Maze
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las gotas de lluvia caían de forma torrencial cuando el barco en el que Mura, de apenas quince años por aquel entonces, había conseguido colarse de polizón en la isla pasada. Era un barco mercante. Igual que el de Keima. Bueno, igual no. El barco de Keima era tres veces más grande. El barniz que llevaba era bonito y se mantenía suave como la seda al tacto en toda su superficie, de un tono caoba oscuro por fuera y de un tono tostado que con el brillo de las lámparas de aceite colgados y los candelabros recordaba a la miel. Además, el fondo del barco, en el que se guardaba la mercancía casi podría considerarse una habitación de lujo en comparación al criadero de ratas en el que estaba metida desde hacía una semana. Pensándolo bien, el único parecido que podía encontrarles la pelinaranja era que se utilizaba para lo mismo. Llevar mercancía.
“Al menos las ratas no se han acercado a mi escondrijo”. Pensó la menor, acurrucada entre una de las maderas que atravesaban la quilla y daba forma al barco, y algunas de las cajas mejor aseguradas de forma que no se le podía caer nada encima. Para ocultarse mejor llevaba echada por encima la tela rota de un saco de mimbre, que además protegía su capa y sus pertenencias del agua. Una ayuda viendo el frío que se filtraba en el interior de la susodicha despensa. “Hace mucho frío, Sumire… Keima”. Sus pensamientos se escaparon junto con sus últimos hilos de lucidez aquella noche. Aunque el descanso no duró mucho.
Sus ojos se abrieron tras caer en peso muerto hacía un lado, al perder su apoyo contra las cajas. Estas cayeron por el peso de la chica al ser soltados los amares de las mismas. Por suerte, nada se rompió, pero el ruido llamo la atención de los marineros, que seguramente la hubieran tirado por la borda de haberla encontrado la noche anterior. Cabe decir, que no era como si Mura no se hubiera podido pagar de alguna forma su “billete” pero dudaba que nadie fuera a llevar a una cría de una isla a otra sin intentar timarla. La mezquindad de los hombres era algo que había aprendido en sus viajes con su mentor. “¡Qué remedio!” Se quejó para sus adentros al ver que su única forma de escapar sería montando un numerito. Concentrándose tras asegurar la funda de “su espada” a su tronco y apretar entre sus dientes las asas de su moquilla –algo realmente desagradable—se transformó en un puma. Desde fuera, los marineros solo pudieron ver el bulto bajo el mimbre moverse de forma extraña antes de que la criatura saltase desde dentro, tirando en el proceso al incauto que pretendía levantar la tela. Un trampolín. Había sido divertido para la pequeña que acababa de poder ver en primer plano el susto de la persona. Esta se quedó en el suelo y los demás demasiado estupefactos como para reaccionar mientras la bestia se precipitaba escaleras arriba.
Cinco minutos después de aquel espectáculo, Mura corría ahora en su forma humana camino abajo, alejándose lo más rápido posible del puerto. Había tenido suerte de que, por lo menos, la zona portuaria de aquella isla estuviera separada de la ciudad. Esta despuntaba a lo lejos, así como otras poblaciones más pequeñas dispersadas como salpicaduras por el verde paisaje que se presentaba frente a sus curiosos ojos.
—¡Vaya! Seguro que hay muchas cosas nuevas por aquí. — Se dijo a sí misma con una sonrisa risueña antes de que sus ánimos se vieran silenciados por un rugido de su estómago. —Pero primero tendré que comer…— Así, la desaliñada niña buscó algún tronco, piedra o similares para sentarse en lugar de usar su pobre capa como manta de picnic y comer alguna de las provisiones que llevaba encima. Una manzana, algo de carne ahumada y queso cortados en lonchas de la isla anterior. Y bueno, se había permitido el lujo de robar unos cuantos panes en el barco, pero había dejado el que creía era su coste en berries sobre la mesa del cocinero. Quizás por eso no la delatasen antes.
—Bien, cuando terminemos tenemos que ir a buscar alojamiento. Con suerte aceptaran nuestro trato de entretenimiento a cambio de cama y hostal en alguna posada, ¿no crees, Eagle? — La cría de águila que había encontrado hacía apenas un mes asomó la cabeza. Ya estaba bastante crecidita, pues tenía pluma como las de las aves adultas y cuando se cruzaron estaba malherida en el ala. Una mala caída intentando volar que todavía estaba sanando. —Cierto, tú también tendrás hambre… Ten— Dijo dándole parte de su carne también a la criaturita, acariciando su cabeza cuando terminó de tragar. —Aunque no sé si es lo más sano para ti. No me llevé ningún libro sobre aves rapaces cuando me fui, así que, si te sienta mal mejor no comas, ¿eh? —
Al terminar de comer, con el pelo desaliñado, la ropa algo más seca gracias al sol y su capa atada a la mochila que llevaba a la espalda, la pequeña se encaminó a la ciudad más cercana al puerto, y la más grande en apariencia. En la entrada se leía “Ciudad Orange”.
“Al menos las ratas no se han acercado a mi escondrijo”. Pensó la menor, acurrucada entre una de las maderas que atravesaban la quilla y daba forma al barco, y algunas de las cajas mejor aseguradas de forma que no se le podía caer nada encima. Para ocultarse mejor llevaba echada por encima la tela rota de un saco de mimbre, que además protegía su capa y sus pertenencias del agua. Una ayuda viendo el frío que se filtraba en el interior de la susodicha despensa. “Hace mucho frío, Sumire… Keima”. Sus pensamientos se escaparon junto con sus últimos hilos de lucidez aquella noche. Aunque el descanso no duró mucho.
