¿Destino o inquina? [Moderado Nivel 5 - Lance Kashan]

―Está en proceso, está en proceso ―responde la mujer ante tu exigente pregunta.

El tiempo pasa hasta que llega el momento clave. Nadie espera un movimiento como ése por tu parte, por lo que la descarga eléctrica pilla a todo el mundo por sorpresa. No son pocos los dispositivos electrónicos que saltan por los aires, aunque muchos otros resisten la descarga y se mantienen en funcionamiento.

En cuanto a Lotti, cabe señalar que uno de los muchos soldados que circulan por la estancia ha demostrado unos reflejos excepcionales. Se lanza hacia delante y recibe el impacto de lleno, cayendo fulminado pero protegiendo la vida de su señora. Se ve que no pueden permitir que los descabecen dos veces el mismo día.

Sea como sea, los demás no están tan rápidos y nadie acierta a abrir fuego antes de que salgas por el resquicio de una de las puertas que conducen al "iglú". Encuentras un gran salón cuyo techo se eleva hasta unos ocho metros de altura. Hay grandes mesas, largas como un día sin pan, que aguardan a que alguien se siente para comer. No obstante, allí no hay nadie. Una cristalera a juego con la estancia a cuanto a dimensiones te permite ver el exterior, por cierto.

Observar esto, así como las cuatro puerta que se distribuyen simétricamente a ambos lados de la sala, no debería tomarte demasiado tiempo. El justo antes de que suene la que a partir de ahora será la inconfundible voz de Lotti. Sorprendentemente, no se ha dejado llevar por la ira ni nada de eso:

―A todas las fuerzas, tenemos un infiltrado. Es un chico de baja estatura que lleva una máscara. Se ha hecho pasar por un emisario de Mr. Tree. Lo quiero muerto. ―Habla como si dictase un telegrama―. Tened cuidado, porque es tremendamente peligroso. Dudad de cualquiera que no os suene. Traédmelo ―sentencia.

Podrás imaginar que a tus espaldas se han recompuesto, por lo que los pasos que se dirigen hacia se escuchan cada vez más cercanos. También se perciben en las puertas laterales, aunque más distantes. En cuanto a la cristalera... Bueno, tú sabrás.

Logré escabullirme entre unos y otros para abandonar la habitación, logrando cierto caos en el proceso, pero no tanto como para sentirme realmente satisfecho conmigo mismo. Por un lado, había dejado fuera de juego a unos cuantos guardias de aspecto mediocre, mientras que la señorita Lottie seguía ahí, de pie, escudándose tras sus propios subordinados que, como era totalmente lógico, morían al enfrentarse a mi poder. A pesar de haber logrado llevarme una vida por delante —disminuyendo el número de efectivos enemigos, por supuesto—, no me sentía realmente satisfecho al ver que la organización aquella seguía permaneciendo con una cabeza. Aunque sabiendo lo convulso que había llegado a ser ''El Consejo Clandestino'' durante el poco tiempo que llevaba en la isla, cualquiera podría pensar que se trataba de una hidra: cada vez que la descabezabas, aparecía otra cabeza dispuesta a realizar el trabajo necesario para no perder el orden. ¿Siquiera marcaba una diferencia matar a Lottie…?

De todas formas, pude escapar del lugar sin una mísera herida, viéndome en una sala que parecía ser un comedor de algún tipo, a juzgar por las titánicas mesas que la cruzaban de un extremo a otro. Me llegué una mano a la frente, oculta tras la máscara de Sif, frotándola instintivamente mientras trataba de hacer memoria acerca de la gran cantidad de cámaras que vi en aquella puerta tras la biblioteca. «Si me acordase de dónde estaba este lugar, podría simplemente tomar la ruta más beneficiosa…» pensé, llevando mis ojos a todos los recovecos de la sala, esperando encontrar alguna distinción característica. Más aún, el vidrio dejaba pasar la luz del exterior hasta la sala vacía, presentándome la isla frente a mí. Traté de fijarme en el estado general de la isla pues, si la situación a lo largo del edificio se había extendido, tendría que estar desplegándose la mayor de las anarquías allí afuera. Aunque no pondría la mano en el fuego a que se hubiera filtrado hasta tan lejos, teniendo en cuenta que Lotti se comportaba como una completa fascista.

Mientras dejaba a mi cabeza pensar acerca de los planos del edificio, que se iban alternando progresivamente y sumándose hasta formar el que yo me imagine la primera vez, supe que necesitaba el tiempo necesario como para no tomar una elección completamente aleatoria. Obviamente estaba en mi mano la posibilidad de cruzar cualquiera de aquellas puertas, pero nadie me prometía que el futuro al otro lado no fuera peor que el que afrontaría en aquella misma sala. Era complicado, ya que un escuadrón se dirigía hacia mí con toda la furia que podían concentrar, pero aun así había que plantearse las cosas. Suspiré, sabiendo que enfrentarme a todo el grueso del batallón no era la idea más inteligente que tendría aquel día, pero para ser sinceros tampoco es que hubiera tomado muchas buenas decisiones desde que aquella mujer me puso una pistola en la frente. Por un problema más no pasaría nada, ¿no?

