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Yarmin Prince
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Habían sido dos semanas cuanto menos extrañas. Zaina no se había desvanecido tras la primera noche, y cuando salía por la puerta acababa volviendo junto a él al cabo de un rato. Él hacía lo mismo, claro, y había tenido que empezar dando excusas a Gellert hasta que, en un arrebato de suspicacia le había arrebatado el fular con el que se cubría la marca que una gata algo desconsiderada le había hecho.
- ¿En serio? -había preguntado-. Dijiste que era arrogante y estúpida.
Yarmin había podido detectar la incredulidad en su voz, pero había en ella también un sutil tono de decepción con notas de temor. El Rey sabía que si algo podía cegar a su compañero era el calor de una compañía inadecuada, pero también sabía que de verbalizar aquellos temores en voz alta podría tener muchos problemas.
- Y tú dijiste que era como yo, ¿recuerdas? -A veces se permitía el lujo de devolverle aquellas pullas que despreocupadamente solía soltar por el buzón que tenía por boca-. Además, necesitamos un sustituto...
Estaba ensangrentada, pero se reconocía perfectamente el dibujo del naipe. En el Servicio Secreto habían dispuesto mucho tiempo atrás una jerarquía basada en trece peldaños, perfectamente estratificada con una notoria salvedad, y dividida casi como si fuese una baraja: Yarmin ocupaba el trono como As, Gellert era el rey y cada uno de sus otros cuatro colaboradores era una J: Bella rubíes, Molly corazones, Anthony picas y Percy tréboles. Teóricamente cada escalón que se iba bajando implicaba el doble, asumiendo que el Rey y la Reina eran uno cada uno, ocupando el mismo rango. Había ocho dieces, cuatro hombres y cuatro mujeres; dieciséis nueves y así hasta llegar a los doses y a las segundas cifras. Pero no tenían una Reina.
La reina era, de facto, la segunda persona más poderosa del Servicio Secreto, y tenía que pasar por unas pruebas que todos -incluido él- debían superar para demostrar su compromiso con la organización, su discreción y su cerebro. Y aunque dudaba que Zaina quisiera atarse a una organización cualquiera, tal vez el Servicio Secreto le ofreciese la libertad que buscaba y el apoyo que necesitaba. Aunque, a decir verdad, no tenía ni idea de cómo planteárselo. Por eso había optado por acompañarla a Arabasta, donde estaba el Oasis original y Yarmin Prince era considerado poco menos que un héroe. Al fin y al cabo, su treta había funcionado de tal manera que hasta el padre de su ahora pareja le tenía cierto aprecio... O al menos contenía su desprecio delante de él, aunque teniendo en cuenta sus poderes, seguramente fuese lo primero.
- Tengo que dejar un par de cosas preparadas -se despidió desde el poison mientras ella marchaba hacia la ciudad-, pero en cuanto hayas terminado avísame y soy tuyo.
Cuando Zaina se fue él aceleró el vehículo. Se trataba de un modelo de cápsula de transporte similar a una hoja, bastante aerodinámico. Si Zaina no fuese con tantos gatos por ahí podrían haber viajado en él. Señaló con dedo acusatorio a Derian cuando este amenazaba con afilarse las garras en el cuero del asiento y tecleó, sin dejar de conducir, el número al que llevaba ya dos semanas llamando:
- Voy para allí. Espero que esté todo listo.
Se encaminaba al desierto. Allí, donde nadie esperaría encontrarse con él, tenía una reunión de suma importancia para el devenir de los acontecimientos. Todo, absolutamente todo, iba a cambiar desde ese día.
- ¿En serio? -había preguntado-. Dijiste que era arrogante y estúpida.
Yarmin había podido detectar la incredulidad en su voz, pero había en ella también un sutil tono de decepción con notas de temor. El Rey sabía que si algo podía cegar a su compañero era el calor de una compañía inadecuada, pero también sabía que de verbalizar aquellos temores en voz alta podría tener muchos problemas.
- Y tú dijiste que era como yo, ¿recuerdas? -A veces se permitía el lujo de devolverle aquellas pullas que despreocupadamente solía soltar por el buzón que tenía por boca-. Además, necesitamos un sustituto...
Estaba ensangrentada, pero se reconocía perfectamente el dibujo del naipe. En el Servicio Secreto habían dispuesto mucho tiempo atrás una jerarquía basada en trece peldaños, perfectamente estratificada con una notoria salvedad, y dividida casi como si fuese una baraja: Yarmin ocupaba el trono como As, Gellert era el rey y cada uno de sus otros cuatro colaboradores era una J: Bella rubíes, Molly corazones, Anthony picas y Percy tréboles. Teóricamente cada escalón que se iba bajando implicaba el doble, asumiendo que el Rey y la Reina eran uno cada uno, ocupando el mismo rango. Había ocho dieces, cuatro hombres y cuatro mujeres; dieciséis nueves y así hasta llegar a los doses y a las segundas cifras. Pero no tenían una Reina.
La reina era, de facto, la segunda persona más poderosa del Servicio Secreto, y tenía que pasar por unas pruebas que todos -incluido él- debían superar para demostrar su compromiso con la organización, su discreción y su cerebro. Y aunque dudaba que Zaina quisiera atarse a una organización cualquiera, tal vez el Servicio Secreto le ofreciese la libertad que buscaba y el apoyo que necesitaba. Aunque, a decir verdad, no tenía ni idea de cómo planteárselo. Por eso había optado por acompañarla a Arabasta, donde estaba el Oasis original y Yarmin Prince era considerado poco menos que un héroe. Al fin y al cabo, su treta había funcionado de tal manera que hasta el padre de su ahora pareja le tenía cierto aprecio... O al menos contenía su desprecio delante de él, aunque teniendo en cuenta sus poderes, seguramente fuese lo primero.
- Tengo que dejar un par de cosas preparadas -se despidió desde el poison mientras ella marchaba hacia la ciudad-, pero en cuanto hayas terminado avísame y soy tuyo.
Cuando Zaina se fue él aceleró el vehículo. Se trataba de un modelo de cápsula de transporte similar a una hoja, bastante aerodinámico. Si Zaina no fuese con tantos gatos por ahí podrían haber viajado en él. Señaló con dedo acusatorio a Derian cuando este amenazaba con afilarse las garras en el cuero del asiento y tecleó, sin dejar de conducir, el número al que llevaba ya dos semanas llamando:
- Voy para allí. Espero que esté todo listo.
Se encaminaba al desierto. Allí, donde nadie esperaría encontrarse con él, tenía una reunión de suma importancia para el devenir de los acontecimientos. Todo, absolutamente todo, iba a cambiar desde ese día.
Zaina Nitocris
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No vamos a negar que había sido una vida diferente, pero no por ello le había gustado menos, sino al contrario. Había disfrutado de pasar las dos semanas con el hombre, y aunque había ido y venido para numerosos negocios en islas cercanas, siempre encontraba la forma de volver hasta donde estaba él.
La dama había acudido a despedirse de él, negando suavemente con el rostro.- No va a pasarme nada porque pasee por la ciudad, te llamaré con lo que sea.- Se había inclinado para robarle un rápido, corto y atrevido beso. Luego había acariciado suavemente la cabeza del felino y se había despedido de ellos.
¿Quién pensaría que en apenas el par de horas que habían estado separados pasarían tantas cosas? Zaina se había encontrado con aquel hombre, lo había reducido y lo había amenazado hasta que se había hecho realidad. Cuando la mayoría de aquel circo se había alejado, solo había necesitado un calmado movimiento y aquel hombre… Era suyo.
-Creo que si voy a tener que llamarlo al final.- La mujer pestañea levemente, mientras piensa exactamente como tiene que decirle aquello a Yarmin. Está en una pequeña casa donde solía quedarse, una donde pasó los primeros días tras abandonar su hogar. Le había hablado a Yarmin de ella y estaba segura de que podría localizarla, pero aun así dudaba si llamar o no al hombre.
Al final se rindió a la duda, y acabó por llamarle. Algo inquieta decidió sentarse en la silla, con el felino mirándola preocupada, acurrucándose en su regazo. La dama de cabellos negros estaba cubierta en sangre, y aunque la inmensa mayoría no era suya, sí que tenía un molesto corte en su brazo.
Sin embargo no había podido evitarlo. Quitando el latigazo que aquel hombre le había dado en el brazo, a la vuelta, se había dedicado a destrozar con sus propias garras a todos y cada uno de los hombres que habían maltratado alguna vez a sus animales. Y luego se había asegurado que todos y cada uno de los animales de aquel circo disfrutaran de la carne de aquellos que más daño les habían hecho.
La mujer era una imagen oscura, bastante salvaje y animal, mientras sus ojos, sus pupilas parecían haberse afilado como las de un verdadero gato. No pudo evitar sonreír mientras veía a aquel hombre retorcerse en la esquina. No le había tocado un pelo, solo lo había agarrado, tirado encima de Jade y secuestrado, pero el hombre no podía pensar en otra cosa que no fuera en el terror.
La había visto convertirse en algo más que el animal que ella manejaba, disfrutar de la sangre manchando su piel, del sonido de sus huesos romperse. Había reído cuando su carne había alimentado a sus fieras, y sabía de sobra que el destino que le esperaba a él iba a ser algo mucho peor. Después de todo él había sido el causante de todas y cada una de las cosas malas que a la muchacha le habían pasado en su vida.
En silencio dejó que sonara aquel aparato, mientras llamaba a Yarmin. Rouge comenzó a lamarle la sangre del brazo.- Querido, soy yo, veras… -Soltó un quejido de dolor, más por la sorpresa que por otra cosa, notando que Rouge acababa de lamer la herida.- Maldita sea, en la herida no, un momento.- Hizo una pausa para dejar el pequeño animal en el suelo.- Listo, pues veras, al final sí me gustaría que vinieras, si.-Le recordó la dirección de forma rápida, colgó de manera más apresurada y seguramente pareció que estaba haciendo más cosas de las que debía.
Pero lo estaba. Jade miraba al hombre con un odio marcado, Mustafá empezó a rugir de forma brusca y ella alzó la mano.- Lo siento chicos… Es mio.
Aquella falda compuesta por jirones de seda, los pantalones cortos, aquella parte superior similar a un sujetador negro, aquella mirada de animal asesino. Sangre, sangre en sus brazos, en sus piernas, no había llegado a su rostro por un extraño poder, y su cabello negro trenzado le recordó a la melena de alguno de sus leones. Estaba perdido.
La dama había acudido a despedirse de él, negando suavemente con el rostro.- No va a pasarme nada porque pasee por la ciudad, te llamaré con lo que sea.- Se había inclinado para robarle un rápido, corto y atrevido beso. Luego había acariciado suavemente la cabeza del felino y se había despedido de ellos.
¿Quién pensaría que en apenas el par de horas que habían estado separados pasarían tantas cosas? Zaina se había encontrado con aquel hombre, lo había reducido y lo había amenazado hasta que se había hecho realidad. Cuando la mayoría de aquel circo se había alejado, solo había necesitado un calmado movimiento y aquel hombre… Era suyo.
-Creo que si voy a tener que llamarlo al final.- La mujer pestañea levemente, mientras piensa exactamente como tiene que decirle aquello a Yarmin. Está en una pequeña casa donde solía quedarse, una donde pasó los primeros días tras abandonar su hogar. Le había hablado a Yarmin de ella y estaba segura de que podría localizarla, pero aun así dudaba si llamar o no al hombre.
Al final se rindió a la duda, y acabó por llamarle. Algo inquieta decidió sentarse en la silla, con el felino mirándola preocupada, acurrucándose en su regazo. La dama de cabellos negros estaba cubierta en sangre, y aunque la inmensa mayoría no era suya, sí que tenía un molesto corte en su brazo.
Sin embargo no había podido evitarlo. Quitando el latigazo que aquel hombre le había dado en el brazo, a la vuelta, se había dedicado a destrozar con sus propias garras a todos y cada uno de los hombres que habían maltratado alguna vez a sus animales. Y luego se había asegurado que todos y cada uno de los animales de aquel circo disfrutaran de la carne de aquellos que más daño les habían hecho.
La mujer era una imagen oscura, bastante salvaje y animal, mientras sus ojos, sus pupilas parecían haberse afilado como las de un verdadero gato. No pudo evitar sonreír mientras veía a aquel hombre retorcerse en la esquina. No le había tocado un pelo, solo lo había agarrado, tirado encima de Jade y secuestrado, pero el hombre no podía pensar en otra cosa que no fuera en el terror.
La había visto convertirse en algo más que el animal que ella manejaba, disfrutar de la sangre manchando su piel, del sonido de sus huesos romperse. Había reído cuando su carne había alimentado a sus fieras, y sabía de sobra que el destino que le esperaba a él iba a ser algo mucho peor. Después de todo él había sido el causante de todas y cada una de las cosas malas que a la muchacha le habían pasado en su vida.
En silencio dejó que sonara aquel aparato, mientras llamaba a Yarmin. Rouge comenzó a lamarle la sangre del brazo.- Querido, soy yo, veras… -Soltó un quejido de dolor, más por la sorpresa que por otra cosa, notando que Rouge acababa de lamer la herida.- Maldita sea, en la herida no, un momento.- Hizo una pausa para dejar el pequeño animal en el suelo.- Listo, pues veras, al final sí me gustaría que vinieras, si.-Le recordó la dirección de forma rápida, colgó de manera más apresurada y seguramente pareció que estaba haciendo más cosas de las que debía.
Pero lo estaba. Jade miraba al hombre con un odio marcado, Mustafá empezó a rugir de forma brusca y ella alzó la mano.- Lo siento chicos… Es mio.
Aquella falda compuesta por jirones de seda, los pantalones cortos, aquella parte superior similar a un sujetador negro, aquella mirada de animal asesino. Sangre, sangre en sus brazos, en sus piernas, no había llegado a su rostro por un extraño poder, y su cabello negro trenzado le recordó a la melena de alguno de sus leones. Estaba perdido.
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Tenía que reconocerlo: Estaba listo. Se trataba de un pequeño regimiento de mineros experimentados, deseosos de acceder a las profundas minas de Yellow Spice. Musculosos, recios, con un mostacho poblado... Otra de las cosas que había hablado con Gellert en las últimas dos semanas era acerca de completar la adquisición de aquella mina, una explotación tan cercana a Nuevo Oasis y a su renovada atmósfera casi limpia que prácticamente resultaba peligroso. Era la excusa perfecta para realizar una compra agresiva, y la misma mañana que habían abandonado la isla Gellert había entrado con veinte hombres para ocuparse de la transacción. Zaina iba a tener su rodio, y aquellos leales y muy bien pagados trabajadores iban a sacar metales preciosos hasta hacer la montaña colapsar.
En sí el platino no le servía de nada, pero era catalizador de múltiples reacciones químicas y material protésico, así que no estaba mal para iniciar un negocio "legítimo" tras el que blanquear sus otras actividades menos honrosas. Resultaba bastante halagüeño imaginar que incluso Zaina podría estar interesada en comprarle ese metal. Lo que ya le llamaba la atención era la otra cosa.
- ¿Será bueno?
- El mejor -respondió el caballero blanco-. Resultado de las mejores...
El sonido del den den mushi carmesí interrumpió al hombre, que simplemente se calló por completo esperando a que Yarmin terminase su conversación. Él, por su parte, empezaba a preocuparse un poco a medida que Zaina hablaba con su gato. ¿Herida? "No te preocupes, Yarmin, estaré bien". Y en poco más de un par de horas estaba herida y pidiéndole que fuese. La tranquilizó como pudo y se despidió. Algo apurado, apuró sus tareas:
- ¿Las mejores? -preguntó. Cuando setenta y cinco asintió preguntó otra cosa más-: ¿Generación?
- Séptima.
- Está bien -aceptó. Al ritmo que trabajaban en Oasis aquello debía estar ya por lo menos en novena, pero tampoco iba a quejarse. Tras mirarlo un momento y meterlo en el asiento derecho del poison, se dirigió a los mineros-: El Servicio Secreto espera mucho de ustedes. Dos años de trabajo y no volverán a trabajar en la vida, pero recuerden no morder la mano que les da de comer. Ahora no hay vuelta atrás. Muchas gracias por estar aquí y espero que esta relación sea productiva para todos. -Hizo una pausa, relamiéndose el labio-. Cuando lleguen a su destino les explicaré con detalle sus funciones, turnos y en general todo lo que atañe a su vida durante ese tiempo. Ahora... ¡Capuchas!
Se las pusieron sin rechistar. En Yellow Spice aguardaba uno de sus dobles, pero no estaba pensando en eso. Se subió al vehículo y puso rumbo a la casa donde Zaina lo estaba esperando. Tuvo que cruzar el ardiente desierto, pero si hubiese tenido que atravesar el gélido glaciar y escalar a lo más alto de la más alta torre... No. Zaina no era así; ella sabía resolver sus propios problemas. Aflojó el acelerador y se dejó calmar por el sonido del viento y los rugidos del gato. Derian parecía algo preocupado, pero por el momento no intentaba saltarle encima, así que simplemente se centró en llegar.
Apenas se centró en la casa cuando aparcó delante de ella. Salió y se llevó el paquete con él, abriendo la puerta con una ferocidad impropia en él -ahí se dio cuenta de que quizá no estaba tan tranquilo después de todo- para quedarse boquiabiertos, tanto él como el joven leopardo negro que había decidido regalarle. Se trataba del mejor de la camada, un ejemplar monocromo de ojos dorados y, si los experimentos habían ido bien, completamente fortificado. También era, según le decían, casi tan inteligente como un humano. Quizá fue por eso que compartieron una mirada preocupada cuando vieron a la muchacha preocupada, pero Yarmin no lo resistió y corrió hacia ella los apenas cuatro pasos que los separaban.
- ¡Zaina! -exclamó. Los ojos se le volvían dorados nada más verla, pero el rojo se apoderaba de ellos en cuanto miraba su corte en el brazo o la ropa medio hecha jirones-. ¿Qué ha pasado?
Evidentemente no le pasó desapercibido el subser que yacía tirado en el suelo, pero no era el momento de hacer esa pregunta. Por lo menos iba a hacerle antes su regalo, aunque iba a matar al responsable de aquello... Muy lentamente.
En sí el platino no le servía de nada, pero era catalizador de múltiples reacciones químicas y material protésico, así que no estaba mal para iniciar un negocio "legítimo" tras el que blanquear sus otras actividades menos honrosas. Resultaba bastante halagüeño imaginar que incluso Zaina podría estar interesada en comprarle ese metal. Lo que ya le llamaba la atención era la otra cosa.
- ¿Será bueno?
- El mejor -respondió el caballero blanco-. Resultado de las mejores...
El sonido del den den mushi carmesí interrumpió al hombre, que simplemente se calló por completo esperando a que Yarmin terminase su conversación. Él, por su parte, empezaba a preocuparse un poco a medida que Zaina hablaba con su gato. ¿Herida? "No te preocupes, Yarmin, estaré bien". Y en poco más de un par de horas estaba herida y pidiéndole que fuese. La tranquilizó como pudo y se despidió. Algo apurado, apuró sus tareas:
- ¿Las mejores? -preguntó. Cuando setenta y cinco asintió preguntó otra cosa más-: ¿Generación?
- Séptima.
- Está bien -aceptó. Al ritmo que trabajaban en Oasis aquello debía estar ya por lo menos en novena, pero tampoco iba a quejarse. Tras mirarlo un momento y meterlo en el asiento derecho del poison, se dirigió a los mineros-: El Servicio Secreto espera mucho de ustedes. Dos años de trabajo y no volverán a trabajar en la vida, pero recuerden no morder la mano que les da de comer. Ahora no hay vuelta atrás. Muchas gracias por estar aquí y espero que esta relación sea productiva para todos. -Hizo una pausa, relamiéndose el labio-. Cuando lleguen a su destino les explicaré con detalle sus funciones, turnos y en general todo lo que atañe a su vida durante ese tiempo. Ahora... ¡Capuchas!
Se las pusieron sin rechistar. En Yellow Spice aguardaba uno de sus dobles, pero no estaba pensando en eso. Se subió al vehículo y puso rumbo a la casa donde Zaina lo estaba esperando. Tuvo que cruzar el ardiente desierto, pero si hubiese tenido que atravesar el gélido glaciar y escalar a lo más alto de la más alta torre... No. Zaina no era así; ella sabía resolver sus propios problemas. Aflojó el acelerador y se dejó calmar por el sonido del viento y los rugidos del gato. Derian parecía algo preocupado, pero por el momento no intentaba saltarle encima, así que simplemente se centró en llegar.
Apenas se centró en la casa cuando aparcó delante de ella. Salió y se llevó el paquete con él, abriendo la puerta con una ferocidad impropia en él -ahí se dio cuenta de que quizá no estaba tan tranquilo después de todo- para quedarse boquiabiertos, tanto él como el joven leopardo negro que había decidido regalarle. Se trataba del mejor de la camada, un ejemplar monocromo de ojos dorados y, si los experimentos habían ido bien, completamente fortificado. También era, según le decían, casi tan inteligente como un humano. Quizá fue por eso que compartieron una mirada preocupada cuando vieron a la muchacha preocupada, pero Yarmin no lo resistió y corrió hacia ella los apenas cuatro pasos que los separaban.
- ¡Zaina! -exclamó. Los ojos se le volvían dorados nada más verla, pero el rojo se apoderaba de ellos en cuanto miraba su corte en el brazo o la ropa medio hecha jirones-. ¿Qué ha pasado?
Evidentemente no le pasó desapercibido el subser que yacía tirado en el suelo, pero no era el momento de hacer esa pregunta. Por lo menos iba a hacerle antes su regalo, aunque iba a matar al responsable de aquello... Muy lentamente.
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Estaba acostumbrada a la dualidad de su pareja. Desde el bloque de hielo con patas que atendía llamadas de teléfono con ella en la cama, hasta el pasional hombre que luego se giraba para hacerle el amor. Y no me creéis, pero adora ambos lados y no cambiaría nada de aquel hombre, sin embargo, nunca lo había visto reaccionar a algo que le pasara a ella.
E igualmente, estaba acostumbrada a que nadie se preocupara por ella, sus gatos como mucho, pero el resto era siempre ella la que cuidaba sus heridas, se recuperaba y seguía adelante. Quizás por eso no pudo evitar aflojar sus defensas cuando lo vio perder los estribos, aquellos ojos del color del ámbar comenzar a teñirse de sangre. La mujer intentó calmarle, agarrando una toalla que había dejado en una mesa, comenzó a quitarse la sangre del brazo.- No es nada, fue un latigazo cortesía de mi prometido.- Una sonrisa burlona, una mirada siniestra, y sus ojos se posan en el pobre y tembloroso hombre de la esquina.
-Antes de que saltes a conclusiones, que te veo querido, es este caballero veinticinco años mayor que yo, al que me regalaron cuando cumplí los diez años… Cortesía de mi padre.- Pasó por al lado de Yarmin, se quedó mirando al leopardo de tonos oscuros y luego miró a su hombre. Pues sí, acababa de perder el hilo de todo lo que tenía que decir.- Pero eres adorable, eres como una copia felina a gran escala de mi querida pareja.- No se acercó de forma brusca, simplemente se agachó, dejando que el animal se acostumbrara a su presencia, aunque prefirió no entrarle demasiado.- Cuando deje de oler a sangre de varias personas, prometo rascarte un poco.- Se incorporó tranquilamente, llegando hasta el final de la sala, mirando al hombre asustado.
-Verás, es dueño del circo de Arabasta, de un par de terrenos, es coleccionista de cosas exóticas.-La mujer se agachó hasta quedar a su altura.-Y desde siempre, ha tenido la mala manía de querer domar cosas que no se pueden.- Yarmin vería a Jade aguantar una rabia y una cólera que parecía llenar la habitación, parecía estar deseando saltar encima del hombre independientemente de lo que pasara.- Como golpear a Jade cuando era un cachorro, esperando doblegar su personalidad... O a mí, porque era demasiado intensa.- El hombre la miraba, con la respiración aguantada, el pecho quieto, como aquel que tiene una fiera delante y teme el momento del mordisco.- He matado a todas las personas que abusaban del circo, y se los he dado de comer a los animales, sé que el domador cuidará de ellos.-Estaba informando a su pareja, como si aquel hombre no existiera en su presencia.
Agarró la pierna del hombre, y este intentó resistirse, pero fue como si ella simplemente cerrara un cepo alrededor de él. Nada de lo que parecía hacer la movía, y sus orbes de esmeralda seguían fijas en aquel hombre.- Nunca te hablé de él, pero pensé que tendrías que conocerlo.- Se quedó callada un momento, mirando al hombre de ojos ahora rojos.- No, quería que lo conocieras, estaba segura de que te encantaría saber cuál es mi historia con él, tiene de todo un poco.
Empezó a apretar, el hombre ahogó un chillido, mientras los huesos comenzaron a crujir entre sus dedos, la mujer parecía seguir tranquila, pese a hecho de que estaba destrozando los huesos de su tobillo.- Violencia, sangre, lágrimas, abusos infantiles… ¿No te sentías sucios al intentar abusar de una niña que podría haber sido tu hija?- El chasquido del hueso seguido de su grito, no hizo que ella pestañeara.- Algo me dice que no.- Y quizás era eso lo que realmente le hacía parecida a Yarmin, esa forma retorcida de cerrar historias, de cortar hilos, de callar bocas.
¿Pero no era eso lo bonito de la vida en pareja? Compartir experiencias, historias del paso, crecer juntos… ¿Matar juntos?
E igualmente, estaba acostumbrada a que nadie se preocupara por ella, sus gatos como mucho, pero el resto era siempre ella la que cuidaba sus heridas, se recuperaba y seguía adelante. Quizás por eso no pudo evitar aflojar sus defensas cuando lo vio perder los estribos, aquellos ojos del color del ámbar comenzar a teñirse de sangre. La mujer intentó calmarle, agarrando una toalla que había dejado en una mesa, comenzó a quitarse la sangre del brazo.- No es nada, fue un latigazo cortesía de mi prometido.- Una sonrisa burlona, una mirada siniestra, y sus ojos se posan en el pobre y tembloroso hombre de la esquina.
