Y, sin más, se puso a llover. ¿Por qué demonios tenía que ponerse a llover en un momento como ese? No es que fuera supersticioso, pero cierta gente del cielo habría dicho que eso era un mal augurio. «Tampoco es necesario que recuerdes eso ahora, Kus», se dijo, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente. Ya habría tiempo para ponerse nostálgico.
El barco sobre el que se encontraba descansaba sobre unas aguas particularmente tranquilas. Ninguna brisa había movido las velas de la nave, indicándole a sus tripulantes que tendrían que emplear métodos más «mecánicos» si querían llegar a su destino. El Calm Belt resultaba un fenómeno de la naturaleza bastante peculiar, especialmente para aquellos que nunca habían surcado sus aguas. No era ningún secreto —al menos entre las buenas gentes del Grand Line— que estaban infestadas de temibles criaturas, encargadas todas ellas de guardar el paso frente a cualquiera con el suficiente coraje o estupidez como para adentrarse en ellas. Para el Gobierno Mundial, por otro lado, podía decirse que el viaje era bastante menos complicado. Con el cascarón bien cubierto de kairoseki eran capaces de burlar a los reyes marinos que actuaban de guardianes, siempre pacientes en la espera de una jugosa presa que llevarse a la boca. Kusanagi se había planteado en más de una ocasión la posibilidad de que aquellos seres estuvieran allí por alguna razón, una que llevara algún nombre gubernamental. ¿Tenían poder suficiente como para ejercer su control incluso en ambientes tan violentos? Siendo sinceros, no sería algo que pudiera sorprenderle.
—Vale, repasemos el plan una última vez —pidió.
Dentro de la sala de reuniones que el buque poseía bajo cubierta se encontraban sentados varios sujetos: el capitán de la nave; algunos marines de escasa graduación; el pelirrojo y un agente que respondía al nombre de Cornelius D. Ruffo, quien sería su compañero durante aquella misión. El objetivo era bastante simple, al menos de boca, y es que debían averiguar qué se estaba cociendo en la isla de las kuja; lo complicado venía cuando entendías que no había ni un solo hombre en toda la isla y que los únicos agentes del Cipher Pol disponibles para el trabajo son... bueno, hombres. ¿Cómo narices iban a pasar desapercibidos en esas condiciones?
—Hace unas semanas recibimos el aviso de uno de nuestros contactos en la isla. Al parecer, hay algo que no encaja y parece que cierto grupo de la tribu se está preparando para algo, pero no han podido darnos más datos. —Como siempre, debían trabajar a ciegas. Era su parte favorita del trabajo—. El problema es que esta isla está bajo la protección de Ainia Sanna y el Gobierno Mundial tiene pactado con la líder amazona no intervenir en la isla. Si esta operación llegase a oídos de la shichibukai podríamos cargarnos la tensa tregua que hay con las kuja. Por suerte, contamos con la ayuda de una aliada en la isla: Penthes Anira. Ella se encargará de ayudarnos durante el tiempo que estemos aquí... y nos pondrá un poco al día —aclaró, mirando a Ruffo finalmente.
El capitán se mesó la barba antes de dirigirse a ambos agentes.
—Por nuestra parte, mis hombres y yo zarparemos una vez hayan ustedes desembarcado. Si las amazonas detectasen un navío de la Marina tan cerca de sus costas podrían reaccionar con bastante violencia, por decirlo suavemente. —Hizo una pausa—. El agente Kusanagi tiene un den-den con línea directa a este navío. Una vez se ponga en contacto con nosotros, volveremos para el anochecer y podremos realizar la extracción sin llamar la atención.
—En nuestro caso, la discreción para esta misión es lo más importante. Independientemente de que la cumplamos o no, no deben identificarnos como miembros de la agencia. Si nos capturan... bueno. —Se cayó durante unos segundos, haciendo una mueca ante la idea de convertirse en prisioneros de las nativas—. Tendremos que apañárnoslas para salir. ¿Queda claro?
Y, una vez Ruffo respondiera su pregunta, darían por terminada su última reunión.
Quizá hubiera sonado algo más seco y serio que de costumbre durante la explicación, pero la situación lo requería. Sabía que Cornelius era un iniciado, por lo que apenas habría participado en misiones, mucho menos en una tan delicada. Le habían confiado a él la responsabilidad de cuidar del chico y, sobre todo, de evitar que metiera la pata. «A ver por dónde me sale». Con calma se guardaría el den-den que le habían facilitado en el barco, antes de disponerse a subir hacia cubierta; esperaría a que su compañero apareciera por allí, con la lluvia cayendo sobre él. No llevaba puesto el traje reglamentario, evidentemente, sino sus ropas habituales de cuando estaba fuera de servicio: una chaqueta fina y oscura sobre una camiseta de color blanco; unos pantalones largos del mismo color de la chaqueta que se adentraban en unas botas altas y oscuras; su pelo iba sujeto gracias a su habitual banda y el parche, cómo no, no podía faltar. Como única arma llevaba a Teisho, habiéndose dejado los restos de Seigi en Enies Lobby.
—Tú tranquilo —le diría a Ruffo una vez le alcanzase—. Los detalles de las misiones suelen sonar peor de lo que realmente son. Intenta mantenerte concentrado, da lo mejor de ti, confía en mí y todo saldrá bien. —Le miró de reojo—. Conoces el geppou, ¿no? No pueden arriesgarse a acercarnos en barcas, así que tendremos que ir nosotros mismos hasta la costa. Voy detrás de ti.
Y aguardó a que empezase a «volar».
El barco sobre el que se encontraba descansaba sobre unas aguas particularmente tranquilas. Ninguna brisa había movido las velas de la nave, indicándole a sus tripulantes que tendrían que emplear métodos más «mecánicos» si querían llegar a su destino. El Calm Belt resultaba un fenómeno de la naturaleza bastante peculiar, especialmente para aquellos que nunca habían surcado sus aguas. No era ningún secreto —al menos entre las buenas gentes del Grand Line— que estaban infestadas de temibles criaturas, encargadas todas ellas de guardar el paso frente a cualquiera con el suficiente coraje o estupidez como para adentrarse en ellas. Para el Gobierno Mundial, por otro lado, podía decirse que el viaje era bastante menos complicado. Con el cascarón bien cubierto de kairoseki eran capaces de burlar a los reyes marinos que actuaban de guardianes, siempre pacientes en la espera de una jugosa presa que llevarse a la boca. Kusanagi se había planteado en más de una ocasión la posibilidad de que aquellos seres estuvieran allí por alguna razón, una que llevara algún nombre gubernamental. ¿Tenían poder suficiente como para ejercer su control incluso en ambientes tan violentos? Siendo sinceros, no sería algo que pudiera sorprenderle.
—Vale, repasemos el plan una última vez —pidió.
Dentro de la sala de reuniones que el buque poseía bajo cubierta se encontraban sentados varios sujetos: el capitán de la nave; algunos marines de escasa graduación; el pelirrojo y un agente que respondía al nombre de Cornelius D. Ruffo, quien sería su compañero durante aquella misión. El objetivo era bastante simple, al menos de boca, y es que debían averiguar qué se estaba cociendo en la isla de las kuja; lo complicado venía cuando entendías que no había ni un solo hombre en toda la isla y que los únicos agentes del Cipher Pol disponibles para el trabajo son... bueno, hombres. ¿Cómo narices iban a pasar desapercibidos en esas condiciones?
—Hace unas semanas recibimos el aviso de uno de nuestros contactos en la isla. Al parecer, hay algo que no encaja y parece que cierto grupo de la tribu se está preparando para algo, pero no han podido darnos más datos. —Como siempre, debían trabajar a ciegas. Era su parte favorita del trabajo—. El problema es que esta isla está bajo la protección de Ainia Sanna y el Gobierno Mundial tiene pactado con la líder amazona no intervenir en la isla. Si esta operación llegase a oídos de la shichibukai podríamos cargarnos la tensa tregua que hay con las kuja. Por suerte, contamos con la ayuda de una aliada en la isla: Penthes Anira. Ella se encargará de ayudarnos durante el tiempo que estemos aquí... y nos pondrá un poco al día —aclaró, mirando a Ruffo finalmente.
El capitán se mesó la barba antes de dirigirse a ambos agentes.
—Por nuestra parte, mis hombres y yo zarparemos una vez hayan ustedes desembarcado. Si las amazonas detectasen un navío de la Marina tan cerca de sus costas podrían reaccionar con bastante violencia, por decirlo suavemente. —Hizo una pausa—. El agente Kusanagi tiene un den-den con línea directa a este navío. Una vez se ponga en contacto con nosotros, volveremos para el anochecer y podremos realizar la extracción sin llamar la atención.
—En nuestro caso, la discreción para esta misión es lo más importante. Independientemente de que la cumplamos o no, no deben identificarnos como miembros de la agencia. Si nos capturan... bueno. —Se cayó durante unos segundos, haciendo una mueca ante la idea de convertirse en prisioneros de las nativas—. Tendremos que apañárnoslas para salir. ¿Queda claro?
Y, una vez Ruffo respondiera su pregunta, darían por terminada su última reunión.
Quizá hubiera sonado algo más seco y serio que de costumbre durante la explicación, pero la situación lo requería. Sabía que Cornelius era un iniciado, por lo que apenas habría participado en misiones, mucho menos en una tan delicada. Le habían confiado a él la responsabilidad de cuidar del chico y, sobre todo, de evitar que metiera la pata. «A ver por dónde me sale». Con calma se guardaría el den-den que le habían facilitado en el barco, antes de disponerse a subir hacia cubierta; esperaría a que su compañero apareciera por allí, con la lluvia cayendo sobre él. No llevaba puesto el traje reglamentario, evidentemente, sino sus ropas habituales de cuando estaba fuera de servicio: una chaqueta fina y oscura sobre una camiseta de color blanco; unos pantalones largos del mismo color de la chaqueta que se adentraban en unas botas altas y oscuras; su pelo iba sujeto gracias a su habitual banda y el parche, cómo no, no podía faltar. Como única arma llevaba a Teisho, habiéndose dejado los restos de Seigi en Enies Lobby.
—Tú tranquilo —le diría a Ruffo una vez le alcanzase—. Los detalles de las misiones suelen sonar peor de lo que realmente son. Intenta mantenerte concentrado, da lo mejor de ti, confía en mí y todo saldrá bien. —Le miró de reojo—. Conoces el geppou, ¿no? No pueden arriesgarse a acercarnos en barcas, así que tendremos que ir nosotros mismos hasta la costa. Voy detrás de ti.
Y aguardó a que empezase a «volar».
El ambiente en la sala de reuniones era... ¿Tenso? No, aquella no era la palabra. Serio. Sí, serio se ajustaba mucho mejor a lo que percibía. ¿Y formal? También, pero no era cuestión de encontrar adjetivos que describiesen la situación, sino de asegurarme de que los detalles más relevantes de la operación no se escapasen de mi memoria.
Era por todos conocidos que, a su manera, la que llevaba la voz cantante en Amazon Lily era aliada del Gobierno Mundial. Un pacto tan simple como productivo para ambas partes: nosotros no cuestionábamos lo que sucedía en su isla ni nos metíamos en sus asuntos y, a cambio, ella ponía a nuestro servicio su indiscutible poder cuando verdaderamente era necesario. En la parte del trato que concernía a la kujas, nuestra presencia en la apartada isla del Calm Belt no era bien recibida, pero eran órdenes de arriba y había que acatarlas.
Algunas miembros de la tribu tramaban algo. Tan simple como eso, pero aquello no restaba dificultad a la misión. Mientras jugueteaba con el paquete de Ursus en mi bolsillo, no podía evitar dirigir desconfiadas miradas a... bueno, mi paquete, por decirlo rápido y mal. No concebía cómo podríamos movernos entre ellas sin que detectaran nuestra presencia. Nos habíamos asegurado de rasurar cada milímetro de nuestra anatomía, aunque no sabía si, con unas costumbres tan tribales, ellas harían uso habitual del noble arte de la depilación.
Al margen de mis disquisiciones, no atinaba a entender por qué me se me había asignado a mí, un novato sin verdadera experiencia de campo, aquel trabajo. Mientras hablaba para poner una vez más sobre la mesa los recovecos de la operación, clavé mis ojos en el que actuaría como mi superior. Si había sido elegido para una labor tan ardua y se le había asignado un iniciado, debía ser alguien bastante capaz y resolutivo. «A unas malas, si todo sale mal y abandonamos la isla de una pieza las culpas irán para él», me convencí en un fútil intento por relajarme. Estaba nervioso, y mucho.
Al menos tendríamos los medios para solicitar que nos sacasen de allí a toda velocidad, aunque nadie aseguraba que no tuviesen órdenes de dejarnos vendidos si todo se iba al garete. En el oficio iba implícito que, de ser capturados o descubiertos, la identidad de la imponente estructura gubernamental como manipuladora de los hilos debía quedar oculta.
—Pues estamos solos —murmuré, maldiciendo mi suerte conforme alcanzaba la posición del agente. Su nombre era Kusanagi, si no recordaba mal. Debía solucionar la mala costumbre de no retener a la primera con facilidad los nombres de quienes me daban las órdenes—. Sí, ése sí —respondí cuando preguntó sobre mi capacidad para usar el Geppo. Obvié el detalle de que los siguientes niveles del Rokushiki me eran completamente ajenos por el momento. ¿Quién sabía? Tal vez tuviese la oportunidad de continuar trabajando en alguno de ellos durante la misión. Había pasado innumerables horas tratando de dominar el siguiente, convirtiéndome en el hazmereir de mis compañeros debido a mis reiterados fracasos.
Golpeé un par de veces la cubierta del barco con la punta del pie derecho e, instantes después, me elevé hacia las alturas. La densa lluvia que caía sobre nosotros, acompañada de las obligatorias nubes que la hacían caer, nos proporcionaría la discreción necesaria para adentrarnos en terreno hostil.
Pisé con fuerza el aire una y otra vez, generando pequeños impulsos que me permitían mantenerme en lo alto. El escaso mar que nos separaba de la costa se hizo inmenso debajo de mí, observándonos con sus oscuras y azules fauces como un depredador que esperase el descuido de su presa. Los rumores hablaban de que las peores calamidades de los océanos habitaban las aguas del Calm Belt. Durante la travesía me había dedicado a dirigir miradas furtivas al océano, como si de ese modo pudiese alejar los peligros. No obstante, me había tranquilizado considerablemente cuando me habían informado de que el recubrimiento de kairoseki con el que se tapizaban los barcos mantenía alejadas a las bestias.
Escuché los últimos pasos aéreos de Kusanagi instantes después de que mis pies se posaran sobre la arena. Una camisa blanca sin corbata constituía la única prenda con la que cubría mi torso, mientras que unos largos pantalones color arena ocultaban mis piernas.Los zapatos, de un marrón más oscuro que el de los pantalones, se hundieron algunos centímetros en la arena cuando por fin aterricé.
—¿Tenemos que comunicarnos con el contacto o estaremos a nuestra suerte desde el principio? —Entendía el peligro que entrañaba para nuestra fuente de información el hecho de reunirse con nosotros, por no mencionar el grave compromiso de su coartada. Era por ello que había supuesto que no vería a quien nos filtraba la información, pero no estaba de más preguntar.
En espera de la indicación del agente, me escondí tras unas piedras que ocultaban mi cuerpo casi por completo y dirigí un par de miradas hacia el terreno que se abría ante nosotros. No parecía haber nadie por el momento, pero desconocía cómo me las ingeniaría para no sucumbir a los encantos de un sinfín de mujeres. ¡Es que allí, en teoría, no debía haber ni un sólo hombre! ¿Por qué no podía ir con el ocio como objetivo final? Respiré, rezando por ser capaz de contenerme y no delatarme demasiado pronto... De hecho, en ningún momento. A saber qué podrían hacernos si nos apresaban.
—Por cierto, ¿has —quizás fuese mejor dirigirme a él de usted, por eso de los formalismos asociados a la jerarquía— pensado cómo vamos a hacer para pasar desapercibidos entre ellas?
Era por todos conocidos que, a su manera, la que llevaba la voz cantante en Amazon Lily era aliada del Gobierno Mundial. Un pacto tan simple como productivo para ambas partes: nosotros no cuestionábamos lo que sucedía en su isla ni nos metíamos en sus asuntos y, a cambio, ella ponía a nuestro servicio su indiscutible poder cuando verdaderamente era necesario. En la parte del trato que concernía a la kujas, nuestra presencia en la apartada isla del Calm Belt no era bien recibida, pero eran órdenes de arriba y había que acatarlas.
Algunas miembros de la tribu tramaban algo. Tan simple como eso, pero aquello no restaba dificultad a la misión. Mientras jugueteaba con el paquete de Ursus en mi bolsillo, no podía evitar dirigir desconfiadas miradas a... bueno, mi paquete, por decirlo rápido y mal. No concebía cómo podríamos movernos entre ellas sin que detectaran nuestra presencia. Nos habíamos asegurado de rasurar cada milímetro de nuestra anatomía, aunque no sabía si, con unas costumbres tan tribales, ellas harían uso habitual del noble arte de la depilación.
Al margen de mis disquisiciones, no atinaba a entender por qué me se me había asignado a mí, un novato sin verdadera experiencia de campo, aquel trabajo. Mientras hablaba para poner una vez más sobre la mesa los recovecos de la operación, clavé mis ojos en el que actuaría como mi superior. Si había sido elegido para una labor tan ardua y se le había asignado un iniciado, debía ser alguien bastante capaz y resolutivo. «A unas malas, si todo sale mal y abandonamos la isla de una pieza las culpas irán para él», me convencí en un fútil intento por relajarme. Estaba nervioso, y mucho.
Al menos tendríamos los medios para solicitar que nos sacasen de allí a toda velocidad, aunque nadie aseguraba que no tuviesen órdenes de dejarnos vendidos si todo se iba al garete. En el oficio iba implícito que, de ser capturados o descubiertos, la identidad de la imponente estructura gubernamental como manipuladora de los hilos debía quedar oculta.
—Pues estamos solos —murmuré, maldiciendo mi suerte conforme alcanzaba la posición del agente. Su nombre era Kusanagi, si no recordaba mal. Debía solucionar la mala costumbre de no retener a la primera con facilidad los nombres de quienes me daban las órdenes—. Sí, ése sí —respondí cuando preguntó sobre mi capacidad para usar el Geppo. Obvié el detalle de que los siguientes niveles del Rokushiki me eran completamente ajenos por el momento. ¿Quién sabía? Tal vez tuviese la oportunidad de continuar trabajando en alguno de ellos durante la misión. Había pasado innumerables horas tratando de dominar el siguiente, convirtiéndome en el hazmereir de mis compañeros debido a mis reiterados fracasos.
Golpeé un par de veces la cubierta del barco con la punta del pie derecho e, instantes después, me elevé hacia las alturas. La densa lluvia que caía sobre nosotros, acompañada de las obligatorias nubes que la hacían caer, nos proporcionaría la discreción necesaria para adentrarnos en terreno hostil.
Pisé con fuerza el aire una y otra vez, generando pequeños impulsos que me permitían mantenerme en lo alto. El escaso mar que nos separaba de la costa se hizo inmenso debajo de mí, observándonos con sus oscuras y azules fauces como un depredador que esperase el descuido de su presa. Los rumores hablaban de que las peores calamidades de los océanos habitaban las aguas del Calm Belt. Durante la travesía me había dedicado a dirigir miradas furtivas al océano, como si de ese modo pudiese alejar los peligros. No obstante, me había tranquilizado considerablemente cuando me habían informado de que el recubrimiento de kairoseki con el que se tapizaban los barcos mantenía alejadas a las bestias.
Escuché los últimos pasos aéreos de Kusanagi instantes después de que mis pies se posaran sobre la arena. Una camisa blanca sin corbata constituía la única prenda con la que cubría mi torso, mientras que unos largos pantalones color arena ocultaban mis piernas.Los zapatos, de un marrón más oscuro que el de los pantalones, se hundieron algunos centímetros en la arena cuando por fin aterricé.
—¿Tenemos que comunicarnos con el contacto o estaremos a nuestra suerte desde el principio? —Entendía el peligro que entrañaba para nuestra fuente de información el hecho de reunirse con nosotros, por no mencionar el grave compromiso de su coartada. Era por ello que había supuesto que no vería a quien nos filtraba la información, pero no estaba de más preguntar.