Esperé a que el atronador ruido de decenas de pasos me indicase que estaban a la vuelta de la esquina —nunca mejor dicho, ya que me había posicionado a escasos metros de la puerta, escondido—, comencé a generar una electricidad estática que inundaría toda la sala sin dejar ni un solo punto vacío, hasta el límite de rebosar bajo puertas e inundar las habitaciones colindantes. Señalé con un dedo al otro punto de la sala y un haz de electricidad surgió, atravesando el lugar y plantándose una finísima cuerda que cubría la entrada, seguida de otras tanas que convertían aquello en una rejilla impenetrable. Cualquiera que se decidiese a pasar, sufriría aquellas descargas que estaba dispuesto a renovar siempre y cuando hiciera falta, aunque sabía parar. Si me daba cuenta de que la situación se agravaba o la información que tan ansiosamente buscaba llegaba a mi cabeza, no tardaría en dejarles aquel regalito y utilizar la energía ya desprendida para hacer uso de mi radar y marcharme a donde no pudieran fusilarme.

La puerta que acabas de cruzar se abre a tus espaldas y un grupo de tres hombres se precipita hacia el gran salón, cayendo electrocutados al instante. La orden de detenerse no se hace esperar y puedes escuchar unos susurros. Tras unos segundos unos pasos apresurados te informan de que algo está por suceder. El sonido de unos botes al ser eyectados llega hasta tus oídos e, instantes después, estos se topan con tu red eléctrica y explotan.

Para tu desgracia, al explotar liberan una descarga eléctrica que interfiere con la tuya propia y tu telaraña se extingue poco a poco. Supongo que no pensarías que ibas a aplastar a todo el Consejo Clandestino con un dedo durante toda tu incursión, ¿no? El caso, que una tropa de a saber cuántos hombres comienza a introducirse en el salón. Se mueven como un experto comando militar, con sus armas en ristre y apuntando hasta al último rincón.

Cuando te encuentran no se lo piensan y comienzan a abrir fuego. Mientras unos disparan los demás se mueven a sus espaldas con la sincronización de la máquina mejor engrasada. Tanto es así que, si les das un par de minutos, descubrirás que te han acercado en un espectacular despliegue de eficiencia militar. Por otro lado, deben haber dado la voz de alarma, porque por las puertas laterales se empieza a colar un rumor cada vez más evidente. Vienen, eso está claro, así que quizás deberías hacer algo. Y aún no ha llegado Mr. Tree, que parece más peligroso. ¿Dónde te has metido, pequeño criminal?

Aquella trampa no tardó en hacer el efecto previsto: los hilos de electricidad frenaron y apresaron a un grupo de tres hombres que habían tenido la desdicha de ser la avanzadilla del escuadrón. Fuera porque ellos mismos se habían ofrecido o porque tuvieron la tan mala idea de correr sin pensar, habían encontrado el peor destino, al menos para la mayoría: la muerte. Un paso tras otro, acortaron distancias con la mayor de las velocidades a la telaraña, impactando contra ellos y recibiendo el mayor de los potenciales eléctricos que tenía en mi arsenal. Al tocar varios con las distintas partes del cuerpo —cuello, torso, rodilla—, se convirtieron en un circuito que siendo tan frágil como el ser humano no tardó en colapsar, derrumbándose los tres en el suelo con un hueco golpe. Sangraban por todos los conductos posibles, incluidos unos cuantos que siquiera deberían poder hacerlo, pero servirían como advertencia para los que fueran segundos en la fila. Aunque ahora cabía otra pregunta… «¿Por qué solo tres?» me pregunté, buscando una respuesta que saciara esta curiosidad. Quizás me estaban midiendo, teniendo en cuenta que había dejado entrever cuál era mi potencial, ya que de otra forma lo lógico sería entrar a la sala a tropel para conseguir la superioridad numérica cuanto antes.

Por otro lado, el estudiar la zona no llegaba a muy buen puerto: parecía que el resto de salas no estaban desprovistas de enemigos, sino al revés. Bastantes llegaban a través de allí a mi posición, tratando de rodearme y dejarme sin posibilidad de escape en lo que sería un ring humano muy peligroso para mí. No solían tener por razones lógicas, pero una bala de corcho sería extremadamente peligrosa para mi integridad y no me atendría a la posibilidad de aquello. Terminaría con aquellos que osaran enfrentarse a mí con el máximo de poder y dejaría la guarida completamente vacía, por lo que no me preocuparía de nadie más y simplemente podría utilizar todo el tiempo del mundo. Y mis telaraña--

Se me abrieron los ojos de par en par en cuanto escuché un fuerte ruido y unos pocos objetos aparecieron a toda velocidad contra mi estrategia, chocándose y dejando atrás una explosión en la que se desvaneció mi poder. Miré mi mano, tratando de examinar qué estaba sucediendo: notaba una perturbación en las descargas que utilizaba y en la energía que recorría la parte próxima a donde el armamento enemigo había encontrado su fin. «¿Tienen algún tipo de interferencia con mi electricidad…?» pensé, algo sorprendido. No solía existir nadie precavido contra usuarios de electricidad, especialmente teniendo en cuenta que, bueno, no éramos realmente abundantes. Minks y yo, y los primeros no solían verse fuera del Nuevo Mundo o la subasta de Sabaody. De todas formas, los efectivos del Consejo aprovecharon el instante de duda e incapacidad para abalanzarse por la puerta e invadir mi espacio. De uno pasó a dos, de ahí a cuatro, luego a ocho y finalmente perdí la cuenta en pos de fijarme en sus armas, que invadían cada recóndito lugar de aquel comedor. Y, anteponiendo su seguridad y la de su organización a las preciosas y largas mesas del lugar, no dudaron en disparar contra mí.

