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Zaina Nitocris
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Siempre había sido de esa forma. No iba a negarlo, no iba a engañar a las personas, nunca le había hecho falta. Zaina nunca mentía. Y es que, su forma de decir la verdad era mucho más peligrosa que cualquier engaño.
Nadie entendía realmente cómo conseguía las cosas, algunos se preguntaban cómo diablos llegaba hasta donde quería. Unos lo achacaban a su belleza, otros a su labia, fuera lo que fuera, si pasaba algo, Yasei estaría metida en aquel embrollo. Y si no era Yasei, la dulce Zaina sabría exactamente donde encontrarlo.
Desde que le había dado por separar su personalidad, para poder moverse cómodamente en los bajos mundos sobre todo, Yasei encontraba ciertamente divertido todo aquel ambiente.
La gente susurrando a escondidas, los asesinatos planeados en silencio, los intercambios donde todos quieren sacar beneficio. Y allí estaba ella, con aquel par de bestias, siendo ella sin duda la peor de todas.
Había llegado a aquella isla en un barco pirata, tras ganarse el favor de su capitán con una sonrisa coqueta y una promesa turbia. Transportar a Jade de un lado a otro era complicado, sobretodo teniendo en cuenta el tamaño del felino, pero nada era imposible.
El problema era cuando la gente se volvía demasiado incivilizada, y ella acababa teniendo que recurrir a otros métodos de persuasión. No le gustaba cuando las personas intentaban romper sus tratos, no cuando era ella la que menos sacaban de ellos. Y tristemente, y como siempre, eso amenazaba con recurrir de nuevo.
-Jade cariño, algo me dice que vamos a tener que salir de aquí algo antes…-Mientras acariciaba el mentón del inmenso leopardo blanco, la mujer no pudo evitar sonreír nuevamente.
La bestia de cuatro metros de alto ronroneo complacida ante sus mismos. Ambas sabían que en cuanto ellos empezaran a descargar en aquella isla, ella se perdería de forma conveniente entre la gente. No tenía pensado hacer más negocios con él y ya tenía todo lo que necesitaba, aparte de la dulce sensación de saber que aquel hombre aun quería algo más de ella.
Lastima que las cosas no funcionaran de esa manera.
Un grito, un chillido, y la gente abre paso al inmenso felino que sale corriendo calle abajo, perdiéndose entre los tejados de las casas del puerto. Bueno, de nuevo su paciencia ha hecho de las suyas, y antes de que pudiera evitarlo, ha acabado matando a algún que otro tripulante de aquel barco pirata.- Les dije que tenían las manos demasiado largas…- Tras conseguir librarse de ellos al ser la rapidez del felino superior, la mujer se dio cuenta de la herida de su muslo.- Oh...ahora si que tengo ganas de volver y matarlos…¿No creeis? -Alza una ceja, algo divertida y el pequeño gato anaranjado, Rouge, maúlla de forma quejosa.
La dama de cabellos negros, penetrantes ojos verdes y ropajes exóticos había logrado rebajar un poco su perfil. Se había puesto su túnica, quitado el velo, y de nuevo era Zaina.
En una de las fuentes del parque que había encontrado, en una pequeña plaza, la muchacha mojó el pañuelo. Se sentó al borde de la fuente, limpiando la sangre que comenzaba a secarse, manchando su piel de color porcelana. El inmenso felino moteado empezaba a soltar quejidos lastimeros, al ver a su dueña hacer aquello, y el pequeño felino anaranjado se encontraba tumbado a su lado.
-Panda de fatalistas, ni que me fuera a morir.- Una sonrisa leve, mientras niega suavemente con su cabeza. A veces aquel par era peor que una madre.
Nadie entendía realmente cómo conseguía las cosas, algunos se preguntaban cómo diablos llegaba hasta donde quería. Unos lo achacaban a su belleza, otros a su labia, fuera lo que fuera, si pasaba algo, Yasei estaría metida en aquel embrollo. Y si no era Yasei, la dulce Zaina sabría exactamente donde encontrarlo.
Desde que le había dado por separar su personalidad, para poder moverse cómodamente en los bajos mundos sobre todo, Yasei encontraba ciertamente divertido todo aquel ambiente.
La gente susurrando a escondidas, los asesinatos planeados en silencio, los intercambios donde todos quieren sacar beneficio. Y allí estaba ella, con aquel par de bestias, siendo ella sin duda la peor de todas.
Había llegado a aquella isla en un barco pirata, tras ganarse el favor de su capitán con una sonrisa coqueta y una promesa turbia. Transportar a Jade de un lado a otro era complicado, sobretodo teniendo en cuenta el tamaño del felino, pero nada era imposible.
El problema era cuando la gente se volvía demasiado incivilizada, y ella acababa teniendo que recurrir a otros métodos de persuasión. No le gustaba cuando las personas intentaban romper sus tratos, no cuando era ella la que menos sacaban de ellos. Y tristemente, y como siempre, eso amenazaba con recurrir de nuevo.
-Jade cariño, algo me dice que vamos a tener que salir de aquí algo antes…-Mientras acariciaba el mentón del inmenso leopardo blanco, la mujer no pudo evitar sonreír nuevamente.
La bestia de cuatro metros de alto ronroneo complacida ante sus mismos. Ambas sabían que en cuanto ellos empezaran a descargar en aquella isla, ella se perdería de forma conveniente entre la gente. No tenía pensado hacer más negocios con él y ya tenía todo lo que necesitaba, aparte de la dulce sensación de saber que aquel hombre aun quería algo más de ella.
Lastima que las cosas no funcionaran de esa manera.
Un grito, un chillido, y la gente abre paso al inmenso felino que sale corriendo calle abajo, perdiéndose entre los tejados de las casas del puerto. Bueno, de nuevo su paciencia ha hecho de las suyas, y antes de que pudiera evitarlo, ha acabado matando a algún que otro tripulante de aquel barco pirata.- Les dije que tenían las manos demasiado largas…- Tras conseguir librarse de ellos al ser la rapidez del felino superior, la mujer se dio cuenta de la herida de su muslo.- Oh...ahora si que tengo ganas de volver y matarlos…¿No creeis? -Alza una ceja, algo divertida y el pequeño gato anaranjado, Rouge, maúlla de forma quejosa.
La dama de cabellos negros, penetrantes ojos verdes y ropajes exóticos había logrado rebajar un poco su perfil. Se había puesto su túnica, quitado el velo, y de nuevo era Zaina.
En una de las fuentes del parque que había encontrado, en una pequeña plaza, la muchacha mojó el pañuelo. Se sentó al borde de la fuente, limpiando la sangre que comenzaba a secarse, manchando su piel de color porcelana. El inmenso felino moteado empezaba a soltar quejidos lastimeros, al ver a su dueña hacer aquello, y el pequeño felino anaranjado se encontraba tumbado a su lado.
-Panda de fatalistas, ni que me fuera a morir.- Una sonrisa leve, mientras niega suavemente con su cabeza. A veces aquel par era peor que una madre.
Julianna M. Shelley
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Había sido un año muy largo y Jul empezaba a estar agotada. Había visitado numerosas islas, conocido a un montón de gente y corrido un montón de aventuras. Incluso había ayudado en la tragedia de la Aguja, cuando el mundo estaba en peligro. Nunca pensó que lo diría, pero lo cierto es que empezaba a tener ganas de regresar a casa.
No para siempre. Nunca para siempre. El sitio al que llamaba casa seguía siendo demasiado ajeno para la pequeña, pero la gente que estaba allí… eso era otra cosa. Echaba de menos Rodrigo. Quería saber cómo estaban las gemelas que tan bien le habían cuidado mientras Aki la tuvo bajo su protección y aunque no había llegado a tener mucho trato con ella, la idea de volverla a ver no le desagradaba. Era una mujer fuerte y le intimidaba, pero había hecho mucho por ella. Nunca habría salido de Samirn de no ser por la pirata.
Lo que le había hecho decidirse a volver para hacer una visita fue, por supuesto, la carta. Una carta de Rodrigo. Le había alcanzado en mitad del mar, a medio camino de viaje entre dos islas. Estaba sellado en cera con una ornamentada R y la caligrafía del mensaje estaba especialmente cuidada. Tenía alguna que otra falta de ortografía, pero Jul se sintió orgullosa de lo mucho que había mejorado el hombre. Siempre le había sorprendido que el gigantón pudiera realizar tareas tan delicadas como tallar su nombre en el hueso de alguien sin sacárselo, pero le costara escribirlo bien en una hoja de papel. Pero había avanzado y en la carta le decía que esperaba que estuviera bien, a salvo. Que si había aprendido alguna técnica nueva esperaba que pudiera describírsela en la respuesta. Y, por supuesto, Jester mandaba un recado. Junto a la carta había un pequeño frasquito lleno de un líquido dorado. Jul guardó ambas cosas con cariño y en ese momento decidió que era hora de regresar.
Ya hacía un tiempo de esa decisión. El mundo era basto y Samirn estaba lejos. No había muchos barcos que pasaran por allí, pero para empezar llegar hasta el Paraíso y moverse por allí no era sencillo. Tras varios cambios de barco, se dio cuenta de que tendría que hacer noche en una isla que nunca había visitado: Little Paradise. Iba en un barco mercante y uno de los navegantes incluso se había tomado la molestia de apartarla y preguntarle si prefería pasar la noche en el barco. La isla era famosa por estar llena de piratas y no quería que corriera ningún peligro. Le tranquilizó, sin embargo. No iba a esconderse, no representaba un peligro para nadie y no llevaba nada de demasiado valor. Mientras no llamara la atención, estaría bien.
Llegaron a media tarde. Tenía hasta el mediodía siguiente para explorar la isla y hacer lo que quisiera, así que a eso se dedicó. Dio un par de vueltas por el lugar, curioseando las tiendas y los edificios. Era un sitio bonito, aunque no le veía nada de especial. Al final, su atención la ganó una chica sentada en una fuente.
Tenía un enorme felino con ella y… estaba sangrando. Estaba intentando limpiar la herida, pero incluso a unos metros de distancia Jul estaba segura de que no la había desinfectado. Sin pensarlo demasiado, se acercó a la mujer.
-Disculpe… ¿puedo ayudarla?
No le preguntó si quería la ayuda, teniendo en cuenta en dónde se encontraba suponía que había una probabilidad bastante alta de que no fuera alguien de fiar. Y esa gente tendía a tener un orgullo un tanto extraño; era más sencillo para todos si dejaba que le diera permiso para auxiliarle. Aguardó su respuesta, de todas formas, antes de sacar su kit de primeros auxilios de su bolsito de cuentas.
Desinfectó la herida con alcohol y desechó enseguida la posible necesidad de puntos. Era profunda, pero no tanto. La vendó con mucho cuidado, pero no tardó nada. Una vez las puntas del vendaje estuvieron cortadas y bien colocadas, recogió sus cosas y… cayó en que quizá debería haberse presentado. O preocupado por el enorme felino que había al lado de la mujer. No le había atacado, pero no sabía si era cuestión de suerte o estaba bien educado.
-M-mi nombre es Julianna. Lo siento, no podía dejarle con una herida mal curada pudiendo ayudar.
Para bien o para mal, era la verdad.
No para siempre. Nunca para siempre. El sitio al que llamaba casa seguía siendo demasiado ajeno para la pequeña, pero la gente que estaba allí… eso era otra cosa. Echaba de menos Rodrigo. Quería saber cómo estaban las gemelas que tan bien le habían cuidado mientras Aki la tuvo bajo su protección y aunque no había llegado a tener mucho trato con ella, la idea de volverla a ver no le desagradaba. Era una mujer fuerte y le intimidaba, pero había hecho mucho por ella. Nunca habría salido de Samirn de no ser por la pirata.
Lo que le había hecho decidirse a volver para hacer una visita fue, por supuesto, la carta. Una carta de Rodrigo. Le había alcanzado en mitad del mar, a medio camino de viaje entre dos islas. Estaba sellado en cera con una ornamentada R y la caligrafía del mensaje estaba especialmente cuidada. Tenía alguna que otra falta de ortografía, pero Jul se sintió orgullosa de lo mucho que había mejorado el hombre. Siempre le había sorprendido que el gigantón pudiera realizar tareas tan delicadas como tallar su nombre en el hueso de alguien sin sacárselo, pero le costara escribirlo bien en una hoja de papel. Pero había avanzado y en la carta le decía que esperaba que estuviera bien, a salvo. Que si había aprendido alguna técnica nueva esperaba que pudiera describírsela en la respuesta. Y, por supuesto, Jester mandaba un recado. Junto a la carta había un pequeño frasquito lleno de un líquido dorado. Jul guardó ambas cosas con cariño y en ese momento decidió que era hora de regresar.
Ya hacía un tiempo de esa decisión. El mundo era basto y Samirn estaba lejos. No había muchos barcos que pasaran por allí, pero para empezar llegar hasta el Paraíso y moverse por allí no era sencillo. Tras varios cambios de barco, se dio cuenta de que tendría que hacer noche en una isla que nunca había visitado: Little Paradise. Iba en un barco mercante y uno de los navegantes incluso se había tomado la molestia de apartarla y preguntarle si prefería pasar la noche en el barco. La isla era famosa por estar llena de piratas y no quería que corriera ningún peligro. Le tranquilizó, sin embargo. No iba a esconderse, no representaba un peligro para nadie y no llevaba nada de demasiado valor. Mientras no llamara la atención, estaría bien.
Llegaron a media tarde. Tenía hasta el mediodía siguiente para explorar la isla y hacer lo que quisiera, así que a eso se dedicó. Dio un par de vueltas por el lugar, curioseando las tiendas y los edificios. Era un sitio bonito, aunque no le veía nada de especial. Al final, su atención la ganó una chica sentada en una fuente.
Tenía un enorme felino con ella y… estaba sangrando. Estaba intentando limpiar la herida, pero incluso a unos metros de distancia Jul estaba segura de que no la había desinfectado. Sin pensarlo demasiado, se acercó a la mujer.
-Disculpe… ¿puedo ayudarla?
No le preguntó si quería la ayuda, teniendo en cuenta en dónde se encontraba suponía que había una probabilidad bastante alta de que no fuera alguien de fiar. Y esa gente tendía a tener un orgullo un tanto extraño; era más sencillo para todos si dejaba que le diera permiso para auxiliarle. Aguardó su respuesta, de todas formas, antes de sacar su kit de primeros auxilios de su bolsito de cuentas.
Desinfectó la herida con alcohol y desechó enseguida la posible necesidad de puntos. Era profunda, pero no tanto. La vendó con mucho cuidado, pero no tardó nada. Una vez las puntas del vendaje estuvieron cortadas y bien colocadas, recogió sus cosas y… cayó en que quizá debería haberse presentado. O preocupado por el enorme felino que había al lado de la mujer. No le había atacado, pero no sabía si era cuestión de suerte o estaba bien educado.
-M-mi nombre es Julianna. Lo siento, no podía dejarle con una herida mal curada pudiendo ayudar.
Para bien o para mal, era la verdad.
Zaina Nitocris
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Zaina era del tipo de persona que a veces, y voy a decir solo a veces por cortesía, se enfadaba sin motivo, sin razón y porque le daba la gana. Muchos pensaban que era como un gato, mimos cuando quería ella, en el momento que los deseaba, y al infierno todo lo demás.
Pero no era tan estúpida como para rechazar una mano amiga cuando la necesitaba. Daba igual que la necesidad fuera un corte molesto, algo era algo.
Total, que volviendo a lo importante, Zaina ni pestañeó al ver a la muchacha. Jade estaba demasiado confusa, ladeando el rostro sin entender demasiado bien qué pasaba, y Rouge reclamaba atención como buen enano que era.- Claro, claro, encantada de ser ayudada.- Con una suave sonrisa, apartó del todo la túnica para que pudiera hacer su trabajo de la forma más cómoda. Y no vamos a negar lo evidente, la braveza de la chiquilla, la dejó cuanto menos encandilada, y le sacó una pequeña carcajada.
Jade soltó un maullido, aunque teniendo en cuenta su tamaño era un sonido bastante amplio e inquietante. Zaina le rascó la cabeza mientras la chica hacía lo suyo. Torció el gesto suavemente en cuanto el alcohol tocó su piel y su mascota lo noto. Ninguno de los tres hizo un movimiento o le protestó a la doctora.
Finalmente, tras dejarse vendar, Zaina ladeó el rostro, quitando la mano del gran felino, sin poder evitar su fascinación.- Querida, a eso lo llamo yo vocación, te ha faltado ignorar que necesitas respiras, y oficialmente te habrías aislado del todo para ayudarme.- Negó calmadamente, levantándose de su improvisado asiento mientras sacudía su túnica de tonos oscuros.
-Un placer Julianna, me llamo Zaina.- Señaló al enorme leopardo blanco.- Esta es grandullona curiosa es Jade, aquí donde la ves y aunque no lo parezca, es un gran amor.- La inmensa felina empezó a olisquear a la muchacha, metiendo su enorme morro contra su cuerpo. Se podía escuchar su respiración, como olisqueaba cuidadosamente, y entonces… - Jade, ni se te ocur- Tarde, bastante tarde.
La dueña tuvo que presenciar cómo el enorme gato lamía de forma total, plena y completa a la muchacha, dándole un buen baño de babas. Seguido de esto, se tiró al suelo, rodando en busca de que le rascaran la barriga.- Eres de lo que no hay.- Un suspiro pesado sale de sus labios, mientras ve al gato más pequeño al lado de Jade, buscando también mimos y atención de la recién llegada.-El enano es Rouge, pero que no te engañe su dulzura de cachorro, es un trasto.
-Bueno vale, que la vais a agobiar.- La mujer de cabellos oscuros sacó un pañuelo de entre sus ropajes, ofreciéndole a la muchacha.- Lo lamento querida, a veces se olvida de su tamaño.- Y aunque aquel gato fuera tan engañoso como su dueña, no era el momento de ser desagradecido con aquellos que te ofrecían una mano.
Tal como Zaina y Yasei podían parecer dos personas totalmente diferentes, sus mascotas podrían causar la misma impresión. Pero podéis tener claro que si os ganáis el favor de su ama, habréis ganado un par de fieles seguidores peludos.
Pero no era tan estúpida como para rechazar una mano amiga cuando la necesitaba. Daba igual que la necesidad fuera un corte molesto, algo era algo.
Total, que volviendo a lo importante, Zaina ni pestañeó al ver a la muchacha. Jade estaba demasiado confusa, ladeando el rostro sin entender demasiado bien qué pasaba, y Rouge reclamaba atención como buen enano que era.- Claro, claro, encantada de ser ayudada.- Con una suave sonrisa, apartó del todo la túnica para que pudiera hacer su trabajo de la forma más cómoda. Y no vamos a negar lo evidente, la braveza de la chiquilla, la dejó cuanto menos encandilada, y le sacó una pequeña carcajada.
