Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Nombre de la misión: ¡Que empiece la revolución!
Contratante: Hipatia Stix, princesa del reino Ryugu y legítima gobernante de la Isla Gyojin.
Descripción de la misión: ¡Doscientos años han pasado desde que prometí volver con vosotros, mi pueblo! La sangre derramada de tritones y sirenas, el sacrificio de gyojins por proteger este lugar de los ataques constantes de la superficie no han sido olvidados. Sé lo que habéis sufrido en este tiempo, también de la audaz guerra en el centro de poder del mundo, Mary Geoise, y de cómo se llevó la vida de muchos de nuestros hermanos. Pero he regresado y os juro, sobre este suelo sagrado, que recuperaremos a cualquier precio. Por eso, ¡Uníos a mí y derroquemos a los usurpadores que nos han robado nuestra tierra!
Objetivo principal: Reconquistar para la princesa Stix el reino Ryugu.
Objetivos secundarios: Asesinar, sin dar oportunidad de juicio, a todos y cada uno de los miembros de la familia real.
Premios: Conocimiento único y el total agradecimiento de la princesa. También permiso para saquear uno de los cofres del Tesoro Real, con al menos cinco premios aleatorios.
Premio por objetivos secundarios: La mano de la princesa, para gobernar con ella el Nuevo Reino Ryugu.
Datos: La princesa Hipatia Stix nació en el reino Ryugu hace 234 años, hija del Rey Neptune III y con el poder de Neptuno. Hace 202 años, antes de desaparecer, prometió que algún día volvería sabiendo controlar el poder de Poseidón con el que, según las leyendas, había nacido, para llevar a la Isla Gyojin a donde nunca nadie antes la pudo llevar. Solo los Gyojins o tritones podrían tener nociones de esto.
Contratante: Hipatia Stix, princesa del reino Ryugu y legítima gobernante de la Isla Gyojin.
Descripción de la misión: ¡Doscientos años han pasado desde que prometí volver con vosotros, mi pueblo! La sangre derramada de tritones y sirenas, el sacrificio de gyojins por proteger este lugar de los ataques constantes de la superficie no han sido olvidados. Sé lo que habéis sufrido en este tiempo, también de la audaz guerra en el centro de poder del mundo, Mary Geoise, y de cómo se llevó la vida de muchos de nuestros hermanos. Pero he regresado y os juro, sobre este suelo sagrado, que recuperaremos a cualquier precio. Por eso, ¡Uníos a mí y derroquemos a los usurpadores que nos han robado nuestra tierra!
Objetivo principal: Reconquistar para la princesa Stix el reino Ryugu.
Objetivos secundarios: Asesinar, sin dar oportunidad de juicio, a todos y cada uno de los miembros de la familia real.
Premios: Conocimiento único y el total agradecimiento de la princesa. También permiso para saquear uno de los cofres del Tesoro Real, con al menos cinco premios aleatorios.
Premio por objetivos secundarios: La mano de la princesa, para gobernar con ella el Nuevo Reino Ryugu.
Datos: La princesa Hipatia Stix nació en el reino Ryugu hace 234 años, hija del Rey Neptune III y con el poder de Neptuno. Hace 202 años, antes de desaparecer, prometió que algún día volvería sabiendo controlar el poder de Poseidón con el que, según las leyendas, había nacido, para llevar a la Isla Gyojin a donde nunca nadie antes la pudo llevar. Solo los Gyojins o tritones podrían tener nociones de esto.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
“La Revolución le necesita, Oficial. ¿Está dispuesto a aceptar la misión?”
Ésas fueron las palabras que convencieron a Maki de volver al fondo del mar, una simple pregunta que solo tenía una respuesta posible. ¿Acaso podía negarle algo a su querida Armada? ¿Acaso no estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ayudar a la Causa? El Oficial Makintosh siempre había estado preparado para todas las tareas que el Bien Mayor le asignara, y si se requería su presencia en la brillante burbuja que le vio nacer, pues allí estaría.
Hacía mucho tiempo que no volvía a casa. La última vez que nadó en las aguas de la Isla Gyojin fue cuando descubrió la horrenda traición de Rudy el Rodillo, y desde entonces no había vuelto a poner una aleta allí. Lo cierto era que tampoco había tenido muchas ganas. Las vueltas al hogar siempre acababan con él, sentado a la mesa de los Makintosh, engullendo alguno de los sustanciosos platos caseros de su madre mientras alguno de sus tíos desvariaba y su primo Rufus le miraba con esa atemorizante cara de bobo. No solían ser visitas largas...
“Pero esta vez vuelvo por trabajo”, se dijo. “La Revolución me necesita”.
Según le habían dicho, solo alguien con sus excepcionales aptitudes podía ejecutar aquella tarea. Necesitaban a alguien como él, a alguien con sus talentos y su disposición. Cada vez que recordaba las palabras de su superior, su corazón se henchía de orgullo:
-Nos hace falta un pez y no tenemos más, así que te toca a ti, bicho raro -le había dicho el Oficial General-. Ha surgido una oportunidad de colocar a uno de los nuestros en una posición de poder allí abajo, y hace falta un gyojin que... bueno, con que sea un pez nos basta. Tienes que derrocar a un rey y casarte con una princesa. Es fácil. Hasta un tonto podría hacerlo. O eso espero...
Y allí estaba, de incógnito, en la entrada principal de la isla, a la espera de que los guardias le abriesen paso. Maki llevaba una de esas gafas con una nariz de plástico pegadas para ocultar su identidad, y además llevaba una peluca de rastas. Al estar en el agua, las rastas flotaban como si fuesen los tentáculos de una medusa panza arriba, pero seguía siendo un buen disfraz.
-¿Nombre? -preguntó uno de los guardas de la puerta cuando por fin fue su turno.
-Siluro Johnson -respondió Maki. No titubeó, tal era su maestría en el engaño.
-¿Qué lleva ahí?
El guardia señaló el contenedor de metal que Maki llevaba atado a la cintura y que remolcaba a nado.
-Son... esto... -”Armas de fuego que me han dado en Báltigo para armar a los rebeldes”- Cartas de niños a Dios.
-¿En serio?
-Pues claro...
-Vale, pase. Tiene suerte de que sea mi último día.
Y así, Maki volvió a casa, cargado de las esperanzas de todo un reino y con el destino del mundo -más o menos; tal vez no exactamente, pero casi- a cuestas. Había llegado hora de la revolución.
Ésas fueron las palabras que convencieron a Maki de volver al fondo del mar, una simple pregunta que solo tenía una respuesta posible. ¿Acaso podía negarle algo a su querida Armada? ¿Acaso no estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ayudar a la Causa? El Oficial Makintosh siempre había estado preparado para todas las tareas que el Bien Mayor le asignara, y si se requería su presencia en la brillante burbuja que le vio nacer, pues allí estaría.
Hacía mucho tiempo que no volvía a casa. La última vez que nadó en las aguas de la Isla Gyojin fue cuando descubrió la horrenda traición de Rudy el Rodillo, y desde entonces no había vuelto a poner una aleta allí. Lo cierto era que tampoco había tenido muchas ganas. Las vueltas al hogar siempre acababan con él, sentado a la mesa de los Makintosh, engullendo alguno de los sustanciosos platos caseros de su madre mientras alguno de sus tíos desvariaba y su primo Rufus le miraba con esa atemorizante cara de bobo. No solían ser visitas largas...
“Pero esta vez vuelvo por trabajo”, se dijo. “La Revolución me necesita”.
Según le habían dicho, solo alguien con sus excepcionales aptitudes podía ejecutar aquella tarea. Necesitaban a alguien como él, a alguien con sus talentos y su disposición. Cada vez que recordaba las palabras de su superior, su corazón se henchía de orgullo:
-Nos hace falta un pez y no tenemos más, así que te toca a ti, bicho raro -le había dicho el Oficial General-. Ha surgido una oportunidad de colocar a uno de los nuestros en una posición de poder allí abajo, y hace falta un gyojin que... bueno, con que sea un pez nos basta. Tienes que derrocar a un rey y casarte con una princesa. Es fácil. Hasta un tonto podría hacerlo. O eso espero...
Y allí estaba, de incógnito, en la entrada principal de la isla, a la espera de que los guardias le abriesen paso. Maki llevaba una de esas gafas con una nariz de plástico pegadas para ocultar su identidad, y además llevaba una peluca de rastas. Al estar en el agua, las rastas flotaban como si fuesen los tentáculos de una medusa panza arriba, pero seguía siendo un buen disfraz.
-¿Nombre? -preguntó uno de los guardas de la puerta cuando por fin fue su turno.
-Siluro Johnson -respondió Maki. No titubeó, tal era su maestría en el engaño.
-¿Qué lleva ahí?
El guardia señaló el contenedor de metal que Maki llevaba atado a la cintura y que remolcaba a nado.
-Son... esto... -”Armas de fuego que me han dado en Báltigo para armar a los rebeldes”- Cartas de niños a Dios.
-¿En serio?
-Pues claro...
-Vale, pase. Tiene suerte de que sea mi último día.
Y así, Maki volvió a casa, cargado de las esperanzas de todo un reino y con el destino del mundo -más o menos; tal vez no exactamente, pero casi- a cuestas. Había llegado hora de la revolución.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Qué demonios pintaba allí de nuevo? No, no, ¿qué cojones hacía yo en la Isla Gyojin? Es decir, la había abandonado allá hacia dos años ya, y difícilmente me podría olvidar de mi estadía durante dieciséis en el lugar. Aun así, tenía cierto sentimiento de cariño hacia ella, quizás de nostalgia, ya que no le guardaba un resentimiento real al lugar. Estaba allí por negocios y, si allí se me citaba, allí estaba. El pago era el debido, así que me importaba poco dónde tuviera que plantarme si era para conseguir unos cuantos millones de berries.
Me había montado en el barco de mis propios contratantes, unos revolucionares que estaban contratando mercenarios para una revolución en aquella isla, y yo era alguien tan válido como el resto. Me habían hecho un pasaporte bajo el nombre ''Tiburcio Tiburancio'' y ese esforzaban en llamarme ''El Tibúr'', pero seguía esforzándome en no perder mi identidad de Sif. Iba con mi traje, mis armas y todo aquello que solía acompañarme a los trabajos, así que no iba precisamente mal preparado. No me interesaban realmente los ideales de aquella gente, pero tampoco los de cualquier otra persona, así que me limitaba a venderme al mejor postor que, en este caso, eran ellos.
La parte buena de todo aquello es que, al haber vivido tanto tiempo en los distritos de aquella isla, podría orientarme de una forma decente, sin necesidad de guía y sin el miedo a perderme. ¿La parte mala? Que seguía sintiendo una ligera repulsión hacia los gyojins. Me incomodaban alrededor, sin más razón que los malos recuerdos, y estar por calles plagadas de ellos no me parecía la mejor opción. Aun así, si era por levantar Yggdrasil y poderme comprar algunos caprichitos, estaba dispuesto a ello.
Pasé la aduana gracias al pasaporte falso que me hicieron los revolucionarios, en cuya foto se veía claramente como un gyojin tiburón martillo se parecía a mí en demasiados aspectos.
— He vuelto, isla de mierda. — Dije, mientras desembarcaba y abría los brazos de par en par. Quizás llamé un poco la atención al ser un niño vestido de túnica, con aquella máscara y gestos, pero me sentía más libre que la primera vez que estuve allí y eso me hacía sentir bien.
Me había montado en el barco de mis propios contratantes, unos revolucionares que estaban contratando mercenarios para una revolución en aquella isla, y yo era alguien tan válido como el resto. Me habían hecho un pasaporte bajo el nombre ''Tiburcio Tiburancio'' y ese esforzaban en llamarme ''El Tibúr'', pero seguía esforzándome en no perder mi identidad de Sif. Iba con mi traje, mis armas y todo aquello que solía acompañarme a los trabajos, así que no iba precisamente mal preparado. No me interesaban realmente los ideales de aquella gente, pero tampoco los de cualquier otra persona, así que me limitaba a venderme al mejor postor que, en este caso, eran ellos.
La parte buena de todo aquello es que, al haber vivido tanto tiempo en los distritos de aquella isla, podría orientarme de una forma decente, sin necesidad de guía y sin el miedo a perderme. ¿La parte mala? Que seguía sintiendo una ligera repulsión hacia los gyojins. Me incomodaban alrededor, sin más razón que los malos recuerdos, y estar por calles plagadas de ellos no me parecía la mejor opción. Aun así, si era por levantar Yggdrasil y poderme comprar algunos caprichitos, estaba dispuesto a ello.
Pasé la aduana gracias al pasaporte falso que me hicieron los revolucionarios, en cuya foto se veía claramente como un gyojin tiburón martillo se parecía a mí en demasiados aspectos.
— He vuelto, isla de mierda. — Dije, mientras desembarcaba y abría los brazos de par en par. Quizás llamé un poco la atención al ser un niño vestido de túnica, con aquella máscara y gestos, pero me sentía más libre que la primera vez que estuve allí y eso me hacía sentir bien.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El sol aún no había salido cuando Roland escuchó el golpear de un puño contra su puerta.
- Señor Oppenheimer, ¿está usted ahí?
- Sí, ya voy - contestó aún confundido por haberse despertado repentinamente.
Quitó el edredón de encima y se levantó de la cama. Rápidamente se puso unos pantalones y un camiseta de botones sin abrochar y se dirigió a la puerta, la cuál abrió al instante.
- Señor, se le requiere enseguida. Una misión de última hora. El agente Pluto le espera en su despacho para darle toda la información.
- Dile a ese viejo que espere, que por cinco minutos no se va a morir - gruñó Roland. No le gustaba cuando le despertaban sin previo aviso. Había pocas cosas que le gustase -. No querrá que vaya con estas pintas.
- Se lo diré, con palabras más amables, desde luego - comentó nervioso el agente -. Desde prisa, no le haga esperar mucho rato.
Y con un ademán de Roland el agente se marchó a informar a su superior mientras Roland volvía a su habitación de Ennies Lobby para arreglarse. Se dio una ducha express, se vistió con el traje arquetipo de los agentes y tomó un vaso de leche fría de la pequeña nevera antes de salir. Recorrió los extensos pasillos del edificio, subió algunas escaleras y llegó a la puerta donde se encontraba el despacho de aquel hombre.
Atravesó la puerta sin tocar ni pedir permiso. No solo tenía cierta confianza con el agente Pluto sino que le habían prisa. No se arrepentía de sus pocos modales.
- Buenos días, señor Oppenheimer. Iré directo al grano. Recientemente ha llegado a nuestros oídos una información preocupante. Una mujer sirena de más de doscientos años está reclutando a gente para conquistar la Isla Gyojin. Queremos que te infiltres y obtengas toda la información posible. Y si crees que el gobierno puede sacar provecho de tal operación, haz lo que creas necesario.
- ¿La isla de los peces? ¿Por qué tengo que ir a una isla bajo el agua que solo huele a peces y aletas podridas?
- Por supuesto que teníamos en mente otras opciones, agentes con más talento y habilidades que usted - sonreía pícaramente. El mink odiaba aquellos comentarios aunque al señor Pluto era al único que se los dejaba pasar -. Sin embargo, ante cualquier sospecha ningún agente sería bien recibido en ese lugar, y nunca sospecharían que un mink como tú, con tu peculiar forma de ser, estaría pasando información al Gobierno Mundial.
- Maldita sea, siempre me metes en berenjenales. ¿Cuándo empiezo?
- Ahora mismo. Hemos realizado los preparativos para tu participación. Únicamente tienes que presentarte en el muelle en treinta minutos para subirte al barco que te llevará al Archipiélago Sabaondy. Cuando llegues allí, deberás unirte al resto del grupo para descender a las profundidades del mar junto a ellos - explicó lentamente para que el mink pudiera absorber toda la información -. E intenta no causar muchos problemas este vez.
Roland bufó, dio media vuelta, y se fue. Cumplió exactamente las órdenes de su jefe y navegó varios días hasta llegar al archipiélago. Una vez allí, habiendo adoptado si identidad secreta de Dnalor Remiehneppo localizo en uno de los Grooves fuera de la ley al grupo de hombres fornidos y experimentados en batalla con los que se adentraria en aquella rocambolesca misión.
- Señor Oppenheimer, ¿está usted ahí?
- Sí, ya voy - contestó aún confundido por haberse despertado repentinamente.
Quitó el edredón de encima y se levantó de la cama. Rápidamente se puso unos pantalones y un camiseta de botones sin abrochar y se dirigió a la puerta, la cuál abrió al instante.
- Señor, se le requiere enseguida. Una misión de última hora. El agente Pluto le espera en su despacho para darle toda la información.
- Dile a ese viejo que espere, que por cinco minutos no se va a morir - gruñó Roland. No le gustaba cuando le despertaban sin previo aviso. Había pocas cosas que le gustase -. No querrá que vaya con estas pintas.
- Se lo diré, con palabras más amables, desde luego - comentó nervioso el agente -. Desde prisa, no le haga esperar mucho rato.
Y con un ademán de Roland el agente se marchó a informar a su superior mientras Roland volvía a su habitación de Ennies Lobby para arreglarse. Se dio una ducha express, se vistió con el traje arquetipo de los agentes y tomó un vaso de leche fría de la pequeña nevera antes de salir. Recorrió los extensos pasillos del edificio, subió algunas escaleras y llegó a la puerta donde se encontraba el despacho de aquel hombre.
Atravesó la puerta sin tocar ni pedir permiso. No solo tenía cierta confianza con el agente Pluto sino que le habían prisa. No se arrepentía de sus pocos modales.
- Buenos días, señor Oppenheimer. Iré directo al grano. Recientemente ha llegado a nuestros oídos una información preocupante. Una mujer sirena de más de doscientos años está reclutando a gente para conquistar la Isla Gyojin. Queremos que te infiltres y obtengas toda la información posible. Y si crees que el gobierno puede sacar provecho de tal operación, haz lo que creas necesario.
- ¿La isla de los peces? ¿Por qué tengo que ir a una isla bajo el agua que solo huele a peces y aletas podridas?
- Por supuesto que teníamos en mente otras opciones, agentes con más talento y habilidades que usted - sonreía pícaramente. El mink odiaba aquellos comentarios aunque al señor Pluto era al único que se los dejaba pasar -. Sin embargo, ante cualquier sospecha ningún agente sería bien recibido en ese lugar, y nunca sospecharían que un mink como tú, con tu peculiar forma de ser, estaría pasando información al Gobierno Mundial.
- Maldita sea, siempre me metes en berenjenales. ¿Cuándo empiezo?
- Ahora mismo. Hemos realizado los preparativos para tu participación. Únicamente tienes que presentarte en el muelle en treinta minutos para subirte al barco que te llevará al Archipiélago Sabaondy. Cuando llegues allí, deberás unirte al resto del grupo para descender a las profundidades del mar junto a ellos - explicó lentamente para que el mink pudiera absorber toda la información -. E intenta no causar muchos problemas este vez.