-Antes de que saltes a conclusiones, que te veo querido, es este caballero veinticinco años mayor que yo, al que me regalaron cuando cumplí los diez años… Cortesía de mi padre.- Pasó por al lado de Yarmin, se quedó mirando al leopardo de tonos oscuros y luego miró a su hombre. Pues sí, acababa de perder el hilo de todo lo que tenía que decir.- Pero eres adorable, eres como una copia felina a gran escala de mi querida pareja.- No se acercó de forma brusca, simplemente se agachó, dejando que el animal se acostumbrara a su presencia, aunque prefirió no entrarle demasiado.- Cuando deje de oler a sangre de varias personas, prometo rascarte un poco.- Se incorporó tranquilamente, llegando hasta el final de la sala, mirando al hombre asustado.
-Verás, es dueño del circo de Arabasta, de un par de terrenos, es coleccionista de cosas exóticas.-La mujer se agachó hasta quedar a su altura.-Y desde siempre, ha tenido la mala manía de querer domar cosas que no se pueden.- Yarmin vería a Jade aguantar una rabia y una cólera que parecía llenar la habitación, parecía estar deseando saltar encima del hombre independientemente de lo que pasara.- Como golpear a Jade cuando era un cachorro, esperando doblegar su personalidad... O a mí, porque era demasiado intensa.- El hombre la miraba, con la respiración aguantada, el pecho quieto, como aquel que tiene una fiera delante y teme el momento del mordisco.- He matado a todas las personas que abusaban del circo, y se los he dado de comer a los animales, sé que el domador cuidará de ellos.-Estaba informando a su pareja, como si aquel hombre no existiera en su presencia.
Agarró la pierna del hombre, y este intentó resistirse, pero fue como si ella simplemente cerrara un cepo alrededor de él. Nada de lo que parecía hacer la movía, y sus orbes de esmeralda seguían fijas en aquel hombre.- Nunca te hablé de él, pero pensé que tendrías que conocerlo.- Se quedó callada un momento, mirando al hombre de ojos ahora rojos.- No, quería que lo conocieras, estaba segura de que te encantaría saber cuál es mi historia con él, tiene de todo un poco.
Empezó a apretar, el hombre ahogó un chillido, mientras los huesos comenzaron a crujir entre sus dedos, la mujer parecía seguir tranquila, pese a hecho de que estaba destrozando los huesos de su tobillo.- Violencia, sangre, lágrimas, abusos infantiles… ¿No te sentías sucios al intentar abusar de una niña que podría haber sido tu hija?- El chasquido del hueso seguido de su grito, no hizo que ella pestañeara.- Algo me dice que no.- Y quizás era eso lo que realmente le hacía parecida a Yarmin, esa forma retorcida de cerrar historias, de cortar hilos, de callar bocas.
¿Pero no era eso lo bonito de la vida en pareja? Compartir experiencias, historias del paso, crecer juntos… ¿Matar juntos?
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Ni pestañeó. Sabía que era costumbre en el desierto vender a las mujeres como si se tratase de ganado, y aunque resultó una noticia inesperada saber que su pareja estaba prometida tampoco terminaba de ser sorprendente. Lo que era, viendo al hombre que tenía delante, era insultante. ¿El dueño de un circo? ¿En qué estaré pensando el gran visir de Arabasta para vender a su hija a tal despojo? Cierto era que muchas veces importaba más la cuantía de la dote que el título ostentado, y cierto era que Zaina como mujer estaba, por decirlo de forma suave, muy por debajo de cualquier hombre en la jerarquía social. Que fuese una mujer la convertía, a ojos de cualquiera por allí, en un trozo de carne con piernas y, en el futuro, en un cañón de bebés. A pesar de que ella era, con todos sus defectos, mucho más.
Acarició el morro de Jade desde la ventana, intentando calmarla. No sabría decir cuál de las dos estaba más nerviosa ante aquel tipo, si Zaina o ella, pero desde siempre Yarmin había tenido un poco de mano con los gatos y si aquella gargantúa se ponía demasiado nerviosa podría llegar a ser un riesgo para todos en aquella pequeña casita. Al menos, pensaba eso antes de escuchar el crujido.
Los gritos le dieron igual, pero el crujido captó su atención. ¿La delicada flor del desierto había hecho aquello? Casi se habría asombrado si no fuera porque había visto a gente realizar proezas mucho mayores a romper un hueso simplemente cerrando la mano, pero ver que ese cuerpo menudo guardaba más secretos que simplemente un par de ojos bonitos y palabras como venenos se le antojó de pronto bastante excitante.
- Me alegra ver que aún te falta por aprender -dijo, sin mostrar el más mínimo interés en lo que ella acababa de decirle. Si ella estaba bien eso era lo único que importaba, y aunque evidentemente iba a castigar a ese hombre por hacerle daño casi sentía lástima por él. Incapaz, débil, mediocre... Un buhonero venido arriba que necesitaba abusar de niñas. No le importaba en absoluto, y desde luego no iba a culparlo por desear a Zaina, pero era la oportunidad de oro para educar a una futura Reina-. ¿Podrías acompañarme un momento afuera? Este amable caballero va a esperarnos -le dirigió una mirada fugaz al hombrecillo-, ¿verdad?
Salió al exterior y aguantó la puerta mientras Zaina salía, si es que lo hacía. Tras unos segundos fue hacia el poison y sacó el maletín de él, no sin dedicarle una mirada severa a Derian -al que se le olían las intenciones- y hacerlo entrar a la casa. Allí por lo menos no tendría opción de portarse demasiado mal y podría jugar con el gato zorro de la mujer. ¿Caracal, se llamaba?
- Eres demasiado impulsiva -le dijo-. A no ser que quieras matarlo, y no tiene pinta, deberías empezar de una forma suave e ir ascendiendo. Además, podrías sacar un cierto rédito de este señor y no estás teniéndolo en cuenta.
No entendía por qué le explicaba aquello, pero sin duda a la muchacha le hacía falta refinar un poco sus modales a la hora de jugar: Pasional, ardiente, impulsiva... No eran las aptitudes más compatibles con la vida de la extorsión y el chantaje.
- Permíteme darte un par de apuntes, cariño. -Puede que un sutil deje de condescendencia se adueñase de su voz por un instante, pero su ofrecimiento era sincero y confiaba en que ella aceptase los sutiles matices de una clase magistral-. No lo haces mal, pero podemos exprimir esto al máximo.
Entró de vuelta en la casa y dejó el maletín sobre un sillón algo viejo. Se dio el lujo de sentarse tranquilamente al lado de... Bueno, de él.
Apoyó la espalda contra la pared y se estiró tranquilamente, ignorándolo. Como siempre, parecía inofensivo, aunque seguramente debido a la poco meditada acción de Zaina ya estaba algo nervioso el hombre. Y lo cierto era que él no tenía pensado arreglarlo. Cuando terminó pasó un brazo sobre sus hombros, enroscándose como la serpiente que podía llegar a ser.
- ¿Cómo se llama, buen señor? -preguntó, dejando que el Fragmento del Edén fuese reptando por la manga de su chaqueta.
- Sa... Samir -tartamudeó, en tono casi suplicante-. Samir Handal.
- Muy bien, Samir... ¿Hemos aprendido algo hoy? -Llevó un dedo a su boca mientras le chistaba suavemente, evitando que respondiese-. Porque yo creo que la herida de la señorita puede ser una valiosa lección, ¿no le parece? Fíjese en esa piel, blanca y perfecta. Lo cierto es que resulta muy descortés herirla, ¿se imagina que le quede una cicatriz? Tener que recordar este triste incidente toda la vida -recorría su cara con un par de dedos muy lentamente, casi con cariño, desde la v de su párpado hasta la comisura de sus labios- solo por un leve malentendido. Ella cree que es usted su prometido, que tiene algún derecho sobre ella y ha intentado hacerlo valer. Pero una prometida no intenta arrancarle el pie a su futuro marido, ¿no cree? Yo creo que usted se ha equivocado, y mucho, de persona.
Se podía escuchar el latido arrítmico de su corazón desbocado, deseando salirle por la boca. Tarde o temprano pasaría, estaba claro, pero no era el momento.
- ¿Es su prometida? -le preguntó, sin tapujos, finalmente, y él negó con la cabeza-. Está bien, Samir. Relájese, no pasa nada. Yo intentaré calmarla, aunque no puedo prometer nada. Tal vez, de todos modos, debería disculparse.
Yarmin se levantó lentamente, dejando a la víbora campar a sus anchas sobre el cuerpo de aquel hombre. No iba a hacer nada sin una orden previa, pero cuando lo hiciera le quedaría muy poco de vida. Esperaba que, pese a ser tan distinta a las cobras de Arabasta, reconociese el peligro que entrañaba. Pero por si no lo hacía, Yarmin dejó el maletín en el suelo y tomó como trono el sillón.
- ¿Y bien? -requirió, expectante por lo que pudiera suceder a continuación.
Acarició el morro de Jade desde la ventana, intentando calmarla. No sabría decir cuál de las dos estaba más nerviosa ante aquel tipo, si Zaina o ella, pero desde siempre Yarmin había tenido un poco de mano con los gatos y si aquella gargantúa se ponía demasiado nerviosa podría llegar a ser un riesgo para todos en aquella pequeña casita. Al menos, pensaba eso antes de escuchar el crujido.
Los gritos le dieron igual, pero el crujido captó su atención. ¿La delicada flor del desierto había hecho aquello? Casi se habría asombrado si no fuera porque había visto a gente realizar proezas mucho mayores a romper un hueso simplemente cerrando la mano, pero ver que ese cuerpo menudo guardaba más secretos que simplemente un par de ojos bonitos y palabras como venenos se le antojó de pronto bastante excitante.
- Me alegra ver que aún te falta por aprender -dijo, sin mostrar el más mínimo interés en lo que ella acababa de decirle. Si ella estaba bien eso era lo único que importaba, y aunque evidentemente iba a castigar a ese hombre por hacerle daño casi sentía lástima por él. Incapaz, débil, mediocre... Un buhonero venido arriba que necesitaba abusar de niñas. No le importaba en absoluto, y desde luego no iba a culparlo por desear a Zaina, pero era la oportunidad de oro para educar a una futura Reina-. ¿Podrías acompañarme un momento afuera? Este amable caballero va a esperarnos -le dirigió una mirada fugaz al hombrecillo-, ¿verdad?
Salió al exterior y aguantó la puerta mientras Zaina salía, si es que lo hacía. Tras unos segundos fue hacia el poison y sacó el maletín de él, no sin dedicarle una mirada severa a Derian -al que se le olían las intenciones- y hacerlo entrar a la casa. Allí por lo menos no tendría opción de portarse demasiado mal y podría jugar con el gato zorro de la mujer. ¿Caracal, se llamaba?
- Eres demasiado impulsiva -le dijo-. A no ser que quieras matarlo, y no tiene pinta, deberías empezar de una forma suave e ir ascendiendo. Además, podrías sacar un cierto rédito de este señor y no estás teniéndolo en cuenta.
No entendía por qué le explicaba aquello, pero sin duda a la muchacha le hacía falta refinar un poco sus modales a la hora de jugar: Pasional, ardiente, impulsiva... No eran las aptitudes más compatibles con la vida de la extorsión y el chantaje.
- Permíteme darte un par de apuntes, cariño. -Puede que un sutil deje de condescendencia se adueñase de su voz por un instante, pero su ofrecimiento era sincero y confiaba en que ella aceptase los sutiles matices de una clase magistral-. No lo haces mal, pero podemos exprimir esto al máximo.
Entró de vuelta en la casa y dejó el maletín sobre un sillón algo viejo. Se dio el lujo de sentarse tranquilamente al lado de... Bueno, de él.
Apoyó la espalda contra la pared y se estiró tranquilamente, ignorándolo. Como siempre, parecía inofensivo, aunque seguramente debido a la poco meditada acción de Zaina ya estaba algo nervioso el hombre. Y lo cierto era que él no tenía pensado arreglarlo. Cuando terminó pasó un brazo sobre sus hombros, enroscándose como la serpiente que podía llegar a ser.
- ¿Cómo se llama, buen señor? -preguntó, dejando que el Fragmento del Edén fuese reptando por la manga de su chaqueta.
- Sa... Samir -tartamudeó, en tono casi suplicante-. Samir Handal.
- Muy bien, Samir... ¿Hemos aprendido algo hoy? -Llevó un dedo a su boca mientras le chistaba suavemente, evitando que respondiese-. Porque yo creo que la herida de la señorita puede ser una valiosa lección, ¿no le parece? Fíjese en esa piel, blanca y perfecta. Lo cierto es que resulta muy descortés herirla, ¿se imagina que le quede una cicatriz? Tener que recordar este triste incidente toda la vida -recorría su cara con un par de dedos muy lentamente, casi con cariño, desde la v de su párpado hasta la comisura de sus labios- solo por un leve malentendido. Ella cree que es usted su prometido, que tiene algún derecho sobre ella y ha intentado hacerlo valer. Pero una prometida no intenta arrancarle el pie a su futuro marido, ¿no cree? Yo creo que usted se ha equivocado, y mucho, de persona.
Se podía escuchar el latido arrítmico de su corazón desbocado, deseando salirle por la boca. Tarde o temprano pasaría, estaba claro, pero no era el momento.
- ¿Es su prometida? -le preguntó, sin tapujos, finalmente, y él negó con la cabeza-. Está bien, Samir. Relájese, no pasa nada. Yo intentaré calmarla, aunque no puedo prometer nada. Tal vez, de todos modos, debería disculparse.
Yarmin se levantó lentamente, dejando a la víbora campar a sus anchas sobre el cuerpo de aquel hombre. No iba a hacer nada sin una orden previa, pero cuando lo hiciera le quedaría muy poco de vida. Esperaba que, pese a ser tan distinta a las cobras de Arabasta, reconociese el peligro que entrañaba. Pero por si no lo hacía, Yarmin dejó el maletín en el suelo y tomó como trono el sillón.
- ¿Y bien? -requirió, expectante por lo que pudiera suceder a continuación.
Zaina Nitocris
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Jade se quedó mirando a Yarmin. Estaba alterada, bastante, el leopardo no podía evitar pensar en todo lo que tenía guardado en su memoria, y cada vez que acudía a su cabeza esto erizaba su pelaje. Cerró los ojos suavemente y disfrutó del tacto del hombre, intentando relajarse un poco, sin embargo no estaba del todo alterada.
Zaina sí. Ella tenía la mirada clavada en aquel hombre y sus dedos se apretaban y crispaban cada vez que un recuerdo llegaba a su mente. Deseó haberle destrozado las manos en vez de aquel pie, la sola idea de recordarlas le repugnaba. Dirigió su mirada a ellas y el hombre se asustó, ella simplemente no pudo evitar el asco en el fondo de sus ojos. Recordaba cómo la había tocado, como la había acorralado contra la pared, como había pagado a los guardias para que nadie fuera. Los gritos, las pataletas, la ropa rasgada, la sangre y un rugido de Jade atravesando la zona.
De no haber sido por aquel animal… No, de no haber sido por su amiga. Después de aquello habían castigado al leopardo de apenas un año, y Zaina se había escapado para pasar la noche con ella en su jaula. Habían dormido abrazadas, mientras la niña de apenas diez años curaba sus heridas, y lloraba por no ser capaz de hacer nada contra aquel hombre de casi cuarenta.
Yarmin la sacó de sus pensamientos. Cuando había vuelto a la realidad, estaba fuera de aquella casa y él hablaba de algo. Matarlo, destrozarlo, en aquel momento Zaina no parecía estar presente.- ¿Matarlo? Oh claro que lo haré… Jade está deseando comérselo, y yo despedazarlo y limpiarlo para ella.- Había salido de sus labios con una calma tan impropia de aquella mujer de fuego y lava. Era algo que parecía haber macerado en su cabeza toda su vida, algo que quería y deseaba hacer. Pero como siempre él tenía otros planes.
Fue a decirle que no, quiso protestar, pero las palabras no salieron de sus labios y simplemente le miró.-Haz lo que creas conveniente…- En sus ojos simple y llanamente, no había nada.
No había un brillo travieso, no había satisfacción o gusto, no había alegría o disfrute, había una niebla, una sensación negra y amarga en su propia incapacidad, en el dolor de su pasado. Nunca había dejado que le afectara, nunca había dejado que todo aquello dominara su mente, sin embargo su carácter había nacido precisamente de todo aquello. De la pelea contra el poder, contra alguien que deseaba todo de ella, destrozarla, oprimirla y romperla.
Toda su vida había tenido la necesidad de aprender, de pulirse, de perfeccionarse, toda su vida había sido ver cómo la gente la pasaba por una cuchilla hasta que entrara en sus moldes. Al final se había cansado, había visto los cortes, la sangre y simplemente había continuado caminando. Hasta que sus hombros pesaron, hasta que sus piernas se rindieron, hasta que sus ojos se cerraron.
Hasta que no pudo más.
Jack solo había sido el detonante, la excusa para que pudiera dar ese paso, pero aquel hombre había creado a Yasei, y había destrozado a Zaina.
Quizás aunque era cierto que había soñado con destrozar a aquel hombre vivo, no estaba preparada para ello. Tal vez le había llamado consciente de su propia debilidad, de ese ser que seguía queriendo aferrarse a algo para sentirse viva. Lo dejó entrar dentro, apoyó la frente contra el rostro de Jade y cerró los ojos. Pasó los dedos por la mandíbula del animal, por el cuello y a medida que sus dedos rozaban aquellas viejas cicatrices, no pudo evitarlo.
Cuando se había dado cuenta, las lágrimas ya habían comenzado a descender hasta sus mejillas y Jade empezó a lloriquear. Intentó animarla, movió su cabeza contra ella, esperando que olvidara aquellas cicatrices. Intentó hacerle ver que ella estaba bien… Pero Zaina no lo estaba.
No hasta que no se asegurara de que aquel hombre había muerto, llevándose cualquier rastro de aquella debilidad.
Era tal vez eso, quizás por eso le había llamado a él. No por la necesidad de enseñarle de que era capaz, no por la necesidad de que la juzgara o le enseñara. Si no porque necesitaba a la persona que quería, lo necesitaba.
Para así poder cerrar todo aquello, para enseñarle un lado de ella que iba a morir con ese hombre. Mostrarle un lado de ella que sólo Jade conocía.
Aunque no sabía si realmente estaba haciendo lo correcto.
Suspiró, tomó aire y miró a la felina.- Será mejor que entre… Acabemos con esto de una vez.- Se limpió el rastro de lágrimas con el brazo limpio, y miró aquella casa, era el momento de terminar con un trozo de su historia, y tal vez empezar uno nuevo y totalmente diferente.
Zaina sí. Ella tenía la mirada clavada en aquel hombre y sus dedos se apretaban y crispaban cada vez que un recuerdo llegaba a su mente. Deseó haberle destrozado las manos en vez de aquel pie, la sola idea de recordarlas le repugnaba. Dirigió su mirada a ellas y el hombre se asustó, ella simplemente no pudo evitar el asco en el fondo de sus ojos. Recordaba cómo la había tocado, como la había acorralado contra la pared, como había pagado a los guardias para que nadie fuera. Los gritos, las pataletas, la ropa rasgada, la sangre y un rugido de Jade atravesando la zona.
De no haber sido por aquel animal… No, de no haber sido por su amiga. Después de aquello habían castigado al leopardo de apenas un año, y Zaina se había escapado para pasar la noche con ella en su jaula. Habían dormido abrazadas, mientras la niña de apenas diez años curaba sus heridas, y lloraba por no ser capaz de hacer nada contra aquel hombre de casi cuarenta.
Yarmin la sacó de sus pensamientos. Cuando había vuelto a la realidad, estaba fuera de aquella casa y él hablaba de algo. Matarlo, destrozarlo, en aquel momento Zaina no parecía estar presente.- ¿Matarlo? Oh claro que lo haré… Jade está deseando comérselo, y yo despedazarlo y limpiarlo para ella.- Había salido de sus labios con una calma tan impropia de aquella mujer de fuego y lava. Era algo que parecía haber macerado en su cabeza toda su vida, algo que quería y deseaba hacer. Pero como siempre él tenía otros planes.
Fue a decirle que no, quiso protestar, pero las palabras no salieron de sus labios y simplemente le miró.-Haz lo que creas conveniente…- En sus ojos simple y llanamente, no había nada.
No había un brillo travieso, no había satisfacción o gusto, no había alegría o disfrute, había una niebla, una sensación negra y amarga en su propia incapacidad, en el dolor de su pasado. Nunca había dejado que le afectara, nunca había dejado que todo aquello dominara su mente, sin embargo su carácter había nacido precisamente de todo aquello. De la pelea contra el poder, contra alguien que deseaba todo de ella, destrozarla, oprimirla y romperla.
Toda su vida había tenido la necesidad de aprender, de pulirse, de perfeccionarse, toda su vida había sido ver cómo la gente la pasaba por una cuchilla hasta que entrara en sus moldes. Al final se había cansado, había visto los cortes, la sangre y simplemente había continuado caminando. Hasta que sus hombros pesaron, hasta que sus piernas se rindieron, hasta que sus ojos se cerraron.
Hasta que no pudo más.
Jack solo había sido el detonante, la excusa para que pudiera dar ese paso, pero aquel hombre había creado a Yasei, y había destrozado a Zaina.
Quizás aunque era cierto que había soñado con destrozar a aquel hombre vivo, no estaba preparada para ello. Tal vez le había llamado consciente de su propia debilidad, de ese ser que seguía queriendo aferrarse a algo para sentirse viva. Lo dejó entrar dentro, apoyó la frente contra el rostro de Jade y cerró los ojos. Pasó los dedos por la mandíbula del animal, por el cuello y a medida que sus dedos rozaban aquellas viejas cicatrices, no pudo evitarlo.
Cuando se había dado cuenta, las lágrimas ya habían comenzado a descender hasta sus mejillas y Jade empezó a lloriquear. Intentó animarla, movió su cabeza contra ella, esperando que olvidara aquellas cicatrices. Intentó hacerle ver que ella estaba bien… Pero Zaina no lo estaba.
No hasta que no se asegurara de que aquel hombre había muerto, llevándose cualquier rastro de aquella debilidad.
Era tal vez eso, quizás por eso le había llamado a él. No por la necesidad de enseñarle de que era capaz, no por la necesidad de que la juzgara o le enseñara. Si no porque necesitaba a la persona que quería, lo necesitaba.
Para así poder cerrar todo aquello, para enseñarle un lado de ella que iba a morir con ese hombre. Mostrarle un lado de ella que sólo Jade conocía.
Aunque no sabía si realmente estaba haciendo lo correcto.
Suspiró, tomó aire y miró a la felina.- Será mejor que entre… Acabemos con esto de una vez.- Se limpió el rastro de lágrimas con el brazo limpio, y miró aquella casa, era el momento de terminar con un trozo de su historia, y tal vez empezar uno nuevo y totalmente diferente.
Yarmin Prince
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Se quedó mirándolo por un momento, casi divertido. No sabía si le había inspirado más miedo el dolor de su tobillo o la conversación que acababan de tener. Incluso podría asumir que era la víbora la que terminaba de hacerlo temblar, aunque se notaba que estaba casi al borde del rictus. Y, mientras tanto, él se limitaba a sonreír, recostado sobre el viejo sillón con las manos juntas a la altura del pecho, apenas sí tocándose los dedos entre sí. Estaba esperando el regreso de Zaina, que se hacía esperar, por algún motivo que no lograba comprender hasta que miró hacia la ventana.
Allí estaba Jade, el enorme animal, siendo acariciado por la mujer. Sin embargo parecía ella la que necesitaba consuelo, y no alcanzó a entender por qué ese hombre podía perturbarla tanto; solo era un hombre más, no comparable a ella y desde luego un poco imbécil, pero... Sintió su miedo. No lo dedujo, aunque de sus gestos podría haberse dado cuenta fácilmente; lo sintió. Estaba aterrada de aquel hombre; es más, ese hombre era su mayor miedo. No estaba enfurecida, o al menos no tanto como podría haber creído en un primer momento. Necesitaba demostrarse a sí misma que no lo temía, necesitaba matar una parte de su pasado que, encarnada en ese hombre, la perseguía. Y aunque Yarmin nunca le había prometido seguridad le había prometido todo, y todo significaba más que el mundo. Era más que tesoros o tierras, era el apoyo y la comprensión que merecía, la calma cuando ella era un torrente de emociones incontenible.
Cuando Zaina entró Yarmin se levantó con su parsimonia habitual, pero enarbolando una seriedad que sustituyó a su habitual gesto burlón. Los labios rectos, los ojos de un color intenso carmesí y una extraña mirada de compasión completaban la imagen del hombre. Elegante y relajado, demasiado perfecto para no ocultar algo tras de sí, forzó a Zaina a darle un abrazo. Bueno, forzó... Tras aquella demostración de fuerza jamás habría podido obligarla a nada, pero la acogió entre sus brazos mientras le susurraba cosas al oído:
- Lo siento -le decía, casi como un mantra de oración. Lo último que quería era hacerla sentir peor de lo que se encontraba-. Pensé... Lo siento. He sido un estúpido.
La ternura de sus gestos no parecía tranquilizar al prometido de Zaina, que por un momento pareció temer más la indiferente mirada del agente que cualquier otra cosa en el mundo. A él ese tipo le seguía dando igual, y podía entender que llevado por su cultura hubiese pretendido creerse más de lo que era, ¿pero cómo convertirse en el mayor temor de una mujer tan valiente? Mientras la abrazaba no podía evitar sentir cómo su cuerpo se enardecía de furia. Era una sensación extraña, un calor al que no estaba acostumbrado. Se había enfadado muchas veces, pero nunca hasta el punto de que todo su cuerpo temblase levemente. Había compartido su miedo, había sentido lo mismo que ella... Y él iba a sentirlo también. Y tanto que iba a sentirlo.
