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Lance Kashan
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Para cuando había terminado de buscar y pude fijarme nuevamente en la contraria, en Akane, fui capaz de darme cuenta de algo que había aparecido recientemente, o eso esperaba. Porque si habían estado ahí desde el comienzo, eso significaba que estaba muy ciego y me lo tendría que mirar, ya que un pistolero con problemas de visión no solía ser muy demandado. A la muchacha, desde el pelo anaranjado, le habían surgido un par de orejas muy… felinas. Es decir, eran propias de un gato, o al menos de uno bastante grande. Y a esto le hacía compañía un rabo del mismo tono, así que sí, le habían surgido en este momento en el que no había estado mirando, porque, de haber llevado esa cola durante el camino, estoy bastante seguro de que me habría percatado. A pesar de no verme, era consciente de que me había quedado embobado mirando aquellos rasgos animales que le habían surgido a la chica en aquel preciso momento, sin llegar a preguntarme la razón de por qué ahora. ¿Era una usuaria de una Zoan? Bueno, todo apuntaba a ello, porque si no, no encontraba una razón suficientemente plausible que explicase la situación.
Solo pude dejar de mirar fijamente aquello cuando ella comenzó a hablar, momento en el que me forcé a mirarla a ella a los ojos por buena educación y modales. Me alivié al escuchar que ella era la primera interesada en ir hasta el Ragnarok para que buscásemos la información pertinente, que le fuera de utilidad a ella, así no tendría que dar tantas vueltas innecesarias ni pedir a uno de mis hombres a venir hasta aquí. Aun así, prefería dejarlo para el día siguiente o cualquier otro posterior ya que, como apuntaba con su co-- ¿¡Su cola!? Mis ojos se iluminaron repentinamente al ver cómo era capaz de aprovechar los músculos de aquella zona para mover el rabo al gusto. Es decir, era algo completamente lógico, ya que los propios animales eran capaces de ello, pero no me había parado a pensar en lo que sería normal y lo que no y aquello, obviamente, me sorprendió.
Tras eso, la vi dudar un poquitín, pero pareció arrancar tras esa pausa. Parecía que se estaba viendo forzada a unirse a las tropas del Gobierno por una causa de fuerza mayor, algo que constataban tanto sus palabras como su gesto alterado, que había abandonado aquella mueca de tranquilidad y autocontrol al que tan acostumbrado me tenía. Me sorprendía verla así a pesar de conocernos de un solo día, pero parecía tener muy buenas razones para haber cambiado de ánimos. Entonces, la cola que tanto me fascinaba volvió a donde había estado al principio: a la nada. Algo desilusionado por no verla en movimiento, al igual que las orejas que parecían reaccionar a sus emociones de forma clara, terminé por escuchar el deseo de Akane. Un deseo que, por las palabras utilizadas y el sentimiento que portaban, podía pertenecer perfectamente a alguien de la Revolución, o algo superior a ello. ¿Quería cambiar el Gobierno o la justicia mundial desde el interior de las tropas? Desde luego sonaba a algo complicado, pero, aún más, digno de elogio. Especialmente si era para evitar muertes innecesarias. Todo aquel rollo de buen samaritano realmente no llegaba a ir conmigo, ya que siempre había preferido mi bien al de los demás, pero tenía el suficiente conocimiento de civismo como para tener claro que aquella era una clara demostración de ética y moral, cosas que me faltaban desde que me inicié en el bajo mundo. Finalmente, asentí, exagerando un poco el gesto, para terminar mirándola con una sonrisa:
— Bueno, bueno, qué tenemos aquí… — Tomé el vaso y me refresqué un poco la garganta. — Me has convencido. Tienes buenas razones y, por encima de todo, interesantes y justas. Así que chapó. Te voy a ayudar con aquello que buscas, la información, y de buena gana. Gratuitamente, aunque ese no sea mi estilo. — Me dolía un poco no cobrarle por utilizar la red de información de Yggdrasil, pero había dos buenas razones: podía ser un buen contacto futuro, con contactos exclusivos dentro de la corrupción del CP, y también estaba claro que la idea de cambiar el mundo me interesaba. No como alguien enfadado con el actual planteamiento, sino más bien como la admiración de un niño que ve la tele y se divierte con lo que sucede. Me gustaba ver el mundo cambiar y arder. Solté el vaso de agua donde pude y supe que no se iba a derramar, y la miré con una sonrisa más amplia que antes. — ¿Qué vamos a hacer el resto del tiempo pues? Porque queda rato hasta mañana, creo. — Miré a la ventana y, aunque era tarde, daba fe a mis palabras.
Solo pude dejar de mirar fijamente aquello cuando ella comenzó a hablar, momento en el que me forcé a mirarla a ella a los ojos por buena educación y modales. Me alivié al escuchar que ella era la primera interesada en ir hasta el Ragnarok para que buscásemos la información pertinente, que le fuera de utilidad a ella, así no tendría que dar tantas vueltas innecesarias ni pedir a uno de mis hombres a venir hasta aquí. Aun así, prefería dejarlo para el día siguiente o cualquier otro posterior ya que, como apuntaba con su co-- ¿¡Su cola!? Mis ojos se iluminaron repentinamente al ver cómo era capaz de aprovechar los músculos de aquella zona para mover el rabo al gusto. Es decir, era algo completamente lógico, ya que los propios animales eran capaces de ello, pero no me había parado a pensar en lo que sería normal y lo que no y aquello, obviamente, me sorprendió.
Tras eso, la vi dudar un poquitín, pero pareció arrancar tras esa pausa. Parecía que se estaba viendo forzada a unirse a las tropas del Gobierno por una causa de fuerza mayor, algo que constataban tanto sus palabras como su gesto alterado, que había abandonado aquella mueca de tranquilidad y autocontrol al que tan acostumbrado me tenía. Me sorprendía verla así a pesar de conocernos de un solo día, pero parecía tener muy buenas razones para haber cambiado de ánimos. Entonces, la cola que tanto me fascinaba volvió a donde había estado al principio: a la nada. Algo desilusionado por no verla en movimiento, al igual que las orejas que parecían reaccionar a sus emociones de forma clara, terminé por escuchar el deseo de Akane. Un deseo que, por las palabras utilizadas y el sentimiento que portaban, podía pertenecer perfectamente a alguien de la Revolución, o algo superior a ello. ¿Quería cambiar el Gobierno o la justicia mundial desde el interior de las tropas? Desde luego sonaba a algo complicado, pero, aún más, digno de elogio. Especialmente si era para evitar muertes innecesarias. Todo aquel rollo de buen samaritano realmente no llegaba a ir conmigo, ya que siempre había preferido mi bien al de los demás, pero tenía el suficiente conocimiento de civismo como para tener claro que aquella era una clara demostración de ética y moral, cosas que me faltaban desde que me inicié en el bajo mundo. Finalmente, asentí, exagerando un poco el gesto, para terminar mirándola con una sonrisa:
— Bueno, bueno, qué tenemos aquí… — Tomé el vaso y me refresqué un poco la garganta. — Me has convencido. Tienes buenas razones y, por encima de todo, interesantes y justas. Así que chapó. Te voy a ayudar con aquello que buscas, la información, y de buena gana. Gratuitamente, aunque ese no sea mi estilo. — Me dolía un poco no cobrarle por utilizar la red de información de Yggdrasil, pero había dos buenas razones: podía ser un buen contacto futuro, con contactos exclusivos dentro de la corrupción del CP, y también estaba claro que la idea de cambiar el mundo me interesaba. No como alguien enfadado con el actual planteamiento, sino más bien como la admiración de un niño que ve la tele y se divierte con lo que sucede. Me gustaba ver el mundo cambiar y arder. Solté el vaso de agua donde pude y supe que no se iba a derramar, y la miré con una sonrisa más amplia que antes. — ¿Qué vamos a hacer el resto del tiempo pues? Porque queda rato hasta mañana, creo. — Miré a la ventana y, aunque era tarde, daba fe a mis palabras.
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Sus ojos parpadearon un par de veces, denotando sorpresa por la parte de “gratuitamente” que, si bien a su yo del pasado le hubiera emocionado en sobremanera –pues poca gente era tan amable— a la persona que era en ese momento le resultaba demasiado bueno para ser verdad. La mayor parte de la gente quería ganar provecho de alguna forma por su generosidad, y eso es algo que se ceñía perfectamente a la gran parte de las personas que había conocido en su vida: Keima quería que entrara a la revolución y la estaba entrenando para eso con la premisa de “ayudarla en lo que quería hacer ella contra el gobierno”, Akagami al principio solo la quería como una herramienta prescindible para luchar contra el gobierno, Dexter… después de lo último no podía evitar ver sus planes retorcidos y trabajando de aquella manera. Y, de hecho, fue su confianza ciega en desconocidos lo que hizo que la esclavizaran durante más de un año. En definitiva, era mejor fiarse de alguien que pediría una recompensa por sus servicios que una persona que trabajaba gratis.
“Le estás buscando los tres pies al gato, niña. Es una buena oferta que te den información gratis”. Le estaba diciendo Kougar en su cabeza, y eso le molestaba. No podía replicarle más que en su cabeza y sus pensamientos ya estaban ocupando demasiado tiempo en el que no había hecho caso a las palabras del menor, solo había pillado la parte de “queda mucho para mañana”, pero podría tirar por ahí, o eso esperaba.
—En verdad no creo que lo que vaya a hacer sea tan maravilloso…— Trató de ser humilde. Si aún mantenía un perfil bajo en ojos del chico estaría bien. —Además, empezaré como un rango bajo. Hasta que no suba en la jerarquía no sé qué pasará. Lo mismo pierdo en combate o algo. — Dijo con falsa modestia, aunque dudaba que el contrario se percatase. Perder no era algo que fuese a permitirse a sí misma tras llegar tan lejos. —Igualmente, no puedo aceptar esa generosidad de tu parte sabiendo eso, así que déjame compensarlo de alguna forma. ¿Hay algo que quieras? Si está en mi mano, lo mejor de los negocios es que ambas partes salgan beneficiadas, ¿verdad? — Dijo mientras se estiraba, aún en el asiento. —Y sobre lo que hacer ahora, creo que te toca elegir. Yo me he pasado el día guiando así que, si te apetece cenar, darte un baño, dormir más… Puedes considerar que estás en tu casa siendo mi invitado. Es más, si lo necesitas puedo preguntar a Jeremy si hay ropa de hombre de tu talla, que sea más cómoda que la que has traído.
“Le estás buscando los tres pies al gato, niña. Es una buena oferta que te den información gratis”. Le estaba diciendo Kougar en su cabeza, y eso le molestaba. No podía replicarle más que en su cabeza y sus pensamientos ya estaban ocupando demasiado tiempo en el que no había hecho caso a las palabras del menor, solo había pillado la parte de “queda mucho para mañana”, pero podría tirar por ahí, o eso esperaba.
—En verdad no creo que lo que vaya a hacer sea tan maravilloso…— Trató de ser humilde. Si aún mantenía un perfil bajo en ojos del chico estaría bien. —Además, empezaré como un rango bajo. Hasta que no suba en la jerarquía no sé qué pasará. Lo mismo pierdo en combate o algo. — Dijo con falsa modestia, aunque dudaba que el contrario se percatase. Perder no era algo que fuese a permitirse a sí misma tras llegar tan lejos. —Igualmente, no puedo aceptar esa generosidad de tu parte sabiendo eso, así que déjame compensarlo de alguna forma. ¿Hay algo que quieras? Si está en mi mano, lo mejor de los negocios es que ambas partes salgan beneficiadas, ¿verdad? — Dijo mientras se estiraba, aún en el asiento. —Y sobre lo que hacer ahora, creo que te toca elegir. Yo me he pasado el día guiando así que, si te apetece cenar, darte un baño, dormir más… Puedes considerar que estás en tu casa siendo mi invitado. Es más, si lo necesitas puedo preguntar a Jeremy si hay ropa de hombre de tu talla, que sea más cómoda que la que has traído.
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Por un instante pude notar un atisbo de duda en los ojos de Akane ante mi ofrecimiento, que se había abstraído durante un momento tras mis palabras. Suspiré, pensando en que algo había hecho mal si había causado aquella reacción en una persona que parecía, desde el principio, tan interesada en aquel deseo. Tras eso, comenzó a hablar, quitándole importancia a lo que había dicho que quería hacer. Precisamente evitar muertes y cambiar al Gobierno no era algo pequeño ni despreciable, especialmente si estás dispuesta a sacrificarte por aquellos ideales en caso de que algo saliera mal, pero no era mi sueño como para tener que defenderlo. Además, se excusaba diciendo que, de entrar, sería desde la misma base de la organización y que, en cualquier caso, nada ni nadie le prometía que en un futuro alcanzase los altos rangos, ya que podía encontrarse con algún imprevisto y terminar mal. Curiosamente, toda aquella decisión que reflejaban sus palabras hacía menos de un minuto parecía haber desaparecido para dejar lugar al pesimismo y la duda que ahora embargaban la habitación. Me estaba sintiendo algo mal por sus palabras, y un sentimiento me estaba invadiendo poco a poco: decepción. Pura decepción. Me había creado unas claras expectativas con su primer discurso y, a juzgar por el tono que había utilizado, confiaba en que ella fuera capaz de llevar a cabo sus planes y triunfar, pero Akane tenía que ser la primera en confiar en sus decisiones y asumirlas hasta el final. En un ambiente tan duro como era el CP, no tener seguridad en tu potencial era el equivalente a ser un estorbo, tanto para los demás como para ti, especialmente a la hora de actuar para la agencia.
Pero no le iba a dar más importancia. Total, era un asunto que no me terminaba de incumbir completamente. Si sucedía, bien y si no, pues otra vez sería, qué se le iba a hacer. Iba a seguir sin cobrarle por la misma razón que antes: si lograba entrar al CP, sería una buena fuente de información, valiosa a todas luces para una organización que traficaba con todo como era Yggdrasil. Aun así, teniendo un gesto bonito por mi parte —cosa que no solía suceder muy a menudo, y menos con desconocidos—, ella se esforzaba en declinar mi oferta o, al menos, convertirla en una especie de trueque. ¿Qué me podía ofrecer ella? Bueno, a primera vista parecía ser alguien más bien normal, pero si poníamos en la mesa todo lo que ella había dicho y yo tenía que creerme, se convertía en alguien más bien interesante. Es decir, tenía una Zoan, era la heredera de una herencia cuanto menos estimable —juzgando todo lo que me rodeaba en aquellos momentos—, también parecía tener cierto grado de influencia y, mejor aún, tenía claro sus deseos. No era alguien de la calle, una persona que te pudieses encontrar simplemente con buscar, así que valía la pena montarse en aquel tren que ella me estaba ofreciendo, con la idea de poder descubrir algo que me llamase la atención.
