Eric Zor-El
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Acababa de desembarcar en Marineford cuando fui llamado por el vicealmirante Zuko para hablar conmigo. Habíamos quedado en el piso compartido que solíamos usar la brigada cuando no teníamos que realizar ninguna misión. Para variar, llegué tarde. Unos marines de menor rango me miraron mal y tuve que darles una pequeña reprimenda, así que les puse a correr por el campo de entrenamiento número seis durante una hora.
—Eso pasar por insubordinación —le dije al superior de aquellos novicios, cuya cara me sonaba de algo, pero no recordaba de qué.
—¡Pues que sea la última vez que castillas a mis nombres! ¿Entendido? —me recriminó, pero no le hice caso. Simplemente me fui de allí.
Una hora y media más tarde llegué al piso. Allí se encontraban Iulio y Zuko, sentados alrededor de la mesa que había en la sala común. El primero se encontraba medio dormido en la silla, como era costumbre. Siempre me había resultado muy interesante la forma en la que el rubio podía quedarse dormido, tan solo cerraba los ojos y al segundo ya roncaba. El segundo, por su parte, estaba impaciente, mientras se ponía uno de esos parches con tan mal sabor en un brazo.
—¡Eeeh! —bramé la voz a modo de saludo—. Ya llegar. Yo tener problemas con marines novatos, pero todo estar ordenado.
Me senté entre ambos después de coger una botella mineral de la caja fría, a la que solían llamar nevera. El vicealmirante nos informó sobre una misión de captura directa de unos piratas que estaban realizando la banda pirata de los corazones negros, en una pequeña isla costera situada en la ruta del desierto del paraíso. Era una banda pequeña, con pocos miembros, pero que se estaba dando a conocer por sus continuos delitos de robo y extorsión. Según nos contó, su capitana era Amelia Hobbes, una infame pirata con ciento setenta y tres millones de recompensa por su cabeza, por delitos tales como derrotar a un comodoro de la marina y toda su flota ella sola, así como por robar y haber sometido bajo su yugo a dos de los piratas novatos con más proyección dentro de la piratería, como eran los hermanos Gómez, con una recompensa de ochenta millones de berries cada uno. ¿Sus delitos? Una larga lista a la que no atendí mucho.
Me encontraba molesto por tener que renunciar a mis días libres, pero, sobre todo, porque teníamos que enfrentarnos a una mujer.
—Yo no luchar con mujeres.
—Eso pasar por insubordinación —le dije al superior de aquellos novicios, cuya cara me sonaba de algo, pero no recordaba de qué.
—¡Pues que sea la última vez que castillas a mis nombres! ¿Entendido? —me recriminó, pero no le hice caso. Simplemente me fui de allí.
Una hora y media más tarde llegué al piso. Allí se encontraban Iulio y Zuko, sentados alrededor de la mesa que había en la sala común. El primero se encontraba medio dormido en la silla, como era costumbre. Siempre me había resultado muy interesante la forma en la que el rubio podía quedarse dormido, tan solo cerraba los ojos y al segundo ya roncaba. El segundo, por su parte, estaba impaciente, mientras se ponía uno de esos parches con tan mal sabor en un brazo.
—¡Eeeh! —bramé la voz a modo de saludo—. Ya llegar. Yo tener problemas con marines novatos, pero todo estar ordenado.
Me senté entre ambos después de coger una botella mineral de la caja fría, a la que solían llamar nevera. El vicealmirante nos informó sobre una misión de captura directa de unos piratas que estaban realizando la banda pirata de los corazones negros, en una pequeña isla costera situada en la ruta del desierto del paraíso. Era una banda pequeña, con pocos miembros, pero que se estaba dando a conocer por sus continuos delitos de robo y extorsión. Según nos contó, su capitana era Amelia Hobbes, una infame pirata con ciento setenta y tres millones de recompensa por su cabeza, por delitos tales como derrotar a un comodoro de la marina y toda su flota ella sola, así como por robar y haber sometido bajo su yugo a dos de los piratas novatos con más proyección dentro de la piratería, como eran los hermanos Gómez, con una recompensa de ochenta millones de berries cada uno. ¿Sus delitos? Una larga lista a la que no atendí mucho.
Me encontraba molesto por tener que renunciar a mis días libres, pero, sobre todo, porque teníamos que enfrentarnos a una mujer.
—Yo no luchar con mujeres.
Hayden Ashworth
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Zuko se puso el caramelo con sabor a refresco de cola en la boca, como hacía siempre que tenía ganas de fumar. Llevaba puesta una camisa azul claro con las mangas recogidas, mostrando sus brazos con más de un parche de nicotina ya puestos. Sus pantalones de uniforme estaban sujetos con unos tirantes que subían por sus hombros. Su chaqueta y su capa estaban colgadas del perchero mientras miraba en la mesa los papeles de la orden dada. La orden era bastante directa. Tenían la localización exacta de aquella tripulación pirata, además de un cartel con una foto por el cual guiarse para encontrarla. No podía ser más sencillo. Aunque el luchar contra ellos tal vez no lo fuese tanto. Pasó las hojas hasta encontrar el cartel de la capitana Amelia Hobbes.
Era una mujer de facciones ciertamente difíciles de mirar. Su nariz era enorme y no parecía ser capaz de cerrar la boca por completo debido a la mala forma que tenían sus dientes. Sus ojos bizqueaban y uno de ellos parecía estar lloroso, lo cual extrañó a Zuko. ¿Lo tenía así siempre? Los ronquidos de Iulio lo sacaron de su ensimismamiento. Entonces se abrió la puerta y entró Eric, anunciando que había tenido ciertos problemas con unos novatos.
—¿Qué has hec...? Da igual, no quiero saberlo. Todavía falta Kenzo por venir, pero me suena que tenía algo que hacer, por lo que es posible que tarde un poco.—Mientras hablaba acercó el Denden Mushi del despacho a Iulio, dejándolo en la mesa justo enfrente de él—. Os iré contando a vosotros dos, tampoco es una misión muy complicada, y cuando venga le haremos un resumen.—Se llevó la mano al bolsillo y sacó de este un Denden mushi portátil, en el cual empezó a marcar el número del despacho en el que estaban—. Sea como fuere, prestad atención, por favor.