Roland bufó, dio media vuelta, y se fue. Cumplió exactamente las órdenes de su jefe y navegó varios días hasta llegar al archipiélago. Una vez allí, habiendo adoptado si identidad secreta de Dnalor Remiehneppo localizo en uno de los Grooves fuera de la ley al grupo de hombres fornidos y experimentados en batalla con los que se adentraria en aquella rocambolesca misión.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Siluro Johnson contempló el enorme palacio que, envuelto en su propia burbuja, coronaba la Isla Gyojin. Había visto la lujosísima casa de los reyes submarinos miles de veces, pero nunca había entrado. Le resultaba muy raro saber que iba a tener que entrar allí a la fuerza para ayudar a la princesa a recuperar su trono. ¿Lo bueno? Que si alguien entendía de tronos usurpados era él, que para algo había conocido a la tristemente derrocada Derian Markov. No permitiría que una injusticia así quedase sin castigo de nuevo. Se aseguraría de que el real culo de esa señora ocupase de nuevo la silla del poder del fondo del mar.
"Muy bien, empecemos".
Durante el viaje hasta allí había preparado una chuleta, una lista de los pasos que debería seguir para cumplir con su misión. Lo primero era encontrar a la princesa. En algún sitio debía estar, ¿no? Le habían dicho que estaba buscando a gente que se uniese a su bando, por lo que seguramente estaría en algún lugar donde los guardias no la encontraran. ¿Un bar? No, ahí siempre había soldados. ¿La casa de su yaya? Era posible, pero las abuelas de las princesas vivían en palacios.
Así no había forma. Maki no era un pensador, era un hablador. Necesitaba razonar en voz alta. Así que fue al parque Río Arriba, el sitio al que sus padres le llevaban cuando era niño. Los toboganes y los columpios seguían igual que como los recordaba, aunque en vez de niños solo había drogadictos. Como no había otra cosa, decidió que se apañaría y se acercó a uno de ellos, un gyojin atún que estaba tumbado sobre un balancín, subiendo, bajando y mirando al vacío.
-Hola, amigo. ¿Dónde te esconderías tú si tuvieses que... pues que esconderte?
-¿Qué? -El hombre parecía un poco dormido-. Tío, ¿tienes algo?
-Debe ser un lugar al que se pueda llegar, pero no por casualidad. Uno del que nadie sospeche.
-Creo que veo a mi gato... -dijo el yonqui, alzando la mano hacia algo que solo él veía.
-¿Crees que puede estar en esa hamburguesería que cerraron por lo de los envenenamientos?
El atún respondió con un gemido y un hilo de baba que caía al suelo muy lentamente.
-Vale, pues descartado -Maki se tomó unos segundos para pensar-. ¿Y si ha dejado pistas por ahí? ¡Sí, eso debe ser! -Era perfecto. Así nadie que no conociese sus planes de revolución podría buscarla. Solo un héroe sería capaz de descifrar las señales y llegar hasta ella-. Gracias, amigo. La Revolución está en deuda contigo.
Dejó allí a su nuevo amigo, vomitando boca abajo sobre el acolchado que cubría el suelo del parque, y se marchó a buscar la primera pista.
"Princesa, princesa, princesa... Debe haber algo ahí. Princesa, revolución, trono, palacio...". Mientras pensaba iba deambulando por la ciudad. Cada calle allí despertaba recuerdos de su infancia y su juventud. La tienda donde su madre le mandaba a comprar mayonesa, el callejón donde le rompieron las gafas por primera vez, la óptica que le estafó vendiéndole unas gafas que no necesitaba... Y entonces lo supo. Supo exactamente dónde debía estar la princesa. No pudo evitar correr hacia allí, arrastrando ruidosamente el remolque lleno de armas por el adoquinado. ¿Cómo había estado tan ciego? Solo existía un lugar desde el que organizar una revuelta, un único escondite donde reunir al poderoso ejército de la justicia. Maki sonrió, jadeante, al llegar y contemplar el cartel brillante que colgaba sobre la puerta. El nombre del local rezumaba espíritu inconformista:
"Club de Striptease: El Alzamiento"
-Allá voy, princesa.
"Muy bien, empecemos".
Durante el viaje hasta allí había preparado una chuleta, una lista de los pasos que debería seguir para cumplir con su misión. Lo primero era encontrar a la princesa. En algún sitio debía estar, ¿no? Le habían dicho que estaba buscando a gente que se uniese a su bando, por lo que seguramente estaría en algún lugar donde los guardias no la encontraran. ¿Un bar? No, ahí siempre había soldados. ¿La casa de su yaya? Era posible, pero las abuelas de las princesas vivían en palacios.
Así no había forma. Maki no era un pensador, era un hablador. Necesitaba razonar en voz alta. Así que fue al parque Río Arriba, el sitio al que sus padres le llevaban cuando era niño. Los toboganes y los columpios seguían igual que como los recordaba, aunque en vez de niños solo había drogadictos. Como no había otra cosa, decidió que se apañaría y se acercó a uno de ellos, un gyojin atún que estaba tumbado sobre un balancín, subiendo, bajando y mirando al vacío.
-Hola, amigo. ¿Dónde te esconderías tú si tuvieses que... pues que esconderte?
-¿Qué? -El hombre parecía un poco dormido-. Tío, ¿tienes algo?
-Debe ser un lugar al que se pueda llegar, pero no por casualidad. Uno del que nadie sospeche.
-Creo que veo a mi gato... -dijo el yonqui, alzando la mano hacia algo que solo él veía.
-¿Crees que puede estar en esa hamburguesería que cerraron por lo de los envenenamientos?
El atún respondió con un gemido y un hilo de baba que caía al suelo muy lentamente.
-Vale, pues descartado -Maki se tomó unos segundos para pensar-. ¿Y si ha dejado pistas por ahí? ¡Sí, eso debe ser! -Era perfecto. Así nadie que no conociese sus planes de revolución podría buscarla. Solo un héroe sería capaz de descifrar las señales y llegar hasta ella-. Gracias, amigo. La Revolución está en deuda contigo.
Dejó allí a su nuevo amigo, vomitando boca abajo sobre el acolchado que cubría el suelo del parque, y se marchó a buscar la primera pista.
"Princesa, princesa, princesa... Debe haber algo ahí. Princesa, revolución, trono, palacio...". Mientras pensaba iba deambulando por la ciudad. Cada calle allí despertaba recuerdos de su infancia y su juventud. La tienda donde su madre le mandaba a comprar mayonesa, el callejón donde le rompieron las gafas por primera vez, la óptica que le estafó vendiéndole unas gafas que no necesitaba... Y entonces lo supo. Supo exactamente dónde debía estar la princesa. No pudo evitar correr hacia allí, arrastrando ruidosamente el remolque lleno de armas por el adoquinado. ¿Cómo había estado tan ciego? Solo existía un lugar desde el que organizar una revuelta, un único escondite donde reunir al poderoso ejército de la justicia. Maki sonrió, jadeante, al llegar y contemplar el cartel brillante que colgaba sobre la puerta. El nombre del local rezumaba espíritu inconformista:
"Club de Striptease: El Alzamiento"
-Allá voy, princesa.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se me escapó un suspiro cuando el guardia había decidido dejarme pasar. Iba enmascarado y me había pedido que me retirase la prenda para poder verificar mi identidad respecto a la acreditación que le habían mostrado y, al verme la cara, simplemente se había descojonado y me había dado paso. Había pasado la primera barrera y, por suerte, tras dos años, no parecía que nadie me estuviera reconociendo por la calle. Seguramente alguien supiera mi nombre o recordase mi cara si nos acercábamos a los barrios donde me crié, pero no estaba aquí para hacer una visita a los conocidos sino para currar.
En el barco parecían tener ya su propio destino y, aunque no me lo habían dicho directamente, quizá los gritos que daban ayudaban a enterarse de lo que planeaban hacer. Tenían que ir a buscar a la princesa para construir la base de la revolución que planeábamos hacer ya que, sin nadie a la cabeza de nuestra guerra, no tardaríamos en perderla. Necesitábamos que aquella mujer representase el levantamiento y fuese la cara bonita de aquello. Todos rinden mejor cuando una preciosa mujer los comanda, eso estaba claro y era una constante en cualquier ejército y bando.
A cada uno de los que íbamos sobre la cubierta del barco cuando atracamos nos habían asignado un objetivo al que iríamos, repartiéndonos por toda la isla para cubrir el máximo espacio posible. Todos tendríamos un DDM que conectase con la tropa que se quedaba en la bodega, que servirían a modo de central de comunicaciones entre nosotros. Con un papelito y un pequeño mapa nos marcaban nuestro destino, a cada cual más variopinto pues una revolución contra la corona no se solía formar delante de la guardia real y las tropas de la corona. Eran todo lugares algo apartados de la ley o no de lo más comunes, y el mío no era el más apropiado con la edad y cara que tenía, pero no me terminaba de importar: un club de striptease.
Tomé el mapa y lo arrugué con velocidad, tirándolo a la primera papelera que se asomó en mi camino. Sabía los caminos que debía tomar, cómo llegar y qué sitios evitar para no meterme en más problemas de los necesarios antes de hora. Esta callejuela, la otra, esquivar a un borracho con una goma atada en el brazo… Terminé alcanzando mi destino sin tardar demasiado, viendo aquel cartel tan llamativo que contenía el nombre que el dueño había decidido darle. No era el primer striptease que visitaba por razones meramente profesionales, así que tampoco le daba más importancia. Además, si aquellos hombres tenían razón y terminaba resultando que la princesa estaba aquí, seguramente fuera más una base militar que un lugar para divertirse. Me paré frente al portón del lugar, viendo cómo había también un gyojin haciendo lo mismo que yo: prepararse mentalmente. Aun así, me sorprendí mirándolo fijamente, ya que aquel en concreto me interesaba. Nunca había visto uno parecido y, a pesar de su apariencia, emitía un extraño aura que me instaba a respetarle.
En el barco parecían tener ya su propio destino y, aunque no me lo habían dicho directamente, quizá los gritos que daban ayudaban a enterarse de lo que planeaban hacer. Tenían que ir a buscar a la princesa para construir la base de la revolución que planeábamos hacer ya que, sin nadie a la cabeza de nuestra guerra, no tardaríamos en perderla. Necesitábamos que aquella mujer representase el levantamiento y fuese la cara bonita de aquello. Todos rinden mejor cuando una preciosa mujer los comanda, eso estaba claro y era una constante en cualquier ejército y bando.
A cada uno de los que íbamos sobre la cubierta del barco cuando atracamos nos habían asignado un objetivo al que iríamos, repartiéndonos por toda la isla para cubrir el máximo espacio posible. Todos tendríamos un DDM que conectase con la tropa que se quedaba en la bodega, que servirían a modo de central de comunicaciones entre nosotros. Con un papelito y un pequeño mapa nos marcaban nuestro destino, a cada cual más variopinto pues una revolución contra la corona no se solía formar delante de la guardia real y las tropas de la corona. Eran todo lugares algo apartados de la ley o no de lo más comunes, y el mío no era el más apropiado con la edad y cara que tenía, pero no me terminaba de importar: un club de striptease.
Tomé el mapa y lo arrugué con velocidad, tirándolo a la primera papelera que se asomó en mi camino. Sabía los caminos que debía tomar, cómo llegar y qué sitios evitar para no meterme en más problemas de los necesarios antes de hora. Esta callejuela, la otra, esquivar a un borracho con una goma atada en el brazo… Terminé alcanzando mi destino sin tardar demasiado, viendo aquel cartel tan llamativo que contenía el nombre que el dueño había decidido darle. No era el primer striptease que visitaba por razones meramente profesionales, así que tampoco le daba más importancia. Además, si aquellos hombres tenían razón y terminaba resultando que la princesa estaba aquí, seguramente fuera más una base militar que un lugar para divertirse. Me paré frente al portón del lugar, viendo cómo había también un gyojin haciendo lo mismo que yo: prepararse mentalmente. Aun así, me sorprendí mirándolo fijamente, ya que aquel en concreto me interesaba. Nunca había visto uno parecido y, a pesar de su apariencia, emitía un extraño aura que me instaba a respetarle.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El trayecto hacia la isla gyojin no fue extremadamente complicado, aunque el temor de ser aplastado por toneladas de agua asegurando una muerte horrible no dejaba de acechar a toda la tripulación. Por su parte Roland estaba tranquilo. No es que no tuviese miedo; si había algo que le asustase era precisamente eso, pero nunca lo admitiría. Estaba tranquilo porque no le quedaba otra que pasar por aquello, además que siempre había querido visitar la Isla Gyojin.
Al final llegaron y pudieron entrar sin ninguna complicación; parecía ser que el papeleo estaba en orden. En otra cosa no, pero el Gobierno Mundial estaba a la vanguardia de la burocracia y las identificaciones falsas. Aunque eso era solo en su caso. El resto del grupo sí que se encontraba allí para unirse a aquella mujer. Formado por gyojins y semigyojins en su mayoría, el grupo era muy variopinto, aunque además de él, no había ningún otro mink. Mejor meditó mientras se adentraba en la isla. No le apetecía encontrarse con nadie de su raza; sentía rechazo hacia ellos. Sin embargo por los hombres pez no sentía desprecio. Al menos no más que por el resto de personas.
Al final la tripulación en la que se encontraba se dividió en varios grupos. Un gyojin pez-payaso se le acercó, todo risas, y le dijo donde le tocaba buscar a él.
- A ti te toca el club de striptease "El Alzamiento" - decía mientras se descojonaba -. Ya verás cuando las chicas del local vean a alguien todo pelos.
A Roland no le hizo gracia. Ni el chiste ni tener que ir a un club de striptease. ¿Qué se suponía que encontraría allí? ¿No se suponía que debían conquistar la isla? No creía que un lugar en el que se le tirasen billetes a las sirenas para que se quitasen el sostén fuera el lugar clave de la misión. No quería ir a ese lugar, no tenía sentido. Debía ir al centro de la operación y obtener toda la información posible.
- ¿Por qué allí? ¿Que tiene de importante?
- Verás, debido al secreto de esta misión no sabemos muy bien donde está Hipatia Stix. Necesitamos dar con ella y ese es uno de los lugares posibles - decía mientras una imagen mental se formaba en su cabeza y se echaba a reír -. Venga mozo, ríete un poco, que eres muy serio - terminó con una palmada en la espalda.
Al final a Roland no le quedó otra que dirigirse a aquel local en contra de su voluntad bajo la promesa de que cualquiera que encontrase a la mujer sirena diera el aviso al resto de la tripulación para que todos se encontraran con ella. Justa al llegar al lugar se detuvo meditando. Ojalá haber venido en otras circunstancias pensó mientras adelantaba a un pez baboso con rastas y a un muchacho enmascarado y escualido para entrar enérgicamente en el lugar y encontrarse con escenas de pecado.
Al final llegaron y pudieron entrar sin ninguna complicación; parecía ser que el papeleo estaba en orden. En otra cosa no, pero el Gobierno Mundial estaba a la vanguardia de la burocracia y las identificaciones falsas. Aunque eso era solo en su caso. El resto del grupo sí que se encontraba allí para unirse a aquella mujer. Formado por gyojins y semigyojins en su mayoría, el grupo era muy variopinto, aunque además de él, no había ningún otro mink. Mejor meditó mientras se adentraba en la isla. No le apetecía encontrarse con nadie de su raza; sentía rechazo hacia ellos. Sin embargo por los hombres pez no sentía desprecio. Al menos no más que por el resto de personas.
Al final la tripulación en la que se encontraba se dividió en varios grupos. Un gyojin pez-payaso se le acercó, todo risas, y le dijo donde le tocaba buscar a él.
- A ti te toca el club de striptease "El Alzamiento" - decía mientras se descojonaba -. Ya verás cuando las chicas del local vean a alguien todo pelos.
A Roland no le hizo gracia. Ni el chiste ni tener que ir a un club de striptease. ¿Qué se suponía que encontraría allí? ¿No se suponía que debían conquistar la isla? No creía que un lugar en el que se le tirasen billetes a las sirenas para que se quitasen el sostén fuera el lugar clave de la misión. No quería ir a ese lugar, no tenía sentido. Debía ir al centro de la operación y obtener toda la información posible.
- ¿Por qué allí? ¿Que tiene de importante?
- Verás, debido al secreto de esta misión no sabemos muy bien donde está Hipatia Stix. Necesitamos dar con ella y ese es uno de los lugares posibles - decía mientras una imagen mental se formaba en su cabeza y se echaba a reír -. Venga mozo, ríete un poco, que eres muy serio - terminó con una palmada en la espalda.
Al final a Roland no le quedó otra que dirigirse a aquel local en contra de su voluntad bajo la promesa de que cualquiera que encontrase a la mujer sirena diera el aviso al resto de la tripulación para que todos se encontraran con ella. Justa al llegar al lugar se detuvo meditando. Ojalá haber venido en otras circunstancias pensó mientras adelantaba a un pez baboso con rastas y a un muchacho enmascarado y escualido para entrar enérgicamente en el lugar y encontrarse con escenas de pecado.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El cartel que parpadeaba con potentes luces rosas le daba al lugar un aire de distinción y elegancia difícil de encontrar en el resto de la isla. Era como un gran reclamo que fuese a decir "¡Estamos aquí, miradnos!", y eso solo podía querer indicar que allí dentro ocurrían cosas buenas. Como una revolución, por ejemplo.
Maki nunca había entrado. De niño, su madre insistía en que se alejase de los sitios con letras brillantes, colas en la puerta o en el que entrase gente con gorra, así que el otro lado de aquella puerta era todo un misterio para él. "No te metas en ningún sitio donde no entren señoras mayores", fue su advertencia exacta. Y cuando Rita Makintosh decía algo, había que hacerle caso. Esas palabras le trajeron problemas cuando se apuntó a un gimnasio por primera vez, ya que en el vestuario masculino nunca entraban señoras, pero tampoco lo aceptaban en el otro. Fue bastante vergonzoso cuando lo echaron y le prohibieron el acceso. Pero esta vez, eso no ocurriría.
Entró al local justo después de un bicho peludo con cara de mala leche. No sabía qué clase de gyojin sería aquél, pero le hacían gracia sus orejas. Le recordaban a las de uno de los gatos que los Centellas habían adoptado y que luego habían terminado haciéndose con la segunda planta del cuartel. No dejó de mirarlas hasta que estuvo dentro de El Alzamiento.
Aquel sitio no era cómo se esperaba. Había poca luz allí, y casi toda estaba concentrada en unos escenarios conectados al techo por barras metálicas. Haces de colores iban de acá para allá movidos por los focos del techo, y un extraño humo que sabía a fruta llenaba el ambiente. La música estaba puesta tan fuerte que cada vez que Maki pasaba cerca de uno de los Den Den Mushi altavoces le temblaban las carnes. Había bastante gente dentro, aunque no estaba lleno. La mayoría se agrupaba alrededor de los escenarios para ver bailar a unas chicas recubiertas de purpurina. En uno de ellos, una gyojin pez linterna se contoneaba entre brillos azulados mientras le echaban billetes; en otro, una chica rape se dedicaba a lanzar pelotas de ping pong y encestarlas en los vasos de los espectadores. Parecía divertido. Maki estuvo tentado de pedir una copa y jugar con ellos, pero tenía que ser profesional. Solo se acercó a la barra para hablar con el camarero.
-Estoy buscando a la princesa -dijo.
-¿Qué?
-Que estoy buscando...
-¡Más alto!
-¡Que estoy buscando a la princesa! -chilló Maki.