Sus ojos se abrieron tras caer en peso muerto hacía un lado, al perder su apoyo contra las cajas. Estas cayeron por el peso de la chica al ser soltados los amares de las mismas. Por suerte, nada se rompió, pero el ruido llamo la atención de los marineros, que seguramente la hubieran tirado por la borda de haberla encontrado la noche anterior. Cabe decir, que no era como si Mura no se hubiera podido pagar de alguna forma su “billete” pero dudaba que nadie fuera a llevar a una cría de una isla a otra sin intentar timarla. La mezquindad de los hombres era algo que había aprendido en sus viajes con su mentor. “¡Qué remedio!” Se quejó para sus adentros al ver que su única forma de escapar sería montando un numerito. Concentrándose tras asegurar la funda de “su espada” a su tronco y apretar entre sus dientes las asas de su moquilla –algo realmente desagradable—se transformó en un puma. Desde fuera, los marineros solo pudieron ver el bulto bajo el mimbre moverse de forma extraña antes de que la criatura saltase desde dentro, tirando en el proceso al incauto que pretendía levantar la tela. Un trampolín. Había sido divertido para la pequeña que acababa de poder ver en primer plano el susto de la persona. Esta se quedó en el suelo y los demás demasiado estupefactos como para reaccionar mientras la bestia se precipitaba escaleras arriba.
Cinco minutos después de aquel espectáculo, Mura corría ahora en su forma humana camino abajo, alejándose lo más rápido posible del puerto. Había tenido suerte de que, por lo menos, la zona portuaria de aquella isla estuviera separada de la ciudad. Esta despuntaba a lo lejos, así como otras poblaciones más pequeñas dispersadas como salpicaduras por el verde paisaje que se presentaba frente a sus curiosos ojos.
—¡Vaya! Seguro que hay muchas cosas nuevas por aquí. — Se dijo a sí misma con una sonrisa risueña antes de que sus ánimos se vieran silenciados por un rugido de su estómago. —Pero primero tendré que comer…— Así, la desaliñada niña buscó algún tronco, piedra o similares para sentarse en lugar de usar su pobre capa como manta de picnic y comer alguna de las provisiones que llevaba encima. Una manzana, algo de carne ahumada y queso cortados en lonchas de la isla anterior. Y bueno, se había permitido el lujo de robar unos cuantos panes en el barco, pero había dejado el que creía era su coste en berries sobre la mesa del cocinero. Quizás por eso no la delatasen antes.
—Bien, cuando terminemos tenemos que ir a buscar alojamiento. Con suerte aceptaran nuestro trato de entretenimiento a cambio de cama y hostal en alguna posada, ¿no crees, Eagle? — La cría de águila que había encontrado hacía apenas un mes asomó la cabeza. Ya estaba bastante crecidita, pues tenía pluma como las de las aves adultas y cuando se cruzaron estaba malherida en el ala. Una mala caída intentando volar que todavía estaba sanando. —Cierto, tú también tendrás hambre… Ten— Dijo dándole parte de su carne también a la criaturita, acariciando su cabeza cuando terminó de tragar. —Aunque no sé si es lo más sano para ti. No me llevé ningún libro sobre aves rapaces cuando me fui, así que, si te sienta mal mejor no comas, ¿eh? —
Al terminar de comer, con el pelo desaliñado, la ropa algo más seca gracias al sol y su capa atada a la mochila que llevaba a la espalda, la pequeña se encaminó a la ciudad más cercana al puerto, y la más grande en apariencia. En la entrada se leía “Ciudad Orange”.
Claude von Appetit
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Me despierto, ovillada en un rincón de una cama de un lugar que no recuerdo. Han pasado muchos años desde la última vez que dormí en mi forma natural, y sin embargo sigo cada noche construyendo un nido. Me recojo, me alejo, y busco a veces la protección de una pareja y el calor de su pecho, pero hoy no es uno de esos días. Estoy desnuda, aunque entré a la cama vestida, y las curvas de la manta a mi alrededor parecen encerrarme, más que protegerme. ¿Me he dormido sentada? Tirado en el suelo hay un libro abierto, aunque no sé si se cayó de entre mis manos o lo tiré sin darme cuenta.
Lo que sí sé es la página: la cuatrocientos veinticuatro. Conocía hacía mucho la historia, pero hasta entonces no había tratado de leerla, y en sus ya últimas páginas vi que la arena blanca de unos no es sino el agua negra para otros; que la soledad es más perder a un amigo por su marcha que por su muerte, y que aunque no todas las lágrimas sean malas llorar siempre es doloroso. Pero esto último yo ya lo sabía; hace ya diez años que Sjote no está, y sigue doliendo. No debería llorar, pero todavía lo hago cuando menos me lo espero, y para evitar pensar decido levantarme.
Viajo ligera de equipaje, apenas un par de vestidos en el morral y una libreta de dibujo, por lo que no tardo mucho en salir de la habitación tras lavarme un poco, y el olor de los desayunos impregna mis pulmones. Hay algo de carne, puedo olerla, y demasiado huevo, pero bajo por las escaleras y veo la posada a reventar de gente, atestada. Pregunto al posadero por qué tanta gente, y la respuesta me deja perpleja:
- Están esperando por ti.
¿Por mí? Ni siquiera contesto durante unos segundos, escrutando a todo el mundo con ojo crítico.
- ¿Tan pronto? -pregunto, no muy segura de lo que está sucediendo-. Aún es por la mañana.
- Y me debes una actuación. Actuación que no me vas a dar esta noche porque dejas la isla.
- Esto es una encerrona. -Estoy molesta, y dejo que se note. No me gusta que planifiquen a mis espaldas-. Y no forma parte de nuestro trato.