Y el Denden Mushi de delante de Iulio sonó con fuerza, con la intención de despertarlo. En cuanto esto hubiese ocurrido, guardaría el Denden mushi portátil de nuevo en su bolsillo. Cogió los papeles y carraspeó, poniéndose de pie y explicando brevemente lo que tendrían que hacer.
—Los piratas a los que buscamos son conocidos como Piratas de los Corazones Negros, capitaneados por Amelia Hobbes—dijo enseñando el cartel—. Con una recompensa de ciento setenta y tres millones de recompensa, saltó a la infamia derrotando a un comodoro junto a toda su flota. Sin ayuda. También se la acusa de robo, sabotaje, asesinato, saqueo e incontables delitos que se amontonan uno sobre otro, acortando su camino al patíbulo. Sabemos exactamente donde se encuentran, así que será algo sencillo el llegar y encontrarlos.
—Yo no luchar con mujeres —dijo tajante Eric.
—Teniendo en cuenta su historial, creo que será mejor que de Hobbes me encargue yo. Confío en que podréis reducir a sus seguidores. Eric, ya conoces las normas. Nada de ataques que puedan destruir propiedades civiles. Dirígelos siempre a zonas deshabitadas o contrólalos. Bien, en cuanto llegue Kenzo podremos marchar sin problema.
Era una mujer de facciones ciertamente difíciles de mirar. Su nariz era enorme y no parecía ser capaz de cerrar la boca por completo debido a la mala forma que tenían sus dientes. Sus ojos bizqueaban y uno de ellos parecía estar lloroso, lo cual extrañó a Zuko. ¿Lo tenía así siempre? Los ronquidos de Iulio lo sacaron de su ensimismamiento. Entonces se abrió la puerta y entró Eric, anunciando que había tenido ciertos problemas con unos novatos.
—¿Qué has hec...? Da igual, no quiero saberlo. Todavía falta Kenzo por venir, pero me suena que tenía algo que hacer, por lo que es posible que tarde un poco.—Mientras hablaba acercó el Denden Mushi del despacho a Iulio, dejándolo en la mesa justo enfrente de él—. Os iré contando a vosotros dos, tampoco es una misión muy complicada, y cuando venga le haremos un resumen.—Se llevó la mano al bolsillo y sacó de este un Denden mushi portátil, en el cual empezó a marcar el número del despacho en el que estaban—. Sea como fuere, prestad atención, por favor.
Y el Denden Mushi de delante de Iulio sonó con fuerza, con la intención de despertarlo. En cuanto esto hubiese ocurrido, guardaría el Denden mushi portátil de nuevo en su bolsillo. Cogió los papeles y carraspeó, poniéndose de pie y explicando brevemente lo que tendrían que hacer.
—Los piratas a los que buscamos son conocidos como Piratas de los Corazones Negros, capitaneados por Amelia Hobbes—dijo enseñando el cartel—. Con una recompensa de ciento setenta y tres millones de recompensa, saltó a la infamia derrotando a un comodoro junto a toda su flota. Sin ayuda. También se la acusa de robo, sabotaje, asesinato, saqueo e incontables delitos que se amontonan uno sobre otro, acortando su camino al patíbulo. Sabemos exactamente donde se encuentran, así que será algo sencillo el llegar y encontrarlos.
—Yo no luchar con mujeres —dijo tajante Eric.
—Teniendo en cuenta su historial, creo que será mejor que de Hobbes me encargue yo. Confío en que podréis reducir a sus seguidores. Eric, ya conoces las normas. Nada de ataques que puedan destruir propiedades civiles. Dirígelos siempre a zonas deshabitadas o contrólalos. Bien, en cuanto llegue Kenzo podremos marchar sin problema.
Un enjambre de pistachos luminosos revoloteaba en el cielo como una bandada de estorninos, prometiéndome no tardar en introducirse en mi boca para deleitarme con el mejor de los sabores. Sugerían cálidos estímulos en mis papilas gustativas; prometían llevarme al éxtasis y, una vez el clímax estuviese a punto de difuminarse, elevarme de nuevo a la cumbre, al paraíso del paladar.
Y entonces el condenado caracol comenzó a rasgar el aire con su molesta sintonía. Las intenciones del vice-almirante al hacerse con el maldito chisme habían quedado claras desde el primer momento: si yo me quedaba dormido en algún momento, él me devolvía a la realidad a la fuerza. Además, por si no fuese suficiente, hasta donde yo sabía lo empleaba únicamente para hacerme la vida imposible.
Me desperté con sobresalto, estando a unos centímetros de caer de la silla sobre la que me había quedado dormido. Bufé, visiblemente molesto, antes de tomarme unos segundos para poner en pie dónde me encontraba y por qué. La lagartija había hecho llamar a varios de los miembros de la brigada por algún motivo que debía estar a punto de revelar.
La explicación comenzó en cuanto Kenzo hizo acto de presencia. No era nada del otro mundo: atrapar a un pirata —una en este caso— y su tripulación. La tarea que constituía la mayor parte de nuestro trabajo en realidad. Mentía. Limpiar, hacer maniobras y dedicarnos a estar preparados para labores como aquélla era a lo que concedíamos más tiempo. Al menos la mayoría...
Me esforcé por prestar atención al menos una vez. Amelia Hobbes, los Piratas de los Corazones Negros y una más que probable ración de problemas y tortas era el resumen más conciso que se podía hacer del caso. La información estaba ahí. Las islas que habían visitado recientemente, así como la localización en la que se habían asentado se encontraban señaladas en un extenso mapa. No necesitaba saber más. Desconecté y aguardé hasta que se dijese cuándo nos pondríamos en marcha.