- No te va a hacer daño. -Negó con la cabeza rozando su melena con la barbilla, sin soltarla-. Pero no puedo dejar que lo mates.
Y es que el destino que Yarmin tenía reservado para Samir Handal era mucho más aciago que la muerte. Su corazón bombeaba con furia y notaba toda su sangre golpear con furia contra sus venas, y aunque no era una persona temperamental sí era muy rencoroso. Por no hablar de que, entre otras cosas, tenía un protocolo específico en Oasis para huéspedes susceptibles de recibir atención personalizada, en una zona perfectamente diseñada para mantener vivo hasta al más inútil de los suicidas. No tenía escapatoria, ni esperanza... No tenía nada.
- Pero, oye. -Buscó en sus ojos una luz, levantándole la barbilla con los dedos. Incluso en aquel momento mirarla le devolvía el fulgor dorado a su mirada, aunque tardase poco en recuperar la tonalidad carmesí que casi permanentemente poseía-. Te aseguro que cuando acabemos con él deseará estar muerto. Sin beneficio, sin nada más que venganza y placer. Vamos a convertirlo en una pulpa vacía y marchita, pequeña, y cuando hayamos terminado lo soltaremos en cualquier lugar para ver cómo termina de pudrirse. Sin que nadie lo ayude, sin que nadie lo recuerde... Solo existiendo hasta que su vida miserable expire por sí sola. -Notó el respingo de su invitado, pero lo ignoró-. Nada de lo que ha hecho quedará sin cas...
- ¡No! -gritó el hombre, que debió sacar fuerzas de flaqueza para aquel gañido desesperado-. ¡Dejadme salir! ¡Os daré lo que queráis! -Podría haberlo interrumpido, pero simplemente esperó a que terminase. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y aquella gruesa papada temblequeaba con cada frágil palabra que decía-. ¡Tierras, animales! ¡A la furcia le gustan los bichos! Os daré lo que queráis, de verdad! ¡Por fav...!
Las súplicas fueron sustituidas por un aullido de dolor que no parecía detenerse. Yarmin ni siquiera lo miraba, pero una de sus manos apuntaba directamente hacia él. De las yemas de los dedos salían chispas rojas que se juntaban en un fino rayo escarlata, brillante como el sol de mediodía y directo hacia el hombrecillo. Con el paso de los segundos, y sin dejar de concentrarse en canalizar todo el dolor de aquella operación tras el combate contra Kazuki, se iba separando poco a poco de Zaina, pero apretó su mano con la que le quedaba libre. Chillaba como un animal, pero no le importaba. Podría haber disfrutado aquello, pero solo quería verlo sufrir.
- ¡¿Cómo la has llamado?! -exigió saber-. ¡¿Cómo la has llamado, pedazo de escoria?! ¡Dímelo!
Pero no dijo nada. Simplemente se desmayó. A la mierda Gellert, Zaina iba a conocer Oasis.
- Nos vamos. No es discutible. -Sacó el den den mushi y marcó a la central de operaciones-. Quiero un vehículo de transporte pesado para ayer. Sabéis mi posición.
Allí estaba Jade, el enorme animal, siendo acariciado por la mujer. Sin embargo parecía ella la que necesitaba consuelo, y no alcanzó a entender por qué ese hombre podía perturbarla tanto; solo era un hombre más, no comparable a ella y desde luego un poco imbécil, pero... Sintió su miedo. No lo dedujo, aunque de sus gestos podría haberse dado cuenta fácilmente; lo sintió. Estaba aterrada de aquel hombre; es más, ese hombre era su mayor miedo. No estaba enfurecida, o al menos no tanto como podría haber creído en un primer momento. Necesitaba demostrarse a sí misma que no lo temía, necesitaba matar una parte de su pasado que, encarnada en ese hombre, la perseguía. Y aunque Yarmin nunca le había prometido seguridad le había prometido todo, y todo significaba más que el mundo. Era más que tesoros o tierras, era el apoyo y la comprensión que merecía, la calma cuando ella era un torrente de emociones incontenible.
Cuando Zaina entró Yarmin se levantó con su parsimonia habitual, pero enarbolando una seriedad que sustituyó a su habitual gesto burlón. Los labios rectos, los ojos de un color intenso carmesí y una extraña mirada de compasión completaban la imagen del hombre. Elegante y relajado, demasiado perfecto para no ocultar algo tras de sí, forzó a Zaina a darle un abrazo. Bueno, forzó... Tras aquella demostración de fuerza jamás habría podido obligarla a nada, pero la acogió entre sus brazos mientras le susurraba cosas al oído:
- Lo siento -le decía, casi como un mantra de oración. Lo último que quería era hacerla sentir peor de lo que se encontraba-. Pensé... Lo siento. He sido un estúpido.
La ternura de sus gestos no parecía tranquilizar al prometido de Zaina, que por un momento pareció temer más la indiferente mirada del agente que cualquier otra cosa en el mundo. A él ese tipo le seguía dando igual, y podía entender que llevado por su cultura hubiese pretendido creerse más de lo que era, ¿pero cómo convertirse en el mayor temor de una mujer tan valiente? Mientras la abrazaba no podía evitar sentir cómo su cuerpo se enardecía de furia. Era una sensación extraña, un calor al que no estaba acostumbrado. Se había enfadado muchas veces, pero nunca hasta el punto de que todo su cuerpo temblase levemente. Había compartido su miedo, había sentido lo mismo que ella... Y él iba a sentirlo también. Y tanto que iba a sentirlo.
- No te va a hacer daño. -Negó con la cabeza rozando su melena con la barbilla, sin soltarla-. Pero no puedo dejar que lo mates.
Y es que el destino que Yarmin tenía reservado para Samir Handal era mucho más aciago que la muerte. Su corazón bombeaba con furia y notaba toda su sangre golpear con furia contra sus venas, y aunque no era una persona temperamental sí era muy rencoroso. Por no hablar de que, entre otras cosas, tenía un protocolo específico en Oasis para huéspedes susceptibles de recibir atención personalizada, en una zona perfectamente diseñada para mantener vivo hasta al más inútil de los suicidas. No tenía escapatoria, ni esperanza... No tenía nada.
- Pero, oye. -Buscó en sus ojos una luz, levantándole la barbilla con los dedos. Incluso en aquel momento mirarla le devolvía el fulgor dorado a su mirada, aunque tardase poco en recuperar la tonalidad carmesí que casi permanentemente poseía-. Te aseguro que cuando acabemos con él deseará estar muerto. Sin beneficio, sin nada más que venganza y placer. Vamos a convertirlo en una pulpa vacía y marchita, pequeña, y cuando hayamos terminado lo soltaremos en cualquier lugar para ver cómo termina de pudrirse. Sin que nadie lo ayude, sin que nadie lo recuerde... Solo existiendo hasta que su vida miserable expire por sí sola. -Notó el respingo de su invitado, pero lo ignoró-. Nada de lo que ha hecho quedará sin cas...
- ¡No! -gritó el hombre, que debió sacar fuerzas de flaqueza para aquel gañido desesperado-. ¡Dejadme salir! ¡Os daré lo que queráis! -Podría haberlo interrumpido, pero simplemente esperó a que terminase. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y aquella gruesa papada temblequeaba con cada frágil palabra que decía-. ¡Tierras, animales! ¡A la furcia le gustan los bichos! Os daré lo que queráis, de verdad! ¡Por fav...!
Las súplicas fueron sustituidas por un aullido de dolor que no parecía detenerse. Yarmin ni siquiera lo miraba, pero una de sus manos apuntaba directamente hacia él. De las yemas de los dedos salían chispas rojas que se juntaban en un fino rayo escarlata, brillante como el sol de mediodía y directo hacia el hombrecillo. Con el paso de los segundos, y sin dejar de concentrarse en canalizar todo el dolor de aquella operación tras el combate contra Kazuki, se iba separando poco a poco de Zaina, pero apretó su mano con la que le quedaba libre. Chillaba como un animal, pero no le importaba. Podría haber disfrutado aquello, pero solo quería verlo sufrir.
- ¡¿Cómo la has llamado?! -exigió saber-. ¡¿Cómo la has llamado, pedazo de escoria?! ¡Dímelo!
Pero no dijo nada. Simplemente se desmayó. A la mierda Gellert, Zaina iba a conocer Oasis.
- Nos vamos. No es discutible. -Sacó el den den mushi y marcó a la central de operaciones-. Quiero un vehículo de transporte pesado para ayer. Sabéis mi posición.
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Pocas veces nuestra dama había conseguido que alguien la sorprendiera, pero Yarmin tenía la capacidad de sorprenderla a cada rato. Su vida estaba siendo un caos, antes de que se diera cuenta cada pequeña cosa que había planeado había sido destrozada. Incluso el inmaculado plan donde aquel hombre acababa muerto, había terminado en algo que ni ella sabía cómo identificar exactamente.
Cruzó aquella puerta, miró a la persona que amaba y sus orbes esmeraldas volvieron a perderse en aquel par de rubíes de sangre. Estaba enfadado, claro que lo estaba y ella era un desastre en aquel momento. Intentó reunir en cierta medida todo lo que pasaba por su cabeza, ordenarse, tomar aire y ser capaz de explicar lo que estaba pasando.- Yo…- No dijo nada más, ni lo llamó, ni consiguió decir algo más. El abrazó fue una más de esas sorpresas, y se aferró a él como si fuera todo lo que necesitara en aquel momento.
Su disculpa hizo que le mirara, aquel hombre estaba intentando comprenderla tanto como ella intentaba comprenderlo. –No es tu culpa… Debí de habértelo dicho antes.- Aunque sacar el tema hubiera sido bastante complicado, no había esperado encontrarse con su prometido aquella mañana. Aunque le hubiera gustado decir que aquello no era importante, notar el temblor de Yarmin en aquel abrazo fue algo que le caló bastante.
Saber hasta qué puntos el hombre era capaz de pensar en ella, hasta que extremos sus emociones podían tomar el control, cuando nunca antes había pasado. Apoyó el rostro en su pecho y tomó aire, invocando a toda la calma y tranquilidad que ella siempre había tenido. Fue efectivo, mucho más que abrazar a Jade y se dio cuenta de que tan perdida estaba por culpa de aquel hombre. Su pareja tenía un poder abrumador sobre ella, y le gustaba.
Tiene razón y lo sabe, matarlo es demasiado dulce. Asiente de forma suave, antes de que Yarmin tome su rostro, entonces le obligó a mirarla. El dorado en sus ojos es el mayor placer que puede darse, la mayor calma y el mayor consuelo. Podría pasarse horas, escuchándole, mirándole, comprendiéndole. Confía en él y en sus palabras, sabe de sobra que va a cumplir todas y cada una de esas amenazas que son una pura realidad, y ella no puede evitar sentirse la mujer más afortunada del mundo.
Incluso cuando ese hombre empieza a descontrolarse, incluso cuando la palabra furcia sale de sus labios tensándola. Ella no había sido una, pero aquel hombre hubiera deseado convertirla en algo así. Fue a enfadarse, claro que deseaba, pero el grito de su anterior prometido hizo que alzara el rostro hacía Yarmin. Era la primera vez que alguien usaba poderes de usuario delante de ella, aunque en la corte de Arabasta no era algo raro, fue la primera vez que conoció un poder así.
Fue la primera vez que vio a su pareja usar aquella clase de poder que había hecho que pudiera dominar el mundo. También fue la primera vez que lo vio inestable, enfadado, furioso, gritar y finalmente tomar una decisión.
-Ya sabía que no iba a tener opción de negarme.- Y efectivamente, una llamada telefónica, un movimiento de zafarrancho y Zaina pestañea suavemente. Suelta su mano, besa su mejilla de forma calmada.- Dame… Cinco minutos.- Se aleja de él, entra al pequeño cuarto de baño y entonces decide asimilarlo todo.
Vale, que tuviera esa clase de poder era una sorpresa, pero no tenía por qué cambiar la clase de percepción que tenía de él. Después de todo no tenía idea de lo que podía hacer, aparte de ese rayo rojo. Se mojó el rostro, se limpió la sangre lo mejor que pudo y decidió soltar el largo cabello negro.
Agarró la túnica, colocándola sobre los hombros para tapar sus ropajes, no se colocó la capucha, pero al salir sabía la clase de imagen que aún tenía de ella. Con el pelo negro largo, suelto, perdido entre las pequeñas cadenas de oros que sujetaban algunos mechones rebeldes, la túnica de suave tacto y aquel suave aire inocente tras sus lágrimas. Se sintió una gata casera más que cualquier animal salvaje.-Listo.- Se acercó a él, tomo su mano, la acarició suavemente y no pudo evitar decirle aquello.- Te quiero… Gracias por ayudarme.- Entonces apretó suavemente su mano contra la suya, sonriéndole de forma cálida.
Otra cosa más añadida a la lista de cosas que deberle a su pareja, e iba en aumento.
Cruzó aquella puerta, miró a la persona que amaba y sus orbes esmeraldas volvieron a perderse en aquel par de rubíes de sangre. Estaba enfadado, claro que lo estaba y ella era un desastre en aquel momento. Intentó reunir en cierta medida todo lo que pasaba por su cabeza, ordenarse, tomar aire y ser capaz de explicar lo que estaba pasando.- Yo…- No dijo nada más, ni lo llamó, ni consiguió decir algo más. El abrazó fue una más de esas sorpresas, y se aferró a él como si fuera todo lo que necesitara en aquel momento.
Su disculpa hizo que le mirara, aquel hombre estaba intentando comprenderla tanto como ella intentaba comprenderlo. –No es tu culpa… Debí de habértelo dicho antes.- Aunque sacar el tema hubiera sido bastante complicado, no había esperado encontrarse con su prometido aquella mañana. Aunque le hubiera gustado decir que aquello no era importante, notar el temblor de Yarmin en aquel abrazo fue algo que le caló bastante.
Saber hasta qué puntos el hombre era capaz de pensar en ella, hasta que extremos sus emociones podían tomar el control, cuando nunca antes había pasado. Apoyó el rostro en su pecho y tomó aire, invocando a toda la calma y tranquilidad que ella siempre había tenido. Fue efectivo, mucho más que abrazar a Jade y se dio cuenta de que tan perdida estaba por culpa de aquel hombre. Su pareja tenía un poder abrumador sobre ella, y le gustaba.
Tiene razón y lo sabe, matarlo es demasiado dulce. Asiente de forma suave, antes de que Yarmin tome su rostro, entonces le obligó a mirarla. El dorado en sus ojos es el mayor placer que puede darse, la mayor calma y el mayor consuelo. Podría pasarse horas, escuchándole, mirándole, comprendiéndole. Confía en él y en sus palabras, sabe de sobra que va a cumplir todas y cada una de esas amenazas que son una pura realidad, y ella no puede evitar sentirse la mujer más afortunada del mundo.
Incluso cuando ese hombre empieza a descontrolarse, incluso cuando la palabra furcia sale de sus labios tensándola. Ella no había sido una, pero aquel hombre hubiera deseado convertirla en algo así. Fue a enfadarse, claro que deseaba, pero el grito de su anterior prometido hizo que alzara el rostro hacía Yarmin. Era la primera vez que alguien usaba poderes de usuario delante de ella, aunque en la corte de Arabasta no era algo raro, fue la primera vez que conoció un poder así.
Fue la primera vez que vio a su pareja usar aquella clase de poder que había hecho que pudiera dominar el mundo. También fue la primera vez que lo vio inestable, enfadado, furioso, gritar y finalmente tomar una decisión.
-Ya sabía que no iba a tener opción de negarme.- Y efectivamente, una llamada telefónica, un movimiento de zafarrancho y Zaina pestañea suavemente. Suelta su mano, besa su mejilla de forma calmada.- Dame… Cinco minutos.- Se aleja de él, entra al pequeño cuarto de baño y entonces decide asimilarlo todo.
Vale, que tuviera esa clase de poder era una sorpresa, pero no tenía por qué cambiar la clase de percepción que tenía de él. Después de todo no tenía idea de lo que podía hacer, aparte de ese rayo rojo. Se mojó el rostro, se limpió la sangre lo mejor que pudo y decidió soltar el largo cabello negro.
Agarró la túnica, colocándola sobre los hombros para tapar sus ropajes, no se colocó la capucha, pero al salir sabía la clase de imagen que aún tenía de ella. Con el pelo negro largo, suelto, perdido entre las pequeñas cadenas de oros que sujetaban algunos mechones rebeldes, la túnica de suave tacto y aquel suave aire inocente tras sus lágrimas. Se sintió una gata casera más que cualquier animal salvaje.-Listo.- Se acercó a él, tomo su mano, la acarició suavemente y no pudo evitar decirle aquello.- Te quiero… Gracias por ayudarme.- Entonces apretó suavemente su mano contra la suya, sonriéndole de forma cálida.
Otra cosa más añadida a la lista de cosas que deberle a su pareja, e iba en aumento.
Yarmin Prince
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¿Cuánto sabía Zaina de él? Habían convivido un par de semanas, lo había visto llevar negocios desde la modesta oficina que había organizado en el edificio del puerto y sabía que iba y venía de un lugar al que llamaba, cariñosamente, "El valle". No la había llevado hasta Nuevo Oasis, pero le había mencionado la posición alguna que otra vez en alguna que otra conversación. Sin embargo, y aunque sabía que coordinaba sus actividades como agente del Cipher Pol con la gestión de una organización conocida como el Servicio Secreto Yarmin nunca le había explicado nada más allá de lo que, en términos de negocio, podían tener en común. Y ahora, de golpe y porrazo, un enorme vehículo con ruedas en oruga estaba delante de la casa. Completamente de color arena, medía de alto unos tres metros -insuficiente para guarnecer al enorme leopardo albino, pero su techo era retráctil y esperaba que hubiesen traído la bóveda de lona- y en él iba el equipo especializado en doma de felinos de Oasis. Jade y los demás irían bien allí, aunque más le preocupaba si Zaina aguantaría tanto tiempo lejos de sus niños.
- En el veintitrés irán bien -trató de calmarla tras explicarle que era un carro motorizado de transporte pesado y no llegaría antes del anochecer por la ruta segura-. Los caballeros blancos son la élite del Servicio Secreto, y esos cuatro de ahí -señaló a los que trataban de acercarse amistosamente a Jade- han cuidado mi colección desde hace mucho tiempo y lo cierto es que tienen bastante maña.
Se separó un poco de ella y empezó a dar órdenes, señalando a uno para que cargase al bueno de Samir, aunque cuando estuvo a punto de cogerlo le pidió que esperase y se acercó también. Acuclillado, muy cerca de él, empezó a darle cariñosas palmaditas en la cara hasta que por fin despertó, soltando un chillido ahogado.
- Tranquilo -susurró, sellando sus labios con un dedo sobre ellos-. De momento estás bien, amigo. -Su voz sonaba melosa y relajante, e incluso cabía la posibilidad de que el hombrecillo viese sus rasgos ligeramente deformados para darle un aspecto angelical-. Por ahora. -Dejó la palabra escurrirse por su boca casi como un siseo mientras la víbora volvía a él-. Pero lo cierto, Samir, es que has sido una persona muy mala, ¿y ves a esa chica de ahí? Sí, la ves. Sé que la ves, y estoy seguro de que has intentado mucho más que verla. Yo también te veo, Samir. Y puedes estar seguro de que voy a hacer mucho más que verte. Si gritas, si te mueves, si das una sola patada o me entero de que respiras demasiado fuerte te aseguro que vas a lamentarlo. Más, quiero decir. ¿Aunque sabes? Me da un poco de lástima que hayas necesitado recurrir a la violencia para hacerla tuya, ¿no sabes nada de animales? -giró la cabeza hacia Zaina, invitándola a acompañarlo. Sabía que estaba aterrada, pero necesitaba que supiera también que no necesitaba temerlo. Ella era más fuerte que Samir, y si se sentía débil él le prestaría su fuerza-. Me gustan mucho los pájaros, amigo. Mucho. Y no tardé nada en darme cuenta de que intentar cazarlos solo los asusta. -Tendió su mano a Zaina-. Pero si dejas que se acostumbren a ti, que sientan tu olor, si los alimentas... Ah, amigo mío, se posan delicadamente en ti y cantarán cuando se lo pidas. Las gatas son como los pájaros, en parte. Caprichosas, desconfiadas, dulces cuando te conocen... Pero hay una cosa muy importante: Puedes enjaular un pájaro, pero no puedes domesticarlo. ¿Verdad, querida?
En cierto modo aquello era mentira. Claro que un pájaro podía ser amaestrado, pero en cuanto la relación con su amo no le reportase beneficios se volvería contra él. Las aves eran seres elegantes, volátiles y sobre todo libres, exactamente como Zaina. Uno no podía intentar cambiarla, solo quererla con su ir y venir, con sus emociones a flor de piel y su melena negra que ondeaba al viento con cada movimiento. Tal vez si Samir hubiese comprendido eso y tratado bien al juguete jamás habría dejado de ser un juguete, y por ese error... Le estaba sumamente agradecido.
- En cualquier caso, Samir, hay una serie de cosas que debes entender -le comentó, como quien no quiere la cosa, mientras se erguía-. Este apuesto y fornido caballero va a cargar contigo. No te dejes confundir por su aspecto impoluto, sabe que puede ser todo lo rudo que quiera contigo y le pago mucho para que sea muy rudo. -Le pegó una patada en la cara, rompiéndole potencialmente tres dientes, pero ignoró sus quejidos-. Arrástralo por el tobillo, Strix.
Observó muy detenidamente cómo la articulación rota chasqueaba casi al ritmo de los aullidos de dolor del feriante, manteniéndose en un curioso silencio tan solo roto por eso. Era casi música, y aunque seguía furioso iban a pasarlo bien.
- ¿Puedes hacer que tus animales entren al transporte? -le pidió, comenzando a avanzar hacia la puerta-. Nos espera un viaje relativamente largo, y creo que te gustará lo que vas a ver.
El sol era extraordinariamente fuerte en Arabasta, pero en cierto modo lo prefería a la atmósfera contaminada y letal de Yellow Spice. El calor no era insoportable, aunque debía reconocer que estaba sudando por la nuca y, mientras se acercaba al poison, sacó un pañuelo para limpiarlo. Abrió el compartimento del equipaje e invitó a Strix a tirar dentro su bulto, dándole unas indicaciones bastante claras de lo que debían hacer si cualquier contratiempo surgía. Oasis estaba, si triangulasen el desierto a través de las ciudades que lo acotaban, en el conocido como baricentro; a quinientos kilómetros de la población más cercana y más o menos a cincuenta menos del lugar en el que se encontraban. Eso implicaba, siguiendo las rutas seguras, unos cuarenta y siete minutos para el poison, aunque era mucho más para un vehículo tan pesado como el Carga-23. Potencialmente no iban a encontrar a nadie, y la ruta circulaba por un par de pequeños asentamientos que habían dispuesto alrededor de pequeños oasis, evitando que quedasen sin suministros repentinamente. Pero si por algún casual veían a alguien... Bueno, a veces era necesario actuar.
Invitó a Zaina a entrar al vehículo, y aunque Derian se adelantó por una vez aquel gato maleducado se subía al salpicadero y no amenazaba con destruir el cuero de los asientos. Yarmin entraría tras ella.
- Hay muchas cosas que todavía no sabes de mí, Zaina -le diría, mirándole a los ojos-, pero yo también te quiero. Hoy vas a descubrir una parte muy importante, vas a entrar en el resultado de mis esfuerzos por más de siete años: Vas a conocer Oasis. Mi mundo, el mundo que estoy construyendo... Nuestro mundo -finalizaría, tendiéndole por un momento la mano antes de salir disparados hacia la base.
- En el veintitrés irán bien -trató de calmarla tras explicarle que era un carro motorizado de transporte pesado y no llegaría antes del anochecer por la ruta segura-. Los caballeros blancos son la élite del Servicio Secreto, y esos cuatro de ahí -señaló a los que trataban de acercarse amistosamente a Jade- han cuidado mi colección desde hace mucho tiempo y lo cierto es que tienen bastante maña.
Se separó un poco de ella y empezó a dar órdenes, señalando a uno para que cargase al bueno de Samir, aunque cuando estuvo a punto de cogerlo le pidió que esperase y se acercó también. Acuclillado, muy cerca de él, empezó a darle cariñosas palmaditas en la cara hasta que por fin despertó, soltando un chillido ahogado.
- Tranquilo -susurró, sellando sus labios con un dedo sobre ellos-. De momento estás bien, amigo. -Su voz sonaba melosa y relajante, e incluso cabía la posibilidad de que el hombrecillo viese sus rasgos ligeramente deformados para darle un aspecto angelical-. Por ahora. -Dejó la palabra escurrirse por su boca casi como un siseo mientras la víbora volvía a él-. Pero lo cierto, Samir, es que has sido una persona muy mala, ¿y ves a esa chica de ahí? Sí, la ves. Sé que la ves, y estoy seguro de que has intentado mucho más que verla. Yo también te veo, Samir. Y puedes estar seguro de que voy a hacer mucho más que verte. Si gritas, si te mueves, si das una sola patada o me entero de que respiras demasiado fuerte te aseguro que vas a lamentarlo. Más, quiero decir. ¿Aunque sabes? Me da un poco de lástima que hayas necesitado recurrir a la violencia para hacerla tuya, ¿no sabes nada de animales? -giró la cabeza hacia Zaina, invitándola a acompañarlo. Sabía que estaba aterrada, pero necesitaba que supiera también que no necesitaba temerlo. Ella era más fuerte que Samir, y si se sentía débil él le prestaría su fuerza-. Me gustan mucho los pájaros, amigo. Mucho. Y no tardé nada en darme cuenta de que intentar cazarlos solo los asusta. -Tendió su mano a Zaina-. Pero si dejas que se acostumbren a ti, que sientan tu olor, si los alimentas... Ah, amigo mío, se posan delicadamente en ti y cantarán cuando se lo pidas. Las gatas son como los pájaros, en parte. Caprichosas, desconfiadas, dulces cuando te conocen... Pero hay una cosa muy importante: Puedes enjaular un pájaro, pero no puedes domesticarlo. ¿Verdad, querida?