En espera de la indicación del agente, me escondí tras unas piedras que ocultaban mi cuerpo casi por completo y dirigí un par de miradas hacia el terreno que se abría ante nosotros. No parecía haber nadie por el momento, pero desconocía cómo me las ingeniaría para no sucumbir a los encantos de un sinfín de mujeres. ¡Es que allí, en teoría, no debía haber ni un sólo hombre! ¿Por qué no podía ir con el ocio como objetivo final? Respiré, rezando por ser capaz de contenerme y no delatarme demasiado pronto... De hecho, en ningún momento. A saber qué podrían hacernos si nos apresaban.
—Por cierto, ¿has —quizás fuese mejor dirigirme a él de usted, por eso de los formalismos asociados a la jerarquía— pensado cómo vamos a hacer para pasar desapercibidos entre ellas?
El ojo esmeralda de Kusanagi, aquel que no se encontraba oculto por ningún parche, siguió la estela del agente a medida que este se elevaba en el aire. Su pregunta podría haber sido retórica, pero la empleó para que el muchacho pudiera darle una respuesta afirmativa y subir sus propios ánimos; los iniciados del Cipher Pol eran instruidos en el arte del Rokushiki, por lo que hasta los más novatos conocían al menos las cuatro técnicas básicas: kami-e, geppou, soru y tekkai, así como las bases del semei kikan. Pese a ello, esperaba que el poder haberle respondido con un «sí» hubiera servido para que sus nervios se apaciguasen mínimamente. Los agentes de menor graduación podían resultar impredecibles —como cualquier recluta de la Marina o cadete de la Armada Revolucionaria—, por lo que necesitaba que estuviera lo más centrado posible.
Sus pies empujaron el aire apenas un par de segundos después que los de Ruffo, ganando altura y siguiéndole a buen ritmo hasta la costa. Durante un instante pudo percibir cierta preocupación en él; había algo en el agua que le molestaba, y preguntarse qué podía ser tan solo indujo temores en el propio agente. «Espero que esas cosas no se acerquen tanto a la orilla o el factor sorpresa se irá al garete».
Aterrizó a apenas un metro de distancia de su pupilo, tras lo que se giró para hacer una señal con el brazo hacia los marines. El buque comenzó a alejarse poco después.
—Tenemos que dar con Penthes —respondió, cubriéndose tras una pequeña acumulación rocosa de la playa junto a él—, pero antes de preocuparnos por eso hay que llegar hasta el asentamiento principal de las Kuja. Por lo que sabemos se asientan en el interior de la montaña, en una especie de valle erosionado en el centro de la misma. No será difícil de encontrar: tan solo tenemos que seguir las serpientes.
Y su mano señaló algún punto elevado, a lo lejos y isla adentro. Debido a la lluvia, las nubes y que estaba anocheciendo la luz era bastante escasa, pero aún podían verse las terroríficas serpientes que habían sido esculpidas en la propia montaña. Debía reconocer que se trataba de una imagen bastante desalentadora para cualquier aventurero con un mínimo de aprecio por su vida. Tras esto hizo una mueca, asomándose con cautela por encima de la roca para observar los lindes de la jungla que se extendía frente a ellos. Activó la visión térmica de su Hot-Eye para asegurarse de que no hubiera ninguna amazona en las proximidades. La escasa luz y la tormenta les amparaba, pero no estaba de más tomar ciertas precauciones. No parecía haber ninguna señal térmica humanoide.
Sonrió ante la siguiente pregunta de Ruffo, casi teniendo que contener una risa. Sí, claro que tenía un plan para infiltrarse entre las amazonas, aunque dudaba que fuera a hacerle mucha gracia.
—Algo se me ha ocurrido, pero ya te contaré los detalles después. —Ladeó el rostro para mirarle directamente—. Será mejor que nos preocupemos primero de llegar sin ser vistos. Vamos.
Kusanagi tomó la delantera, comenzando a guiar a su compañero quien, supuso, le seguiría de cerca. Segundos después de salir de su escondite tras las rocas ya se habían adentrado en la espesa jungla que, cómo no, parecía resistirse a que unos forasteros la explorasen. El terreno era bastante complicado, lleno de vegetación que tenían que ir apartando con las manos a medida que avanzaban. Habría sido mucho más sencillo ir despejando el camino con la espada, pero también mucho más ruidoso e imprudente. El agente se encontraba concentrado mientras desplegaba las habilidades de su fruta, captando cualquier sonido de los alrededores; si algo se aproximaba a ellos lo escucharía, salvo que fuera capaz de moverse sin producir sonido alguno. Sabía que las mujeres de la isla poseían habilidades extraordinarias, así como que se podían mover por la maleza como quien pasea en pijama por su casa, pero no estaba de más intentar prevenir un poco.
—Mantente alerta —susurró, sin girarse—. Si notas algo extraño házmelo saber de inmediato. Recuerda que no hay que llamar la atención, así que evitaremos cualquier enfrentamiento a toda costa. No quedaría bien en nuestro expediente una extracción prematura...
Podía escuchar con bastante claridad los pasos de ambos, aunque para el resto del mundo serían prácticamente inaudibles. Desde todas las direcciones le llegaban sonidos de todas las índoles, desde el suave repiqueteo de la lluvia o el crujir de las ramas con su vaivén; hasta los suaves gruñidos y característicos ruidos de las alimañas que se resguardaban del temporal cerca de ellos. Nada que preocupase al pelirrojo por el momento. Si no había hecho mal los cálculos, a ese ritmo les llevaría un par de horas alcanzar la falda de la montaña; lo complicado sería averiguar cómo demonios adentrarse en ella. ¿Quizá pudieran escalarla y tomar un paso elevado? «Bueno, siempre podemos contar con P.O.L.O. si la cosa se complica».
Y así siguieron, sin amenazas aparentes.
Sus pies empujaron el aire apenas un par de segundos después que los de Ruffo, ganando altura y siguiéndole a buen ritmo hasta la costa. Durante un instante pudo percibir cierta preocupación en él; había algo en el agua que le molestaba, y preguntarse qué podía ser tan solo indujo temores en el propio agente. «Espero que esas cosas no se acerquen tanto a la orilla o el factor sorpresa se irá al garete».
Aterrizó a apenas un metro de distancia de su pupilo, tras lo que se giró para hacer una señal con el brazo hacia los marines. El buque comenzó a alejarse poco después.
—Tenemos que dar con Penthes —respondió, cubriéndose tras una pequeña acumulación rocosa de la playa junto a él—, pero antes de preocuparnos por eso hay que llegar hasta el asentamiento principal de las Kuja. Por lo que sabemos se asientan en el interior de la montaña, en una especie de valle erosionado en el centro de la misma. No será difícil de encontrar: tan solo tenemos que seguir las serpientes.
Y su mano señaló algún punto elevado, a lo lejos y isla adentro. Debido a la lluvia, las nubes y que estaba anocheciendo la luz era bastante escasa, pero aún podían verse las terroríficas serpientes que habían sido esculpidas en la propia montaña. Debía reconocer que se trataba de una imagen bastante desalentadora para cualquier aventurero con un mínimo de aprecio por su vida. Tras esto hizo una mueca, asomándose con cautela por encima de la roca para observar los lindes de la jungla que se extendía frente a ellos. Activó la visión térmica de su Hot-Eye para asegurarse de que no hubiera ninguna amazona en las proximidades. La escasa luz y la tormenta les amparaba, pero no estaba de más tomar ciertas precauciones. No parecía haber ninguna señal térmica humanoide.
Sonrió ante la siguiente pregunta de Ruffo, casi teniendo que contener una risa. Sí, claro que tenía un plan para infiltrarse entre las amazonas, aunque dudaba que fuera a hacerle mucha gracia.
—Algo se me ha ocurrido, pero ya te contaré los detalles después. —Ladeó el rostro para mirarle directamente—. Será mejor que nos preocupemos primero de llegar sin ser vistos. Vamos.
Kusanagi tomó la delantera, comenzando a guiar a su compañero quien, supuso, le seguiría de cerca. Segundos después de salir de su escondite tras las rocas ya se habían adentrado en la espesa jungla que, cómo no, parecía resistirse a que unos forasteros la explorasen. El terreno era bastante complicado, lleno de vegetación que tenían que ir apartando con las manos a medida que avanzaban. Habría sido mucho más sencillo ir despejando el camino con la espada, pero también mucho más ruidoso e imprudente. El agente se encontraba concentrado mientras desplegaba las habilidades de su fruta, captando cualquier sonido de los alrededores; si algo se aproximaba a ellos lo escucharía, salvo que fuera capaz de moverse sin producir sonido alguno. Sabía que las mujeres de la isla poseían habilidades extraordinarias, así como que se podían mover por la maleza como quien pasea en pijama por su casa, pero no estaba de más intentar prevenir un poco.
—Mantente alerta —susurró, sin girarse—. Si notas algo extraño házmelo saber de inmediato. Recuerda que no hay que llamar la atención, así que evitaremos cualquier enfrentamiento a toda costa. No quedaría bien en nuestro expediente una extracción prematura...
Podía escuchar con bastante claridad los pasos de ambos, aunque para el resto del mundo serían prácticamente inaudibles. Desde todas las direcciones le llegaban sonidos de todas las índoles, desde el suave repiqueteo de la lluvia o el crujir de las ramas con su vaivén; hasta los suaves gruñidos y característicos ruidos de las alimañas que se resguardaban del temporal cerca de ellos. Nada que preocupase al pelirrojo por el momento. Si no había hecho mal los cálculos, a ese ritmo les llevaría un par de horas alcanzar la falda de la montaña; lo complicado sería averiguar cómo demonios adentrarse en ella. ¿Quizá pudieran escalarla y tomar un paso elevado? «Bueno, siempre podemos contar con P.O.L.O. si la cosa se complica».
Y así siguieron, sin amenazas aparentes.
¿Penthes? El nombre era cuanto menos sugerente, pero la situación no estaba para detenerme a valorar consideraciones como aquélla. Estuve cerca de replicar al "ya te contaré los detalles después"; ¿y si cuando nos encontrásemos en una situación en la que requiriese saberlo el pelirrojo no podía hablar? Independientemente de las dudas que asolasen mi mente, guardé silencio. Yo no era más que un novato en lides como aquélla y él, a juzgar por la seguridad de su actitud, debía haberse vistos en circunstancias mucho más comprometedoras que aquélla.
Fuera como fuere, enseguida tuve claro que detestaba la selva. No importaba cómo caminase, porque siempre había una hoja, rama o liana que intentaba meterse en mi boca o mis ojos. Por otro lado, la humedad se pegaba a mi cuerpo sin clemencia alguna hasta el punto de hacerme desear ir desnudo. Lo que fuese con tal de evitar la molesta sensación de notar la camisa pegada a la piel. Aun así, me esforcé por reprimir mis quejas una vez más y no perder de vista a Kusanagi.
Las alimañas conformaban la banda sonora de la jungla, asegurándonos que éramos seres insignificantes al lado del ancestral poder de la naturaleza. El barro se pegaba a mis zapatos y debía andar con ojo de no pisar pequeñas ramas y demás elementos que pudiesen revelar nuestra posición. Mi superior, por el contrario, lo hacía sin dificultad alguna; como si su cuerpo reaccionase por sí mismo a aquel tipo de cosas y él pudiese centrarse por completo en todo lo demás.
Mientras caminábamos, la imponente figura de una gran montaña se fue haciendo visible a través de los escasos claros que dejaba el ramaje de los árboles. Aquél era sin duda nuestro destino. Mi pie se disponía a emerger de un seto cuando aprecié la voz, obligándome a ocultarlo de nuevo y agazaparme para no ser visto.
—No entiendo por qué tenemos que patrullar tanto por la isla —se quejó una voz femenina—. Nadie se atreve a venir aquí y, aunque así fuese, no cualquiera puede llegar.
—Calla, ¿has escuchado eso? —interrumpió otra voz, más dulce que la primera. «Genial. A la primera oportunidad que tengo, la cago», me lamenté, encogiéndome aún más como si de ese modo pudiese hacerme invisible. Mi corazón latía haciendo un sonido mayor que los débiles pasos que, como susurros de la naturaleza imperceptibles en otro escenario, se aproximaban a nosotros. Habría que neutralizarlas antes de que pudiesen dar la voz de alarma.
—¿Qué hacéis aquí todavía? —irrumpió una autoritaria mujer—. Este sector debería haber sido peinado por completo hace quince minutos.
—Creímos encontrar algo sospechoso atrás y nos detuvimos a asegurarnos, Penthes —improvisó la primera que había hablado.
—Pues ya podéis ir acelerando o me aseguraré de que vuestra lentitud se refleje en mi informe. —Los pasos comenzaron a alejarse a gran velocidad hasta volverse inapreciables—. Vosotros, ya podéis salir. —Parecía enfadada—. Pensaba que para esto mandarían a alguien más apto y confiable.
Me topé con la mujer más bella que mis ojos jamás habían contemplado. Una larga melena castaña caía hasta su cintura. De ambos lados de su cabeza nacían dos pequeñas trenzas que se unían en la parte posterior de la misma, impidiendo que el pelo cayese frente a sus ojos, tan negros como una noche sin luna ni estrellas. En cuanto a la ropa... Bueno, brillaba por su escasez. Apenas una suerte de top ocultaba mínimamente su pecho y, del mismo modo, un trozo de tela cubría sus genitales sin tapar en absoluto unas largas y tonificadas piernas.
Fuera como fuere, enseguida tuve claro que detestaba la selva. No importaba cómo caminase, porque siempre había una hoja, rama o liana que intentaba meterse en mi boca o mis ojos. Por otro lado, la humedad se pegaba a mi cuerpo sin clemencia alguna hasta el punto de hacerme desear ir desnudo. Lo que fuese con tal de evitar la molesta sensación de notar la camisa pegada a la piel. Aun así, me esforcé por reprimir mis quejas una vez más y no perder de vista a Kusanagi.
Las alimañas conformaban la banda sonora de la jungla, asegurándonos que éramos seres insignificantes al lado del ancestral poder de la naturaleza. El barro se pegaba a mis zapatos y debía andar con ojo de no pisar pequeñas ramas y demás elementos que pudiesen revelar nuestra posición. Mi superior, por el contrario, lo hacía sin dificultad alguna; como si su cuerpo reaccionase por sí mismo a aquel tipo de cosas y él pudiese centrarse por completo en todo lo demás.
Mientras caminábamos, la imponente figura de una gran montaña se fue haciendo visible a través de los escasos claros que dejaba el ramaje de los árboles. Aquél era sin duda nuestro destino. Mi pie se disponía a emerger de un seto cuando aprecié la voz, obligándome a ocultarlo de nuevo y agazaparme para no ser visto.
—No entiendo por qué tenemos que patrullar tanto por la isla —se quejó una voz femenina—. Nadie se atreve a venir aquí y, aunque así fuese, no cualquiera puede llegar.
—Calla, ¿has escuchado eso? —interrumpió otra voz, más dulce que la primera. «Genial. A la primera oportunidad que tengo, la cago», me lamenté, encogiéndome aún más como si de ese modo pudiese hacerme invisible. Mi corazón latía haciendo un sonido mayor que los débiles pasos que, como susurros de la naturaleza imperceptibles en otro escenario, se aproximaban a nosotros. Habría que neutralizarlas antes de que pudiesen dar la voz de alarma.
—¿Qué hacéis aquí todavía? —irrumpió una autoritaria mujer—. Este sector debería haber sido peinado por completo hace quince minutos.
—Creímos encontrar algo sospechoso atrás y nos detuvimos a asegurarnos, Penthes —improvisó la primera que había hablado.
—Pues ya podéis ir acelerando o me aseguraré de que vuestra lentitud se refleje en mi informe. —Los pasos comenzaron a alejarse a gran velocidad hasta volverse inapreciables—. Vosotros, ya podéis salir. —Parecía enfadada—. Pensaba que para esto mandarían a alguien más apto y confiable.
Me topé con la mujer más bella que mis ojos jamás habían contemplado. Una larga melena castaña caía hasta su cintura. De ambos lados de su cabeza nacían dos pequeñas trenzas que se unían en la parte posterior de la misma, impidiendo que el pelo cayese frente a sus ojos, tan negros como una noche sin luna ni estrellas. En cuanto a la ropa... Bueno, brillaba por su escasez. Apenas una suerte de top ocultaba mínimamente su pecho y, del mismo modo, un trozo de tela cubría sus genitales sin tapar en absoluto unas largas y tonificadas piernas.
Se ocultó rápidamente y en completo silencio tras el tronco de un árbol al escuchar las voces. Maldijo en su cabeza, buscando con nerviosismo al novato entre la maleza, encontrándole agazapado tras unos arbustos que apenas eran capaces de proporcionarle suficiente cobertura. Había tardado demasiado tiempo en percatarse de la presencia de las dos mujeres que acababan de aparecer frente a ellos, siguiendo alguna ruta predefinida de patrullaje. De una forma u otra habían escapado a la percepción que le otorgaban sus poderes; el ruido que generaban al andar era tan leve y natural que lo había confundido con el de algún felino, mientras que el incesante sonar de la lluvia había servido para amortiguarlo aún más. Dejó de concentrarse en los ruidos: no serviría de nada en aquellas condiciones y, visto lo visto, menos aún contra alguien que se movía con la gracia y agilidad de un puma.
Él no había hecho ruido pero, por desgracia, no podía decir lo mismo de su compañero. Su reacción había sido rápida, pero las amazonas estaban demasiado cerca como para no reparar en el ruidoso seto. Si se acercaban un par de metros más podrían verle sin problemas, por lo que tenía que pensar rápido. Enfrentarse a ellas no era una opción: si lo hacían tendrían que amordazarlas y dejarlas en algún sitio de aquella jungla donde, eventualmente, serían encontradas y harían saltar todas las alarmas. «Un sonido. ¡Un sonido en otra dirección!», pensó con predisposición a generarlo con su fruta en cualquier otra localización, lo más alejado posible de ellos; pronto se dio cuenta de que no haría ninguna falta.
La voz no le era familiar, pero sí la apariencia. La belleza de aquella mujer era difícil de describir, resultando tan deslumbrante que incluso el propio agente perdió la concentración durante unos instantes. La ropa no ayudaba, definitivamente. Tan solo cuando se dirigió a ellos —en un tono bastante menos agradable que su apariencia— fue que reaccionó, saliendo con cierta cautela de su escondite y haciéndole una señal al iniciado.
—Siento el error —se disculpó, llevándose una mano al pecho para acompañar sus palabras—. Ha sido culpa mía. No esperaba pasar por alto a dos de las vuestras, pero parece que lo que dicen de tu gente está bastante modesto en comparación a... bueno, la realidad.
—Ojalá pudiera decir lo mismo —escupió, con el mismo tono arisco y seco que había empleado para hacerles salir. Suspiró con exasperación mientras se llevaba una mano a la cadera—. Si os cogen tendré que venderos, así que evitad que vuelva a ocurrir.
Penthes les observó, echándoles un vistazo de arriba a abajo que no pasó desapercibido para el agudo ojo de Kusanagi; lo que no supo decir es si lo que se reflejó en su mirada fue decepción o conformismo. La verdad es que no habían dado una buena primera impresión, lo que hacía que el pelirrojo se preguntase si le dolía más la falta en su profesionalidad o, por el contrario, la que pudiera haber en la mente de aquella mujer. Había escuchado historias pero, demonios, ¿todas las kuja eran así? La idea de ser capturado había comenzado a hacérsele bastante menos desagradable.
«Céntrate».
—La verdad es que no esperaba que nos fuéramos a topar contigo antes de llegar a vuestro asentamiento —se aventuró a comentar el agente—. Supongo que esto nos ahorra bastantes problemas, pero dudo que este sea el lugar más indicado para hablar.
—No lo es, no —respondió, de nuevo, secamente. Las mujeres con carácter eran su debilidad—. Pero es imposible que os acerquéis a la montaña con estas pintas, mucho menos podríais colaros en la montaña: las centinelas os verían a kilómetros. Si tenemos en cuenta vuestras excepcionales habilidades de infiltración —añadió, con cierta acidez— podríais daros por muertos.
—Bueno, ¿y cuál es el plan? Todavía tienes que decirnos por qué estamos aquí exactamente.
—Anda, seguidme —concluyó, girándose y empezando a caminar—.
Kusanagi miró a Ruffo, poniéndole la mano en el hombro durante un segundo para calmar sus ánimos; no quería que se sintiera culpable por aquella cazada. A decir verdad, cargaba con tanta o más culpa que el castaño.