Jade soltó un maullido, aunque teniendo en cuenta su tamaño era un sonido bastante amplio e inquietante. Zaina le rascó la cabeza mientras la chica hacía lo suyo. Torció el gesto suavemente en cuanto el alcohol tocó su piel y su mascota lo noto. Ninguno de los tres hizo un movimiento o le protestó a la doctora.
Finalmente, tras dejarse vendar, Zaina ladeó el rostro, quitando la mano del gran felino, sin poder evitar su fascinación.- Querida, a eso lo llamo yo vocación, te ha faltado ignorar que necesitas respiras, y oficialmente te habrías aislado del todo para ayudarme.- Negó calmadamente, levantándose de su improvisado asiento mientras sacudía su túnica de tonos oscuros.
-Un placer Julianna, me llamo Zaina.- Señaló al enorme leopardo blanco.- Esta es grandullona curiosa es Jade, aquí donde la ves y aunque no lo parezca, es un gran amor.- La inmensa felina empezó a olisquear a la muchacha, metiendo su enorme morro contra su cuerpo. Se podía escuchar su respiración, como olisqueaba cuidadosamente, y entonces… - Jade, ni se te ocur- Tarde, bastante tarde.
La dueña tuvo que presenciar cómo el enorme gato lamía de forma total, plena y completa a la muchacha, dándole un buen baño de babas. Seguido de esto, se tiró al suelo, rodando en busca de que le rascaran la barriga.- Eres de lo que no hay.- Un suspiro pesado sale de sus labios, mientras ve al gato más pequeño al lado de Jade, buscando también mimos y atención de la recién llegada.-El enano es Rouge, pero que no te engañe su dulzura de cachorro, es un trasto.
-Bueno vale, que la vais a agobiar.- La mujer de cabellos oscuros sacó un pañuelo de entre sus ropajes, ofreciéndole a la muchacha.- Lo lamento querida, a veces se olvida de su tamaño.- Y aunque aquel gato fuera tan engañoso como su dueña, no era el momento de ser desagradecido con aquellos que te ofrecían una mano.
Tal como Zaina y Yasei podían parecer dos personas totalmente diferentes, sus mascotas podrían causar la misma impresión. Pero podéis tener claro que si os ganáis el favor de su ama, habréis ganado un par de fieles seguidores peludos.
Julianna M. Shelley
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Recogió su kit de primeros auxilios con calma mientras escuchaba las alabanzas de la mujer. Se sonrojó un poco, pero sonrió ante lo que decía.
-Bueno… usted ha tenido suerte y lo suyo no era más que un rasguño, pero he tenido pacientes que requerían de mucha más concentración y delicadeza. Es más sencillo tratar con el mismo cuidado a todos.
Tampoco era algo que hubiera desarrollado de forma consciente. Cuando tenía una aguja o una venda en la mano, simplemente el mundo desaparecía para ella. Sabía que era buena en lo que hacía, pero el tono de voz de la mujer le había pillado por sorpresa y ahora se sentía incluso un poco orgullosa de sí misma. En realidad no había sido nada complicado, tan solo un pequeño vendaje, pero al fin y al cabo había ayudado. Eso le alegraba.
La mujer se presentó a sí misma y a su… ¿mascota? Suponía que sí, aunque no tenía muy claro cómo había conseguido que el enorme leopardo le hiciera caso. Ni siquiera llevaba correa. Lo miró con curiosidad, sin acercarse mucho, pero dio igual. Él sí que se acercó y en seguida probó que no siempre hacía caso a su dueña. La pequeña cerró los ojos y soltó un pequeño grito en cuanto la lengua del felino la rozó. En un momento, quedó empapada y llena de babas. Abrió los ojos con cuidado, algo preocupada, pero en seguida comprobó que su bolsito de cuentas estaba intacto. Su chaqueta y, bueno, toda su cabeza, se habían llevado la mayor parte. Podía ver al enorme gato tirado en el suelo y era adorable, pero seguía sintiéndose asquerosa. En cuanto el otro animal se le acercó dio un pequeño paso para apartarse de él. Solo por si acaso, no pudo evitarlo.
Aceptó el pañuelo de la mujer y se limpió las babas con él lo mejor que pudo, pero la verdad es que seguía sintiéndose bastante sucia. Quería bañarse en desinfectante, pero no era muy factible. Sin embargo, a su cabeza acudió la imagen de un sitio que había visto de camino, al poco de llegar. Había evitado entrar porque la idea de quedarse sin ropa en una isla de piratas no le atraía demasiado, pero ahora empezaba a ser bastante atractiva. Tras meditarlo un segundo, decidió invitar a la mujer a ir con ella. Era mucho más asertiva que ella y su control sobre los animales le intrigaba sobremanera. Lo cierto es que pese al baño de babas que había recibido por su culpa, quería conocerla un poco mejor. Tener una mano amiga en territorio incierto no podía ser algo malo.
-Puedo entenderlo, pero de todas formas agradecería un baño ahora mismo. Cuando venía vi anunciado en una casa de madera que tenían baños públicos y termas en la parte de atrás. Creo que será lo siguiente que visite. ¿Te gustaría acompañarme?
El otro felino, el más pequeño, todavía rondaba cerca de sus piernas y no hacía falta ser un genio para entender que quería mimos. Al final, la pequeña claudicó y se agachó para rascarle por detrás de las orejas igual que había visto hacer a la hermosa mujer. Pareció gustarle, lo que le arrancó una pequeña sonrisa. En realidad, sí que era bastante mono.
-Bueno… usted ha tenido suerte y lo suyo no era más que un rasguño, pero he tenido pacientes que requerían de mucha más concentración y delicadeza. Es más sencillo tratar con el mismo cuidado a todos.
Tampoco era algo que hubiera desarrollado de forma consciente. Cuando tenía una aguja o una venda en la mano, simplemente el mundo desaparecía para ella. Sabía que era buena en lo que hacía, pero el tono de voz de la mujer le había pillado por sorpresa y ahora se sentía incluso un poco orgullosa de sí misma. En realidad no había sido nada complicado, tan solo un pequeño vendaje, pero al fin y al cabo había ayudado. Eso le alegraba.
La mujer se presentó a sí misma y a su… ¿mascota? Suponía que sí, aunque no tenía muy claro cómo había conseguido que el enorme leopardo le hiciera caso. Ni siquiera llevaba correa. Lo miró con curiosidad, sin acercarse mucho, pero dio igual. Él sí que se acercó y en seguida probó que no siempre hacía caso a su dueña. La pequeña cerró los ojos y soltó un pequeño grito en cuanto la lengua del felino la rozó. En un momento, quedó empapada y llena de babas. Abrió los ojos con cuidado, algo preocupada, pero en seguida comprobó que su bolsito de cuentas estaba intacto. Su chaqueta y, bueno, toda su cabeza, se habían llevado la mayor parte. Podía ver al enorme gato tirado en el suelo y era adorable, pero seguía sintiéndose asquerosa. En cuanto el otro animal se le acercó dio un pequeño paso para apartarse de él. Solo por si acaso, no pudo evitarlo.
Aceptó el pañuelo de la mujer y se limpió las babas con él lo mejor que pudo, pero la verdad es que seguía sintiéndose bastante sucia. Quería bañarse en desinfectante, pero no era muy factible. Sin embargo, a su cabeza acudió la imagen de un sitio que había visto de camino, al poco de llegar. Había evitado entrar porque la idea de quedarse sin ropa en una isla de piratas no le atraía demasiado, pero ahora empezaba a ser bastante atractiva. Tras meditarlo un segundo, decidió invitar a la mujer a ir con ella. Era mucho más asertiva que ella y su control sobre los animales le intrigaba sobremanera. Lo cierto es que pese al baño de babas que había recibido por su culpa, quería conocerla un poco mejor. Tener una mano amiga en territorio incierto no podía ser algo malo.
-Puedo entenderlo, pero de todas formas agradecería un baño ahora mismo. Cuando venía vi anunciado en una casa de madera que tenían baños públicos y termas en la parte de atrás. Creo que será lo siguiente que visite. ¿Te gustaría acompañarme?
El otro felino, el más pequeño, todavía rondaba cerca de sus piernas y no hacía falta ser un genio para entender que quería mimos. Al final, la pequeña claudicó y se agachó para rascarle por detrás de las orejas igual que había visto hacer a la hermosa mujer. Pareció gustarle, lo que le arrancó una pequeña sonrisa. En realidad, sí que era bastante mono.
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Zaina nunca había tenido para hacer amigos. Era de esa gente que te gustaba mantener cerca, pues sabías que lo que estabas viendo, era lo que había. Si le gustabas lo hacías de verdad, y si no le caías bien, podías notarlo a kilómetros. Otra cosa, era lo que ella pudiera hacer una vez había decidido en qué parte de su vida tenía que categorizarte.
De momento le agradaba la muchacha. Era sincera, tierna e incluso podría decir que era bastante adorable. Sus gatos le habían pillado el gusto y estaba apostando internamente a que Jade se estaba pesando el adoptarla como buena mamá gato que era. Aquel par era un poco problemático, sobre todo como no tuvieras cuidado y dejaras que te treparan demasiado encima.
-Lo siento de verdad querida. –Entendió perfectamente la necesidad de la muchacha, después de todo no era algo agradable. Alguna que otra vez le había pasado algo similar con la gata cuando esta era cachorro. Ahora tendía a controlarla mejor, pero las muestras de cariño desmedidas seguían siendo un problema cuando te olvidas de la relación tamaño-cariño.
Si juntas todo eso al hecho de que uno de sus besitos podía ocupar toda la cara, tenías sin duda un plano de lo más desagradable.
Y eso que al menos la pequeña no era consciente de que era lo último que aquel leopardo se había metido en la boca.
-Oh claro, me encantaría acompañarte, algo me dice que yo también necesito un buen baño.- Una suave risa sale de sus labios, notando como el pequeño gato de apenas un par de meses se había ganado el corazón de la muchacha.- ¿Qué te parece si te damos un paseo encima de Jade? Creo que ella estará encantada por las molestias que te ha causado.- El inmenso leopardo se giró en el suelo, quedando completamente tumbado.
La chica podría apreciar que tenía una tela en el lomo a modo de silla de montar, y un par de maletas y bolsas atadas a la parte trasera de su cuerpo. A todos efectos prácticos, Jade era la montura de Zaina, nunca había necesitado pisar un caballo desde que aquella gata había llegado a su vida.
Nadie era tan rápido, ágil y veloz como su pequeño gatito.
La pelinegra se subió de un simple movimiento. El gato de color rojizo la siguió rápidamente, entrando en una de las bolsas que se encontraba a los laterales de la montura. La dama de cabellos oscuros extendió su mano a su recién nombrada amiga.- Prometo que antes de cinco minutos, tendrás tu cuerpo metido en agua caliente y sin preocuparte por las babas.- Sabía que la cosa podía imponer un poco, pero Zaina y Jade llevaban juntas toda una vida, y no había nadie que pudiera conocerla mejor.
Desde aquel cachorro de gato llegado desde Little Garden al que había tenido que apañárselas para alimentar, hasta la enorme bestia que ahora se mecía por sus caricias.
Siempre era y había sido un misterio para la gente como ambas se compenetraban y casi era un mismo ser. Aunque era normal, ambas eran gatos salvajes después de todo.
De momento le agradaba la muchacha. Era sincera, tierna e incluso podría decir que era bastante adorable. Sus gatos le habían pillado el gusto y estaba apostando internamente a que Jade se estaba pesando el adoptarla como buena mamá gato que era. Aquel par era un poco problemático, sobre todo como no tuvieras cuidado y dejaras que te treparan demasiado encima.
-Lo siento de verdad querida. –Entendió perfectamente la necesidad de la muchacha, después de todo no era algo agradable. Alguna que otra vez le había pasado algo similar con la gata cuando esta era cachorro. Ahora tendía a controlarla mejor, pero las muestras de cariño desmedidas seguían siendo un problema cuando te olvidas de la relación tamaño-cariño.
Si juntas todo eso al hecho de que uno de sus besitos podía ocupar toda la cara, tenías sin duda un plano de lo más desagradable.
Y eso que al menos la pequeña no era consciente de que era lo último que aquel leopardo se había metido en la boca.
-Oh claro, me encantaría acompañarte, algo me dice que yo también necesito un buen baño.- Una suave risa sale de sus labios, notando como el pequeño gato de apenas un par de meses se había ganado el corazón de la muchacha.- ¿Qué te parece si te damos un paseo encima de Jade? Creo que ella estará encantada por las molestias que te ha causado.- El inmenso leopardo se giró en el suelo, quedando completamente tumbado.
La chica podría apreciar que tenía una tela en el lomo a modo de silla de montar, y un par de maletas y bolsas atadas a la parte trasera de su cuerpo. A todos efectos prácticos, Jade era la montura de Zaina, nunca había necesitado pisar un caballo desde que aquella gata había llegado a su vida.
Nadie era tan rápido, ágil y veloz como su pequeño gatito.
La pelinegra se subió de un simple movimiento. El gato de color rojizo la siguió rápidamente, entrando en una de las bolsas que se encontraba a los laterales de la montura. La dama de cabellos oscuros extendió su mano a su recién nombrada amiga.- Prometo que antes de cinco minutos, tendrás tu cuerpo metido en agua caliente y sin preocuparte por las babas.- Sabía que la cosa podía imponer un poco, pero Zaina y Jade llevaban juntas toda una vida, y no había nadie que pudiera conocerla mejor.
Desde aquel cachorro de gato llegado desde Little Garden al que había tenido que apañárselas para alimentar, hasta la enorme bestia que ahora se mecía por sus caricias.
Siempre era y había sido un misterio para la gente como ambas se compenetraban y casi era un mismo ser. Aunque era normal, ambas eran gatos salvajes después de todo.
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Jul abrió mucho los ojos ante la propuesta de la mujer. Miró al enorme leopardo, un poco intimidada, pero asintió con la cabeza antes de que le diera tiempo a arrepentirse. En seguida se tumbó al suelo e incluso Jul pudo apreciar la alegría del animal. Era majestuoso, pero comenzaban a darle ganas de sonreír al verlo.
Con ayuda de Zaina, enseguida estuvo sentada en la tela que el animal tenía en el lomo. La acarició con cuidado, admirándola. A la pequeña le gustaba coser y sabía reconocer una prenda bien hecha en cuanto la veía. Incluso aunque solo se utilizara para montar en el leopardo, era de exquisita manufactura. Alguien había pasado un par de horas creándola, no tenía ninguna duda. Zaina subió de un salto sin mayor problema, aunque el leopardo ya se había puesto en pie. Jul habría podido pasar entre sus patas sin agacharse demasiado, así que apreciaba la maniobra. De otro salto, el gato pequeño se coló en una de las bolsas que cargaba en la parte trasera. Supuso que ahí llevaba sus cosas la mujer y ciertamente parecía un recurso muy útil. ¿Le habría costado mucho hacerse amiga de los felinos? Ella no podía ni imaginarse que uno confiara tanto en ella. Seguía un poco aturdida de estar tan cerca de un animal de verdad. Posó las manos en su lomo y jadeó al notar lo cálido que estaba. Sin embargo, al primer movimiento se agarró a la cintura de Zaina por acto reflejo.
¿Cinco minutos? ¿No era muy poco tiempo? No volvió a pensar semejante cosa, porque en cuestión de segundos estaban volando. Al principio la pequeña cerró los ojos y enterró la cabeza en la espalda de la mujer, concentrándose en no respirar demasiado rápido. No había caído en que algo así podía ser peligroso, pero por nada del mundo habría vuelto atrás. Al final, consiguió serenarse e incluso abrir un poco los ojos. El gatito anaranjado le devolvió la mirada desde la bolsa y Jul sonrió mientras su corazón latía con fuerza. A su alrededor, el mundo se había convertido en un borrón de tonos tierra y colores que se fundían unos con otros. Bajo ella, sentía los músculos del felino contraerse y estirarse llevándolas a toda velocidad por la ciudad. Notaba su fuerza y se maravillaba de todas las sensaciones que le recorrían. Delante de sí, Zaina se erguía sin miedo ninguno y no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que estaba en completa sincronía con el animal. Cuando giraban era todavía más evidente. Mientras que Jul tenía que concentrarse para apretar las piernas y no caerse ni resbalarse, Zaina parecía no ser más que una extensión del felino. Estaba completamente relajada, lo sabía porque no era capaz de soltarla. Era fascinante.
El viaje terminó tan pronto como había empezado, pero aunque el leopardo frenó con suavidad, para cuando aterrizó en tierra firme Jul estaba un poco mareada. Se dejó caer al suelo y agachó la cabeza entre las rodillas durante unos segundos, mientras se agarraba el pecho y respiraba hondo varias veces. No tardó en calmarse, aunque le costó mucha fuerza de voluntad no agarrar el frasco dorado de su bolsito de cuentas. No podía llamar a Adahír mientras estuviera con Zaina, solo le distraería. Durante un par de horas, tendría que aguantar por sí misma.
Se puso en pie y compuso una tímida sonrisa para la mujer. Esperaba no haberle preocupado demasiado.
-Disculpa. Mi corazón no es muy fuerte y nunca había montado en leopardo. ¡Ha sido increíble! Estoy bien, de verdad.
Lo estaba. Un poco sacudida, pero estaba convencida de que se le pasaría. Y ya habían llegado a las termas, ahora todo lo que tenía que hacer era concentrarse en relajarse y disfrutar del baño.
Con ayuda de Zaina, enseguida estuvo sentada en la tela que el animal tenía en el lomo. La acarició con cuidado, admirándola. A la pequeña le gustaba coser y sabía reconocer una prenda bien hecha en cuanto la veía. Incluso aunque solo se utilizara para montar en el leopardo, era de exquisita manufactura. Alguien había pasado un par de horas creándola, no tenía ninguna duda. Zaina subió de un salto sin mayor problema, aunque el leopardo ya se había puesto en pie. Jul habría podido pasar entre sus patas sin agacharse demasiado, así que apreciaba la maniobra. De otro salto, el gato pequeño se coló en una de las bolsas que cargaba en la parte trasera. Supuso que ahí llevaba sus cosas la mujer y ciertamente parecía un recurso muy útil. ¿Le habría costado mucho hacerse amiga de los felinos? Ella no podía ni imaginarse que uno confiara tanto en ella. Seguía un poco aturdida de estar tan cerca de un animal de verdad. Posó las manos en su lomo y jadeó al notar lo cálido que estaba. Sin embargo, al primer movimiento se agarró a la cintura de Zaina por acto reflejo.