Protesta, como es lógico, pero trato de ignorarlo. Renquea como una puerta vieja, y al final termino cediendo para no armar follón. Al final mis vacaciones se han convertido en trabajar para dormir en otra cama, pero no protesto. Si encuentro un criminal, si vale tan solo medio millón de berries, podré descansar casi un mes sin hacer grandes excesos. Porque estoy cansada, y cuando llevo la flauta a mis labios se nota. Bueno, yo lo noto, estos palurdos parecen disfrutarlo. En fin, eso es bueno, nadie podrá quejarse. Tal vez, si me pagasen más, sacaría la gaita, pero esa habitación no vale el esfuerzo de limpiarla.
Lo que sí sé es la página: la cuatrocientos veinticuatro. Conocía hacía mucho la historia, pero hasta entonces no había tratado de leerla, y en sus ya últimas páginas vi que la arena blanca de unos no es sino el agua negra para otros; que la soledad es más perder a un amigo por su marcha que por su muerte, y que aunque no todas las lágrimas sean malas llorar siempre es doloroso. Pero esto último yo ya lo sabía; hace ya diez años que Sjote no está, y sigue doliendo. No debería llorar, pero todavía lo hago cuando menos me lo espero, y para evitar pensar decido levantarme.
Viajo ligera de equipaje, apenas un par de vestidos en el morral y una libreta de dibujo, por lo que no tardo mucho en salir de la habitación tras lavarme un poco, y el olor de los desayunos impregna mis pulmones. Hay algo de carne, puedo olerla, y demasiado huevo, pero bajo por las escaleras y veo la posada a reventar de gente, atestada. Pregunto al posadero por qué tanta gente, y la respuesta me deja perpleja:
- Están esperando por ti.
¿Por mí? Ni siquiera contesto durante unos segundos, escrutando a todo el mundo con ojo crítico.
- ¿Tan pronto? -pregunto, no muy segura de lo que está sucediendo-. Aún es por la mañana.
- Y me debes una actuación. Actuación que no me vas a dar esta noche porque dejas la isla.
- Esto es una encerrona. -Estoy molesta, y dejo que se note. No me gusta que planifiquen a mis espaldas-. Y no forma parte de nuestro trato.
Protesta, como es lógico, pero trato de ignorarlo. Renquea como una puerta vieja, y al final termino cediendo para no armar follón. Al final mis vacaciones se han convertido en trabajar para dormir en otra cama, pero no protesto. Si encuentro un criminal, si vale tan solo medio millón de berries, podré descansar casi un mes sin hacer grandes excesos. Porque estoy cansada, y cuando llevo la flauta a mis labios se nota. Bueno, yo lo noto, estos palurdos parecen disfrutarlo. En fin, eso es bueno, nadie podrá quejarse. Tal vez, si me pagasen más, sacaría la gaita, pero esa habitación no vale el esfuerzo de limpiarla.
Maze
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las calles eran amplías y limpias. Con el suelo adosado de piedras planas y los balcones decorados con plantas que se enredaban en los barrotes metálicos, llenas de flores. El aire era limpio y la tormenta había dejado un agradable arroma a tierra húmeda. Aunque los rayos del sol ya se habían ocupado de secar la mayor parte de los charcos. Si estuviera más vacía, o incluso completamente vacía, a la joven no le molestaría pasearse por ahí descalza saltando de piedra en piedra con pasos de bailarina, haciendo piruetas y cantando. De hecho, eso último estaba haciéndolo.
En voz baja su voz se deslizaba con suavidad en una canción de cuna que solía cantar a los niños del laboratorio en sus descansos. Era una canción alegre, a juego con el tiempo de aquella mañana. Pero su voz apenas podía escucharla ella bajo el ruido que había por la calle. Gente que se cruzaba yendo a trabajar, personas apresuradas; algunos niños jugando con una pelota mientras corrían hacia –lo que Mura supuso—sería la plaza o un parque quizás. Ante la duda, decidió seguir sus juegos mientras disfrutaba del sonido de sus risas. Para alguien como ella, ese tipo de escenarios aún se hacían raros. Pero no iba a pensar en sus problemas en un día como ese. Agitando un poco la cabeza, apartó sus pensamientos y se encamino calle abajo.
El final del camino daba, como ella suponía, a una plaza. Aunque era la primera vez que veía una decorada como si fuesen jardines, con su fuente de agua con patos, sus árboles y sus flores. Las flores tenían un aroma agradable. Mura inspiró. Si una ventaja tenía el ser un “pequeño monstruo” eran sus sentidos más desarrollados. Olfateó el aire y este le trajo, además del dulce perfume de las flores el olor amargo del café y otros aromas provenientes de la cocina.
—Oye, Akane, que acabas de comer. — Se recordó a sí misma mientras reía por lo bajo. Se le había hecho la boca agua. —Bueno, por mirar no pasa nada. Lo mismo tienen una posada. — Volvió a reponer. Sus pensamientos salían en voz alta mientras ella se encaminaba hacia el lugar de donde provenía la música. Una vez en frente, lo primero que hizo fue pararse frente a la ventana para aprovechar su reflejo y asegurarse de que se veía presentable: Ya se había arreglado el pelo, peinándolo a conciencia con algo de agua para que se dejase atar y lo había agarrado en una trenza, así que estaba bien. Tenía la cara lavada, las ropas limpias… Las botas un poco embarradas, pero había llovido.
—Creo que así tendrá que valer…— Murmuró mientras terminaba de colocar uno de los mechones que no sujetaba su trenza por ser más corto, antes de disponerse a entrar. Ya estaba con la mano en el pomo de la puerta cuando escuchó algo. Alzó las orejas como si de un gato se tratara y se tomó un momento para escuchar. ¿Música?