Su mirada se enfocó en Penthes, siguiendo sus movimientos con detalle. Se movía con la misma gracilidad —si no más— de la que habían hecho gala sus compañeras, en un silencio casi absoluto y con una rapidez sorprendente. Si todas las habitantes de Amazon Lily poseían aquellas habilidades estaban en serios apuros. Por si acaso, el agente activó sus poderes para evitar que tanto sus movimientos como los de Ruffo emitieran el menor de los sonidos al tiempo que echaba a correr tras la amazona.
Se encontraron con que la ruta elegida por la mujer era algo errática, pero no se toparon con patrulla alguna durante todo el trayecto. Habiendo caído en la cuenta de que parecía estar al mando de las centinelas, supuso que estaba evitando las rutas de vigilancia y moviéndose por sectores que ya habían sido supervisados. Tras una intensa caminata a paso ligero que habría durado alrededor de media hora —¿cómo demonios podía llevar ese ritmo sin cansarse lo más mínimo?—, llegaron a lo que parecía ser un puesto de avanzada de las kuja, camuflado con bastante éxito entre los enormes árboles del lugar. No había nadie en los alrededores.
Penthes entró con toda la naturalidad del mundo y él la siguió hasta el interior, topándose con una sala bastante compacta donde disponían de diferentes utensilios: arcos, lanzas, flechas, morteros...
—No podéis seguir paseándoos así por la isla —empezó, levantando una trampilla en la que el pelirrojo no había reparado hasta el momento situada en el suelo, comenzando a buscar algo que no alcanzaba a ver—. Desnudaos.
Él no había hecho ruido pero, por desgracia, no podía decir lo mismo de su compañero. Su reacción había sido rápida, pero las amazonas estaban demasiado cerca como para no reparar en el ruidoso seto. Si se acercaban un par de metros más podrían verle sin problemas, por lo que tenía que pensar rápido. Enfrentarse a ellas no era una opción: si lo hacían tendrían que amordazarlas y dejarlas en algún sitio de aquella jungla donde, eventualmente, serían encontradas y harían saltar todas las alarmas. «Un sonido. ¡Un sonido en otra dirección!», pensó con predisposición a generarlo con su fruta en cualquier otra localización, lo más alejado posible de ellos; pronto se dio cuenta de que no haría ninguna falta.
La voz no le era familiar, pero sí la apariencia. La belleza de aquella mujer era difícil de describir, resultando tan deslumbrante que incluso el propio agente perdió la concentración durante unos instantes. La ropa no ayudaba, definitivamente. Tan solo cuando se dirigió a ellos —en un tono bastante menos agradable que su apariencia— fue que reaccionó, saliendo con cierta cautela de su escondite y haciéndole una señal al iniciado.
—Siento el error —se disculpó, llevándose una mano al pecho para acompañar sus palabras—. Ha sido culpa mía. No esperaba pasar por alto a dos de las vuestras, pero parece que lo que dicen de tu gente está bastante modesto en comparación a... bueno, la realidad.
—Ojalá pudiera decir lo mismo —escupió, con el mismo tono arisco y seco que había empleado para hacerles salir. Suspiró con exasperación mientras se llevaba una mano a la cadera—. Si os cogen tendré que venderos, así que evitad que vuelva a ocurrir.
Penthes les observó, echándoles un vistazo de arriba a abajo que no pasó desapercibido para el agudo ojo de Kusanagi; lo que no supo decir es si lo que se reflejó en su mirada fue decepción o conformismo. La verdad es que no habían dado una buena primera impresión, lo que hacía que el pelirrojo se preguntase si le dolía más la falta en su profesionalidad o, por el contrario, la que pudiera haber en la mente de aquella mujer. Había escuchado historias pero, demonios, ¿todas las kuja eran así? La idea de ser capturado había comenzado a hacérsele bastante menos desagradable.
«Céntrate».
—La verdad es que no esperaba que nos fuéramos a topar contigo antes de llegar a vuestro asentamiento —se aventuró a comentar el agente—. Supongo que esto nos ahorra bastantes problemas, pero dudo que este sea el lugar más indicado para hablar.
—No lo es, no —respondió, de nuevo, secamente. Las mujeres con carácter eran su debilidad—. Pero es imposible que os acerquéis a la montaña con estas pintas, mucho menos podríais colaros en la montaña: las centinelas os verían a kilómetros. Si tenemos en cuenta vuestras excepcionales habilidades de infiltración —añadió, con cierta acidez— podríais daros por muertos.
—Bueno, ¿y cuál es el plan? Todavía tienes que decirnos por qué estamos aquí exactamente.
—Anda, seguidme —concluyó, girándose y empezando a caminar—.
Kusanagi miró a Ruffo, poniéndole la mano en el hombro durante un segundo para calmar sus ánimos; no quería que se sintiera culpable por aquella cazada. A decir verdad, cargaba con tanta o más culpa que el castaño.
Su mirada se enfocó en Penthes, siguiendo sus movimientos con detalle. Se movía con la misma gracilidad —si no más— de la que habían hecho gala sus compañeras, en un silencio casi absoluto y con una rapidez sorprendente. Si todas las habitantes de Amazon Lily poseían aquellas habilidades estaban en serios apuros. Por si acaso, el agente activó sus poderes para evitar que tanto sus movimientos como los de Ruffo emitieran el menor de los sonidos al tiempo que echaba a correr tras la amazona.
Se encontraron con que la ruta elegida por la mujer era algo errática, pero no se toparon con patrulla alguna durante todo el trayecto. Habiendo caído en la cuenta de que parecía estar al mando de las centinelas, supuso que estaba evitando las rutas de vigilancia y moviéndose por sectores que ya habían sido supervisados. Tras una intensa caminata a paso ligero que habría durado alrededor de media hora —¿cómo demonios podía llevar ese ritmo sin cansarse lo más mínimo?—, llegaron a lo que parecía ser un puesto de avanzada de las kuja, camuflado con bastante éxito entre los enormes árboles del lugar. No había nadie en los alrededores.
Penthes entró con toda la naturalidad del mundo y él la siguió hasta el interior, topándose con una sala bastante compacta donde disponían de diferentes utensilios: arcos, lanzas, flechas, morteros...
—No podéis seguir paseándoos así por la isla —empezó, levantando una trampilla en la que el pelirrojo no había reparado hasta el momento situada en el suelo, comenzando a buscar algo que no alcanzaba a ver—. Desnudaos.
Había empezado la misión con un buen patinazo, pero el agente Kusanagi colocó una mano sobre mi hombro en señal de apoyo. Cualquiera podía cometer un error a fin de cuentas, aunque debía asegurarme de no repetir una acción como aquélla en el futuro. La extracción estaba planteada, pero nadie nos aseguraba que fuésemos a llegar vivos al punto indicado en caso de ser descubiertos; ni que efectivamente se realizase en los términos acordados si fracasábamos estrepitosamente. Más aún, la posición de Penthes podría verse comprometida en caso de ayudarnos, por lo que probablemente se abstuviese de prestarnos de nuevo su ayuda.
Ya en el puesto de avanzada, no pude evitar dudar ante la indicación de Penthes. Con toda la naturalidad del mundo, la amazona nos había indicado que nos desvistiésemos mientras rebuscaba bajo una trampilla situada frente a sus pies. ¿Que nos desnudásemos? ¿Así, sin invitarnos a un café ni nada?
Finalmente tuve que obedecer ante la inquisitiva y demandante mirada del contacto. Jamás lo había visto tan pequeño, tímido y arrugado, como si realmente se tratase de un caracol reticente a salir al exterior en un día frío. «Vamos, no me dejes en mal lugar», pensé, estático y evitando ruborizarme ante el paso atrás —nunca mejor dicho— de mi masculinidad.
Penthes arqueó una ceja al ver el panorama, observándonos alternativamente antes de extraer algunas prendas bastante similares a las que ella usaba.
—Por lo menos habéis tenido la precaución de quitaros los pelos. Aquí no hay mucho de eso, y de lo contrario os los tendría que haber quitado yo. —Dio un toque sobre el largo cuchillo de filo curvo que colgaba de su cintura—. Pero bueno, poneos esto y a ver si conseguimos que no desentonéis demasiado. Mirad la parte buena: si siempre son así no tendréis que hacer nada para que no se note… Ya sabéis. —Soltó una única carcajada que a mi modo de entender iba cargada de crueldad.
—¿Por qué estamos aquí? —pregunté mientras introducía mis piernas por el tanga y cogía el escaso top con el que cubriría mi torso.
—Algunas de las chichas no están demasiado de acuerdo con la alianza que tenemos con el Gobierno Mundial. No sé quién o quiénes son las que están sembrando la discordia en el resto de la tribu, pero a mis oídos han llegado algunos rumores que sugieren que planean cambiar la situación actual.
—¿Desde cuándo sucede eso?
—No sabría deciros. Al principio pensé que sólo eran habladurías, cuchicheos sin mayor trascendencia que siempre nacen en cualquier familia; más aún en una tan grande como la nuestra, pero se han intensificado bastante durante las últimas semanas. Las chicas se aseguran de que no sea algo demasiado evidente, pero lo que escucho de algunas conversaciones furtivas da mucho que pensar. Creo que piensan rebelarse contra nuestra hermana para dar un giro de ciento ochenta grados a nuestra actitud frente al gobierno. No sé, no creo que esa forma de actuar sea la más apropiada. Sólo puede llevar a que nos coloquemos en el punto de mira de la Marina y de vosotros, y dudo mucho que nosotras ni nadie puede oponerse mucho tiempo al Gigante.
¿Era miedo lo que motivaba a Penthes o había algún motivo más oculto tras sus palabras? Por el momento sólo había revelado al primero como motivación de su comprometedora y arriesgada decisión, pero raramente se encontraba una única causa como motor de la actuación de alguien.
—Aún os falta algo —comentó, llevándose una mano a la barbilla y mirando con todo descaro nuestros insignificantes escotes—. Vale que haya chicas más y menos dotadas, pero eso es exagerado y no hay por dónde cogerlo. Dadme un segundo —añadió, agachándose de nuevo para volver a introducir sus manos en el subsuelo.
Ya en el puesto de avanzada, no pude evitar dudar ante la indicación de Penthes. Con toda la naturalidad del mundo, la amazona nos había indicado que nos desvistiésemos mientras rebuscaba bajo una trampilla situada frente a sus pies. ¿Que nos desnudásemos? ¿Así, sin invitarnos a un café ni nada?
Finalmente tuve que obedecer ante la inquisitiva y demandante mirada del contacto. Jamás lo había visto tan pequeño, tímido y arrugado, como si realmente se tratase de un caracol reticente a salir al exterior en un día frío. «Vamos, no me dejes en mal lugar», pensé, estático y evitando ruborizarme ante el paso atrás —nunca mejor dicho— de mi masculinidad.
Penthes arqueó una ceja al ver el panorama, observándonos alternativamente antes de extraer algunas prendas bastante similares a las que ella usaba.
—Por lo menos habéis tenido la precaución de quitaros los pelos. Aquí no hay mucho de eso, y de lo contrario os los tendría que haber quitado yo. —Dio un toque sobre el largo cuchillo de filo curvo que colgaba de su cintura—. Pero bueno, poneos esto y a ver si conseguimos que no desentonéis demasiado. Mirad la parte buena: si siempre son así no tendréis que hacer nada para que no se note… Ya sabéis. —Soltó una única carcajada que a mi modo de entender iba cargada de crueldad.
—¿Por qué estamos aquí? —pregunté mientras introducía mis piernas por el tanga y cogía el escaso top con el que cubriría mi torso.
—Algunas de las chichas no están demasiado de acuerdo con la alianza que tenemos con el Gobierno Mundial. No sé quién o quiénes son las que están sembrando la discordia en el resto de la tribu, pero a mis oídos han llegado algunos rumores que sugieren que planean cambiar la situación actual.
—¿Desde cuándo sucede eso?
—No sabría deciros. Al principio pensé que sólo eran habladurías, cuchicheos sin mayor trascendencia que siempre nacen en cualquier familia; más aún en una tan grande como la nuestra, pero se han intensificado bastante durante las últimas semanas. Las chicas se aseguran de que no sea algo demasiado evidente, pero lo que escucho de algunas conversaciones furtivas da mucho que pensar. Creo que piensan rebelarse contra nuestra hermana para dar un giro de ciento ochenta grados a nuestra actitud frente al gobierno. No sé, no creo que esa forma de actuar sea la más apropiada. Sólo puede llevar a que nos coloquemos en el punto de mira de la Marina y de vosotros, y dudo mucho que nosotras ni nadie puede oponerse mucho tiempo al Gigante.
¿Era miedo lo que motivaba a Penthes o había algún motivo más oculto tras sus palabras? Por el momento sólo había revelado al primero como motivación de su comprometedora y arriesgada decisión, pero raramente se encontraba una única causa como motor de la actuación de alguien.
—Aún os falta algo —comentó, llevándose una mano a la barbilla y mirando con todo descaro nuestros insignificantes escotes—. Vale que haya chicas más y menos dotadas, pero eso es exagerado y no hay por dónde cogerlo. Dadme un segundo —añadió, agachándose de nuevo para volver a introducir sus manos en el subsuelo.
Arqueó una ceja ante la demanda de la amazona. No es que tuviera ningún problema ante aquella petición, aunque debía reconocer que le habría gustado recibirla en una situación diferente. «Supongo que tendré que dejárselo a la imaginación más adelante». Sus labios dibujaron una sonrisa ante la idea de que Penthes hubiera pensado lo mismo que él al llegar: si necesitaban pasar desapercibidos en una isla de mujeres, tendrían que parecer mujeres. Lo que la mujer sacó de debajo de la trampilla eran nada más y nada menos que distintas prendas, fácilmente identificables como algo que llevaría cualquier kuja en la isla —aunque dudaba que a ellos les fueran a quedar tan bien, todo sea dicho—.
Miró de reojo a Ruffo, encogiéndose de hombros como si aquello sirviera para dar el visto bueno, empezando a desvestirse a continuación. En cierto sentido fue un alivio, y es que con la que estaba cayendo la ropa se les había pegado al cuerpo hasta rallar la incomodidad; tener algo con lo que secarse un poco habría culminado el asunto, aunque de poco serviría si tenían que volver a salir de allí. Mientras tanto, intentando evadir aquellos pensamientos, no pudo sino fijarse en su compañero. «Madre mía... cómo salen las nuevas promociones» pensó, recorriendo la figura del iniciado discretamente. Estaba más en forma que él, de eso no cabía duda, y si bien su delantera probablemente no le estuviera haciendo justicia, la retaguardia compensaba. ¿En qué demonios estaba pensando?
«Céntrate tío, antes de la denuncia por acoso». Con un suspiro se miró a sí mismo, apresurándose en ponerse el tanga, unas pieles de a saber qué animal que colgarían de sus caderas y un poco sutil top. El hilillo de la prenda inferior se le colaba de una forma bastante incómoda entre las nalgas, hasta el punto de obligar al pelirrojo a echar mano por detrás, intentando acomodarse la prenda sin mucho éxito. ¿Cómo demonios podían llevar eso?.
—Sí, me alegro de que no tengamos que pasar por eso —comentó sarcásticamente, observando el afilado utensilio que portaba Penthes. Carraspeó ante el escasamente diplomático comentario sobre sus virilidades—. Quizá sea más problemático cuando haga menos frío.
Ruffo se adelantó para preguntar el motivo de aquella misión, ante lo que el pelirrojo se mantuvo atento mientras evitaba seguir manipulando el tanga; no iba a solucionar nada de todos modos.
Frunció levemente el ceño. Sabía que el pacto entre las kuja y el Gobierno Mundial no era algo que favoreciera especialmente a las primeras, pero suponía que existía una comprensión general del motivo por el que su líder había aceptado. Tampoco es que les hubieran dado alguna alternativa, y es que las fuerzas gubernamentales eran especialistas en mantener a sus rivales entre la espada y la pared. De no existir aquella tregua probablemente habrían irrumpido en Amazon Lily muchos años antes, masacrando a buena parte de la población y usando a cualquier disidente como regalo para los Dragones Celestiales. En resumen, ese tipo de cosas que no agradaban a nadie, incluyendo a una buena parte de los agentes y marines. Era una mierda, las cosas como son, pero la alternativa no era mejor. ¿Por qué, entonces, buscaban romper el pacto de no agresión? ¿No se daban cuenta del peligro en el que pondrían a todas sus hermanas?
—Entonces esta misión es bastante más delicada de lo que pensábamos —concluyó Kusanagi, rascándose la nuca—. Has hecho bien en avisarnos.
—Lo hago por el bien de mis hermanas, nada más —cortó en seco la amazona, justo en el momento en que sacaba las manos de debajo del pequeño almacén subterráneo. ¿Eso eran cocos?—. Creo que podremos hacer un apaño con esto y algunas hojas para daros algo de... volumen.
Tuvo que reprimir una carcajada.
—¿Funcionará?
—Más os vale que lo haga, por vuestro bien.
Penthes se acercó a él en primer lugar, haciéndole un gesto para que alzase los brazos. Sintió el cálido tacto de sus manos cuando estiró el top, introduciendo uno de los cocos partido en dos para emular un par de senos. Una vez colocados, extrajo algunos lechos de hojas que probablemente tuvieran para... ¿acampar? Y tomando pequeñas porciones de las mismas comenzó a amoldar la forma poco a poco. No pudo evitar pensar en que tanto él como Ruffo serían unos de los pocos privilegiados en ser manoseados por una amazona. ¿Estaba mal saber que no le importaría dejarse un poco más?
—¿Y por dónde deberíamos empezar? —cuestionó el pelirrojo una vez terminó con él, observando detenidamente sus nuevos «implantes» mientras los palpaba con cuidado. Los había dejado bien afianzados para que se movieran lo menos posible—. Por lo de antes me imagino que disfrutas de cierta posición, así que sabrás de qué hilos podemos tirar.
—Como he dicho, no sé con exactitud qué hermanas están implicadas... —Hizo una breve pausa, ocupándose del pecho postizo de Ruffo—. Pero si tuviera que empezar por algún lado, buscaría a Drylla. Es una encargada de las centinelas, como yo, y diría que está mejor informada sobre las andanzas de nuestras hermanas. No creo que sea cómplice, pero si alguien sabe algo será ella. Suele rondar la cantina por las noches, así que no deberíais tener problemas encontrándola. Es... fácil de reconocer.
Kusanagi sonrió. Que una mujer fuera fácil de reconocer en una isla repleta de ellas tan solo podía ser una buena señal, ¿no? Al menos así quería creerlo.
—Muy bien, pues empezaremos por ahí. Supongo que nuestras cosas pueden quedarse escondidas aquí —comentó, buscando algún sitio donde poder mirarse. La verdad es que daba el pego. Seguro que algunos que él se sabía no habrían dudado en tirarle la caña de no saber que era... bueno, él—. ¿Algún sitio que podamos utilizar como base de operaciones? —La mujer le miró con confusión—. Como... ¿refugio?
Y algo pareció iluminarse en su cabeza.
—Os acogeré en mi casa, sí. Por desgracia no creo que me vaya a poder librar de vosotros durante una temporada, así que tendréis que quedaros en algún sitio —y suspiró con cierta exasperación. Ya le harían cambiar de opinión—. En fin. Nos iremos en cuanto estéis listos.
Miró de reojo a Ruffo, encogiéndose de hombros como si aquello sirviera para dar el visto bueno, empezando a desvestirse a continuación. En cierto sentido fue un alivio, y es que con la que estaba cayendo la ropa se les había pegado al cuerpo hasta rallar la incomodidad; tener algo con lo que secarse un poco habría culminado el asunto, aunque de poco serviría si tenían que volver a salir de allí. Mientras tanto, intentando evadir aquellos pensamientos, no pudo sino fijarse en su compañero. «Madre mía... cómo salen las nuevas promociones» pensó, recorriendo la figura del iniciado discretamente. Estaba más en forma que él, de eso no cabía duda, y si bien su delantera probablemente no le estuviera haciendo justicia, la retaguardia compensaba. ¿En qué demonios estaba pensando?
«Céntrate tío, antes de la denuncia por acoso». Con un suspiro se miró a sí mismo, apresurándose en ponerse el tanga, unas pieles de a saber qué animal que colgarían de sus caderas y un poco sutil top. El hilillo de la prenda inferior se le colaba de una forma bastante incómoda entre las nalgas, hasta el punto de obligar al pelirrojo a echar mano por detrás, intentando acomodarse la prenda sin mucho éxito. ¿Cómo demonios podían llevar eso?.