Shipionya era una isla de modestas dimensiones, colmada por playas de arena blanca salpicadas por pequeños acantilados; un emplazamiento con el potencial necesario para convertirse en un importante núcleo turístico. Sin embargo, la capitana Hobbes y sus subalternos habían hecho de ella su lugar de retiro. Completamente coartados, los habitantes continuaban con sus vidas como podían. Nosotros nos encontrábamos entre ellos. No tenía demasiado claros los métodos por los que habíamos accedido a aquellos puestos de trabajo temporales, pero allí nos encontrábamos, realizando con más miedo que vergüenza funciones para las que no estábamos cualificados. Que los reproches fuesen para quien se había encargado de aquello; yo estaba tranquilo.
Di un nuevo vistazo a mi albarán. Eric y Kenzo habían sido designados para cargar y descargar las mercancías de los pocos barcos que llegaban al modesto puesto de Shipionya. A decir verdad, sobrecargar sus espaldas necesariamente con trabajo había sido mi mayor distracción durante los últimos días. No recordaba muchas experiencias más placenteras y divertidas.
—¡Hay que volver a descargar ese barco, ha habido un error! —exclamé desde mi posición privilegiada, una zona del embarcadero que proporcionaba una excelente visión del lugar. Las cajas que debían mover estaban llenas de una ingente cantidad de metales a cada cual más pesado. Por desgracia para mi ánimo lúdico, se podía decir sin temor a errar que mis dos compañeros atesoraban fuerza suficiente para cumplir su cometido. Ya lidiaría con las represalias cuando viniesen.
Y entonces el condenado caracol comenzó a rasgar el aire con su molesta sintonía. Las intenciones del vice-almirante al hacerse con el maldito chisme habían quedado claras desde el primer momento: si yo me quedaba dormido en algún momento, él me devolvía a la realidad a la fuerza. Además, por si no fuese suficiente, hasta donde yo sabía lo empleaba únicamente para hacerme la vida imposible.
Me desperté con sobresalto, estando a unos centímetros de caer de la silla sobre la que me había quedado dormido. Bufé, visiblemente molesto, antes de tomarme unos segundos para poner en pie dónde me encontraba y por qué. La lagartija había hecho llamar a varios de los miembros de la brigada por algún motivo que debía estar a punto de revelar.
La explicación comenzó en cuanto Kenzo hizo acto de presencia. No era nada del otro mundo: atrapar a un pirata —una en este caso— y su tripulación. La tarea que constituía la mayor parte de nuestro trabajo en realidad. Mentía. Limpiar, hacer maniobras y dedicarnos a estar preparados para labores como aquélla era a lo que concedíamos más tiempo. Al menos la mayoría...
Me esforcé por prestar atención al menos una vez. Amelia Hobbes, los Piratas de los Corazones Negros y una más que probable ración de problemas y tortas era el resumen más conciso que se podía hacer del caso. La información estaba ahí. Las islas que habían visitado recientemente, así como la localización en la que se habían asentado se encontraban señaladas en un extenso mapa. No necesitaba saber más. Desconecté y aguardé hasta que se dijese cuándo nos pondríamos en marcha.
***
Shipionya era una isla de modestas dimensiones, colmada por playas de arena blanca salpicadas por pequeños acantilados; un emplazamiento con el potencial necesario para convertirse en un importante núcleo turístico. Sin embargo, la capitana Hobbes y sus subalternos habían hecho de ella su lugar de retiro. Completamente coartados, los habitantes continuaban con sus vidas como podían. Nosotros nos encontrábamos entre ellos. No tenía demasiado claros los métodos por los que habíamos accedido a aquellos puestos de trabajo temporales, pero allí nos encontrábamos, realizando con más miedo que vergüenza funciones para las que no estábamos cualificados. Que los reproches fuesen para quien se había encargado de aquello; yo estaba tranquilo.
Di un nuevo vistazo a mi albarán. Eric y Kenzo habían sido designados para cargar y descargar las mercancías de los pocos barcos que llegaban al modesto puesto de Shipionya. A decir verdad, sobrecargar sus espaldas necesariamente con trabajo había sido mi mayor distracción durante los últimos días. No recordaba muchas experiencias más placenteras y divertidas.
—¡Hay que volver a descargar ese barco, ha habido un error! —exclamé desde mi posición privilegiada, una zona del embarcadero que proporcionaba una excelente visión del lugar. Las cajas que debían mover estaban llenas de una ingente cantidad de metales a cada cual más pesado. Por desgracia para mi ánimo lúdico, se podía decir sin temor a errar que mis dos compañeros atesoraban fuerza suficiente para cumplir su cometido. Ya lidiaría con las represalias cuando viniesen.
Kenzo Nakajima
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Kenzo atravesó corriendo la mitad del Cuartel General de camino al apartamento que la Brigada utilizaba como base central. Había recibido la noticia de que el Vicealmirante les llamaba cuando estaba en mitad de una tarea no muy delicada. Algo que en concreto a él le llevaba bastante más tiempo que al resto de la gente dado que antes de sentarse debía aflojar las vendas de toda la zona central del cuerpo para permitir el paso a su través. Con lo práctico que sería tener ahí detrás también un apéndice que facilitase todo... En fin, lo único que se le había ocurrido contestar a su superior era que se hallaba en medio de una importante tarea y que tardaría un poco en llegar.
Finalmente abrió la puerta del despacho. Su respiración, ligeramente acelerada, denotaba que no había llegado caminando.
- Lo siento chicos, no he podido llegar antes. - Dijo mientras alternaba su mirada entre Zuko, Eric y Iulio. El Vicealmirante, que parecía tener prisa por partir en lo que parecía una nueva misión encargada a los Justice Riders, le explicó lo que debían hacer cuando ya se encontraban en el barco rumbo a la isla de Shipionya. Al parecer debían encontrar a los Piratas de los Corazones Negros, capitaneados por la infame Amelia Hobbes. Junto a su cartel había tres más, las de los tres hombres de mayor confianza de la afamada pirata: los hermanos Gómez y Woody Jones. Las recompensas por los cuatro eran cuantiosas, lo que hablaba a las claras de su gran poder. Por lo visto llevaban meses haciendo de esa isla su refugio, y asaltaban la villa principal con cierta frecuencia para aprovisionarse de forma gratuita. Hasta que el alcalde se había cansado y había solicitado formalmente la intervención de la Marina.
