, pero ¿que más daba? Quería un poco de entretenimiento. Podría robarles lo que tuvieran y, de tener suerte, enviarlos sin un duro a prisión.
-Jefe- dijo un grandulón rapado con voz boba- hay una cabra en la ventana.
-Deja a la cabra en paz, ahora, tenemos que seguir el plan. Robar algún barco o algo similar para empujar este cascarón al agua y, una vez allí, robar el ganado que podamos y salir de allí ¿alguna duda?
-Señor "Lobo"- dijo otro pirata- ¿y que haremos con los lugareños?
-De eso no hay problema. Diremos que "viene el lobo" y éstos huirán.
-Eso suena estúpido- dije desde la ventana.
-¿Ve? Hasta la cabra tiene razón... un momento... ehmm...
Cuando voltearon, yo ya no estaba allí. Si haría algo necesitaría de ayuda. Bajé del casco y me puse a andar por la playa, en espera de encontrar algo para ayudarme en mi pasatiempo.
-El barco está encallado ¿ahora cómo nos llevaremos las vacas?- cuestionaba un pirata musculoso cuya piel yacía curtida por la sal del mar, a una figura enorme con una capucha hecha de piel de lobo.
-¿Quieres que haga todo el trabajo? Haragán sin vergüenza- dijo el tipo de la capucha, dándole un golpe a su subordinado- ni joyas, ni dinero ni oro... simplemente unas reces y ni eso podemos hacer.
Enseguida echó a andar mi imaginación. Normalmente pasaría de esta gente, pero ¿que más daba? Quería un poco de entretenimiento. Podría robarles lo que tuvieran y, de tener suerte, enviarlos sin un duro a prisión.
-Jefe- dijo un grandulón rapado con voz boba- hay una cabra en la ventana.
-Deja a la cabra en paz, ahora, tenemos que seguir el plan. Robar algún barco o algo similar para empujar este cascarón al agua y, una vez allí, robar el ganado que podamos y salir de allí ¿alguna duda?
-Señor "Lobo"- dijo otro pirata- ¿y que haremos con los lugareños?
-De eso no hay problema. Diremos que "viene el lobo" y éstos huirán.
-Eso suena estúpido- dije desde la ventana.
-¿Ve? Hasta la cabra tiene razón... un momento... ehmm...
Cuando voltearon, yo ya no estaba allí. Si haría algo necesitaría de ayuda. Bajé del casco y me puse a andar por la playa, en espera de encontrar algo para ayudarme en mi pasatiempo.
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El mar estaba en calma, pero el corazón de Kaito aún estaba lleno de temor. Recordaba cómo casi todos los cuentos de la biblioteca de su hermano tenían como villano al lobo. Grandes, malos y de apetito voraz, la imagen de la ficción se había unido al conocimiento enciclopédico del animal, instándole a abandonar inmediatamente aquella tierra en la noche de cacería. Ahora estaba a salvo, o al menos bastante más seguro.
Suchu se había arrastrado hasta la proa harto de las molestas vibraciones del motor, y a base de más golpetazos de cola había dejado patente su enfado en el escaso mobiliario del maltrecho navío. Su dueño pensó en reprocharle, pero prefería poner toda su atención en llevar el barco a la playa que divisó desde el montículo. Con la tenue luz de la luna y el irregular empuje del oxidado motor, Kaito debía ir con tentáculos de plomo para no acabar estrellándose contra alguna rocaya, más peligrosas durante la marea baja en la que navegaba.
Minutos después, tras bordear la costa que daba al bosque más oriental, el sireno llegó a la larga playa que le separaba de la ciudad de Lavengre. Sin querer pagar posibles tasas del puerto, decidió bajar la pesada ancla a nado, asegurándola al fondo marino sin perturbar el bioma local.
Luego, desde la superficie y en silencio, echó un último vistazo a la isla que quería visitar el día siguiente. Pero el plateado resplandor de algo – o más bien alguien- caminando por la playa, le hizo cambiar de opinión. Iría a ver de qué demonios hacía alguien vestido de blanco dando un paseo nocturno en una isla con depredadores. “¿Quién en su sano juicio se convertiría en una presa tan fácil?”, pensó nadando hacia la costa para tener una mejor perspectiva de aquel ser que carecía de todo sentido común.
Permaneció oculto, a ras del amparo de las suaves olas mientras hacía girar en bichero en sus manos con anticipación. Desde luego aquella criatura era muy interesante… incluso apetitosa. Tanto era así que la presencia de los humanos que salían del barco encallado y los mugidos procedentes del mismo no eran más que molestas distracciones de la disección mental que realizaba del espécimen.
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Seguí caminando por la costa, esperando ver algo. Esos piratas estarían allí un rato aún y ya no tenía sueño, debido a haber dormido en el barco de camino hacia esta isla. Pateé un cangrejo.
-Cuando los capture, podría quedarme con alguno para hacer experimentos... si, crear una "quimera" no haría daño a nadie- dije sin darme cuenta de que, poco a poco, me volvía a dirigir hacia la manada de lobos. Aquellas bestias, sedientas de sangre y frustradas por no conseguir alimento ese día, comenzaron a rodearme y a gruñir. Intenté seguir avanzando de frente, pero comenzaron a lanzárseme al ataque.
Con mi electro, cubriendo mi cuerpo y generando un aspecto brillante, comencé a golpear rápidamente a aquellas bestias, interceptando sus fauces con mis puños americanos, rompiendo algunos dientes con mis puños de metal cargados en electricidad. Finalmente, a uno que intentó escapar, lo sujeté del cuello y, con mi luz lunar, hice que el agua dentro de él comenzara a agitarse. Actualmente, podría hacer que un vaso de agua se quebrase, con un efecto poco menor en un cuerpo, pero lo suficiente como para que varios de sus vasos sanguíneos se rompieran y dejaran en su cuello un gran hematoma. Lo arrojé hacia la arena.
-Malditas bestias- dije con coraje- creen que soy de granja.
Sin embargo, el sonido del ataque atrajo a un rival un poco más peligroso. Se trataba de un centinela pirata, de la banda de "Lobo", quien se me acercó con un sable en mano.
-¿Que estás haciendo en este lugar?- me reclamó.
-Te podría preguntar lo mismo. Cazando lobos ¿y tu?- le dije con un tono sarcástico y con una sonrisa maliciosa en la boca. Estaría al pendiente de lo que fuera a hacer y cómo reaccionaría el pirata ante esta situación.
-Cuando los capture, podría quedarme con alguno para hacer experimentos... si, crear una "quimera" no haría daño a nadie- dije sin darme cuenta de que, poco a poco, me volvía a dirigir hacia la manada de lobos. Aquellas bestias, sedientas de sangre y frustradas por no conseguir alimento ese día, comenzaron a rodearme y a gruñir. Intenté seguir avanzando de frente, pero comenzaron a lanzárseme al ataque.
Con mi electro, cubriendo mi cuerpo y generando un aspecto brillante, comencé a golpear rápidamente a aquellas bestias, interceptando sus fauces con mis puños americanos, rompiendo algunos dientes con mis puños de metal cargados en electricidad. Finalmente, a uno que intentó escapar, lo sujeté del cuello y, con mi luz lunar, hice que el agua dentro de él comenzara a agitarse. Actualmente, podría hacer que un vaso de agua se quebrase, con un efecto poco menor en un cuerpo, pero lo suficiente como para que varios de sus vasos sanguíneos se rompieran y dejaran en su cuello un gran hematoma. Lo arrojé hacia la arena.
-Malditas bestias- dije con coraje- creen que soy de granja.
Sin embargo, el sonido del ataque atrajo a un rival un poco más peligroso. Se trataba de un centinela pirata, de la banda de "Lobo", quien se me acercó con un sable en mano.
-¿Que estás haciendo en este lugar?- me reclamó.
-Te podría preguntar lo mismo. Cazando lobos ¿y tu?- le dije con un tono sarcástico y con una sonrisa maliciosa en la boca. Estaría al pendiente de lo que fuera a hacer y cómo reaccionaría el pirata ante esta situación.
Kaito Takumi
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La pelea entre los lobos y el caminante blanco resultó bastante instructiva. Las bestias, mucho más pequeñas de lo que Kaito se esperaba de las leyendas, realizaban ataques poco cordinados, torpes y ansiosos. Además, presentaban bastantes diferencias del referente enciclopédico que recordaba el sireno, teniendo una extraña deformidad de sus colas: una ampliación ósea con aspecto de hacha cuyo origen y utilidad le resultaba cuanto menos incierto.
"Quizás sea un órgano de pavoneo", meditó el joven con aspiraciones a biólogo recordando otras marcas, cuernos y protuberancias que exhibían los machos de otras especies. “O quizás una ventaja para el combate y la caza”, aquel razonamiento de la ventaja biológica de la separación de trabajos por sexos fue interrumpido por una grata sorpresa. La criatura ataviada con la bata de laboratorio comenzó a brillar y el chisporroteo eléctrico que manó de ella dominó sobre el susurro de la marea baja. Los gañidos de dolor de los cánidos heridos y el desplome del pobre animal que había agarrado por el cuello fueron los últimos sonidos que emitieron las bestias antes de huir dejando el cuerpo atrás.
Sediento de conocimiento, Kaito aprovechó la distracción del vulgar homínido armado para acercarse más a la playa. Con un poco de suerte, y si seguía moviéndose al ritmo de las olas, sería capaz de hacerse con el cadáver del lobo, así como de un mejor punto de vista para la siguiente batalla de la que, desde luego, no quería formar parte. Al menos no aún; no hasta que el cansancio de aquel electrizante cornudo fuese patente en su postura, respiración y tono.
Bichero al hombro y en completo silencio, el sombrío sireno rodeó la escena por el agua a la espera del siguiente movimiento de los luchadores. Ahora podía verles bien, y aunque la fuerza y postura del bucanero eran dignas de admiración, toda la de Kaito estaba puesta sobre el peludo cuerpo del hombre-cabra.
"Los mink, después de todo, no son solo cuentos", pensó extasiado con la boca hecha agua.
"Quizás sea un órgano de pavoneo", meditó el joven con aspiraciones a biólogo recordando otras marcas, cuernos y protuberancias que exhibían los machos de otras especies. “O quizás una ventaja para el combate y la caza”, aquel razonamiento de la ventaja biológica de la separación de trabajos por sexos fue interrumpido por una grata sorpresa. La criatura ataviada con la bata de laboratorio comenzó a brillar y el chisporroteo eléctrico que manó de ella dominó sobre el susurro de la marea baja. Los gañidos de dolor de los cánidos heridos y el desplome del pobre animal que había agarrado por el cuello fueron los últimos sonidos que emitieron las bestias antes de huir dejando el cuerpo atrás.
Sediento de conocimiento, Kaito aprovechó la distracción del vulgar homínido armado para acercarse más a la playa. Con un poco de suerte, y si seguía moviéndose al ritmo de las olas, sería capaz de hacerse con el cadáver del lobo, así como de un mejor punto de vista para la siguiente batalla de la que, desde luego, no quería formar parte. Al menos no aún; no hasta que el cansancio de aquel electrizante cornudo fuese patente en su postura, respiración y tono.
Bichero al hombro y en completo silencio, el sombrío sireno rodeó la escena por el agua a la espera del siguiente movimiento de los luchadores. Ahora podía verles bien, y aunque la fuerza y postura del bucanero eran dignas de admiración, toda la de Kaito estaba puesta sobre el peludo cuerpo del hombre-cabra.
"Los mink, después de todo, no son solo cuentos", pensó extasiado con la boca hecha agua.
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Aquél hombre parecía realmente molesto. Por alguna razón, el simple hecho de no estar siquiera cerca del barco le hacía rabiar. O quizás era mi exceso de confianza y la forma de mi respuesta. Me apuntó con su sable.
-Te lo vuelvo a preguntar ¿que haces aquí?- exclamó.
-Cazando lobos ¿no conocerás algún "Lobo"?- le dije, sorprendiéndolo. Por unos instantes dudó qué hacer pero, finalmente, arremetió al ataque. Consideraba que era una amenaza para su jefe, por lo tanto, debía hacerme frente.
Esquivé el primer golpe de su sable y, el segundo, chocó contra mis puños americanos, los cuales estaban cargados de mi electro, haciendo que rápidamente tomara distancia.
-Un cerebro desperdiciado. Que mal- dije con tono malicioso. Dejé que volviera a atacar, esta vez bloqueándolo desde el principio para, luego, sujetarlo de la muñeca de la mano con que sostenía su arma y, con mi luz lunar, hacer que sus fluidos vibraran de manera dolorosa. Si bien los efectos eran menores en un cuerpo, una fuerza capaz de hacer estallar un vaso de agua seguían siendo, cuando menos, dolorosos. Luego, con una mano tapé su boca e hice lo mismo. Lo arrojé a la arena.
No juegues conmigo- dijo, sacando sacando su pistola. En ese momento, con mi haki de observación, logré golpear la mano antes de que este me apuntara, para darle otro golpe en en rostro, con mi puño cargado.
-Me lo estaba tomando con calma- le dije con mi mirada siniestra.
-Lobo... él es mucho más fuerte... él acabará contigo- dijo el pirata antes de perder el conocimiento.