—Sí, me alegro de que no tengamos que pasar por eso —comentó sarcásticamente, observando el afilado utensilio que portaba Penthes. Carraspeó ante el escasamente diplomático comentario sobre sus virilidades—. Quizá sea más problemático cuando haga menos frío.
Ruffo se adelantó para preguntar el motivo de aquella misión, ante lo que el pelirrojo se mantuvo atento mientras evitaba seguir manipulando el tanga; no iba a solucionar nada de todos modos.
Frunció levemente el ceño. Sabía que el pacto entre las kuja y el Gobierno Mundial no era algo que favoreciera especialmente a las primeras, pero suponía que existía una comprensión general del motivo por el que su líder había aceptado. Tampoco es que les hubieran dado alguna alternativa, y es que las fuerzas gubernamentales eran especialistas en mantener a sus rivales entre la espada y la pared. De no existir aquella tregua probablemente habrían irrumpido en Amazon Lily muchos años antes, masacrando a buena parte de la población y usando a cualquier disidente como regalo para los Dragones Celestiales. En resumen, ese tipo de cosas que no agradaban a nadie, incluyendo a una buena parte de los agentes y marines. Era una mierda, las cosas como son, pero la alternativa no era mejor. ¿Por qué, entonces, buscaban romper el pacto de no agresión? ¿No se daban cuenta del peligro en el que pondrían a todas sus hermanas?
—Entonces esta misión es bastante más delicada de lo que pensábamos —concluyó Kusanagi, rascándose la nuca—. Has hecho bien en avisarnos.
—Lo hago por el bien de mis hermanas, nada más —cortó en seco la amazona, justo en el momento en que sacaba las manos de debajo del pequeño almacén subterráneo. ¿Eso eran cocos?—. Creo que podremos hacer un apaño con esto y algunas hojas para daros algo de... volumen.
Tuvo que reprimir una carcajada.
—¿Funcionará?
—Más os vale que lo haga, por vuestro bien.
Penthes se acercó a él en primer lugar, haciéndole un gesto para que alzase los brazos. Sintió el cálido tacto de sus manos cuando estiró el top, introduciendo uno de los cocos partido en dos para emular un par de senos. Una vez colocados, extrajo algunos lechos de hojas que probablemente tuvieran para... ¿acampar? Y tomando pequeñas porciones de las mismas comenzó a amoldar la forma poco a poco. No pudo evitar pensar en que tanto él como Ruffo serían unos de los pocos privilegiados en ser manoseados por una amazona. ¿Estaba mal saber que no le importaría dejarse un poco más?
—¿Y por dónde deberíamos empezar? —cuestionó el pelirrojo una vez terminó con él, observando detenidamente sus nuevos «implantes» mientras los palpaba con cuidado. Los había dejado bien afianzados para que se movieran lo menos posible—. Por lo de antes me imagino que disfrutas de cierta posición, así que sabrás de qué hilos podemos tirar.
—Como he dicho, no sé con exactitud qué hermanas están implicadas... —Hizo una breve pausa, ocupándose del pecho postizo de Ruffo—. Pero si tuviera que empezar por algún lado, buscaría a Drylla. Es una encargada de las centinelas, como yo, y diría que está mejor informada sobre las andanzas de nuestras hermanas. No creo que sea cómplice, pero si alguien sabe algo será ella. Suele rondar la cantina por las noches, así que no deberíais tener problemas encontrándola. Es... fácil de reconocer.
Kusanagi sonrió. Que una mujer fuera fácil de reconocer en una isla repleta de ellas tan solo podía ser una buena señal, ¿no? Al menos así quería creerlo.
—Muy bien, pues empezaremos por ahí. Supongo que nuestras cosas pueden quedarse escondidas aquí —comentó, buscando algún sitio donde poder mirarse. La verdad es que daba el pego. Seguro que algunos que él se sabía no habrían dudado en tirarle la caña de no saber que era... bueno, él—. ¿Algún sitio que podamos utilizar como base de operaciones? —La mujer le miró con confusión—. Como... ¿refugio?
Y algo pareció iluminarse en su cabeza.
—Os acogeré en mi casa, sí. Por desgracia no creo que me vaya a poder librar de vosotros durante una temporada, así que tendréis que quedaros en algún sitio —y suspiró con cierta exasperación. Ya le harían cambiar de opinión—. En fin. Nos iremos en cuanto estéis listos.
¿Cocos? No podía creer que la brillante idea para hacernos pasar por mujeres fuese sustituir nuestros pechos por cocos. No obstante, no tardó en comenzar a añadir hojas secas y amoldar nuestros bustos hasta concederles una apariencia más que aceptable. Lo había hecho de modo que la piel se plegase en la zona interna, creando un escote digno de ser contemplado. Sentí la tentación de masajear la zona para saber qué se sentía al tener aquello allí, pero me contuve.
―Pues muchas gracias ―comenté cuando Penthes se ofreció a acogernos. Aunque, bien pensado, probablemente previese que habría más problemas si nos dejaba escondernos por nuestra cuenta. No podía culparla, pues nuestro encuentro había sido más accidentado de lo que cualquiera de nosotros hubiese deseado―. Yo creo que ya podemos irnos, ¿no? ―comenté, mirando alternativamente a mis alrededores.
No tardamos en abandonar el puesto de avanzada. Penthes nos conducía con una elegancia felina entre las plantas que daban forma a la selva de la tierra de las kujas. No entendía cómo era capaz de orientarse de ese modo en un entorno como aquél; era como si hubiese memorizado cada rama, hoja y tronco de árbol; como si cada vegetal tuviese un letrero visible únicamente por ella.
―¿Y qué vamos a hacer con las voces? ―pregunté en voz baja al agente Kusanagi―. Puedo intentar hacerla más aguda, pero va a ser ridículo. ―Hice el intento en un par de ocasiones, susurrando para que Penthes no me oyera y, evidentemente, fue un absoluto fracaso. Únicamente podía hacer una voz menos ronca que de vez en cuando era mancillada por un gallo. Hasta ahí.
Mientras conversábamos terminamos por alcanzar la montaña que inicialmente era nuestro objetivo. La kuja nos guió por uno de los túneles que servían de acceso a su hogar, plagado de antorchas y arcos incrustados en la roca que indicaban nuestra cercanía a una población. Cuando al fin llegamos al destino, tuve que detenerme un instante para maravillarme con los alrededores.
La aldea de las amazonas se encontraba en un profundo valle en medio de la montaña. En la zona más baja se agrupaban viviendas y edificios destinados a todo tipo de labores: herrerías para la forja de las armas de las mujeres guerreras, baños termales, una prisión en la que no pensaba poner un pie y, en definitiva, cualquier cosa que se pudiese necesitar para la subsistencia del pueblo. Del mismo modo, en perfecta sintonía con la naturaleza, habían dado forma a escaleras que ascendían por el escarpado risco. En mesetas naturales insertadas en el mismo, construcciones de un tamaño considerable observaban el resto de la aldea con arrogancia.
―Madre mía ―tuve que musitar, pero Penthes no tardó en reprenderme con la mirada y hacerme un gesto para que la alcanzase.
―Como os dije, tendríamos que empezar por buscar a Drylla. Dudo mucho que en un único día podáis conseguir mucha información, pero cuanto antes empecéis, mejor. ―Comenzó a caminar entre los edificios, deteniéndose brevemente a saludar cuando recibía alguna muestra de respeto de las demás mujeres―. Yo vivo en el segundo nivel, allí ―dijo, señalando con el dedo a una de las construcciones situadas a mayor altura―. No tiene pérdida.
Se detuvo frente a lo que sin duda debía ser la cantina, pues un considerable alboroto escapaba a través de las ventanas. La música traspasaba puertas y paredes, así como el sonido del cristal al chocar en los brindis que seguramente estaban siendo efectuados. Cuando al fin entré encontré mi perdición. ¿Cuántas mujeres había allí? Tragué saliva, mirando a mi superior con un gesto casi suplicante.
―Comportaos ―advirtió Penthes al tiempo que se perdía entre la muchedumbre y se integraba entre sus compañeras.
―Pues muchas gracias ―comenté cuando Penthes se ofreció a acogernos. Aunque, bien pensado, probablemente previese que habría más problemas si nos dejaba escondernos por nuestra cuenta. No podía culparla, pues nuestro encuentro había sido más accidentado de lo que cualquiera de nosotros hubiese deseado―. Yo creo que ya podemos irnos, ¿no? ―comenté, mirando alternativamente a mis alrededores.
No tardamos en abandonar el puesto de avanzada. Penthes nos conducía con una elegancia felina entre las plantas que daban forma a la selva de la tierra de las kujas. No entendía cómo era capaz de orientarse de ese modo en un entorno como aquél; era como si hubiese memorizado cada rama, hoja y tronco de árbol; como si cada vegetal tuviese un letrero visible únicamente por ella.
―¿Y qué vamos a hacer con las voces? ―pregunté en voz baja al agente Kusanagi―. Puedo intentar hacerla más aguda, pero va a ser ridículo. ―Hice el intento en un par de ocasiones, susurrando para que Penthes no me oyera y, evidentemente, fue un absoluto fracaso. Únicamente podía hacer una voz menos ronca que de vez en cuando era mancillada por un gallo. Hasta ahí.
Mientras conversábamos terminamos por alcanzar la montaña que inicialmente era nuestro objetivo. La kuja nos guió por uno de los túneles que servían de acceso a su hogar, plagado de antorchas y arcos incrustados en la roca que indicaban nuestra cercanía a una población. Cuando al fin llegamos al destino, tuve que detenerme un instante para maravillarme con los alrededores.
La aldea de las amazonas se encontraba en un profundo valle en medio de la montaña. En la zona más baja se agrupaban viviendas y edificios destinados a todo tipo de labores: herrerías para la forja de las armas de las mujeres guerreras, baños termales, una prisión en la que no pensaba poner un pie y, en definitiva, cualquier cosa que se pudiese necesitar para la subsistencia del pueblo. Del mismo modo, en perfecta sintonía con la naturaleza, habían dado forma a escaleras que ascendían por el escarpado risco. En mesetas naturales insertadas en el mismo, construcciones de un tamaño considerable observaban el resto de la aldea con arrogancia.
―Madre mía ―tuve que musitar, pero Penthes no tardó en reprenderme con la mirada y hacerme un gesto para que la alcanzase.
―Como os dije, tendríamos que empezar por buscar a Drylla. Dudo mucho que en un único día podáis conseguir mucha información, pero cuanto antes empecéis, mejor. ―Comenzó a caminar entre los edificios, deteniéndose brevemente a saludar cuando recibía alguna muestra de respeto de las demás mujeres―. Yo vivo en el segundo nivel, allí ―dijo, señalando con el dedo a una de las construcciones situadas a mayor altura―. No tiene pérdida.
Se detuvo frente a lo que sin duda debía ser la cantina, pues un considerable alboroto escapaba a través de las ventanas. La música traspasaba puertas y paredes, así como el sonido del cristal al chocar en los brindis que seguramente estaban siendo efectuados. Cuando al fin entré encontré mi perdición. ¿Cuántas mujeres había allí? Tragué saliva, mirando a mi superior con un gesto casi suplicante.
―Comportaos ―advirtió Penthes al tiempo que se perdía entre la muchedumbre y se integraba entre sus compañeras.
Mientras Penthes terminaba con los últimos detalles del pecho de Ruffo, el agente decidió dedicarse a adoptar distintas poses que él consideraba femeninas. Si iban a hacerse pasar por amazonas tendrían que moverse como ellas, actuar como ellas... y posar como ellas, evidentemente. Sabía que no debía probar nada demasiado exagerado, pero no por ello iba a rechazar la posibilidad de divertirse un rato. Fue inevitable que, tras unos primeros intentos, probara a cruzar los brazos por debajo de sus nuevos senos. Incapaz de contener la carcajada, no pudo sino admirar el trabajo que había realizado la mujer; tan ortodoxo había sido que incluso podía hacer ver que se aplastaban y subían por la presión de sus brazos. Eso sí, ahora le quedaba más claro que nunca que las mujeres que no resultaban atractivas no lo eran únicamente porque no querían. ¡Venga ya! Si él conseguía tener un empuje vestido de mujer, ¿qué no podría lograr una de verdad?
Al girarse se topó con la mirada inquisitiva de la amazona, que le observaba con una mezcla de incredulidad y juzgamiento. Casi pudo ver de forma literal cómo perdía puntos frente a ella. Tras la confirmación de Ruffo, se limitó a suspirar con pesadez y resignación antes de comenzar a guiarles; no le quedaba más remedio que lidiar con ambos. Hombres.
—No te preocupes por las voces —susurró el agente, mirando de reojo a su compañero—. Tú habla como lo harías normalmente, yo me ocupo del resto. Eso sí, procura estar cerca de mí o no funcionará.
Sus poderes le otorgaban la capacidad, entre otras cosas, de modificar los sonidos que se produjeran dentro de un radio de acción determinado. Gracias a sus conocimientos sobre ondas y a la capacidad de imitación de la que gozaba, no le sería muy complicado cambiar el timbre y la agudeza de ambos al hablar. Tendría que estar atento y recordar los tonos que emplearían, aunque esperaba que no fuera a suponerle una gran complicación. No le había explicado la naturaleza de sus habilidades, aunque supuso que ya tendría tiempo de explicárselo; llevaba confiando en él desde que habían llegado, ¿no? Podía seguir haciéndolo unas pocas horas más.
Tras un tiempo siguiendo a Penthes por la espesa jungla que poblaba casi la totalidad de Amazon Lily llegaron, por fin, al centro de actividad de toda la isla: el poblado de la tribu Kuja. Kusanagi observó el lugar con no poco asombro. Se trataba de una suerte de cráter o foso escarbado en el centro de la propia montaña, como si la hubieran dejado hueca y tan solo quedara la cáscara. La mayor parte de los edificios se encontraban en la base, aunque no le costó diferenciar varios niveles que habían sido esculpidos en las rocosas paredes, lugar donde se encontraban edificios que se volvían más imponentes cuanto mayor era su altura. El palacio de la emperatriz amazona, la shichibukai Ainia Sanna, resultó fácil de identificar, aunque esperaba no tener que acudir allí. Lo más seguro era que, de tener que ir allí, lo harían por haber fracasado.
Su contacto les indicó cuál sería su domicilio y, acto seguido, les guió hasta la mencionada cantina. La exótica y no poco numerosa población de mujeres ya se había hecho patente en las calles, aunque la aglomeración que había en el local no era para nada despreciable. Amazonas de todas las alturas, complexiones, peinados y tonalidades de piel disfrutaban de bebida, comida y no menos agradable compañía. Si Ruffo dirigiera su mirada hacia el pelirrojo podría ver un particular brillo en su único ojo visible, así como la boca ligeramente abierta al borde del babeo. «Venga Kus, contrólate, puedes lidiar con esto. ¡Joe! ¿Tanto era pedir que fueran del montón?».
Observó cómo Penthes se mezclaba entre su gente, asumiendo que daba comienzo la parte de los agentes. Miró de reojo a su compañero, dándole una palmada en el hombro con una media sonrisa, antes de moverse con cierta gracia entre las mujeres, camino de la barra. Esperaba que le siguiera.
—¡Algo de beber por aquí! —pediría el chico con una voz particularmente femenina; suave y dulce, casi resultaba melosa. La voz que le daría a Ruffo sería algo diferente, más madura y sensual, tan solo por divertirse un poco—. Mi hermana y yo venimos deshidratadas perdidas.
La mujer al cargo de la cantina, una amazona que, se notaba, debía superar en edad a todas las que se encontraban en el lugar —aunque no por ello resultaba menos atractiva—, les miró con una ceja alzada. El pelirrojo pensó por unos instantes que habían metido la pata o que, quizá, no daban tanto el pego como creía.
—Marchando —dijo finalmente, con una amplia sonrisa para alivio de Kus—. ¿Queréis algo de comer también? Tenemos pantera cazada hoy mismo.
—Por supuesto que sí.
Quizá debía dejar de comportase de una forma tan efusiva, aunque no parecía desentonar con el panorama general que se les presentaba allí. Miró de reojo a Ruffo, apoyándose tranquilamente sobre la madera que hacía de barra para la cantina, con una sonrisa triunfal. Parecía que su infiltración iba por buen camino.
—Aquí tenéis, un par de elixires que os quitarán la sed y os levantarán el ánimo —comentó la cantinera, dejando dos jarras de madera que bien podían tener el tamaño de la cabeza de Kusanagi, junto con algo de carne servida sobre un helecho de hojas—. Por cierto, ¿cómo os llamáis? No me suena haberos visto por aquí reciéntemente.
Y poco le faltó al agente para derramar el contenido de su jarra. ¡Mierda! No habían dicho nada de nombres, y Penthes no estaba allí para echarles una mano. Tendría que pensar rápido.
—¡Oh! Yo soy Silea —respondió, con toda la naturalidad que fue capaz de fingir, haciendo una pausa para que su compañero se presentase—. No solemos venir por aquí, así que es normal que no nos recuerdes. Últimamente andamos algo cansadas de la monotonía y habíamos pensado en unirnos a las centinelas de la ciudad por variar un poco. Escuchamos que Drylla suele venir por aquí, así que veníamos esperando tener la suerte de encontrarla y poder hablar con ella al respecto.
La mujer sonrió como una hermana mayor lo haría, con cierto cariño y comprensión.
—Ya veo, ya. Aunque me da que eso tan solo sustituirá una rutina por otra, chicas. —Se rió a carcajada limpia—. En cualquier caso, Drylla no ha llegado aún. Seguramente aparezca de aquí a un rato. Buscad algún sitio donde sentaros, si es que lo encontráis, y yo le avisaré de que andáis buscándola cuando llegue.
—Eso haremos. —Y le dio un sorbo a su bebida que casi le hizo toser. ¿Eso era alcohol puro o cómo iba la cosa?— ¡Gracias!
Al girarse se topó con la mirada inquisitiva de la amazona, que le observaba con una mezcla de incredulidad y juzgamiento. Casi pudo ver de forma literal cómo perdía puntos frente a ella. Tras la confirmación de Ruffo, se limitó a suspirar con pesadez y resignación antes de comenzar a guiarles; no le quedaba más remedio que lidiar con ambos. Hombres.
—No te preocupes por las voces —susurró el agente, mirando de reojo a su compañero—. Tú habla como lo harías normalmente, yo me ocupo del resto. Eso sí, procura estar cerca de mí o no funcionará.
Sus poderes le otorgaban la capacidad, entre otras cosas, de modificar los sonidos que se produjeran dentro de un radio de acción determinado. Gracias a sus conocimientos sobre ondas y a la capacidad de imitación de la que gozaba, no le sería muy complicado cambiar el timbre y la agudeza de ambos al hablar. Tendría que estar atento y recordar los tonos que emplearían, aunque esperaba que no fuera a suponerle una gran complicación. No le había explicado la naturaleza de sus habilidades, aunque supuso que ya tendría tiempo de explicárselo; llevaba confiando en él desde que habían llegado, ¿no? Podía seguir haciéndolo unas pocas horas más.
Tras un tiempo siguiendo a Penthes por la espesa jungla que poblaba casi la totalidad de Amazon Lily llegaron, por fin, al centro de actividad de toda la isla: el poblado de la tribu Kuja. Kusanagi observó el lugar con no poco asombro. Se trataba de una suerte de cráter o foso escarbado en el centro de la propia montaña, como si la hubieran dejado hueca y tan solo quedara la cáscara. La mayor parte de los edificios se encontraban en la base, aunque no le costó diferenciar varios niveles que habían sido esculpidos en las rocosas paredes, lugar donde se encontraban edificios que se volvían más imponentes cuanto mayor era su altura. El palacio de la emperatriz amazona, la shichibukai Ainia Sanna, resultó fácil de identificar, aunque esperaba no tener que acudir allí. Lo más seguro era que, de tener que ir allí, lo harían por haber fracasado.
Su contacto les indicó cuál sería su domicilio y, acto seguido, les guió hasta la mencionada cantina. La exótica y no poco numerosa población de mujeres ya se había hecho patente en las calles, aunque la aglomeración que había en el local no era para nada despreciable. Amazonas de todas las alturas, complexiones, peinados y tonalidades de piel disfrutaban de bebida, comida y no menos agradable compañía. Si Ruffo dirigiera su mirada hacia el pelirrojo podría ver un particular brillo en su único ojo visible, así como la boca ligeramente abierta al borde del babeo. «Venga Kus, contrólate, puedes lidiar con esto. ¡Joe! ¿Tanto era pedir que fueran del montón?».
