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Dexter Black
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Una sombra encapuchada permanecía arrodillada bajo la sombra del confesionario, envuelta en una atmósfera de inciensos y apenas iluminada por los cirios a medio consumir de un sagrario cercano. Mucha gente iba y venía, reprimiendo el impulso de reprender al misterioso visitante: Nadie debía ocultarse de la mirada divina. Dexter podía escuchar el desagrado sin apenas intentarlo, pero decidió ignorar mientras se disponía a iniciar el rito:
- Ave María purísima -recitó. Nunca había sido creyente, pero siempre había momentos para recuperar la fe.
- Che, sin pecado consebida, pive -respondió al otro lado de la cortina una voz con acento que no pudo identificar, pero hasta cierto punto era erótico.
- Perdóname padre porque he pecado, y nunca me he confesado.
- Nunca es tarde para volver al redil, ¿Vihte? Cuéntame, hijo mío, qué te aflíhe.
Durante un momento se quedó en silencio, inmóvil, reflexionando. Tenía muy en mente todos sus crímenes, se los habían recitado de corrido hacía apenas un mes, pero no eran esos los pechados que tenía en mente.
- He hecho daño a gente que me quería, padre. Mi familia, que siempre ha estado ahí para mí, se ha roto por ello. Casi se podría decir que por mi culpa uno de ellos ha muerto... Y estoy desolado.
- ¡Menudo quilombo! -exclamó- ¿Matahtes a un familiar? ¡Eso eh pecado mortal, pelotúo! ¿Pero vos te das cuenta de...?
Estuvo hablando durante al menos quince minutos antes de que Dexter pudiese volver a la conversación.
- No, no he matado a nadie... Al menos no por palabra, acto o pensamiento -concretó-. Pero no evité que un amigo muy cercano muriese por mí. Habría muerto de todas formas, pero lo hizo por nada.
- Vos estás aquí -respondió-. Tu amigo murió por algo, ¿vihte?.
La conversación continuó durante un rato. Poco a poco el sacerdote fue atando cabos hasta que finalmente exclamó, bastante más alto de lo que a Dexter le habría gustado:
- ¡Vos sos Dexter Black, comebolsas!
- Ey, sin insultar -cortó él.
- Pero estás vivo, piolo. Morihte. ¡Sho lo vi!
- No era mi momento. Pero sí el de esta isla.
Corrió la cortina de golpe, y Dexter pudo ver que en el confesionario esperaba una especie de gyojin gamba con los bigotes más largos que jamás había visto. Tenía un color grisáceo, aunque sus mejillas estaban rojas por el calor, y lo miraba con una especie de esferas negras inusitadamente expresivas.
- ¿Vos sos? -preguntó, incrédulo-. ¿Sos los refuersos de la Armada?
- Así es. -Se quitó la capucha. Sin ella la melena dicromada del ahora revolucionario resbaló hasta el suelo-. He venido a poner fin a esta tiranía. Y he oído que solo Bobby Ray tiene el conocimiento necesario para lograrlo.
- ¡Ay va la madre el niño huevo! Yo soy Bobby Ray.
- Por eso estoy aquí.
- Ave María purísima -recitó. Nunca había sido creyente, pero siempre había momentos para recuperar la fe.
- Che, sin pecado consebida, pive -respondió al otro lado de la cortina una voz con acento que no pudo identificar, pero hasta cierto punto era erótico.
- Perdóname padre porque he pecado, y nunca me he confesado.
- Nunca es tarde para volver al redil, ¿Vihte? Cuéntame, hijo mío, qué te aflíhe.
Durante un momento se quedó en silencio, inmóvil, reflexionando. Tenía muy en mente todos sus crímenes, se los habían recitado de corrido hacía apenas un mes, pero no eran esos los pechados que tenía en mente.
- He hecho daño a gente que me quería, padre. Mi familia, que siempre ha estado ahí para mí, se ha roto por ello. Casi se podría decir que por mi culpa uno de ellos ha muerto... Y estoy desolado.
- ¡Menudo quilombo! -exclamó- ¿Matahtes a un familiar? ¡Eso eh pecado mortal, pelotúo! ¿Pero vos te das cuenta de...?
Estuvo hablando durante al menos quince minutos antes de que Dexter pudiese volver a la conversación.
- No, no he matado a nadie... Al menos no por palabra, acto o pensamiento -concretó-. Pero no evité que un amigo muy cercano muriese por mí. Habría muerto de todas formas, pero lo hizo por nada.
- Vos estás aquí -respondió-. Tu amigo murió por algo, ¿vihte?.
La conversación continuó durante un rato. Poco a poco el sacerdote fue atando cabos hasta que finalmente exclamó, bastante más alto de lo que a Dexter le habría gustado:
- ¡Vos sos Dexter Black, comebolsas!
- Ey, sin insultar -cortó él.
- Pero estás vivo, piolo. Morihte. ¡Sho lo vi!
- No era mi momento. Pero sí el de esta isla.
Corrió la cortina de golpe, y Dexter pudo ver que en el confesionario esperaba una especie de gyojin gamba con los bigotes más largos que jamás había visto. Tenía un color grisáceo, aunque sus mejillas estaban rojas por el calor, y lo miraba con una especie de esferas negras inusitadamente expresivas.
- ¿Vos sos? -preguntó, incrédulo-. ¿Sos los refuersos de la Armada?
- Así es. -Se quitó la capucha. Sin ella la melena dicromada del ahora revolucionario resbaló hasta el suelo-. He venido a poner fin a esta tiranía. Y he oído que solo Bobby Ray tiene el conocimiento necesario para lograrlo.
- ¡Ay va la madre el niño huevo! Yo soy Bobby Ray.
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Pasó dos horas hablando de cosas sin sentido mientras Dexter trataba de desenmarañar su plan, pero había resultado ser bastante interesante: Durante al menos tres años el padre Robert -como se hacía llamar durante la omilía- había estado retitando los circuitos de control de al menos cien personas en un proceso sumamente complejo pero, al parecer, con un gran porcentaje de éxito. Pesaban en el gambón los fracasos, pero eso no lo había desalentado de cara a su deber: Liberar Tamago de Lucky Luciano, un hombre hasta el momento más afortunado que inteligente, hasta el punto de resultar disparatado y solo poder achacársele a un poder diabólico.
- Su suerte termina hoy -proclamó como despedida, antes de abandonar la iglesia.
Ya fuera volvió a vestir la capa, pero no cubrió su rostro. Su presencia en el lugar era el primer indicativo de algo que se había hablado, aunque nadie se atreviese a soñarlo: Dexter estaba vivo. No mucha gente reconocería su rostro, pero el murmullo que seguiría a la revelación reverberaría hasta los confines del Gobierno Mundial. La esperanza podía hacer de muchos un fiero guerrero, pero el temor del Gobierno Mundial podía significar el mayor paso en falso que darían. Sabía que más pronto que tarde la Marina trataría de tomar Fiordia por la fuerza, un quiebro del equilibrio de poderes tan debilitado ya; una distracción mientras el cuarto se abalanzaba sobre ellos.
