[Segunda Ronda] Dexter Black vs. Arthur Silverwing

¡Comienza el de menor nivel!

Bueno, al parecer el combate contra Bleyd no había sido declarado nulo. Por lo visto su habilidad para el soplado de vidrio había impresionado al árbitro, que pese a comentarle que quedarse mirando al viento en vez de combatir le había otorgado la victoria. No pudo evitar emocionarse a medida que iban pasando los resultados del resto de combates, descubriendo un par de sorprendentes sucesos en un par de emparejamientos. Por ejemplo, jamás habría imaginado que Ivan Markov vencería a un total y misterioso desconocido con nombre ominoso. Al fin y al cabo esa clase de gente solía ser la más inesperadamente poderosa, era la ley natural de ese universo.

- ¡Además te encantará descubrir a tu próximo rival! -exclamó un completo desconocido con el que llevaba dos días jugando al ping pong en bikini en medio de una playa, al más puro estilo de capítulo de relleno de una serie mala de JD televisión-. ¡Es...!

- ¡No me lo digas! ¡Quiero que sea una sorpresa!

- Está bien -se corrigió, sacando-. Pero en veinte minut...

- ¿Una pista? -En realidad le emocionaba la idea de descubrir contra quién debía luchar a continuación, aunque tampoco quería reconocerlo delante de ese hombre, apuesto y gallardo bajo su máscara de siete cabezas de negro. Se había hecho llamar Pandaman, y aunque entendía el concepto, estaba seguro que se había confundido de panda.

- Está bien. Es pelirrojo.

Dexter abrió los ojos de par en par, casi ilusionado.

- ¿Pelirrojo? ¡Dime otra!

- Se enfrentó a Arribor Neus en Gray Rock.

Solo podía ser una persona. Llevaba años esperando ese momento, aquel en el que se enfrentaría por fin con un rival a su altura, el hombre más tórrido de los siete mares, el hasta ahora potencialmente mayor enemigo de Al Naion.

- ¿Es Zane?

- Esto...

- ¡No! -gritó Dexter mientras Pandaman lo arrastraba hacia la arena-. ¡Arthur no, por favor! ¡Piedad!

Por una vez toda su fuerza no estaba valiendo de nada, y el rastro de grava en el que estaba convirtiendo el hormigón al intentar agarrarse hacía las veces de testigo de su desgana. Estaba muy a gusto jugando al ping pong, y aunque le tocaba pelear era un simple torneo. ¡Y encima no podía patalear porque igual le arrancaba la cabeza al maldito Pandaman! Maldijo entre dientes varias veces a medida que lo acercaban hasta el coliseo, donde el maldito hombre lo lanzó con fuerza desmedida.

- ¡Al menos tráeme mi bastón! -gritó desde el aire, antes de que la parábola iniciase su descenso hacia la arena.

Cayó de cabeza contra la madera del escenario, reventándola, y le costó un par de segundos sacarla del agujero que había hecho. Con la sincronía perfecta, debía señalar, dado que su bastón le cayó en la cabeza nada más ser libre. Afortunadamente logró coger a Nadia al vuelo y, aún arrodillado, siendo un poco más alto que Arthur, disimiló su desgana.

-Tú... ¿Yo? ¿Pum, pum? ¿Ahora? Cosas de machos.

Bien, ahora Arthur pensaría que le estaba dando un ictus.

No lo vio venir. Tampoco habría podido. La mano de Arthur pareció romper el espacio y el tiempo por un instante, haciéndole creer que no podría darle. Sin embargo, así fue; cuando notó sus dedos ya era tarde, y al resonar el sonoro tortazo contra su nuca como quien baquetea un tambor por un instante sus pupilas se dilataron. Podía ver todo: El pasado en el que había vivido, lleno de aventuras y heroicidades; el futuro, envuelto en una niebla de misterio, pero con la claridad suficiente como para contemplar su destino; y su presente, que de pronto se le antojó ridículo cuanto menos. El enano pelirrojo tenía razón, había estado haciendo el ridículo durante los últimos días, se había comportado como un imbécil... Pero se acabó.

- Tienes razón -se disculpó, llevando la frente contra el suelo en un gesto de servidumbre, haciendo total y absolutamente perceptible la marca roja que latía como un segundo corazón en su cogote. Ni siquiera el pelo había conseguido amortiguar el tremebundo golpe de Arthur-. Me comportaré en serio a partir de ahora.

