Ummak Zor-El
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Al parecer, te ha debido de mirar un tuerto porque tu ingreso en el cuerpo de marina no ha sido bien visto por el sector más conservador del Almirantazgo y, por cuestiones totalmente políticas, han decidido alejarte por todos los medios de cualquier posible conflicto armado. Al fin y al cabo, tan solo eres un salvaje y entre tus logros personales más destacables se encuentra la destrucción de un edificio militar de la mismísima Marineford. Por esta y muchas otras cuestiones totalmente sacadas de contexto, has sido destinado a una guarnición de mala muerte en uno de los confines más inhóspitos de la frontera gubernamental. Te encuentras en la olvidada fortaleza marine del G4, edificada entre la depresión natural de dos colosales montañas nevadas, es una zona desértica y fría a escasas leguas de la Calm Belt. En esta zona, debido a su peculiar magnetismo, se produce un fenómeno meteorológico muy particular que provoca periódicamente unas tormentas eléctricas muy fuertes. Las inusualmente violentas tormentas de esta zona hacen inviable cualquier tipo de operación naval y mantienen las comunicaciones cortadas con el resto del mundo civilizado durante varios meses.
Los días caen como losas desde que pusiste un pie en el cuartel. El aburrimiento y la ausencia de operaciones han hecho que seas capaz de mapear mentalmente cada rincón de la fortaleza. El perímetro está rodeado por una muralla de ocho metros de altura y al menos unos seis de ancho, con torres de planta cuadra cada veinticinco metros. Aunque, cuando llegaste por primera vez a la isla, los cañones que asomaban entre las almenas te parecieron una burla, poco o nada tenían que envidiarles a los que viste hace algunos meses en Gray Rock. A unos ocho metros sobre el nivel del suelo se levantaba una barbacana, el único acceso a la fortaleza, donde descansan las que probablemente sean las mejores piezas de artillería que has visto en tu vida y a continuación un profundo foso que aprovecha a la perfección el desnivel de la loma en la que se sitúa la fortaleza. No fue hasta al cabo de unos días, que descubriste que también había situadas varias torres que se levantaban a pocos metros de la orilla del mar, con una muralla más modesta para evitar que navíos indeseados amarraran en la zona de playa más cercana al G4. Por último, a unos dos kilómetros de la fortaleza, se encuentra la villa de Nifyara. Este pequeño asentamiento, por lo que has oído, es anterior a la construcción del cuartel y, tras la construcción de este, ha ido creciendo en prosperidad. Aun no te has ganado un permiso desde que llegaste, pero has oído que esa villa también esta fortificada con un perímetro de troncos de madera. Además, en su pequeña bahía se encuentra el único puerto natural de la isla.
¿Para que querría alguien atacar una isla inhóspita y sin ningún valor estratégico? No eres el primer marine que se hace esa pregunta y, probablemente, no serás el último. Llegaste en la isla en estación conocida como paz-tormenta, pero sin que nadie te lo diga, sabes que esa extraña estación está dando sus últimos coletazos antes de dar paso a la siguiente. Son las siete de la mañana, la hora en la que los sonidos del resto de la guarnición comienzan por regla general a romper el silencio, pero hoy es distinto. Hay algo en el ambiente, una especie de electricidad estática, remarcada por la oscuridad reinante. A lo lejos, puedes ver como un perezoso Michael, tu relevo, arrastra los pies hacia tu posición en las murallas. Michael el Pardo, como le suelen apodar por el lugar, es un muchacho de unos veintitantos de origen villano. Con el paso de los días te enteraste que, en el pasado, había hecho una pequeña fortuna vendiendo las tierras de cultivo de su familia y que, con el beneficio de las mismas, se había comprado una buena espada y se había hecho a la mar. Cazarrecompensas y mercenario arribista, no es precisamente un hombre de honor y, sin embargo, es lo más cercano a un amigo que tienes en el lugar. Al llegar hasta tí, el deshonroso marine se levanta la visera de su gorra dejando a la vista unas prominentes ojeras. Aunque no hay rastro alguno del saludo militar que se merece alguien de tu rango, te entrega un vaso humeante del que rezuma el inconfundible olor a café recién hecho.
- Seguro que tus familiares estarán tan orgullosos como los míos de saber que tan bravos guerreros protegen sus vidas en esta frontera de mala muerte - te dice en un evidente tono de burla mientras comienza a buscar algo entre los bolsillos de su arrugado uniforme. Finalmente se detiene al darle la vuelta a uno de ellos, ambos contempláis el agujero del tamaño de tres dedos que tiene en uno de extremos - Espero que no quisieras azúcar...
Los días caen como losas desde que pusiste un pie en el cuartel. El aburrimiento y la ausencia de operaciones han hecho que seas capaz de mapear mentalmente cada rincón de la fortaleza. El perímetro está rodeado por una muralla de ocho metros de altura y al menos unos seis de ancho, con torres de planta cuadra cada veinticinco metros. Aunque, cuando llegaste por primera vez a la isla, los cañones que asomaban entre las almenas te parecieron una burla, poco o nada tenían que envidiarles a los que viste hace algunos meses en Gray Rock. A unos ocho metros sobre el nivel del suelo se levantaba una barbacana, el único acceso a la fortaleza, donde descansan las que probablemente sean las mejores piezas de artillería que has visto en tu vida y a continuación un profundo foso que aprovecha a la perfección el desnivel de la loma en la que se sitúa la fortaleza. No fue hasta al cabo de unos días, que descubriste que también había situadas varias torres que se levantaban a pocos metros de la orilla del mar, con una muralla más modesta para evitar que navíos indeseados amarraran en la zona de playa más cercana al G4. Por último, a unos dos kilómetros de la fortaleza, se encuentra la villa de Nifyara. Este pequeño asentamiento, por lo que has oído, es anterior a la construcción del cuartel y, tras la construcción de este, ha ido creciendo en prosperidad. Aun no te has ganado un permiso desde que llegaste, pero has oído que esa villa también esta fortificada con un perímetro de troncos de madera. Además, en su pequeña bahía se encuentra el único puerto natural de la isla.
¿Para que querría alguien atacar una isla inhóspita y sin ningún valor estratégico? No eres el primer marine que se hace esa pregunta y, probablemente, no serás el último. Llegaste en la isla en estación conocida como paz-tormenta, pero sin que nadie te lo diga, sabes que esa extraña estación está dando sus últimos coletazos antes de dar paso a la siguiente. Son las siete de la mañana, la hora en la que los sonidos del resto de la guarnición comienzan por regla general a romper el silencio, pero hoy es distinto. Hay algo en el ambiente, una especie de electricidad estática, remarcada por la oscuridad reinante. A lo lejos, puedes ver como un perezoso Michael, tu relevo, arrastra los pies hacia tu posición en las murallas. Michael el Pardo, como le suelen apodar por el lugar, es un muchacho de unos veintitantos de origen villano. Con el paso de los días te enteraste que, en el pasado, había hecho una pequeña fortuna vendiendo las tierras de cultivo de su familia y que, con el beneficio de las mismas, se había comprado una buena espada y se había hecho a la mar. Cazarrecompensas y mercenario arribista, no es precisamente un hombre de honor y, sin embargo, es lo más cercano a un amigo que tienes en el lugar. Al llegar hasta tí, el deshonroso marine se levanta la visera de su gorra dejando a la vista unas prominentes ojeras. Aunque no hay rastro alguno del saludo militar que se merece alguien de tu rango, te entrega un vaso humeante del que rezuma el inconfundible olor a café recién hecho.
- Seguro que tus familiares estarán tan orgullosos como los míos de saber que tan bravos guerreros protegen sus vidas en esta frontera de mala muerte - te dice en un evidente tono de burla mientras comienza a buscar algo entre los bolsillos de su arrugado uniforme. Finalmente se detiene al darle la vuelta a uno de ellos, ambos contempláis el agujero del tamaño de tres dedos que tiene en uno de extremos - Espero que no quisieras azúcar...
- off:
- Tienes libertad para improvisar e inventarte todos los detalles irrelevantes que quieras. Recuerda no realizar acciones cerradas o los dioses podrían enfadarse (?)
Eric Zor-El
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El shandiano había llamado la atención desde su ingreso en la marina. Acciones heroicas que habían salvado muchas vidas, sí, pero que, al contrario que muchos de sus semejantes, habían causado costes al gobierno por más dinero del que iba a llegar a ganar en los años que le restaban con marine. Mientras que un sector de la cúpula del gobierno mundial estaba a favor de la actitud dinámica y enérgica del joven marine, cuyos actos le habían llevado a obtener el rango de comandante gracias a la recomendación de unos pocos, así como un gran número de medallas obtenidas por sus actos, el lado contrario, la facción más conservadora, que creen que solo gente que haya mostrado su valía desde niño, como mucho desde su adolescencia como se hacía en la vieja era, eran los únicos que debían entrar en las fuerzas armadas del gobierno mundial, es decir, la marina, no estaban completamente de acuerdo con la forma de ser del albino, así que lo enviaron a una isla perdida del mundo, donde lo más interesante que sucedía era el apareamiento de dos roedores que correteaban por allí. “Un rico manjar”, decía Eric, que comía de todo.
Las semanas transcurrían lentas y tediosas, cada vez más el albino se preguntaba qué demonios hacía allí. Tan grande era su estrés, que una tarde de entrenamiento casi le abre la cabeza de un golpe al protegido del Vicealmirante Ajax en un combate práctico, pues aquel alto cargo era el culpable de que estuviera allí. Eric no entendía porque aquel hombre le odiaba tanto, pero su protegido, un sujeto simpático llamado Yusep Mou R. Nho, que cuestionaba siempre todo con un porqué, le explico que fue por la destrucción de la torre de batalla que llevaba su nombre, cuyos cimientos destruyó durante los prolegómenos de la gran guerra en la que participó. Sin embargo, para Eric aquello no era más que una burda escusa, que tenía que solucionar fuera como fuere.
Entretanto, hizo un amigo, Michael El Pardo, un mercenario de segunda que le caía simpático. Quizás la única persona con dos dedos de frente y sincera de aquel lugar, alguien que sabía cómo se movía el mundo. Un buscavidas que había acabado de marine.
-Si mis familiares estuvieran aquí ya los habría movilizado para tomar el control –le dijo con sorna en su tono de voz, aunque en sus palabras se atisbaba un ápice de sinceridad-. No te preocupes. El café me gusta solo, quizás con un par de cubos de hielo, pues no me gustan las bebidas calientes.
Se mantuvieron en silencio durante un buen rato. Eric no era una persona muy habladora, prefería observar y mantenerse callado, pero su compañero, al contrario, era alguien demasiado parlanchín. El salvaje se encendió su pipa, la cual compartió con su compañero de buena gana. Aquel era la última migaja de tabaco que trajo consigo de Skypiea, el cual había ido dosificando hasta ese momento. En su habitación del cuartel general había plantado una pequeña planta de consumo personal, al lado de una hierba que descubrió de manos de un pirata moreno con aspecto de trápala de poco fiar, Jish se llamaba, y que había dejado en manos de Zuko, con la esperanza de que no la calcinara.
Fue entonces, cuando un terremoto sacudió la zona. Era fuerte, más de los que Eric podía llegar a crear.
-¡Comandante Zor-El! –gritó por el megáfono el comodoro Mardoz una vez cesaron los temblores-. Acuda a mi despacho, ¡Ahora
A regañadientes, apagando su pipa con el pulgar, fue hacia el otro lado de la base, donde se encontraba el despacho. Golpeó dos veces con la mano y entró.
-¿Qué querer, comodoro? –le preguntó.
-¿Qué le he dicho de crear terremotos en la base?
-No haber sido yo.
El comodoro frunció el entrecejo.
-Yo encontrar en la garita de inspección junto a Michael, haciendo guardia, como siempre, y de pront…
Y de nuevo otra sacudida, seguido de un apagón.
Las semanas transcurrían lentas y tediosas, cada vez más el albino se preguntaba qué demonios hacía allí. Tan grande era su estrés, que una tarde de entrenamiento casi le abre la cabeza de un golpe al protegido del Vicealmirante Ajax en un combate práctico, pues aquel alto cargo era el culpable de que estuviera allí. Eric no entendía porque aquel hombre le odiaba tanto, pero su protegido, un sujeto simpático llamado Yusep Mou R. Nho, que cuestionaba siempre todo con un porqué, le explico que fue por la destrucción de la torre de batalla que llevaba su nombre, cuyos cimientos destruyó durante los prolegómenos de la gran guerra en la que participó. Sin embargo, para Eric aquello no era más que una burda escusa, que tenía que solucionar fuera como fuere.
Entretanto, hizo un amigo, Michael El Pardo, un mercenario de segunda que le caía simpático. Quizás la única persona con dos dedos de frente y sincera de aquel lugar, alguien que sabía cómo se movía el mundo. Un buscavidas que había acabado de marine.