En cierto modo aquello era mentira. Claro que un pájaro podía ser amaestrado, pero en cuanto la relación con su amo no le reportase beneficios se volvería contra él. Las aves eran seres elegantes, volátiles y sobre todo libres, exactamente como Zaina. Uno no podía intentar cambiarla, solo quererla con su ir y venir, con sus emociones a flor de piel y su melena negra que ondeaba al viento con cada movimiento. Tal vez si Samir hubiese comprendido eso y tratado bien al juguete jamás habría dejado de ser un juguete, y por ese error... Le estaba sumamente agradecido.
- En cualquier caso, Samir, hay una serie de cosas que debes entender -le comentó, como quien no quiere la cosa, mientras se erguía-. Este apuesto y fornido caballero va a cargar contigo. No te dejes confundir por su aspecto impoluto, sabe que puede ser todo lo rudo que quiera contigo y le pago mucho para que sea muy rudo. -Le pegó una patada en la cara, rompiéndole potencialmente tres dientes, pero ignoró sus quejidos-. Arrástralo por el tobillo, Strix.
Observó muy detenidamente cómo la articulación rota chasqueaba casi al ritmo de los aullidos de dolor del feriante, manteniéndose en un curioso silencio tan solo roto por eso. Era casi música, y aunque seguía furioso iban a pasarlo bien.
- ¿Puedes hacer que tus animales entren al transporte? -le pidió, comenzando a avanzar hacia la puerta-. Nos espera un viaje relativamente largo, y creo que te gustará lo que vas a ver.
El sol era extraordinariamente fuerte en Arabasta, pero en cierto modo lo prefería a la atmósfera contaminada y letal de Yellow Spice. El calor no era insoportable, aunque debía reconocer que estaba sudando por la nuca y, mientras se acercaba al poison, sacó un pañuelo para limpiarlo. Abrió el compartimento del equipaje e invitó a Strix a tirar dentro su bulto, dándole unas indicaciones bastante claras de lo que debían hacer si cualquier contratiempo surgía. Oasis estaba, si triangulasen el desierto a través de las ciudades que lo acotaban, en el conocido como baricentro; a quinientos kilómetros de la población más cercana y más o menos a cincuenta menos del lugar en el que se encontraban. Eso implicaba, siguiendo las rutas seguras, unos cuarenta y siete minutos para el poison, aunque era mucho más para un vehículo tan pesado como el Carga-23. Potencialmente no iban a encontrar a nadie, y la ruta circulaba por un par de pequeños asentamientos que habían dispuesto alrededor de pequeños oasis, evitando que quedasen sin suministros repentinamente. Pero si por algún casual veían a alguien... Bueno, a veces era necesario actuar.
Invitó a Zaina a entrar al vehículo, y aunque Derian se adelantó por una vez aquel gato maleducado se subía al salpicadero y no amenazaba con destruir el cuero de los asientos. Yarmin entraría tras ella.
- Hay muchas cosas que todavía no sabes de mí, Zaina -le diría, mirándole a los ojos-, pero yo también te quiero. Hoy vas a descubrir una parte muy importante, vas a entrar en el resultado de mis esfuerzos por más de siete años: Vas a conocer Oasis. Mi mundo, el mundo que estoy construyendo... Nuestro mundo -finalizaría, tendiéndole por un momento la mano antes de salir disparados hacia la base.
Zaina Nitocris
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La sorpresa era real, pero mientras miraba aquel vehículo la mujer no pudo evitar pensar que sin duda muchas cosas escapan aún de su conocimiento. Jade comprendió enseguida que iba a tener que ir ahí metida, y empezó a refunfuñar por lo bajo. Zaina rascó su mentón, esperando que comprendiera que era por su bien.- No protestes… Queremos hacerles las cosas fáciles.- Miró a los otros tres, sabiendo que iban a tener que comportarse con los hombres de su pareja. Soltó al inmenso leopardo, que dejó que los hombres se acercaran a ella con algo de calma. Zaina pensó que sin duda hubiera sido mejor que hubiera un hombre guapo en sus plantillas, para camelar a la traviesa gata.
-Confío en ti, sé que los trataran bien y ellos se portaran bien.- Rouge la miró con algo de queja, y ella lo agarró en brazos, antes de subirlo a la pequeña bolsa que llevaba Jade en la espalda.- Vas a ir mejor con ella, además siempre la relajas.- Rascó a ambos animales, abrazó suavemente al inmenso león, que parecía mirarla con algo de preocupación.- Cuida del par de liantes, siempre has sido el tranquilo querido.- Mustafá asintió, mientras comenzaban a cooperar con aquellas personas.
Era cierto que se sentía sola sin ellos cerca, pero no era algo que pudiera mostrar. La expresión neutra de su rostro, la calma de aquellos orbes de esmeralda. Miró a su pareja, hablando con aquel hombre, sabía de sobra que no era una conversación normal. La llamó con un gesto, y la mujer se acercó hasta donde ambos estaban. Tantos recuerdos volvían a su cabeza cuando aquel hombre la miraba, cuando sus ojos se clavaban en los esmeralda de ella. Había temido durante años la oscuridad de aquellos ojos negros que ahora no hacían más que gritar de terror y pánico. Tomó finalmente la mano de su pareja, relajándose ante su tacto.- Puedes intentarlo… Pero nada te asegura de que vaya a salir bien.- Otra cosa era lo que él había hecho con ella.
Las cosas avanzaron, la mujer asintió de forma leve y con un silbido hizo que el terceto entrara a aquel lugar. Jade empezó a refunfuñar de forma más notoria y la mujer alzó una ceja, cruzándose de brazos. El animal comenzó a hacerse una bolita en el lugar, reduciendo su espacio para no molestar, mientras apoyaba el mentón en el león. Sin duda iba a quejarse lo suyo, pero no iba a hacer ninguna tontería. Aquellas personas tenían un olor parecido a Yarmin, y Zaina se había asegurado en aquellas dos semanas a que el terceto respetara a aquel hombre.
Subió al vehículo, dejó escapar un suspiro de sus labios y se retiró la capucha con calma. El travieso gato negro dejó el salpicadero al verla, buscando acurrucarse en su regazo. La mujer no pudo evitar sonreír, sin duda tanto el amo como la mascota estaban buscando a su manera relajarla. –Me gusta pensar que voy a tener todo el tiempo del mundo para conocerte…- Admitió levemente, antes de ponerse en marcha, comenzando a avanzar entre las dunas.
Les esperaba un viaje medianamente largo, y con la vista posada en las cambiantes arenas, Zaina pensó que quizás… Quizás tenía que hablar con él.- Sé que puedes pensar que es patético que tema a un hombre así, y para mí lo es, pero no siempre he tenido la capacidad de hacerle frente.-Miró a su pareja, mientras Derian comenzaba a quedarse dormido, presa de su tacto.
En aquel camino, se dio permiso para contarle aquella historia. A veces estaba más tranquila, otras se encontraba con un temblor en su mano que le repugnaba. Pero era como si a medida que se lo contara, fuera soltando con ello todo ese miedo.
Nunca nadie lo había sabido, sólo Jade.
Le habló de la forma en la que aquel hombre la cazaba, acorralaba y asediaba. Como presa de sus enfados, de su furia y de su temperamento había dañado a ama y mascota más de una vez.
Con un tono neutro, como si se esforzara por no evocar ningún recuerdo a medida que lo contaba. Le habló de aquella vez que intentó forzarla. Asustada, golpeada, temblorosa, con la ropa destrozada y tan solo diez años, abrazada a una herida Jade de apenas un año, que había intentado salvarla a costa de su salud.
Como había matado al padre de Rouge, el mismo que la había acompañado durante tantos años en cuanto había desaparecido de Arabasta, al igual que había hecho con el animal que la salvó del desierto. Zaina se había visto obligada a caminar, vivir y estar siempre con Jade, temerosa de que si la dejaba sola, aquel hombre volvería a hacer con ella lo que quisiera.
Había vivido toda su vida con miedo, hasta que tras escapar de aquella jaula de oro, había encontrado la realidad, aquel hombre solo era horrible, peligroso y oscuro en su cabeza de niña de diez años. Ahora no valía nada.- Ahora ya no es nadie…- Dijo acabando de contarle todo aquello. Le sonríe de forma suave, mientras se da cuenta de una cosa.
Ya han llegado.
Se quedó sin aliento al verlo, miró a Yarmin con la sorpresa en sus orbes de esmeralda, mientras Derian se estiraba como si nada, para él no era nada nuevo. La mujer simplemente no pudo evitar fascinarse.- Es increíble…- Era como un oasis, sin duda, un pequeño paraíso encerrado donde no debería de haber nada. Y ese lugar había sido creado por y para él.
-Confío en ti, sé que los trataran bien y ellos se portaran bien.- Rouge la miró con algo de queja, y ella lo agarró en brazos, antes de subirlo a la pequeña bolsa que llevaba Jade en la espalda.- Vas a ir mejor con ella, además siempre la relajas.- Rascó a ambos animales, abrazó suavemente al inmenso león, que parecía mirarla con algo de preocupación.- Cuida del par de liantes, siempre has sido el tranquilo querido.- Mustafá asintió, mientras comenzaban a cooperar con aquellas personas.
Era cierto que se sentía sola sin ellos cerca, pero no era algo que pudiera mostrar. La expresión neutra de su rostro, la calma de aquellos orbes de esmeralda. Miró a su pareja, hablando con aquel hombre, sabía de sobra que no era una conversación normal. La llamó con un gesto, y la mujer se acercó hasta donde ambos estaban. Tantos recuerdos volvían a su cabeza cuando aquel hombre la miraba, cuando sus ojos se clavaban en los esmeralda de ella. Había temido durante años la oscuridad de aquellos ojos negros que ahora no hacían más que gritar de terror y pánico. Tomó finalmente la mano de su pareja, relajándose ante su tacto.- Puedes intentarlo… Pero nada te asegura de que vaya a salir bien.- Otra cosa era lo que él había hecho con ella.
Las cosas avanzaron, la mujer asintió de forma leve y con un silbido hizo que el terceto entrara a aquel lugar. Jade empezó a refunfuñar de forma más notoria y la mujer alzó una ceja, cruzándose de brazos. El animal comenzó a hacerse una bolita en el lugar, reduciendo su espacio para no molestar, mientras apoyaba el mentón en el león. Sin duda iba a quejarse lo suyo, pero no iba a hacer ninguna tontería. Aquellas personas tenían un olor parecido a Yarmin, y Zaina se había asegurado en aquellas dos semanas a que el terceto respetara a aquel hombre.
Subió al vehículo, dejó escapar un suspiro de sus labios y se retiró la capucha con calma. El travieso gato negro dejó el salpicadero al verla, buscando acurrucarse en su regazo. La mujer no pudo evitar sonreír, sin duda tanto el amo como la mascota estaban buscando a su manera relajarla. –Me gusta pensar que voy a tener todo el tiempo del mundo para conocerte…- Admitió levemente, antes de ponerse en marcha, comenzando a avanzar entre las dunas.
Les esperaba un viaje medianamente largo, y con la vista posada en las cambiantes arenas, Zaina pensó que quizás… Quizás tenía que hablar con él.- Sé que puedes pensar que es patético que tema a un hombre así, y para mí lo es, pero no siempre he tenido la capacidad de hacerle frente.-Miró a su pareja, mientras Derian comenzaba a quedarse dormido, presa de su tacto.
En aquel camino, se dio permiso para contarle aquella historia. A veces estaba más tranquila, otras se encontraba con un temblor en su mano que le repugnaba. Pero era como si a medida que se lo contara, fuera soltando con ello todo ese miedo.
Nunca nadie lo había sabido, sólo Jade.
Le habló de la forma en la que aquel hombre la cazaba, acorralaba y asediaba. Como presa de sus enfados, de su furia y de su temperamento había dañado a ama y mascota más de una vez.
Con un tono neutro, como si se esforzara por no evocar ningún recuerdo a medida que lo contaba. Le habló de aquella vez que intentó forzarla. Asustada, golpeada, temblorosa, con la ropa destrozada y tan solo diez años, abrazada a una herida Jade de apenas un año, que había intentado salvarla a costa de su salud.
Como había matado al padre de Rouge, el mismo que la había acompañado durante tantos años en cuanto había desaparecido de Arabasta, al igual que había hecho con el animal que la salvó del desierto. Zaina se había visto obligada a caminar, vivir y estar siempre con Jade, temerosa de que si la dejaba sola, aquel hombre volvería a hacer con ella lo que quisiera.
Había vivido toda su vida con miedo, hasta que tras escapar de aquella jaula de oro, había encontrado la realidad, aquel hombre solo era horrible, peligroso y oscuro en su cabeza de niña de diez años. Ahora no valía nada.- Ahora ya no es nadie…- Dijo acabando de contarle todo aquello. Le sonríe de forma suave, mientras se da cuenta de una cosa.
Ya han llegado.
Se quedó sin aliento al verlo, miró a Yarmin con la sorpresa en sus orbes de esmeralda, mientras Derian se estiraba como si nada, para él no era nada nuevo. La mujer simplemente no pudo evitar fascinarse.- Es increíble…- Era como un oasis, sin duda, un pequeño paraíso encerrado donde no debería de haber nada. Y ese lugar había sido creado por y para él.
Yarmin Prince
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fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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- Yo temí durante mucho tiempo a mucha gente -respondió mientras arrancaba el vehículo. Suavemente se elevaba hasta alcanzar la altura de medio metro sobre la arena, y entonces comenzaron a acelerar-. Pero con el tiempo... Bueno, hasta los monstruos del armario desaparecen cuando enciendes la luz.
Yarmin nunca había tenido miedo de nada. O, más bien, nunca había tenido miedo irracional de nada. Había sentido palpitar su corazón cuando, aún de niños, Gellert se enfadaba, pero el Rey siempre había sido impulsivo y descontrolado. Habían intentado lograr que Fudge le diese miedo, pero lo único que habían conseguido era, con el tiempo, hacer emerger un odio visceral y furibundo. Yarmin no era la clase de persona que soñase, y aunque a veces tenía pesadillas estas solían ir en torno a la nada desdeñable opción de que alguien no tan imbécil como Midorima fuese resistente a sus encantos, o a ser descubierto como la mente tras aquella araña que representaba Mihael Markov. Sin embargo, sabía perfectamente que casi todos los seres humanos guardaban en su interior miedos y traumas; más aún, sabía leerlos como un libro abierto. Por eso era tan bueno en lo que hacía: Conocía los miedos, entendía las ambiciones, trabajaba por vadear unos y dar valor a las otras... Se enredaba en la mente de sus socios como la serpiente que era, como el demonio cuando tendía inocentemente una reluciente manzana.
Tal vez por eso no le había extrañado la historia de Zaina, ni tampoco le había sido difícil razonar el porqué de aquella máscara salvaje, el por qué existía Yasei. Ella era visceral, pero no despiadada; Yasei sí. Yasei era un desdoblamiento de su yo, una parte inherente de ella pero una parte que, aunque así lo creyese, no era capaz de controlar. Al menos, no del todo. Y él, desde luego, no iba a intentar hacerlo, le encantaba tal y como era. Lo que sí, no obstante, iba a acariciarle la mejilla.
Conocía la ruta de memoria, con sus largas rectas bordeando dunas y algunas subidas y bajadas por ellas como si fuesen olas de arena. Por eso se permitió el lujo de darle un beso en la sien y bajar la mano por su hombro y brazo, hasta estrecharla en torno a sus dedos, finos y delicados como los rayos de sol que iluminaban el camino frente a ellos.
- No es nadie -repitió tras ella, asintiendo y volviendo a tomar el volante con ambas manos-. Y nadie te va a hacer daño nunca más, Zaina. Nunca más...
Conducir era casi como navegar, pero requiriendo más atención. La tierra estaba llena de obstáculos, e incluso corriendo sobre un lecho de ardiente arena del desierto había un montón de obstáculos que debían evitar: Dunas demasiado altas, plantas muertas, animales que repentinamente pudiesen aparecer ante ellos y algún que otro peligro que, en realidad, apenas le preocupaba. De hecho, tanto navegar en el mar como conducir en la tierra eran de sus actividades favoritas y siempre lo relajaban cuando estaba nervioso. Se sentía libre, y la paz de la soledad en muchas ocasiones era esclarecedora. Y, aunque esa vez no iba solo, no habría dado ni un solo berrie por hacerlo.
Para cualquiera que no estuviese esperando encontrar una de las seis entradas de Oasis habría sido difícil darse cuenta de que existía un cierto patrón de simetría en la llanura que tenían por delante. Habían dejado rocas por ahí esperando que creasen nuevas dunas, pero los túneles de entrada al complejo eran total y absolutamente reconocibles a menos de cincuenta metros -lo cual no solía ser un problema debido al cuerpo de francotiradores que guarnecían la base-. Normalmente habría hecho que se pusiese el traje estándar por el protocolo de seguridad, pero en esa ocasión se había asegurado de que fuesen los caballeros blancos los encargados de vigilar la entrada norte.
Bajó nada más aparcar, y antes de cerrar la puerta pidió a Zaina un poco de paciencia. Tenían que cachearlo, escanear su retina, prueba digital y... La pregunta del día.
- ¿Dónde está la reina?
- En la cama de cualquiera. -Su sonrisa se ensanchó. Jamás pensó que aquella pregunta le tocaría responderla a él. Y es que la muchacha destinada a heredar el reino y a cargar sobre sus hombros todo el peso de la dinastía Nefertari estaba en Oasis, sin saber quién era, asistiendo a cualquier soldado ocioso que la requiriese. Aunque creía que había parido ya a su primer hijo, así que probablemente la respuesta fuese algo errónea.
Sin embargo, no lo fue para ellos. Le indicaron que subiese al aerodeslizador de vuelta y abrieron las compuertas. Yarmin avanzó lentamente por un pasillo amplio y largo hasta un ascensor frente a la perspectiva de todo el magnífico mundo que habían creado allí. Un mundo para él, para extender al mundo. Y ahora, un mundo para ellos.
- Solo si no crees en la magia -contestó-. Es un mundo en miniatura; un corazón verde en el desierto, como tus ojos.
No le explicó en qué consistía el Servicio Secreto; para eso ya habría tiempo. Simplemente se limitó a conducir hasta el muro interior atravesando un bosquecillo no muy espeso, aparcando justo al borde de la entrada al jardín de cristal, el espacio que rodeaba la gran pirámide que, por el material del que estaba hecha, llamaban Fortaleza de cristal. Todo hexagonal, todo perfectamente aprovechado, todo pulcro... Qué gusto daba estar en casa.
- Seguro que te hace ilusión entrar -comentó, haciéndole un gesto-. Ya hay gente avisada de que vienes, pero por si acaso coge el identificador de la guantera. A veces la gente se pasa de precavida. -Tenía gracia que lo dijese el que había planificado esa ciudad en miniatura en medio de un desierto.
Salió del vehículo y abrió el maletero, comprobando que su amiguito estaba bien. Parecía estarlo, por lo que simplemente se adentró en el muro para encontrar un poco de ayuda. Sin embargo lo que se encontró fue un hombre calvo y fornido, con aspecto bastante bestial y vestido con un traje que no dejaba de hacerle parecer un simple matón venido a más.
- Esto va contra las normas, Mihael -le dijo-. No tenías permiso para traer a nadie.
- Hola, Jota -saludó él, acercándose tranquilamente-. Ha sido inesperado, precipitado, tal vez descortés... Pero tú has autorizado el despliegue. Y, aunque no tengo pleno poder operativo, sí lo tengo de invitación hasta permiso de nivel Alpha. Que es justo el que tiene esta señorita.
- Al Rey no le va a gustar -refunfuñó, cruzándose de brazos en torno al pecho-. Ni a las demás jotas.
- ¿Ni por traer una potencial Reina?
Anthony no esperaba aquello. Abrió los ojos de par en par y negó con la cabeza un par de veces.
- No me fío... No me gusta.
- Ya te gustará. Ella también es encantadora.
Buscó con la mirada a Zaina. Ella podía encargarse bien de Anthony; podía resultar intimidante, pero al final solo era eso, un brazo fuerte. Probablemente bastante más fuerte que ella, pero ella tenía cerebro.
Yarmin nunca había tenido miedo de nada. O, más bien, nunca había tenido miedo irracional de nada. Había sentido palpitar su corazón cuando, aún de niños, Gellert se enfadaba, pero el Rey siempre había sido impulsivo y descontrolado. Habían intentado lograr que Fudge le diese miedo, pero lo único que habían conseguido era, con el tiempo, hacer emerger un odio visceral y furibundo. Yarmin no era la clase de persona que soñase, y aunque a veces tenía pesadillas estas solían ir en torno a la nada desdeñable opción de que alguien no tan imbécil como Midorima fuese resistente a sus encantos, o a ser descubierto como la mente tras aquella araña que representaba Mihael Markov. Sin embargo, sabía perfectamente que casi todos los seres humanos guardaban en su interior miedos y traumas; más aún, sabía leerlos como un libro abierto. Por eso era tan bueno en lo que hacía: Conocía los miedos, entendía las ambiciones, trabajaba por vadear unos y dar valor a las otras... Se enredaba en la mente de sus socios como la serpiente que era, como el demonio cuando tendía inocentemente una reluciente manzana.
Tal vez por eso no le había extrañado la historia de Zaina, ni tampoco le había sido difícil razonar el porqué de aquella máscara salvaje, el por qué existía Yasei. Ella era visceral, pero no despiadada; Yasei sí. Yasei era un desdoblamiento de su yo, una parte inherente de ella pero una parte que, aunque así lo creyese, no era capaz de controlar. Al menos, no del todo. Y él, desde luego, no iba a intentar hacerlo, le encantaba tal y como era. Lo que sí, no obstante, iba a acariciarle la mejilla.
Conocía la ruta de memoria, con sus largas rectas bordeando dunas y algunas subidas y bajadas por ellas como si fuesen olas de arena. Por eso se permitió el lujo de darle un beso en la sien y bajar la mano por su hombro y brazo, hasta estrecharla en torno a sus dedos, finos y delicados como los rayos de sol que iluminaban el camino frente a ellos.
- No es nadie -repitió tras ella, asintiendo y volviendo a tomar el volante con ambas manos-. Y nadie te va a hacer daño nunca más, Zaina. Nunca más...
Conducir era casi como navegar, pero requiriendo más atención. La tierra estaba llena de obstáculos, e incluso corriendo sobre un lecho de ardiente arena del desierto había un montón de obstáculos que debían evitar: Dunas demasiado altas, plantas muertas, animales que repentinamente pudiesen aparecer ante ellos y algún que otro peligro que, en realidad, apenas le preocupaba. De hecho, tanto navegar en el mar como conducir en la tierra eran de sus actividades favoritas y siempre lo relajaban cuando estaba nervioso. Se sentía libre, y la paz de la soledad en muchas ocasiones era esclarecedora. Y, aunque esa vez no iba solo, no habría dado ni un solo berrie por hacerlo.
Para cualquiera que no estuviese esperando encontrar una de las seis entradas de Oasis habría sido difícil darse cuenta de que existía un cierto patrón de simetría en la llanura que tenían por delante. Habían dejado rocas por ahí esperando que creasen nuevas dunas, pero los túneles de entrada al complejo eran total y absolutamente reconocibles a menos de cincuenta metros -lo cual no solía ser un problema debido al cuerpo de francotiradores que guarnecían la base-. Normalmente habría hecho que se pusiese el traje estándar por el protocolo de seguridad, pero en esa ocasión se había asegurado de que fuesen los caballeros blancos los encargados de vigilar la entrada norte.
Bajó nada más aparcar, y antes de cerrar la puerta pidió a Zaina un poco de paciencia. Tenían que cachearlo, escanear su retina, prueba digital y... La pregunta del día.
- ¿Dónde está la reina?
- En la cama de cualquiera. -Su sonrisa se ensanchó. Jamás pensó que aquella pregunta le tocaría responderla a él. Y es que la muchacha destinada a heredar el reino y a cargar sobre sus hombros todo el peso de la dinastía Nefertari estaba en Oasis, sin saber quién era, asistiendo a cualquier soldado ocioso que la requiriese. Aunque creía que había parido ya a su primer hijo, así que probablemente la respuesta fuese algo errónea.
Sin embargo, no lo fue para ellos. Le indicaron que subiese al aerodeslizador de vuelta y abrieron las compuertas. Yarmin avanzó lentamente por un pasillo amplio y largo hasta un ascensor frente a la perspectiva de todo el magnífico mundo que habían creado allí. Un mundo para él, para extender al mundo. Y ahora, un mundo para ellos.
- Solo si no crees en la magia -contestó-. Es un mundo en miniatura; un corazón verde en el desierto, como tus ojos.
No le explicó en qué consistía el Servicio Secreto; para eso ya habría tiempo. Simplemente se limitó a conducir hasta el muro interior atravesando un bosquecillo no muy espeso, aparcando justo al borde de la entrada al jardín de cristal, el espacio que rodeaba la gran pirámide que, por el material del que estaba hecha, llamaban Fortaleza de cristal. Todo hexagonal, todo perfectamente aprovechado, todo pulcro... Qué gusto daba estar en casa.