Confiando en que Arthur no lo atacaría mientras estaba de esa guisa se levantó y dio un par de pasos hacia atrás. Totalmente confiado desató de su espalda el sostén, volviendo a darse la vuelta hacia él. Se lo quitó cuidadosamente y lo dejó sobre el suelo, todo lo contrario que la braguita del conjunto que retiró con un fuerte empujón. Afortunadamente para todos -o no- su miembro se iluminó en una luz cegadora, una ilusión muy útil cuando era necesario censurar esa parte que, tal vez con demasiada frecuencia, era expuesta a los ojos del público. Aquella estrella de fulgor de cuatro puntas que ponía a prueba el astigmatismo de muchos era sin duda una de sus mejores ideas, dado que aunque podría haber generado una ilusión de ropa difícilmente algo captaría la atención de su rival hacia el punto más llamativo salvo eso. Y aunque en cierto modo temía que intentase cortar ahí, no podría haber un look más cinematográfico para su falo.

Afortunadamente los brazaletes no se los había quitado, pero todo lo demás en su equipo había quedado en la habitación del hotel. Cómo iba a luchar entonces era algo que tampoco le carcomía mucho; al final del día, solo utilizaba sus puños y su bastón.

- ¿Estás listo? -preguntó, adoptando una posición mixta con el brazo derecho adelantado y el izquierdo, con Nadia en él, tras su espalda.

No esperó su respuesta. Tampoco la necesitaba. Arthur siempre estaba listo para la acción, o al menos eso era lo que sabía de él. En cualquier caso recubrió su brazo libre de un extraño material muy similar a un diamante. Su brazo adamantino era extraordinariamente duro, lo que sería perfecto para intentar testear el poder del chiquitín. Con no demasiada velocidad cargó contra él intentado encajarle un simple puñetazo en el pecho.

El brazo adamantino se partió en mil pedazos, pero pareció que el golpe había conseguido impactar en su destino. Casi le costaba planificar los golpes contra un enemigo tan menudo, pero por suerte no estaba resultando tan problemático. Lo que sí, no obstante, había sido un error. Arthur había aprovechado el golpe para hacer caer su alabarda carmesí sobre él.

Debía reconocer que dolió. Sonó como un hacha tratando de hundirse en el tronco de un roble, si el hacha fuese guiada por la mano de Dios y el roble lo hubiese puesto ahí el mismísimo Diablo. De hecho, había sido un sonido ensordecedor que podría haber reverberado por toda la isla. Y, aunque Dexter tenía una tolerancia al dolor que le había permitido vivir despierto una operación a corazón abierto y arrancarse medio pectoral, le costó mucho reprimir una mueca de dolor cuando su arma lo penetró casi un centímetro entero, dejándole una larga herida abierta que parecía recorrer desde el hombro hasta el bajo pecho. Pero el duelo que llevaban parecía trabajarse más en las miradas que en los golpes, y en cada gesto más que en cada ataque. Tal vez por eso ninguno de los dos se había movido para evitar al otro.

- Te veo en forma -acabó diciendo mientras se miraba la herida. Atravesar su piel requería un poder nada desdeñable, y aunque podía seguir combatiendo con esa "pupa", debía reconocer que como saludo no dejaba nada que desear-. ¿Has estado entrenando?

Se balanceó un poco para retirar con mayor facilidad el arma de Arthur, dado que su cuerpo poseía tanta tensión que el arma podría fácilmente haberse atascado. Retrocedió tres pasos sin darse la vuelta, observándolo detenidamente y tratando de analizar a su oponente. Sabía de él lo justo, pero si estaba frente a él como mínimo era fuerte, y si había resistido su puñetazo no era particularmente listo. "Eso, o es extraordinariamente resistente". La verdad es que ambas opciones eran fácilmente evadibles con un poco de análisis, y viendo cómo se desenvolvía la musculatura del pelirrojo estaba casi seguro de que dependía bastante de su arma; solo tenía que anular ese punto, y aunque dudaba poder presentarle una verdadera batalla en ese aspecto solo necesitaba abrir un camino para desmontar su defensa. Pero, sin verlo luchar a fondo, igual esa apertura no aparecía.

Volvió a posicionarse. Piernas levemente relajadas, el brazo por delante que volvía a recubrirse de un fuerte diamante y el viento que, mecido por su bastón, se iba arremolinando a su alrededor a medida que formaba un denso y translúcido manto de aire que, cuando empezó a tomar forma, adoptó un color azulado. La rosa que giraba en torno a él a velocidades desorbitadas saltó pétalo a pétalo en un conjunto de trece ondas cortantes justo antes de que él trazase un arco con su bastón al tiempo que se movía, un poco más rápido que antes, contra él. Su figura se iba haciendo visible a medida que cada pétalo se deshojaba, pero confiaba en que esa sencilla distracción fuese suficiente como para conseguir impactar en la cabeza de Arthur.

