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Zaina Nitocris
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Akuma no mi
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La gente solía extrañar de donde venía, añorar con cierta morriña todo aquello que habían dejado atrás y de vez en cuando, necesitaban volver. Aunque el desierto guardaba una magia hermosa y ancestral como el tiempo, Zaina nunca había dado la vuelta para mirar todo lo que había alejado. Solo sonreía y continuaba enamorándose de todos y cada uno de los nuevos lugares que robaban aquel brillo en sus ojos del que ahora era dueño aquel bonito bosque.
Entendía sin embargo las palabras de su pareja. Había personas que no podían evitarlo, que necesitaban ese cariño, esa sensación de no estar en un lugar totalmente extraño para ellos, quizás a ella no le pasaba por algo.-Quizás pueda entender ahora lo que significa extrañar el hogar.- Tal vez debido a que nunca había estado segura en ningún sitio, la palabra hogar no le había trasmitido calma y lo más parecido ahora era un hombre que la acompañaba.
Su concepto sobre hacer feliz a la gente, y así evitar que se sublevara o que cometiera una locura era sin duda la razón de su éxito. Había visto a hombres y mujeres dominar con mano de hierro, gritar al mundo con odio y no conseguir nada de este más que el mismo odio que ellos procesaban. Yarmin había buscado un enfoque diferente, lograr lo imposible, ser querido por todos los que le rodeaban y temido a la vez, quizás por el temor mismo a perderlo o a que mostrara algo más que aquella suave sonrisa que parecía embaucar a la gente.
-¿Hum? –La pregunta la sacó de sus pensamientos y tuvo que recapitular en su cabeza, al final terminó a medias en sus pensamientos.- Los he visto, pero desde lejos, digamos que no he parado a verlos, suele asustarles mi compañía.- Y es que aunque Zaina tiene esa forma de embrujar a los animales que parece que todos y cada uno de ellos se enamoran de ella, Jade no contaba con el mismo encanto que su ama.
El tiempo parecía eterno en aquellos momentos, disfrutando de aquella calma con él a su lado, sin soltarle. Le gustaba pensar que algún día aquello sería su día a día, pero que antes tenía muchas cosas por las que pelear para conseguirlo. Entre ellas apareció de nuevo aquel hombre, siendo total y plenamente consciente de que eran un tema que apenas había comenzado, pero que algún día tendrían que finalizar.
Hubiera deseado poder contárselo antes, poder aproximar el tema de una manera que no hubiera terminado con ella de aquella forma, pero no era sencillo. Primero que todo que admitir que tenía un prometido era problemático, luego recordar todas y cada una de las cosas que le había hecho de pequeña, era doloroso. Arrugó suavemente el gesto y dejó que esas cosas desaparecieran de su mente.
Era un tema que trataría con una nueva perspectiva, la que Yarmin le había ofrecido.
Entendía sin embargo las palabras de su pareja. Había personas que no podían evitarlo, que necesitaban ese cariño, esa sensación de no estar en un lugar totalmente extraño para ellos, quizás a ella no le pasaba por algo.-Quizás pueda entender ahora lo que significa extrañar el hogar.- Tal vez debido a que nunca había estado segura en ningún sitio, la palabra hogar no le había trasmitido calma y lo más parecido ahora era un hombre que la acompañaba.
Su concepto sobre hacer feliz a la gente, y así evitar que se sublevara o que cometiera una locura era sin duda la razón de su éxito. Había visto a hombres y mujeres dominar con mano de hierro, gritar al mundo con odio y no conseguir nada de este más que el mismo odio que ellos procesaban. Yarmin había buscado un enfoque diferente, lograr lo imposible, ser querido por todos los que le rodeaban y temido a la vez, quizás por el temor mismo a perderlo o a que mostrara algo más que aquella suave sonrisa que parecía embaucar a la gente.
-¿Hum? –La pregunta la sacó de sus pensamientos y tuvo que recapitular en su cabeza, al final terminó a medias en sus pensamientos.- Los he visto, pero desde lejos, digamos que no he parado a verlos, suele asustarles mi compañía.- Y es que aunque Zaina tiene esa forma de embrujar a los animales que parece que todos y cada uno de ellos se enamoran de ella, Jade no contaba con el mismo encanto que su ama.
El tiempo parecía eterno en aquellos momentos, disfrutando de aquella calma con él a su lado, sin soltarle. Le gustaba pensar que algún día aquello sería su día a día, pero que antes tenía muchas cosas por las que pelear para conseguirlo. Entre ellas apareció de nuevo aquel hombre, siendo total y plenamente consciente de que eran un tema que apenas había comenzado, pero que algún día tendrían que finalizar.
Hubiera deseado poder contárselo antes, poder aproximar el tema de una manera que no hubiera terminado con ella de aquella forma, pero no era sencillo. Primero que todo que admitir que tenía un prometido era problemático, luego recordar todas y cada una de las cosas que le había hecho de pequeña, era doloroso. Arrugó suavemente el gesto y dejó que esas cosas desaparecieran de su mente.
Era un tema que trataría con una nueva perspectiva, la que Yarmin le había ofrecido.
Yarmin Prince
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Akuma no mi
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¿Qué significaba Oasis? ¿Qué significaba un hogar en medio del inhóspito desierto? Tenía medidas de seguridad extremas, horarios controlados, espacios restringidos y un sistema de vivienda vertical similar al de una colmena. ¿Cómo se habían dejado engatusar por la promesa de más dinero del que pudiesen contar? Eran ricos, todos ellos, pero no tenían nada en qué gastarlo. No dejarían de trabajar antes, ni podrían viajar, tampoco fundar una familia... Al final todos esos sueldos volvían al Servicio Secreto, pues el tesoro de nadie era un bien de todos. Y Oasis, flor del desierto en medio de un mar de arena, había resultado una trampa extraordinariamente eficiente; ¿pero por qué?
Había una respuesta bastante sencilla a esa pregunta, claro, y es que nadie allí era consciente de que toda su vida pasaría a su servicio. Jóvenes entusiastas y soldados veteranos se apuntaban por igual en períodos de cinco, diez o hasta veinte años, sin saber que al cabo de ese tiempo les esperaba la muerte. Los caballeros blancos, la élite del enclave, eran los encargados de llevar a cabo semejante tarea; no dudaban, no temían, y desde luego su destino no era ni siquiera parecido al que los demás podían aspirar. Los caballeros blancos habían jurado lealtad eterna, conocían la identidad de los oficiales y tenían un permiso más laxo que el resto. Quince días al año podían ser libres, ir adonde quisieran y simplemente olvidarse de todo. Yarmin confiaba en ellos puesto que, a pesar de no haber usado su poder sobre ellos, lo habían seguido desde hacía más de ocho años, mucho antes de haber consumido su akuma no mi.
Con Zaina pasaba algo similar: Había prometido amor, y eso implicaba confianza ciega. Sus ojos curiosos habían prometido cerrarse ante el vacío, caminar a ciegas junto a él un sendero lleno de tumbos y recodos, de cruces confusos y peligros acechando. Aún no sabía nada del lugar más que lo que le iba contando, pero muy pronto entendería la importancia de todo aquello. Aunque, en cualquier caso, sabía que ella iba a cuidar muy bien de aquel lugar.
- Afortunadamente hoy estás especialmente encantadora -terminó por contestarle, tirando de su brazo para guiarla hacia la derecha.
Imaginaba por qué un ciervo no querría acercarse a una mujer escoltada por un gato del tamaño de un edificio, pero dudaba que por sí sola pudiese imponer tanto a un pobre animal. Menos aún cuando eran tan confiados que lo único que pedían era comida y mimos. Salvo en época de celo, claro. En esa época era mejor dejar que los machos batiesen sus astas en paz y alejarse sin hacer demasiado ruido.
La llevó entre los árboles, apartándole algunas ramas bajas hasta que, tras unos minutos de camino, llegaron a una zona de claro. Había apenas siete animalillos, aunque teniendo en cuenta la hora lo más probable era que la mayoría hubiesen salido a robar moras o a pastar en cualquier lado. No se preocupó demasiado, al final siempre acababan los soldados cazando uno o dos de vez en cuando para darse un festín que, esperaban, nadie advirtiera, aunque si en algún momento bajaban demasiado tendría que cortar las manos de quien lo hiciese...
- Aquí están. Estos no tienen nombre, pero son muy amigables. Si quieres puedes acercarte. Aunque luego creo que tengo que hablarte de una cosa más sobre mí, algo que no había esperado que descubrieses hasta mucho más adelante.
Tiró de ella para abrazarla. No estaba muy acostumbrado a contar sus secretos, y mucho menos aquel. Había sido un error mostrárselo de aquella forma, pero la miraba a los ojos y se perdía entre las nervaduras de sus iris, entre los abismos de sus pupilas... No podía guardarle secretos, aun si no sabía cómo contárselos.
- Este lugar está construido donde consumí mi fruta del diablo, Zaina, y sin ella no podría haber hecho nada de esto. Al menos, no tan rápido.
Había una respuesta bastante sencilla a esa pregunta, claro, y es que nadie allí era consciente de que toda su vida pasaría a su servicio. Jóvenes entusiastas y soldados veteranos se apuntaban por igual en períodos de cinco, diez o hasta veinte años, sin saber que al cabo de ese tiempo les esperaba la muerte. Los caballeros blancos, la élite del enclave, eran los encargados de llevar a cabo semejante tarea; no dudaban, no temían, y desde luego su destino no era ni siquiera parecido al que los demás podían aspirar. Los caballeros blancos habían jurado lealtad eterna, conocían la identidad de los oficiales y tenían un permiso más laxo que el resto. Quince días al año podían ser libres, ir adonde quisieran y simplemente olvidarse de todo. Yarmin confiaba en ellos puesto que, a pesar de no haber usado su poder sobre ellos, lo habían seguido desde hacía más de ocho años, mucho antes de haber consumido su akuma no mi.
Con Zaina pasaba algo similar: Había prometido amor, y eso implicaba confianza ciega. Sus ojos curiosos habían prometido cerrarse ante el vacío, caminar a ciegas junto a él un sendero lleno de tumbos y recodos, de cruces confusos y peligros acechando. Aún no sabía nada del lugar más que lo que le iba contando, pero muy pronto entendería la importancia de todo aquello. Aunque, en cualquier caso, sabía que ella iba a cuidar muy bien de aquel lugar.
- Afortunadamente hoy estás especialmente encantadora -terminó por contestarle, tirando de su brazo para guiarla hacia la derecha.
Imaginaba por qué un ciervo no querría acercarse a una mujer escoltada por un gato del tamaño de un edificio, pero dudaba que por sí sola pudiese imponer tanto a un pobre animal. Menos aún cuando eran tan confiados que lo único que pedían era comida y mimos. Salvo en época de celo, claro. En esa época era mejor dejar que los machos batiesen sus astas en paz y alejarse sin hacer demasiado ruido.
La llevó entre los árboles, apartándole algunas ramas bajas hasta que, tras unos minutos de camino, llegaron a una zona de claro. Había apenas siete animalillos, aunque teniendo en cuenta la hora lo más probable era que la mayoría hubiesen salido a robar moras o a pastar en cualquier lado. No se preocupó demasiado, al final siempre acababan los soldados cazando uno o dos de vez en cuando para darse un festín que, esperaban, nadie advirtiera, aunque si en algún momento bajaban demasiado tendría que cortar las manos de quien lo hiciese...
- Aquí están. Estos no tienen nombre, pero son muy amigables. Si quieres puedes acercarte. Aunque luego creo que tengo que hablarte de una cosa más sobre mí, algo que no había esperado que descubrieses hasta mucho más adelante.
Tiró de ella para abrazarla. No estaba muy acostumbrado a contar sus secretos, y mucho menos aquel. Había sido un error mostrárselo de aquella forma, pero la miraba a los ojos y se perdía entre las nervaduras de sus iris, entre los abismos de sus pupilas... No podía guardarle secretos, aun si no sabía cómo contárselos.
- Este lugar está construido donde consumí mi fruta del diablo, Zaina, y sin ella no podría haber hecho nada de esto. Al menos, no tan rápido.