Observó cómo Penthes se mezclaba entre su gente, asumiendo que daba comienzo la parte de los agentes. Miró de reojo a su compañero, dándole una palmada en el hombro con una media sonrisa, antes de moverse con cierta gracia entre las mujeres, camino de la barra. Esperaba que le siguiera.
—¡Algo de beber por aquí! —pediría el chico con una voz particularmente femenina; suave y dulce, casi resultaba melosa. La voz que le daría a Ruffo sería algo diferente, más madura y sensual, tan solo por divertirse un poco—. Mi hermana y yo venimos deshidratadas perdidas.
La mujer al cargo de la cantina, una amazona que, se notaba, debía superar en edad a todas las que se encontraban en el lugar —aunque no por ello resultaba menos atractiva—, les miró con una ceja alzada. El pelirrojo pensó por unos instantes que habían metido la pata o que, quizá, no daban tanto el pego como creía.
—Marchando —dijo finalmente, con una amplia sonrisa para alivio de Kus—. ¿Queréis algo de comer también? Tenemos pantera cazada hoy mismo.
—Por supuesto que sí.
Quizá debía dejar de comportase de una forma tan efusiva, aunque no parecía desentonar con el panorama general que se les presentaba allí. Miró de reojo a Ruffo, apoyándose tranquilamente sobre la madera que hacía de barra para la cantina, con una sonrisa triunfal. Parecía que su infiltración iba por buen camino.
—Aquí tenéis, un par de elixires que os quitarán la sed y os levantarán el ánimo —comentó la cantinera, dejando dos jarras de madera que bien podían tener el tamaño de la cabeza de Kusanagi, junto con algo de carne servida sobre un helecho de hojas—. Por cierto, ¿cómo os llamáis? No me suena haberos visto por aquí reciéntemente.
Y poco le faltó al agente para derramar el contenido de su jarra. ¡Mierda! No habían dicho nada de nombres, y Penthes no estaba allí para echarles una mano. Tendría que pensar rápido.
—¡Oh! Yo soy Silea —respondió, con toda la naturalidad que fue capaz de fingir, haciendo una pausa para que su compañero se presentase—. No solemos venir por aquí, así que es normal que no nos recuerdes. Últimamente andamos algo cansadas de la monotonía y habíamos pensado en unirnos a las centinelas de la ciudad por variar un poco. Escuchamos que Drylla suele venir por aquí, así que veníamos esperando tener la suerte de encontrarla y poder hablar con ella al respecto.
La mujer sonrió como una hermana mayor lo haría, con cierto cariño y comprensión.
—Ya veo, ya. Aunque me da que eso tan solo sustituirá una rutina por otra, chicas. —Se rió a carcajada limpia—. En cualquier caso, Drylla no ha llegado aún. Seguramente aparezca de aquí a un rato. Buscad algún sitio donde sentaros, si es que lo encontráis, y yo le avisaré de que andáis buscándola cuando llegue.
—Eso haremos. —Y le dio un sorbo a su bebida que casi le hizo toser. ¿Eso era alcohol puro o cómo iba la cosa?— ¡Gracias!
Seguí al agente Kusanagi hasta la barra, perdido en un mar de piel y pieles. Tragaba saliva a cada paso que daba, consciente de que aquel lugar podría ser mi perdición. «Serénate», me dije, respirando hondo y respirando profundamente un par de veces. El del parche se mostraba muy seguro acerca de que nuestras voces no llamarían la atención, y su confianza no tardó en materializarse en forma de una voz sorprendentemente femenina.
―Otra para mí ―imité, asombrándome al comprobar que una cautivadora voz nacía de mi garganta. ¿Qué demonios era aquello? Tuve que esforzarme por contener una mueca de desconcierto, dirigiendo una rápida mirada a mi compañero. ¿Cómo demonios lo habría hecho? De cualquier modo, vistas sus habilidades no era de extrañar que hubiese sido designado para infiltrarse en un lugar tan... comprometedor como aquél.
Un licor tan dulce como fuerte se deslizó por mi esófago. ¿Sería aquella la legendaria hidromiel de la que hablaban los pocos marineros adictos a la bebida que afirmaban haber salido con vida de Amazon Lily? Apuré la bebida con avidez, como si fuese un néctar de los dioses que jamás volvería a probar en mi vida. Y es que era probable que así fuese. De cualquier modo, la inquisitiva actitud de quien regentaba la taberna provocó que me atragantase, tosiendo levemente antes de recuperar la compostura.
―Arruf ―respondí velozmente. La inventiva nunca había sido mi fuerte, pero nada debía hacer sospechar a aquella madura mujer que otra identidad se escondía bajo nuestra falsa imagen y nuestras antinaturales voces. Otro grupo de mujeres no tardó en reclamar la atención de la que hacía las veces de camarera. ¿Cómo se las ingeniaba aquella señora para mantener atendidas a tan personas? Iba de un lado a otro, sin exigir que le repitiesen las comandas y accionando sin parar un surtidor que en absoluto dejaba de expulsar el amarillento elixir.
Sentarnos... Muchas de las kujas estaban de pie, mientras que otras habían optado por sentarse en alguna de las numerosas mesas que se distribuían caóticamente por el lugar. Las amazonas que iban llegando se sentaban junto a otras que se encontraban allí previamente, comportándose como una gran familia en la que debíamos integrarnos.
Le di un codazo a Kusanagi, señalando de forma casi imperceptible un lugar donde nos esperaban dos asientos libres. Otras tres mujeres reían sin parar, brindándonos su perfil e invitándonos sin saberlo a hacerles compañía. Tragué saliva una vez más. Tenía que ser una más, ¿no?
―¡Cuatro jarras más! ―exclamé, recibiendo como contestación el sonido que la madera produjo al golpear la mesa. Apuré mi consumición rápidamente, cogiendo dos jarras en cada mano y dirigiéndome hacia la mesa. Las mujeres se hicieron a un lado para permitir que nos sentásemos, obteniendo cada una como regalo una de las bebidas―. ¡A ésta invito yo! ―dije con alegría, pues el alcohol y la buena compañía no dejaba de ser uno de mis mayores placeres.
―¡Qué tarde habéis vendo, ¿no?! ―preguntó una de ellas, de hermoso pelo anaranjado y facciones suaves como la seda. No lo dudé y me senté junto a ella. ¿Acaso era aquello el amor? ¿Un flechazo? «No, céntrate. Tienes una misión», me reprendí.
―Silea y yo llevamos todo el día de un lado para otro. ¡Estamos reventadas! ―respondí―. ¿Y vosotras?
Camuflados en el animado ambiente, los minutos y las horas pasaron sin que a mis ojos transcurriesen más de unos segundos. Habíamos ido a dar con un grupo particularmente divertido, siendo sus integrantes algunas de las encargadas de gestionar el escaso contacto que se producía entre las kujas y el exterior.
―Sí, debe ser difícil tratar con la gente del Gobierno Mundial ―comenté distraídamente.
―A veces se ponen un poco insolentes, pero supongo que es lo que hay ―replicó la que se hallaba junto a Kusanagi, una mujer bastante más madura que las demás. Tenía el pelo corto y negro como el azabache, aunque algunas canas comenzaban a asomar en su discreto flequillo.
―¿¡Cómo están mis chicas!? ―rugió de repente una voz.
Las jarras de todas las presentes se alzaron al unísono, chocando muchas de ellas entre sí para dar la bienvenida a la recién llegada kuja. Yo repetí el gesto de las demás, por supuesto, sumándome a su jolgorio.Era una mujer bastante más corpulenta que las demás, de cabello castaño y rizado. En su rostro llamaba la atención una incipiente verruga situada sobre su aleta nasal derecha.
―¿Qué te pongo, Drylla? ―inquirió la encargada de la barra.
―Lo de siempre, Baguira ―exclamó la otra, dirigiéndose hacia ella para recoger su bebida. No obstante, en cuanto alcanzó su posición la camarera susurró algunas palabras a su oído y señaló en nuestra dirección. Drylla sonrió, despidiéndose con un afable abrazo y dirigiéndose hacia nuestro grupo. Me hice a un lado para que pudiera sentarse. Aquello nos obligaba a apretarnos más, haciéndose fácilmente apreciable el agradable aroma a almizcle que desprendía Lysia, la de pelo verde. ¿Accedería a abandonar Amazon Lily conmigo si, una vez finalizada la misión, le revelase mi identidad?
―¿Qué tal, chicas? Me han dicho que dos de vosotras quieren hablar conmigo. Contadme.
―Otra para mí ―imité, asombrándome al comprobar que una cautivadora voz nacía de mi garganta. ¿Qué demonios era aquello? Tuve que esforzarme por contener una mueca de desconcierto, dirigiendo una rápida mirada a mi compañero. ¿Cómo demonios lo habría hecho? De cualquier modo, vistas sus habilidades no era de extrañar que hubiese sido designado para infiltrarse en un lugar tan... comprometedor como aquél.
Un licor tan dulce como fuerte se deslizó por mi esófago. ¿Sería aquella la legendaria hidromiel de la que hablaban los pocos marineros adictos a la bebida que afirmaban haber salido con vida de Amazon Lily? Apuré la bebida con avidez, como si fuese un néctar de los dioses que jamás volvería a probar en mi vida. Y es que era probable que así fuese. De cualquier modo, la inquisitiva actitud de quien regentaba la taberna provocó que me atragantase, tosiendo levemente antes de recuperar la compostura.
―Arruf ―respondí velozmente. La inventiva nunca había sido mi fuerte, pero nada debía hacer sospechar a aquella madura mujer que otra identidad se escondía bajo nuestra falsa imagen y nuestras antinaturales voces. Otro grupo de mujeres no tardó en reclamar la atención de la que hacía las veces de camarera. ¿Cómo se las ingeniaba aquella señora para mantener atendidas a tan personas? Iba de un lado a otro, sin exigir que le repitiesen las comandas y accionando sin parar un surtidor que en absoluto dejaba de expulsar el amarillento elixir.
Sentarnos... Muchas de las kujas estaban de pie, mientras que otras habían optado por sentarse en alguna de las numerosas mesas que se distribuían caóticamente por el lugar. Las amazonas que iban llegando se sentaban junto a otras que se encontraban allí previamente, comportándose como una gran familia en la que debíamos integrarnos.
Le di un codazo a Kusanagi, señalando de forma casi imperceptible un lugar donde nos esperaban dos asientos libres. Otras tres mujeres reían sin parar, brindándonos su perfil e invitándonos sin saberlo a hacerles compañía. Tragué saliva una vez más. Tenía que ser una más, ¿no?
―¡Cuatro jarras más! ―exclamé, recibiendo como contestación el sonido que la madera produjo al golpear la mesa. Apuré mi consumición rápidamente, cogiendo dos jarras en cada mano y dirigiéndome hacia la mesa. Las mujeres se hicieron a un lado para permitir que nos sentásemos, obteniendo cada una como regalo una de las bebidas―. ¡A ésta invito yo! ―dije con alegría, pues el alcohol y la buena compañía no dejaba de ser uno de mis mayores placeres.
―¡Qué tarde habéis vendo, ¿no?! ―preguntó una de ellas, de hermoso pelo anaranjado y facciones suaves como la seda. No lo dudé y me senté junto a ella. ¿Acaso era aquello el amor? ¿Un flechazo? «No, céntrate. Tienes una misión», me reprendí.
―Silea y yo llevamos todo el día de un lado para otro. ¡Estamos reventadas! ―respondí―. ¿Y vosotras?
Camuflados en el animado ambiente, los minutos y las horas pasaron sin que a mis ojos transcurriesen más de unos segundos. Habíamos ido a dar con un grupo particularmente divertido, siendo sus integrantes algunas de las encargadas de gestionar el escaso contacto que se producía entre las kujas y el exterior.
―Sí, debe ser difícil tratar con la gente del Gobierno Mundial ―comenté distraídamente.
―A veces se ponen un poco insolentes, pero supongo que es lo que hay ―replicó la que se hallaba junto a Kusanagi, una mujer bastante más madura que las demás. Tenía el pelo corto y negro como el azabache, aunque algunas canas comenzaban a asomar en su discreto flequillo.
―¿¡Cómo están mis chicas!? ―rugió de repente una voz.
Las jarras de todas las presentes se alzaron al unísono, chocando muchas de ellas entre sí para dar la bienvenida a la recién llegada kuja. Yo repetí el gesto de las demás, por supuesto, sumándome a su jolgorio.Era una mujer bastante más corpulenta que las demás, de cabello castaño y rizado. En su rostro llamaba la atención una incipiente verruga situada sobre su aleta nasal derecha.
―¿Qué te pongo, Drylla? ―inquirió la encargada de la barra.
―Lo de siempre, Baguira ―exclamó la otra, dirigiéndose hacia ella para recoger su bebida. No obstante, en cuanto alcanzó su posición la camarera susurró algunas palabras a su oído y señaló en nuestra dirección. Drylla sonrió, despidiéndose con un afable abrazo y dirigiéndose hacia nuestro grupo. Me hice a un lado para que pudiera sentarse. Aquello nos obligaba a apretarnos más, haciéndose fácilmente apreciable el agradable aroma a almizcle que desprendía Lysia, la de pelo verde. ¿Accedería a abandonar Amazon Lily conmigo si, una vez finalizada la misión, le revelase mi identidad?
―¿Qué tal, chicas? Me han dicho que dos de vosotras quieren hablar conmigo. Contadme.
El agente ensanchó una incipiente sonrisa al ver la reacción de su compañero ante su nueva voz. No era algo fácil de llevar a cabo, y durante años le había costado mucho trabajo y esfuerzo —quién lo diría— ser capaz de controlar el sonido a esos niveles. Aún después de todo ese tiempo precisaba de cierta concentración para poder manipular las voces del resto, así que debía evitar distracciones demasiado severas si no quería fastidiar el invento.
«Arruf», repitió en su mente. «Arruf, Arruf... ¿No suena como un ladrido?». Contuvo sus ganas de reírse mientras trataba de interiorizar el nuevo nombre de Ruffo. Quizá habría sido mejor echarle una mano, aunque bastante había tenido con pensar rápidamente uno para sí mismo. Al menos parecía algo creíble; extraño, pero creíble, y es que la cantinera tan solo miró a su «hermana» con algo de sorpresa. ¿Era eso siquiera un nombre? Si no les habían llamado la atención daría por hecho que sí, o al menos algo que colaba por uno.
Una vez tuvieron sus jarras pudo comprobar cómo el menor parecía empezar a sentirse en su propia salsa, actuando con una fluidez que ni de lejos se esperaba en un iniciado. Cabía decir que el ambiente incitaba a ello: rodeados de hermosas mujeres que, lejos de sonar sexista, se comportaban casi como lo harían ellos en un grupo de hombres. El sentimiento de fraternidad era bastante evidente entre las kuja, algo que pudo llegar a envidiar durante unos segundos. El trabajo del Cipher Pol podría resultar mucho más ameno y óptimo si la relación con sus compañeros fuera así. ¿Cómo se desarrollaría en el caso de su joven pupilo? Parecía alguien bastante entusiasta, pero aún no estaba seguro de su visión respecto a la agencia. Tendrían todo el tiempo del mundo para averiguarlo mientras estuvieran allí, sin la influencia del exterior. De momento, ¿por qué no integrarse y disfrutar un poco? Ruffo parecía pensar como él, cosa que confirmó cuando le señaló una de las mesas.
—Vamos —asintió, tomando entre sus manos las raciones de pantera de antes para llevárselas a la mesa. Cuando llegaron fueron bien recibidos... ¿o debía decir «recibidas»? Se rió al ver a su compañero situarse junto a la que, de lejos, resultaba más atractiva del trío, tomando él asiento al lado de la más veterana—. ¿Qué tal, hermanas?
El castaño se aseguró de integrarles a ambos a la perfección, algo que agradó al agente. Cuando supo que tendría que acudir a la misión con un iniciado le habían invadido los mil demonios; tener que cuidar de un inexperto en una misión tan delicada no le hacía ninguna gracia, pero la escasa disponibilidad de agentes más veteranos les forzaba a verse en estas situaciones. No parecía que fuera a tener que preocuparse demasiado por él, en cualquier caso, más allá de en apoyarle cuando la situación lo requiriera.
La conversación avanzó durante lo que debieron ser horas, suponiendo que no hubiera perdido del todo la percepción del tiempo. Las mujeres parecían ser una suerte de diplomáticas de la isla para tratar con el Gobierno Mundial, así que captaron la atención de ambos agentes rápidamente. ¿Qué diablos le echaban a esa bebida para que entrase tan bien? Era deliciosa y peligrosa a partes iguales, y es que si se descuidaba terminaría por cogerse un pedal de agárrate y no te menees; uno de esos en los que te despiertas con alguien cuyo nombre ni siquiera recuerdas, al igual que tampoco el motivo por el que te había resultado atractivo horas antes. Habría que evitar cualquier situación así a toda costa, especialmente porque si acababa desnudo su tapadera se iría a la mierda. Aunque, ¿quién sabe? Lo mismo si lo hacía bien podía convencerlas de que no abrieran la boca a cambio de... «Mejor dejo de beber, sí». Por desgracia —o suerte—, aún tendría que aguantar algo más.
Alzó su jarra y se unió al animado reclamo cuando apareció otra de las hermanas por la puerta. Todas habían respondido al unísono tras su saludo, lo que tan solo podía significar una cosa: esa mujer era Drylla. Penthes tenía razón al decir que la líder de centinelas era fácilmente reconocible, aunque no se imaginaba que se refiriera a que era un craco entre diosas. Al menos no correrían el peligro de distraerse con ella, no tanto con la verruga que se había adueñado de su nariz. Estaba casi seguro de que terminaría cobrando vida propia.
—¡Buenas noches! —saludó él, con un tono algo nasal que ni siquiera sus poderes podían ocultar. ¿Ya estaba afectándole la bebida? Había perdido fuelle—. Mi hermana Arruf y yo queríamos saber si andáis buscando gente para las patrullas.
La grandullona les echó un vistazo a ambos, de arriba a abajo, y por un instante su cuerpo se tensó. Sí, los apaños que su guía les había hecho eran bastante creíbles, pero no sabía si engañarían a un ojo experto como parecía ser el de Drylla. Tragó saliva, mirándola fijamente con su único ojo visible mientras la mujer terminaba su escaneo, acabándolo con un generoso trago de su jarra.
—Pues sí, nunca rechazamos uno o dos pares de manos extra, y vosotras dos parecéis estar bastante en forma —dijo finalmente, echándose a reír—. No tanto como yo, claro, pero no le voy a pedir peras al olmo.
Una de las kujas que les acompañaban, la que parecía más aventajada en años y que se sentaba junto a Kus, suspiró.
—Y quizá nos hagan falta más que nunca —refunfuñó—. Las relaciones con esa gente se mantienen estables, pero si algunas siguen con la misma actitud nos van a meter a todas en un buen lío.
Drylla fulminó con la mirada a la amazona, quien enmudeció al instante e incluso agachó la cabeza, musitando una disculpa. El pelirrojo miró de lado a su compañero durante apenas un instante; parecía que habían dado con alguien que sabía algo. Sin embargo, por la reacción de la líder centinela, no parecía ser el momento más apropiado para abordar el tema. Carraspeó, soltando una dulce y animada risita.
—Entonces, ¿cuándo podemos empezar? —inquirió, omitiendo la intervención de la mayor.
—Mañana mismo si queréis. Cuanto antes empecemos, antes podré hablaros de rutas y protocolos —y tras eso sonrió mientras les miraba con cierta ternura, como lo haría una hermana mayor—. No os preocupéis, no es nada demasiado complicado, pero es importante que os quedéis rápido con ello. ¡Así podréis salir de patrulla por vuestra cuenta y yo podré venir aquí más a menudo! —bromeó. ¿Bromeó? No estaba muy seguro.
—¡Genial! —respondió Kus, no con poco entusiasmo, alzando la jarra nuevamente—. ¡Pues celebrémoslo entonces!
La de cabellos anaranjados alzó también la jarra.
—¡Por las nuevas centinelas! —gritó con aquella dulce voz que tenía, siguiéndole las demás. Incluso Penthes parecía unirse a ello, en otra mesa al otro lado de la sala.