Miró a ambos lados, objetivo en mente, baremando sus opciones, pero optó por ser comedido. En una taberna cercana lo esperaba Bernie, el espía del escuadrón que había seleccionado personalmente. Él debía ocuparse de ponerlo en contacto con los demás miembros del equipo, así como derivar sus órdenes para una coordinación perfecta del grupo. Solo había un problema, y es que Bernie era mudo: Aunque entendía dieciséis lenguas, su problema hacía muy difícil la comunicación directa, por lo que había tenido que adaptar un telégrafo a su den den mushi y era, cuanto menos, lento. Por lo menos a Dexter le desesperaba. No obstante, era un prodigio de la infiltración.
- Solo hace falta una ligera descarga. El párroco usaba esto. -Puso sobre la mesa un extraño aparatejo-. Si Lynna puede replicarlo y Glodberg mejorar el modelo pon a los cinco chiquillos en acción. Yo ahora debo colocar las últimas piezas del dominó.
Dejó la taberna apresuradamente, buscando con la mirada el sanatorio que estaba seguro había visto cerca. Allí, cualquier enfermero de piel morena o cabello oscuro era un potencial miliciano. Y cualquier rubio, un potencial rehén... En cualquier caso, no podía evitar preguntarse cómo había conseguido Luciano mantener el orden sin necesidad de un ejército, aunque la amenaza de muerte por chispazo era bastante sólida. En cualquier caso, eso solo significaba que asaltar la capital sería más sencillo.
- Su suerte termina hoy -proclamó como despedida, antes de abandonar la iglesia.
Ya fuera volvió a vestir la capa, pero no cubrió su rostro. Su presencia en el lugar era el primer indicativo de algo que se había hablado, aunque nadie se atreviese a soñarlo: Dexter estaba vivo. No mucha gente reconocería su rostro, pero el murmullo que seguiría a la revelación reverberaría hasta los confines del Gobierno Mundial. La esperanza podía hacer de muchos un fiero guerrero, pero el temor del Gobierno Mundial podía significar el mayor paso en falso que darían. Sabía que más pronto que tarde la Marina trataría de tomar Fiordia por la fuerza, un quiebro del equilibrio de poderes tan debilitado ya; una distracción mientras el cuarto se abalanzaba sobre ellos.
Miró a ambos lados, objetivo en mente, baremando sus opciones, pero optó por ser comedido. En una taberna cercana lo esperaba Bernie, el espía del escuadrón que había seleccionado personalmente. Él debía ocuparse de ponerlo en contacto con los demás miembros del equipo, así como derivar sus órdenes para una coordinación perfecta del grupo. Solo había un problema, y es que Bernie era mudo: Aunque entendía dieciséis lenguas, su problema hacía muy difícil la comunicación directa, por lo que había tenido que adaptar un telégrafo a su den den mushi y era, cuanto menos, lento. Por lo menos a Dexter le desesperaba. No obstante, era un prodigio de la infiltración.
- Solo hace falta una ligera descarga. El párroco usaba esto. -Puso sobre la mesa un extraño aparatejo-. Si Lynna puede replicarlo y Glodberg mejorar el modelo pon a los cinco chiquillos en acción. Yo ahora debo colocar las últimas piezas del dominó.
Dejó la taberna apresuradamente, buscando con la mirada el sanatorio que estaba seguro había visto cerca. Allí, cualquier enfermero de piel morena o cabello oscuro era un potencial miliciano. Y cualquier rubio, un potencial rehén... En cualquier caso, no podía evitar preguntarse cómo había conseguido Luciano mantener el orden sin necesidad de un ejército, aunque la amenaza de muerte por chispazo era bastante sólida. En cualquier caso, eso solo significaba que asaltar la capital sería más sencillo.
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Cuando estaba cruzando la calle camino al hospital una voz familiar le llamó la atención. Cerca de él, no lo bastante como para fijarse en un primer momento pero sí lo suficiente como para darse cuenta de quién era, Dexter volvió la mirada hacia un hombre embutido en la armadura más extraña que había visto nunca... Sin contar la de Slade, claro. Al lado de la de Slade todo era normal, pero siempre resultaba cuanto menos curioso toparse con Bleyd Master.
- Ah -fue lo único que pudo articular en un primer momento-. Hola, Bleyd.
Seguramente estuviera allí con las mismas instrucciones que el dragón: todo aquel tema de derrocar a Luciano era al parecer algo que venía de lejos desde que había invadido la tierra austral hacía unos años atrás, aunque nadie se había atrevido a alzar las armas en su contra y, con el tiempo, aquella distopía filofascista había alcanzado un poder que resultaba ya, cuando no peligroso, sí molesto. Lucky Luciano era un peligro no solo para los habitantes de la isla y sus aledaños, sino para el mundo entero: Y ahí entraba la Revolución. La isla debía volver a sus habitantes, los legítimos poseedores del único derecho que nadie tenía permitido arrebatar: La libertad.
- Supongo que tú también estás aquí por lo del equipo de salvamento -dijo, guiñándole un ojo finalmente-. Acompáñame al hospital, tenemos que hacer un chequeo.
Si hubiese guiñado más el ojo igual se lo habría licuado por la presión, pero con todo aclarado continuó su avance hacia el hospital, donde el plan entraba en fase uno. O, como Bernie lo había llamado, "...". Putos mudos, qué chistosos eran a veces.
- Ah -fue lo único que pudo articular en un primer momento-. Hola, Bleyd.
Seguramente estuviera allí con las mismas instrucciones que el dragón: todo aquel tema de derrocar a Luciano era al parecer algo que venía de lejos desde que había invadido la tierra austral hacía unos años atrás, aunque nadie se había atrevido a alzar las armas en su contra y, con el tiempo, aquella distopía filofascista había alcanzado un poder que resultaba ya, cuando no peligroso, sí molesto. Lucky Luciano era un peligro no solo para los habitantes de la isla y sus aledaños, sino para el mundo entero: Y ahí entraba la Revolución. La isla debía volver a sus habitantes, los legítimos poseedores del único derecho que nadie tenía permitido arrebatar: La libertad.
- Supongo que tú también estás aquí por lo del equipo de salvamento -dijo, guiñándole un ojo finalmente-. Acompáñame al hospital, tenemos que hacer un chequeo.
Si hubiese guiñado más el ojo igual se lo habría licuado por la presión, pero con todo aclarado continuó su avance hacia el hospital, donde el plan entraba en fase uno. O, como Bernie lo había llamado, "...". Putos mudos, qué chistosos eran a veces.
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- Es un saludo como otro cualquiera -se defendió, encogiéndose de hombros-. ¿Debería gritar "tú me mataste" con voz ominosa? Porque va a ser que no.
Caminaron en silencio tras eso. Dexter estaba convencido de que algo no funcionaba del todo bien en la cabeza del mercenario -ahora revolucionario-, aunque tampoco lo conocía lo suficiente como para saber si eso era repentino o es que siempre había sido así. Dado que no parecía algo dañino, al menos para lo que él sabía de medicina, decidió dejarlo estar mientras no costase la vida de nadie. Al fin y al cabo Bleyd siempre había resultado un poco excéntrico, eso lo sabía todo el mundo, pero si fuese un peligro no le permitirían salir de misión.
- ¿Mi qué? No, todo está donde debería estar. -Comprobó por un instante el Gran Príncipe, aunque hasta donde él sabía seguía manteniendo su equipamiento inicial íntegro. Tal vez alguien hubiese robado algún dedo o mano que eventualmente hubiese perdido, pero dudaba que se encontrase en un hospital tan lejos de donde se había perdido-. Pero tenemos que cumplir un encargo de los jefes, y pasa por lo siguiente.