"Calor... Interesante".

Dexter no poseía una visión térmica muy desarrollada, pero sí era capaz de percibir a través de su olfato los múltiples matices de casi cualquier cosa, y aunque en aquel caso no resultaba muy precisa sí que era capaz de notar los cambios de temperatura que estaba generando Arthur para hacer que sus ataques, una vez liberados, llegasen hasta él. No obstante lo que más le interesó fue descubrir que el pelirrojo tenía una forma cuanto menos curiosa de bloquear los golpes contundientes.

Por primera vez en mucho tiempo dispuso su Haki de observación para prever activamente lo que estaba a punto de suceder, y aunque fue capaz de anticiparlo tampoco se trataba de un ataque muy elaborado. Se había subido con inusitada facilidad -probablemente gracias a su reducido tamaño- al bastón que, si bien podría haber bajado de pronto, seguramente solo habría empeorado las cosas. No, debía dejarle avanzar los dos pasos que tenía para moverse... Hasta ahí.

Dexter siempre esperaba al momento justo, siempre. Como una serpiente en medio de la hierba, agazapado, tan solo intentando aprovechar el primer error de su rival, listo para contraatacar con implacable furia y castigar hasta el más mínimo fallo en la estrategia de su rival. Y por eso, cuando Arthur más necesitaba su apoyo, cuando la alabarda carmesí se abalanzaba sobre su hombro, cuando el impacto parecía inevitable... Bajó el brazo izquierdo.

Aunque no fue lo único.

Era casi como un paso de baile, un movimiento que siempre le había dado vergüenza realizar en público y sin embargo era de los más útiles que podía encontrar en aquella situación: El espagat. Abrió sus piernas de par en par frente a Arthur tratando de desestabilizarlo todavía más, y aunque sabía que no era suficiente confiaba en su fuerza. El marine con ella mermada, mientras él podía aprovechar todo su potencial de levantamiento vertical para agarrar el filo adecuadamente, evitando que su mano fuese cortada. El asunto de quemarse o no era otra cosa.

Obviamente aprovechó el instante de confusión cuando frenó en seco a Arthur para tratar de, soltando por un instante a Nadia, encajarle un poderoso golpe de nuevo en la cabeza. Si esa vez intentaba frenarlo con los dientes se encontraría con la electricidad estática que recorría su cuerpo entero. Él, por su parte, no tocó durante más tiempo del necesario aquel arma, aunque el simple segundo en el que había frenado el impacto era demasiado.

- ¡Au! -se dio el lujo de lamentarse por la mano chamuscada y el brazo adamantino que no había llegado a utilizar sobre Arthur. Con el impacto simplemente se había deshecho en una explosión de brillo blanco-. ¿Tú sabes que eso duele?

Miró hacia su mano, completamente enrojecida. La piel era una corteza negra, y las capas superficiales de músculo en su mano no estaban demasiado mejor. De hecho cerró la mano con mucho esfuerzo y la abrió de golpe, haciendo que la carbonilla se desprendiese y se viese la carne viva en la palma. Por algún motivo aquello no asqueó al público, que seguía aplaudiendo como locos. ¿Es que no se daban cuenta de que seguía doliéndole recibir heridas? Pandilla de insensibles...

No podía cauterizarlo o no sanaría, por lo que debía mantener aquel sangrante miembro durante un rato. Ya cuando terminase el combate tendría tiempo de dejar su mano sanar, pero por el momento era tiempo de atacar. Como era obvio iba a tratar de evitar utilizar su poder eléctrico; no quería acabar matando al pelirrojo por un descuido. Aunque lo cierto era que él no había tenido esa consideración con él. Pero, si había algo que tenía claro, era que no sería la única vez que se enfrentasen.

Pareció multiplicarse. Alrededor de Arthur dieciocho Dexters se manifestaron, listos para atacar en cuanto el original así lo dispusiese, que generaron, a la vez que él, un nuevo brazo adamantino. Eran copias ilusorias, sí, pero la voluntad en ellas era real. Lo único distinto era que tomó un color verde y, de un latigazo que dolió más de lo que estaba dispuesto a admitir, liberó un sinfín de lágrimas verdes en el aire, creando un bosque de esmeralda dieciocho veces más denso de lo normal, lo que a ojo eran unas doce mil seiscientas. Si Arthur tocaba una detonaría su explosión, y rodeado como estaba por ellas solo podía tirar una moneda al aire. Para mejorarle la situación a Arthur comenzó a girar durante unos segundos a un par de cientos de kilómetros por hora, acabando en sus siete y moviendo a todas las copias con él de la misma forma.

