Katharina von Steinhell
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La chica de ojos azules levantó la mano y enseguida el mesero se le acercó, preguntándole qué ordenaría. Después de haber estudiado detenidamente la carta, optó por la carne asada acompañada de diferentes ensaladas. Lo mejor para la espera era leer algo más sobre las misteriosas artes mágicas y oscuras que albergaba el Necronomicón, libro que conocía ya casi de memoria. Desde su obtención no había dejado de leerlo. Misteriosamente, siempre aparecía un nuevo hechizo que descubrir. Dejó el tomo negro y siniestro sobre la mesa de madera rectangular y luego lo abrió con sumo cuidado, pues sus hojas estaban deterioradas por el paso del tiempo. Sin embargo, antes de que pudiera prestarle atención a la ilustración del libro, sus oídos advirtieron las palabras de los desconocidos que yacían detrás de ella. Hablaban sobre la visita de un importante noble a la ciudad, algo no demasiado extraño considerando que estaban en Archipiélago Shabaody.
—Incluso entre los nobles, es raro que lord Baelish baje de Mariejois. Yo mismo le vi acompañado de un escuadrón de veinte marines… Algo importante debe estar pasando.
—Realmente me da igual, mientras esto no nos afecte…
Katharina no tenía idea de quién diablos era ese tal lord Baelish, pero al parecer sí que era importante. Pensar en hacerle una visita era desafiar todo tipo de lógica, considerando lo conocido que era ahora el rostro de la bruja y la compañía de una decena de marines. No obstante, no podía permitirse dejar pasar esa oportunidad: era el momento perfecto para mostrarle al Gobierno Mundial las intenciones de Katharina von Steinhell. Lo había perdido todo a causa de la Marina, la misma organización por la que arriesgó la vida en más de una ocasión. Perdió a su hermana y, después de su muerte, todo fue aún peor. Tenía razones de sobra para ser una enemiga declarada del Gobierno Mundial y, aunque tenía todas las intenciones de hacérselo saber, jamás lo había hecho. Tenía que descubrir el motivo por el que lord Baelish estaba en Archipiélago Shabaody y, dependiendo de las circunstancias, hacerle pagar.
Sin siquiera haberse dado cuenta, su orden llegó. La carne asada humeante se veía realmente sabrosa. Cogió el tenedor y se olvidó momentáneamente de la existencia de lord Baelish, pues primero debía saciar su apetito y luego pensar en derrocar al Gobierno Mundial. En todo caso, no contaba con todo el tiempo del mundo, puesto que sus “compañeros” aún continuaban en Archipiélago Shabaody y en cualquier momento se marcharían rumbo a Isla Gyojin. Debía ser veloz y precisa. Ya la habían cagado al aceptar la invitación al edificio de… ¿cómo se llamaba la mujer irascible y coqueta? Ni siquiera recordaba su nombre. Como sea, luego de terminar su platillo se dirigiría hacia el centro del conjunto de islotes para conocer personalmente a Baelish. Por supuesto que usaría otra identidad para que los marines que le acompañaban no se dieran cuenta de la existencia de la Supernova. Por un lado, le gustaba que el Gobierno Mundial reconociese que era una criminal peligrosa, aunque por otro no le apetecía mucho ser conocida por medio mundo.
—Incluso entre los nobles, es raro que lord Baelish baje de Mariejois. Yo mismo le vi acompañado de un escuadrón de veinte marines… Algo importante debe estar pasando.
—Realmente me da igual, mientras esto no nos afecte…
Katharina no tenía idea de quién diablos era ese tal lord Baelish, pero al parecer sí que era importante. Pensar en hacerle una visita era desafiar todo tipo de lógica, considerando lo conocido que era ahora el rostro de la bruja y la compañía de una decena de marines. No obstante, no podía permitirse dejar pasar esa oportunidad: era el momento perfecto para mostrarle al Gobierno Mundial las intenciones de Katharina von Steinhell. Lo había perdido todo a causa de la Marina, la misma organización por la que arriesgó la vida en más de una ocasión. Perdió a su hermana y, después de su muerte, todo fue aún peor. Tenía razones de sobra para ser una enemiga declarada del Gobierno Mundial y, aunque tenía todas las intenciones de hacérselo saber, jamás lo había hecho. Tenía que descubrir el motivo por el que lord Baelish estaba en Archipiélago Shabaody y, dependiendo de las circunstancias, hacerle pagar.