¿Cinco minutos? ¿No era muy poco tiempo? No volvió a pensar semejante cosa, porque en cuestión de segundos estaban volando. Al principio la pequeña cerró los ojos y enterró la cabeza en la espalda de la mujer, concentrándose en no respirar demasiado rápido. No había caído en que algo así podía ser peligroso, pero por nada del mundo habría vuelto atrás. Al final, consiguió serenarse e incluso abrir un poco los ojos. El gatito anaranjado le devolvió la mirada desde la bolsa y Jul sonrió mientras su corazón latía con fuerza. A su alrededor, el mundo se había convertido en un borrón de tonos tierra y colores que se fundían unos con otros. Bajo ella, sentía los músculos del felino contraerse y estirarse llevándolas a toda velocidad por la ciudad. Notaba su fuerza y se maravillaba de todas las sensaciones que le recorrían. Delante de sí, Zaina se erguía sin miedo ninguno y no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que estaba en completa sincronía con el animal. Cuando giraban era todavía más evidente. Mientras que Jul tenía que concentrarse para apretar las piernas y no caerse ni resbalarse, Zaina parecía no ser más que una extensión del felino. Estaba completamente relajada, lo sabía porque no era capaz de soltarla. Era fascinante.
El viaje terminó tan pronto como había empezado, pero aunque el leopardo frenó con suavidad, para cuando aterrizó en tierra firme Jul estaba un poco mareada. Se dejó caer al suelo y agachó la cabeza entre las rodillas durante unos segundos, mientras se agarraba el pecho y respiraba hondo varias veces. No tardó en calmarse, aunque le costó mucha fuerza de voluntad no agarrar el frasco dorado de su bolsito de cuentas. No podía llamar a Adahír mientras estuviera con Zaina, solo le distraería. Durante un par de horas, tendría que aguantar por sí misma.
Se puso en pie y compuso una tímida sonrisa para la mujer. Esperaba no haberle preocupado demasiado.
-Disculpa. Mi corazón no es muy fuerte y nunca había montado en leopardo. ¡Ha sido increíble! Estoy bien, de verdad.
Lo estaba. Un poco sacudida, pero estaba convencida de que se le pasaría. Y ya habían llegado a las termas, ahora todo lo que tenía que hacer era concentrarse en relajarse y disfrutar del baño.
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Zania se había criado para vivir entre animales. Era una más de ellos, desde pequeña, desde que de bebé habían pasado cosas con ella que nadie entendía. La pequeña muchacha se había perdido en el desierto, un error de cálculos, un fallo imperdonable.
Todos la habían dado por muerta antes de que pudieran decir nada. Ese mismo día, antes de que la noche llegara, antes de que el destino de ella fuera sellado, la hija del visir había vuelto al palacio. Agarrada del pelaje de un adulto de Caracal que la había visto como una cría demasiado molesta y la entregaba a sus padres primerizos.
Desde entonces los felinos, o cualquier animal, se enamoraban de ella tanto como ella se enamoraba de ellos. Jade, criada por ella, amamantada por ella y mimada hasta la saciedad no era diferente. Ambos felinos veían en ella a su madre, su confidente y compañera, y darían su vida por la muchacha tanto como ella podría darla por sus acompañantes.
No era raro para ellos surcar los mares juntos, vivir unos al lado del otro. Por eso para ella los paseos en Jade no tenían la misma sensación que en la pequeña, era como simplemente ser capaz de correr al lado de su mejor amiga.
Sin embargo tendría que haberse dado cuenta de que no todo el mundo estaba listo para aquellas emociones. La mujer saltó como todo buen acróbata, dejando a una Jade algo extrañada, hasta que ambas se dieron cuenta del estado de la pequeña.
-Oh dios perdona.- Por mucho que la muchacha dijera que estaba bien, Zaina ya tenía cara de gato compungido antes de que pudiera decir demasiado. Rouge, el travieso minino que le había agarrado cariño a la pequeña empezó a maullar, llegando hasta donde estaba ella para sentarse a su lado, mirándola.- Es su forma de decirte que está preocupado por ti, sí que le has caído bien a mi muchacho.- Zaina relajó los instintos de mama gato que la muchacha le despertaba, ofreciéndole la mano de forma calmada.- Vamos, estoy segura de que ese baño caliente te relajara las pulsaciones del todo.
Independientemente de que la chica aceptara o no su mano, la pelinegra le daría órdenes al par de felinos. Jade agarra al pequeño y empezaría su misión de espionaje… O mejor dicho, empezaría a buscar la manera de colarse en aquellas aguas termales sin matar a todo el mundo del medio.
La dama de cabellos negros recogió todas las cosas de su espalda, creando un cómodo saco con la tela de la espalda del felino. Sabía de sobra que como se despistara, el leopardo se metería con manta y todo en el agua.- Estoy deseando probar esas aguas.- Ante la mirada de todos, el felino saltaría de forma limpia por la zona, buscando la entrada trasera hacia las aguas termales.- No te preocupes, encontrará la forma de entrar sin causar mucho revuelo… O al menos lo va a intentar.- Se encogió de hombros, comenzando a entrar en aquella zona de baños termales. Una vez encontrara un sitio donde dejar las cosas, solo le quedaba disfrutar de la relajación.
No vamos a negar que le hiciera falta, tenía una vida algo ajetreada.
Todos la habían dado por muerta antes de que pudieran decir nada. Ese mismo día, antes de que la noche llegara, antes de que el destino de ella fuera sellado, la hija del visir había vuelto al palacio. Agarrada del pelaje de un adulto de Caracal que la había visto como una cría demasiado molesta y la entregaba a sus padres primerizos.
Desde entonces los felinos, o cualquier animal, se enamoraban de ella tanto como ella se enamoraba de ellos. Jade, criada por ella, amamantada por ella y mimada hasta la saciedad no era diferente. Ambos felinos veían en ella a su madre, su confidente y compañera, y darían su vida por la muchacha tanto como ella podría darla por sus acompañantes.
No era raro para ellos surcar los mares juntos, vivir unos al lado del otro. Por eso para ella los paseos en Jade no tenían la misma sensación que en la pequeña, era como simplemente ser capaz de correr al lado de su mejor amiga.
Sin embargo tendría que haberse dado cuenta de que no todo el mundo estaba listo para aquellas emociones. La mujer saltó como todo buen acróbata, dejando a una Jade algo extrañada, hasta que ambas se dieron cuenta del estado de la pequeña.
-Oh dios perdona.- Por mucho que la muchacha dijera que estaba bien, Zaina ya tenía cara de gato compungido antes de que pudiera decir demasiado. Rouge, el travieso minino que le había agarrado cariño a la pequeña empezó a maullar, llegando hasta donde estaba ella para sentarse a su lado, mirándola.- Es su forma de decirte que está preocupado por ti, sí que le has caído bien a mi muchacho.- Zaina relajó los instintos de mama gato que la muchacha le despertaba, ofreciéndole la mano de forma calmada.- Vamos, estoy segura de que ese baño caliente te relajara las pulsaciones del todo.
Independientemente de que la chica aceptara o no su mano, la pelinegra le daría órdenes al par de felinos. Jade agarra al pequeño y empezaría su misión de espionaje… O mejor dicho, empezaría a buscar la manera de colarse en aquellas aguas termales sin matar a todo el mundo del medio.
La dama de cabellos negros recogió todas las cosas de su espalda, creando un cómodo saco con la tela de la espalda del felino. Sabía de sobra que como se despistara, el leopardo se metería con manta y todo en el agua.- Estoy deseando probar esas aguas.- Ante la mirada de todos, el felino saltaría de forma limpia por la zona, buscando la entrada trasera hacia las aguas termales.- No te preocupes, encontrará la forma de entrar sin causar mucho revuelo… O al menos lo va a intentar.- Se encogió de hombros, comenzando a entrar en aquella zona de baños termales. Una vez encontrara un sitio donde dejar las cosas, solo le quedaba disfrutar de la relajación.
No vamos a negar que le hiciera falta, tenía una vida algo ajetreada.
Julianna M. Shelley
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Acarició al gatito naranja por acto reflejo en cuanto llegó a ella, mientras esbozaba una pequeña sonrisa. ¿Preocupado por ella? ¿En serio? Por un momento, se sintió más en el presente que dentro de su cabeza. Dejó ir al felino y tomó enseguida la mano que Zaina le ofreció. A su lado, era consciente de lo frágil que era, especialmente teniendo en cuenta lo que le acababa de suceder. Escuchaba los restos de su debilidad en su respiración y se esforzó por regresar a la normalidad para no retrasar a la mujer. Empezaba a gustarle su compañía.
Los dos felinos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. La idea del enorme leopardo colándose en los vestuarios le hizo sonreír. La gente se asustaría, estaba segura. Pero ella iba al lado de Zaina, así que no tenía nada de lo que preocuparse. Entraron al lugar y en seguida encontraron la zona destinada a cambiarse. El lugar tenía toallas enormes y mullidas a disposición de los clientes, al igual que albornoces y sandalias. Jul no tardó en localizar un cartel que explicaba amablemente que no se permitía llevar puesto nada más que una toalla y sandalias a la zona de las termas. Un poco preocupada, se quitó su bolsito y empezó a quitarse la chaqueta y desabotonarse el vestido. Al mirar alrededor se dio cuenta de que estaban solas en el lugar, quizá por lo temprano de la hora. Aún así… hacía mucho tiempo desde que había estado sin ropa frente a alguien. Y ese no era un recuerdo bonito. Valoró por un momento la idea de meterse en el agua con la toalla todavía envuelta en su cuerpo, pero en seguida la descartó. Se empaparía y después sería un inconveniente salir con ella toda pesada.
No le gustaba, pero estaba segura de que no sería capaz de hacer frente a la situación por sí misma. No era un tema que quisiera hablar con una desconocida, por amable que pareciera y en realidad quería disfrutar de las termas. No tenía otro remedio. Con las manitos un tanto temblorosas, abrió su bolsito y del interior de una de sus muñecas agarró el frasco dorado que Jester y Rodrigo le habían enviado. Suponía que Adahír podía comportarse; lo esperaba.
Con cuidado, tomó tres gotas. Ni una más, ni una menos. Su visión se volvió borrosa por un par de segundos, pero en cuanto regresó a la normalidad Adahír estaba frente a ella, sonriendo igual que siempre. Las manos de la pequeña dejaron de temblar y sonrió mientras era abrazada por su otra mitad, su alucinación favorita. Había crecido con él y no podía evitar continuar acudiendo en busca de ayuda cuando necesitaba seguridad y apoyo. Adahír nunca le decepcionaba, porque en realidad era parte de ella. Las medicinas que le daban en el hospital cuando era pequeña, para ayudar con su corazón y su respiración, no eran buenas. La isla en sí no tenía muchos medios. Y el efecto secundario más notable eran las alucinaciones, junto a una terrible adicción. Adahír se había materializado en el mundo desde su mente, listo para apoyarla y animarla cuando más lo necesitaba. Más adelante, Jester había retocado el medicamento para asegurarse de que no perdiera a su amigo, pero tampoco se hiciera daño. Ya no le necesitaba de forma constante, pero saber que estaba ahí era una preciosa sensación de seguridad.
-No te preocupes, pequeña. No me iré a ningún lado. Nada te hará daño.
Sabía que tenía razón, pero oírlo en voz alta siempre le ayudaba. Terminó de desnudarse con rapidez y tras doblar su ropa en un pulcro montoncito cogió su toalla y se giró buscando a Zaina. Distinguió a los felinos en el lugar, aunque no tenía ni idea de cómo habían entrado. Adahír, a su espalda, soltó un silbido de admiración.
-¡Es enorme! Qué maravilla.
Jul sonrió y acudió a la zona de las termas. Había tres o cuatro piscinas de las que salía una suave nube de vapor y solo esa visión hizo que se relajara un poco de inmediato. Con cuidado, metió primero un piececito y después el otro. Para cuando se acostumbró a la sensación, Adahír ya estaba dentro haciendo cabriolas. Por su parte, Jul se quedó en una esquinita y aprovechó para limpiarse bien la cara y el pelo. Mucho mejor, sin duda alguna.
Los dos felinos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. La idea del enorme leopardo colándose en los vestuarios le hizo sonreír. La gente se asustaría, estaba segura. Pero ella iba al lado de Zaina, así que no tenía nada de lo que preocuparse. Entraron al lugar y en seguida encontraron la zona destinada a cambiarse. El lugar tenía toallas enormes y mullidas a disposición de los clientes, al igual que albornoces y sandalias. Jul no tardó en localizar un cartel que explicaba amablemente que no se permitía llevar puesto nada más que una toalla y sandalias a la zona de las termas. Un poco preocupada, se quitó su bolsito y empezó a quitarse la chaqueta y desabotonarse el vestido. Al mirar alrededor se dio cuenta de que estaban solas en el lugar, quizá por lo temprano de la hora. Aún así… hacía mucho tiempo desde que había estado sin ropa frente a alguien. Y ese no era un recuerdo bonito. Valoró por un momento la idea de meterse en el agua con la toalla todavía envuelta en su cuerpo, pero en seguida la descartó. Se empaparía y después sería un inconveniente salir con ella toda pesada.
No le gustaba, pero estaba segura de que no sería capaz de hacer frente a la situación por sí misma. No era un tema que quisiera hablar con una desconocida, por amable que pareciera y en realidad quería disfrutar de las termas. No tenía otro remedio. Con las manitos un tanto temblorosas, abrió su bolsito y del interior de una de sus muñecas agarró el frasco dorado que Jester y Rodrigo le habían enviado. Suponía que Adahír podía comportarse; lo esperaba.
Con cuidado, tomó tres gotas. Ni una más, ni una menos. Su visión se volvió borrosa por un par de segundos, pero en cuanto regresó a la normalidad Adahír estaba frente a ella, sonriendo igual que siempre. Las manos de la pequeña dejaron de temblar y sonrió mientras era abrazada por su otra mitad, su alucinación favorita. Había crecido con él y no podía evitar continuar acudiendo en busca de ayuda cuando necesitaba seguridad y apoyo. Adahír nunca le decepcionaba, porque en realidad era parte de ella. Las medicinas que le daban en el hospital cuando era pequeña, para ayudar con su corazón y su respiración, no eran buenas. La isla en sí no tenía muchos medios. Y el efecto secundario más notable eran las alucinaciones, junto a una terrible adicción. Adahír se había materializado en el mundo desde su mente, listo para apoyarla y animarla cuando más lo necesitaba. Más adelante, Jester había retocado el medicamento para asegurarse de que no perdiera a su amigo, pero tampoco se hiciera daño. Ya no le necesitaba de forma constante, pero saber que estaba ahí era una preciosa sensación de seguridad.
-No te preocupes, pequeña. No me iré a ningún lado. Nada te hará daño.
Sabía que tenía razón, pero oírlo en voz alta siempre le ayudaba. Terminó de desnudarse con rapidez y tras doblar su ropa en un pulcro montoncito cogió su toalla y se giró buscando a Zaina. Distinguió a los felinos en el lugar, aunque no tenía ni idea de cómo habían entrado. Adahír, a su espalda, soltó un silbido de admiración.
-¡Es enorme! Qué maravilla.
Jul sonrió y acudió a la zona de las termas. Había tres o cuatro piscinas de las que salía una suave nube de vapor y solo esa visión hizo que se relajara un poco de inmediato. Con cuidado, metió primero un piececito y después el otro. Para cuando se acostumbró a la sensación, Adahír ya estaba dentro haciendo cabriolas. Por su parte, Jul se quedó en una esquinita y aprovechó para limpiarse bien la cara y el pelo. Mucho mejor, sin duda alguna.
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Zaina no era médico. Sus artes médicas se limitaban más a los animales que a ella misma o a cualquier otro ser humano. Normalmente esto se debía a que a ella no le importaba nadie más que sus mascotas. Como excepción a todo esto, podríamos tomar como apunte el hecho de que lleva toda su vida peleando con personas. Sabe leerlas, adaptarse a ellas, jugar con ellas, es total y plenamente consciente de que la salud de la muchacha no es demasiado buena.
Julianna es médico a diferencia de ella, así que debe ser consciente de todos los problemas de salud que nuestra gatita desconoce. Por eso se fía de sus palabras, y tras tomar su mano se limita a guiarla hasta el interior del lugar. La dama de cabellos negros inspecciona el lugar de forma tranquila.
Nuestra señorita, como bien os había dicho sabía leer a la gente, por eso entró primero en aquel lugar. A diferencia de nuestra pequeña acompañante, Zaina era mucho más desvergonzada sobre cualquier tema que acabara con ella desnuda. Se desprendió de las telas de seda negra, del oro o de cualquier arreglo, cerró la taquilla y tomó la toalla.
En la única cosa que malgastó algo más de tiempo que de normal, fue en su cabello. Trenzado, largo y liso llegaba hasta la mitad de los muslos. Estaba cuidado, cuidadosamente peinado y tratado para no tener una sola punta abierta. El cabello de una dama. En cuanto entran al lugar empezó a soltarlo, dejándolo caer suelto, separándolo con sus dedos.
No pudo evitar la sonrisa, al ver que efectivamente, ambos gatos habían conseguido colarse en una de las piscinas más grandes, de esas que dan al aire libre.- Se os ve genial eh…- Jade soltó algo parecido a un gran y perezoso ronroneo en voz alta, y Zaina dejó que una sonrisa malvada pintara sus labios.- Esto es perfecto.- Se dio una ducha rápida en las pequeñas duchas que tenían antes de entrar a aquellas termas para aclararse, luego de aquello, salió por la puerta.
Tenía el arma más peligrosa de todas en la mano, una pastilla de jabón.
-Bien, es la ocasión perfecta.- Zaina se recogió el cabello en un moño, con un simple movimiento casi calculado. Una horquilla de oro lo dejó todo en su sitio, como si fuera el peinado más elegante que pudieras imaginarte… Para la tarea más burda. Agarrar al pequeño distraído fue fácil, pero en cuanto vio la pastilla de jabón entró en pánico.- Enano… Ni se te ocurra.- Rouge se revuelve, hace lo posible para no morderla o arañarla, pero al final le clava los dientes, aunque sin apretar demasiado.
-Muerde todo lo que quieras, apestas.- Lloriqueando el pequeño animal, la mujer empezaría a enjabonarle la espalda, suspirando, mientras este soltaba el mordisco y empezaba a lamer donde le había mordido.- Son un par de dramáticos, es un baño…y jabón.- Y la chica podría saber porque había usado el plural.