Se permitirían acabar la celebración durante aquella noche, aprovechando el animado ambiente. Si todos los días eran así en la isla de las mujeres no tendría problema en invertir el tiempo que fuera necesario, incluso el que no. ¿Quién podría resistirse a unos días de descanso entre ellas? «Después habrá que buscar a Penthes, pero por ahora...». Se puso en pie, festejando como el que más, con los minutos y las horas pasando rápidamente. Aquello no iba a acabar nada bien.
«Arruf», repitió en su mente. «Arruf, Arruf... ¿No suena como un ladrido?». Contuvo sus ganas de reírse mientras trataba de interiorizar el nuevo nombre de Ruffo. Quizá habría sido mejor echarle una mano, aunque bastante había tenido con pensar rápidamente uno para sí mismo. Al menos parecía algo creíble; extraño, pero creíble, y es que la cantinera tan solo miró a su «hermana» con algo de sorpresa. ¿Era eso siquiera un nombre? Si no les habían llamado la atención daría por hecho que sí, o al menos algo que colaba por uno.
Una vez tuvieron sus jarras pudo comprobar cómo el menor parecía empezar a sentirse en su propia salsa, actuando con una fluidez que ni de lejos se esperaba en un iniciado. Cabía decir que el ambiente incitaba a ello: rodeados de hermosas mujeres que, lejos de sonar sexista, se comportaban casi como lo harían ellos en un grupo de hombres. El sentimiento de fraternidad era bastante evidente entre las kuja, algo que pudo llegar a envidiar durante unos segundos. El trabajo del Cipher Pol podría resultar mucho más ameno y óptimo si la relación con sus compañeros fuera así. ¿Cómo se desarrollaría en el caso de su joven pupilo? Parecía alguien bastante entusiasta, pero aún no estaba seguro de su visión respecto a la agencia. Tendrían todo el tiempo del mundo para averiguarlo mientras estuvieran allí, sin la influencia del exterior. De momento, ¿por qué no integrarse y disfrutar un poco? Ruffo parecía pensar como él, cosa que confirmó cuando le señaló una de las mesas.
—Vamos —asintió, tomando entre sus manos las raciones de pantera de antes para llevárselas a la mesa. Cuando llegaron fueron bien recibidos... ¿o debía decir «recibidas»? Se rió al ver a su compañero situarse junto a la que, de lejos, resultaba más atractiva del trío, tomando él asiento al lado de la más veterana—. ¿Qué tal, hermanas?
El castaño se aseguró de integrarles a ambos a la perfección, algo que agradó al agente. Cuando supo que tendría que acudir a la misión con un iniciado le habían invadido los mil demonios; tener que cuidar de un inexperto en una misión tan delicada no le hacía ninguna gracia, pero la escasa disponibilidad de agentes más veteranos les forzaba a verse en estas situaciones. No parecía que fuera a tener que preocuparse demasiado por él, en cualquier caso, más allá de en apoyarle cuando la situación lo requiriera.
La conversación avanzó durante lo que debieron ser horas, suponiendo que no hubiera perdido del todo la percepción del tiempo. Las mujeres parecían ser una suerte de diplomáticas de la isla para tratar con el Gobierno Mundial, así que captaron la atención de ambos agentes rápidamente. ¿Qué diablos le echaban a esa bebida para que entrase tan bien? Era deliciosa y peligrosa a partes iguales, y es que si se descuidaba terminaría por cogerse un pedal de agárrate y no te menees; uno de esos en los que te despiertas con alguien cuyo nombre ni siquiera recuerdas, al igual que tampoco el motivo por el que te había resultado atractivo horas antes. Habría que evitar cualquier situación así a toda costa, especialmente porque si acababa desnudo su tapadera se iría a la mierda. Aunque, ¿quién sabe? Lo mismo si lo hacía bien podía convencerlas de que no abrieran la boca a cambio de... «Mejor dejo de beber, sí». Por desgracia —o suerte—, aún tendría que aguantar algo más.
Alzó su jarra y se unió al animado reclamo cuando apareció otra de las hermanas por la puerta. Todas habían respondido al unísono tras su saludo, lo que tan solo podía significar una cosa: esa mujer era Drylla. Penthes tenía razón al decir que la líder de centinelas era fácilmente reconocible, aunque no se imaginaba que se refiriera a que era un craco entre diosas. Al menos no correrían el peligro de distraerse con ella, no tanto con la verruga que se había adueñado de su nariz. Estaba casi seguro de que terminaría cobrando vida propia.
—¡Buenas noches! —saludó él, con un tono algo nasal que ni siquiera sus poderes podían ocultar. ¿Ya estaba afectándole la bebida? Había perdido fuelle—. Mi hermana Arruf y yo queríamos saber si andáis buscando gente para las patrullas.
La grandullona les echó un vistazo a ambos, de arriba a abajo, y por un instante su cuerpo se tensó. Sí, los apaños que su guía les había hecho eran bastante creíbles, pero no sabía si engañarían a un ojo experto como parecía ser el de Drylla. Tragó saliva, mirándola fijamente con su único ojo visible mientras la mujer terminaba su escaneo, acabándolo con un generoso trago de su jarra.
—Pues sí, nunca rechazamos uno o dos pares de manos extra, y vosotras dos parecéis estar bastante en forma —dijo finalmente, echándose a reír—. No tanto como yo, claro, pero no le voy a pedir peras al olmo.
Una de las kujas que les acompañaban, la que parecía más aventajada en años y que se sentaba junto a Kus, suspiró.
—Y quizá nos hagan falta más que nunca —refunfuñó—. Las relaciones con esa gente se mantienen estables, pero si algunas siguen con la misma actitud nos van a meter a todas en un buen lío.
Drylla fulminó con la mirada a la amazona, quien enmudeció al instante e incluso agachó la cabeza, musitando una disculpa. El pelirrojo miró de lado a su compañero durante apenas un instante; parecía que habían dado con alguien que sabía algo. Sin embargo, por la reacción de la líder centinela, no parecía ser el momento más apropiado para abordar el tema. Carraspeó, soltando una dulce y animada risita.
—Entonces, ¿cuándo podemos empezar? —inquirió, omitiendo la intervención de la mayor.
—Mañana mismo si queréis. Cuanto antes empecemos, antes podré hablaros de rutas y protocolos —y tras eso sonrió mientras les miraba con cierta ternura, como lo haría una hermana mayor—. No os preocupéis, no es nada demasiado complicado, pero es importante que os quedéis rápido con ello. ¡Así podréis salir de patrulla por vuestra cuenta y yo podré venir aquí más a menudo! —bromeó. ¿Bromeó? No estaba muy seguro.
—¡Genial! —respondió Kus, no con poco entusiasmo, alzando la jarra nuevamente—. ¡Pues celebrémoslo entonces!
La de cabellos anaranjados alzó también la jarra.
—¡Por las nuevas centinelas! —gritó con aquella dulce voz que tenía, siguiéndole las demás. Incluso Penthes parecía unirse a ello, en otra mesa al otro lado de la sala.
Se permitirían acabar la celebración durante aquella noche, aprovechando el animado ambiente. Si todos los días eran así en la isla de las mujeres no tendría problema en invertir el tiempo que fuera necesario, incluso el que no. ¿Quién podría resistirse a unos días de descanso entre ellas? «Después habrá que buscar a Penthes, pero por ahora...». Se puso en pie, festejando como el que más, con los minutos y las horas pasando rápidamente. Aquello no iba a acabar nada bien.
Nuestra incorporación a las patrullas de centinelas había sido recibida con vítores y festejos por cuantas se encontraban lo suficientemente cerca como para escuchar la proclama. Aquello había conducido inexorablemente a que el alcohol corriese a raudales entre las kujas. Viendo su actitud, cualquiera pensaría que cada noche buscaban el menor pretexto para dar comienzo a una fiesta como aquélla, pero ese hecho no era ningún problema para mí. Bueno, no lo sería de no ser porque estábamos en medio de una misión.
Era un bocazas y lo sabía a la perfección, y lo era aún más cuando me embriagaba. Era por ello que bebía con ansiedad. Tenía que ingerir aquel delicioso néctar si quería pasar desapercibido, pero era consciente de que con cada sorbo que daba me acercaba a soltar algo inapropiado. ¡Pero es que estaba tan rico! «Calma, calma», me decía cada vez que me dirigía a la barra para pedir una nueva jarra. ¿Cuántas llevaba ya? Había perdido la cuenta. De cualquier modo, volvía con la mayor de las sonrisas en mi cara y me incluía en el grupo como una más.
—¿Nunca has pensado en salir de aquí? —me preguntó la diosa entre las diosas llegado un momento.
—¿En salir? No, ¿por qué? Aquí estamos bien, rodeadas de hermanas y sin uno de esos hombres cerca. —Mostré mi mayor cara de asco, obteniendo una triste sonrisa como respuesta. ¿No pensaba eso? ¿Y si realmente podía convencerla para que se escapase conmigo?
—Oye, una cosa... —comencé a decir, pero un matiz diferente en mi voz, más varonil, me devolvió a la realidad y me sacó de mi fantasía de solitarias playas paradisíacas. Pude ver cómo mi interlocutora se sorprendía, así que, en un gesto casi inconsciente, miré levemente al agente Kusanagi. ¿Se habría dado cuenta él? Esperaba que sí, porque si no no podría poner solución, ¡y tenía que responder!—. Perdona, pero a veces la voz se me pone algo ronca con el alcohol. —Volvía a poseer mi sugerente voz. De milagro—. Estoy un poco cansada; ¿qué hora es?
Me dispuse a llamar al agente, pero se me había olvidado el falso nombre que había dado para terminar de formar su identidad y no me quedó otra opción más que quedarme callado. Era lo mejor que podía hacer, pues con la cogorza que llevaba encima demasiado hacía con mantenerme de pie y no tropezar con cualquier amazona que se cruzase en mi camino.
—¡Se acabó! —dijo por fin Baguira como si hubiese escuchado mis súplicas en silencio—. ¡Mañana hay muchas cosas que hacer y ya estáis todas bastante borrachas! ¡Y sí, también va por ti, Drylla!
La decepción no tardó en materializarse en forma de un coro de lamentos, pero la dueña de la taberna parecía muy convencida y se dispuso a echar a todas y cada una de las mujeres que se encontraban allí. Perdí a mi amor entre el gentío, por supuesto, pero me consolé pensando que no era un adiós, sino un hasta luego. Volvería a encontrarla sin importar lo que me costase.
Fuera como fuese, cuando la muchedumbre al fin se disolvió me vi frente a la puerta del establecimiento junto a Penthes y el agente Yuu. La mujer mostraba una expresión calmada y, por qué no decirlo, desconcertada en cierto modo. Que estaba igual de borracha que nosotros, vamos, así que no dijo nada e hizo un gesto con la mano para que la siguiésemos.
Había olvidado que ella vivía en el... ¿segundo nivel? Creía recordar que sí, pero no podía asegurarlo con buena parte de mi sangre sustituida por alcohol. La cuestión es que el ascenso por los peldaños escalados en la propia montaña, algo rutinario en realidad, se convirtió en una verdadera odisea. Cada vez que subía dos me veía obligado a retroceder uno para no rodar hacia abajo de espaldas. Concentrado en mantenerme de pie y golpeando sin descanso a mi compañero —inintencionadamente, claro— con el hombro cada vez que me tambaleaba, no llegué a fijarme en cómo era la residencia del contacto ni dónde se encontraba la habitación que —de eso sí me acordaba— nos cedería para descansar.
—¡Vamos, arriba! —rugió la femenina voz de Penthes, que empleaba un largo palo de madera para golpearnos donde se le ocurría—. En tres horas Amazon Lily estará en plena ebullición y vosotros con ella. Tenéis que presentaros ante Drylla y más os vale estar despiertos y en pleno uso de vuestras facultades. Yo tengo que hacer un par de cosas, pero volveré con tiempo para volver a prepararos y que no llaméis la atención, ¿de acuerdo? Así que aprovechad para volver a la vida.
Si algo bueno tenía mi gusto por el alcohol era que gestionaba las resacas como un maestro. Beber mucha agua antes de dormir era la clave, y así lo había hecho. Ese detalle sumado a que nuestra anfitriona nos había proporcionado unos espléndidos lechos para descansar permitió que en poco más de quince minutos estuviese como nuevo.
¿Qué podía hacer? Pues aprovechar el tiempo, evidentemente. Era el único entre los agentes que se habían incorporado al Cipher Pol conmigo que no terminaba de dominar el Rokushiki, de modo que, casi por orgullo, empleaba cada oportunidad que tenía para seguir trabajando —inútilmente, claro— en ello. Probablemente el agente Yuu pensase que le habían endosado al más torpe entre los iniciados al ver que no podía ejecutar un simple Shigan o un triste Rankyaku, pero ya estaba acostumbrado a las burlas.
Carraspeé, colocando frente a mí, de pie, el colchón que Penthes nos había dejado. Si no tenía a bien dejarme otro si por arte de magia lo atravesaba con mi dedo tampoco pasaría nada; había dormido en sitios peores que un colchón agujereado. De cualquier modo, ¿a quién pretendía engañar? Fracasaría, por supuesto, y volvería a Enies Lobby tal y como había salido de ella.
Me concentré durante un instante, respirando hondo y recordando que aquel movimiento no dejaba de ser una mezcla de Soru y Tekkai, una perfecta armonía entre ambos materializada en una única y letal acción. Mi dedo se tornó rígido, pero al moverlo con celeridad perdió su primera naturaleza y el colchón simplemente cedió un poco ante mi falange. Suspiré; tras tanto error había desarrollado una tolerancia al fracaso abrumadora. Aun así repetí el gesto una y otra vez, obteniendo sin descanso el mismo resultado.
Era un bocazas y lo sabía a la perfección, y lo era aún más cuando me embriagaba. Era por ello que bebía con ansiedad. Tenía que ingerir aquel delicioso néctar si quería pasar desapercibido, pero era consciente de que con cada sorbo que daba me acercaba a soltar algo inapropiado. ¡Pero es que estaba tan rico! «Calma, calma», me decía cada vez que me dirigía a la barra para pedir una nueva jarra. ¿Cuántas llevaba ya? Había perdido la cuenta. De cualquier modo, volvía con la mayor de las sonrisas en mi cara y me incluía en el grupo como una más.
—¿Nunca has pensado en salir de aquí? —me preguntó la diosa entre las diosas llegado un momento.
—¿En salir? No, ¿por qué? Aquí estamos bien, rodeadas de hermanas y sin uno de esos hombres cerca. —Mostré mi mayor cara de asco, obteniendo una triste sonrisa como respuesta. ¿No pensaba eso? ¿Y si realmente podía convencerla para que se escapase conmigo?
—Oye, una cosa... —comencé a decir, pero un matiz diferente en mi voz, más varonil, me devolvió a la realidad y me sacó de mi fantasía de solitarias playas paradisíacas. Pude ver cómo mi interlocutora se sorprendía, así que, en un gesto casi inconsciente, miré levemente al agente Kusanagi. ¿Se habría dado cuenta él? Esperaba que sí, porque si no no podría poner solución, ¡y tenía que responder!—. Perdona, pero a veces la voz se me pone algo ronca con el alcohol. —Volvía a poseer mi sugerente voz. De milagro—. Estoy un poco cansada; ¿qué hora es?
Me dispuse a llamar al agente, pero se me había olvidado el falso nombre que había dado para terminar de formar su identidad y no me quedó otra opción más que quedarme callado. Era lo mejor que podía hacer, pues con la cogorza que llevaba encima demasiado hacía con mantenerme de pie y no tropezar con cualquier amazona que se cruzase en mi camino.
—¡Se acabó! —dijo por fin Baguira como si hubiese escuchado mis súplicas en silencio—. ¡Mañana hay muchas cosas que hacer y ya estáis todas bastante borrachas! ¡Y sí, también va por ti, Drylla!
La decepción no tardó en materializarse en forma de un coro de lamentos, pero la dueña de la taberna parecía muy convencida y se dispuso a echar a todas y cada una de las mujeres que se encontraban allí. Perdí a mi amor entre el gentío, por supuesto, pero me consolé pensando que no era un adiós, sino un hasta luego. Volvería a encontrarla sin importar lo que me costase.
Fuera como fuese, cuando la muchedumbre al fin se disolvió me vi frente a la puerta del establecimiento junto a Penthes y el agente Yuu. La mujer mostraba una expresión calmada y, por qué no decirlo, desconcertada en cierto modo. Que estaba igual de borracha que nosotros, vamos, así que no dijo nada e hizo un gesto con la mano para que la siguiésemos.
Había olvidado que ella vivía en el... ¿segundo nivel? Creía recordar que sí, pero no podía asegurarlo con buena parte de mi sangre sustituida por alcohol. La cuestión es que el ascenso por los peldaños escalados en la propia montaña, algo rutinario en realidad, se convirtió en una verdadera odisea. Cada vez que subía dos me veía obligado a retroceder uno para no rodar hacia abajo de espaldas. Concentrado en mantenerme de pie y golpeando sin descanso a mi compañero —inintencionadamente, claro— con el hombro cada vez que me tambaleaba, no llegué a fijarme en cómo era la residencia del contacto ni dónde se encontraba la habitación que —de eso sí me acordaba— nos cedería para descansar.
***
—¡Vamos, arriba! —rugió la femenina voz de Penthes, que empleaba un largo palo de madera para golpearnos donde se le ocurría—. En tres horas Amazon Lily estará en plena ebullición y vosotros con ella. Tenéis que presentaros ante Drylla y más os vale estar despiertos y en pleno uso de vuestras facultades. Yo tengo que hacer un par de cosas, pero volveré con tiempo para volver a prepararos y que no llaméis la atención, ¿de acuerdo? Así que aprovechad para volver a la vida.
Si algo bueno tenía mi gusto por el alcohol era que gestionaba las resacas como un maestro. Beber mucha agua antes de dormir era la clave, y así lo había hecho. Ese detalle sumado a que nuestra anfitriona nos había proporcionado unos espléndidos lechos para descansar permitió que en poco más de quince minutos estuviese como nuevo.
¿Qué podía hacer? Pues aprovechar el tiempo, evidentemente. Era el único entre los agentes que se habían incorporado al Cipher Pol conmigo que no terminaba de dominar el Rokushiki, de modo que, casi por orgullo, empleaba cada oportunidad que tenía para seguir trabajando —inútilmente, claro— en ello. Probablemente el agente Yuu pensase que le habían endosado al más torpe entre los iniciados al ver que no podía ejecutar un simple Shigan o un triste Rankyaku, pero ya estaba acostumbrado a las burlas.
Carraspeé, colocando frente a mí, de pie, el colchón que Penthes nos había dejado. Si no tenía a bien dejarme otro si por arte de magia lo atravesaba con mi dedo tampoco pasaría nada; había dormido en sitios peores que un colchón agujereado. De cualquier modo, ¿a quién pretendía engañar? Fracasaría, por supuesto, y volvería a Enies Lobby tal y como había salido de ella.
Me concentré durante un instante, respirando hondo y recordando que aquel movimiento no dejaba de ser una mezcla de Soru y Tekkai, una perfecta armonía entre ambos materializada en una única y letal acción. Mi dedo se tornó rígido, pero al moverlo con celeridad perdió su primera naturaleza y el colchón simplemente cedió un poco ante mi falange. Suspiré; tras tanto error había desarrollado una tolerancia al fracaso abrumadora. Aun así repetí el gesto una y otra vez, obteniendo sin descanso el mismo resultado.
Lo primero que sintió no fueron los primeros rayos del sol asomándose por alguna de las ventanas, al igual que tampoco la agradable sensación de que podía remolonear en la cama unos pocos minutos más antes de ponerse en pie. Por el contrario, todo cuanto recibió como señal de que su descanso había terminado fue la voz de Penthes taladrando su cabeza; no porque fuera desagradable, sino porque tenía una resaca terrible. «Mierda... ¿Qué pasó anoche?». Sus recuerdos eran vagos y llenos de cortes, como si de una película incompleta se tratase. Recordaba haberse presentado en la cantina junto a sus dos compañeros, haber pedido algo de beber... ¿Se habían reunido con Drylla? Sí, estaba casi seguro de que lo habían hecho. Después de eso su memoria se volvía difusa y tratar de concentrarse en recordar tan solo le producía pinchazos en la sien. No tenía mesura alguna cuando se trataba de festejar, ni siquiera si su objetivo era únicamente el de integrarse. Bueno, al menos eso lo habían hecho bien, ¿no? Si la hubieran cagado estarían en un calabozo o algo por el estilo.
