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Lance Kashan
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fuerza
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Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sorprendentemente, para mí, para el rey emérito, para la princesa, su guardaespaldas y los otros dos en la sala, Augustus dijo las palabras mágicas, asintiendo ante mi petición. Nadie estaba preparado para lo que debía suceder: que el gyojin terminase con la cabeza —si podía considerarse que el monarca tenía una a pesar de aquel deforme cuerpo— en una mano, fruto de haberle decapitado para dar comienzo a una nueva época en la isla. La tierra que me había visto nacer y que tan mala infancia me había brindado por culpa de mi tez y forma de ser ahora se presentaba a mis pies; estaba en el punto más alto, en el palacio. Acompañado de la futura reina, a punto de darle fin a la vida del hombre que había permitido con su inacción los abusos en el orfanato y que un niño se viese abocado a robar en las calles. A pesar de que no fuera algo que me impactase personalmente en mi futuro, ya que aquel lugar quedaba en el pasado, sentía un calor en mi interior que hacía que una sonrisa se desprendiese de mi cara. Mi pecho quemaba por el movimiento veloz del corazón, los ojos estaban abiertos y mi boca seca, apoyándome en la pared mientras clavaba mis ojos en el revolucionario. Algo en mi interior gritaba que acabase de una vez, quería ver sangre. Un reguero, luego otro, que aquel cuerpo quedase reducido a simples vísceras irreconocibles. Y se fue a por un helado.
Moví mi cabeza de un lado hacia otro, agitándola para concentrarme en lo que estaba pasando. ¿Qué coño estaba haciendo el pez? Peor aún, ¿qué me había pasado…? Tosí un par de veces, desprendiéndome de las últimas gotas carmesís que permanecían en mi garganta y, cansado tanto física como mentalmente, con la paciencia también agotada tras aquel encargo de inútiles e irresponsables, me terminé sentando. Vino con un cucurucho que tomé por puro reflejo, mirándolo fijamente. ¿Cómo me iba a tomar aquello con una máscara? No me la podía quitar, menos en aquel lugar donde cualquiera que viese mi identidad me podía poner en un apuro en carácter mundial. A pesar de todo, ya quitándole importancia a todo pues la misión había terminado, impacté el helado contra la boca de mi máscara, haciendo que el sabor traspasase y llegase a mi boca a costa de manchar el negro de esta. Ya la limpiaría luego. Sinceramente, tampoco había escuchado sus palabras; mis oídos estaban taponados y no me facilitaban la tarea, aunque tampoco es que estuviese interesado en lo que pudiera decir. Ya había hecho mi parte antes los mismos ojos de la futura reina, así que me quedaría allí, comiendo mi rico heladito.
Un cuarto de hora después, me levanté con unas fuerzas algo renovadas, todavía con el cuerpo dolorido. Comencé a caminar ante la petición de encontrar al resto de la familia real para evitar futuros levantamientos y, generando mi campo electromagnético alrededor, empecé a rastrearlos. En menos de cinco minutos los encontré en una sala muy cercana a la del rey, los tres allí tirados bajo una cama. Como eran tan planos cabían los tres, uno sobre otro. Los amenacé con un rayo que invadió la mitad de la habitación, haciendo estallar la lámpara y provocando gritos, sucedidos de una orden que los instó a salir e ir a la sala del trono. Al momento ya estaban allí, encargándose Augustus de encerrarlos y atarlos a un armario. Quizás no había cárcel o estaba llena, o quizás era una forma cruel de hacer que se ahogasen entre olores a productos de limpieza para nada agradables. La princesa, con una sonrisa que no le cabía en la cara, nos ofreció dormir en las habitaciones del palacio por lo que quedaba de día, algo que acepté en el mismo instante en el que lo escuché. Me moví como un zombi hasta la habitación más cercana y me tiré sobre ella, cerrando antes la puerta con un candado y parándome a asegurarme de que no hubiera más posibles entradas. Es decir, la princesa había matado a su propia familia, así que no podía descartar que siguiera siendo una traidora.