***
Kenzo estaba comenzando a aborrecer el trabajo que les habían otorgado en la villa como parte de sus identidades falsas. En particular el que les habían asignado a Eric y a él. Se pasaban los días cargando y descargando pesadas cajas que los diferentes barcos que llegaban a la isla traían o querían llevarse. Mientras tanto el vago de Iulio había logrado no sabía cómo acceder al cómodo puesto desde el que se limitaba a indicarles lo que debían cargar y tacharlo en un papel. Al espadachín le llevaban los demonios.
Cuando, tras cargar por completo los almacenes de un navío de tamaño medio de unas enormes y tremendamente pesadas cajas llenas de de diversos metales, el peliblanco les indicó que se había equivocado y debían volver a descargarlo por completo el Comandante le lanzó el vaso de cristal en el que estaba bebiendo una cerveza. El hecho de que aún estuviese medio lleno perdió por un instante toda la importancia mientras el espadachín gritaba:
- ¡Pues lo vais a descargar tú y tu padre, joder! ¡Nosotros dos aquí partiéndonos el lomo mientras tú juegas con papelitos y encima vas y te equivocas! ¡Yo te mato!
Iulio no dejaba de ser un apreciado amigo, pero eso no quitaba que el temperamental Kenzo perdiera a veces la paciencia ante su vagancia y sus despistes. Además seguía sin entender por qué al marine de menor rango de cuantos habían sido asignados a esa misión le había tocado el mejor trabajo. Era algo que le indignaba profundamente.
Finalmente abrió la puerta del despacho. Su respiración, ligeramente acelerada, denotaba que no había llegado caminando.
- Lo siento chicos, no he podido llegar antes. - Dijo mientras alternaba su mirada entre Zuko, Eric y Iulio. El Vicealmirante, que parecía tener prisa por partir en lo que parecía una nueva misión encargada a los Justice Riders, le explicó lo que debían hacer cuando ya se encontraban en el barco rumbo a la isla de Shipionya. Al parecer debían encontrar a los Piratas de los Corazones Negros, capitaneados por la infame Amelia Hobbes. Junto a su cartel había tres más, las de los tres hombres de mayor confianza de la afamada pirata: los hermanos Gómez y Woody Jones. Las recompensas por los cuatro eran cuantiosas, lo que hablaba a las claras de su gran poder. Por lo visto llevaban meses haciendo de esa isla su refugio, y asaltaban la villa principal con cierta frecuencia para aprovisionarse de forma gratuita. Hasta que el alcalde se había cansado y había solicitado formalmente la intervención de la Marina.
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Kenzo estaba comenzando a aborrecer el trabajo que les habían otorgado en la villa como parte de sus identidades falsas. En particular el que les habían asignado a Eric y a él. Se pasaban los días cargando y descargando pesadas cajas que los diferentes barcos que llegaban a la isla traían o querían llevarse. Mientras tanto el vago de Iulio había logrado no sabía cómo acceder al cómodo puesto desde el que se limitaba a indicarles lo que debían cargar y tacharlo en un papel. Al espadachín le llevaban los demonios.
Cuando, tras cargar por completo los almacenes de un navío de tamaño medio de unas enormes y tremendamente pesadas cajas llenas de de diversos metales, el peliblanco les indicó que se había equivocado y debían volver a descargarlo por completo el Comandante le lanzó el vaso de cristal en el que estaba bebiendo una cerveza. El hecho de que aún estuviese medio lleno perdió por un instante toda la importancia mientras el espadachín gritaba:
- ¡Pues lo vais a descargar tú y tu padre, joder! ¡Nosotros dos aquí partiéndonos el lomo mientras tú juegas con papelitos y encima vas y te equivocas! ¡Yo te mato!
Iulio no dejaba de ser un apreciado amigo, pero eso no quitaba que el temperamental Kenzo perdiera a veces la paciencia ante su vagancia y sus despistes. Además seguía sin entender por qué al marine de menor rango de cuantos habían sido asignados a esa misión le había tocado el mejor trabajo. Era algo que le indignaba profundamente.
Eric Zor-El
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Habían transcurrido siete días y ocho noches desde que llegamos a aquella pequeña islita de pescadores, cuyo nombre era tan extraño que nunca llegué a decirlo de forma correcta; aunque eso no era algo inusual en mí. Durante ese tiempo los piratas no hicieron acto de presencia alguno en la ínsula, era como si supieran que estábamos esperándoles para capturarlos y enviarlos antes la ley. Aunque también estaba la posibilidad de que aún no tuvieran que saquear la isla y estuvieran haciendo cosas de piratas.
El primer día tuvimos una conferencia con el líder de aquella tribu de pescadores, al que todos llamaban alcalde. Era un hombre gracioso, el cual tampoco sabía hablar con soltura el idioma del mar azul. Le pregunté de qué lugar procedía, pero pareció enfadarse y el vicealmirante Zuko me instó a salir del despacho. No lo entendía, ¿qué había hecho mal? Yo solo quería saber si era o no de otra isla del cielo, nada más. Cuando todos salieron me dijeron que íbamos a estar trabajando en los puertos, y me aclararon que era lo que le pasaba a aquel hombre. Resulta que tenía una especie de enfermedad, ¿o era trastorno?, que le hacía repetir las palabras en algunas ocasiones. Tartamudez le llamaban.
—Interesante ser eso —reflexioné en voz alta, cruzándome de brazos y asintiendo con interés—. ¿Yo también tener tartamudación?
Fue lo único que pregunté, y algunos de mis compañeros comenzaron a reir.
—¡Estar hablando en serio! —les dije con ligera exaltación.
