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El largo viaje al fin parecía haber llegado a su fin. Pero aquel solo era en realidad el punto de partida. Casi dos meses se habían sucedido desde su marcha de Fiordia, y el camino se había hecho más o menos ajetreado. Un encuentro inesperado, una pelea que bien podría haber llamado más la atención de lo que a la pelirroja hubiera convenido. El cruzarse con el marine rubio de los truquitos de hielo mientras se dedicaba a su oficio como música y bailarina, con tal de no gastar el dinero que llevaba consigo… “Agarrada”. Le había llamado Kougar al percatarse de que mientras viajaba se negaba casi en rotundo a gastar dinero. Pero quien ha vivido en la pobreza, aunque haya sido por escasos años, sabe bien que es mejor ser previsora. El dinero de su ex capitán era para emergencias y para pagar sus billetes de viaje salvo si no encontraba donde quedarse a descansar.
—La verdad es que ha sido algo digno de mención—La voz de Mura era suave, mientras paseaba por las escasas calles de Water Seven que podían recibir ese nombre. Se encontraba hablando con Dexter por su DDM, conectado a sus auriculares. Para no ser reconocida, había llegado un punto en el que se había creado una pequeña identidad secreta, manteniendo el sobrenombre de “Saki”, ya que era más común de lo que hubiera llegado a esperar. A este lo acompañó con una peluca rubia que llevaba recogida como un moño, unas lentillas azules –estás compradas en la primera tienda que encontró medianamente decente— y un conjunto de estilo bohemio: unas gafas de cristal sin graduación y marco rojo, una boina negra y sudadera holgada que contrastaba con su pantalón vaquero ceñido.
La conversación se prolongó un rato más, en el que Akane le estuvo contando sus batallitas por el camino y como había sido el reencuentro con Jeremy, la mano derecha de su mentor. La parte buena era que este había accedido a ayudarla. De hecho, hasta habían acabado ambos llorando en algún momento del día, pero Mura omitió ese dato. También, acabó por sacar el tema del mapache, ante lo que Dexter dijo que él no sabía nada de su muerte. Pero viendo el “rango” de captar pensamientos del contrario no terminó de creérselo. Como fuere, aceptó las palabras de dolor y sorpresa que escuchó tras el micrófono como ciertas a falta de pruebas sólidas con las que acusarle y no dijo nada más. Para cuando colgó, habían pasado unas dos horas y ella había acabado frente a lo que parecía un local de entretenimiento para hombres, con sus dos moles de musculo custodiando la entrada. Desde la ventana, Mura se percató de que había varias barras de Pole además de un ambiente más nocturno. Sin ganas de preguntar a esos desconocidos con cara de pocos amigos, tras un vistazo rápido pasó de largo. Aunque lo mismo le preguntaba a Jeremy por el lugar, así que se aseguró de memorizar el nombre del local –Sirenas en tierra- antes de seguir despreocupadamente su paseo de vuelta a la mansión de Keima.
—La verdad es que ha sido algo digno de mención—La voz de Mura era suave, mientras paseaba por las escasas calles de Water Seven que podían recibir ese nombre. Se encontraba hablando con Dexter por su DDM, conectado a sus auriculares. Para no ser reconocida, había llegado un punto en el que se había creado una pequeña identidad secreta, manteniendo el sobrenombre de “Saki”, ya que era más común de lo que hubiera llegado a esperar. A este lo acompañó con una peluca rubia que llevaba recogida como un moño, unas lentillas azules –estás compradas en la primera tienda que encontró medianamente decente— y un conjunto de estilo bohemio: unas gafas de cristal sin graduación y marco rojo, una boina negra y sudadera holgada que contrastaba con su pantalón vaquero ceñido.
La conversación se prolongó un rato más, en el que Akane le estuvo contando sus batallitas por el camino y como había sido el reencuentro con Jeremy, la mano derecha de su mentor. La parte buena era que este había accedido a ayudarla. De hecho, hasta habían acabado ambos llorando en algún momento del día, pero Mura omitió ese dato. También, acabó por sacar el tema del mapache, ante lo que Dexter dijo que él no sabía nada de su muerte. Pero viendo el “rango” de captar pensamientos del contrario no terminó de creérselo. Como fuere, aceptó las palabras de dolor y sorpresa que escuchó tras el micrófono como ciertas a falta de pruebas sólidas con las que acusarle y no dijo nada más. Para cuando colgó, habían pasado unas dos horas y ella había acabado frente a lo que parecía un local de entretenimiento para hombres, con sus dos moles de musculo custodiando la entrada. Desde la ventana, Mura se percató de que había varias barras de Pole además de un ambiente más nocturno. Sin ganas de preguntar a esos desconocidos con cara de pocos amigos, tras un vistazo rápido pasó de largo. Aunque lo mismo le preguntaba a Jeremy por el lugar, así que se aseguró de memorizar el nombre del local –Sirenas en tierra- antes de seguir despreocupadamente su paseo de vuelta a la mansión de Keima.
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Water Seven. La ciudad del agua. Quizás del amor, quién sabe, así era como le llamaba mucha gente. Una isla donde podías montar un animal marino para recorrerla, algo ciertamente único dentro de los mares. Por ahora era la única isla, que recordase, que se conformaba de tantos canales acuáticos. Para la gente que le encantaba hacer turismo y descubrir nuevas formas de vivir era un sitio increíble, capaz de hacer las delicias de los más exigentes, pero para aquellos que venían a hacer negocios no era más que un lugar como cualquier otro. Quizás hasta una ciudad repleta de trampas marinas que, a usuarios como yo, podían representar una amenaza real si uno estaba torpe o poco atento a la hora de pasear por las calles. Si me cayese, seguramente no saldría de allí. Al menos, no vivo.
Dejando los pensamientos escabrosos de lado, a diferencia de la primera ocasión que pisé esta isla, ahora sí tenía mis planes claros dentro de mi cabeza. Aquella vez simplemente terminé aquí, como si de un turista se tratase, y únicamente pude sacar provecho de la situación gracias a aquel encontronazo con Yuu. Entrar a su base, enfadarle una segunda vez… Fueron una serie de coincidencias más que curiosas y, aunque aquel día casi me recoge la propia muerte en sus brazos, pavimentó el camino hacia donde estaba ahora mismo. Gracias a jugarme la vida sin siquiera darme cuenta de lo que hacía ahora estaba a la cabeza de Yggdrasil y, por más descompuesta que estuviera tras la marcha de su antiguo líder, algo era algo. Dinero, posesiones, y un séquito de gente tras de mí, prometiendo fidelidad y trabajo. Pagando, claro, pero tampoco era un esclavista. Así había llegado a Water Seven, en el Ragnarok, aparcándolo junto a mis subordinados en el muelle y dejando a unos pocos allí, haciendo la guardia. Si algo sucedía me podían llamar en cualquier momento y, con mi velocidad, no tardaría más de dos minutos en alcanzarles.
Bajé del barco y comencé a recorrer las callejuelas exteriores que, aunque no dejaban de ser elegantes, en consonancia con el aspecto que ofrecía la isla, dejaban mucho que desear en la comparación con el centro de esta. Mientras más subías, los negocios de poca monta y la oscuridad del lugar se iba disipando, pero a mí no me interesaba ir a lo más alto. Al menos no por ahora. Mi misión en aquel sitio era encontrar a un hombre de negocios que había surgido hacía más bien poco y, aunque parecía ser de dudosa confianza pues había conseguido su fama al traicionar a su antigua facción, cualquier trato que pudiera conseguir me parecía perfecto. Como si tuviera que tenderle la mano al mismísimo Satanás. Ahora la pregunta era dónde encontrarlo, ya que la fuente de mi información no especificaba dónde buscar más allá de la isla la cual sujetaba mis pies en aquellos momentos, y eso podía ser un problema. La isla no era precisamente pequeña.
Con esto en la mente, comencé a caminar por la isla en mi atuendo común y corriente. Con el pelo peinado, pero no lo suficiente para evitar que cayera frente a mis ojos en forma de cascada, y una camisa morada de rayas negras que conjuntaba con su pantalón vaquero completamente oscuro y elástico. Los zapatos solían no destacar demasiado al ser negros, los típicos elegantes que llevas a una boda o a una reunión. Los que me gustaban a mí. Además, combinaban con el color de las pistolas que llevaba en el cinturón, bajo la camisa. Con ese aspecto llamaba un poco la atención a la hora de entrar a tiendas familiares, pequeñas y recogidas, pero era curioso por naturaleza. No sería la primera vez que encontrase cualquier ganga o mercancía única en un lugar como aquel, así que nunca estaba de más darse un paseo y ver si algo de lo que ofrecían me llamaba la atención.
Con las manos vacías y un hueco en el pecho de pura desilusión, terminé abandonando lo que podía ser la primera planta de Water Seven, escalando a la segunda como si de una excursión se tratase. Este segundo ya sí que se podía ver claramente que el ciudadano promedio tenía más dinero en el bolsillo, y por ello había varios bares y restaurantes a pie de calle, donde sentarse a observar el paisaje y la gente pasear, recorriendo aquellos canales que rodeaban todo. Cansado de aquel paseo que había estado dando por no sé cuánto tiempo, ya que no me había fijado en mi reloj en ningún momento, decidí sentarme en la terraza de uno de aquellos bares, esperando a que me atendiesen para pedir un vaso de latte bien caliente.
Una vez me lo puso en la mesa una amable camarera, lo tomé del asa y traté de beber, pero un brazo me tomó desprevenido, pasando por encima de mis hombros y por detrás de mi cuello. El contenido obviamente se derramó en parte, manchando aquella mesa y mi cara pero, por suerte, dejando intacta mi ropa.
— ¡Qué tenemos aquí! — Miré hacia atrás y la voz provenía de un chaval más bien alto y musculoso, de pelo rubio desordenado. Por su cara hubiera jurado que salía de un reformatorio, de la cárcel, o de una banda criminal de poca monta, y su tono de voz, alto y maleducado, parecía terminar de confirmarlo. — ¿Qué hace un pequeño como tú aquí solo, bebiéndose su café como un adulto? — Se le escapó una risa sarcástica, mientras el agarre del cuello se intensificaba. No iba a transformarme, ya que delante de tantas personas montaría un escándalo y no quería llamar la atención más de lo que me estaban obligando a hacerlo. — ¿Por qué no te vienes conmigo y hablamos un rato? — Tiraba de mi mentón hacia él, tratando de levantarme y obligarme a caminar junto a él y yo, bastante calmado para lo que sucedía, trataba de no resistirme lo suficiente como para hacerme daño, a la espera de algún pequeño o gran justiciero que me ahorrase el darle una lección de mi mano.
Dejando los pensamientos escabrosos de lado, a diferencia de la primera ocasión que pisé esta isla, ahora sí tenía mis planes claros dentro de mi cabeza. Aquella vez simplemente terminé aquí, como si de un turista se tratase, y únicamente pude sacar provecho de la situación gracias a aquel encontronazo con Yuu. Entrar a su base, enfadarle una segunda vez… Fueron una serie de coincidencias más que curiosas y, aunque aquel día casi me recoge la propia muerte en sus brazos, pavimentó el camino hacia donde estaba ahora mismo. Gracias a jugarme la vida sin siquiera darme cuenta de lo que hacía ahora estaba a la cabeza de Yggdrasil y, por más descompuesta que estuviera tras la marcha de su antiguo líder, algo era algo. Dinero, posesiones, y un séquito de gente tras de mí, prometiendo fidelidad y trabajo. Pagando, claro, pero tampoco era un esclavista. Así había llegado a Water Seven, en el Ragnarok, aparcándolo junto a mis subordinados en el muelle y dejando a unos pocos allí, haciendo la guardia. Si algo sucedía me podían llamar en cualquier momento y, con mi velocidad, no tardaría más de dos minutos en alcanzarles.
Bajé del barco y comencé a recorrer las callejuelas exteriores que, aunque no dejaban de ser elegantes, en consonancia con el aspecto que ofrecía la isla, dejaban mucho que desear en la comparación con el centro de esta. Mientras más subías, los negocios de poca monta y la oscuridad del lugar se iba disipando, pero a mí no me interesaba ir a lo más alto. Al menos no por ahora. Mi misión en aquel sitio era encontrar a un hombre de negocios que había surgido hacía más bien poco y, aunque parecía ser de dudosa confianza pues había conseguido su fama al traicionar a su antigua facción, cualquier trato que pudiera conseguir me parecía perfecto. Como si tuviera que tenderle la mano al mismísimo Satanás. Ahora la pregunta era dónde encontrarlo, ya que la fuente de mi información no especificaba dónde buscar más allá de la isla la cual sujetaba mis pies en aquellos momentos, y eso podía ser un problema. La isla no era precisamente pequeña.
Con esto en la mente, comencé a caminar por la isla en mi atuendo común y corriente. Con el pelo peinado, pero no lo suficiente para evitar que cayera frente a mis ojos en forma de cascada, y una camisa morada de rayas negras que conjuntaba con su pantalón vaquero completamente oscuro y elástico. Los zapatos solían no destacar demasiado al ser negros, los típicos elegantes que llevas a una boda o a una reunión. Los que me gustaban a mí. Además, combinaban con el color de las pistolas que llevaba en el cinturón, bajo la camisa. Con ese aspecto llamaba un poco la atención a la hora de entrar a tiendas familiares, pequeñas y recogidas, pero era curioso por naturaleza. No sería la primera vez que encontrase cualquier ganga o mercancía única en un lugar como aquel, así que nunca estaba de más darse un paseo y ver si algo de lo que ofrecían me llamaba la atención.
Con las manos vacías y un hueco en el pecho de pura desilusión, terminé abandonando lo que podía ser la primera planta de Water Seven, escalando a la segunda como si de una excursión se tratase. Este segundo ya sí que se podía ver claramente que el ciudadano promedio tenía más dinero en el bolsillo, y por ello había varios bares y restaurantes a pie de calle, donde sentarse a observar el paisaje y la gente pasear, recorriendo aquellos canales que rodeaban todo. Cansado de aquel paseo que había estado dando por no sé cuánto tiempo, ya que no me había fijado en mi reloj en ningún momento, decidí sentarme en la terraza de uno de aquellos bares, esperando a que me atendiesen para pedir un vaso de latte bien caliente.
Una vez me lo puso en la mesa una amable camarera, lo tomé del asa y traté de beber, pero un brazo me tomó desprevenido, pasando por encima de mis hombros y por detrás de mi cuello. El contenido obviamente se derramó en parte, manchando aquella mesa y mi cara pero, por suerte, dejando intacta mi ropa.
— ¡Qué tenemos aquí! — Miré hacia atrás y la voz provenía de un chaval más bien alto y musculoso, de pelo rubio desordenado. Por su cara hubiera jurado que salía de un reformatorio, de la cárcel, o de una banda criminal de poca monta, y su tono de voz, alto y maleducado, parecía terminar de confirmarlo. — ¿Qué hace un pequeño como tú aquí solo, bebiéndose su café como un adulto? — Se le escapó una risa sarcástica, mientras el agarre del cuello se intensificaba. No iba a transformarme, ya que delante de tantas personas montaría un escándalo y no quería llamar la atención más de lo que me estaban obligando a hacerlo. — ¿Por qué no te vienes conmigo y hablamos un rato? — Tiraba de mi mentón hacia él, tratando de levantarme y obligarme a caminar junto a él y yo, bastante calmado para lo que sucedía, trataba de no resistirme lo suficiente como para hacerme daño, a la espera de algún pequeño o gran justiciero que me ahorrase el darle una lección de mi mano.
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“Qué ruidoso”. Era lo único en la cabeza de Akane, mientras su paz camino de los niveles superiores de la isla, era perturbada. Tras su breve paso por el pub de apariencia poco agradable para las mujeres, se le había ocurrido la idea de ir buscando otros lugares que, según su olfato, oliesen a chamusquina y que pudieran servir como punto de encuentro para mercenarios o gente que trabajar sin afiliación al gobierno o a la revolución. Sin embargo, tras varias horas caminando arriba y abajo lo único que había conseguido ver era lo poco que le gustaría vivir en aquella ciudad. No se parecía a Fiordia, ni a ningún pueblo o ciudad solitarias y de menor envergadura en las que hubiera estado antes. El único atractivo que le veía era las zonas con dinero, las tiendas de máscaras y la arquitectura acomodada a la forma de vida fluvial a la que se veían forzados por la situación de la isla. Ni siquiera los animalitos que servían de transporte le resultaban graciosos, más bien todo lo contrario.
Por si aquello fuera poco, ya llevaba un par de situaciones desagradables pasadas por alto en la medida de lo posible para no llamar la atención. Aunque había resulto a arreglar los problemas de alguna forma usando su aura en forma de hilos mientras aparentaba indiferencia. Y, de hecho, había podido percatarse de que esa indiferencia era habitual entre los habitantes. Akane chasqueó la lengua.
—Si tan poco te gusta solo tienes que cambiarlo, ¿no crees? — La voz de Kougar resonó en su cabeza.
—Ya lo sé, pero si me paso de bruta podría acabar en problemas. —
—Bueno, de cosas peores has salido. —
—Agh, no lo entiendes, no es tan sencillo. — Bufó la contraria mientras prácticamente se llevaba las manos a la cabeza. Deteniéndose solo al escuchar algo fuera de lugar. Al otro lado de la calle, en lo que parecía una terracita de un café, parecía que una pelea estuviera a punto de comenzar. Mura se centró en la situación mientras, por quinta vez aquel día, se daba cuenta de que nadie hacía nada. Bueno, salvo una de las camareras, que pretendía ir a parlamentar con el hombre de cabellos rubios. No sabía cómo habían acabado en ese punto, agarrando el mayor de la camisa a un chico que no parecía tener más que quince o dieciséis años. —¿Un abusón? — Musitó, como deducción ante la escena. Apretando los dientes, se quedó unos segundos parada observando como el hombre no solo tiraba del chico, sino que hacía ademán de empujar a la camarera, quien estaba tratando de convencerle para que soltara al contrario.
—Bueno, a la mierda. — Dijo para sí misma antes de echarse para atrás unos pasos y coger impulso, saltando el canal. Cayó de pie sobre el fino borde de la valla de madera que cercaba la terraza. La gente siquiera se percató de su aparición estelar con lo ocupados que estaban por ignorar la situación, y siguieron sin hacerlo hasta que Mura muy elocuentemente se puso de espadas al grandullón y le propició desde ahí una patada que ascendió entre sus piernas, hasta acertar la punta a golpear la zona íntima de este haciéndole ver las estrellas en el proceso. Con su golpe, el agarre se aflojó tras unos instantes de sorpresa para dirigirse a la zona golpeada.
—Vaya, lo siento tanto. — Exclamo la rubia mientras daba un paso hacia atrás, alargando la palabra “tanto” para dejar clara la ironía –e incluso burla- que acompañaban sus palabras. —Estaba estirando un poco las piernas y parece que te pusiste justo en frente mía. Espero no haberte hecho daño. — Añadió, ahora poniéndose a la altura del contrario, apoyando las manos en sus rodillas al ponerse de cuclillas. Por dentro, maldijo por haber salido a la calle con vaqueros. El golpe hubiera sido mejor si hubiera vestido ropa más cómoda. —En cualquier caso, espero que las cosas se puedan arreglar con eso, ¿sí? No me gustaría que nos llevásemos mal… Menos ahora que nos acabamos de conocer— La sonrisa de Mura se volvió terrible mientras intentaba, dejando entrever su presencia, asustar al contario. Aunque si este se ponía tonto se tendría que arriesgar a agarrarle y tirarle al canal para luego salir por patas.
Como fuera que acabase el encuentro, se aseguraría después de ello de que las víctimas del abusón estuvieran bien. —Uff, qué carácter… Espero que no os haya causado ningún mal. —
Por si aquello fuera poco, ya llevaba un par de situaciones desagradables pasadas por alto en la medida de lo posible para no llamar la atención. Aunque había resulto a arreglar los problemas de alguna forma usando su aura en forma de hilos mientras aparentaba indiferencia. Y, de hecho, había podido percatarse de que esa indiferencia era habitual entre los habitantes. Akane chasqueó la lengua.
—Si tan poco te gusta solo tienes que cambiarlo, ¿no crees? — La voz de Kougar resonó en su cabeza.
—Ya lo sé, pero si me paso de bruta podría acabar en problemas. —
—Bueno, de cosas peores has salido. —
—Agh, no lo entiendes, no es tan sencillo. — Bufó la contraria mientras prácticamente se llevaba las manos a la cabeza. Deteniéndose solo al escuchar algo fuera de lugar. Al otro lado de la calle, en lo que parecía una terracita de un café, parecía que una pelea estuviera a punto de comenzar. Mura se centró en la situación mientras, por quinta vez aquel día, se daba cuenta de que nadie hacía nada. Bueno, salvo una de las camareras, que pretendía ir a parlamentar con el hombre de cabellos rubios. No sabía cómo habían acabado en ese punto, agarrando el mayor de la camisa a un chico que no parecía tener más que quince o dieciséis años. —¿Un abusón? — Musitó, como deducción ante la escena. Apretando los dientes, se quedó unos segundos parada observando como el hombre no solo tiraba del chico, sino que hacía ademán de empujar a la camarera, quien estaba tratando de convencerle para que soltara al contrario.
—Bueno, a la mierda. — Dijo para sí misma antes de echarse para atrás unos pasos y coger impulso, saltando el canal. Cayó de pie sobre el fino borde de la valla de madera que cercaba la terraza. La gente siquiera se percató de su aparición estelar con lo ocupados que estaban por ignorar la situación, y siguieron sin hacerlo hasta que Mura muy elocuentemente se puso de espadas al grandullón y le propició desde ahí una patada que ascendió entre sus piernas, hasta acertar la punta a golpear la zona íntima de este haciéndole ver las estrellas en el proceso. Con su golpe, el agarre se aflojó tras unos instantes de sorpresa para dirigirse a la zona golpeada.
—Vaya, lo siento tanto. — Exclamo la rubia mientras daba un paso hacia atrás, alargando la palabra “tanto” para dejar clara la ironía –e incluso burla- que acompañaban sus palabras. —Estaba estirando un poco las piernas y parece que te pusiste justo en frente mía. Espero no haberte hecho daño. — Añadió, ahora poniéndose a la altura del contrario, apoyando las manos en sus rodillas al ponerse de cuclillas. Por dentro, maldijo por haber salido a la calle con vaqueros. El golpe hubiera sido mejor si hubiera vestido ropa más cómoda. —En cualquier caso, espero que las cosas se puedan arreglar con eso, ¿sí? No me gustaría que nos llevásemos mal… Menos ahora que nos acabamos de conocer— La sonrisa de Mura se volvió terrible mientras intentaba, dejando entrever su presencia, asustar al contario. Aunque si este se ponía tonto se tendría que arriesgar a agarrarle y tirarle al canal para luego salir por patas.