—Oye, aparta niña. — Gritó alguien a su espalda que quería adentrarse en el local.
—Uy, perdón…— Mura se apuró en echarse a un lado y la música la engatusó al abrirse la puerta y poder escucharse mejor por un instante. No queriendo molestar, se acomodó en el alfeizar de la ventana más próxima a la persona que cantaba y se quedó mirando por la ventana con sus redondeados ojos violeta brillando de curiosidad. Era la primera vez que veía a alguien actuar desde fuera del escenario. Al menos en ese tipo de ambiente.
En voz baja su voz se deslizaba con suavidad en una canción de cuna que solía cantar a los niños del laboratorio en sus descansos. Era una canción alegre, a juego con el tiempo de aquella mañana. Pero su voz apenas podía escucharla ella bajo el ruido que había por la calle. Gente que se cruzaba yendo a trabajar, personas apresuradas; algunos niños jugando con una pelota mientras corrían hacia –lo que Mura supuso—sería la plaza o un parque quizás. Ante la duda, decidió seguir sus juegos mientras disfrutaba del sonido de sus risas. Para alguien como ella, ese tipo de escenarios aún se hacían raros. Pero no iba a pensar en sus problemas en un día como ese. Agitando un poco la cabeza, apartó sus pensamientos y se encamino calle abajo.
El final del camino daba, como ella suponía, a una plaza. Aunque era la primera vez que veía una decorada como si fuesen jardines, con su fuente de agua con patos, sus árboles y sus flores. Las flores tenían un aroma agradable. Mura inspiró. Si una ventaja tenía el ser un “pequeño monstruo” eran sus sentidos más desarrollados. Olfateó el aire y este le trajo, además del dulce perfume de las flores el olor amargo del café y otros aromas provenientes de la cocina.
—Oye, Akane, que acabas de comer. — Se recordó a sí misma mientras reía por lo bajo. Se le había hecho la boca agua. —Bueno, por mirar no pasa nada. Lo mismo tienen una posada. — Volvió a reponer. Sus pensamientos salían en voz alta mientras ella se encaminaba hacia el lugar de donde provenía la música. Una vez en frente, lo primero que hizo fue pararse frente a la ventana para aprovechar su reflejo y asegurarse de que se veía presentable: Ya se había arreglado el pelo, peinándolo a conciencia con algo de agua para que se dejase atar y lo había agarrado en una trenza, así que estaba bien. Tenía la cara lavada, las ropas limpias… Las botas un poco embarradas, pero había llovido.
—Creo que así tendrá que valer…— Murmuró mientras terminaba de colocar uno de los mechones que no sujetaba su trenza por ser más corto, antes de disponerse a entrar. Ya estaba con la mano en el pomo de la puerta cuando escuchó algo. Alzó las orejas como si de un gato se tratara y se tomó un momento para escuchar. ¿Música?
—Oye, aparta niña. — Gritó alguien a su espalda que quería adentrarse en el local.
—Uy, perdón…— Mura se apuró en echarse a un lado y la música la engatusó al abrirse la puerta y poder escucharse mejor por un instante. No queriendo molestar, se acomodó en el alfeizar de la ventana más próxima a la persona que cantaba y se quedó mirando por la ventana con sus redondeados ojos violeta brillando de curiosidad. Era la primera vez que veía a alguien actuar desde fuera del escenario. Al menos en ese tipo de ambiente.
Claude von Appetit
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Mi canción es más como un suspiro triste, aunque a nadie parece importarle. Un hombre en una esquina empieza a apuntar palabras, y otro dibuja con un carboncillo sobre una servilleta. No es arte, pero son artistas, y en cierto modo me siento plena mientras siento las obras nacer. Mi hálito moribundo torna poco a poco en una fanfarria alegre mientras, poco a poco, el público se va animando. Conocen la canción, y tratan de cantarla; es una canción muy vieja, una que a mí me gustaba escuchar antes de ser consciente de que la música existía. Hace ya mucho de eso, tal vez demasiado.
La canción termina. Muchos me aplauden, unos pocos intentan tocarme. Se me escapa un chillido aguileño y todo se queda en silencio por un momento. Sonrío inocentemente, con los ojos cerrados. Alguno tiene miedo, pero casi mejor: Hoy no me apetece tener babosos encima.
- Mi desayuno -digo secamente, sentándome a la barra-. El trato era actuación por pensión completa.
Refunfuña mientras me sirve el rancho, poco más que carne recocida y un revuelto de huevos que aparto. No solo son huevos, sino que huelen de manera sospechosa. Sé que están malos sin siquiera acercarme, y como desganada mientras el barullo vuelve a llenar el local. A veces odio parecer una adolescente, estos cretinos intentan sobarme y mi mirada molesta apenas parece afectarles... Hasta que le clavo el tenedor en el pubis a uno. Grita.
- Perdón, me he liado. Quería buscar tu polla. -Me levanto. Me saca cabeza y media, pero encogido por el dolor está casi a mi altura. Extiendo la mano y le agarro el pene-. Tócame de nuevo y te la arranco.
Maldice y me amenaza, pero dejo entrever la espada que escondía y se calma, aparentemente. Pido otro tenedor, y me lo dan. Sigo comiendo en silencio mientras a mi alrededor todos me miran, pero los ignoro. Ya he tenido bastante de mierda por un día, y solo acaba de empezar.
La canción termina. Muchos me aplauden, unos pocos intentan tocarme. Se me escapa un chillido aguileño y todo se queda en silencio por un momento. Sonrío inocentemente, con los ojos cerrados. Alguno tiene miedo, pero casi mejor: Hoy no me apetece tener babosos encima.
- Mi desayuno -digo secamente, sentándome a la barra-. El trato era actuación por pensión completa.