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La historia de aquel lugar, su razón y su trasfondo, todo lo que aquel hombre había creado y ocultaba. Debería asustarla, temer lo que ella pudiera significar en algo montado hace años, sin su necesidad, temer que pudiera salir de todo aquello, de los planes de un hombre tan frio y desastroso.
Pero el problema era que Yarmin nunca había sido así con ella.
Había sido cálido, comprensivo, la había querido y entendido, reñido cuando le hacía falta y besado cuando lo necesitaba. La leía como si fuera un libro abierto, pero seguía enamorándose de todas y cada una de sus páginas. No podía evitar notar ese pellizco cada vez que, buscando su mirada, se encontraba con que él estaba haciendo lo mismo. Sonreír como si de esa forma pudiera hacerle entender todo lo que significa para ella.
Había arrojado las monedas a la muerte y este le había devuelto una rosa, y aunque algo extrañado al comienzo, había comprendido que todas y cada una de sus espinas eran algo que ya sabía. Temía sin embargo que todo aquello fuera arrancado por alguien, pero sabía de sobra que ambos iban a pelear por todo lo que aquello significaba.
-Siempre estoy encantadora… -Le reprocha, incluso con su ropa más informal o bélica, tenía aún ese aire de realeza y dignidad que parecía cortar el aire. Se dejó agarrar y guiar, mientras comenzaba a adentrarse en aquella zona. Sus ojos verdes se pierden a medida que el lugar empieza a volverse algo más íntimo, más cerrado.
No le dio tiempo a Yarmin de hablar demasiado. La túnica se había deslizado suavemente de sus hombros en un sonido sordo, y antes de que pudiera decir algo o darse cuenta, era como si los pequeños animales se hubieran hechizado de ella. Pasó los dedos por su pelaje, disfruto de su tacto suave, de la forma en que jugaban con sus cabellos negros largos, sueltos.
Sonríe sin poder evitarlo, perdida en aquellos maravillosos animales que no huían de sus sonrisas de gato, o de sus susurros que parecían prometerles muchas cosas. Zaina tenía la capacidad de volverse una con la naturaleza y hacer que todo y todos giraran en torno a ella.
Al menos hasta que Yarmin le recordó que tenía que hablarle de algo. Sus ojos se clavan en los suyos y la mezcla del oro y las esmeraldas es algo que adora seguir siendo capaz de ver. Acaricia su mejilla, como si comprendiera que lo que iba a decirle era difícil, pero aprecia mucho que haya decidido contárselo. El tema hace que suspire, pues sabe que a que se refiere cuando comienza a contarlo.- Algo me imagine… Pero aun así quiero preguntarte.- Alza mirada para clavarla de nuevo en la suya, sin apartarse, sin soltar aquel abrazo.
-¿Qué hace exactamente tu akuma, Yarmin?- Pronuncia su nombre como siempre, con esa capacidad que hace que ambos compartan un momento íntimo, tan cariñoso y propio cuando él pronuncia Zaina, sabiendo que es parte de ellos dos y de nadie más.
Pero el problema era que Yarmin nunca había sido así con ella.
Había sido cálido, comprensivo, la había querido y entendido, reñido cuando le hacía falta y besado cuando lo necesitaba. La leía como si fuera un libro abierto, pero seguía enamorándose de todas y cada una de sus páginas. No podía evitar notar ese pellizco cada vez que, buscando su mirada, se encontraba con que él estaba haciendo lo mismo. Sonreír como si de esa forma pudiera hacerle entender todo lo que significa para ella.
Había arrojado las monedas a la muerte y este le había devuelto una rosa, y aunque algo extrañado al comienzo, había comprendido que todas y cada una de sus espinas eran algo que ya sabía. Temía sin embargo que todo aquello fuera arrancado por alguien, pero sabía de sobra que ambos iban a pelear por todo lo que aquello significaba.
-Siempre estoy encantadora… -Le reprocha, incluso con su ropa más informal o bélica, tenía aún ese aire de realeza y dignidad que parecía cortar el aire. Se dejó agarrar y guiar, mientras comenzaba a adentrarse en aquella zona. Sus ojos verdes se pierden a medida que el lugar empieza a volverse algo más íntimo, más cerrado.
No le dio tiempo a Yarmin de hablar demasiado. La túnica se había deslizado suavemente de sus hombros en un sonido sordo, y antes de que pudiera decir algo o darse cuenta, era como si los pequeños animales se hubieran hechizado de ella. Pasó los dedos por su pelaje, disfruto de su tacto suave, de la forma en que jugaban con sus cabellos negros largos, sueltos.
Sonríe sin poder evitarlo, perdida en aquellos maravillosos animales que no huían de sus sonrisas de gato, o de sus susurros que parecían prometerles muchas cosas. Zaina tenía la capacidad de volverse una con la naturaleza y hacer que todo y todos giraran en torno a ella.
Al menos hasta que Yarmin le recordó que tenía que hablarle de algo. Sus ojos se clavan en los suyos y la mezcla del oro y las esmeraldas es algo que adora seguir siendo capaz de ver. Acaricia su mejilla, como si comprendiera que lo que iba a decirle era difícil, pero aprecia mucho que haya decidido contárselo. El tema hace que suspire, pues sabe que a que se refiere cuando comienza a contarlo.- Algo me imagine… Pero aun así quiero preguntarte.- Alza mirada para clavarla de nuevo en la suya, sin apartarse, sin soltar aquel abrazo.
-¿Qué hace exactamente tu akuma, Yarmin?- Pronuncia su nombre como siempre, con esa capacidad que hace que ambos compartan un momento íntimo, tan cariñoso y propio cuando él pronuncia Zaina, sabiendo que es parte de ellos dos y de nadie más.
Yarmin Prince
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Akuma no mi
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El poder de enamorar era una forma adecuada de llamar a su habilidad. El encanto, su sutil embrujo, la magia cautivadora que facilitaba sus planes... Tenía mil maneras de llamar a aquello, a aquel don que había perseguido durante mucho tiempo antes de ser capaz de hacerse con él, antes de haber sido capaz de robarlo. Se lo había quitado de entre las manos a Kari Silver, y desde entonces había sido testigo y artífice de sus mayores logros. Había dejado de esconderse, o al menos el subterfugio debía ser menos elaborado, cuidándose solo de los más inteligentes. Fudge y Zaid eran solo ejemplos de cómo había sido capaz de embaucar a todo el mundo; Fudge y Zaid eran simples peldaños en su conquista del mundo.
- Es un poder complejo -contestó, quitándole hierro al asunto. Nunca había utilizado su poder sobre ella, y aunque era consciente del encanto que desbordaba sobre todas las personas, no estaba seguro de que Zaina hubiese sido susceptible desde un origen a aquello-, pero el resumen es que puedo controlar a la gente.
Era mucho más, era encantador. En todos los aspectos, en el más preciso y abyecto sentido de la palabra. Su imagen se deformaba en los ojos de quien lo contemplaba, más formidable si cabe de lo que ya era, y sus acciones eran vistas en buenos términos, a veces negando la realidad. Su voz sonaba siempre razonable, casi imperativa, y podía inducir la calma así como inyectar la furia... Podía hacer a alguien sentir, tanto emociones como sensaciones; y eso eran solo los poderes menores de su fruta. Podía dominar a la gente, podía hacer todo lo que quisiera con ella, podía hacer que quien quisiese le obedeciera sin rechistar.
Los animales eran una materia básica para Zaina. Yarmin siempre los había visto como una compleja ciencia en la que psicología e instinto primaban, pero para ella era casi tan fácil como respirar, tan natural como el contoneo de sus caderas al caminar, tan simple como sonreír. Ella, como él, tenía ese encanto natural y único, ese genuino carisma inimitable que muy pocos desarrollaban. Si no fuese por la diferencia que marcaba su fruta ni siquiera podría decir cuál de los dos era más deslumbrante. Él poseía un liderazgo frío y meditado, una forma de ejercer sus capacidades pausada y tranquila de la que ella parecía carecer, pero Zaina poseía garra y pasión en todo lo que hacía, una iniciativa audaz -a veces imprudente- de la que él, si bien no carecía, flaqueaba un poco.
Se complementaban. Yarmin era un mago, artista que ensayaba y planificaba durante semanas, quizá meses, cada truco. Podía improvisar sobre el escenario, claro, y tratar de convencer con un gesto repentino. Zaina era domadora de bestias, acostumbrada a que todo se saliese de madre, hecha a perder el control. Tal vez nunca se lo diría, aunque estaba seguro de que ella ya lo sabía, era esa facilidad para dejar que el péndulo oscilase lo que le había salvado la vida. Los había salvado a ambos.
- Puedo hacer que tu cuerpo sienta. -Alzó una mano, mientras sus dedos brillaban rojo eléctrico-. Puedo hacerte notar los mayores placeres, o el dolor más horrible que puedas imaginar.
Acercó las yemas a su cuello poco a poco, frenando si en cualquier momento la veía dudar. Si no se movía sentiría el suave cosquilleo de una caricia bajo el costado. Retuvo esa sensación, pero por un instante la intercaló con un pellizco. Mirándola a los ojos, completamente inmerso en aquellas esmeraldas rasgadas, hizo que sintiera sis labios sin siquiera moverse, aunque buscó su boca al tiempo que apartaba la mano de su cuello.
- Esta es la primera vez que uso mi poder sobre ti, Zaina -le prometió. Que él supiera, aquella era la verdad-. Y también la última. Nunca lo utilizo si no es imprescindible, me impediría confiar en la gente. Y sabes lo que digo siempre...
"Toda relación se fundamenta en la confianza".
- Es un poder complejo -contestó, quitándole hierro al asunto. Nunca había utilizado su poder sobre ella, y aunque era consciente del encanto que desbordaba sobre todas las personas, no estaba seguro de que Zaina hubiese sido susceptible desde un origen a aquello-, pero el resumen es que puedo controlar a la gente.
Era mucho más, era encantador. En todos los aspectos, en el más preciso y abyecto sentido de la palabra. Su imagen se deformaba en los ojos de quien lo contemplaba, más formidable si cabe de lo que ya era, y sus acciones eran vistas en buenos términos, a veces negando la realidad. Su voz sonaba siempre razonable, casi imperativa, y podía inducir la calma así como inyectar la furia... Podía hacer a alguien sentir, tanto emociones como sensaciones; y eso eran solo los poderes menores de su fruta. Podía dominar a la gente, podía hacer todo lo que quisiera con ella, podía hacer que quien quisiese le obedeciera sin rechistar.
Los animales eran una materia básica para Zaina. Yarmin siempre los había visto como una compleja ciencia en la que psicología e instinto primaban, pero para ella era casi tan fácil como respirar, tan natural como el contoneo de sus caderas al caminar, tan simple como sonreír. Ella, como él, tenía ese encanto natural y único, ese genuino carisma inimitable que muy pocos desarrollaban. Si no fuese por la diferencia que marcaba su fruta ni siquiera podría decir cuál de los dos era más deslumbrante. Él poseía un liderazgo frío y meditado, una forma de ejercer sus capacidades pausada y tranquila de la que ella parecía carecer, pero Zaina poseía garra y pasión en todo lo que hacía, una iniciativa audaz -a veces imprudente- de la que él, si bien no carecía, flaqueaba un poco.
Se complementaban. Yarmin era un mago, artista que ensayaba y planificaba durante semanas, quizá meses, cada truco. Podía improvisar sobre el escenario, claro, y tratar de convencer con un gesto repentino. Zaina era domadora de bestias, acostumbrada a que todo se saliese de madre, hecha a perder el control. Tal vez nunca se lo diría, aunque estaba seguro de que ella ya lo sabía, era esa facilidad para dejar que el péndulo oscilase lo que le había salvado la vida. Los había salvado a ambos.
- Puedo hacer que tu cuerpo sienta. -Alzó una mano, mientras sus dedos brillaban rojo eléctrico-. Puedo hacerte notar los mayores placeres, o el dolor más horrible que puedas imaginar.