Como fuera que acabase el encuentro, se aseguraría después de ello de que las víctimas del abusón estuvieran bien. —Uff, qué carácter… Espero que no os haya causado ningún mal. —
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En cuanto hubo pasado un rato en aquella situación, aquella amable mujer que me había servido el latte terminó saliendo, esta vez para pedirle al hombre, con el mismo tono que la caracterizaba, que me dejase tranquilo. O, al menos, que se fuera del bar antes de hacer el espectáculo que estaba dando en mitad de una calle, espantando a todos y cada uno de los potenciales clientes. Por el resto, todos seguían bebiendo café o tomando algo tranquilamente, evitando por todos los medios el hacer contacto visual conmigo o mi agresor. Parecía que, antes que la paz o la tranquilidad, en aquellos barrios se valoraba mucho más el no meterse en problemas innecesarios. Al fin y al cabo, como si aquel chaval me clavaba una navaja en el pecho y me mataba. Solo iba a joder parte de su día, pero ningún perjuicio real caía sobre ellos. Y todo esto lo pensaba todavía bajo el yugo del brazo del chico, aguantando sus habladurías a mi oído mientras se reía de sus propias bromas, sin gracia alguna. Mientras, la mujer trataba de acercarse a encarar al rubio, pero este simplemente tomaba distancia a base de empujones, sin llegar a hacerle más daño a ella que el que pudiera recibir en el orgullo.
Como venida de la nada pude ver aparecer a una muchacha de pelo rubio y ojos azules, muy parecida a aquellas que vivían en islas frías, vistiendo con ropas más propias de un lugar veraniego o tibio como aquel. Con la velocidad que parecía caracterizar sus movimientos, a los cuales no parecía atender nadie de los presentes, se desplazó a la espalda del pobre hombre, que dejaría de serlo en los segundos siguientes. Noté como el brazo y el agarre que tenía se debilitaban de golpe y, curiosamente, ganó algo de altura. Acto seguido, él apartó el brazo de donde estaba y, cuando pude fijarme en mi espalda, lo pude ver ahí tirado, de rodillas frente a la que parecía ser su castigadora. Con ambas manos en la entrepierna, se mostraba dolido a más no poder y, de ser un perro, hubiera tenido las orejas agachadas en señal de sumisión.
En cambio, a la señorita no pareció parecerle suficiente con aquello, sino que regodeó en sus acciones, quedando en cuclillas para empezar a soltar una serie de ironías en su cara, burlándose obviamente de toda la situación. Entendía y agradecía que hubiera hecho aquello por mí, ya que así me libraba de tener que ensuciarme las manos, pero comenzar a hablarle así parecía ser hecho a propósito para llamar la atención de todos. Cualquiera que pasara alrededor se podría pensar que era alguna especie de función callejera o, quién sabe, publicidad un tanto rara de un local para adultos con fetiches más que curiosos. Viendo que casi una docena de personas se habían parado a observar la escena, prestando especial atención a las palabras de la agresora, y ella ya parecía haber terminado de jugar su papel cuando nos preguntó a la camarera y a mí como nos encontrábamos, simplemente decidí darle final a la escena.
Generé una partícula de electricidad concentrada, la cual hice levitar hasta el centro del bar.
— Date la vuelta y sígueme. — A la vez que me levantaba de mi asiento y miraba hacia la dirección contraria, descompuse la electricidad en luz, en forma de flash que funcionaría a modo de granada aturdidora en todas las direccionas. — No creo que quieras que te llame la atención ninguna autoridad por acoso, abuso, o alguna mierda de esas.
Aun si me siguiera o no, yo correría como mínimo dos calles, tratando de escapar de aquella escena que estaba dejando atrás y que, a todas luces –nunca mejor dicho– hubiera llamado la atención de las autoridades sobre nosotros dos. Entendía el devolverle el mal trato al chico, pero quizás se había pasado de largo con el castigo, y, de detenerla a ella por hacerle más daño del estrictamente necesario, yo también sería llevado en calidad de testigo. Y no me gustaban precisamente los interrogatorios, menos cuando eran tan poco merecidos como hubiera sido aquel. Si la tenía al lado, aprovecharía para hablarle:
— ¿No piensas que te has pasado un poco ahí atrás…? — La miré a los ojos azules que tanto llamaban la atención. — Entiendo que me quieras salvar y te lo agradezco, de verdad… — Quizás no me debía pasar tanto con ella, ya que había sido la única que, entre la gentuza de aquella isla, se había parado a hacer algo de verdad para salvar a un pobre indefenso. Se lo agradecería y, quien sabe, a lo mejor sacaba algo de tajada, ya fuera en información o en contactos. — Es más, me gustaría acompañarte y agradecértelo. — Sonaba algo raro, pero mi mueca era lo más amable y tierna posible, y sin un ápice de mentira ni falsedad detrás.
Como venida de la nada pude ver aparecer a una muchacha de pelo rubio y ojos azules, muy parecida a aquellas que vivían en islas frías, vistiendo con ropas más propias de un lugar veraniego o tibio como aquel. Con la velocidad que parecía caracterizar sus movimientos, a los cuales no parecía atender nadie de los presentes, se desplazó a la espalda del pobre hombre, que dejaría de serlo en los segundos siguientes. Noté como el brazo y el agarre que tenía se debilitaban de golpe y, curiosamente, ganó algo de altura. Acto seguido, él apartó el brazo de donde estaba y, cuando pude fijarme en mi espalda, lo pude ver ahí tirado, de rodillas frente a la que parecía ser su castigadora. Con ambas manos en la entrepierna, se mostraba dolido a más no poder y, de ser un perro, hubiera tenido las orejas agachadas en señal de sumisión.
En cambio, a la señorita no pareció parecerle suficiente con aquello, sino que regodeó en sus acciones, quedando en cuclillas para empezar a soltar una serie de ironías en su cara, burlándose obviamente de toda la situación. Entendía y agradecía que hubiera hecho aquello por mí, ya que así me libraba de tener que ensuciarme las manos, pero comenzar a hablarle así parecía ser hecho a propósito para llamar la atención de todos. Cualquiera que pasara alrededor se podría pensar que era alguna especie de función callejera o, quién sabe, publicidad un tanto rara de un local para adultos con fetiches más que curiosos. Viendo que casi una docena de personas se habían parado a observar la escena, prestando especial atención a las palabras de la agresora, y ella ya parecía haber terminado de jugar su papel cuando nos preguntó a la camarera y a mí como nos encontrábamos, simplemente decidí darle final a la escena.
Generé una partícula de electricidad concentrada, la cual hice levitar hasta el centro del bar.
— Date la vuelta y sígueme. — A la vez que me levantaba de mi asiento y miraba hacia la dirección contraria, descompuse la electricidad en luz, en forma de flash que funcionaría a modo de granada aturdidora en todas las direccionas. — No creo que quieras que te llame la atención ninguna autoridad por acoso, abuso, o alguna mierda de esas.
Aun si me siguiera o no, yo correría como mínimo dos calles, tratando de escapar de aquella escena que estaba dejando atrás y que, a todas luces –nunca mejor dicho– hubiera llamado la atención de las autoridades sobre nosotros dos. Entendía el devolverle el mal trato al chico, pero quizás se había pasado de largo con el castigo, y, de detenerla a ella por hacerle más daño del estrictamente necesario, yo también sería llevado en calidad de testigo. Y no me gustaban precisamente los interrogatorios, menos cuando eran tan poco merecidos como hubiera sido aquel. Si la tenía al lado, aprovecharía para hablarle:
— ¿No piensas que te has pasado un poco ahí atrás…? — La miré a los ojos azules que tanto llamaban la atención. — Entiendo que me quieras salvar y te lo agradezco, de verdad… — Quizás no me debía pasar tanto con ella, ya que había sido la única que, entre la gentuza de aquella isla, se había parado a hacer algo de verdad para salvar a un pobre indefenso. Se lo agradecería y, quien sabe, a lo mejor sacaba algo de tajada, ya fuera en información o en contactos. — Es más, me gustaría acompañarte y agradecértelo. — Sonaba algo raro, pero mi mueca era lo más amable y tierna posible, y sin un ápice de mentira ni falsedad detrás.
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“y…Creo que me pasé”. No necesitaba que Kougar se lo confirmara o que nadie se pusiera a abuchearla por su burlesca forma de disculparse ante el abusón que tenía a sus pies. Bastaba con el simple hecho de que el contrario no era capaz de ponerse en pie aun retorciéndose de dolor y la comitiva de gente que se había dispuesto a sus espaldas, clavando las miradas en la nuca de la contraria. “Aunque en mi defensa, he visto rupturas de pareja más brutales que este golpecito mientras trabajaba en posadas de pueblo. La gente aquí simplemente… Es rara”. Trató de excusarse a sí misma mientras se dirigía a la camarera. Al menos ella tenía cara de estar agradecida y algo más aliviada.
—Siento mucho el escándalo, pero tras ver esa situación no pude contenerme…—Acertó a disculparse, ante lo que la contraria se limitó a negar con la cabeza y marcharse de nuevo dentro con lo que parecía una leve sonrisa. Por otro lado, el chico al que había ido a defender en primer lugar no parecía tan agradecido. Se quedó mirándola por un segundo con un semblante serio mientras en su mano se generaba una especie de esfera. A Mura se le erizó la piel al notar la corriente cercana a si misma mientras realizaba un lento recorrido hacia el centro de la terracita, como una mota de polvo. “¿Qué le siga?” Frunció el ceño, aunque algo le decía que sería mejor alejarse del lugar, ya fuera siguiéndole o no.
Al contrario que el muchacho, la felina se limitó a subirse tras un salto en la valla y otro en una farola, a uno de los tejados más bajos, con caída a dos aguas, llegando a percibir por el rabillo del ojo un fogonazo de luz cuando ya estaba varias casas más adelante. Desde su posición pudo ver al chico de cabellos castaños que acaba de provocar aquello. “¿Así que niño indefenso? Y una mierda.” Molesta por el engaño, decidió seguirle, volviendo a caer a su lado poco antes de que se diera la vuelta para ver si le seguía desde detrás.
Cuando se detuvo, mantuvo la boca cerradita mientras el contrario soltaba lo que parecía iba a ser un sermón. Sermón que ya se había echado ella, por lo que pasó un poco de largo, fijándose mejor ahora en el pequeñín. Era bajito, mucho más que ella y eso eran palabras mayores. La imagen de Neo se le vino a la mente y por un momento divagó sobre cuál habría sido el destino del niño de ojos plateados. Aunque se obligó a volver a la realidad cuando el menor usó la frase “pagar”. ¿Era enserio? Akane suspiró, inclinándose un poco para mirar a la misma altura, al contrario, con una cara llena de ingenuidad. Era una máscara claro, pero el gesto estaba tan bien ejecutado que parecía que la chica de verdad fuera un poco tonta.
—Vaya, eres más joven de lo que pensé desde lejos. — Fueron sus primeras palabras para el contrario. Iba a usar otro termino, como pequeño o bajito, pero joven le pareció menos insultante. Su tono era amable, como el de una señora que hablaba con un niño que parecía perdido. —Y supongo que me pase un poco, pero ver a alguien en problemas y tanta indiferencia…— Su gesto fue similar al de alguien que acaba de vislumbrar una escena “violenta” como una caída que, aunque pudiera parecer cómica, no dejaba de parecer dolorosa. —Supongo que fue la gota que bordo mi paciencia hoy. Aunque dudo que ese haz de luz fuera la mejor manera de dejar de llamar la atención. — Añadió mientras con sus ojos escudriñaba el rostro ajeno y su apariencia física. No le sonaba haberle visto antes, así que supuso que cualquier familiaridad que pudiera sentir era por el aroma del café que le manchaba la cara. —Por cierto, tienes la mejilla manchada. — Añadió sacando un pañuelo. De hecho, iba a hacer por limpiarle ella misma como lo haría con su hija, pero se detuvo segundos antes se apartó para tender la mano ofreciéndoselo. —Ten. No me debes nada… Además… Ofrecerte así a desconocidos no está bien, podrías acabar en situaciones peligrosas. — Su animada actuación se oscureció tenuemente ante ese último comentario, pero se recompuso con una amplia sonrisa justo antes de darse la vuelta. —En fin, ten un buen día.—
—Siento mucho el escándalo, pero tras ver esa situación no pude contenerme…—Acertó a disculparse, ante lo que la contraria se limitó a negar con la cabeza y marcharse de nuevo dentro con lo que parecía una leve sonrisa. Por otro lado, el chico al que había ido a defender en primer lugar no parecía tan agradecido. Se quedó mirándola por un segundo con un semblante serio mientras en su mano se generaba una especie de esfera. A Mura se le erizó la piel al notar la corriente cercana a si misma mientras realizaba un lento recorrido hacia el centro de la terracita, como una mota de polvo. “¿Qué le siga?” Frunció el ceño, aunque algo le decía que sería mejor alejarse del lugar, ya fuera siguiéndole o no.
Al contrario que el muchacho, la felina se limitó a subirse tras un salto en la valla y otro en una farola, a uno de los tejados más bajos, con caída a dos aguas, llegando a percibir por el rabillo del ojo un fogonazo de luz cuando ya estaba varias casas más adelante. Desde su posición pudo ver al chico de cabellos castaños que acaba de provocar aquello. “¿Así que niño indefenso? Y una mierda.” Molesta por el engaño, decidió seguirle, volviendo a caer a su lado poco antes de que se diera la vuelta para ver si le seguía desde detrás.
Cuando se detuvo, mantuvo la boca cerradita mientras el contrario soltaba lo que parecía iba a ser un sermón. Sermón que ya se había echado ella, por lo que pasó un poco de largo, fijándose mejor ahora en el pequeñín. Era bajito, mucho más que ella y eso eran palabras mayores. La imagen de Neo se le vino a la mente y por un momento divagó sobre cuál habría sido el destino del niño de ojos plateados. Aunque se obligó a volver a la realidad cuando el menor usó la frase “pagar”. ¿Era enserio? Akane suspiró, inclinándose un poco para mirar a la misma altura, al contrario, con una cara llena de ingenuidad. Era una máscara claro, pero el gesto estaba tan bien ejecutado que parecía que la chica de verdad fuera un poco tonta.
—Vaya, eres más joven de lo que pensé desde lejos. — Fueron sus primeras palabras para el contrario. Iba a usar otro termino, como pequeño o bajito, pero joven le pareció menos insultante. Su tono era amable, como el de una señora que hablaba con un niño que parecía perdido. —Y supongo que me pase un poco, pero ver a alguien en problemas y tanta indiferencia…— Su gesto fue similar al de alguien que acaba de vislumbrar una escena “violenta” como una caída que, aunque pudiera parecer cómica, no dejaba de parecer dolorosa. —Supongo que fue la gota que bordo mi paciencia hoy. Aunque dudo que ese haz de luz fuera la mejor manera de dejar de llamar la atención. — Añadió mientras con sus ojos escudriñaba el rostro ajeno y su apariencia física. No le sonaba haberle visto antes, así que supuso que cualquier familiaridad que pudiera sentir era por el aroma del café que le manchaba la cara. —Por cierto, tienes la mejilla manchada. — Añadió sacando un pañuelo. De hecho, iba a hacer por limpiarle ella misma como lo haría con su hija, pero se detuvo segundos antes se apartó para tender la mano ofreciéndoselo. —Ten. No me debes nada… Además… Ofrecerte así a desconocidos no está bien, podrías acabar en situaciones peligrosas. — Su animada actuación se oscureció tenuemente ante ese último comentario, pero se recompuso con una amplia sonrisa justo antes de darse la vuelta. —En fin, ten un buen día.—
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La muchacha no pareció reaccionar negativamente a mi comentario. Eso, o llevaba una careta impoluta y difícil de descubrir, ya que su reacción primera fue inclinarse un poco para ser capaz de mirarme a la cara y comenzar a hablar con una mueca inocente. Como alguien que no era demasiado consciente de lo que sucedía a su alrededor, o que simplemente se limitaba a vivir. Una mirada simple, sin mucho más escondido en aquellos ojos azules. ¿Realmente alguien que hacía un minuto le había destrozado la entrepierna a un macarra de tres al cuarto podía tener esa expresión en la cara? Había conocido gente, digamos, tonta, tiempo atrás, pero sin malicia alguna, y ella podría encajar perfectamente en el grupo de no ser por el desfile de malos tratos que había hecho en aquel momento. Pero bueno, quizás simplemente aquellas situaciones sacaban lo peor de ella, ya que yo no era el más indicado para juzgar gente por la portada.
En cuanto empezó a hablar, con una voz muy propia de su cuerpo, simplemente se limitó a llamarme joven. Y, bueno, era verdad. De lejos, con el traje y la coleta, podía aparentar ser más mayor de lo que realmente era, pero tampoco me parecía una necesidad el comentarlo nada más conocerme. Su tono era fácilmente identificable, simplemente porque ya estaba acostumbrado a que me taladrasen la oreja con él cada vez que iba a cualquier lugar donde había guardias. ¿El de la maternidad? Quizás era más fácil definirlo como el de la preocupación y la protección, como si yo simplemente no fuese capaz de gestionar mi vida y necesidades por mí mismo, sino que necesitase la ayuda de algún desconocido para encaminarlos . Yo, para no parecer maleducado, me limité a asentir mientras ella seguía hablando, muestra de que estaba escuchando atentamente todo aquello que me decía. Prosiguió con esa forma de ser, esta vez a modo de queja hacia aquellos clientes que me ignoraban a mí y a la situación, excusando su comportamiento como una explosión de ira que no había podido controlar. Sin dejarme tiempo a meditar aquella frase, aprovechó para echarme en cara lo poco sutil de mi huida. ¿Acaso había alguna posibilidad más elegante? Porque ojalá me la hubiera dicho. Al menos había tenido la decencia de avisarle y no huir yo solo, o dejarla ciega durante un rato.
Acto seguido volvió al punto de partida, avisándome de que tenía algo en la mejilla. Al parecer, el café me había manchado la cara más de lo que pensaba ya que, aunque había escapado nada más tener la oportunidad, había aprovechado el trayecto para limpiarme un poco y no parecer un loco que corre lo más lejos posible del loquero. Sacó un pañuelo y, acercándolo lentamente a lo que supuse que era la mancha, me terminó por mirar y dármelo en la mano para que lo hiciese por mí mismo. Mientras yo lo frotaba contra mi cara, tratando de dejarla lo más limpia posible, ella ya había comenzado a soltarme un pequeño pero pesado sermón sobre que no debía ofrecerme a desconocidos, tras lo que su rostro perdió aquel brillo que parecía caracterizarla. ¿Algo dentro de ella había reaccionado instintivamente a aquella idea…? Bueno, de poco o nada servía teorizar acerca de la vida de alguien que no conocía para nada, ni tampoco creo que me trajese nada bueno. Además, ¿para qué comerse la cabeza si ella ya había vuelto a la normalidad, con aquella sonrisa brillante que mostraba a cada rato?
Se quería marchar tras la charla pero, pensando en lo que todavía me quedaba por hacer en Water Seven, el ir solo por las calles y centrarme únicamente en cumplir mi encargo sería una tarea aburrida hasta la muerte. Tampoco es que mi banda tuviese prisas en zarpar hacia cualquier otro lugar, por lo que yo estaba allí por mi lado y, de esa forma, era completamente libre de utilizar mi tiempo como me viniese en gana. Y, ahora mismo, no sé si por orgullo o por puro aburrimiento, mi mayor deseo era dar una vuelta con alguien, simplemente para poder hablar, compartir algo o, como mínimo, no sentirme tan solo en un sitio donde cada esquina y canal estaba ocupada por una pareja. Con un tono propio de un niño al que amenazan con quitarle el juguete, comenzó a hablar:
— No, no, de verdad. — Negaba con las manos, moviendo la muñeca para que las palmas girasen. — No es por ser pesado, pero me gustaría invitarte a algo, lo que quieras. — Sonreí de una forma bastante sincera, ilusionado por lo que iba a decir. — Además, llegué hoy a Water Seven y a duras penas conozco cualquier cosa del lugar, o a cualquier persona. — No era una mentira, pero tampoco una verdad. Era mi segunda vez aquí, y conocía sitios de la isla, pero se limitaban a las alcantarillas, el cementerio de barcos, y un par de hoteles a pie de calle. — Me encantaría no ir solo. Aunque si tienes algo que hacer, lo entendería… — Un tono penoso se apoderó de mí, mitad por instinto, mitad utilizado a propósito. — Si necesitas información, comprar cualquier cosa, o contactos, también lo podríamos hablar… — Si no lo convencía por el método emocional, en el que no era precisamente el más útil, trataba de ganarme su favor a través de tratos, tanto de dudosa como de completa legalidad.
En cuanto empezó a hablar, con una voz muy propia de su cuerpo, simplemente se limitó a llamarme joven. Y, bueno, era verdad. De lejos, con el traje y la coleta, podía aparentar ser más mayor de lo que realmente era, pero tampoco me parecía una necesidad el comentarlo nada más conocerme. Su tono era fácilmente identificable, simplemente porque ya estaba acostumbrado a que me taladrasen la oreja con él cada vez que iba a cualquier lugar donde había guardias. ¿El de la maternidad? Quizás era más fácil definirlo como el de la preocupación y la protección, como si yo simplemente no fuese capaz de gestionar mi vida y necesidades por mí mismo, sino que necesitase la ayuda de algún desconocido para encaminarlos . Yo, para no parecer maleducado, me limité a asentir mientras ella seguía hablando, muestra de que estaba escuchando atentamente todo aquello que me decía. Prosiguió con esa forma de ser, esta vez a modo de queja hacia aquellos clientes que me ignoraban a mí y a la situación, excusando su comportamiento como una explosión de ira que no había podido controlar. Sin dejarme tiempo a meditar aquella frase, aprovechó para echarme en cara lo poco sutil de mi huida. ¿Acaso había alguna posibilidad más elegante? Porque ojalá me la hubiera dicho. Al menos había tenido la decencia de avisarle y no huir yo solo, o dejarla ciega durante un rato.
Acto seguido volvió al punto de partida, avisándome de que tenía algo en la mejilla. Al parecer, el café me había manchado la cara más de lo que pensaba ya que, aunque había escapado nada más tener la oportunidad, había aprovechado el trayecto para limpiarme un poco y no parecer un loco que corre lo más lejos posible del loquero. Sacó un pañuelo y, acercándolo lentamente a lo que supuse que era la mancha, me terminó por mirar y dármelo en la mano para que lo hiciese por mí mismo. Mientras yo lo frotaba contra mi cara, tratando de dejarla lo más limpia posible, ella ya había comenzado a soltarme un pequeño pero pesado sermón sobre que no debía ofrecerme a desconocidos, tras lo que su rostro perdió aquel brillo que parecía caracterizarla. ¿Algo dentro de ella había reaccionado instintivamente a aquella idea…? Bueno, de poco o nada servía teorizar acerca de la vida de alguien que no conocía para nada, ni tampoco creo que me trajese nada bueno. Además, ¿para qué comerse la cabeza si ella ya había vuelto a la normalidad, con aquella sonrisa brillante que mostraba a cada rato?