Tocaba buscar una bonita alternativa a morir fusilado por aquellos mediocres hombres, y la más rápida sería también la más efectiva: seguir la táctica del ''o ellos o yo''. Trataría de llevar mis reflejos al máximo y despertar mi mente, utilizando haki de observación para prever algún que otro peligro, para desmaterializarme e ir dejando atrás todas las balas que vinieran a por mí. Por el otro lado, cargaba energía dentro de mí, preparando un gran golpe contra la tan práctica y preparada formación que parecían estar montando: en cuanto me vi preparado, cerca de diez segundos después, traté de generar un toroide a mi alrededor que comenzó a crecer con una velocidad para nada desdeñable en horizontal. Tocaba centrarme en no recibir nada de plomo mientras aquella técnica avanzaba, aunque nada me prometía no sufrir otra de aquellas bombas, por lo que no abandonaría la posibilidad de ir lanzando pequeñas descargas que reducirían sus cifras.

Por último…, trataría de recordar alguna zona relevante del edificio que estuviese cerca del comedor. Si con suerte la cámara me la había mostrado, marcharía hacia allí antes de ser más amenazado, pero en caso contrario lanzaría energía contra la puerta por la que todos habían entrado con la idea de ''leer'' el escenario al otro lado. Era una zona tan válida como cualquier otra para huir.

Pues sí, abren fuego contra ti y comienzas tus ágiles movimientos que para nada recuerdan a una película que tú y yo sabemos. Gustos sobre cine aparte, la cantidad de balas es abrumadora, y es por ello que varias de ellas consiguen, más por azar que por tino de los tiradores, acertar en tu silueta. Y digo silueta porque, como no puede ser de otro modo, te atraviesan sin más. Puedes leer la expresión de asombro en los ojos de los presentes, claro está, aunque ésta se desvanece en cuanto tu descarga eléctrica toma forma.

Todos y cada uno de ellos salen repelidos violentamente en medio de un halo de chispas, muchas de las cuales se extienden por sus cuerpos antes de extinguirse por completo. Eso mismo hacen las vidas de muchos de ellos, aunque tu aguda voluntad te confirma que no todos han pasado a mejor vida.

Sea como sea, dispones de unos valiosos segundos en los que haces un repaso mental por la información que pudiste fijar en su momento sobre el lugar. Hay tantas estancias que resulta abrumador el simplemente hecho de pensar en valorarlas todas, aunque hay algunas bastante pequeñas por encima de ti que bien podrían ser almacenes pequeñitos o algo por el estilo. Optes por irte hacia alguna de ellas o por otra cosa, cuando lo hagas finalmente te encontrarás a salvo.

Qué bien sienta disfrutar de un momento de paz y tranquilidad, ¿verdad? Aun así, puedes oír cómo al otro lado de la puerta los pasos rápidos de los hombres del Consejo no se detienen. Buena parte de su atención está centrada en ti. No sé si pretendías llegar a este punto, pero si es así te felicito. De cualquier modo, una grave sirena no tarda en resonar por todo el lugar; me atrevería a decir que por toda la isla. ¿Hacemos cábalas? No sé, las conjeturas son cosa tuya.

En cualquier caso, en caso de que decidas salir por la puerta te encontrarás en un pasillo de piedra muy similar al que encontraste tras abatir al molesto tipo bajito. No parece haber nadie, como si se hubiese reclamado la atención de un considerable número de hombres. Bien por ti, ¿no? Aunque con el revuelo que estás montando, probablemente la causa de que estés tan solo sea bastante importante.

El aire, de un segundo para otro, pasó de estar vacío a convertirse en la más bulliciosa de las autopistas. Las balas vuelan de un lado para otro, sin pensárselo lo más mínimo —como es lógico—, siguiendo un orden extraño, aunque también había choques a mitad de camino. Aquello se convirtió en una sinfonía de explosiones por la divina reacción de la pólvora y griterío por parte de los cadetes que recibían la metralla desde el techo, pues la que disparaban chocaba y luego caía con la fuerza de la gravedad. Aun así, un pequeño trozo de metal en el cogote no era comparable a lo que me querían hacer a mí, y es que si no fuera porque tenía el poder de un logia, aquellos hombres me habrían convertido en el peor de los coladores. Más de una, dos y cinco balas atravesaron mi cuerpo, que se desmaterializó en su forma de electricidad, mientras en el fondo de mi cabeza rezaba porque nadie allí contara con haki de armadura.

Había que aprovechar ese lapso de tiempo en el que todavía no se habían organizado como debían ni tenían en cuenta mis poderes ni debilidades, así que era el momento. Si me hacía de rogar, quizás terminaba herido por culpa de querer forzar una situación a la que no debería haber llegado en ningún momento de hacerlo bien. Descendí de un acelerón y una descarga comenzó a crecer a mi alrededor, avanzando a nivel de suelo mientras atravesaba a la gran mayoría de los que estaban allí, consumiéndose en el proceso por la cantidad de electricidad que unos y otros absorbían del ataque. Aun así, la cifra de ellos que se vieron forzados a caer al suelo con aquello fue bastante remarcable. «Quizás me puedo encargar de todo esto así…» dije para mis adentros, sintiendo un pinchazo en mi nuca que me avisó de un disparo que provenía desde los aparentes cadáveres de la entrada. Muchos se habían hecho el muerto y no tenía duda, menos con el radar activado, de que muchos más se estaban acercando por todas y cada una de las rutas que el edificio les ofrecía, así que esto dejaría de ser una batalla de sigilo y poder para convertirse en una de desgaste: O yo, o ese ejército al completo.