A la mañana siguiente me levanté con un par de gritos, convirtiéndome en mi forma etérea y desplazándome a máxima velocidad hacia el armario donde se suponía que habían encerrado al rey y sus familiares cercanos. Estaban allí, azules. Bueno, más de lo normal. Sus ojos secos y podridos aclaraban que habían muerto durante la noche. ¿Envenenamiento…? No era mi trabajo, eso lo tenía por seguro. De todas formas, todo había terminado por lo que suponía, así que tocaba mi pago. Me acerqué a la nueva reina que se había apresurado en ocupar el trono de una forma dictatorial, saludándome en cuanto me acerqué y ordenando a los guardias que me permitiesen hablar:
— Reina… — Hinqué rodilla en una pose sumisa, demostrando los modales que había aprendido con la experiencia. — No quisiera importunarla, pero ya que el encargo ha finalizado, me gustaría recibir mi pago para marcharme, no sin antes dejarle un método de contacto para que pueda acudir a mis servicios personales de serlo necesario. Será mi más alta prioridad.
La mujer asintió repetidas veces hasta que terminó levantándose sobre aquellas dos piernas y me tocó el hombro, haciéndome girar para marcarme la puerta. — Encantada. Te llevaré al arca real. Ya que vuestro trabajo ha sido impoluto en casi todos los aspectos, obviando los cadáveres en la puerta, te permitiré tomar algunos objetos a tu placer. Son solo historia, nada útil. — Un par de guardias la siguieron al salir, acompañándonos por los pasillos para asegurar su estado. Nos topamos con Augustus, que hablaba con el guardaespaldas personal de la señorita y, saludándole, seguí andando hasta llegar a la habitación prometida. — Aquí tienes. Esperaré en la puerta, tómate tu tiempo.
Estaba todo lleno de oro, cofres, libros y más. Era casi un museo nacional, aunque estaba bien seguro de que la Isla Gyojin tenía varios de esos a lo largo de su tierra. Me fui acercando objeto a objeto, inspeccionado todos y cada uno de ellos con mi experiencia y dotes de ladrón, tratando de descubrir cuáles podrían ser mejores. Ya que tenía el permiso para tomarlos y no simplemente recibir algunos aleatorios, me aseguraría de irme con un buen botín a la altura de aquel encargo que había cambiado el porvenir de toda una isla. Por ello me alegré muchísimo cuando encontré un arma de fuego de muy buena calidad que, a pesar de que me escamaba que estuviera en un lugar como aquel, parecía prometer mucho o, como mínimo, serme útil en un futuro. Ya me encargaría de que el resto estuvieran a la altura o cerca como mínimo.
Moví mi cabeza de un lado hacia otro, agitándola para concentrarme en lo que estaba pasando. ¿Qué coño estaba haciendo el pez? Peor aún, ¿qué me había pasado…? Tosí un par de veces, desprendiéndome de las últimas gotas carmesís que permanecían en mi garganta y, cansado tanto física como mentalmente, con la paciencia también agotada tras aquel encargo de inútiles e irresponsables, me terminé sentando. Vino con un cucurucho que tomé por puro reflejo, mirándolo fijamente. ¿Cómo me iba a tomar aquello con una máscara? No me la podía quitar, menos en aquel lugar donde cualquiera que viese mi identidad me podía poner en un apuro en carácter mundial. A pesar de todo, ya quitándole importancia a todo pues la misión había terminado, impacté el helado contra la boca de mi máscara, haciendo que el sabor traspasase y llegase a mi boca a costa de manchar el negro de esta. Ya la limpiaría luego. Sinceramente, tampoco había escuchado sus palabras; mis oídos estaban taponados y no me facilitaban la tarea, aunque tampoco es que estuviese interesado en lo que pudiera decir. Ya había hecho mi parte antes los mismos ojos de la futura reina, así que me quedaría allí, comiendo mi rico heladito.