Si la playa tenía a más gente como él, era mejor estar alerta. Usaría en poco mi haki de observación para ver si había "algo" más cerca de mí.
*Off rol* Siento no responder rápido. Eh estado bastante ocupado en cosas personales pero seguiré tratando de responder al menos una vez al día*
-Te lo vuelvo a preguntar ¿que haces aquí?- exclamó.
-Cazando lobos ¿no conocerás algún "Lobo"?- le dije, sorprendiéndolo. Por unos instantes dudó qué hacer pero, finalmente, arremetió al ataque. Consideraba que era una amenaza para su jefe, por lo tanto, debía hacerme frente.
Esquivé el primer golpe de su sable y, el segundo, chocó contra mis puños americanos, los cuales estaban cargados de mi electro, haciendo que rápidamente tomara distancia.
-Un cerebro desperdiciado. Que mal- dije con tono malicioso. Dejé que volviera a atacar, esta vez bloqueándolo desde el principio para, luego, sujetarlo de la muñeca de la mano con que sostenía su arma y, con mi luz lunar, hacer que sus fluidos vibraran de manera dolorosa. Si bien los efectos eran menores en un cuerpo, una fuerza capaz de hacer estallar un vaso de agua seguían siendo, cuando menos, dolorosos. Luego, con una mano tapé su boca e hice lo mismo. Lo arrojé a la arena.
No juegues conmigo- dijo, sacando sacando su pistola. En ese momento, con mi haki de observación, logré golpear la mano antes de que este me apuntara, para darle otro golpe en en rostro, con mi puño cargado.
-Me lo estaba tomando con calma- le dije con mi mirada siniestra.
-Lobo... él es mucho más fuerte... él acabará contigo- dijo el pirata antes de perder el conocimiento.
Si la playa tenía a más gente como él, era mejor estar alerta. Usaría en poco mi haki de observación para ver si había "algo" más cerca de mí.
*Off rol* Siento no responder rápido. Eh estado bastante ocupado en cosas personales pero seguiré tratando de responder al menos una vez al día*
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Atento a la corta lucha, Kaito teorizaba sobre cuáles podían ser los orígenes de aquel extraño poder. A diferencia de las anguilas eléctricas, que realmente son peces cuchillo, la raíz de aquel poder no parecía ser muscular. Dentro de los peces no es del todo anormal tener la capacidad de generar corrientes ampéricas mediante espasmos musculares, pero a Kaito no le pareció que aquel hombre cabra se hubiese tensado antes de descargarse. Eliminando la hipótesis de los cientos de músculos apilados para generar el voltaje, comenzó a darle vueltas a la posibilidad de la acumulación de energía estática a través del pelo.
Mientras su mente estaba ocupada en intentar destapar aquel misterio, su cuerpo comenzó a moverse por instinto y práctica. Lentamente y en sigilo, llegó hasta la preciada presa. Hacía mucho que no cogía un cadáver tan grande, del tamaño de un perro adulto, pero bien sabía que aquel profundo hematoma en el cuello de la criatura pronto echaría a perder la carne si no se trataba a tiempo.
Catatónico, el lobo luchaba por dar su siguiente estertor. La yugular había explotado abriéndose a la tráquea, provocando que el animal se esforzara en vomitar el fluido carmesí que le empapaba los pulmones. Con la punta de su bichero, Kaito atravesó la carne del animal de un único golpe dando un rápido escape a la terrible hemorragia. El animal moriría pronto, y la desesperación y la asfixia serían los últimos pensamientos que recorrerían su primitivo cerebro.
“Lo que sí está claro es que parece canalizarlo para potenciar sus golpes. ¿Serán su pelo o su carne aislantes eléctricos, o bien solo es inmune a la energía allá donde esté canalizada?” . Realizándose tantas preguntas sobre el mink, se olvidó de plantearse una bastante más importante. Se colgó el lobo al hombro aguantándolo por el “mango”, la parte del rabo que precedía al hueso en forma de hacha, y sintió la sangre caer sobre su cadera recorriendo sus tentáculos como un pegajoso y cálido arrollo. En el instante en el que enrroscó uno de sus reos sobre el cuello de la bestia para evitar posibles mordidas espasmódicas, la terrible cuestión se hizo hueco entre las teorías bioeléctricas.
“¿Cómo ha causado una hemorragia desde dentro?”. La herida que había visto, y a la que no había prestado atención hasta ese momento, no parecía fruto del impacto, ni mucho menos de la corriente. Por fortuna o por desgracia, fue en aquel instante en el que el caprino se dio cuenta de su presencia.
Sin querer más problemas de los necesarios, Kaito hizo lo que debe hacer cualquier campista que se introduce en el territorio de un depredador al que no quiere enfrentar: ruido. Así es, por extraño que resulte.
-¡¿Qué fresquita está la noche, no!?- dijo el ningyo sin preocuparle que aquella velada hediera a muerte. Intentaría mantener los cinco metros que les separaban, retrocediendo al mismo ritmo al que su contrincante avanzara si es que decidía hacerlo.
A pesar de que había salteado aquellas cortas luchas con sus chispazos, esto no parecía repercutir en el físico del mink, y eso le hacía a Kaito ser más prudente que de costumbre. Al fin y al cabo, ¿quién quiere tener un enemigo poderoso…?
Mientras su mente estaba ocupada en intentar destapar aquel misterio, su cuerpo comenzó a moverse por instinto y práctica. Lentamente y en sigilo, llegó hasta la preciada presa. Hacía mucho que no cogía un cadáver tan grande, del tamaño de un perro adulto, pero bien sabía que aquel profundo hematoma en el cuello de la criatura pronto echaría a perder la carne si no se trataba a tiempo.
Catatónico, el lobo luchaba por dar su siguiente estertor. La yugular había explotado abriéndose a la tráquea, provocando que el animal se esforzara en vomitar el fluido carmesí que le empapaba los pulmones. Con la punta de su bichero, Kaito atravesó la carne del animal de un único golpe dando un rápido escape a la terrible hemorragia. El animal moriría pronto, y la desesperación y la asfixia serían los últimos pensamientos que recorrerían su primitivo cerebro.
“Lo que sí está claro es que parece canalizarlo para potenciar sus golpes. ¿Serán su pelo o su carne aislantes eléctricos, o bien solo es inmune a la energía allá donde esté canalizada?” . Realizándose tantas preguntas sobre el mink, se olvidó de plantearse una bastante más importante. Se colgó el lobo al hombro aguantándolo por el “mango”, la parte del rabo que precedía al hueso en forma de hacha, y sintió la sangre caer sobre su cadera recorriendo sus tentáculos como un pegajoso y cálido arrollo. En el instante en el que enrroscó uno de sus reos sobre el cuello de la bestia para evitar posibles mordidas espasmódicas, la terrible cuestión se hizo hueco entre las teorías bioeléctricas.
“¿Cómo ha causado una hemorragia desde dentro?”. La herida que había visto, y a la que no había prestado atención hasta ese momento, no parecía fruto del impacto, ni mucho menos de la corriente. Por fortuna o por desgracia, fue en aquel instante en el que el caprino se dio cuenta de su presencia.
Sin querer más problemas de los necesarios, Kaito hizo lo que debe hacer cualquier campista que se introduce en el territorio de un depredador al que no quiere enfrentar: ruido. Así es, por extraño que resulte.
-¡¿Qué fresquita está la noche, no!?- dijo el ningyo sin preocuparle que aquella velada hediera a muerte. Intentaría mantener los cinco metros que les separaban, retrocediendo al mismo ritmo al que su contrincante avanzara si es que decidía hacerlo.
A pesar de que había salteado aquellas cortas luchas con sus chispazos, esto no parecía repercutir en el físico del mink, y eso le hacía a Kaito ser más prudente que de costumbre. Al fin y al cabo, ¿quién quiere tener un enemigo poderoso…?
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Vaya, se había hecho presente el chico pulpo. Observé con curiosidad aquel ser que, de pronto, apareció. Su sigilo, combinado con el hecho de que me había mantenido distraído durante los combates, me tomaron por sorpresa, hasta el punto de verlo a escasos cinco metros de mí.
-Si, hoy la caza ha sido buena- traté de decir con soltura. No parecía agresivo, simplemente parecía querer aprovechar la oportunidad para llevarse aquel lobo que había "matado". Al menos eso creí, pues yacía agónico sobre su espalda. Sin embargo, pese a la sorpresa, aún podía sacar algo bueno de esto, como siempre lo hacía.
-Si quieres un "lobo" enorme y jugoso, hay un "negocio" que quizás te interese- dije con soltura, gesticulando con las manos, dejando ver que no estaba plan de atacar- se trata de un barco por aquí cerca. Podríamos, no se, saquear lo que hay dentro y repartirnos el botín.
Mientras hablaba, analizaba el porte y el aspecto del chico pulpo. Su presencia parecía normal, pero no me confiaría. Por su sigilo, podría tratarse de un cazador o, peor aún... de un asesino. Por otro lado, con mi pie iluminado en luz lunar, pisé la cabeza del pirata que yacía inconciente, destrozando los vasos sanguíneos de su cabeza mediante las vibraciones.
-¿Que dices?- le dije y, luego, le extendí la mano- por cierto, mi nombre es Raviel Mengele...
-Si, hoy la caza ha sido buena- traté de decir con soltura. No parecía agresivo, simplemente parecía querer aprovechar la oportunidad para llevarse aquel lobo que había "matado". Al menos eso creí, pues yacía agónico sobre su espalda. Sin embargo, pese a la sorpresa, aún podía sacar algo bueno de esto, como siempre lo hacía.
-Si quieres un "lobo" enorme y jugoso, hay un "negocio" que quizás te interese- dije con soltura, gesticulando con las manos, dejando ver que no estaba plan de atacar- se trata de un barco por aquí cerca. Podríamos, no se, saquear lo que hay dentro y repartirnos el botín.
Mientras hablaba, analizaba el porte y el aspecto del chico pulpo. Su presencia parecía normal, pero no me confiaría. Por su sigilo, podría tratarse de un cazador o, peor aún... de un asesino. Por otro lado, con mi pie iluminado en luz lunar, pisé la cabeza del pirata que yacía inconciente, destrozando los vasos sanguíneos de su cabeza mediante las vibraciones.
-¿Que dices?- le dije y, luego, le extendí la mano- por cierto, mi nombre es Raviel Mengele...
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El caminante blanco comenzó a hablar y Kaito se quedó a escucharle, oírle, y verle bien. El ningyo observaba cómo la mandíbula del mink se movía arriba y abajo para emitir sonidos y cómo su garganta se distendía, casi imperceptiblemente para darles entonación. Aquello no tenía nada de especial, pero al ser la primera vez que tenía el placer de encontrarse un mink, cada detalle era un delicioso bocado para su curiosidad e intelecto.
Bípedo y polidáctilo, al menos para su ascendencia genética, las semejanzas con las cabras parecían limitarse a su epidermis y testa, aunque claro, el veterinario no había tenido la oportunidad de realizar un análisis más a fondo. Era obvio que era un hombre civilizado, aunque la posibilidad de que tuviera título aparte de la bata le importaba más bien poco al hombre-pulpo, casi lo mismo que lo que le estaba proponiendo.
En cambio, el silencioso aplastamiento de la cabeza del pobre desgraciado que había intentado atacarle le resultó muy interesante. No había chisporroteo, ninguno, solo el silencio y el lento fluir de la sangre por los orificios. La intensidad de la luz era diferente, pero Kaito no pudo discernir si era del mismo cáliz que el de los golpes anteriores. Dejando a su acompañante terminar, Kaito dedicó un ceño fruncido a la mano que se le ofrecía.
-¿Crees que te voy a dar la mano cuando he visto lo que haces con ellas? ¿Es que te parezco gilipollas o qué? - comentó con desprecio, susurrando para no llamar más atenciones indeseadas-. Aunque la idea de saqueo no está mal, habrá que hacerse unas preguntas antes de que se nos acabe el tiempo. Primero, ¿qué hacen esos tipos fuera del puerto? El hecho que sea de noche, que vayan armados y hayan salido en vez de protegerse contra los lobos nos revela que no conocen esta isla y/o que probablemente no tengan buenas relaciones con la ciudad, pues es de tontos no guarecerse en el puerto. ¿Criminales? Claro, y seguro que están armados. ¿Cuántos? - El sireno dedicó unos segundos a observar el plateado perfil de la lejana embarcación encallada-. Es un barco mediano, por lo que necesita de al menos tres personas para navegar… Solo han enviado a uno, lo que es un error de novatos cuando normalmente se vigila por parejas, así que deben de ser unos cinco: cuatro imbéciles, ahora tres- apuntó señalando con su bichero al cadáver-, y un líder que desde luego no va a salir a vigilar porque es el puto jefe. Tenemos un máximo de cinco minutos hasta que salgan en tropel todos para ver qué puñetas ha pasado una vez se den cuenta de que no pueden hacer nada para poner el barco en marcha hasta dentro de…- Recordó notar unos seis pies de arena de grava húmeda cuando atravesaba el rompeolas, y podía ver otros tres a la luz del cuarto creciente-…una hora, o dos como mucho, que suba la marea. Por no mencionar que la jauría podría volver, con muchos más miembros de los que tenía.