Sin siquiera haberse dado cuenta, su orden llegó. La carne asada humeante se veía realmente sabrosa. Cogió el tenedor y se olvidó momentáneamente de la existencia de lord Baelish, pues primero debía saciar su apetito y luego pensar en derrocar al Gobierno Mundial. En todo caso, no contaba con todo el tiempo del mundo, puesto que sus “compañeros” aún continuaban en Archipiélago Shabaody y en cualquier momento se marcharían rumbo a Isla Gyojin. Debía ser veloz y precisa. Ya la habían cagado al aceptar la invitación al edificio de… ¿cómo se llamaba la mujer irascible y coqueta? Ni siquiera recordaba su nombre. Como sea, luego de terminar su platillo se dirigiría hacia el centro del conjunto de islotes para conocer personalmente a Baelish. Por supuesto que usaría otra identidad para que los marines que le acompañaban no se dieran cuenta de la existencia de la Supernova. Por un lado, le gustaba que el Gobierno Mundial reconociese que era una criminal peligrosa, aunque por otro no le apetecía mucho ser conocida por medio mundo.
Midorima Shintaro
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—¿Comprendes lo que debes hacer, Shintaro?
—Sí —respondió él —. Ir detrás de la protección del noble y estar atento por si algo pasa. —dijo mientras miraba la escolta de la persona que debía proteger. Un tal Lord Baelish —Además, investigar aquella secta rara y confirmar si tienen o no aquellos documentos, si los tienen; recuperarlos. ¿Es así, no?
—Exacto. —comentó su “superior”. Todavía no se acostumbraba, y dudaba hacerlo, a la idea de alguien que le dijera qué hacer. Él siempre fue libre y no iba a dejar de serlo por mantener una simple tapadera que, a fin de cuentas, solo mantenía para proteger a Rose de Kishimoto —Me mantendré en contacto. No dudes reportarme cualquier problema. —Sonó el sonido clásico del Den Den Mushi y Shintaro se preparó para lo que tenía que hacer.
Se encontraba en el Archipiélago Shabaody. Último lugar de la primera mitad del Grand Line y el comienzo del Nuevo Mundo. Lugar donde, finalmente, afluían todas las posibles rutas que podían existir en el Grand Line. También era el sitio donde existían las famosas subastas de humanos y esclavos, lugar predilecto de visita de los Tenryubitos. Eran diversos islotes los que hacían característico a esa isla y una de sus mayores atracciones era el Shabaody Park, un centro de atracciones. Por suerte para él, su día no debería ser muy complicado, salvo que algún idiota tuviera la mala idea de atacar a un noble. Sabía que en este lugar había muchas personas fuertes, que solo llegaban los mejores o los que tuvieron un poco de suerte en su viaje y no fueron derrotados por las grandes inclemencias climáticas del Grand Line.
Terminó su helado y siguió su camino. Se mantenía a una distancia bastante prudente de la escolta. Por lo que sabía, ni siquiera los marines sabían que la escolta tenía otra escolta. Un solo hombre, él. Solo vestía con una camiseta de mangas cortas y un pantalón corto, terminaba su conjunto, un gorro de vaquero. ”Solo espero que haya un poco de diversión” —pensó mientras caminaba a paso lento tras la escolta. Gracias a sus dotes de espía, a menos que él quisiera o cometiera algún error, no muchos deberían prestar atención en él. Suspiró y se quedó viendo todo el panorama. ¿Alguien pensaría atacar la escolta? ¿Sería tan fuerte como para derrotarla? Esperaba que alguien lo intentara y que él tuviera algo con lo que entretenerse, pero tampoco iba a dejar de lado aquella secta. Solo Dios y ellos sabían qué querían que hacer con aquellos documentos.
—Sí —respondió él —. Ir detrás de la protección del noble y estar atento por si algo pasa. —dijo mientras miraba la escolta de la persona que debía proteger. Un tal Lord Baelish —Además, investigar aquella secta rara y confirmar si tienen o no aquellos documentos, si los tienen; recuperarlos. ¿Es así, no?
—Exacto. —comentó su “superior”. Todavía no se acostumbraba, y dudaba hacerlo, a la idea de alguien que le dijera qué hacer. Él siempre fue libre y no iba a dejar de serlo por mantener una simple tapadera que, a fin de cuentas, solo mantenía para proteger a Rose de Kishimoto —Me mantendré en contacto. No dudes reportarme cualquier problema. —Sonó el sonido clásico del Den Den Mushi y Shintaro se preparó para lo que tenía que hacer.