Quitando esas cartas de la mesa, únicamente nos quedaba decidir qué hacer con lo que restaba de día, y en ese tema ella parecía haberme devuelto la palabra. O sea, yo le había preguntado que qué haríamos y ella, tan decidida, había preferido que yo fuera quien tomase las decisiones en esta ocasión. Suspiré, pensando en qué estaría bien hacer. Obviamente no tenía ganas de salir de la casa en aquellos momentos, ya que estaba cansado y un poco adormilado en la cama, así que prefería hacer ya vida allí hasta la mañana siguiente. Moví la cabeza de un lado a otro mientras deliberaba. ¿Qué hacer con las pocas horas que tenía libres? Bueno, estaba claro que la idea de poder ducharme tras todo aquel día, en el que había andado sin parar, me había cambiado de ropa y había terminado durmiendo en una cama desconocida. Pero había otra idea que también me seducía, y que atraía mi atención hacia la muchacha, Akane. La pregunta ahora era cuál anteponer o, mejor dicho, qué era mejor hacer antes. Y, sin darle demasiadas vueltas, preferí dejar la segunda opción para más tarde. Quería estudiar su cuerpo en el modo híbrido, ya que era la primera vez que tenía un acercamiento con algún usuario de una Zoan tan… ¿normal? Quizás no era la palabra, pero era lo que mejor lo definía. Había estado relacionado con gente que se transformaba en dinosaurios o en animales que solo aparecían en libros, pero era mi primera vez tratando con alguien que simplemente se transformaba en felino, algo que sí podía entender y, con mis conocimientos de biología, estudiar tranquilamente. Mi interés científico me llevaba a querer pedirle que me dejase investigar un poco, sin querer llegar a incomodarla realmente, más bien como si tuviera curiosidad sana por su cuerpo. Y, aunque no solía tener muy claras algunas cosas sobre las relaciones sociales, era consciente que decirle a alguien ‘’¿Puedo ver tu cuerpo?’’ o ‘’¿Puedes quitarte un poco de ropa, que tengo curiosidad por ti?’’ no solía terminar bien en el caso de los desconocidos.
Con ganas de hacerlo pero con las ideas muy claras, miré a Akane fijamente, centrándome en sus ojos. Eran de un color que nunca antes había visto en los iris de nadie, pero, viendo cómo era de especial, tampoco era de extrañar que tuviera otra cualidad más.
— Pues la verdad es que, después de todo este día, me gustaría ducharme… — Miré a la bolsa de la ropa que había llevado hasta este momento. — Y sí, me gustaría algo de ropa cómoda, especialmente unos calzoncillos. ¿Dónde me ducho?
Así, a menos que tuviera que salir de la habitación para ello, entraría al baño y me quitaría la poca ropa que ya me quedaba, dejándola por allí suelta y sintiéndome como en casa, sin cerrar el pestillo porque odiaba los espacios cerrados. Entonces, comenzaría a hacer surgir agua caliente para mojarme el cuerpo y humedecer el pelo, relajándome aún más si era posible.
Pero no le iba a dar más importancia. Total, era un asunto que no me terminaba de incumbir completamente. Si sucedía, bien y si no, pues otra vez sería, qué se le iba a hacer. Iba a seguir sin cobrarle por la misma razón que antes: si lograba entrar al CP, sería una buena fuente de información, valiosa a todas luces para una organización que traficaba con todo como era Yggdrasil. Aun así, teniendo un gesto bonito por mi parte —cosa que no solía suceder muy a menudo, y menos con desconocidos—, ella se esforzaba en declinar mi oferta o, al menos, convertirla en una especie de trueque. ¿Qué me podía ofrecer ella? Bueno, a primera vista parecía ser alguien más bien normal, pero si poníamos en la mesa todo lo que ella había dicho y yo tenía que creerme, se convertía en alguien más bien interesante. Es decir, tenía una Zoan, era la heredera de una herencia cuanto menos estimable —juzgando todo lo que me rodeaba en aquellos momentos—, también parecía tener cierto grado de influencia y, mejor aún, tenía claro sus deseos. No era alguien de la calle, una persona que te pudieses encontrar simplemente con buscar, así que valía la pena montarse en aquel tren que ella me estaba ofreciendo, con la idea de poder descubrir algo que me llamase la atención.
Quitando esas cartas de la mesa, únicamente nos quedaba decidir qué hacer con lo que restaba de día, y en ese tema ella parecía haberme devuelto la palabra. O sea, yo le había preguntado que qué haríamos y ella, tan decidida, había preferido que yo fuera quien tomase las decisiones en esta ocasión. Suspiré, pensando en qué estaría bien hacer. Obviamente no tenía ganas de salir de la casa en aquellos momentos, ya que estaba cansado y un poco adormilado en la cama, así que prefería hacer ya vida allí hasta la mañana siguiente. Moví la cabeza de un lado a otro mientras deliberaba. ¿Qué hacer con las pocas horas que tenía libres? Bueno, estaba claro que la idea de poder ducharme tras todo aquel día, en el que había andado sin parar, me había cambiado de ropa y había terminado durmiendo en una cama desconocida. Pero había otra idea que también me seducía, y que atraía mi atención hacia la muchacha, Akane. La pregunta ahora era cuál anteponer o, mejor dicho, qué era mejor hacer antes. Y, sin darle demasiadas vueltas, preferí dejar la segunda opción para más tarde. Quería estudiar su cuerpo en el modo híbrido, ya que era la primera vez que tenía un acercamiento con algún usuario de una Zoan tan… ¿normal? Quizás no era la palabra, pero era lo que mejor lo definía. Había estado relacionado con gente que se transformaba en dinosaurios o en animales que solo aparecían en libros, pero era mi primera vez tratando con alguien que simplemente se transformaba en felino, algo que sí podía entender y, con mis conocimientos de biología, estudiar tranquilamente. Mi interés científico me llevaba a querer pedirle que me dejase investigar un poco, sin querer llegar a incomodarla realmente, más bien como si tuviera curiosidad sana por su cuerpo. Y, aunque no solía tener muy claras algunas cosas sobre las relaciones sociales, era consciente que decirle a alguien ‘’¿Puedo ver tu cuerpo?’’ o ‘’¿Puedes quitarte un poco de ropa, que tengo curiosidad por ti?’’ no solía terminar bien en el caso de los desconocidos.
Con ganas de hacerlo pero con las ideas muy claras, miré a Akane fijamente, centrándome en sus ojos. Eran de un color que nunca antes había visto en los iris de nadie, pero, viendo cómo era de especial, tampoco era de extrañar que tuviera otra cualidad más.
— Pues la verdad es que, después de todo este día, me gustaría ducharme… — Miré a la bolsa de la ropa que había llevado hasta este momento. — Y sí, me gustaría algo de ropa cómoda, especialmente unos calzoncillos. ¿Dónde me ducho?
Así, a menos que tuviera que salir de la habitación para ello, entraría al baño y me quitaría la poca ropa que ya me quedaba, dejándola por allí suelta y sintiéndome como en casa, sin cerrar el pestillo porque odiaba los espacios cerrados. Entonces, comenzaría a hacer surgir agua caliente para mojarme el cuerpo y humedecer el pelo, relajándome aún más si era posible.
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—Claro, puedes usar mi baño. Yo iré a preguntarle a Jeremy si tiene ropa de tu talla. —Contestó la pelirroja, alargando el brazo para señalar la puerta que daba al baño. Este era amplio, con una ducha con mampara de cristal, pero también una enorme bañera que, viendo las cualidades de la felina debía estar más que obsoleta. En una estantería podían verse varias toallas perfectamente dobladas, de distintos tamaños, así como otros productos de belleza e higiene. Colgando de una percha anclada a la pared había un albornoz. El chico podía disponer de lo que necesitara ahí como ya le había dicho Akane, como si estuviera en su casa.
Ella por su parte salió de la habitación cuando vio la figura ajena perderse en su camino al baño mientras iba dejando caer sus prendas por el suelo, aunque lo dio la más mínima importancia a ese hecho. Suficiente cuerpo desnudo había visto ya en su vida como para que esa situación la escandalizase. “Aunque tendré que mostrar algo más de pudor cuando me vea entre las filas del gobierno”. Se dijo a sí misma mentalmente. Como fuera, ahora le tocaba centrarse en buscar primero al mayordomo y explicarle la situación mejor, pues mientras el muchacho dormía solo había aprovechado para comentarle que no era una chica y todas las tretas. Ahora tenía algo más de información, como el nombre de su asociación –o lo que fuera- y sería buena idea preguntar al mayor antes de hacer nada si le sonaba la palabra “Yggdrasil”.
—Hmmm, el nombre seguramente lo haya escuchado o esté entre los papeles del maestro Keima, pero no sabría decirle en estos momentos. Podría ser cualquier cosa. Igualmente, aquí tiene la ropa. ¿Es de la talla que me había pedido?
—Sí, creo que es la misma que compramos esta mañana. —Contestó ella, mirando la etiqueta de la ropa que el mayor le acababa de entregar. —Aunque no creo que ese lagarto se hubiera juntado con alguien tan joven… Supongo que sería mejor preguntar a otra persona al respecto.
—¿No se fía del señorito? —Preguntó preocupado.
—No es eso. Dudo que él pueda ser un peligro, y me vendría bien si de verdad me puede ayudar. Pero, aunque él no me haya reconocido, puede que alguien en su barco lo haga. Aunque bueno, también estoy preparada para ese tipo de escenario. — Admitió antes de dedicarle una amplia sonrisa y bajar la cabeza a modo de agradecimiento. —Gracias por la ropa, señor mayordomo. —Bromeó, llamándole como hacía cuando era pequeña antes de volver sobre sus pasos hasta la habitación.
Sus orejas se alzaron al entrar en el cuarto, buscando escuchar así si el contrario seguía o no bajo el agua. De hacerlo, supuso que solo dejaría las cosas en algún lado y se daría la vuelta para no molestar. Aunque pensándolo bien, siempre podía mandar a Kougar para que realizara la entrega. —Si lo hago se enfuruñara…
“Claro. No me llames para ese tipo de cosas, mocosa”.
—Tan molesto…— Se quejó haciendo una mueca. —Está bien… ¡Lance, voy a entrar a dejar la ropa! — Avisó, de nuevo con sus rasgos felinos a la vista y su cola moviéndose de un lado a otro según andaba, adentrándose en el baño, pues la puerta estaba abierta, de hecho, estaba dejando escapar el vahó a la habitación que se perdía por el techo hasta esfumarse por completo. Al entrar, se encontró con que parte del agua de la ducha estaba salpicando el suelo al encontrarse la mampara abierta, y con el chico claramente desnudo, cuyo cuerpo apenas se disimulaba por el vapor que salía del agua. —Sabes, eso está para que no se quede todo perdido después…—Murmuró. —En cualquier caso, voy a dejar la ropa donde las toallas… (Y a poner una en el suelo para que no te desnuques.) — Esto último solo lo pensó.
Ella por su parte salió de la habitación cuando vio la figura ajena perderse en su camino al baño mientras iba dejando caer sus prendas por el suelo, aunque lo dio la más mínima importancia a ese hecho. Suficiente cuerpo desnudo había visto ya en su vida como para que esa situación la escandalizase. “Aunque tendré que mostrar algo más de pudor cuando me vea entre las filas del gobierno”. Se dijo a sí misma mentalmente. Como fuera, ahora le tocaba centrarse en buscar primero al mayordomo y explicarle la situación mejor, pues mientras el muchacho dormía solo había aprovechado para comentarle que no era una chica y todas las tretas. Ahora tenía algo más de información, como el nombre de su asociación –o lo que fuera- y sería buena idea preguntar al mayor antes de hacer nada si le sonaba la palabra “Yggdrasil”.
—Hmmm, el nombre seguramente lo haya escuchado o esté entre los papeles del maestro Keima, pero no sabría decirle en estos momentos. Podría ser cualquier cosa. Igualmente, aquí tiene la ropa. ¿Es de la talla que me había pedido?
—Sí, creo que es la misma que compramos esta mañana. —Contestó ella, mirando la etiqueta de la ropa que el mayor le acababa de entregar. —Aunque no creo que ese lagarto se hubiera juntado con alguien tan joven… Supongo que sería mejor preguntar a otra persona al respecto.
—¿No se fía del señorito? —Preguntó preocupado.
—No es eso. Dudo que él pueda ser un peligro, y me vendría bien si de verdad me puede ayudar. Pero, aunque él no me haya reconocido, puede que alguien en su barco lo haga. Aunque bueno, también estoy preparada para ese tipo de escenario. — Admitió antes de dedicarle una amplia sonrisa y bajar la cabeza a modo de agradecimiento. —Gracias por la ropa, señor mayordomo. —Bromeó, llamándole como hacía cuando era pequeña antes de volver sobre sus pasos hasta la habitación.
Sus orejas se alzaron al entrar en el cuarto, buscando escuchar así si el contrario seguía o no bajo el agua. De hacerlo, supuso que solo dejaría las cosas en algún lado y se daría la vuelta para no molestar. Aunque pensándolo bien, siempre podía mandar a Kougar para que realizara la entrega. —Si lo hago se enfuruñara…
“Claro. No me llames para ese tipo de cosas, mocosa”.
—Tan molesto…— Se quejó haciendo una mueca. —Está bien… ¡Lance, voy a entrar a dejar la ropa! — Avisó, de nuevo con sus rasgos felinos a la vista y su cola moviéndose de un lado a otro según andaba, adentrándose en el baño, pues la puerta estaba abierta, de hecho, estaba dejando escapar el vahó a la habitación que se perdía por el techo hasta esfumarse por completo. Al entrar, se encontró con que parte del agua de la ducha estaba salpicando el suelo al encontrarse la mampara abierta, y con el chico claramente desnudo, cuyo cuerpo apenas se disimulaba por el vapor que salía del agua. —Sabes, eso está para que no se quede todo perdido después…—Murmuró. —En cualquier caso, voy a dejar la ropa donde las toallas… (Y a poner una en el suelo para que no te desnuques.) — Esto último solo lo pensó.