Tras el análisis de las circustancias, Kaito jugueteó con su bichero haciendo girar su muñeca dándole tantas vueltas como a la situación. No solo la idea del dimorfismo sexual del lobo de la isla se había ido al traste, cosa que razonó al no notar presionado en su contra ningún miembro del animal que llevaba al hombro, sino que además había una complicación más con la bestia. Tan grave era aquel problema que le hizo replantearse su primera decisión, que era el huir de un conflicto que desde luego no era de su incumbencia. “Pues no me queda otra”, pensó el pelirrojo admitiendo su desdicha.
-Muy bien, Raviel, te echaré una mano. –"O más bien un tentáculo".
En lugar de dirigirse hacia el barco directamente, y para evitar el riesgo de pasar por cerca del mink, Kaito caminó de lado hacia el agua. Esperando en la linde, se inclinó al ritmo de las olas una y otra vez para preparar su silenciosa entrada al mar. Finalmente, en el momento en el cual las ondas retrocedían, arrastró sus tentáculos por la resbaladiza superficie intentando ser tan rápido como el mar, colándose en él sin desear molestarle lo más mínimo. La intención de Kaito no era perderse en las profundidades, pues eso hubiera estropeado el premio que ya llevaba colgado, sino limitarse a quedar cubierto hasta la cadera para no salar el cuerpo del animal que terminaba de desangrarse.
Desde ahí, y sintiendo el fresco y suave oleaje, el sireno pulpo continuó extendiendo sus reos hasta el fondo marino y se elevó lenta pero inexorablemente a medida que se adentraba más y más en el océano. A los dos metros de profundidad, Kaito encontró el balance perfecto entre empuje y apoyo como para desplazarse como una paciente araña marina de siete patas sobre las aguas de Lavengre. Sin nada que atravesara la superficie mas que su torso, su presencia quedaba oculta por el susurro de la marea.
Poco tiempo después llegaría a la proa del navío, la cual aún apuntaba en diagonal a la mar reflejando su último intento de huida. Tan solo esperaba que aquellos minutos que había invertido fueran suficientes para que Raviel Menguele hubiese hecho algo de provecho.
Bípedo y polidáctilo, al menos para su ascendencia genética, las semejanzas con las cabras parecían limitarse a su epidermis y testa, aunque claro, el veterinario no había tenido la oportunidad de realizar un análisis más a fondo. Era obvio que era un hombre civilizado, aunque la posibilidad de que tuviera título aparte de la bata le importaba más bien poco al hombre-pulpo, casi lo mismo que lo que le estaba proponiendo.
En cambio, el silencioso aplastamiento de la cabeza del pobre desgraciado que había intentado atacarle le resultó muy interesante. No había chisporroteo, ninguno, solo el silencio y el lento fluir de la sangre por los orificios. La intensidad de la luz era diferente, pero Kaito no pudo discernir si era del mismo cáliz que el de los golpes anteriores. Dejando a su acompañante terminar, Kaito dedicó un ceño fruncido a la mano que se le ofrecía.
-¿Crees que te voy a dar la mano cuando he visto lo que haces con ellas? ¿Es que te parezco gilipollas o qué? - comentó con desprecio, susurrando para no llamar más atenciones indeseadas-. Aunque la idea de saqueo no está mal, habrá que hacerse unas preguntas antes de que se nos acabe el tiempo. Primero, ¿qué hacen esos tipos fuera del puerto? El hecho que sea de noche, que vayan armados y hayan salido en vez de protegerse contra los lobos nos revela que no conocen esta isla y/o que probablemente no tengan buenas relaciones con la ciudad, pues es de tontos no guarecerse en el puerto. ¿Criminales? Claro, y seguro que están armados. ¿Cuántos? - El sireno dedicó unos segundos a observar el plateado perfil de la lejana embarcación encallada-. Es un barco mediano, por lo que necesita de al menos tres personas para navegar… Solo han enviado a uno, lo que es un error de novatos cuando normalmente se vigila por parejas, así que deben de ser unos cinco: cuatro imbéciles, ahora tres- apuntó señalando con su bichero al cadáver-, y un líder que desde luego no va a salir a vigilar porque es el puto jefe. Tenemos un máximo de cinco minutos hasta que salgan en tropel todos para ver qué puñetas ha pasado una vez se den cuenta de que no pueden hacer nada para poner el barco en marcha hasta dentro de…- Recordó notar unos seis pies de arena de grava húmeda cuando atravesaba el rompeolas, y podía ver otros tres a la luz del cuarto creciente-…una hora, o dos como mucho, que suba la marea. Por no mencionar que la jauría podría volver, con muchos más miembros de los que tenía.
Tras el análisis de las circustancias, Kaito jugueteó con su bichero haciendo girar su muñeca dándole tantas vueltas como a la situación. No solo la idea del dimorfismo sexual del lobo de la isla se había ido al traste, cosa que razonó al no notar presionado en su contra ningún miembro del animal que llevaba al hombro, sino que además había una complicación más con la bestia. Tan grave era aquel problema que le hizo replantearse su primera decisión, que era el huir de un conflicto que desde luego no era de su incumbencia. “Pues no me queda otra”, pensó el pelirrojo admitiendo su desdicha.
-Muy bien, Raviel, te echaré una mano. –"O más bien un tentáculo".
En lugar de dirigirse hacia el barco directamente, y para evitar el riesgo de pasar por cerca del mink, Kaito caminó de lado hacia el agua. Esperando en la linde, se inclinó al ritmo de las olas una y otra vez para preparar su silenciosa entrada al mar. Finalmente, en el momento en el cual las ondas retrocedían, arrastró sus tentáculos por la resbaladiza superficie intentando ser tan rápido como el mar, colándose en él sin desear molestarle lo más mínimo. La intención de Kaito no era perderse en las profundidades, pues eso hubiera estropeado el premio que ya llevaba colgado, sino limitarse a quedar cubierto hasta la cadera para no salar el cuerpo del animal que terminaba de desangrarse.
Desde ahí, y sintiendo el fresco y suave oleaje, el sireno pulpo continuó extendiendo sus reos hasta el fondo marino y se elevó lenta pero inexorablemente a medida que se adentraba más y más en el océano. A los dos metros de profundidad, Kaito encontró el balance perfecto entre empuje y apoyo como para desplazarse como una paciente araña marina de siete patas sobre las aguas de Lavengre. Sin nada que atravesara la superficie mas que su torso, su presencia quedaba oculta por el susurro de la marea.
Poco tiempo después llegaría a la proa del navío, la cual aún apuntaba en diagonal a la mar reflejando su último intento de huida. Tan solo esperaba que aquellos minutos que había invertido fueran suficientes para que Raviel Menguele hubiese hecho algo de provecho.
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-Perfecto- dije con una sonrisa un poco siniestra. Realmente era sabio de su parte mostrar temor ante algo nuevo, en especial, tras haber visto lo que había hecho con mi mano. El electro y los poderes de una akuma no eran cosas para tomarse a la ligera, sobre todo considerando que no eran tan comunes en el West Blue.
Traté de darle la mano al tentáculo del chico pulpopero éste no lo hizo. Observé cómo este se deslizaba por un costado hacia el mar. Eran técnicas de sigilo. Bastante prudente de alguien, sobre todo cuando no sabía cómo reaccionarían sus adversarios. Sin embargo, Raviel entendía bien las cosas que su compañero le había dicho, por lo que tendria que moverse de allí o pronto llegarían piratas a ver lo que sucedía con su centinela.
-¡Lichtemberg Smash!- golpeé el cuerpo inerte del pirata sobre la arena, generando un zumbido y una onda de calor que hizo manar de su ropa una pequeña flama. Esperaba que, cuando el fuego creciera, llamara la atención de la tripulación.
Había que organizar el golpe ya que, aunque pudieran ser débiles, en número serían un problema, justo como una manada de lobos. Lléndome por las sombras, avancé de regreso al barco. Caminando entre los arbustos y las palmeras, regresé al barco, escalé por el casco y llegué a la zona del vigía. Había dejado algunas hojas y ramas de palmera cerca del cuerpo del centinela y, cuando comenzó a crecer la llama, un par de piratas más que habían salido a hacer un rondín vieron la lumbre y, con cautela, se acercaron al fuego mientras gritaban el nombre de su amigo. Había algunas lámparas de aceite en el casco, quizás podría utilizarlas para crear otra distracción, sin embargo, esperaría a que más hombres abandonaran el barco y a la acción que pudiera emprender mi compañero pulpo.
Me senté en el puesto del vigía, abrazado por la oscuridad, y esperaría el siguiente movimiento.
Traté de darle la mano al tentáculo del chico pulpopero éste no lo hizo. Observé cómo este se deslizaba por un costado hacia el mar. Eran técnicas de sigilo. Bastante prudente de alguien, sobre todo cuando no sabía cómo reaccionarían sus adversarios. Sin embargo, Raviel entendía bien las cosas que su compañero le había dicho, por lo que tendria que moverse de allí o pronto llegarían piratas a ver lo que sucedía con su centinela.
-¡Lichtemberg Smash!- golpeé el cuerpo inerte del pirata sobre la arena, generando un zumbido y una onda de calor que hizo manar de su ropa una pequeña flama. Esperaba que, cuando el fuego creciera, llamara la atención de la tripulación.
Había que organizar el golpe ya que, aunque pudieran ser débiles, en número serían un problema, justo como una manada de lobos. Lléndome por las sombras, avancé de regreso al barco. Caminando entre los arbustos y las palmeras, regresé al barco, escalé por el casco y llegué a la zona del vigía. Había dejado algunas hojas y ramas de palmera cerca del cuerpo del centinela y, cuando comenzó a crecer la llama, un par de piratas más que habían salido a hacer un rondín vieron la lumbre y, con cautela, se acercaron al fuego mientras gritaban el nombre de su amigo. Había algunas lámparas de aceite en el casco, quizás podría utilizarlas para crear otra distracción, sin embargo, esperaría a que más hombres abandonaran el barco y a la acción que pudiera emprender mi compañero pulpo.
Me senté en el puesto del vigía, abrazado por la oscuridad, y esperaría el siguiente movimiento.
Kaito Takumi
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Desde la superficie del agua, Kaito observó el duro casco del barco durante unos instantes pensando la mejor manera de trepar por él. Los pasos de los hombres y las coces del ganado llegaron a sus oídos en el silencio de la noche, como también lo hicieron el rápido repiqueteo de carrera y los gritos por el compañero perdido.
“Ya se está complicando demasiado la cosa”, pensó el sireno con el ceño fruncido, deseando poder abandonar aquella maldita empresa lo antes posible. Ahora, además de los que habían salido a buscar al muerto, también debía preocuparse de los que quedaban en el interior, que, con los chillidos de “¡Han matado a Kenny!”, estarían tan enfadados como atentos. No sabía qué demonios había hecho Raviel para atraer la atención tan rápidamente hacia el cadáver, pero fuese lo que fuese le odiaba por ello.
El pelirrojo supuso que los piratas no tardarían mucho en salir, y que luego, tras comprobar las inmediaciones, volverían al barco deseando saciar su sed de venganza. Eso le dejaba con poco tiempo para actuar, pero también le presentaba otras oportunidades.
Tras dar una larga, profunda y lenta inspiración, Kaito se esforzó en sentir el poder del océano que empapaba cada jirón de su alma y cada centímetro de su cuerpo. Mojado de sangre y mar, notó la fría humedad de sus tentáculos y se esforzó por reunirla como si de un banco de sardinas se tratase. Bajo la mar era fácil concentrar las corrientes para que recorrieran sus extremidades como una doble piel, el problema sería llevar aquella sensación al secano. Dejó que la energía se disipara, esforzándose en recordar aquella sensación que debía poner en práctica en un entorno completamente diferente.
Haciendo subir el primer reo de apoyo hacia la superficie, y pegándose con sus ventosas a la madera sellada por debajo del agua, el hombre-pulpo encontró el valor suficiente para arrastrar los siguientes, uno cada vez. Poco a poco, según salía del agua, hizo uso de aquella improvisada variación del arte gyojin para que las gotas que le empapaban fuesen reuniéndose en silenciosos canales que discurrieran por su cuerpo. Una a una las partículas nadaron como peces asustados, agrupándose en amplios bancos que paulatinamente fluían al mar llorando, y no lloviendo, sobre él. Cuando la última lágrima abandonó la húmeda pero no empapada punta de sus apéndices, Kaito se dio por satisfecho; había conseguido evitar el horrible ruido de todo lo que emergía de las aguas chorreando.
Trepando tranquilamente, abriendo y cerrando los esfínteres de sus ventosas con la misma naturalidad con la que un humano respiraba, el hijo del mar se dirigió hacia el mascarón de proa. La diosa allí tallada tenía las manos extendidas, pidiéndole al mar con ojos de cordero degollado la salvaguarda de las almas del navío. “Selene”, rezaba la inscripción en relieve de su costado, pero Kaito no encontró en aquello ninguna importancia. Tras rodear la estatua con el fin de colocarse de espaldas al océano evitando cualquier ojo curioso desde la playa, usó la forma del hacha-rabo del animal como un improvisado gancho, encajándola bien en el hueco que dejaba su gesto de súplica. “Mucho mejor. Y encima termina de desangrarse”, pensó también satisfecho de verse con sus brazos liberados de cargar con su cárnico botín.