Desde los pies a la cabeza desaparecí en pequeños rayos que recorrieron el aire, dejando muecas confundidas en los rostros de aquellos que me rodeaban. Me moví al máximo de mi velocidad hasta aquella puerta que me hacía sentir más seguro, evitando la aglomeración de gente que tenía como objetivo quitarme la vida. Y, de pronto, si no fuera por el griterío que atravesaba como un suave eco  la pared, podría haber jurado que estaba en otro lugar completamente distinto: el silencio era mi compañero de baile. Cualquiera diría que habían mandado a la organización al completo a perseguirme y darme caza, pero aquello no tendría sentido alguno. La forma más óptima de arrinconar a un ratón con tantos efectivos era, simplemente, dejar que lo hiciera solo con las grandes agrupaciones. Seguir su pista a través de marcas que pudieras seguir y tener hombres plantados en cada punto para no perderle de vista, y aquello era completamente lo contrario.

Suspiré, avanzando y atravesando la puerta, vi cómo otro pasillo rocoso se disponía frente a mí. Parecía ser que al constructor en cuestión le habían gustado, ya que no escatimó recursos ni cantidad a lo largo y ancho del lugar. Aun así, lo llamativo era lo que no llamaba la atención: falta de personas. Si había algo más importante que yo para dejar de prestarme la completa atención a mí, eso era la presencia de Mr. Tree en la isla. Al fin y al cabo, había prometido llegar temprano y tras aquellas palabras había ya pasado un tiempo. No sería de extrañar que ya estuviera desembarcando en la isla. «Quizás podría usurpar el puesto al señor Tre…» pensé, golpeando mis mejillas con sendas manos. No, era demasiado avaricioso y optimista; me tenía que contentar con sacar a mis chicos y poder irme de la isla. ¿Qué me faltaba para aquello? Una tarjeta electrónica de la que había perdido la pista, así que tocaría avanzar con la idea de conseguir alguna pista o, si uno tenía suerte, arrebatársela a alguien directamente. Para mí marcharme ya sería una victoria, pero no le pondría impedimentos a arrebatarle el pulso a algún que otro hombre que tratase de hacer lo mismo conmgo.

Pues bueno, parece que ha quedado buena noche, ¿no? Un momento, ¿qué hora es? Es broma, es broma; no está el horno para bollos. Dispones de unos preciosos segundos para valorar la situación, cosa que, por lo que veo, haces. No todo va a ser pegar chispazos a todo lo que se menea y salir corriendo.

Por un lado, creo que sacar cualquier provecho simbiótico de este grupo criminal es algo bastante distante a lo que puedes hacer en estos momentos. Por otro lado esta Mr. Tree, alguien que inspira un miedo irracional en quienes te persiguen. ¿Por qué será esto? ¿Cuál es su identidad? Probablemente sea la primera pregunta a responder, aunque no seré yo quien te diga lo que debes hacer ni muchísimo menos. También están tus hombres, encerrados en una cárcel para la que necesitas una llave muy escurridiza, según parece. ¿Cómo se llamaba el señor que probablemente la tenga?

Entrando en materia, y suponiendo que no pases las horas muertas en ese monótono corredor, me complace informarte de que, efectivamente, los efectivos destinados a localizarse se han reducido de forma notable y súbita. Puedes caminar por los pasillos y, valiéndote de tu voluntad, tu radar y tu oído, no tendrás problemas para toparte con nadie si es que te lo propones.

No obstante, llegará un momento en que en medio de tanto silencio escucharás cierto bullicio. Se siente lejano, como si las paredes lo amortiguasen casi por completo. Si intentas aproximarte a él, alguna de tus habilidades perceptivas sin duda te advertirá de que hay una congregación de personas bastante similar a la que había en la sala de mandos. ¿Por qué? Pues no lo sé... Mejor dicho, tú no lo sabes, pero no parece ser la misma sala de la que has escapado hace poco.

Por cierto, en medio de tu periplo, sorprendentemente cerca del lugar de la aglomeración sin distancia de seguridad, te topas con una puerta cuyo letrero reza algo bastante sugerente: "Oficiales". No es mucho, pero oye, por pura probabilidad la suerte debería sonreírte en algún momento, ¿no?

Bendita tranquilidad. Tan placentera como escabrosa, ya que si bien prometía seguridad a corto plazo, indicaba problemas a futuro. Siempre era agradable tener el tiempo para replantearse las cosas, para organizar los pensamientos de uno y formar un camino más directo al destino, pero aquella isla y la organización en general era tan retorcida que se interponía como una hiedra. Suspiré, sin tener muy claro si lo mejor sería sacar el machete para cortarla, desviarme de mi rumbo para evitarla o quemar el lugar entero. Y, por culpa de que había sido un ingenuo y mis hombres habían terminado capturados, no estaba en posición de llevar a cabo ninguna de las tres, ya que antes me veía obligado a sacarlos de allí y llevarlos a la salida. Los tendría que escoltar desde las celdas hasta el barco si no acababa con todas sus filas, pero reducir sus números a cero sería una tarea igual de titánica. Todo sin contar que estaba teniendo en cuenta solo el primer piso del pastel; en el segundo estaban los que podían ser oficiales —como el ya fallecido Tarantro o Dulpo— y, en la cima, una pequeña cereza con el nombre de Mr. Tree. Podía intimidarles en base a su poder económico o a sus contactos, pero si se trataba de una superioridad armamentística… Sería el gran enemigo a batir si por un casual tuviera tanta relación con El consejo clandestino como para buscar ''venganza'' en su nombre. Aun así, hacer tantas predicciones, aseverar y crear planes solo serviría para que a la primera de cambio viniera cualquiera y me los chafase bien chafados. Ahora tocaba atenerse a encontrar a Dulpo, quien tenía —supuestamente— la tarjeta al ser el alguacil, pero era mucho más fácil decirlo que siquiera encontrarle para hacerlo.