Se quería marchar tras la charla pero, pensando en lo que todavía me quedaba por hacer en Water Seven, el ir solo por las calles y centrarme únicamente en cumplir mi encargo sería una tarea aburrida hasta la muerte. Tampoco es que mi banda tuviese prisas en zarpar hacia cualquier otro lugar, por lo que yo estaba allí por mi lado y, de esa forma, era completamente libre de utilizar mi tiempo como me viniese en gana. Y, ahora mismo, no sé si por orgullo o por puro aburrimiento, mi mayor deseo era dar una vuelta con alguien, simplemente para poder hablar, compartir algo o, como mínimo, no sentirme tan solo en un sitio donde cada esquina y canal estaba ocupada por una pareja. Con un tono propio de un niño al que amenazan con quitarle el juguete, comenzó a hablar:
— No, no, de verdad. — Negaba con las manos, moviendo la muñeca para que las palmas girasen. — No es por ser pesado, pero me gustaría invitarte a algo, lo que quieras. — Sonreí de una forma bastante sincera, ilusionado por lo que iba a decir. — Además, llegué hoy a Water Seven y a duras penas conozco cualquier cosa del lugar, o a cualquier persona. — No era una mentira, pero tampoco una verdad. Era mi segunda vez aquí, y conocía sitios de la isla, pero se limitaban a las alcantarillas, el cementerio de barcos, y un par de hoteles a pie de calle. — Me encantaría no ir solo. Aunque si tienes algo que hacer, lo entendería… — Un tono penoso se apoderó de mí, mitad por instinto, mitad utilizado a propósito. — Si necesitas información, comprar cualquier cosa, o contactos, también lo podríamos hablar… — Si no lo convencía por el método emocional, en el que no era precisamente el más útil, trataba de ganarme su favor a través de tratos, tanto de dudosa como de completa legalidad.
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—Parece que estas en una encerrona, niña. —Otra vez aquel desagradable tono de burla, que caracterizaba al felino, repicaba contra la cabeza de Mura. Esta vez acentuado por el hecho de que tenía razón, lo cual solo incitaba a una mayor rabia por parte de la pelirroja, que odiaba tener que dar la razón al espíritu de su Akuma. Como fuera, por alguna razón el niño frente a ella de cabellos café y ojos de un tono tirando a ámbar la había dejado sin ninguna forma de negarse a acompañarle. Aunque con sus primeras dos frases le hubieran bastado. El último dato de hecho, solo había servido para alarmar a la contraria. ¿Contactos? ¿Qué clase de contactos podría tener alguien como él? Un pensamiento nada agradable le recorrió la mente, pero decidió no prestarle atención y quedarse con la parte agradable de la proposición, por el momento.
—Está bien, tampoco tengo muchas ganas de volver a la casa en la que me hospedo todavía. — Acabó por decir tras un rato de lo que parecían dudas al respecto. —Pero tampoco esperes mucho de mí, ¿vale? Apenas llevo un par de semanas viviendo en Water Seven y no es que haya salido mucho. Por cierto…— Se quedó pensativa por un segundo, dudando en si darle su “nombre” o no. Aunque mientras no fuera el real no habría problema alguno. —Me llamo Saki. Creo que si te voy a estar acompañando lo suyo sería presentarme. Siento no haberlo pensado antes. — Terminó diciendo mientras llevaba la mano a la nuca, rascando esta suavemente. Su rostro denotaba cierto bochorno por la situación. —¿Tú cómo te llamas? — Su mano paso a estar de nuevo frete a ella, ocupando el espacio entre ambos en forma de ofrecimiento para estrechar la mano del contrario.
Una vez hubieran terminado de presentarse y decidieran a dónde sería mejor ir se pondrían en marchar. De paso, Mura podría preguntar alguna cosa al contrario por su viaje y ella le diría alguna que otra cosa sobre sí misma, dentro de un margen de seguridad: ¿De dónde venía? ¿Por qué viajaba? ¿Qué había visto en sus aventuras? Mura podía comentarle cosas sobre algunas de las islas, como Sabaody o lugares más faltos de vida. El cómo se ganaba la vida y se costeaba los viajes gracias a su “manager” y a su oferta de trabajo como cantante y bailarina –que podía explicar en parte su forma de tratar al abusón de antes por no haber sido la primera escena del estilo con la que se cruzaba- y otros datos que lo mismo al contrario ni le interesasen y que omitieran quien era en verdad.
Al final, tras un rato largo andando, acabaron llegando a lo que parecía el escaparate de una pastelería en el tercer “piso” de la isla. Sin duda bastante más limpio que lo que llevaban visto por el momento. Quizás esto fuera en parte culpa del olfato de la rubia, pues tras tantas horas caminando el olor a pan recién hecho y a chocolate glas recién montado sobre el bizcocho, justo antes de endurecerse le había llegado desde hacía un par de manzanas. De un tono rosa pálido y bonitas vitrinas con llamativos dulces de colores, desde el escaparate se podían ver los precios y también una zona dentro, aparentemente acogedora, donde poder degustar lo que se comprara. Los ojos de Mura brillaron mientras se asomaba al escaparate, adelantándose un poco antes de tomar la mano del contrario para tirar de él. —Oye, ¿te apetece probar algo? —
—Está bien, tampoco tengo muchas ganas de volver a la casa en la que me hospedo todavía. — Acabó por decir tras un rato de lo que parecían dudas al respecto. —Pero tampoco esperes mucho de mí, ¿vale? Apenas llevo un par de semanas viviendo en Water Seven y no es que haya salido mucho. Por cierto…— Se quedó pensativa por un segundo, dudando en si darle su “nombre” o no. Aunque mientras no fuera el real no habría problema alguno. —Me llamo Saki. Creo que si te voy a estar acompañando lo suyo sería presentarme. Siento no haberlo pensado antes. — Terminó diciendo mientras llevaba la mano a la nuca, rascando esta suavemente. Su rostro denotaba cierto bochorno por la situación. —¿Tú cómo te llamas? — Su mano paso a estar de nuevo frete a ella, ocupando el espacio entre ambos en forma de ofrecimiento para estrechar la mano del contrario.
Una vez hubieran terminado de presentarse y decidieran a dónde sería mejor ir se pondrían en marchar. De paso, Mura podría preguntar alguna cosa al contrario por su viaje y ella le diría alguna que otra cosa sobre sí misma, dentro de un margen de seguridad: ¿De dónde venía? ¿Por qué viajaba? ¿Qué había visto en sus aventuras? Mura podía comentarle cosas sobre algunas de las islas, como Sabaody o lugares más faltos de vida. El cómo se ganaba la vida y se costeaba los viajes gracias a su “manager” y a su oferta de trabajo como cantante y bailarina –que podía explicar en parte su forma de tratar al abusón de antes por no haber sido la primera escena del estilo con la que se cruzaba- y otros datos que lo mismo al contrario ni le interesasen y que omitieran quien era en verdad.
Al final, tras un rato largo andando, acabaron llegando a lo que parecía el escaparate de una pastelería en el tercer “piso” de la isla. Sin duda bastante más limpio que lo que llevaban visto por el momento. Quizás esto fuera en parte culpa del olfato de la rubia, pues tras tantas horas caminando el olor a pan recién hecho y a chocolate glas recién montado sobre el bizcocho, justo antes de endurecerse le había llegado desde hacía un par de manzanas. De un tono rosa pálido y bonitas vitrinas con llamativos dulces de colores, desde el escaparate se podían ver los precios y también una zona dentro, aparentemente acogedora, donde poder degustar lo que se comprara. Los ojos de Mura brillaron mientras se asomaba al escaparate, adelantándose un poco antes de tomar la mano del contrario para tirar de él. —Oye, ¿te apetece probar algo? —
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Pude leer durante un minúsculo momento la duda en sus ojos, pero dicha mueca pareció volver a la cara que permanecía siempre en ella. Cualquiera hubiera dicho que era incapaz de gesticular, pero ya había demostrado en varias ocasiones que podía demostrar una gama curiosa de emociones en ella. Como mínimo, furia y soberbia, y eso ya era un espectro lo suficientemente amplio, creo yo. De todas formas, en cuanto pareció ser consciente, volvió a ser la persona que había conocido hacía un rato y, para mi suerte, aceptó la propuesta de hacer algo juntos. Parecía que había quedado en algún momento del día y tenía un destino claro, la casa de alguien. Al menos ya sabía que tenía a algún conocido en la isla, eso como mínimo era bastante más de lo que había logrado yo la primera vez. Al instante, dejó claro que tampoco conocía demasiado de la isla, ya que llevaba únicamente dos semanas en Water Seven, pero aquello ya eran trece días más que yo. Y en trece días te daba tiempo a cruzar un terreno como aquel una, dos, y más de diez veces.
También descubrí su nombre: Saki. Tras esto, preguntó por el mío mientras me ofrecía la mano en gesto de cordialidad y yo, contento por cómo se estaba desarrollando la situación, me presenté como Lance, dándole un apretón. ¿Para qué mentir con mi nombre? Realmente sería bastante más incómodo presentarme como Sif con aquel aspecto y, que si la mala suerte se aparecía, descubriera quién era y mi cara. Podría haberme inventado cualquier apodo, mote, o lo que sea, pero mi creativa no me dio la posibilidad de darle uno que sonase lo suficientemente lógico, así que me rendí en ese intento y le dije el mío real. Poco después, tomamos simplemente una ruta hacia el siguiente piso que conformaba la tarta de Water Seven.
El camino fue bastante tranquilo y relajado, quizás demasiado, donde compartimos un poco de información sobre nosotros , cosas más bien banales. Ni pasados comprometidos, ni detalles ilegales, ni nada que le pudiera ganar una visita al cuartelillo de la guardia marina. Sabía la diferencia entre una charla amistosa con una persona y delatarme a mí mismo, así que tenía suficiente cuidado con mis palabras como para no hacer nada de lo que me pudiera arrepentir más tarde. Básicamente, era una mujer que se dedicaba al arte, y eso mismo explicaba las capacidades que había demostrado hacía más bien poco, y estaba aquí gracias al que era su mánager en el momento.
Para el rato en que parecía que los temas fáciles y simples se habían acabado y o tocaría callarse o hablar de cosas más transcendentales, parecía que habíamos llegado a nuestro destino. Bueno, nuestro… Por el camino tan errático y sin lo que parecía un objetivo claro, cualquiera hubiera dicho que era el objetivo de ella desde el principio, pero tampoco lo podría asegurar. Era una pastelería y bollería de un tamaño considerable, incluso para el piso en el que se encontraban, que hubiera abierto el apetito a cualquiera que se pasase por allí, hubiera comido hace poco o no. Las paredes estaban pintadas de tono pastel, color que compartían con los dulces que anunciaban y ofrecían en las vitrinas de la entrada, y con el mobiliario del salón para comer que allí había. Salón que parecía que iba a probar dentro de poco, ya que sus ojos habían empezado a brillar de la misma forma que lo hacen los de un niño frente a una juguetería antes del día de su cumpleaños. Noté una pequeña presión en la mano, caliente, que provenía de la mano contraria, a la par que unas cinco palabras salían de su boca, obligándome a entrar a la tienda. Su tono no me estaba dejando más margen de acción, si no, me sentiría mal. Además, qué coño, yo también tenía ganas de comerme un dulce.
Sujetando la mano de ella comencé a adentrarme en la tienda, hasta que llegué hasta una mesa libre y me pude sentar, dejándole espacio a ella para que tomase la silla frente a mí. Era una mesa amplia, que dejaba espacio a poner varios platos, así que podía aprovechar para pedir varias cosas de una y así probar todo de golpe. Levanté la mano y al instante se acercó un camarero que ya nos había estado siguiendo con la mirada, hasta quedarse a un paso de nosotros:
— ¿Querría algo la pareja? — Asentí mientras tomaba la carta, ojeando todo lo que estaban ofertando, y mirando a mi compañera.
— ¿Vas a querer algo en especial? — Esperaría a su respuesta y, aun siendo un postre o veinte, diría lo mismo, girando el cuello hacia el encargado nuevamente. — Lo que dijo la chica, más un gofre y un vaso de leche, por favor. ¡Muchas gracias! — Le despedí con la mano mientras se iba con su bloc de notas. Entonces apoyé los codos en la mesa y miré al frente, todo para amenizar el tiempo que iba a tardar la comanda en llegar. — Entonces, cantas y bailas, ¿no? ¿Qué tipo de música es tu especialidad? — Mi mueca era de una persona completamente curiosa e interesada, sin rastro de cualquier otra emoción que la ilusión.
También descubrí su nombre: Saki. Tras esto, preguntó por el mío mientras me ofrecía la mano en gesto de cordialidad y yo, contento por cómo se estaba desarrollando la situación, me presenté como Lance, dándole un apretón. ¿Para qué mentir con mi nombre? Realmente sería bastante más incómodo presentarme como Sif con aquel aspecto y, que si la mala suerte se aparecía, descubriera quién era y mi cara. Podría haberme inventado cualquier apodo, mote, o lo que sea, pero mi creativa no me dio la posibilidad de darle uno que sonase lo suficientemente lógico, así que me rendí en ese intento y le dije el mío real. Poco después, tomamos simplemente una ruta hacia el siguiente piso que conformaba la tarta de Water Seven.
El camino fue bastante tranquilo y relajado, quizás demasiado, donde compartimos un poco de información sobre nosotros , cosas más bien banales. Ni pasados comprometidos, ni detalles ilegales, ni nada que le pudiera ganar una visita al cuartelillo de la guardia marina. Sabía la diferencia entre una charla amistosa con una persona y delatarme a mí mismo, así que tenía suficiente cuidado con mis palabras como para no hacer nada de lo que me pudiera arrepentir más tarde. Básicamente, era una mujer que se dedicaba al arte, y eso mismo explicaba las capacidades que había demostrado hacía más bien poco, y estaba aquí gracias al que era su mánager en el momento.
Para el rato en que parecía que los temas fáciles y simples se habían acabado y o tocaría callarse o hablar de cosas más transcendentales, parecía que habíamos llegado a nuestro destino. Bueno, nuestro… Por el camino tan errático y sin lo que parecía un objetivo claro, cualquiera hubiera dicho que era el objetivo de ella desde el principio, pero tampoco lo podría asegurar. Era una pastelería y bollería de un tamaño considerable, incluso para el piso en el que se encontraban, que hubiera abierto el apetito a cualquiera que se pasase por allí, hubiera comido hace poco o no. Las paredes estaban pintadas de tono pastel, color que compartían con los dulces que anunciaban y ofrecían en las vitrinas de la entrada, y con el mobiliario del salón para comer que allí había. Salón que parecía que iba a probar dentro de poco, ya que sus ojos habían empezado a brillar de la misma forma que lo hacen los de un niño frente a una juguetería antes del día de su cumpleaños. Noté una pequeña presión en la mano, caliente, que provenía de la mano contraria, a la par que unas cinco palabras salían de su boca, obligándome a entrar a la tienda. Su tono no me estaba dejando más margen de acción, si no, me sentiría mal. Además, qué coño, yo también tenía ganas de comerme un dulce.
Sujetando la mano de ella comencé a adentrarme en la tienda, hasta que llegué hasta una mesa libre y me pude sentar, dejándole espacio a ella para que tomase la silla frente a mí. Era una mesa amplia, que dejaba espacio a poner varios platos, así que podía aprovechar para pedir varias cosas de una y así probar todo de golpe. Levanté la mano y al instante se acercó un camarero que ya nos había estado siguiendo con la mirada, hasta quedarse a un paso de nosotros:
— ¿Querría algo la pareja? — Asentí mientras tomaba la carta, ojeando todo lo que estaban ofertando, y mirando a mi compañera.
— ¿Vas a querer algo en especial? — Esperaría a su respuesta y, aun siendo un postre o veinte, diría lo mismo, girando el cuello hacia el encargado nuevamente. — Lo que dijo la chica, más un gofre y un vaso de leche, por favor. ¡Muchas gracias! — Le despedí con la mano mientras se iba con su bloc de notas. Entonces apoyé los codos en la mesa y miré al frente, todo para amenizar el tiempo que iba a tardar la comanda en llegar. — Entonces, cantas y bailas, ¿no? ¿Qué tipo de música es tu especialidad? — Mi mueca era de una persona completamente curiosa e interesada, sin rastro de cualquier otra emoción que la ilusión.
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Intelecto
Agudeza
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La mayor tomó asiento en la mesa más apartada, en parte para asegurarse de que su desarrollado olfato no molestase a la hora de degustar la cocina en caso de sentarse cerca del mostrador y la puerta que, en teoría, debía dar a la cocina. Por otro lado, todavía le escamaba eso de los “contactos” que el menor frente a ella había comentado. Fijándose bien, su ropa tampoco parecía ir acorde a lo que un “adolescente” normalmente vestiría… Aunque quizás estando en wáter seven esa ropa no fuera tan rara para pasearse por la calle. Como fuere, la comida iba primero. Mura tomó la carta, ojeándola por encima mientras el contrario hacía lo mismo, con el camarero mirándoles fijamente.
Tanta atención directa la escamaba cuando era consciente de ella, por lo que se apuró en elegir todo lo que le llamase la atención lo más rápido posible. Ya haría cuentas luego para no dejar que Lance pagase todos sus caprichos por ella. No es que comiera poco a pesar de su estatura y de su apariencia física tampoco. —La verdad es que sí…— Admitió ella, aún con la nariz en la carta. —Quisiera un trozo de shortcake, una amandina, una porción de tres chocolates, una tartaleta de frutas, dos crepes con cacao, frambuesas y vainilla, un refresco con helado por encima y un té de frutos rojos, por favor. — Pidió, bajando la carta al terminar para cerrarla y dársela al camarero con una amable sonrisa que acompañaba a su tono risueño. Este tomó el objeto con una ceja claramente arqueada ante la petición y con algo en la punta de sus labios, como si quisiera preguntar si quería parte de eso para llevar en vez de para comer, así que Akane le dio un empujoncito a su pregunta. —Todo para tomar, por favor. —
El hombre parpadeó varias veces perplejo antes de aclararse la garganta, recobrando la compostura y asintiendo. —Como guste, señorita. ¿Y para el caballero? —
—Lo mismo. — Mura giró entonces la cabeza para mirar al contrario, sorprendida. Se lo hubiera esperado de Aka y cualquier otro de los Red Demons, salvo –si acaso- de Lancelot. E incluso por parte de alguno de los Blue, aunque ellos parecían más de platos salados. Al único que –por apariencias y carácter- hubiera visto más de postres era Slave… Y si acaso Dexter, pero no sabía aún que opinión tener sobre él en la comida. Si no hubiera conocido a Neo incluso le hubiera preguntado si estaba seguro de querer subirse la tensión de esa forma o arriesgarse a padecer diabetes. Como fuere, simplemente le dejó estar en silencio mientras el camarero tomaba su carta también y se marchaba.
—Vaya, eso me sorprendió…— Murmuraría, siendo cortada por la pregunta del contrario antes de animarse a hablar. No era quien para opinar después de todo. —¿Mi especialidad? Bueno, creo que es algo… “propio de mí”. La verdad. Empecé cantando porque era un recuerdo de cuando era pequeña… Luego seguí en parte por obligación y aprendí a tocar varios instrumentos, y el baile fue medio por gusto medio por clases… Sé algo de Ballet. Pero casi todos los pasos que hago son improvisados, no sigo una coreografía definida… Sobre mi música… Me gusta que sea animada. Alegrar a la gente que me escucha y generar un buen ambiente. Supongo que “música de taberna” sería una buena forma de definirlo. — La explicación iba acompañada de sus distintos gestos y expresiones faciales que acompasaban de forma un poco cómica la dificultad que tenía para explicarlo.
—En definitiva, creo que es algo más fácil de entender con una demostración que con intentar explicarlo. — Concluyó tras un rato, el que tardaron en traer los refrescos y una parte de los duces sobre lo que parecía una mesa con ruedas y dejarlos sobre la mesa.
—Los otros platos están de camino. — Añadió el mismo señor antes de volver a irse. Mura simplemente asintió.
—Bueno, ahora me toca a mí. Tú trabajo… ¿En qué consiste realmente? Dijiste antes algo sobre contactos. — Preguntó mientras con el tenedor cogía una fresa de encima de su shortcake y la apuntaba primero a él antes de dirigirla a su boca.
Tanta atención directa la escamaba cuando era consciente de ella, por lo que se apuró en elegir todo lo que le llamase la atención lo más rápido posible. Ya haría cuentas luego para no dejar que Lance pagase todos sus caprichos por ella. No es que comiera poco a pesar de su estatura y de su apariencia física tampoco. —La verdad es que sí…— Admitió ella, aún con la nariz en la carta. —Quisiera un trozo de shortcake, una amandina, una porción de tres chocolates, una tartaleta de frutas, dos crepes con cacao, frambuesas y vainilla, un refresco con helado por encima y un té de frutos rojos, por favor. — Pidió, bajando la carta al terminar para cerrarla y dársela al camarero con una amable sonrisa que acompañaba a su tono risueño. Este tomó el objeto con una ceja claramente arqueada ante la petición y con algo en la punta de sus labios, como si quisiera preguntar si quería parte de eso para llevar en vez de para comer, así que Akane le dio un empujoncito a su pregunta. —Todo para tomar, por favor. —
El hombre parpadeó varias veces perplejo antes de aclararse la garganta, recobrando la compostura y asintiendo. —Como guste, señorita. ¿Y para el caballero? —
—Lo mismo. — Mura giró entonces la cabeza para mirar al contrario, sorprendida. Se lo hubiera esperado de Aka y cualquier otro de los Red Demons, salvo –si acaso- de Lancelot. E incluso por parte de alguno de los Blue, aunque ellos parecían más de platos salados. Al único que –por apariencias y carácter- hubiera visto más de postres era Slave… Y si acaso Dexter, pero no sabía aún que opinión tener sobre él en la comida. Si no hubiera conocido a Neo incluso le hubiera preguntado si estaba seguro de querer subirse la tensión de esa forma o arriesgarse a padecer diabetes. Como fuere, simplemente le dejó estar en silencio mientras el camarero tomaba su carta también y se marchaba.
—Vaya, eso me sorprendió…— Murmuraría, siendo cortada por la pregunta del contrario antes de animarse a hablar. No era quien para opinar después de todo. —¿Mi especialidad? Bueno, creo que es algo… “propio de mí”. La verdad. Empecé cantando porque era un recuerdo de cuando era pequeña… Luego seguí en parte por obligación y aprendí a tocar varios instrumentos, y el baile fue medio por gusto medio por clases… Sé algo de Ballet. Pero casi todos los pasos que hago son improvisados, no sigo una coreografía definida… Sobre mi música… Me gusta que sea animada. Alegrar a la gente que me escucha y generar un buen ambiente. Supongo que “música de taberna” sería una buena forma de definirlo. — La explicación iba acompañada de sus distintos gestos y expresiones faciales que acompasaban de forma un poco cómica la dificultad que tenía para explicarlo.
—En definitiva, creo que es algo más fácil de entender con una demostración que con intentar explicarlo. — Concluyó tras un rato, el que tardaron en traer los refrescos y una parte de los duces sobre lo que parecía una mesa con ruedas y dejarlos sobre la mesa.