Pudiendo trabajar en condiciones, el pelirrojo miró hacia el borde de la cubierta para encontrar el plateado brillo de una bata blanca allá en la cofia. Arrugándosele el gesto, Kaito desaprobó la peligrosa posición del mink, pero pronto reconsideró su ventaja. Al fin y al cabo ningún miembro de la tripulación miraría arriba… ni abajo. Hizo girar el bichero entre sus dedos a la espera del momento perfecto para el ataque.
“Ya se está complicando demasiado la cosa”, pensó el sireno con el ceño fruncido, deseando poder abandonar aquella maldita empresa lo antes posible. Ahora, además de los que habían salido a buscar al muerto, también debía preocuparse de los que quedaban en el interior, que, con los chillidos de “¡Han matado a Kenny!”, estarían tan enfadados como atentos. No sabía qué demonios había hecho Raviel para atraer la atención tan rápidamente hacia el cadáver, pero fuese lo que fuese le odiaba por ello.
El pelirrojo supuso que los piratas no tardarían mucho en salir, y que luego, tras comprobar las inmediaciones, volverían al barco deseando saciar su sed de venganza. Eso le dejaba con poco tiempo para actuar, pero también le presentaba otras oportunidades.
Tras dar una larga, profunda y lenta inspiración, Kaito se esforzó en sentir el poder del océano que empapaba cada jirón de su alma y cada centímetro de su cuerpo. Mojado de sangre y mar, notó la fría humedad de sus tentáculos y se esforzó por reunirla como si de un banco de sardinas se tratase. Bajo la mar era fácil concentrar las corrientes para que recorrieran sus extremidades como una doble piel, el problema sería llevar aquella sensación al secano. Dejó que la energía se disipara, esforzándose en recordar aquella sensación que debía poner en práctica en un entorno completamente diferente.
Haciendo subir el primer reo de apoyo hacia la superficie, y pegándose con sus ventosas a la madera sellada por debajo del agua, el hombre-pulpo encontró el valor suficiente para arrastrar los siguientes, uno cada vez. Poco a poco, según salía del agua, hizo uso de aquella improvisada variación del arte gyojin para que las gotas que le empapaban fuesen reuniéndose en silenciosos canales que discurrieran por su cuerpo. Una a una las partículas nadaron como peces asustados, agrupándose en amplios bancos que paulatinamente fluían al mar llorando, y no lloviendo, sobre él. Cuando la última lágrima abandonó la húmeda pero no empapada punta de sus apéndices, Kaito se dio por satisfecho; había conseguido evitar el horrible ruido de todo lo que emergía de las aguas chorreando.
Trepando tranquilamente, abriendo y cerrando los esfínteres de sus ventosas con la misma naturalidad con la que un humano respiraba, el hijo del mar se dirigió hacia el mascarón de proa. La diosa allí tallada tenía las manos extendidas, pidiéndole al mar con ojos de cordero degollado la salvaguarda de las almas del navío. “Selene”, rezaba la inscripción en relieve de su costado, pero Kaito no encontró en aquello ninguna importancia. Tras rodear la estatua con el fin de colocarse de espaldas al océano evitando cualquier ojo curioso desde la playa, usó la forma del hacha-rabo del animal como un improvisado gancho, encajándola bien en el hueco que dejaba su gesto de súplica. “Mucho mejor. Y encima termina de desangrarse”, pensó también satisfecho de verse con sus brazos liberados de cargar con su cárnico botín.
Pudiendo trabajar en condiciones, el pelirrojo miró hacia el borde de la cubierta para encontrar el plateado brillo de una bata blanca allá en la cofia. Arrugándosele el gesto, Kaito desaprobó la peligrosa posición del mink, pero pronto reconsideró su ventaja. Al fin y al cabo ningún miembro de la tripulación miraría arriba… ni abajo. Hizo girar el bichero entre sus dedos a la espera del momento perfecto para el ataque.
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Simplemente estuve esperando. Observé con detenimiento el casco, buscando cualquier cosa que pudiera utilizar como arma o medio de escape, así como un escondrijo donde pudiera quedar alguno de los granujas, antes de hacer acción alguna. Como sospeché, el señuelo de su compañero en llamas fue lo suficientemente efectivo como para hacer que algunos hombres salieran del barco.
-¡Vayan a ver que está sucediendo!- gritó Lobo desde el interior del barco, sacando a empujones a dos de sus nakamas.
-¿Y el oro, señor?- preguntó uno de ellos.
-Yo lo cuidaré, ahora vayan a ver que la resistencia local no nos haya descubierto- gruñó el capitán, azotando la puerta de su camarote.
Esas palabras me hicieron deducir que no quedaba nadie en el barco, salvo el capitán. Me deslicé desde el palo mayor del barco, bajando por el puesto del vigía hasta caer detrás de aquellos hombres. En cuanto se giraron, logré darle un golpe en la sien a uno, con mis puños americanos cargados en electricidad.
-!Eres la cabra que estaba en la ventana¡- dijo el otro hombre, intentando atacarme con su espada. Al chocar esta contra mis puños americanos cargados en electricidad, soltó su espada, momento que utilicé para golpearlo con ambas manos en su pecho. El impacto, la electricidad y la luz lunar que mané en el momento del golpe, hicieron que cayera al suelo y escupiera sangre.
-Tu cerebro es una desgracia para ese cuerpo... puedo arreglarlo- dije con voz siniestra, acercándome lentamente a ver a aquel hombre en el suelo, cuando de pronto, una lanza volando atravesó el cuerpo de aquel hombre de un solo golpe.
-No, no estás de suerte- dijo una voz detrás de mí. Era lobo, quien yacía sonriente, tronando sus puños mientras sonreía, incluso, con más malicia que yo- una cabra siniestra y un ser abisal... interesante...
Al verlo de cerca, pude notar que sus ojos estaban en blanco, y dos cicatrices atravesaban sus párpados. Estaba ciego a causa de un arañazo y aún así podía ver. Ir de frente contra alguien con esa capacidad era tonto, y seguramente inútil, por lo que tuve que idear algo.
Avancé por la cubierta, hacia el lado contrario de donde fueron sus camaradas, y con las manos en los bolsillos me acerqué a las farolas de aceite.
-Así que ¿una cabra oscura y un ser abisal?- dije con tono incrédulo- ¿como puedes tú saber eso?
-Jájaja, no subestimes a este viejo lobo de mar, muchacho. La capacidad de ver cuando no se puede, de oír los movimientos y oler a tu enemigo... son las cualidades que un depredador debe tener...- dijo Lobo, acercándose lentamente.
-¿Y como sabes que no soy yo el depredador?- dicho esto, pateé con fuerza ambas farolas, lanzándolas contra Lobo. Al no saber exactamente que objeto eran, golpeó las farolas con sus enormes puños, haciendo que el aceite se derramara sobre su cuerpo y comenzara a arder. Pronto llegarían los piratas de regreso al barco si llegaban a ver las flamas, cosa que sucedería pronto, más por ser de noche, por lo que tendría que mantenerme a raya de ese sujeto hasta ese entonces.
Gracias a las palabras de este sujeto, sabía que mi compañero estaría cerca de mí, por lo que tenía que aguardar sus movimientos. Habiendo roto la concentración de ese pirata, atacarle debía ser un poco más fácil.
-¡Vayan a ver que está sucediendo!- gritó Lobo desde el interior del barco, sacando a empujones a dos de sus nakamas.
-¿Y el oro, señor?- preguntó uno de ellos.
-Yo lo cuidaré, ahora vayan a ver que la resistencia local no nos haya descubierto- gruñó el capitán, azotando la puerta de su camarote.
Esas palabras me hicieron deducir que no quedaba nadie en el barco, salvo el capitán. Me deslicé desde el palo mayor del barco, bajando por el puesto del vigía hasta caer detrás de aquellos hombres. En cuanto se giraron, logré darle un golpe en la sien a uno, con mis puños americanos cargados en electricidad.
-!Eres la cabra que estaba en la ventana¡- dijo el otro hombre, intentando atacarme con su espada. Al chocar esta contra mis puños americanos cargados en electricidad, soltó su espada, momento que utilicé para golpearlo con ambas manos en su pecho. El impacto, la electricidad y la luz lunar que mané en el momento del golpe, hicieron que cayera al suelo y escupiera sangre.
-Tu cerebro es una desgracia para ese cuerpo... puedo arreglarlo- dije con voz siniestra, acercándome lentamente a ver a aquel hombre en el suelo, cuando de pronto, una lanza volando atravesó el cuerpo de aquel hombre de un solo golpe.
-No, no estás de suerte- dijo una voz detrás de mí. Era lobo, quien yacía sonriente, tronando sus puños mientras sonreía, incluso, con más malicia que yo- una cabra siniestra y un ser abisal... interesante...
Al verlo de cerca, pude notar que sus ojos estaban en blanco, y dos cicatrices atravesaban sus párpados. Estaba ciego a causa de un arañazo y aún así podía ver. Ir de frente contra alguien con esa capacidad era tonto, y seguramente inútil, por lo que tuve que idear algo.
Avancé por la cubierta, hacia el lado contrario de donde fueron sus camaradas, y con las manos en los bolsillos me acerqué a las farolas de aceite.
-Así que ¿una cabra oscura y un ser abisal?- dije con tono incrédulo- ¿como puedes tú saber eso?
-Jájaja, no subestimes a este viejo lobo de mar, muchacho. La capacidad de ver cuando no se puede, de oír los movimientos y oler a tu enemigo... son las cualidades que un depredador debe tener...- dijo Lobo, acercándose lentamente.
-¿Y como sabes que no soy yo el depredador?- dicho esto, pateé con fuerza ambas farolas, lanzándolas contra Lobo. Al no saber exactamente que objeto eran, golpeó las farolas con sus enormes puños, haciendo que el aceite se derramara sobre su cuerpo y comenzara a arder. Pronto llegarían los piratas de regreso al barco si llegaban a ver las flamas, cosa que sucedería pronto, más por ser de noche, por lo que tendría que mantenerme a raya de ese sujeto hasta ese entonces.
Gracias a las palabras de este sujeto, sabía que mi compañero estaría cerca de mí, por lo que tenía que aguardar sus movimientos. Habiendo roto la concentración de ese pirata, atacarle debía ser un poco más fácil.
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Viendo al mink desde la posición privilegiada en la que se encontraba, Kaito no terminaba de comprender cómo demonios era tan imprudente. Queriendo observar las consecuencias su rápido y peligroso descenso por el mástil, el sireno escaló la pared del barco para asomarse por la cubierta como un cocodrilo acechaba a sus presas desde el agua. Aunque no se mató ni rompió las piernas, tampoco aprovechó el tremendo impulso de la caída para noquear a los piratas, viéndose obligado a recurrir de nuevo a los movimientos electrificados.
“Está como una cabra… nunca mejor dicho”, pensó Kaito al verle pelear con tan poco cuidado. Si alguno de aquellos hombres hubiese interceptado sus ataques con la suficiente destreza como para girar sus sables, el luchador hubiera acabado sin dedos, o manco. Por fortuna, la calidad del estilo de lucha de los piratuchos era mediocre, casi irisoria, mucho más en comparación con las capacidades físicas de una raza superior. Pero la suerte se les acabó ahí, justo después de que la lanza encontrara un objetivo bastante más desafortunado que Raviel.
El verdadero enemigo salió del penumbroso acceso a la cubierta inferior. El hombre, de más de dos metros, tenía un aspecto recio, fuerte y salvaje, tanto o más que la piel de lobo negro que llevaba a modo de capucha. Entre los dientes de la bestia medio disecada, los ojos lechosos del ciego refulgieron con maldad y orgullo mientras soltaba su pequeño discurso de entrada. Vestido de cuero y hueso, daba la impresión de que el cazador se relamía por la emoción de haber encontrado dos piezas tan raras para añadir a su lista.
El ataque lanza-candelas del Dr. Menguele había tenido éxito, pero aquel incendiario proyectil que había vertido su contenido sobre y alrededor de “Lobo”, aunque le había detenido momentanemente, parecía no tener demasiado efecto. “Esto es malo, muy malo”, presintió Kaito, que comenzaba a darse cuenta de la tangible diferencia entre ellos y el experto capitán.
-Distráelo- le ordenó al mink sin preocuparle demasiado que lo consiguiera.
Desplazándose a toda velocidad por lateral del casco, Kaito se alejó de la parte de la cubierta donde tenía lugar la acción para dirigirse a la zona de popa más cercana al agua, allá por donde había bajado lo poco que quedaba de la tripulación haciendo uso de una escalinata de cuerda. Enganchándola con su bichero, subió al barco y tiró de ella para eliminar el acceso al navío. Ya dudaba de si podrían enfrentar al capitán ellos dos solos como para arriesgarse a la desagradable intervención de terceros, o cuartos, en su contra.
Aunque le sirviera más bien poco de consuelo, Kaito encontró lo que venía buscando en el camino de vuelta a la escena: un simple bote a remos sobre el que llevarse la carne sin que esta se mojara. Pensó en marcharse de allí abandonando al caprino a su suerte, pero no tenía la intención de arriesgarse a que los piratas disfrutaran de su carne antes que él. Era suyo, suyo o de nadie más.