Una mañana, después de varias horas descargando cajas bajo el sol, nos dirigimos a la garita de trabajo para descanzar. Allí tenían una cecina de atún exquisita, pero que al comerla te daba mucha sed de la sal que tenía. Micky, uno de los trabajadores, lo servía con almendras, escamas de sal y un pequeño chorreón de aceite de aceituna
—¡Por el trabajo bien hecho! —grité, mientras cogía el aza de mi jarra de cerveza y la alzaba en el aire antes de dar un buen trago—. ¡Qué buena estar!
Y de pronto entró el vago de Iulio, con todas las hojas que siempre llevaba consigo y nos dijo que el trabajo estaba mal hecho. Eso enfureció a Kenzo que se negó a cambiar el cargamento de lugar.
—Mi jornal acabar ya. Si no estar a tu gusto hacerlo tú con los cojones —Fue lo único que dije, sin tan siquiera mirar al coordinador—. Y tú calmar ya y no formar tanto jaleo —le dije a Kenzo, clavando mi vista sobre él. Una cosa era que le molestara y otra muy distinta tirar objetos a los compañeros, eso estaba muy feo. Aunque lo peor de todo era que estaba desperdiciando la cerveza.
Minutos después apareció Zuko con el alcalde de los trastornos y cerraron la puerta desde dentro. Al hacer eso el hedor a pescado fue más pronunciado, y no es que fuera precisamente encantador. Allí no encontrábamos la brigada, los cuatro empleados del embarcadero del turno de mañana y el alcalde. Éste último me miró con ligero desprecio, pero me limité a sonreírle.
—¿Qué ocurre señor alcalde? —preguntó Buddy.
—Creo que tenemos un topo en la cooperativa —se limitó a decir.
El primer día tuvimos una conferencia con el líder de aquella tribu de pescadores, al que todos llamaban alcalde. Era un hombre gracioso, el cual tampoco sabía hablar con soltura el idioma del mar azul. Le pregunté de qué lugar procedía, pero pareció enfadarse y el vicealmirante Zuko me instó a salir del despacho. No lo entendía, ¿qué había hecho mal? Yo solo quería saber si era o no de otra isla del cielo, nada más. Cuando todos salieron me dijeron que íbamos a estar trabajando en los puertos, y me aclararon que era lo que le pasaba a aquel hombre. Resulta que tenía una especie de enfermedad, ¿o era trastorno?, que le hacía repetir las palabras en algunas ocasiones. Tartamudez le llamaban.
—Interesante ser eso —reflexioné en voz alta, cruzándome de brazos y asintiendo con interés—. ¿Yo también tener tartamudación?
Fue lo único que pregunté, y algunos de mis compañeros comenzaron a reir.
—¡Estar hablando en serio! —les dije con ligera exaltación.
Una mañana, después de varias horas descargando cajas bajo el sol, nos dirigimos a la garita de trabajo para descanzar. Allí tenían una cecina de atún exquisita, pero que al comerla te daba mucha sed de la sal que tenía. Micky, uno de los trabajadores, lo servía con almendras, escamas de sal y un pequeño chorreón de aceite de aceituna
—¡Por el trabajo bien hecho! —grité, mientras cogía el aza de mi jarra de cerveza y la alzaba en el aire antes de dar un buen trago—. ¡Qué buena estar!
Y de pronto entró el vago de Iulio, con todas las hojas que siempre llevaba consigo y nos dijo que el trabajo estaba mal hecho. Eso enfureció a Kenzo que se negó a cambiar el cargamento de lugar.
—Mi jornal acabar ya. Si no estar a tu gusto hacerlo tú con los cojones —Fue lo único que dije, sin tan siquiera mirar al coordinador—. Y tú calmar ya y no formar tanto jaleo —le dije a Kenzo, clavando mi vista sobre él. Una cosa era que le molestara y otra muy distinta tirar objetos a los compañeros, eso estaba muy feo. Aunque lo peor de todo era que estaba desperdiciando la cerveza.
Minutos después apareció Zuko con el alcalde de los trastornos y cerraron la puerta desde dentro. Al hacer eso el hedor a pescado fue más pronunciado, y no es que fuera precisamente encantador. Allí no encontrábamos la brigada, los cuatro empleados del embarcadero del turno de mañana y el alcalde. Éste último me miró con ligero desprecio, pero me limité a sonreírle.
—¿Qué ocurre señor alcalde? —preguntó Buddy.
—Creo que tenemos un topo en la cooperativa —se limitó a decir.
Esperaba una reacción airada, pues no les había dado buenas noticias, pero ¿hasta ese extremo? Kenzo me lanzó la bebida que estaba consumiendo y Eric, bastante más diplomático por muy extraño que pudiese resultar, se limitó a mandarme a la mierda de la forma menos sutil posible. Me encogí de hombros. Si algo tenía claro era que no iba a andar tirando de nadie para que hiciese unas funciones de pega. Además, ¿si nunca me había molestado en obligar a nadie a hacer sus cosas por qué iba a hacerlo en ese momento? Sentaría un peligroso precedente que no estaba dispuesto a asumir.
Me dediqué a cerrar la puerta a mis espaldas y arrojar sobre una mesa el albarán que había estado cargando todo el día. Repleto de tachones y correcciones, había sido mi quebradero de cabeza durante todo el tiempo que llevábamos allí.
—Qué sacrificado es esto —comenté, notando cómo la mirada de varios de los allí presentes se clavaban en mi nuca con ansia homicida. Desconocía si alguna provendría de mis compañeros, pero lo cierto era que tampoco me importaba demasiado. La relación que unía a los miembros de la brigada era cuanto menos peculiar. Tan pura y profunda como fea y abigarrada en sus formas. Conscientes en la mayoría de los casos de las habilidades que teníamos cada uno, no era raro que cualquier objeto potencialmente letal fuese arrojado a mi cabeza.
Me limité a pedir un trago de cerveza y sentarme junto a mis compañeros. Eric había tenido un malentendido con el alcalde nada más llegar a la isla, conflicto en miniatura que había continuado rumiando. No era tan difícil entender que el hombre se había molestado por la referencia a su problema, bajo mi humilde punto de vista. De todos modos resultaba cuanto menos infantil que hubiese reaccionado de ese modo.