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El agua sobre la cabeza, el agua sobre los hombros, el agua sobre el pecho… Aquella alcachofa dejaba caer el líquido que, aunque un poco más caliente de lo que me gustaría, me invitaba y hasta me empujaba a tener la tan ansiada tranquilidad y relajación que buscaba aquel día. Aunque hubiera dormido, seguía estando en un nivel de alerta mínimo, y era aquel sentimiento el que lograba que los músculos se agarrotasen y me notase fuera de lugar. Suspiré, sintiendo como toda la comida que parecía pelearse en mi tripa desvanecía, perdiendo la sensación de pesadez que llevaba arrastrando toda la tarde. El cuello y la espalda se estaban, poco a poco, relajando muscularmente, y mi cuerpo en general tendía a exigirme que me quedase dormido bajo el agua. A falta de esponja, que si encontré decidí no utilizar por higiene y respeto, dejé caer el jabón sobre las manos y comencé a frotarme así.
Para cuando parecí volver a mí, tras ese trance que estaba siendo lavarme, una voz se alzó mientras entraba al baño. Miré, con la mampara abierta, como Akane entraba a la habitación, portando la ropa que le había pedido hacía unos minutos. Sin darle más importancia, ya que me estaba haciendo un favor, le agradecí, mirándola:
— ¡Gracias, Akane! — Mi sonrisa dejaba claro que eran palabras sinceras.
Menos de un minuto después ya estaba completamente duchado y, tomando una de las tantas toallas que había por allí, comencé a secarme exhaustivamente. Odiaba la sensación de humedad en el cuerpo, especialmente cuando iba a estar sentado o tumbado, como en aquella situación. Suspiré en cuanto noté que ya no había más que secar y, colgando la toalla en cualquier lugar para que no se me olvidase llevármela para lavarla y no dejarla allí, tomé la ropa y la miré. Me vestí poco a poco, con la tranquilidad que tanto me caracterizaba normalmente, mientras alternaba entre fijarme en la ropa y en la puerta. No me agradaba estar en un espacio cerrado, así que mirar allí fuera me quitaba aquella sensación de estar atrapado.
Para cuando salí del baño, toalla al hombro, llevaba ropa de andar por casa: un pantalón gris bastante cómodo —que, aunque el color me desagradaba, aceptaba al ser un ofrecimiento de ella—, una camiseta de color negro que me quedaba un poco ancha y unos calcetines más bien finos del color oscuro. Estaba obviamente cómodo o, como decía la expresión, como en casa. Es decir, había dormido allí, me había duchado allí, llevaba ropa de pijama que ni era de mi propiedad… ¿No estaba abusando demasiado de su hospitalidad? Con ese mal sabor de boca, pregunté:
— ¿Dónde dejo la toalla para que se recoja, se lave o…? — No sabía cómo terminar la frase, pero estaba más bien seguro de que aquella muchacha me había entendido perfectamente. En cuanto me diera las indicaciones, seguiría sus instrucciones y, tras eso, me sentaría donde hubiera hueco: en la cama si había espacio, o en algún asiento. — Bueno… — Crucé mis piernas, asemejando la postura a una flor de loto de yoga y, apoyando el codo en la rodilla, dejé la mano elevada como para apoyar el mentón ahí, doblando un poco la espalda. Parecía una postura realmente complicada e incómoda, pero para mí era todo lo contrario. — ¿Por dónde íbamos? — Tenía ganas de pagarle tan buena fe que tenía al dejarme hacer todo aquello, y no me valía con que le fuera a dar información, o a intentarlo, porque de aquello buscaba conseguir algo. — ¿Quieres preguntarme algo sobre mí? Contestaré con sinceridad. — Ella se había abierto en parte a mí, y supuse que era mi momento de pagarle con la misma moneda.
Para cuando parecí volver a mí, tras ese trance que estaba siendo lavarme, una voz se alzó mientras entraba al baño. Miré, con la mampara abierta, como Akane entraba a la habitación, portando la ropa que le había pedido hacía unos minutos. Sin darle más importancia, ya que me estaba haciendo un favor, le agradecí, mirándola:
— ¡Gracias, Akane! — Mi sonrisa dejaba claro que eran palabras sinceras.
Menos de un minuto después ya estaba completamente duchado y, tomando una de las tantas toallas que había por allí, comencé a secarme exhaustivamente. Odiaba la sensación de humedad en el cuerpo, especialmente cuando iba a estar sentado o tumbado, como en aquella situación. Suspiré en cuanto noté que ya no había más que secar y, colgando la toalla en cualquier lugar para que no se me olvidase llevármela para lavarla y no dejarla allí, tomé la ropa y la miré. Me vestí poco a poco, con la tranquilidad que tanto me caracterizaba normalmente, mientras alternaba entre fijarme en la ropa y en la puerta. No me agradaba estar en un espacio cerrado, así que mirar allí fuera me quitaba aquella sensación de estar atrapado.
Para cuando salí del baño, toalla al hombro, llevaba ropa de andar por casa: un pantalón gris bastante cómodo —que, aunque el color me desagradaba, aceptaba al ser un ofrecimiento de ella—, una camiseta de color negro que me quedaba un poco ancha y unos calcetines más bien finos del color oscuro. Estaba obviamente cómodo o, como decía la expresión, como en casa. Es decir, había dormido allí, me había duchado allí, llevaba ropa de pijama que ni era de mi propiedad… ¿No estaba abusando demasiado de su hospitalidad? Con ese mal sabor de boca, pregunté:
— ¿Dónde dejo la toalla para que se recoja, se lave o…? — No sabía cómo terminar la frase, pero estaba más bien seguro de que aquella muchacha me había entendido perfectamente. En cuanto me diera las indicaciones, seguiría sus instrucciones y, tras eso, me sentaría donde hubiera hueco: en la cama si había espacio, o en algún asiento. — Bueno… — Crucé mis piernas, asemejando la postura a una flor de loto de yoga y, apoyando el codo en la rodilla, dejé la mano elevada como para apoyar el mentón ahí, doblando un poco la espalda. Parecía una postura realmente complicada e incómoda, pero para mí era todo lo contrario. — ¿Por dónde íbamos? — Tenía ganas de pagarle tan buena fe que tenía al dejarme hacer todo aquello, y no me valía con que le fuera a dar información, o a intentarlo, porque de aquello buscaba conseguir algo. — ¿Quieres preguntarme algo sobre mí? Contestaré con sinceridad. — Ella se había abierto en parte a mí, y supuse que era mi momento de pagarle con la misma moneda.
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Mura se encontraba tumbada en la cama cuando el chico salió del baño, con los brazos estirados observando lo que parecía un rompecabezas. Su pelo ocupaba el hueco del cabecero al borde de la almohada en la que se apoyaba su cabeza y sus piernas se mantenían dobladas, con los pies apoyados en el colchón. Su camiseta negra quedaba arrugada y algo levantada, dejando ver sutiles cachos de piel de la chica, que al igual que sus brazos eran recorridos por marcas de forma alargada. Eran cicatrices poco profundas en su mayoría por los bordes, pero por su anchura estaba claro que, como mínimo, no eran producto de un corte. Mura soltó el juguete tras un bufido frustrado y este cayó sobre la cama tras rebotar primero contra su abdomen. Su cara mostraba que no se le estaba dando muy bien el resolver el puzzle y que había usado tanta concentración que se le había pasado hasta el hecho de que el chico hubiera salido del baño. Al darse cuenta, sus orejas volvieron a cambiar por la sorpresa y se alzaron antes de que sus ojos se fueran en dirección, al contrario. “Supongo que da igual”. Se dijo a sí misma mientras se incorporaba, esta vez no haría desaparecer sus características felinas. Ya las había visto antes después de todo. Y tener que pensar todo el rato en que no se dejaran ver era molesto, aunque era precisamente por eso que debía acostumbrarse a ello.
—No tendrías que haberte molestado con ello. —Le recriminó con tono suave. —Con haberlo dejado ahí alguien se hubiera ocupado de ello, pero… Hay una cesta para la ropa sucia entrando al baño, puedes echarlo ahí. Dijo, esta vez mostrando una leve sonrisa para que no malinterpretase su tono de voz. Simplemente era menos refinada de lo que debiera ser una señorita. Una vez el chico se fue a dejar las cosas ella se volvió a dejar caer. “No parece un mal chico, ¿eh?”
Cuando volvió, la pelirroja espero a que se acomodase donde prefiriera o que propusiera hacer cualquier cosa. Viendo el espacio que había en su cama, fue normal que el chico simplemente se “dejara caer” a un lado de donde se encontraba ella tumbada, sentándose con las piernas cruzadas y apoyando la cabeza sobre sus brazos. Viendo que estaba algo encorvado ella no tendría problemas para mirar al chico a los ojos sin tener que levantarse. Lo que no esperaba era que lo que propusiera fuese que le preguntase cosas para conocerle mejor. La mayor no pudo evitar que se le escapase una risa floja que trató de disimula mientras le sonreía con ternura. —Supongo que te malinterpreté un poco antes… Lance, eres realmente inocente proponiendo ese tipo de cosas. —Comentó antes de girarse y estirar un poco el brazo con intención de revolverle el pelo. —La verdad es que me recuerdas un poco a mí cuando era joven… Pero no deberías confiar tus secretos a los desconocidos con tanta facilidad. La gente es muy mala, ¿sabes? — Al darse cuenta de lo que hacía, apartó la mano y sus ojos violáceos pasaron de mirarle a él a clavarse en el techo.
—Que te pregunte algo…Hmm…— El silencio les rodeó por un momento mientras Akane pensaba su pregunta. —Supongo que podríamos empezar por… ¿De dónde vienes, Lance? Es algo que me causa mucha curiosidad. Yo por ejemplo no sé dónde nací. Ni siquiera tengo una “fecha real” para mi cumpleaños. —
—No tendrías que haberte molestado con ello. —Le recriminó con tono suave. —Con haberlo dejado ahí alguien se hubiera ocupado de ello, pero… Hay una cesta para la ropa sucia entrando al baño, puedes echarlo ahí. Dijo, esta vez mostrando una leve sonrisa para que no malinterpretase su tono de voz. Simplemente era menos refinada de lo que debiera ser una señorita. Una vez el chico se fue a dejar las cosas ella se volvió a dejar caer. “No parece un mal chico, ¿eh?”
Cuando volvió, la pelirroja espero a que se acomodase donde prefiriera o que propusiera hacer cualquier cosa. Viendo el espacio que había en su cama, fue normal que el chico simplemente se “dejara caer” a un lado de donde se encontraba ella tumbada, sentándose con las piernas cruzadas y apoyando la cabeza sobre sus brazos. Viendo que estaba algo encorvado ella no tendría problemas para mirar al chico a los ojos sin tener que levantarse. Lo que no esperaba era que lo que propusiera fuese que le preguntase cosas para conocerle mejor. La mayor no pudo evitar que se le escapase una risa floja que trató de disimula mientras le sonreía con ternura. —Supongo que te malinterpreté un poco antes… Lance, eres realmente inocente proponiendo ese tipo de cosas. —Comentó antes de girarse y estirar un poco el brazo con intención de revolverle el pelo. —La verdad es que me recuerdas un poco a mí cuando era joven… Pero no deberías confiar tus secretos a los desconocidos con tanta facilidad. La gente es muy mala, ¿sabes? — Al darse cuenta de lo que hacía, apartó la mano y sus ojos violáceos pasaron de mirarle a él a clavarse en el techo.
—Que te pregunte algo…Hmm…— El silencio les rodeó por un momento mientras Akane pensaba su pregunta. —Supongo que podríamos empezar por… ¿De dónde vienes, Lance? Es algo que me causa mucha curiosidad. Yo por ejemplo no sé dónde nací. Ni siquiera tengo una “fecha real” para mi cumpleaños. —
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Oh, sí… La cama era tan cómoda como la recordaba. Me acomodé un poco mientras miraba a Akane, esperando a que respondiese o, como mínimo, reaccionase ante el ofrecimiento que le estaba haciendo. Y bueno, su respuesta me descolocó un poco, ya que fue, en primera instancia, reírse de mi ocurrencia con el gesto que podría tener una persona mayor con la tontería de un niño. Solo para matizar aún más ese hecho con sus palabras, que me tildaban de inocente. No, contestaría únicamente lo que viese que no me haría peligrar ni perder mi anonimato, pero no sufriría por darle alguna información que pudiera considerar más o menos banal. Pero, ¿sabes qué? No me molestaba. No dejaría que me alterase aquella tontería, porque no le daría tanta importancia como para lograrlo. Era eso: una tontería y nada más. Suspiré cuando la vi girarse un poco y, con su brazo estirado, tratar de acariciarme la cabeza, a lo que yo simplemente me rendí y esbocé una sonrisa que no pude contener a pesar de tratar de hacerme el duro. ¿Le recordaba a ella de joven? La miré de pies a cabeza, esperando encontrar signos de vejez que señalasen que ella tenía una edad mucho más elevada que la mía, pero tampoco lo parecía.
La dejé hacer, sin pararme demasiado a pensar en lo que estaba sucediendo, e ignorando la charla que me estaba dando. Después de un año en el Bajo Mundo, especialmente a la cabeza de una organización criminal, debía de saber esos mínimos. Estaba acostumbrado a tener que librar batallas sin armas, en las que la información era la bala más preciada, y por mucho que durmiese, me duchase o me relajase, no perdería ese hábito mío de desconfiar de las personas. Si había salvado mi pellejo hasta este momento seguramente sería por ser como era.
Ella paró entonces de masajear mi pelo y volvió a su primera postura, dejando de mirarme para centrarse en el techo y pensar. Jugueteando con los dedos en mi barbilla, moviéndolos de arriba hacia abajo, esperé a que la muchacha se decidiese a lanzarme una cuestión de una vez por todas, algo que tardó en llegar más de lo que uno podía esperar. Pero llegó. Se estaba preguntando dónde había nacido, o eso entendía yo, con la curiosidad de alguien que desconoce el suyo. Ni tampoco su fecha de nacimiento, aunque yo estaba cerca. Me habían dicho una fecha en su momento, en el orfanato, pero nada me dejaba comprobar que aquel viejo chocho realmente se acordase incluso de quién era yo.