“Está como una cabra… nunca mejor dicho”, pensó Kaito al verle pelear con tan poco cuidado. Si alguno de aquellos hombres hubiese interceptado sus ataques con la suficiente destreza como para girar sus sables, el luchador hubiera acabado sin dedos, o manco. Por fortuna, la calidad del estilo de lucha de los piratuchos era mediocre, casi irisoria, mucho más en comparación con las capacidades físicas de una raza superior. Pero la suerte se les acabó ahí, justo después de que la lanza encontrara un objetivo bastante más desafortunado que Raviel.
El verdadero enemigo salió del penumbroso acceso a la cubierta inferior. El hombre, de más de dos metros, tenía un aspecto recio, fuerte y salvaje, tanto o más que la piel de lobo negro que llevaba a modo de capucha. Entre los dientes de la bestia medio disecada, los ojos lechosos del ciego refulgieron con maldad y orgullo mientras soltaba su pequeño discurso de entrada. Vestido de cuero y hueso, daba la impresión de que el cazador se relamía por la emoción de haber encontrado dos piezas tan raras para añadir a su lista.
El ataque lanza-candelas del Dr. Menguele había tenido éxito, pero aquel incendiario proyectil que había vertido su contenido sobre y alrededor de “Lobo”, aunque le había detenido momentanemente, parecía no tener demasiado efecto. “Esto es malo, muy malo”, presintió Kaito, que comenzaba a darse cuenta de la tangible diferencia entre ellos y el experto capitán.
-Distráelo- le ordenó al mink sin preocuparle demasiado que lo consiguiera.
Desplazándose a toda velocidad por lateral del casco, Kaito se alejó de la parte de la cubierta donde tenía lugar la acción para dirigirse a la zona de popa más cercana al agua, allá por donde había bajado lo poco que quedaba de la tripulación haciendo uso de una escalinata de cuerda. Enganchándola con su bichero, subió al barco y tiró de ella para eliminar el acceso al navío. Ya dudaba de si podrían enfrentar al capitán ellos dos solos como para arriesgarse a la desagradable intervención de terceros, o cuartos, en su contra.
Aunque le sirviera más bien poco de consuelo, Kaito encontró lo que venía buscando en el camino de vuelta a la escena: un simple bote a remos sobre el que llevarse la carne sin que esta se mojara. Pensó en marcharse de allí abandonando al caprino a su suerte, pero no tenía la intención de arriesgarse a que los piratas disfrutaran de su carne antes que él. Era suyo, suyo o de nadie más.
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Gracias a mi agilidad y mi velocidad, podía esquivar los ataques de aquella bestia ciega, la cual si bien no lucía tan dañada a causa del aceite, parecía que sus sentidos se habían entorpecido y su concentración rota.
-¿Dónde estás chico pulpo?- gritó Raviel, esperando a que su compañero actuase. Al no poder esquivar un golpe del pirata, chocó puños con Lobo, dejando que su electro hiciera lo suyo, pero no logró sino apenas molestarlo.
-Huelo a mi presa, cuando huelo la sangre, no hay modo de detenerme- dijo el pirata, sonriendo casi de modo demencial. Ya podía hacer uso de nuevo de mi haki de observación, logrando esquivar sus golpes de un modo más eficiente, sin embargo, no podía seguir así por siempre.
Sujetándolo de uno de sus brazos, me impulsé para quedar a espaldas de él, y una vez en su espalda, lanzar mi ataque especial.
-!Lichtemberg Smash¡- grité, impactando la cabeza del pirata. Un intenso zumbido y una ola de calor hicieron que la capucha de lobo saliera hecha pedazos, y su larga melena negra que yacía debajo comenzara a arder.
Pero antes de que pudiera reaccionar de nuevo, le di un fuerte golpe con ambas piernas, derribándolo por las escaleras hacia la planta inferior. Con mi luz lunar, lo bombardeé con haces de luz, intentando que las vibraciones le causasen hemorragias internas.
Nunca me había topado con un enemigo tan duro. Bastante herido y cansado, pero con el ánimo aún en alto, aquel pirata se puso de pie y volvió a tomar postura de combate.
-Jajaja, te has metido a la boca del lobo- dijo Lobo, sonriendo mientras la sangre escurría por su cabeza, cuya piel yacía con horribles heridas a causa del fuego y de mi ataque.
Si lo dejaba en paz tan sólo un momento, volvería a ser capaz de utilizar su haki de observación. Corriendo a todo lo que daba, utilicé mi haki de armadura para abrir mi defensa a cambio de un gran golpe. Cargué mi puño en luz lunar y en electro a la vez, recibiendo un fuerte golpe en el estómago por parte de Lobo, pero teniendo chance de darle un "Lichtemberg Smash" con luz lunar en el pecho.
Cayó de espaldas aquel pirata, con espuma en la boca. Sobre su corazón, parecía que hubiese caído un rayo. Me dejé caer de rodillas para tomar un respiro. Apenas y podía continuar. Cuando saqué mi piedra de sal para lamerla, escuché que los piratas de Lobo ya estaban cerca del barco, de regreso.
-Chico pulpo ¿dónde estás?- dije aún en soledad.
-¿Dónde estás chico pulpo?- gritó Raviel, esperando a que su compañero actuase. Al no poder esquivar un golpe del pirata, chocó puños con Lobo, dejando que su electro hiciera lo suyo, pero no logró sino apenas molestarlo.
-Huelo a mi presa, cuando huelo la sangre, no hay modo de detenerme- dijo el pirata, sonriendo casi de modo demencial. Ya podía hacer uso de nuevo de mi haki de observación, logrando esquivar sus golpes de un modo más eficiente, sin embargo, no podía seguir así por siempre.
Sujetándolo de uno de sus brazos, me impulsé para quedar a espaldas de él, y una vez en su espalda, lanzar mi ataque especial.
-!Lichtemberg Smash¡- grité, impactando la cabeza del pirata. Un intenso zumbido y una ola de calor hicieron que la capucha de lobo saliera hecha pedazos, y su larga melena negra que yacía debajo comenzara a arder.
Pero antes de que pudiera reaccionar de nuevo, le di un fuerte golpe con ambas piernas, derribándolo por las escaleras hacia la planta inferior. Con mi luz lunar, lo bombardeé con haces de luz, intentando que las vibraciones le causasen hemorragias internas.
Nunca me había topado con un enemigo tan duro. Bastante herido y cansado, pero con el ánimo aún en alto, aquel pirata se puso de pie y volvió a tomar postura de combate.
-Jajaja, te has metido a la boca del lobo- dijo Lobo, sonriendo mientras la sangre escurría por su cabeza, cuya piel yacía con horribles heridas a causa del fuego y de mi ataque.
Si lo dejaba en paz tan sólo un momento, volvería a ser capaz de utilizar su haki de observación. Corriendo a todo lo que daba, utilicé mi haki de armadura para abrir mi defensa a cambio de un gran golpe. Cargué mi puño en luz lunar y en electro a la vez, recibiendo un fuerte golpe en el estómago por parte de Lobo, pero teniendo chance de darle un "Lichtemberg Smash" con luz lunar en el pecho.
Cayó de espaldas aquel pirata, con espuma en la boca. Sobre su corazón, parecía que hubiese caído un rayo. Me dejé caer de rodillas para tomar un respiro. Apenas y podía continuar. Cuando saqué mi piedra de sal para lamerla, escuché que los piratas de Lobo ya estaban cerca del barco, de regreso.
-Chico pulpo ¿dónde estás?- dije aún en soledad.
Kaito Takumi
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A pesar de que Kaito no había conseguido ver los golpes de la batalla, había tenido el placer de oírlos durante su breve trayecto. Lo único que pudo ver a su llegada fue a Raviel Mengele lanzándose escaleras abajo para, según suponía, continuar batallando. “Idiota”, pensó viendo la obvia desventaja en la que estaba metiendo, y justo cuando recriminaba al mink en su mente, se dio cuenta de otra obviedad mucho más grave.
El fuego de las lámparas empezaba a propagarse por cubierta, y lo que habían sido pequeñas llamitas de vela pronto empezarían a convertirse en anchas lenguas de fuego. Si no hacía algo, en pocos minutos toda posibilidad de hacerse con el botín, y el preciado bote, de los piratas, se esfumaría. El cocinero bien sabía que no podía apagar el fuego de aceite con agua, pues lo único que conseguiría sería agravar su situación, y puso su mente en marcha para encontrar rápidamente algo con lo que ahogar las llamas. No tardó en llegar a una respuesta poco ortodoxa.
Extendiendo sus tentáculos sobre los cadáveres, los despojó de sus espadas y acto seguido, y de un solo tajo, de sus piernas. Cogiendo cada una de las cuatro con sus reos, azotó con los sanguinolientes jamones las llamas una y otra vez en un desesperado intento por extinguirlas. Por suerte no tardó mucho en conseguirlo, a costa tan solo del terrible hedor a carne quemada y el soportar la estúpida preguntita.
-¡¿Que dónde estoy?!¡Limpiando tus mierdas! ¡¿A quién se le ocurre tirar lámparas de aceite en un barco de madera?! ¡Idiota! – bociferó asegurándose con algún golpe de más que no había posibilidad alguna de incendio. Tras aquello se asomó rápidamente al interior con la intención de seguir insultándole, pero al ver la amenazadora sombra que se le echaba encima al mink, algo en él cambió de opinión- ¡Cuidado!- le advirtió, aunque no pasó ni una milésima de segundo antes de que se arrepintiera de haberlo hecho.
Bajo la tenue luz lunar que se colaba a la escalera se podía apreciar el mal estado de los combatientes, y habiendo hecho aquello probablemente Kaito había pedido la oportunidad de saquear ambos cuerpos. Un desperdicio que no volvería a cometer.
El fuego de las lámparas empezaba a propagarse por cubierta, y lo que habían sido pequeñas llamitas de vela pronto empezarían a convertirse en anchas lenguas de fuego. Si no hacía algo, en pocos minutos toda posibilidad de hacerse con el botín, y el preciado bote, de los piratas, se esfumaría. El cocinero bien sabía que no podía apagar el fuego de aceite con agua, pues lo único que conseguiría sería agravar su situación, y puso su mente en marcha para encontrar rápidamente algo con lo que ahogar las llamas. No tardó en llegar a una respuesta poco ortodoxa.
Extendiendo sus tentáculos sobre los cadáveres, los despojó de sus espadas y acto seguido, y de un solo tajo, de sus piernas. Cogiendo cada una de las cuatro con sus reos, azotó con los sanguinolientes jamones las llamas una y otra vez en un desesperado intento por extinguirlas. Por suerte no tardó mucho en conseguirlo, a costa tan solo del terrible hedor a carne quemada y el soportar la estúpida preguntita.
-¡¿Que dónde estoy?!¡Limpiando tus mierdas! ¡¿A quién se le ocurre tirar lámparas de aceite en un barco de madera?! ¡Idiota! – bociferó asegurándose con algún golpe de más que no había posibilidad alguna de incendio. Tras aquello se asomó rápidamente al interior con la intención de seguir insultándole, pero al ver la amenazadora sombra que se le echaba encima al mink, algo en él cambió de opinión- ¡Cuidado!- le advirtió, aunque no pasó ni una milésima de segundo antes de que se arrepintiera de haberlo hecho.
Bajo la tenue luz lunar que se colaba a la escalera se podía apreciar el mal estado de los combatientes, y habiendo hecho aquello probablemente Kaito había pedido la oportunidad de saquear ambos cuerpos. Un desperdicio que no volvería a cometer.
Raviel
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Antes de levantarme, me acerqué a Lobo, quien parecía aún respirar. Con una mano impregné de luz lunar su cabeza, mientras que con la otra, levantaba el pulgar y volteaba a ver a Kaito.
-Aún sigo con vida- dije sonriendo. Se escuchaban ya muy cerca los piratas, quienes parecían estar, más que nada, tomando distancia del barco. Si alguien era capaz de hacerle frente al monstruo de su capitán, ellos no tenían muchas esperanzas. Dejando el cuerpo del pirata en el suelo, avancé lentamente hacia la bodega. Eché un vistazo pero parecía vacía.
Subí hacia el camarote del capitán y lo abrí de golpe. Había varios muebles, así como unos cuantos cofres. Sobre la mesa de noche del capitán, un encargo de otras bandas piratas, donde les pedían carne para su tripulación.
Abrí los cofres lo más rápido que pude, para luego tomar las joyas y otras pertenencias de valor. De valor intelectual no poseían nada, cosa que me decepcionaba pero no sorprendía, por lo que me conformé con las alhajas, los pocos berries y otros objetos que pudieran valer bastante en el mercado.
Ya había obtenido lo que quería, era hora de prestar de nuevo atención al problema. Mi compañero había lidiado bien con las llamas, pero ahora era momento de planear la huida o, cómo neutralizar al resto de los piratas. Serían 4 o 5, cuando mucho, por lo que si bien podría huir, también podía idear un plan.
Aún estaba cansado. Lamí mi piedra de sal y respiré hondo. Volví a subir a al puesto del vigía y me escondí allí, pero no sin antes pedirle al chico pulpo que se preparase para un asalto. Podríamos negociar después.