Con las orejas gachas, el rabo entre las piernas y un gimoteo digno de un bebé, la inmensa leopardo de ojos color jade, esperaba su destino.- ¿Me ayudarías? Es mucho cuerpo para una sola.- Ríe levemente, soltando al pequeño para que nade tras aclararse.- Lo único que acabarás llena de jabón y espuma, eso sí, al menos no son babas.
Julianna es médico a diferencia de ella, así que debe ser consciente de todos los problemas de salud que nuestra gatita desconoce. Por eso se fía de sus palabras, y tras tomar su mano se limita a guiarla hasta el interior del lugar. La dama de cabellos negros inspecciona el lugar de forma tranquila.
Nuestra señorita, como bien os había dicho sabía leer a la gente, por eso entró primero en aquel lugar. A diferencia de nuestra pequeña acompañante, Zaina era mucho más desvergonzada sobre cualquier tema que acabara con ella desnuda. Se desprendió de las telas de seda negra, del oro o de cualquier arreglo, cerró la taquilla y tomó la toalla.
En la única cosa que malgastó algo más de tiempo que de normal, fue en su cabello. Trenzado, largo y liso llegaba hasta la mitad de los muslos. Estaba cuidado, cuidadosamente peinado y tratado para no tener una sola punta abierta. El cabello de una dama. En cuanto entran al lugar empezó a soltarlo, dejándolo caer suelto, separándolo con sus dedos.
No pudo evitar la sonrisa, al ver que efectivamente, ambos gatos habían conseguido colarse en una de las piscinas más grandes, de esas que dan al aire libre.- Se os ve genial eh…- Jade soltó algo parecido a un gran y perezoso ronroneo en voz alta, y Zaina dejó que una sonrisa malvada pintara sus labios.- Esto es perfecto.- Se dio una ducha rápida en las pequeñas duchas que tenían antes de entrar a aquellas termas para aclararse, luego de aquello, salió por la puerta.
Tenía el arma más peligrosa de todas en la mano, una pastilla de jabón.
-Bien, es la ocasión perfecta.- Zaina se recogió el cabello en un moño, con un simple movimiento casi calculado. Una horquilla de oro lo dejó todo en su sitio, como si fuera el peinado más elegante que pudieras imaginarte… Para la tarea más burda. Agarrar al pequeño distraído fue fácil, pero en cuanto vio la pastilla de jabón entró en pánico.- Enano… Ni se te ocurra.- Rouge se revuelve, hace lo posible para no morderla o arañarla, pero al final le clava los dientes, aunque sin apretar demasiado.
-Muerde todo lo que quieras, apestas.- Lloriqueando el pequeño animal, la mujer empezaría a enjabonarle la espalda, suspirando, mientras este soltaba el mordisco y empezaba a lamer donde le había mordido.- Son un par de dramáticos, es un baño…y jabón.- Y la chica podría saber porque había usado el plural.
Con las orejas gachas, el rabo entre las piernas y un gimoteo digno de un bebé, la inmensa leopardo de ojos color jade, esperaba su destino.- ¿Me ayudarías? Es mucho cuerpo para una sola.- Ríe levemente, soltando al pequeño para que nade tras aclararse.- Lo único que acabarás llena de jabón y espuma, eso sí, al menos no son babas.
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Cuando Zaina llegó a la piscina, lo que más le llamó la atención fue su pelo. Largo, más de lo que había intuido al vérselo trenzado,completamente negro y bien cuidado. Se llevó una manita a la cabeza al verlo, preguntándose si debería dejarse crecer el suyo tanto. Le sentaba muy bien. Y mientras estaba cavilando, de repente se dio cuenta de que ya no estaba. ¡Era un moño! ¿En qué momento había hecho eso?
-Y solo ha necesitado una mano, claramente sabe lo que hace.
Adahír estaba igual de impresionado que ella, por descontado. Se acercaron ambos a la joven mientras se medio peleaba con el gato pequeño, aunque ella solo veía a uno de los dos. Inmersa en el agua calentita, asistió a la pelea y comprendió enseguida que el ganador estaba decidido antes de empezar. Poco después, limpio y herido en el orgullo, se alejó… dejando al enorme leopardo a merced de las mujeres. Tenía expresión compungida, pero Jul lo encontraba adorable. En cuanto Zaina le pidió ayuda asintió con ganas y agarró otra pastilla de jabón.
Con algo de dificultad y muchos ánimos por parte de Adahír, trepó con cuidado por el costado del felino hasta sentarse encima de él. Había ido poco a poco para no molestar al animal y de momento parecía tolerarla. Ya estaba mojado del salto que había pegado en la piscina, así que todo lo que tuvo que hacer fue empezar a frotar para limpiarle el pelaje. El olor a jabon y a limpio mezclados con el calor del agua y el animal eran tremendamente relajantes. Jul se dejó caer, casi tumbándose sobre el leopardo mientras le terminaba de limpiar la frente con cuidado de que no le entrara jabón en los ojos.
Adahír había subido con ella y no tardó en susurrarle una frase maliciosa al oído. Al principio intentó resistirse por vergüenza, pero ante su insistencia no pudo más que claudicar. Se asomó entre las orejas del felino y le preguntó a Zaina:
-¿Me enseñarías a peinarme como tú? Creo que tengo bastante pelo, pero no sé por dónde empezar y… es muy bonito.
No solo era bonito, si no práctico. Con un moño como ese, si lograba que aguantase tanto como el de ella, jamás se le pondría en la cara. Podría hacérselo justo antes de atender a un paciente y sería tremendamente útil. Además… era muy bonito. No podía evitarlo.
-Y solo ha necesitado una mano, claramente sabe lo que hace.
Adahír estaba igual de impresionado que ella, por descontado. Se acercaron ambos a la joven mientras se medio peleaba con el gato pequeño, aunque ella solo veía a uno de los dos. Inmersa en el agua calentita, asistió a la pelea y comprendió enseguida que el ganador estaba decidido antes de empezar. Poco después, limpio y herido en el orgullo, se alejó… dejando al enorme leopardo a merced de las mujeres. Tenía expresión compungida, pero Jul lo encontraba adorable. En cuanto Zaina le pidió ayuda asintió con ganas y agarró otra pastilla de jabón.
Con algo de dificultad y muchos ánimos por parte de Adahír, trepó con cuidado por el costado del felino hasta sentarse encima de él. Había ido poco a poco para no molestar al animal y de momento parecía tolerarla. Ya estaba mojado del salto que había pegado en la piscina, así que todo lo que tuvo que hacer fue empezar a frotar para limpiarle el pelaje. El olor a jabon y a limpio mezclados con el calor del agua y el animal eran tremendamente relajantes. Jul se dejó caer, casi tumbándose sobre el leopardo mientras le terminaba de limpiar la frente con cuidado de que no le entrara jabón en los ojos.
Adahír había subido con ella y no tardó en susurrarle una frase maliciosa al oído. Al principio intentó resistirse por vergüenza, pero ante su insistencia no pudo más que claudicar. Se asomó entre las orejas del felino y le preguntó a Zaina:
-¿Me enseñarías a peinarme como tú? Creo que tengo bastante pelo, pero no sé por dónde empezar y… es muy bonito.
No solo era bonito, si no práctico. Con un moño como ese, si lograba que aguantase tanto como el de ella, jamás se le pondría en la cara. Podría hacérselo justo antes de atender a un paciente y sería tremendamente útil. Además… era muy bonito. No podía evitarlo.
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Zaina se lo estaba pasando de lo lindo, pero sin duda la pequeña estaba disfrutándolo mucho más que ella. La mujer no pudo evitar sonreír, mientras notaba los instintos de mami de Jade activarse con la niña. Se dejó hacer de todo, de todas las formas y colores y ni se movió un solo pelo.
Cuando empezó a mojar su frente empezó a maullar, a parlotear como si fuera consciente de que ellas pudieran entenderla. Jade era tremendamente parlanchina, y para su suerte Zaina algo le comprendía. Zaina le estaba frotando la tripa, las patas que era lo que más solía llenarse de mugre.
Fue en ese momento que vio a la pequeña asomarse por la cabeza del leopardo, y no pudo evitar pensar que era una imagen de lo más adorable.- Claro, tengo que agradecerte la ayuda, Jade está tan distraída parloteando contigo que puedo limpiarle las patas sin que se queje.- Y es que normalmente era lo más molesto, en cuanto le tocaba las patas o las garras, la hembra empezaba a quejarse como si estuvieran amputándole un miembro.
Gatos, ellos y su adversa y extraña relación con el agua.
-Es bastante fácil, tuve que aprender en cuanto entendí que para ellos era como una ristra de lana.- Y es que más de un tirón desafortunado se había llevado su larga melena por culpa de aquel par. Jade cuando era pequeña le gustaba usarlo para llamarle la atención, y Rouge se pensaba capaz de usarlo para escalar.
Acordándose de todas aquellas aventuras, juegos y procesos divertidos, la muchacha enseguida recordó algo. Les hizo un gesto con la mano a ambos, indicándoles que se esperaran un momento. Toalla al cuerpo, la mujer caminó hasta donde tenían guardadas sus cosas, buscando entre ellas algo bastante concreto. Tras un par de minutos finalmente las encontró.
Agarrando el objeto en concreto, volví al lugar, dejando la toalla en su respectivo sitio y enseñándole a la muchacha lo que era. Era una horquilla algo menos elaborada que la que Zaina tenía puesta, ya que la de la mujer era algo más grande, llena de pequeñas piedras esmeraldas similares a sus ojos. Sin embargo, aquella era fina, algo más delicada y bastante agradable a la vista.
De un exquisito tono dorado con piedras azuladas y una mariposa azulada al final, con pequeñas piedras colgadas. La mujer se lo enseñaría a la chica cuando bajara a verla.- Toma, te lo daré como pago por ayudarme junto con un cursillo de cómo usarlo.- Era una pieza que no sabía cómo había acabado en su bolso, una de las horquillas que había usado cuando era joven, antes de debutar en la sociedad de Arabasta.
Estaba solamente cargada de memorias que no le gustaban, o de momentos en los que no quería pensar.
Seguía siendo un objeto hermoso, fino y vistoso, le daba pena tirarlo o venderlo a un mal precio, así que no veía tan mal la opción nueva que había encontrado. Seguro aquella chiquilla disfrutaría de aquel adorno tanto como ella lo había hecho a su edad.
Cuando empezó a mojar su frente empezó a maullar, a parlotear como si fuera consciente de que ellas pudieran entenderla. Jade era tremendamente parlanchina, y para su suerte Zaina algo le comprendía. Zaina le estaba frotando la tripa, las patas que era lo que más solía llenarse de mugre.
Fue en ese momento que vio a la pequeña asomarse por la cabeza del leopardo, y no pudo evitar pensar que era una imagen de lo más adorable.- Claro, tengo que agradecerte la ayuda, Jade está tan distraída parloteando contigo que puedo limpiarle las patas sin que se queje.- Y es que normalmente era lo más molesto, en cuanto le tocaba las patas o las garras, la hembra empezaba a quejarse como si estuvieran amputándole un miembro.
Gatos, ellos y su adversa y extraña relación con el agua.
-Es bastante fácil, tuve que aprender en cuanto entendí que para ellos era como una ristra de lana.- Y es que más de un tirón desafortunado se había llevado su larga melena por culpa de aquel par. Jade cuando era pequeña le gustaba usarlo para llamarle la atención, y Rouge se pensaba capaz de usarlo para escalar.
Acordándose de todas aquellas aventuras, juegos y procesos divertidos, la muchacha enseguida recordó algo. Les hizo un gesto con la mano a ambos, indicándoles que se esperaran un momento. Toalla al cuerpo, la mujer caminó hasta donde tenían guardadas sus cosas, buscando entre ellas algo bastante concreto. Tras un par de minutos finalmente las encontró.
Agarrando el objeto en concreto, volví al lugar, dejando la toalla en su respectivo sitio y enseñándole a la muchacha lo que era. Era una horquilla algo menos elaborada que la que Zaina tenía puesta, ya que la de la mujer era algo más grande, llena de pequeñas piedras esmeraldas similares a sus ojos. Sin embargo, aquella era fina, algo más delicada y bastante agradable a la vista.
De un exquisito tono dorado con piedras azuladas y una mariposa azulada al final, con pequeñas piedras colgadas. La mujer se lo enseñaría a la chica cuando bajara a verla.- Toma, te lo daré como pago por ayudarme junto con un cursillo de cómo usarlo.- Era una pieza que no sabía cómo había acabado en su bolso, una de las horquillas que había usado cuando era joven, antes de debutar en la sociedad de Arabasta.
Estaba solamente cargada de memorias que no le gustaban, o de momentos en los que no quería pensar.
Seguía siendo un objeto hermoso, fino y vistoso, le daba pena tirarlo o venderlo a un mal precio, así que no veía tan mal la opción nueva que había encontrado. Seguro aquella chiquilla disfrutaría de aquel adorno tanto como ella lo había hecho a su edad.
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La imagen del enorme leopardo jugueteando con la melena de Zaina hizo sonreír a la pequeña. Tal y como lo describía era como mínimo problemático, pero también hablaba del gran cariño que el gatazo tenía por la mujer.
Mientras Jul terminaba de frotar a Jade, la mujer se alejó un momento. Cuando regresó, llevaba una preciosa horquilla en las manos. Era dorada, decorada con filigranas en su totalidad y tenía una mariposa azulada en el extremo, del que colgaban un par de piedras más también azules. Era delicada y elegante, una joya. Jul no poseía nada tan bonito. Cuando Zaina dijo que se la daba para pagarle por haberle ayudado, al principio no supo cómo responder. En realidad no le había pedido ayuda, ella había salido de la nada y había comenzado a examinarle sin esperar realmente a que le hubiera dado permiso. Por otro lado… no quería rechazarla. Le orgullecía que se valoraran sus servicios, aunque no habría sabido decir un precio en berries. Y esa horquilla parecía tan elegante y delicada… quería hacer algo más para merecerla, pero no tenía muy claro como explicárselo sin parecer maleducada. Por nada del mundo querría que pareciera que no apreciaba su regalo. Al contrario, estaba encandilada.
Tras unos segundos, sonrió tímidamente y cogió la horquilla entre sus manos, observando cada detalle con alegría. Era un gran regalo. Con algo de solemnidad, salió un momento del agua para dejarlo a buen recaudo antes de regresar y ayudar a Zaina a aclarar a Jade. Con ayuda de una tina de madera que había al lado de las piscinas, se subió a su lomo y tras llenarla se aseguró de no dejar jabón bajo ningún mechón. El leopardo sacudía la cabeza, pero el proceso fue rápido y enseguida quedó reluciente. Jul se dejó caer hasta la piscina, bastante más calmada que cuando había entrado por primera vez. Su respiración se había calmado del todo y comenzaba a sentirse más confiada en compañía de los animales y de la extraña mujer con la que se había topado. Era muy amable y tenía ganas de saber algo más de ella. No solía confiar enseguida en la gente, tendía a ser precavida y lo cierto es que sus defensas no habían terminado de caer; eso estaba más allá de su control. Pero sí sabía que no quería que este encuentro fortuito se quedase en lo anecdótico. Le gustaba Zaina. Era fuerte e imponente y daba por sentado que había visto más mundo que ella. Quería encontrar una forma de hacerse su amiga, pero no estaba muy segura de por dónde empezar.
Pensando en todo esto, caminó una vez más ida y vuelta, esta vez trayendo el preciado regalo consigo para cobrarse el cursillo de peinado. Con ayuda de sus dedos y el agua, se desenredó el cabello sentada en la orilla de la piscina. Zaina le demostró una vez más en su propio pelo cómo llevaba a cabo el recogido, para después guiar sus propias manos. Tenía que sujetarlo con delicadeza y enroscarlo, primero a lo largo y después sobre sí mismo, para por fin manejar la horquilla de forma que atravesara tanto el centro como los lados, para poder sujetarlo.
Lo volvió a intentar un par de veces por su cuenta, practicando con paciencia. La parte que más se le resistía era la de enroscar, porque el clavar la horquilla logró dominarlo a la primera. No le extrañaba, tanto coser como manejar el escalpelo le habían dado bastante agilidad para tareas de ese tipo. Pronto consiguió aprender, aunque no era perfecto y algunos mechones escapaban. De todas formas, estaba satisfecha. Por el momento, era suficiente. Se giró hacia Zaina, feliz y calmada.
-Gracias por enseñarme. ¿De dónde eres? Si no te molesta responder, lo entendería. No pareces de por aquí, aunque la verdad no creo que nadie realmente sea de por aquí.
Al fin y al cabo, era una isla de paso. Frecuentada por piratas y malhechores, tenía una idea acerca del tipo de persona que crecía en una isla así y Zaina no parecía encajar en el molde.
Mientras Jul terminaba de frotar a Jade, la mujer se alejó un momento. Cuando regresó, llevaba una preciosa horquilla en las manos. Era dorada, decorada con filigranas en su totalidad y tenía una mariposa azulada en el extremo, del que colgaban un par de piedras más también azules. Era delicada y elegante, una joya. Jul no poseía nada tan bonito. Cuando Zaina dijo que se la daba para pagarle por haberle ayudado, al principio no supo cómo responder. En realidad no le había pedido ayuda, ella había salido de la nada y había comenzado a examinarle sin esperar realmente a que le hubiera dado permiso. Por otro lado… no quería rechazarla. Le orgullecía que se valoraran sus servicios, aunque no habría sabido decir un precio en berries. Y esa horquilla parecía tan elegante y delicada… quería hacer algo más para merecerla, pero no tenía muy claro como explicárselo sin parecer maleducada. Por nada del mundo querría que pareciera que no apreciaba su regalo. Al contrario, estaba encandilada.
Tras unos segundos, sonrió tímidamente y cogió la horquilla entre sus manos, observando cada detalle con alegría. Era un gran regalo. Con algo de solemnidad, salió un momento del agua para dejarlo a buen recaudo antes de regresar y ayudar a Zaina a aclarar a Jade. Con ayuda de una tina de madera que había al lado de las piscinas, se subió a su lomo y tras llenarla se aseguró de no dejar jabón bajo ningún mechón. El leopardo sacudía la cabeza, pero el proceso fue rápido y enseguida quedó reluciente. Jul se dejó caer hasta la piscina, bastante más calmada que cuando había entrado por primera vez. Su respiración se había calmado del todo y comenzaba a sentirse más confiada en compañía de los animales y de la extraña mujer con la que se había topado. Era muy amable y tenía ganas de saber algo más de ella. No solía confiar enseguida en la gente, tendía a ser precavida y lo cierto es que sus defensas no habían terminado de caer; eso estaba más allá de su control. Pero sí sabía que no quería que este encuentro fortuito se quedase en lo anecdótico. Le gustaba Zaina. Era fuerte e imponente y daba por sentado que había visto más mundo que ella. Quería encontrar una forma de hacerse su amiga, pero no estaba muy segura de por dónde empezar.