-Si mis familiares estuvieran aquí ya los habría movilizado para tomar el control –le dijo con sorna en su tono de voz, aunque en sus palabras se atisbaba un ápice de sinceridad-. No te preocupes. El café me gusta solo, quizás con un par de cubos de hielo, pues no me gustan las bebidas calientes.
Se mantuvieron en silencio durante un buen rato. Eric no era una persona muy habladora, prefería observar y mantenerse callado, pero su compañero, al contrario, era alguien demasiado parlanchín. El salvaje se encendió su pipa, la cual compartió con su compañero de buena gana. Aquel era la última migaja de tabaco que trajo consigo de Skypiea, el cual había ido dosificando hasta ese momento. En su habitación del cuartel general había plantado una pequeña planta de consumo personal, al lado de una hierba que descubrió de manos de un pirata moreno con aspecto de trápala de poco fiar, Jish se llamaba, y que había dejado en manos de Zuko, con la esperanza de que no la calcinara.
Fue entonces, cuando un terremoto sacudió la zona. Era fuerte, más de los que Eric podía llegar a crear.
-¡Comandante Zor-El! –gritó por el megáfono el comodoro Mardoz una vez cesaron los temblores-. Acuda a mi despacho, ¡Ahora
A regañadientes, apagando su pipa con el pulgar, fue hacia el otro lado de la base, donde se encontraba el despacho. Golpeó dos veces con la mano y entró.
-¿Qué querer, comodoro? –le preguntó.
-¿Qué le he dicho de crear terremotos en la base?
-No haber sido yo.
El comodoro frunció el entrecejo.
-Yo encontrar en la garita de inspección junto a Michael, haciendo guardia, como siempre, y de pront…
Y de nuevo otra sacudida, seguido de un apagón.
Ummak Zor-El
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Efectivamente, por mediación del sistema de megafonía, la voz enlatada del gerifalte de aquella insidiosa fortaleza comenzó a rebotar por los enormes bloques de granito. De hecho, no había que ser demasiado lumbreras para comprender lo que estaba ocurriendo. Fuera lo que fuese que hubiera generado aquel seísmo, tú y solamente tú estabas en el punto de mira del comodoro. Resulta irónico ¿verdad? Aun habiendo pasado ya dos semanas desde que pusiste un pie en el G4 tan solo has visto a ese hombre en un par de ocasiones. La primera; el mismo día de tu llegada, en su despacho. La segunda; en el comedor, sirviendo la comida al resto de la guarnición como un recluta más ¿Cómo un hombre dos rangos mayor que tu ha sido capaz de convertirse en el mandamás de una guarnición tan grande? Poco o nada importa, tus supuestas gracietas han puesto al cuartel en plena ebullición y ahora no te queda más remedio que ponerte tú también en marcha.
El Pardo te mira de reojo y, sin mediar palabra, se encoge de hombros y empieza su guardia como si toda aquella fanfarria de frenética actividad no fuese con él. Nunca llegará a ascender con esa actitud, pero no parece preocuparle en absoluto. Ni tan siquiera se molesta en despedirse, tan solo se limita a levantar levemente la barbilla mientras vuelve a hacer gala de esa cara suya de póker.
No era ningún secreto, te gustaba demasiado poco aquel lugar. Mientras caminabas por las estrechas galerías, el resto de la guarnición se dedicaba a sus propios asuntos. Decenas de marines se afanan en examinar el estado de la infraestructura del cuartel. Sin embargo, aunque parecían distraídos, podías sentir como las miradas se clavaban en tu nuca. Al cabo de unos instantes llegaste al umbral del despacho del comodoro. Sobre la puerta, con unas hermosas letras de orfebrería doradas, podía leerse con total nitidez lo siguiente: G4 - Mando de Operaciones: Comodoro Cildofus “Jakkusuchīru“ Hart.
El despacho del señor Jakku, como se le denomina cariñosamente en el cuartel, Impresiona. Grande, de techos altos con las paredes repletas de títulos y fotos de personas influyentes del Paraíso posando junto a él. Aunque sale en todas con la misma cara, la de un hombre que está allí por obligación y que quiere huir de la cámara en cuanto se descuiden. Aquella habitación representaba toda una trayectoria militar que hace palidecer la de cualquier otro marine que jamás hayas conocido. A sus cuarenta y cinco años de edad, Hart es un veterano de no menos que seis guerras. Uno de esos extraños casos en los que un miembro brillante de la marina se niega a sacrificar sus ideales a cambio de más privilegios y ascensos.
Cuando niegas con tanta vehemencia tu participación con aquellos seísmos, este alza la cabeza y estudia tu rostro, sin apartar en ningún momento la vista sobre ti. No sabrías explicarlo, pero puedes sentir una mirada abrasadora sobre la piel. Sin saber cómo ni porque, sientes como si todo tu cuerpo se hubiese quedado petrificado y, de alguna forma que no sabrías como explicar, tienes la impresión de que el marine te está poniendo a prueba.
Sin embargo, antes de que tome una decisión sobre lo que hacer contigo, un segundo terremoto sacude el G4 aun con más virulencia que el ultimo. Tanto es así que, se produce un repentino apagón y, aun siendo de día, la fortaleza se sume en tinieblas. Enseguida sientes como esa presión se desvanece y observas como el rostro aún más ceñudo del comodoro se llena de arrugas.
- Esta zona del paraíso no ha tenido actividad sísmica en años – puntualiza, mientras saca de uno de los cajones de su escritorio varios planos de la región – La paz-tormenta está a punto de llegar a su fin y en apenas unas horas estaremos aislados del mundo exterior. Todo es tan conveniente…
Antes de que tu superior continúe exponiendo su visión del problema, una tercera sacudida hace vibrar por completo los cimientos del G4. Todo retumba, es como si cada uno de los edificios del cuartel se estuviese desmoronando. Pero todo cambia cuando el sonido cacofónico de la llama, el metal y la piedra partiéndose en añicos inunda vuestros oídos. Escucháis como cientos de ventanas se hacen añicos a lo largo y ancho del complejo y como cerca de una veintena de colosales bloques de piedra salen despedidos del lugar en el que antes se encontraba la armería. Uno de ellos, lo suficientemente grande como para poner en peligro la estructura de vuestro edificio, se dirige hacia vosotros.
El Pardo te mira de reojo y, sin mediar palabra, se encoge de hombros y empieza su guardia como si toda aquella fanfarria de frenética actividad no fuese con él. Nunca llegará a ascender con esa actitud, pero no parece preocuparle en absoluto. Ni tan siquiera se molesta en despedirse, tan solo se limita a levantar levemente la barbilla mientras vuelve a hacer gala de esa cara suya de póker.
No era ningún secreto, te gustaba demasiado poco aquel lugar. Mientras caminabas por las estrechas galerías, el resto de la guarnición se dedicaba a sus propios asuntos. Decenas de marines se afanan en examinar el estado de la infraestructura del cuartel. Sin embargo, aunque parecían distraídos, podías sentir como las miradas se clavaban en tu nuca. Al cabo de unos instantes llegaste al umbral del despacho del comodoro. Sobre la puerta, con unas hermosas letras de orfebrería doradas, podía leerse con total nitidez lo siguiente: G4 - Mando de Operaciones: Comodoro Cildofus “Jakkusuchīru“ Hart.
- apariencia de Jakku:
El despacho del señor Jakku, como se le denomina cariñosamente en el cuartel, Impresiona. Grande, de techos altos con las paredes repletas de títulos y fotos de personas influyentes del Paraíso posando junto a él. Aunque sale en todas con la misma cara, la de un hombre que está allí por obligación y que quiere huir de la cámara en cuanto se descuiden. Aquella habitación representaba toda una trayectoria militar que hace palidecer la de cualquier otro marine que jamás hayas conocido. A sus cuarenta y cinco años de edad, Hart es un veterano de no menos que seis guerras. Uno de esos extraños casos en los que un miembro brillante de la marina se niega a sacrificar sus ideales a cambio de más privilegios y ascensos.
Cuando niegas con tanta vehemencia tu participación con aquellos seísmos, este alza la cabeza y estudia tu rostro, sin apartar en ningún momento la vista sobre ti. No sabrías explicarlo, pero puedes sentir una mirada abrasadora sobre la piel. Sin saber cómo ni porque, sientes como si todo tu cuerpo se hubiese quedado petrificado y, de alguna forma que no sabrías como explicar, tienes la impresión de que el marine te está poniendo a prueba.
Sin embargo, antes de que tome una decisión sobre lo que hacer contigo, un segundo terremoto sacude el G4 aun con más virulencia que el ultimo. Tanto es así que, se produce un repentino apagón y, aun siendo de día, la fortaleza se sume en tinieblas. Enseguida sientes como esa presión se desvanece y observas como el rostro aún más ceñudo del comodoro se llena de arrugas.
- Esta zona del paraíso no ha tenido actividad sísmica en años – puntualiza, mientras saca de uno de los cajones de su escritorio varios planos de la región – La paz-tormenta está a punto de llegar a su fin y en apenas unas horas estaremos aislados del mundo exterior. Todo es tan conveniente…
Antes de que tu superior continúe exponiendo su visión del problema, una tercera sacudida hace vibrar por completo los cimientos del G4. Todo retumba, es como si cada uno de los edificios del cuartel se estuviese desmoronando. Pero todo cambia cuando el sonido cacofónico de la llama, el metal y la piedra partiéndose en añicos inunda vuestros oídos. Escucháis como cientos de ventanas se hacen añicos a lo largo y ancho del complejo y como cerca de una veintena de colosales bloques de piedra salen despedidos del lugar en el que antes se encontraba la armería. Uno de ellos, lo suficientemente grande como para poner en peligro la estructura de vuestro edificio, se dirige hacia vosotros.
Eric Zor-El
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Sólo llevaba unos pocos segundos en el abrumador despacho del comodoro, cuando el shandiano tuvo claro que tampoco era muy querido para él o, al menos, esa fue su primera impresión al mirar al ojo a su superior. Al comienzo no estuvo muy atento, pues le interesaba más ver la multitud de premios y medallas heroicas que tenía, pudo contar en un cuadro más de cien, ¿serían todas al valor o habría alguna por otros actos? Esa cuestión era la que eclipsaba la mente de Eric cada vez que visitaba ese despacho. Y entonces, antes de que pudiera dar una buena exculpación, sintió una extraña fuerza que le acogotaba y le impidió moverse. Durante un breve intervalo de tiempo, se vio incapaz de moverse, pese a que intentó hacer acopio de todas sus fuerzas para hacerlo. “¿Qué clase de brujería era aquella?”, pensaba, apretando el puño.
Y con otro seísmo, la presión cesó.
Eric dejó de apretar su mano, y unas gotas de sangre empezaron a deslizarse desde la palma de su mano hasta la punta de sus dedos, cayendo sobre la alfombra que había bajo la mesa del señor Jakku. Se relajó, y exhaló una leve bocanada de aire y se aproximó a la mesa cuando su superior sacó un mapa. Y nuevamente, otro seísmo lo sacudió todo. Éste era de más magnitud que el anterior, siendo como los que él mismo cuando comenzó a controlar los poderes de su fruta del diablo. Las luces se apagaron y se encendieron un total de cinco veces en menos de tres segundos, y un centenar de ventanas parecieron romperse, escuchando el sonido de cristales rotos.
—Akk’um tam par’a —maldijo en su dialecto, al contemplar como un bloque de piedra estaba a pocos metros de su posición. ¿Que qué significaba? Digamos que se acordó de los ancestros de la madre piedra, aunque eso sería quedarse corto. Concentró su haki de armadura en sus brazos, y golpeó la piedra hasta romperla en varios trozos—. Creo que deber ir a la maceta baja, comodoro.
—¿Maceta baja? —preguntó.
—Sí, al primer piso —aclaró.
—Planta baja, comandante Zor-El —le corrigió.
Eric parpadeó dos veces, y asintió con la cabeza, asimilando lo aprendido. Fue entonces cuando un marine llegó al despacho, con una herida en el hombro.
—Señor Jakku, señor —dijo—. Tenemos varios heridos, y algunos están hechos por un arma de filo.
Y con otro seísmo, la presión cesó.
Eric dejó de apretar su mano, y unas gotas de sangre empezaron a deslizarse desde la palma de su mano hasta la punta de sus dedos, cayendo sobre la alfombra que había bajo la mesa del señor Jakku. Se relajó, y exhaló una leve bocanada de aire y se aproximó a la mesa cuando su superior sacó un mapa. Y nuevamente, otro seísmo lo sacudió todo. Éste era de más magnitud que el anterior, siendo como los que él mismo cuando comenzó a controlar los poderes de su fruta del diablo. Las luces se apagaron y se encendieron un total de cinco veces en menos de tres segundos, y un centenar de ventanas parecieron romperse, escuchando el sonido de cristales rotos.