Le susurró al oído el plan, de forma casi inaudible. Solo alguien con muy buen oído podría, incluso a esa distancia, entender lo que estaba haciendo. Tal vez un pervertido podría considerar aquello ASMR, pero tan solo se trataba de un susurro sin ninguna pretensión mayor.
- ¿No te avisaron en el Cuartel General? Porque había un dossier explicativo muy completo en mi despacho antes de venir hasta aquí. Por cierto, ¿dónde se ha metido Fluffle?
Caminaron en silencio tras eso. Dexter estaba convencido de que algo no funcionaba del todo bien en la cabeza del mercenario -ahora revolucionario-, aunque tampoco lo conocía lo suficiente como para saber si eso era repentino o es que siempre había sido así. Dado que no parecía algo dañino, al menos para lo que él sabía de medicina, decidió dejarlo estar mientras no costase la vida de nadie. Al fin y al cabo Bleyd siempre había resultado un poco excéntrico, eso lo sabía todo el mundo, pero si fuese un peligro no le permitirían salir de misión.
- ¿Mi qué? No, todo está donde debería estar. -Comprobó por un instante el Gran Príncipe, aunque hasta donde él sabía seguía manteniendo su equipamiento inicial íntegro. Tal vez alguien hubiese robado algún dedo o mano que eventualmente hubiese perdido, pero dudaba que se encontrase en un hospital tan lejos de donde se había perdido-. Pero tenemos que cumplir un encargo de los jefes, y pasa por lo siguiente.
Le susurró al oído el plan, de forma casi inaudible. Solo alguien con muy buen oído podría, incluso a esa distancia, entender lo que estaba haciendo. Tal vez un pervertido podría considerar aquello ASMR, pero tan solo se trataba de un susurro sin ninguna pretensión mayor.
- ¿No te avisaron en el Cuartel General? Porque había un dossier explicativo muy completo en mi despacho antes de venir hasta aquí. Por cierto, ¿dónde se ha metido Fluffle?
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Arqueó una ceja, perplejo. Cada vez que se topaba con Bleyd acababa preguntándose -con más motivos- por qué demonios confiaba en él. Claramente estaba loco, aunque tampoco podía decir que él pudiese, viendo el futuro, esperar que no lo mirasen de la misma forma cuando lo decía. Por eso, y solo por eso, admitió la posibilidad de que el mercenario poseyese una habilidad única para comunicarse con los muertos, aunque por cómo lo explicaba se le antojaba más un brote psicótico. En fin, a saber.
- Vale, recapitulemos. Tú eres revolucionario -le dijo, señalándolo-. Y estás en esta isla, donde la Armada intenta derrocar a un Gobierno dictatorial. ¿De verdad estás aquí por casualidad sin haber recibido una sola notificación? Porque ya sería mucha casualidad encontrarme contigo en cada misión que tengo por delante.
Tras aquello caminaron juntos hasta entrar en el sanatorio, donde efectivamente todo era como esperaba encontrarse: Gente rubia vestida de médico, enfermeros de color trigueño y salas separadas para la "raza inferior" y los ciudadanos. Trató de no decir nada, aunque la simple visión de aquello le hacía sentir sumamente incómodo. Bleyd, por su parte, estaba siendo Bleyd. "No, Bleyd, no necesitan más tetas", le habría dicho, pero ya bastante estaban llamando la atención el hombre de dos metros dieciséis y la lata parlante como para seguir montando un numerito mayor.
- No, primero necesitamos encontrar algún moreno en enfermería, así que uno de los dos debería hacerse pasar por enfermo. Tú mejor, que sin armadura llamas menos la atención.
Tras eso esperó a que su compañero se desvistiese, aunque no tenía muy claro que fuese a hacerlo por propia voluntad y, si no lo hacía, se acercaría él a recepción para tratar de conseguir atención:
- Disculpe, señorita. -Su cabello mitad blanco mitad negro casi podía interpretarse como una moda estúpida, y sus ojos azules eran tan intensos que pocos dudarían su pertenencia a una "raza superior". Además, si todo fallaba podía volver a intentarlo con una ilusión-. Mi amigo se ha quedado atascado en su propio juguete. Dice que se cayó sobre él mientras caminaba. Yo creo que estaba haciendo algo raro, pero necesitamos ayuda para que pueda salir de él y... bueno, respirar. Que lleva ya doce horas y empieza a alucinar.
- Vale, recapitulemos. Tú eres revolucionario -le dijo, señalándolo-. Y estás en esta isla, donde la Armada intenta derrocar a un Gobierno dictatorial. ¿De verdad estás aquí por casualidad sin haber recibido una sola notificación? Porque ya sería mucha casualidad encontrarme contigo en cada misión que tengo por delante.
Tras aquello caminaron juntos hasta entrar en el sanatorio, donde efectivamente todo era como esperaba encontrarse: Gente rubia vestida de médico, enfermeros de color trigueño y salas separadas para la "raza inferior" y los ciudadanos. Trató de no decir nada, aunque la simple visión de aquello le hacía sentir sumamente incómodo. Bleyd, por su parte, estaba siendo Bleyd. "No, Bleyd, no necesitan más tetas", le habría dicho, pero ya bastante estaban llamando la atención el hombre de dos metros dieciséis y la lata parlante como para seguir montando un numerito mayor.
- No, primero necesitamos encontrar algún moreno en enfermería, así que uno de los dos debería hacerse pasar por enfermo. Tú mejor, que sin armadura llamas menos la atención.
Tras eso esperó a que su compañero se desvistiese, aunque no tenía muy claro que fuese a hacerlo por propia voluntad y, si no lo hacía, se acercaría él a recepción para tratar de conseguir atención:
- Disculpe, señorita. -Su cabello mitad blanco mitad negro casi podía interpretarse como una moda estúpida, y sus ojos azules eran tan intensos que pocos dudarían su pertenencia a una "raza superior". Además, si todo fallaba podía volver a intentarlo con una ilusión-. Mi amigo se ha quedado atascado en su propio juguete. Dice que se cayó sobre él mientras caminaba. Yo creo que estaba haciendo algo raro, pero necesitamos ayuda para que pueda salir de él y... bueno, respirar. Que lleva ya doce horas y empieza a alucinar.
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- Se sorprendería si le contara con qué llega a veces la gente. -le dijo, con gran amabilidad, si bien algo extrañada por su cabello-. Una vez un señor de setenta años nos contó que había tropezado sobre el mango de una espada mientras llevaba un traje a franjas amarillo y negro.
- Seguro que no jugaba a ser una abeja -respondió Dexter, con una sonrisa-. Debía estar engrasándola cuando...
- Engrasarla seguro que no la engrasó, o habría sido más sencillo. -Aquella vez se rio-. Solo rellene la ficha y una cuestión. Su amigo... -bajó el tono, como avergonzada-. ¿Es moreno?