-Aún sigo con vida- dije sonriendo. Se escuchaban ya muy cerca los piratas, quienes parecían estar, más que nada, tomando distancia del barco. Si alguien era capaz de hacerle frente al monstruo de su capitán, ellos no tenían muchas esperanzas. Dejando el cuerpo del pirata en el suelo, avancé lentamente hacia la bodega. Eché un vistazo pero parecía vacía.
Subí hacia el camarote del capitán y lo abrí de golpe. Había varios muebles, así como unos cuantos cofres. Sobre la mesa de noche del capitán, un encargo de otras bandas piratas, donde les pedían carne para su tripulación.
Abrí los cofres lo más rápido que pude, para luego tomar las joyas y otras pertenencias de valor. De valor intelectual no poseían nada, cosa que me decepcionaba pero no sorprendía, por lo que me conformé con las alhajas, los pocos berries y otros objetos que pudieran valer bastante en el mercado.
Ya había obtenido lo que quería, era hora de prestar de nuevo atención al problema. Mi compañero había lidiado bien con las llamas, pero ahora era momento de planear la huida o, cómo neutralizar al resto de los piratas. Serían 4 o 5, cuando mucho, por lo que si bien podría huir, también podía idear un plan.
Aún estaba cansado. Lamí mi piedra de sal y respiré hondo. Volví a subir a al puesto del vigía y me escondí allí, pero no sin antes pedirle al chico pulpo que se preparase para un asalto. Podríamos negociar después.
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Para sorpresa de Kaito, Raviel lo tenía todo controlado. Usando aquel extraño poder plateado que manaba de sus manos, convirtió el rostro del caído capitán en una masa morada y sangrante como había hecho antes ya con su pie y el subordinado. Pero esta vez, gracias a la oscuridad del pasillo, el sireno había podido apreciar la diferencia del tono entre aquel poder y la bioelectricidad de la que tanto había abusado. Su enfado se vio aplastado por la curiosidad, haciéndole soltar todo menos su arma propia.
Siguiéndole, casi embelesado por su rareza, el pulpo comenzó a hacerse más y más preguntas. Apenas le importó que el mink se llenara los bolsillos del tesoro del capitán, limitándose a ir tras de él intentando encontrarle sentido a aquel misterio. Justo antes de subir de nuevo a la cubierta, y haciendo un breve inciso para desgarrar el cuello de “Lobo” de un golpe de su bichero para cerciorarse de su muerte, el hombre-cabra le pidió que se preparase para batallar.
-¿Luchar? No hay… problema- dijo frenándose a tiempo de mencionar que no había posibilidad alguna de que aquellos malandrines subieran al barco. Si Raviel creía que debían pelear no se iría en su estado, y así él podía registrar el navío bien a fondo sin temor de que se fuese con sus respuestas.
Bajó la escaleras de espaldas, reticente de que perder de vista a tan magnífico espécimen. Se dio la vuelta respirando hondo, diciéndose a sí mismo que seguiría arriba cuando volviese. Miró el cuerpo destrozado del recio capitán y, como un vulgar carroñero, inspeccionó el cuerpo bien a fondo con sus tentáculos manchados de la sangre de sus esbirros.
-Una bolsa con dados, un mecherito de piedra que se agradece porque no veo una mierdecilla y... una daga de hueso que el pobre no ha tenido tiempo de usar- enumeró despojándole de estas pertenencias, así como del cinto y la funda que se colgó al cuello como un extraño collar-. Una pena lo de la capucha…- se lamentó, abandonando la carne muerta para pudrirse.
En la habitación del capitán, en la que Kaito prendió el mechero para guiarse mejor, vio un armario empotrado que antes había sido ignorado frente a los muebles ya saqueados que protagonizaban la estancia. Se acercó, abriendo con cuidado la puerta para ver bien ordenadas un compendio de lanzas de hueso, trampas de fauces de hierro y, por último y único útil para él, una red. Tomándola se dio cuenta que la negra malla parecía mucho más resistente y algo más pesada que sus homólogos comunes. Se la echó al hombro, satisfecho por tener algo a lo que pudiera dar uso, aunque fuera para pescar. “Claro que las sardinas se colarían por el hueco, pero los jureles no”, pensó con una sonrisa mientras repasaba una última vez la estancia antes de abandonarla.
Por suerte para él, el resto de los tripulantes no eran ciegos y sus habitaciones estaban bastante mejor iluminadas, pero por desgracia no encontró nada de valor además de una lámpara de aceite que le era más útil que el mechero, que se vio remplazado pero no abandonado.
Decidiendo darle una última oportunidad a la cueva del capitán ahora que iba mejor equipado, volvió a echarle un rápido vistazo a la luz de la candela. Cuando el haz cruzó la habitación, tuvo que pasar dos veces sobre la misiva de pedidos para que Kaito se diera cuenta del detalle. Se acercó a ella y la levantó, leyendo los nombres allí escritos sin encontrarle una explicación válida.
-¿No era ciego? – Algo le olía a chamusquina, algo diferente a la peste a carne quemada que tenía arraigada dentro de la nariz. Un detestable olor dulzón.
Fue hacia la puerta, y cuando atravesó el marco se pegó a la pared para volver a asomarse a la misma desde allí, asomándose en la completa oscuridad. A los pocos segundos pudo escuchar la desesperada y corta bocanada de quienfuera que se escondía bajo el colchón. Entró, iluminando la estancia con la lámpara bien en lo alto.
-Sal de ahí, o te saco yo- amenazó, y pasado medio minuto se vio obligado a reafirmarse-. Ahora.
Temblando, la mujer, si a aquella triste apaleada podía aún considerársela así, salió del estrecho hueco bajo la cama. De rostro hermoso, ojos azules y sedoso cabello rubio hasta los hombros, contemplar aquella desnuda belleza en un estado tan lamentable hubiera ablandado el corazón de cualquier muchacho. Pero Kaito sintió poco menos que una desagradable lástima ante aquel juguete roto de segunda mano. Le señaló la cómoda en la que lamentablemente no había encontrado una capa igual a la del capitán pirata.
-Ponte algo y coje lo que puedas con esos fideos a los que llamas brazos- ordenó.
Aunque acostumbrada a obedecer, la mujer tardó en acatar la tarea, vistiéndose con una amplio camisón de piel de ciervo y llevando un famélico abrazo de joyas y berries. Deseando no malgastar su tiempo todavía más esperando a la lenta muchacha, el hijo del mar la mandó esperar en el pasillo, al lado del cadáver al cual la esclava no podía dejar de quitarle los ojos de encima.
-Y no subas.- le dijo dejándola con el único consuelo de la suave luz que se colaba por la escalera.
Tras quince minutos se hizo patente que no había nada de sustancioso valor en el navío, al menos nada que pudiera llevarse fácilmente y que no mugiera con incomodidad. Sin liberar a los animales, pues suponía que las autoridades no tardarían en encontrar la nave anclada por la mañana, Kaito volvió con la rubia para encontrarla golpeando el cadáver una y otra vez mientras lloraba. La dejó estar, dejando que consumiera toda la rabia que su maltrecha condición le permitiese. Finalmente la chica se desplomó sobre el cuerpo, temblando de impotencia y manchada de sangre.
-Arriba.- No se movió. Kaito se acuclilló y la empujó en el costado con la curva de su bichero-. Mira lo que has hecho, tirándolo todo por el suelo, ¿no te da vergüenza? Arriba, joder.- Fue a agarrarla por el hombro.
-No me toques. Por favor… no me toques-repitió, esta vez como una susurrada súplica.
Detenido por la súbita muestra de voluntad, el sireno se cruzó de brazos y comenzó a subir las escaleras hacia la cubierta principal. Sin siquiera girarse, añadió:
-Que no se te olvide recoger las cosas del suelo.
Ya en cubierta miró hacia la cofia buscando a la impetuosa cabra que se había agenciado para sí casi todo el botín. "Ni que fuera una urraca", pensó el pelirrojo.
-¡Raviel! ¡Baja ya, puñetas!
Siguiéndole, casi embelesado por su rareza, el pulpo comenzó a hacerse más y más preguntas. Apenas le importó que el mink se llenara los bolsillos del tesoro del capitán, limitándose a ir tras de él intentando encontrarle sentido a aquel misterio. Justo antes de subir de nuevo a la cubierta, y haciendo un breve inciso para desgarrar el cuello de “Lobo” de un golpe de su bichero para cerciorarse de su muerte, el hombre-cabra le pidió que se preparase para batallar.
-¿Luchar? No hay… problema- dijo frenándose a tiempo de mencionar que no había posibilidad alguna de que aquellos malandrines subieran al barco. Si Raviel creía que debían pelear no se iría en su estado, y así él podía registrar el navío bien a fondo sin temor de que se fuese con sus respuestas.
Bajó la escaleras de espaldas, reticente de que perder de vista a tan magnífico espécimen. Se dio la vuelta respirando hondo, diciéndose a sí mismo que seguiría arriba cuando volviese. Miró el cuerpo destrozado del recio capitán y, como un vulgar carroñero, inspeccionó el cuerpo bien a fondo con sus tentáculos manchados de la sangre de sus esbirros.
-Una bolsa con dados, un mecherito de piedra que se agradece porque no veo una mierdecilla y... una daga de hueso que el pobre no ha tenido tiempo de usar- enumeró despojándole de estas pertenencias, así como del cinto y la funda que se colgó al cuello como un extraño collar-. Una pena lo de la capucha…- se lamentó, abandonando la carne muerta para pudrirse.
En la habitación del capitán, en la que Kaito prendió el mechero para guiarse mejor, vio un armario empotrado que antes había sido ignorado frente a los muebles ya saqueados que protagonizaban la estancia. Se acercó, abriendo con cuidado la puerta para ver bien ordenadas un compendio de lanzas de hueso, trampas de fauces de hierro y, por último y único útil para él, una red. Tomándola se dio cuenta que la negra malla parecía mucho más resistente y algo más pesada que sus homólogos comunes. Se la echó al hombro, satisfecho por tener algo a lo que pudiera dar uso, aunque fuera para pescar. “Claro que las sardinas se colarían por el hueco, pero los jureles no”, pensó con una sonrisa mientras repasaba una última vez la estancia antes de abandonarla.
Por suerte para él, el resto de los tripulantes no eran ciegos y sus habitaciones estaban bastante mejor iluminadas, pero por desgracia no encontró nada de valor además de una lámpara de aceite que le era más útil que el mechero, que se vio remplazado pero no abandonado.
Decidiendo darle una última oportunidad a la cueva del capitán ahora que iba mejor equipado, volvió a echarle un rápido vistazo a la luz de la candela. Cuando el haz cruzó la habitación, tuvo que pasar dos veces sobre la misiva de pedidos para que Kaito se diera cuenta del detalle. Se acercó a ella y la levantó, leyendo los nombres allí escritos sin encontrarle una explicación válida.
-¿No era ciego? – Algo le olía a chamusquina, algo diferente a la peste a carne quemada que tenía arraigada dentro de la nariz. Un detestable olor dulzón.
Fue hacia la puerta, y cuando atravesó el marco se pegó a la pared para volver a asomarse a la misma desde allí, asomándose en la completa oscuridad. A los pocos segundos pudo escuchar la desesperada y corta bocanada de quienfuera que se escondía bajo el colchón. Entró, iluminando la estancia con la lámpara bien en lo alto.
-Sal de ahí, o te saco yo- amenazó, y pasado medio minuto se vio obligado a reafirmarse-. Ahora.
Temblando, la mujer, si a aquella triste apaleada podía aún considerársela así, salió del estrecho hueco bajo la cama. De rostro hermoso, ojos azules y sedoso cabello rubio hasta los hombros, contemplar aquella desnuda belleza en un estado tan lamentable hubiera ablandado el corazón de cualquier muchacho. Pero Kaito sintió poco menos que una desagradable lástima ante aquel juguete roto de segunda mano. Le señaló la cómoda en la que lamentablemente no había encontrado una capa igual a la del capitán pirata.
-Ponte algo y coje lo que puedas con esos fideos a los que llamas brazos- ordenó.
Aunque acostumbrada a obedecer, la mujer tardó en acatar la tarea, vistiéndose con una amplio camisón de piel de ciervo y llevando un famélico abrazo de joyas y berries. Deseando no malgastar su tiempo todavía más esperando a la lenta muchacha, el hijo del mar la mandó esperar en el pasillo, al lado del cadáver al cual la esclava no podía dejar de quitarle los ojos de encima.
-Y no subas.- le dijo dejándola con el único consuelo de la suave luz que se colaba por la escalera.
Tras quince minutos se hizo patente que no había nada de sustancioso valor en el navío, al menos nada que pudiera llevarse fácilmente y que no mugiera con incomodidad. Sin liberar a los animales, pues suponía que las autoridades no tardarían en encontrar la nave anclada por la mañana, Kaito volvió con la rubia para encontrarla golpeando el cadáver una y otra vez mientras lloraba. La dejó estar, dejando que consumiera toda la rabia que su maltrecha condición le permitiese. Finalmente la chica se desplomó sobre el cuerpo, temblando de impotencia y manchada de sangre.
-Arriba.- No se movió. Kaito se acuclilló y la empujó en el costado con la curva de su bichero-. Mira lo que has hecho, tirándolo todo por el suelo, ¿no te da vergüenza? Arriba, joder.- Fue a agarrarla por el hombro.