Abrió los ojos lentamente y dio gracias de tener uno tapado por el parche al deslumbrarse por la escasa luz. Su dolor de cabeza se incrementó considerablemente cuando intentó erguirse, así que decidió dejarse caer y tomarse unos minutos más. Agua, necesitaba agua. Achinando la mirada pudo localizar una especie de abrevadero junto a uno de los muros de aquella habitación; el agua fluía como un riachuelo por la rocosa pared y terminaba por depositarse allí. ¿Caería directamente de las montañas? Daba igual, serviría a su propósito. Ni corto ni perezoso se arrastró por los suelos gracias a unas fuerzas de flaqueza que ni él mismo sabía de dónde sacaba, terminando por sumergir la cabeza en aquel paraíso helado.
Se mantuvo así unos segundos antes de salir a buscar aire, algo más espabilado. Fue entonces cuando se fijó en el iniciado, quien parecía bastante más vivo que él.
—Pero, ¿qué os dan de comer en la academia...? —replicó el pelirrojo con cierto deje de incredulidad en sus formas.
Procedió a erguirse como buenamente pudo, despacio para no perder el equilibrio y acabar cayéndose de morros contra el suelo. Llevaba mucho tiempo sin levantarse de aquella forma y, la verdad, no tenía ganas de volver a beber en una buena temporada —aunque eso es lo que siempre se dice, claro—. Cuando al fin logró mantenerse en pie sin tambalearse mucho sintió cómo su estómago burbujeaba y se revolvía como una bestia indómita. Tenía hambre y al mismo tiempo estaba bastante seguro de que echaría la pota si se le ocurría comer algo. Lo dejaría para otro momento. Penthes había dicho que disponían de tres horas antes de tener que unirse al ajetreo de Amazon Lily, ¿no? En ese caso podría aplazar el desayuno y tumbarse un rato.
Tras desplazarse lo más despacio posible hasta el lecho que le habían preparado decidió sentarse, con las piernas cruzadas, a observar a su compañero. «Este tío no es de mi especie», se dijo al ver cómo parecía empezar a entrenar. Mientras tanto Kusanagi se palpó el pecho, dándose cuenta en aquel preciso instante de que no llevaba puestas las improvisadas prótesis. Tampoco llevaba las ropas de amazona a excepción de las pieles que cubrían sus vergüenzas. Su ropa se había quedado en aquel puesto de avanzadilla, así que supuso que tendrían que acostumbrarse a vestir así hasta que se marcharan.
—¿Hm...? —Alzó una ceja al fijarse en lo que su compañero estaba intentando lograr. Intento tras intento, pudo ver cómo fracasaba estrepitosamente una y otra vez en algo que parecía querer convertirse en un shigan, el dedo–bala que componía una de las técnicas del rokushiki. Estaba intentando abarcar demasiado de una tacada.
Suspiró al tiempo que hacía acopio de toda su fuerza de voluntad, poniéndose en pie de nuevo y acercándose hasta el chico para poder ver mejor la ejecución de sus movimientos. Su dedo perdía la rigidez constantemente cuando intentaba agujerear la almohada. Kus sabía que si no se le pillaba rápido el punto entrenar el rokushiki podía convertirse en una tarea realmente frustrante, así que quizá pudiera echarle una mano.
—Estás intentando correr antes de aprender a caminar —le dijo, buscando llamar su atención—. El shigan es una técnica más compleja que las que ya conoces porque fusiona dos de ellas, así que es importante que te centres en el proceso más que en la ejecución final. El mayor obstáculo que te encontrarás en su aprendizaje es que estamos acostumbrados a quedarnos estáticos cuando empleamos el tekkai, así que añadir movimiento puede ser demasiado al principio. Además, hay que hacerlo en un punto muy concreto, algo que irónicamente resulta más complicado que hacerlo en todo el cuerpo a la vez —aclaró, haciendo una pausa—. ¿Por qué no pruebas a usarlo en todo tu antebrazo? Una vez lo hagas, intenta mantenerlo mientras desplazas toda la extremidad: no lances ningún golpe, simplemente muévelo.
Endureció los músculos de su antebrazo, dándose un par de golpecitos con la mano contraria para que lo notara, haciendo a continuación algunos movimientos giratorios. Era un ejercicio bastante más sencillo que intentar golpear con el dedo endurecido a la velocidad de un soru.
—Cuando te acostumbres a esto ve reduciendo la zona fortalecida hasta limitarte al dedo. Una vez puedas concentrarte en eso mientras mueves el brazo nos preocuparemos de golpear con rapidez.
Dicho esto volvió a buscar la comodidad de su lecho, sintiendo que si se mantenía en pie un par de minutos más terminaría echando todo lo que había bebido la noche anterior por la boca. No necesitaba estar de pie para fijarse en Ruffo. Aquel día no, pero quizá debiera tomar su ejemplo y aprovechar aquellos momentos para entrenar un poco. No estaría de más dar un poco de ejemplo.
Bueno, al final sí que había regurgitado lo de anoche, pero debía decir que le había sentado de miedo. Su estómago se había estabilizado e incluso pudo llevarse algo a la boca con lo que recuperar sus fuerzas. Eso sí, durante el trayecto hasta el puesto de avanzada de las centinelas le pidió a Ruffo que esperasen un momento. La naturaleza le llamaba, que es una forma bonita de decir que le había entrado un apretón y necesitaba contribuir con algo de abono al ecosistema de la isla. Tras esto se quedó como nuevo.
Penthes había vuelto al refugio con el tiempo suficiente como para volver a acomodar en ambos agentes sus falsos senos. Además de eso les había facilitado algo de «maquillaje», que no eran sino ungüentos naturales que contaban con la suficiente pigmentación como para emular algo así como pinturas de guerra. Era, al parecer, marca de la casa de las amazonas y un componente estético propio de ellas que, además, sirvió para volver sus facciones algo más femeninas, cosa que al parecer tuvo buen recibimiento entre el grupo de novatas que se habían presentado como voluntarias. Era reconfortante que no fueran a ser las únicas en pasar por el proceso de instrucción; no por las comparaciones, sino porque así Drylla no pondría toda su atención en los dos agentes y habría menos riesgo de que notase algo extraño.
—¡Bien! Veo que todas habéis sido puntuales, es un buen primer paso —comenzó la corpulenta mujer, echándoles un rápido vistazo—. Como os imagináis, antes de permitir que cualquiera de vosotras entre en el cuerpo de centinelas debo cerciorarme de que sois aptas, así que he preparado algunas pequeñas pruebas: orientación, carrera y combate. La primera de ellas es la más sencilla: os daremos unos mapas con algunas señalizaciones y tendréis que buscar los tótems marcados en ellos; es la más sencilla y dudo que os suponga ningún problema, os conocéis la isla al dedillo.
«Mierda», masculló para sus adentros el pelirrojo, mirando a su compañero. Esperaba que los mapas fueran lo suficientemente específicos o estarían en serios problemas. Tal vez pudieran limitarse a seguir al resto de amazonas.
—En esta primera prueba iréis en parejas. Arruf y Sylea, vosotras seréis las primeras en salir.
«¡Mierda!». Y la amazona les tendió su mapa, deseándoles buena suerte.
Abrió los ojos lentamente y dio gracias de tener uno tapado por el parche al deslumbrarse por la escasa luz. Su dolor de cabeza se incrementó considerablemente cuando intentó erguirse, así que decidió dejarse caer y tomarse unos minutos más. Agua, necesitaba agua. Achinando la mirada pudo localizar una especie de abrevadero junto a uno de los muros de aquella habitación; el agua fluía como un riachuelo por la rocosa pared y terminaba por depositarse allí. ¿Caería directamente de las montañas? Daba igual, serviría a su propósito. Ni corto ni perezoso se arrastró por los suelos gracias a unas fuerzas de flaqueza que ni él mismo sabía de dónde sacaba, terminando por sumergir la cabeza en aquel paraíso helado.
Se mantuvo así unos segundos antes de salir a buscar aire, algo más espabilado. Fue entonces cuando se fijó en el iniciado, quien parecía bastante más vivo que él.
—Pero, ¿qué os dan de comer en la academia...? —replicó el pelirrojo con cierto deje de incredulidad en sus formas.
Procedió a erguirse como buenamente pudo, despacio para no perder el equilibrio y acabar cayéndose de morros contra el suelo. Llevaba mucho tiempo sin levantarse de aquella forma y, la verdad, no tenía ganas de volver a beber en una buena temporada —aunque eso es lo que siempre se dice, claro—. Cuando al fin logró mantenerse en pie sin tambalearse mucho sintió cómo su estómago burbujeaba y se revolvía como una bestia indómita. Tenía hambre y al mismo tiempo estaba bastante seguro de que echaría la pota si se le ocurría comer algo. Lo dejaría para otro momento. Penthes había dicho que disponían de tres horas antes de tener que unirse al ajetreo de Amazon Lily, ¿no? En ese caso podría aplazar el desayuno y tumbarse un rato.
Tras desplazarse lo más despacio posible hasta el lecho que le habían preparado decidió sentarse, con las piernas cruzadas, a observar a su compañero. «Este tío no es de mi especie», se dijo al ver cómo parecía empezar a entrenar. Mientras tanto Kusanagi se palpó el pecho, dándose cuenta en aquel preciso instante de que no llevaba puestas las improvisadas prótesis. Tampoco llevaba las ropas de amazona a excepción de las pieles que cubrían sus vergüenzas. Su ropa se había quedado en aquel puesto de avanzadilla, así que supuso que tendrían que acostumbrarse a vestir así hasta que se marcharan.
—¿Hm...? —Alzó una ceja al fijarse en lo que su compañero estaba intentando lograr. Intento tras intento, pudo ver cómo fracasaba estrepitosamente una y otra vez en algo que parecía querer convertirse en un shigan, el dedo–bala que componía una de las técnicas del rokushiki. Estaba intentando abarcar demasiado de una tacada.
Suspiró al tiempo que hacía acopio de toda su fuerza de voluntad, poniéndose en pie de nuevo y acercándose hasta el chico para poder ver mejor la ejecución de sus movimientos. Su dedo perdía la rigidez constantemente cuando intentaba agujerear la almohada. Kus sabía que si no se le pillaba rápido el punto entrenar el rokushiki podía convertirse en una tarea realmente frustrante, así que quizá pudiera echarle una mano.
—Estás intentando correr antes de aprender a caminar —le dijo, buscando llamar su atención—. El shigan es una técnica más compleja que las que ya conoces porque fusiona dos de ellas, así que es importante que te centres en el proceso más que en la ejecución final. El mayor obstáculo que te encontrarás en su aprendizaje es que estamos acostumbrados a quedarnos estáticos cuando empleamos el tekkai, así que añadir movimiento puede ser demasiado al principio. Además, hay que hacerlo en un punto muy concreto, algo que irónicamente resulta más complicado que hacerlo en todo el cuerpo a la vez —aclaró, haciendo una pausa—. ¿Por qué no pruebas a usarlo en todo tu antebrazo? Una vez lo hagas, intenta mantenerlo mientras desplazas toda la extremidad: no lances ningún golpe, simplemente muévelo.
Endureció los músculos de su antebrazo, dándose un par de golpecitos con la mano contraria para que lo notara, haciendo a continuación algunos movimientos giratorios. Era un ejercicio bastante más sencillo que intentar golpear con el dedo endurecido a la velocidad de un soru.
—Cuando te acostumbres a esto ve reduciendo la zona fortalecida hasta limitarte al dedo. Una vez puedas concentrarte en eso mientras mueves el brazo nos preocuparemos de golpear con rapidez.
Dicho esto volvió a buscar la comodidad de su lecho, sintiendo que si se mantenía en pie un par de minutos más terminaría echando todo lo que había bebido la noche anterior por la boca. No necesitaba estar de pie para fijarse en Ruffo. Aquel día no, pero quizá debiera tomar su ejemplo y aprovechar aquellos momentos para entrenar un poco. No estaría de más dar un poco de ejemplo.
* * *
Bueno, al final sí que había regurgitado lo de anoche, pero debía decir que le había sentado de miedo. Su estómago se había estabilizado e incluso pudo llevarse algo a la boca con lo que recuperar sus fuerzas. Eso sí, durante el trayecto hasta el puesto de avanzada de las centinelas le pidió a Ruffo que esperasen un momento. La naturaleza le llamaba, que es una forma bonita de decir que le había entrado un apretón y necesitaba contribuir con algo de abono al ecosistema de la isla. Tras esto se quedó como nuevo.
Penthes había vuelto al refugio con el tiempo suficiente como para volver a acomodar en ambos agentes sus falsos senos. Además de eso les había facilitado algo de «maquillaje», que no eran sino ungüentos naturales que contaban con la suficiente pigmentación como para emular algo así como pinturas de guerra. Era, al parecer, marca de la casa de las amazonas y un componente estético propio de ellas que, además, sirvió para volver sus facciones algo más femeninas, cosa que al parecer tuvo buen recibimiento entre el grupo de novatas que se habían presentado como voluntarias. Era reconfortante que no fueran a ser las únicas en pasar por el proceso de instrucción; no por las comparaciones, sino porque así Drylla no pondría toda su atención en los dos agentes y habría menos riesgo de que notase algo extraño.
—¡Bien! Veo que todas habéis sido puntuales, es un buen primer paso —comenzó la corpulenta mujer, echándoles un rápido vistazo—. Como os imagináis, antes de permitir que cualquiera de vosotras entre en el cuerpo de centinelas debo cerciorarme de que sois aptas, así que he preparado algunas pequeñas pruebas: orientación, carrera y combate. La primera de ellas es la más sencilla: os daremos unos mapas con algunas señalizaciones y tendréis que buscar los tótems marcados en ellos; es la más sencilla y dudo que os suponga ningún problema, os conocéis la isla al dedillo.
«Mierda», masculló para sus adentros el pelirrojo, mirando a su compañero. Esperaba que los mapas fueran lo suficientemente específicos o estarían en serios problemas. Tal vez pudieran limitarse a seguir al resto de amazonas.
—En esta primera prueba iréis en parejas. Arruf y Sylea, vosotras seréis las primeras en salir.
«¡Mierda!». Y la amazona les tendió su mapa, deseándoles buena suerte.
―La academia no tiene nada que ver con esto; lo llevo en los genes ―sonreí al escuchar la voz de Kus. Se había arrastrado cual oruga para beber agua; no podía culparle―. Le dije que bebiese mucha agua antes de irse a dormir ―En teoría debía hablarle con respeto―, pero cayó como una piedra sobre la cama y ahí se quedó. En fin, de lo que tiene culpa la academia es de que no sea capaz de hacer un triste shigan o un simple rankyaku. ―Preso de la frustración, le di un puñetazo a la almohada.
Fue justo en ese momento cuando mi superior pareció volver a la vida y comenzó a darme indicaciones. Lo cierto era que en ningún momento había esperado que me ayudase. La mayoría de agentes con los que me había topado hasta ese momento miraban más por sí mismos que por el bien de la agencia o sus compañeros. Cuando me dijo por dónde debía empezar me quedó claro cuál había sido mi error desde el comienzo: pretender alcanzar la meta sin hacer el recorrido necesario para llegar hasta ella.
Mantener el tekkai mientras ejecutaba un soru era algo que no se podía alcanzar de la noche a la mañana. No debía pretender ir de cero a cien, por lo que callé como buen aprendiz y me dispuse a imitar sus movimientos. La solidez de mi antebrazo se desvaneció poco después de que lo comenzase a mover lentamente, pero debía admitir que me había sentido más cómodo. Al menos ya tenía por dónde empezar. Con algo de suerte dispondríamos, si todo iba como el primer día, de cierto tiempo todas las mañanas. Tal vez incluso pudiese pedirle que me ayudase a dominar el rankyaku para, finalmente, convertirme en un agente hecho y derecho.
«No puede ser», pensé al tiempo que observaba el rostro de mi travestido compañero. Su cara no traslucía la menor preocupación ―deformación profesional con toda seguridad―, pero no había que ser un maestro en leer las mentes ajenas para intuir que estaba igual de asustado que yo. Todas aquellas kujas habían pasado sus vidas entre aquellos frondosos árboles, seguramente jugando entre ellos de niñas y dando paseos cuando fueron creciendo. Nosotros, por el contrario ―al menos así era en mi caso―, ni siquiera sabíamos diferenciar un ciprés de un roble.
Drylla nos hizo entrega del mapa en cuestión para la primera isla. Para mi desdicha fue a parar a mis manos. Lo cogí, nervioso, e intenté que mis manos no temblaran ante el panorama que se cernía sobre nosotros. Dudaba mucho que el pergamino del que me había hecho entrega fuese uno como el que dibujan los niños; esos que muestran un camino de puntos que conducen a una gran equis situada sobre el lugar indicado.
Lo abrí sin saber qué me encontraría y, efectivamente, mis peores sospechas se confirmaron. Se trataba de un mapa topográfico de la isla. En su reverso se hallaban numerosas coordenadas y algunos nombres en clave que aludían a diferentes localizaciones de Amazon Lily. La conclusión era que no entendía en absoluto lo que veían mis ojos, pero actuar con duda únicamente podía contribuir a que sospechasen de nosotros…
¿Que qué hice? Muy sencillo: di un rápido vistazo a ambas caras del documento y lo plegué con una confianza de la que en realidad no disponía. Comencé a caminar al azar, dando un toque en el hombro de Kus y dirigiéndome a la maleza más cercana. Seleccioné los árboles de troncos más gruesos y no me detuve hasta pasar dos de ellos, confiando en que serían incapaces de divisarnos con tanta vegetación de por medio.
―No tengo ni idea de qué demonios pone aquí ―confesé, extendiendo de nuevo el mapa apresuradamente y colocándolo de modo que los dos pusiésemos verlo―. ¿Qué es eso de Cueva del León? ¿Vientre de la Serpiente? ¿Dónde está Penthes cuando se la necesita? ―maldije sin dejar de contemplar el a mis ojos encriptado mensaje que sostenía. Aguardaría para comprobar si mi superior tenía más experiencia a la hora de interpretar aquel tipo de cosas y, en caso de que no fuera así, manifestaría en voz alta la primera asociación que había acudido a mi mente―. Cuando llegamos había un camino formado por estatuas de serpientes, ¿no? Tal vez eso tenga algo que ver con... el Vientre de la Serpiente.
Fue justo en ese momento cuando mi superior pareció volver a la vida y comenzó a darme indicaciones. Lo cierto era que en ningún momento había esperado que me ayudase. La mayoría de agentes con los que me había topado hasta ese momento miraban más por sí mismos que por el bien de la agencia o sus compañeros. Cuando me dijo por dónde debía empezar me quedó claro cuál había sido mi error desde el comienzo: pretender alcanzar la meta sin hacer el recorrido necesario para llegar hasta ella.
Mantener el tekkai mientras ejecutaba un soru era algo que no se podía alcanzar de la noche a la mañana. No debía pretender ir de cero a cien, por lo que callé como buen aprendiz y me dispuse a imitar sus movimientos. La solidez de mi antebrazo se desvaneció poco después de que lo comenzase a mover lentamente, pero debía admitir que me había sentido más cómodo. Al menos ya tenía por dónde empezar. Con algo de suerte dispondríamos, si todo iba como el primer día, de cierto tiempo todas las mañanas. Tal vez incluso pudiese pedirle que me ayudase a dominar el rankyaku para, finalmente, convertirme en un agente hecho y derecho.
***
«No puede ser», pensé al tiempo que observaba el rostro de mi travestido compañero. Su cara no traslucía la menor preocupación ―deformación profesional con toda seguridad―, pero no había que ser un maestro en leer las mentes ajenas para intuir que estaba igual de asustado que yo. Todas aquellas kujas habían pasado sus vidas entre aquellos frondosos árboles, seguramente jugando entre ellos de niñas y dando paseos cuando fueron creciendo. Nosotros, por el contrario ―al menos así era en mi caso―, ni siquiera sabíamos diferenciar un ciprés de un roble.
Drylla nos hizo entrega del mapa en cuestión para la primera isla. Para mi desdicha fue a parar a mis manos. Lo cogí, nervioso, e intenté que mis manos no temblaran ante el panorama que se cernía sobre nosotros. Dudaba mucho que el pergamino del que me había hecho entrega fuese uno como el que dibujan los niños; esos que muestran un camino de puntos que conducen a una gran equis situada sobre el lugar indicado.