—Akk’um tam par’a —maldijo en su dialecto, al contemplar como un bloque de piedra estaba a pocos metros de su posición. ¿Que qué significaba? Digamos que se acordó de los ancestros de la madre piedra, aunque eso sería quedarse corto. Concentró su haki de armadura en sus brazos, y golpeó la piedra hasta romperla en varios trozos—. Creo que deber ir a la maceta baja, comodoro.
—¿Maceta baja? —preguntó.
—Sí, al primer piso —aclaró.
—Planta baja, comandante Zor-El —le corrigió.
Eric parpadeó dos veces, y asintió con la cabeza, asimilando lo aprendido. Fue entonces cuando un marine llegó al despacho, con una herida en el hombro.
—Señor Jakku, señor —dijo—. Tenemos varios heridos, y algunos están hechos por un arma de filo.
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Casi tan intrigado con tu forma de deshacerte de los escombros voladores como de tu escasa riqueza lingüística, el comodoro Jakku se pone finalmente en pie y se dispone a hacer caso a tu sugerencia de observar los hechos a pie de calle. Sin embargo, antes de que ambos abandonéis el despacho, un agotado teniente irrumpe en la habitación sin tan siquiera molestarse en llamar a la puerta. Dado el estado de excepción ninguno de los dos le reprocháis nada, ni tan siquiera la ausencia de un saludo militar.
—Señor Jakku, señor —dice entre jadeos— Tenemos varios heridos, y algunos están hechos por un arma de filo.
A pesar de ser muy de mañana, tras el amanecer y que el ruido de las explosiones ha dejado a más de un soldado sin dormir; en seguida el líder del G4 toma las riendas de la situación. El comodoro Jakku es conocido por su mano de hierro, corazón caliente y su entereza bélica; implacable con el enemigo y justo con los desvalidos. Tras observar de primera mano los destrozos ocasionados por las explosiones y la ausencia de enemigos, algo de todo aquello os da muy mala espina. Lo curioso de todo el batiburrillo de órdenes que salen por su boca de tu superior es que, ocurre algo que no había ocurrido hasta aquel preciso momento en el pacifico G4. Jakku convoca a todos los comandantes, mayores y directores de proyectos de proyectos de la fortaleza en el patio. No hay ni rastro de reclutas o soldados rasos en la reunión de emergencia, ya que la gran mayoría están doblando y redoblando jornadas para dar asistencia médica a los heridos y subsanar, en la medida de lo posible, los daños estructurales de las instalaciones.
Os encontráis armados y listos para cualquier enfrentamiento. Algunos oficiales susurran, también un poco sorprendidos. Los cuchicheos cesan de inmediato en cuanto el comodoro entra en escena. Cruza con rostro pálido y desencajado, fiero pero seguro, el patio de armas.
- ¡Soldados! – grita, dejando que su voz resuene por todo el edificio – Este ataque no es fruto de la casualidad. Hoy es el último día de paz-tormenta. Teníamos previsto recibir un último envió de provisiones desde el mundo civilizado, pero hemos sido informados de que esos insurrectos que se hacen llamar revolucionarios preparan otra ofensiva contra el G4 ¡Vosotros! – grita, dirigiéndose a la mitad de los oficiales – cubrid las Puertas Lauden, Aries y Arlin ¡Vosotros! ¡A la defensa del puerto! ¡Tú, tú y tú! – entre los que tu estas incluido – ¡Venid conmigo! – ordena, antes de desaparecer entre la multitud mientras el resto de oficiales marchan a sus puestos destacados.
Acto seguido, seguís a Jakku por el patio de armas. De los tres oficiales con los que ibas, a uno le mandan vigilar lo que queda del maltrecho polvorín, a otro internarse en las despensas de la fortaleza y a ti… a ti te ordena que le sigas.
- Eres mi mejor soldado, Zor-El – te dice en confianza, ya cerca de la Puerta Aries – No hay ninguna ofensiva de los rebeldes, aun, contra esta base ¡Es una farsa! – te dice, mientras mira de izquierda a derecha desconfiado – El ataque inminente del que hable enfrente de los demás oficiales es falso – aclara – Ahora se respira cierta calma. Aunque no se por cuánto tiempo… El caso es que quiero que vayas a la villa de Nifyara. Eres prácticamente el único en quien confió, pues sospecho que estamos rodeados de espías… Tu misión será llegar al puerto natural de la villa y proteger el envio de provisiones. Viajan en una goleta, recoge la mercancía y tráela a salvo. Con esto sabrán que vas de mi parte – dice mientras de entrega una de sus muchas medallas.
—Señor Jakku, señor —dice entre jadeos— Tenemos varios heridos, y algunos están hechos por un arma de filo.
A pesar de ser muy de mañana, tras el amanecer y que el ruido de las explosiones ha dejado a más de un soldado sin dormir; en seguida el líder del G4 toma las riendas de la situación. El comodoro Jakku es conocido por su mano de hierro, corazón caliente y su entereza bélica; implacable con el enemigo y justo con los desvalidos. Tras observar de primera mano los destrozos ocasionados por las explosiones y la ausencia de enemigos, algo de todo aquello os da muy mala espina. Lo curioso de todo el batiburrillo de órdenes que salen por su boca de tu superior es que, ocurre algo que no había ocurrido hasta aquel preciso momento en el pacifico G4. Jakku convoca a todos los comandantes, mayores y directores de proyectos de proyectos de la fortaleza en el patio. No hay ni rastro de reclutas o soldados rasos en la reunión de emergencia, ya que la gran mayoría están doblando y redoblando jornadas para dar asistencia médica a los heridos y subsanar, en la medida de lo posible, los daños estructurales de las instalaciones.
Os encontráis armados y listos para cualquier enfrentamiento. Algunos oficiales susurran, también un poco sorprendidos. Los cuchicheos cesan de inmediato en cuanto el comodoro entra en escena. Cruza con rostro pálido y desencajado, fiero pero seguro, el patio de armas.
- ¡Soldados! – grita, dejando que su voz resuene por todo el edificio – Este ataque no es fruto de la casualidad. Hoy es el último día de paz-tormenta. Teníamos previsto recibir un último envió de provisiones desde el mundo civilizado, pero hemos sido informados de que esos insurrectos que se hacen llamar revolucionarios preparan otra ofensiva contra el G4 ¡Vosotros! – grita, dirigiéndose a la mitad de los oficiales – cubrid las Puertas Lauden, Aries y Arlin ¡Vosotros! ¡A la defensa del puerto! ¡Tú, tú y tú! – entre los que tu estas incluido – ¡Venid conmigo! – ordena, antes de desaparecer entre la multitud mientras el resto de oficiales marchan a sus puestos destacados.
Acto seguido, seguís a Jakku por el patio de armas. De los tres oficiales con los que ibas, a uno le mandan vigilar lo que queda del maltrecho polvorín, a otro internarse en las despensas de la fortaleza y a ti… a ti te ordena que le sigas.
- Eres mi mejor soldado, Zor-El – te dice en confianza, ya cerca de la Puerta Aries – No hay ninguna ofensiva de los rebeldes, aun, contra esta base ¡Es una farsa! – te dice, mientras mira de izquierda a derecha desconfiado – El ataque inminente del que hable enfrente de los demás oficiales es falso – aclara – Ahora se respira cierta calma. Aunque no se por cuánto tiempo… El caso es que quiero que vayas a la villa de Nifyara. Eres prácticamente el único en quien confió, pues sospecho que estamos rodeados de espías… Tu misión será llegar al puerto natural de la villa y proteger el envio de provisiones. Viajan en una goleta, recoge la mercancía y tráela a salvo. Con esto sabrán que vas de mi parte – dice mientras de entrega una de sus muchas medallas.
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Haciendo gala de su habilidad de mando, así de un buen pulmón, movilizó a todos los oficiales, rangos medios y bajos del cuartel. En poco menos de dos minutos, todos los comandantes, un total de seis, estaban frente al comodoro. Todos eran del departamento de infantería, y ninguno de ellos simpatizaba con el salvaje. Le miraban de arriba abajo como si fuera un desecho de la sociedad, como si fuera un burdo pirata, y eso mosqueaba a Eric. El resto de soldados, estaban también allí, con ligero aire de preocupación. Jakku comenzó a hablar muy rápido, haciendo que el albino no pillara todos los conceptos, pues aún le costaba entender el idioma. Los dividieron en distintos escuadrones, yendo cada uno a un lugar distinto. Entretanto, él junto a dos marines más, siendo uno de ellos su amigo Michael el pardo.
—Comandante Zor-El, venga conmigo —le ordenó, con ligero gesto de preocupación en su mirada.
Eric no era muy bueno hablando, eso estaba claro, pero era capaz de ver los sentimientos de otra persona con mucha claridad. Sabía que algo iba mal, pero ¿el qué? Pensativo siguió a su superior hasta llegar a la puerta Aries, la más meridional y que daba al pueblo más cercano en kilómetros. El señor Jakku estaba nervioso, miraba a un lado y al otro continuamente, mientras lo adulaba como solo habían hecho una persona en su vida, su líder y amigo, Zuko.
—¿Estás seguro de querer quedarte solo? —le preguntó, cogiendo una brillante medalla.
—No te preocupes —le contestó—. No hay nadie en esta base que pueda conmigo.
Eric se calló, y guardó la medalla en el interior de su poncho.
—Está bien —le dijo, cruzándose de brazos—. ¿A cuánto estár?
Una vez tuvo una respuesta, a regañadientes se puso las botas reglamentarias y la capucha de su poncho.
—Suerte, Zor-El —le dijo el comodoro.
—Suerte ser para debil de espiritu y yo ser fuerte —le contesto Eric, y de la misma forma emprendió camino hacia Nifyara.
A Eric no le entusiasmaban los climas fríos, es más, no le gustaba ninguna atmósfera que le impidiera caminar descalzo, como debía hacerse. Sentir el suelo en las plantas de los pies, la hierba en los dedos… Era una sensación indescriptible. Era como sentir que se es uno con la madre tierra, y eso le encantaba.
Camino apresurado durante algo más de veinte minutos, pudiendo ver un pueblo en la lejanía. ¿Sería ese su destino? Seguramente, así que continuó hacia allá. Durante el camino se encontró con dos hombres, ¿o eran un hombre y una mujer con rasgos bastos?
—¿Ese poblado de allí ser Nifyara? —le preguntó, clavando la mirada sobre aquellas dos personas.
—Comandante Zor-El, venga conmigo —le ordenó, con ligero gesto de preocupación en su mirada.
Eric no era muy bueno hablando, eso estaba claro, pero era capaz de ver los sentimientos de otra persona con mucha claridad. Sabía que algo iba mal, pero ¿el qué? Pensativo siguió a su superior hasta llegar a la puerta Aries, la más meridional y que daba al pueblo más cercano en kilómetros. El señor Jakku estaba nervioso, miraba a un lado y al otro continuamente, mientras lo adulaba como solo habían hecho una persona en su vida, su líder y amigo, Zuko.
—¿Estás seguro de querer quedarte solo? —le preguntó, cogiendo una brillante medalla.
—No te preocupes —le contestó—. No hay nadie en esta base que pueda conmigo.
Eric se calló, y guardó la medalla en el interior de su poncho.
—Está bien —le dijo, cruzándose de brazos—. ¿A cuánto estár?
Una vez tuvo una respuesta, a regañadientes se puso las botas reglamentarias y la capucha de su poncho.
—Suerte, Zor-El —le dijo el comodoro.
—Suerte ser para debil de espiritu y yo ser fuerte —le contesto Eric, y de la misma forma emprendió camino hacia Nifyara.
A Eric no le entusiasmaban los climas fríos, es más, no le gustaba ninguna atmósfera que le impidiera caminar descalzo, como debía hacerse. Sentir el suelo en las plantas de los pies, la hierba en los dedos… Era una sensación indescriptible. Era como sentir que se es uno con la madre tierra, y eso le encantaba.
Camino apresurado durante algo más de veinte minutos, pudiendo ver un pueblo en la lejanía. ¿Sería ese su destino? Seguramente, así que continuó hacia allá. Durante el camino se encontró con dos hombres, ¿o eran un hombre y una mujer con rasgos bastos?
—¿Ese poblado de allí ser Nifyara? —le preguntó, clavando la mirada sobre aquellas dos personas.
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Dos figuras ataviadas con un popurrí de pieles de jineta, oso y es de suponer que de lobo, caminan por delante de ti. Gritas, pero nadie te escucha. La nieve parecía haber ahogado incluso el eco de tus palabras. Tienes de caminar algunos metros más hasta que logras darles alcance y llamar su atención. El primero de ellos, se trata de un hombre que fácilmente puede haber entrado en la cincuentena. Viste predominantemente con un abrigo de piel de oso que, aunque parece quedarle algo grande, parece muy cómodo. La segunda, se trata de una mujer, de geste bastante más serio que su compañero. A juzgar por su aspecto, algo toscos y desaliñado, no le echas más de una veintena a lo sumo. No necesitas que te digan a que se dedican ya que, entre cazadores, podéis reconoceros con facilidad.