— De dónde vengo… — Rompí mi postura, irguiendo la espalda mientras miraba a la ventana. — De dónde vengo, eh… — Giré mi cuerpo sobre las sábanas, tumbándome bocarriba como ella, mirando hacia el techo y pensándome la respuesta. Aunque no había demasiado que plantearse, ya que no era ni una opinión ni nada parecido; era un hecho indiscutible. — De la Red Line, por mucho que te pueda sorprender. — Me giré un poco para mirarla y sonreírle, mezclando en la mueca un vaso de nostalgia y otro de pena por mi yo pasado. — De la parte mala, supongo. Ya sabes… — Hice un gesto con el brazo, haciendo como que bajaba, y terminé por señalar hacia la cama que estaba entre nosotros. — De abajo, la Isla Gyojin. — Se me escapó una carcajada por lo ilógico de que un ser humano, conociendo la hostilidad con la que contaban los tritones hacia los humanos por sus relaciones de tantos años, hubiese podido nacer y sobrevivir allí. — Solo una decena de kilómetros más arriba y hubiera estado en la cima del mundo, ¿no? — Me froté la mejilla, suspirando. — Aunque quizás hubiera seguido estando lo mismo de disconforme con mi vida, no sé. — Reemplacé, una vez que sentí que mi parte de la pregunta había terminado, mi mueca por una sonrisa de oreja a oreja. — Mi turno, ¿cierto? — No habíamos hablado de que ella también participase, pero tenía confianza en que podría arrastrarla a ello. — ¿Qué harías si tuvieras el poder para cambiar todo aquello que desees? — Era una pregunta que me llevaba escamando desde que escuché para lo que quería unirse al CP, y me giré animadamente para mirarla mientras se pensaba si responderla o no.
La dejé hacer, sin pararme demasiado a pensar en lo que estaba sucediendo, e ignorando la charla que me estaba dando. Después de un año en el Bajo Mundo, especialmente a la cabeza de una organización criminal, debía de saber esos mínimos. Estaba acostumbrado a tener que librar batallas sin armas, en las que la información era la bala más preciada, y por mucho que durmiese, me duchase o me relajase, no perdería ese hábito mío de desconfiar de las personas. Si había salvado mi pellejo hasta este momento seguramente sería por ser como era.
Ella paró entonces de masajear mi pelo y volvió a su primera postura, dejando de mirarme para centrarse en el techo y pensar. Jugueteando con los dedos en mi barbilla, moviéndolos de arriba hacia abajo, esperé a que la muchacha se decidiese a lanzarme una cuestión de una vez por todas, algo que tardó en llegar más de lo que uno podía esperar. Pero llegó. Se estaba preguntando dónde había nacido, o eso entendía yo, con la curiosidad de alguien que desconoce el suyo. Ni tampoco su fecha de nacimiento, aunque yo estaba cerca. Me habían dicho una fecha en su momento, en el orfanato, pero nada me dejaba comprobar que aquel viejo chocho realmente se acordase incluso de quién era yo.
— De dónde vengo… — Rompí mi postura, irguiendo la espalda mientras miraba a la ventana. — De dónde vengo, eh… — Giré mi cuerpo sobre las sábanas, tumbándome bocarriba como ella, mirando hacia el techo y pensándome la respuesta. Aunque no había demasiado que plantearse, ya que no era ni una opinión ni nada parecido; era un hecho indiscutible. — De la Red Line, por mucho que te pueda sorprender. — Me giré un poco para mirarla y sonreírle, mezclando en la mueca un vaso de nostalgia y otro de pena por mi yo pasado. — De la parte mala, supongo. Ya sabes… — Hice un gesto con el brazo, haciendo como que bajaba, y terminé por señalar hacia la cama que estaba entre nosotros. — De abajo, la Isla Gyojin. — Se me escapó una carcajada por lo ilógico de que un ser humano, conociendo la hostilidad con la que contaban los tritones hacia los humanos por sus relaciones de tantos años, hubiese podido nacer y sobrevivir allí. — Solo una decena de kilómetros más arriba y hubiera estado en la cima del mundo, ¿no? — Me froté la mejilla, suspirando. — Aunque quizás hubiera seguido estando lo mismo de disconforme con mi vida, no sé. — Reemplacé, una vez que sentí que mi parte de la pregunta había terminado, mi mueca por una sonrisa de oreja a oreja. — Mi turno, ¿cierto? — No habíamos hablado de que ella también participase, pero tenía confianza en que podría arrastrarla a ello. — ¿Qué harías si tuvieras el poder para cambiar todo aquello que desees? — Era una pregunta que me llevaba escamando desde que escuché para lo que quería unirse al CP, y me giré animadamente para mirarla mientras se pensaba si responderla o no.
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—Ya veo… Es un lugar curioso. —Comentó. Ella era la última que podía cotillear en pasados ajenos y no era tan tonta como para no entender la mueca que acababa de dibujar el menor, así que prefirió no preguntar cosas como el motivo de que naciera ahí o preguntarle por su familia. Esos temas era mejor no tocarlos a veces. Así, ahora parecía que le tocaría a ella contestar sus preguntas. Era como un juego, pero había que ser cuidadosa con lo que fuese a decir. Y por si fuera poco el chico apuntaba fuerte. Mura apretó los labios, la pregunta sería más fácil de contestar si le preguntase que no cambiaría. Para empezar, si pudiera cambiar tanto el pasado como el presente habría demasiadas cosas… Si no tuviera un límite hubiera evitado la muerte de los niños del laboratorio. No, para empezar, hubiese borrado el hecho de que alguna vez fueron un experimento. Pero ese gesto hubiera eliminado cosas como su encuentro con Keima, su encuentro con Aka. Había cosas dolorosas y preciadas a partes iguales para ella.
—Esa es una pregunta complicada. Es decir… Hay muchas cosas que podría haber deseado que nunca hubiesen sucedido, pero eso borraría gran parte de mi vida. Así que omitiendo el poder cambiar el pasado…— No sabía por dónde coger la pregunta sin sonar a alguien que conspira contra el gobierno porque aún no estaba del todo segura de que el chico de cabellos castaños estuviera en contra de este. Y tampoco quería dar la apariencia de ser una revolucionaria. —Bueno, en mis veinticuatro años he visto muchas cosas. No todas agradables... —Comentó, aún a sabiendas de que aparentaba menos. —Supongo que cambiaría el hecho de que se juegue tanto con las vidas ajenas. Hay personas a las que no les importa sacrificar la vida de otras personas o manipularlas al punto de convertirlas en útiles para sus fines. Y eso pasa en todos lados. —Recordó la ejecución y las semanas previas a que Dexter fuera situado sobre la que podría haber sido su tumba, también el momento en que Keima murió en sus menudas manos. —Yo odio a ese tipo de personas, así que poder borrar a quienes hacen eso sin ningún tipo de reparo sería un buen poder, ¿no crees? Pero es algo demasiado ideal y seguro que acabaría saliendo mal. Es ese tipo de deseo. — Esto último lo dijo haciendo un gesto con la mano, como si esfumase una imagen que hubiera dibujado en el aire.
—¿Y tú? ¿Hay algún deseo que te gustaría cumplir si se te diera la oportunidad? — Preguntó, aunque no esperaba que esa pregunta contase para ese pequeño juego. Cosas más sencillas eran mejores para pasar un buen rato. —Ah, esa no es la pregunta de verdad, pero me entró curiosidad. — Se apresuró a añadir. —Para eso… Supongo que podrías hablarme sobre por qué decidiste convertirte en un hombre de negocios. —
—Esa es una pregunta complicada. Es decir… Hay muchas cosas que podría haber deseado que nunca hubiesen sucedido, pero eso borraría gran parte de mi vida. Así que omitiendo el poder cambiar el pasado…— No sabía por dónde coger la pregunta sin sonar a alguien que conspira contra el gobierno porque aún no estaba del todo segura de que el chico de cabellos castaños estuviera en contra de este. Y tampoco quería dar la apariencia de ser una revolucionaria. —Bueno, en mis veinticuatro años he visto muchas cosas. No todas agradables... —Comentó, aún a sabiendas de que aparentaba menos. —Supongo que cambiaría el hecho de que se juegue tanto con las vidas ajenas. Hay personas a las que no les importa sacrificar la vida de otras personas o manipularlas al punto de convertirlas en útiles para sus fines. Y eso pasa en todos lados. —Recordó la ejecución y las semanas previas a que Dexter fuera situado sobre la que podría haber sido su tumba, también el momento en que Keima murió en sus menudas manos. —Yo odio a ese tipo de personas, así que poder borrar a quienes hacen eso sin ningún tipo de reparo sería un buen poder, ¿no crees? Pero es algo demasiado ideal y seguro que acabaría saliendo mal. Es ese tipo de deseo. — Esto último lo dijo haciendo un gesto con la mano, como si esfumase una imagen que hubiera dibujado en el aire.
—¿Y tú? ¿Hay algún deseo que te gustaría cumplir si se te diera la oportunidad? — Preguntó, aunque no esperaba que esa pregunta contase para ese pequeño juego. Cosas más sencillas eran mejores para pasar un buen rato. —Ah, esa no es la pregunta de verdad, pero me entró curiosidad. — Se apresuró a añadir. —Para eso… Supongo que podrías hablarme sobre por qué decidiste convertirte en un hombre de negocios. —
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Su gesto pareció oscurecerse por instantes, al igual que había hecho cuando le pregunté la razón de unirse al CP, y es que parecía que ese tema no era del todo del agrado de ella. Era lógico, suponía que algo tenía que ocultar. Al fin y al cabo, aquel que se une al Cipher Pol con más objetivos que simplemente trabajar solían ser personas que se querían aprovechar del Gobierno o hacerle alguna putada. ¿Cómo se llamaba ese tipo de gente…? Una mano saludó desde dentro de mí, haciendo acto de presencia, ya que yo también era otro criminal por muy bien que lo quisiera disfrazar.
En cuanto comenzó a hablar, dijo algo muy lógico: su pasado era incambiable, ya que eso era lo que la había transformado en la Akane del presente, para bien o para mal. Pero por el otro lado, decía que, dados sus veinticuatro años — ¡¿Veinticuatro?! Bueno, yo tampoco podía hablar de edades aparentes… — había visto cosas que quería cambiar, y aquella que se llevaba la palma era la apetencia de la gente por jugar con las vidas de sus congéneres. Yo asentí de forma sincera, rememorando trozos de mi infancia que más me marcaron, donde era simplemente un niño jugando en las manos de adultos. Se había perdido en gran parte del mundo el resto que otrora había habido hacia la vida humana o, mejor dicho, la vida en general, y ya se podía comparar el valor de un hombre o de una mujer a ganado si con ello tus objetivos o deseos se cumplían antes o de forma más eficiente.
Finalmente, como parecía que era común en ella, terminó por quitarle importancia a todos y cada uno de sus pensamientos. Siempre que daba la sensación de hablar en serio, de tener unos ideales firmes, de querer llegar a un punto concreto con fuerza de voluntad y todo tu ser… Siempre lo estropeaba, y me resultaba decepcionante. Podía ser cierto que mis ideales y principios no eran los más nobles ni elegantes, pero sí que estaban fijos en mi cabeza y, fueran más posibles o menos, me esforzaría en ir haciéndolos realidad. Paso a paso, lento, pero seguro. Suspiré. Total, era su forma de ser, no sería yo quien la fuera a cambiar. Ni ella ni yo parecíamos ser las personas más seguras de sí mismas que existían, eso estaba claro, pero yo al menos creía que trataba de cambiar ese hecho.
Y pareció que supuso que la ronda por terminada y me lanzó una pregunta para contestar. Aunque, nuevamente, pareció arrepentirse o dejar aquella en el aire mientras disparaba otra cuestión más: el por qué había terminado siendo un ‘’hombre de negocios’’. ¿Podía contestar a ambas preguntas sin delatarme como un enemigo del Gobierno, alguien peligroso o ambas a la vez…? Sí, por supuesto que sí. No se me daba bien mentir, eso estaba claro, pero decir verdades a medias me salía de puta madre. Me puse mirando al techo y crucé las piernas como si de la arena de una playa se tratase, haciendo como que me concentraba en rememorar el pasado. Realmente así era, pero estaba exagerando de más. Con un tono más bien nostálgico, soñador, comencé a hablar:
— ¿Deseo…? — Me miré la mano durante un rato, pensativo. — ¿Destruir a aquellos que se interpongan en mi felicidad, proteger mi seguridad y convertirme en una persona tan poderosa, influyente y capaz que nadie se atreva a tratar de enfadar? — Apreté un poco la mano, y luego me comencé a reír. — No sé… Supongo que no tengo ningún sueño, aunque suene triste. Con ser feliz y vivir el día a día me conformo por ahora. — Eché la espalda un poco hacia atrás, tratando de ganar distancia para poder coger carrerilla y, contrayendo con velocidad los abdominales, me senté nuevamente en la cama, esta vez mucho más cerca de Akane que antes. No lo había hecho queriendo, pero el cambiar de postura me había dejado a dos palmos de ella. — Respecto a la segunda pregunta… — ¿Qué contaba y qué no? ¿Cómo diferenciaba aquellos detalles que sobraban o que podían ponerme en un aprieto de los que eran completamente inocuos? Suspiré. — Supongo que no es en lo que decidí convertirme, sino en lo que la vida me convirtió. — Quizás las palabras perdían fuerza al provenir de una persona más joven, pero aquel aspecto no me importaba lo más mínimo. — Es decir, sucedieron cosas en mi vida que me empujaron a abandonar la isla en la que me crié, llena de gyojins, y terminar en Shabaody. Allí, bueno… — Se me esbozó una sonrisa nostálgica que combinaba muy bien con mis ojos un poco entristecidos por aquellas memorias. — Un niño solo precisamente no sobrevive con facilidad, así que tuve que conseguir mi propio negocio de una forma u otra. — Moví la mano hacia delante de mi cara y me fijé en ella. Una pequeña cicatriz en ella me escamaba, una en la que no me había fijado hasta aquel momento por su nimio tamaño, pero que ahora no paraba de captar mi atención. Rodé los ojos, dejando de darle importancia, y dejé caer la mano sin pensarlo muy bien, viendo que terminaba encima del cuerpo de ella. La aparté al momento, poniendo en mi cara un gesto de arrepentimiento. — ¡Lo siento! — Me froté la mano y me aparté un poco, apoyando las manos en la cama para poder levantar mi cuerpo y desplazarme. — Bueno… Me toca, ¿no? — La miré fijamente durante un par de segundos, y una pregunta se me vino a la cabeza. — ¿Hay algún sitio donde realmente quieras actuar? ¿O alguna persona a la que quieras dedicarle una actuación?