Pensando en todo esto, caminó una vez más ida y vuelta, esta vez trayendo el preciado regalo consigo para cobrarse el cursillo de peinado. Con ayuda de sus dedos y el agua, se desenredó el cabello sentada en la orilla de la piscina. Zaina le demostró una vez más en su propio pelo cómo llevaba a cabo el recogido, para después guiar sus propias manos. Tenía que sujetarlo con delicadeza y enroscarlo, primero a lo largo y después sobre sí mismo, para por fin manejar la horquilla de forma que atravesara tanto el centro como los lados, para poder sujetarlo.
Lo volvió a intentar un par de veces por su cuenta, practicando con paciencia. La parte que más se le resistía era la de enroscar, porque el clavar la horquilla logró dominarlo a la primera. No le extrañaba, tanto coser como manejar el escalpelo le habían dado bastante agilidad para tareas de ese tipo. Pronto consiguió aprender, aunque no era perfecto y algunos mechones escapaban. De todas formas, estaba satisfecha. Por el momento, era suficiente. Se giró hacia Zaina, feliz y calmada.
-Gracias por enseñarme. ¿De dónde eres? Si no te molesta responder, lo entendería. No pareces de por aquí, aunque la verdad no creo que nadie realmente sea de por aquí.
Al fin y al cabo, era una isla de paso. Frecuentada por piratas y malhechores, tenía una idea acerca del tipo de persona que crecía en una isla así y Zaina no parecía encajar en el molde.
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Fue una experiencia que la propia Zaina había extrañado en cierta parte. Ella, que siempre había tenido que actuar como el cabeza de familia hasta el nacimiento de su hermano. Recordaba estar noche y día con él, cuidarlo y mimarlo. Tenía buenos recuerdos de su hermano pese al rencor que ella siempre tuvo con él, pese a las heridas que había sufrido por su culpa. Aun recordaba cuando eran pequeños, y él se metía en la cama con ella, asustado de lo que pudiera pasar.
Era una sensación parecida a la que le daba cuando encontraba un nuevo compañero animal, y este comenzaba a confiar en ella.
Un proceso lento, cuidado y ligeramente tedioso, pero de esos que te saca una sonrisa a medida que vas viendo los resultados. Algo parecido le estaba pasando con la pequeña, era una mutua confianza que comenzaba a nacer de los pequeños momentos, gestos y palabras que intercambiaban.
Casi como si aquella niña fuera una pequeña gata blanca, dudosa, desconfiada, pero valiente y totalmente decidida. Zaina no pudo evitar sonreír al verla, una vez, ella también había sido de esa manera.
Sin embargo unas manos se habían encargado de destrozarla, y al final no había podido evitar descontrolarse. Quiso no pensar en ello, pues no era algo agradable, y prefirió disfrutar de la compañía de la chica sentada a su lado. Asintió orgullosa ante su peinado, sabiendo que había improvisado de forma maravillosa.- Puedo prometerte que en mi primer intento fue mucho peor que el tuyo, eres más diestra que yo, sin duda.- Sonríe levemente, antes de agarrar una de las toallas que andan sueltas, para agarrar al pequeño felino y comenzar a secarlo.
Era un proceso bastante delicado, ya que primero colocaba la toalla, lo sentaba encima y empezaba a frotarlo lentamente. A diferencia de Jade que ya era a prueba de balas, el pequeño podía resfriarse y ser problemático. Lo bueno era que para Zaina era ya casi como respirar, y podía hacerlo de forma automática.
-¿Yo? De Arabasta.- Sus dedos, la toalla, comenzaron a pasar por las orejas de aquel travieso felino pequeño, quejándose entre gruñiditos.- Igual que este travieso quejica que tengo entre manos.- Se notaba por el color de su pelaje anaranjado, perfecto para el camuflaje entre las dunas. La grandullona sin embargo, era otro cuento.- Jade es un Leopardo blanco gigante, la señorita, valga la ironía, es de Little Garden.- La inmensa felina bostezó, abriendo la boca de forma sonora y soltando un sonido estrangulado, antes de paladear y asentir.
Sabía que el tema era sobre ella pero no estaba prestando demasiada atención.
-¿Y tú querida? – La mira a los ojos, esperando transmitirle la misma confianza que se le trasmite a los gatos con ese gesto tan calmado y directo. Ese siempre era un tema difícil, pero nuestra niña estaba hablando con Zaina, no con Yasei. No tenía nada de qué preocuparse después de todo. La hija del visir no era ninguna despreciable carnicera que pudiera causarle daño a alguien así.
Era una sensación parecida a la que le daba cuando encontraba un nuevo compañero animal, y este comenzaba a confiar en ella.
Un proceso lento, cuidado y ligeramente tedioso, pero de esos que te saca una sonrisa a medida que vas viendo los resultados. Algo parecido le estaba pasando con la pequeña, era una mutua confianza que comenzaba a nacer de los pequeños momentos, gestos y palabras que intercambiaban.
Casi como si aquella niña fuera una pequeña gata blanca, dudosa, desconfiada, pero valiente y totalmente decidida. Zaina no pudo evitar sonreír al verla, una vez, ella también había sido de esa manera.
Sin embargo unas manos se habían encargado de destrozarla, y al final no había podido evitar descontrolarse. Quiso no pensar en ello, pues no era algo agradable, y prefirió disfrutar de la compañía de la chica sentada a su lado. Asintió orgullosa ante su peinado, sabiendo que había improvisado de forma maravillosa.- Puedo prometerte que en mi primer intento fue mucho peor que el tuyo, eres más diestra que yo, sin duda.- Sonríe levemente, antes de agarrar una de las toallas que andan sueltas, para agarrar al pequeño felino y comenzar a secarlo.
Era un proceso bastante delicado, ya que primero colocaba la toalla, lo sentaba encima y empezaba a frotarlo lentamente. A diferencia de Jade que ya era a prueba de balas, el pequeño podía resfriarse y ser problemático. Lo bueno era que para Zaina era ya casi como respirar, y podía hacerlo de forma automática.
-¿Yo? De Arabasta.- Sus dedos, la toalla, comenzaron a pasar por las orejas de aquel travieso felino pequeño, quejándose entre gruñiditos.- Igual que este travieso quejica que tengo entre manos.- Se notaba por el color de su pelaje anaranjado, perfecto para el camuflaje entre las dunas. La grandullona sin embargo, era otro cuento.- Jade es un Leopardo blanco gigante, la señorita, valga la ironía, es de Little Garden.- La inmensa felina bostezó, abriendo la boca de forma sonora y soltando un sonido estrangulado, antes de paladear y asentir.
Sabía que el tema era sobre ella pero no estaba prestando demasiada atención.
-¿Y tú querida? – La mira a los ojos, esperando transmitirle la misma confianza que se le trasmite a los gatos con ese gesto tan calmado y directo. Ese siempre era un tema difícil, pero nuestra niña estaba hablando con Zaina, no con Yasei. No tenía nada de qué preocuparse después de todo. La hija del visir no era ninguna despreciable carnicera que pudiera causarle daño a alguien así.
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Mientras Zaina se ocupaba de secar al pequeño felino, Jul se acurrucó de nuevo en el agua calentita y cerró los ojos. Escuchó con atención su respuesta, muy interesada. ¿Arabasta? Conocía ese lugar. Nunca había estado; no llevaba tanto tiempo viajando, pero había oído hablar de él. Entre sus libros de cuentos había uno en particular, de portada morada y título en grandes y estilizadas letras doradas, que narraba las leyendas e historias de Arabasta. Era una mezcla, tenía tanto historias originadas en el lugar como lo que otros sitios contaban de allí. A Jul le gustaban especialmente las primeras. Siempre podías averiguar si el autor era o no natural de Arabasta por su forma de narrar. Despreocupada, seductora, intentaban atraparte entre sus palabras sin que pareciera que lo querían demasiado. Para ella era una forma de ser muy ajena, pero adoraba el esfuerzo hábilmente escondido en una prosa que parecía fluir con naturalidad. Mirando a Zaina, se dijo que debería haberlo supuesto. Quizá no fuera escritora, pero esa personalidad corría por la sangre y no solo por la tinta.
-Nunca he ido, pero he oído muchas historias maravillosas de ese sitio. Algún día me gustaría visitarlo, la verdad. Parece precioso.
De Little Garden no había oído hablar, pero entendía la ironía del nombre. Sonriendo, le dio con cuidado caricias a Jade en el morro y ella se apresuró a darle un lametón en la mano. Esta vez no le molestó ni sobresaltó. Se limitó a meterla en el agua de nuevo, tranquilamente. Era un animal increíble y con seguridad el más grande del que había estado tan cerca. Una parte de ella seguía diciéndole que debería tener miedo, pero cada vez se sentía más a gusto. Comenzaba a cogerle cariño, aunque nunca habría dicho que eso era posible. No era algo que se hubiera planteado.
Sabía que Zaina le estaba mirando cuando le preguntó de vuelta, pero no pudo evitar esquivar sus ojos y quedarse observando a Adahír en su lugar. Tardaron unos segundos en responder, mientras ordenaban sus ideas. No era un sitio en el que les gustara pensar. Siempre querían pensar en Rodrigo, incluso en Aki, pero aquello no había sido más que una parada en el camino. No era de dónde venían y los recuerdos más tempranos solían ser los más dolorosos.
Al final, sin embargo, ambos estuvieron de acuerdo en que no tenía nada de malo ser sinceros y la pequeña se volvió a mirar a Zaina. Esbozó una pequeña sonrisa, aunque había tristeza en su mirada.
-Nací en el Nuevo Mundo, en una isla llamada Samirn. No creo que la conozcas.
Vaciló un momento, antes de continuar hablando. Suponía que se habría preguntado por qué viajaba sola siendo tan joven; la mayoría siempre se lo preguntaba. Quizá sería más fácil si arrancaba esa tirita de golpe.
-Mis padres me dejaron con mi tío cuando era muy pequeña y cuando pude apartarme de él, lo hice sin mirar atrás. Fue… complicado. Me gusta viajar, sin embargo. Es sencillo y el mundo muy grande. Intrigante. Me gusta aprender.
-Nunca he ido, pero he oído muchas historias maravillosas de ese sitio. Algún día me gustaría visitarlo, la verdad. Parece precioso.
De Little Garden no había oído hablar, pero entendía la ironía del nombre. Sonriendo, le dio con cuidado caricias a Jade en el morro y ella se apresuró a darle un lametón en la mano. Esta vez no le molestó ni sobresaltó. Se limitó a meterla en el agua de nuevo, tranquilamente. Era un animal increíble y con seguridad el más grande del que había estado tan cerca. Una parte de ella seguía diciéndole que debería tener miedo, pero cada vez se sentía más a gusto. Comenzaba a cogerle cariño, aunque nunca habría dicho que eso era posible. No era algo que se hubiera planteado.
Sabía que Zaina le estaba mirando cuando le preguntó de vuelta, pero no pudo evitar esquivar sus ojos y quedarse observando a Adahír en su lugar. Tardaron unos segundos en responder, mientras ordenaban sus ideas. No era un sitio en el que les gustara pensar. Siempre querían pensar en Rodrigo, incluso en Aki, pero aquello no había sido más que una parada en el camino. No era de dónde venían y los recuerdos más tempranos solían ser los más dolorosos.
Al final, sin embargo, ambos estuvieron de acuerdo en que no tenía nada de malo ser sinceros y la pequeña se volvió a mirar a Zaina. Esbozó una pequeña sonrisa, aunque había tristeza en su mirada.
-Nací en el Nuevo Mundo, en una isla llamada Samirn. No creo que la conozcas.
Vaciló un momento, antes de continuar hablando. Suponía que se habría preguntado por qué viajaba sola siendo tan joven; la mayoría siempre se lo preguntaba. Quizá sería más fácil si arrancaba esa tirita de golpe.
-Mis padres me dejaron con mi tío cuando era muy pequeña y cuando pude apartarme de él, lo hice sin mirar atrás. Fue… complicado. Me gusta viajar, sin embargo. Es sencillo y el mundo muy grande. Intrigante. Me gusta aprender.
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Zaina era una mujer observadora. Una mujer que había tenido que tener cuidado toda su vida, una de esas que siempre andaba con pies de plomo. En su mundo, en el que se había criado, cualquier palabra desacertada, un gesto esquivo o una mala jugada, podía llevarte a la muerte, y con el paso de los años, se había adaptado.
No, no se había adaptado, había dominado a todos y cada uno de los hombres y mujeres que habían intentado ponerse sobre ella. Quizás por eso se daba cuenta de los gestos de la pequeña, de la forma que parecía mirar a la nada, como si en ella pudiera encontrar la respuesta a todo. Como si fuera un consuelo.
Al principio pensaba que quizás buscaba algo con la mirada, pero al no ver nada, pensó simplemente que la chiquilla hacía algo que mucha gente solía hacer. Cuando se encontraba en una situación tensa, en un momento que no sabía cómo manejar, pensaban en una situación o momento más agradables, y se perdían en esa imagen. Quizás la asustaba, y la chiquilla pensaba ahora en un lugar en el que no tuviera que responderle preguntas a una loca con dos gatos extraños.
Decidió negar, centrarse en lo que tenía delante y dejar a la pequeña perderse en todos y cada uno de los fantasmas que deseara. Soltó al pequeño gato, y ese se sentó cerca de la orilla, mirando curioso a su pequeña nueva amiga. Zaina dejó que ella hablara, que se quitara ese peso de encima a una respuesta que quizás había sido dura para ambas.
-Te envidio mucho… Tardé años en tener el coraje para poder viajar sola, para poder escapar y vivir para buscar lo que quería.- La mujer se sentó en la orilla, metiendo los pies en aquella agua, cerrando un momento los ojos.- Arabasta es hermosa, pero si miras cuidadosamente, solo verás una cárcel de oro para algunas personas.- Le sonríe de forma suave, y de forma cariñosa y casi cómplice, la mujer le aparta un cabello detrás de la oreja a la muchacha.
-Sigue viajando querida, llega a todos los lugares, duerme cada noche en un lugar, enamórate, comete errores… Pero vive, y no dejes que nada ni nadie te diga lo contrario.- Sonríe, entrando de nuevo al agua.- Esa es la mejor manera de todas de aprender.- Y así ella iba aprendiendo, iba mejorando. Borrando el rastro de cosas pasadas, de cosas presentes que no quería pensar, acercándose a un futuro que estaba deseosa de conocer.
No, no se había adaptado, había dominado a todos y cada uno de los hombres y mujeres que habían intentado ponerse sobre ella. Quizás por eso se daba cuenta de los gestos de la pequeña, de la forma que parecía mirar a la nada, como si en ella pudiera encontrar la respuesta a todo. Como si fuera un consuelo.
Al principio pensaba que quizás buscaba algo con la mirada, pero al no ver nada, pensó simplemente que la chiquilla hacía algo que mucha gente solía hacer. Cuando se encontraba en una situación tensa, en un momento que no sabía cómo manejar, pensaban en una situación o momento más agradables, y se perdían en esa imagen. Quizás la asustaba, y la chiquilla pensaba ahora en un lugar en el que no tuviera que responderle preguntas a una loca con dos gatos extraños.
Decidió negar, centrarse en lo que tenía delante y dejar a la pequeña perderse en todos y cada uno de los fantasmas que deseara. Soltó al pequeño gato, y ese se sentó cerca de la orilla, mirando curioso a su pequeña nueva amiga. Zaina dejó que ella hablara, que se quitara ese peso de encima a una respuesta que quizás había sido dura para ambas.
-Te envidio mucho… Tardé años en tener el coraje para poder viajar sola, para poder escapar y vivir para buscar lo que quería.- La mujer se sentó en la orilla, metiendo los pies en aquella agua, cerrando un momento los ojos.- Arabasta es hermosa, pero si miras cuidadosamente, solo verás una cárcel de oro para algunas personas.- Le sonríe de forma suave, y de forma cariñosa y casi cómplice, la mujer le aparta un cabello detrás de la oreja a la muchacha.
-Sigue viajando querida, llega a todos los lugares, duerme cada noche en un lugar, enamórate, comete errores… Pero vive, y no dejes que nada ni nadie te diga lo contrario.- Sonríe, entrando de nuevo al agua.- Esa es la mejor manera de todas de aprender.- Y así ella iba aprendiendo, iba mejorando. Borrando el rastro de cosas pasadas, de cosas presentes que no quería pensar, acercándose a un futuro que estaba deseosa de conocer.
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Creía a Zaina cuando decía que le envidiaba, pero estaba convencida de que de haber estado en su lugar pudiera seguir opinando lo mismo. Ella no se había ido de casa de su tío por propia voluntad, al fin y al cabo. Le habían sacado de allí. Puede que a partir de entonces hubiera comenzado a tomar las riendas de su propia vida, pero no podía otorgarse el mérito por un coraje que en realidad no había tenido. Suerte, nada más. De todas formas, no valía la pena corregir un malentendido tan pequeño. El pasado no iba a venir a buscarla por arte de magia, al fin y al cabo. Sonrió con tranquilidad cuando ella le colocó un mechón fugitivo detrás de la oreja. Qué cálido.
-Lo tendré en cuenta si alguna vez decido pasarme por allí.
Le gustaron sus consejos. Había pasión detrás de sus palabras y le daban ganas de zarpar de nuevo. En realidad, ahora que se daba cuenta, tanto agua caliente estaba comenzando a subírsele a la cabeza. ¿Estaba colorada? Se llevó una mano a la frente, pero no fue capaz de discernirlo. Sin embargo, se irguió y se arropó en el albornoz que había cogido de los vestuarios. Sentada en la fría piedra, con solo los pies en el agua, se sentía mucho mejor. El gato pequeño se había tumbado a su lado y se entretuvo acariciándole un poco la cabecita. Comenzó con prudencia, pero al ver que disfrutaba los mimos se quedó más tranquila.
-Y… ¿qué te trae por aquí? Supongo que estás de paso, igual que yo.
Vio como al pequeño se le levantaban las orejas un segundo antes de escuchar el estruendo. Pegó un pequeño bote en su sitio al oír el ruido de cristales rotos, alguien cayéndose y una sonora risa justo después. Miró a Zaina con extrañeza e hizo ademán de levantarse; su arma seguía en el vestuario. Sin embargo, antes de que pudiera levantarse, dos hombres y una mujer entraron en el lugar. Eran piratas, la forma en que vestían no dejaba ninguna duda, aunque tampoco es que se esforzaran en ocultar los sables y las pistolas.