Refunfuña mientras me sirve el rancho, poco más que carne recocida y un revuelto de huevos que aparto. No solo son huevos, sino que huelen de manera sospechosa. Sé que están malos sin siquiera acercarme, y como desganada mientras el barullo vuelve a llenar el local. A veces odio parecer una adolescente, estos cretinos intentan sobarme y mi mirada molesta apenas parece afectarles... Hasta que le clavo el tenedor en el pubis a uno. Grita.
- Perdón, me he liado. Quería buscar tu polla. -Me levanto. Me saca cabeza y media, pero encogido por el dolor está casi a mi altura. Extiendo la mano y le agarro el pene-. Tócame de nuevo y te la arranco.
Maldice y me amenaza, pero dejo entrever la espada que escondía y se calma, aparentemente. Pido otro tenedor, y me lo dan. Sigo comiendo en silencio mientras a mi alrededor todos me miran, pero los ignoro. Ya he tenido bastante de mierda por un día, y solo acaba de empezar.
Maze
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Akane acompaña la canción desde fuera. Sentada en la ventana canta una nueva letra, ya que no conoce la letra y afina el oído tratando de quedarse solo con el sonido de la música. Mueve el pie pisando repetidamente para seguir el ritmo. Al terminar, siente un leve vacío. Le da pena que haya finalizado, así que se plantea si debería entrar y hablar con la persona que estaba tocando. Desde el umbral había conseguido discernir la imagen de una música joven, quizás solo un poco mayor que ella. Cabello plateado y un vestido elegante que le daba la apariencia de ser noble, al igual que su porte. La verdad es que no parecía alguien que tocase en cualquier establecimiento. Así que la menor no pudo más que sorprenderse al abrir la puerta y notar como el olor tiraba de espaldas.
El olor a comida pasada y a humanidad, sumados al pánico que le provocaba a la niña estar rodeada de tanta gente, todos mayores que ella, le causaron la necesidad de huir nada más poner un pie en la estancia. Por suerte nadie se fijó en su menuda figura al entrar al establecimiento, sintiéndose invitada a quedarse. “Vaya cantante eres” se dijo mientras intentaba asomarse entre el muro de cuerpos-principalmente masculinos- que interponían entre ella y la barra de forma inútil. Suerte que su oído no falló para escuchar lo sucedido. “La próxima vez que intentes tocarme te la corto”. Había dicho la peliblanca y Mura no pudo más que asentir. Ella misma había tenido ese tipo de problemas también en alguna ocasión.
—Algo me dice que no voy a poder hablar con ella así…— Musitó e Eagle pareció darle la razón revolviéndose en la bolsa. Pero no iba a desistir ahora. Tenía que encontrar una forma de llamar su atención, por lo que decidió aprovechar el escenario, no sin antes hablar con el que parecía el regente del lugar. Para ello, tuvo que hacer un pequeño rodeo y acercarse a la otra punta de la barra. —¡Perdone señor! ¿Se puede usar el escenario? — Preguntó de forma inocentona. Normalmente ofrecería sus servicios primero a cambio de una pensión, pero no creía querer quedarse en aquella pocilga. Una actuación por la que pediría dinero al acabar y llamar la atención a la persona que había llamado a la suya le sería suficiente pago.
—Mientras no me ahuyentes a la clientela. — Contestó el otro de forma seca y desagradable. Ante lo que Mura tuvo que aguantarse las ganas de decir toda clase de improperios para nada atractivos en una señorita. Simplemente se dio la vuelta y se encaminó al escenario, cogiendo también un taburete para sentarse. Antes de subir, se aseguró de dejar su bolsa entreabierta, acomodando a Eagle y de coger algo con lo que acompañar su actuación. Llevaba consigo una flauta travesera de caña y una ocarina. “No quiero pisar su actuación”. Se dijo, aunque más bien le preocupaba que se ofendiera más que el tocar mejor que ella, aún era muy inexperta, por lo que sé que siguió rebuscando hasta encontrar una pandereta. Le sería más cómoda para bailar y cantar a la vez. Se sentó y tras un silencio empezó a tocar la introducción a su canción. Con violines o flauta hubiera quedado mejor pero esperaba compensarlo con su voz.
El olor a comida pasada y a humanidad, sumados al pánico que le provocaba a la niña estar rodeada de tanta gente, todos mayores que ella, le causaron la necesidad de huir nada más poner un pie en la estancia. Por suerte nadie se fijó en su menuda figura al entrar al establecimiento, sintiéndose invitada a quedarse. “Vaya cantante eres” se dijo mientras intentaba asomarse entre el muro de cuerpos-principalmente masculinos- que interponían entre ella y la barra de forma inútil. Suerte que su oído no falló para escuchar lo sucedido. “La próxima vez que intentes tocarme te la corto”. Había dicho la peliblanca y Mura no pudo más que asentir. Ella misma había tenido ese tipo de problemas también en alguna ocasión.
—Algo me dice que no voy a poder hablar con ella así…— Musitó e Eagle pareció darle la razón revolviéndose en la bolsa. Pero no iba a desistir ahora. Tenía que encontrar una forma de llamar su atención, por lo que decidió aprovechar el escenario, no sin antes hablar con el que parecía el regente del lugar. Para ello, tuvo que hacer un pequeño rodeo y acercarse a la otra punta de la barra. —¡Perdone señor! ¿Se puede usar el escenario? — Preguntó de forma inocentona. Normalmente ofrecería sus servicios primero a cambio de una pensión, pero no creía querer quedarse en aquella pocilga. Una actuación por la que pediría dinero al acabar y llamar la atención a la persona que había llamado a la suya le sería suficiente pago.