—Los otros platos están de camino. — Añadió el mismo señor antes de volver a irse. Mura simplemente asintió.
—Bueno, ahora me toca a mí. Tú trabajo… ¿En qué consiste realmente? Dijiste antes algo sobre contactos. — Preguntó mientras con el tenedor cogía una fresa de encima de su shortcake y la apuntaba primero a él antes de dirigirla a su boca.
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Al parecer, la muchacha tenía claro el apetito con el que contaba en esos precisos instantes. Con un gesto que no se inmutaba ante lo que parecía decir, como si no fuera consciente de la monstruosa cantidad de comida que estaba pidiendo, comenzó a lo que parecía ser recitar la carta, punto por punto. Estaba omitiendo según qué postres más específicos o que, de plano, no parecían gustarle, pero quizás pudo leer una página entera de las dos con las que contaba la carta. Y, aunque mi cara no llegó a torcerse tanto como la del camarero, que estaba a poco de limpiar el suelo con la mandíbula, no me dejaba de sorprender que fuera a comer tanto con un cuerpo como aquel. Bueno, ni aunque midiese dos metros me parecía una cantidad razonable, menos aún si no querías morir por diabetes en la misma puerta del negocio.
Pero esto me dejaba una oportunidad que no iba a desaprovechar en ninguno de los casos: comenzar una pequeña competición de comilones con ella. Por los gestos que había tenido, cuando no parecía ser tan formal como la mayoría del tiempo, tenía razones de sobra como para pensar que, tras su fachada, había un pequeño sentimiento infantil o más salvaje que no quería demostrar. ¿Y qué mejor forma de juntar ambos mundos que comiendo dulces en una pastelería cara? Mi cartera no se resentiría de todas formas. Así, cuando llegó mi turno de pedir, me reafirmé en mi deseo de hacer de esto una competición y pedí todo lo que ella dijo más un gofre, que me encantaban, y un vaso de leche para digerir todo. No sabía cómo me iba a meter tanta comida dentro del cuerpo, pero nunca se me había dado mal improvisar sobre la marcha. Dejé al camarero tomar mi carta, ya que estaba bastante seguro de que no me haría falta tomarla nuevamente, y él se fue con un gesto entre aterrado, sorprendido y satisfecho.
Ella aprovechó ese momento para responder a mi pregunta y yo, como buen interlocutor, apoyé mi cabeza en las palmas de mis manos, ahora juntas, denotando que tenía toda mi atención. Y así era, la escucharía ignorando el resto de cosas a mi alrededor. Su historia no era tan poco común como uno cabría esperar, sino que había comenzado como la gran mayoría de cantantes: cantando de niño. Clases, trabajo, aprender a bailar ballet, tocar muchos instrumentos… Todo lo hacía para alegrar a la gente, y claramente era una razón tan válida como cualquier otra. Definía su mejor tipo de música como ‘’música de taberna’’, algo curioso, que nunca hubiera dicho mirando a su cara, pero que podía ser. Aun atragantándose un poco con las palabras, su historia había quedado clara, y ahora al menos me la podía imaginar con una guitarra. Y me gustaba la verdad, tenía ganas de verla en un futuro, algo a lo que ella apoyó dejando claro que me enteraría mejor si me lo demostraba.
Para cuando terminó, yo seguía embelesado escuchando sus palabras, y el camarero me sacó del trance cuando comenzó a colocar los platillos delante de mí y de ella, uno a uno. Tenía trabajo a ese ritmo, y eso que no traía todos. Para dejarle espacio para trabajar separé los codos de la tabla y me apoyé en el respaldo del asiento, mirando al empleado y a la muchacha, hasta que este primero terminó y se fue mientras aclaraba que la segunda tanda estaría en camino. La mesa estaba llena. Si hacía un movimiento en falso, cualquier dulce podría estar en el suelo antes de darme cuenta, así que tocaría hacerlo lentamente. Comencé a cortar el gofre, con claras pretensiones de empezar por mi preferido, mientras veía como la rubia convertía nuestra reunión en un juego de preguntas, devolviéndome la cuestión. Me preguntaba sobre mi trabajo, y no tenía muy claro cómo definirlo, más que soltar una serie de eufemismos que, si bien no decían nada realmente, sonarían bien. Pero no parecía ser tan tonta como para no darse cuenta de aquella treta, así que mejor podía combinar la realidad en mis frases:
— Un trabajo por aquí, otro por allá… — Pinché el trozo de gofre y me lo puse frente a mí, mirándolo y poniéndome un poco bizco en el proceso. — Supongo que el nombre más correcto para mi profesión sería mercenario. — Mordí entonces lo que había pinchado y una mueca de felicidad se reflejó en mi cara, fruto del gran sabor que tenía. Quizás perdía seriedad, pero no me importaba mientras el gusto me hiciese perder la concentración. Cuando terminé de masticar y tragué, proseguí. — Pero no un mercenario malo. Simplemente hago lo que me piden, así gano dinero. Ellos tienen su trabajo hecho, yo puedo comer otro día… Esas cosas. Pero no soy un criminal, nada más cerca de la realidad. — Aprovechaba mientras hablaba para cortar el siguiente trozo de una forma bastante educada. — No mucho más. Si quieres hacerlo sonar mejor, hombre de negocios, ya que tampoco me limito a hacer las cosas por mí mismo. También contrato terceros y tal, de ahí que conozca gente de sobra. — Volví a repetir la acción anterior, esta vez sin recrearme tanto mirando el trozo de dulce. — ¿Y tú por qué estás aquí, en la isla de los canales? ¿Vas a dar un concierto? — Quería continuar aquella entrevista recíproca, tanto para amenizar la gigantesca merienda como por mera curiosidad.
Pero esto me dejaba una oportunidad que no iba a desaprovechar en ninguno de los casos: comenzar una pequeña competición de comilones con ella. Por los gestos que había tenido, cuando no parecía ser tan formal como la mayoría del tiempo, tenía razones de sobra como para pensar que, tras su fachada, había un pequeño sentimiento infantil o más salvaje que no quería demostrar. ¿Y qué mejor forma de juntar ambos mundos que comiendo dulces en una pastelería cara? Mi cartera no se resentiría de todas formas. Así, cuando llegó mi turno de pedir, me reafirmé en mi deseo de hacer de esto una competición y pedí todo lo que ella dijo más un gofre, que me encantaban, y un vaso de leche para digerir todo. No sabía cómo me iba a meter tanta comida dentro del cuerpo, pero nunca se me había dado mal improvisar sobre la marcha. Dejé al camarero tomar mi carta, ya que estaba bastante seguro de que no me haría falta tomarla nuevamente, y él se fue con un gesto entre aterrado, sorprendido y satisfecho.
Ella aprovechó ese momento para responder a mi pregunta y yo, como buen interlocutor, apoyé mi cabeza en las palmas de mis manos, ahora juntas, denotando que tenía toda mi atención. Y así era, la escucharía ignorando el resto de cosas a mi alrededor. Su historia no era tan poco común como uno cabría esperar, sino que había comenzado como la gran mayoría de cantantes: cantando de niño. Clases, trabajo, aprender a bailar ballet, tocar muchos instrumentos… Todo lo hacía para alegrar a la gente, y claramente era una razón tan válida como cualquier otra. Definía su mejor tipo de música como ‘’música de taberna’’, algo curioso, que nunca hubiera dicho mirando a su cara, pero que podía ser. Aun atragantándose un poco con las palabras, su historia había quedado clara, y ahora al menos me la podía imaginar con una guitarra. Y me gustaba la verdad, tenía ganas de verla en un futuro, algo a lo que ella apoyó dejando claro que me enteraría mejor si me lo demostraba.
Para cuando terminó, yo seguía embelesado escuchando sus palabras, y el camarero me sacó del trance cuando comenzó a colocar los platillos delante de mí y de ella, uno a uno. Tenía trabajo a ese ritmo, y eso que no traía todos. Para dejarle espacio para trabajar separé los codos de la tabla y me apoyé en el respaldo del asiento, mirando al empleado y a la muchacha, hasta que este primero terminó y se fue mientras aclaraba que la segunda tanda estaría en camino. La mesa estaba llena. Si hacía un movimiento en falso, cualquier dulce podría estar en el suelo antes de darme cuenta, así que tocaría hacerlo lentamente. Comencé a cortar el gofre, con claras pretensiones de empezar por mi preferido, mientras veía como la rubia convertía nuestra reunión en un juego de preguntas, devolviéndome la cuestión. Me preguntaba sobre mi trabajo, y no tenía muy claro cómo definirlo, más que soltar una serie de eufemismos que, si bien no decían nada realmente, sonarían bien. Pero no parecía ser tan tonta como para no darse cuenta de aquella treta, así que mejor podía combinar la realidad en mis frases:
— Un trabajo por aquí, otro por allá… — Pinché el trozo de gofre y me lo puse frente a mí, mirándolo y poniéndome un poco bizco en el proceso. — Supongo que el nombre más correcto para mi profesión sería mercenario. — Mordí entonces lo que había pinchado y una mueca de felicidad se reflejó en mi cara, fruto del gran sabor que tenía. Quizás perdía seriedad, pero no me importaba mientras el gusto me hiciese perder la concentración. Cuando terminé de masticar y tragué, proseguí. — Pero no un mercenario malo. Simplemente hago lo que me piden, así gano dinero. Ellos tienen su trabajo hecho, yo puedo comer otro día… Esas cosas. Pero no soy un criminal, nada más cerca de la realidad. — Aprovechaba mientras hablaba para cortar el siguiente trozo de una forma bastante educada. — No mucho más. Si quieres hacerlo sonar mejor, hombre de negocios, ya que tampoco me limito a hacer las cosas por mí mismo. También contrato terceros y tal, de ahí que conozca gente de sobra. — Volví a repetir la acción anterior, esta vez sin recrearme tanto mirando el trozo de dulce. — ¿Y tú por qué estás aquí, en la isla de los canales? ¿Vas a dar un concierto? — Quería continuar aquella entrevista recíproca, tanto para amenizar la gigantesca merienda como por mera curiosidad.
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“Parece todo un niño. ¿No crees, Kougar?” Mura iba conversando con el felino mientras observaba al menor, atendiendo tanto a sus gestos como a sus palabras. En su cara, se reflejaba una sonrisa de complacencia al ver que le había gustado el sitio al que le había arrastrado. Estaba algo preocupada ante la idea de haberle forzado a ir a un lugar que no le interesase en verdad. Pero esa cara de felicidad comiendo había esfumado dichas preocupaciones. Más tranquila, retomó la degustación de su tarta, finiquitándola antes de que terminase de contestar de forma algo enrevesada a su pregunta.
“En verdad me da rabia, aunque yo no era mucho mayor cuando me uní a los Red Demons”. Dijo para si misma mientras buscaba un lugar donde dejar su plato, evitando así el contacto visual, ahora tenía enfrente la tartaleta de frutitas y le tocaba responder a ella. Se había quedado con ganas de hacer más preguntas en verdad. También le escamaba cierto comentario sobre la supuesta legalidad de sus tratos, pero de momento se lo guardaría para más tarde. Mura se llevó un dedo manchado de crema a los labios, probándola antes de empezar a cortar el dulce en su plato y tras dejarlo limpio con la lengua volvió a centrarse en contestar a Lance.
—La verdad es que es algo más complicado que eso… Digamos que me han contratado para un trabajo de círculo privado. Ahora mismo, me encuentro hospedada unas cuantas plantas arriba, en la casa de uno de mis… ¿agentes? Creo que es la mejor palabra para definirlo. — Con la explicación acabada, se llevó a la boca el primer bocado, quedando maravillada por el sabor. —Oye, cuando acabes eso tienes que probar este. — Le recomendó, señalando ambos platos en el proceso.
—Por cierto, ¿tú dónde te hospedas? Si estás aquí desde hace poco… Tenía curiosidad. Supongo que has dejado tus cosas en algún hostal. ¿No? O quizás estás en el establecimiento de alguno de tus asociados. ¿Has venido a Water Seven por temas de negocios? — Según su respuesta, y según la conversación fuera derivando, Akane se había planteado ofrecerle que se quedara en casa por un tiempo. Además, no podía negar que le daba una cierta ternura. Tal vez por ser menor que ella, por tener una hija, haber cuidado siempre de Sumire. O porque era para asegurar el bienestar de otros niños que pudieran estar experimentando o experimentar lo que ella en un futuro; que la felina tenía debilidad por los niños, en el sentido de preocuparse por ellos.
“En verdad me da rabia, aunque yo no era mucho mayor cuando me uní a los Red Demons”. Dijo para si misma mientras buscaba un lugar donde dejar su plato, evitando así el contacto visual, ahora tenía enfrente la tartaleta de frutitas y le tocaba responder a ella. Se había quedado con ganas de hacer más preguntas en verdad. También le escamaba cierto comentario sobre la supuesta legalidad de sus tratos, pero de momento se lo guardaría para más tarde. Mura se llevó un dedo manchado de crema a los labios, probándola antes de empezar a cortar el dulce en su plato y tras dejarlo limpio con la lengua volvió a centrarse en contestar a Lance.
—La verdad es que es algo más complicado que eso… Digamos que me han contratado para un trabajo de círculo privado. Ahora mismo, me encuentro hospedada unas cuantas plantas arriba, en la casa de uno de mis… ¿agentes? Creo que es la mejor palabra para definirlo. — Con la explicación acabada, se llevó a la boca el primer bocado, quedando maravillada por el sabor. —Oye, cuando acabes eso tienes que probar este. — Le recomendó, señalando ambos platos en el proceso.
—Por cierto, ¿tú dónde te hospedas? Si estás aquí desde hace poco… Tenía curiosidad. Supongo que has dejado tus cosas en algún hostal. ¿No? O quizás estás en el establecimiento de alguno de tus asociados. ¿Has venido a Water Seven por temas de negocios? — Según su respuesta, y según la conversación fuera derivando, Akane se había planteado ofrecerle que se quedara en casa por un tiempo. Además, no podía negar que le daba una cierta ternura. Tal vez por ser menor que ella, por tener una hija, haber cuidado siempre de Sumire. O porque era para asegurar el bienestar de otros niños que pudieran estar experimentando o experimentar lo que ella en un futuro; que la felina tenía debilidad por los niños, en el sentido de preocuparse por ellos.
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¿Complicado? Los negocios complicados los tenían los hombres de negocios, los contratistas, los empresarios, no los artistas, que solían depender más bien de que alguien de los anteriores les apañase un lugar y un momento para actuar. No había más dificultades que hacer lo que uno había aprendido, que era cantar, bailar, o salir al escenario a hacer el paripé, o eso creía. Tampoco es que hubiera trabajado por el momento en ninguno de aquellos negocios, ni tenía planes de servir de promotor para alguna pequeña estrella. A lo mejor era simplemente un ignorante y no tenía ni la más remota idea de lo que se hacía en aquellos trabajos. Sobre todo si se trataba de un ‘’círculo privado’’, como ella mencionaba. Quizás eran problemas referidos a entradas, preparativos, o cualquier otra cosa, yo que sabía. Tampoco valía la pena darle tantas vueltas a algo que realmente no me llegaba a importar desde un inicio, más allá de la curiosidad de rigor.
Parecía estar viviendo en casa de su agente, como ella decía, además en unas cuantas plantas por encima de esta tercera. ¿Unas cuantas? ¿Cuántas eran unas cuantas? Porque ya en la que estábamos podías ver que el nivel de vida no era nada despreciable, como mínimo en comparación a los otros dos. Si seguíamos subiendo más y más, quizás solamente encontraríamos gente caminando en traje, paseando en carros, o yo que sabía. Nunca había pasado del cuarto piso, aunque tampoco es que hubiera tenido tiempo de sobra como para hacer turismo por cada uno de los pisos. Al fin y al cabo, no se me había perdido nada donde los burgueses, creo.
Luego me instó a probar uno de los platos que ella misma estaba comiendo, y tomando el que me pertenecía, comencé a comer, dejando aquel gofre a la mitad. Mientras ella comenzó a hablar, yo comenzaba a comer del alimento que se me presentaba frente a mí, prestando atención a sus palabras y al sabor de aquello que había comprado. ¿Dónde me hospedaba…? Buena pregunta, sí señor. No tenía ni idea, ni este viaje estaba ayudándome a aclarar mis ideas por el momento, así que seguramente terminase eligiendo un hotel cualquiera al salir o, quitándome de problemas, me metería en mi habitación del Ragnarok. No me quedaba precisamente lejos, o eso supuse, aunque tampoco es que estuviese seguro de lo que estaban haciendo sus tripulantes con su navegación. Finalmente, me preguntó si venía por temas de negocios, algo que supuse que haría en un momento u otro, especialmente después de haberlo hecho yo. Soltando el tenedor y gesticulando bastante, comencé a hablar:
— Sí, negocios. Tengo que encontrarme con un compañero de negocios en esta isla. — No era compañero, al menos no por el momento. — El problema es que no es precisamente puntual. Ni tiene muy buena orientación. — Era la forma bonita de mentir, para no decir que ni tenía claro a quién estaba buscando, ni dónde estaba en aquellos instantes. Water Seven era el objetivo más fácil al que ir, pero no lo tenía para nada seguro. — Y no he dejado mis cosas en el hostal. — Levanté los brazos, dejando ver mi ropa. — Esto es lo que llevo ahora mismo, tampoco me hace falta más, creo yo. Si necesitase algo, pues ya me encargaría de comprarlo. No me gustan las maletas ni las mochilas, vaya. — Volví a mi postura inicial, apoyando ambos codos en la mesa mientras jugueteaba con el tenedor y la comida y miraba a mi acompañante. — No tengo asociados en Water Seven, al menos no por el momento, pero me gustaría. ¿Conoces a alguien que le pudiera interesar? — Pinché el tenedor en la comida y me llevé un trozo a la boca, esperando a la respuesta.
Parecía estar viviendo en casa de su agente, como ella decía, además en unas cuantas plantas por encima de esta tercera. ¿Unas cuantas? ¿Cuántas eran unas cuantas? Porque ya en la que estábamos podías ver que el nivel de vida no era nada despreciable, como mínimo en comparación a los otros dos. Si seguíamos subiendo más y más, quizás solamente encontraríamos gente caminando en traje, paseando en carros, o yo que sabía. Nunca había pasado del cuarto piso, aunque tampoco es que hubiera tenido tiempo de sobra como para hacer turismo por cada uno de los pisos. Al fin y al cabo, no se me había perdido nada donde los burgueses, creo.
Luego me instó a probar uno de los platos que ella misma estaba comiendo, y tomando el que me pertenecía, comencé a comer, dejando aquel gofre a la mitad. Mientras ella comenzó a hablar, yo comenzaba a comer del alimento que se me presentaba frente a mí, prestando atención a sus palabras y al sabor de aquello que había comprado. ¿Dónde me hospedaba…? Buena pregunta, sí señor. No tenía ni idea, ni este viaje estaba ayudándome a aclarar mis ideas por el momento, así que seguramente terminase eligiendo un hotel cualquiera al salir o, quitándome de problemas, me metería en mi habitación del Ragnarok. No me quedaba precisamente lejos, o eso supuse, aunque tampoco es que estuviese seguro de lo que estaban haciendo sus tripulantes con su navegación. Finalmente, me preguntó si venía por temas de negocios, algo que supuse que haría en un momento u otro, especialmente después de haberlo hecho yo. Soltando el tenedor y gesticulando bastante, comencé a hablar:
— Sí, negocios. Tengo que encontrarme con un compañero de negocios en esta isla. — No era compañero, al menos no por el momento. — El problema es que no es precisamente puntual. Ni tiene muy buena orientación. — Era la forma bonita de mentir, para no decir que ni tenía claro a quién estaba buscando, ni dónde estaba en aquellos instantes. Water Seven era el objetivo más fácil al que ir, pero no lo tenía para nada seguro. — Y no he dejado mis cosas en el hostal. — Levanté los brazos, dejando ver mi ropa. — Esto es lo que llevo ahora mismo, tampoco me hace falta más, creo yo. Si necesitase algo, pues ya me encargaría de comprarlo. No me gustan las maletas ni las mochilas, vaya. — Volví a mi postura inicial, apoyando ambos codos en la mesa mientras jugueteaba con el tenedor y la comida y miraba a mi acompañante. — No tengo asociados en Water Seven, al menos no por el momento, pero me gustaría. ¿Conoces a alguien que le pudiera interesar? — Pinché el tenedor en la comida y me llevé un trozo a la boca, esperando a la respuesta.
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Mura caviló las palabras del chico de pelo castaño que se encontraba jugueteando con su comida distraídamente. Tenía un contacto en la isla y había quedado con él. Bueno, eso en parte chocaba con su comentario de que no tenía nada mejor que hacer que dar vueltas solo por la isla, sin ningún lugar al que ir. ¿La había engañado? Además, estaba buscando socios. “¿Para que puede un mercenario necesitar socios, Kougar?” La pregunta era un eco en su cabeza que esperaba la respuesta de un felino seguramente durmiente. Y que, por lo tanto, no llegó. Mura maldijo pensando en que el puma nunca estaba atento cuando necesitaba consejo de verdad.
Suspirando, dejó sus cubiertos sobre la mesa y se dispuso a coger la taza de té y, tras una pausa para mirar el color y apreciar el aroma afrutado de este, dar un primer sorbo ahora que no quemaba. “De nuevo, creo que un mercenario es algo así como un asesino a sueldo, o un recadero… ¿no?” La pregunta que se hizo en su cabeza pronto fue resuelta con un tono amable y una mirada que demostraba cierta incertidumbre sobre si podría contestar a lo que Lance esperaba.
—Bueno… Creo que no he terminado de entender qué clase de trabajo realizas o como trabaja un mercenario. Aunque podría saber de alguien que necesita contactos. Pero no sé si los contactos o lo que puedes proveer le servirá a esa persona. Necesitaría una explicación más a fondo. — Reconoció. No era una mentira, aunque le faltó explicar que ella era la persona que necesitaba esa pequeña ayuda. Pero con el papel de “se busca” colgado con su cara incluso en el corcho de ese establecimiento y una recompensa por su cabeza que podría resolver la vida a cualquiera, no podía arriesgarse a decir que es para ella. Al menos no ahí. El único lugar seguro para ella ahora mismo como Akane D. Murasaki era la mansión de Keima o los suburbios de la ciudad. Al menos eso le había dicho Jeremy. “Si no hubiera habido esa guerra civil quizás no tendría que estar ocultándome tanto”. Bufó para sus adentros mientras poco a poco iba apilando platos vacíos a un lado y comiendo de los que iban llegando. Pronto traerían la segunda bandeja a ese paso.
—Por cierto, antes dijiste que habías quedado con alguien. ¿Está bien que pases el rato conmigo en vez de esperar a esa persona donde hubierais acordado? — Vio oportuno recordarle tras terminar su cuarto dulce y poner frente a ella el refresco, que era de color azul turquesa y reposaba en una enorme copa de cristal, con una bola de helado de vainilla flotando encima, recubierta con nata y adornada con una guinda al final. Venía con una pajita y una cucharilla de varilla larga, por si quería comerse el helado primero. —Es decir, yo me lo estoy pasando muy bien, pero no quiero causarte problemas.