- Seguro que te hace ilusión entrar -comentó, haciéndole un gesto-. Ya hay gente avisada de que vienes, pero por si acaso coge el identificador de la guantera. A veces la gente se pasa de precavida. -Tenía gracia que lo dijese el que había planificado esa ciudad en miniatura en medio de un desierto.
Salió del vehículo y abrió el maletero, comprobando que su amiguito estaba bien. Parecía estarlo, por lo que simplemente se adentró en el muro para encontrar un poco de ayuda. Sin embargo lo que se encontró fue un hombre calvo y fornido, con aspecto bastante bestial y vestido con un traje que no dejaba de hacerle parecer un simple matón venido a más.
- Esto va contra las normas, Mihael -le dijo-. No tenías permiso para traer a nadie.
- Hola, Jota -saludó él, acercándose tranquilamente-. Ha sido inesperado, precipitado, tal vez descortés... Pero tú has autorizado el despliegue. Y, aunque no tengo pleno poder operativo, sí lo tengo de invitación hasta permiso de nivel Alpha. Que es justo el que tiene esta señorita.
- Al Rey no le va a gustar -refunfuñó, cruzándose de brazos en torno al pecho-. Ni a las demás jotas.
- ¿Ni por traer una potencial Reina?
Anthony no esperaba aquello. Abrió los ojos de par en par y negó con la cabeza un par de veces.
- No me fío... No me gusta.
- Ya te gustará. Ella también es encantadora.
Buscó con la mirada a Zaina. Ella podía encargarse bien de Anthony; podía resultar intimidante, pero al final solo era eso, un brazo fuerte. Probablemente bastante más fuerte que ella, pero ella tenía cerebro.
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Había siempre un matiz cálido en su toque. Como un calmante en los momentos en los que ella pensaba que no sería capaz de resistir. Se agarró a aquella sensación, a sus dedos pasando por su piel, rozando su mano. Dejó que sus palabras fuera el mayor consuelo de todos y cerró los ojos hasta que llegaron al punto de control.
Miró a Derian que comenzaba a estirarse con gusto, sabiendo que estaban cerca del lugar de llegada. Notó la seguridad y supo que allí todos iban a ser tan estrictos como el propio Yarmin e igual de quisquillosos.
Prefirió no hacerle demasiado caso a lo que su propia mente empezaba a maquinar, sabiendo de sobra que todo aquello escondía demasiado peligro. Aunque bueno, aquel hombre tenía formas de hacerle olvidar sus preocupaciones.- Siempre tan zalamero, querido.- Sonríe de forma suave, notando la comodidad del hombre en el lugar.
Para Yarmin era el paraíso, para Zaina era tan pulcramente medido que casi daba hasta miedo verlo. Pero bueno, ella misma era la personificación del desastre, no tenía mucho que opinar de todo aquello.- No voy a negarlo, sobretodo viendo cómo te brillan los ojos al hablar de este lugar.- Admitió tranquilamente, tomando el identificador de la guantera, mientras que la mujer se daba cuenta de una cosa, ahora mismo él era todo lo que tenía allí.
Aunque no tuviera a Jade cerca, seguía siendo ella y era complicado intimidarla. Seguía teniendo aquellos ojos parecidos a los de un animal, afilados, claros y transparentes, sin la necesidad de ocultar nada. La conversación de su pareja le hizo alzar la ceja, sin duda las noticias volaban en aquel lugar, aunque no sabía muy bien si preguntar por lo que había dicho de Reina.
La mujer se quitó la capucha, pasando los dedos por los largos cabellos de color carbón, retirándolos todos hacía atrás. Clavo aquellos orbes de esmeralda en el hombre fornido, mientras sus labios se curvaban en una traviesa y marcada sonrisa, mostrando aquel par de colmillos. Solo se puso a su lado, antes de ir con el hombre de cabellos claros.- Tranquilo querido.- Su mano se posó de forma calmada en el fornido hombre, que la miró pestañeando despacio.- Tampoco eres mi tipo, pero algo me dice que acabaremos por entendernos.- Un par de palmaditas, un guiño de ojos y él no sabe exactamente cómo tomarse sus palabras.
Zaina está acostumbrada a hacer enemigos con la mirada, a que estos duden y se pregunten si realmente merece la pena arriesgarse por una mujer así. Luego estaba en su trabajo nunca decepcionar a nadie, mucho menos a él.-Un hombre encantador, sin duda… Pero me gustaría que me explicaras algo.- Se acercó a él, mirándole de reojo, alzando una ceja, mientras sus orbes esmeralda parecían listos para comenzar el interrogatorio.- ¿De qué potencial Reina hablas? –Y antes de que se queje por tenerla escuchando, la mujer alza una mano de forma totalmente inocente.- Fue casualidad que lo escuchara, lo prometo.- Una casualidad que había usado, pero una casualidad.
Era consciente de que había cosas que podía preguntar y cosas que no, pero si tenía que ver con ella, definitivamente iba a saber qué demonios era. Espero tranquila a que Derian los siguiera, mientras comenzó a mirar el lugar. Sin duda, no tenía que preguntar por el decorador.
Miró a Derian que comenzaba a estirarse con gusto, sabiendo que estaban cerca del lugar de llegada. Notó la seguridad y supo que allí todos iban a ser tan estrictos como el propio Yarmin e igual de quisquillosos.
Prefirió no hacerle demasiado caso a lo que su propia mente empezaba a maquinar, sabiendo de sobra que todo aquello escondía demasiado peligro. Aunque bueno, aquel hombre tenía formas de hacerle olvidar sus preocupaciones.- Siempre tan zalamero, querido.- Sonríe de forma suave, notando la comodidad del hombre en el lugar.
Para Yarmin era el paraíso, para Zaina era tan pulcramente medido que casi daba hasta miedo verlo. Pero bueno, ella misma era la personificación del desastre, no tenía mucho que opinar de todo aquello.- No voy a negarlo, sobretodo viendo cómo te brillan los ojos al hablar de este lugar.- Admitió tranquilamente, tomando el identificador de la guantera, mientras que la mujer se daba cuenta de una cosa, ahora mismo él era todo lo que tenía allí.
Aunque no tuviera a Jade cerca, seguía siendo ella y era complicado intimidarla. Seguía teniendo aquellos ojos parecidos a los de un animal, afilados, claros y transparentes, sin la necesidad de ocultar nada. La conversación de su pareja le hizo alzar la ceja, sin duda las noticias volaban en aquel lugar, aunque no sabía muy bien si preguntar por lo que había dicho de Reina.
La mujer se quitó la capucha, pasando los dedos por los largos cabellos de color carbón, retirándolos todos hacía atrás. Clavo aquellos orbes de esmeralda en el hombre fornido, mientras sus labios se curvaban en una traviesa y marcada sonrisa, mostrando aquel par de colmillos. Solo se puso a su lado, antes de ir con el hombre de cabellos claros.- Tranquilo querido.- Su mano se posó de forma calmada en el fornido hombre, que la miró pestañeando despacio.- Tampoco eres mi tipo, pero algo me dice que acabaremos por entendernos.- Un par de palmaditas, un guiño de ojos y él no sabe exactamente cómo tomarse sus palabras.
Zaina está acostumbrada a hacer enemigos con la mirada, a que estos duden y se pregunten si realmente merece la pena arriesgarse por una mujer así. Luego estaba en su trabajo nunca decepcionar a nadie, mucho menos a él.-Un hombre encantador, sin duda… Pero me gustaría que me explicaras algo.- Se acercó a él, mirándole de reojo, alzando una ceja, mientras sus orbes esmeralda parecían listos para comenzar el interrogatorio.- ¿De qué potencial Reina hablas? –Y antes de que se queje por tenerla escuchando, la mujer alza una mano de forma totalmente inocente.- Fue casualidad que lo escuchara, lo prometo.- Una casualidad que había usado, pero una casualidad.
Era consciente de que había cosas que podía preguntar y cosas que no, pero si tenía que ver con ella, definitivamente iba a saber qué demonios era. Espero tranquila a que Derian los siguiera, mientras comenzó a mirar el lugar. Sin duda, no tenía que preguntar por el decorador.
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Fue como la caricia de un gato. Tal si lo rodeara, posó su mano sobre Anthony como si rozase su hombro con una cola felina. Su voz, un maullido travieso, y su frase un desafío a la altura del que Zaina tenía por delante. El hombre calvo había callado por un momento, pero Yarmin sabía que en su cabeza se entretejían argumentos a medio cocer y la desconfianza propia de la gente que se sabe prescindible. Gellert tenía reservas lógicas, era un hombre inteligente y conocía a su amigo, e incluso Percy solía ver con una perspectiva bastante fría cualquier cosa que no tuviese relación a Molly o su estelar papel en la corte de Arabasta. Bella, por su parte, aunque siempre había sido un poco menos avispada que ellos, tenía una facilidad para el asalto y una capacidad para sortear obstáculos a simple vista insalvables que la convertían en un bien único, mientras la pelirroja era la única imprescindible en su plan: La reina que debía protegerlos. Anthony sabía que era un matón, un soldado; se le daba bien pelear, dirigir tropas por el extraño carisma que demostraba en batalla y poco más; tenía poco que ofrecer en realidad, y de ahí surgía su miedo. Pero, aunque él no lo sabía, Yarmin jamás renunciaba a un buen comandante. Nunca.
- Parece que ya os conocéis. -Juntó ambas manos ante el pecho en un sonoro aplauso, sonriendo como si no fuese con él la cosa-. ¿A que es genial? Es guapa, carismática, interesante...
Como si no estuviese ella. Le regalaba los oídos, sí, pero no dejaba de ser la más tibia verdad. Anthony debía comprender no solo la importancia de Zaina, sino todas las oportunidades que abría su presencia allí. No podía decir su nombre ni su apellido fuera de la torre, pero podía fácilmente ocuparse de que su más tontorrón amigo viese cómo ella podía ser el mayor activo sumado a aquella empresa desde que, en su día, habían conocido a Percy -de hecho, podía aportar mucho más teniendo en cuenta que él la había cagado en Ennies Lobby-.
- Y tiene contactos -continuó-. Está aquí por propia voluntad y... Oh, sorpresa: No sabe mentir.
Miró hacia Zaina con ojos dulces, dorados mientras los mantuvo fijos en ella. Era preciosa, pero también espeluznante... Su piel olía a peligro y sus movimientos sonaban a éxito. Cautivadora por encima de todo, con sonrisa felina y una mente, hasta cierto punto, brillante. Era voluble, sí, pero sumamente ingeniosa, y eso había que apreciarlo por encima de todo cuando había una fuerza capaz de tranquilizarla.
No movió los labios, pero su mirada decía "te quiero". Cuando regresó a Anthony sus ojos fueron rojos de nuevo, aunque no pareció intimidarse por ello; ya estaba tan acostumbrado a esa clase de cosas que apenas sí les prestaba importancia.
- Tiene que pasar las pruebas -gruñó, dándose la vuelta-. Nadie puede saltárselas, principito. ¡Nadie!
- No esperaba que se las saltase -contestó con calma-. Sé que las superará.
Vale, había desperdiciado una oportunidad para descargar el bulto cómodamente, pero ese no era el verdadero problema. Reina, pruebas... Zaina debía tener la cabeza en mil cosas ya, y había una pregunta pendiente de respuesta que debía contestar de la forma más sencilla y clara posible.
- Acompáñame.
La guio hacia el interior de la pirámide por un jardín lleno de grandes felinos: Leones, tigres, linces, leopardos y más campaban a sus anchas por el recinto, a excepción de los caminos que estaban custodiados por caballeros blancos. Anthony dirigía personalmente la protección y seguridad del complejo y, en eso, era un genio. Toda la zona estaba limpia y cuidada, mucho más pulcramente que los bosquecillos del anillo exterior, y estaba seguro de que debía empujar a Zaina hacia delante para evitar que se pusiese a jugar con los animales.
- Estarán aquí cuando bajemos -le dijo, y señalando a un caballero blanco le hizo un gesto para descargar su vehículo-. La tres bis, por favor. Y equipamiento estándar.
La puerta de la pirámide se abrió y entraron a un amplio espacio diáfano lleno de trabajadores atendiendo llamadas y mecanografiando archivos. Todo debía pasar por ahí, por lo que no era extraño que los líderes de la organización también debiesen hacer acto de presencia allí. Y aunque para todos él no era más que un enlace entre la directiva y el bajo mando, ya se habían acostumbrado a su constante presencia por allí. Yarmin, por su parte, disfrutaba viendo la perfecta maquinaria del Servicio Secreto trabajar mientras se acercaba al ascensor.
Entró y pulsó el último piso; a su apartamento debían acceder a través de unas escaleras junto al ascensor, pero no se debía desaprovechar la vista que propiciaba la cabina de cristal: Amplias bibliotecas, despachos y salas de reuniones, centros de revisión de datos... Aquella pirámide era el centro de una ciudad en miniatura que poco a poco iba creciendo; con cada nuevo día planificaban expansiones a la pirámide, segundos núcleos o iniciar el protocolo colmena... Pero hacía falta mucha gente para que esa opción fuese viable. En cualquier caso, cuando la puerta del ascensor volvió a abrirse invitó a Zaina -y a Derian, que iba ya con ellos- a subir al último piso. Si la "casita" de Yellow Spice ya le parecía un lujo frío y calculado, no quería pensar qué opinaría cuando viese la lujosa y enorme vivienda que coronaba la pirámide. Siempre bañada por la luz del sol y lleno de platas y azabaches, instrumentos de navegación y un montón de artilugios decorativos que en parte desnudaban lo que él era: Un mago con ganas de navegar.
- Verás, Zaina -le dijo, tomándola de la mano-, eres una persona muy especial y el Servicio Secreto basa su jerarquía en un sistema piramidal... -fue explicando poco a poco cada paso de cifras y números, el medio escalón por encima del que gozaban las mujeres, el modelo de comunicación oficial para evitar que sus identidades se viesen expuestas y demás-. Y los oficiales son dos jotas hombre, dos jotas mujeres, un rey de picas y una reina de corazones. Pero Oasis está sin reina; es tarea mía encontrar una en la que los demás confíen y a la que sigan. Y creo que tú podrías ser la reina que todos necesitamos. -La agarró con fuerza, aunque no demasiada, intentando acercarla un poco más-. Y mi reina será la reina de todo.
- Parece que ya os conocéis. -Juntó ambas manos ante el pecho en un sonoro aplauso, sonriendo como si no fuese con él la cosa-. ¿A que es genial? Es guapa, carismática, interesante...
Como si no estuviese ella. Le regalaba los oídos, sí, pero no dejaba de ser la más tibia verdad. Anthony debía comprender no solo la importancia de Zaina, sino todas las oportunidades que abría su presencia allí. No podía decir su nombre ni su apellido fuera de la torre, pero podía fácilmente ocuparse de que su más tontorrón amigo viese cómo ella podía ser el mayor activo sumado a aquella empresa desde que, en su día, habían conocido a Percy -de hecho, podía aportar mucho más teniendo en cuenta que él la había cagado en Ennies Lobby-.
- Y tiene contactos -continuó-. Está aquí por propia voluntad y... Oh, sorpresa: No sabe mentir.
Miró hacia Zaina con ojos dulces, dorados mientras los mantuvo fijos en ella. Era preciosa, pero también espeluznante... Su piel olía a peligro y sus movimientos sonaban a éxito. Cautivadora por encima de todo, con sonrisa felina y una mente, hasta cierto punto, brillante. Era voluble, sí, pero sumamente ingeniosa, y eso había que apreciarlo por encima de todo cuando había una fuerza capaz de tranquilizarla.
No movió los labios, pero su mirada decía "te quiero". Cuando regresó a Anthony sus ojos fueron rojos de nuevo, aunque no pareció intimidarse por ello; ya estaba tan acostumbrado a esa clase de cosas que apenas sí les prestaba importancia.
- Tiene que pasar las pruebas -gruñó, dándose la vuelta-. Nadie puede saltárselas, principito. ¡Nadie!
- No esperaba que se las saltase -contestó con calma-. Sé que las superará.
Vale, había desperdiciado una oportunidad para descargar el bulto cómodamente, pero ese no era el verdadero problema. Reina, pruebas... Zaina debía tener la cabeza en mil cosas ya, y había una pregunta pendiente de respuesta que debía contestar de la forma más sencilla y clara posible.
- Acompáñame.
La guio hacia el interior de la pirámide por un jardín lleno de grandes felinos: Leones, tigres, linces, leopardos y más campaban a sus anchas por el recinto, a excepción de los caminos que estaban custodiados por caballeros blancos. Anthony dirigía personalmente la protección y seguridad del complejo y, en eso, era un genio. Toda la zona estaba limpia y cuidada, mucho más pulcramente que los bosquecillos del anillo exterior, y estaba seguro de que debía empujar a Zaina hacia delante para evitar que se pusiese a jugar con los animales.
- Estarán aquí cuando bajemos -le dijo, y señalando a un caballero blanco le hizo un gesto para descargar su vehículo-. La tres bis, por favor. Y equipamiento estándar.
La puerta de la pirámide se abrió y entraron a un amplio espacio diáfano lleno de trabajadores atendiendo llamadas y mecanografiando archivos. Todo debía pasar por ahí, por lo que no era extraño que los líderes de la organización también debiesen hacer acto de presencia allí. Y aunque para todos él no era más que un enlace entre la directiva y el bajo mando, ya se habían acostumbrado a su constante presencia por allí. Yarmin, por su parte, disfrutaba viendo la perfecta maquinaria del Servicio Secreto trabajar mientras se acercaba al ascensor.
Entró y pulsó el último piso; a su apartamento debían acceder a través de unas escaleras junto al ascensor, pero no se debía desaprovechar la vista que propiciaba la cabina de cristal: Amplias bibliotecas, despachos y salas de reuniones, centros de revisión de datos... Aquella pirámide era el centro de una ciudad en miniatura que poco a poco iba creciendo; con cada nuevo día planificaban expansiones a la pirámide, segundos núcleos o iniciar el protocolo colmena... Pero hacía falta mucha gente para que esa opción fuese viable. En cualquier caso, cuando la puerta del ascensor volvió a abrirse invitó a Zaina -y a Derian, que iba ya con ellos- a subir al último piso. Si la "casita" de Yellow Spice ya le parecía un lujo frío y calculado, no quería pensar qué opinaría cuando viese la lujosa y enorme vivienda que coronaba la pirámide. Siempre bañada por la luz del sol y lleno de platas y azabaches, instrumentos de navegación y un montón de artilugios decorativos que en parte desnudaban lo que él era: Un mago con ganas de navegar.
- Verás, Zaina -le dijo, tomándola de la mano-, eres una persona muy especial y el Servicio Secreto basa su jerarquía en un sistema piramidal... -fue explicando poco a poco cada paso de cifras y números, el medio escalón por encima del que gozaban las mujeres, el modelo de comunicación oficial para evitar que sus identidades se viesen expuestas y demás-. Y los oficiales son dos jotas hombre, dos jotas mujeres, un rey de picas y una reina de corazones. Pero Oasis está sin reina; es tarea mía encontrar una en la que los demás confíen y a la que sigan. Y creo que tú podrías ser la reina que todos necesitamos. -La agarró con fuerza, aunque no demasiada, intentando acercarla un poco más-. Y mi reina será la reina de todo.
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Quizás era que en aquel momento, ella parecía realmente un gato. La dama de cabellos como la noche y ojos de esmeralda no apartaba la mirada de aquel par. Con el rostro ligeramente ladeado, el cabello deslizándose hacia un lado y aquella mueca de confusión que siempre hacía que arrugase suavemente la nariz.
Yarmin comenzó con sus piropos y ella rodó suavemente los ojos, mientras cruzaba los brazos debajo del pecho. Sin duda sabía que decir para sacarle una sonrisa, pero sospechaba que esta vez no era para ella todo el discurso. Era casi como si quisiera convencerle de algo, aunque el casi era una tontería, lo había puesto porque sabía que de querer realmente, lo hubiera logrado. Esperó pacientemente a que terminara su charla con el hombre, sin añadir demasiado, hasta que llegaron a esa parte.
-Y yo pensando toda mi vida que eso era un defecto.- Se queda mirando aquellos ojos de oro, sonriéndole de forma suave. Ah el poder de aquel hombre sobre ella sí que era ciertamente espeluznante. Aunque era algo a lo que iba acostumbrándose con el paso del tiempo, eso no la vamos a negar.
Sabía de sobra que quería hacerla sentir querida, necesitada, no necesitaba ver cómo sus ojos cambiaban de color o como solo era dulce con ella. Era algo que se habían demostrado en esas dos semanas, algo que había nacido de esa confianza que se procesaban.
Aunque la confianza empezaba a dudar con tanta terminología secreta, tantas palabras que no entendía y la palabra reina y pruebas. Señor, si Yarmin no le respondía rápido a lo que significaba iba a comenzar a tener convulsiones de solo imaginarlo. Olía a peligro, y una bestia reconocía esa sensación incluso con los ojos cerrados y con un desconcierto absoluto sobre el tema en concreto.
Pues siendo sinceros, nuestro príncipe blanco se aseguró de hacerla caminar una línea recta, ya que ella se había perdido en los inmensos felinos. Recordó el ejemplar que su pareja le había atraído y lamentó no poder haberle puesto las manos encima. Sabía de sobra que los otros tres iban a darle un recibimiento cálido, pero no quitaba el sabor amargo que tenía en la garganta. Hubiera preferido que la situación fuera totalmente diferente.
Comenzaron a entrar en el lugar, cada paso y cada lugar gritaba el nombre de nuestro querido príncipe encantador. Estaba segura de su dedicación, su tiempo, su empeño y todo lo que habría supuesto para él crear aquel lugar. Ella se quedó en silencio, observándolo, estudiándolo, memorizándolo en su cabeza.
La puerta del ascensor le indico lo que ya se imaginaba, y mientras entraba seguida de Derian no pudo evitar alzar una ceja. – Vale, tengo que admitir que todo el lugar grita tu nombre a viva voz.- Ríe suavemente, de forma divertida, mirando el lugar con cierta curiosidad, queriendo absorber todos y cada uno de los pequeños detalles que puede ver.
Era ciertamente revelador, y prefirió guardarse para ellas todas y cada una de las sensaciones que aquel lugar le transmitida.
Le miró en cuanto agarró sus manos, prestando atención a todo lo que decía. La explicación fue tan intensa como había imaginado y entendió porque el hombre de abajo se había mostrado ligeramente receloso. Estudió y analizó en su cabeza todo lo que él le dijo, y escuchó su propuesta con calma, con esa expresión tranquila y neutra que a veces no pegaba con su carácter de animal salvaje. Con esa forma de ser que era de Zaina, la noble que sabía demasiado.
Decidió darle un abrazo tras notar su pequeño tirón, tras escuchar sus palabras y con ella su oferta. Tenía un cúmulo de sensación dando vueltas en su cabeza, en su estómago, y aunque una parte de ella se sintiera reacia a toda aquella información, otra parte, asintió de forma leve.- Prometí estar contigo, apoyarte… Y creo que es una oportunidad que no quiero desperdiciar para hacerlo.- Le mira, sonriendo, mostrando sus traviesos colmillos.- Aunque también es una buena oferta para mí, y estoy deseando darle a tu amigo en la cara cuando lo logre.- Esperó tranquilizarle con ello, ya que no necesitaba ser un genio para notar la incomodidad de Yarmin. Quizás la duda, el tema era complicado de sacar.
Le dio un suave beso en los labios, esperando relajar sutilmente el ambiente que se había formado entre ambos. Luego acarició su espalda, en un gesto distraído.- Quien diría que vivirías en el reino que me vio crecer.
Yarmin comenzó con sus piropos y ella rodó suavemente los ojos, mientras cruzaba los brazos debajo del pecho. Sin duda sabía que decir para sacarle una sonrisa, pero sospechaba que esta vez no era para ella todo el discurso. Era casi como si quisiera convencerle de algo, aunque el casi era una tontería, lo había puesto porque sabía que de querer realmente, lo hubiera logrado. Esperó pacientemente a que terminara su charla con el hombre, sin añadir demasiado, hasta que llegaron a esa parte.
-Y yo pensando toda mi vida que eso era un defecto.- Se queda mirando aquellos ojos de oro, sonriéndole de forma suave. Ah el poder de aquel hombre sobre ella sí que era ciertamente espeluznante. Aunque era algo a lo que iba acostumbrándose con el paso del tiempo, eso no la vamos a negar.
Sabía de sobra que quería hacerla sentir querida, necesitada, no necesitaba ver cómo sus ojos cambiaban de color o como solo era dulce con ella. Era algo que se habían demostrado en esas dos semanas, algo que había nacido de esa confianza que se procesaban.
Aunque la confianza empezaba a dudar con tanta terminología secreta, tantas palabras que no entendía y la palabra reina y pruebas. Señor, si Yarmin no le respondía rápido a lo que significaba iba a comenzar a tener convulsiones de solo imaginarlo. Olía a peligro, y una bestia reconocía esa sensación incluso con los ojos cerrados y con un desconcierto absoluto sobre el tema en concreto.
Pues siendo sinceros, nuestro príncipe blanco se aseguró de hacerla caminar una línea recta, ya que ella se había perdido en los inmensos felinos. Recordó el ejemplar que su pareja le había atraído y lamentó no poder haberle puesto las manos encima. Sabía de sobra que los otros tres iban a darle un recibimiento cálido, pero no quitaba el sabor amargo que tenía en la garganta. Hubiera preferido que la situación fuera totalmente diferente.
Comenzaron a entrar en el lugar, cada paso y cada lugar gritaba el nombre de nuestro querido príncipe encantador. Estaba segura de su dedicación, su tiempo, su empeño y todo lo que habría supuesto para él crear aquel lugar. Ella se quedó en silencio, observándolo, estudiándolo, memorizándolo en su cabeza.