El camarero le dedicó una sonrisita que Maki no entendió y le indicó un reservado al fondo del local. Tras la cortina roja le aguardaba por fin la legítima gobernante de la isla, la futura reina de los hijos del mar, la salvadora de los océanos. Qué bien le vendría a la Revolución tenerla de su lado. Apartó la cortina y allí vio, fumando de un cacharro de lo más raro, a una vieja sirena con más arrugas que dientes. La señora le sonrió.
-¿Quieres un bailecito, chato?
-Esto... ¿princesa?
-Puedes llamarme como quieras -dijo la anciana, relamiéndose y recolocándose el ajustado top que llevaba-. Verás qué meneo te doy, nene.
Maki se puso nervioso y miró alrededor. No sabía qué ocurría ni quién era esa señora, pero no era su princesa. Definitivamente, había hecho algo mal.
Maki nunca había entrado. De niño, su madre insistía en que se alejase de los sitios con letras brillantes, colas en la puerta o en el que entrase gente con gorra, así que el otro lado de aquella puerta era todo un misterio para él. "No te metas en ningún sitio donde no entren señoras mayores", fue su advertencia exacta. Y cuando Rita Makintosh decía algo, había que hacerle caso. Esas palabras le trajeron problemas cuando se apuntó a un gimnasio por primera vez, ya que en el vestuario masculino nunca entraban señoras, pero tampoco lo aceptaban en el otro. Fue bastante vergonzoso cuando lo echaron y le prohibieron el acceso. Pero esta vez, eso no ocurriría.
Entró al local justo después de un bicho peludo con cara de mala leche. No sabía qué clase de gyojin sería aquél, pero le hacían gracia sus orejas. Le recordaban a las de uno de los gatos que los Centellas habían adoptado y que luego habían terminado haciéndose con la segunda planta del cuartel. No dejó de mirarlas hasta que estuvo dentro de El Alzamiento.
Aquel sitio no era cómo se esperaba. Había poca luz allí, y casi toda estaba concentrada en unos escenarios conectados al techo por barras metálicas. Haces de colores iban de acá para allá movidos por los focos del techo, y un extraño humo que sabía a fruta llenaba el ambiente. La música estaba puesta tan fuerte que cada vez que Maki pasaba cerca de uno de los Den Den Mushi altavoces le temblaban las carnes. Había bastante gente dentro, aunque no estaba lleno. La mayoría se agrupaba alrededor de los escenarios para ver bailar a unas chicas recubiertas de purpurina. En uno de ellos, una gyojin pez linterna se contoneaba entre brillos azulados mientras le echaban billetes; en otro, una chica rape se dedicaba a lanzar pelotas de ping pong y encestarlas en los vasos de los espectadores. Parecía divertido. Maki estuvo tentado de pedir una copa y jugar con ellos, pero tenía que ser profesional. Solo se acercó a la barra para hablar con el camarero.
-Estoy buscando a la princesa -dijo.
-¿Qué?
-Que estoy buscando...
-¡Más alto!
-¡Que estoy buscando a la princesa! -chilló Maki.
El camarero le dedicó una sonrisita que Maki no entendió y le indicó un reservado al fondo del local. Tras la cortina roja le aguardaba por fin la legítima gobernante de la isla, la futura reina de los hijos del mar, la salvadora de los océanos. Qué bien le vendría a la Revolución tenerla de su lado. Apartó la cortina y allí vio, fumando de un cacharro de lo más raro, a una vieja sirena con más arrugas que dientes. La señora le sonrió.
-¿Quieres un bailecito, chato?
-Esto... ¿princesa?
-Puedes llamarme como quieras -dijo la anciana, relamiéndose y recolocándose el ajustado top que llevaba-. Verás qué meneo te doy, nene.
Maki se puso nervioso y miró alrededor. No sabía qué ocurría ni quién era esa señora, pero no era su princesa. Definitivamente, había hecho algo mal.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Un mink pareció colarse frente a nosotros en aquel lugar y, en el instante en el que entornó la puerta para hacerse un lugar para entrar, un par de luces de neón asomaron y escuché música a todo trapo. Parecía una especie de música electrónica que más que animarme me instaba a entrar en algún tipo extraño de trance que, sumado al gentío que gritaba, chiflaba y gemía, constituían una orquesta perturbadora y hasta algo desagradable.
En cuanto vi que aquel gyojin comenzaba a recorrer el camino que le quedaba hasta la puerta y la abrió, lo seguí guardando las distancias de seguridad. No quería que se diese la vuelta y me mirase de forma extraña, ya había aprendido que debía respetar el espacio vital de cada uno si no quería denuncias innecesarias ni peleas de camino. Pasó al interior y un par de segundos después entré yo, viendo ante mí aquella maravilla de escena: bailes bastante bien preparados, muchos borrachos y un juego de luces puesto a mala leche. Era de agradecer que yo ya estuviera preparado para aguantar aquel tipo de intensidad —ya que yo era el primero que generaba fotones—, pero en cualquier otro caso me hubiera quedado ciego a los pocos segundos. Me fijé en el pez moco al que había seguido y, ni corto ni perezoso, pareció tener claro el destino y el objetivo que tenía: se acercó a la barra y pidió pasar a las habitaciones de atrás. ¿Tendría algún tipo de reunión? Me encogí de hombros, quitándole importancia al asunto. Era obvio que me interesaba la vida de un ser como aquel, y quizás en algún momento le podía pedir que me enseñase a hacerme rastas, pero mi trabajo en aquellos instantes era uno muy distinto.
¿Dónde debía buscar…? Un brazo cruzaba el torso mientras el otro apoyaba el codo en la mano contraria, frotándome la barbilla mientras meditaba. Bueno, lo que hubiera sido la barbilla de no llevar aquel disfraz, eso era obvio. No era el gesto más normal, ni tampoco parecía ser uno más del grupo —quizás por el metro cincuenta y nueve de altura o por llevar aquella ropa—, pero no me importaba. No era consciente de que no estaba pasando desapercibido, así que me limitaba a actuar normal, hasta que noté cómo algo tiraba de mi ropa. Más concretamente de la parte del cuello, acercando mi cara y poniéndome de puntillas hacia lo que parecía ser el rostro de una poco agraciada pez piedra. Me lamió la cara de una forma un tanto extraña y, sin dejarme respirar, empujó mi cabeza desde la nuca hacia sus senos, apretándolos y moviéndolos contra mí repetidamente. Desencadenó una serie de vítores y aplausos, calentando el ambiente de aquel club de striptease más si era posible. Algo se clavó en mi cuello de forma leve y, en cuanto pude apartarme del agarre, vi una serie de púas que salían desde los costados de la señorita. Me toqué lo que podía ser una herida, notando un pequeño punto del que emanaban unas poquitas gotas de sangre. ¿Aquel animal era venenoso…? Creo recordar que s---
Me mareé y perdí el equilibro, sujetándome contra el escenario de aquella que me había envenenado. Ella, consciente de lo que había pasado —supuse que por su gesto, era sin querer—, hizo un gesto hacia el encargado y, segundos después, mi vista quedó borrosa. Luego, los párpados se cerraron y yo perdí las fuerzas, quedando inconsciente.
Desperté en lo que parecía ser una de las habitaciones del propio club, a juzgar por aquella decoración que olía a puterío. Y por las manchas blancas en las sába--- Iugh. Me levanté lo más rápido que pude y, en cuanto di el primer paso, el cuerpo me falló y me traté de sujetar en un mueble. Vino corriendo una sirena preciosa, que me sujetó y se presentó ante mí:
— Eres de la Revolución, ¿verdad? — Me miró de arriba abajo y, en ese preciso instante, me percaté de que me habían quitado el traje y mi rostro estaba a la vista de la muchacha. Asentí tímidamente. — Me parecía extraño que un niño se colase en el club de estas formas, y más con esa ropa que llevas… — Señaló hacia una de las cómodas, donde reposaba el traje de Sif. — Soy Hipatia Stix, encantada. — Me tendió la mano de una forma absurdamente adorable y yo le respondí de la misma forma.
En cuanto vi que aquel gyojin comenzaba a recorrer el camino que le quedaba hasta la puerta y la abrió, lo seguí guardando las distancias de seguridad. No quería que se diese la vuelta y me mirase de forma extraña, ya había aprendido que debía respetar el espacio vital de cada uno si no quería denuncias innecesarias ni peleas de camino. Pasó al interior y un par de segundos después entré yo, viendo ante mí aquella maravilla de escena: bailes bastante bien preparados, muchos borrachos y un juego de luces puesto a mala leche. Era de agradecer que yo ya estuviera preparado para aguantar aquel tipo de intensidad —ya que yo era el primero que generaba fotones—, pero en cualquier otro caso me hubiera quedado ciego a los pocos segundos. Me fijé en el pez moco al que había seguido y, ni corto ni perezoso, pareció tener claro el destino y el objetivo que tenía: se acercó a la barra y pidió pasar a las habitaciones de atrás. ¿Tendría algún tipo de reunión? Me encogí de hombros, quitándole importancia al asunto. Era obvio que me interesaba la vida de un ser como aquel, y quizás en algún momento le podía pedir que me enseñase a hacerme rastas, pero mi trabajo en aquellos instantes era uno muy distinto.
¿Dónde debía buscar…? Un brazo cruzaba el torso mientras el otro apoyaba el codo en la mano contraria, frotándome la barbilla mientras meditaba. Bueno, lo que hubiera sido la barbilla de no llevar aquel disfraz, eso era obvio. No era el gesto más normal, ni tampoco parecía ser uno más del grupo —quizás por el metro cincuenta y nueve de altura o por llevar aquella ropa—, pero no me importaba. No era consciente de que no estaba pasando desapercibido, así que me limitaba a actuar normal, hasta que noté cómo algo tiraba de mi ropa. Más concretamente de la parte del cuello, acercando mi cara y poniéndome de puntillas hacia lo que parecía ser el rostro de una poco agraciada pez piedra. Me lamió la cara de una forma un tanto extraña y, sin dejarme respirar, empujó mi cabeza desde la nuca hacia sus senos, apretándolos y moviéndolos contra mí repetidamente. Desencadenó una serie de vítores y aplausos, calentando el ambiente de aquel club de striptease más si era posible. Algo se clavó en mi cuello de forma leve y, en cuanto pude apartarme del agarre, vi una serie de púas que salían desde los costados de la señorita. Me toqué lo que podía ser una herida, notando un pequeño punto del que emanaban unas poquitas gotas de sangre. ¿Aquel animal era venenoso…? Creo recordar que s---
Me mareé y perdí el equilibro, sujetándome contra el escenario de aquella que me había envenenado. Ella, consciente de lo que había pasado —supuse que por su gesto, era sin querer—, hizo un gesto hacia el encargado y, segundos después, mi vista quedó borrosa. Luego, los párpados se cerraron y yo perdí las fuerzas, quedando inconsciente.
Desperté en lo que parecía ser una de las habitaciones del propio club, a juzgar por aquella decoración que olía a puterío. Y por las manchas blancas en las sába--- Iugh. Me levanté lo más rápido que pude y, en cuanto di el primer paso, el cuerpo me falló y me traté de sujetar en un mueble. Vino corriendo una sirena preciosa, que me sujetó y se presentó ante mí:
— Eres de la Revolución, ¿verdad? — Me miró de arriba abajo y, en ese preciso instante, me percaté de que me habían quitado el traje y mi rostro estaba a la vista de la muchacha. Asentí tímidamente. — Me parecía extraño que un niño se colase en el club de estas formas, y más con esa ropa que llevas… — Señaló hacia una de las cómodas, donde reposaba el traje de Sif. — Soy Hipatia Stix, encantada. — Me tendió la mano de una forma absurdamente adorable y yo le respondí de la misma forma.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El local era extremadamente desconcertante. Mujeres bailando alrededor de barras mientras peces les lanzaban billetes, borrachos brindando con bebidas alcohólicas, una música estridente y luces de varios colores que descolocaban a cualquiera. ¿Cómo nadie querría estar en ese antro? Al felino no le entraba en la cabeza. Se acercó a la barra a pedir algo de beber. En aquel sitio empezaba a hacer calor, y Roland necesitaba refrescarse antes de empezar a trabajar.
- Un buen vaso de leche fría - pide a un pez tras la barra -. Y rapidito - exigió.
Se sentó en un taburete alto a esperar que le sirvieran su bebida mientras observaba como la gente bailaba, festejaba y se divertía con una mirada de incredulidad. ¿Por qué de entre todos los sitios le había tocado aquel tan extraño? Bien fuera por fuerzas místicas o por algún dios pescado con un enfermizo pero divertido sentido del humor, allí se encontraba, aunque él no creía en nada que no se pudiera demostrar científicamente.
Al momento, un cliente pareció desmayarse. ¿Acaso no era el mismo que estaba en la puerta antes de que él entrase? Menudo desgraciado. Simplemente había gente que no daba para más.
El pez camarero volvió con el vaso para el mink, dejándolo en la barra con malas formas. Parecía molesto, aunque Roland no sabía por qué.
Apartó esos pensamientos de su mente cuando una mujer se acercó a él. Roland no tenía muy claras sus intenciones, y no estaba acostumbrado a estos acercamientos repentinos. La mujer realmente era una sirena, ataviada con un sostén rojo que ocultaba un voluminoso pecho. Poseía una melena de color rojo cobre y unos labios finos, también de color rojo, en una cara de finos rasgos. Era muy bella, y sus curvas caderas que daban paso a una cola con tonos azules y rojos pertenecientes a los más bellos peces volvían loco a cualquiera. Todo el local se giraba para verla pasar en su flotador burbuja. Todo el mundo salvo Roland. El mink no podía ser más arisco, mostrando el menor interés posible en la muchacha. Tal vez fuera eso lo que la llevase a acercársele, o tal vez su suave y sedoso pelo corporal.
- Hola guapetón, me encanta tu pelo tan peludo - le dice suavemente a un tono audible a través de la música -. ¿Te apetece bailar?
- ¿Hablas conmigo? - preguntó Roland de forma desinteresada.
- Claro tonto, ¿quién más tiene tanto pelo aquí? - se rió exageradamente. Parecía que le gustaban los tipos que se hacían de rogar -. Vamos, si no quieres bailar, ¿por qué no vamos a un sitio más cómodo?
- No me interesa - respondió el mink.
- Oh, no me seas tan huidizo. Ven conmigo, lo pasaremos bien, y podemos hablar de cosas "interesantes" - esto último lo dijo con un tono sensual mientras una pícara sonrisa asomaba en sus labios.
Roland cambió de opinión. Sin pillar ninguna de las indirectas de aquella mujer, creía que hablar de cosas interesantes realmente significaba hablar de cosas interesantes, así que dejó que le agarrase de la mano para llevarle a un reservado. Al cabo de menos de un minuto el agente encubierto salió indignado de aquel sitio privado seguido de la sirena, quien se había echado a llorar. Fruto de su enojo, no sabía a donde ir, y sin querer entró en otra habitación, donde había una sirena, también joven y bella, con un niño tumbado.
Yo a ese lo conozco pensó Roland observando su cara.
- Un buen vaso de leche fría - pide a un pez tras la barra -. Y rapidito - exigió.
Se sentó en un taburete alto a esperar que le sirvieran su bebida mientras observaba como la gente bailaba, festejaba y se divertía con una mirada de incredulidad. ¿Por qué de entre todos los sitios le había tocado aquel tan extraño? Bien fuera por fuerzas místicas o por algún dios pescado con un enfermizo pero divertido sentido del humor, allí se encontraba, aunque él no creía en nada que no se pudiera demostrar científicamente.
Al momento, un cliente pareció desmayarse. ¿Acaso no era el mismo que estaba en la puerta antes de que él entrase? Menudo desgraciado. Simplemente había gente que no daba para más.
El pez camarero volvió con el vaso para el mink, dejándolo en la barra con malas formas. Parecía molesto, aunque Roland no sabía por qué.
Apartó esos pensamientos de su mente cuando una mujer se acercó a él. Roland no tenía muy claras sus intenciones, y no estaba acostumbrado a estos acercamientos repentinos. La mujer realmente era una sirena, ataviada con un sostén rojo que ocultaba un voluminoso pecho. Poseía una melena de color rojo cobre y unos labios finos, también de color rojo, en una cara de finos rasgos. Era muy bella, y sus curvas caderas que daban paso a una cola con tonos azules y rojos pertenecientes a los más bellos peces volvían loco a cualquiera. Todo el local se giraba para verla pasar en su flotador burbuja. Todo el mundo salvo Roland. El mink no podía ser más arisco, mostrando el menor interés posible en la muchacha. Tal vez fuera eso lo que la llevase a acercársele, o tal vez su suave y sedoso pelo corporal.
- Hola guapetón, me encanta tu pelo tan peludo - le dice suavemente a un tono audible a través de la música -. ¿Te apetece bailar?
- ¿Hablas conmigo? - preguntó Roland de forma desinteresada.
- Claro tonto, ¿quién más tiene tanto pelo aquí? - se rió exageradamente. Parecía que le gustaban los tipos que se hacían de rogar -. Vamos, si no quieres bailar, ¿por qué no vamos a un sitio más cómodo?
- No me interesa - respondió el mink.
- Oh, no me seas tan huidizo. Ven conmigo, lo pasaremos bien, y podemos hablar de cosas "interesantes" - esto último lo dijo con un tono sensual mientras una pícara sonrisa asomaba en sus labios.
Roland cambió de opinión. Sin pillar ninguna de las indirectas de aquella mujer, creía que hablar de cosas interesantes realmente significaba hablar de cosas interesantes, así que dejó que le agarrase de la mano para llevarle a un reservado. Al cabo de menos de un minuto el agente encubierto salió indignado de aquel sitio privado seguido de la sirena, quien se había echado a llorar. Fruto de su enojo, no sabía a donde ir, y sin querer entró en otra habitación, donde había una sirena, también joven y bella, con un niño tumbado.
Yo a ese lo conozco pensó Roland observando su cara.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
-No, no, señora, ¡no! -gimió Maki, intentando escapar de la visión y de las zarpas de aquella anciana extrañamente elástica.
La bailarina enredó su cola en el cuello de Maki sin dejar de bailar al son de la música, con la parte humana de su cuerpo apoyada en una burbuja. Cuando empezó a convertir su cola en dos piernas humanas, le sonrió lascivamente y Maki se dejó resbalar por el sofá de terciopelo hasta el suelo. Estaba pegajoso por la capa de alcohol y purpurina que lo cubría. ¿Es que acaso era todo una trampa? Jamás podría salir de allí.
-¿A dónde vas, guapo?
-No lo sé -Y era cierto-. Me voy. Lejos.
-De eso nada. Nadie huye de un baile de Sammy.
La vieja volvió a echarse sobre él. Maki notaba como el terror inmovilizaba sus músculos. ¿Ahí acababa su historia, metido en un cuartucho con una terrorífica bailarina? Se preguntó qué dirían de él sus compañeros. Si al menos tuviese una muerte de héroe le construirían una bonita estatua. O al menos le pondrían su nombre a un capítulo del Manual del Revolucionario. No sabía qué hacer ni qué decir para evitar el cruel destino que le aguardaba, así que gritó lo único que se le ocurrió:
-¡REVOLUCIÓOOOOOOON!
La bailarina se detuvo un instante y Maki aprovechó para escabullirse de allí a toda velocidad. Corrió por el local sin saber a dónde iba. A cualquier sitio le valía. Cruzó un pasillo lleno de habitaciones, atravesó una sala llena de cajas y abrió la primera puerta que se le puso delante de las narices.