-No me toques. Por favor… no me toques-repitió, esta vez como una susurrada súplica.
Detenido por la súbita muestra de voluntad, el sireno se cruzó de brazos y comenzó a subir las escaleras hacia la cubierta principal. Sin siquiera girarse, añadió:
-Que no se te olvide recoger las cosas del suelo.
Ya en cubierta miró hacia la cofia buscando a la impetuosa cabra que se había agenciado para sí casi todo el botín. "Ni que fuera una urraca", pensó el pelirrojo.
-¡Raviel! ¡Baja ya, puñetas!
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Había sido algo... agridulce. Había encontrado algunos berries, así como joyas y otros objetos de valor. Durante unos instantes, observé los documentos que yacían en el interior del camarote, solo para darse cuenta de que, además de las reces, también traficaban con gente. Todo bajo pedido. No podía importarme menos.
Salí con las manos en los bolsillos, tentando los colgantes y anillos que habían sido saqueados a otros barcos y que ahora eran míos. Sin embargo, el crujir de la madera llamó mi atención. Mientras que el resto de los piratas, acobardados y sin saber exactamente que sucedía huyeron del lugar, un joven malnutrido había encontrado la manera de subir. Armado sólo con una pala, intentó atacarme pero con mis pies logré derribarlo un par de veces.
-Basta ya, muchacho-dije con tono severo- todo ha acabado. Lobo ha muerto y la justicia viene en camino.
Obviamente esto último era falso, pero aún si así hubiera sido cierto, aquel muchacho rompió a llorar.
-Gracias- dijo el pirata- algunos éramos esclavos de ese monstruo. Yo sólo seguía órdenes. Déjeme ir y no volveré a meterme con usted, lo prometo.
-Vale, salta del barco y no vuelvas- le dije, viéndole de reojo. Si bien nunca dudaba en matar, aquel muchacho me dio bastante pena. En otras situaciones, le hubiera acabado tan pronto me diera la espalda, pero esta vez lo dejaría pasar.
-Selene, curioso nombre para este barco. Quizás pueda hacerlo funcionar... si, sería algo interesante. Reemplazar toda esa enorme zona de carga por laboratorios y algunas celdas para mis sujetos... podría funcionar- Dije mientras bajaba las escaleras hacia el piso inferior, donde, junto al cuerpo de Lobo, yacía una chica en camisón llorando.
-!Raviel¡ !Baja ya, puñetas!- escuché gritar a mi compañero. Esa era la señal de que mi trabajo aquí había terminado. Me dirigí hacia el chico pulpo. Ahora, con más calma, volví a analizar su anatomía, sintiendo gran fascinación por esos tentáculos. Quizás podría armar una quimera humana, incluso, con un pulpo verdadero.
Así como yo, parecía tener cierta curiosidad por los cuerpos, al menos al verlo cómo trataba al lobo que yacía a su espalda.
-Bueno, creo que esta empresa ya ha acabado- dije con una sonrisa y encogiéndome de hombros. Luego metí mi mano en una de las tantas bolsas de mi bata y le ofrecí un puño de joyas- debo recompensar a aquellos que me ayuden. Por cierto, soy un científico del gobierno, experimento con cuerpos y, en general, los seres vivos. Quizás en un futuro podríamos necesitar el uno del otro.
Esperaría su respuesta y a lo que él hiciera, sin embargo, independientemente de si rechazaba mi propuesta o mi pago, ya sabía bien que hacer. Nada más concluir esta empresa, iría hacia la intendencia de la isla a pedir refuerzos para que dieran caza a los piratas, recuperaran las reces y, desde la jefatura, solicitar a la marina que me ayudasen a reparar el barco para tomarlo como mío. Había sido una empresa exitosa y, como no, fructífera.
Antes de despedirme de mi compañero, le volví a ofrecer la mano, esta vez sonriendo de forma no siniestra. De modo simultáneo, le ofrecí una especie de den den mushi.
-Tómalo, quizás lo necesitemos algún día...
Salí con las manos en los bolsillos, tentando los colgantes y anillos que habían sido saqueados a otros barcos y que ahora eran míos. Sin embargo, el crujir de la madera llamó mi atención. Mientras que el resto de los piratas, acobardados y sin saber exactamente que sucedía huyeron del lugar, un joven malnutrido había encontrado la manera de subir. Armado sólo con una pala, intentó atacarme pero con mis pies logré derribarlo un par de veces.
-Basta ya, muchacho-dije con tono severo- todo ha acabado. Lobo ha muerto y la justicia viene en camino.
Obviamente esto último era falso, pero aún si así hubiera sido cierto, aquel muchacho rompió a llorar.
-Gracias- dijo el pirata- algunos éramos esclavos de ese monstruo. Yo sólo seguía órdenes. Déjeme ir y no volveré a meterme con usted, lo prometo.
-Vale, salta del barco y no vuelvas- le dije, viéndole de reojo. Si bien nunca dudaba en matar, aquel muchacho me dio bastante pena. En otras situaciones, le hubiera acabado tan pronto me diera la espalda, pero esta vez lo dejaría pasar.
-Selene, curioso nombre para este barco. Quizás pueda hacerlo funcionar... si, sería algo interesante. Reemplazar toda esa enorme zona de carga por laboratorios y algunas celdas para mis sujetos... podría funcionar- Dije mientras bajaba las escaleras hacia el piso inferior, donde, junto al cuerpo de Lobo, yacía una chica en camisón llorando.
-!Raviel¡ !Baja ya, puñetas!- escuché gritar a mi compañero. Esa era la señal de que mi trabajo aquí había terminado. Me dirigí hacia el chico pulpo. Ahora, con más calma, volví a analizar su anatomía, sintiendo gran fascinación por esos tentáculos. Quizás podría armar una quimera humana, incluso, con un pulpo verdadero.
Así como yo, parecía tener cierta curiosidad por los cuerpos, al menos al verlo cómo trataba al lobo que yacía a su espalda.
-Bueno, creo que esta empresa ya ha acabado- dije con una sonrisa y encogiéndome de hombros. Luego metí mi mano en una de las tantas bolsas de mi bata y le ofrecí un puño de joyas- debo recompensar a aquellos que me ayuden. Por cierto, soy un científico del gobierno, experimento con cuerpos y, en general, los seres vivos. Quizás en un futuro podríamos necesitar el uno del otro.
Esperaría su respuesta y a lo que él hiciera, sin embargo, independientemente de si rechazaba mi propuesta o mi pago, ya sabía bien que hacer. Nada más concluir esta empresa, iría hacia la intendencia de la isla a pedir refuerzos para que dieran caza a los piratas, recuperaran las reces y, desde la jefatura, solicitar a la marina que me ayudasen a reparar el barco para tomarlo como mío. Había sido una empresa exitosa y, como no, fructífera.
Antes de despedirme de mi compañero, le volví a ofrecer la mano, esta vez sonriendo de forma no siniestra. De modo simultáneo, le ofrecí una especie de den den mushi.
-Tómalo, quizás lo necesitemos algún día...
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Sin esperar que apareciera tan de repente, Kaito casi golpeó al mink de la impresión. Al fin y al cabo uno nunca sabía de dónde ni cuándo podían aparecer más enemigos, ni tampoco el momento en el que los que uno creía aliados decidirían apuñalarte por la espalda.
Contemplando cómo el hombre-cabra le tendía la mano repleta de joyas como copago de aquella aventura, el pelirrojo se limitó a levantar una ceja mientras escuchaba sus explicaciones. Ahora, si lo mataba, quizá se metía en algún problema con la mayor autoridad del planeta… siempre y cuando dejara testigos. Sopesando si tomar el camino de la sangre, el asesino rondó al muchacho devorando con los ojos cada detalle de su anatomía.
-De nuevo, no voy a tocarte…-Al menos sin unos buenos guantes de fregar-. Por otra parte, dijimos que repartiríamos el botín, pero dado que voy a llevarme a la esclava para tener un par de manos más a mi servicio, tengo una contraoferta- sugirió, volviendo a ponerse frente a él, notando el peso del cansancio que una breve pausa en el esfuerzo no había sido capaz de borrar-. Te quedas con todas las joyas y bagatelas que puedas vender, que probablemente sean mucho más valiosas que los billetes, y yo solo me llevo los fajos, lo que llevo encima que he cogido, la muchacha, una baquita de remos, unas respuestas y la minucia de verte completamente desnudo.
Dejando unos momentos para que sus peticiones fueran escuchadas y asimiladas, especialmente la que podía malinterpretarse por lascivia, Kaito continuó con la negociación para añadir unas condiciones favorables para ambos.
-Ten en cuenta que, como agente de la justicia, seguro que el mérito de derrotar a una banda pirata tú solo es bastante bien recibido. Si lo miramos objetivamente no he hecho casi nada, tú eres el que has luchado y sufrido… y el hecho de que apareciera en tu informe, así como todo lo que me rodea, tan solo te quitaría el protagonismo que tanto te mereces. ¿Un ascenso a cambio de cuatro chorradas, uno puñado de berries, una simple barca de remos, una chica que no le importa a nadie y un desnudo? Sales ganando hasta sin contar lo que puedas llevarte como compensación.
Con la boca hecha agua, el ningyo comenzó su procesión hacia la barca de remos que debía arrastrar a la proa del barco para luego bajarla a la mar con las poleas del navío. Necesitaría unos minutos para investigar cómo hacerlo, tirando de las cuerdas y comprobando los nudos para que todo saliese a la perfección. En aquel tiempo esperaba que el mink tomase una decisión, una que le fuera más apetecible que tener que sacarle las respuestas a golpes aprovechándose de la extenuación del científico.
La muchacha, que por fin había subido con su escaso botín, quedó momentáneamente paralizada por la visión de la nueva especie de humanoide.
-Déjate de gilipolleces y mete los berries en el bote- gruño Kaito a la vez que golpeaba la cubierta con el bichero para reclamar su atención-. Y antes de que creas que te va a ir mejor con este que conmigo, acaba de decir que hace experimentos con cuerpos; y seguro que ya has tenido suficientes de esos- le advirtió.
Con miedo, y sin querer estar más de la cuenta bajo la oscura esclera del científico caprino, la muchacha acató la orden con premura. Antes de la decisión final, Kaito dejó la red y la linterna sobre el bote para luego discurrir por el lateral del barco hasta el mascarón de proa, recuperando finalmente la carnaza y colgándosela como había hecho para llegar hasta allí.
Lobo al hombro, y ya de vuelta en cubierta, el sireno comenzaría a lanzar sus preguntas si el científico había decidido aceptar el trato.
-¿Qué es lo del chisporroteo eléctrico y cómo funciona?-comenzaría, escuchando cada respuesta antes de lanzar la siguiente cuestión-.¿Y lo de reventar por dentro con la otra luz? Lo mismo, qué y cómo funciona. ¿Los mink funcionan como los gyojines de tener linaje de especies, en este caso de mamíferos? ¿Hay algo como sirenos mink pero que sean como…? Leñe, ¿cómo se llaman…?- masculló-. ¡Satiros! ¿Hay sátiros de animales diferentes? ¿Solo hay mamíferos? ¿De dónde venís exactamente? ¿Cómo va el tema de la especie de los hijos? ¿Tenéis dietas estrictas según el animal al que os asemejáis o algún rasgo conductual?
Con un poco de suerte, preguntas más turbias como el número de pezones, la presencia o no de báculum en sus penes y el tipo de pelo en diversas partes de su cuerpo serían cosas que tendría el gusto de ver en vivo.
Contemplando cómo el hombre-cabra le tendía la mano repleta de joyas como copago de aquella aventura, el pelirrojo se limitó a levantar una ceja mientras escuchaba sus explicaciones. Ahora, si lo mataba, quizá se metía en algún problema con la mayor autoridad del planeta… siempre y cuando dejara testigos. Sopesando si tomar el camino de la sangre, el asesino rondó al muchacho devorando con los ojos cada detalle de su anatomía.
-De nuevo, no voy a tocarte…-Al menos sin unos buenos guantes de fregar-. Por otra parte, dijimos que repartiríamos el botín, pero dado que voy a llevarme a la esclava para tener un par de manos más a mi servicio, tengo una contraoferta- sugirió, volviendo a ponerse frente a él, notando el peso del cansancio que una breve pausa en el esfuerzo no había sido capaz de borrar-. Te quedas con todas las joyas y bagatelas que puedas vender, que probablemente sean mucho más valiosas que los billetes, y yo solo me llevo los fajos, lo que llevo encima que he cogido, la muchacha, una baquita de remos, unas respuestas y la minucia de verte completamente desnudo.
Dejando unos momentos para que sus peticiones fueran escuchadas y asimiladas, especialmente la que podía malinterpretarse por lascivia, Kaito continuó con la negociación para añadir unas condiciones favorables para ambos.
-Ten en cuenta que, como agente de la justicia, seguro que el mérito de derrotar a una banda pirata tú solo es bastante bien recibido. Si lo miramos objetivamente no he hecho casi nada, tú eres el que has luchado y sufrido… y el hecho de que apareciera en tu informe, así como todo lo que me rodea, tan solo te quitaría el protagonismo que tanto te mereces. ¿Un ascenso a cambio de cuatro chorradas, uno puñado de berries, una simple barca de remos, una chica que no le importa a nadie y un desnudo? Sales ganando hasta sin contar lo que puedas llevarte como compensación.