Dexter fingió cierta sorpresa ante aquella pregunta e incluso arqueó una ceja, como si no supiera bien cómo contestar a aquello. De hecho no tenía muy claro por qué era ella, una mujer rubia y bastante alta -él apenas le sacaría unos treinta y pocos centímetros, la primera en cuestionarse eso. No, no era eso, era más bien por qué se avergonzaba de preguntarlo. Sabía que la gente instruida tendía a ser más crítica, pero no esperaba que una mujer de estatus elevado -o por lo menos privilegiada- fuese a tomar esa distinción como algo negativo. Aunque, por lo que tenía entendido, ser mujer era en aquella dictadura poco más que ser un cañón de bebés desde los veinticinco. Y claro, esa chica parecía recién haber terminado sus estudios. Evitó sonreír ante aquel inconformismo.
- Lo es, ¿hay algún problema? -preguntó, finalmente, con una mueca de preocupación-. ¿Hay algún trato diferencial por eso o algo? Porque mi amigo necesita realmente ayuda.
- No, no. Solo síganme. Y por favor, sean discretos.
Dexter increpó con la mirada a Bleyd, como diciéndole que aquella frase iba dirigida a él, y luego siguió a la ¿médico? ¿enfermera? tan solo siguió a la muchacha hasta una consulta vacía con... Bueno, algún que otro símbolo "del Estado".
- Seguro que no jugaba a ser una abeja -respondió Dexter, con una sonrisa-. Debía estar engrasándola cuando...
- Engrasarla seguro que no la engrasó, o habría sido más sencillo. -Aquella vez se rio-. Solo rellene la ficha y una cuestión. Su amigo... -bajó el tono, como avergonzada-. ¿Es moreno?
Dexter fingió cierta sorpresa ante aquella pregunta e incluso arqueó una ceja, como si no supiera bien cómo contestar a aquello. De hecho no tenía muy claro por qué era ella, una mujer rubia y bastante alta -él apenas le sacaría unos treinta y pocos centímetros, la primera en cuestionarse eso. No, no era eso, era más bien por qué se avergonzaba de preguntarlo. Sabía que la gente instruida tendía a ser más crítica, pero no esperaba que una mujer de estatus elevado -o por lo menos privilegiada- fuese a tomar esa distinción como algo negativo. Aunque, por lo que tenía entendido, ser mujer era en aquella dictadura poco más que ser un cañón de bebés desde los veinticinco. Y claro, esa chica parecía recién haber terminado sus estudios. Evitó sonreír ante aquel inconformismo.
- Lo es, ¿hay algún problema? -preguntó, finalmente, con una mueca de preocupación-. ¿Hay algún trato diferencial por eso o algo? Porque mi amigo necesita realmente ayuda.
- No, no. Solo síganme. Y por favor, sean discretos.
Dexter increpó con la mirada a Bleyd, como diciéndole que aquella frase iba dirigida a él, y luego siguió a la ¿médico? ¿enfermera? tan solo siguió a la muchacha hasta una consulta vacía con... Bueno, algún que otro símbolo "del Estado".
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La chica le colocó a Bleyd una suerte de collar extraño, que por un momento quiso pensar sería alguna clase de "documento de identidad" gráfico, aunque tampoco se pensó mucho qué podría ser exactamente. Cabía la posibilidad de que se tratase de un explosivo, lo cual seguramente bajo el casco al revolucionario le diese igual, por lo que simplemente lo dejó pasar mientras ella hacía fuerza hacia arriba, intentando sin éxito retirárselo.
- Así que... -comenzó, dando una vuelta alrededor de la consulta. Tomó entre sus manos el escudo de la isla, una suerte de cruz gammada algo perturbadora en un círculo blanco, rodeada por un cuadro rojo sangre. Tras un par de segundos observándolo, continuó-: ¿Los morenos no son escoria?
- No lo son -contestó, notándose el tremendo esfuerzo en su voz-. ¡Esto no sale! El color del pelo... No es ni siquiera un motivo racional... Como podría ser la piel, o la cantidad de pelo. Es absur... ¡Do! ¡¿Pero por qué no sale?!
Dexter contuvo una risa. Estaba seguro de que Bleyd podía sellar aquella cosa a voluntad y que estaba tomándole un poco el pelo. Al fin y al cabo, le había visto sacárselo sin ninguna dificultad y, conociéndolo, seguro que estaba disfrutando de la mujer con sus tetas en la cara. Casi debía agradecer que no le estuviese agarrando las caderas. De hecho, él casi debería rezar para que Bleyd no la liase de esa forma.
- Está muy profundo, seguramente. -En serio, ¿en qué estaba pensando el que diseñó un escudo con fresas y tuberías? No podía tomarlo en serio-. Pero... ¿A ti no te parece bien esta segregación capilar?
Negó con la cabeza, haciendo sonidos ininteligibles a causa del esfuerzo. Tras un rato pareció rendirse y, aún roja, se apartó de él.
- Voy a por el lubricante. Y si no funciona así... Habrá que operar. -Pareció no dar más importancia a la cuestión, pero añadió algo interesante-: Bobby Ray no aprueba que comparta estas cosas, pero no deja de ser necesario a veces. Como al anochecer, ya sabes. Cuando las cosas se caldean.
Guinó un ojo y dejó sobre la mesa una cartulina cuando llevó el lubricante de vuelta al hombre de acero. Dexter se acercó y comprobó que se trataba de una especie de estanco, o más bien la octavilla de uno. Él no fumaba, pero tenía claro que iba a ir hasta allí.
- ¿Estará abierto? -preguntó.
- Cuándo no -respondió ella, antes de empezar a embadurnar la cabeza metálica de Bleyd con lo que, Dexter veía, era lubricante anal con sabor a cereza. Qué gustos más raros tenía la muchacha.
- Así que... -comenzó, dando una vuelta alrededor de la consulta. Tomó entre sus manos el escudo de la isla, una suerte de cruz gammada algo perturbadora en un círculo blanco, rodeada por un cuadro rojo sangre. Tras un par de segundos observándolo, continuó-: ¿Los morenos no son escoria?
- No lo son -contestó, notándose el tremendo esfuerzo en su voz-. ¡Esto no sale! El color del pelo... No es ni siquiera un motivo racional... Como podría ser la piel, o la cantidad de pelo. Es absur... ¡Do! ¡¿Pero por qué no sale?!
Dexter contuvo una risa. Estaba seguro de que Bleyd podía sellar aquella cosa a voluntad y que estaba tomándole un poco el pelo. Al fin y al cabo, le había visto sacárselo sin ninguna dificultad y, conociéndolo, seguro que estaba disfrutando de la mujer con sus tetas en la cara. Casi debía agradecer que no le estuviese agarrando las caderas. De hecho, él casi debería rezar para que Bleyd no la liase de esa forma.
- Está muy profundo, seguramente. -En serio, ¿en qué estaba pensando el que diseñó un escudo con fresas y tuberías? No podía tomarlo en serio-. Pero... ¿A ti no te parece bien esta segregación capilar?
Negó con la cabeza, haciendo sonidos ininteligibles a causa del esfuerzo. Tras un rato pareció rendirse y, aún roja, se apartó de él.
- Voy a por el lubricante. Y si no funciona así... Habrá que operar. -Pareció no dar más importancia a la cuestión, pero añadió algo interesante-: Bobby Ray no aprueba que comparta estas cosas, pero no deja de ser necesario a veces. Como al anochecer, ya sabes. Cuando las cosas se caldean.