En cuanto comenzó a hablar, dijo algo muy lógico: su pasado era incambiable, ya que eso era lo que la había transformado en la Akane del presente, para bien o para mal. Pero por el otro lado, decía que, dados sus veinticuatro años — ¡¿Veinticuatro?! Bueno, yo tampoco podía hablar de edades aparentes… — había visto cosas que quería cambiar, y aquella que se llevaba la palma era la apetencia de la gente por jugar con las vidas de sus congéneres. Yo asentí de forma sincera, rememorando trozos de mi infancia que más me marcaron, donde era simplemente un niño jugando en las manos de adultos. Se había perdido en gran parte del mundo el resto que otrora había habido hacia la vida humana o, mejor dicho, la vida en general, y ya se podía comparar el valor de un hombre o de una mujer a ganado si con ello tus objetivos o deseos se cumplían antes o de forma más eficiente.
Finalmente, como parecía que era común en ella, terminó por quitarle importancia a todos y cada uno de sus pensamientos. Siempre que daba la sensación de hablar en serio, de tener unos ideales firmes, de querer llegar a un punto concreto con fuerza de voluntad y todo tu ser… Siempre lo estropeaba, y me resultaba decepcionante. Podía ser cierto que mis ideales y principios no eran los más nobles ni elegantes, pero sí que estaban fijos en mi cabeza y, fueran más posibles o menos, me esforzaría en ir haciéndolos realidad. Paso a paso, lento, pero seguro. Suspiré. Total, era su forma de ser, no sería yo quien la fuera a cambiar. Ni ella ni yo parecíamos ser las personas más seguras de sí mismas que existían, eso estaba claro, pero yo al menos creía que trataba de cambiar ese hecho.
Y pareció que supuso que la ronda por terminada y me lanzó una pregunta para contestar. Aunque, nuevamente, pareció arrepentirse o dejar aquella en el aire mientras disparaba otra cuestión más: el por qué había terminado siendo un ‘’hombre de negocios’’. ¿Podía contestar a ambas preguntas sin delatarme como un enemigo del Gobierno, alguien peligroso o ambas a la vez…? Sí, por supuesto que sí. No se me daba bien mentir, eso estaba claro, pero decir verdades a medias me salía de puta madre. Me puse mirando al techo y crucé las piernas como si de la arena de una playa se tratase, haciendo como que me concentraba en rememorar el pasado. Realmente así era, pero estaba exagerando de más. Con un tono más bien nostálgico, soñador, comencé a hablar:
— ¿Deseo…? — Me miré la mano durante un rato, pensativo. — ¿Destruir a aquellos que se interpongan en mi felicidad, proteger mi seguridad y convertirme en una persona tan poderosa, influyente y capaz que nadie se atreva a tratar de enfadar? — Apreté un poco la mano, y luego me comencé a reír. — No sé… Supongo que no tengo ningún sueño, aunque suene triste. Con ser feliz y vivir el día a día me conformo por ahora. — Eché la espalda un poco hacia atrás, tratando de ganar distancia para poder coger carrerilla y, contrayendo con velocidad los abdominales, me senté nuevamente en la cama, esta vez mucho más cerca de Akane que antes. No lo había hecho queriendo, pero el cambiar de postura me había dejado a dos palmos de ella. — Respecto a la segunda pregunta… — ¿Qué contaba y qué no? ¿Cómo diferenciaba aquellos detalles que sobraban o que podían ponerme en un aprieto de los que eran completamente inocuos? Suspiré. — Supongo que no es en lo que decidí convertirme, sino en lo que la vida me convirtió. — Quizás las palabras perdían fuerza al provenir de una persona más joven, pero aquel aspecto no me importaba lo más mínimo. — Es decir, sucedieron cosas en mi vida que me empujaron a abandonar la isla en la que me crié, llena de gyojins, y terminar en Shabaody. Allí, bueno… — Se me esbozó una sonrisa nostálgica que combinaba muy bien con mis ojos un poco entristecidos por aquellas memorias. — Un niño solo precisamente no sobrevive con facilidad, así que tuve que conseguir mi propio negocio de una forma u otra. — Moví la mano hacia delante de mi cara y me fijé en ella. Una pequeña cicatriz en ella me escamaba, una en la que no me había fijado hasta aquel momento por su nimio tamaño, pero que ahora no paraba de captar mi atención. Rodé los ojos, dejando de darle importancia, y dejé caer la mano sin pensarlo muy bien, viendo que terminaba encima del cuerpo de ella. La aparté al momento, poniendo en mi cara un gesto de arrepentimiento. — ¡Lo siento! — Me froté la mano y me aparté un poco, apoyando las manos en la cama para poder levantar mi cuerpo y desplazarme. — Bueno… Me toca, ¿no? — La miré fijamente durante un par de segundos, y una pregunta se me vino a la cabeza. — ¿Hay algún sitio donde realmente quieras actuar? ¿O alguna persona a la que quieras dedicarle una actuación?
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Sus ojos se fijaron en el del contrario cuando asintió con la cabeza, con ojos brillantes que parecieron apagarse en decepción con el gesto que acababa de hacer con la mano. ¿Le había decepcionado? Supuso que se debía a esa forma suya de quitarle importancia. No era inseguridad, pero los deseos no se cumplían por arte de magia y su voluntad estaba enfrentada a la de muchas personas igual o más fuertes que ella. Eso no impediría que llevara a cabo sus objetivos, pero si la decepción era el precio por que siguiera sin suponer de quien se trataba… Esperaba que sus asociados fueran iguales en ese sentido mientras pensaba en como irían a la mañana siguiente a hablar con ellos.
Las respuestas que el castaño ofrecía no decepcionaban tampoco… O más bien eran demasiado cercanas en cierto sentido a lo que deseaba Mura o a lo que había pasado. Vivir feliz y tranquilamente era exactamente el tipo de sueño imposible que rondaba a la pelinaranja. —Yo creo que ese tipo de vida es también algo que se puede desear. De hecho, me daría envidia cualquier persona que lograse vivirlo. —Comentó antes de dejar que continuase con su respuesta. Pudo notar un deje de tristeza en su mirada, y conocía muy bien esa mirada. Ojos tristes por un recuerdo nada agradable. Estaba segura de que sus ojos se tornaban del mismo tono cuando pensaba en Keima o en Aome, en como tuvo que asesinarla contra su voluntad y como su aura quemó su cuerpo hasta las cenizas, de forma que no pudieran volver a usarla. Suspiró justo en el momento que notaba como algo presionaba contra uno de sus senos. Su mirada sorprendida se clavó primero en la mano ajena y luego en el chico que acababa de apartarse, disculpándose por su descuido con nerviosismo. Se apartó varios palmos de distancia de ella. Ante su reacción, no pudo evitar reír. “Es verdad, no hace falta sacar temas tristes a estas horas”. Se dijo a sí misma mientras dejaba claro que no pasaba nada.
—Bueno, considera esta la última pregunta por hoy, ¿vale? Es bastante tarde y dudo que quieras preocupar a tus amigos por tardar en dar señales de vida mañana. —Comentó antes de ponerse a pensar sobre donde le gustaría actuar. La verdad era que Mura se esforzaba mucho en componer y escribir cuando sacaba tiempo para ello, pero la chica era un claro desastre o vergüenza como artista. —La verdad es que no hay ningún sitio en el que me pudiera hacer ilusión cantar. No hay algo así como una cúspide que alcanzar ni nada por el estilo en mi carrera musical… Como lo explico… Para empezar, el hecho de que sea música no es mentira, he trabajado en muchos sitios, pero empecé a trabajar actuando desde los catorce años, lo hice para poder seguir viajando y para sobrevivir. Un poco como tú, supongo, con tus trabajos. En ese sentido ambos somos antiguos niños de las calles. Así que siento si te decepciono con esto también, pero no hay un escenario, simplemente disfruto viendo las caras sonrientes o enternecidas al verme actuar o escucharme cantar. —Se detuvo a mirarle y su alegre rostro se tornó en uno un poco más serio, para dejar claro que no permitiría que nadie llamase decepcionante su forma de trabajar. Una cosa era su falsa falta de confianza en cuanto a temas delicados y otra cosa era su trabajo. —Eso no quita en lo más mínimo el esfuerzo que pongo en cada actuación o en cada pieza que compongo. —
Después… La segunda parte era más complicada. Teniendo en cuenta la primera respuesta, se debía entender que no había nadie “especial” a quien no pudiera dedicar una canción en cualquier momento o lugar: A su hija le dedicaba toda nana o canción infantil que se le ocurría. Tenía también una canción hecha para ella, lo mismo sucedía con Berthil, con Dexter y las pocas personas que podía aún considerar familia… O esperaba poder seguir considerando familia. Pero… —Un réquiem. —Contestó tras un silencio, levantándose de la cama para abrir un poco una de las ventanas. En verdad era una excusa. No quería que viera su cara en ese momento por lo que mirar por la ventana era una buena opción. —Cuando termine lo que tengo que hacer en el gobierno. Cuando acabe con ese sistema en el que las vidas de la gente son prescindibles o tratadas como útiles… Me gustaría dedicar un réquiem a todas las personas que… A todas las personas cuyas vidas cargo a mí espalda. —Hizo un leve gesto apretando la tela de la cortina y el silencio reino un poco más. Con la brisa del aire al abrir la ventana, su pelo y su ropa se elevaron por un instante, dejando entre ver la extraña forma de sus cicatrices. Había un hueco totalmente inmaculado en el centro, como si se hubiera borrado algo, pero el resto de marcas seguían intactas.
—En fin…— Akane volvió a cerrar la ventana y se giró hacia el chico como si nada hubiera pasado. —Va siendo hora de dormir… ¿Quieres quedarte aquí conmigo o prefieres un cuarto separado? Yo no tengo problemas en compartir la cama.—
Las respuestas que el castaño ofrecía no decepcionaban tampoco… O más bien eran demasiado cercanas en cierto sentido a lo que deseaba Mura o a lo que había pasado. Vivir feliz y tranquilamente era exactamente el tipo de sueño imposible que rondaba a la pelinaranja. —Yo creo que ese tipo de vida es también algo que se puede desear. De hecho, me daría envidia cualquier persona que lograse vivirlo. —Comentó antes de dejar que continuase con su respuesta. Pudo notar un deje de tristeza en su mirada, y conocía muy bien esa mirada. Ojos tristes por un recuerdo nada agradable. Estaba segura de que sus ojos se tornaban del mismo tono cuando pensaba en Keima o en Aome, en como tuvo que asesinarla contra su voluntad y como su aura quemó su cuerpo hasta las cenizas, de forma que no pudieran volver a usarla. Suspiró justo en el momento que notaba como algo presionaba contra uno de sus senos. Su mirada sorprendida se clavó primero en la mano ajena y luego en el chico que acababa de apartarse, disculpándose por su descuido con nerviosismo. Se apartó varios palmos de distancia de ella. Ante su reacción, no pudo evitar reír. “Es verdad, no hace falta sacar temas tristes a estas horas”. Se dijo a sí misma mientras dejaba claro que no pasaba nada.
—Bueno, considera esta la última pregunta por hoy, ¿vale? Es bastante tarde y dudo que quieras preocupar a tus amigos por tardar en dar señales de vida mañana. —Comentó antes de ponerse a pensar sobre donde le gustaría actuar. La verdad era que Mura se esforzaba mucho en componer y escribir cuando sacaba tiempo para ello, pero la chica era un claro desastre o vergüenza como artista. —La verdad es que no hay ningún sitio en el que me pudiera hacer ilusión cantar. No hay algo así como una cúspide que alcanzar ni nada por el estilo en mi carrera musical… Como lo explico… Para empezar, el hecho de que sea música no es mentira, he trabajado en muchos sitios, pero empecé a trabajar actuando desde los catorce años, lo hice para poder seguir viajando y para sobrevivir. Un poco como tú, supongo, con tus trabajos. En ese sentido ambos somos antiguos niños de las calles. Así que siento si te decepciono con esto también, pero no hay un escenario, simplemente disfruto viendo las caras sonrientes o enternecidas al verme actuar o escucharme cantar. —Se detuvo a mirarle y su alegre rostro se tornó en uno un poco más serio, para dejar claro que no permitiría que nadie llamase decepcionante su forma de trabajar. Una cosa era su falsa falta de confianza en cuanto a temas delicados y otra cosa era su trabajo. —Eso no quita en lo más mínimo el esfuerzo que pongo en cada actuación o en cada pieza que compongo. —
Después… La segunda parte era más complicada. Teniendo en cuenta la primera respuesta, se debía entender que no había nadie “especial” a quien no pudiera dedicar una canción en cualquier momento o lugar: A su hija le dedicaba toda nana o canción infantil que se le ocurría. Tenía también una canción hecha para ella, lo mismo sucedía con Berthil, con Dexter y las pocas personas que podía aún considerar familia… O esperaba poder seguir considerando familia. Pero… —Un réquiem. —Contestó tras un silencio, levantándose de la cama para abrir un poco una de las ventanas. En verdad era una excusa. No quería que viera su cara en ese momento por lo que mirar por la ventana era una buena opción. —Cuando termine lo que tengo que hacer en el gobierno. Cuando acabe con ese sistema en el que las vidas de la gente son prescindibles o tratadas como útiles… Me gustaría dedicar un réquiem a todas las personas que… A todas las personas cuyas vidas cargo a mí espalda. —Hizo un leve gesto apretando la tela de la cortina y el silencio reino un poco más. Con la brisa del aire al abrir la ventana, su pelo y su ropa se elevaron por un instante, dejando entre ver la extraña forma de sus cicatrices. Había un hueco totalmente inmaculado en el centro, como si se hubiera borrado algo, pero el resto de marcas seguían intactas.
—En fin…— Akane volvió a cerrar la ventana y se giró hacia el chico como si nada hubiera pasado. —Va siendo hora de dormir… ¿Quieres quedarte aquí conmigo o prefieres un cuarto separado? Yo no tengo problemas en compartir la cama.—
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Pareció no darle importancia a que la hubiera tocado, fuera queriendo o sin querer. Es decir, sabía que había unas reglas no habladas en las relaciones sociales para respetar el espacio personal de unos y de otros, sobre todo cuando se habían conocido hacía escasas horas, pero ella había ignorado eso. Así que yo tampoco me preocuparía ya que, total, no iba a ganar nada dándole más vueltas a algo que no me suponía un problema, sino que más bien se convertía en algo que me daba más margen de acción. Es más, se rió, por lo que supuse que le había parecido algo gracioso.