Me dediqué a atravesar ese nuevo pasillo que había tomado como ruta, teniendo cuidado de poder leer a las distintas voces que lo cruzaban para encargarme de ellos —dejándolos fuera de combate o evitándolos—, permitiendo así que no conocieran de mi paradero. Tras cerca de diez minutos, algo menos, llegué a un punto del corredor donde me quedé quieto. No por ninguna trampa ni por la presencia de alguien en aquel lugar, sino por la de muchas en un sitio distante. Era un hecho que el tan ansiado Mr. Tree había llegado hasta aquel lugar y estaban todos y cada uno de los efectivos recibiéndole como se ''merecía'' para aparentar bienestar, a pesar de que su base se caía por pedazos. «¿Puede ser que allí haya alguna tarjeta…?» pensé, negando para mí mismo con la cabeza. Era un hecho que en aquel lugar hubiera una tarjeta de identificación si todos los altos rangos se habían reunido frente al nuevo invitado, pero sería algo demasiado imprudente enzarzarse en una batalla contra la gran mayoría de la organización. Aparecía, tomaba lo que quería, pero luego me tocaba afrentar la furia de decenas de personas, seguramente unas mejor preparada que otras… No, no era una posibilidad. Aprovecharía aquel rato para cotillear el lugar y, con suerte, llegar a algo. Quizás hasta podía fundir la luz.

A medida que daba los pasos, las voces tan concentradas se iban acercando hasta hacer parecer que yo mismo estaba entre ellos y, con ciertos nervios, comencé a inspeccionar el lugar. «Oficiales… Quizás tienen lo que busco.» me dije de forma optimista para mí, dejando una ola de electricidad fluir bajo la puerta para leer el interior. Si estuviera vacía, fundiría las cámaras y me adentraría sin más a buscar, pero de estar ocupada… Bueno, trataría de electrocutarlos a todos —de haber más de uno— desde el exterior, aprovechando mi factor sorpresa. Y, si caían, entraría a mirar.

Pues bueno, haces lo que te propones —al menos en parte—. Con bastante buen juicio, rastreas el interior de la habitación antes de atreverte a abrir la puerta. Encuentras a una única persona, bastante despreocupada en esos momentos en caso de que hayas empleado el mantra en vez de tu radar —si no no puedes saber esto, aunque no es demasiado relevante, la verdad—. El caso, que dejándote llevar por un impulso y las ganas de aprovechar un factor sorpresa, pegas un chispazo en el interior. Te parecerá bonito, atacar así a lo rastrero...

Sea como sea, un olor a quemado comienza a salir por debajo de la puerta, pero si continúas empleando tus habilidades perceptivas en el interior comprobarás que nada de acabar con nadie. Por el contrario, cuando quieres darte cuenta la puerta sale despedida, llevándose consigo las bisagras y parte del marco. Va hacia ti, y en caso de que decidas dejarla pasar no habrá mayores repercusiones. El problema reside en que un guante negro —que envuelve a una mano, por supuesto—, va detrás. Por desgracia para ti, una película transparente rodea la extremidad en su inmisericorde trayectoria hacia el centro de tu cara.

Cuanto te detengas a ver al sujeto, si es que así lo haces, comprobarás que se trata de un tipo bastante alto, de unos dos metros y medio de estatura. Emplea una gabardina cuyo cuello está cerca de cubrirle la boca. Es de color beige, al igual que los guantes, y las botas que asoman por debajo son de color marrón. Es un sujeto de color —negro, vamos—, con el pelo peinado a lo afro pero no demasiado largo. Emplea unas gafas de sol tintadas de morado y algo en su rostro te indica que no está muy contento contigo. ¿Por qué será?

—Supongo que tú eres la condenada piedra que no sale de nuestro zapato. Te has vuelto bastante célebre entre todos esos mojigatos con esos chispazos, ¿sabes?

Acto seguido, vuelve a lanzarse a por ti —independientemente de lo que haya sucedido con el ataque anterior— e intenta golpear tu costado izquierdo con una violenta patada giratoria, la cual, como podrás imaginas, también va guiada por su voluntad.

Bueno, una persona dentro… No sería nada complicado, aunque no contaba con que fuera a serlo incluso con un batallón ahí dentro. Confiaría en el poder de mi electricidad para atravesar bajo la puerta y calcinar a quien estuviese al otro lado, sin diferenciar cargo o cantidad. Así, aquel rayo se escabulló bajo la rendija que ofrecía la entrada como un gusano y, en cuanto tuvo oportunidad, se lanzó hacia lo que era el cuello de aquella persona que en altura no se quedaba corta. Aun así, mi radar me informó de que en el interior nada había cambiado. El olor a quemado, aquel que ya estaba tan acostumbrado a tener a mi alrededor siempre que llevaba a cabo cualquier pelea, hizo su aparición por el mismo lugar que había servido de acceso, pero mis sentidos me juraban que la figura en el interior no había caído al suelo. «¿Qué demonios sucede con esa persona…? ¿Quizás se ha quedado rígido al morir?» me pregunté para mí, tratando de darle una explicación lógica a aquello que estaba viendo. «Bueno, qué se le va a hacer…» y, para asegurarme, me decidí a hacerle llegar otra gran cantidad de electricidad que me prometiera un fallecido.