- Saludos, viajero. Yo soy Eulisses y esta es mi hija, Genevere. No eres de por aquí ¿verdad? – te grita el primero. Intentas responder, pero el hombre enseguida se fija en el color de tus pantalones y te dedica una sonrisa.
Puedes sentir un extraño cosquilleo en la piel, además como se eriza tu cabello bajo la capucha. También. Si prestas algo de atención, puedes escuchar como los cañones de los rifles de los dos lugareños emiten un extraño zumbido parecido al de una colmena. El padre te mira extrañado durante unos segundos hasta que, finalmente advierte que debes de ser uno de últimos marines en incorporarse al G4.
- ¿Sientes eso? – te grita por encima del ruido del viento – Esto se produce porque se están desplazando las cargas eléctricas que generan tormentas y el aire en el que nos encontramos se ha vuelto un conductor… Entre media hora o una hora esta isla se convertirá en un infierno.
Su hija, Genevere, te observa con cierto recelo.
- En cualquier caso, recuerda esta sensación, soldado – te advierte – Si te ves atrapado en mitad de la tormenta y de repente vuelves a sentir este cosquilleo… Será la única advertencia que tendrás de que un rayo va a caer a tu alrededor. Apenas dispondrás de unas décimas de segundo para ponerte a salvo.
- Igualmente, es una temeridad – ataja Eulisses – No sé lo que has venido a hacer a Nifyara, pero confió en que seas lo suficientemente inteligente como para no cometer ninguna locura, jovencito. Esta es una isla montañosa y no para de nevar en todo el año. Si sales fuera, es imposible no acabar con la ropa mojada y calado hasta los huesos. Con una simple carrera crearías una turbulencia en el aire y una zona de convección – te mira de reojo para cerciorarse de que estas captando el mensaje, pero enseguida se da cuenta de que no te estas enterando ni de la mitad de lo que te está contando – Si corres por la tormenta te convertirás en algo así como un imán de rayos ¿Me entiendes ahora? No es la primera vez que, cuando la paz-tormenta nos deja volver a los bosques a cazar, nos encontramos a uno de los tuyos congelado.
En cualquier caso, a lo lejos, ya puedes vislumbrar el humo de los hogares y las altas empalizadas de madera que rodean la villa de Nifyara. En compañía, el viaje se te ha hecho más ameno. Pero, según te ha contado el viejo cazador, dispones de menos de una hora para llevar a cabo tu misión ¿Tan importante es asegurar la carga de ese barco? Si continuas hasta el puerto de la pequeña villa, probablemente hallarás la respuesta. Sin embargo, otra pregunta singue rondado por tu cabeza ¿Por qué demonios no estás en el G4?
- Saludos, viajero. Yo soy Eulisses y esta es mi hija, Genevere. No eres de por aquí ¿verdad? – te grita el primero. Intentas responder, pero el hombre enseguida se fija en el color de tus pantalones y te dedica una sonrisa.
Puedes sentir un extraño cosquilleo en la piel, además como se eriza tu cabello bajo la capucha. También. Si prestas algo de atención, puedes escuchar como los cañones de los rifles de los dos lugareños emiten un extraño zumbido parecido al de una colmena. El padre te mira extrañado durante unos segundos hasta que, finalmente advierte que debes de ser uno de últimos marines en incorporarse al G4.
- ¿Sientes eso? – te grita por encima del ruido del viento – Esto se produce porque se están desplazando las cargas eléctricas que generan tormentas y el aire en el que nos encontramos se ha vuelto un conductor… Entre media hora o una hora esta isla se convertirá en un infierno.
Su hija, Genevere, te observa con cierto recelo.
- En cualquier caso, recuerda esta sensación, soldado – te advierte – Si te ves atrapado en mitad de la tormenta y de repente vuelves a sentir este cosquilleo… Será la única advertencia que tendrás de que un rayo va a caer a tu alrededor. Apenas dispondrás de unas décimas de segundo para ponerte a salvo.
- Igualmente, es una temeridad – ataja Eulisses – No sé lo que has venido a hacer a Nifyara, pero confió en que seas lo suficientemente inteligente como para no cometer ninguna locura, jovencito. Esta es una isla montañosa y no para de nevar en todo el año. Si sales fuera, es imposible no acabar con la ropa mojada y calado hasta los huesos. Con una simple carrera crearías una turbulencia en el aire y una zona de convección – te mira de reojo para cerciorarse de que estas captando el mensaje, pero enseguida se da cuenta de que no te estas enterando ni de la mitad de lo que te está contando – Si corres por la tormenta te convertirás en algo así como un imán de rayos ¿Me entiendes ahora? No es la primera vez que, cuando la paz-tormenta nos deja volver a los bosques a cazar, nos encontramos a uno de los tuyos congelado.
En cualquier caso, a lo lejos, ya puedes vislumbrar el humo de los hogares y las altas empalizadas de madera que rodean la villa de Nifyara. En compañía, el viaje se te ha hecho más ameno. Pero, según te ha contado el viejo cazador, dispones de menos de una hora para llevar a cabo tu misión ¿Tan importante es asegurar la carga de ese barco? Si continuas hasta el puerto de la pequeña villa, probablemente hallarás la respuesta. Sin embargo, otra pregunta singue rondado por tu cabeza ¿Por qué demonios no estás en el G4?
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Como había podido vislumbrara a duras penas desde la lejanía, las dos figuras que había contemplado resultaron ser un hombre en plena adultez, posiblemente de la edad de su padre, y una joven que podría rezar su edad. El aspecto de ambos les recordaba a los miembros de su tribu, al estar envueltos en pieles de animales. Por la forma en la que estaban cortadas, seguramente, había sido usados como sustento para su familia, quizás para su clan, y eso le gustaba. “Personas como yo, al fin”, se dijo para sus adentros. Miró a la joven detenidamente y la olfateó desde lejos. Olía a una mezcla de jazmín y algo que no sabía identificar, mientras que el hombre emitía hedor a sangre no humana y cerveza.
—Mi nombre ser Eric —intentó decir, pero fue acallado por el hombre que no paraba de hablar—. Si. Yo formar parte de la marina desde hace relativizantemente poco. Y mandarme al pueblo de Nifara…, Niphara… —Se calló durante un breve instante, pensando el nombre del pueblo al que debía ir—. A ese pueblo de ahí —alzó el brazo, señalándolo—, para una misión.
El hombre atendió a sus palabras con una amplia sonrisa en su rostro, que era tan calmada como perturbadora. Solo había visto a un pequeño grupo de personas sonreír de esa forma, y fueron los piratas que arrasaron su aldea en busca de oro hacía ya tres años largos años. Sin decir palabra alguna, escuchó todo lo que el hombre comenzó a decirle. No se enteraba de nada, pues usaba unos términos que no llegaba a comprender. Sin embargo, le habían dicho que era de mala educación interrumpirá la gente, así que no lo hizo. Pero el hombre que le hablaba era inteligente y rápidamente se dio cuenta de que no estaba comprendiendo lo que le decía e intentó hacerlo de otra forma.
—¿Y qué ser un imán? —preguntó el shandiano, rascándose la nuca algo avergonzado, para luego volver a mirar a su hija.
Si había entendido lo que le habían dicho se encontraba en un lugar peligroso al estar al aire libre. ¿Por qué Jakku le había enviado a ese lugar tan peligroso? Era la única pregunta que tenía en la cabeza. No le gustaba la idea de morir en un lugar como ese. Un guerrero solo tenía dos formas de fallecer, de viejo o en una batalla honorable. Es por eso que, haciendo caso omiso a la misión que le habían encomendado, dio media vuelta y puso rumbo hacia la base, mientras pensaba una excusa para el incumplimiento de una orden directa.
Sus zancadas fueron más largas y su ritmo mucho más acelerado. Lo que había recorrido en algo más de veinte minutos se convirtió en menos de un cuarto de hora. Una vez allí intentó entrar por la misma puerta por la que se fue, sin dar aviso alguno para ver que estaba ocurriendo en ese lugar. A su mente vino un viejo proverbio de los baal’sha: “Ologori Tak’ mut ahiiurakoo”, que llevado al idioma del mar azul podría significar algo como “que nunca hay que fiarse de la persona que te encandila con elogios banales y simples”.
—Mi nombre ser Eric —intentó decir, pero fue acallado por el hombre que no paraba de hablar—. Si. Yo formar parte de la marina desde hace relativizantemente poco. Y mandarme al pueblo de Nifara…, Niphara… —Se calló durante un breve instante, pensando el nombre del pueblo al que debía ir—. A ese pueblo de ahí —alzó el brazo, señalándolo—, para una misión.
El hombre atendió a sus palabras con una amplia sonrisa en su rostro, que era tan calmada como perturbadora. Solo había visto a un pequeño grupo de personas sonreír de esa forma, y fueron los piratas que arrasaron su aldea en busca de oro hacía ya tres años largos años. Sin decir palabra alguna, escuchó todo lo que el hombre comenzó a decirle. No se enteraba de nada, pues usaba unos términos que no llegaba a comprender. Sin embargo, le habían dicho que era de mala educación interrumpirá la gente, así que no lo hizo. Pero el hombre que le hablaba era inteligente y rápidamente se dio cuenta de que no estaba comprendiendo lo que le decía e intentó hacerlo de otra forma.
—¿Y qué ser un imán? —preguntó el shandiano, rascándose la nuca algo avergonzado, para luego volver a mirar a su hija.
Si había entendido lo que le habían dicho se encontraba en un lugar peligroso al estar al aire libre. ¿Por qué Jakku le había enviado a ese lugar tan peligroso? Era la única pregunta que tenía en la cabeza. No le gustaba la idea de morir en un lugar como ese. Un guerrero solo tenía dos formas de fallecer, de viejo o en una batalla honorable. Es por eso que, haciendo caso omiso a la misión que le habían encomendado, dio media vuelta y puso rumbo hacia la base, mientras pensaba una excusa para el incumplimiento de una orden directa.
Sus zancadas fueron más largas y su ritmo mucho más acelerado. Lo que había recorrido en algo más de veinte minutos se convirtió en menos de un cuarto de hora. Una vez allí intentó entrar por la misma puerta por la que se fue, sin dar aviso alguno para ver que estaba ocurriendo en ese lugar. A su mente vino un viejo proverbio de los baal’sha: “Ologori Tak’ mut ahiiurakoo”, que llevado al idioma del mar azul podría significar algo como “que nunca hay que fiarse de la persona que te encandila con elogios banales y simples”.
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Tus palabras, aunque toscas y propias de un ignorante, logran sacar una sonrisa en los rostros de Genevere y Eulisses. Finalmente, el ruido de las carcajadas inunda tus oídos y, contra todo pronóstico, logran poner en segundo plano el motivo y las inseguridades de partida. Al parecer les has caído en gracia a ambos lugareños y, por el bien de tu seguridad, te impiden desandar tus pasos. Presa de la corrección política, recorréis juntos recorréis los últimos metros hacia la enorme puerta que da acceso a la villa de Nifyara, mientras escuchas como ambos tratan de contarte varios chistes locales como si aquello se hubiese convertido en una competición por ver quien hace reír más al resto. Aunque con el paso de los minutos descubres que el humor Nifyarii es bastante literal, en su mayor parte simples juegos de palabras.
Cuando vislumbras por primera vez la villa te das cuenta de que los a priori rústicos habitantes están más adaptados a la vida en ese inhóspito lugar que tus propios compañeros de cuartel. La villa es en si mima un cumulo de contradicciones que harían que a más de uno le estallase la cabeza. El perímetro de la aldea está rodeado por centenares de troncos que han sido previamente clavados al menos un par de metros en la tierra y atados entre si formando una imponente muralla que desprende un intenso olor a resina, pero a lo largo de la aldea se suceden diversos mástiles de acero que se elevan por encima de cualquier otro edificio y que actúan a modo de pararrayos. La gente viste con pieles de animales y a medida que caminas por las calles notas que la caza es una de las profesiones más comunes entre los viandantes, sin embargo, a medida que te internas en el poblado descubres toda una gran variedad de pequeños establecimientos dedicados al ocio: tabernas, estancos, baños termales, mesones, etc...