La puerta del ascensor le indico lo que ya se imaginaba, y mientras entraba seguida de Derian no pudo evitar alzar una ceja. – Vale, tengo que admitir que todo el lugar grita tu nombre a viva voz.- Ríe suavemente, de forma divertida, mirando el lugar con cierta curiosidad, queriendo absorber todos y cada uno de los pequeños detalles que puede ver.
Era ciertamente revelador, y prefirió guardarse para ellas todas y cada una de las sensaciones que aquel lugar le transmitida.
Le miró en cuanto agarró sus manos, prestando atención a todo lo que decía. La explicación fue tan intensa como había imaginado y entendió porque el hombre de abajo se había mostrado ligeramente receloso. Estudió y analizó en su cabeza todo lo que él le dijo, y escuchó su propuesta con calma, con esa expresión tranquila y neutra que a veces no pegaba con su carácter de animal salvaje. Con esa forma de ser que era de Zaina, la noble que sabía demasiado.
Decidió darle un abrazo tras notar su pequeño tirón, tras escuchar sus palabras y con ella su oferta. Tenía un cúmulo de sensación dando vueltas en su cabeza, en su estómago, y aunque una parte de ella se sintiera reacia a toda aquella información, otra parte, asintió de forma leve.- Prometí estar contigo, apoyarte… Y creo que es una oportunidad que no quiero desperdiciar para hacerlo.- Le mira, sonriendo, mostrando sus traviesos colmillos.- Aunque también es una buena oferta para mí, y estoy deseando darle a tu amigo en la cara cuando lo logre.- Esperó tranquilizarle con ello, ya que no necesitaba ser un genio para notar la incomodidad de Yarmin. Quizás la duda, el tema era complicado de sacar.
Le dio un suave beso en los labios, esperando relajar sutilmente el ambiente que se había formado entre ambos. Luego acarició su espalda, en un gesto distraído.- Quien diría que vivirías en el reino que me vio crecer.
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Aquellos ojos verdes devolvían el fulgor del sol en los suyos dorados. Inocente por fuera, con aquellas facciones suaves y felinas dispuestas hacia él y analizando cada palabra que le decía. Yarmin aferraba sus manos casi para sentirse más seguro, ya que a su lado no dejaba de sentirse completamente vulnerable. Que aquella mujer, que Zaina, lo comprendiese lo completaba, pero también lo exponía a ella enormemente. Y aunque no le importaba, aunque se sentía cómodo en esa situación, había algunas cosas con las que todavía necesitaba acostumbrarse a lidiar.
Que su respuesta fuese afirmativa, que quisiese someterse a ese juicio absurdo -aunque no estaba tan ciego como para ignorar que el amor le cegaba- y tomar la cabeza de Oasis a su lado era una noticia que le sacó una sonrisa sincera, pulcra y casi inocente. La ilusión lo embargaba, emocionado, y aunque no lloró sí que notó sus ojos humedecerse momentáneamente. La gente cono Zaina y Yarmin pocas veces podía permitirse un "sí, quiero", y el compromiso de comandar el Servicio Secreto era casi igual de litúrgico que una boda. De hecho más, habida cuenta de que fallar en una de ellas significaba desaparecer -no la muerte, no-, aunque esa era una de las razones por las que se arrepentía de habérselo ofrecido. Pero, por otro lado, no arriesgaba nada: Conocía a su pareja, iba a superarlas. Y aunque no podía quitarse el miedo de encima, fue fácil convencerse de que era puramente irracional e ignorarlo deliberadamente.
- El desierto tiene algo especial -respondió, dejándose aferrar en aquel abrazo. Se sentía cálido y le gustaba notar su cabello; hundir las manos en él, rozar su espalda... Sentirla a ella, físicamente-. Siempre supe que mi destino estaba aquí, desde niño. Lo que nunca habría imaginado era que me enamoraría de una princesa.
Sabía que ella no era exactamente una princesa, pero si hubiese que establecer una jerarquía de mujeres poderosas en Arabasta -una vez asumido que ser una mujer allí significaba más bien poco- Zaina habría estado, años atrás, como la tercera más importante del reino y, tras los sucesos de Fudge, la segunda por detrás de la reina. Aunque, dado que la reina de Arabasta era Molly... Probablemente Zaina fuese muy pronto la mujer con más poder en esa isla. Además, ¿qué título ostentaba la hija de un visir? Princesa era totalmente adecuado.
- Aunque, a decir verdad, es romántico -confesó. A veces se sentía un maldito algodón de azúcar, pero mientras solo ella se diese cuenta no importaba-. Un príncipe de tierras lejanas, una princesa que huye... Él clava su pupila en esos ojos verdes como bosques, y ella transforma el rubí en oro con esa magia única que tiene. Él le apunta con una pistola, tiene miedo de lo que siente, va a matarla y acabar con todo. Y ella tiembla, tiene miedo; de él, de ella también, del daño que pueden hacerse. Pero se arma de valor y le dice "mátame" a un asesino; se arma de valor y le hace escuchar "ámame". Se lo da todo al conocerle, le da todo lo que tiene... Y él no tiene nada que pueda pagar esa vida, nada que pueda compensar esa confianza. Así que, igual que ella, le da su vida. Casi me emociona.
Se separó de ella un poco. Le dio un rápido beso en la boca, sentido pero corto, apenas la constatación de un "te quiero" que no disfrutaba diciéndole a la ligera. La invitó a seguirlo y subió las escaleras, las últimas de Oasis, las que llevaban al balcón de la cima. Allí había matado a Arcturus, y desde ahí observaba todo a su alrededor, hasta el último detalle. Se veían los ríos, los lagos y los bosques de la pequeña ciudad. Las rondas de guardia, los vehículos que llegaban, los que salían, el movimiento constante de gente por el anillo exterior... Todo era hermoso allí.
- No recuerdo mucho de mi infancia, pero sé que me encantaban los pájaros. Siempre quise volar, verlo todo bajo mis alas... Este balcón es casi como volar, y si te fijas bien puedes ver lo que quieras. -La miró fijamente-. Aunque a veces solo quieres que vuelen contigo.
Que su respuesta fuese afirmativa, que quisiese someterse a ese juicio absurdo -aunque no estaba tan ciego como para ignorar que el amor le cegaba- y tomar la cabeza de Oasis a su lado era una noticia que le sacó una sonrisa sincera, pulcra y casi inocente. La ilusión lo embargaba, emocionado, y aunque no lloró sí que notó sus ojos humedecerse momentáneamente. La gente cono Zaina y Yarmin pocas veces podía permitirse un "sí, quiero", y el compromiso de comandar el Servicio Secreto era casi igual de litúrgico que una boda. De hecho más, habida cuenta de que fallar en una de ellas significaba desaparecer -no la muerte, no-, aunque esa era una de las razones por las que se arrepentía de habérselo ofrecido. Pero, por otro lado, no arriesgaba nada: Conocía a su pareja, iba a superarlas. Y aunque no podía quitarse el miedo de encima, fue fácil convencerse de que era puramente irracional e ignorarlo deliberadamente.
- El desierto tiene algo especial -respondió, dejándose aferrar en aquel abrazo. Se sentía cálido y le gustaba notar su cabello; hundir las manos en él, rozar su espalda... Sentirla a ella, físicamente-. Siempre supe que mi destino estaba aquí, desde niño. Lo que nunca habría imaginado era que me enamoraría de una princesa.
Sabía que ella no era exactamente una princesa, pero si hubiese que establecer una jerarquía de mujeres poderosas en Arabasta -una vez asumido que ser una mujer allí significaba más bien poco- Zaina habría estado, años atrás, como la tercera más importante del reino y, tras los sucesos de Fudge, la segunda por detrás de la reina. Aunque, dado que la reina de Arabasta era Molly... Probablemente Zaina fuese muy pronto la mujer con más poder en esa isla. Además, ¿qué título ostentaba la hija de un visir? Princesa era totalmente adecuado.
- Aunque, a decir verdad, es romántico -confesó. A veces se sentía un maldito algodón de azúcar, pero mientras solo ella se diese cuenta no importaba-. Un príncipe de tierras lejanas, una princesa que huye... Él clava su pupila en esos ojos verdes como bosques, y ella transforma el rubí en oro con esa magia única que tiene. Él le apunta con una pistola, tiene miedo de lo que siente, va a matarla y acabar con todo. Y ella tiembla, tiene miedo; de él, de ella también, del daño que pueden hacerse. Pero se arma de valor y le dice "mátame" a un asesino; se arma de valor y le hace escuchar "ámame". Se lo da todo al conocerle, le da todo lo que tiene... Y él no tiene nada que pueda pagar esa vida, nada que pueda compensar esa confianza. Así que, igual que ella, le da su vida. Casi me emociona.
Se separó de ella un poco. Le dio un rápido beso en la boca, sentido pero corto, apenas la constatación de un "te quiero" que no disfrutaba diciéndole a la ligera. La invitó a seguirlo y subió las escaleras, las últimas de Oasis, las que llevaban al balcón de la cima. Allí había matado a Arcturus, y desde ahí observaba todo a su alrededor, hasta el último detalle. Se veían los ríos, los lagos y los bosques de la pequeña ciudad. Las rondas de guardia, los vehículos que llegaban, los que salían, el movimiento constante de gente por el anillo exterior... Todo era hermoso allí.
- No recuerdo mucho de mi infancia, pero sé que me encantaban los pájaros. Siempre quise volar, verlo todo bajo mis alas... Este balcón es casi como volar, y si te fijas bien puedes ver lo que quieras. -La miró fijamente-. Aunque a veces solo quieres que vuelen contigo.
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Podía leer los sentimientos en sus ojos. Ondular, moverse, cambiar, casi podía jurar que Yarmin estaba en ese momento tan emocionado como si le hubiera pedido matrimonio o alguna burrada. No dudaba que fuera algo igual o incluso más serio, pero se le enterneció el corazón de gato al ver como su pareja se derrite suavemente. Vale, ella se ponía tierna por su culpa y era un sentimiento bastante mutuo, pero siempre era Yarmin el que comenzaba como una esponja de azúcar.
Aunque a ella no es que le quedara demasiada dignidad en aquel asunto.
Se dejó acariciar, se quedó pegada contra él, relajando su cuerpo. Disfrutó del sonido de su voz, del olor suave que siempre desprendía, ese mismo que se había grabado a fuego en su propia mente y cuerpo.- Bueno, siempre me ha gustado que me llamen princesa, y algunos lo hacían… Quizás por lo caprichosa.- Ríe de forma suave. Sabía de sobra que aquel apodo había ocultado muchas cosas, incluso el hecho de que buscaran casarla con alguien tan bajo.
Si el hombre averiguaba un poco, sabría enseguida que la gente de Arabasta había temido a Zaina más de lo que ella los había temido a ellos. Una mujer tan capaz, con ese magnetismo y carisma, con aquella facilidad para atraer a la gente, dejarlas en la palma de su mano y luego soltarlas. Alguien capaz de enamorar no solo a la gente, si no al propio desierto, a sus animales y a todo lo que pudiera vivir en el mismo.
Había sido un peligro y por eso, la solución había sido librarse del peligro de la mejor manera.
Las palabras románticas de su pareja la sacaron de sus pensamientos, antes de darse cuenta estaba presenciando un nuevo ataque de verborrea de su adorado novio. Pero no era un ataque normal, no, era un ataque de verborrea rosa. No pudo evitar intentar disimular aquella sonrisa de idiota que a veces le salía cuando aquel hombre empezaba a soltar todo lo que se le pasaba la mente como si de un grifo abierto se tratara. Al final acabó por rendirse y dejó escapar una suave risa, antes de escuchar como casi le emocionaba toda aquella historia, su historia.
-No voy a negar que es interesante, un cuento de hadas casi.- Le devolvió el corto beso, una suave caricia en su mejilla cargada de sentimiento y sabe de sobra que aquel hombre tiene la facilidad de hacer con ella lo que quiera. Cuánto peligro escondido en un par de ojos del color del oro.
La dama decide seguirle, caminando por aquel lugar como un pequeño animalillo que apenas está descubriendo un nuevo lado de su hogar. No vamos a negar que le gustaran las vistas, la sensación del aire libre le golpeó el rostro y dejó que relajara cada pequeña fibra de su cuerpo que aún pudiera estar nervioso.
Había escuchado antes a Yarmin referirse a ella como un pájaro, pero no era la primera persona que se lo había dicho. Otros hombres habían temido quererla porque pensaban que no duraría demasiado entre sus dedos.- Bueno eres el primero que me pide que vuele a su lado…-Se apoyó suavemente en la barandilla de aquel balcón, mirándole.- Tendré que concederte tal deseo.
Finalmente, siguió mirándole, antes de confesarle la realidad.- Tengo lo que quiero ver justo delante, no tengo que mirar a otra parte.- Sin apartar aquellos ojos de esmeralda de los suyos, la mujer no pudo evitar sonreír de nuevo.
Bueno, ella también podía ponerse cursi de vez en cuando.
Aunque a ella no es que le quedara demasiada dignidad en aquel asunto.
Se dejó acariciar, se quedó pegada contra él, relajando su cuerpo. Disfrutó del sonido de su voz, del olor suave que siempre desprendía, ese mismo que se había grabado a fuego en su propia mente y cuerpo.- Bueno, siempre me ha gustado que me llamen princesa, y algunos lo hacían… Quizás por lo caprichosa.- Ríe de forma suave. Sabía de sobra que aquel apodo había ocultado muchas cosas, incluso el hecho de que buscaran casarla con alguien tan bajo.
Si el hombre averiguaba un poco, sabría enseguida que la gente de Arabasta había temido a Zaina más de lo que ella los había temido a ellos. Una mujer tan capaz, con ese magnetismo y carisma, con aquella facilidad para atraer a la gente, dejarlas en la palma de su mano y luego soltarlas. Alguien capaz de enamorar no solo a la gente, si no al propio desierto, a sus animales y a todo lo que pudiera vivir en el mismo.
Había sido un peligro y por eso, la solución había sido librarse del peligro de la mejor manera.
Las palabras románticas de su pareja la sacaron de sus pensamientos, antes de darse cuenta estaba presenciando un nuevo ataque de verborrea de su adorado novio. Pero no era un ataque normal, no, era un ataque de verborrea rosa. No pudo evitar intentar disimular aquella sonrisa de idiota que a veces le salía cuando aquel hombre empezaba a soltar todo lo que se le pasaba la mente como si de un grifo abierto se tratara. Al final acabó por rendirse y dejó escapar una suave risa, antes de escuchar como casi le emocionaba toda aquella historia, su historia.
-No voy a negar que es interesante, un cuento de hadas casi.- Le devolvió el corto beso, una suave caricia en su mejilla cargada de sentimiento y sabe de sobra que aquel hombre tiene la facilidad de hacer con ella lo que quiera. Cuánto peligro escondido en un par de ojos del color del oro.
La dama decide seguirle, caminando por aquel lugar como un pequeño animalillo que apenas está descubriendo un nuevo lado de su hogar. No vamos a negar que le gustaran las vistas, la sensación del aire libre le golpeó el rostro y dejó que relajara cada pequeña fibra de su cuerpo que aún pudiera estar nervioso.
Había escuchado antes a Yarmin referirse a ella como un pájaro, pero no era la primera persona que se lo había dicho. Otros hombres habían temido quererla porque pensaban que no duraría demasiado entre sus dedos.- Bueno eres el primero que me pide que vuele a su lado…-Se apoyó suavemente en la barandilla de aquel balcón, mirándole.- Tendré que concederte tal deseo.
Finalmente, siguió mirándole, antes de confesarle la realidad.- Tengo lo que quiero ver justo delante, no tengo que mirar a otra parte.- Sin apartar aquellos ojos de esmeralda de los suyos, la mujer no pudo evitar sonreír de nuevo.
Bueno, ella también podía ponerse cursi de vez en cuando.
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Ese momento en el que las miradas se cruzan, ese fugaz instante en el que una sonrisa refleja la otra, un segundo hermoso que precede al beso... ¡Interrumpido por un puñetero teléfono! Iba a acercarse a ella cuando el den den mushi empezó con su puto tono y a punto estuvo de estamparlo contra el suelo. Aunque ese instinto destructivo solo cristalizó en una mirada despectiva al caracol mientras lo sacaba del bolsillo.
- Espero que sea importante, Gellert -espetó, molesto-. Estoy en medio de algo.
- Dejando de lado que la hayas metido en Oasis, en Spice acabamos de hacernos con la mina. ¿Está escuchando?
Dejó un segundo para que respondiese ella. Si no lo hacía él mismo lo confirmaría, pero no le parecía mala idea dejar que la futura Reina se encargase de domar al Rey un poco. A fin de cuentas Gellert era listo y fuerte, pero menos listo de lo que creía y le venía bien una lección de humildad de vez en cuando.
- Muy bien, pues tenemos las tablas de turnos, el plan de excavación y hemos dejado vivo por el momento al ingeniero jefe -respondió, entre otras cosas-. Le he dicho que si no le importa cambiar de jefe un tiempo vivirá, y ha accedido. ¿Algo más que necesites o que deba saber?
Yarmin vaciló.
- Los trabajadores deberían llegar en menos de medio día, y en media semana estar plenamente operativo el lugar. -Chasqueó la lengua-. Y tenemos un setenta cero siete. -Aquel era el código de secuestro con potencial ejecución.
La reacción de Gellert no fue la más apropiada, pero tampoco se afanó en silenciarlo. De nuevo dejó que fuese ella quien se hiciese cargo, y si no lo hacía ya se ocuparía él de zanjarlo con un "lo hablaremos el martes" y colgaría. El Cazador podía llegar a ser muy estresante cuando quería.
- Vale, ¿por dónde íbamos?
En realidad sabía perfectamente por dónde iban. Iban por esa sonrisa plácida de Zaina, por esos ojos de gata y su nariz pequeña y dulce. Por sus facciones delicadas, por sus pecas inusuales, por ese cabello azabache. No evitó acercarse y pretender darle un beso tan largo como pudo, tan intenso como supo. Ella era de arena tanto como él de piedra, pero se fundían como metales preciosos en lo alto del mundo. Plata y oro, topacio y esmeralda, no podía dejar de pensar en ella casi en ningún momento. La quería allí, ahora y siempre, para él y sobre todos los demás, una reina con la que compartir su mundo.
Oasis se había levantado alrededor del lugar donde había atrapado a Kari Silver, en cuyo centro exacto se encontraba matemáticamente la cúspide de la pirámide. Cada momento desde que había obtenido su fruta, cada segundo que había respirado, lo había llevado hasta allí. Pero no solo a ser rico y poderoso, no. Ese momento en que había apretado el gatillo, antes de que la ignición de la bala hiciese humear el cañón y, por supuesto, mucho antes de siquiera pedirle que se diera la vuelta, había desembocado en que encontrase el amor. Y tenía que ser con una mujer del desierto; no con alguien hecho a su medida, creado por él, no. Ella debía ser genuina y única, especial desde las puntas de los pies hasta el último pelo de su cabeza. Y del mismo modo que ella era para él, todo lo que había conseguido él era para ella. Su influencia, sus contactos, su poder... Zaina llevaría lejos a Oasis, y el mundo sería pronto suyo.
- Tardarán poco -le dijo finalmente. Notaba su inquietud, pero no había otra forma de cargar discretamente con tantos animales-, y podrás jugar con tu regalo además. Mientras tanto, ¿hay algo que pueda hacer para entretenerte?
Sabía que había muchas cosas, pero quería saber concretamente cuál de ellas era. Porque seguro que deseaba explorar todo el complejo, saberlo todo del lugar, y si se lo pedía la llevaría a donde quisiese.
- Espero que sea importante, Gellert -espetó, molesto-. Estoy en medio de algo.
- Dejando de lado que la hayas metido en Oasis, en Spice acabamos de hacernos con la mina. ¿Está escuchando?
Dejó un segundo para que respondiese ella. Si no lo hacía él mismo lo confirmaría, pero no le parecía mala idea dejar que la futura Reina se encargase de domar al Rey un poco. A fin de cuentas Gellert era listo y fuerte, pero menos listo de lo que creía y le venía bien una lección de humildad de vez en cuando.
- Muy bien, pues tenemos las tablas de turnos, el plan de excavación y hemos dejado vivo por el momento al ingeniero jefe -respondió, entre otras cosas-. Le he dicho que si no le importa cambiar de jefe un tiempo vivirá, y ha accedido. ¿Algo más que necesites o que deba saber?
Yarmin vaciló.
- Los trabajadores deberían llegar en menos de medio día, y en media semana estar plenamente operativo el lugar. -Chasqueó la lengua-. Y tenemos un setenta cero siete. -Aquel era el código de secuestro con potencial ejecución.
La reacción de Gellert no fue la más apropiada, pero tampoco se afanó en silenciarlo. De nuevo dejó que fuese ella quien se hiciese cargo, y si no lo hacía ya se ocuparía él de zanjarlo con un "lo hablaremos el martes" y colgaría. El Cazador podía llegar a ser muy estresante cuando quería.
- Vale, ¿por dónde íbamos?
En realidad sabía perfectamente por dónde iban. Iban por esa sonrisa plácida de Zaina, por esos ojos de gata y su nariz pequeña y dulce. Por sus facciones delicadas, por sus pecas inusuales, por ese cabello azabache. No evitó acercarse y pretender darle un beso tan largo como pudo, tan intenso como supo. Ella era de arena tanto como él de piedra, pero se fundían como metales preciosos en lo alto del mundo. Plata y oro, topacio y esmeralda, no podía dejar de pensar en ella casi en ningún momento. La quería allí, ahora y siempre, para él y sobre todos los demás, una reina con la que compartir su mundo.
Oasis se había levantado alrededor del lugar donde había atrapado a Kari Silver, en cuyo centro exacto se encontraba matemáticamente la cúspide de la pirámide. Cada momento desde que había obtenido su fruta, cada segundo que había respirado, lo había llevado hasta allí. Pero no solo a ser rico y poderoso, no. Ese momento en que había apretado el gatillo, antes de que la ignición de la bala hiciese humear el cañón y, por supuesto, mucho antes de siquiera pedirle que se diera la vuelta, había desembocado en que encontrase el amor. Y tenía que ser con una mujer del desierto; no con alguien hecho a su medida, creado por él, no. Ella debía ser genuina y única, especial desde las puntas de los pies hasta el último pelo de su cabeza. Y del mismo modo que ella era para él, todo lo que había conseguido él era para ella. Su influencia, sus contactos, su poder... Zaina llevaría lejos a Oasis, y el mundo sería pronto suyo.
- Tardarán poco -le dijo finalmente. Notaba su inquietud, pero no había otra forma de cargar discretamente con tantos animales-, y podrás jugar con tu regalo además. Mientras tanto, ¿hay algo que pueda hacer para entretenerte?
Sabía que había muchas cosas, pero quería saber concretamente cuál de ellas era. Porque seguro que deseaba explorar todo el complejo, saberlo todo del lugar, y si se lo pedía la llevaría a donde quisiese.
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Nuestra señorita se perdió por un instante en sus ojos, como siempre. Esperando ese momento en el que de nuevo se fundieran en un beso. La interrupción del teléfono era algo a lo que estaba acostumbrada, pero era de esas cosas que siempre sacaba el demonio interno de Yarmin con facilidad. Aguantando la traviesa risa al notar la mirada cargada de odio del hombre al pobre caracol.
Fue divertido, incluso el tono con el que le hablaba al famoso Gellert, sabiendo de sobra que nuestro querido príncipe odiaba que le sacaran de sus momentos calculados. El hombre comenzó a hablar y se dirigió a ella, Zaina rodó de forma suave los ojos.
-Estoy escuchando, diría que es un placer hablar contigo, pero no se mentir.-Miró al aparato con una sonrisa condescendiente, mientras asentía con una expresión de lo más tranquila.- Así que lo dejaré en que te escucho.- Alzó suavemente una ceja, antes de escuchar la conversación, entrecerró los ojos, mientras pensaba en un par de cosas que aún tenía pendientes con todo aquel asunto.
Si no tardaba demasiado, podría empezar todo aquello antes de acabar de arreglar la parte de la casa de empeños en la zona de los casinos.
Cuando Yarmin le dijo sobre aquel código, entendió de sobra que incluía muchos trámites y un montón de cuidado a tener con la persona que iba a eliminar. Zaina no pudo evitar escuchar las quejas del hombre, mientras ella le quitaba problemas al asunto.- Me entristece tanto que desprecies mi regalo. Sé que no es el mejor de todos y que está algo viejo, pero puedo prometerte que te puedes poner imaginativo con él.- Luego Yarmin añadió algo sobre el martes, mientras ella retoma las vistas, paseando sus orbes de un lado a otro.
Ese hombre sonaba a un dolor en el trasero y aunque Yasei tenía respuestas para todo, iba a tener que tener cuidado con no morderse la lengua y ahogarse con su propio veneno.
-Algo me dice que lo recuerdas.- Sus palabras hicieron que se girara a mirarle. Antes de acercarse a él, retomando el momento en el que los habían dejado. Disfrutó de aquel beso como disfrutaba de todos y cada uno de ellos. Como si fuera capaz de arrancarle todo el aire del cuerpo, como si fuera capaz de dejarla sin aliento y a la vez, fuera capaz de darle todo. Adoraba sus dedos, perdiéndose en su cabello, su latido acelerado tanto como el suyo, la forma en la que sus ojos se perdían mutuamente.
Siempre se había sentido como una reina, nunca nada ni nadie le había negado esa sensación al pasar los años. Incluso aquel hombre despreciable había tenido que inclinarse ante ella llegado el momento y Zaina había alzado el rostro y dominado todo lo que pudiera ponerse bajo sus pies. Pero había sido solitario, vacío y triste, un pellizco en el estómago que no tenía sentido, pero que nunca había dejado de estar.
Una soledad que a veces ni su querida Jade era capaz de acallar totalmente.