Acercó las yemas a su cuello poco a poco, frenando si en cualquier momento la veía dudar. Si no se movía sentiría el suave cosquilleo de una caricia bajo el costado. Retuvo esa sensación, pero por un instante la intercaló con un pellizco. Mirándola a los ojos, completamente inmerso en aquellas esmeraldas rasgadas, hizo que sintiera sis labios sin siquiera moverse, aunque buscó su boca al tiempo que apartaba la mano de su cuello.
- Esta es la primera vez que uso mi poder sobre ti, Zaina -le prometió. Que él supiera, aquella era la verdad-. Y también la última. Nunca lo utilizo si no es imprescindible, me impediría confiar en la gente. Y sabes lo que digo siempre...
"Toda relación se fundamenta en la confianza".
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A medida que comenzó con sus palabras, con sus explicaciones, algo en su garganta comenzó a cerrarse con fuerza. Casi como si unos dedos apretaran la zona para evitar que soltara alguna palabra. Sus ojos empezaron a temblar, sus orbes esmeraldas empezaron a notar el pánico, la realidad y la posibilidad, y entendió el motivo de que tanta gente temiera a aquel hombre.
Un poder para dominarlos a todos, controlarlos y que tú nunca sintieras necesidad de rebelarte. Encantador, fácil de lograr que te enamoraras de él, un verdadero príncipe salido de un cuento de hadas. Era todo aquello y mucho más, pues como ella le había dicho la primera vez que habían estado juntos, Yarmin era el de la magia.
Y lo era, aunque lo había negado, aunque la había llamado hechicera, aunque le había dicho que lo había embrujado.
Empezó a dar detalles, no se apartó, dejó que le mostrara aquello y fue como sentir la realidad golpeándola. Su tacto estaba allí, sus besos que le erizaban la piel, sus caricias. Sintió una sensación amarga recorrer su estómago, su garganta cerrada y lo notó en el paladar.
Aquellas falsas caricias le dieron asco.
En el momento en el que su cuerpo lo expresó, él para, le da un beso buscando traerla de nuevo a la realidad y Zaina… Zaina no sabe qué hacer. Lo aparta, lo empuja, no ha usado fuerza apenas pero nota cada fibra de su cuerpo temblar en una mezcla indescriptible que no sabe cómo nombrar, pero lo siente. Miedo, pánico, aunque él le promete que es la primera vez que lo usa en ella, no puede evitar que los hilos de su cabeza comiencen a unir cosas que no deberían. Tenía sentido que se hubiera enamorado de él y no de Jack, tenía sentido que pensara que era el único hombre que jamás podría amarla.
Quizás la había obligado a ello, y Yarmin solo tenía una jaula mucho más bonita y elaborada que el resto.
Se dio cuenta de sus pensamientos, de su pánico inicial. Por un momento se siente como él aquella primera noche, buscando algo a lo que aferrarse, de nuevo está pasando sus dedos por sus cabellos como si eso fuera a calmarla de alguna manera mágica. Ese susurro detrás de su oreja se lo dice, ese latido descontrolado se lo cuenta, y su cabeza junto su corazón se lo gritan.- Te creo… No sé la razón pero lo hago… Aunque estoy asustada de tan solo pensar que esto es todo una mentira y yo un juguete muy caro, no puedo evitar creerte.- Noto las lágrimas quemar la piel mientras bajaban por su mejilla, dándole la espalda maldijo su debilidad y su personalidad pasional, su facilidad porque los sentimientos la desbordaran.
-Confío en ti Yarmin…-Y eso quizás era lo más triste para ella, que incluso aunque aquello hubiera sido fruto de una akuma, de un engaño o de un juego, había creído en él, simplemente, llanamente por causa de aquel amor que le procesaba.- ¿Pero por qué no me lo dijiste? Aquella noche, cuando estábamos los dos en pánico, decidiendo si realmente esto podía funcionar.- No le miró, no podía hacerlo. Aunque notaba el oro clavado en su espalda, en su cuerpo, no se vio capaz de enfrentarlo.
-¿Tenías miedo de que fuera a cambiar algo?- Sabe que no es una pregunta fácil, pero se siente con el derecho a decirla. Sus miedos habían sido desatados por un ángel al que idiotamente, no podía evitar seguir tendiéndole la mano. La confianza seguía, tal y como se habían prometido, pero quería pensar que tenía razón.
Quería pensar que de verdad, no podía mentirle.
Un poder para dominarlos a todos, controlarlos y que tú nunca sintieras necesidad de rebelarte. Encantador, fácil de lograr que te enamoraras de él, un verdadero príncipe salido de un cuento de hadas. Era todo aquello y mucho más, pues como ella le había dicho la primera vez que habían estado juntos, Yarmin era el de la magia.
Y lo era, aunque lo había negado, aunque la había llamado hechicera, aunque le había dicho que lo había embrujado.
Empezó a dar detalles, no se apartó, dejó que le mostrara aquello y fue como sentir la realidad golpeándola. Su tacto estaba allí, sus besos que le erizaban la piel, sus caricias. Sintió una sensación amarga recorrer su estómago, su garganta cerrada y lo notó en el paladar.
Aquellas falsas caricias le dieron asco.
En el momento en el que su cuerpo lo expresó, él para, le da un beso buscando traerla de nuevo a la realidad y Zaina… Zaina no sabe qué hacer. Lo aparta, lo empuja, no ha usado fuerza apenas pero nota cada fibra de su cuerpo temblar en una mezcla indescriptible que no sabe cómo nombrar, pero lo siente. Miedo, pánico, aunque él le promete que es la primera vez que lo usa en ella, no puede evitar que los hilos de su cabeza comiencen a unir cosas que no deberían. Tenía sentido que se hubiera enamorado de él y no de Jack, tenía sentido que pensara que era el único hombre que jamás podría amarla.
Quizás la había obligado a ello, y Yarmin solo tenía una jaula mucho más bonita y elaborada que el resto.
Se dio cuenta de sus pensamientos, de su pánico inicial. Por un momento se siente como él aquella primera noche, buscando algo a lo que aferrarse, de nuevo está pasando sus dedos por sus cabellos como si eso fuera a calmarla de alguna manera mágica. Ese susurro detrás de su oreja se lo dice, ese latido descontrolado se lo cuenta, y su cabeza junto su corazón se lo gritan.- Te creo… No sé la razón pero lo hago… Aunque estoy asustada de tan solo pensar que esto es todo una mentira y yo un juguete muy caro, no puedo evitar creerte.- Noto las lágrimas quemar la piel mientras bajaban por su mejilla, dándole la espalda maldijo su debilidad y su personalidad pasional, su facilidad porque los sentimientos la desbordaran.
-Confío en ti Yarmin…-Y eso quizás era lo más triste para ella, que incluso aunque aquello hubiera sido fruto de una akuma, de un engaño o de un juego, había creído en él, simplemente, llanamente por causa de aquel amor que le procesaba.- ¿Pero por qué no me lo dijiste? Aquella noche, cuando estábamos los dos en pánico, decidiendo si realmente esto podía funcionar.- No le miró, no podía hacerlo. Aunque notaba el oro clavado en su espalda, en su cuerpo, no se vio capaz de enfrentarlo.
-¿Tenías miedo de que fuera a cambiar algo?- Sabe que no es una pregunta fácil, pero se siente con el derecho a decirla. Sus miedos habían sido desatados por un ángel al que idiotamente, no podía evitar seguir tendiéndole la mano. La confianza seguía, tal y como se habían prometido, pero quería pensar que tenía razón.
Quería pensar que de verdad, no podía mentirle.
Yarmin Prince
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Destreza
Precisión
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El empujón casi lo tiró al suelo. No había utilizado fuerza apenas, pero el golpe lo cogió completamente desprevenido. Tampoco esperaba sentir aquel miedo desbordante, aquel pánico total y absoluto que podía ver en Zaina. Desde el momento en que había utilizado su fruta había esperado que llegase ese momento, y aun sabiendo que no reaccionaría particularmente bien no podría haber predicho que todo se iba a descontrolar hasta ese punto.
Pero lo peor no era eso, sino más bien su confianza rota. Podía fingir para sí misma que le creía, engañarse a sí misma diciendo que confiaba en sus palabras, pero a Yarmin no iba a caer en eso. Aun si ella no se daba cuenta, no confiaba en él, y eso lo destrozaba. Había visto el asco en su rostro y sentido sus manos, otrora anhelantes, repeliéndolo. Podía verla a ella como él estaba semanas atrás ante la perspectiva de que todo fuese una mentira. Y no había nada que pudiera hacer para remediarlo; él solito se lo había buscado.
Podía escuchar su corazón. Podía sentir sus latidos en el ritmo al que sus lágrimas caían, erráticas, por su rostro, y se sintió horriblemente cruel por encontrarla hermosa. Lloraba, temía, sufría... Y él solo podía pensar en besarla; en darle un abrazo, en tenerla para sí. En cierto modo, Yarmin había prometido una dulce mentira ocultando la verdad detrás de su naturaleza, del encanto más que inhumano que poseía. ¿La había hecho su esclava del deseo? Él no había usado su fruta sobre ella, no al menos conscientemente; la había conocido y se había dado a conocer, le había dado su nombre, ¿por qué habría tenido que contarle aquello?
- No lo sé -respondió, encogiéndose de hombros. No trató de acercarse, es más, se alejó un par de metros hacia atrás-. Es mi seguro de vida, un as en la manga... Supongo que no quería que desconfiases de mí.
Lo cierto era que ni siquiera se había planteado contárselo. Ni siquiera había pensado en su fruta durante las últimas dos semanas, simplemente era algo que formaba parte de él y sobre lo que no se había parado nunca a pensar. No le había contado muchas cosas, pero eso no significaba que le estuviese mintiendo. Había tantas cosas que no le había dicho que la lista se hacía interminable, pero tal vez aquella fuese una de las que más inocentemente había ocultado. En retrospectiva, tal vez alguna vez hubiese querido hacérselo saber, pero simplemente lo dejó pasar. ¿Por qué no podía haberse callado? Podría simplemente haber fingido que nada pasaba, o haberle mentido... ¿Pero podía mentirle a ella? Más importante: ¿Quería?
A veces el amor era complicado. Una constante lucha se desataba, el péndulo oscilaba y cada uno de ellos debía enfrentar sus miedos y los del otro al mismo tiempo; era un combate sin cuartel. Sus ojos se mantenían dorados fijos en ella mientras lloraba, pero él permanecía casi impasible, solo esperando. Y esperaba, esperaba, esperaba. No podía hacer que confiase en él, tampoco podía usar su poder sobre ella, y desde luego matarla no era una opción. Solo tenía una opción, y no le gustaba.
- De todos modos, es irrelevante. -Hacía un esfuerzo serio por no romperse. Sus ojos estaban levemente vidriosos y su cara algo roja, y aunque se mantenía recto frente a ella lo único que deseaba era ovillarse a su lado en una nube de abrazos-. Puedes creer que confías en mí, pero no puedes hacer que lo crea yo. Y no te voy a culpar; podría haberte hecho saber esto desde el día en que te conocí, o cualquier día durante estas semanas. No voy a intentar justificarme. Tampoco podría. Ni siquiera puedo asegurarte de forma convincente que no estés hechizada, salvo de dos formas. -Se había cuidado mucho de decir una cosa el día en que se conocieron, dos palabras que se había reservado para evitar falsas emociones. Algo que tal vez funcionase-. La primera es recordándote que tú fuiste la primera en decir que me amabas. Si yo lo hubiese hecho habrías sentido que me amabas, pero no sería cierto. Ese día no usé mis poderes sobre ti. El otro...
Sacó su cuchillo. Primer amor era una daga de treinta centímetros de fina hoja, damasquina, extraordinariamente pulida y afilada. Su diseño curvo la hacía ideal para cortar, incluso con poca fuerza. Apretó la mano izquierda contra el filo y tiró de la empuñadura, haciéndose un corte no muy profundo, pero bastante molesto; pasarían semanas antes de poder usar funcionalmente esa mano.