—Dime, zarva... Eric, ¿has hablado con el alcalde? Creo que nos vendría bien que te llevases un poco mejor que él. Ya sabes, es algo así como el jefe de la isla y a fin de cuentas venimos porque él y sus vecinos tienen problemas.
Zuko y el susodicho no tardaron en hacer acto de presencia, como si hubiesen escuchado mi referencia y la hubiesen interpretado como una llamada. La puerta se volvió a cerrar, esa vez de forma definitiva, y un tenso clima se apoderó del local. No quería hacerlo, de verdad que no estaba entre mis intenciones repetir la actitud que tantos problemas me había causado, pero desconecté.
La palabra 'topo' llegó a mis oídos y algo en mi interior cortocircuitó. Durante unos segundos las voces de mis compañeros —siempre y cuando no me devolviesen a la realidad, claro— se convirtieron en un murmullo distante, no más comprensible que el rumor del agua al discurrir por el cauce de un río. Bueno, tal vez fuese mejor que aclarasen lo que tuviesen que hablar y me hiciesen un resumen al final.
Me dediqué a cerrar la puerta a mis espaldas y arrojar sobre una mesa el albarán que había estado cargando todo el día. Repleto de tachones y correcciones, había sido mi quebradero de cabeza durante todo el tiempo que llevábamos allí.
—Qué sacrificado es esto —comenté, notando cómo la mirada de varios de los allí presentes se clavaban en mi nuca con ansia homicida. Desconocía si alguna provendría de mis compañeros, pero lo cierto era que tampoco me importaba demasiado. La relación que unía a los miembros de la brigada era cuanto menos peculiar. Tan pura y profunda como fea y abigarrada en sus formas. Conscientes en la mayoría de los casos de las habilidades que teníamos cada uno, no era raro que cualquier objeto potencialmente letal fuese arrojado a mi cabeza.
Me limité a pedir un trago de cerveza y sentarme junto a mis compañeros. Eric había tenido un malentendido con el alcalde nada más llegar a la isla, conflicto en miniatura que había continuado rumiando. No era tan difícil entender que el hombre se había molestado por la referencia a su problema, bajo mi humilde punto de vista. De todos modos resultaba cuanto menos infantil que hubiese reaccionado de ese modo.
—Dime, zarva... Eric, ¿has hablado con el alcalde? Creo que nos vendría bien que te llevases un poco mejor que él. Ya sabes, es algo así como el jefe de la isla y a fin de cuentas venimos porque él y sus vecinos tienen problemas.
Zuko y el susodicho no tardaron en hacer acto de presencia, como si hubiesen escuchado mi referencia y la hubiesen interpretado como una llamada. La puerta se volvió a cerrar, esa vez de forma definitiva, y un tenso clima se apoderó del local. No quería hacerlo, de verdad que no estaba entre mis intenciones repetir la actitud que tantos problemas me había causado, pero desconecté.
La palabra 'topo' llegó a mis oídos y algo en mi interior cortocircuitó. Durante unos segundos las voces de mis compañeros —siempre y cuando no me devolviesen a la realidad, claro— se convirtieron en un murmullo distante, no más comprensible que el rumor del agua al discurrir por el cauce de un río. Bueno, tal vez fuese mejor que aclarasen lo que tuviesen que hablar y me hiciesen un resumen al final.
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—¡Lee! ¡El cargamento de las 12!
Zuko ya empezaba a acostumbrarse al nombre falso que había decidido usar. Debido a recientes acontecimientos, su nombre empezaba a ser murmurado por el mundo. Por una mentira, cierto era, pero aquello no quitaba el hecho de que empezaba a ser conocido. Iba vestido con una camiseta de tirantes y una chaqueta atada a la cintura, con unos gruesos guantes de cuero. En la cabeza llevaba una gorra negra. Se acercó a la caja de suministros que bien podría ser el ataúd de un semigigante. Se la cargó al hombro y empezó a bajarla del barco para colocarla encima de un carro que estaban preparando ya para llevar las cosas. Se sacudió las manos enguantadas tras ello.
—No sé que eras antes de trabajar aquí como para ser tan fuerte, pero mientras me sigas ahorrando tiempo de esa forma me va perfecto. Ha venido el alcalde, dice que quiere hablar contigo.
Zuko asintió y empezó a alejarse del muelle. No tardó en ver al alcalde acercarse a él alzando la mano para saludar e indicándole que le siguiera. Lo llevó hasta el edificio de administración de los muelles y, al entrar en el vestíbulo, cerró la puerta con llave.
—C-c-c-creo que u-u-u-uno de mis hom-m-m-bres podría estar t-t-t-trabajando p-p-para Hobbes.
El dragón se quitó los guantes y los dejó en una mesita.
—Me esperaba algo así... Deberíamos informárselo a los demás. ¿Sabe dónde están?
—En el b-b-bar del muelle s-s-seguramente. Es la hora de su d-d-d-descanso.
El edificio de administración del muelle era uno que contaba con varias comodidades. Entre las mismas, un bar en el que se podía entrar tanto desde fuera como desde dentro del edificio, siendo esta segunda puerta utilizada por el personal. Zuko asintió y se dirigió al lugar con el alcalde. En efecto, estaban todos allí. El vicealmirante observó con la mirada a los trabajadores que allí se encontraban. No reconocía sus caras por el momento, pues hacía poco que los conocía, pero sabía que el alcalde tenía unos cuantos hombres propios con la misma misión que ellos. Cuando vio que el alcalde no echaba a ninguno de ellos, asumió que eran conocedores de la infiltración. Fue entonces cuando cerró la puerta del bar y colocó el cartel de cerrado, informando a todo el mundo de la sospecha.
—Creo que antes de empezar a preocuparnos deberíamos saber la situación. ¿Cómo llegó a la conclusión de que hay un topo? —preguntó Zuko, sin apartar su atención de los trabajadores.