Traté de generarla de mis dedos, pero antes de que pudiera percatarme estaba saliendo despedido por el pasillo. La puerta me había golpeado en mitad de su apertura, teniendo yo los suficientes reflejos como para interpones mi brazo y no recibir el impacto en la nariz, pero igualmente saliendo disparado en el proceso. De hecho, era yo el primero que al ver aquel movimiento y estar en tensión por culpa del suceso, había tratado de saltar hacia atrás para tomar distancia, imprimiendo más fuerza aún en el movimiento hacia atrás. No me había movido muchos metros, pero sí unos tres o cuatro, antes de que tocase suelo y pudiese reincorporarme con un hábil y grácil movimiento.

Allí, frente a mí, se paraba el culpable con un porte confiado y algo solemne. Casi duplicaba mi altura si sumábamos a su increíble cuerpo aquel pelo tan esponjoso que cubría su cabeza y, sumando gafas a aquella gigantesca gabardina que vestía… Podía ver su cuerpo por escasas partes, pequeñas como sí solas y lo suficientes como para poder aseverar que no era una persona blanca, pero poco más. También, por sus gestos y los pliegues de la boca que asomaban al otro lado de la vestimenta, pude suponer que no venía a hablar ni a proponerme nada. De hecho, fue él el que se apresuró a abrir aquellos gruesos labios para dejar escapar una voz algo ronca que confirmaba lo que ya me esperaba: estaba de parte del Consejo Clandestino y conocía mi identidad. Podría haberle respondido para ganar tiempo, pero no parecía alguien dispuesto a perderlo con un enemigo que desde el principio no había dado tregua. Suspiré y, en ese proceso, él trató de acortar las distancias con una veloz carrera mientras preparaba una capa de haki en su pierna.

Tras él estaba la habitación de oficiales y, a juzgar por el ambiente que creaba a su alrededor, debía ser uno de ellos y tener acceso a cierta información. Incluso podía tener una tarjeta eléctrica, datos sobre el paradero de Dulpo o ser él mismo. Aun así, lo primero era lo primero: sobrevivir. Y aquello no pintaba nada bien. Desenfundé en un gesto casi instantáneo la Elektro Gun cargada por completo, apuntándola con el tiempo justo al gracias a mis capacidades por la fruta del diablo. Dispararía, tratando de atravesar a la persona que se presentaba frente a mí y además esquivarle con aquello, aunque eso no se acababa ahí; de ser capaz, independientemente de si siguiera vivo o no, generaría en el retroceso una serie de estacas de electricidad que dispondría entre él y yo, tratando de marcar una distancia que no podría atravesar. Necesitaba el tiempo para recomponerme y trazar un plan real más allá de pegar y esquivar, aunque el hombre no estaría muy por la labor casi con toda seguridad.

Pues bien, esquivas la patada y en el proceso, haciendo gala de una habilidad excelente en el desenfundado, abres fuego. Mientras tanto tu oponente se lanza hacia ti con la intención de no dejarte que recules demasiado —a fin de cuentas estáis en un pasillo y ahí la movilidad está limitada por motivos obvios—. Es por ello que consigue agacharse para que el disparo pase justo sobre su hombro derecho y, cuando ve que interpones un muro de estacas entre ambos, no se detiene.

Una de ellas atraviesa su hombro y otro su fosa iliaca derecha, lo que deriva en un nuevo olor a quemado y un gemido de dolor por su parte. Aun así, debe pensar que recibir daños no es motivo suficiente para detenerse y termina de devorar la distancia que os separaba. Alza el puño por encima de su cabeza, lanzando un golpe descendente con el que pretende incrustarte en el suelo de poder conseguirlo. Acto seguido, en un combo perfectamente ensayado y practicado, una pierna vuela en dirección a tu cabeza y el otro puño traza una trayectoria paralela al suelo.

De este último movimiento nace una onda de choque de escaso alcance, apenas un par de metros, pero bastante amplia —sesenta grados—. Tienes la pared del corredor muy cerca, por lo que podemos asumir que la onda de choque derrumbará la misma sin importar si te golpea o no.

Logré retroceder como había planteado, saliendo del rango de acción de un hombre que parecía solo saber comunicarse a base de puñetazos, amenazas e insultos. Aunque tampoco era el más correcto para criticar; yo ni me comunicaba. Al fin y al cabo, no sería de mi agrado que alguien de allí se quedara con mi timbre de voz y, bueno, me terminara encontrando por cualquier coincidencia. Y, aun así, para jugar mi papel, me había explayado demasiado frente a todas las tropas enemigas... Pero volviendo a la realidad, tenía enfrente un problema bastante más preocupante y directo que aquel: no pareció pensarse dos veces cuál era su objetivo aunque las distancias entre nosotros crecieran y el camino a tomar fuera uno doloroso. A pesar de las estacas con las que había poblado el aire, tratando de evitar que pudiera acercarse más de lo conveniente, él había ignorado todo y avanzó con el porte de un guerrero más que decidido. Mis ataques se clavaron en su cuerpo e hicieron el daño suficiente como para dejarlo bastante tocado, pero ni aun así parecía estar en problemas.