Antes de que logres darte cuenta tus pasos te alejan de la familia de cazadores, que se quedan presumiendo de sus presas frente a un corrillo de niños. Y aunque Eulisses te hace un par de gestos que interpretas que son a modo de despedida, en seguida los dejas atrás. Mientras callejeas por los senderos de Nifyara, aun sigues pendiente de las palabras del comodoro. Cautela, discreción… efectivamente, si la Armada Revolucionaria estaba tras los ataques, así habría que hacerlo. En apenas unos minutos logras divisar el puerto y pese apenas hay un triste barco pesquero amarrado, el trajín de idas y venidas de marineros y estibadores y el griterío de un capataz, hace que el lugar este lleno de vida. Con la temporada de tormentas pisándoos los talones, el resto de capataces de navíos han partido a climas mas amables. Puedes ver que a poca distancia se aproxima al muelle una pequeña goleta con una única vela triangular y un pequeño castillo de popa. Reconoces enseguida que ese es tu cargamento. La cosa es que, mientras te encaminabas hacia la goleta, el pequeño navío, justo antes de atracar, comienza a virar de forma inesperada, alejándose en dirección noreste.
Cuando vislumbras por primera vez la villa te das cuenta de que los a priori rústicos habitantes están más adaptados a la vida en ese inhóspito lugar que tus propios compañeros de cuartel. La villa es en si mima un cumulo de contradicciones que harían que a más de uno le estallase la cabeza. El perímetro de la aldea está rodeado por centenares de troncos que han sido previamente clavados al menos un par de metros en la tierra y atados entre si formando una imponente muralla que desprende un intenso olor a resina, pero a lo largo de la aldea se suceden diversos mástiles de acero que se elevan por encima de cualquier otro edificio y que actúan a modo de pararrayos. La gente viste con pieles de animales y a medida que caminas por las calles notas que la caza es una de las profesiones más comunes entre los viandantes, sin embargo, a medida que te internas en el poblado descubres toda una gran variedad de pequeños establecimientos dedicados al ocio: tabernas, estancos, baños termales, mesones, etc...
Antes de que logres darte cuenta tus pasos te alejan de la familia de cazadores, que se quedan presumiendo de sus presas frente a un corrillo de niños. Y aunque Eulisses te hace un par de gestos que interpretas que son a modo de despedida, en seguida los dejas atrás. Mientras callejeas por los senderos de Nifyara, aun sigues pendiente de las palabras del comodoro. Cautela, discreción… efectivamente, si la Armada Revolucionaria estaba tras los ataques, así habría que hacerlo. En apenas unos minutos logras divisar el puerto y pese apenas hay un triste barco pesquero amarrado, el trajín de idas y venidas de marineros y estibadores y el griterío de un capataz, hace que el lugar este lleno de vida. Con la temporada de tormentas pisándoos los talones, el resto de capataces de navíos han partido a climas mas amables. Puedes ver que a poca distancia se aproxima al muelle una pequeña goleta con una única vela triangular y un pequeño castillo de popa. Reconoces enseguida que ese es tu cargamento. La cosa es que, mientras te encaminabas hacia la goleta, el pequeño navío, justo antes de atracar, comienza a virar de forma inesperada, alejándose en dirección noreste.
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La actitud de los pueblerinos encandiló de cierta forma al salvaje, que no podía evitar sentir nostalgia de una época que, para él, había sido mejor. Esos días en su isla natal, allá en el cielo, cazando y viviendo con sus hermanos y amigos, con su esposa… Una vida que, seguramente, ya no podría volver a vivir a menos que volviera y reclamara su lugar como legítimo líder de los Baal’sha, algo que tenía descartado, al menos a corto y medio plazo. Tanto Genevere y Eulisses comenzaron a contar historias cortas de las que se reían mucho, como por ejemplo sobre la diferencia que había entre un noble y un campesino llevando las riendas de un bull en Water Seven, pero Eric no sabía qué tipo de barco era un Bull ni tampoco que era un Water Seven de esos. Únicamente se limitó a sonreír y mantenerse callado, mientras avanzaba raudo hacia la ciudadela.
Al llegar, Eric se alejó, viendo como Genevere se despedía de él con un ademán de su mano derecha. El salvaje hizo lo mismo y caminó hacia el puerto. Se encontraba en una ciudad como cualquier otra del mar azul, repleta de casas de uno o dos pisos, muchas tabernas y establecimientos, y gran cantidad de personas yendo de un lado para otro con mucha prisa. “¿Por qué en el mar azul todo eran tan rápido?”, se preguntaba, mientras veía como un jovenzuelo paraba en una botica a comprar unos extraños globos. “¿Desde cuándo comerciaban con piezas decorativas en un lugar destinado a la venta de fármacos e hierbas para tratar enfermos?”. Era incapaz de entenderlo.
Al llegar al puerto se topó con que no había barcos.
—¿Dónde demonios estar cargamento? —se preguntó en voz alta, clavando su mirada sobre el mar.
No le gustaba como se encontraba el cielo, ni tampoco lo turbia que se encontraba el agua. Era como si estuvieran en una olla a punto de romper a hervir, y esa sensación le ponía de los nervios. Fue entonces cuando vislumbró un barco, que por su aspecto era equivalente al que le había dicho el comodoro. Pero algo extraño ocurrió, pues en lugar de ir en línea recta giró hacia la derecha de Eric. Rápidamente, el marine comenzó a correr hacia la dirección que iba el barco, sin darse cuenta que frente a él había una pila de cajas que tiró al suelo.
—Yo sentir.
Se limitó a decir, levantándose y corriendo hacia el lugar donde se estaba dirigiendo el barco. Se fue alejando del puerto hasta llegar a una especie de ensenada, con rocas en lugar de fina arena y un hedor a mar que no terminaba de disgustar al salvaje. De llegar al lugar donde paró el barco, el salvaje se podría en la orilla, de cara al barco y alzaría la voz.
—¡Aquí Eric Zor-El! —gritó, intentando que todo el mundo le escuchase—. ¡Heredero del clan del lobo y comandante de la marina! ¡Decir a vuestro líder que yo mandar ahora o hundir el barco con todos dentro!
Tras decir eso, el salvaje se puso frente a una ola que se acercaba y golpeó al aire, depositando todo su peso en el golpe, intentando crear una onda de choque que destruyera la ola. Lo había hecho en el pasado, mientras aprendía como hacerlas, así que, en teoría, debía disipar la onda y demostrar su fuerza a los del barco.
Al llegar, Eric se alejó, viendo como Genevere se despedía de él con un ademán de su mano derecha. El salvaje hizo lo mismo y caminó hacia el puerto. Se encontraba en una ciudad como cualquier otra del mar azul, repleta de casas de uno o dos pisos, muchas tabernas y establecimientos, y gran cantidad de personas yendo de un lado para otro con mucha prisa. “¿Por qué en el mar azul todo eran tan rápido?”, se preguntaba, mientras veía como un jovenzuelo paraba en una botica a comprar unos extraños globos. “¿Desde cuándo comerciaban con piezas decorativas en un lugar destinado a la venta de fármacos e hierbas para tratar enfermos?”. Era incapaz de entenderlo.
Al llegar al puerto se topó con que no había barcos.
—¿Dónde demonios estar cargamento? —se preguntó en voz alta, clavando su mirada sobre el mar.
No le gustaba como se encontraba el cielo, ni tampoco lo turbia que se encontraba el agua. Era como si estuvieran en una olla a punto de romper a hervir, y esa sensación le ponía de los nervios. Fue entonces cuando vislumbró un barco, que por su aspecto era equivalente al que le había dicho el comodoro. Pero algo extraño ocurrió, pues en lugar de ir en línea recta giró hacia la derecha de Eric. Rápidamente, el marine comenzó a correr hacia la dirección que iba el barco, sin darse cuenta que frente a él había una pila de cajas que tiró al suelo.
—Yo sentir.
Se limitó a decir, levantándose y corriendo hacia el lugar donde se estaba dirigiendo el barco. Se fue alejando del puerto hasta llegar a una especie de ensenada, con rocas en lugar de fina arena y un hedor a mar que no terminaba de disgustar al salvaje. De llegar al lugar donde paró el barco, el salvaje se podría en la orilla, de cara al barco y alzaría la voz.
—¡Aquí Eric Zor-El! —gritó, intentando que todo el mundo le escuchase—. ¡Heredero del clan del lobo y comandante de la marina! ¡Decir a vuestro líder que yo mandar ahora o hundir el barco con todos dentro!
Tras decir eso, el salvaje se puso frente a una ola que se acercaba y golpeó al aire, depositando todo su peso en el golpe, intentando crear una onda de choque que destruyera la ola. Lo había hecho en el pasado, mientras aprendía como hacerlas, así que, en teoría, debía disipar la onda y demostrar su fuerza a los del barco.
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Te abres camino por igual entre los estibadores, capataces y demás pueblerinos de la villa que a esa hora se hallan en el puerto. Mientras lo haces, no paras de seguir a la goleta y a su estela con la mirada. En seguida te percatas de que parece un navío de lo más simplón que casi parece haber sido fabricado para hacer cortas travesías de cabotaje que para surcar los bastos océanos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues observas que el casco tiene refuerzos metálicos y el velamen desplegado en sus dos mástiles parece demasiado nuevo para tratarse de un simple transporte de carga.
Sea como sea, percibes acertadamente que algo rara pasa con la embarcación y, pese a que te subes a una roca y gritas a pleno pulmón para que los tripulantes detengan su rumbo, con el ruido del oleaje tu advertencia apenas se escucha como un eco distante en sus oídos. Parece que nada o nadie puede parar el rumbo de esa embarcación, pero tan solo lo parece. Una ola es detenida bruscamente en su carrera impetuosa, golpeando aparentemente contra las rocas con estruendo ensordecedor y espantoso. Inmensas columnas de espuma comienzan a caer con fragor de trueno, en el lugar del impacto, sin embargo, las rocas siguen intactas. Cuando las columnas de agua desaparecen, los tripulantes logran vislumbrar una extraña figura aterradora entre las rocas. Eres tú.
Aunque en una primera instancia parece que tu particular participación deja perplejos y sin saber que hacer a los tripulantes, enseguida se gritan varias órdenes que desde tu posición no logras escuchar. El barco está virando, pero quizás no como lo habrías esperado, pues está pivotando para adquirir un buen ángulo de tiro. Es más, incluso están armando unos pequeños cañones. A medida que el navío se posiciona, logras contemplar más detalles del navío y sus hombres. El suelo de la cubierta está regado por una sucesión de manchas marrones que bien podrían ser sangre seca, así como de la poco desdeñable cantidad de capas verdes que portan buena parte de los tripulantes. Cualquiera en otra situación tendría las cosas muy claras con tantas evidencias. Sin embargo, puesto que este se trata de un cargamento secreto y que las fuerzas del G4 ya han sido agredidas el día de hoy, no sería descabellado pensar que se trata de algún tipo de contramedida para despistar a posibles enemigos de la Marina. Aliados o enemigos, igualmente los cañones apuntan hacia tu persona…
Sea como sea, percibes acertadamente que algo rara pasa con la embarcación y, pese a que te subes a una roca y gritas a pleno pulmón para que los tripulantes detengan su rumbo, con el ruido del oleaje tu advertencia apenas se escucha como un eco distante en sus oídos. Parece que nada o nadie puede parar el rumbo de esa embarcación, pero tan solo lo parece. Una ola es detenida bruscamente en su carrera impetuosa, golpeando aparentemente contra las rocas con estruendo ensordecedor y espantoso. Inmensas columnas de espuma comienzan a caer con fragor de trueno, en el lugar del impacto, sin embargo, las rocas siguen intactas. Cuando las columnas de agua desaparecen, los tripulantes logran vislumbrar una extraña figura aterradora entre las rocas. Eres tú.
Aunque en una primera instancia parece que tu particular participación deja perplejos y sin saber que hacer a los tripulantes, enseguida se gritan varias órdenes que desde tu posición no logras escuchar. El barco está virando, pero quizás no como lo habrías esperado, pues está pivotando para adquirir un buen ángulo de tiro. Es más, incluso están armando unos pequeños cañones. A medida que el navío se posiciona, logras contemplar más detalles del navío y sus hombres. El suelo de la cubierta está regado por una sucesión de manchas marrones que bien podrían ser sangre seca, así como de la poco desdeñable cantidad de capas verdes que portan buena parte de los tripulantes. Cualquiera en otra situación tendría las cosas muy claras con tantas evidencias. Sin embargo, puesto que este se trata de un cargamento secreto y que las fuerzas del G4 ya han sido agredidas el día de hoy, no sería descabellado pensar que se trata de algún tipo de contramedida para despistar a posibles enemigos de la Marina. Aliados o enemigos, igualmente los cañones apuntan hacia tu persona…
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Aquel monstruo de madera flotante actuaba raro sobre la turbulenta superficie del mar azul, yendo de un lado hacia el otro de forma extraña. Cualquiera que conociera al primogénito de los Zor-El sabía que entendía lo mismo de navegación que de protocolos sociales, aunque él alegaba que era uno de los mejores timoneles de la marina del gobierno mundial. Y por su mente solo discurría que, si ese barco tuviera un navegante tan dócil como él, seguramente, el barco ya habría llegado al puerto.