-¡EEhhh! ¿Qué os dije? Este sitio es cojonudo. Venga, me pido la grande. ¡Si hasta tenemos buena compañía!
El más gordo soltó un silbido hacia las dos chicas y los gatos, mientras su compañero se apresuraba a desnudarse y tirarse en bomba a la piscina. La chica, por su parte, se había quedado en bikini y metido en la más pequeña, pistola todavía en mano. No parecía muy atenta a sus compañeros.
Jul se debatía. No quería estar con ellos, pero provocar un conflicto parecía a todas luces una horrible idea. No parecían intimidados ni por ellas ni por Jade y no sabía cómo hablar con Zaina sin que les escucharan.
De repente, el tercero se metió en el agua al lado de Jul, justo entre ambas chicas. Le hizo un gesto con la cabeza a Zaina, con una sonrisa bobalicona de oreja a oreja.
-¡Precioso día, eh!
-Lo tendré en cuenta si alguna vez decido pasarme por allí.
Le gustaron sus consejos. Había pasión detrás de sus palabras y le daban ganas de zarpar de nuevo. En realidad, ahora que se daba cuenta, tanto agua caliente estaba comenzando a subírsele a la cabeza. ¿Estaba colorada? Se llevó una mano a la frente, pero no fue capaz de discernirlo. Sin embargo, se irguió y se arropó en el albornoz que había cogido de los vestuarios. Sentada en la fría piedra, con solo los pies en el agua, se sentía mucho mejor. El gato pequeño se había tumbado a su lado y se entretuvo acariciándole un poco la cabecita. Comenzó con prudencia, pero al ver que disfrutaba los mimos se quedó más tranquila.
-Y… ¿qué te trae por aquí? Supongo que estás de paso, igual que yo.
Vio como al pequeño se le levantaban las orejas un segundo antes de escuchar el estruendo. Pegó un pequeño bote en su sitio al oír el ruido de cristales rotos, alguien cayéndose y una sonora risa justo después. Miró a Zaina con extrañeza e hizo ademán de levantarse; su arma seguía en el vestuario. Sin embargo, antes de que pudiera levantarse, dos hombres y una mujer entraron en el lugar. Eran piratas, la forma en que vestían no dejaba ninguna duda, aunque tampoco es que se esforzaran en ocultar los sables y las pistolas.
-¡EEhhh! ¿Qué os dije? Este sitio es cojonudo. Venga, me pido la grande. ¡Si hasta tenemos buena compañía!
El más gordo soltó un silbido hacia las dos chicas y los gatos, mientras su compañero se apresuraba a desnudarse y tirarse en bomba a la piscina. La chica, por su parte, se había quedado en bikini y metido en la más pequeña, pistola todavía en mano. No parecía muy atenta a sus compañeros.
Jul se debatía. No quería estar con ellos, pero provocar un conflicto parecía a todas luces una horrible idea. No parecían intimidados ni por ellas ni por Jade y no sabía cómo hablar con Zaina sin que les escucharan.
De repente, el tercero se metió en el agua al lado de Jul, justo entre ambas chicas. Le hizo un gesto con la cabeza a Zaina, con una sonrisa bobalicona de oreja a oreja.
-¡Precioso día, eh!
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Zaina era una mujer calmada, pocas cosas en su vida podían sacar ese semblante de animal calculador. Yasei siempre había sido otro cuento, tenía la capacidad de arder con una simple chispa, de quemarlo todo si hacía falta. Pero no era el momento de pensar en eso, era el momento de centrarse en lo que estaba pasando.
Le agradaba la muchacha, sus pequeños gestos, su suave sonrisa, la manera de ser tan naturalmente dulce. El recuerdo de su hermano pequeño hizo que frunciera suavemente el ceño, pero decidió borrarlo tan fácilmente como había aparecido en su cabeza. Era una parte de su vida que había abandonado, y era una parte que no iba a reclamar.
-De paso… Tengo pendiente ir a una isla cercana.- No terminó del todo su explicación, Rouge había levantado una oreja y Zaina sabía que pasaba algo. Tanto ella como como Jade se quedaron tranquilas, estáticas. Miraron de reojo a la pequeña, y luego finalmente, dejaron que entraran los piratas.
La dama de cabellos oscuros estaba cubierta por una toalla, con el cabello recogido y una expresión indiferente, incluso aunque la gente estaba armando barullo. Jade estaba metida en el agua, tumbada, relajándose un poco de todo lo que estaba pasando.
-Lo era, hasta que decidiste meterte en medio.- Zaina se levantó de manera calmada, agarró a la chica del brazo y como si no pesara más que una pluma, la movió hacia un lado. Le sonrió para tranquilizarla, antes de hablar.- Recto.- Una simple palabra, una orden bien dada. Jade saltó del agua impulsada en sus patas traseras, levantando el agua de forma brusca. Sus garras y todo su cuerpo usaron la potencia de aquel salto para empujar al hombre.
Las más de cuatro toneladas de gato arrasaron con todo aquel lateral, empujando al hombre por medio de paredes y zonas.- Nos vamos a tener que ir.-Una sonrisa traviesa, un movimiento calculador y una palabra clara y concisa.- Cúbrete.- Dejaría suelta a la chica, esperando que aceptara la proposición de Jade, el camino que el leopardo le abría.
La mujer de cabellos negros aprovechó la distracción para entrar en la zona de vestidores, tardó apenas un par de minutos en ponerse algo por encima y agarrar aquellas garras que siempre llevaba. Jade mientras tanto empezó a rugir con fuerza, buscando mantener alejados a aquel par que esperaba el momento adecuado para disparar.
-Tiene mal carácter, yo que vosotros no lo haría.- La dama avisa con calma, mientras sale con aquellos guantes similares a unas garras de animal.- Aunque oye… Estoy segura de que al menos haríamos este baño más interesante.- Ella estaba acostumbrada a pelear, sabía de sobra que podía ser molesto, de mal gusto y bastante desastroso pelear con Jade dando vueltas por allí. Pero eso no quería decir que no fuera a hacerlo, estaba enfadada, molesta y habían fastidiado su momento de baño y disfrute con su nueva amiga.
-Qué demonios, hasta yo estoy enfadada.- La dama de cabellos oscuros y orbes esmeralda se preparó por aquello, aunque no vamos a negar que estaba más pendiente de ver que hacía su amiga. Nunca debes juzgar un libro por su portada, y ella era total y plenamente consciente de ello.
Le agradaba la muchacha, sus pequeños gestos, su suave sonrisa, la manera de ser tan naturalmente dulce. El recuerdo de su hermano pequeño hizo que frunciera suavemente el ceño, pero decidió borrarlo tan fácilmente como había aparecido en su cabeza. Era una parte de su vida que había abandonado, y era una parte que no iba a reclamar.
-De paso… Tengo pendiente ir a una isla cercana.- No terminó del todo su explicación, Rouge había levantado una oreja y Zaina sabía que pasaba algo. Tanto ella como como Jade se quedaron tranquilas, estáticas. Miraron de reojo a la pequeña, y luego finalmente, dejaron que entraran los piratas.
La dama de cabellos oscuros estaba cubierta por una toalla, con el cabello recogido y una expresión indiferente, incluso aunque la gente estaba armando barullo. Jade estaba metida en el agua, tumbada, relajándose un poco de todo lo que estaba pasando.
-Lo era, hasta que decidiste meterte en medio.- Zaina se levantó de manera calmada, agarró a la chica del brazo y como si no pesara más que una pluma, la movió hacia un lado. Le sonrió para tranquilizarla, antes de hablar.- Recto.- Una simple palabra, una orden bien dada. Jade saltó del agua impulsada en sus patas traseras, levantando el agua de forma brusca. Sus garras y todo su cuerpo usaron la potencia de aquel salto para empujar al hombre.
Las más de cuatro toneladas de gato arrasaron con todo aquel lateral, empujando al hombre por medio de paredes y zonas.- Nos vamos a tener que ir.-Una sonrisa traviesa, un movimiento calculador y una palabra clara y concisa.- Cúbrete.- Dejaría suelta a la chica, esperando que aceptara la proposición de Jade, el camino que el leopardo le abría.
La mujer de cabellos negros aprovechó la distracción para entrar en la zona de vestidores, tardó apenas un par de minutos en ponerse algo por encima y agarrar aquellas garras que siempre llevaba. Jade mientras tanto empezó a rugir con fuerza, buscando mantener alejados a aquel par que esperaba el momento adecuado para disparar.
-Tiene mal carácter, yo que vosotros no lo haría.- La dama avisa con calma, mientras sale con aquellos guantes similares a unas garras de animal.- Aunque oye… Estoy segura de que al menos haríamos este baño más interesante.- Ella estaba acostumbrada a pelear, sabía de sobra que podía ser molesto, de mal gusto y bastante desastroso pelear con Jade dando vueltas por allí. Pero eso no quería decir que no fuera a hacerlo, estaba enfadada, molesta y habían fastidiado su momento de baño y disfrute con su nueva amiga.
-Qué demonios, hasta yo estoy enfadada.- La dama de cabellos oscuros y orbes esmeralda se preparó por aquello, aunque no vamos a negar que estaba más pendiente de ver que hacía su amiga. Nunca debes juzgar un libro por su portada, y ella era total y plenamente consciente de ello.
Julianna M. Shelley
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Jul se había quedado en blanco. Se dio cuenta cuando Zaina le cogió y movió sin apenas esfuerzo, con total naturalidad. Volvió en sí en cuanto soltó su mano y vio a Adahír frente a ella, con cara de preocupación. A su izquierda, Jade estaba atropellando al impresentable que se había colado en el agua con ellas. Sonriendo para sí, siguió a Zaina al interior de los vestuarios. Las cosas estaban a punto de complicarse, pero ellas iban a estar bien.
Se apresuró a ponerse su camisón en lugar del vestido que traía. Era más rápido y no necesitaba más para poder defenderse con comodidad. Se habría dejado la toalla, pero no quería estar pendiente de que se cayera o no. Agarró también su sable, consciente de que lo único que evitaba que los dos piratas de fuera les dispararan eran la amenaza velada de Zaina y el gato anaranjado que los estaba manteniendo a raya.
Mientras decidía cómo proceder, se dio cuenta de la mirada de Adahír. Tenía razón. Con tranquilidad, se dirigió a la parte delantera del lugar y se aseguró de cerrar todas las puertas, atrancándolas con sillas. No había rastro de los dueños de los baños, suponía que habían huido al ver a los piratas. No les culpaba, pero ella no tenía por qué correr. De todas formas, era mejor frenar a posibles curiosos en caso de que alguien empezara a hacer ruido.
Regresó a la parte de atrás y las cosas no habían cambiado. Los piratas todavía estaban con las armas en alto y expresión de furia. Jul comprendió que no podían dejarles marchar. Estaban en una isla que acogía a todo tipo de criminales; si escapaban, volverían con refuerzos para recoger su orgullo… haciéndoles daño a ellas. Ahora al menos tenían la ventaja de tenerlos acorralados. La idea de matarles a sangre fría se le hacía… pesada. No habían hecho nada, tan solo se habían colado y sido maleducados. Eran una amenaza, pero… no dejaban de ser una vida. Se acercó a la pirata, todavía con el rapier en la mano.
-Si os dejamos ir, no vais a dejarlo estar, ¿verdad?
Por toda respuesta, la mujer le escupió a la cara. Jul se limpió la mejilla en completo silencio. Dirigió la espada hacia delante y la mujer cayó de rodillas ante ella. Había miedo en su mirada. Aprovechando su desconcierto, le cogió la pistola con delicadeza. Ni siquiera le había dado tiempo a disparar, aunque suponía que tampoco le había considerado una amenaza. En fin, ahora era ella quien definitivamente no lo era. Y su compañero estaba siendo acorralado por Rouge, así que tampoco parecía que fuera a hacer ninguna tontería. Se giró hacia Zaina, algo insegura. No creía haberla molestado, aunque igual le había sorprendido.
-Solo le he cortado el nervio tras la rodilla. No sangrará mucho, pero si no se lo cosen en seguida no creo que vuelva a caminar.-Se encogió de hombros.- Y yo no pienso hacerlo, me ha escupido.
Adahír estaba sonriendo, disfrutando con la situación. Después de todas las veces que había tenido que mirar impotente cómo algo horrible pasaba, era una gozada para él ver cómo la pequeña se defendía.
-¿Qué deberíamos hacer? Si se van de aquí seguro que traen refuerzos. Pero matarlos… parece un poco exagerado. No son más que piratas maleducados. ¿Qué opinas?
Se apresuró a ponerse su camisón en lugar del vestido que traía. Era más rápido y no necesitaba más para poder defenderse con comodidad. Se habría dejado la toalla, pero no quería estar pendiente de que se cayera o no. Agarró también su sable, consciente de que lo único que evitaba que los dos piratas de fuera les dispararan eran la amenaza velada de Zaina y el gato anaranjado que los estaba manteniendo a raya.
Mientras decidía cómo proceder, se dio cuenta de la mirada de Adahír. Tenía razón. Con tranquilidad, se dirigió a la parte delantera del lugar y se aseguró de cerrar todas las puertas, atrancándolas con sillas. No había rastro de los dueños de los baños, suponía que habían huido al ver a los piratas. No les culpaba, pero ella no tenía por qué correr. De todas formas, era mejor frenar a posibles curiosos en caso de que alguien empezara a hacer ruido.
Regresó a la parte de atrás y las cosas no habían cambiado. Los piratas todavía estaban con las armas en alto y expresión de furia. Jul comprendió que no podían dejarles marchar. Estaban en una isla que acogía a todo tipo de criminales; si escapaban, volverían con refuerzos para recoger su orgullo… haciéndoles daño a ellas. Ahora al menos tenían la ventaja de tenerlos acorralados. La idea de matarles a sangre fría se le hacía… pesada. No habían hecho nada, tan solo se habían colado y sido maleducados. Eran una amenaza, pero… no dejaban de ser una vida. Se acercó a la pirata, todavía con el rapier en la mano.
-Si os dejamos ir, no vais a dejarlo estar, ¿verdad?
Por toda respuesta, la mujer le escupió a la cara. Jul se limpió la mejilla en completo silencio. Dirigió la espada hacia delante y la mujer cayó de rodillas ante ella. Había miedo en su mirada. Aprovechando su desconcierto, le cogió la pistola con delicadeza. Ni siquiera le había dado tiempo a disparar, aunque suponía que tampoco le había considerado una amenaza. En fin, ahora era ella quien definitivamente no lo era. Y su compañero estaba siendo acorralado por Rouge, así que tampoco parecía que fuera a hacer ninguna tontería. Se giró hacia Zaina, algo insegura. No creía haberla molestado, aunque igual le había sorprendido.
-Solo le he cortado el nervio tras la rodilla. No sangrará mucho, pero si no se lo cosen en seguida no creo que vuelva a caminar.-Se encogió de hombros.- Y yo no pienso hacerlo, me ha escupido.
Adahír estaba sonriendo, disfrutando con la situación. Después de todas las veces que había tenido que mirar impotente cómo algo horrible pasaba, era una gozada para él ver cómo la pequeña se defendía.
-¿Qué deberíamos hacer? Si se van de aquí seguro que traen refuerzos. Pero matarlos… parece un poco exagerado. No son más que piratas maleducados. ¿Qué opinas?
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Zaina adoraba las sorpresas, y negar que nuestra pequeña niña fuera una caja de ellas hubiera sido una estupidez. Lejos de lo que estaba acostumbrada, la muchacha no parecía molesta o inquieta por la situación. Se había dejado mover, se había vestido y había comenzado con todo aquello tan rápido como la mujer de cabellos negros había decidido que aquello no le convencía demasiado.
-Desgraciadamente, una rata nunca tendrá modales, querida.- Y solo confirmó sus palabras el hecho de que la mujer le escupiera en la mejilla. Frunció el ceño, tanto Jade como Rouge se vieron molestos, pero ella misma fue la que impartió la justicia.
Lejos de escandalizarse, nuestra señorita de orbes esmeraldas pestañeó varias veces, sorprendida y complacida ante lo que acababa de ver. Sin duda aquella muchacha hubiera sido una adquisición mejor que cualquier mascota. Zaina aplaudió de forma leve, y aquellas garras chocaron en un suave tintineo creado por el metal.- Magnífico, sin duda, tienes un toque para el sarcasmo que me hace adorarte, sin duda.- Le guiña un ojo divertida, y el hombre que queda en pie hace intento de moverse. Rouge salta entre sus pies y muerde los tendones del talón.
Sus colmillos desgarran la piel y hacen que el hombre pierda el equilibrio hacia el frente. Podía ser pequeño, pero seguía teniendo esa capacidad de destrozar a lo que le molestaba, de atacar de forma traviesa y mala. Zaina se agachó hasta ponerse a su lado, mientras sus garras paseaban suavemente por el cuello del hombre.- Bueno querida… ¿Consideramos la caza como un asesinato? –Aquella pregunta fue bastante relativa, pues a sus espaldas empezarían a escuchar un ruido seco, brutal y desastroso.
Huesos, carne, sangre, todo parecía comprimirse como si se cerrara a presión y es que Jade estaba engullendo aquel cadáver como si se le fuera la vida en ello.- El baño siempre le abre el apetito, seguro que Rouge también tiene hambre.-El hombre en el suelo empezó a temblar, y el pequeño caracal se posó a su lado, relamiéndose. Jade podía ingerir sin problemas doscientos cincuenta kilos de carne, y ahora mismo haciendo cálculos podría comérselos a los dos sin problemas.
-Recuerda guardar algo de carne blanda, Rouge tiene que comer también.- El leopardo se giró con calma, mientras se relamía con cierta calma. La sangre manchaba su pelaje blanco, y la mujer no pudo evitar suspirar, mientras que comenzaba a cortar distancias con los otros dos piratas.- Por eso tengo que bañarla cada dos por tres, tiene pocos modales en la mesa, y su pelaje es blanco, como la sangre se le seque.- Le cuenta a su nueva amiga, mientras el hombre y la mujer comienzan a entrar en pánico.
Es una de esas situaciones que a la gente normal debería de asustarle, pero es de las que ella más disfruta, la justicia poética que aquel mundo necesitaba. Jade era educada, evitaba que la sangre llegara al agua, y tal como había enjuagado sus patas para no mancharlas en la pequeña zona, estaba esperando a que le acercaran al hombre.