Entonces, fue ella la que tomó la palabra, dejando claro que esta sería la última ronda de nuestro concurso de preguntas, y su creador y promotor dejó entrever una clara señal de desilusión en su cara. Quería continuar, pero era su casa y, por ende, sus reglas, además de que hablar era cosa de dos, obviamente. Su respuesta a la primera pregunta era algo que ya me podía oler, teniendo en cuenta su forma de ser, por lo que no me sorprendió. Lo que sí me sorprendió, y con creces, fueron dos detalles: que se presentase como una antigua niña de las calles —tal y como yo— y que utilizase las palabras ‘’te decepciono con esto también’’. Lo primero porque bueno, si miraba alrededor, no parecía precisamente una casa de una pobre chiquilla vagabunda, tal y como yo. Lo segundo… ¿Tanto se me notaba en la cara la opinión que me merecían los comentarios de otros? Me palpé la mejilla de forma inconsciente, únicamente para notar si estaba haciendo una mueca en aquellos precisos instantes. Siempre me leían todos como un libro abierto, como si fuera obvio lo que se me pasaba por la mente, y aquello no me gustaba para nada. Era una carga que mi máscara de Sif me aliviaba, pero que parecía siempre cargar, especialmente cuando reflejaba las emociones negativas en otra persona. A nadie le gustaba decepcionar a la gente. Aquella idea me la reforzó su cambio de gesto, que dejaba claro que estaba hablando en serio esta vez, y no permitiría que pusiese en duda su profesionalidad o devoción por el oficio. Levanté las manos en símbolo de inocencia mientras me ponía bastante rojo y se me escapaba una risa entrecortada de pura vergüenza.
Dicho aquello, decidió que era el momento de abordar la segunda palabra. Aunque no parecía que tuviera mucho donde elegir, ya que no tenía ilusión por tocar en algún lugar en concreto. Es decir, no únicamente pensaba que pudiera desear demostrar sus dotes en los más grandes anfiteatros, sino que también me valía la habitación de alguien o un barco concreto. Pero me dio una respuesta inesperada: Un réquiem. Giré la cabeza un poco, extrañado. Viendo su aspecto animado, no se me hubiera pasado por la mente ningún tipo de melodía que estuviese relacionada con la tristeza, la pérdida o cualquier sentimiento negativo, pero de nuevo estaba equivocado. Para bien. Siempre me agradaba encontrar a una persona que no era una simple fachada o una personalidad plana, sino que tenían algo más allá, oculto. ¿Así que una canción dedicada a todos aquellos perdidos en tu propia ‘’guerra’’? Y por todos aquellos que también hubieran muerto en esas mismas condiciones. Por una vez, supe leer el ambiente y dejé los comentarios fuera de lugar lejos de escena, y preferí callarme a decir algo que la pudiera molestar. Le había dado un mejor broche del que pudiera poner yo.
Volvía a ver sus cicatrices, que decoraban su espalda, y un simple detalle me llamó la atención. Más allá de lo herida que tenía la espalda, que daba por hecho que tenía sus buenas razones y un pasado que no quería decir —a juzgar por sus respuestas-, lo que captó mi mirada fue el hecho de que estuviera herida por todas partes excepto en el centro. ¿Debería preguntarle…? Fui a señalar con el dedo aquella parte, para apoyarme en mis gestos mientras le preguntaba, pero en ese instante se giró mientras hablaba y vi mejor dejarlo para otro momento.
Suspiré cuando dijo que era hora de dormir. No por tristeza, sino porque bueno, aquel día había sido largo y veía bien darle final en aquel momento, a pesar de no poder continuar. Me dejaba en el tintero las preguntas sobre sus cicatrices y sus rasgos animales… En mi cara se notaban las ganas inaguantables de decir lo que se me estaba pasando en aquel momento: inundarla de dudas acerca de ella y, especialmente sobre qué era. Pero trataba de ignorar aquellos deseos, reflejándolo en mi rostro como un niño pequeño. Para cuando abrí la boca, ya había logrado contener a la bestia y pude centrarme en simplemente responder como debía:
— S-Sí, me parece bien… — En mi cabeza pensé ‘’Lance, gilipollas, es una pregunta de A o B, no de sí o no.’’, y me di prisa en corregir mi error. — ¿Compartir cama no es molesto…? — Nunca había probado, al menos que recordase. Siempre había dormido solo, a veces incluso sin cama, y mi cabeza procesaba el compartir el lugar donde descansabas como perder espacio para estar cómodo. — Nunca he probado, pero no suena bien, ¿no? — Me ruboricé un poco, no por el tema, sino por simplemente reconocer que no sabía de aquello. Aun así, si ella lo deseaba, probaría.
Entonces, fue ella la que tomó la palabra, dejando claro que esta sería la última ronda de nuestro concurso de preguntas, y su creador y promotor dejó entrever una clara señal de desilusión en su cara. Quería continuar, pero era su casa y, por ende, sus reglas, además de que hablar era cosa de dos, obviamente. Su respuesta a la primera pregunta era algo que ya me podía oler, teniendo en cuenta su forma de ser, por lo que no me sorprendió. Lo que sí me sorprendió, y con creces, fueron dos detalles: que se presentase como una antigua niña de las calles —tal y como yo— y que utilizase las palabras ‘’te decepciono con esto también’’. Lo primero porque bueno, si miraba alrededor, no parecía precisamente una casa de una pobre chiquilla vagabunda, tal y como yo. Lo segundo… ¿Tanto se me notaba en la cara la opinión que me merecían los comentarios de otros? Me palpé la mejilla de forma inconsciente, únicamente para notar si estaba haciendo una mueca en aquellos precisos instantes. Siempre me leían todos como un libro abierto, como si fuera obvio lo que se me pasaba por la mente, y aquello no me gustaba para nada. Era una carga que mi máscara de Sif me aliviaba, pero que parecía siempre cargar, especialmente cuando reflejaba las emociones negativas en otra persona. A nadie le gustaba decepcionar a la gente. Aquella idea me la reforzó su cambio de gesto, que dejaba claro que estaba hablando en serio esta vez, y no permitiría que pusiese en duda su profesionalidad o devoción por el oficio. Levanté las manos en símbolo de inocencia mientras me ponía bastante rojo y se me escapaba una risa entrecortada de pura vergüenza.
Dicho aquello, decidió que era el momento de abordar la segunda palabra. Aunque no parecía que tuviera mucho donde elegir, ya que no tenía ilusión por tocar en algún lugar en concreto. Es decir, no únicamente pensaba que pudiera desear demostrar sus dotes en los más grandes anfiteatros, sino que también me valía la habitación de alguien o un barco concreto. Pero me dio una respuesta inesperada: Un réquiem. Giré la cabeza un poco, extrañado. Viendo su aspecto animado, no se me hubiera pasado por la mente ningún tipo de melodía que estuviese relacionada con la tristeza, la pérdida o cualquier sentimiento negativo, pero de nuevo estaba equivocado. Para bien. Siempre me agradaba encontrar a una persona que no era una simple fachada o una personalidad plana, sino que tenían algo más allá, oculto. ¿Así que una canción dedicada a todos aquellos perdidos en tu propia ‘’guerra’’? Y por todos aquellos que también hubieran muerto en esas mismas condiciones. Por una vez, supe leer el ambiente y dejé los comentarios fuera de lugar lejos de escena, y preferí callarme a decir algo que la pudiera molestar. Le había dado un mejor broche del que pudiera poner yo.
Volvía a ver sus cicatrices, que decoraban su espalda, y un simple detalle me llamó la atención. Más allá de lo herida que tenía la espalda, que daba por hecho que tenía sus buenas razones y un pasado que no quería decir —a juzgar por sus respuestas-, lo que captó mi mirada fue el hecho de que estuviera herida por todas partes excepto en el centro. ¿Debería preguntarle…? Fui a señalar con el dedo aquella parte, para apoyarme en mis gestos mientras le preguntaba, pero en ese instante se giró mientras hablaba y vi mejor dejarlo para otro momento.
Suspiré cuando dijo que era hora de dormir. No por tristeza, sino porque bueno, aquel día había sido largo y veía bien darle final en aquel momento, a pesar de no poder continuar. Me dejaba en el tintero las preguntas sobre sus cicatrices y sus rasgos animales… En mi cara se notaban las ganas inaguantables de decir lo que se me estaba pasando en aquel momento: inundarla de dudas acerca de ella y, especialmente sobre qué era. Pero trataba de ignorar aquellos deseos, reflejándolo en mi rostro como un niño pequeño. Para cuando abrí la boca, ya había logrado contener a la bestia y pude centrarme en simplemente responder como debía:
— S-Sí, me parece bien… — En mi cabeza pensé ‘’Lance, gilipollas, es una pregunta de A o B, no de sí o no.’’, y me di prisa en corregir mi error. — ¿Compartir cama no es molesto…? — Nunca había probado, al menos que recordase. Siempre había dormido solo, a veces incluso sin cama, y mi cabeza procesaba el compartir el lugar donde descansabas como perder espacio para estar cómodo. — Nunca he probado, pero no suena bien, ¿no? — Me ruboricé un poco, no por el tema, sino por simplemente reconocer que no sabía de aquello. Aun así, si ella lo deseaba, probaría.
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Mura se quedó mirando al chico con cara de “Se te nota en la cara”. Cualquier cosa que estuviera pensando en ese momento, por mucho que se molestase en tragarse sus palabras. De hecho, llevaba un rato con esa fluctuación de emociones, eso sin tener en cuenta que de base la mayor tenía cierta facilidad para leer esas emociones, que había tratado de perfeccionar en otros lados. Supuso que por eso mismo podía fiarse en la medida de lo posible del menor. Lo que no esperaba era esa nerviosa reacción a su pregunta de si prefería una habitación separada o dormir con ella. Bueno, podía ser simple timidez. Tuvo que aguantar la risa cuando notó su cara sonrojarse otra vez.
“¿Es la primera vez que duerme con alguien…?” En su cabeza, la imagen de sí misma durmiendo sobre el lomo de Nala con Sumire acurrucada a su lado cuando era más joven y viajaban solo ellas y la imagen de su niña acomodada en su regazo hicieron que sonriera con ternura, sin pretenderlo. —Como decirlo… Supongo que siempre es divertido tener todo el colchón para ti. —Empezó a explicar, dándole la razón en esa parte, mientras se sentaba con las piernas cruzadas en la cama. —Pero dormir junto a alguien más puede ser muy agradable. Todo depende de que tan cómodo te sientas junto a otra persona. Si no te molesta el contacto físico. Encontrar una postura cómoda para ambas partes. Por ejemplo… —Mura le hizo un gesto con la mano, tendiéndosela, como si pidiera permiso para ofrecerle un ejemplo de aquello a lo que se refería. —Si hay confianza, el apoyarse en otra persona mientras duermes puede ser agradable. —Explicó tirando del chico mientras se dejaba caer con la espalda en la cama, haciendo que se apoyase en ella. Si no se apartaba, quedaría acurrucado contra su pecho. —Normalmente a esto se le suele incluir el estar abrazados. Hay gente que abraza almohadas en vez de personas, ¿no? Si prefieres ser en quien se apoyen también es posible, o puedes solo abrazar a la persona desde delante o por la espalda. Pero bueno, yo no voy a forzarte a nada. —Aclaró. En caso de que no se hubiera apartado al momento de ser arrastrado por ella a la cama, le dejaría volver a incorporarse.
—Y bueno, creo que eso concluye mi explicación… Aunque…— Se mordió la lengua para no comentar que sus ojos decían claramente que no quería dormirse aún. —No haré más preguntas por ahora, pero no me molesta contestar si te has quedado con cosas en la punta de la lengua. Esto es divertido también, y no suelo tener mucha gente con la que hablar… Además, pronto tendré aún menos. Poca diversión y mucho trabajo. —Bromeó, riendo ante sus propios comentarios, algo abochornada también por haberse ido por las ramas. —Entonces, dejaré esa decisión para ti. Mañana podemos hablar más sino, Lance. —
Ahora ya dependía de él, tanto si quería probar a dormir con ella o si necesitaba otra habitación y cuanto más se alargaría la velada. Sabía que Jeremy ya había preparado un cuarto de invitados para lo segundo y que, si bien eran más pequeños que su “suite” y la cama no permitía hacer la croqueta o incluso una triple voltereta seguida sin caerse, el colchón era igual de cómodo y no resultaría una estancia agobiante por falta de espacio. En cuanto a las preguntas… Mura ya no tenía la picardía de un niño como para ser capaz de preguntar todo lo que quisiera sin temor a meter la pata hasta el fondo y hacer sentir mal a otra persona. Menos a un niño con una vida o un pasado complicados, así que era más fácil negarse a contestar algunas preguntas que liarla ella. Eso si el chico preguntaba.
“¿Es la primera vez que duerme con alguien…?” En su cabeza, la imagen de sí misma durmiendo sobre el lomo de Nala con Sumire acurrucada a su lado cuando era más joven y viajaban solo ellas y la imagen de su niña acomodada en su regazo hicieron que sonriera con ternura, sin pretenderlo. —Como decirlo… Supongo que siempre es divertido tener todo el colchón para ti. —Empezó a explicar, dándole la razón en esa parte, mientras se sentaba con las piernas cruzadas en la cama. —Pero dormir junto a alguien más puede ser muy agradable. Todo depende de que tan cómodo te sientas junto a otra persona. Si no te molesta el contacto físico. Encontrar una postura cómoda para ambas partes. Por ejemplo… —Mura le hizo un gesto con la mano, tendiéndosela, como si pidiera permiso para ofrecerle un ejemplo de aquello a lo que se refería. —Si hay confianza, el apoyarse en otra persona mientras duermes puede ser agradable. —Explicó tirando del chico mientras se dejaba caer con la espalda en la cama, haciendo que se apoyase en ella. Si no se apartaba, quedaría acurrucado contra su pecho. —Normalmente a esto se le suele incluir el estar abrazados. Hay gente que abraza almohadas en vez de personas, ¿no? Si prefieres ser en quien se apoyen también es posible, o puedes solo abrazar a la persona desde delante o por la espalda. Pero bueno, yo no voy a forzarte a nada. —Aclaró. En caso de que no se hubiera apartado al momento de ser arrastrado por ella a la cama, le dejaría volver a incorporarse.