—Seguramente ser novato —comentó en voz alta sin apartar la mirada del barco.
Esperó durante unos segundos, podría decirse que llegó hasta el minuto y nadie dentro de aquel barco le dijo nada al albino. La vena de su frente comenzó a inflarse, parecía un globo alargado siendo inflado por un niño. Sus ojos se tiñeron de rojo, mientras su entrecejo se fruncía cada vez más. Gruñó como un animal, mientras se cruzaba de brazos pensando si destruir el barco o subirse a él. Cuando se había decantado por la primera opción, aquel colosal navío de madera comenzó a girar hacia un lado, apuntándolo con lo que parecían ser las pistolas gigantes que la gente del mar azul llamaba “cañones”.
Fue entonces, cuando su mente evocó los recuerdos de la primera absurda guerra a la que le llevo la marina, y rápidamente dio un salto para elevarse en el aire e intentar llegar al barco. Sabía por experiencia propia, que los proyectiles, sobre todo los de ese tipo, lo más normal es que fueran en línea recta y con poco ángulo, razón por la que se elevó de más y avanzó hasta la vela mayor. Una vez allí, se dejó caer hasta la cubierta, flexionando la rodilla al tocar el suelo, tal y como hacía Zuko cuando aterrizaba. Se pasó de fuerte e hizo un boque en la madera.
—¡Uy! —exclamó—. Pedir perdón —dijo, sacando el pie—. Estar feo atacar a compañeros. Como decir antes, yo ser caudillo de la marina y querer hablar con vuestro líder. ¿Dónde estar? Decir o yo hundir barco. Vosotros decidir. ¡Ah, y decir al timonel que conduce muy peor!
Eric no se fiaba de la gente que había abordo. No sabía si eran marines o criminales, así que tenía que estar atento a cualquier cosa que pasara. Se fijó en todos los hombres y mujeres que había en la cubierta, si estaban armados o no, así como en las zonas de entrada y salida de aquel lugar. Pues se encontraba, nunca mejor dicho, en la boca del lobo.
—Seguramente ser novato —comentó en voz alta sin apartar la mirada del barco.
Esperó durante unos segundos, podría decirse que llegó hasta el minuto y nadie dentro de aquel barco le dijo nada al albino. La vena de su frente comenzó a inflarse, parecía un globo alargado siendo inflado por un niño. Sus ojos se tiñeron de rojo, mientras su entrecejo se fruncía cada vez más. Gruñó como un animal, mientras se cruzaba de brazos pensando si destruir el barco o subirse a él. Cuando se había decantado por la primera opción, aquel colosal navío de madera comenzó a girar hacia un lado, apuntándolo con lo que parecían ser las pistolas gigantes que la gente del mar azul llamaba “cañones”.
Fue entonces, cuando su mente evocó los recuerdos de la primera absurda guerra a la que le llevo la marina, y rápidamente dio un salto para elevarse en el aire e intentar llegar al barco. Sabía por experiencia propia, que los proyectiles, sobre todo los de ese tipo, lo más normal es que fueran en línea recta y con poco ángulo, razón por la que se elevó de más y avanzó hasta la vela mayor. Una vez allí, se dejó caer hasta la cubierta, flexionando la rodilla al tocar el suelo, tal y como hacía Zuko cuando aterrizaba. Se pasó de fuerte e hizo un boque en la madera.
—¡Uy! —exclamó—. Pedir perdón —dijo, sacando el pie—. Estar feo atacar a compañeros. Como decir antes, yo ser caudillo de la marina y querer hablar con vuestro líder. ¿Dónde estar? Decir o yo hundir barco. Vosotros decidir. ¡Ah, y decir al timonel que conduce muy peor!
Eric no se fiaba de la gente que había abordo. No sabía si eran marines o criminales, así que tenía que estar atento a cualquier cosa que pasara. Se fijó en todos los hombres y mujeres que había en la cubierta, si estaban armados o no, así como en las zonas de entrada y salida de aquel lugar. Pues se encontraba, nunca mejor dicho, en la boca del lobo.
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Mientras recuerdas casi con añoranza los momentos vividos durante aquella guerra, una terrible punzada de dolor recorre tu sien derecha. Recuerdas que recordar nunca fue tu fuerte, más bien actuar. Igualmente, te dejas caer sobre la cubierta del navío con la misma facilidad que un macaco skypiano de baja estofa. Al hacerlo, la mayoría de marineros te apuntan temerosos con sus armas y, si bien es cierto que en primerita instancia te parecieron gente de dudosa afiliación, en seguida te percatas que, aunque maltrechos, la inmensa mayoría al menos viste los y clásicos pantalones azul marino de tu facción ¿Por qué demonios llevan entonces otros tantos esas capas verdes? Podrias preguntarlo, sin duda, aunque parece que tus siguientes palabras deberían ser algo más conciliadoras que inquisitivas pues, cerca de una treintena de recios hombres de mar te apunta con mosquetes, alabardas y alfanjes, dispuesto a vender caras sus vidas y las del contenido de la embarcación.
A lo lejos, en la reta guardia del pelotón marine, el cual ya te ha rodeado al caer en mitad de la cubierta, puedes divisar al que probablemente sea el líder de estos malandrines. Se trata de un hombre menudo, ni demasiado alto ni demasiado bajo y con un rostro, que si bien está marcado por decenas de cicatrices, no parece mostrar ningún tipo de expresión corporal ¡Joder,tio! Tiene más putas cicatrices que cara. Sea como como sea, puedes leer en sus ropajes una desgastada etiqueta en la que se lee a duras penas: C. Folkbustha. Aunque es te no emite ningún sonido, con un sutil movimiento de su mentón, uno de los marineros cercanos a ti comienza a hablar. Casi parece una marioneta de ese inexpresivo líder mudo.
- Señor, tire sus armas al suelo y escucha – titubea el soldado – Sus ropajes coinciden con los reglamentarios del G4, sin embargo, tu apariencia no es propia de alguien de esa organización. Según el código IMDG avalado por el Gobierno Mundial, todo ciudadano de esta confederación de países tiene derecho a pedir la identificación de cualquiera de efectivos de fuerzas armadas en caso de emergencia y, estos por ley, deberán acreditarse, bajo pena de sanciones disciplinarias militares entre las que se incluyen sanciones económicas o el arresto. Soldado, identifíquese.
Notas como, la inquisitiva mirada del hombre cuya cara parece haber sido pasada varias veces por un rallador, se tensa por momentos.
A lo lejos, en la reta guardia del pelotón marine, el cual ya te ha rodeado al caer en mitad de la cubierta, puedes divisar al que probablemente sea el líder de estos malandrines. Se trata de un hombre menudo, ni demasiado alto ni demasiado bajo y con un rostro, que si bien está marcado por decenas de cicatrices, no parece mostrar ningún tipo de expresión corporal ¡Joder,tio! Tiene más putas cicatrices que cara. Sea como como sea, puedes leer en sus ropajes una desgastada etiqueta en la que se lee a duras penas: C. Folkbustha. Aunque es te no emite ningún sonido, con un sutil movimiento de su mentón, uno de los marineros cercanos a ti comienza a hablar. Casi parece una marioneta de ese inexpresivo líder mudo.
- Señor, tire sus armas al suelo y escucha – titubea el soldado – Sus ropajes coinciden con los reglamentarios del G4, sin embargo, tu apariencia no es propia de alguien de esa organización. Según el código IMDG avalado por el Gobierno Mundial, todo ciudadano de esta confederación de países tiene derecho a pedir la identificación de cualquiera de efectivos de fuerzas armadas en caso de emergencia y, estos por ley, deberán acreditarse, bajo pena de sanciones disciplinarias militares entre las que se incluyen sanciones económicas o el arresto. Soldado, identifíquese.
Notas como, la inquisitiva mirada del hombre cuya cara parece haber sido pasada varias veces por un rallador, se tensa por momentos.
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Y allí se encontraba, en mitad de un barco, rodeado de compañeros que le apuntaban con sus armas, mientras se cruzaba de brazos esperando que saliese el líder de todos ellos. Era una situación tensa, pero tampoco lo era mucho. Eric solo hacía mirar con curiosidad el armamento y el aspecto de dichos hombre y mujeres. Había algo que le escamaba, ¿Por qué llevaban capas verdes? Los marines solían ir siempre de blanco impoluto, con algunos detalles azules. Sin embargo, él llevaba un poncho, ¿habría instaurado alguna moda? Seguramente, y sonrió orgulloso. Fue entonces, cuando los marines abrieron un pequeño pasillo en aquél circulo tan hermético que habían fabricado a su alrededor, y apareció un sujeto repleto de cicatrices. Un guerrero curtido en muchísimas batallas; eso o alguien que no sabía afeitarse correctamente a navaja, todo era posible.
—Yo ser comandante Eric Zor-El —dijo, sin apartar la mirada del hombre con cicatrices—. Heredero del clan del lobo de los Baal’sha, y miembro de la brigada Justice Rider liderada por el lagar…—hizo una pausa de apenas un par de milésimas de segundo—, el vicealmirante Zuko. Y yo estar aquí para llevar el cargamento sano y salvo a la base del G4. Mi identificador encontrarse en base, si querer verla tener que ir allí.
A Eric no le gustaba tener que dar explicaciones innecesarias. ¿Acaso no le bastaba con su palabra para decir quién era? ¡Maldita gente del mar azul! Tan desconfiada y recelosa de aquello que le resulta tan diferente. En fin. Su mirada seguía clavada sobre el hombre de las cicatrices, y se acercó a él con paso casi prudencial, hasta colocarse frente a él.
—¿Cuál ser tu nombre? —le preguntó, esperando una respuesta.
—Yo ser comandante Eric Zor-El —dijo, sin apartar la mirada del hombre con cicatrices—. Heredero del clan del lobo de los Baal’sha, y miembro de la brigada Justice Rider liderada por el lagar…—hizo una pausa de apenas un par de milésimas de segundo—, el vicealmirante Zuko. Y yo estar aquí para llevar el cargamento sano y salvo a la base del G4. Mi identificador encontrarse en base, si querer verla tener que ir allí.
A Eric no le gustaba tener que dar explicaciones innecesarias. ¿Acaso no le bastaba con su palabra para decir quién era? ¡Maldita gente del mar azul! Tan desconfiada y recelosa de aquello que le resulta tan diferente. En fin. Su mirada seguía clavada sobre el hombre de las cicatrices, y se acercó a él con paso casi prudencial, hasta colocarse frente a él.
—¿Cuál ser tu nombre? —le preguntó, esperando una respuesta.
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Parece que tu respuesta logra calmar los ánimos entre las primeras filas de la tripulación. Por fortuna para ti, el apellido Kasai Kodomo es más influente de lo que jamás serás capaz de comprender debido a la naturaleza azul de su sangre. Es más, por raro que te pueda parecer, algunos de los presentes también reconocen tu apellido y logras ver entre sus caras sentimientos encontrados que van desde la admiración a la preocupación. Por secreto que fuera aquel insidioso torneo de Marineford, es muy complicado evitar que la gente se haga preguntas. La destrucción de estructuras gubernamentales durante el mismo hizo que un apellido resonase durante días de boca en boca, Zor-El.
Por desgracia para ti, cerca de una veintena de marinos siguen encañonándote. Casi como si se trataran de algún tipo de guardia pretoriana de Folkbustha. Tu respuesta, aunque sincera, no complace ni de lejos su curiosidad y, es que, con las comunicaciones perdidas por culpa de la tormenta, no hay queda ninguna fórmula magistral que haga que algo o alguien pueda respaldar tus palabras.
- Muy bien, Zor-El, dada la excepcionalidad que la Marina ha hecho permitiendo el alistamiento de uno de los tuyos al cuerpo, te lo preguntaré una última vez – escuchas como las palabras del capitán suenan a lo que realmente son, un ultimátum – Ninguno de esos adora-corbatas han pisado o pisaran alguna vez en su vida el G4, por lo que dudo que ese principito de porcelana al que llamas vicealmirante sepa tan siquiera la existencia de este cuartel para insurrectos. Si has acabado aquí es porque supones un problema para el almirantazgo y para los gerifaltes del Gobierno Mundial ¿A quién le debes tu lealtad, salvaje?
Cuando te hace esa pregunta, sientes como si se te encogiera el corazón durante unas décimas de segundo. Todo es tan raro y confuso… Técnicamente sigues las ordenes de Cildofus Hart y tienes una de sus medallas que así lo acredita. Sin embargo, juzgando su actitud, aun sigues sin tener la certeza de que esos hombres realmente sean quienes dicen ser. Sea como sea, hagas lo que hagas, tienes la extraña sensación de que alguien saldrá lastimado inevitablemente de todo esto.