—Mientras no me ahuyentes a la clientela. — Contestó el otro de forma seca y desagradable. Ante lo que Mura tuvo que aguantarse las ganas de decir toda clase de improperios para nada atractivos en una señorita. Simplemente se dio la vuelta y se encaminó al escenario, cogiendo también un taburete para sentarse. Antes de subir, se aseguró de dejar su bolsa entreabierta, acomodando a Eagle y de coger algo con lo que acompañar su actuación. Llevaba consigo una flauta travesera de caña y una ocarina. “No quiero pisar su actuación”. Se dijo, aunque más bien le preocupaba que se ofendiera más que el tocar mejor que ella, aún era muy inexperta, por lo que sé que siguió rebuscando hasta encontrar una pandereta. Le sería más cómoda para bailar y cantar a la vez. Se sentó y tras un silencio empezó a tocar la introducción a su canción. Con violines o flauta hubiera quedado mejor pero esperaba compensarlo con su voz.
Claude von Appetit
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se forma una suerte de círculo a mi alrededor, vacío, de gente a la que he asustado. Los ignoro. En el silencio he escuchado un sonido llamativo, un chillido de polluelo que me recuerda al aviario donde me crie. Es una cría, no cabe duda, pero tal vez sean imaginaciones mías; sigo comiendo. Sin embargo suena otra vez y giro la cabeza: Hay una chica sobre el escenario con una pandereta, pero lo llamativo está a los pies de la tarima. En una mochila, apenas perceptible, se encuentra el pajarito sin entender muy bien qué está pasando.
Apenas puedo verle la cabeza, pero noto la confusión en su mirada y me acerco discretamente mientras la música empieza a sonar. Noto el agradable cosquilleo de la creación artística frente a mí, pero lo ignoro por un momento mientras acerco la nariz al animal lentamente. Me ve, y yo a ella, y aunque sus chillidos son poco más que un batiburrillo de emociones inconexas poco a poco parece que se va calmando, y nos entendemos de una manera que no sabría explicar. Sin interrumpir la canción acerco la nariz a su pico y tenemos una especie de "beso"; apenas razono que no he doblado las rodillas y cualquiera puede ver mi ropa interior. Mientras no toquen no molestan.
Ya de cerca puedo fijarme bien en su ala, rota, y la acaricio suavemente. "Ya sé que duele", pienso con una sonrisa dulce mientras paso la mano por su plumón y le hago monerías en la cabecita, todavía más pequeña que un puño. Sigo así hasta que su compañera termina de cantar, escuchando los gorgojeos intermitentes del polluelo, que parece contento de que por fin alguien entienda lo que dice.
Me acerco a ella; es una niña, aunque no dista mucho de mi apariencia. Llevo sus cosas y se las tiendo, con una sonrisa sincera. No me atrevo a decir nada por un momento, y cuando por fin lo hago me doy cuenta de que todo el mundo puede escucharnos, así que me doy la vuelta haciéndole una señal y me voy por la puerta, esperando que salga. ¿Por qué lleva un ave en una mochila? ¿Es que no sabe el daño que puede hacerle? Ella piensa que está protegida, se siente bien, pero no puedo evitar sentirme preocupada. Las águilas somos duras, sí, pero también sufrimos.
Apenas puedo verle la cabeza, pero noto la confusión en su mirada y me acerco discretamente mientras la música empieza a sonar. Noto el agradable cosquilleo de la creación artística frente a mí, pero lo ignoro por un momento mientras acerco la nariz al animal lentamente. Me ve, y yo a ella, y aunque sus chillidos son poco más que un batiburrillo de emociones inconexas poco a poco parece que se va calmando, y nos entendemos de una manera que no sabría explicar. Sin interrumpir la canción acerco la nariz a su pico y tenemos una especie de "beso"; apenas razono que no he doblado las rodillas y cualquiera puede ver mi ropa interior. Mientras no toquen no molestan.
Ya de cerca puedo fijarme bien en su ala, rota, y la acaricio suavemente. "Ya sé que duele", pienso con una sonrisa dulce mientras paso la mano por su plumón y le hago monerías en la cabecita, todavía más pequeña que un puño. Sigo así hasta que su compañera termina de cantar, escuchando los gorgojeos intermitentes del polluelo, que parece contento de que por fin alguien entienda lo que dice.
Me acerco a ella; es una niña, aunque no dista mucho de mi apariencia. Llevo sus cosas y se las tiendo, con una sonrisa sincera. No me atrevo a decir nada por un momento, y cuando por fin lo hago me doy cuenta de que todo el mundo puede escucharnos, así que me doy la vuelta haciéndole una señal y me voy por la puerta, esperando que salga. ¿Por qué lleva un ave en una mochila? ¿Es que no sabe el daño que puede hacerle? Ella piensa que está protegida, se siente bien, pero no puedo evitar sentirme preocupada. Las águilas somos duras, sí, pero también sufrimos.
Maze
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La canción termina de forma mucha más animada de lo que empieza. La gente, al principio focalizada en lo que se cocía en la barra fue poco a poco centrando su atención en la menor, quien bailaba y cantaba al ritmo que acompañaba su instrumento. Para cuando se quiso dar cuenta, ya no había un corrillo separado del escenario, sino que todos la observaban. Todos, menos la persona a la que intentaba llamar su atención. Ese papel se lo robó Eagle, que se encontraba acurrucada en su mochila.
La pelinaranja ni siquiera dio posibilidad a su público de que le pidieran un “encore”. Acabada la canción y la gran cantidad de estruendosos aplausos y silbidos, se apuró a hacer una reverencia bajando la cabeza y saltar del escenario. El ambiente de la taberna no había sido de su agrado desde que entró por la puerta. Por si fuera poco, el ruido yendo con un polluelo era algo que trataba de evitar. De haber tenido un cuarto ya y haber podido dejar a la pequeña arriba tranquila hubiera sido otra cosa, así que se apresuró al ir a coger su mochila, más aún al ver a la chica de antes con esta en brazos. Se relajó un poco al ver que se la ofrecía sonriendo amablemente y que el aguilucho se encontraba aun dentro.