—También… Si no tienes dónde alojarte, podrías venir conmigo. Me preocupa que te intenten cobrar un ojo de la cara y más… —Apresuró a añadir, mordiéndose la lengua para no añadir un “por tu apariencia inocente”. Era un niño y ella sabía de primera mano lo que era viajar sola siendo un niño. Ella había tenido demasiadas broncas con taberneros que quería pagar de menos o cobrar de más, entre otras cosas. Aunque no siempre era todo malo. —Si quieres, claro. —
Suspirando, dejó sus cubiertos sobre la mesa y se dispuso a coger la taza de té y, tras una pausa para mirar el color y apreciar el aroma afrutado de este, dar un primer sorbo ahora que no quemaba. “De nuevo, creo que un mercenario es algo así como un asesino a sueldo, o un recadero… ¿no?” La pregunta que se hizo en su cabeza pronto fue resuelta con un tono amable y una mirada que demostraba cierta incertidumbre sobre si podría contestar a lo que Lance esperaba.
—Bueno… Creo que no he terminado de entender qué clase de trabajo realizas o como trabaja un mercenario. Aunque podría saber de alguien que necesita contactos. Pero no sé si los contactos o lo que puedes proveer le servirá a esa persona. Necesitaría una explicación más a fondo. — Reconoció. No era una mentira, aunque le faltó explicar que ella era la persona que necesitaba esa pequeña ayuda. Pero con el papel de “se busca” colgado con su cara incluso en el corcho de ese establecimiento y una recompensa por su cabeza que podría resolver la vida a cualquiera, no podía arriesgarse a decir que es para ella. Al menos no ahí. El único lugar seguro para ella ahora mismo como Akane D. Murasaki era la mansión de Keima o los suburbios de la ciudad. Al menos eso le había dicho Jeremy. “Si no hubiera habido esa guerra civil quizás no tendría que estar ocultándome tanto”. Bufó para sus adentros mientras poco a poco iba apilando platos vacíos a un lado y comiendo de los que iban llegando. Pronto traerían la segunda bandeja a ese paso.
—Por cierto, antes dijiste que habías quedado con alguien. ¿Está bien que pases el rato conmigo en vez de esperar a esa persona donde hubierais acordado? — Vio oportuno recordarle tras terminar su cuarto dulce y poner frente a ella el refresco, que era de color azul turquesa y reposaba en una enorme copa de cristal, con una bola de helado de vainilla flotando encima, recubierta con nata y adornada con una guinda al final. Venía con una pajita y una cucharilla de varilla larga, por si quería comerse el helado primero. —Es decir, yo me lo estoy pasando muy bien, pero no quiero causarte problemas.
—También… Si no tienes dónde alojarte, podrías venir conmigo. Me preocupa que te intenten cobrar un ojo de la cara y más… —Apresuró a añadir, mordiéndose la lengua para no añadir un “por tu apariencia inocente”. Era un niño y ella sabía de primera mano lo que era viajar sola siendo un niño. Ella había tenido demasiadas broncas con taberneros que quería pagar de menos o cobrar de más, entre otras cosas. Aunque no siempre era todo malo. —Si quieres, claro. —
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Había terminado con mi segundo plato, y apunté a por el tercero, aquel que ella también estaba comiendo. Casi imitando sus movimientos, más por reflejo que a propósito, escuché con atención lo que decía aunque mis ojos estuvieran pegados a la comida. Ella paró para tomar un sorbo de té y, tras eso, comenzó a hablar, dejando claro que no había entendido lo que trabajaba. ¿Le había dado demasiadas vueltas al concepto en vez de ir a lo básico, o es que ella era realmente corta de miras…? Bueno, no es algo que fuera a descubrir pronto, así que lo más educado y prudente sería repetírselo, esta vez con conceptos más directos y claros. Al menos, parecía que no preguntaba por ella, sino que alguien más podía estar interesado en mi trabajo, y aquello me escamaba. Es decir, no entendía por qué iba a querer mis servicios un agente musical honrado como el que suponía que era, aunque las suposiciones no solían llevar por buenos caminos. Además, ella me daba la razón, pidiendo que lo explicase nuevamente. A lo mejor pedía una pizarrita y una tiza, o un papel y boli para esquematizar a este ritmo.
Continuó recordándome mis propias palabras: había quedado con alguien. Pero ese alguien no era consciente siquiera de mi estadía y, quien sabe, quizás ni de mi existencia. A lo mejor lo encontraba hoy por suerte, o no lo hacía en un mes de dar vueltas por la isla y buscar contactos. Era todo tan abstracto que a ratos me dolía la cabeza de pensarlo, así que prefería centrarme en el sabor dulce que invadía mi boca y en el tono meloso de la otra persona. Como mínimo aceptaba que se lo estaba pasando bien, sujetando su cuarto postre y comenzando a vigilarlo con gula. Parecía ser que ella era de ese tipo de gente que se ponía feliz si la tripa estaba alegre, y eso era bastante conveniente, porque era gente fácil de contentar. Negué con la cabeza como pude para dejárselo claro, mientras ella proseguía su ronda de preguntas, que no parecía tener fin. Esta, la que sería la última, sí me interesaba personalmente. Me estaba ofreciendo un lugar donde dormir que, viendo su ropa y su forma de comportarse, además de su profesión, no debía de ser para nada modesto. Y, aunque fuera sospechoso que me invitase a pasar la noche en la misma residencia, sobre todo solo conociéndome durante una hora y sin saber a lo que me dedicaba, prefería una cama cómoda que dormir en las habitaciones de los hoteles de esta zona. Más que colchones parecía que tenían cartones apilados, ugh. Cuando terminó, me aclaré la garganta y solté la comida en la mesa, comenzando a hablar:
— Bueno, empecemos por lo primero, mi trabajo de nuevo… — Jugaba con los dedos instintivamente. — Pongámoslo así… Si necesitas una información concreta, puedo conseguirla. Si necesitas enviar un mensaje, un objeto o cualquier otra cosa, puedo llevarlo. Si tienes problemas con un animal, una plaga, un acuerdo económico, un negocio… Pues ahí tienes mis servicios. Me encargo de lo que me pidan, siempre desde una perspectiva legal. — Viendo las palabras que utilizaba, tenía que dejar claro que era una persona lejos de lo criminal, aunque no fuera así. — También me encargo de poner en contacto y contratar servicios de una persona concreta, o de un grupo, ya que yo solo no me puedo encargar de todo.
— Por el otro lado… — Miré todos los postres que había y pensé en los que faltaban por llegar, sin ninguna razón más que la falta de atención. — Ahora mismo no me corre prisa encontrarme con esa persona. Ya te he dicho que no es puntual, así que a saber cuándo aparece. Pero ya me enteraré cuando lo haga, creo, así que no te preocupes por ese detalle. — Tampoco me iba a comer la cabeza estando atento todo el día a los posibles movimientos de Kirtash, así que me podía permitir estos momentos de relajación. — Y me alegra que te lo estés pasando bien, creo que he acertado entonces haciendo esto como agradecimiento. — Se me escapó una sonrisa bastante amplia, ilusionado por ver que había hecho bien en invitarla. —
— Ah, y me encantaría poder alojarme allí. — Me froté la espalda, para dar énfasis a las próximas palabras. — Digamos que los hoteles y yo no solemos congeniar muy bien, así que me arreglarías esta noche como mínimo. — Retomé el postre que había dejado, esta vez con más ganas que antes de soltarlo. Mientras, trataba de pensar en qué preguntaría a continuación. Quizás debía barrer para mi propia puerta, y encargarme de poder sacar un negocio en caso de que se estuviera presentando ante mí. — Ese alguien del que hablas… ¿Quién es? Bueno, no, olvida la pregunta, no me hace falta. Creo que mejor me gustaría saber qué necesita realmente, y quizás podríamos hacer un buen negocio. — La velocidad a la que engullía era sorprendente hasta para mí, llenando mi estómago a gran velocidad.
Continuó recordándome mis propias palabras: había quedado con alguien. Pero ese alguien no era consciente siquiera de mi estadía y, quien sabe, quizás ni de mi existencia. A lo mejor lo encontraba hoy por suerte, o no lo hacía en un mes de dar vueltas por la isla y buscar contactos. Era todo tan abstracto que a ratos me dolía la cabeza de pensarlo, así que prefería centrarme en el sabor dulce que invadía mi boca y en el tono meloso de la otra persona. Como mínimo aceptaba que se lo estaba pasando bien, sujetando su cuarto postre y comenzando a vigilarlo con gula. Parecía ser que ella era de ese tipo de gente que se ponía feliz si la tripa estaba alegre, y eso era bastante conveniente, porque era gente fácil de contentar. Negué con la cabeza como pude para dejárselo claro, mientras ella proseguía su ronda de preguntas, que no parecía tener fin. Esta, la que sería la última, sí me interesaba personalmente. Me estaba ofreciendo un lugar donde dormir que, viendo su ropa y su forma de comportarse, además de su profesión, no debía de ser para nada modesto. Y, aunque fuera sospechoso que me invitase a pasar la noche en la misma residencia, sobre todo solo conociéndome durante una hora y sin saber a lo que me dedicaba, prefería una cama cómoda que dormir en las habitaciones de los hoteles de esta zona. Más que colchones parecía que tenían cartones apilados, ugh. Cuando terminó, me aclaré la garganta y solté la comida en la mesa, comenzando a hablar:
— Bueno, empecemos por lo primero, mi trabajo de nuevo… — Jugaba con los dedos instintivamente. — Pongámoslo así… Si necesitas una información concreta, puedo conseguirla. Si necesitas enviar un mensaje, un objeto o cualquier otra cosa, puedo llevarlo. Si tienes problemas con un animal, una plaga, un acuerdo económico, un negocio… Pues ahí tienes mis servicios. Me encargo de lo que me pidan, siempre desde una perspectiva legal. — Viendo las palabras que utilizaba, tenía que dejar claro que era una persona lejos de lo criminal, aunque no fuera así. — También me encargo de poner en contacto y contratar servicios de una persona concreta, o de un grupo, ya que yo solo no me puedo encargar de todo.
— Por el otro lado… — Miré todos los postres que había y pensé en los que faltaban por llegar, sin ninguna razón más que la falta de atención. — Ahora mismo no me corre prisa encontrarme con esa persona. Ya te he dicho que no es puntual, así que a saber cuándo aparece. Pero ya me enteraré cuando lo haga, creo, así que no te preocupes por ese detalle. — Tampoco me iba a comer la cabeza estando atento todo el día a los posibles movimientos de Kirtash, así que me podía permitir estos momentos de relajación. — Y me alegra que te lo estés pasando bien, creo que he acertado entonces haciendo esto como agradecimiento. — Se me escapó una sonrisa bastante amplia, ilusionado por ver que había hecho bien en invitarla. —
— Ah, y me encantaría poder alojarme allí. — Me froté la espalda, para dar énfasis a las próximas palabras. — Digamos que los hoteles y yo no solemos congeniar muy bien, así que me arreglarías esta noche como mínimo. — Retomé el postre que había dejado, esta vez con más ganas que antes de soltarlo. Mientras, trataba de pensar en qué preguntaría a continuación. Quizás debía barrer para mi propia puerta, y encargarme de poder sacar un negocio en caso de que se estuviera presentando ante mí. — Ese alguien del que hablas… ¿Quién es? Bueno, no, olvida la pregunta, no me hace falta. Creo que mejor me gustaría saber qué necesita realmente, y quizás podríamos hacer un buen negocio. — La velocidad a la que engullía era sorprendente hasta para mí, llenando mi estómago a gran velocidad.
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“Creo que nos podría servir”. Decidió finalmente Akane mientras volvía a escuchar sus palabras. “¿Tú crees? No deja de hacer énfasis en su legalidad”. La respuesta de Kougar hizo que Mura sonriera, coincidiendo su sonrisa con el comentario alegre del chico, al ver que había acertado al invitarla a comer dulces. No era como si hubiera sido ella quien arrastró al contrario a la repostería ni nada por el estilo… Bueno, sí. Pero prefirió morderse la lengua ante ese detalle y seguir escuchándole hablar. Por suerte, había aceptado su invitación para aquella noche. Y quién sabía. Lo mismo esa estancia se alargaba aún más si llegaran a un acuerdo.
—Creo que será mejor que la conozcas tú mismo. Por suerte para ti, esa persona y yo vivimos en la misma estancia ahora mismo. Así que te la presentaré cuando vayamos para allá. Aunque…— Mura se apoyó sobre el borde de la mesa y se estiró para observarle más de cerca. Milagrosamente, ni sus manos ni su rodilla se apoyaron en el proceso sobre ninguno de los platos o postres. —La verdad es que meter hombres a la casa sería un poco problemático. Pero tú eres bastante lindo y pequeño… Y el pelo largo es una ventaja… Supongo que podríamos arreglarlo para que no nos digan nada. — Musitó, dejando escapar sus pensamientos en voz alta. A Lance no le debería costar mucho entender las intenciones o pensamientos que habían cruzado los pensamientos de la música.
—Bien, decidido. Cuando acabemos aquí tenemos que ir a comprar un par de cosas.
No esperaría a que el menor protestase, aunque entendería que lo hiciera. Al fin y al cabo, que una desconocida esperase que te dejaras vestir como una chica no era el pan de cada día. Pero era mejor opción, como él mismo había dicho antes, que dormir en un hostal de mal agüero. Pero bueno, ella podía dormir en cualquier lado prácticamente así que de ser a la inversa le hubiera dado bastante igual.
La velada se alargó todavía otra media hora. Tal vez un poco más. Akane se aseguró de dejar cada plato que se le hubo traído vacío y con su estómago aún con espacio para comer más. Pero con la boca excesivamente empalagada. Por lo que más dulces no resultaban una opción. Aunque algo de carne, algo picante, salado, sí que hubiera entrado bien en la felina. No podía decir lo mismo de Lance. ¿Se encontraría bien tras haber comido tanto? Se había metido entre pecho y espalda la misma cantidad de azúcar que ella, más un gofre. Pero como preguntar estaría feo, decidió ver como evolucionaba lo que quedaba de día. Además, antes de salir, le propondría pagar a medias para que su cartera no sufriera. Si no aceptaba, bueno. Habría compensado con el ofrecimiento de antes y su conciencia se quedaría tranquila. Una vez pagado, lo siguiente sería ir a alguna tienda de ropa femenina decente para comprar ropa cómoda para el contrario. Al menos, dentro de lo femenino de sus nuevas prendas, se aseguraría de que fuera él quien eligiera él que usar. Si se negaba en rotundo, tendría que pensar otra forma poco cantosa de meterle en la mansión.
—Si no te gusta la idea, siempre puedes meterte en una bolsa grande y dejar que cargue contigo. — Dijo medio en broma la rubia al salir por la puerta.
—Creo que será mejor que la conozcas tú mismo. Por suerte para ti, esa persona y yo vivimos en la misma estancia ahora mismo. Así que te la presentaré cuando vayamos para allá. Aunque…— Mura se apoyó sobre el borde de la mesa y se estiró para observarle más de cerca. Milagrosamente, ni sus manos ni su rodilla se apoyaron en el proceso sobre ninguno de los platos o postres. —La verdad es que meter hombres a la casa sería un poco problemático. Pero tú eres bastante lindo y pequeño… Y el pelo largo es una ventaja… Supongo que podríamos arreglarlo para que no nos digan nada. — Musitó, dejando escapar sus pensamientos en voz alta. A Lance no le debería costar mucho entender las intenciones o pensamientos que habían cruzado los pensamientos de la música.
—Bien, decidido. Cuando acabemos aquí tenemos que ir a comprar un par de cosas.
No esperaría a que el menor protestase, aunque entendería que lo hiciera. Al fin y al cabo, que una desconocida esperase que te dejaras vestir como una chica no era el pan de cada día. Pero era mejor opción, como él mismo había dicho antes, que dormir en un hostal de mal agüero. Pero bueno, ella podía dormir en cualquier lado prácticamente así que de ser a la inversa le hubiera dado bastante igual.
La velada se alargó todavía otra media hora. Tal vez un poco más. Akane se aseguró de dejar cada plato que se le hubo traído vacío y con su estómago aún con espacio para comer más. Pero con la boca excesivamente empalagada. Por lo que más dulces no resultaban una opción. Aunque algo de carne, algo picante, salado, sí que hubiera entrado bien en la felina. No podía decir lo mismo de Lance. ¿Se encontraría bien tras haber comido tanto? Se había metido entre pecho y espalda la misma cantidad de azúcar que ella, más un gofre. Pero como preguntar estaría feo, decidió ver como evolucionaba lo que quedaba de día. Además, antes de salir, le propondría pagar a medias para que su cartera no sufriera. Si no aceptaba, bueno. Habría compensado con el ofrecimiento de antes y su conciencia se quedaría tranquila. Una vez pagado, lo siguiente sería ir a alguna tienda de ropa femenina decente para comprar ropa cómoda para el contrario. Al menos, dentro de lo femenino de sus nuevas prendas, se aseguraría de que fuera él quien eligiera él que usar. Si se negaba en rotundo, tendría que pensar otra forma poco cantosa de meterle en la mansión.
—Si no te gusta la idea, siempre puedes meterte en una bolsa grande y dejar que cargue contigo. — Dijo medio en broma la rubia al salir por la puerta.
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Pareció pensarse mis palabras con cuidado y poco a poco, hasta que, con la boca ya vacía y limpia, comenzó a hablar. Prefirió dejar la identidad de aquella persona en secreto, ya que, de terminar durmiendo allí, seguramente la terminase viendo y podría hablar con ella o él. Con suerte, hacer negocios. Luego de eso, pronunció una palabra que, junto al ‘’pero’’, siempre me solía desanimar. Un ‘’aunque’’. ¿Por qué no podía ser todo bueno, ir siempre bien? ¿Era necesario que algo fuera mal, de verdad? Con un movimiento de acercamiento, acortando en gran medida la distancia que nos separaba, retomó su discurso, esta vez para aclarar que los hombres no parecían ser bien recibidos en el lugar. Y, ahora sí que sí, utilizó un pero, esta vez para dar una buena noticia acompañada de halagos que me hicieron ruborizarme, algo que traté de ocultar comiendo. Ya que era lindo y pequeño, además de tener pelo largo, podría entrar a la casa sin demasiados problemas, o eso era lo que ella anticipaba. Buenas noticias, como mínimo, así que todo esto quedaba en un susto. Si la única condición para poder entrar siendo un hombre era tener un aspecto como el mío, algo que me parecía curioso, no tendría demasiados problemas en acompañar a la muchacha.
Tras eso, y quizás por costumbre tras este rato, seguí comiendo sin pensarlo, hasta que mi barriga comenzó a dar señales de no poder seguir. Entonces comencé a generar electricidad bastante discreta que, siguiendo un cuso que no debía de molestar a nadie, fue utilizando la reserva de glúcidos que había estado consumiendo. No era una velocidad pasmosa, eso estaba claro, pero para eso mismo necesitaría utilizar una intensidad y voltaje bastante más llamativos que los actuales, y eso llamaría atenciones indeseadas. Además de que me parecería una falta de educación para mi compañera. De todas formas, me serviría para lo que necesitaba: ir haciendo espacio en la tripa para poder seguir comiendo poco a poco. Si necesitaba vaciar un poco más, siempre podía generar alguna chispa lejos de mí, conectada al cauce que ya había formado.
Media hora después de comer sin parar, estaba lleno y agotado. Normalmente, tras comer tantos carbohidratos, una persona normal y corriente estaría muerta. Si hubiera sobrevivido a tal cantidad, tendría una energía increíble, como un niño que se atiborra de azúcar y luego no puede dormir. Pero yo era todo lo contrario: mi cabeza no daba más de sí, quizás por haber estado tanto rato canalizando técnicas mientras me concentraba en comer y, junto a eso, hacer algunas preguntas que, si no eran triviales, no lograba prestarles atención. Quizás este juego no era para mí, y había hecho mal en tratar de llevarlo a cabo. Aunque hubiera ganado. Levantándome con un gesto algo desanimado, pero que traté de camuflar al instante con una falsa energía, me acerqué al dependiente con una sonrisa algo torcida.
— ¿Cuánto es? — Sacó el papel, ya preparado, y, con una emoción que parecía haber estado conteniendo un largo rato, disparó la cifra contra mí. No reaccioné, y no porque fuera poco dinero, sino porque no quería darle razones a la muchacha para pagar por mí, así que me limité a sacar el dinero de mi traje y a pagar con una pequeña propina, negándome a tomar nada de ella. — Muchas gracias. Seguro que volvemos, ya que está todo buenísimo.
Fui hacia la puerta, suponiendo que Saki me estaba siguiendo, para quedarme fuera, esperándola a ella. No tenía ni idea de a dónde íbamos a ir a continuación y, por razones más que obvias, mi cabeza no estaba para darme nuevas ideas, así que simplemente opté por seguir a la chica, que ya había tomado camino. Esta vez, tras caminar un tiempo, nos plantamos frente a una tienda de ropa femenina. ¿Después de pagar yo la merienda, quería encargarse de que le pagase ropa nueva? Quizás se estaba pasando de avariciosa, pero supuse que, tras ser yo mismo quien se había ofrecido, no tenía ningún derecho a reclamarle nada. La seguí dentro y, dando por hecho que me estaba dejando elegir aquello que iba a comprar ella, elegí las prendas que más me llamaron la atención, aunque no confiaba demasiado en mi gusto acerca de aquella materia. Metimos la ropa en la bolsa, bien doblada, y caminé nuevamente fuera del establecimiento tras pagar, mirando a Saki, que ahora volvía a hablar. ¿Por qué no me iba a gustar la idea de, tras haberme desplumado, ir a dormir? Estaba cansado y mi cuerpo ya pedía cama.
— No, no, me encanta la idea. Estoy ansioso de ir a aquella casa que has mencionado, y no estoy tan cansado como para hacer que me lleves. — Me reí ante su comentario y mi respuesta, sin entender muy bien a qué se podía referir. — ¿Vamos pues? — Mi propio organismo me mandaba señales de que, en no más de una hora, los párpados me estarían fallando y, sin necesidad de consultarlo con mi propio cuerpo, quería dormir en un colchón cómodo. Es más, me importaba más aquello que poder hacer negocios o no.
Tras eso, y quizás por costumbre tras este rato, seguí comiendo sin pensarlo, hasta que mi barriga comenzó a dar señales de no poder seguir. Entonces comencé a generar electricidad bastante discreta que, siguiendo un cuso que no debía de molestar a nadie, fue utilizando la reserva de glúcidos que había estado consumiendo. No era una velocidad pasmosa, eso estaba claro, pero para eso mismo necesitaría utilizar una intensidad y voltaje bastante más llamativos que los actuales, y eso llamaría atenciones indeseadas. Además de que me parecería una falta de educación para mi compañera. De todas formas, me serviría para lo que necesitaba: ir haciendo espacio en la tripa para poder seguir comiendo poco a poco. Si necesitaba vaciar un poco más, siempre podía generar alguna chispa lejos de mí, conectada al cauce que ya había formado.