Avanzó, quizás mezclando furia con seguridad y hasta rutina, dando unos cuantos pasos hasta que la distancia que yo había creado a costa de un disparo de la Elektro Gun desapareció. Mis labios se cerraron por completo y aguanté la respiración por pura inercia, en vista de que aquello no estaba cerca de terminar o, como mínimo, se presentaría un problema mayor al que me gustaría admitir. Su diestra subió hasta estar por encima de sus dos metros y medios, amenazando con descender con toda la furia que pudiera reunir y me vi obligado a limitarme a esquivar. Aproveché la condición del pasillo y, de estar suficientemente cerca de la pared, le daría una patada para cambiar mi orientación y cubrir la parte izquierda de su cuerpo. Ganar altura en contra de un golpe descendente solo significaría evitar la fuerza que reunía en el movimiento, pero con aquella constitución… No, no era posible. Trataría pues de esquivarlo moviéndome a la zona opuesta con la que trataba de realizar la ofensiva y, tras aquello, pude ver cómo él tampoco se quedaba atrás y atacaba con la pierna y el brazo contrarios, tratando de dejarme K.O de una patada directa. «Mierda, ahora que estoy inclinado estoy más descubierto...» pensé, tratando de darle al coco para salir con una respuesta. No procesaba la información tan absurdamente rápido, así que mi mente no logró dar una respuesta. En cambio, mi cuerpo sí. Mis reflejos me permitieron ver su intento con antelación y algo al fondo de mi cabeza me gritó el rango que podría abarcar.

Y así traté de hacer. Me desmaterialicé y, en el poco tiempo que tenía por delante, traté de ganar la máxima altura posible para dejar atrás el espacio donde él podía operar en esos momentos. Al fin y al cabo, si medía dos metros y medio, aquel pasillo tenía que ser más alto que las puertas. Pude lograrlo hasta cierto punto, pero no reaccioné tan bien como me gustaría: la patada subió y subió, saliéndose de mis cálculos por culpa de la altura del hombre. A pesar de no darme con toda la inercia del ataque —que habría sido fatal—, simplemente me dio de mala manera con la rodilla, de una forma suficientemente violenta como para hacerme volar unos centímetros por encima de él y provocar que tosiera algo de sangre. Yo, tratando de recomponerme, aproveché aquello como pude para avanzar hacia el fondo del pasillo que coincidía con la espalda de mi enemigo; allí, mientras caía, posaría ambas manos en el cuerpo del enemigo para soltar las dos descargas más fuertes posibles, aunque si no veía posible acercarme —por si estuviera girándose o no me diera margen de acción—, me limitaría a dejar caer la Elektro Gun ya utilizada y recoger la otra del cinturón, apuntando al pecho del enemigo y disparando. Con aquel tamaño no podría esquivar la bala. De una forma u otra, pondría todo lo que tenía en mi arsenal: también generaría un par de pequeñas capas de electricidad a su izquierda y frente, no tan grandes como él pero suficientes como para hacerle dudar.

Nuestro querido amigo cruza los brazos frente a él, recibiendo tus dos primeras descargas. Un momento... ¿qué es eso? Intuyo que como todopoderoso señor de la electricidad podrás ver qué está sucediendo con las descargas que le has lanzado, y es que resulta que la gabardina las... ¿absorbe? No, absorber no es el término correcto, porque un olor similar al que percibiste antes escapa dela prenda cuando unos finos hilos de humo se desprenden de la misma. Pues vaya... parece que no puedes solucionarlo todo a base de chispazos, ¿no?

Por otro lado, ¿por qué no debería poder este señor esquivar el disparo? Debe tener espacio en el pasillo a juzgar por las acrobacias, saltos y volteretas a las que se está enfrentando y, de hecho, lo hace. Como podrás imaginar, no se limita a quedarse quieto mientras recorres el pasillo, colocas tus manos en el suelo, desenfundas un arma, apuntas y disparas.

La cuestión es que puedes apreciar como su cuerpo se deforma. Si alguna vez has tenido el lujo de ver a un miembro del Cipher Pol hacer esas cosas raras que hacen podrás apreciar cierta similitud, aunque he de ser justo y decir que lo que hace don Afro es bastante más tosco y poco elaborado. No dejan de ser veinte centímetros de diámetro, por otro lado, así que tampoco hay que contorsionarse demasiado para esquivarlo. Sea como sea, la electricidad estática del ambiente está causando que su pelo sea cada vez más cómico. ¡Ah, ya me contarás cómo le ha sentado ese disparo acrobático a tu hombro!

Volviendo a tu rival, se toma un breve segundo en el que contempla tus capas de electricidad. Es entonces cuando se cruje el cuello y salta en tu dirección con el codo por delante. La gabardina vuelve a desprender el mismo olor de antes cuando atraviesa la delgada capa eléctrica y, justo después, el señor está lanzando una patada vertical con la que pretende hundirte el talón en la cabeza. Ya ha dejado un agujero en la pared con un puñetazo, y algo me dice que esto hará algo similar en el suelo. Mira el lado positivo, si este señor sólo es un oficial... Ah, no, espera, que eso no es positivo. Bueno, quizás sea el oficial más fuerte del Consejo Clandestino. ¡Ánimo!

Mi cuerpo se estremeció por completo, y no solo por el dolor que recorrió toda la extremidad con el retroceso y el daño que estaba hecho desde el principio. Solo me hizo falta ver cómo la electricidad que impactaba contra él —contra su ropa, mejor dicho— se desvanecía y era tragada como si fuera agua por la gabardina que portaba. De ser un material aislante, simplemente la repelería, no sería absorbida, así que… ¿era algo bastante distinto? Parpadeé un par de veces desde dentro de la máscara con cierto deje de sorpresa, plantándome frente a un material que realmente no reconocía por sus características ni sabía identificar por el momento. «¿Y si podía inutilizar mis poderes, por qué recibió el daño de mis lanzas…?» pensé, tratando de sacar algo en claro de todo aquello y comprobando que realmente no podía. Por si no fuera suficiente la encrucijada que se presentaba justo frente a mí —aunque eso sería si existiera algún camino presente—, se sumaba el dolor que nublaba mi pensamiento mientras trataba de sobrevivir. La adrenalina se esforzaba por cumplir su función, claro, pero la analgesia llegaba hasta cierto punto y mi cuerpo me pedía por favor que no me sobrepasase más de lo estrictamente necesario.