Las orejas de gato le recibieron. Maki se las quedó mirando, impresionado momentáneamente. Sí que era casualidad... ¿Acaso ese gato larguirucho le estaba siguiendo? ¿Siguiéndole por delante? Había más gente en la habitación, pero no le prestó atención hasta que no cerró la puerta tras él como si le persiguiese el demonio. Allí había un niño humano y una sirena. ¿También estaban bailando? Igual el gato les hacia un numerito como el de la vieja sirena. Pero no, todo el mundo parecía vestido y el único que tenía purpurina encima era él. Supuso que aquel sería un buen sitio donde esconderse unos minutos.
-Hola, soy Maki -"Oh, es verdad, tengo que trabajar"- Esto... ¿Alguno de vosotros es una princesa?
La bailarina enredó su cola en el cuello de Maki sin dejar de bailar al son de la música, con la parte humana de su cuerpo apoyada en una burbuja. Cuando empezó a convertir su cola en dos piernas humanas, le sonrió lascivamente y Maki se dejó resbalar por el sofá de terciopelo hasta el suelo. Estaba pegajoso por la capa de alcohol y purpurina que lo cubría. ¿Es que acaso era todo una trampa? Jamás podría salir de allí.
-¿A dónde vas, guapo?
-No lo sé -Y era cierto-. Me voy. Lejos.
-De eso nada. Nadie huye de un baile de Sammy.
La vieja volvió a echarse sobre él. Maki notaba como el terror inmovilizaba sus músculos. ¿Ahí acababa su historia, metido en un cuartucho con una terrorífica bailarina? Se preguntó qué dirían de él sus compañeros. Si al menos tuviese una muerte de héroe le construirían una bonita estatua. O al menos le pondrían su nombre a un capítulo del Manual del Revolucionario. No sabía qué hacer ni qué decir para evitar el cruel destino que le aguardaba, así que gritó lo único que se le ocurrió:
-¡REVOLUCIÓOOOOOOON!
La bailarina se detuvo un instante y Maki aprovechó para escabullirse de allí a toda velocidad. Corrió por el local sin saber a dónde iba. A cualquier sitio le valía. Cruzó un pasillo lleno de habitaciones, atravesó una sala llena de cajas y abrió la primera puerta que se le puso delante de las narices.
Las orejas de gato le recibieron. Maki se las quedó mirando, impresionado momentáneamente. Sí que era casualidad... ¿Acaso ese gato larguirucho le estaba siguiendo? ¿Siguiéndole por delante? Había más gente en la habitación, pero no le prestó atención hasta que no cerró la puerta tras él como si le persiguiese el demonio. Allí había un niño humano y una sirena. ¿También estaban bailando? Igual el gato les hacia un numerito como el de la vieja sirena. Pero no, todo el mundo parecía vestido y el único que tenía purpurina encima era él. Supuso que aquel sería un buen sitio donde esconderse unos minutos.
-Hola, soy Maki -"Oh, es verdad, tengo que trabajar"- Esto... ¿Alguno de vosotros es una princesa?
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Todo estaba dando un giro realmente extraño pero, por encima de eso, era de agradecer. Es decir, me importaba más bien poco que aquel plan no estuviera saliendo mínimamente como esperaba, porque los resultados parecían ser favorables y aquello era lo que realmente me importaba. Es decir, lo hubiera hecho a propósito o no, aquella mujer, la princesa a la cual debía encontrar y que me había contratado estaba frente a mí, tendiéndome la mano y agradeciendo mi actuación a favor de la Revolución. Es decir, no era revolucionario, pero sí que los estaba ayudando como un mercenario bastante bien pagado. Y, para qué mentir, también tenía ganas de volver a esta isla tras tanto tiempo. Mientras más calles veía, más me cercioraba de aquello.
De golpe, como si se tratasen también de puras coincidencias muy bien marcadas y afortunadas, entró en primera instancia un minino al que miré fijamente. No tardé ni un segundo en acordarme de él. Había realizado un encargo con él en el que nos encargábamos de un problema con dos gigantescos tigres que asolaban una aldea… ¿Roland se llamaba? Estaba todavía confundido, así que me limité a levantar el brazo y saludarle con la palma de la mano bien abierta, sonriendo. Acto seguido, la puerta volvió a sonar, sin haber tenido siquiera un descanso, y aquel hombre pez moco entró por la puerta, con un aspecto algo preocupante. Es decir, a la entrada parecía un gyojin normal y corriente y, aunque algo raro, no llamaba la atención tanto como ahora que estaba agotado, nervioso y repleto de purpurina. La sirena entonces se giró para mirar a ambos invitados, soltando mi mano y extendiendo los brazos para darles la bienvenida.
— ¡Ustedes deben ser también parte de su grupo! — Su mueca se torció un poco y suspiró. — O eso espero, no me haría gracia tener que huir a Nuevo México como hizo mi primo, menos ahora que me he podido asentar aquí. — Entonces volvió a su gesto inicial, sonriente como antes. — ¿Puedo asumir que son parte del grupo de este chico…? — Me señaló de forma algo tímida, como si todavía no estuviera muy segura de sus palabras. Lógico, por otro lado, teniendo en cuenta mi aspecto y que mi forma de alcanzar a la mujer no había sido la más común ni ortodoxa. Yo, en cambio, los miré todavía confundido, con el gesto que tiene un porreta en lo más alto de su viaje. El veneno seguía haciendo de las suyas.
De golpe, como si se tratasen también de puras coincidencias muy bien marcadas y afortunadas, entró en primera instancia un minino al que miré fijamente. No tardé ni un segundo en acordarme de él. Había realizado un encargo con él en el que nos encargábamos de un problema con dos gigantescos tigres que asolaban una aldea… ¿Roland se llamaba? Estaba todavía confundido, así que me limité a levantar el brazo y saludarle con la palma de la mano bien abierta, sonriendo. Acto seguido, la puerta volvió a sonar, sin haber tenido siquiera un descanso, y aquel hombre pez moco entró por la puerta, con un aspecto algo preocupante. Es decir, a la entrada parecía un gyojin normal y corriente y, aunque algo raro, no llamaba la atención tanto como ahora que estaba agotado, nervioso y repleto de purpurina. La sirena entonces se giró para mirar a ambos invitados, soltando mi mano y extendiendo los brazos para darles la bienvenida.
— ¡Ustedes deben ser también parte de su grupo! — Su mueca se torció un poco y suspiró. — O eso espero, no me haría gracia tener que huir a Nuevo México como hizo mi primo, menos ahora que me he podido asentar aquí. — Entonces volvió a su gesto inicial, sonriente como antes. — ¿Puedo asumir que son parte del grupo de este chico…? — Me señaló de forma algo tímida, como si todavía no estuviera muy segura de sus palabras. Lógico, por otro lado, teniendo en cuenta mi aspecto y que mi forma de alcanzar a la mujer no había sido la más común ni ortodoxa. Yo, en cambio, los miré todavía confundido, con el gesto que tiene un porreta en lo más alto de su viaje. El veneno seguía haciendo de las suyas.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aquello debía ser el inicio de un chiste; un niño, un mink y un gyojin entran en un club de striptease. Un chiste que por algún motivo una corazonada le indicaba que acabaría mal. Primero el niño le saludó con la mano, como si nada. Roland giró la cabeza hacia ambos lados para al final volver a mirar al niño mientras se señalaba a sí mismo como preguntando "¿Me estás saludando a mí?". Hasta llegó a asomar la cabeza por la puerta para comprobar que así era. ¿De verdad le recordaba? Es decir, por supuesto que era alguien digno de ser recordado, pero aquello había sido hacía muchos meses. ¿Los niños eran capaces de retener tanta información? Cómo fuera, simplemente podía ignorar aquella situación e irse por dónde había venido, pero todavía era capaz de escuchar los sollozos de aquella pervertida sirena pelirroja y prefería mantenerse alejado. Sin más opciones, devolvió el gesto al pequeño tumbado mientras pensaba Este niño es imbécil .
Después apareció el gyojin. Si su mente no le engañaba, cosa imposible y que no ocurría (salvo que algún revolucionario de gran tamaño usara trucos sucios sacados de alguna clase de circo del terror) era el mismo pez gordo, feo y blandurrio que se había topado en la entrada del local. En aquel instante, bañado en sudor, respirando agitada mente, bloqueando la puerta como si temiera que alguien le encontrara y cubierto de purpurina violeta que le daba un aspecto peor del que ya tenía, no podía haberle caído menos en gracia al mink. Para colmo no dejaba de mirar sus orejas. Roland empezó a sentirse violado y confuso, sobretodo lo último cuando el pez preguntó sobre alguna princesa. ¿No le había dicho el agente Pluto que la contratante era una antigua princesa? No, no podía ser. No podían estar buscando a la misma persona. O mejor dicho, Roland no quería que fuera así.
Aunque lo que realmente le causó un increíble rechazo fue que la sirena los confundiera. ¿Tenían pinta de ser amigos del alma que iban juntos incluso a mear? Por favor señora, ya podría tener dos dedos de frente.
- ¿Perdón? ¿Nuevo México? ¿Qué extraño y seguro que lleno de actos ilegales sitio es eso? - preguntó el mink ante el comentario poco coherente de la sirena -. Da igual. Yo no soy amigo de nadie, he venido aquí buscando a una vieja sirena chocha llamada Hipatia. Doscientos añazos tiene la tía. ¿Alguno habéis visto alguna sirena decrépita llena de arrugas y con problemas de demencia senil?
No sabía cómo se tomarían el comentario, tampoco le importaba. Si podía obtener información, bien. Si no podía, bueno, y sabía un lugar que no volvería a pisar en su vida. Sirenas con lujuriosas ideas, extraños encuentros en una sala privada y una misión desesperante. ¿Que sería lo siguiente?
Después apareció el gyojin. Si su mente no le engañaba, cosa imposible y que no ocurría (salvo que algún revolucionario de gran tamaño usara trucos sucios sacados de alguna clase de circo del terror) era el mismo pez gordo, feo y blandurrio que se había topado en la entrada del local. En aquel instante, bañado en sudor, respirando agitada mente, bloqueando la puerta como si temiera que alguien le encontrara y cubierto de purpurina violeta que le daba un aspecto peor del que ya tenía, no podía haberle caído menos en gracia al mink. Para colmo no dejaba de mirar sus orejas. Roland empezó a sentirse violado y confuso, sobretodo lo último cuando el pez preguntó sobre alguna princesa. ¿No le había dicho el agente Pluto que la contratante era una antigua princesa? No, no podía ser. No podían estar buscando a la misma persona. O mejor dicho, Roland no quería que fuera así.
Aunque lo que realmente le causó un increíble rechazo fue que la sirena los confundiera. ¿Tenían pinta de ser amigos del alma que iban juntos incluso a mear? Por favor señora, ya podría tener dos dedos de frente.
- ¿Perdón? ¿Nuevo México? ¿Qué extraño y seguro que lleno de actos ilegales sitio es eso? - preguntó el mink ante el comentario poco coherente de la sirena -. Da igual. Yo no soy amigo de nadie, he venido aquí buscando a una vieja sirena chocha llamada Hipatia. Doscientos añazos tiene la tía. ¿Alguno habéis visto alguna sirena decrépita llena de arrugas y con problemas de demencia senil?
No sabía cómo se tomarían el comentario, tampoco le importaba. Si podía obtener información, bien. Si no podía, bueno, y sabía un lugar que no volvería a pisar en su vida. Sirenas con lujuriosas ideas, extraños encuentros en una sala privada y una misión desesperante. ¿Que sería lo siguiente?
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Qué gente tan simpática había resultado ser aquella. Bueno, el humano hablaba poco, pero la expresión ausente de su cara, como si en realidad estuviese mirando dentro de lo más profundo del alma de quienes le rodeaban, era muy relajante. Y la sirena también parecía muy maja. Maki no sabía de qué grupo estaba hablando, pero le había caído bien de inmediato por haberle hablado de usted. Eso solo lo hacían algunos de sus subordinados y los dueños de los restaurantes cuando le pedían que se marchase.
-No, no... no conozco a ese... a ese...
Maki era incapaz de concentrarse. Las orejas del felino le distraían demasiado, como dos grandes, suaves y peluditos soles que atraían su mirada implacablemente. No puedo evitar extender la mano para tocarlas con el dedo mientras él hablaba y preguntaba por una sirena arrugada. ¿Es que le iba eso? Maki no solía meterse en los asuntos de los demás, pero su desayuno amenazaba con abandonar violentamente su tripa ante la imagen de aquel chico gatuno bajo los agresivos cuidados de Arrugas. Aun así, si le apetecía él podría recomendársela.
-No sé si doscientos, pero ahí fuera hay una que...
-¡¿Quién osa hablar así de mi señora?! -exclamó alguien de repente.
Maki se apartó, asustado ante el repentino movimiento de la alfombra. ¿Acababa de hablar? Como si tuviese vida propia -porque, de hecho, la tenía-, la alfombra se alzó y se descubrió como un hombre. Como un gyojin, realmente. Su piel era de color negro, moteada por lunares blancos pequeñitos. Era tan delgado que Maki no se imaginaba dónde iría a parar todo lo que comiera. ¡Si parecía una alfombra de verdad! Excepto por el largo bigote acaracolado, la tela negra con la que se vestía y la fina espada que amenazaba con desenvainar.
-¡Cuidad vuestra lengua, engendro, o la perderéis! Nadie insulta a mi princesa en mi presencia -le dijo el gyojin manta al gato.
A Maki le daba un poco de miedo. Era tan plano que no tenía cuello y su cara estaba como aplastada en su cuerpo. ¿Se le vería si se ponía de perfil? A Maki le recordaba a una loncha de jamón parlante. No le extrañaba no haberle visto antes.
-Basta, basta, Elstor -dijo la sirena-. Estos caballeros han venido a ayudarnos. Yo soy Hipatia Stix. ¿Sois todos del Ejército Revolucionario? Me dijeron que enviarían a alguien.
-Oh, sí, sí, yo soy Ma... -Calló antes de decir una tontería. Se quitó el disfraz, se puso serio y habló con su mejor voz de alto cargo-. Soy el oficial Augustus Makintosh. Vengo para devolveros vuestro trono.
"Uff, qué bien ha salido. En los ensayos siempre decía torno".
-¿Ah, sí? -gruñó el caballero Loncha-de-Jamón-. Pues entonces arrodíllate ante mí, porque YO soy la verdadera princesa.
Maki se quedó mudo. ¿Acaso era todo un señuelo? Qué astutos... Mira que poner a una falsa princesa para ponerlos a prueba...
-Pero Elstor, ¿qué dices? -preguntó la sirena.
-Intento ponerlos a prueba, mi señora. Para saber si son de fiar -susurró bastante alto. Cuando se dirigió de nuevo a los tres revolucionarios, alzó la voz otra vez-. Ya me habéis oído. Ahora, servidme.
Maki no le estaba prestando atención. De nuevo estaba intentando tocar las orejas del gato. ¿De qué estarían hechas?
-Escuchad, la princesa soy yo. Y realmente necesito vuestra ayuda. ¿Lucharéis para que pueda volver a mi legítimo lugar? ¿Para que pueda reinar con justicia una vez más? -Qué carita ponía mientras hablaba. Era como un cachorrito de merluza pidiendo pan-. ¿Lo haréis por mí?
-¡Pues claro! Augustus Makintosh siempre está del lado de la justicia.
-¿Estás ahí, nene? -dijo una voz al otro lado de la puerta. Maki la reconoció de inmediato y se volvió hacia el gato.
-Mira, ahí está tu sirena vieja.
-No, no... no conozco a ese... a ese...
Maki era incapaz de concentrarse. Las orejas del felino le distraían demasiado, como dos grandes, suaves y peluditos soles que atraían su mirada implacablemente. No puedo evitar extender la mano para tocarlas con el dedo mientras él hablaba y preguntaba por una sirena arrugada. ¿Es que le iba eso? Maki no solía meterse en los asuntos de los demás, pero su desayuno amenazaba con abandonar violentamente su tripa ante la imagen de aquel chico gatuno bajo los agresivos cuidados de Arrugas. Aun así, si le apetecía él podría recomendársela.
-No sé si doscientos, pero ahí fuera hay una que...
-¡¿Quién osa hablar así de mi señora?! -exclamó alguien de repente.
Maki se apartó, asustado ante el repentino movimiento de la alfombra. ¿Acababa de hablar? Como si tuviese vida propia -porque, de hecho, la tenía-, la alfombra se alzó y se descubrió como un hombre. Como un gyojin, realmente. Su piel era de color negro, moteada por lunares blancos pequeñitos. Era tan delgado que Maki no se imaginaba dónde iría a parar todo lo que comiera. ¡Si parecía una alfombra de verdad! Excepto por el largo bigote acaracolado, la tela negra con la que se vestía y la fina espada que amenazaba con desenvainar.
-¡Cuidad vuestra lengua, engendro, o la perderéis! Nadie insulta a mi princesa en mi presencia -le dijo el gyojin manta al gato.
A Maki le daba un poco de miedo. Era tan plano que no tenía cuello y su cara estaba como aplastada en su cuerpo. ¿Se le vería si se ponía de perfil? A Maki le recordaba a una loncha de jamón parlante. No le extrañaba no haberle visto antes.
-Basta, basta, Elstor -dijo la sirena-. Estos caballeros han venido a ayudarnos. Yo soy Hipatia Stix. ¿Sois todos del Ejército Revolucionario? Me dijeron que enviarían a alguien.
-Oh, sí, sí, yo soy Ma... -Calló antes de decir una tontería. Se quitó el disfraz, se puso serio y habló con su mejor voz de alto cargo-. Soy el oficial Augustus Makintosh. Vengo para devolveros vuestro trono.
"Uff, qué bien ha salido. En los ensayos siempre decía torno".
-¿Ah, sí? -gruñó el caballero Loncha-de-Jamón-. Pues entonces arrodíllate ante mí, porque YO soy la verdadera princesa.
Maki se quedó mudo. ¿Acaso era todo un señuelo? Qué astutos... Mira que poner a una falsa princesa para ponerlos a prueba...
-Pero Elstor, ¿qué dices? -preguntó la sirena.
-Intento ponerlos a prueba, mi señora. Para saber si son de fiar -susurró bastante alto. Cuando se dirigió de nuevo a los tres revolucionarios, alzó la voz otra vez-. Ya me habéis oído. Ahora, servidme.
Maki no le estaba prestando atención. De nuevo estaba intentando tocar las orejas del gato. ¿De qué estarían hechas?
-Escuchad, la princesa soy yo. Y realmente necesito vuestra ayuda. ¿Lucharéis para que pueda volver a mi legítimo lugar? ¿Para que pueda reinar con justicia una vez más? -Qué carita ponía mientras hablaba. Era como un cachorrito de merluza pidiendo pan-. ¿Lo haréis por mí?
-¡Pues claro! Augustus Makintosh siempre está del lado de la justicia.
-¿Estás ahí, nene? -dijo una voz al otro lado de la puerta. Maki la reconoció de inmediato y se volvió hacia el gato.