Media hora después de comer sin parar, estaba lleno y agotado. Normalmente, tras comer tantos carbohidratos, una persona normal y corriente estaría muerta. Si hubiera sobrevivido a tal cantidad, tendría una energía increíble, como un niño que se atiborra de azúcar y luego no puede dormir. Pero yo era todo lo contrario: mi cabeza no daba más de sí, quizás por haber estado tanto rato canalizando técnicas mientras me concentraba en comer y, junto a eso, hacer algunas preguntas que, si no eran triviales, no lograba prestarles atención. Quizás este juego no era para mí, y había hecho mal en tratar de llevarlo a cabo. Aunque hubiera ganado. Levantándome con un gesto algo desanimado, pero que traté de camuflar al instante con una falsa energía, me acerqué al dependiente con una sonrisa algo torcida.
— ¿Cuánto es? — Sacó el papel, ya preparado, y, con una emoción que parecía haber estado conteniendo un largo rato, disparó la cifra contra mí. No reaccioné, y no porque fuera poco dinero, sino porque no quería darle razones a la muchacha para pagar por mí, así que me limité a sacar el dinero de mi traje y a pagar con una pequeña propina, negándome a tomar nada de ella. — Muchas gracias. Seguro que volvemos, ya que está todo buenísimo.
Fui hacia la puerta, suponiendo que Saki me estaba siguiendo, para quedarme fuera, esperándola a ella. No tenía ni idea de a dónde íbamos a ir a continuación y, por razones más que obvias, mi cabeza no estaba para darme nuevas ideas, así que simplemente opté por seguir a la chica, que ya había tomado camino. Esta vez, tras caminar un tiempo, nos plantamos frente a una tienda de ropa femenina. ¿Después de pagar yo la merienda, quería encargarse de que le pagase ropa nueva? Quizás se estaba pasando de avariciosa, pero supuse que, tras ser yo mismo quien se había ofrecido, no tenía ningún derecho a reclamarle nada. La seguí dentro y, dando por hecho que me estaba dejando elegir aquello que iba a comprar ella, elegí las prendas que más me llamaron la atención, aunque no confiaba demasiado en mi gusto acerca de aquella materia. Metimos la ropa en la bolsa, bien doblada, y caminé nuevamente fuera del establecimiento tras pagar, mirando a Saki, que ahora volvía a hablar. ¿Por qué no me iba a gustar la idea de, tras haberme desplumado, ir a dormir? Estaba cansado y mi cuerpo ya pedía cama.
— No, no, me encanta la idea. Estoy ansioso de ir a aquella casa que has mencionado, y no estoy tan cansado como para hacer que me lleves. — Me reí ante su comentario y mi respuesta, sin entender muy bien a qué se podía referir. — ¿Vamos pues? — Mi propio organismo me mandaba señales de que, en no más de una hora, los párpados me estarían fallando y, sin necesidad de consultarlo con mi propio cuerpo, quería dormir en un colchón cómodo. Es más, me importaba más aquello que poder hacer negocios o no.
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Las cosas no habían sucedido como Mura se había planteado cuando arrastro al menor a la boutique. A pesar de que en un comiendo este había puesto de su parte y había elegido la ropa que más le había llamado la atención, no pareciera que le hubiera prestado especial atención a la parte en que iba a ser él quien usase la ropa que eligiera. Tal vez la merienda le había sentado tan mal que apenas se había percatado de como claramente Mura había estado “probando” a colocar las prendas que este decía, sujetándolas por la percha delante de su cuerpo, para asegurarse a ojo de que le servirían. Por si fuera poco, una vez en el mostrador se quiso adelantar a pagar de nuevo él y apenas le dio tiempo a la contraria a agarrarle del brazo y tirar de él cuando iba a salir por la puerta, arrastrándole de vuelta al mostrador.
—Disculpe. La verdad es que nos gustaría irnos con la ropa nueva puesta. ¿Podemos usar uno de los probadores? —
—Claro, creo que no habrá problema si tienen el recibo. — Contestó ella amablemente, tratando de pasar por alto lo extraño –o cómico- de la pareja.
—No tardaremos mucho. — Aseguró Mura, arrastrando a Lance hasta los probadores, que quedaban fuera de la vista del resto del público, por lo que nadie vería si se metían una o dos personas a la vez en un mismo probador.
Una vez dentro, con el ceño claramente fruncido, la cantante le reprocharía que, si de verdad estaba de acuerdo con el plan para infiltrarle, no entendía porque se iba a ir sin más. La sorpresa fue mutua al percatarse de que ni el chico había parecido entender del todo en qué consistía aprovechar su apariencia física. Ni ella se había planteado que alguien pudiera malinterpretarla al punto de creer que iba a cobrarse lo que en teoría le debía por haberle ayudado haciendo que le pagase lo que quisiera. Mura resopló exasperada.
—Echémosle la culpa al exceso de dulce… Tampoco pareces encontrarte muy bien. — Dijo, mirándole seria. —Será mejor que te ayude a cambiarte. Así que empieza a desvestirte, no tenemos todo el día. — Instó la contraria, quien estaba conteniéndose para no hacer como hacían las madres con los niños pequeños y desvestirle ella. Si veía que tardaba sí que se haría cargo. No pensaba salir de ahí hasta que el contrario fuera vestido y peinado como una chica. De necesitarlo, hasta tenía maquillaje de retoque guardado.
Para cuando salieron, las ropas de hombre de Lance se encontraban en la bolsa y junto a la chica de recogido rubio y ojos azules caminaba otra jovencita, más bajita que ella, con el cabello suelto y lacio que vestía una blusa blanca, con un jersey más ancho de color azul cielo agarrado por la cinturilla de una falda de color malva y medias oscuras. Sus zapatos habían sido sustituidos en última instancia por unos botines marrones con poca cuña, estos sí, pagados por Mura, quien se aseguró además de meter en el bolsillo del contrario una cantidad de berries equivalente a lo que había costado la ropa.
—De verdad. Que piensen de mí que soy una aprovechada es lo más ofensivo que me ha pasado nunca. —Se quejó mientras le daba los últimos retoques antes de, ahora sí, agarrarle por el brazo y poner rumbo a la mansión de Dokuro. Esta vez subiendo directamente gracias a un acceso que había. Era más caro que ir a pie, pero tenían que subir al sexto piso y sería más rápido así. En el corto trayecto que les quedaba, Saki le explicaría la situación de la “casa”.
—Ahora mismo la herencia está siendo tramitada a la hija adoptiva de Dokuro, además hay otra serie de situaciones que mantienen muy vigilado el establecimiento. Así que el acceso está bastante limitado. Que vieran a un chico aparecer de la nada y “colarse” por mucho que fuera un invitado, sería un escándalo. Pero así puedes hacerte pasar por mi compañera de trabajo o incluso una futura sirvienta. Tranquilo, dudo que esta situación dure mucho. O sino ya pensaremos alguna otra forma de invitarte, si acabas consiguiendo algún negocio. — Resumió Mura.
Para cuando quisieron darse cuenta, se encontraban frente a la entrada, esperando a que el jefe de mayordomos contestase al telefonillo para que pudieran proceder a la estancia.
—Disculpe. La verdad es que nos gustaría irnos con la ropa nueva puesta. ¿Podemos usar uno de los probadores? —
—Claro, creo que no habrá problema si tienen el recibo. — Contestó ella amablemente, tratando de pasar por alto lo extraño –o cómico- de la pareja.
—No tardaremos mucho. — Aseguró Mura, arrastrando a Lance hasta los probadores, que quedaban fuera de la vista del resto del público, por lo que nadie vería si se metían una o dos personas a la vez en un mismo probador.
Una vez dentro, con el ceño claramente fruncido, la cantante le reprocharía que, si de verdad estaba de acuerdo con el plan para infiltrarle, no entendía porque se iba a ir sin más. La sorpresa fue mutua al percatarse de que ni el chico había parecido entender del todo en qué consistía aprovechar su apariencia física. Ni ella se había planteado que alguien pudiera malinterpretarla al punto de creer que iba a cobrarse lo que en teoría le debía por haberle ayudado haciendo que le pagase lo que quisiera. Mura resopló exasperada.
—Echémosle la culpa al exceso de dulce… Tampoco pareces encontrarte muy bien. — Dijo, mirándole seria. —Será mejor que te ayude a cambiarte. Así que empieza a desvestirte, no tenemos todo el día. — Instó la contraria, quien estaba conteniéndose para no hacer como hacían las madres con los niños pequeños y desvestirle ella. Si veía que tardaba sí que se haría cargo. No pensaba salir de ahí hasta que el contrario fuera vestido y peinado como una chica. De necesitarlo, hasta tenía maquillaje de retoque guardado.
Para cuando salieron, las ropas de hombre de Lance se encontraban en la bolsa y junto a la chica de recogido rubio y ojos azules caminaba otra jovencita, más bajita que ella, con el cabello suelto y lacio que vestía una blusa blanca, con un jersey más ancho de color azul cielo agarrado por la cinturilla de una falda de color malva y medias oscuras. Sus zapatos habían sido sustituidos en última instancia por unos botines marrones con poca cuña, estos sí, pagados por Mura, quien se aseguró además de meter en el bolsillo del contrario una cantidad de berries equivalente a lo que había costado la ropa.
—De verdad. Que piensen de mí que soy una aprovechada es lo más ofensivo que me ha pasado nunca. —Se quejó mientras le daba los últimos retoques antes de, ahora sí, agarrarle por el brazo y poner rumbo a la mansión de Dokuro. Esta vez subiendo directamente gracias a un acceso que había. Era más caro que ir a pie, pero tenían que subir al sexto piso y sería más rápido así. En el corto trayecto que les quedaba, Saki le explicaría la situación de la “casa”.
—Ahora mismo la herencia está siendo tramitada a la hija adoptiva de Dokuro, además hay otra serie de situaciones que mantienen muy vigilado el establecimiento. Así que el acceso está bastante limitado. Que vieran a un chico aparecer de la nada y “colarse” por mucho que fuera un invitado, sería un escándalo. Pero así puedes hacerte pasar por mi compañera de trabajo o incluso una futura sirvienta. Tranquilo, dudo que esta situación dure mucho. O sino ya pensaremos alguna otra forma de invitarte, si acabas consiguiendo algún negocio. — Resumió Mura.
Para cuando quisieron darse cuenta, se encontraban frente a la entrada, esperando a que el jefe de mayordomos contestase al telefonillo para que pudieran proceder a la estancia.
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Para cuando íbamos a tomar camino y salir de la tienda en dirección a la casa prometida, Saki tomó mi brazo con fuerza y, casi tirándome al suelo, me arrastró nuevamente al interior. Entonces preguntó si podía usar los vestidores para cambiarse allí mismo. ¿Tanto le gustaba la ropa que quería estrenarla hoy mismo? Bueno, eso significaba que había elegido bien, y me reconfortaba que tuviera buen gusto en aquel sentido. De la misma forma que me había obligado a pasar al mostrador, también me forzó a caminar torpemente hacia los probadores, que esperaban tras un pasillo y una tupida cortina. Con esa misma insistencia atravesé la tela roja y terminé con ella delante de un espejo y rodeado de perchas y dos taburetes. Entonces, la miré, enarcando una ceja. ¿Qué demonios pintaba yo allí, dentro del vestidor, con ella? Normalmente las mujeres querían privacidad a la hora de cambiarse, especialmente si se trataban de desconocidos como yo.
Pero, para mi sorpresa, ella comenzó a hablar y me despejó aquella idea de la mente. Al parecer, iba a utilizar mis facciones y mi pelo largo para, disfrazándome de mujer, colarme en la casa que me había prometido. Ahora me estaba planteando si tanto esfuerzo costaba la pena, solo para poder dormir en un colchón cómodo. Entonces miré a la bolsa de ropa, la que acababa de comprar y en la que había gastado mi dinero y, suspirando, asentí. No iba a desperdiciar dinero, eso estaba claro, así que me tocaba disfrazarme de mujer. Tampoco es que fuera a ser lo peor o más raro que había hecho, ¿no? Quizás hasta me lo pasaba bien, quién sabe. Ella le echó la culpa al dulce, de forma bastante acertada, ya que era lo que me había causado el estar tan atontado como para no darme cuenta de las señales que me había estado lanzando todo este rato. Entonces, me instó a cambiarme de ropa, fuera con su ayuda o sin ella. ¿En qué momento esto se había convertido en una obligación…?
De todas formas, seguí sus imperativos y me comencé a desabotonar la parte superior, de arriba abajo. En cuanto me di cuenta de lo que hacía, y vi la cicatriz de mi torso, miré a Saki, algo indispuesto, y le pedí que se diese la vuelta. No me hacía falta que nadie más viese aquella marca, menos si quería darle una sensación de ser alguien normal y legal. En cuanto me hubo hecho caso, me di la vuelta yo también y me terminé de desvestir, quedando con el pecho al descubierto, y sustituyendo la prenda por una blusa blanca y un jersey azul. Una vez hube terminado con esa parte, sí que me di la vuelta, dejándole claro que ya podía hacer lo que ella quisiese, mientras me descalzaba y bajaba los pantalones. Dejándolos en una de las perchas, haciendo que la hebilla tintinease, tomé lo que quedaba en la bolsa: una falda de color morado. Con las dificultades típicas de una primera vez, terminé colocándola con la ayuda de ella y, al terminar, vi que quedaba algo más al fondo, debajo de todo lo comprado. Suspiré.
— ¿De verdad hay que meterse tanto en el pap--? — Suspiré otra vez. — Mira, olvídalo. — Me rendí y me comencé a poner las medias como buenamente podía. Una vez terminado, los decoré con los pequeños botines que ella se obligó a pagar, que tenían una plataforma algo más pequeña que las botas que solía llevar con Sif. En cuanto me vi vestido al espejo, camuflado como una chica cualquiera, ella se acercó a peinarme, domando aquel pelo que tan acostumbrado estaba a ocupar mi flequillo. Además, me maquilló un poco, viéndome obligado a aguantar aquellas pinceladas en mi cara.
En cuanto vi el momento de salir, doblé impolutamente mi traje y lo guardé en esa misma bolsa, tomándola y atravesando aquella cortina que ya había pasado para entrar. Salí a recepción al atravesar el pasillo, acompañado de la rubia y, en cuanto me vio la dependienta, me apresuré a saludar, levantando la mano libre y sonriendo claramente. A modo de prueba, me despedí con un ‘’Adiós’’, impostando una voz más femenina y aguda que la mujer pareció creerse un poco. Al atravesar la puerta, la chica me riñó nuevamente por pensar de ella que era una aprovechada y, agarrando mi brazo, marcó ella nuevamente el rumbo. Cualquiera diría que hoy me estaba paseando por Water Seven como si fuera un perrito. De camino, ella aprovechó para aclararme que no podía pasar un hombre al interior de la casa sin una razón de peso, algo de lo que parecía carecer.
La conversación se alargó un poco hasta llegar al tan famoso edificio del que ella llevaba hablando tanto rato, con el que, a pesar de no ser ninguna maravilla de la arquitectura, se me iluminaron los ojos. Ella no tardó en acercarse al telefonillo y llamar y, tras presentarse a ella misma, y a mí también, además de un par de formalidades más, nos dieron entrada al recinto.
Pero, para mi sorpresa, ella comenzó a hablar y me despejó aquella idea de la mente. Al parecer, iba a utilizar mis facciones y mi pelo largo para, disfrazándome de mujer, colarme en la casa que me había prometido. Ahora me estaba planteando si tanto esfuerzo costaba la pena, solo para poder dormir en un colchón cómodo. Entonces miré a la bolsa de ropa, la que acababa de comprar y en la que había gastado mi dinero y, suspirando, asentí. No iba a desperdiciar dinero, eso estaba claro, así que me tocaba disfrazarme de mujer. Tampoco es que fuera a ser lo peor o más raro que había hecho, ¿no? Quizás hasta me lo pasaba bien, quién sabe. Ella le echó la culpa al dulce, de forma bastante acertada, ya que era lo que me había causado el estar tan atontado como para no darme cuenta de las señales que me había estado lanzando todo este rato. Entonces, me instó a cambiarme de ropa, fuera con su ayuda o sin ella. ¿En qué momento esto se había convertido en una obligación…?
De todas formas, seguí sus imperativos y me comencé a desabotonar la parte superior, de arriba abajo. En cuanto me di cuenta de lo que hacía, y vi la cicatriz de mi torso, miré a Saki, algo indispuesto, y le pedí que se diese la vuelta. No me hacía falta que nadie más viese aquella marca, menos si quería darle una sensación de ser alguien normal y legal. En cuanto me hubo hecho caso, me di la vuelta yo también y me terminé de desvestir, quedando con el pecho al descubierto, y sustituyendo la prenda por una blusa blanca y un jersey azul. Una vez hube terminado con esa parte, sí que me di la vuelta, dejándole claro que ya podía hacer lo que ella quisiese, mientras me descalzaba y bajaba los pantalones. Dejándolos en una de las perchas, haciendo que la hebilla tintinease, tomé lo que quedaba en la bolsa: una falda de color morado. Con las dificultades típicas de una primera vez, terminé colocándola con la ayuda de ella y, al terminar, vi que quedaba algo más al fondo, debajo de todo lo comprado. Suspiré.
— ¿De verdad hay que meterse tanto en el pap--? — Suspiré otra vez. — Mira, olvídalo. — Me rendí y me comencé a poner las medias como buenamente podía. Una vez terminado, los decoré con los pequeños botines que ella se obligó a pagar, que tenían una plataforma algo más pequeña que las botas que solía llevar con Sif. En cuanto me vi vestido al espejo, camuflado como una chica cualquiera, ella se acercó a peinarme, domando aquel pelo que tan acostumbrado estaba a ocupar mi flequillo. Además, me maquilló un poco, viéndome obligado a aguantar aquellas pinceladas en mi cara.
En cuanto vi el momento de salir, doblé impolutamente mi traje y lo guardé en esa misma bolsa, tomándola y atravesando aquella cortina que ya había pasado para entrar. Salí a recepción al atravesar el pasillo, acompañado de la rubia y, en cuanto me vio la dependienta, me apresuré a saludar, levantando la mano libre y sonriendo claramente. A modo de prueba, me despedí con un ‘’Adiós’’, impostando una voz más femenina y aguda que la mujer pareció creerse un poco. Al atravesar la puerta, la chica me riñó nuevamente por pensar de ella que era una aprovechada y, agarrando mi brazo, marcó ella nuevamente el rumbo. Cualquiera diría que hoy me estaba paseando por Water Seven como si fuera un perrito. De camino, ella aprovechó para aclararme que no podía pasar un hombre al interior de la casa sin una razón de peso, algo de lo que parecía carecer.
La conversación se alargó un poco hasta llegar al tan famoso edificio del que ella llevaba hablando tanto rato, con el que, a pesar de no ser ninguna maravilla de la arquitectura, se me iluminaron los ojos. Ella no tardó en acercarse al telefonillo y llamar y, tras presentarse a ella misma, y a mí también, además de un par de formalidades más, nos dieron entrada al recinto.
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La mansión de Keima no era especialmente llamativa desde fuera. Su fachada era simple y austera, de un tono gris azulado que asemejaba los muros de la propia ciudad, apenas con algún detalle como las columnas que se podían ver dando una ojeada por entre la vaya de barrotes negruzcos adornados con rosales. Quizás lo más destacable, desde fuera de la misma, era el hecho de que tuviera el lujo de un jardín artificial, con apenas una capa fina de tierra sobre el terreno de piedra en el que se constituían las casas de la isla. Sin embargo, por dentro era acogedora y mucho más llamativa. El tono azulado al pasar por la entrada principal, se veía sustituido por paredes de colores cálidos adornadas con espejos y candelabros brillantes e impolutos. A la entrada había un armario empotrado de puertas correderas que servía para que los invitados pudieran dejar sus pertenencias cuando venían en mayor cantidad de lo normal. Mientras no se diera el caso, las dos o tres personas que pudieran venir de forma más continuada, contaban con un perchero de pie y un pequeño zapatero provisto de zapatillas de casa blancas de diferentes tallas. Una vez pasado el umbral, el pasillo principal daba a dos salas distintas, una a cada lado y se alargaba varios metros hasta unas escaleras de mármol negro que ascendían varios pisos. El de las habitaciones principales –el que les interesaba a ellos- se encontraba en la cuarta planta, por lo que les tocaría caminar un poco más antes de que el contrario pudiera cambiarse y descansar.
—Bueno, las señoritas primero. —Bromeó la rubia mientras le hacía un gesto a su acompañante para que pasase. Una vez lo hiciera, entraría ella, cerrando la puerta tras de sí.
El sonido de la puerta al cerrarse se vio acompañado de la aparición de un mayordomo ya entrado en años, con el cabello canoso peinado hacia atrás y un bigote cuidado y perfilado que decoraba su arrugado rostro. Era alto y delgado. Y Mura podía asegurar que aparentaba mucho más inofensivo de lo que era en realidad. Parado frente a ellos, espero a que avanzaran para hacer una leve inclinación de cabeza a modo de saludo antes de hablar, dirigiéndose a “Saki”.
—La señorita no me dijo al salir que fuera a traer invitados. —Comentó con un deje de molestia que podría ser malinterpretado por el menor, de no ser por sus siguientes palabras. —Si me lo hubiera avisado hubiéramos tenido preparada una habitación para su… ¿Amiga? — Los ojos se centraron en Lance ahora, inquisitivos. —Creo que nunca la había visto. ¿Es alguien proveniente de la isla que me dijo? —
—Te equivocas, Jeremy. Nos hemos conocido hoy y bueno, digamos que le debo un favor. ¿No hay problemas en que se quede esta noche, verdad? —
—En absoluto…— El mayordomo omitió el comentario de “Aún si quisieran no habría nadie en la mansión que pudiera negártelo. —Enseguida enviaré a alguien a preparar una habitación para ella. ¿Necesitan algo mientras tanto? —
—Nos retiraremos a las habitaciones de momento. Mi amiga… No parece encontrarse muy bien en estos momentos. —Indicó, señalando la cara de cansancio de Lance. —Algo de comida y agua fresca estaría bien. Nada dulce. —Aclaró, antes de agarrar del brazo al menor. —Ven, te presentaré a quien prometí después de que descanses un poco. Puedes cambiarte con tu ropa de nuevo arriba, si quieres. — Y tras decir esto último, se dirigió a su propia habitación.
El cuarto era grande, enorme de hecho. Aunque cualquier lugar se quedaría pequeño para Mura si lo comparaba con su habitáculo en el castillo Fiordiano. Pero tenía hueco suficiente para su enrome y mullida cama, un tocador con varios soportes de peluca y estuches de maquillaje –así como bisutería que casi nunca usaba- un escritorio de madera de bastante calidad, cuyos cajones estaban cerrados con llave y una estantería con libros. También tenía su propio cambiador, con toda la ropa de la contraria y un baño individual de un tamaño considerable también.