Se encontraba en el Archipiélago Shabaody. Último lugar de la primera mitad del Grand Line y el comienzo del Nuevo Mundo. Lugar donde, finalmente, afluían todas las posibles rutas que podían existir en el Grand Line. También era el sitio donde existían las famosas subastas de humanos y esclavos, lugar predilecto de visita de los Tenryubitos. Eran diversos islotes los que hacían característico a esa isla y una de sus mayores atracciones era el Shabaody Park, un centro de atracciones. Por suerte para él, su día no debería ser muy complicado, salvo que algún idiota tuviera la mala idea de atacar a un noble. Sabía que en este lugar había muchas personas fuertes, que solo llegaban los mejores o los que tuvieron un poco de suerte en su viaje y no fueron derrotados por las grandes inclemencias climáticas del Grand Line.
Terminó su helado y siguió su camino. Se mantenía a una distancia bastante prudente de la escolta. Por lo que sabía, ni siquiera los marines sabían que la escolta tenía otra escolta. Un solo hombre, él. Solo vestía con una camiseta de mangas cortas y un pantalón corto, terminaba su conjunto, un gorro de vaquero. ”Solo espero que haya un poco de diversión” —pensó mientras caminaba a paso lento tras la escolta. Gracias a sus dotes de espía, a menos que él quisiera o cometiera algún error, no muchos deberían prestar atención en él. Suspiró y se quedó viendo todo el panorama. ¿Alguien pensaría atacar la escolta? ¿Sería tan fuerte como para derrotarla? Esperaba que alguien lo intentara y que él tuviera algo con lo que entretenerse, pero tampoco iba a dejar de lado aquella secta. Solo Dios y ellos sabían qué querían que hacer con aquellos documentos.
Katharina von Steinhell
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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El cuarto que alquiló era sencillo y contaba con todo lo necesario para que Katharina pasara más de una noche en la isla; siempre y cuando sus compañeros no decidieran marcharse antes. Estaba en el cuarto piso y el balcón estaba orientado de tal forma que la playa se veía a lo lejos, además este constaba con una mesita de madera y algunas sillas de mimbre bien trabajado. Además de una cama, una pequeña y confortable cocina y un baño, la habitación no parecía tener más cosas. Tampoco la bruja necesitaba mucho, pues poco tiempo pasaría en ella. Su objetivo era recopilar información sobre la visita de lord Baelish. ¿Por qué estaba en Archipiélago Shabaody? ¿Por qué la gente le temía tanto? ¿Acaso realmente era tan importante? Todas esas dudas debía resolverlas antes de que los Arashi se marchasen de la isla. Sin embargo, para hacerlo necesitaba terminar unos cuantos preparativos.
Su poder mágico le permitía adoptar la forma que quisiese, ya sea humana o no. Mientras contara con las energías suficientes, podía mantener perfectamente la transformación y hacerse pasar por otra persona. Katharina se paró frente al espejo y se vio a si misma. Estaba conforme con su cuerpo, aunque continuaba odiando las feas cicatrices producto de una mala pasantía como esclava. Poco a poco su cabello fue adoptando un color mucho más oscuro hasta volverse completamente negro. Sus ojos, antes dos profundos zafiros, ahora eran dorados. Por otra parte, el tamaño de su voluptuoso pecho se mantuvo igual, así como su piel tersa y nívea. Esperaba haber cambiado lo suficiente como para que no le reconocieran como la infame pirata que era. Luego de los eventos de Gray Rock, muchas cosas habían cambiado para ella. Ciertamente no tuvo ningún combate demasiado complicado, pero al parecer sus poderes mágicos le advirtieron al Gobierno Mundial que era una persona muy peligrosa.
Cogió una remera abierta y de color rojo, la cual estaba sujeta y entrelazada por gruesos hilos el mismo color que su cabello. Llevaba unos vaqueros tan cortos que no le cubrían ni un tercio de los muslos, además de un cinturón donde guardó varias balas. Por el momento, se limitaría a usar sus habilidades de una forma… diferente. En principio, no debía permitir que algún desconocido relacionase sus poderes con Katharina von Steinhell; al menos no siendo Diana Stormrage. Tomó su arma de fuego, una Desert Eagle sin ningún tipo de modificación, y transformó sus demás armas en meros adornos de su vestimenta: un pendiente granate y otro platino.