Zuko ya empezaba a acostumbrarse al nombre falso que había decidido usar. Debido a recientes acontecimientos, su nombre empezaba a ser murmurado por el mundo. Por una mentira, cierto era, pero aquello no quitaba el hecho de que empezaba a ser conocido. Iba vestido con una camiseta de tirantes y una chaqueta atada a la cintura, con unos gruesos guantes de cuero. En la cabeza llevaba una gorra negra. Se acercó a la caja de suministros que bien podría ser el ataúd de un semigigante. Se la cargó al hombro y empezó a bajarla del barco para colocarla encima de un carro que estaban preparando ya para llevar las cosas. Se sacudió las manos enguantadas tras ello.
—No sé que eras antes de trabajar aquí como para ser tan fuerte, pero mientras me sigas ahorrando tiempo de esa forma me va perfecto. Ha venido el alcalde, dice que quiere hablar contigo.
Zuko asintió y empezó a alejarse del muelle. No tardó en ver al alcalde acercarse a él alzando la mano para saludar e indicándole que le siguiera. Lo llevó hasta el edificio de administración de los muelles y, al entrar en el vestíbulo, cerró la puerta con llave.
—C-c-c-creo que u-u-u-uno de mis hom-m-m-bres podría estar t-t-t-trabajando p-p-para Hobbes.
El dragón se quitó los guantes y los dejó en una mesita.
—Me esperaba algo así... Deberíamos informárselo a los demás. ¿Sabe dónde están?
—En el b-b-bar del muelle s-s-seguramente. Es la hora de su d-d-d-descanso.
El edificio de administración del muelle era uno que contaba con varias comodidades. Entre las mismas, un bar en el que se podía entrar tanto desde fuera como desde dentro del edificio, siendo esta segunda puerta utilizada por el personal. Zuko asintió y se dirigió al lugar con el alcalde. En efecto, estaban todos allí. El vicealmirante observó con la mirada a los trabajadores que allí se encontraban. No reconocía sus caras por el momento, pues hacía poco que los conocía, pero sabía que el alcalde tenía unos cuantos hombres propios con la misma misión que ellos. Cuando vio que el alcalde no echaba a ninguno de ellos, asumió que eran conocedores de la infiltración. Fue entonces cuando cerró la puerta del bar y colocó el cartel de cerrado, informando a todo el mundo de la sospecha.
—Creo que antes de empezar a preocuparnos deberíamos saber la situación. ¿Cómo llegó a la conclusión de que hay un topo? —preguntó Zuko, sin apartar su atención de los trabajadores.
Kenzo Nakajima
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
En esa ocasión el proyectil que voló directo a la cabeza de Iulio fue una banqueta. Era absurdo lanzársela, pues el peliblanco estaba hecho de luz y lo más probable era que simplemente le atravesara, pero el brazos lagos necesitaba dar rienda suelta a su ira ante los comentarios de su amigo. Que el marine más vago de la historia se quejase de la dureza de su trabajo cuando su trabajo de infiltrado era entre papeles mientras que Kenzo y Eric no paraban de cargar y descargar pesadas cajas le enervaba enormemente.
Sin embargo aquel gesto fue una liberación, y apenas unos segundos después el Comandante estaba pidiendo otra cerveza y riéndose junto a sus compañeros tras el comentario de Iulio al salvaje sobre su metedura de pata con el trastorno lingüístico del alcalde del pueblo. Este no tardó en aparecer en el local acompañado de Zuko y de los cuatro empleados que solían trabajar por la mañana en el embarcadero. Parecía, por su gesto grave y serio, tener noticias desagradables. Noticias que no tardó en anunciar. Al parecer tenía la sospecha de que había un topo en la cooperativa. El Vicealmirante preguntó por el motivo de sus sospechas, a lo que el hombre, tartamudeando de nuevo, respondió:
- P-p-porque ha-han pasa-sado m-muchos días de-desde el u-último ataque de e-esos ca-ca-cabrones, ju-justo coinci-cidiendo con e-el inicio de-del p-plan. Es dema-ma-masiada co-coincidencia. Sospe-pecho de m-muchas pe-personas, pero no de ni-ninguna en co-concreto ma-más allá de q-que tiene q-que ser alguien ce-cercano a mí. Lo-los que estáis a-aquí reuni-nidos sois los u-únicos en qui-quienes puedo co-confiar.
El tipo parecía ciertamente angustiado y muy convencido de lo que decía. Daba la sensación de sentirse bastante perdido y desprotegido pese a haber solicitado los servicios de tanta gente para defender el pueblo. Aquella supuesta traición parecía haber hecho mella en su seguridad. Sin embargo cabía otra posibilidad. Kenzo confiaba ciegamente en sus tres compañeros y amigos, pero no podía poner la mano en el fuego por nadie más, ni siquiera por los cuatro trabajadores que se hallaban en esa reunión junto a ellos. Por lo que a él respectaba alguno de ellos podía ser perfectamente el miserable traidor que pasaba información a los piratas. Aquella actitud le parecía tan grave y peligrosa que tuvo claro desde el primer momento que iba a hacer todo cuanto estuviese en su mano para encontrar al topo. Mirando intensamente al alcalde, le preguntó:
- ¿Y cómo sabes que el traidor no está aquí entre nosotros? Podría ser cualquiera de tus hombres de fuera, si, pero por qué motivo no alguno de los que estamos en el interior de este local?
Sin embargo aquel gesto fue una liberación, y apenas unos segundos después el Comandante estaba pidiendo otra cerveza y riéndose junto a sus compañeros tras el comentario de Iulio al salvaje sobre su metedura de pata con el trastorno lingüístico del alcalde del pueblo. Este no tardó en aparecer en el local acompañado de Zuko y de los cuatro empleados que solían trabajar por la mañana en el embarcadero. Parecía, por su gesto grave y serio, tener noticias desagradables. Noticias que no tardó en anunciar. Al parecer tenía la sospecha de que había un topo en la cooperativa. El Vicealmirante preguntó por el motivo de sus sospechas, a lo que el hombre, tartamudeando de nuevo, respondió:
- P-p-porque ha-han pasa-sado m-muchos días de-desde el u-último ataque de e-esos ca-ca-cabrones, ju-justo coinci-cidiendo con e-el inicio de-del p-plan. Es dema-ma-masiada co-coincidencia. Sospe-pecho de m-muchas pe-personas, pero no de ni-ninguna en co-concreto ma-más allá de q-que tiene q-que ser alguien ce-cercano a mí. Lo-los que estáis a-aquí reuni-nidos sois los u-únicos en qui-quienes puedo co-confiar.