- Si estuvieses hechizada, que yo te haga daño rompería mi poder. Y si te hago daño una vez, hasta donde yo sé, no podré hechizarte nunca más. -No estaba del todo seguro de lo último, aunque alguna de sus habilidades había dejado de funcionar tras esa clase de contratiempo-. La razón de que me haya cortado yo primero es que, si tú sangras, yo sangro contigo.
Una gota manchó su zapato, pero la ignoró. Esperó el permiso de Zaina para hacerle un corte, un daño lo suficientemente grave como para que su cuerpo estuviese alerta frente a él, pero lo menos doloroso posible, también en la palma de la mano. Sabía que si el dolor no era insoportable se convertiría en una suerte de placer, por lo que musitaría un "lo siento" justo antes de hacérselo. Era la prueba de amor más grande que podía darle: Jamás podría controlarla si ella no quería. Y, aunque él nunca había querido hacerlo, debía hacer que ella lo supiese. Por él, por ella.
Por los dos.
Pero lo peor no era eso, sino más bien su confianza rota. Podía fingir para sí misma que le creía, engañarse a sí misma diciendo que confiaba en sus palabras, pero a Yarmin no iba a caer en eso. Aun si ella no se daba cuenta, no confiaba en él, y eso lo destrozaba. Había visto el asco en su rostro y sentido sus manos, otrora anhelantes, repeliéndolo. Podía verla a ella como él estaba semanas atrás ante la perspectiva de que todo fuese una mentira. Y no había nada que pudiera hacer para remediarlo; él solito se lo había buscado.
Podía escuchar su corazón. Podía sentir sus latidos en el ritmo al que sus lágrimas caían, erráticas, por su rostro, y se sintió horriblemente cruel por encontrarla hermosa. Lloraba, temía, sufría... Y él solo podía pensar en besarla; en darle un abrazo, en tenerla para sí. En cierto modo, Yarmin había prometido una dulce mentira ocultando la verdad detrás de su naturaleza, del encanto más que inhumano que poseía. ¿La había hecho su esclava del deseo? Él no había usado su fruta sobre ella, no al menos conscientemente; la había conocido y se había dado a conocer, le había dado su nombre, ¿por qué habría tenido que contarle aquello?
- No lo sé -respondió, encogiéndose de hombros. No trató de acercarse, es más, se alejó un par de metros hacia atrás-. Es mi seguro de vida, un as en la manga... Supongo que no quería que desconfiases de mí.
Lo cierto era que ni siquiera se había planteado contárselo. Ni siquiera había pensado en su fruta durante las últimas dos semanas, simplemente era algo que formaba parte de él y sobre lo que no se había parado nunca a pensar. No le había contado muchas cosas, pero eso no significaba que le estuviese mintiendo. Había tantas cosas que no le había dicho que la lista se hacía interminable, pero tal vez aquella fuese una de las que más inocentemente había ocultado. En retrospectiva, tal vez alguna vez hubiese querido hacérselo saber, pero simplemente lo dejó pasar. ¿Por qué no podía haberse callado? Podría simplemente haber fingido que nada pasaba, o haberle mentido... ¿Pero podía mentirle a ella? Más importante: ¿Quería?
A veces el amor era complicado. Una constante lucha se desataba, el péndulo oscilaba y cada uno de ellos debía enfrentar sus miedos y los del otro al mismo tiempo; era un combate sin cuartel. Sus ojos se mantenían dorados fijos en ella mientras lloraba, pero él permanecía casi impasible, solo esperando. Y esperaba, esperaba, esperaba. No podía hacer que confiase en él, tampoco podía usar su poder sobre ella, y desde luego matarla no era una opción. Solo tenía una opción, y no le gustaba.
- De todos modos, es irrelevante. -Hacía un esfuerzo serio por no romperse. Sus ojos estaban levemente vidriosos y su cara algo roja, y aunque se mantenía recto frente a ella lo único que deseaba era ovillarse a su lado en una nube de abrazos-. Puedes creer que confías en mí, pero no puedes hacer que lo crea yo. Y no te voy a culpar; podría haberte hecho saber esto desde el día en que te conocí, o cualquier día durante estas semanas. No voy a intentar justificarme. Tampoco podría. Ni siquiera puedo asegurarte de forma convincente que no estés hechizada, salvo de dos formas. -Se había cuidado mucho de decir una cosa el día en que se conocieron, dos palabras que se había reservado para evitar falsas emociones. Algo que tal vez funcionase-. La primera es recordándote que tú fuiste la primera en decir que me amabas. Si yo lo hubiese hecho habrías sentido que me amabas, pero no sería cierto. Ese día no usé mis poderes sobre ti. El otro...
Sacó su cuchillo. Primer amor era una daga de treinta centímetros de fina hoja, damasquina, extraordinariamente pulida y afilada. Su diseño curvo la hacía ideal para cortar, incluso con poca fuerza. Apretó la mano izquierda contra el filo y tiró de la empuñadura, haciéndose un corte no muy profundo, pero bastante molesto; pasarían semanas antes de poder usar funcionalmente esa mano.
- Si estuvieses hechizada, que yo te haga daño rompería mi poder. Y si te hago daño una vez, hasta donde yo sé, no podré hechizarte nunca más. -No estaba del todo seguro de lo último, aunque alguna de sus habilidades había dejado de funcionar tras esa clase de contratiempo-. La razón de que me haya cortado yo primero es que, si tú sangras, yo sangro contigo.
Una gota manchó su zapato, pero la ignoró. Esperó el permiso de Zaina para hacerle un corte, un daño lo suficientemente grave como para que su cuerpo estuviese alerta frente a él, pero lo menos doloroso posible, también en la palma de la mano. Sabía que si el dolor no era insoportable se convertiría en una suerte de placer, por lo que musitaría un "lo siento" justo antes de hacérselo. Era la prueba de amor más grande que podía darle: Jamás podría controlarla si ella no quería. Y, aunque él nunca había querido hacerlo, debía hacer que ella lo supiese. Por él, por ella.
Por los dos.
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Zaina pensaba que conocía a Yarmin, que aunque de forma breve e intensa había llegado a comprender que eran el uno para el otro. Pensaba que sus ojos verdes habían calado en el dorado de los suyos, y que desde entonces simplemente comenzarían a desnudarse mutuamente hasta que no quedara nada.
No se imaginó encontrar pinchos entre las prendas, y eso que ambos habían prometido quitarse cualquier tipo de cadena. Pensó entonces que quizás sí que se lo merecía, había intentado arreglar sola lo de su prometido, ocultárselo quizás en algún rincón de su mente, no tener que gritarle su penosa debilidad. Sin embargo, al final, presa del miedo había terminado llamándole, aunque se había mostrado fuerte e imponente, al final simplemente, se había roto del todo.
Se limpió finalmente las lágrimas del rostro, logrando mantener aquella respiración pausada, de forma lenta y corta, a medida que le escuchaba. Lo escucha hablar sobre desconfiar de él y no puede evitar girarse, mirándole para darse cuenta de aquello.
Se había alejado en vez de acercarse, entonces notó de nuevo aquella sensación amarga en su garganta. Luego recordó que él tenía mucho más miedo que ella, y que sin duda, le costaba cincuenta veces más confiar en ella. Agachó la mirada dándose cuenta de lo que había hecho y suspiró intentando matar su temperamento de fuego. Odiaba terriblemente su carácter por aquellas cosas, pero no sabía si realmente era capaz de disculparse por no tener en cuenta que él también estuviera asustado.
Vio aquellos ojos vidriosos, aquel rostro adolorido y sintió las espinas dentro de su propio cuerpo, su estómago estrangularse. Tuvo la necesidad de hacerse daño, y aunque sus uñas buscaban peligrosamente la carne de su brazo herido, se limitó a morderse el labio con rabia, hasta notar el amargo sabor de la sangre.- Lo dije y lo sigo diciendo… Eso no ha cambiado.- El cuchillo le hizo pestañear, no entendió exactamente qué estaba pasando. Y cuando se hizo el corte y la sangre llegó al suelo, Zaina entró en pánico.
Le importó una mierda cualquier enfado, gesto o nudo, le agarró la mano un momento, en pánico clavando aquellos orbes de esmeralda en él.- ¡Yarmin! Pero…- Su explicación hizo que soltara su mano, y no le gustó la idea de que se hubiera herido por ella. Le extendió la mano sin dudar un momento, y a medida que la hoja rasgó la carne, no dejó que viera un solo síntoma de miedo, duda o dolor.
No después de lo que estaba haciendo.
Estaba acostumbrada a las heridas, al dolor, podía aguantar latigazos, golpes, heridas, tenía pequeñas cicatrices escondidas de forma estratégicas que Yarmin se había encargado de besar. Había aguantado toda su vida con la cabeza recta, con la mirada firme, incluso con sus heridas en la cocina. Movió suavemente la mano, dejando que la sangre llegara al suelo y después lo miró.
-Sabía de sobra que esto era una tontería…-Su mano derecha, la sana, lo agarra de lo corbata y lo acerca a ella, hasta que puede besarlo tranquilamente, hasta que puede expresarle lo que siente, incluso cuando su mano herida toca suavemente la suya. Pega suavemente su frente a la suya, suspira, reteniendo aquella calma.- Te amo…-Susurra contra él, sabiendo de sobra que no hay nada de mentira en sus palabras, en sus ojos de esmeralda cristalinos y claros.- Y puedo asegurarte que no es por ninguna Akuma.- Y espero que confiara en ella, que la entendiera, que viera que realmente hacía tiempo que se había rendido a él.
Que ya no quedaba nada en medio de aquella tormenta que pudiera herirlos.
No se imaginó encontrar pinchos entre las prendas, y eso que ambos habían prometido quitarse cualquier tipo de cadena. Pensó entonces que quizás sí que se lo merecía, había intentado arreglar sola lo de su prometido, ocultárselo quizás en algún rincón de su mente, no tener que gritarle su penosa debilidad. Sin embargo, al final, presa del miedo había terminado llamándole, aunque se había mostrado fuerte e imponente, al final simplemente, se había roto del todo.
Se limpió finalmente las lágrimas del rostro, logrando mantener aquella respiración pausada, de forma lenta y corta, a medida que le escuchaba. Lo escucha hablar sobre desconfiar de él y no puede evitar girarse, mirándole para darse cuenta de aquello.
Se había alejado en vez de acercarse, entonces notó de nuevo aquella sensación amarga en su garganta. Luego recordó que él tenía mucho más miedo que ella, y que sin duda, le costaba cincuenta veces más confiar en ella. Agachó la mirada dándose cuenta de lo que había hecho y suspiró intentando matar su temperamento de fuego. Odiaba terriblemente su carácter por aquellas cosas, pero no sabía si realmente era capaz de disculparse por no tener en cuenta que él también estuviera asustado.
Vio aquellos ojos vidriosos, aquel rostro adolorido y sintió las espinas dentro de su propio cuerpo, su estómago estrangularse. Tuvo la necesidad de hacerse daño, y aunque sus uñas buscaban peligrosamente la carne de su brazo herido, se limitó a morderse el labio con rabia, hasta notar el amargo sabor de la sangre.- Lo dije y lo sigo diciendo… Eso no ha cambiado.- El cuchillo le hizo pestañear, no entendió exactamente qué estaba pasando. Y cuando se hizo el corte y la sangre llegó al suelo, Zaina entró en pánico.
Le importó una mierda cualquier enfado, gesto o nudo, le agarró la mano un momento, en pánico clavando aquellos orbes de esmeralda en él.- ¡Yarmin! Pero…- Su explicación hizo que soltara su mano, y no le gustó la idea de que se hubiera herido por ella. Le extendió la mano sin dudar un momento, y a medida que la hoja rasgó la carne, no dejó que viera un solo síntoma de miedo, duda o dolor.
No después de lo que estaba haciendo.
Estaba acostumbrada a las heridas, al dolor, podía aguantar latigazos, golpes, heridas, tenía pequeñas cicatrices escondidas de forma estratégicas que Yarmin se había encargado de besar. Había aguantado toda su vida con la cabeza recta, con la mirada firme, incluso con sus heridas en la cocina. Movió suavemente la mano, dejando que la sangre llegara al suelo y después lo miró.