Recibió la lujuriosa mirada de un sin número de hombres, aunque ninguno de ellos intentó hacer algo. «Por el momento, la polimorfia está funcionando perfectamente», se dijo a sí misma en sus pensamientos. Atravesó el mercado y luego varios pasajes más hasta llegar a una avenida repleta de personas. A lo lejos pudo ver a un hombre lo suficientemente grande como para ser considerado el hijo de un gigante. Vestía el uniforme de la Marina, por lo que supuso que lord Baelish se encontraba muy cerca. Únicamente quería verle, saber cómo era y estudiarlo de lejos. Katharina no era de esas personas que actuaba alocadamente, basándose meramente en impulsos. No le costó trabajo caminar entre la multitud, pues era algo que un ladrón debía manipular. Pasado varios minutos, la Supernova consiguió tener un puesto en primera fila.
Lord Baelish resultó ser un hombre de unos cuarenta años, cuyos ojos carmesíes únicamente miraban hacia delante, sin detenerse en aquellos que consideraba inferior. Sus cabellos rubios iban peinados en una trenza elegante y bien constituida, en la cual no había un solo pelo que no estuviese en su respectivo lugar. Vestía una túnica granate con el símbolo del sol en la espalda. Los marines a su alrededor estaban pendientes de todo lo que sucedía a su alrededor. Seguramente ya repararon en la presencia de la jovencita de cabellos negros que miraba con una sonrisa maliciosa al noble. Uno de los marines, una mujer de unos treinta años y cabello anaranjado, frunció el ceño al fijarse en Diana Stormrage.
Su poder mágico le permitía adoptar la forma que quisiese, ya sea humana o no. Mientras contara con las energías suficientes, podía mantener perfectamente la transformación y hacerse pasar por otra persona. Katharina se paró frente al espejo y se vio a si misma. Estaba conforme con su cuerpo, aunque continuaba odiando las feas cicatrices producto de una mala pasantía como esclava. Poco a poco su cabello fue adoptando un color mucho más oscuro hasta volverse completamente negro. Sus ojos, antes dos profundos zafiros, ahora eran dorados. Por otra parte, el tamaño de su voluptuoso pecho se mantuvo igual, así como su piel tersa y nívea. Esperaba haber cambiado lo suficiente como para que no le reconocieran como la infame pirata que era. Luego de los eventos de Gray Rock, muchas cosas habían cambiado para ella. Ciertamente no tuvo ningún combate demasiado complicado, pero al parecer sus poderes mágicos le advirtieron al Gobierno Mundial que era una persona muy peligrosa.
Cogió una remera abierta y de color rojo, la cual estaba sujeta y entrelazada por gruesos hilos el mismo color que su cabello. Llevaba unos vaqueros tan cortos que no le cubrían ni un tercio de los muslos, además de un cinturón donde guardó varias balas. Por el momento, se limitaría a usar sus habilidades de una forma… diferente. En principio, no debía permitir que algún desconocido relacionase sus poderes con Katharina von Steinhell; al menos no siendo Diana Stormrage. Tomó su arma de fuego, una Desert Eagle sin ningún tipo de modificación, y transformó sus demás armas en meros adornos de su vestimenta: un pendiente granate y otro platino.
- Efecto de la polimorfia:
Recibió la lujuriosa mirada de un sin número de hombres, aunque ninguno de ellos intentó hacer algo. «Por el momento, la polimorfia está funcionando perfectamente», se dijo a sí misma en sus pensamientos. Atravesó el mercado y luego varios pasajes más hasta llegar a una avenida repleta de personas. A lo lejos pudo ver a un hombre lo suficientemente grande como para ser considerado el hijo de un gigante. Vestía el uniforme de la Marina, por lo que supuso que lord Baelish se encontraba muy cerca. Únicamente quería verle, saber cómo era y estudiarlo de lejos. Katharina no era de esas personas que actuaba alocadamente, basándose meramente en impulsos. No le costó trabajo caminar entre la multitud, pues era algo que un ladrón debía manipular. Pasado varios minutos, la Supernova consiguió tener un puesto en primera fila.
Lord Baelish resultó ser un hombre de unos cuarenta años, cuyos ojos carmesíes únicamente miraban hacia delante, sin detenerse en aquellos que consideraba inferior. Sus cabellos rubios iban peinados en una trenza elegante y bien constituida, en la cual no había un solo pelo que no estuviese en su respectivo lugar. Vestía una túnica granate con el símbolo del sol en la espalda. Los marines a su alrededor estaban pendientes de todo lo que sucedía a su alrededor. Seguramente ya repararon en la presencia de la jovencita de cabellos negros que miraba con una sonrisa maliciosa al noble. Uno de los marines, una mujer de unos treinta años y cabello anaranjado, frunció el ceño al fijarse en Diana Stormrage.
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