Volvió de sus pensamientos en cuanto supo que se estaba refiriendo a sus niños.- Sé que van a cuidarlos y sé que te has encargado de que sea así.- No confiaba en aquellos hombres, confiaba en su pareja.- Estoy deseándolo, ya le he encontrado un nombre adecuado y todo.- Sonríe con orgullo, antes de que su pregunta le haga pensar un momento.
-Aunque adoro la idea de estrenar tu cama.- Admitió con ese aire travieso, peligroso, esa mirada de gato mientras uno de sus colmillos muerde la esquina de sus labios.-…¿Puedo bajar a ver a los animales? -Una mirada ligeramente suplicante, y Yarmin sabe de sobra su debilidad por los felinos grandes.- Luego vemos todo lo demás.- Lo abraza, en busca de esa forma casi divertida de convencerle a que ceda a sus caprichos.
Y eso que sabe de sobra que siempre acaba cediendo, tanto como ella cede a los de él.
Fue divertido, incluso el tono con el que le hablaba al famoso Gellert, sabiendo de sobra que nuestro querido príncipe odiaba que le sacaran de sus momentos calculados. El hombre comenzó a hablar y se dirigió a ella, Zaina rodó de forma suave los ojos.
-Estoy escuchando, diría que es un placer hablar contigo, pero no se mentir.-Miró al aparato con una sonrisa condescendiente, mientras asentía con una expresión de lo más tranquila.- Así que lo dejaré en que te escucho.- Alzó suavemente una ceja, antes de escuchar la conversación, entrecerró los ojos, mientras pensaba en un par de cosas que aún tenía pendientes con todo aquel asunto.
Si no tardaba demasiado, podría empezar todo aquello antes de acabar de arreglar la parte de la casa de empeños en la zona de los casinos.
Cuando Yarmin le dijo sobre aquel código, entendió de sobra que incluía muchos trámites y un montón de cuidado a tener con la persona que iba a eliminar. Zaina no pudo evitar escuchar las quejas del hombre, mientras ella le quitaba problemas al asunto.- Me entristece tanto que desprecies mi regalo. Sé que no es el mejor de todos y que está algo viejo, pero puedo prometerte que te puedes poner imaginativo con él.- Luego Yarmin añadió algo sobre el martes, mientras ella retoma las vistas, paseando sus orbes de un lado a otro.
Ese hombre sonaba a un dolor en el trasero y aunque Yasei tenía respuestas para todo, iba a tener que tener cuidado con no morderse la lengua y ahogarse con su propio veneno.
-Algo me dice que lo recuerdas.- Sus palabras hicieron que se girara a mirarle. Antes de acercarse a él, retomando el momento en el que los habían dejado. Disfrutó de aquel beso como disfrutaba de todos y cada uno de ellos. Como si fuera capaz de arrancarle todo el aire del cuerpo, como si fuera capaz de dejarla sin aliento y a la vez, fuera capaz de darle todo. Adoraba sus dedos, perdiéndose en su cabello, su latido acelerado tanto como el suyo, la forma en la que sus ojos se perdían mutuamente.
Siempre se había sentido como una reina, nunca nada ni nadie le había negado esa sensación al pasar los años. Incluso aquel hombre despreciable había tenido que inclinarse ante ella llegado el momento y Zaina había alzado el rostro y dominado todo lo que pudiera ponerse bajo sus pies. Pero había sido solitario, vacío y triste, un pellizco en el estómago que no tenía sentido, pero que nunca había dejado de estar.
Una soledad que a veces ni su querida Jade era capaz de acallar totalmente.
Volvió de sus pensamientos en cuanto supo que se estaba refiriendo a sus niños.- Sé que van a cuidarlos y sé que te has encargado de que sea así.- No confiaba en aquellos hombres, confiaba en su pareja.- Estoy deseándolo, ya le he encontrado un nombre adecuado y todo.- Sonríe con orgullo, antes de que su pregunta le haga pensar un momento.
-Aunque adoro la idea de estrenar tu cama.- Admitió con ese aire travieso, peligroso, esa mirada de gato mientras uno de sus colmillos muerde la esquina de sus labios.-…¿Puedo bajar a ver a los animales? -Una mirada ligeramente suplicante, y Yarmin sabe de sobra su debilidad por los felinos grandes.- Luego vemos todo lo demás.- Lo abraza, en busca de esa forma casi divertida de convencerle a que ceda a sus caprichos.
Y eso que sabe de sobra que siempre acaba cediendo, tanto como ella cede a los de él.
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Técnicamente la locución animales era bastante imprecisa, genérica. En Oasis había un sinfín de ganado, aves, criaturillas de los bosques y felinos que campaban en una situación de relativa libertad. Eso sin contar, claro, a los niños nacidos en el complejo que no superaban las pruebas taxonómicas, cuyo destino era ser vendidos como esclavos o utilizadas como alivio en ese mismo lugar -aunque tomando las precauciones adecuadas para evitar que se convirtiesen en madres de un hijo genéticamente imperfecto, claro-. Por un momento le pareció que resultaba un tanto sexista no tener agentes de alivio como sí había secretarias de alivio, pero el motivo de aquello estaba bastante claro: Una puta embarazada no significaba nada; una soldado embarazada era un sueldo tirado durante casi un año. Aunque estaba estipulado contractualmente que el niño pertenecía al Servicio Secreto y como tal, de superar las pruebas, sería entrenado. No había lugar para la maternidad en Oasis.
- ¿A mis gatos, te refieres? -Yarmin poseía una colección de grandes felinos en la base de la fortaleza, un par de docenas de tigres, leones, leopardos y linces que formaban parte de los ejemplares "casi perfectos" con los que se estaba trabajando en el laboratorio. Casi inteligentes, más mansos con la gente a la que conocían, permitían una doma no basada en el terrible dolor y se asociaban en torno a un alfa en lugar de un harén. La verdad es que era bastante agradable sentarse cerca y sentirlos jugar cerca, aunque por motivos de seguridad lo ideal era no ponerse tan cerca-. Te los presentaré.
Y de nuevo, bajaron. Se trataba probablemente de la visita peor organizada a su pequeño reino que podía imaginar, pero entre el enfado que lo había motivado a traerla y la ilusión de poder compartirlo todo con ella se había ido hasta la atalaya casi por instinto. Desde allí podía verse todo, contemplar cada árbol y cada uno de los seis muros de cristal, el movimiento de la gente de un lado a otro sin cesar... Había sido hermoso. Pero era hora del ascensor.
Le fue hablando a grandes rasgos de lo que iban obteniendo allí: Un centro de narcotráfico, distribución de armas de calidad, y la más lucrativa: Los esclavos de Eric Stoldbery. Le contó algunas pinceladas de cómo el señor Stoldbery había perdido a su hija para luego perderla otra vez, cediendo finalmente al instinto de cederle todos sus negocios. Puede que no se hubiese molestado en maquillarle demasiado que él había orquestado la supuesta muerte, la resurrección y la posterior ejecución antes de conducir a ese hijo de puta hasta Oasis para su reeducación completa, una reeducación que aunque había salido bien había tenido el terrible efecto secundario de que el pobre hombre sufría insomnio... Por lo que debían drogarlo con frecuencia.
Cuando llegaron al vestíbulo, sin embargo, siguió hablando con tono tranquilo y desenfadado, pero exclusivamente de joyería para evitar incomodidades y miradas inquietas -aunque era un secreto a voces, a nadie le gustaba pensar que estaban comerciando con vidas humanas-. Los diamantes de sangre que habían logrado obtener, la mina de zafiros que tenían localizada, las esmeraldas que habían en una mina muy cercana...
- Justo a mi lado, de hecho -concluyó, invitándola a pasar antes que él.
El jardín de cristal era hermoso y cuidado, y sus animales no dejaban de ser ejemplares de primera y segunda generación, animales casi perfectos que, aunque aún retenían mucho de su mente primaria, tenían una suerte de proto raciocinio similar al de un perro. Aprendían órdenes con facilidad, leían algunas señales visuales como luces o gestos y creaban lazos familiares de manada entre machos también. Se estaba repitiendo, pero lo cierto era que se sentía muy orgulloso de todo aquello. Y muy feliz de tener sus gatos, lógicamente.
Caminó tras Zaina, siguiendo la estela de sus caderas sin dejar de pensar en su cabello carbón. También se fijó, de nuevo, en aquella marca del brazo. Iba a matar a ese hijo de la gran puta muy lentamente, y se iba a asegurar de que sirviese de lección para todo aquel que alguna vez hubiese intentado robar la libertad de aquella gata. Eso, si le daba el placer de morir, porque enviaría un mensaje mayor mostrarlo vivo, como a un Prometeo cualquiera, siendo devorado noche y día.
- Ese de ahí es König -señaló al enorme leopardo negro que se estaba echando una siesta-, el padre genético de tu cachorro. Y esa de ahí -apuntó hacia una hembra bastante grande, aunque atlética y de porte esbelto- es Kralle, la ascendente en primera generación.
En Oasis reproducían exclusivamente hembras, pero un número limitado de veces. Una vez tenían dos o tres camadas sufrían mucho durante los partos, y no quería ver sufrir a un animal. No al menos a un animal suyo.
- Creo que te caerán bien.
- ¿A mis gatos, te refieres? -Yarmin poseía una colección de grandes felinos en la base de la fortaleza, un par de docenas de tigres, leones, leopardos y linces que formaban parte de los ejemplares "casi perfectos" con los que se estaba trabajando en el laboratorio. Casi inteligentes, más mansos con la gente a la que conocían, permitían una doma no basada en el terrible dolor y se asociaban en torno a un alfa en lugar de un harén. La verdad es que era bastante agradable sentarse cerca y sentirlos jugar cerca, aunque por motivos de seguridad lo ideal era no ponerse tan cerca-. Te los presentaré.
Y de nuevo, bajaron. Se trataba probablemente de la visita peor organizada a su pequeño reino que podía imaginar, pero entre el enfado que lo había motivado a traerla y la ilusión de poder compartirlo todo con ella se había ido hasta la atalaya casi por instinto. Desde allí podía verse todo, contemplar cada árbol y cada uno de los seis muros de cristal, el movimiento de la gente de un lado a otro sin cesar... Había sido hermoso. Pero era hora del ascensor.
Le fue hablando a grandes rasgos de lo que iban obteniendo allí: Un centro de narcotráfico, distribución de armas de calidad, y la más lucrativa: Los esclavos de Eric Stoldbery. Le contó algunas pinceladas de cómo el señor Stoldbery había perdido a su hija para luego perderla otra vez, cediendo finalmente al instinto de cederle todos sus negocios. Puede que no se hubiese molestado en maquillarle demasiado que él había orquestado la supuesta muerte, la resurrección y la posterior ejecución antes de conducir a ese hijo de puta hasta Oasis para su reeducación completa, una reeducación que aunque había salido bien había tenido el terrible efecto secundario de que el pobre hombre sufría insomnio... Por lo que debían drogarlo con frecuencia.
Cuando llegaron al vestíbulo, sin embargo, siguió hablando con tono tranquilo y desenfadado, pero exclusivamente de joyería para evitar incomodidades y miradas inquietas -aunque era un secreto a voces, a nadie le gustaba pensar que estaban comerciando con vidas humanas-. Los diamantes de sangre que habían logrado obtener, la mina de zafiros que tenían localizada, las esmeraldas que habían en una mina muy cercana...
- Justo a mi lado, de hecho -concluyó, invitándola a pasar antes que él.
El jardín de cristal era hermoso y cuidado, y sus animales no dejaban de ser ejemplares de primera y segunda generación, animales casi perfectos que, aunque aún retenían mucho de su mente primaria, tenían una suerte de proto raciocinio similar al de un perro. Aprendían órdenes con facilidad, leían algunas señales visuales como luces o gestos y creaban lazos familiares de manada entre machos también. Se estaba repitiendo, pero lo cierto era que se sentía muy orgulloso de todo aquello. Y muy feliz de tener sus gatos, lógicamente.
Caminó tras Zaina, siguiendo la estela de sus caderas sin dejar de pensar en su cabello carbón. También se fijó, de nuevo, en aquella marca del brazo. Iba a matar a ese hijo de la gran puta muy lentamente, y se iba a asegurar de que sirviese de lección para todo aquel que alguna vez hubiese intentado robar la libertad de aquella gata. Eso, si le daba el placer de morir, porque enviaría un mensaje mayor mostrarlo vivo, como a un Prometeo cualquiera, siendo devorado noche y día.
- Ese de ahí es König -señaló al enorme leopardo negro que se estaba echando una siesta-, el padre genético de tu cachorro. Y esa de ahí -apuntó hacia una hembra bastante grande, aunque atlética y de porte esbelto- es Kralle, la ascendente en primera generación.
En Oasis reproducían exclusivamente hembras, pero un número limitado de veces. Una vez tenían dos o tres camadas sufrían mucho durante los partos, y no quería ver sufrir a un animal. No al menos a un animal suyo.
- Creo que te caerán bien.
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Zaina asiente animada, mientras la idea de volver a ver a esos felinos le hace animarse, no pensar un poco en sus propios gatos. Como buena domadora es total y plenamente consciente de que sus niños van a comportarse, pero su parte más humana no puede evitar pensar en la cara de tristeza que siempre pone Jade cuando la encierran. Por eso quizás está desviando su mente a cosas en las que puede pensar, cosas que puede tocar y nada de problemas.
Fue así que ambos comenzaron a bajar, que se perdieron en esas charlas de trabajo que hacían que los ojos de ella se afilaran, que recalculara y pensara en todas y cada una de las demás cosas que tenía en mente. Cuando habló del intercambio y tratado de personas, su cabeza voló instintivamente y una imagen se posó en su cabeza como por arte de magia. La apariencia de esa mujer le hizo fruncir suavemente el ceño, pero decidió relajarlo, recordando que ella no dejaba de ser una buena amiga. Problemática, pero amiga después de todo.
El tema cambió rápidamente y se dio cuenta al instante de la sensibilidad del mismo. El tema de la joyería y piedras preciosas era algo de lo que ella entendía mucho más. Estaba metida en la conversación, con el tema, cuando llegaron finalmente a su destino.
Yarmin perdió totalmente a la mujer. Incluso cuando ella notaba su mirada intensa quemarle el cuerpo, la espalda o la herida de su brazo. Sabía que estaba enfadado, que mostraba un cuidado casi milimétrico por no tocarle la herida, y ella lo agradece profundamente.
-Tengo un problema con esto de que todos tus animales se parezcan a ti.- Lo dijo con toda la tranquilidad del mundo, agachándose con calma a la altura del felino que empezaba a dormir la siesta.
Se quedó quieta, esperando que abriera los ojos al notar su presencia y no la identificara como nada peligroso. Entonces sería cuando calmadamente, pasaría los dedos entre su pelaje, sonriendo de forma suave.- Eres muy guapo, aunque si te lo digo demasiado Derian se enfadara. –Una vez inspeccionado el macho, se levantó con para acercarse a la hembra.
Algo en ella le recordó a Jade cuando era más joven, y al igual que cuando conoció a la fiera albina, no pudo evitar alzar una ceja.- Se le nota el carácter, sin duda.- Apenas acercó la mano, dejando que ella recortara las distancias, acariciando suavemente su cabeza. Luego de eso, se acercó de nuevo a su pareja.- Aunque siempre serás mi animal favorito.- Le sonríe de forma traviesa, sabiendo de sobra que eso va a tirar de los hilos de Yarmin. Luego, decide simplemente mirar al resto de felinos que van pasando por la zona.
Ella sabía bien lo que significaba que alguien tratara tan bien a sus mascotas, y no pudo evitar enamorarse un poco más de aquel hombre. Suspiró derrotada, cruzando de forma leve los brazos, arrugando un poco el gesto por el molesto corte. Recostó suavemente la cabeza en su hombro, antes de mirarle de reojo.- ¿No te sentías solo en un lugar así?...-Quizás no era la más adecuada para decírselo, pero ella misma que había llenado aquella soledad con sus animales, era tal vez la única que lo entendía.
No por estar con gente, tenías que sentirte menos solo.
Fue así que ambos comenzaron a bajar, que se perdieron en esas charlas de trabajo que hacían que los ojos de ella se afilaran, que recalculara y pensara en todas y cada una de las demás cosas que tenía en mente. Cuando habló del intercambio y tratado de personas, su cabeza voló instintivamente y una imagen se posó en su cabeza como por arte de magia. La apariencia de esa mujer le hizo fruncir suavemente el ceño, pero decidió relajarlo, recordando que ella no dejaba de ser una buena amiga. Problemática, pero amiga después de todo.
El tema cambió rápidamente y se dio cuenta al instante de la sensibilidad del mismo. El tema de la joyería y piedras preciosas era algo de lo que ella entendía mucho más. Estaba metida en la conversación, con el tema, cuando llegaron finalmente a su destino.
Yarmin perdió totalmente a la mujer. Incluso cuando ella notaba su mirada intensa quemarle el cuerpo, la espalda o la herida de su brazo. Sabía que estaba enfadado, que mostraba un cuidado casi milimétrico por no tocarle la herida, y ella lo agradece profundamente.
-Tengo un problema con esto de que todos tus animales se parezcan a ti.- Lo dijo con toda la tranquilidad del mundo, agachándose con calma a la altura del felino que empezaba a dormir la siesta.
Se quedó quieta, esperando que abriera los ojos al notar su presencia y no la identificara como nada peligroso. Entonces sería cuando calmadamente, pasaría los dedos entre su pelaje, sonriendo de forma suave.- Eres muy guapo, aunque si te lo digo demasiado Derian se enfadara. –Una vez inspeccionado el macho, se levantó con para acercarse a la hembra.
Algo en ella le recordó a Jade cuando era más joven, y al igual que cuando conoció a la fiera albina, no pudo evitar alzar una ceja.- Se le nota el carácter, sin duda.- Apenas acercó la mano, dejando que ella recortara las distancias, acariciando suavemente su cabeza. Luego de eso, se acercó de nuevo a su pareja.- Aunque siempre serás mi animal favorito.- Le sonríe de forma traviesa, sabiendo de sobra que eso va a tirar de los hilos de Yarmin. Luego, decide simplemente mirar al resto de felinos que van pasando por la zona.
Ella sabía bien lo que significaba que alguien tratara tan bien a sus mascotas, y no pudo evitar enamorarse un poco más de aquel hombre. Suspiró derrotada, cruzando de forma leve los brazos, arrugando un poco el gesto por el molesto corte. Recostó suavemente la cabeza en su hombro, antes de mirarle de reojo.- ¿No te sentías solo en un lugar así?...-Quizás no era la más adecuada para decírselo, pero ella misma que había llenado aquella soledad con sus animales, era tal vez la única que lo entendía.
No por estar con gente, tenías que sentirte menos solo.
Yarmin Prince
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- Puede que no solo Derian se cele -Le susurró al oído, dejando sus manos agarrarla de la cintura en una suerte de abrazo.
A Zaina le gustaba volverlo loco. Lo ignoraba por sus animales, lo comparaba con ellos... Y le gustaba. Seguía sin entender del todo por qué las vagas atenciones de la mujer cuando le presentaba cualquier distracción conseguían arrancarle tantas sonrisas, pero la sonrisa siempre terminaba llegando a través de un suave, aunque lapidario, mensaje. No podía enfadarse con ella y, más como un perro que como un gato, siempre terminaba poniendo el lomo para ser acariciado, si la mano era de ella.
Luego de König eligió, cómo no, a Kralle. Evidentemente se decantaba por los que le había presentado, aunque siempre sentía un poco de decepción cuando nadie se acercaba a uno de sus preciosos linces. No eran majestuosos como los leones, ni temibles como los grandes tigres, pero se trataba de discretas fieras que conjugaban ingenio y astucia para compensar su falta de tamaño. Débiles, pero veloces y ágiles, más humanos que el resto, aunque al mismo tiempo muy superiores. En el fondo no podía culpar a Zaina por amar tanto a los gatos, eran sin lugar a dudas mucho más dignos de su amor que cualquier humano.
Pero ellos dos, era obvio, no eran humanos.
- Más te vale -le respondió con una sonrisa, acariciando también a la pantera tras la oreja. La conocía desde cachorro y siempre había sido la más dócil de todos. Las que no solían ser dóciles eran las preguntas de Zaina.
La respuesta a esa pregunta no era fácil, dado que estar solo y el sentimiento de soledad eran cosas totalmente distintas. Podía estar en medio de una multitud y sentirse sin nadie cerca, retraído en sus pensamientos, pero por otro lado podía estar solo y saber que, a apenas una llamada, estaban Gellert y Bella. Sin embargo, y por mucho que fuesen de los mejores humanos, eran simples humanos.
- Mucho. -Se encogió de hombros-. Podría explicarte lo mucho que llenas mi vida y mi corazón hasta que atiborres tu ego o podría simplemente agradecértelo. La finalidad de este lugar siempre fue compartir su... ¿Encanto?
Esa era la palabra más apropiada, sin duda. El encanto de una selva en mitad del desierto, una joya perdida en mitad de la nada como una lágrima en medio de un océano de arena. Como Zaina, quizá como Yarmin, Oasis había nacido como el corazón de una red que circulaba ya todo el Paraíso, a punto de llegar al Nuevo Mundo y ganando rentas en todos y cada uno de los Blues. Y aunque ningún tesoro que pudiese obtener del gigantesco laboratorio que era ese lugar podría compararse a los ojos de aquella mujer, nadar en billetes no era ni de lejos desagradable. Además, la principal razón por la que solía huir del enamoramiento estaba en lo poco productivo que era. Una razón que en ese exclusivo caso no existía: Zaina y él querían exactamente lo mismo.
El den den mushi volvió a sonar, seguramente a causa de que Gellert pretendía contarle nuevos avances en lo que respectaba a las minas. Cifras, datos, clientes... No en ese momento. Tapó la boca al caracol y siguió atendiendo a la reina de los gatos.
- Entonces, querida, ¿puedo secuestrarte un rato? Antes de que te des cuenta estarás de vuelta aquí y abriremos tu otro regalo.
¿Qué regalo? Podía pensar ella. Todavía quedaba un tiempo para que lo descubriese, pero estaba seguro de que le encantaría verlo. Por el momento la tomaría de la mano y la llevaría, con la calma que merecía, a disfrutar de los bosques exteriores. Si es que ella quería, claro.
A Zaina le gustaba volverlo loco. Lo ignoraba por sus animales, lo comparaba con ellos... Y le gustaba. Seguía sin entender del todo por qué las vagas atenciones de la mujer cuando le presentaba cualquier distracción conseguían arrancarle tantas sonrisas, pero la sonrisa siempre terminaba llegando a través de un suave, aunque lapidario, mensaje. No podía enfadarse con ella y, más como un perro que como un gato, siempre terminaba poniendo el lomo para ser acariciado, si la mano era de ella.
Luego de König eligió, cómo no, a Kralle. Evidentemente se decantaba por los que le había presentado, aunque siempre sentía un poco de decepción cuando nadie se acercaba a uno de sus preciosos linces. No eran majestuosos como los leones, ni temibles como los grandes tigres, pero se trataba de discretas fieras que conjugaban ingenio y astucia para compensar su falta de tamaño. Débiles, pero veloces y ágiles, más humanos que el resto, aunque al mismo tiempo muy superiores. En el fondo no podía culpar a Zaina por amar tanto a los gatos, eran sin lugar a dudas mucho más dignos de su amor que cualquier humano.
Pero ellos dos, era obvio, no eran humanos.
- Más te vale -le respondió con una sonrisa, acariciando también a la pantera tras la oreja. La conocía desde cachorro y siempre había sido la más dócil de todos. Las que no solían ser dóciles eran las preguntas de Zaina.
La respuesta a esa pregunta no era fácil, dado que estar solo y el sentimiento de soledad eran cosas totalmente distintas. Podía estar en medio de una multitud y sentirse sin nadie cerca, retraído en sus pensamientos, pero por otro lado podía estar solo y saber que, a apenas una llamada, estaban Gellert y Bella. Sin embargo, y por mucho que fuesen de los mejores humanos, eran simples humanos.
- Mucho. -Se encogió de hombros-. Podría explicarte lo mucho que llenas mi vida y mi corazón hasta que atiborres tu ego o podría simplemente agradecértelo. La finalidad de este lugar siempre fue compartir su... ¿Encanto?
Esa era la palabra más apropiada, sin duda. El encanto de una selva en mitad del desierto, una joya perdida en mitad de la nada como una lágrima en medio de un océano de arena. Como Zaina, quizá como Yarmin, Oasis había nacido como el corazón de una red que circulaba ya todo el Paraíso, a punto de llegar al Nuevo Mundo y ganando rentas en todos y cada uno de los Blues. Y aunque ningún tesoro que pudiese obtener del gigantesco laboratorio que era ese lugar podría compararse a los ojos de aquella mujer, nadar en billetes no era ni de lejos desagradable. Además, la principal razón por la que solía huir del enamoramiento estaba en lo poco productivo que era. Una razón que en ese exclusivo caso no existía: Zaina y él querían exactamente lo mismo.
El den den mushi volvió a sonar, seguramente a causa de que Gellert pretendía contarle nuevos avances en lo que respectaba a las minas. Cifras, datos, clientes... No en ese momento. Tapó la boca al caracol y siguió atendiendo a la reina de los gatos.
- Entonces, querida, ¿puedo secuestrarte un rato? Antes de que te des cuenta estarás de vuelta aquí y abriremos tu otro regalo.
¿Qué regalo? Podía pensar ella. Todavía quedaba un tiempo para que lo descubriese, pero estaba seguro de que le encantaría verlo. Por el momento la tomaría de la mano y la llevaría, con la calma que merecía, a disfrutar de los bosques exteriores. Si es que ella quería, claro.
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Se estremeció levemente entre sus brazos, escuchando su susurro, alzando suavemente una ceja.- Mascota y dueño, sin duda iguales.- Le mira divertida, sabiendo que es una de esas cosas que hay entre ambos. Esos tirones que ambos parecen dar, mientras sueltan y vuelven a abrazarse.