Por desgracia para ti, cerca de una veintena de marinos siguen encañonándote. Casi como si se trataran de algún tipo de guardia pretoriana de Folkbustha. Tu respuesta, aunque sincera, no complace ni de lejos su curiosidad y, es que, con las comunicaciones perdidas por culpa de la tormenta, no hay queda ninguna fórmula magistral que haga que algo o alguien pueda respaldar tus palabras.
- Muy bien, Zor-El, dada la excepcionalidad que la Marina ha hecho permitiendo el alistamiento de uno de los tuyos al cuerpo, te lo preguntaré una última vez – escuchas como las palabras del capitán suenan a lo que realmente son, un ultimátum – Ninguno de esos adora-corbatas han pisado o pisaran alguna vez en su vida el G4, por lo que dudo que ese principito de porcelana al que llamas vicealmirante sepa tan siquiera la existencia de este cuartel para insurrectos. Si has acabado aquí es porque supones un problema para el almirantazgo y para los gerifaltes del Gobierno Mundial ¿A quién le debes tu lealtad, salvaje?
Cuando te hace esa pregunta, sientes como si se te encogiera el corazón durante unas décimas de segundo. Todo es tan raro y confuso… Técnicamente sigues las ordenes de Cildofus Hart y tienes una de sus medallas que así lo acredita. Sin embargo, juzgando su actitud, aun sigues sin tener la certeza de que esos hombres realmente sean quienes dicen ser. Sea como sea, hagas lo que hagas, tienes la extraña sensación de que alguien saldrá lastimado inevitablemente de todo esto.
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El salvaje echó un ligero vistazo al cielo, contemplando como el mar de nubes grises que estaba sobre aquella infernal isla cada vez oscurecía más la isla, impidiendo que entrar ni un mísero rayo de sol. Temía que estando allí comenzara una fuerte tormenta y se convirtiera en un imán de esos que le habían explicado los ciudadanos de la isla.
“Liyta’rr vlaiu”, maldijo en su idioma para sus adentros; acordándose de la abuela del marine que tenía frente a él. Ese era un insulto muy poco usado dentro de su tribu, por las connotaciones tan blasfemas que tenía de cara a la familia del agredido verbalmente. Sin embargo, pensar era algo libre y podía recrearse.
—Tu usar palabras muy complicadas para mí —le dijo, al no entender bien del todo lo que le había dicho. Se sentía raro, como si la mera presencia de ese hombre le empequeñeciera de alguna forma. Pero Eric era orgulloso, y no podía dejarse amedrentar por alguien como él—. Yo no conocer a ningún hombre del mar azul que adore a la tribu de las corbatas. Pero ser la última vez que hables así de Zuko, o caerá sobre ti la ira de los dioses de los Baal’sha, ¿tú comprender a mi bien?
El shandiano estaba mosqueado. Si algo no soportaba era que alguien se dirigiera a él de forma tan prepotente. ¿Quién se creía que era? Eric era un salvaje libre, y se había cansado de perder el tiempo con esa panda de gentuza. Dio un paso hacia adelante y clavó una fría mirada sobre el marine. En sus ojos podía contemplarse rabia y ligeros tintes de querer destrozarlo todo, pero sabía que no podía hacerlo. En cambio, usó el poder de su fruta sobre sus pies, agitando los cimientos del barco hasta hacerlo temblar y quebrar un ápice la madera. Lo suficiente para intentar infundir miedo, pero, al mismo tiempo, no destruir el barco.
—Yo solo deber lealtad a tres cosas: a mi brigada, a mi familia y a mí mismo —le dijo—. No fiar de ti, y tampoco fiar del comodoro Jakku, porque no tomar jabalí y vino juntos.
El salvaje se había cansado de esa situación. Iba a darle una última oportunidad a esa gente o, como prometió, hundiría el barco con todos dentro y volvería a la base.
“Liyta’rr vlaiu”, maldijo en su idioma para sus adentros; acordándose de la abuela del marine que tenía frente a él. Ese era un insulto muy poco usado dentro de su tribu, por las connotaciones tan blasfemas que tenía de cara a la familia del agredido verbalmente. Sin embargo, pensar era algo libre y podía recrearse.
—Tu usar palabras muy complicadas para mí —le dijo, al no entender bien del todo lo que le había dicho. Se sentía raro, como si la mera presencia de ese hombre le empequeñeciera de alguna forma. Pero Eric era orgulloso, y no podía dejarse amedrentar por alguien como él—. Yo no conocer a ningún hombre del mar azul que adore a la tribu de las corbatas. Pero ser la última vez que hables así de Zuko, o caerá sobre ti la ira de los dioses de los Baal’sha, ¿tú comprender a mi bien?
El shandiano estaba mosqueado. Si algo no soportaba era que alguien se dirigiera a él de forma tan prepotente. ¿Quién se creía que era? Eric era un salvaje libre, y se había cansado de perder el tiempo con esa panda de gentuza. Dio un paso hacia adelante y clavó una fría mirada sobre el marine. En sus ojos podía contemplarse rabia y ligeros tintes de querer destrozarlo todo, pero sabía que no podía hacerlo. En cambio, usó el poder de su fruta sobre sus pies, agitando los cimientos del barco hasta hacerlo temblar y quebrar un ápice la madera. Lo suficiente para intentar infundir miedo, pero, al mismo tiempo, no destruir el barco.
—Yo solo deber lealtad a tres cosas: a mi brigada, a mi familia y a mí mismo —le dijo—. No fiar de ti, y tampoco fiar del comodoro Jakku, porque no tomar jabalí y vino juntos.
El salvaje se había cansado de esa situación. Iba a darle una última oportunidad a esa gente o, como prometió, hundiría el barco con todos dentro y volvería a la base.
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Tu verborrea pilla un poco de improvisto al capitán y, aunque no dices nada que pueda ser hiriente, hay algo en tu tono de voz que hace que todo lo que tu boca escupe suene como un insulto. Sin embargo, tus palabras parecen sinceras y, el hecho en sí mismo de desvincularte del liderazgo de Jakku hace que su ceño se relaje durante unos instantes.
- Esta bien, Eric Zor-El del clan del lobo, me fiare de tu palabra – cede finalmente mientras ves como el resto de los tripulantes se relaja y poco a poco vuelven a sus posiciones – No pensamos tomar tierra en esa aldea de mala muerte. La influencia del G4 y de ese comodoro presuntuoso se extiende por toda la isla, tomaremos tierra en la cara norte de Zeidan, allí hay un pequeño puesto de vigilancia abandonado. Una vez tomemos tierra, desmantelaremos el navío y exploraremos la zona. No sé qué rollo te habrán soltado Zor-El, pero nosotros somos los supervivientes de la flota que venía a poner bajo arresto a ese traidor de Jakku. El almirantazgo acordó su traslado a Marineford hace ya más de seis meses y sigue pavoneándose por aquí como si esta fuese su isla. Nada que un par de azotes disciplinarios no puedan solventar, pero ha destruido dos destructores y una fragata… Esto ya no es simple abuso de poder
El capitán te mira de reojo, estudiando las reacciones a sus palabras.
- Pase lo que pase, espero que no te interpongas en nuestro camino. En cuanto redactemos un informe, enviaremos la información al cuartel general y será el almirantazgo quien tome la decisión de qué hacer con ese animal rabioso. Pero nos bienes como una bendición, te necesitamos. Con esa puñetera tormenta los den den mushis no funcionan y tardaremos días en tratar de potenciar la señal de transmisión, pero mientras tanto necesitamos recopilar información del enemigo. Tú ya trabajas para Jakku, nadie sospechará de ti, tan solo tienes que hacerle ver que has encontrado la goleta y que has acabado con nosotros… ¿Crees que podría funcionar? Una vez desembarquemos y hallamos descargado el equipo de comunicaciones y las provisiones, dispondrás de veinte de mis hombres para que te ayuden a preparar esta pantomima ¿Me entiendes?
- Esta bien, Eric Zor-El del clan del lobo, me fiare de tu palabra – cede finalmente mientras ves como el resto de los tripulantes se relaja y poco a poco vuelven a sus posiciones – No pensamos tomar tierra en esa aldea de mala muerte. La influencia del G4 y de ese comodoro presuntuoso se extiende por toda la isla, tomaremos tierra en la cara norte de Zeidan, allí hay un pequeño puesto de vigilancia abandonado. Una vez tomemos tierra, desmantelaremos el navío y exploraremos la zona. No sé qué rollo te habrán soltado Zor-El, pero nosotros somos los supervivientes de la flota que venía a poner bajo arresto a ese traidor de Jakku. El almirantazgo acordó su traslado a Marineford hace ya más de seis meses y sigue pavoneándose por aquí como si esta fuese su isla. Nada que un par de azotes disciplinarios no puedan solventar, pero ha destruido dos destructores y una fragata… Esto ya no es simple abuso de poder
El capitán te mira de reojo, estudiando las reacciones a sus palabras.
- Pase lo que pase, espero que no te interpongas en nuestro camino. En cuanto redactemos un informe, enviaremos la información al cuartel general y será el almirantazgo quien tome la decisión de qué hacer con ese animal rabioso. Pero nos bienes como una bendición, te necesitamos. Con esa puñetera tormenta los den den mushis no funcionan y tardaremos días en tratar de potenciar la señal de transmisión, pero mientras tanto necesitamos recopilar información del enemigo. Tú ya trabajas para Jakku, nadie sospechará de ti, tan solo tienes que hacerle ver que has encontrado la goleta y que has acabado con nosotros… ¿Crees que podría funcionar? Una vez desembarquemos y hallamos descargado el equipo de comunicaciones y las provisiones, dispondrás de veinte de mis hombres para que te ayuden a preparar esta pantomima ¿Me entiendes?
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El hombre hablaba excesivamente rápido para el salvaje, que tan solo se dedicó a asentir a medida que intentaba asimilar todo lo que le estaba diciendo. Eric había aprendido, de mejor o peor manera, el complicado dialecto del mar azul, siendo capaz de comunicarse con soltura y de forma correcta si se lo proponía. Llegó un momento en el que desconectó completamente. Se puso a pensar en las ganas que tenía de irse de la isla, de estar con el resto de la brigada tranquilos en alguna de las tabernas del cuartel general tomando algo de vino y un poco de carne recién hecha. Su estómago rugió, tan fuerte que le devolvió a la realidad para escuchar las últimas palabras de aquel hombre.
—Sí —le dijo—. Creo que poder funcionar.
Nadie dijo nada durante los siguientes minutos, algo que parecía mosquear al sujeto que tenía frente a sus narices. ¿Cómo se llamaba? ¿Acaso se había presentado? Ya ni se acordaba.
—Entonces…, ¿poder explicar todo de nuevo de forma más sencilla? —le preguntó—. No querer hacerlo mal.
Algo en la cara del hombre le hizo saber a Eric que no era de su agrado, ¿pero a quien dentro de la marina le agradaba el pobre Shandiano? Podía contarlos con los dedos de una mano seguramente. Una vez le volvieron a explicar el plan de forma más sencilla puso rumbo de nuevo hacia el cuartel.
El camino más corto era atravesar el pueblo, así que eso hizo. Se encontraba en la calle principal, que conectaba un extremo del pueblecito al otro, cuando el clima pareció empeorar de sopetón. Las nubes eran más espesas y los rayos parecían concretarse en distintos puntos del cielo antes de explotar y caer sobre su cabeza. Entonces, un estruendo enorme que le hizo temblar todo el cuerpo. Aquello le hizo evocar en su cabeza las palabras de Genevere en su cabeza. « Si te ves atrapado en mitad de la tormenta y de repente vuelves a sentir este cosquilleo… Será la única advertencia que tendrás de que un rayo va a caer a tu alrededor. Apenas dispondrás de unas décimas de segundo para ponerte a salvo».
Y sin tan siquiera pararse a pensarlo, corrió hacia el frente y se metió en un establecimiento que tenía a poco menos de un par de metros. Se lanzó hacia la puerta con todo lo que tenía, pero no tuvo en cuenta algo muy simple: el local tenía una puerta oscilante. Y la caída que tuvo fue estrepitosa.
—Sí —le dijo—. Creo que poder funcionar.
Nadie dijo nada durante los siguientes minutos, algo que parecía mosquear al sujeto que tenía frente a sus narices. ¿Cómo se llamaba? ¿Acaso se había presentado? Ya ni se acordaba.
—Entonces…, ¿poder explicar todo de nuevo de forma más sencilla? —le preguntó—. No querer hacerlo mal.
Algo en la cara del hombre le hizo saber a Eric que no era de su agrado, ¿pero a quien dentro de la marina le agradaba el pobre Shandiano? Podía contarlos con los dedos de una mano seguramente. Una vez le volvieron a explicar el plan de forma más sencilla puso rumbo de nuevo hacia el cuartel.