Guinó un ojo y dejó sobre la mesa una cartulina cuando llevó el lubricante de vuelta al hombre de acero. Dexter se acercó y comprobó que se trataba de una especie de estanco, o más bien la octavilla de uno. Él no fumaba, pero tenía claro que iba a ir hasta allí.
- ¿Estará abierto? -preguntó.
- Cuándo no -respondió ella, antes de empezar a embadurnar la cabeza metálica de Bleyd con lo que, Dexter veía, era lubricante anal con sabor a cereza. Qué gustos más raros tenía la muchacha.
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Dexter siguió a Bleyd no sin despedirse de la doctora, disculpándose por lo abrupto de aquel comportamiento. Era obvio que la mujer se había dado cuenta de que todo era una excusa, y el dragón no podía dejar de pensar en la suerte que habían tenido; literalmente la primera persona que se cruzaban era parte de una probable "resistencia", lo cual solo podía ser entendido de dos maneras, y no creía tener tanta suerte: Había un gran rechazo a aquel régimen.
Bleyd seguramente estaba tan ofuscado que ni se hubiera dado ni cuenta de aquello, y Dexter no terminaba de entenderlo. Si bien solía ser razonable y paciente había montado en cólera por apenas un poco de vaselina y un collar algo extraño que iba pitando a medida que se alejaba de la consulta. Si era un dispositivo externo de seguimiento similar al que llevaban muchos allí implantado seguramente lo chamuscase antes de cruzar la puerta, aunque dudaba que pudiesen afectar a Bleyd con un juguete así. No obstante, sí que estaba llamando mucho la atención de los pacientes y trabajadores, que miraban hacia él con cierto temor.
- ¡Espera! -le gritó, tratando de detenerlo-. ¿No te das cuenta de lo que sucede? Aquí segregan a la gente según su color de pelo. Tenemos que hacer algo, no quedarnos en una taberna hasta que se haga de noche. -Era consciente de que lo estarían escuchando, pero le dio igual-. Si el gobierno de la isla se entera de que pretendemos acabar con el miedo al diferente se nos echará encima. ¡Debemos ser los paladines de los morenos!
Ese improvisado y un poco tonto discurso era suficiente para desgranar la paja y el trigo: Algunos voltearon la cabeza discretamente hacia sus quehaceres, mientras unos pocos comenzaron a murmurar. Dexter contó al menos veinte personas, pero podía reducirlas con facilidad, así que se dirigió a Bleyd antes de parar es seco:
- Tengo cosas que hacer aquí, pero en cuanto acabe voy a verte. Y nos ocupamos de lo que hemos venido a hacer.
Había más gente en otras plantas y en otras salas, pero estaba seguro de que la relación de tres a uno entre pro-igualdad capilar se mantenía respecto a los fascistas, así que se aclaró la voz y dio un discurso tan conmovedor que cualquier intento de reproducción escrita no le haría justicia. Y, tras él, todos aquellos susceptibles de ayudarlo se abalanzaron contra los que no, atándolos con cuerdas, enganchándolos a radiadores y asegurándose de que, en conjunto, estuviesen muy quietos.
- Recordad que importa más vuestra integridad que la suya, pero evitad hacerles daño mientras no sea imprescindible. Ah, y recordad también que son vuestro seguro de vida. Haced la llamada.
La llamada era la que haría saber al gobernador que Dexter estaba allí, dispuesto a derrocarlo. Si su fama no lo hacía rendirse el pensar que se trataba de un imitador sería lo que encendiese la mecha de la vanidad, y esperaba poder enfrentar a un estratega mediocre con ayuda de Bleyd, al que fue a buscar hasta su taberna, esperando encontrarlo.
Bleyd seguramente estaba tan ofuscado que ni se hubiera dado ni cuenta de aquello, y Dexter no terminaba de entenderlo. Si bien solía ser razonable y paciente había montado en cólera por apenas un poco de vaselina y un collar algo extraño que iba pitando a medida que se alejaba de la consulta. Si era un dispositivo externo de seguimiento similar al que llevaban muchos allí implantado seguramente lo chamuscase antes de cruzar la puerta, aunque dudaba que pudiesen afectar a Bleyd con un juguete así. No obstante, sí que estaba llamando mucho la atención de los pacientes y trabajadores, que miraban hacia él con cierto temor.
- ¡Espera! -le gritó, tratando de detenerlo-. ¿No te das cuenta de lo que sucede? Aquí segregan a la gente según su color de pelo. Tenemos que hacer algo, no quedarnos en una taberna hasta que se haga de noche. -Era consciente de que lo estarían escuchando, pero le dio igual-. Si el gobierno de la isla se entera de que pretendemos acabar con el miedo al diferente se nos echará encima. ¡Debemos ser los paladines de los morenos!
Ese improvisado y un poco tonto discurso era suficiente para desgranar la paja y el trigo: Algunos voltearon la cabeza discretamente hacia sus quehaceres, mientras unos pocos comenzaron a murmurar. Dexter contó al menos veinte personas, pero podía reducirlas con facilidad, así que se dirigió a Bleyd antes de parar es seco:
- Tengo cosas que hacer aquí, pero en cuanto acabe voy a verte. Y nos ocupamos de lo que hemos venido a hacer.
Había más gente en otras plantas y en otras salas, pero estaba seguro de que la relación de tres a uno entre pro-igualdad capilar se mantenía respecto a los fascistas, así que se aclaró la voz y dio un discurso tan conmovedor que cualquier intento de reproducción escrita no le haría justicia. Y, tras él, todos aquellos susceptibles de ayudarlo se abalanzaron contra los que no, atándolos con cuerdas, enganchándolos a radiadores y asegurándose de que, en conjunto, estuviesen muy quietos.
- Recordad que importa más vuestra integridad que la suya, pero evitad hacerles daño mientras no sea imprescindible. Ah, y recordad también que son vuestro seguro de vida. Haced la llamada.
La llamada era la que haría saber al gobernador que Dexter estaba allí, dispuesto a derrocarlo. Si su fama no lo hacía rendirse el pensar que se trataba de un imitador sería lo que encendiese la mecha de la vanidad, y esperaba poder enfrentar a un estratega mediocre con ayuda de Bleyd, al que fue a buscar hasta su taberna, esperando encontrarlo.
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Dexter salió a la calle y pudo notar fácilmente cómo la atmósfera comenzaba a crisparse a su alrededor. Veía soldados por las calles, mujeres correr hacia sus casas y los transeúntes que minutos antes habían rondado por las aceras habían desaparecido abruptamente. El único lugar que escapaba de aquello era la taberna donde debía reunirse con Bleyd, más parecida en ese momento a una discoteca que a una posada: Fluffle había estado haciendo de las suyas. No conocía demasiado al pequeño pony abogado robot, pero sabía que era si cabía más irresponsable que su dueño, un pieza que daba miedo... Y más cuando se separaban.
- Disculpe, ¿su nombre? -preguntó un segurata en la puerta. Tenía las gafas descolocadas y claros signos de violencia en la cabeza, como los dedos marcados de Bleyd en forma de pequeños moretones.
- Dexter Bl...
- ¡A la mierda! -gritó, tirando la lista al aire- ¡No me pagan suficiente para esto! ¡Me pagan en tacos, joder! ¡Y estoy arriesgando mi vida sin puto sentido por un pony!