Lo primero que hizo una vez dentro la joven, fue dejar caer la boina que llevaba en la cabeza. Tirandola cerca del tocador al que se encamino para colocar sus gafas postizas antes de quitarse la peluca de la cabeza frente a Lance, que vio cómo el rubio caucásico era sustituido por un flameante naranja. —Bien, ponte cómodo. — Ofreció Akane mientras colocaba la peluca de pelo sintético sobre el soporte que quedaba libre, pues en el otro se acomodaba otra de tono azabache. Una vez la peluca quedó fuera, lo siguiente que se quitó fueron las lentillas, dejando al descubierto sus ojos morados que, tras todo el día fuera, agradecieron en respiro. Tras echarse un par de gotitas para que no se le quedaran resecos, con cuidado de no destrozar su maquillaje, parpardeó repetidas veces antes de volver a mirar al chico, esperando ver si había tenido algún tipo de reacción o si el cansancio le había hecho ignorar el cambio y simplemente se había tirado en la cama, cansado. De seguir aún despierto, sin hacer mención a su apariencia por el momento, le indicaría que podía usar el vestidor para cambiarse si quería y esperaría antes de retomar su conversación de antes, ahora sí, como Akane.
—Bueno, las señoritas primero. —Bromeó la rubia mientras le hacía un gesto a su acompañante para que pasase. Una vez lo hiciera, entraría ella, cerrando la puerta tras de sí.
El sonido de la puerta al cerrarse se vio acompañado de la aparición de un mayordomo ya entrado en años, con el cabello canoso peinado hacia atrás y un bigote cuidado y perfilado que decoraba su arrugado rostro. Era alto y delgado. Y Mura podía asegurar que aparentaba mucho más inofensivo de lo que era en realidad. Parado frente a ellos, espero a que avanzaran para hacer una leve inclinación de cabeza a modo de saludo antes de hablar, dirigiéndose a “Saki”.
—La señorita no me dijo al salir que fuera a traer invitados. —Comentó con un deje de molestia que podría ser malinterpretado por el menor, de no ser por sus siguientes palabras. —Si me lo hubiera avisado hubiéramos tenido preparada una habitación para su… ¿Amiga? — Los ojos se centraron en Lance ahora, inquisitivos. —Creo que nunca la había visto. ¿Es alguien proveniente de la isla que me dijo? —
—Te equivocas, Jeremy. Nos hemos conocido hoy y bueno, digamos que le debo un favor. ¿No hay problemas en que se quede esta noche, verdad? —
—En absoluto…— El mayordomo omitió el comentario de “Aún si quisieran no habría nadie en la mansión que pudiera negártelo. —Enseguida enviaré a alguien a preparar una habitación para ella. ¿Necesitan algo mientras tanto? —
—Nos retiraremos a las habitaciones de momento. Mi amiga… No parece encontrarse muy bien en estos momentos. —Indicó, señalando la cara de cansancio de Lance. —Algo de comida y agua fresca estaría bien. Nada dulce. —Aclaró, antes de agarrar del brazo al menor. —Ven, te presentaré a quien prometí después de que descanses un poco. Puedes cambiarte con tu ropa de nuevo arriba, si quieres. — Y tras decir esto último, se dirigió a su propia habitación.
El cuarto era grande, enorme de hecho. Aunque cualquier lugar se quedaría pequeño para Mura si lo comparaba con su habitáculo en el castillo Fiordiano. Pero tenía hueco suficiente para su enrome y mullida cama, un tocador con varios soportes de peluca y estuches de maquillaje –así como bisutería que casi nunca usaba- un escritorio de madera de bastante calidad, cuyos cajones estaban cerrados con llave y una estantería con libros. También tenía su propio cambiador, con toda la ropa de la contraria y un baño individual de un tamaño considerable también.
Lo primero que hizo una vez dentro la joven, fue dejar caer la boina que llevaba en la cabeza. Tirandola cerca del tocador al que se encamino para colocar sus gafas postizas antes de quitarse la peluca de la cabeza frente a Lance, que vio cómo el rubio caucásico era sustituido por un flameante naranja. —Bien, ponte cómodo. — Ofreció Akane mientras colocaba la peluca de pelo sintético sobre el soporte que quedaba libre, pues en el otro se acomodaba otra de tono azabache. Una vez la peluca quedó fuera, lo siguiente que se quitó fueron las lentillas, dejando al descubierto sus ojos morados que, tras todo el día fuera, agradecieron en respiro. Tras echarse un par de gotitas para que no se le quedaran resecos, con cuidado de no destrozar su maquillaje, parpardeó repetidas veces antes de volver a mirar al chico, esperando ver si había tenido algún tipo de reacción o si el cansancio le había hecho ignorar el cambio y simplemente se había tirado en la cama, cansado. De seguir aún despierto, sin hacer mención a su apariencia por el momento, le indicaría que podía usar el vestidor para cambiarse si quería y esperaría antes de retomar su conversación de antes, ahora sí, como Akane.
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Aunque desde fuera no brillaba con luz propia como una gran casa, ni una extremadamente refinada ni bien decorada, solo hacía falta dar un par de pasos en el interior para ver que el nivel económico de la hacienda no era ni mucho menos el normal. Era elegante, especialmente si te fijabas en los jardines que decoraban el lugar, pero las paredes que te daban la bienvenida a dicho hogar sí que te embriagaban de esa sensación de riqueza que parecían haber abandonado en la fachada. Los tonos gélidos del exterior, que estaban en consonancia con la decoración general de la isla y sus construcciones, se invertían por completo hasta dar lugar a una gama de colores cálidos, más por la constante y bien llevaba iluminación que por la propia construcción. Ya allí, en la entrada, podía ver como el sitio estaba preparado para las visitas, incluso en ingentes cantidades, puesto que tenían formas de sobra para que los recién llegados pudieran dejar su ropa en la entrada, tanto en armarios como en percheros.
Ya allí, Saki me dejó pasar al son de un ‘’Las señoritas primero’’, que me hizo escapar una pequeña risa, tanto por el chascarrillo como porque me había olvidado de cómo iba vestido. Entré delante de ella y, al cerrar la puerta, un señor, cuyo aspecto gritaba que era el mayordomo del lugar o el encargado, nos dio la bienvenida mientras verificaba mis sospechas. Trató a la rubia de ‘’la señorita’’ para lo que parecía ser reprocharle por haberme traído, aclarando segundos después que debería haber avisado para tener preparada una habitación para mí. Entonces, sus ojos se dirigieron hacia mí, realizando lo que parecía ser un análisis de mi aspecto y gestos, al cual contesté sonriendo de una forma bastante tierna. Así, ambos comenzaron a hablar sobre mí. Yo, en vez de escuchar, simplemente me centré en ver el lugar, sin tampoco exagerar los movimientos de mi cuello para no dejar claro que no les prestaba atención.
Volví en mí cuando noté que se estaba dirigiendo a mí, agarrando mi brazo para aclararlo aún más. Me pedía que la siguiera y que, tras descansar un poco, algo que obviamente me hacía falta tras esa resaca de azúcar que estaba sufriendo, iríamos a ver a la interesada en mis negocios. Asentí, ya que me parecía lógico. En aquel estado en el que me encontraba, difícilmente podría llevar a cabo una buena negociación ni una conversación mínimamente decente, sin hablar de que mi aspecto no debía ser el más formal ni elegante. Siendo guiado a base de tirones suaves, fui subiendo escaleras tras escaleras hasta que llegué a perder la cuenta de los escalones que había recorrido y la altura que podía haber conseguido.
Para cuando hubimos parado de hacer aquel infernal ejercicio, nos encontrábamos frente a una puerta que Saki atravesó al instante, dejándome pasar. Era una habitación y, a juzgar por el tamaño y la confianza con la que ella había entrado, debía de ser la suya. Llevado por el cansancio y la intimidad, me acerqué a la gigantesca cama y me tiré encima de ella como si de un saco me tratase, pero sin llegar a ser tan maleducado como para no mirarla. Con el cuerpo en horizontal y apoyando mi mentón sobre las palmas de mis manos, que se encontraban unidas por la parte más inferior y mirando hacia arriba, me fijé en cómo la rubia que me había acompañado en todo el trayecto se estaba transformando en otra persona que, aunque compartía rasgos con la primera, era muy distinta. Las gafas desaparecieron y volvieron a aparecer en el tocador, mientras que su pelo cambiaba del amarillo al naranja y comenzaba a hurgar en sus ojos para hacer aparecer unas lentillas azules de la nada. A la vez que parecía desprenderse de todo su disfraz, traje, ropa o lo que fuera, ella me instaba a ponerme cómodo, algo que ya había hecho hacía un momento, y que mi cuerpo y tripa estaban agradeciendo sobremanera. Tanto que ojos se comenzaban a cerrar, pero yo me esforzaba en aparentar que estaba despierto, todo para no parecer un maleducado. Un poco con el sueño guiando mis palabras, además del malestar, comencé a hablar:
— Bonitos ojos, me parecen más interesantes que los azules… — Fue más un murmullo que unas palabras bien dichas, pero que no me preocuparía en que realmente escuchase, ya que mis párpados terminaron de cerrarse para no abrir de no necesitarlo, perdiendo la postura. Mis muñecas quedaron sin fuerzas y, dejándose caer frente a mí, mi cara siguió las órdenes de la gravedad y terminó encima de ellas, comenzando a respirar lentamente mientras dormía, un poco incómodo por la ropa que llevaba. No estaba acostumbrado a la falda ni a la blusa, y mi cuerpo parecía notarlo y reaccionar en consecuencia, girando más de lo normal.
Ya allí, Saki me dejó pasar al son de un ‘’Las señoritas primero’’, que me hizo escapar una pequeña risa, tanto por el chascarrillo como porque me había olvidado de cómo iba vestido. Entré delante de ella y, al cerrar la puerta, un señor, cuyo aspecto gritaba que era el mayordomo del lugar o el encargado, nos dio la bienvenida mientras verificaba mis sospechas. Trató a la rubia de ‘’la señorita’’ para lo que parecía ser reprocharle por haberme traído, aclarando segundos después que debería haber avisado para tener preparada una habitación para mí. Entonces, sus ojos se dirigieron hacia mí, realizando lo que parecía ser un análisis de mi aspecto y gestos, al cual contesté sonriendo de una forma bastante tierna. Así, ambos comenzaron a hablar sobre mí. Yo, en vez de escuchar, simplemente me centré en ver el lugar, sin tampoco exagerar los movimientos de mi cuello para no dejar claro que no les prestaba atención.
Volví en mí cuando noté que se estaba dirigiendo a mí, agarrando mi brazo para aclararlo aún más. Me pedía que la siguiera y que, tras descansar un poco, algo que obviamente me hacía falta tras esa resaca de azúcar que estaba sufriendo, iríamos a ver a la interesada en mis negocios. Asentí, ya que me parecía lógico. En aquel estado en el que me encontraba, difícilmente podría llevar a cabo una buena negociación ni una conversación mínimamente decente, sin hablar de que mi aspecto no debía ser el más formal ni elegante. Siendo guiado a base de tirones suaves, fui subiendo escaleras tras escaleras hasta que llegué a perder la cuenta de los escalones que había recorrido y la altura que podía haber conseguido.
Para cuando hubimos parado de hacer aquel infernal ejercicio, nos encontrábamos frente a una puerta que Saki atravesó al instante, dejándome pasar. Era una habitación y, a juzgar por el tamaño y la confianza con la que ella había entrado, debía de ser la suya. Llevado por el cansancio y la intimidad, me acerqué a la gigantesca cama y me tiré encima de ella como si de un saco me tratase, pero sin llegar a ser tan maleducado como para no mirarla. Con el cuerpo en horizontal y apoyando mi mentón sobre las palmas de mis manos, que se encontraban unidas por la parte más inferior y mirando hacia arriba, me fijé en cómo la rubia que me había acompañado en todo el trayecto se estaba transformando en otra persona que, aunque compartía rasgos con la primera, era muy distinta. Las gafas desaparecieron y volvieron a aparecer en el tocador, mientras que su pelo cambiaba del amarillo al naranja y comenzaba a hurgar en sus ojos para hacer aparecer unas lentillas azules de la nada. A la vez que parecía desprenderse de todo su disfraz, traje, ropa o lo que fuera, ella me instaba a ponerme cómodo, algo que ya había hecho hacía un momento, y que mi cuerpo y tripa estaban agradeciendo sobremanera. Tanto que ojos se comenzaban a cerrar, pero yo me esforzaba en aparentar que estaba despierto, todo para no parecer un maleducado. Un poco con el sueño guiando mis palabras, además del malestar, comencé a hablar:
— Bonitos ojos, me parecen más interesantes que los azules… — Fue más un murmullo que unas palabras bien dichas, pero que no me preocuparía en que realmente escuchase, ya que mis párpados terminaron de cerrarse para no abrir de no necesitarlo, perdiendo la postura. Mis muñecas quedaron sin fuerzas y, dejándose caer frente a mí, mi cara siguió las órdenes de la gravedad y terminó encima de ellas, comenzando a respirar lentamente mientras dormía, un poco incómodo por la ropa que llevaba. No estaba acostumbrado a la falda ni a la blusa, y mi cuerpo parecía notarlo y reaccionar en consecuencia, girando más de lo normal.
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Mura vio de refilón como, incluso sin ofrecérselo, su acompañante se había acomodado sobre su mullida cama, boca abajo. Seguramente esta “victoria” de antes no le había sentado bien. “Los niños son niños”. Pensó para sus adentros sin molestarse si quiera en replicar que ella pensaba más en algo así como que se cambiara el también de ropa, ya que dentro de la casa no tenía que fingir ser una mujer. Pero viendo que por no hacer no se había ni molestado en quitarse los zapatos decidió dejarlo estar por el momento y continuar por quitarse su maquillaje, mirándole a ratos a él mediante el reflejo en el tocador.
Sus orejas se alzaron, del mismo tono que su pelo, como las de un felino al escuchar lo que suponía era un halago soltado sin pensar. Como un borracho, pero con azúcar en vez de alcohol en vena. La pelirroja se quedó mirando sus ojos por un momento sorprendida, antes de que el significado de su color hiciera que los mismos se ensombrecieran. Para ella no eran nada “bonito”. —Yo no creo que sean la gran cosa, la verdad. —Musitó, antes de que otro sonido llamara su atención. Un leve ronquido que seguramente hubiera pasado desapercibido ante cualquier otra persona. Sorprendida, se giró a mirar al chico cuya cabeza había terminado de tocar cama en una postura un tanto incómoda. Mura suspiró, sonriendo levemente.
—Podrías al menos haberte desvestido primero…— Murmuró viendo cómo se retorcía. Un resoplido hizo que su flequillo se elevara unos segundos antes de volver a caer en su sitio y Mura se levantó con la intención de acomodar mejor a su acompañante. Primero le quito los zapatos y los dejó caer a un lado de la cama. Luego, se dispuso a tirar de la falda y las medias, pero se detuvo al recordar que Jeremy subiría en nada a la habitación. Ante esa escena tendría que explicar demasiadas cosas por lo que primero pondría el pestillo a la puerta y luego seguiría. Una vez acabado con la parte baja, le daría la vuelta tirando de él con suavidad y le desabrocharía la blusa. Procuraría no dar especial atención a esa parte de su cuerpo, recordando su timidez en los cambiadores y finalizaría por echarle una manta encima y coger una toallita desmaquillante para, con suavidad, limpiar la sombra de ojos y el pintalabios que le había aplicado.
Después de ocuparse de Lance, sería ella misma quien terminase de lavarse la cara y desvestirse. Dejando su ropa de calle sobre la silla y el sujetador tirado por alguna parte del vestidor que no quedaba a la vista, quedándose su conjunto en una camiseta larga y algo holgada de tirantes, de color negro y un pantalón tan corto que pareciera que no llevaba más que la prenda superior. Con su pelo suelto y las cicatrices de sus brazos, piernas y espalda al descubierto. Aunque tras pasar por el quirófano de Slade las peores habían desaparecido. Una vez estuvo cómoda y las cosas que hubiera pedido a Jeremy llegaran, solo le quedaría esperar a que el chico se despertara. En el tiempo de mientras, ella misma aprovecharía para poner sus ideas en orden, acomodada en el asiento que tenía junto a la ventana. Con las piernas recogidas y siendo abrazadas por sus brazos mientras cantaba en un tono bajo de voz una canción de cuna.
Sus orejas se alzaron, del mismo tono que su pelo, como las de un felino al escuchar lo que suponía era un halago soltado sin pensar. Como un borracho, pero con azúcar en vez de alcohol en vena. La pelirroja se quedó mirando sus ojos por un momento sorprendida, antes de que el significado de su color hiciera que los mismos se ensombrecieran. Para ella no eran nada “bonito”. —Yo no creo que sean la gran cosa, la verdad. —Musitó, antes de que otro sonido llamara su atención. Un leve ronquido que seguramente hubiera pasado desapercibido ante cualquier otra persona. Sorprendida, se giró a mirar al chico cuya cabeza había terminado de tocar cama en una postura un tanto incómoda. Mura suspiró, sonriendo levemente.
—Podrías al menos haberte desvestido primero…— Murmuró viendo cómo se retorcía. Un resoplido hizo que su flequillo se elevara unos segundos antes de volver a caer en su sitio y Mura se levantó con la intención de acomodar mejor a su acompañante. Primero le quito los zapatos y los dejó caer a un lado de la cama. Luego, se dispuso a tirar de la falda y las medias, pero se detuvo al recordar que Jeremy subiría en nada a la habitación. Ante esa escena tendría que explicar demasiadas cosas por lo que primero pondría el pestillo a la puerta y luego seguiría. Una vez acabado con la parte baja, le daría la vuelta tirando de él con suavidad y le desabrocharía la blusa. Procuraría no dar especial atención a esa parte de su cuerpo, recordando su timidez en los cambiadores y finalizaría por echarle una manta encima y coger una toallita desmaquillante para, con suavidad, limpiar la sombra de ojos y el pintalabios que le había aplicado.
Después de ocuparse de Lance, sería ella misma quien terminase de lavarse la cara y desvestirse. Dejando su ropa de calle sobre la silla y el sujetador tirado por alguna parte del vestidor que no quedaba a la vista, quedándose su conjunto en una camiseta larga y algo holgada de tirantes, de color negro y un pantalón tan corto que pareciera que no llevaba más que la prenda superior. Con su pelo suelto y las cicatrices de sus brazos, piernas y espalda al descubierto. Aunque tras pasar por el quirófano de Slade las peores habían desaparecido. Una vez estuvo cómoda y las cosas que hubiera pedido a Jeremy llegaran, solo le quedaría esperar a que el chico se despertara. En el tiempo de mientras, ella misma aprovecharía para poner sus ideas en orden, acomodada en el asiento que tenía junto a la ventana. Con las piernas recogidas y siendo abrazadas por sus brazos mientras cantaba en un tono bajo de voz una canción de cuna.
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Por experiencia, sabía que mi sueño era bastante pesado cuando el cuerpo lo pedía y, en situaciones tranquilas, llegaba a permitirme el no despertarme ante ningún ruido. Aunque en cualquier otra situación podía llegar a desvelarme con solo escuchar el crepitar de un árbol, de un fuego o de otra cosa, ahora mismo parecía estar en un estado en el que hasta una manada de gacelas atropellando un león no me causaría la más mínima reacción. A pesar de ello, sí que podía percibir, reflejándolo en mi sueño, algunos estímulos que mi cuerpo dormido percibía, especialmente el tacto. Algo me estaba toqueteando y moviéndome, pero no le di mayor importancia.
Pudo pasar un rato bastante largo hasta que mis párpados se lograron despegar y dejarme ver la luz que llevaba bañando la habitación desde mi entrada. La habitación permanecía tal y como la había dejado a mi ida del mundo real, pero con una pequeña diferencia: Ahora Saki estaba en su propio asiento, cerca del cristal, abrazada a sí misma y cantando, con un aspecto ciertamente distinto al que primero vi. Sin darle más importancia de la que podía tener, es decir, ninguna, me reincorporé un poco, dejando caer la manta por delante de mis hombros, que brillaban al sol por su palidez. No hacía ni frío ni calor en aquella estancia, pero por el simple hecho de estar recogido me volví a subir la sábana para cubrir mi pecho mientras ahora miraba fijamente a los ojos morados de la muchacha. Ella se había acomodado, como era de esperar de alguien que estaba en su habitación, con una camiseta bastante holgada que dejaba ver su buen cuerpo. Su pelo naranja parecía cubrir lo que eran cicatrices por la espalda, bastante parecidas a aquellas que recorrían sus extremidades o, en una primera instancia, su mejilla. ¿Realmente aquella era Saki? Bueno, yo era el primero que no podía sorprenderse, teniendo en cuenta que en el pasado me había disfrazado para ser irreconocible, y no sabía las razones que ella podía tener detrás para hacer lo mismo. Abrí la boca por un segundo para hablar, sin haber pensado muy bien lo que iba a decir, para terminar cerrándola otros diez segundos mientras la miraba nuevamente. Entonces, sí que comencé a comunicarme:
— Hmm… Vaya cambio, ¿no? — Mis manos jugueteaban con la manta sin más pretensión que la de descargar energía y tensión. No estaba incómodo en aquel lugar, al contrario, pero aquello no quitaba que seguía estando al descubierto delante de una desconocida, en su propia casa. Quizás no había sido la persona más cuidadosa durante estas últimas horas, teniendo en cuenta cómo había acabado. — Diría que para mejor. Te noto más real, más tú, no sé. Aunque, para empezar, no te conozco más que de hace un rato. — Antes de terminar la frase, mi sonrisa se había deformado un poco hasta llegar a ser una carcajada, que fue seguida de otra y otra. Era ilógico decir que era más real cuando siquiera sabía quién era ella y quién no. — Supongo que ha sido un poquitín maleducado de mi parte el… ya sabes, quedarme así. Te juro que no suelo tener tan pocos modales, de verdad… — Flexioné las rodillas, elevándolas y apoyando los brazos en ellas, perdiendo, esta vez sí, la protección que me ofrecía la manta en mi pecho. Ya que ella me estaba mostrando lo que supuse que podían ser sus inseguridades, no quería ser menos, especialmente tras las confianzas que me había tomado. Ya en aquella postura, alargaría el brazo más cercano a ella, dejando la mano con la palma entreabierta cerca. — ¿Me puedes dar agua, por favor? Tengo la boca un poco seca.