-Mira, ahí está tu sirena vieja.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La situación se estaba enturbiando de forma paulatina. Si mi entendimiento no estaba perjudicado por el veneno que me habían inyectado hacía no sé cuánto tiempo, aquella muchacha era una princesa. De hecho, la que había venido a buscar de parte de la Revolución, la tan llamada Hipatia, que buscaba ser la heredera del trono de la isla en la que ahora mismo me encontraba. Pero Roland no parecía estar dándose cuenta o, más bien, actuaba de una forma tremendamente maleducada. Es decir, no era difícil percatarse de que aquella mujer había torcido su sonrisa en cuanto había escuchado su frase, quizás preparándose para soltar una perla de igual calibre a las de él, pero todo sucedió tan rápido que se le impidió hacerlo.
La que parecía ser la alfombra de la habitación se irguió, demostrando que era un gyojin rodaballo. O uno que perteneciese a ese tipo de peces planos, vaya, porque los peces no eran mi especialidad ni mucho menos. A juzgar por la ropa que vestía y aquel estoque con el que parecía estar apuntando al mink, era la guardia personal de la muchacha y, viendo lo fácil que había aceptado nuestra presencia en su habitación privada, quizás le hacía mucha falta. A mí se me escapó una risotada bastante tonta en cuanto empezó con todo aquel rollo de que era la princesa, justo tras haber dicho él mismo que no le podían insultar a su princesa, casi discutiendo con la señorita por ese tema.
Entonces, de una forma que me arrancó un gesto de sorpresa, aquel gyojin con el que había entrado al club se quitó la peluca de rastas y unas gafas con una nariz incluida. Espera… Era hasta más extraño de lo que me había parecido en primera instancia. ‘’No, no, Lance, tranquilízate. Céntrate en el hecho de que es un oficial revolucionario. Ni más, ni menos.’’ pensé para mis adentros mientras trataba de borrar la boca tan abierta que tenía. Así que Augustus Makintosh… Interesante nombre para interesante ser.
La princesa terminó de presentarse para los nuevos invitados, esta vez pidiendo de una manera formal que le ayudásemos con nuestras capacidades para volver al trono que una vez ya le fue arrebatado. Y para eso me pagaban, así que no me pensé la propuesta más de un segundo hasta que asentí y sonreí, pensando que todo iba a empezar antes de lo planeado. No sé si era la felicidad de que todo fuera acorde a aquel plan que ni yo mismo había trazado o el tóxico compuesto que todavía me estaba atacando, pero trastabillé, recomponiéndome al segundo con el otro pie para no caer. Mi cara estaba levemente sonrojada y sentía calor.
Escuché entonces como una persona se presentaba al otro lado de la puerta, esperando a que alguien saliera, y noté cierto gesto de desagrado por parte del oficial. O no, no lo sé, ya que mi estado no era el mejor y aquella persona no tenía la cara más común de todas. Comencé a caminar hacia la entrada, mirando al susodicho y sonriendo:
— Tranquilo, señor Maki. — Pasé a su lado, sin mantener demasiado las distancias. — Ya me encargo por usted. — Giré el cuello hacia el pomo, di el último paso y la abrí al girarlo, viendo cara a cara a una señora que parecía tener más años que arrugas, y eso ya era decir demasiado. — Señora, ¿no ve que estamos ocupados follando tan fuerte que vamos a romper los muelles del colchón? No toque más la polla y márchese, haga el favor. — Cerré la puerta de un golpe y me giré por completo, apoyándome en esta para mirarlos con una sonrisa bastante amplia, mientras escuchaba como la vieja se marchaba por el pasillo, farfullando. — Gajes del oficio. — Había escuchado esa frase una única vez en un puticlub que había visitado para obtener información, pero parecía tener tanta efectividad como en el momento en el que la dijeron por vez primera. — ¿Entonces cuál es el plan, si hay uno…? — Miré a la princesa, esperando que tras todo este tiempo tuviera alguna idea de cómo debíamos proceder. Esperaba que no fuéramos a tontas y locas.
La que parecía ser la alfombra de la habitación se irguió, demostrando que era un gyojin rodaballo. O uno que perteneciese a ese tipo de peces planos, vaya, porque los peces no eran mi especialidad ni mucho menos. A juzgar por la ropa que vestía y aquel estoque con el que parecía estar apuntando al mink, era la guardia personal de la muchacha y, viendo lo fácil que había aceptado nuestra presencia en su habitación privada, quizás le hacía mucha falta. A mí se me escapó una risotada bastante tonta en cuanto empezó con todo aquel rollo de que era la princesa, justo tras haber dicho él mismo que no le podían insultar a su princesa, casi discutiendo con la señorita por ese tema.
Entonces, de una forma que me arrancó un gesto de sorpresa, aquel gyojin con el que había entrado al club se quitó la peluca de rastas y unas gafas con una nariz incluida. Espera… Era hasta más extraño de lo que me había parecido en primera instancia. ‘’No, no, Lance, tranquilízate. Céntrate en el hecho de que es un oficial revolucionario. Ni más, ni menos.’’ pensé para mis adentros mientras trataba de borrar la boca tan abierta que tenía. Así que Augustus Makintosh… Interesante nombre para interesante ser.
La princesa terminó de presentarse para los nuevos invitados, esta vez pidiendo de una manera formal que le ayudásemos con nuestras capacidades para volver al trono que una vez ya le fue arrebatado. Y para eso me pagaban, así que no me pensé la propuesta más de un segundo hasta que asentí y sonreí, pensando que todo iba a empezar antes de lo planeado. No sé si era la felicidad de que todo fuera acorde a aquel plan que ni yo mismo había trazado o el tóxico compuesto que todavía me estaba atacando, pero trastabillé, recomponiéndome al segundo con el otro pie para no caer. Mi cara estaba levemente sonrojada y sentía calor.
Escuché entonces como una persona se presentaba al otro lado de la puerta, esperando a que alguien saliera, y noté cierto gesto de desagrado por parte del oficial. O no, no lo sé, ya que mi estado no era el mejor y aquella persona no tenía la cara más común de todas. Comencé a caminar hacia la entrada, mirando al susodicho y sonriendo:
— Tranquilo, señor Maki. — Pasé a su lado, sin mantener demasiado las distancias. — Ya me encargo por usted. — Giré el cuello hacia el pomo, di el último paso y la abrí al girarlo, viendo cara a cara a una señora que parecía tener más años que arrugas, y eso ya era decir demasiado. — Señora, ¿no ve que estamos ocupados follando tan fuerte que vamos a romper los muelles del colchón? No toque más la polla y márchese, haga el favor. — Cerré la puerta de un golpe y me giré por completo, apoyándome en esta para mirarlos con una sonrisa bastante amplia, mientras escuchaba como la vieja se marchaba por el pasillo, farfullando. — Gajes del oficio. — Había escuchado esa frase una única vez en un puticlub que había visitado para obtener información, pero parecía tener tanta efectividad como en el momento en el que la dijeron por vez primera. — ¿Entonces cuál es el plan, si hay uno…? — Miré a la princesa, esperando que tras todo este tiempo tuviera alguna idea de cómo debíamos proceder. Esperaba que no fuéramos a tontas y locas.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lo había descubierto. Lo siguiente era una pseudo-violación de sus orejas por parte de aquel ser tosco y grotesco. Qué nariz le llevaba; tres o cuatro paseos por un quirófano no le sentarían mal. Al menos no peor de como tenía ya la cara. Menos mal que vio venir el dedo de aquella criatura y se alejó un par de pasos mientras le ignoraba.
¿Qué había sido aquello? ¿Quién había hablado? Una repentina voz asoló el salón privado. Roland giró la cabeza hacia ambos lados buscando a alguna otra persona dentro de la habitación, sin éxito. Solo estaban la sirena, el niño retrasado, el horrendo pez y él mismo dentro de la sala, y estaba seguro de que no había entrado nadie más. Roland se estaba impacientando; no le gustaban las situaciones extrañas porque le ponían de mal humor. Entonces la alfombra pareció cobrar vida y se irguió, plantándose frente al mink. ¿Aquello era un gyojin? El mink no podía confirmarlo con seguridad, pero por su aspecto pensó que era a lo que más se podía parecer. Que raros son todos aquí. Peces tenían que ser pensó mientras escuchaba las palabras de la alfombra.
- ¿Cómo has dicho, pedazo de comida para gatos? - preguntó irritado. Había osado amenazarle, y Roland tenía tolerancia cero a los terroristas y las amenazas -. Mantén tu boca cerrada si no quieres que haga pinchitos de pescao contigo - amenazó de vuelta mientras unas chispas rojas empezaban a brotar de sus dedos.
- Basta, basta, Elstor - interrumpió la sirena -. Estos caballeros han venido a ayudarnos. Yo soy Hipatia Stix. ¿Sois todos del Ejército Revolucionario? Me dijeron que enviarían a alguien.
Ante la interrupción de la sirena Roland se relajó, aunque no pudo disimular cierta expresión de sorpresa en su rostro. No le entraba en la cabeza que fuera tan joven. Para tener más de doscientos años, se conservaba bien. Quizás demasiado. Quizás fuera usuaria de alguna fruta. Las explicaciones para los enigmas más extraños solían venir de esos frutos malditos. Fuera como fuera, había encontrado a la mujer que pretendía conquistar la isla. Roland fue a hacer gala de sus modales para presentarse cuando el pez raro, el que parecía que una apisonadora le había pasado por encima no, el otro, el de la purpurina, se quitó una peluca y se presentó como Augustus Makintosh. Tras oír tal presentación, el mink se relamía de placer en su interior. Si jugaba bien sus cartas, podía llegar a obtener el control de aquella isla para el Gobierno Mundial y atrapar a un reconocido revolucionario de fama mundial.
Tras un poco más de charla, durante la cual Roland no pudo dejar de mirar con rabia al protector de la sirena, apareció por la puerta una sirena como la que él había descrito con anterioridad. Con una expresión de asco en su cara, pensó que mejor se quedaba con la primera sirena. Al menos no se le movía la dentadura postiza al hablar. Por suerte el niño mostró un ápice de iniciativa y echó a la vieja sirena con un talante y unos modales dignos de Roland. Al final no sería tan inútil como recordaba. Eso era bueno, ya que se veía obligado a trabajar con tan extravagantes seres. ¿Es que no podía haber nadie normal como él?
- ¿Plan? - preguntó la princesa ante la pregunta del niño -. Ustedes son mi plan. Os he contratado para que acabéis con la monarquía actual en nombre del orden y la justicia para traer la libertad. El cómo lo hagáis, no me importa.
Roland era suficientemente inteligente para comprender lo más importante; no había plan. Y eso le gustaba.
¿Qué había sido aquello? ¿Quién había hablado? Una repentina voz asoló el salón privado. Roland giró la cabeza hacia ambos lados buscando a alguna otra persona dentro de la habitación, sin éxito. Solo estaban la sirena, el niño retrasado, el horrendo pez y él mismo dentro de la sala, y estaba seguro de que no había entrado nadie más. Roland se estaba impacientando; no le gustaban las situaciones extrañas porque le ponían de mal humor. Entonces la alfombra pareció cobrar vida y se irguió, plantándose frente al mink. ¿Aquello era un gyojin? El mink no podía confirmarlo con seguridad, pero por su aspecto pensó que era a lo que más se podía parecer. Que raros son todos aquí. Peces tenían que ser pensó mientras escuchaba las palabras de la alfombra.
- ¿Cómo has dicho, pedazo de comida para gatos? - preguntó irritado. Había osado amenazarle, y Roland tenía tolerancia cero a los terroristas y las amenazas -. Mantén tu boca cerrada si no quieres que haga pinchitos de pescao contigo - amenazó de vuelta mientras unas chispas rojas empezaban a brotar de sus dedos.
- Basta, basta, Elstor - interrumpió la sirena -. Estos caballeros han venido a ayudarnos. Yo soy Hipatia Stix. ¿Sois todos del Ejército Revolucionario? Me dijeron que enviarían a alguien.
Ante la interrupción de la sirena Roland se relajó, aunque no pudo disimular cierta expresión de sorpresa en su rostro. No le entraba en la cabeza que fuera tan joven. Para tener más de doscientos años, se conservaba bien. Quizás demasiado. Quizás fuera usuaria de alguna fruta. Las explicaciones para los enigmas más extraños solían venir de esos frutos malditos. Fuera como fuera, había encontrado a la mujer que pretendía conquistar la isla. Roland fue a hacer gala de sus modales para presentarse cuando el pez raro, el que parecía que una apisonadora le había pasado por encima no, el otro, el de la purpurina, se quitó una peluca y se presentó como Augustus Makintosh. Tras oír tal presentación, el mink se relamía de placer en su interior. Si jugaba bien sus cartas, podía llegar a obtener el control de aquella isla para el Gobierno Mundial y atrapar a un reconocido revolucionario de fama mundial.
Tras un poco más de charla, durante la cual Roland no pudo dejar de mirar con rabia al protector de la sirena, apareció por la puerta una sirena como la que él había descrito con anterioridad. Con una expresión de asco en su cara, pensó que mejor se quedaba con la primera sirena. Al menos no se le movía la dentadura postiza al hablar. Por suerte el niño mostró un ápice de iniciativa y echó a la vieja sirena con un talante y unos modales dignos de Roland. Al final no sería tan inútil como recordaba. Eso era bueno, ya que se veía obligado a trabajar con tan extravagantes seres. ¿Es que no podía haber nadie normal como él?
- ¿Plan? - preguntó la princesa ante la pregunta del niño -. Ustedes son mi plan. Os he contratado para que acabéis con la monarquía actual en nombre del orden y la justicia para traer la libertad. El cómo lo hagáis, no me importa.
Roland era suficientemente inteligente para comprender lo más importante; no había plan. Y eso le gustaba.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Maki no supo muy bien qué decir cuando el niño humano, el que sonreía como si fuese un mudito gracioso, echó de allí a la bailarina anciana con una frase más propia de los cadetes de Baltigo en la cena de empresa que de una misión en curso. Y eso que parecía muy modosito. Los humanos y sus sorpresas...
El lado bueno de todo aquello era que la que había dicho desde el principio que era la princesa y la que más pinta de princesa tenía, era realmente la princesa. Era todo un alivio, porque los nobles caballeros de las historias no servían a viejos hombres-manta, sino a bellas damas con problemas de convivencia con un dragón o algo así. Vale que no hubiera dragones, pero un rey malvado casi contaba como uno. Y encima les dejaba total libertad para hacer lo que quisieran. Maki podía desplegar así los amplios y profesionales conocimientos que almacenaba su perfecta mente militar.
-Muy bien, entonces aquí comienza la operación Cachorros Gratis -dijo Maki. El Manual decía que todas las misiones debían tener un nombre en clave-. A partir de ahora todos somos revolucionarios. Cadete Orejas, cadete Niño Humano, tenemos que meter a la princesa en el palacio y que se siente en su trono -Porque una vez que se sentase en el trono, sería la reina, ¿verdad? Y todos la obedecerían-. ¿Tenemos más soldados? ¿O un arma secreta súper poderosa que podamos usar sin ninguna preparación?
--Hay muchos partidarios míos por ahí -respondió la princesa-. No van muy bien armados ni se atreven a salir a plantar cara públicamente, pero, si es necesario, aparecerán.
-En Báltigo a veces hacemos caceroladas simbólicas para protestar contra el Gobierno Mundial -apuntó Maki. Eran reuniones muy ruidosas y llenas de nobles reivindicaciones para hacer daño al sistema opresor-. Podemos montar una con toda esa gente y así aprenderá ese rey villano.
No había nada que desgastara más a un tirano que una protesta popular pacífica. El problema es que, según el manual, para que esa estrategia funcionase se necesitaban al menos seis meses y un buen montón de pilas de las gordas para los megáfonos. A Maki no le apetecía tirarse medio año allí con el riesgo de que su familia diese con él y le obligase a volver a casa. Les hacía falta una estrategia más rápida.
-Tengo una idea. Necesitamos tres bigotes postizos, dos diademas con orejas de gato, tres trajes de repartidor y una caja grande.
El lado bueno de todo aquello era que la que había dicho desde el principio que era la princesa y la que más pinta de princesa tenía, era realmente la princesa. Era todo un alivio, porque los nobles caballeros de las historias no servían a viejos hombres-manta, sino a bellas damas con problemas de convivencia con un dragón o algo así. Vale que no hubiera dragones, pero un rey malvado casi contaba como uno. Y encima les dejaba total libertad para hacer lo que quisieran. Maki podía desplegar así los amplios y profesionales conocimientos que almacenaba su perfecta mente militar.
-Muy bien, entonces aquí comienza la operación Cachorros Gratis -dijo Maki. El Manual decía que todas las misiones debían tener un nombre en clave-. A partir de ahora todos somos revolucionarios. Cadete Orejas, cadete Niño Humano, tenemos que meter a la princesa en el palacio y que se siente en su trono -Porque una vez que se sentase en el trono, sería la reina, ¿verdad? Y todos la obedecerían-. ¿Tenemos más soldados? ¿O un arma secreta súper poderosa que podamos usar sin ninguna preparación?
--Hay muchos partidarios míos por ahí -respondió la princesa-. No van muy bien armados ni se atreven a salir a plantar cara públicamente, pero, si es necesario, aparecerán.
-En Báltigo a veces hacemos caceroladas simbólicas para protestar contra el Gobierno Mundial -apuntó Maki. Eran reuniones muy ruidosas y llenas de nobles reivindicaciones para hacer daño al sistema opresor-. Podemos montar una con toda esa gente y así aprenderá ese rey villano.
No había nada que desgastara más a un tirano que una protesta popular pacífica. El problema es que, según el manual, para que esa estrategia funcionase se necesitaban al menos seis meses y un buen montón de pilas de las gordas para los megáfonos. A Maki no le apetecía tirarse medio año allí con el riesgo de que su familia diese con él y le obligase a volver a casa. Les hacía falta una estrategia más rápida.
-Tengo una idea. Necesitamos tres bigotes postizos, dos diademas con orejas de gato, tres trajes de repartidor y una caja grande.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Plan? ¿Para qué un plan? Es decir, obviamente todo solía salir bien sin planearlo. Los artesanos podían trabajar sin planos, uno nunca se perdía sin mapa y todas las tiendas tenían productos fueras a la hora que fueras. ¿Para qué la preparación? Era obvio que ser prudente y ese tipo de cosas solamente servían para perder el tiempo. Lógica básica, por favor. Un trabajo en el que fuéramos a derrocar a una familia real, cometiendo asesinatos por el camino y dejando a aquella señorita en el trono no necesitaba de ningún plan ni efectivo, simplemente con improvisar todo iría a pedir de boca.
Mi sangre se calentaba a medida que lo pensaba, pero pareció ser que Augustus trató de arrojar alguna idea a todo esto que teníamos entre manos y me tranquilizó un poco. A juzgar por el gesto despreocupado del mink, parecía ser que él y yo éramos los únicos que nos preocupábamos en hacer de esto algo profesional. O sea, entrar a palacio de una forma u otra y comenzar a pegarnos de bofetadas con cualquiera que surgiera al cruzar la esquina no era la opción más lógica. Entrañaba un constante riesgo de ser descubiertos y, con los efectivos con los que contábamos, no estábamos preparados para un enfrentamiento abierto y directo. Solo hacía falta asomarse a la ventana y mirar hacia el palacio para darse cuenta de que allí se contarían los militares por decenas, con su propia jerarquía. De hecho, aquel hombre era un oficial, así que seguramente ya habría meditado acerca de toda esta situación y traería el mejor plan posib-- Espera, ¿caja?