-Sabía de sobra que esto era una tontería…-Su mano derecha, la sana, lo agarra de lo corbata y lo acerca a ella, hasta que puede besarlo tranquilamente, hasta que puede expresarle lo que siente, incluso cuando su mano herida toca suavemente la suya. Pega suavemente su frente a la suya, suspira, reteniendo aquella calma.- Te amo…-Susurra contra él, sabiendo de sobra que no hay nada de mentira en sus palabras, en sus ojos de esmeralda cristalinos y claros.- Y puedo asegurarte que no es por ninguna Akuma.- Y espero que confiara en ella, que la entendiera, que viera que realmente hacía tiempo que se había rendido a él.
Que ya no quedaba nada en medio de aquella tormenta que pudiera herirlos.
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Estaba hecho ya a ignorar gemidos. Todo el mundo chillaba cuando le hacían daño de forma inesperada, cuando la hoja rebanaba su carne y piel. Había pasado ya tantas veces por aquello que casi ni se inmutaba, pero el de Zaina le heló las venas. Se sobresaltó, y aunque siguió le costó hender la carne frente a la aterrada mirada de aquellos ojos verdes que tanto quería, que tanto le habían dado en tan poco.
Mentiría si dijese que no dudó, pero avanzó igualmente y esperó pacientemente a que la determinación fluyese por ella. Alzó su mano, y como una flecha de cupido la hoja penetró fácilmente en Zaina; pero Zaina no dejó entrever nada más allá, nada que no fuese absoluta y plena confianza en aquella macabra prueba de amor. Porque hacerla libre de él era todo lo que él podía darle, porque abrirle las puertas de Oasis no valdría cuando ella no supiese por qué se quedaría, porque solo haciéndole daño podía amarla como ella se merecía.
No esperaba chispas ni rayos mágicos, tampoco que de pronto ella corriese espantada. Sin embargo la reducción de todo aquello a "una tontería" le hizo alzar la ceja. Yarmin era consciente de que ella confiaba en él, pero también había tenido en cuenta que con el paso de las semanas se preguntaría si aquel amor que sentía, aquella confianza en el amor que sentía, eran solo cuerdas del titiritero al que había entregado su vida sin quererlo. Cuando el amor se tornase desconfianza, cuando la ternura y el afecto en rencor y miedo... La habría perdido. Y no iba a perder a la única persona que había nacido por y para él, ella quien por vicisitudes del destino había aparecido en el momento y lugar apropiados. Noble hija del visir, huida poco antes de su infame vodevil, había llegado con él a un páramo estéril buscando lo mismo, y había encontrado todo lo que no se atrevía a soñar... Almas gemelas, tal vez.
- Sé que no lo es -respondió, tomando su mano mientras sus sangres se entremezclaban, cayendo juntas-. Quería que nunca necesitases dudarlo.
Entrelazadas por los dedos, elevó las manos de ambos hasta su pecho y se inclinó para, esa vez sí, tratar de besarla. Ambos se habían cortado en la mano izquierda, pero eso no iba a impedir que se lo diera sin soltarla. Jamás iba a soltarla.
- Es un arma para los dos -le explicó al apartarse, solo un poco, en forma de susurro-. Es la llave que nos abrirá el mundo, Zaina... Lo tomaremos, y el mundo nos pedirá que lo hagamos.
Se había descubierto a sí mismo compartiendo todo con ella, algo que hasta el momento no había sido capaz de hacer. Tenía ganas de compartir, de que ella tomase lo suyo y dárselo sin pestañear; quería hacerla rica, poderosa, la reina que como princesa estaba destinada a ser... Y feliz. Habría vendido su alma por encontrarla de haber sabido que la necesitaba tanto, y vendería a mil niños más solo por hacerla vivir tanto tiempo como el que a él le quedaba. Una eternidad juntos parecía un suspiro cuando lo pensaba, un tiempo demasiado corto.
Comenzó a caminar de vuelta hacia la fortaleza de cristal, soltando su mano para arropar su cintura, y la aferró contra su cuerpo.
- ¿Sabes? Eres la primera persona a la que quiero de verdad.
Mentiría si dijese que no dudó, pero avanzó igualmente y esperó pacientemente a que la determinación fluyese por ella. Alzó su mano, y como una flecha de cupido la hoja penetró fácilmente en Zaina; pero Zaina no dejó entrever nada más allá, nada que no fuese absoluta y plena confianza en aquella macabra prueba de amor. Porque hacerla libre de él era todo lo que él podía darle, porque abrirle las puertas de Oasis no valdría cuando ella no supiese por qué se quedaría, porque solo haciéndole daño podía amarla como ella se merecía.
No esperaba chispas ni rayos mágicos, tampoco que de pronto ella corriese espantada. Sin embargo la reducción de todo aquello a "una tontería" le hizo alzar la ceja. Yarmin era consciente de que ella confiaba en él, pero también había tenido en cuenta que con el paso de las semanas se preguntaría si aquel amor que sentía, aquella confianza en el amor que sentía, eran solo cuerdas del titiritero al que había entregado su vida sin quererlo. Cuando el amor se tornase desconfianza, cuando la ternura y el afecto en rencor y miedo... La habría perdido. Y no iba a perder a la única persona que había nacido por y para él, ella quien por vicisitudes del destino había aparecido en el momento y lugar apropiados. Noble hija del visir, huida poco antes de su infame vodevil, había llegado con él a un páramo estéril buscando lo mismo, y había encontrado todo lo que no se atrevía a soñar... Almas gemelas, tal vez.
- Sé que no lo es -respondió, tomando su mano mientras sus sangres se entremezclaban, cayendo juntas-. Quería que nunca necesitases dudarlo.
Entrelazadas por los dedos, elevó las manos de ambos hasta su pecho y se inclinó para, esa vez sí, tratar de besarla. Ambos se habían cortado en la mano izquierda, pero eso no iba a impedir que se lo diera sin soltarla. Jamás iba a soltarla.
- Es un arma para los dos -le explicó al apartarse, solo un poco, en forma de susurro-. Es la llave que nos abrirá el mundo, Zaina... Lo tomaremos, y el mundo nos pedirá que lo hagamos.
Se había descubierto a sí mismo compartiendo todo con ella, algo que hasta el momento no había sido capaz de hacer. Tenía ganas de compartir, de que ella tomase lo suyo y dárselo sin pestañear; quería hacerla rica, poderosa, la reina que como princesa estaba destinada a ser... Y feliz. Habría vendido su alma por encontrarla de haber sabido que la necesitaba tanto, y vendería a mil niños más solo por hacerla vivir tanto tiempo como el que a él le quedaba. Una eternidad juntos parecía un suspiro cuando lo pensaba, un tiempo demasiado corto.
Comenzó a caminar de vuelta hacia la fortaleza de cristal, soltando su mano para arropar su cintura, y la aferró contra su cuerpo.
- ¿Sabes? Eres la primera persona a la que quiero de verdad.
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Aquel hombre podía tener todos y cada uno de los poderes del mundo, dominarla con una mirada, reducirla con una simple caricia. Podía ser capaz de tanto, y aun así no necesitaba nada de aquello para reducirla, para hacerla sentir especial.
Solo con entrelazar sus manos, hacer aquella promesa silenciosa y darse cuenta de que ninguno traicionaría al otro, era suficiente. Mientras cerraba los ojos, entregándose por completo a sus palabras, a sus besos, la mujer entendió que aunque no le hubiera cortado, no podría haber evitado volver a Yarmin. Fue una sensación ligeramente aterradora, pero demasiado dulce y placentera como para preocuparse de la razón de que quisiera entregarle toda su vida a aquel hombre.
-Aunque me encanta la parte de conquistar el mundo…-Admite, sonriendo contra sus labios.- Ahora mismo, tengo mi mundo entre las manos y solo quiero que esté tranquilo y confié en mí, en nosotros.- Su confesión, sus propias palabras le hacen darse cuenta de que aquel hombre ha conseguido el poder de derrotarla por completo.
Le dio un tirón a uno de los trozos de tela de aquella falda rota. Luego la usó para vendarle la mano herida, para cortar la hemorragia y que al menos no fueran sangrando por todo el camino de vuelta hacia dentro. Hizo lo mismo con otro trozo para ella, buscando evitar que la sangre siguiera bajando por la palma de su mano. Entrecerró los ojos con algo de molestia, y se dio cuenta de que últimamente no le daba la vida para cortes y porrazos.
Entonces simplemente caminan de vuelta, uno al lado del otro, mientras rodea su cintura y ella se apoya en él, comenzando a caminar mientras lo escucha.-Bueno, es mutuo, es la primera vez que quiero a alguien en general.- Le sonríe, mirándole.- Normalmente ese cariño se lo llevan mis animales.- Tras aquella confesión, comenzaron a entrar finalmente de vuelta en aquel lugar, si su cabeza estaba a lo que estaba, en breve llegarán sus mascotas y después de un tiempo empezarían ambos a jugar con su prometido.
Estaba deseando ver la cara de sus padres cuando entrara por la puerta justo después de que el hombre hubiera aparecido muerto, mutilado, masacrado o desaparecido. Le daba igual cómo acabara su historia, pero definitivamente tenía que terminar antes de que buscara unirse a la suya.
Sabía de sobra que Yarmin estaba preparado para ello, pero ahora mismo solo quería seguir pensando en su pareja, y en la forma que tenía de hacerla feliz.
Solo con entrelazar sus manos, hacer aquella promesa silenciosa y darse cuenta de que ninguno traicionaría al otro, era suficiente. Mientras cerraba los ojos, entregándose por completo a sus palabras, a sus besos, la mujer entendió que aunque no le hubiera cortado, no podría haber evitado volver a Yarmin. Fue una sensación ligeramente aterradora, pero demasiado dulce y placentera como para preocuparse de la razón de que quisiera entregarle toda su vida a aquel hombre.
-Aunque me encanta la parte de conquistar el mundo…-Admite, sonriendo contra sus labios.- Ahora mismo, tengo mi mundo entre las manos y solo quiero que esté tranquilo y confié en mí, en nosotros.- Su confesión, sus propias palabras le hacen darse cuenta de que aquel hombre ha conseguido el poder de derrotarla por completo.
Le dio un tirón a uno de los trozos de tela de aquella falda rota. Luego la usó para vendarle la mano herida, para cortar la hemorragia y que al menos no fueran sangrando por todo el camino de vuelta hacia dentro. Hizo lo mismo con otro trozo para ella, buscando evitar que la sangre siguiera bajando por la palma de su mano. Entrecerró los ojos con algo de molestia, y se dio cuenta de que últimamente no le daba la vida para cortes y porrazos.
Entonces simplemente caminan de vuelta, uno al lado del otro, mientras rodea su cintura y ella se apoya en él, comenzando a caminar mientras lo escucha.-Bueno, es mutuo, es la primera vez que quiero a alguien en general.- Le sonríe, mirándole.- Normalmente ese cariño se lo llevan mis animales.- Tras aquella confesión, comenzaron a entrar finalmente de vuelta en aquel lugar, si su cabeza estaba a lo que estaba, en breve llegarán sus mascotas y después de un tiempo empezarían ambos a jugar con su prometido.
Estaba deseando ver la cara de sus padres cuando entrara por la puerta justo después de que el hombre hubiera aparecido muerto, mutilado, masacrado o desaparecido. Le daba igual cómo acabara su historia, pero definitivamente tenía que terminar antes de que buscara unirse a la suya.
Sabía de sobra que Yarmin estaba preparado para ello, pero ahora mismo solo quería seguir pensando en su pareja, y en la forma que tenía de hacerla feliz.
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Las palabras de Zaina eran reconfortantes, como una sopa caliente tras un día helado. Su vendaje, aunque algo tosco, era eficaz, y la iniciativa que demostraba en cada instante le hacía sentirse protegido. Tal vez era lo que llevaba tiempo buscando, un remedio para su soledad, aunque nunca lo hubiese buscado en realidad. Ella había aparecido y, sin esfuerzo, había conquistado por la fuerza de los labios lo que ninguna arma podría haber soñado con la sutileza del poder. Era vulnerable a su lado, pero al mismo tiempo esa extraña dependencia los hacía fuertes.