—Gracias. —Se apresuró a decir mientras agarraba con la mayor delicadeza posible la bolsa, desde abajo, evitando así hacer ningún daño a su “pasajera”. A quien le dedicó una mirada y trató de tranquilizar con su simple presencia. En otra de sus formas podría preguntarle que le había parecido su espectáculo, pero había demasiada gente como para cambiar sus orejas por las de un puma. Quiso decir algo más al ver que la contraria no dejaba de mirarla titubeante. Como si no se sintiera confiada como para iniciar una conversación hasta que esta se decidió por pedirle que la siguiera fuera.
“Con tanta gente armando follón será lo mejor…” Admitió en su mente. Además, en la plaza no parecía haber nadie ya por lo que podían conversar en un lugar tranquilo y lleno de aire fresco, algo que a Mura le estaba faltando un poco con el olor a refrito y a humanidad sudada. —Está bien. — Concedió mientras, aferrando contra su tronco la mochila, trataba de evadir las mesas camino de la puerta. Una vez fuera, aprovecharía para presentarse como “Saki”, que era el nombre que utilizaba cuando trabajaba como artista escénica.
Akane era un nombre especial en comparación a ese, uno que atesoraba demasiado como para ir gastándolo con la primera persona que conocía, después de todo. Ahora le tocaba a la contraria presentarse.
La pelinaranja ni siquiera dio posibilidad a su público de que le pidieran un “encore”. Acabada la canción y la gran cantidad de estruendosos aplausos y silbidos, se apuró a hacer una reverencia bajando la cabeza y saltar del escenario. El ambiente de la taberna no había sido de su agrado desde que entró por la puerta. Por si fuera poco, el ruido yendo con un polluelo era algo que trataba de evitar. De haber tenido un cuarto ya y haber podido dejar a la pequeña arriba tranquila hubiera sido otra cosa, así que se apresuró al ir a coger su mochila, más aún al ver a la chica de antes con esta en brazos. Se relajó un poco al ver que se la ofrecía sonriendo amablemente y que el aguilucho se encontraba aun dentro.
—Gracias. —Se apresuró a decir mientras agarraba con la mayor delicadeza posible la bolsa, desde abajo, evitando así hacer ningún daño a su “pasajera”. A quien le dedicó una mirada y trató de tranquilizar con su simple presencia. En otra de sus formas podría preguntarle que le había parecido su espectáculo, pero había demasiada gente como para cambiar sus orejas por las de un puma. Quiso decir algo más al ver que la contraria no dejaba de mirarla titubeante. Como si no se sintiera confiada como para iniciar una conversación hasta que esta se decidió por pedirle que la siguiera fuera.
“Con tanta gente armando follón será lo mejor…” Admitió en su mente. Además, en la plaza no parecía haber nadie ya por lo que podían conversar en un lugar tranquilo y lleno de aire fresco, algo que a Mura le estaba faltando un poco con el olor a refrito y a humanidad sudada. —Está bien. — Concedió mientras, aferrando contra su tronco la mochila, trataba de evadir las mesas camino de la puerta. Una vez fuera, aprovecharía para presentarse como “Saki”, que era el nombre que utilizaba cuando trabajaba como artista escénica.
Akane era un nombre especial en comparación a ese, uno que atesoraba demasiado como para ir gastándolo con la primera persona que conocía, después de todo. Ahora le tocaba a la contraria presentarse.
Claude von Appetit
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Cierro la puerta a mi espalda y me siento en un banco cercano. Da a una plaza con bancos, y me siento en uno. Los árboles están empezando a florecer, y los capullos entre sus hojas son preciosos, con colores rosas y violáceos por igual. Hay un poco de rojo y granate también, pero esos son más propios del otoño. Es extraño que surjan en esta época del año, pero me quedo quieta y simplemente disfruto de la brisa en el breve tiempo que tarda la chica en llegar.
Saluda y se presenta; tiene una voz bonita, amable. Me agrada en cierto modo, aunque me sigue preocupando que lleve un polluelo en la mochila. Mantengo el silencio que sigue a su saludo por un momento y respiro hondo. Mi pecho asciende lentamente mientras mi cuerpo se tensa, y todo se rompe mientras exhalo suavemente antes de contestar.
- Gala -digo. Clavo mis ojos de ave en ella, pero mantengo el gesto amable. Probablemente sea la única en toda la taberna que no era una absoluta imbécil, y tampoco quiero desaprovechar las pocas oportunidades que tengo de acercarme a un humano con... ¿Cerebro, se llamaba?-. Me llaman Gala.
Las manos apoyadas sobre mi regazo y la espalda recta. No me incomoda la postura, estoy acostumbrada a vivir erguida, pero me siento un poco tensa. Quiero preguntarle por el aguilucho, pero tampoco quiero incomodarla. En fin, qué se le va a hacer. No es como los demás humanos, pero sigue siendo una de ellos. Suspiro...
- Es muy raro ver a alguien con un polluelo tan raro -le comento-. ¿No estaría mejor con su madre?
Igual he sido un poco brusca. Pero bueno...
Saluda y se presenta; tiene una voz bonita, amable. Me agrada en cierto modo, aunque me sigue preocupando que lleve un polluelo en la mochila. Mantengo el silencio que sigue a su saludo por un momento y respiro hondo. Mi pecho asciende lentamente mientras mi cuerpo se tensa, y todo se rompe mientras exhalo suavemente antes de contestar.