Una pequeña vena había estado surgiendo en mi sien izquierda a medida que su monólogo continuaba, dando cada vez datos más inútiles, para terminar con uno que terminó de rematar: su plan era una mierda. ¿En qué cabeza cabía tratar de infiltrarse de aquella forma? Era obvio que necesitábamos buscar una forma de entrar sin levantar sospechas, ya que simplemente aporrearnos contra la puerta del palacete no serviría de nada. Bueno, sí, quizás la Revolución se ahorraría dinero en almuerzos. Pero necesitábamos premeditación, y yo no iba a hacer un trabajo de mierda por culpa de estos dos. Simplemente era incapaz de dejar mi imagen profesional y la de Yggdrasil tan baja, ya que este encargo era importante y seguramente tuviese cierto eco por el Paraíso. Despegué mi espalda de la pared y pasé al lado de Makintosh, chocando contra su codo sin tampoco demasiada fuerza, caminando alrededor del centro de la habitación. Crucé mis manos por detrás de mi zona lumbar y con cierto aire frío e indiferente, a pesar de que el rubor seguía en mis mejillas, comencé a concebir un plan que mezclaba mi experiencia profesional con mis propios delirios frutos del envenenamiento:
— Chicos, necesitamos hacer las cosas bien. Primer detalle —señalé a la señorita princesa con un dedo acusador—: no veo razón alguna para llevarnos a la princesa. Sería ponerla en un peligro innecesario. Simplemente debemos liberar el palacio Ryugu de la influencia de la monarquía actual y, en ese punto, podremos dejar a la señorita ocupar el trono —retiré el gesto y seguí andando con aquella cara indiferente—. Siguiente punto: necesitamos una forma de infiltrarnos en el edificio para realizar el trabajo desde dentro, evitando el mayor número de bajas posibles. A menos que podáis tumbar la puerta de una, aunque solo hace falta ver el tamaño —me asomé a la ventana, tratando de fijarme en ella, pero me di la vuelta tan pronto que siquiera fui capaz de enfocar mi vista—. Por último, pero no menos importante… Necesitamos, para que todo pueda salir bien, dos cosas —hice el gesto con la mano, parándome en seco—: unas tropas que comandar, que supongo que estaréis en contacto con ellas, y un plano del interior para que pueda trazar la ruta más eficiente. Ah —entonces el gesto de mis dedos cambió, apareciendo el número tres nuevamente—, y tres bigotes y trajes de repartidor.
Mi sangre se calentaba a medida que lo pensaba, pero pareció ser que Augustus trató de arrojar alguna idea a todo esto que teníamos entre manos y me tranquilizó un poco. A juzgar por el gesto despreocupado del mink, parecía ser que él y yo éramos los únicos que nos preocupábamos en hacer de esto algo profesional. O sea, entrar a palacio de una forma u otra y comenzar a pegarnos de bofetadas con cualquiera que surgiera al cruzar la esquina no era la opción más lógica. Entrañaba un constante riesgo de ser descubiertos y, con los efectivos con los que contábamos, no estábamos preparados para un enfrentamiento abierto y directo. Solo hacía falta asomarse a la ventana y mirar hacia el palacio para darse cuenta de que allí se contarían los militares por decenas, con su propia jerarquía. De hecho, aquel hombre era un oficial, así que seguramente ya habría meditado acerca de toda esta situación y traería el mejor plan posib-- Espera, ¿caja?
Una pequeña vena había estado surgiendo en mi sien izquierda a medida que su monólogo continuaba, dando cada vez datos más inútiles, para terminar con uno que terminó de rematar: su plan era una mierda. ¿En qué cabeza cabía tratar de infiltrarse de aquella forma? Era obvio que necesitábamos buscar una forma de entrar sin levantar sospechas, ya que simplemente aporrearnos contra la puerta del palacete no serviría de nada. Bueno, sí, quizás la Revolución se ahorraría dinero en almuerzos. Pero necesitábamos premeditación, y yo no iba a hacer un trabajo de mierda por culpa de estos dos. Simplemente era incapaz de dejar mi imagen profesional y la de Yggdrasil tan baja, ya que este encargo era importante y seguramente tuviese cierto eco por el Paraíso. Despegué mi espalda de la pared y pasé al lado de Makintosh, chocando contra su codo sin tampoco demasiada fuerza, caminando alrededor del centro de la habitación. Crucé mis manos por detrás de mi zona lumbar y con cierto aire frío e indiferente, a pesar de que el rubor seguía en mis mejillas, comencé a concebir un plan que mezclaba mi experiencia profesional con mis propios delirios frutos del envenenamiento:
— Chicos, necesitamos hacer las cosas bien. Primer detalle —señalé a la señorita princesa con un dedo acusador—: no veo razón alguna para llevarnos a la princesa. Sería ponerla en un peligro innecesario. Simplemente debemos liberar el palacio Ryugu de la influencia de la monarquía actual y, en ese punto, podremos dejar a la señorita ocupar el trono —retiré el gesto y seguí andando con aquella cara indiferente—. Siguiente punto: necesitamos una forma de infiltrarnos en el edificio para realizar el trabajo desde dentro, evitando el mayor número de bajas posibles. A menos que podáis tumbar la puerta de una, aunque solo hace falta ver el tamaño —me asomé a la ventana, tratando de fijarme en ella, pero me di la vuelta tan pronto que siquiera fui capaz de enfocar mi vista—. Por último, pero no menos importante… Necesitamos, para que todo pueda salir bien, dos cosas —hice el gesto con la mano, parándome en seco—: unas tropas que comandar, que supongo que estaréis en contacto con ellas, y un plano del interior para que pueda trazar la ruta más eficiente. Ah —entonces el gesto de mis dedos cambió, apareciendo el número tres nuevamente—, y tres bigotes y trajes de repartidor.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Una cosa le había quedado clara: el oficial revolucionario allí presente era un demente, delirante e inconsciente de la vida, además de un pez baboso y obsesionado con las orejas. ¿De verdad permitían que alguien con tan pocas luces, una personalidad aparentemente inestable y una capacidad de improvisar planes tan absurda fuera un oficial de la revolución? Sí que estaban necesitados.
- Primer detalle, chavalín - empezó a hablar Roland tras escuchar los dos planes de sus aparentes compañeros. El primero le parecía completamente ridículo y se negaba a llevar otro par de orejas porque obviamente el pez no tenía sentido que se las pusiera. El segundo tenía algo más de clase, pero sin duda el niño se complicaba la vida; era mejor que dejase a los mayores al mando de la misión -. Si llevamos a la princesa, tendremos el factor psicológico con nosotros. Ella puede hablar con las tropas del enemigo para dividir sus fuerzas mermar su poder. Quizás hasta no hiciera falta pelear para ganar, aunque me apetece partir alguna que otra cara - hizo una pausa para observar las expresiones de la princesa y su aparente protector, que eran quiénes tenían que estar de acuerdo con su plan -. Segundo, de la infiltración me encargo yo, tengo mis métodos. Solo tenemos que reunir a todos nuestros efectivos en un mismo lugar, cuanto más cerca mejor, y yo me encargo de que entren todos y cada uno de ellos - lo que decía era verdad, aunque no quería dar más detalles de su habilidad hasta que fuera necesario -. Por último, y esto es indiscutible: nada de bigotes. Llamadme tirano si queréis, pero no quiero hacer el ridículo en esta misión, y su majestad la reina Hipatia estará de acuerdo - debía dorarle la píldora para ganarse su confianza.
- Bueno, respecto a lo que necesitamos, tal y como dijo el niño con aires de adulto aquí presente, por mi parte podemos contar con unos cuarenta hombres, armados y listos para la misión. Para el mapa necesitamos a un buen dibujante y a alguien que conozca el interior de la estructura. Su majestad - le habló directamente -, ¿conoce las disposición entera del edifico?
La mujer asintió, sin dejar de mirar al mink. Parecía que su plan le estaba gustando.
- Además, tenemos hombres sin branquias o formas para respirar bajo el agua. Si por algún motivo inundan el castillo o hay zonas de agua, será necesario. He visto que en la ciudad usan burbujas especiales para moverse y hacer múltiples cosas, al igual que en Sabaondy o para bajar hasta aquí abajo desde la superficie. Necesitamos a un grupo que se encargue de aprovisionamientos; armas para los desarmados, burbujas de respiración para los no peces y un dibujante de mapas. Tú, pezcao - señaló al gyojin baboso, sintiéndose poderoso por dar órdenes a un oficial revolucionario -, encárgate de eso. Y nada de diademas con orejas ni bigotes, te estaré vigilando. Tú, niño, encárgate de reunir a los hombres. Has demostrado desparpajo y buenas capacidades de organización, reunir y movilizar a las tropas será sencillo para ti. Por último, yo me quedaré aquí con Su Majestad para terminar de zanjar algunos detalles de la misión. Si no tenéis ninguna queja, que os aconsejo que no la tengáis, iros a cumplir vuestro cometido.
Cuando todo estuviera hablado, apuntaría la dirección de su grupo de mercenarios para entregárselo al niño o a quien se encargara de reunir a los hombres y les haría un ademán con las manos, insistiendo en que se fueran.
- Hasta mañana por la mañana. No seáis holgazanes y madrugad. Será un día grandioso.
- Primer detalle, chavalín - empezó a hablar Roland tras escuchar los dos planes de sus aparentes compañeros. El primero le parecía completamente ridículo y se negaba a llevar otro par de orejas porque obviamente el pez no tenía sentido que se las pusiera. El segundo tenía algo más de clase, pero sin duda el niño se complicaba la vida; era mejor que dejase a los mayores al mando de la misión -. Si llevamos a la princesa, tendremos el factor psicológico con nosotros. Ella puede hablar con las tropas del enemigo para dividir sus fuerzas mermar su poder. Quizás hasta no hiciera falta pelear para ganar, aunque me apetece partir alguna que otra cara - hizo una pausa para observar las expresiones de la princesa y su aparente protector, que eran quiénes tenían que estar de acuerdo con su plan -. Segundo, de la infiltración me encargo yo, tengo mis métodos. Solo tenemos que reunir a todos nuestros efectivos en un mismo lugar, cuanto más cerca mejor, y yo me encargo de que entren todos y cada uno de ellos - lo que decía era verdad, aunque no quería dar más detalles de su habilidad hasta que fuera necesario -. Por último, y esto es indiscutible: nada de bigotes. Llamadme tirano si queréis, pero no quiero hacer el ridículo en esta misión, y su majestad la reina Hipatia estará de acuerdo - debía dorarle la píldora para ganarse su confianza.
- Bueno, respecto a lo que necesitamos, tal y como dijo el niño con aires de adulto aquí presente, por mi parte podemos contar con unos cuarenta hombres, armados y listos para la misión. Para el mapa necesitamos a un buen dibujante y a alguien que conozca el interior de la estructura. Su majestad - le habló directamente -, ¿conoce las disposición entera del edifico?
La mujer asintió, sin dejar de mirar al mink. Parecía que su plan le estaba gustando.
- Además, tenemos hombres sin branquias o formas para respirar bajo el agua. Si por algún motivo inundan el castillo o hay zonas de agua, será necesario. He visto que en la ciudad usan burbujas especiales para moverse y hacer múltiples cosas, al igual que en Sabaondy o para bajar hasta aquí abajo desde la superficie. Necesitamos a un grupo que se encargue de aprovisionamientos; armas para los desarmados, burbujas de respiración para los no peces y un dibujante de mapas. Tú, pezcao - señaló al gyojin baboso, sintiéndose poderoso por dar órdenes a un oficial revolucionario -, encárgate de eso. Y nada de diademas con orejas ni bigotes, te estaré vigilando. Tú, niño, encárgate de reunir a los hombres. Has demostrado desparpajo y buenas capacidades de organización, reunir y movilizar a las tropas será sencillo para ti. Por último, yo me quedaré aquí con Su Majestad para terminar de zanjar algunos detalles de la misión. Si no tenéis ninguna queja, que os aconsejo que no la tengáis, iros a cumplir vuestro cometido.
Cuando todo estuviera hablado, apuntaría la dirección de su grupo de mercenarios para entregárselo al niño o a quien se encargara de reunir a los hombres y les haría un ademán con las manos, insistiendo en que se fueran.
- Hasta mañana por la mañana. No seáis holgazanes y madrugad. Será un día grandioso.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Vaya gente más mandona. Al parecer, ninguno de los dos comprendía quién estaba al mando allí. ¿Acaso Orejas o Niño Humano tenían su amplia experiencia en batalla? Y encima no querían usar los bigotes. ¡Los bigotes eran material básico para el revolucionario! Maki siempre llevaba un par encima, por si acaso. Le parecía increíble que estuvieran dispuestos a renunciar a ellos tan fácilmente. Pero a ver quién se lo decía a Orejas. Tenía una cara de malhumorado que asustaba, y su voz era casi como un gruñido constante.
-Pues a mí me gustan los bigotes -dijo la manta, atusándose el suyo.
-¿Ves? -Maki lo señaló como prueba irrefutable de que tenía razón-. A todo el mundo le gustan los bigotes.
Aun así, accedió a cumplir su parte del plan de Orejas. En cierto modo, todo lo que había dicho era casi lo que Maki había propuesto, solo que con menos gracia. Dejaría, por el momento, que aquel tipo creyese que podía mandar. Total,al final haría lo que quisiera, que para eso era el verdadero jefe allí. Princesas a parte, claro.
-Pues... nos vemos aquí mañana -dijo Maki antes de salir. No le apetecía nada madrugar, pero todo fuera por la Causa.
Dedicó el resto del día a reunir pertrechos. Había llevado un contenedor entero lleno de armas y explosivos, pero durante el viaje a la isla le picó la curiosidad y lo abrió. El agua estropeó un poco las armas y la pólvora, pero aún se podían usar para aporrear, así que lo tachó de la lista. Luego fue a comprar las demás cosas. Las burbujas podía comprarlas en cualquier tienda, pero eso era solo para turistas. Los nativos de la isla no malgastaban el dinero en esas cosas, sino que las cultivaban ellos mismos. La Granja de Burbujas de Edgar era la mejor, y ahí fue Maki. Compró tres docenas de conchas que producían pompas por el triple de lo que cualquier tienda de segunda le habría cobrado. Pero ¿qué sabrían ellos? Las burbujas de Edgar eran mucho mejores, porque eran de colores. El contable de Báltigo estaría de acuerdo en que había sido una buena compra. Igual que las demás.
Compró todo lo que Orejas quería y más: trajes verdes de camuflaje para la selva, puros de celebración, gafas de sol, por si tenían que poner una pose molona en algún momento, botes de pimienta, un par de martillos de los gordos, una bolsa de cacahuetes, un saco entero de estrellas ninja... También se aseguró de adquirir tres monos de fontanero y encargó unas gorras conmemorativas de recuerdo en las que se veía su cara. Y al final, sin que nadie le viese, compró las diademas con las orejas de gato. Al fin y al cabo, sería sospechoso si solo uno tenía esas orejas tan monas. Lo metió todo en una mochila enorme y luego se fue a buscar a un dibujante.
-¿Es usted dibujante? -preguntó al tipo más manchado de pintura que encontró por la calle, un hombretón muy bajito y musculoso que llevaba un rodillo al hombro y un par de cubos de pintura en una mano.
-¿Qué dices?
-Digo que si dibuja, si pinta y eso.
-Oh, claro. ¿Quieres pintar tu casa?
-Pues... -No estaba seguro de si debería darle muchos detalles. Decidió que mejor no-. Más o menos. Tengo un trabajo para ti, si decides aceptarlo.
Tras prometerle una buena paga, el hombre, un gyojin tiburón pigmeo llamado Hemingway, aceptó el trabajo y prometió acudir al club por la mañana.
Maki buscó un buen hotel y pidió una habitación de lujo a pagar con los fondos de Báltigo. No quería que nadie sospechase de él, así que encargó la suite más cara e innecesariamente grande que pudo encontrar. Sábanas suaves como nubes, Den Den Mushi privado, mayordomo, bañera con burbujas, pulsera de acceso ilimitado... Y, por supuesto, saqueó el minibar. No le gustaba beber, así que solo metió el contenido de las botellas en la bañera y contempló las burbujitas. Antes de irse a dormir se le ocurrió otra cosa que podían necesitar, por lo que emprendió una escapadita nocturna al barrio abisal y se hizo con ello.
Por la mañana, con todo ya listo, fue de nuevo al club de striptease. Se puso el Den Den despertador una hora antes del amanecer y salió con tanta prisa por si llegaba tarde que se le olvidó desayunar. Como no quería entrar y arriesgarse a encontrarse de nuevo a la bailarina, esperó en la puerta del club, sentado en el bordillo con su enorme mochila y el contenedor lleno de armas que no disparaban. Llevaba puesto su boina de oficial, su mostacho postizo más denso y arrebatador y empuñaba una pancarta enorme en la que se leía: "En la tierra o en el agua, la revolución me acompaña".
Estaba deseando empezar.
-Pues a mí me gustan los bigotes -dijo la manta, atusándose el suyo.
-¿Ves? -Maki lo señaló como prueba irrefutable de que tenía razón-. A todo el mundo le gustan los bigotes.
Aun así, accedió a cumplir su parte del plan de Orejas. En cierto modo, todo lo que había dicho era casi lo que Maki había propuesto, solo que con menos gracia. Dejaría, por el momento, que aquel tipo creyese que podía mandar. Total,al final haría lo que quisiera, que para eso era el verdadero jefe allí. Princesas a parte, claro.
-Pues... nos vemos aquí mañana -dijo Maki antes de salir. No le apetecía nada madrugar, pero todo fuera por la Causa.
Dedicó el resto del día a reunir pertrechos. Había llevado un contenedor entero lleno de armas y explosivos, pero durante el viaje a la isla le picó la curiosidad y lo abrió. El agua estropeó un poco las armas y la pólvora, pero aún se podían usar para aporrear, así que lo tachó de la lista. Luego fue a comprar las demás cosas. Las burbujas podía comprarlas en cualquier tienda, pero eso era solo para turistas. Los nativos de la isla no malgastaban el dinero en esas cosas, sino que las cultivaban ellos mismos. La Granja de Burbujas de Edgar era la mejor, y ahí fue Maki. Compró tres docenas de conchas que producían pompas por el triple de lo que cualquier tienda de segunda le habría cobrado. Pero ¿qué sabrían ellos? Las burbujas de Edgar eran mucho mejores, porque eran de colores. El contable de Báltigo estaría de acuerdo en que había sido una buena compra. Igual que las demás.
Compró todo lo que Orejas quería y más: trajes verdes de camuflaje para la selva, puros de celebración, gafas de sol, por si tenían que poner una pose molona en algún momento, botes de pimienta, un par de martillos de los gordos, una bolsa de cacahuetes, un saco entero de estrellas ninja... También se aseguró de adquirir tres monos de fontanero y encargó unas gorras conmemorativas de recuerdo en las que se veía su cara. Y al final, sin que nadie le viese, compró las diademas con las orejas de gato. Al fin y al cabo, sería sospechoso si solo uno tenía esas orejas tan monas. Lo metió todo en una mochila enorme y luego se fue a buscar a un dibujante.
-¿Es usted dibujante? -preguntó al tipo más manchado de pintura que encontró por la calle, un hombretón muy bajito y musculoso que llevaba un rodillo al hombro y un par de cubos de pintura en una mano.
