Maki
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El enano de cola peluda resultó ser otro maleducado. Mira que no dignarse a responderle... La gente de esa torre no tenía modales. Primero el gorila sobón, luego el villano siniestro y, por último, el niño-ardilla que se le quedó mirando como si hubiese visto a un fantasma. ¿Acaso tenía Maki algo en la cara? Se palpó para asegurarse de que no le colgaba ningún moco o algo por el estilo. No era así, por suerte. Un oficial no podía ir por ahí dando mala imagen.
De repente, se largó. Maki no quiso ni siquiera perseguirlo. Allá él si no quería ser su amigo. Entonces oyó una respiración a su espalda. Se giró y se encontró con un tipo extraño allí plantado, en silencio y con una mirada de inconfundible maldad.
-¿Tú también vives aquí?
El extraño no le contestó, así que ahí se acabó toda la conversación. En vez de hablar, como habría hecho alguien educado, empezó a lanzar cosas. Maki distinguió el inconfundible regusto a regaliz que significaba que esas cosas eran peligrosas y afiladas y se tiró al suelo rodando hacia un lado como una bola de bolos sobre una mesa coja. Notó como algo frío le rozaba la coronilla. De haber tenido pelo, se lo habría cortado. Al mismo tiempo, algo explotó y el estallido le hizo rodar aún más hasta chocar contra la pared.
-¿Te atreves a levantar la mano contra el poderoso Augustus? -bramó con su mejor voz de oficial.
Y luego echó a correr.
De repente, se largó. Maki no quiso ni siquiera perseguirlo. Allá él si no quería ser su amigo. Entonces oyó una respiración a su espalda. Se giró y se encontró con un tipo extraño allí plantado, en silencio y con una mirada de inconfundible maldad.
-¿Tú también vives aquí?
El extraño no le contestó, así que ahí se acabó toda la conversación. En vez de hablar, como habría hecho alguien educado, empezó a lanzar cosas. Maki distinguió el inconfundible regusto a regaliz que significaba que esas cosas eran peligrosas y afiladas y se tiró al suelo rodando hacia un lado como una bola de bolos sobre una mesa coja. Notó como algo frío le rozaba la coronilla. De haber tenido pelo, se lo habría cortado. Al mismo tiempo, algo explotó y el estallido le hizo rodar aún más hasta chocar contra la pared.
-¿Te atreves a levantar la mano contra el poderoso Augustus? -bramó con su mejor voz de oficial.
Y luego echó a correr.
Si te giras al ver la cara de tu contrincante, puedes ver que su rostro muestra asombro y perplejidad. Tarda en reaccionar unos segundos, pero entonces comienza a correr detrás de ti. Todo parece una carrera obstáculos, esquiváis cuerpos de otros revolucionarios, de gente del gobierno, marines…etc., y cuando menos te lo esperas tu perseguidor ya no te persigue, sino que está delante de ti.
—¿Qué demonios estás haciendo? —pregunta alterado, con los ojos inyectados en sangre—. Nadie escapa de una confrontación con el gran… —se mantuvo callado durante un segundo—. Con el gran número tres —concluyó con ligera desgana.
Entonces, su brazo derecho se envuelve de fuego y te intenta golpear en todo el rostro, mientras que con el izquierdo (que no está envuelto en llamas) te intenta golpear en la boca del estómago.
—¿Qué demonios estás haciendo? —pregunta alterado, con los ojos inyectados en sangre—. Nadie escapa de una confrontación con el gran… —se mantuvo callado durante un segundo—. Con el gran número tres —concluyó con ligera desgana.
Entonces, su brazo derecho se envuelve de fuego y te intenta golpear en todo el rostro, mientras que con el izquierdo (que no está envuelto en llamas) te intenta golpear en la boca del estómago.
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Maki corrió, saltó, rodó y se impulsó dramáticamente en la pared para caer más adelante dando una impresionante voltereta. No le salió muy bien, la verdad, porque piso mal y se cayó de morros, pero seguro que nadie lo había visto. Durante la persecución tuvo que poner a prueba sus facultades físicas. Respiraba solo por la boca, como sabía que debía hacer, y no había estirado nada, que era lo adecuado. Corría tan rápido como si nadase -puede que este dato no sea del todo cierto-, esquivando con cuidado a toda la gente que había decidido echarse la siesta en un momento y un lugar tan inoportuno. Maki no pudo evitar preguntarse cuándo habían llegado allí todos esos.