Traté de hacer el trabajo mental lo más simple y directo posible, sustituyendo la variedad de preguntas que me estaba haciendo sobre el enemigo y su ropa con una sola. Era básica, sencilla y útil: ¿Cómo le mato? Mis rayos no harían nada contra el abrigo, o al menos eso había demostrado ahora, pero dejaba abierta la posibilidad de que sí pudieran ser nocivos y me estuviese perdiendo algún detalle. Aun así, lo importante no era el cómo, sino el dónde; independientemente de las posibilidades del tejido, tenía partes del cuerpo descubiertas que me encargaría de aprovechar especialmente, sobre todo aquella herida abierta, la cara o las manos. Y, aun teniendo un plan de acción —si éramos suficientemente optimistas como para llamarle a aquello que tenía delante de esa forma—, no podría llevarlo a cabo de no sobrevivir al siguiente embate.

Él había esquivado mi proyectil con la mejor de las elasticidades, dejando entrever ciertas dotes del Cipher Pol en sus movimientos, aunque seguramente solo se tratase de una burda imitación que había aprendido de forma autónoma o con ayuda de algún corrupto. Al fin y al cabo, no era difícil de encontrar gente de la organización que filtraban técnicas especiales a pesar de ser algo estrictamente prohibido. No tardó en volver a su forma principal y, tras dictaminar qué haría con las paredes que generé a su alrededor, pareció reunir confianza o imprudencia y abalanzarse contra ellas para acortar distancias. Cómo no, no recibía ningún tipo de daño, así que la gabardina tenía que estar jugando un papel más importante del que podría parecer y no dudaría en llevármela de premio de aquel enfrentamiento. Si salía adelante o no huía, claro estaba. Levantó la patada con gran velocidad, enturbiando un aire que chocó contra el techo de forma sonora e hizo que pequeños trozos de polvo y masilla cayeran sobre nosotros, y que no tardó en amenazar con bajar para darle final. El talón era perpendicular a mi cabeza, no muy alta de por sí, así que cualquier golpe de aquellas características me dejaría fuera de juego. Y algo gritó dentro de mí. Vi entonces cómo el hombre se acercó nuevamente y repitió el movimiento, permitiéndome entonces dar un ligero paso hacia atrás que me hizo esquivar el grueso del ataque, solo recibiendo un roce de la zapatilla que dejó atrás una leve herida. Bueno, y el choque de aquella bala de cañón contra el suelo, que lo hizo retumbar y me arrebató el equilibrio durante unos valiosos segundos.

En cuanto me recompuse como pude, retrocedí con un par de saltos mientras atendía a las extremidades de mi enemigo, preparado para desmaterializarme en el instante en el que notase cualquier gesto sospechoso, pero aun así me haría de rogar para generar una serie de cuatro rayos tras de él que iría lanzando por turnos hacia su rostro —por la parte superior— y al costado donde había hecho el profundo corte. De rozar la sangre, no sería extraño que se transmitiese hasta los conductos internos y la descarga hiciese todo el trabajo por mí. Aun así, ese no sería el fin de mi ofensiva; generaría varias placas en el suelo que cubrirían el acero y se encargarían de estar en contacto con las botas y que, si no guardaban ninguna sorpresa, no tardarían en achicharrárselas hasta generar fuego. Si la gabardina se antojaba como un obstáculo, solamente tenía que apuntar a lo que no cubriera.

Los cuatro rayos vuelan en dirección al oficial de la gabardina desde su espalda. El primero le coge por sorpresa, reaccionando tarde con un salto hacia un lateral para que éste no atraviese su cabeza. Roza de nuevo su costado, peligrosamente cerca del corte que le hiciste anteriormente. Como bien supones, el líquido vertido por la herida sirve como conductor y guía la electricidad hasta su interior. Casi puedes percibir a simple vista cómo la electricidad recorre su cuerpo, hecho al que responde con momentánea inestabilidad y unas columnas de humo que nacen de su pelo. Tose, proyectando una salva sanguinolenta que aterriza en el suelo.

No obstante, consigue evadir los otros tres rayos antes de que sus pies vuelvan a posarse en el suelo. No es la primera vez que generas las placas eléctricas a su alrededor, por lo que está sobre aviso y en esta ocasión no se desplaza en tu dirección. En vez de eso ejecuta un barrido horizontal con su pierna a la altura de tu torso. Ésta sirve de nacimiento para una onda de choque de suficiente envergadura como para ocupar todo el ancho del pasillo. Avanza hacia ti a una velocidad de setenta metros por segundo y, no satisfecho con su objetivo, exprime al máximo su cuerpo para saltar en tu dirección. Sin pisar el suelo, conecta una sucesión de cinco puñetazos con los que pretende golpearte en el cuello, los hombros y el abdomen.

Sea cual sea el resultado, podrás comprobar que la mueca de su rostro ha sido sustituida por una de esfuerzo y sacrificio. Tal vez estés más cerca de vencer de lo que pudieras pensar, pero algo me hace pensar que tu oponente aún confía en tener posibilidades de derrotarte antes de caer.