El camino más corto era atravesar el pueblo, así que eso hizo. Se encontraba en la calle principal, que conectaba un extremo del pueblecito al otro, cuando el clima pareció empeorar de sopetón. Las nubes eran más espesas y los rayos parecían concretarse en distintos puntos del cielo antes de explotar y caer sobre su cabeza. Entonces, un estruendo enorme que le hizo temblar todo el cuerpo. Aquello le hizo evocar en su cabeza las palabras de Genevere en su cabeza. « Si te ves atrapado en mitad de la tormenta y de repente vuelves a sentir este cosquilleo… Será la única advertencia que tendrás de que un rayo va a caer a tu alrededor. Apenas dispondrás de unas décimas de segundo para ponerte a salvo».
Y sin tan siquiera pararse a pensarlo, corrió hacia el frente y se metió en un establecimiento que tenía a poco menos de un par de metros. Se lanzó hacia la puerta con todo lo que tenía, pero no tuvo en cuenta algo muy simple: el local tenía una puerta oscilante. Y la caída que tuvo fue estrepitosa.
¿Jakku o ese misterioso señor que con tanta autoridad se ha dirigido a ti? ¿Quién dirá la verdad? Si te digo la verdad no me gustaría estar en tu posición, porque por el momento nada te impide distinguir realidad de engaño. Sea como sea, no podrás hacerlo si uno de esos temibles rayos te parte en dos de buenas a primeras. Acertadamente, recuerdas las palabras de quienes te encontraron
y te pones a cubierto al sentir el cosquilleo.
Puedes escuchar el tronar de la descarga eléctrica que ha caído desde el cielo como un castigo divino, pero si te diese por salir al exterior comprobarías que no hay el menor rastro de destrucción. ¡Un momento! Si no recuerdo mal, en el pueblo se aunaban a la perfección tradición cultual y desarrollo tecnológico, de forma que entre las viviendas había una notable cantidad de postes de metal que sostenían pararrayos para mantener a salvo a los lugareños. De cualquier modo no ha sido mala idea. Mejor olvidar algo y que todos te miren mal por tu entrada que espicharla por un descuido.
Algunas risitas nerviosas preceden a la cansada voz que se dirige a ti instantes después, poco después de que te hayas levantado del suelo:
―¿Pero se puede saber qué te pasa? Las puertas se abren empujándolas, no tirándote sobre ellas. ¿Te acabas de caer del cielo, o qué?
Si te fijas, en el local hay al menos media docena de personas reunidas en torno a una pequeña mesa. La mayoría son de avanzada edad y charlaban en voz baja sobre algo, pero se han callado en cuanto el estruendo les ha obligado. Tienen unas fichas negras con puntitos que siguen diferentes patrones en sus manos, y las ponen sobre la mesa de modo que patrones similares queden en contacto.
―¿Pero quién es este mozo tan guapo? ―dice una de las señoras, que se levanta con cierta dificultad y se dirige hacia ti con paso lento y tembloroso―. Levántate para que te demos algo de beber, hijo. ¿Te has hecho algo?
Parecen hospitalarios, eso seguro. Está en tu mano decidir si te quedas charlando con ellos un rato o te diriges de vuelta a la base del G-4. Los abueletes suelen tener historias interesantes que contar y, del mismo modo, para salir de la población deberías encontrar algún mecanismo que te permita eludir los rayos que seguramente caerán mientras regresas. Tienes varias opciones y cosas que hacer, así que queda en tu mano decidir cuál debe ser el siguiente movimiento.
y te pones a cubierto al sentir el cosquilleo.
Puedes escuchar el tronar de la descarga eléctrica que ha caído desde el cielo como un castigo divino, pero si te diese por salir al exterior comprobarías que no hay el menor rastro de destrucción. ¡Un momento! Si no recuerdo mal, en el pueblo se aunaban a la perfección tradición cultual y desarrollo tecnológico, de forma que entre las viviendas había una notable cantidad de postes de metal que sostenían pararrayos para mantener a salvo a los lugareños. De cualquier modo no ha sido mala idea. Mejor olvidar algo y que todos te miren mal por tu entrada que espicharla por un descuido.
Algunas risitas nerviosas preceden a la cansada voz que se dirige a ti instantes después, poco después de que te hayas levantado del suelo:
―¿Pero se puede saber qué te pasa? Las puertas se abren empujándolas, no tirándote sobre ellas. ¿Te acabas de caer del cielo, o qué?
Si te fijas, en el local hay al menos media docena de personas reunidas en torno a una pequeña mesa. La mayoría son de avanzada edad y charlaban en voz baja sobre algo, pero se han callado en cuanto el estruendo les ha obligado. Tienen unas fichas negras con puntitos que siguen diferentes patrones en sus manos, y las ponen sobre la mesa de modo que patrones similares queden en contacto.
―¿Pero quién es este mozo tan guapo? ―dice una de las señoras, que se levanta con cierta dificultad y se dirige hacia ti con paso lento y tembloroso―. Levántate para que te demos algo de beber, hijo. ¿Te has hecho algo?
Parecen hospitalarios, eso seguro. Está en tu mano decidir si te quedas charlando con ellos un rato o te diriges de vuelta a la base del G-4. Los abueletes suelen tener historias interesantes que contar y, del mismo modo, para salir de la población deberías encontrar algún mecanismo que te permita eludir los rayos que seguramente caerán mientras regresas. Tienes varias opciones y cosas que hacer, así que queda en tu mano decidir cuál debe ser el siguiente movimiento.
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Las luces del local parpadearon durante un breve instante, a consecuencia de la especie de tormenta eléctrica que estaba ocurriendo en el exterior. Sin embargo, eso le daba igual a Eric, cuyo rostro se sonrojó al ver como los habitantes del mar azul que moraban en aquella taberna comenzaron a reírse de él, aunque no era para menos. No se había dado cuenta de que la puerta era de esas que con un pequeño empujón se abrían, así que su impulso tan solo le había hecho caer de forma graciosa sobre el suelo, justo en el medio del local, y ser el centro de atención.
«Las puertas se abren empujándolas, no tirándote sobre ellas», repitió Eric con retintín para sus adentros, aunque seguramente no conjugó bien ninguno de los verbos. Se levantó muy rápido, tanto que se volvió a tropezar y se cayó de nuevo, trayendo sobre sí las risas de la taberna de nuevo.
Y de pronto, una anciana comenzó a hablarle.
—Demasiadas gracias —le dijo, dando media vuelta durante un instante para irse. Pero entonces, las neuronas de su cabeza parecieron dar un chispazo y un pensamiento vino a él: ¿Cómo demonios estaban allí tan tranquilos cuando fuera los elementos estaban azotando su tierra? ¿Tendrían alguna forma de moverse e ir a sus casas sin morir? —Yo querer vaso de agua —pidió—. De botella, no grifo —Y se sentó junto a los ancianos durante un rato. Parecían gente amable, aunque alguno de ellos tenía cara de cascarrabias.
Un camarero le trajo una botella de agua, de ese material tan interesante de lo que estaba fabricado muchas cosas en el mar azul: el plástico. Era algo super curioso, dado que muchas cosas estaban fabricadas con ese material. Lo había de muchos colores, tamaños, variedades y formas. Y si te comías algo te daba dolor de estómago, se notaba que no procedía de la madre naturaleza. Giró eso que llamaban tapó y llevó la botella a su boca, se la bebió en pocos segundos y suspiró; verdaderamente tenía mucha sed.
—Yo tener que ir a cuartel marine… —dijo con voz calmada, pero al mismo tiempo seria—. Pero los rayos lanzados por un imán eléctrico ese no dejar. ¿Sabéis forma segura de caminar o tener que esperar a que cese?
Tenía esperanzas en que hubiese alguna forma en la que poder ir hacia el cuartel sin problemas, así que de haberla lo haría. En caso contrario, pediría algo de comer y esperaría a que escampase.
«Las puertas se abren empujándolas, no tirándote sobre ellas», repitió Eric con retintín para sus adentros, aunque seguramente no conjugó bien ninguno de los verbos. Se levantó muy rápido, tanto que se volvió a tropezar y se cayó de nuevo, trayendo sobre sí las risas de la taberna de nuevo.
Y de pronto, una anciana comenzó a hablarle.
—Demasiadas gracias —le dijo, dando media vuelta durante un instante para irse. Pero entonces, las neuronas de su cabeza parecieron dar un chispazo y un pensamiento vino a él: ¿Cómo demonios estaban allí tan tranquilos cuando fuera los elementos estaban azotando su tierra? ¿Tendrían alguna forma de moverse e ir a sus casas sin morir? —Yo querer vaso de agua —pidió—. De botella, no grifo —Y se sentó junto a los ancianos durante un rato. Parecían gente amable, aunque alguno de ellos tenía cara de cascarrabias.
Un camarero le trajo una botella de agua, de ese material tan interesante de lo que estaba fabricado muchas cosas en el mar azul: el plástico. Era algo super curioso, dado que muchas cosas estaban fabricadas con ese material. Lo había de muchos colores, tamaños, variedades y formas. Y si te comías algo te daba dolor de estómago, se notaba que no procedía de la madre naturaleza. Giró eso que llamaban tapó y llevó la botella a su boca, se la bebió en pocos segundos y suspiró; verdaderamente tenía mucha sed.
—Yo tener que ir a cuartel marine… —dijo con voz calmada, pero al mismo tiempo seria—. Pero los rayos lanzados por un imán eléctrico ese no dejar. ¿Sabéis forma segura de caminar o tener que esperar a que cese?
Tenía esperanzas en que hubiese alguna forma en la que poder ir hacia el cuartel sin problemas, así que de haberla lo haría. En caso contrario, pediría algo de comer y esperaría a que escampase.
Es la anciana quien te responde cuando haces tu pregunte, dirigiendo fugaces miradas a sus compañeros octogenarios antes de volver a clavar unos grisáceos en ti. Parece dudar si es buena idea revelarte la información que sin duda tiene, pero finalmente suspira y lo hace:
―Dentro del poblado tenemos esos grandes pararrayos para que nos podamos mover sin riesgo. Estoy segura de que los habrás visto de camino hacia ti ―Intuiremos que se refiere a los grandes postes con elementos metálicos en su punto más alto que, como un elemento más del mobiliario urbano, hay por doquier―. En cuanto a salir durante las tormentas... son sólo rumores, pero hay quien dice que uno de nosotros consiguió salir una vez y volver con vida. Bueno, lo dice él mismo, pero fue durante la noche, hace mucho tiempo, y no había nadie para verlo. N ha repetido la hazaña desde entonces, de ahí que no tengamos muy claro que sea verdad.
Los viejos vuelven a sentarse junto a su compañera, murmurando entre sí y haciendo muecas que dejan claro que no se creen ni una palabra.
―Se trata de Ludovico, pero no lo verás por aquí. Iba conmigo al colegio, ¿sabes? Siempre fue alguien bastante raro y sólo sale de su casa cuando no queda más remedio. No te será difícil dar con él si es lo que quieres, pero te aviso de que no es muy dado a recibir visitas. Vive en una gran casa en el límite oriental de la aldea. Su hogar está bastante apartado del resto, pero es bastante más grande que los demás y tiene un montón de chismes extraños alrededor y formando parte de ella. Lamento no poder serte de más ayuda, pero es que salir durante estas tormentas es una verdadera locura, muchacho.
―Dentro del poblado tenemos esos grandes pararrayos para que nos podamos mover sin riesgo. Estoy segura de que los habrás visto de camino hacia ti ―Intuiremos que se refiere a los grandes postes con elementos metálicos en su punto más alto que, como un elemento más del mobiliario urbano, hay por doquier―. En cuanto a salir durante las tormentas... son sólo rumores, pero hay quien dice que uno de nosotros consiguió salir una vez y volver con vida. Bueno, lo dice él mismo, pero fue durante la noche, hace mucho tiempo, y no había nadie para verlo. N ha repetido la hazaña desde entonces, de ahí que no tengamos muy claro que sea verdad.
Los viejos vuelven a sentarse junto a su compañera, murmurando entre sí y haciendo muecas que dejan claro que no se creen ni una palabra.
―Se trata de Ludovico, pero no lo verás por aquí. Iba conmigo al colegio, ¿sabes? Siempre fue alguien bastante raro y sólo sale de su casa cuando no queda más remedio. No te será difícil dar con él si es lo que quieres, pero te aviso de que no es muy dado a recibir visitas. Vive en una gran casa en el límite oriental de la aldea. Su hogar está bastante apartado del resto, pero es bastante más grande que los demás y tiene un montón de chismes extraños alrededor y formando parte de ella. Lamento no poder serte de más ayuda, pero es que salir durante estas tormentas es una verdadera locura, muchacho.
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