- Confío en ti más que en mí mismo -respondió, inclinando su cabeza hasta dejarla sobre la de ella-. Confío mi mundo.
El camino por el bosque siempre era relajante. Nadie entraba casi nunca, lo que le confería una atmósfera mágica e íntima; un pequeño reducto de magia salvaje en medio del perfectamente ordenado Oasis y, aunque hasta la última piedra había sido puesta con precisión milimétrica, nadie podía controlar los senderos de los animales ni cómo crecía el musgo. En los primeros seis meses aquella fronda se había vuelto un paraje agreste, y en un año la maleza ya había terminado por impregnar los suelos de tierra fácilmente. En cierto modo, Zaina había hecho lo mismo con él: Una fachada perfectamente constituida, un plan perfectamente estructurado, y como una gata salvaje ella había tirado por tierra todas sus expectativas para crear unas nuevas en las que no se había permitido siquiera pensar.
El caracol volvió a sonar.
- Dime, Rey.
Gellert no se fue por las ramas. Ni siquiera pareció importarle que no le hubiese contestado. Habló de la mina y de los beneficios que reportaba. En jerga técnica, la mina extraía cerca de cerca de ciento cincuenta toneladas medias al mes en un espacio que, al parecer, era mucho más grande de lo que esperaban: Ciento cincuenta kilómetros de túneles, de los cuales al menos cien estaban en perfecta disposición de acoger trabajadores.
En realidad Yarmin nunca había pensado en ingresar tanto, y de hecho la modesta cantidad de mineros que había enviado no contaba con que sacase más de diez o quince toneladas al mes, pero los datos dejaban opción sin lugar a dudas de enviar con el tiempo a más integrantes con el fin de aumentar los rendimientos. Lo mejor de la situación era que el rodio, material que necesitaba Zaina, se conseguía hiciesen algo o no; simplemente estaba allí, en la misma mina y en mayor abundancia que el titanio, por lo que a pesar de su menor valor podían, fácilmente, sacar un beneficio igual o quizá superior y, con el tiempo, especular con una gran mina de oro para magnificar los beneficios de sus empresas.
- Entonces entiendo que sacaremos un buen pellizco, ¿verdad? -preguntó, finalmente, tras su explicación.
- Una cantidad ingente. Pero tendrás que enviar a más gente si quieres que esto dé beneficios absurdos.
Yarmin caviló, dubitativo, mirando a Zaina. ¿Valía la pena meter a cincuenta personas allí? Demasiado difícil de controlar en un espacio abierto, y la mina no estaba conectada con la central de Nuevo Oasis que, por otro lado, no había sido pensada para retener a nadie. Sí que era cierto por otra parte que se trataba de un negocio legítimo, aunque su obtención había sido irregular, pero... ¿Alguien iba a preguntar? Lo dudaba seriamente. De hecho, y bien pensado, dado que era un negocio-tapadera, estaría muy bien que se asegurasen de hacer de Yellow Spice un lugar acogedor donde los mineros viviesen más de tres años.
- Activa el protocolo C07. Una mina no es suficiente. ¿Tú quieres decirle algo, amor?
Le tendió el den den mushi por si deseaba comunicarse con quien sería, muy pronto, su desconfiado compañero de trabajo.
- Confío en ti más que en mí mismo -respondió, inclinando su cabeza hasta dejarla sobre la de ella-. Confío mi mundo.
El camino por el bosque siempre era relajante. Nadie entraba casi nunca, lo que le confería una atmósfera mágica e íntima; un pequeño reducto de magia salvaje en medio del perfectamente ordenado Oasis y, aunque hasta la última piedra había sido puesta con precisión milimétrica, nadie podía controlar los senderos de los animales ni cómo crecía el musgo. En los primeros seis meses aquella fronda se había vuelto un paraje agreste, y en un año la maleza ya había terminado por impregnar los suelos de tierra fácilmente. En cierto modo, Zaina había hecho lo mismo con él: Una fachada perfectamente constituida, un plan perfectamente estructurado, y como una gata salvaje ella había tirado por tierra todas sus expectativas para crear unas nuevas en las que no se había permitido siquiera pensar.
El caracol volvió a sonar.
- Dime, Rey.
Gellert no se fue por las ramas. Ni siquiera pareció importarle que no le hubiese contestado. Habló de la mina y de los beneficios que reportaba. En jerga técnica, la mina extraía cerca de cerca de ciento cincuenta toneladas medias al mes en un espacio que, al parecer, era mucho más grande de lo que esperaban: Ciento cincuenta kilómetros de túneles, de los cuales al menos cien estaban en perfecta disposición de acoger trabajadores.
En realidad Yarmin nunca había pensado en ingresar tanto, y de hecho la modesta cantidad de mineros que había enviado no contaba con que sacase más de diez o quince toneladas al mes, pero los datos dejaban opción sin lugar a dudas de enviar con el tiempo a más integrantes con el fin de aumentar los rendimientos. Lo mejor de la situación era que el rodio, material que necesitaba Zaina, se conseguía hiciesen algo o no; simplemente estaba allí, en la misma mina y en mayor abundancia que el titanio, por lo que a pesar de su menor valor podían, fácilmente, sacar un beneficio igual o quizá superior y, con el tiempo, especular con una gran mina de oro para magnificar los beneficios de sus empresas.
- Entonces entiendo que sacaremos un buen pellizco, ¿verdad? -preguntó, finalmente, tras su explicación.
- Una cantidad ingente. Pero tendrás que enviar a más gente si quieres que esto dé beneficios absurdos.
Yarmin caviló, dubitativo, mirando a Zaina. ¿Valía la pena meter a cincuenta personas allí? Demasiado difícil de controlar en un espacio abierto, y la mina no estaba conectada con la central de Nuevo Oasis que, por otro lado, no había sido pensada para retener a nadie. Sí que era cierto por otra parte que se trataba de un negocio legítimo, aunque su obtención había sido irregular, pero... ¿Alguien iba a preguntar? Lo dudaba seriamente. De hecho, y bien pensado, dado que era un negocio-tapadera, estaría muy bien que se asegurasen de hacer de Yellow Spice un lugar acogedor donde los mineros viviesen más de tres años.
- Activa el protocolo C07. Una mina no es suficiente. ¿Tú quieres decirle algo, amor?
Le tendió el den den mushi por si deseaba comunicarse con quien sería, muy pronto, su desconfiado compañero de trabajo.
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No vamos a negar que fuera algo grande, pensar que podía tener el mundo de alguien tan importante y único entre las manos le sorprendió. Prefirió no pensar demasiado en ello, o acabaría volviéndose loca, prefirió pensar simplemente que ella y su pareja tenían una forma única de demostrarse aquella dependencia mutua. Pasó cariñosamente sus manos por su espalda, cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos, comenzaron de nuevo aquel camino.
Era una ruta tranquila y sus ojos se perdían apreciando todos y cada uno de los detalles que la naturaleza era capaz de darles. Una sonrisa suave pinta sus labios, mientras piensa en la curiosa mezcla, quizás tan curiosa y diferente como ellos dos. Está decidida a apreciar a Yarmin, a quererlo y a cuidarlo, tanto como él es capaz de hacerlo con ella. Quizás aprender a ver las maravillas que había en aquellos pequeños momentos a solas con él, no sabía cómo explicarlo exactamente.
Solo que sin duda, el Rey iba a enterarse de que clase de Reina era, maldito fuera su don de la oportunidad.
Sin embargo los negocios eran los negocios y a medida que el tema comenzaba a sonar en sus oídos ella entró rápidamente en ese modo. Yasei apareció casi por arte de magia y los números que empezaron a decirle sacaron una sonrisa traviesa que solo nuestro querido acompañante podría ver.- Eso es perfecto…- O claro que ella siempre pensaba a lo grande, y era totalmente consciente de que podría añadirle un par de millones de beneficios a toda aquella historia, sin contar los negocios que ella misma estaba creando en otros lados, poco a poco las cosas comenzaron a tener sentido y se dio cuenta que su instinto para las finanzas era tan bueno como el animal.
Sabía de sobra que cuanta más gente hubiera que meter más difícil sería esconder todo aquello, pero a la vez los beneficios era lo que importaba en algo así. Zaina tenía cosas planificadas, pero Yasei había decidido hace tiempo que hacer con todos y cada uno de sus planes y conocimientos, Paraíso comenzaba a quedarse pequeño y apenas acababa de llegar a aquel lugar.
Fue entonces que su pareja le dijo si quería decirle algo al Rey, la palabra amor hizo que el hombre soltara un pequeño suspiro que para ella no pasó desapercibido. Sabía de sobra que no era plato de buen gusto para el hombre, pero eso no quería decir que ella fuera a dejarse intimidar por todo aquello.
-Estoy deseando conocerte, seguro que eres tan encantador como suenas…-Lejos de eso, no tenía demasiado que añadirle, todo lo demás eran cosas que prefería hablar en persona, y ahora mismo ella tenía otras cosas en mente. De momento debían preparar algunas cosas y encargarse del invitado de honor que habían traído. Le gustara o no era el momento de empezar a solucionar cosas acumuladas, entre ellas su pasado, para centrarse en el presente y prepararse para el futuro que se le acercaba.
Al parecer tenía que pasar unas pruebas para llegar a ser Reina, y tenía la necesidad de demostrar que se le daba muy bien hacer que la gente se le inclinara.
Era una ruta tranquila y sus ojos se perdían apreciando todos y cada uno de los detalles que la naturaleza era capaz de darles. Una sonrisa suave pinta sus labios, mientras piensa en la curiosa mezcla, quizás tan curiosa y diferente como ellos dos. Está decidida a apreciar a Yarmin, a quererlo y a cuidarlo, tanto como él es capaz de hacerlo con ella. Quizás aprender a ver las maravillas que había en aquellos pequeños momentos a solas con él, no sabía cómo explicarlo exactamente.
Solo que sin duda, el Rey iba a enterarse de que clase de Reina era, maldito fuera su don de la oportunidad.
Sin embargo los negocios eran los negocios y a medida que el tema comenzaba a sonar en sus oídos ella entró rápidamente en ese modo. Yasei apareció casi por arte de magia y los números que empezaron a decirle sacaron una sonrisa traviesa que solo nuestro querido acompañante podría ver.- Eso es perfecto…- O claro que ella siempre pensaba a lo grande, y era totalmente consciente de que podría añadirle un par de millones de beneficios a toda aquella historia, sin contar los negocios que ella misma estaba creando en otros lados, poco a poco las cosas comenzaron a tener sentido y se dio cuenta que su instinto para las finanzas era tan bueno como el animal.
Sabía de sobra que cuanta más gente hubiera que meter más difícil sería esconder todo aquello, pero a la vez los beneficios era lo que importaba en algo así. Zaina tenía cosas planificadas, pero Yasei había decidido hace tiempo que hacer con todos y cada uno de sus planes y conocimientos, Paraíso comenzaba a quedarse pequeño y apenas acababa de llegar a aquel lugar.
Fue entonces que su pareja le dijo si quería decirle algo al Rey, la palabra amor hizo que el hombre soltara un pequeño suspiro que para ella no pasó desapercibido. Sabía de sobra que no era plato de buen gusto para el hombre, pero eso no quería decir que ella fuera a dejarse intimidar por todo aquello.
-Estoy deseando conocerte, seguro que eres tan encantador como suenas…-Lejos de eso, no tenía demasiado que añadirle, todo lo demás eran cosas que prefería hablar en persona, y ahora mismo ella tenía otras cosas en mente. De momento debían preparar algunas cosas y encargarse del invitado de honor que habían traído. Le gustara o no era el momento de empezar a solucionar cosas acumuladas, entre ellas su pasado, para centrarse en el presente y prepararse para el futuro que se le acercaba.
Al parecer tenía que pasar unas pruebas para llegar a ser Reina, y tenía la necesidad de demostrar que se le daba muy bien hacer que la gente se le inclinara.
Yarmin Prince
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- Y eso porque no lo has visto por las mañanas -mencionó él una vez Gellert colgó-. En realidad es un buen amigo, pero se preocupa demasiado. Tiene miedo de que todo se vaya a pique, pero es fiel hasta el final. Aunque bufe.