Pudo pasar un rato bastante largo hasta que mis párpados se lograron despegar y dejarme ver la luz que llevaba bañando la habitación desde mi entrada. La habitación permanecía tal y como la había dejado a mi ida del mundo real, pero con una pequeña diferencia: Ahora Saki estaba en su propio asiento, cerca del cristal, abrazada a sí misma y cantando, con un aspecto ciertamente distinto al que primero vi. Sin darle más importancia de la que podía tener, es decir, ninguna, me reincorporé un poco, dejando caer la manta por delante de mis hombros, que brillaban al sol por su palidez. No hacía ni frío ni calor en aquella estancia, pero por el simple hecho de estar recogido me volví a subir la sábana para cubrir mi pecho mientras ahora miraba fijamente a los ojos morados de la muchacha. Ella se había acomodado, como era de esperar de alguien que estaba en su habitación, con una camiseta bastante holgada que dejaba ver su buen cuerpo. Su pelo naranja parecía cubrir lo que eran cicatrices por la espalda, bastante parecidas a aquellas que recorrían sus extremidades o, en una primera instancia, su mejilla. ¿Realmente aquella era Saki? Bueno, yo era el primero que no podía sorprenderse, teniendo en cuenta que en el pasado me había disfrazado para ser irreconocible, y no sabía las razones que ella podía tener detrás para hacer lo mismo. Abrí la boca por un segundo para hablar, sin haber pensado muy bien lo que iba a decir, para terminar cerrándola otros diez segundos mientras la miraba nuevamente. Entonces, sí que comencé a comunicarme:
— Hmm… Vaya cambio, ¿no? — Mis manos jugueteaban con la manta sin más pretensión que la de descargar energía y tensión. No estaba incómodo en aquel lugar, al contrario, pero aquello no quitaba que seguía estando al descubierto delante de una desconocida, en su propia casa. Quizás no había sido la persona más cuidadosa durante estas últimas horas, teniendo en cuenta cómo había acabado. — Diría que para mejor. Te noto más real, más tú, no sé. Aunque, para empezar, no te conozco más que de hace un rato. — Antes de terminar la frase, mi sonrisa se había deformado un poco hasta llegar a ser una carcajada, que fue seguida de otra y otra. Era ilógico decir que era más real cuando siquiera sabía quién era ella y quién no. — Supongo que ha sido un poquitín maleducado de mi parte el… ya sabes, quedarme así. Te juro que no suelo tener tan pocos modales, de verdad… — Flexioné las rodillas, elevándolas y apoyando los brazos en ellas, perdiendo, esta vez sí, la protección que me ofrecía la manta en mi pecho. Ya que ella me estaba mostrando lo que supuse que podían ser sus inseguridades, no quería ser menos, especialmente tras las confianzas que me había tomado. Ya en aquella postura, alargaría el brazo más cercano a ella, dejando la mano con la palma entreabierta cerca. — ¿Me puedes dar agua, por favor? Tengo la boca un poco seca.
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La risa de Lance se contagió a la pelirroja quien trató de disimularlo dejándolo en una sonrisa. Ahora que el chico estaba de pie y se había incorporado ella había detenido su cantico y se había estirado también, igual que un gato. “¿Más real, eh?” En verdad el comentario le hizo gracia por su absurdez, ya que no se sentía del todo incomoda con el disfraz de “Saki”. Y además su color de ojos y pelo era más natural con su disfraz que la original. Pero esos pensamientos se los guardaría para sí misma.
—No tienes que disculparte. Para empezar… Bueno, es igual. —Iba a comentar el detalle de que había sido ella quien se ocupó de desvestirle al ver como daba vueltas en la cama, remoloneando incomodo en sus sueños. —¿Has dormido bien? —Preguntó antes de escuchar su petición, asintiendo antes de incorporarse para tomar la jarra con agua que descansaba sobre una mesita a un par de metros y echar agua en uno de los vasos vacíos, ofreciéndoselo. —Ten. Por cierto… Tienes ahí tú ropa, por si quieres cambiarte. —Señaló la bolsa tirada al lado de la cama, en el suelo. —Y… Supongo que debería presentarme mejor. Me llamo Akane. Saki es… Bueno, mi podrías llamarlo mi nombre artístico. —Se excusó con respecto a su disfraz. —Es útil para salir por ahí cuando no quieres que sepas quien eres. —
Esperaría a que el contrario comentara algo más, que bebiera y decidiera si quería o no vestirse. En verdad, tras tanto tiempo acostumbrada al despreocupado de Dexter andando desnudo por todas partes, el bocachancla de Berthil y la gente que la había acompañado primero en los Red y luego en los Blue, el tema de los modales era lo último que echaría en cara al menor, y el que estuviera en paños menores no le podía ser más indiferente. Pero entendía que a la inversa no fuera el caso. Una vez estuviera listo el contario, sacaría el tema sobre sus “negocios”.
—Por cierto, lo del tema de tus contactos… No me parecía buena idea preguntar directamente por lo que me interesaría en la pastelería. —Admitió. —La verdad es que la razón de que viniera a Water Seven es un poco…complicada. Pero digamos que… Esta casa es algo así como mi herencia, la cual reclamare oficialmente dentro de poco y a partir de la cual pretendo aprovechar la influencia de mi… “padre” adoptivo. — La palabra pareció atragantarse según se lo contaba, aunque no pretendió ocultarlo. —Como salvoconducto para entrar a la organicación del gobierno. No sé si has oído hablar de ella. — Explicó… —El caso es que necesitaría algo de información al respecto o alguien que pudiera darme una manera de llegar a ellos, de tener una prueba o algo por el estilo. Necesito contactos que me faciliten la entrada. — Sentenció finalmente, esperando que el chico no se espantara o sospechara de ella. Ya que en primera instancia no parecía haberla reconocido, pero siempre podía caer en la cuenta de que era una pirata… o mejor dicho un ex miembro de la banda de un youkou.
—¿Crees poder ayudarme? —
—No tienes que disculparte. Para empezar… Bueno, es igual. —Iba a comentar el detalle de que había sido ella quien se ocupó de desvestirle al ver como daba vueltas en la cama, remoloneando incomodo en sus sueños. —¿Has dormido bien? —Preguntó antes de escuchar su petición, asintiendo antes de incorporarse para tomar la jarra con agua que descansaba sobre una mesita a un par de metros y echar agua en uno de los vasos vacíos, ofreciéndoselo. —Ten. Por cierto… Tienes ahí tú ropa, por si quieres cambiarte. —Señaló la bolsa tirada al lado de la cama, en el suelo. —Y… Supongo que debería presentarme mejor. Me llamo Akane. Saki es… Bueno, mi podrías llamarlo mi nombre artístico. —Se excusó con respecto a su disfraz. —Es útil para salir por ahí cuando no quieres que sepas quien eres. —
Esperaría a que el contrario comentara algo más, que bebiera y decidiera si quería o no vestirse. En verdad, tras tanto tiempo acostumbrada al despreocupado de Dexter andando desnudo por todas partes, el bocachancla de Berthil y la gente que la había acompañado primero en los Red y luego en los Blue, el tema de los modales era lo último que echaría en cara al menor, y el que estuviera en paños menores no le podía ser más indiferente. Pero entendía que a la inversa no fuera el caso. Una vez estuviera listo el contario, sacaría el tema sobre sus “negocios”.
—Por cierto, lo del tema de tus contactos… No me parecía buena idea preguntar directamente por lo que me interesaría en la pastelería. —Admitió. —La verdad es que la razón de que viniera a Water Seven es un poco…complicada. Pero digamos que… Esta casa es algo así como mi herencia, la cual reclamare oficialmente dentro de poco y a partir de la cual pretendo aprovechar la influencia de mi… “padre” adoptivo. — La palabra pareció atragantarse según se lo contaba, aunque no pretendió ocultarlo. —Como salvoconducto para entrar a la organicación del gobierno. No sé si has oído hablar de ella. — Explicó… —El caso es que necesitaría algo de información al respecto o alguien que pudiera darme una manera de llegar a ellos, de tener una prueba o algo por el estilo. Necesito contactos que me faciliten la entrada. — Sentenció finalmente, esperando que el chico no se espantara o sospechara de ella. Ya que en primera instancia no parecía haberla reconocido, pero siempre podía caer en la cuenta de que era una pirata… o mejor dicho un ex miembro de la banda de un youkou.
—¿Crees poder ayudarme? —
Lance Kashan
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Al igual que yo parecía haber vuelto al mundo de los vivos, reincorporándome, ella parecía abandonar el mundo de los sueños, y retomar su consciencia. Aunque era obvio que ella estaba más despierta y lúcida que yo, que todavía arrastraba la cadena del cansancio, aunque en una medida mucho menor a la que tenía cuando me tiré en aquel cómodo colchón. Asentí de una forma bastante cómica, pero lo suficientemente marcada como para que ella se diese cuenta que sí había disfrutado del sueño en aquella habitación. Era obviamente mucho mejor que la cama de un hostal de mala muerte, que podía estar relleno de cualquier cosa excepto de material de calidad para el descanso. Entonces aproveché para pedir el trago de agua, que me fue servido al instante, comenzando a beber en el momento en el que el vidrio tocó la palma de mi mano. Era como mínimo refrescante, especialmente si tenía que hablar a continuación.
Entonces, ella aprovechó para presentarse correctamente, algo que parecía no haber hecho la primera ocasión que nos conocimos. ¿Akane…? Me sonaba el nombre, pero a la vez no. Quizás había leído o escuchado alguno por el estilo en las noticias, pero viviendo en este mundo, lo más seguro es que ella ni fuese la misma persona que había aparecido allí. Así, Saki quedaba como nombre artístico. Supuse pues que era simplemente para evitar atenciones indeseadas, como podían ser paparazzis o conocidos pesados, algo a lo que no le iba a dar demasiadas vueltas, teniendo en cuenta que yo era el primero que se ponía una máscara y una túnica a la hora de trabajar. No era el más normal de todos como para ir criticando o buscándole tres pies al gato con las decisiones que tomaba o dejaba de tomar la gente con la que no tenía confianza todavía.
— Bueno, cada uno oculta lo que quiere, supongo. No seré yo, ni mucho menos, el que te juzgue. — Volví a beber, terminando de vaciar el vaso por completo y soltando un suspiro refrescante. — Así que todo bien por mi parte, no te preocupes, Akane.
Sentado en la cama, me asomé a mirar la bolsa que me había señalado, encontrando toda mi ropa ahí. Me encogí de hombros y, volviendo a la postura inicial, la más cómoda, esperé a que ella retomase la conversación, ya que ahora mismo estaba muy cómodo con la temperatura que había en la habitación. Y, con el sueño, tampoco es que tuviera precisamente ganas de comenzar a vestirme con una camisa y un traje, la verdad, ya que no era una tarea demasiado fácil. Entonces, me fijé en sus ojos morados, casi embobado, mientras Akane comenzaba a hablar nuevamente, esta vez tratando el tema que más me podía interesar y por el que había recorrido todo el camino —con lo que ello había conllevado— hasta esta cama en la que ahora me encontraba.
Mientras ella me contaba la situación, yo daba fe con movimientos de la cabeza de que estaba atendiendo y no solamente mirando al horizonte. Así que aquella persona que podía necesitar mi ayuda era ella, ¿eh? Bueno, sería más cómodo así, especialmente si teníamos en cuenta que no se me daba del todo bien socializar ni me era muy cómodo, y con ella ya parecía tener una relación decente. Al menos, más que conocidos, algo que para mí era más que suficiente. Resumiendo, ella había venido a Water Seven para obtener, dentro de poco, la herencia que le habían dejado, siendo esta su casa, y aprovechando la misma para entrar al Gobierno. Por alguna razón no parecía demasiado cómoda diciendo que le pertenecía a su padre adoptivo pero, viendo que ella seguía hablando sin hacer una pausa, no le daría ningún tipo de importancia. Asentí marcadamente cuando me preguntó indirectamente si conocía el CP. Lo hacía de primera mano, porque ya me había enfrentado un par de veces a algunos pobres chiquillos confundidos que mandaban para encargarse de trapicheos en los que estaba inmiscuido. ¿Y ella quería unirse a una organización que trataba a sus soldados como meras hormiguitas sin sentimientos? Suspiré y solté el vaso antes de comenzar a hablar:
— ¿Realmente quieres unirte a ese grupo de locos? Es decir, por lo que tengo entendido, no tienen mucho aprecio por sus filas, ni tampoco es que sea precisamente un ambiente familiar, cariñoso o seguro. — Tampoco juzgaría sus ideales; era su vida y hacía lo que quería con ella. — No estoy seguro de poder lograr lo que quieres, pero diría que vale la pena que intente recabar información. Es decir, me parece difícil que no consiguiera nada con la red de información de Yggdrasil. — Se me había escapado el nombre de la organización, pero dudaba que realmente conociese el nombre o pudiese asociarlo con algo, y taparlo solo haría levantar sospechas. — Si quieres, cuando terminemos aquí, podemos ir a mi barco o, en su defecto, que vengan ellos aquí. O mandarles la información, vaya, porque tengo mi Den Den Mushi ahí… — Me eché a un lado para rebuscar en la bolsa, palpando la chaqueta en busca de mi teléfono, que no parecía encontrar por ningún lado. — …en el traje. Bueno, habrá que hacerlo en persona, supongo. De mientras, y si no es de mala educación… ¿Tienes algo que te motive a unirte al Gobierno? Porque cualquiera diría que, por tus palabras y tu tono, tienes razones de peso. - No me extrañaría si evitaba la pregunta.
Entonces, ella aprovechó para presentarse correctamente, algo que parecía no haber hecho la primera ocasión que nos conocimos. ¿Akane…? Me sonaba el nombre, pero a la vez no. Quizás había leído o escuchado alguno por el estilo en las noticias, pero viviendo en este mundo, lo más seguro es que ella ni fuese la misma persona que había aparecido allí. Así, Saki quedaba como nombre artístico. Supuse pues que era simplemente para evitar atenciones indeseadas, como podían ser paparazzis o conocidos pesados, algo a lo que no le iba a dar demasiadas vueltas, teniendo en cuenta que yo era el primero que se ponía una máscara y una túnica a la hora de trabajar. No era el más normal de todos como para ir criticando o buscándole tres pies al gato con las decisiones que tomaba o dejaba de tomar la gente con la que no tenía confianza todavía.
— Bueno, cada uno oculta lo que quiere, supongo. No seré yo, ni mucho menos, el que te juzgue. — Volví a beber, terminando de vaciar el vaso por completo y soltando un suspiro refrescante. — Así que todo bien por mi parte, no te preocupes, Akane.
Sentado en la cama, me asomé a mirar la bolsa que me había señalado, encontrando toda mi ropa ahí. Me encogí de hombros y, volviendo a la postura inicial, la más cómoda, esperé a que ella retomase la conversación, ya que ahora mismo estaba muy cómodo con la temperatura que había en la habitación. Y, con el sueño, tampoco es que tuviera precisamente ganas de comenzar a vestirme con una camisa y un traje, la verdad, ya que no era una tarea demasiado fácil. Entonces, me fijé en sus ojos morados, casi embobado, mientras Akane comenzaba a hablar nuevamente, esta vez tratando el tema que más me podía interesar y por el que había recorrido todo el camino —con lo que ello había conllevado— hasta esta cama en la que ahora me encontraba.
Mientras ella me contaba la situación, yo daba fe con movimientos de la cabeza de que estaba atendiendo y no solamente mirando al horizonte. Así que aquella persona que podía necesitar mi ayuda era ella, ¿eh? Bueno, sería más cómodo así, especialmente si teníamos en cuenta que no se me daba del todo bien socializar ni me era muy cómodo, y con ella ya parecía tener una relación decente. Al menos, más que conocidos, algo que para mí era más que suficiente. Resumiendo, ella había venido a Water Seven para obtener, dentro de poco, la herencia que le habían dejado, siendo esta su casa, y aprovechando la misma para entrar al Gobierno. Por alguna razón no parecía demasiado cómoda diciendo que le pertenecía a su padre adoptivo pero, viendo que ella seguía hablando sin hacer una pausa, no le daría ningún tipo de importancia. Asentí marcadamente cuando me preguntó indirectamente si conocía el CP. Lo hacía de primera mano, porque ya me había enfrentado un par de veces a algunos pobres chiquillos confundidos que mandaban para encargarse de trapicheos en los que estaba inmiscuido. ¿Y ella quería unirse a una organización que trataba a sus soldados como meras hormiguitas sin sentimientos? Suspiré y solté el vaso antes de comenzar a hablar:
— ¿Realmente quieres unirte a ese grupo de locos? Es decir, por lo que tengo entendido, no tienen mucho aprecio por sus filas, ni tampoco es que sea precisamente un ambiente familiar, cariñoso o seguro. — Tampoco juzgaría sus ideales; era su vida y hacía lo que quería con ella. — No estoy seguro de poder lograr lo que quieres, pero diría que vale la pena que intente recabar información. Es decir, me parece difícil que no consiguiera nada con la red de información de Yggdrasil. — Se me había escapado el nombre de la organización, pero dudaba que realmente conociese el nombre o pudiese asociarlo con algo, y taparlo solo haría levantar sospechas. — Si quieres, cuando terminemos aquí, podemos ir a mi barco o, en su defecto, que vengan ellos aquí. O mandarles la información, vaya, porque tengo mi Den Den Mushi ahí… — Me eché a un lado para rebuscar en la bolsa, palpando la chaqueta en busca de mi teléfono, que no parecía encontrar por ningún lado. — …en el traje. Bueno, habrá que hacerlo en persona, supongo. De mientras, y si no es de mala educación… ¿Tienes algo que te motive a unirte al Gobierno? Porque cualquiera diría que, por tus palabras y tu tono, tienes razones de peso. - No me extrañaría si evitaba la pregunta.
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La primera pregunta del contrario hizo que su sonrisa se tornara en un gesto amargo, apartando la mirada para dirigirla a la mesita sobre la que reposaba la jarra de agua. Con ese instinto que había tomado para rehuir algunos temas o que no se notase su desagrado, decidió fingir que el gesto iba dedicado al vaso vacío y se levantó para tomar el recipiente de cristal y volver a llenarlo, dejándolo cerca del chico de nuevo. De paso, se echó agua a sí misma en otro vaso que sostendría en sus manos. Hecho esto, y sin dejar de prestar atención a las palabras de Lance, se acomodó de nuevo y dejó que siguiera explicándole que, si bien conocía la agencia no creía tener información útil. Si hubiera estado transformada parcialmente en puma, como solía hacer, sus orejas se hubieran agachado como gesto de decepción, antes de volver a alzarse con ese atisbo de esperanza que fue su siguiente frase.
“ Yggdrasil, ¿eh?” No conocía el nombre, aunque tampoco se había metido en trapicheos de ningún tipo antes. Esas cosas eran más la labor de Dexter o de Keima. Pero suponía que podría pedir información al primero o preguntarle a Jeremy si sabía algo al respecto. Mientras esperaba a que el chico rebuscara algo en la bolsa, sin mucho resultado, se dedicó a juguetear con el vaso en las manos, bebiendo a ratos y hasta en cierto punto decidió que era buena idea revelar su apariencia felina, con sus orejas despuntando entre la mata de pelo y su cola del mismo color naranja meciéndose levemente de un lado a otro, colgando tras el taburete. Total, el chico no parecía tener idea de quien era, y eso que su foto era bastante llamativa. Cuando terminó por darse por vencido y se volvió a ella diciendo que tendría que ser en persona, Mura le hizo un gesto con la mano como si le quitara importancia.
—Tranquilo, no es algo que me corra excesiva prisa. — Reconoció. —Aunque prefiero ser yo quien vaya hasta el barco. Como has podido notar a la inversa llamaría mucho la atención. Al menos de momento. Una vez que mi “alter ego” reciba su herencia y empiece a hacer tratos no debería ser tan complicado. — Razonó la pelinaranja. —Aunque mejor lo dejamos para otro día, ya es bastante tarde. —Señaló la ventana usando la cola en un movimiento más elevado.
Ahora venía el responder a las preguntas difíciles. “¿De verdad quieres unirte a esa organización? Y ¿Por qué?” No quería, no. Pero era su mejor baza. Aunque tampoco tenía claro cuánto debiera o no contarle de sus intenciones al menor. Un paso en falso y estaría camino de NID, o del patíbulo de ejecución, otra vez. “Bueno, no tengo que explicarlo todo…” Se dijo antes de inspirar profundamente, conteniendo unos segundos el aire que se escaparía en un pesado suspiro.
—La verdad es que hay pocas cosas que me gusten menos que el tener que entrar en el Cipher Pol, Lance. — Su mirada tenía una mezcla de rabia y melancolía difícil de explicar con palabras. Era como si la joya púlida y brillante que eran sus ojos se hubiera oscurecido de repente, apagado. —Pero a veces para hacer lo que nos parece correcto no nos queda otra más que meternos en la boca del lobo…— Su transformación desapareció, volviendo a verse como solo una humana. —La razón de que quiera entrar en el gobierno no es porque pretenda seguir sus ideales sino porque quiero cambiar algo, y creo que es la mejor forma de hacerlo con la menor cantidad de muertes posibles.
“ Yggdrasil, ¿eh?” No conocía el nombre, aunque tampoco se había metido en trapicheos de ningún tipo antes. Esas cosas eran más la labor de Dexter o de Keima. Pero suponía que podría pedir información al primero o preguntarle a Jeremy si sabía algo al respecto. Mientras esperaba a que el chico rebuscara algo en la bolsa, sin mucho resultado, se dedicó a juguetear con el vaso en las manos, bebiendo a ratos y hasta en cierto punto decidió que era buena idea revelar su apariencia felina, con sus orejas despuntando entre la mata de pelo y su cola del mismo color naranja meciéndose levemente de un lado a otro, colgando tras el taburete. Total, el chico no parecía tener idea de quien era, y eso que su foto era bastante llamativa. Cuando terminó por darse por vencido y se volvió a ella diciendo que tendría que ser en persona, Mura le hizo un gesto con la mano como si le quitara importancia.
—Tranquilo, no es algo que me corra excesiva prisa. — Reconoció. —Aunque prefiero ser yo quien vaya hasta el barco. Como has podido notar a la inversa llamaría mucho la atención. Al menos de momento. Una vez que mi “alter ego” reciba su herencia y empiece a hacer tratos no debería ser tan complicado. — Razonó la pelinaranja. —Aunque mejor lo dejamos para otro día, ya es bastante tarde. —Señaló la ventana usando la cola en un movimiento más elevado.
Ahora venía el responder a las preguntas difíciles. “¿De verdad quieres unirte a esa organización? Y ¿Por qué?” No quería, no. Pero era su mejor baza. Aunque tampoco tenía claro cuánto debiera o no contarle de sus intenciones al menor. Un paso en falso y estaría camino de NID, o del patíbulo de ejecución, otra vez. “Bueno, no tengo que explicarlo todo…” Se dijo antes de inspirar profundamente, conteniendo unos segundos el aire que se escaparía en un pesado suspiro.
—La verdad es que hay pocas cosas que me gusten menos que el tener que entrar en el Cipher Pol, Lance. — Su mirada tenía una mezcla de rabia y melancolía difícil de explicar con palabras. Era como si la joya púlida y brillante que eran sus ojos se hubiera oscurecido de repente, apagado. —Pero a veces para hacer lo que nos parece correcto no nos queda otra más que meternos en la boca del lobo…— Su transformación desapareció, volviendo a verse como solo una humana. —La razón de que quiera entrar en el gobierno no es porque pretenda seguir sus ideales sino porque quiero cambiar algo, y creo que es la mejor forma de hacerlo con la menor cantidad de muertes posibles.
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