Se quedó volado, sin entender lo que estaba sucediendo, aunque tenía la total certeza de que había sido traumatizado por el hombre-lata de alguna forma. De todos modos eso no era cosa suya, así que entró al local y... ¿De verdad? Morenos con rubias, rubios con morenas, una orgía alrededor del hogar y un pony muy parecido a Fluffle pero de color verde, bigote de villano y una cámara de vídeo grababa todo. ¿Cómo había degenerado tanto todo aquello? Salió por donde había entrado, ignorándolo todo, y agarró al segurata, que seguía dando vueltas como un maníaco.
- Tú. Te necesito -le dijo, amablemente-. Tienes que avisar a Bobby Ray de que las cosas se van a poner un poco feas por un rato; y hazlo sin poner cordones de terciopelo, ¿vale?
El tipo asintió sin entender muy bien lo que le pedía, pero en cuanto pudo salió corriendo hacia la iglesia.
- Bueno, uno menos. -Resopló-. Ahora a esperar por Bleyd.
- Disculpe, ¿su nombre? -preguntó un segurata en la puerta. Tenía las gafas descolocadas y claros signos de violencia en la cabeza, como los dedos marcados de Bleyd en forma de pequeños moretones.
- Dexter Bl...
- ¡A la mierda! -gritó, tirando la lista al aire- ¡No me pagan suficiente para esto! ¡Me pagan en tacos, joder! ¡Y estoy arriesgando mi vida sin puto sentido por un pony!
Se quedó volado, sin entender lo que estaba sucediendo, aunque tenía la total certeza de que había sido traumatizado por el hombre-lata de alguna forma. De todos modos eso no era cosa suya, así que entró al local y... ¿De verdad? Morenos con rubias, rubios con morenas, una orgía alrededor del hogar y un pony muy parecido a Fluffle pero de color verde, bigote de villano y una cámara de vídeo grababa todo. ¿Cómo había degenerado tanto todo aquello? Salió por donde había entrado, ignorándolo todo, y agarró al segurata, que seguía dando vueltas como un maníaco.
- Tú. Te necesito -le dijo, amablemente-. Tienes que avisar a Bobby Ray de que las cosas se van a poner un poco feas por un rato; y hazlo sin poner cordones de terciopelo, ¿vale?
El tipo asintió sin entender muy bien lo que le pedía, pero en cuanto pudo salió corriendo hacia la iglesia.
- Bueno, uno menos. -Resopló-. Ahora a esperar por Bleyd.
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Dexter se preocupó cuando vio algunos soldados mirar hacia él. Unos trataron de sacar un den den mushi para informar a sus superiores, pero antes de que sonara el primer "burum" todo el mundo en la calle había caído fruto de su Haki del rey. Hacía tiempo le resultaba casi imposible de controlar cuando lo desataba, y no había sido la excepción: Bajo él el suelo se había hundido varios centímetros, y grietas radiales se extendían a su alrededor hacia cada persona en un área sumamente grande. Incluso la gente en el interior de la taberna se había desplomado; podía escuchar los golpes contra... Ah, no, cierto. La película.
En cualquier tiempo las horas iban pasando y el cielo empezaba a oscurecerse; muy pronto podrían ir al local aquel. Al amparo de la noche ni siquiera Dexter destacaba. Y aunque Bleyd sí, estaba seguro de que el revolucionario poseía soluciones muy resolutivas si se encontraban frente a cualquier problema. No en vano era el hombre más... Menos... Bueno, era un hombre que conocía. Y para asaltar Impel Down prácticamente en solitario había que ser un macho pecho peludo, y nunca uno debía desaprovechar los beneficios de contar con un macho pecho peludo en su equipo.
- Has tardado mucho -dijo Dexter, contando con el dedo los grupos de guardias amordazados que parecía había empezado a coleccionar. Por la cantidad calculaba que había esperado casi tres horas, lo suficiente para cinco grupos de soldados y un par de equipos especiales que habían aparecido al no recibir información. La verdad es que no había sido particularmente discreto, pero ver al fantasma de quien fue en su día "el más temido" había resultado una poderosa arma-. Podrías haberla roto con las manos y seguro que tu cacharro no se habría visto perjudicado -añadió, comenzando a caminar-. Te pondré en situación mientras vamos.
Le informó sobre el gobierno isleño y la república bananera que se habían montado, la exclusión en base al color de pelo y en general las peticiones del Alto Mando respecto a esa liberación: Debían evitar cualquier baja civil mientras fuese posible, inclusive si eso implicaba dejar con vida al tirano Derp S. Saito, un enano mental que seguramente habían aupado las élites locales. Su lucha no era contra un tirano, sino contra el capitalismo.
- Y aquí debería ser -mencionó, indicándole la puerta-. Las damas primero.
En cualquier tiempo las horas iban pasando y el cielo empezaba a oscurecerse; muy pronto podrían ir al local aquel. Al amparo de la noche ni siquiera Dexter destacaba. Y aunque Bleyd sí, estaba seguro de que el revolucionario poseía soluciones muy resolutivas si se encontraban frente a cualquier problema. No en vano era el hombre más... Menos... Bueno, era un hombre que conocía. Y para asaltar Impel Down prácticamente en solitario había que ser un macho pecho peludo, y nunca uno debía desaprovechar los beneficios de contar con un macho pecho peludo en su equipo.
- Has tardado mucho -dijo Dexter, contando con el dedo los grupos de guardias amordazados que parecía había empezado a coleccionar. Por la cantidad calculaba que había esperado casi tres horas, lo suficiente para cinco grupos de soldados y un par de equipos especiales que habían aparecido al no recibir información. La verdad es que no había sido particularmente discreto, pero ver al fantasma de quien fue en su día "el más temido" había resultado una poderosa arma-. Podrías haberla roto con las manos y seguro que tu cacharro no se habría visto perjudicado -añadió, comenzando a caminar-. Te pondré en situación mientras vamos.
Le informó sobre el gobierno isleño y la república bananera que se habían montado, la exclusión en base al color de pelo y en general las peticiones del Alto Mando respecto a esa liberación: Debían evitar cualquier baja civil mientras fuese posible, inclusive si eso implicaba dejar con vida al tirano Derp S. Saito, un enano mental que seguramente habían aupado las élites locales. Su lucha no era contra un tirano, sino contra el capitalismo.
- Y aquí debería ser -mencionó, indicándole la puerta-. Las damas primero.
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No respondió, tan solo se tocó la vieja cicatriz del cuello. Un arpón, cuando los arpones todavía podían atravesar sus escamas, prácticamente lo había matado. Había aprendido muy poco, en realidad: Había arriesgado su vida contra otros emperadores del mar, había retado al Gobierno Mundial, había atacado Impel Down... Solo. Solo o con muy poca gente, sin pararse a pensar en lo que estaba a punto de hacer o las consecuencias de sus actos. Solo había sobrevivido por pura suerte, quizás por mera voluntad de hacerlo. En cualquier caso, Bleyd tenía razón.
- Nunca es buena idea dejarte solo -respondió-. Ni siquiera sabías que estábamos de misión hace un par de horas.
Siguió a Bleyd y cerró la puerta con sumo cuidado. El ambiente olía a pólvora y tabaco, pero sobre todo a salitre. Si allí no había nadie más como mínimo estaban frente a alguna clase de tapadera para un polvorín. "Muy astuto", admitió, aunque se lamentó de que no hubiesen elegido una bombonería para ocultarse.