Le dio un beso en la mejilla. Ya la había abrazado, rodeado, acariciado... Le había dado pasión y deseo, amor intenso como el que nadie había recibido de sus manos, pero en ocasiones estaba bien regalar un poco de ternura. No solía hacerlo, tampoco tenía costumbre, pero no le iba a matar hacerle ver que ella era más importante que todo aquello. Era una útil herramienta para sus fines, sí, pero de pronto esos objetivos no tenían sentido sin ella. Y le daba miedo que algo pudiera sucederle por culpa de no estar adecuadamente preparados.
Le habría explicado cuánto hacía que Gellert y él se conocían, desde cuándo eran amigos y todas las cosas que, desde niños, los habían encaminado a todo lo que habían construido. En cierto modo le habría gustado, pero todos sus recuerdos antes de entrar en la agencia eran turbios, como si los contemplase a través de una cascada. De hecho, el primer recuerdo que tenía era aquella frase de Fudge... Cómo la había odiado durante tanto tiempo, cómo había querido arrancarle la garganta cada vez que lo veía por aquello. "Dios no te perdonará, pero yo sí", le había dicho, y con la misma sorna él se la había devuelto antes de violar su mente; antes de ganar su ascenso a base de enterrar la brillante carrera de aquel hijo de puta en el más profundo de los pantanos. Le había aplastado la cabeza, jugado con él... Había preparado todo para que, segundos antes de su muerte, recordase que todos sus crímenes, toda la revuelta de Arabasta, toda la fama que había perdido, su buen nombre convertido en el de un traidor y toda la ignominia por la que le había hecho pasar no significaban nada. Podría haber contratado a alguien en su lugar; podría simplemente haberlo matado. Pero Fudge sabía, en sus últimos instantes de vida, que sería recordado como una rata traicionera, como un traidor al Gobierno, como un violador... No quería compartir aquella furia con Zaina, pero había sido el motor de sus ambiciones mucho tiempo y, aunque más fría y concienzuda, la ira seguía guiándolo. La rabia y el rencor iban a tumbar el Gobierno Mundial.
- Voy a necesitar parar un momento en la fortaleza -le dijo sin dejar de caminar-. Tengo que avisar del nuevo protocolo; y deberíamos prepararnos para todo lo que vendrá.
El bosquecillo ya quedaba atrás, aunque aún faltaba un trecho hasta plantarse allí. El camino era mucho más cómodo, empedrado entre parches de hierba y arbustos florales perfectamente cuidados. Los faroles, eléctricos, daban una luz blanca algo tenue, pero suficiente para ver con facilidad por dónde se caminaba; no obstante cuanto menos perturbase a los animales aquello mejor. Además, por otro lado, y dado que todos los crímenes en Oasis estaban penados con la muerte sumada a su vigilancia constante, no necesitaban más de lo que allí había; si alguien quería leer en un parque que lo hiciese de día. Si quería tener sexo, no obstante, con alejarse un poco de la luz era sencillo encontrar un hueco. No sería la primera vez que veía a dos personas intimando en medio de los rosales.
- Parece que Gellert me ha fastidiado la sorpresa -comentó, finalmente, cuando atravesaban el muro que separaba el jardín exterior del jardín de cristal-. Desde hoy seremos socios, cariño. Espero que te guste.
Le dio un beso en la mejilla. Ya la había abrazado, rodeado, acariciado... Le había dado pasión y deseo, amor intenso como el que nadie había recibido de sus manos, pero en ocasiones estaba bien regalar un poco de ternura. No solía hacerlo, tampoco tenía costumbre, pero no le iba a matar hacerle ver que ella era más importante que todo aquello. Era una útil herramienta para sus fines, sí, pero de pronto esos objetivos no tenían sentido sin ella. Y le daba miedo que algo pudiera sucederle por culpa de no estar adecuadamente preparados.
Le habría explicado cuánto hacía que Gellert y él se conocían, desde cuándo eran amigos y todas las cosas que, desde niños, los habían encaminado a todo lo que habían construido. En cierto modo le habría gustado, pero todos sus recuerdos antes de entrar en la agencia eran turbios, como si los contemplase a través de una cascada. De hecho, el primer recuerdo que tenía era aquella frase de Fudge... Cómo la había odiado durante tanto tiempo, cómo había querido arrancarle la garganta cada vez que lo veía por aquello. "Dios no te perdonará, pero yo sí", le había dicho, y con la misma sorna él se la había devuelto antes de violar su mente; antes de ganar su ascenso a base de enterrar la brillante carrera de aquel hijo de puta en el más profundo de los pantanos. Le había aplastado la cabeza, jugado con él... Había preparado todo para que, segundos antes de su muerte, recordase que todos sus crímenes, toda la revuelta de Arabasta, toda la fama que había perdido, su buen nombre convertido en el de un traidor y toda la ignominia por la que le había hecho pasar no significaban nada. Podría haber contratado a alguien en su lugar; podría simplemente haberlo matado. Pero Fudge sabía, en sus últimos instantes de vida, que sería recordado como una rata traicionera, como un traidor al Gobierno, como un violador... No quería compartir aquella furia con Zaina, pero había sido el motor de sus ambiciones mucho tiempo y, aunque más fría y concienzuda, la ira seguía guiándolo. La rabia y el rencor iban a tumbar el Gobierno Mundial.
- Voy a necesitar parar un momento en la fortaleza -le dijo sin dejar de caminar-. Tengo que avisar del nuevo protocolo; y deberíamos prepararnos para todo lo que vendrá.
El bosquecillo ya quedaba atrás, aunque aún faltaba un trecho hasta plantarse allí. El camino era mucho más cómodo, empedrado entre parches de hierba y arbustos florales perfectamente cuidados. Los faroles, eléctricos, daban una luz blanca algo tenue, pero suficiente para ver con facilidad por dónde se caminaba; no obstante cuanto menos perturbase a los animales aquello mejor. Además, por otro lado, y dado que todos los crímenes en Oasis estaban penados con la muerte sumada a su vigilancia constante, no necesitaban más de lo que allí había; si alguien quería leer en un parque que lo hiciese de día. Si quería tener sexo, no obstante, con alejarse un poco de la luz era sencillo encontrar un hueco. No sería la primera vez que veía a dos personas intimando en medio de los rosales.
- Parece que Gellert me ha fastidiado la sorpresa -comentó, finalmente, cuando atravesaban el muro que separaba el jardín exterior del jardín de cristal-. Desde hoy seremos socios, cariño. Espero que te guste.
Zaina Nitocris
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-Algo me dice que tendré que traerle un café todas las mañanas para que no me gruña.- La idea se afianzó en su cabeza, pensando en el hombre con el ceño fruncido. Nada duraba fruncido el tiempo suficiente como para no derretirse ante uno de sus mágicos cafés- Si confías en él, yo también, sé que tienes buen gusto eligiendo a la gente.- Le guiñó un ojo con cierta complicidad, sabía bien a que se refería con aquello.
Aceptó el beso en la mejilla, los pequeños detalles, los gestos cariñosos, la forma de expresarle su amor de una manera tan única como la que él tenía. Yarmin era esa clase de persona que escondía cientos de cosas a la gente pero siempre encontraba una manera de demostrarle a ella, pero solamente a ella. Adoraba todo aquello de él y por eso lo quería tanto, por eso escuchaba su historia con genuino interés, esperando entender algo más de su historia, de su vida.
Quería saber quién le había hecho tanto daño como para que tuviera esa insana necesidad de protegerse de todo el mundo, de cubrirse, de resguardarse. Un temor interno que intentaba tapar con capas y capas de fortaleza, espolvoreándolo todo con una sonrisa eterna en los labios.
Su historia fue como todo él, una montaña rusa donde nadie sabe exactamente cuando el siguiente giro va a causar que acabes vomitando. Nada tranquilo, un constante camino en el que esperas el momento justo para que la siguiente curva te haga doblarte de nuevo, esperar el golpe, una y otra vez mientras todos te gritan que va a llegar y no sabes que esperar. Una vida entera donde la calma solo era un falso estado que no traía nada bueno, donde solo era una mentira y ella entendió la razón de que confiar en la gente fuera tan difícil para él.
Se encontró perdida en sus ojos, en sus palabras, en el tono con el que contaba aquella historia, su historia, de aquellos chicos que eran amigos, de aquella gente que les había moldeado y destrozado, de cómo habían escalado hasta la cima. Entendió lo que ese hombre significó para Yarmin, y quiso pensar que todos acababan pagando aquella clase de cosas y que su pareja simplemente había ejecutado lo que debía ser ejecutado. Como el karma quizás, pero en una versión mucho más original y sangrienta, cortesía de un ser quizás mucho más oscuro y menos magnánimo.
-La vida avanza, no para, independientemente de que nosotros necesitemos un descanso o parar para seguir.-Sonríe de forma leve, antes de mirarle de nuevo.- Has tenido una vida movida, de eso no hay duda, pero nunca has parado a descansar…-Se quedó pensando un momento, mientras caminaban.- Quizás yo soy tu descanso.- Se encoge de hombros de forma divertida, mientras sigue caminando pese a sus palabras.
Cruzaron el jardín, mientras sus pisadas comenzaban a volverse algo más lentas, como si quisieran apretar un poco más aquel momento a solas, suyo, eterno, pero los negocios no descansan y su pareja tampoco.- Oh me encanta, no negaré que las condiciones son demasiado favorables como para rechazar un trato así.- Admite con esa sonrisa pícara, mostrando sus colmillos.
Bueno, hacía tiempo que tenía algo mejor entre manos, pero ambos lo sabían.
Aceptó el beso en la mejilla, los pequeños detalles, los gestos cariñosos, la forma de expresarle su amor de una manera tan única como la que él tenía. Yarmin era esa clase de persona que escondía cientos de cosas a la gente pero siempre encontraba una manera de demostrarle a ella, pero solamente a ella. Adoraba todo aquello de él y por eso lo quería tanto, por eso escuchaba su historia con genuino interés, esperando entender algo más de su historia, de su vida.
Quería saber quién le había hecho tanto daño como para que tuviera esa insana necesidad de protegerse de todo el mundo, de cubrirse, de resguardarse. Un temor interno que intentaba tapar con capas y capas de fortaleza, espolvoreándolo todo con una sonrisa eterna en los labios.
Su historia fue como todo él, una montaña rusa donde nadie sabe exactamente cuando el siguiente giro va a causar que acabes vomitando. Nada tranquilo, un constante camino en el que esperas el momento justo para que la siguiente curva te haga doblarte de nuevo, esperar el golpe, una y otra vez mientras todos te gritan que va a llegar y no sabes que esperar. Una vida entera donde la calma solo era un falso estado que no traía nada bueno, donde solo era una mentira y ella entendió la razón de que confiar en la gente fuera tan difícil para él.
Se encontró perdida en sus ojos, en sus palabras, en el tono con el que contaba aquella historia, su historia, de aquellos chicos que eran amigos, de aquella gente que les había moldeado y destrozado, de cómo habían escalado hasta la cima. Entendió lo que ese hombre significó para Yarmin, y quiso pensar que todos acababan pagando aquella clase de cosas y que su pareja simplemente había ejecutado lo que debía ser ejecutado. Como el karma quizás, pero en una versión mucho más original y sangrienta, cortesía de un ser quizás mucho más oscuro y menos magnánimo.
-La vida avanza, no para, independientemente de que nosotros necesitemos un descanso o parar para seguir.-Sonríe de forma leve, antes de mirarle de nuevo.- Has tenido una vida movida, de eso no hay duda, pero nunca has parado a descansar…-Se quedó pensando un momento, mientras caminaban.- Quizás yo soy tu descanso.- Se encoge de hombros de forma divertida, mientras sigue caminando pese a sus palabras.
Cruzaron el jardín, mientras sus pisadas comenzaban a volverse algo más lentas, como si quisieran apretar un poco más aquel momento a solas, suyo, eterno, pero los negocios no descansan y su pareja tampoco.- Oh me encanta, no negaré que las condiciones son demasiado favorables como para rechazar un trato así.- Admite con esa sonrisa pícara, mostrando sus colmillos.