- Gala -digo. Clavo mis ojos de ave en ella, pero mantengo el gesto amable. Probablemente sea la única en toda la taberna que no era una absoluta imbécil, y tampoco quiero desaprovechar las pocas oportunidades que tengo de acercarme a un humano con... ¿Cerebro, se llamaba?-. Me llaman Gala.
Las manos apoyadas sobre mi regazo y la espalda recta. No me incomoda la postura, estoy acostumbrada a vivir erguida, pero me siento un poco tensa. Quiero preguntarle por el aguilucho, pero tampoco quiero incomodarla. En fin, qué se le va a hacer. No es como los demás humanos, pero sigue siendo una de ellos. Suspiro...
- Es muy raro ver a alguien con un polluelo tan raro -le comento-. ¿No estaría mejor con su madre?
Igual he sido un poco brusca. Pero bueno...
Maze
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La menor se acomodó al lado de la albina, al ver que esta se encontraba sentada en uno de los bancos cercanos. Tras un momento de respiro en el que aprovechó para disfrutar del aire limpio, tan diferente al olor a cerrado y a humanidad que había en la posada, se dejó caer con la mochila entre abierta aún sujetada en sus brazos de forma que nada se moviera con Eagle dentro. No era un nombre original, pero tampoco se le podía pedir mucho más a la niña. “Creo que estarás más cómoda fuera”. Pensó mirando al pequeño animal en su mochila, antes de dejar esta a un lado y ayudar al ave a salir, quedando esta acomodada sobre su regazo. Aunque aún sentía cierto recelo de dejar a la criatura a la vista de otras personas, pero supuso que con Gala –como se acababa de presentar- no pasaría nada, viendo que ella y el ave habían congeniado sorprendentemente bien.
Mientras acariciaba la cabeza de Eagle con cuidado, Mura mantuvo un gesto amigable, con una sonrisa que mostraba la satisfacción y alegría que le había supuesto llamar la atención de la música. Aunque este gesto se torció levemente por el comentario de la albina. Este había llegado desapercibido, congelando su expresión por un instante ante de que el bochorno se apoderase de ella, bajando la cabeza. No es que le hubiera molestado. Pero se acababa de sentir un poco atacada por la forma en que le había hecho la pregunta. No era como si ella hubiera querido separar al aguilucho de su madre para empezar.
—Yo… opino lo mismo. — Contestó con la cabeza baja, mirando a la pequeña. —Pero no pude encontrar a su madre. De hecho… Como lo explico. — La pequeña buscaba las palabras correctas con las que explicar que era capaz de hablar con los animales. Pero no había muchas formas de hacerlo sin que sonase a que estaba loca o de hacerlo sin delatar sus habilidades como usuaria de una Akuma no Mi. Al final, suspiró y considero que lo diría y ya, a riesgo de ser tomada por una mentirosa o una lunática.
—La verdad es que encontré a Eagle hace menos de un mes. Iba caminando en una zona boscosa cuando escuché un llanto. La verdad es que, aunque sonara como el de un ave en primera instancia pensé que sería un niño. Bueno, era un infante, pero no uno humano. — Hizo una pausa. Estaba tirada entre unos arbustos y le sangraba el ala. Al verla así no podía simplemente dejarla sola entonces… Traté de curarle la herida. Al menos de aplicarle primeros auxilios. Al final fue un veterinario quien se la recompuso y me explicó cómo tratarla. — Fue explicando a la contraria. Al igual que le explicó como estuvo buscando el nido o a su madre durante varios días, en vano.
—Así que al final era dejarla a su suerte o llevarla conmigo hasta que se le curase el ala. No es como si pretendiera que se quedase conmigo. Es solo algo temporal…—
Mientras acariciaba la cabeza de Eagle con cuidado, Mura mantuvo un gesto amigable, con una sonrisa que mostraba la satisfacción y alegría que le había supuesto llamar la atención de la música. Aunque este gesto se torció levemente por el comentario de la albina. Este había llegado desapercibido, congelando su expresión por un instante ante de que el bochorno se apoderase de ella, bajando la cabeza. No es que le hubiera molestado. Pero se acababa de sentir un poco atacada por la forma en que le había hecho la pregunta. No era como si ella hubiera querido separar al aguilucho de su madre para empezar.
—Yo… opino lo mismo. — Contestó con la cabeza baja, mirando a la pequeña. —Pero no pude encontrar a su madre. De hecho… Como lo explico. — La pequeña buscaba las palabras correctas con las que explicar que era capaz de hablar con los animales. Pero no había muchas formas de hacerlo sin que sonase a que estaba loca o de hacerlo sin delatar sus habilidades como usuaria de una Akuma no Mi. Al final, suspiró y considero que lo diría y ya, a riesgo de ser tomada por una mentirosa o una lunática.
—La verdad es que encontré a Eagle hace menos de un mes. Iba caminando en una zona boscosa cuando escuché un llanto. La verdad es que, aunque sonara como el de un ave en primera instancia pensé que sería un niño. Bueno, era un infante, pero no uno humano. — Hizo una pausa. Estaba tirada entre unos arbustos y le sangraba el ala. Al verla así no podía simplemente dejarla sola entonces… Traté de curarle la herida. Al menos de aplicarle primeros auxilios. Al final fue un veterinario quien se la recompuso y me explicó cómo tratarla. — Fue explicando a la contraria. Al igual que le explicó como estuvo buscando el nido o a su madre durante varios días, en vano.
—Así que al final era dejarla a su suerte o llevarla conmigo hasta que se le curase el ala. No es como si pretendiera que se quedase conmigo. Es solo algo temporal…—
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.