Frente a ellos un hombre se descubrió. Enjuto y calvo, el anciano les instó a tomar asiento con una delicadeza que en cierto modo presagiaba su estilo. Dexter se sentó sin siquiera comprobar el asiento -si había un explosivo capaz de matarlo seguramente no podría sobrevivir un hombre a menos de dos metros-, cruzándose de brazos frente a él y haciendo un gesto con la mano para invitarle a hablar.
- Mi nombre es Fried Stlëiger, aunque seguramente este nombre no os suene en absoluto. -En su mano podía observarse un dedo índice que se mantenía permanentemente recto, probablemente de oro-. Me han dicho que dos miembros dispuestos a ayudar a la Resistencia estaban por la isla, y sepan lo congratulado que me hallo de tener al furtivo Dexter Black y al poderoso Bleyd Master frente a mí. Pero deben saber ustedes que yo no tengo un gran peso para la organización, caballeros.
- Entonces nos ha traído aquí una mujer de la que no podemos fiarnos, a un hombre irrelevante mientras podríamos estar haciendo algo más importante... ¿Es eso?
- Efectivamente.
El dedo de oro se introdujo en una especie de conector que había en la mesa. No había reparado en él, pero cuando lo hizo era demasiado tarde.
La explosión fue tan potente que las paredes del local temblaron, y el sonido resonó con tanta estridencia que Dexter acabó en el suelo con los oídos sangrando. Tardó un par de minutos en levantarse, y aunque para cuando lo logró sus oídos habían dejado de pitar todavía le costaba escuchar bien.
- Saludos a Bobby Ray.
Escuchaba todo como en un murmullo lejano, pero sintió debilitarse la presencia de alguien que conocía. De pronto, no necesitaba oír para entender.
Salió más rápido que deprisa en dirección a la iglesia, donde mucha gente empezaba a arremolinarse, y se adentró entre las llamas. Encontró a Bobby rojo y casi asfixiado, tan caliente que casi no podía ni tenerlo entre las manos. Chillaba cuando lo movía pero no podía detenerse ya, y lo sacó de allí cuan raudo pudo.
- ¡Bobby! -le gritó, posándolo en el suelo-. ¡No te mueras Bobby!
- Che. -Alcanzó a escuchar aquello. Que aún estuviese con vida denotaba que no era una persona común-. Me queda poco...
Dexter apenas podía entender lo que decía, pero atendió a cada palabra. Descifraba una cada cierto tiempo y componía un puzzle incompleto que trataba de llenar con ideas y planes que le habían comunicado en otro momento.
- Me queda poco, pive -señaló-. Sheva mi cuerpo... A la capital... Sheváme a casa.
Sus ojos negros y brillantes se apagaron, y Dexter lloró. Apenas acababa de conocer a ese hombre, pero estaba muerto por su culpa. Bleyd tenía razón; había tenido mucha suerte durante años, pero ya no era suficiente. La gente estaba muriendo por sus errores... Era momento de que eso cambiase. E iba a cambiar. Se levantó mientras nubes de tormenta empezaban a cubrir toda la isla, alimentadas por el humo. Había guardia, pero nadie le atacó. Había gente que no entendía qué estaba sucediendo, pero Dexter sí. Tenía que pensar en lo que estaba haciendo; necesitaba tiempo. Y no tenía tiempo.
- Nunca es buena idea dejarte solo -respondió-. Ni siquiera sabías que estábamos de misión hace un par de horas.
Siguió a Bleyd y cerró la puerta con sumo cuidado. El ambiente olía a pólvora y tabaco, pero sobre todo a salitre. Si allí no había nadie más como mínimo estaban frente a alguna clase de tapadera para un polvorín. "Muy astuto", admitió, aunque se lamentó de que no hubiesen elegido una bombonería para ocultarse.
Frente a ellos un hombre se descubrió. Enjuto y calvo, el anciano les instó a tomar asiento con una delicadeza que en cierto modo presagiaba su estilo. Dexter se sentó sin siquiera comprobar el asiento -si había un explosivo capaz de matarlo seguramente no podría sobrevivir un hombre a menos de dos metros-, cruzándose de brazos frente a él y haciendo un gesto con la mano para invitarle a hablar.
- Mi nombre es Fried Stlëiger, aunque seguramente este nombre no os suene en absoluto. -En su mano podía observarse un dedo índice que se mantenía permanentemente recto, probablemente de oro-. Me han dicho que dos miembros dispuestos a ayudar a la Resistencia estaban por la isla, y sepan lo congratulado que me hallo de tener al furtivo Dexter Black y al poderoso Bleyd Master frente a mí. Pero deben saber ustedes que yo no tengo un gran peso para la organización, caballeros.
- Entonces nos ha traído aquí una mujer de la que no podemos fiarnos, a un hombre irrelevante mientras podríamos estar haciendo algo más importante... ¿Es eso?
- Efectivamente.
El dedo de oro se introdujo en una especie de conector que había en la mesa. No había reparado en él, pero cuando lo hizo era demasiado tarde.
La explosión fue tan potente que las paredes del local temblaron, y el sonido resonó con tanta estridencia que Dexter acabó en el suelo con los oídos sangrando. Tardó un par de minutos en levantarse, y aunque para cuando lo logró sus oídos habían dejado de pitar todavía le costaba escuchar bien.
- Saludos a Bobby Ray.
Escuchaba todo como en un murmullo lejano, pero sintió debilitarse la presencia de alguien que conocía. De pronto, no necesitaba oír para entender.
Salió más rápido que deprisa en dirección a la iglesia, donde mucha gente empezaba a arremolinarse, y se adentró entre las llamas. Encontró a Bobby rojo y casi asfixiado, tan caliente que casi no podía ni tenerlo entre las manos. Chillaba cuando lo movía pero no podía detenerse ya, y lo sacó de allí cuan raudo pudo.
- ¡Bobby! -le gritó, posándolo en el suelo-. ¡No te mueras Bobby!
- Che. -Alcanzó a escuchar aquello. Que aún estuviese con vida denotaba que no era una persona común-. Me queda poco...
Dexter apenas podía entender lo que decía, pero atendió a cada palabra. Descifraba una cada cierto tiempo y componía un puzzle incompleto que trataba de llenar con ideas y planes que le habían comunicado en otro momento.
- Me queda poco, pive -señaló-. Sheva mi cuerpo... A la capital... Sheváme a casa.
Sus ojos negros y brillantes se apagaron, y Dexter lloró. Apenas acababa de conocer a ese hombre, pero estaba muerto por su culpa. Bleyd tenía razón; había tenido mucha suerte durante años, pero ya no era suficiente. La gente estaba muriendo por sus errores... Era momento de que eso cambiase. E iba a cambiar. Se levantó mientras nubes de tormenta empezaban a cubrir toda la isla, alimentadas por el humo. Había guardia, pero nadie le atacó. Había gente que no entendía qué estaba sucediendo, pero Dexter sí. Tenía que pensar en lo que estaba haciendo; necesitaba tiempo. Y no tenía tiempo.
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La bofetada dolió, pero no tanto como ver cómo el invertebrado gyojin explotaba atiborrado de comida basura. Literalmente. El langostino acabó hecho salpicón, por decirlo de una forma suave; ¿era eso lo que Bleyd entendía por "no muerto"? Irresponsablemente había atiborrado a un ser cocido en vida de medicamentos vete a saber tú cómo de legales, solo para acto seguido terminar llenándolo como a un petardo de feria.