—Y bueno, creo que eso concluye mi explicación… Aunque…— Se mordió la lengua para no comentar que sus ojos decían claramente que no quería dormirse aún. —No haré más preguntas por ahora, pero no me molesta contestar si te has quedado con cosas en la punta de la lengua. Esto es divertido también, y no suelo tener mucha gente con la que hablar… Además, pronto tendré aún menos. Poca diversión y mucho trabajo. —Bromeó, riendo ante sus propios comentarios, algo abochornada también por haberse ido por las ramas. —Entonces, dejaré esa decisión para ti. Mañana podemos hablar más sino, Lance. —
Ahora ya dependía de él, tanto si quería probar a dormir con ella o si necesitaba otra habitación y cuanto más se alargaría la velada. Sabía que Jeremy ya había preparado un cuarto de invitados para lo segundo y que, si bien eran más pequeños que su “suite” y la cama no permitía hacer la croqueta o incluso una triple voltereta seguida sin caerse, el colchón era igual de cómodo y no resultaría una estancia agobiante por falta de espacio. En cuanto a las preguntas… Mura ya no tenía la picardía de un niño como para ser capaz de preguntar todo lo que quisiera sin temor a meter la pata hasta el fondo y hacer sentir mal a otra persona. Menos a un niño con una vida o un pasado complicados, así que era más fácil negarse a contestar algunas preguntas que liarla ella. Eso si el chico preguntaba.
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Al parecer, Akane tomó mi pregunta retórica como una de verdad y, aunque no estaba pensada para ser respondida realmente, agradecí que lo hiciera. Era una persona curiosa y me gustaba aprender cada vez más, así que iba a escucharla con mucha atención. Además, su humor parecía haber cambiado nuevamente, esta vez para el mejor caso: enternecida y feliz, en contraposición a los gestos que acababa de tener hacía escasos segundos. Me alegraba haber causado aquella reacción en ella, siempre era agradable saber que provocabas sonrisas en alguien, eso estaba claro.
Partió de darme la razón a mí en mi argumento, como era lógico. Poder estirarse sin preocuparse de estar molestando a alguien o de pegarle un matonazo por sorpresa a un acompañante era más relajante que la alternativa, y a aquello no le veía la vuelta. Ella se puso en una postura más cómoda para dirigirme la palabra, erguida sobre su espalda y con las piernas cruzadas, como solía estar yo. Entonces mencionó que, aunque no tan tranquilo como la soledad, dormir con alguien más a tu lado era más agradable. Me tendió pues la mano, sin entender yo muy bien el por qué, y yo, como un niño con curiosidad y ganas de aprender, le respondí como ella buscaba. ¿Sentirse cómodo con otra persona…? ¿Por qué me iba a sentir incómodo con alguien? Obviando que me tratase de matar o tratar mal, aquello estaba claro, pero partíamos de que con esa gente no iba a compartir ni la habitación. Entonces, a la vez que mencionaba la importancia de la confianza en ese tipo de situaciones, sentí como mi cuerpo se veía obligado a seguir adelante y, relajado por el sueño y la calma que aquel lugar me comenzaba a aportar, acompañé el movimiento como buenamente pude.
Terminé entonces en parte sobre ella, ambos tumbados en el colchón, con mi cabeza sobre su pecho, blando y cálido. Era… sorprendentemente cómodo. La palabra exacta para definir lo que sentía en aquellos precisos instantes no llegaba a mi cabeza, pero podía definirse como… ¿relajante? Es decir, si me viera desde una tercera persona sería incapaz de pensar que dos humanos en esta postura pudieran dormir, pero ahora que mi mejilla chocaba contra su pecho, que parecía moldearse al gusto, aquella opinión cambiaba radicalmente. Ella siguió hablando, diciendo que muchas veces aquella postura se acompañaba de un abrazo, pero ya no hacía falta seguir convenciéndome ni descubriéndome el mundo que era dormir con otra persona; lo comprobaría de primera mano.
Ella continuó su charla, pero mis oídos comenzaron a escucharla cada vez más y más borrosa. Quizás no era así, sino que simplemente mi cabeza estaba dejando de prestarle la atención que necesitaba o, mejor dicho, era incapaz de hacerlo. Mis ojos se fueron cerrando lentamente en aquella postura en la que me había dejado, sin yo pararme a pensar en lo que estaba haciendo. Escuché de fondo, de forma muy parecida a un eco, algo sobre respuestas, pero a mí ya no me interesaba preguntar más, al menos no por aquel día. Si me querían despegar de aquella cama, tendrían que traer una espátula o amenazarme de muerte, porque el sueño imperaba en aquellos instantes sobre la curiosidad. Guiado y comandado por mi inconsciente, aquel que no se paraba a meditar qué pensaría la otra persona o si realmente debería, traté de adoptar una postura aún mejor en aquel lugar. Froté mi mejilla contra su pecho hasta que la cara estuviera cómoda, y mi brazo dejó de estar en una posición tan difícil para pasar por delante del cuerpo de Akane, rodeándola en toda su longitud. Y, en ese punto, mi mente se desvaneció.
¿Era por la mañana…? La ventana abierta, por la que se colaban algunos rayos solares, apuntaba a que sí. Comenzaba el día y, como una persona de provecho que era, tocaba hacer cosas. Pero la cama también tiraba de aquella cuerda, con la comodidad que me estaba dando y que me prometía. Me susurraba al oído ‘’Quédate y sigue durmiendo, no hace falta que vayas a ningún lado…’’ y, convencido por aquellas malas palabras, me moví un poco mientras trataba de buscar un lado un poco más frío de la almohada. Noté entonces lo que pasaba en aquel colchón: no estaba solo. Y todo mi cuerpo daba fe. Mi pierna izquierda se encontraba entre los pies de ella, y la derecha por encima, al igual que mi cadera estaba bastante pegada contra lo que supuse que era la contraria. Los brazos daban especial testimonio, con uno que pude ver cómo pasaba por el hueco que dejaban el hombro y la cabeza apoyada en la almohada, rodeando su cuello y terminando con la mano al lado de su pecho. En cambio, el otro la rodeaba por encima, pasando bajo su brazo, y la mano se dejaba caer hasta su pecho, el cual estaba tocando y, sin saber yo bien por qué, apretando. Era cómodo y me gustaba hacerlo, así que supuse que me había dado la confianza de hacerlo mientras dormía y, ya despierto, no le veía el inconveniente a seguir. Me quedaría allí en la medida de lo posible, vaya.
Partió de darme la razón a mí en mi argumento, como era lógico. Poder estirarse sin preocuparse de estar molestando a alguien o de pegarle un matonazo por sorpresa a un acompañante era más relajante que la alternativa, y a aquello no le veía la vuelta. Ella se puso en una postura más cómoda para dirigirme la palabra, erguida sobre su espalda y con las piernas cruzadas, como solía estar yo. Entonces mencionó que, aunque no tan tranquilo como la soledad, dormir con alguien más a tu lado era más agradable. Me tendió pues la mano, sin entender yo muy bien el por qué, y yo, como un niño con curiosidad y ganas de aprender, le respondí como ella buscaba. ¿Sentirse cómodo con otra persona…? ¿Por qué me iba a sentir incómodo con alguien? Obviando que me tratase de matar o tratar mal, aquello estaba claro, pero partíamos de que con esa gente no iba a compartir ni la habitación. Entonces, a la vez que mencionaba la importancia de la confianza en ese tipo de situaciones, sentí como mi cuerpo se veía obligado a seguir adelante y, relajado por el sueño y la calma que aquel lugar me comenzaba a aportar, acompañé el movimiento como buenamente pude.
Terminé entonces en parte sobre ella, ambos tumbados en el colchón, con mi cabeza sobre su pecho, blando y cálido. Era… sorprendentemente cómodo. La palabra exacta para definir lo que sentía en aquellos precisos instantes no llegaba a mi cabeza, pero podía definirse como… ¿relajante? Es decir, si me viera desde una tercera persona sería incapaz de pensar que dos humanos en esta postura pudieran dormir, pero ahora que mi mejilla chocaba contra su pecho, que parecía moldearse al gusto, aquella opinión cambiaba radicalmente. Ella siguió hablando, diciendo que muchas veces aquella postura se acompañaba de un abrazo, pero ya no hacía falta seguir convenciéndome ni descubriéndome el mundo que era dormir con otra persona; lo comprobaría de primera mano.
Ella continuó su charla, pero mis oídos comenzaron a escucharla cada vez más y más borrosa. Quizás no era así, sino que simplemente mi cabeza estaba dejando de prestarle la atención que necesitaba o, mejor dicho, era incapaz de hacerlo. Mis ojos se fueron cerrando lentamente en aquella postura en la que me había dejado, sin yo pararme a pensar en lo que estaba haciendo. Escuché de fondo, de forma muy parecida a un eco, algo sobre respuestas, pero a mí ya no me interesaba preguntar más, al menos no por aquel día. Si me querían despegar de aquella cama, tendrían que traer una espátula o amenazarme de muerte, porque el sueño imperaba en aquellos instantes sobre la curiosidad. Guiado y comandado por mi inconsciente, aquel que no se paraba a meditar qué pensaría la otra persona o si realmente debería, traté de adoptar una postura aún mejor en aquel lugar. Froté mi mejilla contra su pecho hasta que la cara estuviera cómoda, y mi brazo dejó de estar en una posición tan difícil para pasar por delante del cuerpo de Akane, rodeándola en toda su longitud. Y, en ese punto, mi mente se desvaneció.
¿Era por la mañana…? La ventana abierta, por la que se colaban algunos rayos solares, apuntaba a que sí. Comenzaba el día y, como una persona de provecho que era, tocaba hacer cosas. Pero la cama también tiraba de aquella cuerda, con la comodidad que me estaba dando y que me prometía. Me susurraba al oído ‘’Quédate y sigue durmiendo, no hace falta que vayas a ningún lado…’’ y, convencido por aquellas malas palabras, me moví un poco mientras trataba de buscar un lado un poco más frío de la almohada. Noté entonces lo que pasaba en aquel colchón: no estaba solo. Y todo mi cuerpo daba fe. Mi pierna izquierda se encontraba entre los pies de ella, y la derecha por encima, al igual que mi cadera estaba bastante pegada contra lo que supuse que era la contraria. Los brazos daban especial testimonio, con uno que pude ver cómo pasaba por el hueco que dejaban el hombro y la cabeza apoyada en la almohada, rodeando su cuello y terminando con la mano al lado de su pecho. En cambio, el otro la rodeaba por encima, pasando bajo su brazo, y la mano se dejaba caer hasta su pecho, el cual estaba tocando y, sin saber yo bien por qué, apretando. Era cómodo y me gustaba hacerlo, así que supuse que me había dado la confianza de hacerlo mientras dormía y, ya despierto, no le veía el inconveniente a seguir. Me quedaría allí en la medida de lo posible, vaya.
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Sus palabras habían caído en saco roto tan pronto como el menor se acomodó contra ella. Si bien siguió hablando un rato mientras los ojos del menor se cerraban, no había podido evitar notar que se encontraba más y más tranquilo cada vez. “Supongo que estaba agotado”. Pensó, fijándose en el chico una vez se hubo acomodado mejor contra ella, pasando su mano por su propia cintura. Mura le miró con ternura, era como si tuviera a su hija acomodada a su lado, solo que Dawn ahora era un niño de… Ni siquiera sabía qué edad encasquetar a Lance porque no le había preguntado. Pero con su estatura dudaba que llegase a los dieciocho. Tal vez tuviera quince, dieciséis años. Su mano libre volvió a acariciar el pelo del contrario tras un rato de solo mirarle y una suave nana empezó a ser entonada por la pelinaranja para asegurar que el chico durmiera plácidamente hasta el día siguiente.
¿Y pensar que no había tenido nunca a nadie que durmiera a su lado? Bueno, Mura no recordaba haber tenido a nadie así tampoco en la mayor parte de su vida, pero seguramente alguien en su momento hizo las veces de madre cuando era como Dawn. En verdad, era un niño triste. No triste porque no disfrutase su vida, sino por todo lo que habría tenido que pasar. Y siendo así Mura no podía dejar de verle como a su hija, a Sumire o a los niños del experimento del que ella procedía. Sentía que quería ayudarle de alguna forma también. Pero tampoco quería ser una entrometida en la vida de un desconocido, así que apartó esos sentimientos y se limitó a acomodarse un poco mejor para poder dormir también, dejando que el chico descansara.
A la mañana, debido a que se había acostado algo más tarde su sueño había decidido prolongarse en la comodidad de su cama. La pelirroja podía decir orgullosa que, al contrario que la lagartija de Akagami, ella no se pasaba la vida invernando porque era una persona activa la mayor parte de tiempo, pero no quitaba que cuando el sueño la vencía podía pasarse horas y horas durmiendo, incluso más de lo que necesitaba. Y eso estaba haciendo en aquel momento. Estaba cómodamente acurrucada, abrazándose a lo que parecía ser una fuente de calor de tacto suave, aunque algo movediza. El movimiento no fue tanto como para que la muchacha se despertase, pero si como para que intentara en sus sueños que dejase de hacerlo o para evitar que se escapase, lo que provocó que su cuerpo se presionase más contra dicho cuerpo extraño, rodeándolo con los brazos y atrayéndolo hacia ella. Debió pasar otra media hora antes de que dicha comodidad no terminara de ser suficiente para que la pelirroja se mantuviera en el mundo de los sueños y decidiera entreabrir los ojos, encontrándose una escena… Bastante comprometedora. No solo por la forma en que su cuerpo había acabado entrelazado al del chico, sino por la parte en la que el chico parecía haber encontrado entretenido el manosear el busto ajeno de la chica… Entre otras cosas que seguramente debieran echársele en cara a la pubertad más que al niño cuyas intenciones, estaba claro tanto en su cara como en su presencia, eran totalmente inocentes.
Los ojos de Mura se abrieron como platos al darse cuenta de la situación, primero mirando a Lance y luego bajando hasta la mano del contrario. Seguramente era una cara graciosa. De hecho era tan gracioso que escuchaba las carcajadas de Kougar en su cabeza. Su primer impulso fue el de separarse, pero no quería asustarle cuando ella misma le había dado permiso a dormir con ella. “Dormir no implica tocar… Bueno, es un niño, es un niño. No se lo eches en cara”. Se decía a sí misma. Igualmente, se aseguraría de dejarle claro que por si acaso, se asegure de que la otra persona está de acuerdo con ser manoseada. No por nada, pero de no haber sido un niño… Y de no haber sido por “accidente” Mura hubiera sido la primera en cruzarle la cara.