-La tengo bien educada, eso sí, sabe que tiene que respetar los espacios públicos.- Agarró al hombre del hombro, clavando aquellas garras como si fueran un cepo. Comenzó a arrastrarlo, llevándolo hasta delante del animal.- Bueno, pues si nuestra pequeña compañera no tiene problemas… Que te aproveche, querida Jade.
-Desgraciadamente, una rata nunca tendrá modales, querida.- Y solo confirmó sus palabras el hecho de que la mujer le escupiera en la mejilla. Frunció el ceño, tanto Jade como Rouge se vieron molestos, pero ella misma fue la que impartió la justicia.
Lejos de escandalizarse, nuestra señorita de orbes esmeraldas pestañeó varias veces, sorprendida y complacida ante lo que acababa de ver. Sin duda aquella muchacha hubiera sido una adquisición mejor que cualquier mascota. Zaina aplaudió de forma leve, y aquellas garras chocaron en un suave tintineo creado por el metal.- Magnífico, sin duda, tienes un toque para el sarcasmo que me hace adorarte, sin duda.- Le guiña un ojo divertida, y el hombre que queda en pie hace intento de moverse. Rouge salta entre sus pies y muerde los tendones del talón.
Sus colmillos desgarran la piel y hacen que el hombre pierda el equilibrio hacia el frente. Podía ser pequeño, pero seguía teniendo esa capacidad de destrozar a lo que le molestaba, de atacar de forma traviesa y mala. Zaina se agachó hasta ponerse a su lado, mientras sus garras paseaban suavemente por el cuello del hombre.- Bueno querida… ¿Consideramos la caza como un asesinato? –Aquella pregunta fue bastante relativa, pues a sus espaldas empezarían a escuchar un ruido seco, brutal y desastroso.
Huesos, carne, sangre, todo parecía comprimirse como si se cerrara a presión y es que Jade estaba engullendo aquel cadáver como si se le fuera la vida en ello.- El baño siempre le abre el apetito, seguro que Rouge también tiene hambre.-El hombre en el suelo empezó a temblar, y el pequeño caracal se posó a su lado, relamiéndose. Jade podía ingerir sin problemas doscientos cincuenta kilos de carne, y ahora mismo haciendo cálculos podría comérselos a los dos sin problemas.
-Recuerda guardar algo de carne blanda, Rouge tiene que comer también.- El leopardo se giró con calma, mientras se relamía con cierta calma. La sangre manchaba su pelaje blanco, y la mujer no pudo evitar suspirar, mientras que comenzaba a cortar distancias con los otros dos piratas.- Por eso tengo que bañarla cada dos por tres, tiene pocos modales en la mesa, y su pelaje es blanco, como la sangre se le seque.- Le cuenta a su nueva amiga, mientras el hombre y la mujer comienzan a entrar en pánico.
Es una de esas situaciones que a la gente normal debería de asustarle, pero es de las que ella más disfruta, la justicia poética que aquel mundo necesitaba. Jade era educada, evitaba que la sangre llegara al agua, y tal como había enjuagado sus patas para no mancharlas en la pequeña zona, estaba esperando a que le acercaran al hombre.
-La tengo bien educada, eso sí, sabe que tiene que respetar los espacios públicos.- Agarró al hombre del hombro, clavando aquellas garras como si fueran un cepo. Comenzó a arrastrarlo, llevándolo hasta delante del animal.- Bueno, pues si nuestra pequeña compañera no tiene problemas… Que te aproveche, querida Jade.
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El sonido del peculiar aplauso a su espalda le sorprendió. ¿Sarcasmo? No terminaba de entenderlo, pero parecía que el movimiento le había gustado. Quería sonreír ante sus palabras, pero la situación era seria. Un poco, al menos. Por maleducada que fuera la pirata, ella todavía conservaba su buena educación y reírse mientras ella estaba de rodillas habría sido descortés.
El otro pirata cayó al suelo también, presa de los colmillos del felino más pequeño. Zaina puso otra opción sobre la mesa, una opción que en realidad le parecía más que adecuada. No podía ser sencillo encontrar comida para gatos tan grandes, ¿no? De esta manera se quitaban de encima un problema y seguían sirviendo un propósito. Dos pájaros de un tiro. Asintió, mientras escuchaba como a su espalda Jade comenzaba su festín. Tampoco era como si hubiera podido pararlo, aunque no habría querido.
-Si lo reclaman, es suyo. – comentó simplemente.
El leopardo regresó, con el pelaje manchado de sangre. No había duda de que acababa de terminar con el primer pirata, pero todavía parecía tener hambre. Aún así, aguardaba educadamente sin manchar el agua. Zaina les había enseñado bien y Jul le admiró por ello. Ella no sería capaz de comunicarse de esa forma con ningún animal, a lo más que llegaba era a mimarlos. De hecho, ahora que lo pensaba había algo que sí podía hacer por ellos.
-Deja que Jade termine con ese, yo prepararé el plato de Rouge. Carne blanda, ¿verdad?
Se arrodilló delante de la mujer, mirándola un momento. Había empezado a llorar de rabia, sin hacer ruido. No le culpaba, sabía que iba a morir y no tenía forma de escapar. ¿Le daría miedo? Estaba bien, podía ayudar con eso.
-Tranquila, no dolerá. –Le prometió. Se habría disculpado, le habría dicho que deseaba que hubiera tenido una buena vida, pero en unos segundos ya no importaría.
Con una mano, le tapó los ojos. Mejor si no lo veía venir. Con cuidado, le atravesó en el pecho, justo en el corazón. Apenas se movió; cinco segundos después yacía muerta en el suelo. Jul la arrastró un poco para asegurarse de que estaba lo bastante alejada de la piscina. Ya tenía el estómago al descubierto, por lo que abrirla fue sencillo. Con delicadeza, cortó el órgano que le interesaba. Habría sido más sencillo con su escalpelo, pero no quería regresar al vestuario; el rapier cumplía bien el servicio. Agarró el hígado de la mujer y lo fileteó en cachos manejables mientras lo sujetaba en su mano. Una vez terminado, se giró e hizo un gesto para llamar la atención de ama y animal. Al fin y al cabo, no iba a darle de comer sin tener el visto bueno de Zaina. Estaba casi segura de que el hígado no solo era comestible, si no un bocado exquisito para un gato, pero prefería confirmarlo.
Por supuesto, no era la única parte de la mujer que podía aprovecharse. Siguió cortando las partes blandas con tranquilidad, hasta que Rouge pareció satisfecho. Lo que quedaba, poco reconocible salvo por la cabeza, bien podía ser de Jade si lo quería. Desde luego ella no iba a comerlo y no quedaba suficiente como para hacer ningún experimento o estudio.
Se apartó y por primera vez se miró a si misma. Estaba cubierta en sangre. Con una pequeña mueca de incomodidad, se levantó y se dirigió a las duchas, dispuesta a sacárselo todo y de paso limpiar su rapier a conciencia.
-¡Espero que les haya gustado la comida!- comentó mientras terminaba de lavarse.
El otro pirata cayó al suelo también, presa de los colmillos del felino más pequeño. Zaina puso otra opción sobre la mesa, una opción que en realidad le parecía más que adecuada. No podía ser sencillo encontrar comida para gatos tan grandes, ¿no? De esta manera se quitaban de encima un problema y seguían sirviendo un propósito. Dos pájaros de un tiro. Asintió, mientras escuchaba como a su espalda Jade comenzaba su festín. Tampoco era como si hubiera podido pararlo, aunque no habría querido.
-Si lo reclaman, es suyo. – comentó simplemente.
El leopardo regresó, con el pelaje manchado de sangre. No había duda de que acababa de terminar con el primer pirata, pero todavía parecía tener hambre. Aún así, aguardaba educadamente sin manchar el agua. Zaina les había enseñado bien y Jul le admiró por ello. Ella no sería capaz de comunicarse de esa forma con ningún animal, a lo más que llegaba era a mimarlos. De hecho, ahora que lo pensaba había algo que sí podía hacer por ellos.
-Deja que Jade termine con ese, yo prepararé el plato de Rouge. Carne blanda, ¿verdad?
Se arrodilló delante de la mujer, mirándola un momento. Había empezado a llorar de rabia, sin hacer ruido. No le culpaba, sabía que iba a morir y no tenía forma de escapar. ¿Le daría miedo? Estaba bien, podía ayudar con eso.
-Tranquila, no dolerá. –Le prometió. Se habría disculpado, le habría dicho que deseaba que hubiera tenido una buena vida, pero en unos segundos ya no importaría.
Con una mano, le tapó los ojos. Mejor si no lo veía venir. Con cuidado, le atravesó en el pecho, justo en el corazón. Apenas se movió; cinco segundos después yacía muerta en el suelo. Jul la arrastró un poco para asegurarse de que estaba lo bastante alejada de la piscina. Ya tenía el estómago al descubierto, por lo que abrirla fue sencillo. Con delicadeza, cortó el órgano que le interesaba. Habría sido más sencillo con su escalpelo, pero no quería regresar al vestuario; el rapier cumplía bien el servicio. Agarró el hígado de la mujer y lo fileteó en cachos manejables mientras lo sujetaba en su mano. Una vez terminado, se giró e hizo un gesto para llamar la atención de ama y animal. Al fin y al cabo, no iba a darle de comer sin tener el visto bueno de Zaina. Estaba casi segura de que el hígado no solo era comestible, si no un bocado exquisito para un gato, pero prefería confirmarlo.
Por supuesto, no era la única parte de la mujer que podía aprovecharse. Siguió cortando las partes blandas con tranquilidad, hasta que Rouge pareció satisfecho. Lo que quedaba, poco reconocible salvo por la cabeza, bien podía ser de Jade si lo quería. Desde luego ella no iba a comerlo y no quedaba suficiente como para hacer ningún experimento o estudio.
Se apartó y por primera vez se miró a si misma. Estaba cubierta en sangre. Con una pequeña mueca de incomodidad, se levantó y se dirigió a las duchas, dispuesta a sacárselo todo y de paso limpiar su rapier a conciencia.
-¡Espero que les haya gustado la comida!- comentó mientras terminaba de lavarse.
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En algún momento Zaina había quedado en algún rincón de aquella cabeza, y Yasei había salido tranquilamente a jugar. Mientras que la mujer de ojos esmeralda veía a su felino acercarse, se limitó a facilitar todo aquel trabajo. Le dislocó los hombros al pirata, colocando un pie en su hombro y tirando del brazo, el chasquido excitó instantáneamente a Jade y la hizo relamerse.- Luego te atragantas si van unidos.- Un tirón más brusco, y sus garras separan los brazos del tronco, antes de que el leopardo comience a comer de nuevo.
-Oh si puedes, con las garras es más complejo.- Ella estaba acostumbrada a cocinar carne humana, separarla y servirla para sus animales. Se había hecho cocinera por ello y encontraba una especie de calma y relajación en aquel trabajo. Tal vez por eso miró a la chiquilla trabajar, mientras que Rouge se preparaba para su comida.
Sin duda se notaba que hacía uso de su conocimiento como médico, los cortes eran precisos y bastante amplios, nada de movimientos inútiles, y su conocimiento del cuerpo humano era un plus envidiable. Asintió de forma suave ante el trozo de carne y Rouge se dirigió a por su plato de comida.- Muy amable, a su edad algo con huesos que se puedan astillar, le hará daño al estómago.- Y contempló calmadamente aquel espectáculo, con sus orbes de esmeralda fijos en la muchacha. Ver como tranquilamente entraba de nuevo en aquel mundo, comenzando a perderse hasta que el trabajo estaba finalizado.
Yasei se mostró complacida al ver al pequeño gato anaranjado relamerse, limpiar su propio pelaje y restregarse contra el suelo total y plenamente satisfecho. Jade terminó con lo que quedaba del otro hombre y comenzó con los restos cortados de la mujer, mientras movía su cola de un lado a otro, mostrando su satisfacción.
-Les ha encantado, después de esto tendré que ponerles a dieta.- La palabra hizo que ambos gatos levantaran las orejas, como si acabaran de oír alguna clase de maldición o palabra prohibida que no iba a buen puerto. La mujer se acercó también a la ducha, limpiando sus manos, las garras, secándolas y asegurándose de que todo estaba en su lugar.
Acercó a Rouge a la ducha, le limpió el morro con cuidado y se aseguró de que no tuviera ninguna herida en la boca.- Quien te manda ir mordiendo cosas sucias…- El gato se relamió, buscando recuperarse de molesto estudio. Después de un rato, hizo lo mismo con Jade, aunque algo más difícil. Le limpió el morro, que era lo molesto y vistoso, dejando de nuevo su pelaje impolutamente blanco.- Discúlpate con la señorita, después de la que tuvo que liar para bañarte.- Jade inclinó el rostro, a modo de reverencia, pidiéndole disculpas a la niña con aquellos modales. La mujer parecía satisfecha con el comportamiento de sus bestias, y decidió que era suficiente por el momento.
-Pues ya queda en tu mano, señorita.- Le dice, acabando de vestirse, colocándose una modesta túnica negra por encima.- Puedo invitarte a comer algo por las molestias o acompañarte de vuelta a donde necesites, al caer la noche nos iremos de esta isla.- Con aquel ofrecimiento la mujer miró a la muchacha, al menos a ella después de hablar de comida le había entrado algo de hambre.
-Oh si puedes, con las garras es más complejo.- Ella estaba acostumbrada a cocinar carne humana, separarla y servirla para sus animales. Se había hecho cocinera por ello y encontraba una especie de calma y relajación en aquel trabajo. Tal vez por eso miró a la chiquilla trabajar, mientras que Rouge se preparaba para su comida.
Sin duda se notaba que hacía uso de su conocimiento como médico, los cortes eran precisos y bastante amplios, nada de movimientos inútiles, y su conocimiento del cuerpo humano era un plus envidiable. Asintió de forma suave ante el trozo de carne y Rouge se dirigió a por su plato de comida.- Muy amable, a su edad algo con huesos que se puedan astillar, le hará daño al estómago.- Y contempló calmadamente aquel espectáculo, con sus orbes de esmeralda fijos en la muchacha. Ver como tranquilamente entraba de nuevo en aquel mundo, comenzando a perderse hasta que el trabajo estaba finalizado.
Yasei se mostró complacida al ver al pequeño gato anaranjado relamerse, limpiar su propio pelaje y restregarse contra el suelo total y plenamente satisfecho. Jade terminó con lo que quedaba del otro hombre y comenzó con los restos cortados de la mujer, mientras movía su cola de un lado a otro, mostrando su satisfacción.
-Les ha encantado, después de esto tendré que ponerles a dieta.- La palabra hizo que ambos gatos levantaran las orejas, como si acabaran de oír alguna clase de maldición o palabra prohibida que no iba a buen puerto. La mujer se acercó también a la ducha, limpiando sus manos, las garras, secándolas y asegurándose de que todo estaba en su lugar.
Acercó a Rouge a la ducha, le limpió el morro con cuidado y se aseguró de que no tuviera ninguna herida en la boca.- Quien te manda ir mordiendo cosas sucias…- El gato se relamió, buscando recuperarse de molesto estudio. Después de un rato, hizo lo mismo con Jade, aunque algo más difícil. Le limpió el morro, que era lo molesto y vistoso, dejando de nuevo su pelaje impolutamente blanco.- Discúlpate con la señorita, después de la que tuvo que liar para bañarte.- Jade inclinó el rostro, a modo de reverencia, pidiéndole disculpas a la niña con aquellos modales. La mujer parecía satisfecha con el comportamiento de sus bestias, y decidió que era suficiente por el momento.
-Pues ya queda en tu mano, señorita.- Le dice, acabando de vestirse, colocándose una modesta túnica negra por encima.- Puedo invitarte a comer algo por las molestias o acompañarte de vuelta a donde necesites, al caer la noche nos iremos de esta isla.- Con aquel ofrecimiento la mujer miró a la muchacha, al menos a ella después de hablar de comida le había entrado algo de hambre.
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En menos de lo que se tarda en contarlo, ya no quedaba más rastro de los piratas que algún que otro resto de mal gusto, completamente irreconocible. No le sorprendió oír que a los felinos les iba a tocar ponerse a dieta, pero a ellos no pareció gustarles la idea. Pobres. Sonrió mientras salía de la ducha, dejando espacio para Zaina y Rouge. Mientras ella terminaba de limpiarles, regresó a su taquilla y se puso su ropa, esta vez con tranquilidad. Se aseguró de colocar el camisón en una bolsa, para echarlo a lavar cuando tuviera un momento. La mayoría de manchas se habían ido con el agua fría, pero prefería frotarlo a mano para asegurarse de que se mantuviera suave. No viajaba con demasiada ropa y le gustaba cuidar de cada prenda con mimo y pulcritud. Eran su responsabilidad, así que se la tomaba en serio.
Se colocó el bolsito de cuentas en la cadera, la banda cruzándole el pecho, y regresó fuera con Zaina y los gatos. Jade le pidió disculpas por haberse ensuciado y aunque no era una experta, a Jul le pareció que su reverencia era sincera. Como premio, le rascó con cariño detrás de las orejas.
-Está bien, tenía un buen motivo para ensuciarse.
Meditó el ofrecimiento de Zaina. Intercambió una mirada con Adahír, porque se le había pasado por la cabeza una idea que si bien no era mala, tampoco era prudente. Tampoco era probable que aceptase aunque le preguntase, de todas formas. Su barco salía mañana al mediodía y ella se iba esta noche.
-Vayamos a comer. No hace falta que invites, pero a cambio yo escojo el lugar.
Quizá para después de la comida habría sido capaz de decidir si probar suerte o dejarlo pasar. En cualquier caso, había visto por la mañana un restaurante de pasta con fotos en las ventanas que abrían el apetito y entre unas cosas y otras el sol ya estaba bien en lo alto. Había hambre. Tras explicárselo a la mujer, salieron de los baños. Desatrancó la puerta y dejó todo como se lo había encontrado. Seguramente a los dueños les molestara el estropicio de la parte de atrás, pero al menos el agua estaba limpia y además, estaba convencida de que habían tenido escándalos peores. Era una isla de paso y maleducados como los que se habían cruzado abundaban por doquier.
No tardaron mucho en llegar al restaurante. El encargado que estaba a la puerta se sobresaltó un poco al ver a Jade y Rouge y tras musitar que le disculparan un momento, desapareció. Mientras aguardaban a que regresara, Jul decidió tantear el terreno.
-Pues la verdad es que mi barco sale mañana al mediodía. No pasaría la noche aquí si tuviera otra opción, pero no hay muchos barcos que vayan hasta Samirn y… hace demasiado tiempo que estoy fuera. Hay un par de personas con las que quiero reencontrarme. ¿ Tú a dónde te diriges?