Le habría dicho algo ingenioso, pero habría delatado su posición. Por ello, habló el Dexter a las cinco:

- Hora de jugar.

El público parecía divertirse con el combate, pero no de una forma particularmente emotiva. Era un combate interesante, sí, pero lejos de ser la frenética batalla que podrían tener otros dos cualquiera ellos estaban midiéndose con la calma que su oponente merecía. Arthur Silverwing, la pequeña fuerza imparable, era prácticamente el marine más fuerte vivo, y probablemente el más peligroso. No había tenido oportunidad de enfrentarlo nunca, y aunque había escuchado hablar de él nunca había logrado saber qué clase de poder manejaba. Allí no había incansables ataques cruzados los unos sobre los otros, sino más bien un baile con cierta elegancia que, naturalmente, terminaba en poco menos que un choque de trenes. Y, hablando de trenes, el pelirrojo arrancó a una velocidad extrema.

De no ser por sus reflejos probablemente no podría haberse preparado para el envite, pero afortunadamente no pudo desvanecerse delante de sus ojos. Era endiabladamente rápido, sí, pero para Dexter aquello era como captar a una golondrina al vuelo. Eso por no hablar de que podía procesar cualquier estímulo sensorial de forma casi perfecta.

El primer corte era letal, tanto que incluso él se daba cuenta de que lo mejor era tratar de esquivarlo. Fue relativamente fácil, simplemente doblando el torso al tiempo que se inclinaba ligeramente, pero el segundo impacto ambos eran conscientes desde el principio de que iba a alcanzarlo. No por que no hubiese podido esquivarlo tirándose de nuevo al suelo, sino porque eso lo habría dejado en una posición comprometida que no estaba dispuesto a asumir. Así que, mientras el segundo corte se preparaba él hizo lo mismo, posicionando de la forma más adecuada su torso para absorber la mayor parte del impacto. Sabía que iba a doler, pero no podía evitarlo si quería ganar una mínima ventaja.

Otra vez el sonido de madera, aunque fue doble. El arma se había clavado en su pecho de nuevo, sí, pero justo bajo la hoja su mano izquierda se mantenía inamovible evitando que avanzase más de lo que ya había hecho. Sentía el dolor, notaba que aquella recuperación iba a ser dura y, aunque no iba a quejarse del dolor otra vez, le dedicó una sonrisa maliciosa a Arthur. "Te tengo".

No llegó a verbalizarlo, y antes de siquiera darle tiempo a reaccionar se arrancó la hoja del pectoral y con todas sus fuerzas trataría de clavar el arma en el suelo. Había leído una vez la leyenda del rey Arthur, y estaba deseoso de saber si su rival era el legítimo dueño de ese arma.

El corte dolía. No se veía el hueso, claro que no, pero había sido lo suficientemente profundo como para hacerle sangrar profusamente... Lo cual, a decir verdad, tampoco era bueno, aunque no tardaría mucho en cortarse el sangrado y, si bien su rango de movimientos se estaba viendo algo perjudicado por las heridas que el chiquitín le causaba, todavía podía darle un poco de guerra. De hecho, podía darle mucha guerra.

Posicionó velozmente su mano izquierda como la garra del dragón, esa extraña técnica que llevaba años desarrollando. Sin dar tregua a Arthur y aprovechando el desconcierto que, funcionase o no su estratagema, esperaba haber causado, cargó en un paso exactamente igual de veloz que su rival al tiempo que activaba su endurecimiento, con el objetivo de penetrar su pecho rodeando el pulmón. Ni era particularmente preciso ni sabía exactamente dónde se encontraba el pulmón en un cuerpo tan pequeño -aunque anatómicamente hablando sabía dónde buscar-, pero confiaba en no hacerle ninguna herida que le causase secuelas permanentes. No obstante, acompañó la brutal fuerza de su impacto son la activación de Rubí, haciendo que una guja ardiente tratase también de clavarse en el hombro de Arthur derecho, impidiéndole manejar su arma con la misma soltura que antes. Sabía que el fuego no le haría daño, pero la púa que pretendía atravesarlo sí. Además, por si acaso, acompañó su ataque de una patada en la cara tirando a fuertecilla y un chorro de sangre a presión que salió de su pecho debido al sobreesfuerzo.

- Recuérdame -le dijo- que a ti, concretamente, no te deje cortarme.

Al final iba a necesitar utilizar aquello...