Como fuera, después del panorama y del día de ayer, era ella quien necesitaba una ducha antes de salir a hacer negocios. Cogiendo su ropa del vestidor, optó por coger un top que se ceñía a su busto, de color negro y escote en pico, con tirantes. Perfecto para hacer ejercicio o moverse por cualquier lado sin que sus dotes fueran una molestia. Este se vería acompañado por unos pantalones blancos. No eran los más prácticos, pero la ciudad era un lugar limpio, así que esperaba no mancharse. Estos tenían bastantes bolsillos y se ensanchaban en la parte baja antes de ceñirse a los tobillos. Llevaría también deportivas. Ya solo le faltaba buscar una sudadera o chaqueta, para no “pasar frío”. Aunque el frío no era normalmente un inconveniente para ella. Buscando, sus ojos se fijaron en una prenda que no recordaba haber visto antes. Un poncho de color azul que tiraba levemente a turquesa llamó su atención. No sabía de donde había salido porque creía recordar toda la ropa que había en su armario de memora, pero supuso que fue cosa de Jeremy y no le dio más importancia. Habiendo cogido su ropa, fue ella quien decidió ducharse antes de que se marcharan. Le dejaría el tiempo de mientras libre a su invitado para que se preparase también e hiciera lo que le apeteciera. Imaginaba que Jeremy le ofrecería sus servicios mientras ella estaba ocupada en asearse si este lo pedía.
Una vez lista, con el pelo recogido en una coleta y unas gafas de sol ocultando sus ojos al resto del mundo, esperaría a que Lance guiara el camino hasta… Donde fuera que debieran ir.
¿Y pensar que no había tenido nunca a nadie que durmiera a su lado? Bueno, Mura no recordaba haber tenido a nadie así tampoco en la mayor parte de su vida, pero seguramente alguien en su momento hizo las veces de madre cuando era como Dawn. En verdad, era un niño triste. No triste porque no disfrutase su vida, sino por todo lo que habría tenido que pasar. Y siendo así Mura no podía dejar de verle como a su hija, a Sumire o a los niños del experimento del que ella procedía. Sentía que quería ayudarle de alguna forma también. Pero tampoco quería ser una entrometida en la vida de un desconocido, así que apartó esos sentimientos y se limitó a acomodarse un poco mejor para poder dormir también, dejando que el chico descansara.
A la mañana, debido a que se había acostado algo más tarde su sueño había decidido prolongarse en la comodidad de su cama. La pelirroja podía decir orgullosa que, al contrario que la lagartija de Akagami, ella no se pasaba la vida invernando porque era una persona activa la mayor parte de tiempo, pero no quitaba que cuando el sueño la vencía podía pasarse horas y horas durmiendo, incluso más de lo que necesitaba. Y eso estaba haciendo en aquel momento. Estaba cómodamente acurrucada, abrazándose a lo que parecía ser una fuente de calor de tacto suave, aunque algo movediza. El movimiento no fue tanto como para que la muchacha se despertase, pero si como para que intentara en sus sueños que dejase de hacerlo o para evitar que se escapase, lo que provocó que su cuerpo se presionase más contra dicho cuerpo extraño, rodeándolo con los brazos y atrayéndolo hacia ella. Debió pasar otra media hora antes de que dicha comodidad no terminara de ser suficiente para que la pelirroja se mantuviera en el mundo de los sueños y decidiera entreabrir los ojos, encontrándose una escena… Bastante comprometedora. No solo por la forma en que su cuerpo había acabado entrelazado al del chico, sino por la parte en la que el chico parecía haber encontrado entretenido el manosear el busto ajeno de la chica… Entre otras cosas que seguramente debieran echársele en cara a la pubertad más que al niño cuyas intenciones, estaba claro tanto en su cara como en su presencia, eran totalmente inocentes.
Los ojos de Mura se abrieron como platos al darse cuenta de la situación, primero mirando a Lance y luego bajando hasta la mano del contrario. Seguramente era una cara graciosa. De hecho era tan gracioso que escuchaba las carcajadas de Kougar en su cabeza. Su primer impulso fue el de separarse, pero no quería asustarle cuando ella misma le había dado permiso a dormir con ella. “Dormir no implica tocar… Bueno, es un niño, es un niño. No se lo eches en cara”. Se decía a sí misma. Igualmente, se aseguraría de dejarle claro que por si acaso, se asegure de que la otra persona está de acuerdo con ser manoseada. No por nada, pero de no haber sido un niño… Y de no haber sido por “accidente” Mura hubiera sido la primera en cruzarle la cara.
Como fuera, después del panorama y del día de ayer, era ella quien necesitaba una ducha antes de salir a hacer negocios. Cogiendo su ropa del vestidor, optó por coger un top que se ceñía a su busto, de color negro y escote en pico, con tirantes. Perfecto para hacer ejercicio o moverse por cualquier lado sin que sus dotes fueran una molestia. Este se vería acompañado por unos pantalones blancos. No eran los más prácticos, pero la ciudad era un lugar limpio, así que esperaba no mancharse. Estos tenían bastantes bolsillos y se ensanchaban en la parte baja antes de ceñirse a los tobillos. Llevaría también deportivas. Ya solo le faltaba buscar una sudadera o chaqueta, para no “pasar frío”. Aunque el frío no era normalmente un inconveniente para ella. Buscando, sus ojos se fijaron en una prenda que no recordaba haber visto antes. Un poncho de color azul que tiraba levemente a turquesa llamó su atención. No sabía de donde había salido porque creía recordar toda la ropa que había en su armario de memora, pero supuso que fue cosa de Jeremy y no le dio más importancia. Habiendo cogido su ropa, fue ella quien decidió ducharse antes de que se marcharan. Le dejaría el tiempo de mientras libre a su invitado para que se preparase también e hiciera lo que le apeteciera. Imaginaba que Jeremy le ofrecería sus servicios mientras ella estaba ocupada en asearse si este lo pedía.
Una vez lista, con el pelo recogido en una coleta y unas gafas de sol ocultando sus ojos al resto del mundo, esperaría a que Lance guiara el camino hasta… Donde fuera que debieran ir.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La situación pareció alargarse un poco más, tal y como quería, hasta que Akane decidió darse la vuelta y mirarme. Ya estaba despierta, y vaya que lo estaba, o al menos ese era el testimonio que daban sus ojos, abiertos a más no poder. Entonces, se volvió a dar la vuelta, pareciendo que se fijaba en mi mano derecha, y esperé a que ella hiciera algo para moverme. Viendo que trataba de salir de la cama y comenzar el día, supuse que entorpecería sus movimientos con una mano en su pecho así que, con un gran dolor por dejar ir aquella comodidad y gusto, solté la mano y dejé que se marchase de la cama. Yo me quedé allí tirado durante un rato mientras veía como la muchacha llevaba ropa hacia el baño y se metía allí dentro, cerrando la puerta y causándome un escalofrío. ‘’¿Cómo demonios hay gente que es capaz de encerrarse allí dentro?’’ pensé, mientras me desperezaba entre las sábanas. Me giré, ocupando el hueco todavía caliente de la muchacha, y unas palabras se escaparon de mi boca mientras notaba aquella agradable sensación:
— Va a ser que ella tenía razón, sí…— Mi tono era más propio de un dormido que otra cosa, susurrando y arrastrando palabras, pero bastante agradecido con lo que había pasado ayer y esta noche. Suspiré cuando miré la luz que entraba por la ventana y suspiré de nuevo cuando pensé en que era otro día y tocaba hacer cosas.
Casi de forma mecánica, como si me tratase de un robot y no de un humano, me erguí en la cama y me quedé mirando la habitación, frotándome los ojos. En cuestión de medio día había logrado que allí me sintiese como en casa, haciéndome dormir en compañía sin siquiera planteármelo, y aquello era bajar la guardia demasiado. Levanté las sábanas de un movimiento rápido de brazo y, una vez con el cuerpo descubierto, puse ambos pies en el suelo, levantándome en el acto y mirando la bolsa en la que llevaba toda la ropa. Era sucia, así que, ¿por qué no aprovecharse de la hospitalidad de la señorita una última vez? No me sabía del todo bien, pero teniendo en cuenta que este nuevo día esperaba que hiciera lo mismo que yo en mi propio barco, me estaba dando el lujo de comportarme de esa forma.
Salí de la habitación y busqué al mayordomo de Akane, caminando como un niño todavía desperezándose que tiene que ir al colegio, con ropa de andar por casa. En cuanto lo encontré, traté de referirme a él con el tono más educado posible:
— Perdone… ¿Tiene ropa que pueda ser de mi talla? — No tenía confianza con aquel hombre, ni esperaba tenerla en ningún momento, así que los modales eran mi mejor arma. — Es que la que traje está sucia. Descuide, se la devolveré impoluta, lavada. — Trataba de aparentar una sonrisa de oreja a oreja, pues aquello solía inspirar confianza, pero no estaba muy seguro de lograrlo. Para mi alegría, él asintió y, tras hacerme esperar un rato, trajo, en una única mano, una pila de ropa muy bien doblada. Era un traje de lo más elegante, y me extrañaba que en aquella casa tuvieran algo que a mí me valiera. — ¡Muchas gracias, señor! — Cogí la montaña y me marché nuevamente al cuarto del que había salido. No conocía ninguna otra habitación del edificio, así que mejor sería ir allí.
Entré y cerré nuevamente con pestillo, tal y como lo había dejado al salir, y dejé la ropa en la cama. Allí, me cambié en un instante, mientras la muchacha seguía todavía allí dentro. Viendo que tardaría todavía un poco más, me embobé mirando una prenda que me había dado y que realmente no parecía encajar con el todo del traje, pero que sí me gustaba sobremanera: una capa bastante elegante. Si me acercaba a ella, a pesar de estar limpia en apariencia, emitía un olor que me desagradaba, pero que a la vez me generaba una sensación de poder. No me la llevaría puesta, pero sí trataría de limpiarla en el Ragnarok y ver de qué se trataba, porque tenía una presencia imponente para ser una prenda. Especialmente teniendo en cuenta que era increíblemente liviana y, más aún, parecía resistente a más no poder. La guardé entonces en la bolsa, junto al resto de ropa, y Akane salió.
En cuanto estuvo preparada para que abandonásemos el edificio, tomé la bolsa por las asas y comenzamos a caminar hacia el exterior, dejando a la chica la delantera, ya que ella era la futura propietaria de la construcción. En cuanto nos vimos en la puerta, me encargué de dirigir la marcha hacia donde estaba el Ragnarok, haciendo memoria de dónde lo habíamos dejado porque no tenía ningún DDM a mano para pedir coordenadas.
— Va a ser que ella tenía razón, sí…— Mi tono era más propio de un dormido que otra cosa, susurrando y arrastrando palabras, pero bastante agradecido con lo que había pasado ayer y esta noche. Suspiré cuando miré la luz que entraba por la ventana y suspiré de nuevo cuando pensé en que era otro día y tocaba hacer cosas.
Casi de forma mecánica, como si me tratase de un robot y no de un humano, me erguí en la cama y me quedé mirando la habitación, frotándome los ojos. En cuestión de medio día había logrado que allí me sintiese como en casa, haciéndome dormir en compañía sin siquiera planteármelo, y aquello era bajar la guardia demasiado. Levanté las sábanas de un movimiento rápido de brazo y, una vez con el cuerpo descubierto, puse ambos pies en el suelo, levantándome en el acto y mirando la bolsa en la que llevaba toda la ropa. Era sucia, así que, ¿por qué no aprovecharse de la hospitalidad de la señorita una última vez? No me sabía del todo bien, pero teniendo en cuenta que este nuevo día esperaba que hiciera lo mismo que yo en mi propio barco, me estaba dando el lujo de comportarme de esa forma.
Salí de la habitación y busqué al mayordomo de Akane, caminando como un niño todavía desperezándose que tiene que ir al colegio, con ropa de andar por casa. En cuanto lo encontré, traté de referirme a él con el tono más educado posible:
— Perdone… ¿Tiene ropa que pueda ser de mi talla? — No tenía confianza con aquel hombre, ni esperaba tenerla en ningún momento, así que los modales eran mi mejor arma. — Es que la que traje está sucia. Descuide, se la devolveré impoluta, lavada. — Trataba de aparentar una sonrisa de oreja a oreja, pues aquello solía inspirar confianza, pero no estaba muy seguro de lograrlo. Para mi alegría, él asintió y, tras hacerme esperar un rato, trajo, en una única mano, una pila de ropa muy bien doblada. Era un traje de lo más elegante, y me extrañaba que en aquella casa tuvieran algo que a mí me valiera. — ¡Muchas gracias, señor! — Cogí la montaña y me marché nuevamente al cuarto del que había salido. No conocía ninguna otra habitación del edificio, así que mejor sería ir allí.
Entré y cerré nuevamente con pestillo, tal y como lo había dejado al salir, y dejé la ropa en la cama. Allí, me cambié en un instante, mientras la muchacha seguía todavía allí dentro. Viendo que tardaría todavía un poco más, me embobé mirando una prenda que me había dado y que realmente no parecía encajar con el todo del traje, pero que sí me gustaba sobremanera: una capa bastante elegante. Si me acercaba a ella, a pesar de estar limpia en apariencia, emitía un olor que me desagradaba, pero que a la vez me generaba una sensación de poder. No me la llevaría puesta, pero sí trataría de limpiarla en el Ragnarok y ver de qué se trataba, porque tenía una presencia imponente para ser una prenda. Especialmente teniendo en cuenta que era increíblemente liviana y, más aún, parecía resistente a más no poder. La guardé entonces en la bolsa, junto al resto de ropa, y Akane salió.
En cuanto estuvo preparada para que abandonásemos el edificio, tomé la bolsa por las asas y comenzamos a caminar hacia el exterior, dejando a la chica la delantera, ya que ella era la futura propietaria de la construcción. En cuanto nos vimos en la puerta, me encargué de dirigir la marcha hacia donde estaba el Ragnarok, haciendo memoria de dónde lo habíamos dejado porque no tenía ningún DDM a mano para pedir coordenadas.
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