Un cuarto de hora después, me levanté con unas fuerzas algo renovadas, todavía con el cuerpo dolorido. Comencé a caminar ante la petición de encontrar al resto de la familia real para evitar futuros levantamientos y, generando mi campo electromagnético alrededor, empecé a rastrearlos. En menos de cinco minutos los encontré en una sala muy cercana a la del rey, los tres allí tirados bajo una cama. Como eran tan planos cabían los tres, uno sobre otro. Los amenacé con un rayo que invadió la mitad de la habitación, haciendo estallar la lámpara y provocando gritos, sucedidos de una orden que los instó a salir e ir a la sala del trono. Al momento ya estaban allí, encargándose Augustus de encerrarlos y atarlos a un armario. Quizás no había cárcel o estaba llena, o quizás era una forma cruel de hacer que se ahogasen entre olores a productos de limpieza para nada agradables. La princesa, con una sonrisa que no le cabía en la cara, nos ofreció dormir en las habitaciones del palacio por lo que quedaba de día, algo que acepté en el mismo instante en el que lo escuché. Me moví como un zombi hasta la habitación más cercana y me tiré sobre ella, cerrando antes la puerta con un candado y parándome a asegurarme de que no hubiera más posibles entradas. Es decir, la princesa había matado a su propia familia, así que no podía descartar que siguiera siendo una traidora.
A la mañana siguiente me levanté con un par de gritos, convirtiéndome en mi forma etérea y desplazándome a máxima velocidad hacia el armario donde se suponía que habían encerrado al rey y sus familiares cercanos. Estaban allí, azules. Bueno, más de lo normal. Sus ojos secos y podridos aclaraban que habían muerto durante la noche. ¿Envenenamiento…? No era mi trabajo, eso lo tenía por seguro. De todas formas, todo había terminado por lo que suponía, así que tocaba mi pago. Me acerqué a la nueva reina que se había apresurado en ocupar el trono de una forma dictatorial, saludándome en cuanto me acerqué y ordenando a los guardias que me permitiesen hablar:
— Reina… — Hinqué rodilla en una pose sumisa, demostrando los modales que había aprendido con la experiencia. — No quisiera importunarla, pero ya que el encargo ha finalizado, me gustaría recibir mi pago para marcharme, no sin antes dejarle un método de contacto para que pueda acudir a mis servicios personales de serlo necesario. Será mi más alta prioridad.
La mujer asintió repetidas veces hasta que terminó levantándose sobre aquellas dos piernas y me tocó el hombro, haciéndome girar para marcarme la puerta. — Encantada. Te llevaré al arca real. Ya que vuestro trabajo ha sido impoluto en casi todos los aspectos, obviando los cadáveres en la puerta, te permitiré tomar algunos objetos a tu placer. Son solo historia, nada útil. — Un par de guardias la siguieron al salir, acompañándonos por los pasillos para asegurar su estado. Nos topamos con Augustus, que hablaba con el guardaespaldas personal de la señorita y, saludándole, seguí andando hasta llegar a la habitación prometida. — Aquí tienes. Esperaré en la puerta, tómate tu tiempo.
Estaba todo lleno de oro, cofres, libros y más. Era casi un museo nacional, aunque estaba bien seguro de que la Isla Gyojin tenía varios de esos a lo largo de su tierra. Me fui acercando objeto a objeto, inspeccionado todos y cada uno de ellos con mi experiencia y dotes de ladrón, tratando de descubrir cuáles podrían ser mejores. Ya que tenía el permiso para tomarlos y no simplemente recibir algunos aleatorios, me aseguraría de irme con un buen botín a la altura de aquel encargo que había cambiado el porvenir de toda una isla. Por ello me alegré muchísimo cuando encontré un arma de fuego de muy buena calidad que, a pesar de que me escamaba que estuviera en un lugar como aquel, parecía prometer mucho o, como mínimo, serme útil en un futuro. Ya me encargaría de que el resto estuvieran a la altura o cerca como mínimo.
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