Se limpió con una mano los restos de Bobby del cuerpo, tratando de no vomitar. Era la primera vez que se manchaba con vísceras aún calientes de alguien, y desde luego no resultaba agradable en absoluto. El pobre hombre pez había salpicado por todas partes, y Dexter sintió un golpe de impotencia. ¿Qué carajo había pasado? ¿Por qué Bleyd lo resucitaba para matarlo otra vez?
- Eso ha estado mal -consiguió decir, con un hilo de voz-. Bobby...
No terminó la frase. Comenzó a caminar por la calle, ignorando a todo el mundo. Algunos soldados le disparaban, pero las balas rebotaban en su piel, dura y guarnecida en Haki. Otros intentaban sacar sus den den mushis, pero acababan desmayados por su Haki del rey. Iba a terminar con aquello cuanto antes, y por eso salió volando contra el palacio capital, allí donde el tirano reinaba. Toda la tontería iba a terminarse. Se iba a asegurar de una vez por todas.
Se limpió con una mano los restos de Bobby del cuerpo, tratando de no vomitar. Era la primera vez que se manchaba con vísceras aún calientes de alguien, y desde luego no resultaba agradable en absoluto. El pobre hombre pez había salpicado por todas partes, y Dexter sintió un golpe de impotencia. ¿Qué carajo había pasado? ¿Por qué Bleyd lo resucitaba para matarlo otra vez?
- Eso ha estado mal -consiguió decir, con un hilo de voz-. Bobby...
No terminó la frase. Comenzó a caminar por la calle, ignorando a todo el mundo. Algunos soldados le disparaban, pero las balas rebotaban en su piel, dura y guarnecida en Haki. Otros intentaban sacar sus den den mushis, pero acababan desmayados por su Haki del rey. Iba a terminar con aquello cuanto antes, y por eso salió volando contra el palacio capital, allí donde el tirano reinaba. Toda la tontería iba a terminarse. Se iba a asegurar de una vez por todas.
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Batía sus alas sin pensar en nada más. Simplemente no podía, no era capaz de soportarlo. ¿Cómo hacerlo? El gambón había estallado delante de sus ojos a causa de un empacho, una sobredosis de medicamentos o quién sabía qué. Cocido en vida ya era una muerte suficientemente desagradable, ¿por qué tenía que causarle una segunda agonía? No era necesario.
Pero estaba enfocando mal su rabia. Por mucho que Bleyd hubiese hecho una tontería no podía culparlo; el verdadero responsable se hallaba en un palacio, felizmente, tan solo dictado órdenes. Lejos de asustarse por el comando de la muerte que representaba el tándem de revolucionarios había decidido enviar a sus escuadrones de la muerte para destruir cualquier atisbo de resistencia. Y en el fondo era culpa suya. Por no haber elegido la opción menos buena, por intentar hacer algo desde la base... Podía oír a la gente saliendo a la calle con su vuelo, podía verlos mirando hacia él a medida que, como una exhalación, pasaba sobre las calles.
Algunos lo señalaban, sorprendidos, y aunque nadie tomaba las armas a causa de aquel chip de las narices... Afortunadamente Dexter había robado uno en el hospital horas antes. Pensaba investigarlo, pero iba a tener que tomar otra medida un poco más drástica. Ahí estaba el palacio.
Atravesó la pared sin temor, provocando un temblor en el edificio, casi como un terremoto. Tampoco dudó mucho y siguió el camino lógico hacia el ala presidencial, donde el tirano debía habitar. Lo encontró en su despacho y entró derribando la puerta -más bien, haciéndola astillas-. Con un movimiento ligero y fino se puso tras él y, antes de que pudiese darse cuenta, con una uña de dragón sajó carne tras su oreja e introdujo el chip, asegurándose con una leve descarga de que estuviera activo.
- El detonador. Ya -le dijo, poniendo la mano. Sabía que si alguien tenía un piloto maestro ese era Luciano, así que no le quedaban muchas opciones-. Vas a dármelo, llamar a tus amigos y abandonar la isla. Ahora Tamago es un espacio libre.
El tipo no respondió, tan solo desplegó un panel con un botón de su mesa y señaló. "Ahá...". Seguramente no fuese el único, pero había un botón concreto...
Pulsó el comando "desactivar". Era probable que eventualmente pudiesen reactivarse, pero si iba por señales de radio solo necesitaba piratear la antena, cosa que hizo raudamente desde la consola de comandos. Ahora todos los dispositivos conectados al sistema estaban en una frecuencia fantasma.
- No te veo llamar.
Pero estaba enfocando mal su rabia. Por mucho que Bleyd hubiese hecho una tontería no podía culparlo; el verdadero responsable se hallaba en un palacio, felizmente, tan solo dictado órdenes. Lejos de asustarse por el comando de la muerte que representaba el tándem de revolucionarios había decidido enviar a sus escuadrones de la muerte para destruir cualquier atisbo de resistencia. Y en el fondo era culpa suya. Por no haber elegido la opción menos buena, por intentar hacer algo desde la base... Podía oír a la gente saliendo a la calle con su vuelo, podía verlos mirando hacia él a medida que, como una exhalación, pasaba sobre las calles.
Algunos lo señalaban, sorprendidos, y aunque nadie tomaba las armas a causa de aquel chip de las narices... Afortunadamente Dexter había robado uno en el hospital horas antes. Pensaba investigarlo, pero iba a tener que tomar otra medida un poco más drástica. Ahí estaba el palacio.
Atravesó la pared sin temor, provocando un temblor en el edificio, casi como un terremoto. Tampoco dudó mucho y siguió el camino lógico hacia el ala presidencial, donde el tirano debía habitar. Lo encontró en su despacho y entró derribando la puerta -más bien, haciéndola astillas-. Con un movimiento ligero y fino se puso tras él y, antes de que pudiese darse cuenta, con una uña de dragón sajó carne tras su oreja e introdujo el chip, asegurándose con una leve descarga de que estuviera activo.
- El detonador. Ya -le dijo, poniendo la mano. Sabía que si alguien tenía un piloto maestro ese era Luciano, así que no le quedaban muchas opciones-. Vas a dármelo, llamar a tus amigos y abandonar la isla. Ahora Tamago es un espacio libre.
El tipo no respondió, tan solo desplegó un panel con un botón de su mesa y señaló. "Ahá...". Seguramente no fuese el único, pero había un botón concreto...
Pulsó el comando "desactivar". Era probable que eventualmente pudiesen reactivarse, pero si iba por señales de radio solo necesitaba piratear la antena, cosa que hizo raudamente desde la consola de comandos. Ahora todos los dispositivos conectados al sistema estaban en una frecuencia fantasma.
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- [Primera Ronda] Dexter Black vs. Bleyd
- Un deja-vú: La isla donde todo empezó (Dexter y Byakuro)
- ¿Tu isla? ¡Esta es mi isla! (conquista de isla - Moderado nivel 3) (Shessy - Naye)
- (Privado Nayra pasado) Lo que sucede en la isla se queda en la isla
- Es tan sólo una isla tropical inexplorada, ¿qué podría ir mal? [Conquista de isla]
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