El tipo parecía ciertamente angustiado y muy convencido de lo que decía. Daba la sensación de sentirse bastante perdido y desprotegido pese a haber solicitado los servicios de tanta gente para defender el pueblo. Aquella supuesta traición parecía haber hecho mella en su seguridad. Sin embargo cabía otra posibilidad. Kenzo confiaba ciegamente en sus tres compañeros y amigos, pero no podía poner la mano en el fuego por nadie más, ni siquiera por los cuatro trabajadores que se hallaban en esa reunión junto a ellos. Por lo que a él respectaba alguno de ellos podía ser perfectamente el miserable traidor que pasaba información a los piratas. Aquella actitud le parecía tan grave y peligrosa que tuvo claro desde el primer momento que iba a hacer todo cuanto estuviese en su mano para encontrar al topo. Mirando intensamente al alcalde, le preguntó:
- ¿Y cómo sabes que el traidor no está aquí entre nosotros? Podría ser cualquiera de tus hombres de fuera, si, pero por qué motivo no alguno de los que estamos en el interior de este local?
―Creo que deberías aprender a gestionar mejor la ira ―musité un instante después de que la banqueta me atravesase y se estrellase contra la pared. Aquélla no era la primera vez que sucedía algo así y nunca le había dado mayor importancia, de modo que ésa no sería la primera. Era consciente de que podía resultar bastante irritante en ocasiones, pero prefería mil veces que alguien descargase su furia contra mí sabiendo que de ese modo no podía hacerme daño a que acumulase rencor sin más. Esas cosas nunca conducían a nada bueno.
De cualquier modo el comentario de la momia había sido muy acertado. El alcalde aseguraba que los hombres que le acompañaban eran de su completa confianza, pero todos y cada uno de nosotros habíamos podido comprobar en numerosas ocasiones cómo personas como aquéllas resultaban ser la fuente de todos los problemas. Guardé silencio, por supuesto, porque no tenía nada que aportar por el momento y hablar sería un gasto innecesario de saliva y energía.
―Lle-lle... van conm-conmigo mucho ti-ti-ti-tiempo.
―También lo llevaba Krauser en la Marina y mira cómo acabó todo ―dije sin pensar―. Sí, jefe, ésa me la he aprendido ―sonreí, alzando la jarra y el dedo pulgar de la mano libre. El lagartijo siempre me recriminaba, con razón, que desconocía los rostros y las recompensas que pesaban sobre los piratas más influyentes del Paraíso, así como que ignoraba profundamente partes especialmente relevantes de la historia reciente. Lo cierto era que había intentado ir poniendo remedio poco a poco, pero la pereza me estaba dificultando enormemente el trabajo―. El caso, que en el puerto he podido ver cómo los operarios se escaquean de sus puestos de trabajo muchas veces. No es mucho tiempo, apenas unos minutos en los que sospecho que se van a beber o simplemente descansar un poco. Es algo bastante generalizado, por lo que no puedo señalar a un sospechoso en concreto entre los peones... A no ser que todos ellos están implicados... Pero bueno, que me pierdo, también he podido ver en más de una ocasión a estos hombres moverse por allí solos. No discuto que tengan funciones que desempeñar en el puerto ni mucho menos, pero sólo quiero señalar que ahí tienen una oportunidad y que quizás no sería descabellado descartarlos como sospechosos apropiadamente en vez de asumir que no pueden ser ellos... Con todos mis respetos ―finalicé, inclinando la cabeza en dirección a ellos en señal de falsa disculpa.
De cualquier modo el comentario de la momia había sido muy acertado. El alcalde aseguraba que los hombres que le acompañaban eran de su completa confianza, pero todos y cada uno de nosotros habíamos podido comprobar en numerosas ocasiones cómo personas como aquéllas resultaban ser la fuente de todos los problemas. Guardé silencio, por supuesto, porque no tenía nada que aportar por el momento y hablar sería un gasto innecesario de saliva y energía.
―Lle-lle... van conm-conmigo mucho ti-ti-ti-tiempo.
―También lo llevaba Krauser en la Marina y mira cómo acabó todo ―dije sin pensar―. Sí, jefe, ésa me la he aprendido ―sonreí, alzando la jarra y el dedo pulgar de la mano libre. El lagartijo siempre me recriminaba, con razón, que desconocía los rostros y las recompensas que pesaban sobre los piratas más influyentes del Paraíso, así como que ignoraba profundamente partes especialmente relevantes de la historia reciente. Lo cierto era que había intentado ir poniendo remedio poco a poco, pero la pereza me estaba dificultando enormemente el trabajo―. El caso, que en el puerto he podido ver cómo los operarios se escaquean de sus puestos de trabajo muchas veces. No es mucho tiempo, apenas unos minutos en los que sospecho que se van a beber o simplemente descansar un poco. Es algo bastante generalizado, por lo que no puedo señalar a un sospechoso en concreto entre los peones... A no ser que todos ellos están implicados... Pero bueno, que me pierdo, también he podido ver en más de una ocasión a estos hombres moverse por allí solos. No discuto que tengan funciones que desempeñar en el puerto ni mucho menos, pero sólo quiero señalar que ahí tienen una oportunidad y que quizás no sería descabellado descartarlos como sospechosos apropiadamente en vez de asumir que no pueden ser ellos... Con todos mis respetos ―finalicé, inclinando la cabeza en dirección a ellos en señal de falsa disculpa.
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- [Justice Riders - Eric, Iulio & Kenzo] Una sencilla misión.
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