-¿Qué dices?
-Digo que si dibuja, si pinta y eso.
-Oh, claro. ¿Quieres pintar tu casa?
-Pues... -No estaba seguro de si debería darle muchos detalles. Decidió que mejor no-. Más o menos. Tengo un trabajo para ti, si decides aceptarlo.
Tras prometerle una buena paga, el hombre, un gyojin tiburón pigmeo llamado Hemingway, aceptó el trabajo y prometió acudir al club por la mañana.
Maki buscó un buen hotel y pidió una habitación de lujo a pagar con los fondos de Báltigo. No quería que nadie sospechase de él, así que encargó la suite más cara e innecesariamente grande que pudo encontrar. Sábanas suaves como nubes, Den Den Mushi privado, mayordomo, bañera con burbujas, pulsera de acceso ilimitado... Y, por supuesto, saqueó el minibar. No le gustaba beber, así que solo metió el contenido de las botellas en la bañera y contempló las burbujitas. Antes de irse a dormir se le ocurrió otra cosa que podían necesitar, por lo que emprendió una escapadita nocturna al barrio abisal y se hizo con ello.
Por la mañana, con todo ya listo, fue de nuevo al club de striptease. Se puso el Den Den despertador una hora antes del amanecer y salió con tanta prisa por si llegaba tarde que se le olvidó desayunar. Como no quería entrar y arriesgarse a encontrarse de nuevo a la bailarina, esperó en la puerta del club, sentado en el bordillo con su enorme mochila y el contenedor lleno de armas que no disparaban. Llevaba puesto su boina de oficial, su mostacho postizo más denso y arrebatador y empuñaba una pancarta enorme en la que se leía: "En la tierra o en el agua, la revolución me acompaña".
Estaba deseando empezar.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No solía decirle nada insultante a nadie excepto en su momento cuando convivía con Yuu. Siempre guardaba las formas, aguantaba el tipo y, la mayoría de las veces, siquiera me surgían palabras de odio para la gente, así que solía parecer una persona educada. A pesar de ello, no podía impedir que mi mente me instase a soltarle alguna joyita a aquel mink. Es decir, podía permitir que me llamases niño—que lo había hecho—, que dudases de mis capacidades bélicas—cosa que yo también hacía— o que me tratases con menos respeto del debido por mi forma de ser, pero no aceptaba que nadie dudase de mis capacidades de estrategia. No había sacado adelante Yggdrasil siendo un inútil y, teniendo en cuenta las capacidades del felino durante la primera vez que nos habíamos encontrado, seguramente él no fuera capaz de rivalizarme en igualdad de condiciones. Al menos no de forma directa.
— Subnormal… —Musité a un volumen tan bajo que realmente dudaba que cualquier otra persona se hubiera percatado. Asentí después de que terminase su pésima estrategia, dejando ver una falsa sonrisa que pecaba hasta de viperina. ‘’¿Qué tipo de retrasados dudarían de su propia monarquía por ver a una princesa exiliada…?’’ pensé para mí pero, para bien o para mal, no se escapó en forma de comentario.
Bueno, me tocaba currar. Miré la dirección que me ofrecía aquel mink y mi mueca se torció con suavidad y elegancia, pero se notaba el desagrado de forma clara.
— ¿Siquiera tienes un Den Den Mush…? — Tomé el papel y me lo llevé al bolsillo de la chaqueta. — Mira, déjalo. — Me acerqué a la esquina de la habitación y tomé el traje de Sif, comenzando a vestirme con aquel disfraz para volver al trabajo. No me hacía gracia que aquellos dos me hubieran visto la cara, pero empezaba por ser un fallo mío al haber bajado las defensas con aquella señorita. Miré a Augustus y le tendí la mano con un gesto algo más amable. — ¿Usted tiene efectivos para la misión? — Esperaría a que me diese un DDM, excepto si era tan cutre como el gato y me daba un papel de mierda. — ¡Trata bien a la princesa y mentalízala para que mañana esté en constante riesgo, señorito Heimer! — Pasé al lado del caballero que la protegía, colocando la mano sobre su hombro y susurrándole al oído.— Tome mi teléfono. Siéntase libre de llamarme si necesita ayuda antes del día de mañana. — Saqué un caracol con gafas y pelo largo, dándoselo en las manos de forma sigilosa.
Salí del club a un paso más bien veloz, ya de incógnito. Me aseguré de que llevase todas mis pertenencias encima: mis DDM, el papel, lo que el revolucionario me pudiera haber dado, mis pistolas, el traje… Todo. En cuanto llegué a la puerta, miré a mi alrededor y saqué el DDM que me habían dado mis acompañantes de barco. Me tocaba dirigirme hacia la dirección que me habían dado y, por suerte, no era precisamente un distrito muy poblado, así que difícilmente encontraría a algún conocido allí. De todas formas, dudaba que nadie me reconociera con el aspecto actual, menos aún disfrazado de Sif.
Llegué a un colegio de uno de los distritos pobres de la Isla Gyojin, de aquellos que las vallas estaban hechas de espinos y los profesores no parecían demasiado cualificados. Toqué a la puerta y me miraron, dejándome entrar como si fuera un habitual allí. Ya allí dentro, empezaría con mi parte del trabajo. Me dirigí hacia el despacho del director como perro por su casa, abriendo la puerta tras chocar mis nudillos contra la madera. Lo miré fijamente y comencé a dialogar:
— Usted es parte de la Revolución, ¿cierto? —Terminé de entrar y cerré la puerta tras de mí.— Ha llegado el momento. — Asintió, con una sonrisa que deformó el bigote del señor, bien poblado e intimidante. — Le dejaré mi teléfono, llamaré mañana por la mañana. Esté preparado. — Dejé otro de mis Den Den Mushi sobre la mesa y me alejé nuevamente. — Seré yo quien se encargue de la estrategia durante toda la operación, así que agradeceré su atención. Encantado. — Crucé nuevamente la puerta, saliendo de aquella sala y paseándome por el interior para terminar saliendo y recorrer la calle que compartía acera con el edificio. A través de las vallas vi cómo, a falta de canastas de baloncesto o porterías, los niños practicaban sus primeras peleas de navaja. Qué recuerdos.
Después de aquello fui a las otras direcciones que me habían dado, realizando la misma operación —incluyendo el punto en el que aclaraba que aquel mink no era el encargado—. Para cuando terminé, estaban bien repartidos mis DDM para todos los encargados de los efectivos con los que contábamos. Eran cerca de 70, una cifra para nada envidiable, aunque quizás algo menos de los que uno merecería para comenzar una incursión en el palacio real.
Pagué una habitación de hotel para dormir y, para cuando el Sol salió nuevamente, ya me encontraba en la calle, en dirección al club del que había salido. Había cumplido mi trabajo y era un ejército coordinado, que podría llamar cuando lo necesitase. Sería raro que tanta gente siguiera a un niño, al igual que tampoco sería normal que a esa hora hubiera tanta concentración de humanos frente a aquel garito. Suspiré al ver a Augustus en la entrada con aquella pancarta, algo aliviado de ver que no era el único en aquella situación.
— ¡Buenas, señor Augustus! — Le tendí la mano para saludarle, ofreciéndole una sonrisa que a través de la máscara no se veía. — Bonito bigote. ¿Tiene otro? — Si me lo daba, me lo pondría sobre la máscara. — ¿Sabes si ha llegado ya el gato? — Ya fuera una negativa o no, esperaría allí a que viniese. No tenía ganas de entrar a buscarlo, siendo sinceros. Si tantas leyes tenía, esperaba que también fuera puntual el muy subnormal.
— Subnormal… —Musité a un volumen tan bajo que realmente dudaba que cualquier otra persona se hubiera percatado. Asentí después de que terminase su pésima estrategia, dejando ver una falsa sonrisa que pecaba hasta de viperina. ‘’¿Qué tipo de retrasados dudarían de su propia monarquía por ver a una princesa exiliada…?’’ pensé para mí pero, para bien o para mal, no se escapó en forma de comentario.
Bueno, me tocaba currar. Miré la dirección que me ofrecía aquel mink y mi mueca se torció con suavidad y elegancia, pero se notaba el desagrado de forma clara.
— ¿Siquiera tienes un Den Den Mush…? — Tomé el papel y me lo llevé al bolsillo de la chaqueta. — Mira, déjalo. — Me acerqué a la esquina de la habitación y tomé el traje de Sif, comenzando a vestirme con aquel disfraz para volver al trabajo. No me hacía gracia que aquellos dos me hubieran visto la cara, pero empezaba por ser un fallo mío al haber bajado las defensas con aquella señorita. Miré a Augustus y le tendí la mano con un gesto algo más amable. — ¿Usted tiene efectivos para la misión? — Esperaría a que me diese un DDM, excepto si era tan cutre como el gato y me daba un papel de mierda. — ¡Trata bien a la princesa y mentalízala para que mañana esté en constante riesgo, señorito Heimer! — Pasé al lado del caballero que la protegía, colocando la mano sobre su hombro y susurrándole al oído.— Tome mi teléfono. Siéntase libre de llamarme si necesita ayuda antes del día de mañana. — Saqué un caracol con gafas y pelo largo, dándoselo en las manos de forma sigilosa.
Salí del club a un paso más bien veloz, ya de incógnito. Me aseguré de que llevase todas mis pertenencias encima: mis DDM, el papel, lo que el revolucionario me pudiera haber dado, mis pistolas, el traje… Todo. En cuanto llegué a la puerta, miré a mi alrededor y saqué el DDM que me habían dado mis acompañantes de barco. Me tocaba dirigirme hacia la dirección que me habían dado y, por suerte, no era precisamente un distrito muy poblado, así que difícilmente encontraría a algún conocido allí. De todas formas, dudaba que nadie me reconociera con el aspecto actual, menos aún disfrazado de Sif.
Llegué a un colegio de uno de los distritos pobres de la Isla Gyojin, de aquellos que las vallas estaban hechas de espinos y los profesores no parecían demasiado cualificados. Toqué a la puerta y me miraron, dejándome entrar como si fuera un habitual allí. Ya allí dentro, empezaría con mi parte del trabajo. Me dirigí hacia el despacho del director como perro por su casa, abriendo la puerta tras chocar mis nudillos contra la madera. Lo miré fijamente y comencé a dialogar:
— Usted es parte de la Revolución, ¿cierto? —Terminé de entrar y cerré la puerta tras de mí.— Ha llegado el momento. — Asintió, con una sonrisa que deformó el bigote del señor, bien poblado e intimidante. — Le dejaré mi teléfono, llamaré mañana por la mañana. Esté preparado. — Dejé otro de mis Den Den Mushi sobre la mesa y me alejé nuevamente. — Seré yo quien se encargue de la estrategia durante toda la operación, así que agradeceré su atención. Encantado. — Crucé nuevamente la puerta, saliendo de aquella sala y paseándome por el interior para terminar saliendo y recorrer la calle que compartía acera con el edificio. A través de las vallas vi cómo, a falta de canastas de baloncesto o porterías, los niños practicaban sus primeras peleas de navaja. Qué recuerdos.
Después de aquello fui a las otras direcciones que me habían dado, realizando la misma operación —incluyendo el punto en el que aclaraba que aquel mink no era el encargado—. Para cuando terminé, estaban bien repartidos mis DDM para todos los encargados de los efectivos con los que contábamos. Eran cerca de 70, una cifra para nada envidiable, aunque quizás algo menos de los que uno merecería para comenzar una incursión en el palacio real.
Pagué una habitación de hotel para dormir y, para cuando el Sol salió nuevamente, ya me encontraba en la calle, en dirección al club del que había salido. Había cumplido mi trabajo y era un ejército coordinado, que podría llamar cuando lo necesitase. Sería raro que tanta gente siguiera a un niño, al igual que tampoco sería normal que a esa hora hubiera tanta concentración de humanos frente a aquel garito. Suspiré al ver a Augustus en la entrada con aquella pancarta, algo aliviado de ver que no era el único en aquella situación.
— ¡Buenas, señor Augustus! — Le tendí la mano para saludarle, ofreciéndole una sonrisa que a través de la máscara no se veía. — Bonito bigote. ¿Tiene otro? — Si me lo daba, me lo pondría sobre la máscara. — ¿Sabes si ha llegado ya el gato? — Ya fuera una negativa o no, esperaría allí a que viniese. No tenía ganas de entrar a buscarlo, siendo sinceros. Si tantas leyes tenía, esperaba que también fuera puntual el muy subnormal.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
- ¡Cállate niño y vete a hacer lo que te he ordenado! - gritó al joven, ahora ataviado con ropajes distintos y una extraña máscara. Qué rara esta juventud pensó el felino.
En cuanto el oficial revolucionario y el niño rarito hubieron salido de habitación, cerrando la puerta con un sonoro golpe, se dirigió a la princesa y su guardaespaldas, con gesto amable. Atrajo una silla hacia él y otra para la señorita Hipatia.
- Síéntese, por favor - dijo con voz suave, indicando con los brazos que tomara asiento -. Me gustaría hablar de negocios con usted, Su Majestad.
- ¿Negocios? - preguntó curiosa la sirena mientras pensaba de qué se podía tratar -. Si quieres hablar del pago de la misión, serás bien recompensado, en cuanto hayáis ganado ese trono para mí - dijo tajantemente, aunque con amabilidad.
- Si bien estoy interesado en esa cuestión, es un tema que podemos dejar para otra ocasión - se movió sobre la silla, apoyando una pierna sobre la otra -. El asunto que nos atañe en este momento es de una índole plenamente distinta. Verá, yo no trabajo para la revolución, ni mucho menos. Me han enviado desde el Gobierno Mundial para saber con certeza qué ocurre exactamente. Con esto quiero decir que ahora mismo yo represento al Gobierno Mundial, y queremos transmitirle nuestras buenas intenciones ofreciéndole ayuda en su cometido. Concretamente, un servidor. Nos gustaría hacerle saber que estamos encantados de formar lazos de amistad con usted, y que los amigos se ayudan mutuamente. Un día por ti, otro día por mí. No sé si entiende lo que le estoy diciendo.
- Lo entiendo perfectamente - contestó la princesa. Su rostro reflejaba desconfianza, pero en su mirada parecía querer creérselo -. ¿Pero qué garantías tengo yo de que no me estás engañando? Sin embargo, tu oferta es atractiva y refleja vuestras... buenas intenciones. Si gustáis, una vez yo vuelva a ser La Reina, podríamos discutir nuevamente este asunto.
- Faltaría más - la conversación había terminado. Ambos habían expuesto sus puntos y parecían haber llegado a un acuerdo tácito -. Si me disculpáis, voy a terminar los preparativos de mañana. Espero que volvamos a tener esta conversación pronto, y con una corona sobre su cabeza - añadió, en un completo tono de adulación que a él mismo le resultó desagradable.
Al terminar la conversación se levantó de la silla, se despidió cortésmente con un gesto de cabeza, y salió por la puerta, caminando de forma veloz por el local para no vivir ninguna escena como la de antes de encontrar a la princesa. Ya había tenido la primera toma de contacto con la princesa. Su objetivo era hacer que esa mujer le debiera un favor al Gobierno Mundial, quiénes a su vez se lo deberían a él. Un plan brillante salido de una mente maestra. Lo mejor de todo es que resultaba exageradamente fácil. Solo tenía que infiltrar con sus habilidades a los efectivos para que crearan una distracción causando el pánico. Así podría moverse libremente para encontrar y asesinar a la familia real. Una vez ocurriera, nada podría salir mal. Nada.
Pensando en su misión y sus quehaceres, llegó hasta un motelucho de mala muerte, un poco andrajoso y deteriorado. Sería un sitio indicado para pasar la noche sin levantar sospechas ni que se interesaran en él. Después de haber tenido una discusión con el encargado, y de haber pagado lo que consideraba una estafa por aquel sitio destartalado, se sentó en la cama de su habitación y contactó con su jefe directo, el agente Pluto. Reportó la situación, explicando detalle a detalle lo que había ocurrido y lo que había dicho. Lo único que dijo el agente fue "No la jodas", tras lo que colgó. Aquella noche el mink durmió como un bebé, con una sonrisa de satisfacción y confianza en su boca.
A la mañana siguiente aquella sonrisa se rompió en mil pedazos, dejando ver la rabia que ocultaba.
- ¿PERO QUÉ COJONES? - gritó al ver al gyojin con una pancarta frente a la puerta del establecimiento. Una vez se le empezó a hinchar bajo el pelo de su frente -. Puto pez de las narices, ¿acaso sabes no llamar la atención? Y encima con un bigote más falso que la hostia. Y el niño con otro... - Roland respiró, contó hasta diez para no matar al pez en aquel mismo instante y se relajó todo lo que pudo, que no era mucho -. Vale, eres un inútil, ya lo has demostrado. Al menos has traído lo que te pedí - dijo tras observar el contenedor de armas -. ¿También tienes las burbujas? ¿Y donde está el pintor? Debería estar aquí ya - miró a Lance -. ¿Y donde están las tropas? En cuanto salga la princesa con su alfombra bigotuda, nos vamos.
Desde luego aquel pez le iba a hacer perder la paciencia.
En cuanto el oficial revolucionario y el niño rarito hubieron salido de habitación, cerrando la puerta con un sonoro golpe, se dirigió a la princesa y su guardaespaldas, con gesto amable. Atrajo una silla hacia él y otra para la señorita Hipatia.
- Síéntese, por favor - dijo con voz suave, indicando con los brazos que tomara asiento -. Me gustaría hablar de negocios con usted, Su Majestad.
- ¿Negocios? - preguntó curiosa la sirena mientras pensaba de qué se podía tratar -. Si quieres hablar del pago de la misión, serás bien recompensado, en cuanto hayáis ganado ese trono para mí - dijo tajantemente, aunque con amabilidad.
- Si bien estoy interesado en esa cuestión, es un tema que podemos dejar para otra ocasión - se movió sobre la silla, apoyando una pierna sobre la otra -. El asunto que nos atañe en este momento es de una índole plenamente distinta. Verá, yo no trabajo para la revolución, ni mucho menos. Me han enviado desde el Gobierno Mundial para saber con certeza qué ocurre exactamente. Con esto quiero decir que ahora mismo yo represento al Gobierno Mundial, y queremos transmitirle nuestras buenas intenciones ofreciéndole ayuda en su cometido. Concretamente, un servidor. Nos gustaría hacerle saber que estamos encantados de formar lazos de amistad con usted, y que los amigos se ayudan mutuamente. Un día por ti, otro día por mí. No sé si entiende lo que le estoy diciendo.
- Lo entiendo perfectamente - contestó la princesa. Su rostro reflejaba desconfianza, pero en su mirada parecía querer creérselo -. ¿Pero qué garantías tengo yo de que no me estás engañando? Sin embargo, tu oferta es atractiva y refleja vuestras... buenas intenciones. Si gustáis, una vez yo vuelva a ser La Reina, podríamos discutir nuevamente este asunto.
- Faltaría más - la conversación había terminado. Ambos habían expuesto sus puntos y parecían haber llegado a un acuerdo tácito -. Si me disculpáis, voy a terminar los preparativos de mañana. Espero que volvamos a tener esta conversación pronto, y con una corona sobre su cabeza - añadió, en un completo tono de adulación que a él mismo le resultó desagradable.