Mirando al hombre mimar a la pantera, mientras ella seguía paseando sus ojos por el lugar, apreció las cosas en las que seguía siendo parecida a Yarmin. Ella adoraba a los caracales, animales como el lince. Dependiendo de su astucia, inteligencia, de su capacidad única para camuflarse con el desierto, antes de clavar sus colmillos de forma estratégica en la piel de sus enemigos.
Pero por mucho que adorara a sus animales, aquel hombre se había convertido en su mayor debilidad.
Escucharle hablar de aquella soledad que sabía que existía, hizo que arrugara suavemente el gesto, tomando su mano entre las suyas. No pudo evitar sonreír a medida que hablaba de ella, clavando sus ojos en los dorados de aquel hombre.- Adoro cuando te pones dulce y solo me dices cosas bonitas, pero tienes razón en que es un sitio precioso.- Era la viva definición de aquel nombre que él le había dado, y ella apreció cada pequeño instante en el que estaba en aquel lugar.
Era de alguna forma, como aquello que siempre quiso ver en el solitario desierto, una fuente de paz y calma donde poder estar rodeada de todo lo que amaba.
El sonido del caracol la devolvió a la realidad, haciendo que fulminara suavemente al animal con aquellos ojos felinos. Su aterradora mirada no funcionó demasiado, pero era más un gato caprichoso quejándose de que le quisieran quitar su juguete favorito, aunque Yarmin sí que pareció pillar la indirecta. Fue casi como si hubiera leído lo que ella estaba pensando.
-Puedes secuestrarme todo lo que quieras.- Le confirma, agarrando su mano entre la suya, dejando que sus dedos se entrelazaran.- Pero vas a tener que hablarme de ese regalo, soy demasiado curiosa como para que me dejes con la incertidumbre.
Antes de que se diera cuenta comenzaron con aquel paseo por la zona de los bosques exteriores. Para ella, criada en el desierto, cada pequeña diferencia era una suave sonrisa, una mirada perdida con cierta admiración. Siempre había querido saber cómo eran las tierras de origen de sus queridas mascotas. Hubiera adorado la isla de Jade, vivir con ella una aventura, ver animales gigantes, quizás verla enamorarse al igual que ella o formar una familia.
Era una de esas cosas que siempre había lamentado.
Aunque adoraba a la felina de gran tamaño, la habían traído siendo muy pequeña y Zaina había sido toda la familia que había conocido. Ni padres, ni hermanos, ni pretendientes, ni nada. El celo de la felina los primeros años había sido un dolor de cabeza, y aunque con los años había aprendido a relajarla, no podía evitar pensar que en cierta medida le había quitado algo a su querida amiga. Se sentía como esos domadores que le habían quitado la libertad, incluso cuando ambas recorrían el mundo viviendo aventuras.
-Algún día… Te pediré un favor, quizás algo loco, pero necesario.- Le dijo a su pareja, mirándole un instante, sonriendo de forma suave. Bueno, algo le decía que podía pedirle ayuda para semejante tarea.
Mirando al hombre mimar a la pantera, mientras ella seguía paseando sus ojos por el lugar, apreció las cosas en las que seguía siendo parecida a Yarmin. Ella adoraba a los caracales, animales como el lince. Dependiendo de su astucia, inteligencia, de su capacidad única para camuflarse con el desierto, antes de clavar sus colmillos de forma estratégica en la piel de sus enemigos.
Pero por mucho que adorara a sus animales, aquel hombre se había convertido en su mayor debilidad.
Escucharle hablar de aquella soledad que sabía que existía, hizo que arrugara suavemente el gesto, tomando su mano entre las suyas. No pudo evitar sonreír a medida que hablaba de ella, clavando sus ojos en los dorados de aquel hombre.- Adoro cuando te pones dulce y solo me dices cosas bonitas, pero tienes razón en que es un sitio precioso.- Era la viva definición de aquel nombre que él le había dado, y ella apreció cada pequeño instante en el que estaba en aquel lugar.
Era de alguna forma, como aquello que siempre quiso ver en el solitario desierto, una fuente de paz y calma donde poder estar rodeada de todo lo que amaba.
El sonido del caracol la devolvió a la realidad, haciendo que fulminara suavemente al animal con aquellos ojos felinos. Su aterradora mirada no funcionó demasiado, pero era más un gato caprichoso quejándose de que le quisieran quitar su juguete favorito, aunque Yarmin sí que pareció pillar la indirecta. Fue casi como si hubiera leído lo que ella estaba pensando.
-Puedes secuestrarme todo lo que quieras.- Le confirma, agarrando su mano entre la suya, dejando que sus dedos se entrelazaran.- Pero vas a tener que hablarme de ese regalo, soy demasiado curiosa como para que me dejes con la incertidumbre.
Antes de que se diera cuenta comenzaron con aquel paseo por la zona de los bosques exteriores. Para ella, criada en el desierto, cada pequeña diferencia era una suave sonrisa, una mirada perdida con cierta admiración. Siempre había querido saber cómo eran las tierras de origen de sus queridas mascotas. Hubiera adorado la isla de Jade, vivir con ella una aventura, ver animales gigantes, quizás verla enamorarse al igual que ella o formar una familia.
Era una de esas cosas que siempre había lamentado.
Aunque adoraba a la felina de gran tamaño, la habían traído siendo muy pequeña y Zaina había sido toda la familia que había conocido. Ni padres, ni hermanos, ni pretendientes, ni nada. El celo de la felina los primeros años había sido un dolor de cabeza, y aunque con los años había aprendido a relajarla, no podía evitar pensar que en cierta medida le había quitado algo a su querida amiga. Se sentía como esos domadores que le habían quitado la libertad, incluso cuando ambas recorrían el mundo viviendo aventuras.
-Algún día… Te pediré un favor, quizás algo loco, pero necesario.- Le dijo a su pareja, mirándole un instante, sonriendo de forma suave. Bueno, algo le decía que podía pedirle ayuda para semejante tarea.
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Era curioso preguntarle a alguien si deseaba ser secuestrado. Resultaba cuanto menos extraño recibir una respuesta afirmativa. Pero Zaina era así, curiosa cuando no extraña, única en todos y cada uno de los aspectos. Cuerpo disruptivo, tez blanca en medio del desierto, ojos esmeralda de gata astuta y voz de flautista de Hamelín. Yarmin no podía sino sentirse hechizado por ella, víctima del más vil de los embrujos... Y lo disfrutaba. Disfrutaba de cada instante secuestrándola y siendo raptado, de su silente compañía felina y de sus caricias más hirientes que el zarpazo de un león. Sabía que ella pasaba por lo mismo, que ella estaba tan perdidamente enamorada como él lo estaba. Se habían secuestrado el uno al otro.
A veces todavía luchaba contra el impulso de terminar con todo, pero su corazón amenazaba con rasgarse más de lo que ya estaba con el simple pensamiento. Al final, simplemente, cuando aquella pulsión lo acosaba en medio de la noche simplemente alejaba sus armas y la miraba dormir. No veía sus ojos, pero sabía que aun así ella podía verlo observarla, y le decía "te quiero" a sus oídos que escuchaban todo lo que decía y acariciaba su piel desnuda. A veces la tapaba cuando la manta caía por debajo de sus hombros, pero casi siempre terminaba besándole el cuello antes de tirarse a su lado de nuevo.
- Por supuesto -contestó, con una sonrisa-, aunque en realidad hemos hablado mucho de ello. Como bien sabes, nuestros negocios siempre se tuercen porque uno de los dos... Bueno, ya sabes. -Decir que cada vez que intentaban hablar de un tema serio acababan haciendo el amor resultaba impreciso, pero no por ello menos cierto. Él la deseaba, y ella despertaba los impulsos más primarios de su cuerpo; ella, por su parte, era fogosa y pasional. No estaban hechos para ponerse cara a cara y negociar-. Sin embargo, eso no significa que no quiera dártelo todo, y cada vez que he tenido un momento de descanso en nuestras... Negociaciones... Me he encargado de dártelo. Pero no pienso decirte nada más hasta que tenga los detalles, ¿te parece?
Tomó su mano con delicadeza y la aferró por un momento contra sí, dándole un beso. Habría jurado clavarse la mirada de desaprobación de un caballero blanco en su nuca, pero lo ignoró en la medida de lo posible. Cada abrazo era un te quiero, cada beso un te amo. En cierta medida Yarmin era un romántico, ¿pero acaso un príncipe encantador no lo sería? Frente a una princesa de las Mil y una noches como ella, ni queriendo podría evitar ponerse un poco ñoño. Aunque ay de quien creyese que se estaba ablandando.
Dejó que se prolongase más de lo necesario, tan solo disfrutando, pero lo vio apagarse. Cuando se separó de ella no soltó su mano, pero caminó hacia el anillo exterior con paso decidido.
Pasó junto al poison, ya vacío, y guio a Zaina por en medio de los árboles. Había pinos, robles, algún avellano y cedros, muchos cedros. También había querido cerezos y ciruelos, azahares en las veras y olivos al borde de los caminos. La luz del sol se filtraba por entre las hojas en un degradado caleidoscópico de verdes, rojos y amarillos que pintaba el suelo como la vidriera más hermosa. Los animalejos habían terminado por desdibujar los caminos trazados en origen, pero aún se distinguía la senda entre toda la maleza y huellas. Gellert cuidaba su jardín, y la ruta hasta él se mantenía inmaculada, pero había descuidado el mantenimiento de otras partes; tampoco iba a culparlo, al final del día nadie pasaba por allí, y el aspecto más agreste y salvaje le daba un toque vivo que no podía negar resultaba agradable.
- Siempre quise tener un bosque cuando era niño -comentó, señalándole con el dedo la dirección de una corriente de agua-. En donde me crie no había otra cosa que asfalto y ladrillo; era desesperante. Un remanso de paz, de tranquilidad, al que llevar a quien quieres y estar solos de verdad...
A veces se escuchaba algún cervatillo. Se preguntaba si Zaina sentiría un amor similar por todos los animales, aunque estaba casi seguro de que más allá de los gatos la princesa del desierto solo tenía sitio en su corazón para unos pocos gatos afortunados. "Para bien o para mal, yo entre ellos", asumió, y le robó un beso fugaz antes de seguir caminando.
A veces todavía luchaba contra el impulso de terminar con todo, pero su corazón amenazaba con rasgarse más de lo que ya estaba con el simple pensamiento. Al final, simplemente, cuando aquella pulsión lo acosaba en medio de la noche simplemente alejaba sus armas y la miraba dormir. No veía sus ojos, pero sabía que aun así ella podía verlo observarla, y le decía "te quiero" a sus oídos que escuchaban todo lo que decía y acariciaba su piel desnuda. A veces la tapaba cuando la manta caía por debajo de sus hombros, pero casi siempre terminaba besándole el cuello antes de tirarse a su lado de nuevo.
- Por supuesto -contestó, con una sonrisa-, aunque en realidad hemos hablado mucho de ello. Como bien sabes, nuestros negocios siempre se tuercen porque uno de los dos... Bueno, ya sabes. -Decir que cada vez que intentaban hablar de un tema serio acababan haciendo el amor resultaba impreciso, pero no por ello menos cierto. Él la deseaba, y ella despertaba los impulsos más primarios de su cuerpo; ella, por su parte, era fogosa y pasional. No estaban hechos para ponerse cara a cara y negociar-. Sin embargo, eso no significa que no quiera dártelo todo, y cada vez que he tenido un momento de descanso en nuestras... Negociaciones... Me he encargado de dártelo. Pero no pienso decirte nada más hasta que tenga los detalles, ¿te parece?
Tomó su mano con delicadeza y la aferró por un momento contra sí, dándole un beso. Habría jurado clavarse la mirada de desaprobación de un caballero blanco en su nuca, pero lo ignoró en la medida de lo posible. Cada abrazo era un te quiero, cada beso un te amo. En cierta medida Yarmin era un romántico, ¿pero acaso un príncipe encantador no lo sería? Frente a una princesa de las Mil y una noches como ella, ni queriendo podría evitar ponerse un poco ñoño. Aunque ay de quien creyese que se estaba ablandando.
Dejó que se prolongase más de lo necesario, tan solo disfrutando, pero lo vio apagarse. Cuando se separó de ella no soltó su mano, pero caminó hacia el anillo exterior con paso decidido.
Pasó junto al poison, ya vacío, y guio a Zaina por en medio de los árboles. Había pinos, robles, algún avellano y cedros, muchos cedros. También había querido cerezos y ciruelos, azahares en las veras y olivos al borde de los caminos. La luz del sol se filtraba por entre las hojas en un degradado caleidoscópico de verdes, rojos y amarillos que pintaba el suelo como la vidriera más hermosa. Los animalejos habían terminado por desdibujar los caminos trazados en origen, pero aún se distinguía la senda entre toda la maleza y huellas. Gellert cuidaba su jardín, y la ruta hasta él se mantenía inmaculada, pero había descuidado el mantenimiento de otras partes; tampoco iba a culparlo, al final del día nadie pasaba por allí, y el aspecto más agreste y salvaje le daba un toque vivo que no podía negar resultaba agradable.
- Siempre quise tener un bosque cuando era niño -comentó, señalándole con el dedo la dirección de una corriente de agua-. En donde me crie no había otra cosa que asfalto y ladrillo; era desesperante. Un remanso de paz, de tranquilidad, al que llevar a quien quieres y estar solos de verdad...
A veces se escuchaba algún cervatillo. Se preguntaba si Zaina sentiría un amor similar por todos los animales, aunque estaba casi seguro de que más allá de los gatos la princesa del desierto solo tenía sitio en su corazón para unos pocos gatos afortunados. "Para bien o para mal, yo entre ellos", asumió, y le robó un beso fugaz antes de seguir caminando.
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Yarmin era un hombre de secretos, y aunque ella adoraría saber todos y cada uno de ellos, aún había algunos que escapaban a su mente. Solía ver cómo se torturaba con ellos, pero a la vez notaba como algunas noches le decía palabras suaves al oído, la acariciaba y besaba, y ella se despertaba para mirarle, sonriendo. No podía evitar fundirse en el oro de sus ojos, derretirse en la sensación de sus labios, y hacer el amor cada noche, como si fuera la primera vez que probaba algo que su cuerpo ya conocía.
Entonces su pareja comienza a hablar sobre el hecho de que la palabra negocios acaba con ambos en la cama, tanto como cualquier mimo o caricia demasiado intensa. No va a negarlo, sabe de sobra que es demasiado emocional, pasional y que tiene el control de una pastilla efervescente en un litro de agua.- No es mi culpa que la palabra negocios acabe seguida de sexo, mimitos y caricias, es la mejor forma de demostrarte que tengo la razón.- Pestañea de esa forma felina que te hace darte cuenta que toda esa carita de animal manso, esconde algo travieso y pícaro.- Está bien, confío en ti, ya me lo dirás.-Admite que su paciencia deberá de calmarse por el momento y sigue caminando con él.
Deja que tire de ella, que la bese, que la aleje de ese mundo en el que la gente la mira como si fuera el veneno capaz de acabar con todo el universo. Nadie se da cuenta quizás que ella lo mira a él sabiendo que es el suyo entero. No puede negar que ese hombre tiene la capacidad de destrozarla, amarla y reconstruirla, que tiene un poder sobre ella que nada ni nadie ha tenido nunca. Pero debe decir que nunca lo hubiera puesto en mejores manos.
Se relajó tras aquel beso eterno, comenzando a caminar por aquel bosque parecido al de un cuento de hadas. Le gustó la sensación de recorrerlo, de escuchar la naturaleza, de ver a los animales y de sonreír cuando ellos aparecían. Apreció cada pequeña especie que sus ojos llegaron a ver, y los animales parecían casi sentir la misma curiosidad por ella.
-Es un lugar precioso… Se puede respirar una calma inmensa.-Le mira fascinada, antes de ladear el rostro y negar.- No creo poder vivir en un sitio como el que me describes.- Suspira, antes de que el lugar la consuma de nuevo, sus palabras la pierdan y su beso le recuerde que tienen que ponerse en marcha.
Adora todos los animales, sus niñas, sus pequeños tienen un hueco en su corazón único y especial, pero Yarmin hacía tiempo que era su dueño.
-Casi le hace competencia al lugar donde están tus gatos, casi… Aunque debo admitir que me gustan todos los animales, y se escuchan a algunos agradables.- Sonríe, entrelazando los dedos con los de su pareja, caminando a su lado, apoyándose ligeramente en su hombro mientras ambos se perdían en aquel lugar de fantasía.
Entonces su pareja comienza a hablar sobre el hecho de que la palabra negocios acaba con ambos en la cama, tanto como cualquier mimo o caricia demasiado intensa. No va a negarlo, sabe de sobra que es demasiado emocional, pasional y que tiene el control de una pastilla efervescente en un litro de agua.- No es mi culpa que la palabra negocios acabe seguida de sexo, mimitos y caricias, es la mejor forma de demostrarte que tengo la razón.- Pestañea de esa forma felina que te hace darte cuenta que toda esa carita de animal manso, esconde algo travieso y pícaro.- Está bien, confío en ti, ya me lo dirás.-Admite que su paciencia deberá de calmarse por el momento y sigue caminando con él.
Deja que tire de ella, que la bese, que la aleje de ese mundo en el que la gente la mira como si fuera el veneno capaz de acabar con todo el universo. Nadie se da cuenta quizás que ella lo mira a él sabiendo que es el suyo entero. No puede negar que ese hombre tiene la capacidad de destrozarla, amarla y reconstruirla, que tiene un poder sobre ella que nada ni nadie ha tenido nunca. Pero debe decir que nunca lo hubiera puesto en mejores manos.
Se relajó tras aquel beso eterno, comenzando a caminar por aquel bosque parecido al de un cuento de hadas. Le gustó la sensación de recorrerlo, de escuchar la naturaleza, de ver a los animales y de sonreír cuando ellos aparecían. Apreció cada pequeña especie que sus ojos llegaron a ver, y los animales parecían casi sentir la misma curiosidad por ella.
-Es un lugar precioso… Se puede respirar una calma inmensa.-Le mira fascinada, antes de ladear el rostro y negar.- No creo poder vivir en un sitio como el que me describes.- Suspira, antes de que el lugar la consuma de nuevo, sus palabras la pierdan y su beso le recuerde que tienen que ponerse en marcha.
Adora todos los animales, sus niñas, sus pequeños tienen un hueco en su corazón único y especial, pero Yarmin hacía tiempo que era su dueño.
-Casi le hace competencia al lugar donde están tus gatos, casi… Aunque debo admitir que me gustan todos los animales, y se escuchan a algunos agradables.- Sonríe, entrelazando los dedos con los de su pareja, caminando a su lado, apoyándose ligeramente en su hombro mientras ambos se perdían en aquel lugar de fantasía.
Yarmin Prince
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La confianza era básica en cualquier relación, aunque ambos sabían eso. Siempre había un detalle que alguien querría ocultar, una frase que evitase decir o una sorpresa esperando a desvelarse, pero nada podía funcionar si no se quemaba esa vena curiosa, esa necesidad de saber; había que confiar en que ese secreto no entrañaba un peligro, había que serenarse por un momento y respirar profundamente antes de aceptar que el no saber era, en determinadas situaciones, necesario.
Para Yarmin era difícil confiar en la gente. Cada segundo vivo era un riesgo, cada palabra de interacción un peligro. Llevaba con descaro una doble vida en la que por la mañana detenía a los mayores criminales del Paraíso, mientras por la noche se adueñaba de los negocios cuyo terreno había quedado vacío, esperando un nuevo rey. Todos en el Servicio Secreto eran conscientes del peligro que representaba trabajar para una temida y respetada organización de los bajos fondos, y aunque según se acercaban a la cima de la pirámide iban entendiendo un poco más los riesgos que entrañaba su expansión, solo en la cúspide entendían que originalmente ocho agentes habían comenzado a dirigir aquello. Ocho agentes del Gobierno Mundial exponían su prestigio, su carrera y su vida a una meta superior, a un destino más elevado que el de un criminalucho cualquiera. Arcturus ya había muerto, y Anthony había perdido su tapadera como parte del plan; Molly no podía coordinar el gobierno de Arabasta con ser agente y Percy, que no podía estar lejos de ella, se había retirado para "cuidar a la reina donde su amada murió por ella". Un gesto bonito, pero estúpido y sobredimensionado, aunque entendía el morbo de follarse a una reina.
Solo quedaban Yarmin, Gellert y Bella activamente en el Cipher Pol. Prácticamente habían perdido todo su contacto con la agencia, y si uno de ellos quedase expuesto los otros dos caerían. Y entonces no sabrían los movimientos del Gobierno Mundial, no podrían burlar sus controles y... Mejor ni pensarlo. No quería que todo se derrumbase como un castillo de naipes, pero tampoco quería vivir en una paranoia constante: Zaina era de las mejores cosas que le habían pasado. Pronto sería de lo mejor que le habría pasado al Servicio Secreto.
- Lo diseñé para ser mágico -respondió, guiándola a través del bosque hasta el riachuelo-. Cuando la gente es feliz trabaja mejor, y por muy bien que le pagues si vive encerrada en un cuartel va a querer huir. Oasis es una ciudad comprimida en una pequeña celda, como una colmena. Las paredes exteriores están llenas de viviendas, locales, negocios, ocio y entrenamiento, pero no es suficiente; la gente necesita más. Sobre todo los que no somos del desierto, necesitamos tener contacto con el verde. Por eso tenemos jardines, un par de parques y esta maravilla. Sea lo que sea que deseas, aquí está, y eso no hay ningún otro jefe que te lo provea.
El miedo no era su arma, nunca lo había sido. A la larga, era más seguro tener siervos fieles y contentos -aunque supieran las consecuencias de la traición- que no exprimirlos con fuerza como un tirano. La mano suave de Yarmin, como una caricia, siempre había logrado apretar más que cualquier puño de hierro, y Oasis cristalizaba aquel espíritu a la perfección: Disciplina y cariño, el beneficio de la sumisión... Y la total inclemencia frente al enemigo.
- Te sonará a pregunta rara, pero... ¿Alguna vez has visto un ciervo?
Zaina había viajado, sí, pero seguía siendo una mujer del desierto. No era descabellado pensar que nunca hubiese visto uno muy de cerca, y dado que allí los animales eran mansos y casi confiados, podía resultar muy sencillo acercarse a ellos. El lugar tenía muchos otros sitios que mostrar, pero sabía que muy pronto iba a tener que llevarla ante su prometido. La perspectiva, sin embargo, no terminaba de gustarle.
Para Yarmin era difícil confiar en la gente. Cada segundo vivo era un riesgo, cada palabra de interacción un peligro. Llevaba con descaro una doble vida en la que por la mañana detenía a los mayores criminales del Paraíso, mientras por la noche se adueñaba de los negocios cuyo terreno había quedado vacío, esperando un nuevo rey. Todos en el Servicio Secreto eran conscientes del peligro que representaba trabajar para una temida y respetada organización de los bajos fondos, y aunque según se acercaban a la cima de la pirámide iban entendiendo un poco más los riesgos que entrañaba su expansión, solo en la cúspide entendían que originalmente ocho agentes habían comenzado a dirigir aquello. Ocho agentes del Gobierno Mundial exponían su prestigio, su carrera y su vida a una meta superior, a un destino más elevado que el de un criminalucho cualquiera. Arcturus ya había muerto, y Anthony había perdido su tapadera como parte del plan; Molly no podía coordinar el gobierno de Arabasta con ser agente y Percy, que no podía estar lejos de ella, se había retirado para "cuidar a la reina donde su amada murió por ella". Un gesto bonito, pero estúpido y sobredimensionado, aunque entendía el morbo de follarse a una reina.
Solo quedaban Yarmin, Gellert y Bella activamente en el Cipher Pol. Prácticamente habían perdido todo su contacto con la agencia, y si uno de ellos quedase expuesto los otros dos caerían. Y entonces no sabrían los movimientos del Gobierno Mundial, no podrían burlar sus controles y... Mejor ni pensarlo. No quería que todo se derrumbase como un castillo de naipes, pero tampoco quería vivir en una paranoia constante: Zaina era de las mejores cosas que le habían pasado. Pronto sería de lo mejor que le habría pasado al Servicio Secreto.
- Lo diseñé para ser mágico -respondió, guiándola a través del bosque hasta el riachuelo-. Cuando la gente es feliz trabaja mejor, y por muy bien que le pagues si vive encerrada en un cuartel va a querer huir. Oasis es una ciudad comprimida en una pequeña celda, como una colmena. Las paredes exteriores están llenas de viviendas, locales, negocios, ocio y entrenamiento, pero no es suficiente; la gente necesita más. Sobre todo los que no somos del desierto, necesitamos tener contacto con el verde. Por eso tenemos jardines, un par de parques y esta maravilla. Sea lo que sea que deseas, aquí está, y eso no hay ningún otro jefe que te lo provea.
El miedo no era su arma, nunca lo había sido. A la larga, era más seguro tener siervos fieles y contentos -aunque supieran las consecuencias de la traición- que no exprimirlos con fuerza como un tirano. La mano suave de Yarmin, como una caricia, siempre había logrado apretar más que cualquier puño de hierro, y Oasis cristalizaba aquel espíritu a la perfección: Disciplina y cariño, el beneficio de la sumisión... Y la total inclemencia frente al enemigo.
- Te sonará a pregunta rara, pero... ¿Alguna vez has visto un ciervo?
Zaina había viajado, sí, pero seguía siendo una mujer del desierto. No era descabellado pensar que nunca hubiese visto uno muy de cerca, y dado que allí los animales eran mansos y casi confiados, podía resultar muy sencillo acercarse a ellos. El lugar tenía muchos otros sitios que mostrar, pero sabía que muy pronto iba a tener que llevarla ante su prometido. La perspectiva, sin embargo, no terminaba de gustarle.
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