Pero no solo tuvo que esquivar a la gente. Pasó por encima de cajas, armas y fardos tirados por todas partes. Saltó una valla muy molesta que alguien se había dejado por ahí, esquivo a un par de operarios que transportaban un cristal enorme por el pasillo y se levantó de inmediato tras tropezar y estrellarse contra un puesto de fruta. Y todo eso para que el maldito humano le adelantase.
Parecía tan cansado como él. Bueno, probablemente no tanto, porque Maki funcionaba mejor en ambientes húmedos y al correr le rozaban los muslos. Y además aquel tipo raro que se llamaba Número Tres tenía energías suficientes como para incendiar uno de sus brazos. Eso era raro, pero los humanos eran criaturas raras. Una vez Maki vio a una anguila que le pegó un calambre cuando intentó comérsela, y tenía entendido que existían al menos varios tipos de elefantes no marinos. El mundo estaba lleno de cosas extravagantes, así que sería mejor no cuestionárselo.
¿El problema de Número Tres? Que no sabía con quién estaba tratando, y suponía que Maki pensaba parar.
Nada más lejos de la verdad, Maki no consideró necesario detenerse. Embistió al pobre desagraciado igual que un mullido y húmedo yunque. Notó como le daba un puñetazo que se hundió en su grisácea tripa, provocándole un pequeño eructo. Sus gases escaparon por su boca y una mano en llamas estuvo a punto de quemarle las inexistentes cejas, pero no le importó un pimiento y siguió corriendo, pisoteando todo lo que pudiera a Número Tres. Si algo había aprendido en su larga experiencia como revolucionario era que siempre se podía huir un poco más.
Pero no solo tuvo que esquivar a la gente. Pasó por encima de cajas, armas y fardos tirados por todas partes. Saltó una valla muy molesta que alguien se había dejado por ahí, esquivo a un par de operarios que transportaban un cristal enorme por el pasillo y se levantó de inmediato tras tropezar y estrellarse contra un puesto de fruta. Y todo eso para que el maldito humano le adelantase.
Parecía tan cansado como él. Bueno, probablemente no tanto, porque Maki funcionaba mejor en ambientes húmedos y al correr le rozaban los muslos. Y además aquel tipo raro que se llamaba Número Tres tenía energías suficientes como para incendiar uno de sus brazos. Eso era raro, pero los humanos eran criaturas raras. Una vez Maki vio a una anguila que le pegó un calambre cuando intentó comérsela, y tenía entendido que existían al menos varios tipos de elefantes no marinos. El mundo estaba lleno de cosas extravagantes, así que sería mejor no cuestionárselo.
¿El problema de Número Tres? Que no sabía con quién estaba tratando, y suponía que Maki pensaba parar.
Nada más lejos de la verdad, Maki no consideró necesario detenerse. Embistió al pobre desagraciado igual que un mullido y húmedo yunque. Notó como le daba un puñetazo que se hundió en su grisácea tripa, provocándole un pequeño eructo. Sus gases escaparon por su boca y una mano en llamas estuvo a punto de quemarle las inexistentes cejas, pero no le importó un pimiento y siguió corriendo, pisoteando todo lo que pudiera a Número Tres. Si algo había aprendido en su larga experiencia como revolucionario era que siempre se podía huir un poco más.
Número tres se abalanza sobre ti, tú sobre él, parecía una escena sacada de una novela de acción de esas que tanto estaban de moda entre los jovenzuelos. Su puño choca contra tu cuerpo, creando una llama que te causa unas quemaduras que escuecen mucho, y tú consigues darle un golpe que le hace retroceder unos metros. Sin embargo, no puedes escapar. Te sujeta con ambas manos bloqueando tu avance. Notas que es una persona fuerte, quizá alguien de quien no puedas escapar, y de pronto, ves como su rodilla se dirige hacia tu estómago, mientras sus manos comienzan a prenderse de nuevo.
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Maki se vio envuelto en una confusa rueda de brazos, piernas, brazos en llamas y golpes que, por alguna razón, le caían todos a él. Hacía mucho calor, le dolía en sitios donde no le gustaba que le doliera y encima no conseguía soltarse del mamarracho ése. Estaba siendo una de esas duras batallas que luego se contaban a los hijos, los nietos, los desconocidos de las tabernas y a la gente que pasaba por ahí cuando a uno le entraban ganas de presumir.
Vio como sus manos se prendían fuego y empezó a entrarle el pánico. Raro era el pez al que no le asustaba el fuego cuando lo tenía tan cerca, y Maki era especialmente asustadizo. La buena de Rita Makintosh se lo había avisado muchas veces: "Augustus, como eres casi todo grasilla, aléjate del fuego o vas a quedar hecho un charquito". Así lo había hecho durante toda su vida y nunca se había convertido en un charquito de grasa humeante y hedionda. Era su récord personal.