Al terminar la conversación se levantó de la silla, se despidió cortésmente con un gesto de cabeza, y salió por la puerta, caminando de forma veloz por el local para no vivir ninguna escena como la de antes de encontrar a la princesa. Ya había tenido la primera toma de contacto con la princesa. Su objetivo era hacer que esa mujer le debiera un favor al Gobierno Mundial, quiénes a su vez se lo deberían a él. Un plan brillante salido de una mente maestra. Lo mejor de todo es que resultaba exageradamente fácil. Solo tenía que infiltrar con sus habilidades a los efectivos para que crearan una distracción causando el pánico. Así podría moverse libremente para encontrar y asesinar a la familia real. Una vez ocurriera, nada podría salir mal. Nada.
Pensando en su misión y sus quehaceres, llegó hasta un motelucho de mala muerte, un poco andrajoso y deteriorado. Sería un sitio indicado para pasar la noche sin levantar sospechas ni que se interesaran en él. Después de haber tenido una discusión con el encargado, y de haber pagado lo que consideraba una estafa por aquel sitio destartalado, se sentó en la cama de su habitación y contactó con su jefe directo, el agente Pluto. Reportó la situación, explicando detalle a detalle lo que había ocurrido y lo que había dicho. Lo único que dijo el agente fue "No la jodas", tras lo que colgó. Aquella noche el mink durmió como un bebé, con una sonrisa de satisfacción y confianza en su boca.
A la mañana siguiente aquella sonrisa se rompió en mil pedazos, dejando ver la rabia que ocultaba.
- ¿PERO QUÉ COJONES? - gritó al ver al gyojin con una pancarta frente a la puerta del establecimiento. Una vez se le empezó a hinchar bajo el pelo de su frente -. Puto pez de las narices, ¿acaso sabes no llamar la atención? Y encima con un bigote más falso que la hostia. Y el niño con otro... - Roland respiró, contó hasta diez para no matar al pez en aquel mismo instante y se relajó todo lo que pudo, que no era mucho -. Vale, eres un inútil, ya lo has demostrado. Al menos has traído lo que te pedí - dijo tras observar el contenedor de armas -. ¿También tienes las burbujas? ¿Y donde está el pintor? Debería estar aquí ya - miró a Lance -. ¿Y donde están las tropas? En cuanto salga la princesa con su alfombra bigotuda, nos vamos.
Desde luego aquel pez le iba a hacer perder la paciencia.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Maki sonrió satisfecho cuando vio a Niño Humano ponerse el bigote. Sobre la máscara... En fin, costumbres distintas. Lo importante era que por fin empezaba a calar hondo el tema de las prótesis capilares. Tal vez pronto todo el mundo se daría cuenta de la importancia de un buen disfraz y del poderoso factor motivador de llevar un frondoso mostacho bajo la nariz.
-Por allí viene Orejas -anunció cuando vio llegar al hombre-gato. O gato-hombre... no tenía muy claro qué era-. Hola, Ore...
Maki se calló de pronto cuando el felino estalló en un repentino y totalmente injustificado ataque de mal humor. Y contra su persona, nada menos. ¿Se había levantado con la pata izquierda? Igual una bola de pelo especialmente gorda le tenía de mala uva, pero eso no era motivo para ponerse a gritar así. Maki aguardó en completo silencio a que su cadete terminase de vomitar bilis. Estaba acostumbrado a que la gente le levantase la voz, pero en aquel momento se estaba llevando a cabo una misión importante para la Armada, y un líder no podía consentirle ese tipo de comportamiento a un subordinado. En cuanto el gato calló por fin, el Oficial Makintosh se adelantó un paso.
Los más de dos metros de babosa musculatura se plantaron frente al cadete Orejas, cubriéndole con su sombra, y unos diminutos ojos negros lo taladraron desde arriba, por encima del potente, varonil y autoritario bigote. El oficial Makintosh, consciente de su posición, dedicó al insubordinado gato su más pétrea expresión de contrariada severidad. Invocó la misma voz de hierro con la que fustigaba a los Centellas durante los entrenamientos, la misma que había forjado a lo largo de años de poner su vida al servicio de la Causa y de haber salvado el mundo como dos o tres veces.
-Cadete... Vuelve a hablar así a tu superior y te aseguro que te trituraré con mis propias manos, bola de pelo piojosa. ¿Ha quedado claro?
-¿Han pedido ustedes un pintor?
Hemingway -el Pegotes, como Maki estaba seguro que le gustaba que le llamaran los amigos- acababa de llegar cargado con sus cubos, su cinturón repleto de pinceles y su larga brocha al hombro, todo tan manchado de pintura como él mismo. Miraba al pequeño grupo reunido allí como si no tuviera muy claro qué pensar. Maki supuso que era normal, que debía ser la primera vez que le encargaban un trabajo tan importante.
-Hola -saludó Maki con un tono de voz totalmente opuesto al de hacía unos segundos. Una vez que se echaba la bronca a un hombre ya no había motivo para seguir enfadado-. Necesitamos que nos pintes un mapa.
-Un ¿qué?
-Bien, ahora que Pegotes ya está aquí, podemos ir a lo importante. Niño Humano, ¿nos has conseguido ya un glorioso ejército del bien? Tengo un montón de armas en el callejón que pueden usar.
Aprovechó el momento para repartir algunas de las cosas que había comprado. Tendió a cada uno de sus dos dispares subordinados un bote de pimienta, unas gafas de sol y un puñado de estrellas ninja que sacó de su gran mochila. En cuanto tuviesen el mapa y ultimasen los últimos detalles del plan -el gato aún tenía que explicarles cómo pensaba montárselo para entrar en el palacio- estarían listos para ponerse en marcha y restaurar la justicia en el fondo del mar. Más valía que se diesen prisa, porque en la mochila llevaba algo a lo que había que darle de comer.
-Por allí viene Orejas -anunció cuando vio llegar al hombre-gato. O gato-hombre... no tenía muy claro qué era-. Hola, Ore...
Maki se calló de pronto cuando el felino estalló en un repentino y totalmente injustificado ataque de mal humor. Y contra su persona, nada menos. ¿Se había levantado con la pata izquierda? Igual una bola de pelo especialmente gorda le tenía de mala uva, pero eso no era motivo para ponerse a gritar así. Maki aguardó en completo silencio a que su cadete terminase de vomitar bilis. Estaba acostumbrado a que la gente le levantase la voz, pero en aquel momento se estaba llevando a cabo una misión importante para la Armada, y un líder no podía consentirle ese tipo de comportamiento a un subordinado. En cuanto el gato calló por fin, el Oficial Makintosh se adelantó un paso.
Los más de dos metros de babosa musculatura se plantaron frente al cadete Orejas, cubriéndole con su sombra, y unos diminutos ojos negros lo taladraron desde arriba, por encima del potente, varonil y autoritario bigote. El oficial Makintosh, consciente de su posición, dedicó al insubordinado gato su más pétrea expresión de contrariada severidad. Invocó la misma voz de hierro con la que fustigaba a los Centellas durante los entrenamientos, la misma que había forjado a lo largo de años de poner su vida al servicio de la Causa y de haber salvado el mundo como dos o tres veces.
-Cadete... Vuelve a hablar así a tu superior y te aseguro que te trituraré con mis propias manos, bola de pelo piojosa. ¿Ha quedado claro?
-¿Han pedido ustedes un pintor?
Hemingway -el Pegotes, como Maki estaba seguro que le gustaba que le llamaran los amigos- acababa de llegar cargado con sus cubos, su cinturón repleto de pinceles y su larga brocha al hombro, todo tan manchado de pintura como él mismo. Miraba al pequeño grupo reunido allí como si no tuviera muy claro qué pensar. Maki supuso que era normal, que debía ser la primera vez que le encargaban un trabajo tan importante.
-Hola -saludó Maki con un tono de voz totalmente opuesto al de hacía unos segundos. Una vez que se echaba la bronca a un hombre ya no había motivo para seguir enfadado-. Necesitamos que nos pintes un mapa.
-Un ¿qué?
-Bien, ahora que Pegotes ya está aquí, podemos ir a lo importante. Niño Humano, ¿nos has conseguido ya un glorioso ejército del bien? Tengo un montón de armas en el callejón que pueden usar.
Aprovechó el momento para repartir algunas de las cosas que había comprado. Tendió a cada uno de sus dos dispares subordinados un bote de pimienta, unas gafas de sol y un puñado de estrellas ninja que sacó de su gran mochila. En cuanto tuviesen el mapa y ultimasen los últimos detalles del plan -el gato aún tenía que explicarles cómo pensaba montárselo para entrar en el palacio- estarían listos para ponerse en marcha y restaurar la justicia en el fondo del mar. Más valía que se diesen prisa, porque en la mochila llevaba algo a lo que había que darle de comer.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Vino el mink, Heimer, y, como parecía solo ser él capaz de hacerlo, tensó el ambiente hasta un punto inimaginable. El silencio inundó aquel corro que habíamos montado sin siquiera buscarlo y, en cuanto el gato hizo ademán de callarse, Augustus pareció aprovechar el instante para imponerse como oficial de la revolución. Entonces, en el momento en el que le estaba fusilando con la mirada y su postura, terminó por decir una frase que, aunque no la había dicho yo ni tenía nada que ver conmigo, se sentía espectacularmente bien. Le había amenazado como solamente alguien de aquel calibre podía: de forma directa, tajante y contundente. Solo pudiera haber mejorado si tuviera Haki del rey y lo hubiera doblegado hasta el suelo.
Entonces, alguien reclamó nuestra atención desde atrás y yo me limité a girarme, viendo a aquel hombre pintado sin querer darle demasiada importancia. Augustus entonces cambió su tono de forma radical y repentina, dirigiéndose en esta ocasión hacia el hombre y aclarándole que su trabajo sería realizar un mapa. Supuse que del palacio, y con ayuda de las guías de la princesa exiliada, pero quizás se estaba guardando aquella información para cuando no pudiese escapar. No sabíamos qué porcentaje de la población gyojin estaría de acuerdo con nuestros planes, por lo que había que actuar con pies de plomo.
Finalmente, aquel señor gyojin se dirigió a mí, preguntando por los efectivos que debía haber reclutado y, con una increíble y brillante sonrisa tras la máscara, metí la mano en el traje de Sif y saqué una serie de tres DDM bien llamativos. Descolgué los tres a la vez y, en cuanto me hube cerciorado de que hacían conexión con sus respectivos grupos, comencé a hablar.
— Soy de la Revolución. Es la hora. Delante del ‘’Club de Striptease: El Alzamiento.’’ — Viendo que nadie parecía tratar de hacer preguntas ni cuestionar nada, me limité a colgar y guardar aquellos seres nuevamente. — Están en camino, dele quince minutos. — Esta vez me dirigía a mi compañero con una total tranquilidad, sin sentir ni un ápice de ansiedad o nerviosismo por el momento que se acercaba. Es decir, no todos los días se derrocaba una monarquía en una isla del Red Line, aunque tampoco es que hubieran más islas por aquella zona.
Pasase lo que pasase en aquel lugar, yo me limitaría a mirar, sentado desde la acera y sin intervenir. Me era indiferente lo que ocurriera, aunque obviamente iba a reaccionar de mala forma en el caso de que el oficial saliera perjudicado de una manera u otra. Tardaron lo estimado en llegar, viendo aquella masa de cerca de setenta hombres y mujeres fornidos. Me vieron allí cuando me levanté de golpe y comencé a realizar aspavientos, tratando de captar la atención de las masas, haciendo que se acercasen expresamente a mí para buscar más información. En cuanto me comenzaron a rodear como buenamente podían, alcé un poco la voz frente al edificio, tratando de dirigirme a todo el conjunto:
— ¡Bienvenidos a la que será una de las más importantes operaciones de la Revolución, chicos! — Gesticulaba sobremanera, tratando de sentirme más cercano a aquellas personas. — ¡A partir de este punto, y con el equipamiento que este hombre ha conseguido, que están allí! — Señalé el callejón, desde donde asomaban armas blancas y de fuego, preparadas para ser adoptadas por cualquiera. — Antes de ir a por ellas, me gustaría aclarar que la cabeza al cargo de toda esta operación será Augustus Makintosh, oficial revolucionario. — Hice un gesto para presentarle, elegante y llamativo. — Aquel que llevará a cabo la estrategia desde este punto hasta que consigamos colocar a la princesa en el trono seré yo. Sif, encantado. — Tendí la mano a aquel que estaba más cerca de mí, en un ademán de hacer como que me presentaba a todos.
Entonces, alguien reclamó nuestra atención desde atrás y yo me limité a girarme, viendo a aquel hombre pintado sin querer darle demasiada importancia. Augustus entonces cambió su tono de forma radical y repentina, dirigiéndose en esta ocasión hacia el hombre y aclarándole que su trabajo sería realizar un mapa. Supuse que del palacio, y con ayuda de las guías de la princesa exiliada, pero quizás se estaba guardando aquella información para cuando no pudiese escapar. No sabíamos qué porcentaje de la población gyojin estaría de acuerdo con nuestros planes, por lo que había que actuar con pies de plomo.
Finalmente, aquel señor gyojin se dirigió a mí, preguntando por los efectivos que debía haber reclutado y, con una increíble y brillante sonrisa tras la máscara, metí la mano en el traje de Sif y saqué una serie de tres DDM bien llamativos. Descolgué los tres a la vez y, en cuanto me hube cerciorado de que hacían conexión con sus respectivos grupos, comencé a hablar.
— Soy de la Revolución. Es la hora. Delante del ‘’Club de Striptease: El Alzamiento.’’ — Viendo que nadie parecía tratar de hacer preguntas ni cuestionar nada, me limité a colgar y guardar aquellos seres nuevamente. — Están en camino, dele quince minutos. — Esta vez me dirigía a mi compañero con una total tranquilidad, sin sentir ni un ápice de ansiedad o nerviosismo por el momento que se acercaba. Es decir, no todos los días se derrocaba una monarquía en una isla del Red Line, aunque tampoco es que hubieran más islas por aquella zona.
Pasase lo que pasase en aquel lugar, yo me limitaría a mirar, sentado desde la acera y sin intervenir. Me era indiferente lo que ocurriera, aunque obviamente iba a reaccionar de mala forma en el caso de que el oficial saliera perjudicado de una manera u otra. Tardaron lo estimado en llegar, viendo aquella masa de cerca de setenta hombres y mujeres fornidos. Me vieron allí cuando me levanté de golpe y comencé a realizar aspavientos, tratando de captar la atención de las masas, haciendo que se acercasen expresamente a mí para buscar más información. En cuanto me comenzaron a rodear como buenamente podían, alcé un poco la voz frente al edificio, tratando de dirigirme a todo el conjunto:
— ¡Bienvenidos a la que será una de las más importantes operaciones de la Revolución, chicos! — Gesticulaba sobremanera, tratando de sentirme más cercano a aquellas personas. — ¡A partir de este punto, y con el equipamiento que este hombre ha conseguido, que están allí! — Señalé el callejón, desde donde asomaban armas blancas y de fuego, preparadas para ser adoptadas por cualquiera. — Antes de ir a por ellas, me gustaría aclarar que la cabeza al cargo de toda esta operación será Augustus Makintosh, oficial revolucionario. — Hice un gesto para presentarle, elegante y llamativo. — Aquel que llevará a cabo la estrategia desde este punto hasta que consigamos colocar a la princesa en el trono seré yo. Sif, encantado. — Tendí la mano a aquel que estaba más cerca de mí, en un ademán de hacer como que me presentaba a todos.
Roland Oppenheimer
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aquel pez no se pudo contener. Se alzó, demostrando su gran envergadura, seguramente sobre la punta de los pies para ganar altura y parecer más autoritario. Aunque la demostración de hombría no causó efecto alguno para el mink, salvo aumentar su enfado. Le iba a contestar justo cuando un hombre apareció, acarreando un bote de pintura y muchas brochas. Su mirada denotaba confusión.
Tras el breve intercambio de palabras de aquel gyojin y el recién llegado, no podía estar más cabreado. Todo el odio que albergaba, toda la ira acumulada a lo largo de los años, todo, explotó de forma incontrolable.
- ¿Que tú eres mi superior? - empezó a decir, masticando rabiosamente cada palabra -. ¿Bola de pelo piojosa? - No podía soportar aquella situación, abriendo el cajón de mierda, sin dejarse nada en el tintero - ¿Y QUE ME DICES DE TI? NO ERES MÁS QUE UN MASA AMORFA BLANDENGUE Y ASQUEROSA, TAN ESTÚPIDO QUE NO ERES CAPAZ DE DISTINGUIR A UN DIBUJANTE DE PLANOS DE UN PINTOR DE CASAS. ESTÚPIDO, IMBÉCIL, ALCORNOQUE, BOTARATE, CANTAMAÑANAS, LONGANIZAS. AHHHHHHHH, ME TIENES HARTO.
Y mientras soltaba esa sarta de insultos, unas chispas de electricidad carmesí recorrió su brazo, cubriéndolo casi al completo, concentrada especiamente en el puño, el cual apretaba con fuerza. Sin dudar ni una milésima de segundo, un puñetazo estaba golpeando donde el mink creía que estaba la boca del estómago del oficial revolucionario. En él descargó toda su furia y poder.
Por otra parte, la princesa se había asomado a la puerta, y contempló toda la situación, de forma expectante. Haciendo gestos al pintor, lo llamó y sin dar información innecesaria le explicó lo que necesitaban, dibujar el mapa de un edificio.
- Haberlo dicho antes - comentó sacando de la parte trasera de su pantalón una paleta de colores y un pincel -. En mis ratos libres soy un artista. Déjemelo a mí.
Tras el breve intercambio de palabras de aquel gyojin y el recién llegado, no podía estar más cabreado. Todo el odio que albergaba, toda la ira acumulada a lo largo de los años, todo, explotó de forma incontrolable.
- ¿Que tú eres mi superior? - empezó a decir, masticando rabiosamente cada palabra -. ¿Bola de pelo piojosa? - No podía soportar aquella situación, abriendo el cajón de mierda, sin dejarse nada en el tintero - ¿Y QUE ME DICES DE TI? NO ERES MÁS QUE UN MASA AMORFA BLANDENGUE Y ASQUEROSA, TAN ESTÚPIDO QUE NO ERES CAPAZ DE DISTINGUIR A UN DIBUJANTE DE PLANOS DE UN PINTOR DE CASAS. ESTÚPIDO, IMBÉCIL, ALCORNOQUE, BOTARATE, CANTAMAÑANAS, LONGANIZAS. AHHHHHHHH, ME TIENES HARTO.
Y mientras soltaba esa sarta de insultos, unas chispas de electricidad carmesí recorrió su brazo, cubriéndolo casi al completo, concentrada especiamente en el puño, el cual apretaba con fuerza. Sin dudar ni una milésima de segundo, un puñetazo estaba golpeando donde el mink creía que estaba la boca del estómago del oficial revolucionario. En él descargó toda su furia y poder.
Por otra parte, la princesa se había asomado a la puerta, y contempló toda la situación, de forma expectante. Haciendo gestos al pintor, lo llamó y sin dar información innecesaria le explicó lo que necesitaban, dibujar el mapa de un edificio.
- Haberlo dicho antes - comentó sacando de la parte trasera de su pantalón una paleta de colores y un pincel -. En mis ratos libres soy un artista. Déjemelo a mí.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Página 1 de 3. • 1, 2, 3
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.