Bueno, hacía tiempo que tenía algo mejor entre manos, pero ambos lo sabían.
Yarmin Prince
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Había una cosa que siempre había tenido muy clara: Mezclar trabajo y relaciones era un error. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Desaprovechar que una persona tan afín a él buscase las mismas cosas que él? Con Zaina todo era muy distinto, y su objetivo no era tan estricto a largo plazo como para no hacer hueco al amor. Si hubiese tenido que ocultárselo, si ella no hubiese estado tan dispuesta a darle lo que él pedía... Tal vez las cosas hubiesen sido muy distintas, pero ella era distinta a todas esas cosas. Ella era Zaina, y nadie más; simplemente ella, única e inimitable, la única. Su dueña y esclava.
Atrajo con algo más de fuerza a la mujer contra él, evitando -o tratando de hacerlo; Zaina era sensiblemente más fuerte que él- que se pusiese a jugar con los animales. En unas horas llegarían los suyos, y aquello sí que iba a ser un descontrol. Mezclar animales totalmente dóciles -o casi- con esas bestias caprichosas y temibles era hasta peligroso. Incluso asumiendo que Jade se comportase bien, ella sola pesaba más, probablemente, que toda la manada de gatos que él había criado. Aunque, en presencia de Zaina, Jade solía portarse casi bien. Casi.
Atravesó la puerta de la fortaleza con paso decidido y se acercó a una mesa. En ella estaba sentada Ángela, una mujer de aspecto latino bastante gorda, excesivamente maquillada y con una voz extraordinariamente irritante. Sin embargo, era la más eficiente de sus empleadas, algo por lo que Yarmin la apreciaba por encima de todos sus defectos. Al menos, mientras no empezasen a representar un problema.
- Buenos días señor Markov -saludó, haciéndole un gesto con el dedo mientras anotaba cosas con la otra mano. Estaba hablando con un tercero, pero lo despachó deprisa y le prestó total atención, con una sonrisa sincera-. ¿Qué puedo hacer por usted?
Yarmin se sentó sobre la esquina de la mesa, apoyando la mano en el borde mientras se echaba un poco hacia atrás. Le gustaba ser cercano con aquella gente, era como pastorear ovejas mientras esperaba pacientemente a que diesen lana o a que, por contra, alguien pagase bien su carne. Aunque, Yarmin era consciente, Ángela pensaba que él coqueteaba con ella, pero dado que su eficiencia aumentaba bajo esa creencia, él no iba a sacarla de su error.
- Verás, corazón, necesito que me hagas un favorcito. -Puso cara de niño bueno, mirándola a los ojos con cierta ternura-. El Rey quiere iniciar el protocolo C07 en Yellow Spice. Necesitamos enviar efectivos allí, y si pudiésemos saltarnos toda la burocracia...
Ángela le guiñó un ojo y se puso manos a la obra sin objetar nada. Simplemente empezó a anotar datos y a imitar firmas una a una con una presteza inigualable. Yarmin por su parte se despidió, volviendo al ascensor, pero aquella vez con la intención de bajar. Era hora de que se encontrasen con el pobre de Samir y le explicasen una a una cada letra del abecedario.
Samir había cometido un grave error al hacerle daño a Zaina. Mucho más grave había sido volver a verla, pero podía llamar totalmente estúpida a la idea de acercarse e intentar reclamarla de nuevo. Yarmin sabía de estupideces, y aunque podía tolerar un poco incluso en sus hombres cuando llegaban a un punto determinado le irritaban. Tampoco le hacía gracia, ni podía consentir, que alguien pensase que podía hacerle daño a Zaina y salir impune. Eso por no hablar de que, si a ella tanto le afectaba la situación, él iba a asegurarse de que nunca más sufriese por él. Nunca.
Atrajo con algo más de fuerza a la mujer contra él, evitando -o tratando de hacerlo; Zaina era sensiblemente más fuerte que él- que se pusiese a jugar con los animales. En unas horas llegarían los suyos, y aquello sí que iba a ser un descontrol. Mezclar animales totalmente dóciles -o casi- con esas bestias caprichosas y temibles era hasta peligroso. Incluso asumiendo que Jade se comportase bien, ella sola pesaba más, probablemente, que toda la manada de gatos que él había criado. Aunque, en presencia de Zaina, Jade solía portarse casi bien. Casi.
Atravesó la puerta de la fortaleza con paso decidido y se acercó a una mesa. En ella estaba sentada Ángela, una mujer de aspecto latino bastante gorda, excesivamente maquillada y con una voz extraordinariamente irritante. Sin embargo, era la más eficiente de sus empleadas, algo por lo que Yarmin la apreciaba por encima de todos sus defectos. Al menos, mientras no empezasen a representar un problema.
- Buenos días señor Markov -saludó, haciéndole un gesto con el dedo mientras anotaba cosas con la otra mano. Estaba hablando con un tercero, pero lo despachó deprisa y le prestó total atención, con una sonrisa sincera-. ¿Qué puedo hacer por usted?
Yarmin se sentó sobre la esquina de la mesa, apoyando la mano en el borde mientras se echaba un poco hacia atrás. Le gustaba ser cercano con aquella gente, era como pastorear ovejas mientras esperaba pacientemente a que diesen lana o a que, por contra, alguien pagase bien su carne. Aunque, Yarmin era consciente, Ángela pensaba que él coqueteaba con ella, pero dado que su eficiencia aumentaba bajo esa creencia, él no iba a sacarla de su error.
- Verás, corazón, necesito que me hagas un favorcito. -Puso cara de niño bueno, mirándola a los ojos con cierta ternura-. El Rey quiere iniciar el protocolo C07 en Yellow Spice. Necesitamos enviar efectivos allí, y si pudiésemos saltarnos toda la burocracia...
Ángela le guiñó un ojo y se puso manos a la obra sin objetar nada. Simplemente empezó a anotar datos y a imitar firmas una a una con una presteza inigualable. Yarmin por su parte se despidió, volviendo al ascensor, pero aquella vez con la intención de bajar. Era hora de que se encontrasen con el pobre de Samir y le explicasen una a una cada letra del abecedario.
Samir había cometido un grave error al hacerle daño a Zaina. Mucho más grave había sido volver a verla, pero podía llamar totalmente estúpida a la idea de acercarse e intentar reclamarla de nuevo. Yarmin sabía de estupideces, y aunque podía tolerar un poco incluso en sus hombres cuando llegaban a un punto determinado le irritaban. Tampoco le hacía gracia, ni podía consentir, que alguien pensase que podía hacerle daño a Zaina y salir impune. Eso por no hablar de que, si a ella tanto le afectaba la situación, él iba a asegurarse de que nunca más sufriese por él. Nunca.
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Zaina se dio cuenta de las intenciones de Yarmin, el intento de mantenerla pegada a él, de que no se escapara a darle mimos a los felinos que parecían mirarla con ojos soñadores. Nuestra dama alza una ceja mientras sus ojos de esmeralda se clavan en los suyos, siendo totalmente consciente de que podría haberse librazo apenas haciendo un gesto sencillo, pero dejándolo pasar. Ahora mismo en los únicos gatos que podía pensar era en los suyos y en cómo reaccionarían a toda aquella manada.
Seguro todo iría genial, Mustafá se llevaba bien con todos y Rouge acababa alimentando los instintos familiares de los demás felinos, Jade aunque algo refunfuñona siempre encontraba algún que otro amigo por ahí. Nuestra dama sin embargo no pensaba que su pareja pudiera pensar de otra manera sobre sus perfectamente domesticados felinos.
Hay momentos en la vida en los que tienes que tomar aire, respirar, recordar que eres una persona cuerda y no despellejar a nadie con tus uñas desnudas. Descubrimos que ese es uno de los que andas presenciando, y que mientras se apoya en la pared con los brazos cruzados no puede evitar pensar en estrangular a Yarmin. Definitivamente odia verlo coquetear de manera tan natural con todo lo que se le cruza por delante. Chasquea la lengua y como todo gato enfadado, decide darle la espalda como símbolo de total y absoluta indignación.
El corazón llegó sin embargo a sus oídos y Zaina supo que de tener cola, hubiera dado un azote contra la pared tras escucharlo, pues sus brazos eran incapaces de cruzarse más. Como buena noble caprichosa y sublimemente egoísta odiaba que hiciera aquello y ella pudiera verlo, pero era Yarmin y hacía las cosas por una razón. La misma por la que justo antes de entrar al radio de la mujer había dejado de mostrarse cariñoso con ella.
Entraron al ascensor, nuestra dama alza una ceja de la forma más despectiva que puede y sus orbes de esmeralda fulminan los suyos de oro.- Pasa, corazón, no vaya a ser que nos vean demasiado acaramelados.- Rueda los ojos con algo de burla, antes de entrar al ascensor y suspirar profundamente, sabiendo de sobra a donde se dirigen ahora y que va a pasar con todo aquello. Detiene todos y cada uno de sus demonios cerrando los ojos durante un instante, invocando toda la fuerza que es capaz de tener, de traer y de comprender, esperando que sea suficiente.
El momento de matar a todos y cada uno de los demonios que la atan a Arabasta ha comenzado y es demasiado tarde como para dudar o tener miedo. Ella lo ha empezado, lo ha comenzado con sangre en las manos y vidas muertas y sabe de sobra que no hay otra manera de finalizar todo aquello. Quizás de formas más creativas, más salvajes, mejores o peores, fueran como fueran era totalmente consciente del cambio que suponía todo aquello.
Una parte de Zaina iba a morir aquella noche, y una de las grandes metas de Yasei se cumpliría de igual manera.
Seguro todo iría genial, Mustafá se llevaba bien con todos y Rouge acababa alimentando los instintos familiares de los demás felinos, Jade aunque algo refunfuñona siempre encontraba algún que otro amigo por ahí. Nuestra dama sin embargo no pensaba que su pareja pudiera pensar de otra manera sobre sus perfectamente domesticados felinos.
Hay momentos en la vida en los que tienes que tomar aire, respirar, recordar que eres una persona cuerda y no despellejar a nadie con tus uñas desnudas. Descubrimos que ese es uno de los que andas presenciando, y que mientras se apoya en la pared con los brazos cruzados no puede evitar pensar en estrangular a Yarmin. Definitivamente odia verlo coquetear de manera tan natural con todo lo que se le cruza por delante. Chasquea la lengua y como todo gato enfadado, decide darle la espalda como símbolo de total y absoluta indignación.
El corazón llegó sin embargo a sus oídos y Zaina supo que de tener cola, hubiera dado un azote contra la pared tras escucharlo, pues sus brazos eran incapaces de cruzarse más. Como buena noble caprichosa y sublimemente egoísta odiaba que hiciera aquello y ella pudiera verlo, pero era Yarmin y hacía las cosas por una razón. La misma por la que justo antes de entrar al radio de la mujer había dejado de mostrarse cariñoso con ella.
Entraron al ascensor, nuestra dama alza una ceja de la forma más despectiva que puede y sus orbes de esmeralda fulminan los suyos de oro.- Pasa, corazón, no vaya a ser que nos vean demasiado acaramelados.- Rueda los ojos con algo de burla, antes de entrar al ascensor y suspirar profundamente, sabiendo de sobra a donde se dirigen ahora y que va a pasar con todo aquello. Detiene todos y cada uno de sus demonios cerrando los ojos durante un instante, invocando toda la fuerza que es capaz de tener, de traer y de comprender, esperando que sea suficiente.
El momento de matar a todos y cada uno de los demonios que la atan a Arabasta ha comenzado y es demasiado tarde como para dudar o tener miedo. Ella lo ha empezado, lo ha comenzado con sangre en las manos y vidas muertas y sabe de sobra que no hay otra manera de finalizar todo aquello. Quizás de formas más creativas, más salvajes, mejores o peores, fueran como fueran era totalmente consciente del cambio que suponía todo aquello.
Una parte de Zaina iba a morir aquella noche, y una de las grandes metas de Yasei se cumpliría de igual manera.
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