Para bien o para mal, el efecto de la medicina se estaba pasando y no había rastro de Adahír. Sintió su mano en el hombro, dándole ánimos y aunque no le veía, apreció mucho el gesto.
Se colocó el bolsito de cuentas en la cadera, la banda cruzándole el pecho, y regresó fuera con Zaina y los gatos. Jade le pidió disculpas por haberse ensuciado y aunque no era una experta, a Jul le pareció que su reverencia era sincera. Como premio, le rascó con cariño detrás de las orejas.
-Está bien, tenía un buen motivo para ensuciarse.
Meditó el ofrecimiento de Zaina. Intercambió una mirada con Adahír, porque se le había pasado por la cabeza una idea que si bien no era mala, tampoco era prudente. Tampoco era probable que aceptase aunque le preguntase, de todas formas. Su barco salía mañana al mediodía y ella se iba esta noche.
-Vayamos a comer. No hace falta que invites, pero a cambio yo escojo el lugar.
Quizá para después de la comida habría sido capaz de decidir si probar suerte o dejarlo pasar. En cualquier caso, había visto por la mañana un restaurante de pasta con fotos en las ventanas que abrían el apetito y entre unas cosas y otras el sol ya estaba bien en lo alto. Había hambre. Tras explicárselo a la mujer, salieron de los baños. Desatrancó la puerta y dejó todo como se lo había encontrado. Seguramente a los dueños les molestara el estropicio de la parte de atrás, pero al menos el agua estaba limpia y además, estaba convencida de que habían tenido escándalos peores. Era una isla de paso y maleducados como los que se habían cruzado abundaban por doquier.
No tardaron mucho en llegar al restaurante. El encargado que estaba a la puerta se sobresaltó un poco al ver a Jade y Rouge y tras musitar que le disculparan un momento, desapareció. Mientras aguardaban a que regresara, Jul decidió tantear el terreno.
-Pues la verdad es que mi barco sale mañana al mediodía. No pasaría la noche aquí si tuviera otra opción, pero no hay muchos barcos que vayan hasta Samirn y… hace demasiado tiempo que estoy fuera. Hay un par de personas con las que quiero reencontrarme. ¿ Tú a dónde te diriges?
Para bien o para mal, el efecto de la medicina se estaba pasando y no había rastro de Adahír. Sintió su mano en el hombro, dándole ánimos y aunque no le veía, apreció mucho el gesto.
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El inmenso felino disfrutó de sus mimos, antes de incorporarse y sentarse sobre sus cuartos traseros, esperando pacientemente lo siguiente que ambas mujeres fueran a realizar. La dama de cabellos oscuros simplemente se quedó mirando por un instante al par de felinos, luego a la señorita. Le habían agradado bastante, aunque quizás la pequeña no entendiera sobre animales y sus comportamientos, pero Jade seguía moviendo la cola como un buen trasero inquieto.
-Me parece un plan perfecto, no he visto dónde podría comer en este lugar.- Había entrado como un todoterreno, se había preocupado por cosas mucho menos importantes, pero había visto lo justo y necesario del lugar. También era cierto que se había bajado del barco en un rápido apuro, y que ya solucionaría las cosas cuando todos decidieron calmarse y recordaran quien mandaba.
Finalmente decidieron salir de los baños y Zaina dejó un par de monedas escondidas debajo de la mesa de la entrada. No era mucho, pero al menos algo era por la parte que Jade había estropeado de un empujón. Aunque no habían hecho bien al salir corriendo, no iba a negar que hacer negocios con piratas siempre era problemático, difícil y sobretodo, muy pero que muy peligroso.
Luego estaban los negocios que tenía ella con los bucaneros, pero ella era bastante diferente a la gente con la que normalmente harías negocios. Decidió soltar aquel moño, dejar el cabello suelto y comenzar a trenzarlo tranquilamente, luego lo apartó hasta su espalda, dando el tema por arreglado, hasta que finalmente llegaron al lugar donde comerían.
-Tienes buen gusto, por ellos no se preocupe, se quedarán fuera.- Dejó a Rouge en el lomo de Jade, mientras que esperaba a que el hombre volviera con sus asientos. Después de todo aquel par podía quedarse jugando cómodamente en el jardín de atrás.
Escuchó tranquilamente a la muchacha y Zaina se quedó pensando un momento.- Tengo más islas de Paraíso que recorrer, de momento diría que luego me toca Yellow Spice, tengo un viejo amigo que ver.- Sonríe suavemente, mirando a la muchacha.- Sin embargo, tardaré unos días en verlo, si deseas puedo quedarme contigo algo más, a la gente del barco no le importara demasiado.- Viendo que el hombre volvía, ya con ambos sitios preparados, no pudo evitar pintar una sonrisa traviesa en los labios.
Si después de matarle dos capitanes se ponían quisquillosos eran un par de idiotas que no comprenden exactamente con quien habían hecho un trato. Le gustaba la muchacha mucho más que cualquier de aquellos sucios piratas que estaban deseando ponerle las manos encima para algo mucho menos respetable.
-Aun no me toca volver a casa… Algún día, pero de momento, no.- Niega levemente, con una sonrisa suave y sin querer pensar demasiado en Arabasta. Ese sería un problema que solucionaría otro día, de momento tenía cosas más interesantes entre manos.
-Me parece un plan perfecto, no he visto dónde podría comer en este lugar.- Había entrado como un todoterreno, se había preocupado por cosas mucho menos importantes, pero había visto lo justo y necesario del lugar. También era cierto que se había bajado del barco en un rápido apuro, y que ya solucionaría las cosas cuando todos decidieron calmarse y recordaran quien mandaba.
Finalmente decidieron salir de los baños y Zaina dejó un par de monedas escondidas debajo de la mesa de la entrada. No era mucho, pero al menos algo era por la parte que Jade había estropeado de un empujón. Aunque no habían hecho bien al salir corriendo, no iba a negar que hacer negocios con piratas siempre era problemático, difícil y sobretodo, muy pero que muy peligroso.
Luego estaban los negocios que tenía ella con los bucaneros, pero ella era bastante diferente a la gente con la que normalmente harías negocios. Decidió soltar aquel moño, dejar el cabello suelto y comenzar a trenzarlo tranquilamente, luego lo apartó hasta su espalda, dando el tema por arreglado, hasta que finalmente llegaron al lugar donde comerían.
-Tienes buen gusto, por ellos no se preocupe, se quedarán fuera.- Dejó a Rouge en el lomo de Jade, mientras que esperaba a que el hombre volviera con sus asientos. Después de todo aquel par podía quedarse jugando cómodamente en el jardín de atrás.
Escuchó tranquilamente a la muchacha y Zaina se quedó pensando un momento.- Tengo más islas de Paraíso que recorrer, de momento diría que luego me toca Yellow Spice, tengo un viejo amigo que ver.- Sonríe suavemente, mirando a la muchacha.- Sin embargo, tardaré unos días en verlo, si deseas puedo quedarme contigo algo más, a la gente del barco no le importara demasiado.- Viendo que el hombre volvía, ya con ambos sitios preparados, no pudo evitar pintar una sonrisa traviesa en los labios.
Si después de matarle dos capitanes se ponían quisquillosos eran un par de idiotas que no comprenden exactamente con quien habían hecho un trato. Le gustaba la muchacha mucho más que cualquier de aquellos sucios piratas que estaban deseando ponerle las manos encima para algo mucho menos respetable.
-Aun no me toca volver a casa… Algún día, pero de momento, no.- Niega levemente, con una sonrisa suave y sin querer pensar demasiado en Arabasta. Ese sería un problema que solucionaría otro día, de momento tenía cosas más interesantes entre manos.
Julianna M. Shelley
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Por suerte los gatitos podían quedarse fuera tranquilamente y eso fue lo único necesario para que nos guiaran a una mesa. Al fin y al cabo ellos ya habían comido, así que ahora era nuestro turno. El chico que antes se había alejado a preguntar con cara de susto parecía aliviado de no tener que lidiar con el enorme guepardo y llevó a ambas chicas hasta una mesa al fondo.
El lugar no era muy grande, pero sí muy acogedor. Paredes algo oscuras y mesas amplias con mantel de tela gruesa, color rojo oscuro. El camarero se apresuró a llevarles una jarra de agua y dos vasos, además de la carta para que escogieran. Jul se quedó mirando todos los platos mientras notaba cómo le rugía el estómago; no tenía nada que envidiar a Rouge. ¡Pero es que todo tenía tan buena pinta! La mitad de las salsas y acompañamientos no estaba segura de poder pronunciarlos correctamente y de alguna manera eso los hacía parecer todavía más atractivos. Por no hablar del colorido, rojo, verde, amarillo, naranja… cada plato era un nuevo nivel de creatividad y color. Al menos a Jul se lo parecía, pero también había que tener en cuenta que aunque se defendía en la cocina, sabía solo lo básico para alimentarse adecuadamente. Eso y que hacía bastante tiempo que no comía pasta, lo que seguramente influía.
Al final se decidió por un plato de enormes y anchas tiras de pasta, acompañadas de gambas, verduritas y una salsa espesa y amarilla que tenía toda la pinta de llevar queso, y no poco. Delicioso. Les preguntaron si querían pan u otra bebida, pero negó con la cabeza. Prefería reservarse.
Las palabras de Zaina le hicieron reflexionar. Si no tenía ningún recado importante que llevar a cabo, quizás la petición que le rondaba la mente no estaba tan fuera de lugar. Por otro lado, suponía que si aceptaban irían en el barco de ella. No sabía que tenía uno, pero lógicamente no lo iba a dejar desatendido. Samirn no estaba tan lejos, pero sería una irresponsabilidad e ir en su propia embarcación les daba mucha más libertad. Sí, por qué no.
-Estaba pensando en que si te apetece, podrías acompañarme hasta Samirn. Podría presentarte a un viejo amigo, creo que te caería bien.
Lo decía en serio. Después del espectáculo que habían montado con aquellos piratas, empezaba a tener muy claro que Zaina se llevaría bien con Rodrigo. Además de una excusa para pasar tiempo con la mujer, claro. Jul no era alguien que tuviera muchas amistades y aunque no tenía mucha experiencia haciendo amigos, valoraba mucho la compañía, durase el tiempo que durase.
-Podrías irte cuando quisieras, claro. Y… podríamos partir esta noche como tú tenías planeado, así no tendría que buscar habitación. Si te interesa, por supuesto. No pretendo imponerte.
Comenzaba a darle vueltas de nuevo cuando fue interrumpida por el camarero, que traía sus platos. El olor le arrancó otro rugido de su estómago y perdió completamente lo que iba a decir a continuación. En lugar de eso, se armó con su tenedor y llena de determinación, lo hundió en la pasta.
El lugar no era muy grande, pero sí muy acogedor. Paredes algo oscuras y mesas amplias con mantel de tela gruesa, color rojo oscuro. El camarero se apresuró a llevarles una jarra de agua y dos vasos, además de la carta para que escogieran. Jul se quedó mirando todos los platos mientras notaba cómo le rugía el estómago; no tenía nada que envidiar a Rouge. ¡Pero es que todo tenía tan buena pinta! La mitad de las salsas y acompañamientos no estaba segura de poder pronunciarlos correctamente y de alguna manera eso los hacía parecer todavía más atractivos. Por no hablar del colorido, rojo, verde, amarillo, naranja… cada plato era un nuevo nivel de creatividad y color. Al menos a Jul se lo parecía, pero también había que tener en cuenta que aunque se defendía en la cocina, sabía solo lo básico para alimentarse adecuadamente. Eso y que hacía bastante tiempo que no comía pasta, lo que seguramente influía.
Al final se decidió por un plato de enormes y anchas tiras de pasta, acompañadas de gambas, verduritas y una salsa espesa y amarilla que tenía toda la pinta de llevar queso, y no poco. Delicioso. Les preguntaron si querían pan u otra bebida, pero negó con la cabeza. Prefería reservarse.
Las palabras de Zaina le hicieron reflexionar. Si no tenía ningún recado importante que llevar a cabo, quizás la petición que le rondaba la mente no estaba tan fuera de lugar. Por otro lado, suponía que si aceptaban irían en el barco de ella. No sabía que tenía uno, pero lógicamente no lo iba a dejar desatendido. Samirn no estaba tan lejos, pero sería una irresponsabilidad e ir en su propia embarcación les daba mucha más libertad. Sí, por qué no.
-Estaba pensando en que si te apetece, podrías acompañarme hasta Samirn. Podría presentarte a un viejo amigo, creo que te caería bien.
Lo decía en serio. Después del espectáculo que habían montado con aquellos piratas, empezaba a tener muy claro que Zaina se llevaría bien con Rodrigo. Además de una excusa para pasar tiempo con la mujer, claro. Jul no era alguien que tuviera muchas amistades y aunque no tenía mucha experiencia haciendo amigos, valoraba mucho la compañía, durase el tiempo que durase.
-Podrías irte cuando quisieras, claro. Y… podríamos partir esta noche como tú tenías planeado, así no tendría que buscar habitación. Si te interesa, por supuesto. No pretendo imponerte.
Comenzaba a darle vueltas de nuevo cuando fue interrumpida por el camarero, que traía sus platos. El olor le arrancó otro rugido de su estómago y perdió completamente lo que iba a decir a continuación. En lugar de eso, se armó con su tenedor y llena de determinación, lo hundió en la pasta.
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Zaina tenía amigos, bastantes, pero Yasei no. Por eso quizás le costaba que la gente atravesara la línea entre las dos personalidades, pero era total y plenamente consciente de que llegado al punto, se vería obligada a ello. Tal vez era la razón de que acabara alejando a las personas, antes de decidir si realmente merecía la pena ver qué pasaba cuando la gata mostraba su auténtico pelaje.
Sin embargo, aquella chiquilla escondía tal vez tanto como ella.
La había visto ayudarla de la manera más altruista posible, con una suave sonrisa acariciar a sus gatos, y había visto cómo mataba de la misma forma, antes de darles a comer la carne humana con aquella expresión. Le recordó en parte a ella, pero hubiera sido tonto decir que era como ella. Aquella muchacha podía llegar a ser algo mucho peor que ella, o incluso que esa retorcida mujer médico que recuerda de su pasado.
Se centra en su visita al restaurante, le resulta agradable y acogedor. Pide un plato de pasta con tomate, comida ligera y su vena cocinera aprecia no tener que ser ella la que se ponga en los fogones. Disfruta de la tranquilidad del momento, de la degustación de los platos y sabe que sin duda es uno de esas raras ocasiones en las que simplemente está relajándose.
Entonces llega la proposición de su acompañante, y no puede negar mientras se pide una copa de vino, que eso genera una sonrisa en sus labios. -Oh, me encantaría, estoy segura de que es un lugar de lo más interesante.- Agarrando la copa recién servida, mientras entrecierra los ojos pensando en que tendrá que callar a un montón de hombres pesados, pero bueno, siempre puede buscarse otro barco. No es como si le costara demasiado comprarlo o convencerles de que la llevaran.
-Podemos partir esta noche sin problemas, los hombres con los que viajo aunque rudos, me llevaran a donde sea… Les conviene que sea así.- Mueve suavemente la copa, disfrutando del aroma, antes de acabar su plato de comida y disfrutar de aquella tranquila comida.
Disfrutó del rato con la joven, eso no iba a negarlo. Rouge parecía adorar a la muchacha, quizás debido a que ambos eran un par de trastes escondidos en un rostro demasiado dulce y suave. No dijo mucho más durante la conversación, simplemente disfrutó del apetito de la pequeña que parecía concentrada en comer todo lo que podía, con un hambre cuanto más que voraz.
Estaba deseando cocinarle algo a la pequeña, tenía ganas de ver si le gustaban sus platos y pedir sus opiniones con un par de cosas. Ella era bastante apañada y era capaz de hacer muchas cosas con bastante poco, pero siempre era de esas cocineras que adoraba ver la expresión de felicidad en el resto a la hora de comer. Jade o Rouge eran grandes comedores, y siempre acababan disfrutando todo, por muy poco que ella hubiera intervenido en el proceso de cocinarlo.
Estaría bien hacer la cena a alguien que pudiera opinar realmente de la cena.
Sin embargo, aquella chiquilla escondía tal vez tanto como ella.
La había visto ayudarla de la manera más altruista posible, con una suave sonrisa acariciar a sus gatos, y había visto cómo mataba de la misma forma, antes de darles a comer la carne humana con aquella expresión. Le recordó en parte a ella, pero hubiera sido tonto decir que era como ella. Aquella muchacha podía llegar a ser algo mucho peor que ella, o incluso que esa retorcida mujer médico que recuerda de su pasado.
Se centra en su visita al restaurante, le resulta agradable y acogedor. Pide un plato de pasta con tomate, comida ligera y su vena cocinera aprecia no tener que ser ella la que se ponga en los fogones. Disfruta de la tranquilidad del momento, de la degustación de los platos y sabe que sin duda es uno de esas raras ocasiones en las que simplemente está relajándose.
Entonces llega la proposición de su acompañante, y no puede negar mientras se pide una copa de vino, que eso genera una sonrisa en sus labios. -Oh, me encantaría, estoy segura de que es un lugar de lo más interesante.- Agarrando la copa recién servida, mientras entrecierra los ojos pensando en que tendrá que callar a un montón de hombres pesados, pero bueno, siempre puede buscarse otro barco. No es como si le costara demasiado comprarlo o convencerles de que la llevaran.
-Podemos partir esta noche sin problemas, los hombres con los que viajo aunque rudos, me llevaran a donde sea… Les conviene que sea así.- Mueve suavemente la copa, disfrutando del aroma, antes de acabar su plato de comida y disfrutar de aquella tranquila comida.
Disfrutó del rato con la joven, eso no iba a negarlo. Rouge parecía adorar a la muchacha, quizás debido a que ambos eran un par de trastes escondidos en un rostro demasiado dulce y suave. No dijo mucho más durante la conversación, simplemente disfrutó del apetito de la pequeña que parecía concentrada en comer todo lo que podía, con un hambre cuanto más que voraz.
Estaba deseando cocinarle algo a la pequeña, tenía ganas de ver si le gustaban sus platos y pedir sus opiniones con un par de cosas. Ella era bastante apañada y era capaz de hacer muchas cosas con bastante poco, pero siempre era de esas cocineras que adoraba ver la expresión de felicidad en el resto a la hora de comer. Jade o Rouge eran grandes comedores, y siempre acababan disfrutando todo, por muy poco que ella hubiera intervenido en el proceso de cocinarlo.
Estaría bien hacer la cena a alguien que pudiera opinar realmente de la cena.
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