Con la boca hecha agua, el ningyo comenzó su procesión hacia la barca de remos que debía arrastrar a la proa del barco para luego bajarla a la mar con las poleas del navío. Necesitaría unos minutos para investigar cómo hacerlo, tirando de las cuerdas y comprobando los nudos para que todo saliese a la perfección. En aquel tiempo esperaba que el mink tomase una decisión, una que le fuera más apetecible que tener que sacarle las respuestas a golpes aprovechándose de la extenuación del científico.
La muchacha, que por fin había subido con su escaso botín, quedó momentáneamente paralizada por la visión de la nueva especie de humanoide.
-Déjate de gilipolleces y mete los berries en el bote- gruño Kaito a la vez que golpeaba la cubierta con el bichero para reclamar su atención-. Y antes de que creas que te va a ir mejor con este que conmigo, acaba de decir que hace experimentos con cuerpos; y seguro que ya has tenido suficientes de esos- le advirtió.
Con miedo, y sin querer estar más de la cuenta bajo la oscura esclera del científico caprino, la muchacha acató la orden con premura. Antes de la decisión final, Kaito dejó la red y la linterna sobre el bote para luego discurrir por el lateral del barco hasta el mascarón de proa, recuperando finalmente la carnaza y colgándosela como había hecho para llegar hasta allí.
Lobo al hombro, y ya de vuelta en cubierta, el sireno comenzaría a lanzar sus preguntas si el científico había decidido aceptar el trato.
-¿Qué es lo del chisporroteo eléctrico y cómo funciona?-comenzaría, escuchando cada respuesta antes de lanzar la siguiente cuestión-.¿Y lo de reventar por dentro con la otra luz? Lo mismo, qué y cómo funciona. ¿Los mink funcionan como los gyojines de tener linaje de especies, en este caso de mamíferos? ¿Hay algo como sirenos mink pero que sean como…? Leñe, ¿cómo se llaman…?- masculló-. ¡Satiros! ¿Hay sátiros de animales diferentes? ¿Solo hay mamíferos? ¿De dónde venís exactamente? ¿Cómo va el tema de la especie de los hijos? ¿Tenéis dietas estrictas según el animal al que os asemejáis o algún rasgo conductual?
Con un poco de suerte, preguntas más turbias como el número de pezones, la presencia o no de báculum en sus penes y el tipo de pelo en diversas partes de su cuerpo serían cosas que tendría el gusto de ver en vivo.
Raviel
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
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-Jajaja- rompí a reir tras la petición del desnudo. No había nadie cerca, sin embargo, me metí en un poco más en el camarota para que no pudieran verme de afuera. Era una mente curiosa y respetaba eso. Su inteligencia para evitar conflictos y su curiosidad sobre los cuerpos, ¿quizás un futuro científico?
-El "chisporroteo" eléctrico es energía estática contenido en nuestro cuerpo. Exactamente no sé de donde provenga, ya que eh visto minks sin pelo, como xoloitzcuintles, haciendo uso de esta habilidad. Si, hay linajes, no tan marcados como ustedes, pero hay familias enteras de un solo tipo de animal, como mi familia. Aunque, de emparejarse dos, puede nacer de un linaje u otro. Si, somos todos mamíferos. No sé de donde provengamos exactamente, lo que sé es que vienen de la isla de Zou mis ancestros y, no, no hay sátiros y quimeras. Comemos lo que queramos, somos omnívoros. Somos enteramente animales antropomorfos y...- le decía mientras me desnudaba, pero sin dejar de lado mis puños americanos. Puse un tono más serio y una mirada siniestra- La luz blanca... es un poder que otorgan las "akuma no mi", frutas raras con espirales de colores que otorgan a su usuario un poder único. Yo poseo la luz lunar y las propiedades de esta, alterando el agua con su presencia. Si piensas buscar una, yo puedo crearlas, pero el costo adicional que se debe pagar es: jamás, bajo ninguna exepción podrás volver a nadar. No se porqué, pero es lo que hacen... ¿ya me has visto lo suficiente?
Mientras hablaba, me giraba para que me viera el chico pulpo.
-Si quieres saber más cosas, así como la cuestión de las akumas, podríamos llegar a un acuerdo- le dije con tono malicioso- pero, podríamos dejarlo para otra ocasión. Creo que eh contestado tus dudas, me volveré a vestir. No quiero que la fuerza de la ciudad me vea desnudo... rompería corazones.
Tras volver a vestirme, metí mis manos en mi bata y avancé hacia la borda.
-Espero poder hacer negocios contigo y, descuida, a quienes me ayudan no suelo apuñalarlos...- le dije con una sonrisa, saltando de regreso hacia la playa. Era hora de separarnos y seguir nuestros caminos, sin embargo, tendría en mente aquella curiosa criatura.
-El "chisporroteo" eléctrico es energía estática contenido en nuestro cuerpo. Exactamente no sé de donde provenga, ya que eh visto minks sin pelo, como xoloitzcuintles, haciendo uso de esta habilidad. Si, hay linajes, no tan marcados como ustedes, pero hay familias enteras de un solo tipo de animal, como mi familia. Aunque, de emparejarse dos, puede nacer de un linaje u otro. Si, somos todos mamíferos. No sé de donde provengamos exactamente, lo que sé es que vienen de la isla de Zou mis ancestros y, no, no hay sátiros y quimeras. Comemos lo que queramos, somos omnívoros. Somos enteramente animales antropomorfos y...- le decía mientras me desnudaba, pero sin dejar de lado mis puños americanos. Puse un tono más serio y una mirada siniestra- La luz blanca... es un poder que otorgan las "akuma no mi", frutas raras con espirales de colores que otorgan a su usuario un poder único. Yo poseo la luz lunar y las propiedades de esta, alterando el agua con su presencia. Si piensas buscar una, yo puedo crearlas, pero el costo adicional que se debe pagar es: jamás, bajo ninguna exepción podrás volver a nadar. No se porqué, pero es lo que hacen... ¿ya me has visto lo suficiente?
Mientras hablaba, me giraba para que me viera el chico pulpo.
-Si quieres saber más cosas, así como la cuestión de las akumas, podríamos llegar a un acuerdo- le dije con tono malicioso- pero, podríamos dejarlo para otra ocasión. Creo que eh contestado tus dudas, me volveré a vestir. No quiero que la fuerza de la ciudad me vea desnudo... rompería corazones.
Tras volver a vestirme, metí mis manos en mi bata y avancé hacia la borda.
-Espero poder hacer negocios contigo y, descuida, a quienes me ayudan no suelo apuñalarlos...- le dije con una sonrisa, saltando de regreso hacia la playa. Era hora de separarnos y seguir nuestros caminos, sin embargo, tendría en mente aquella curiosa criatura.
Kaito Takumi
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A medida que Raviel satisfacía la curiosidad con cada contestación, otro hambre muy diferente comenzaba a hacerse lugar en el corazón de Kaito. Recorriendo con los ojos cada centímetro de la suave piel del mink, el pelirrojo contestaba sus propias preguntas y comenzaba a hacerse otras a las que quería encontrar una respuesta más empírica.
Los muslos del chico-cabra eran fibrosos y musculados, el complemento perfecto para las blandas y tímidas nalgas de las que asomaba un pequeño y esponjoso rabito que sacudía ligeramente al moverse. Subiendo por el vientre delgado y algo marcado, Kaito perfiló cada abdominal hasta llegar al pecho, cubierto por una capa de pelo extra que satisfizo su primera cuestión no verbalizada. “Dos”.
Volviendo a sus pies, y decepcionándose al no encontrar pezuña alguna, examinó los anchos gemelos y la poderosa rodilla a la que se unían. Continuó, saltando a las largas extremidades superiores y a los huesudos dedos sin encontrar nada que se saliera de una vulgar y aburrida normalidad humana.
Era turno del pelo. La mayor densidad capilar del caprino se concentraba en la parte superior, recubriendo los pectorales por los que ya había pasado, el cuello, la testa y un poco más en la barba. "Nada fuera de lo usual, nada raro", maldijo el sireno sin llegar a apreciar más exquisiteces como la tonalidad de sus ojos.
Dejando la mejor parte para el final, a Kaito tan solo le quedaba la segunda incógnita por responder. Fijando su atención allá donde no daba el sol, el ningyo analizó la anatomía del miembro al completo. No poseía ninguna mata ni arbusto, y de hecho el pelo parecía ser todavía más fino y suave promoviendo así la sensibilidad del aparato. Su posición sugería que sí poseía el hueso, pero lo más seguro era que este fuese vestigial. Tampoco iba a pedirle que se lo mostrara en funcionamiento, aquello hubiera sido demasiado para su primer encuentro.
Ahora que lo había visto bien, el cocinero tan solo se debatía cómo podría tratar aquel delicado cuerpo como verdaderamente se merecía. Al no diferenciarse demasiado de un humano, la cosa no debía cambiar mucho… solo se vería obligado a añadir una etapa extra de desuello para preparar sus recetas. Muslo asado, tiras de nalga frita, lomo a la sal, costillas a la barbacoa, falda al horno con limón, zanahorias y patatas, criadillas al pil pil… ¿Cuántos platos podrán sacarse de este muchacho? Para el cocinero era una verdadera lástima que estuviese tan delgado, y que matarlo le diese tantos problemas.
-Por supuesto, Raviel- dijo tragando la baba que se le había acumulado y casi le asomaba por los dientes-, será un placer.
Una vez el mink maldito por el mar abandonó el barco, el ansioso cocinero tomó el que era sin duda alguna su botín, y añadiendo a este el pequeño caracol que todavía seguía oculto en su concha, bajó el bote al agua lo más cuidadosamente que pudo –que no era demasiado- y partió para su hogar desde el cual se dirigiría, de una vez por todas, a la ciudad. A Suchu le hizo poca gracia la presencia de la nueva inquilina, la que inevitablemente apestaba a miedo hasta llevando aquel perfume barato que la había delatado, pero se limitó a refunfuñar aceptando las órdenes de su amo.
-Mía. Mía.- La marcó ante la bestia para su salvaguarda.
Los muslos del chico-cabra eran fibrosos y musculados, el complemento perfecto para las blandas y tímidas nalgas de las que asomaba un pequeño y esponjoso rabito que sacudía ligeramente al moverse. Subiendo por el vientre delgado y algo marcado, Kaito perfiló cada abdominal hasta llegar al pecho, cubierto por una capa de pelo extra que satisfizo su primera cuestión no verbalizada. “Dos”.
Volviendo a sus pies, y decepcionándose al no encontrar pezuña alguna, examinó los anchos gemelos y la poderosa rodilla a la que se unían. Continuó, saltando a las largas extremidades superiores y a los huesudos dedos sin encontrar nada que se saliera de una vulgar y aburrida normalidad humana.
Era turno del pelo. La mayor densidad capilar del caprino se concentraba en la parte superior, recubriendo los pectorales por los que ya había pasado, el cuello, la testa y un poco más en la barba. "Nada fuera de lo usual, nada raro", maldijo el sireno sin llegar a apreciar más exquisiteces como la tonalidad de sus ojos.
Dejando la mejor parte para el final, a Kaito tan solo le quedaba la segunda incógnita por responder. Fijando su atención allá donde no daba el sol, el ningyo analizó la anatomía del miembro al completo. No poseía ninguna mata ni arbusto, y de hecho el pelo parecía ser todavía más fino y suave promoviendo así la sensibilidad del aparato. Su posición sugería que sí poseía el hueso, pero lo más seguro era que este fuese vestigial. Tampoco iba a pedirle que se lo mostrara en funcionamiento, aquello hubiera sido demasiado para su primer encuentro.
Ahora que lo había visto bien, el cocinero tan solo se debatía cómo podría tratar aquel delicado cuerpo como verdaderamente se merecía. Al no diferenciarse demasiado de un humano, la cosa no debía cambiar mucho… solo se vería obligado a añadir una etapa extra de desuello para preparar sus recetas. Muslo asado, tiras de nalga frita, lomo a la sal, costillas a la barbacoa, falda al horno con limón, zanahorias y patatas, criadillas al pil pil… ¿Cuántos platos podrán sacarse de este muchacho? Para el cocinero era una verdadera lástima que estuviese tan delgado, y que matarlo le diese tantos problemas.
-Por supuesto, Raviel- dijo tragando la baba que se le había acumulado y casi le asomaba por los dientes-, será un placer.
Una vez el mink maldito por el mar abandonó el barco, el ansioso cocinero tomó el que era sin duda alguna su botín, y añadiendo a este el pequeño caracol que todavía seguía oculto en su concha, bajó el bote al agua lo más cuidadosamente que pudo –que no era demasiado- y partió para su hogar desde el cual se dirigiría, de una vez por todas, a la ciudad. A Suchu le hizo poca gracia la presencia de la nueva inquilina, la que inevitablemente apestaba a miedo hasta llevando aquel perfume barato que la había delatado, pero se limitó a refunfuñar aceptando las órdenes de su amo.
-Mía. Mía.- La marcó ante la bestia para su salvaguarda.
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