Por ese motivo empezó a reunir una buena cantidad de babas en su gran boca. Acumuló una cantidad importante y luego la escupió sobre los puños llameantes del maldito Número Tres. Vale, no, llamarlo maldito estaba feo. Rita y Pete Makintosh no habían criado a un maleducado malhablado. Tendría que acordarse de disculparse si es que sobrevivía después de darle una paliza.
Maki quiso soltarse, y para ello usó todos sus recursos aparte de las babas. Pateó, mordió, gritó y soltó cabezazos a todo lo que se movía. Le dio una vez al suelo, pero seguro que su rival estaba más blandito que el suelo y era más agradable golpearlo.
Vio como sus manos se prendían fuego y empezó a entrarle el pánico. Raro era el pez al que no le asustaba el fuego cuando lo tenía tan cerca, y Maki era especialmente asustadizo. La buena de Rita Makintosh se lo había avisado muchas veces: "Augustus, como eres casi todo grasilla, aléjate del fuego o vas a quedar hecho un charquito". Así lo había hecho durante toda su vida y nunca se había convertido en un charquito de grasa humeante y hedionda. Era su récord personal.
Por ese motivo empezó a reunir una buena cantidad de babas en su gran boca. Acumuló una cantidad importante y luego la escupió sobre los puños llameantes del maldito Número Tres. Vale, no, llamarlo maldito estaba feo. Rita y Pete Makintosh no habían criado a un maleducado malhablado. Tendría que acordarse de disculparse si es que sobrevivía después de darle una paliza.
Maki quiso soltarse, y para ello usó todos sus recursos aparte de las babas. Pateó, mordió, gritó y soltó cabezazos a todo lo que se movía. Le dio una vez al suelo, pero seguro que su rival estaba más blandito que el suelo y era más agradable golpearlo.
Todo son sensuales y complicados forcejeos repletos de babas cuando golpeas en la cabeza a tu contrincante haciéndole sangrar por la nariz y aturdiéndolo. Ese aturdimiento hace que tu rodilla roce la zona más sagrada de todo hombre y lleve sus manos a ella. Le las hecho daño y se ha mosqueado. No te lo dice, pero puedes verlo. Parece paralizado del dolor, ¿qué haces? Quizás sea tu momento para huir.
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El Oficial Makintosh iba ganando en el brutal forcejeo. Aquello era una batalla en toda regla, pequeña pero intensa, y Maki pensaba ganarla. Es decir, ya que no podía huir...Maki golpeó y lanzó sus temibles gritos de guerra. Le partió la nariz a su contrincante con su poderoso cabezazo y la sangre empezó a fluir. A Maki le dio un poco de asco, pero se contuvo. No quería vomitar sobre su rival... otra vez. Empezaría a crearse una mala reputación si hacía eso.
En cierto momento, Número Tres se quedó quieto y lamentándose de un golpe especialmente contundente. Seguramente no hubiese podido seguir encajando los demoledores ataques de Maki. Él siempre sabía dónde y cómo golpear, incluso aunque en realidad no lo supiera.
"Bien, ahora puedo escapar", se dijo. Y estuvo a punto de hacerlo, pero le parecía mal. Había ido allí a derrotar al mal, y así pensaba hacerlo. Y si el Número Tres era el mal, pues tendría que acabar con él. El Oficial Makintosh demostraría de qué estaba hecho. Ahora que su enemigo estaba indispuesto aprovecharía su oportunidad, como hacían los héroes. Se le echaría sobre la cara y lo asfixiaría con sus fornidos pechos blanditos hasta que perdiese el conocimiento. Luego podría dirigirse a poner fin a todo aquel malévolo plan de destrucción mundial.
En cierto momento, Número Tres se quedó quieto y lamentándose de un golpe especialmente contundente. Seguramente no hubiese podido seguir encajando los demoledores ataques de Maki. Él siempre sabía dónde y cómo golpear, incluso aunque en realidad no lo supiera.
"Bien, ahora puedo escapar", se dijo. Y estuvo a punto de hacerlo, pero le parecía mal. Había ido allí a derrotar al mal, y así pensaba hacerlo. Y si el Número Tres era el mal, pues tendría que acabar con él. El Oficial Makintosh demostraría de qué estaba hecho. Ahora que su enemigo estaba indispuesto aprovecharía su oportunidad, como hacían los héroes. Se le echaría sobre la cara y lo asfixiaría con sus fornidos pechos blanditos hasta que perdiese el conocimiento. Luego podría dirigirse a poner fin a todo aquel malévolo plan de destrucción mundial.
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