Lo abrí sin saber qué me encontraría y, efectivamente, mis peores sospechas se confirmaron. Se trataba de un mapa topográfico de la isla. En su reverso se hallaban numerosas coordenadas y algunos nombres en clave que aludían a diferentes localizaciones de Amazon Lily. La conclusión era que no entendía en absoluto lo que veían mis ojos, pero actuar con duda únicamente podía contribuir a que sospechasen de nosotros…
¿Que qué hice? Muy sencillo: di un rápido vistazo a ambas caras del documento y lo plegué con una confianza de la que en realidad no disponía. Comencé a caminar al azar, dando un toque en el hombro de Kus y dirigiéndome a la maleza más cercana. Seleccioné los árboles de troncos más gruesos y no me detuve hasta pasar dos de ellos, confiando en que serían incapaces de divisarnos con tanta vegetación de por medio.
―No tengo ni idea de qué demonios pone aquí ―confesé, extendiendo de nuevo el mapa apresuradamente y colocándolo de modo que los dos pusiésemos verlo―. ¿Qué es eso de Cueva del León? ¿Vientre de la Serpiente? ¿Dónde está Penthes cuando se la necesita? ―maldije sin dejar de contemplar el a mis ojos encriptado mensaje que sostenía. Aguardaría para comprobar si mi superior tenía más experiencia a la hora de interpretar aquel tipo de cosas y, en caso de que no fuera así, manifestaría en voz alta la primera asociación que había acudido a mi mente―. Cuando llegamos había un camino formado por estatuas de serpientes, ¿no? Tal vez eso tenga algo que ver con... el Vientre de la Serpiente.
Sus esperanzas de que Ruffo poseyera cualquier tipo de conocimiento cartográfico, aunque fuera por tener idea sobre el noble arte de la navegación, se fue al garete cuando vio el serio semblante que adoptó al tomar el mapa. No era concluyente ni incitaba a sospechar, pero entendió que si no había sonreído lo más mínimo al recibirlo es que no le reportaba alegría alguna. Le dedicó unos segundos para observarlo, pero aquella manipulación fue como la que llevaría a cabo un bebé con un juguete nuevo: intentando comprender su funcionamiento. Estaban bien jodidos.
No tardaron demasiado en alejarse bajo la atenta mirada de sus «hermanas», quienes dedicaron a la peculiar pareja algunos mensajes de ánimo para subirles la moral; escuchar un «lo habréis hecho miles de veces, será sencillo» no fue sino un jarro de agua fría sobre los agentes. Avanzaron durante no más de dos minutos, tiempo suficiente como para encontrar algún lugar separado y oculto para que no les vieran detenerse a mirar el mapa tan pronto. Se acercó hasta su nuevo aprendiz para posar una mano sobre su hombro a modo de apoyo y ojear el documento. La mano libre del pelirrojo acabó acariciando su propio mentón mientras que este fruncía el ceño, intentando interpretar algo en aquellos dibujos sin mucho éxito. Su orientación no era mala, pero eso no implicaba que supiera leer un mapa. Si al menos hubiera prestado algo más de atención en la academia...
—Te voy a ser sincero, no tengo ni puñetera idea —concluyó, y aquello valía como respuesta tanto a lo de las indicaciones como para el paradero de su amazona de la guarda. Habría sido de gran ayuda contar con algún número al que poder llamar para pedir indicaciones o algo por el estilo, pero por desgracia no les había hablado —o al menos no lo recordaban— sobre ningún den–den a través del cual pudieran localizarla. Estaban completamente solos en ello, y es que dudaba mucho que fuera a aparecer de la nada como el día anterior—. Parece que lo del Vientre de la Serpiente es la única pista relativamente intuitiva que tenemos. ¿Te imaginas que no es más que un cebo? —Preguntó animado y medio riéndose, aunque tardó poco más de un segundo en darse cuenta de que no tenía ninguna gracia—. En fin, miremos el lado positivo: si encontramos el primero podremos orientarnos desde allí para localizar el resto.
Se apartó y alzó la mirada, localizando sin mucha dificultad los enormes montículos rocosos con forma de sierpe que se extendían a lo largo de Amazon Lily. Si era el «vientre» debía estar allá donde su cuerpo tocase el suelo, suponiendo que entendía la anatomía de las serpientes. Sus pies comenzaron a moverse a paso ligero de camino al sistema montañoso que se alzaba en el centro de la isla. Las curiosas formaciones nacían de esta, así que lo más coherente era que fuera allí donde se encontrase la tripa. La cuestión era: ¿por dónde empezar? Si tenían que recorrer la montaña entera podrían tirarse allí meses y meses sin encontrar absolutamente nada, excepto...
—¡Lo tengo! —exclamó repentinamente, deteniéndose en seco y chocando el puño de una mano con la palma de la otra. Se giró para mirar a Ruffo con una ampla sonrisa y un brillo esperanzador en su único ojo visible—. ¿Cuál es el camino directo al vientre de cualquier criatura? —le preguntó, antes de darse una palmada en su propia tripa—. La boca, amigo mío. Tenemos que entrar por la boca de alguna de ellas. Nos tocará escalar la montaña, pero es mejor que dar vueltas sin ton ni son.
Con esto en mente agilizó el paso, moviéndose con un trote suave mientras esquivaba ramas, zarzas y arbustos allá por donde pisaba. No le suponía mucho problema moverse por allí, aunque estaba lejos de hacerlo con la gracilidad de las amazonas. Si todo iba bien no les llevaría más de treinta minutos alcanzar la base de la montaña, frente a la que se detendría para pensar la mejor forma de subir. Estaba claro que no tendrían problema alguno en hacerlo con el geppou, pero corrían el riesgo de que alguna centinela les viera y al garete su tapadera; si tenían que dar explicaciones al respecto descubrirían la naturaleza de aquella técnica tarde o temprano.
—¿Crees que tendrán algún método para subir? Me niego a creer que no dispongan de escaleras ocultas o algo por el estilo por si necesitan llegar a la cima... aunque tampoco sé para qué querrían llegar a la cima. —Se rascó la nuca, mirando hacia arriba mientras trataba de escudriñar la superficie pétrea.
Una bombilla pareció encenderse en el cerebrito del agente, quien activó inmediatamente la función P.O.L.O. de su ojo cyborg para hacer un mapeado de la zona que, además, penetraría los muros de la montaña y le permitiría ver cualquier galería que se localizase en su interior; siempre y cuando no fuera a más de cien metros de profundidad, claro. Para su sorpresa no localizó ninguna, aunque sí extraños mecanismos que parecían penetrar en la roca y que seguían un sentido ascendente. ¿Qué demonios era eso? Curioso, se aproximó a la pared montañosa, observando cómo estaba cubierta por plantas trepadoras y vegetación similar. Se mantuvo en silencio durante unos segundos, dando con una especie de liana que, tras fijarse, destacaba sobre lo demás.
—Creo que he encontrado alg... —y tiró de la misma, la cual hizo lo propio con él y lo elevó por los aires a un ritmo frenético, sin dejar que terminase la frase.
El grito del agente, más de sorpresa que otra cosa, empezó a escucharse cada vez más y más lejos según iba ganando altura.
No tardaron demasiado en alejarse bajo la atenta mirada de sus «hermanas», quienes dedicaron a la peculiar pareja algunos mensajes de ánimo para subirles la moral; escuchar un «lo habréis hecho miles de veces, será sencillo» no fue sino un jarro de agua fría sobre los agentes. Avanzaron durante no más de dos minutos, tiempo suficiente como para encontrar algún lugar separado y oculto para que no les vieran detenerse a mirar el mapa tan pronto. Se acercó hasta su nuevo aprendiz para posar una mano sobre su hombro a modo de apoyo y ojear el documento. La mano libre del pelirrojo acabó acariciando su propio mentón mientras que este fruncía el ceño, intentando interpretar algo en aquellos dibujos sin mucho éxito. Su orientación no era mala, pero eso no implicaba que supiera leer un mapa. Si al menos hubiera prestado algo más de atención en la academia...
—Te voy a ser sincero, no tengo ni puñetera idea —concluyó, y aquello valía como respuesta tanto a lo de las indicaciones como para el paradero de su amazona de la guarda. Habría sido de gran ayuda contar con algún número al que poder llamar para pedir indicaciones o algo por el estilo, pero por desgracia no les había hablado —o al menos no lo recordaban— sobre ningún den–den a través del cual pudieran localizarla. Estaban completamente solos en ello, y es que dudaba mucho que fuera a aparecer de la nada como el día anterior—. Parece que lo del Vientre de la Serpiente es la única pista relativamente intuitiva que tenemos. ¿Te imaginas que no es más que un cebo? —Preguntó animado y medio riéndose, aunque tardó poco más de un segundo en darse cuenta de que no tenía ninguna gracia—. En fin, miremos el lado positivo: si encontramos el primero podremos orientarnos desde allí para localizar el resto.
Se apartó y alzó la mirada, localizando sin mucha dificultad los enormes montículos rocosos con forma de sierpe que se extendían a lo largo de Amazon Lily. Si era el «vientre» debía estar allá donde su cuerpo tocase el suelo, suponiendo que entendía la anatomía de las serpientes. Sus pies comenzaron a moverse a paso ligero de camino al sistema montañoso que se alzaba en el centro de la isla. Las curiosas formaciones nacían de esta, así que lo más coherente era que fuera allí donde se encontrase la tripa. La cuestión era: ¿por dónde empezar? Si tenían que recorrer la montaña entera podrían tirarse allí meses y meses sin encontrar absolutamente nada, excepto...
—¡Lo tengo! —exclamó repentinamente, deteniéndose en seco y chocando el puño de una mano con la palma de la otra. Se giró para mirar a Ruffo con una ampla sonrisa y un brillo esperanzador en su único ojo visible—. ¿Cuál es el camino directo al vientre de cualquier criatura? —le preguntó, antes de darse una palmada en su propia tripa—. La boca, amigo mío. Tenemos que entrar por la boca de alguna de ellas. Nos tocará escalar la montaña, pero es mejor que dar vueltas sin ton ni son.
Con esto en mente agilizó el paso, moviéndose con un trote suave mientras esquivaba ramas, zarzas y arbustos allá por donde pisaba. No le suponía mucho problema moverse por allí, aunque estaba lejos de hacerlo con la gracilidad de las amazonas. Si todo iba bien no les llevaría más de treinta minutos alcanzar la base de la montaña, frente a la que se detendría para pensar la mejor forma de subir. Estaba claro que no tendrían problema alguno en hacerlo con el geppou, pero corrían el riesgo de que alguna centinela les viera y al garete su tapadera; si tenían que dar explicaciones al respecto descubrirían la naturaleza de aquella técnica tarde o temprano.
—¿Crees que tendrán algún método para subir? Me niego a creer que no dispongan de escaleras ocultas o algo por el estilo por si necesitan llegar a la cima... aunque tampoco sé para qué querrían llegar a la cima. —Se rascó la nuca, mirando hacia arriba mientras trataba de escudriñar la superficie pétrea.
Una bombilla pareció encenderse en el cerebrito del agente, quien activó inmediatamente la función P.O.L.O. de su ojo cyborg para hacer un mapeado de la zona que, además, penetraría los muros de la montaña y le permitiría ver cualquier galería que se localizase en su interior; siempre y cuando no fuera a más de cien metros de profundidad, claro. Para su sorpresa no localizó ninguna, aunque sí extraños mecanismos que parecían penetrar en la roca y que seguían un sentido ascendente. ¿Qué demonios era eso? Curioso, se aproximó a la pared montañosa, observando cómo estaba cubierta por plantas trepadoras y vegetación similar. Se mantuvo en silencio durante unos segundos, dando con una especie de liana que, tras fijarse, destacaba sobre lo demás.
—Creo que he encontrado alg... —y tiró de la misma, la cual hizo lo propio con él y lo elevó por los aires a un ritmo frenético, sin dejar que terminase la frase.
El grito del agente, más de sorpresa que otra cosa, empezó a escucharse cada vez más y más lejos según iba ganando altura.
―¿Se puede saber cómo demonios has hecho eso? ―pregunté desde la base de la montaña, pero por desgracia Kus había sido elevado hacia la cima con una velocidad endiablada y sospechaba que mis palabras habían sido absorbidas por las plantas y las rocas. Me hubiera gustado añadir que aquellas formas de serpiente no podían haber sido concebidas por la naturaleza, sino que debían haber sido esculpidas por una mano humana. ¿Y quién haría algo así sin asegurarse de poder subir siempre que fuese necesario?
De cualquier modo, el pelirrojo había dado al traste con mis conjeturas encontrando el mecanismo que permitía subir. Había aferrado una de las lianas, ¿no? Me dispuse a hacer lo mismo, cogiendo una tras otra, todas exactamente iguales a mis ojos, hasta que di con una que parecía ser algo más rígida que las demás. Poseía un tacto ligeramente diferente, pero no pude detenerme a analizarlo. Cuando quise darme cuenta, la planta comenzó a acortarse a un ritmo frenético. Subí con ella, escalando por la escarpada ladera de la montaña como si no fuese más que un inerte saco de patatas.
―¡Ah! ―exclamé en cuanto hube aterrizado con estrépito junto a mi compañero, y es que un intenso ardor se había apoderado de mis manos―. No me digas que las demás eran venenosas ―me lamenté mientras agitaba las manos en el aire. ¿Por qué todo me pasaba a mí? Fuera como fuese, no disponíamos de tiempo que malgastar. Si la corazonada de mi superior era correcta iríamos un paso por delante de las demás, pero en caso contrario estaríamos en graves problemas de cara a la infiltración.
La que se encontraba frente a nosotros era la primera de una larga hilera de serpientes, las cuales se encontraban muy separadas entre sí. Me aproximé a ella sin dejar de soplar sobre las palmas de mis manos, dando un par de golpes con los nudillos para descubrir que, al menos en apariencia, era completamente maciza. De forma instintiva me llevé la mano al torso en busca de mi cadena, pero no tardé en descubrir que la había dejado junto al resto de mis pertenencias. Aquello era un inconveniente, pero nada que no pudiésemos subsanar.
―Creo que lo más práctico será que yo te lance hacia la boca para que veas si hay algún modo de entrar, ¿no?
Esperé a que el agente Kusanagi diese el visto bueno a mi idea y, entrelazando los dedos de mis manos para que le sirviesen como apoyo, le propulsé hacia las fauces abiertas del reptil. Por desgracia allí no había nada que indicase que se podía acceder a su vientre. Repetimos el proceso tras varias caminatas que nos condujeron hacia las demás víboras, identificando que la boca de la sexta era bastante más profunda que la de las anteriores.
Me encaramé a la rocosa espalda del ser de piedra y trepé como pude hasta donde se encontraba mi compañero, que había desaparecido en las profundidades de la antigua escultura. No me agradaba demasiado la idea de lanzarme al interior de la tierra en un lugar tan potencialmente problemático, pero no había otra opción. Avancé a gatas y, cuando quise darme cuenta, mi mano perdió cualquier punto de apoyo y me deslicé por un tobogán que descendía como una espiral.
―¿Y esto qué es? ―pregunté al ver que mi compañero ya estaba de pie a pocos metros de mí. Una gran sala circular albergaba un pequeño altar en su centro y, sobre él, aguardaba el primero de los tótems que debíamos conseguir. Como no podía ser de otro modo, correspondía al rostro de una serpiente que abría la boca en actitud amenazante.
Por nuestra parte, habíamos ido a parar a un círculo mucho más pequeño, similar a todos los que se abrían al círculo principal. Resultaba evidente que no había una única ruta de acceso. De un modo u otro, debíamos coger el artículo y buscar alguna pista que nos condujese al siguiente ―porque hacer conjeturas sobre el mapa seguramente nos traería más problemas que soluciones―.
Di dos pasos hacia delante antes de escuchar un pequeño 'click' en la zona. Apenas tuve un instante para reaccionar, pero me lancé hacia atrás antes de que media docena de lenguas de fuego me atrapasen en su interior. No las había podido ver, pues no había prestado demasiada atención al entorno y estaban camufladas tras pequeñas raíces que sobresalían del techo, pero seis cabezas de serpiente habían sido las encargadas de escupir las llamas. ¿Cómo se habían activado? No creía haber pisado nada ni haber tropezado con mecanismo alguno.
―¿Alguna idea?
De cualquier modo, el pelirrojo había dado al traste con mis conjeturas encontrando el mecanismo que permitía subir. Había aferrado una de las lianas, ¿no? Me dispuse a hacer lo mismo, cogiendo una tras otra, todas exactamente iguales a mis ojos, hasta que di con una que parecía ser algo más rígida que las demás. Poseía un tacto ligeramente diferente, pero no pude detenerme a analizarlo. Cuando quise darme cuenta, la planta comenzó a acortarse a un ritmo frenético. Subí con ella, escalando por la escarpada ladera de la montaña como si no fuese más que un inerte saco de patatas.
―¡Ah! ―exclamé en cuanto hube aterrizado con estrépito junto a mi compañero, y es que un intenso ardor se había apoderado de mis manos―. No me digas que las demás eran venenosas ―me lamenté mientras agitaba las manos en el aire. ¿Por qué todo me pasaba a mí? Fuera como fuese, no disponíamos de tiempo que malgastar. Si la corazonada de mi superior era correcta iríamos un paso por delante de las demás, pero en caso contrario estaríamos en graves problemas de cara a la infiltración.
La que se encontraba frente a nosotros era la primera de una larga hilera de serpientes, las cuales se encontraban muy separadas entre sí. Me aproximé a ella sin dejar de soplar sobre las palmas de mis manos, dando un par de golpes con los nudillos para descubrir que, al menos en apariencia, era completamente maciza. De forma instintiva me llevé la mano al torso en busca de mi cadena, pero no tardé en descubrir que la había dejado junto al resto de mis pertenencias. Aquello era un inconveniente, pero nada que no pudiésemos subsanar.
―Creo que lo más práctico será que yo te lance hacia la boca para que veas si hay algún modo de entrar, ¿no?
Esperé a que el agente Kusanagi diese el visto bueno a mi idea y, entrelazando los dedos de mis manos para que le sirviesen como apoyo, le propulsé hacia las fauces abiertas del reptil. Por desgracia allí no había nada que indicase que se podía acceder a su vientre. Repetimos el proceso tras varias caminatas que nos condujeron hacia las demás víboras, identificando que la boca de la sexta era bastante más profunda que la de las anteriores.
Me encaramé a la rocosa espalda del ser de piedra y trepé como pude hasta donde se encontraba mi compañero, que había desaparecido en las profundidades de la antigua escultura. No me agradaba demasiado la idea de lanzarme al interior de la tierra en un lugar tan potencialmente problemático, pero no había otra opción. Avancé a gatas y, cuando quise darme cuenta, mi mano perdió cualquier punto de apoyo y me deslicé por un tobogán que descendía como una espiral.
―¿Y esto qué es? ―pregunté al ver que mi compañero ya estaba de pie a pocos metros de mí. Una gran sala circular albergaba un pequeño altar en su centro y, sobre él, aguardaba el primero de los tótems que debíamos conseguir. Como no podía ser de otro modo, correspondía al rostro de una serpiente que abría la boca en actitud amenazante.
Por nuestra parte, habíamos ido a parar a un círculo mucho más pequeño, similar a todos los que se abrían al círculo principal. Resultaba evidente que no había una única ruta de acceso. De un modo u otro, debíamos coger el artículo y buscar alguna pista que nos condujese al siguiente ―porque hacer conjeturas sobre el mapa seguramente nos traería más problemas que soluciones―.
Di dos pasos hacia delante antes de escuchar un pequeño 'click' en la zona. Apenas tuve un instante para reaccionar, pero me lancé hacia atrás antes de que media docena de lenguas de fuego me atrapasen en su interior. No las había podido ver, pues no había prestado demasiada atención al entorno y estaban camufladas tras pequeñas raíces que sobresalían del techo, pero seis cabezas de serpiente habían sido las encargadas de escupir las llamas. ¿Cómo se habían activado? No creía haber pisado nada ni haber tropezado con mecanismo alguno.
―¿Alguna idea?
Ruffo no tardó demasiado en aparecer junto a él, aunque no antes de haber comprobado si todas las piezas que componían su propio cuerpo seguían en su sitio. En realidad, se trataba de un proceso un tanto estúpido, más si tenemos en cuenta que era un usuario del tipo logia y que podría haber evitado cualquier daño por caída. De hecho, en general, dada la naturaleza de sus habilidades, bien podría haber subido hasta la cima en un periquete, pero no era prudente que alguien más pudiera ver sus habilidades. Quizá por eso accedió a la idea del iniciado, dejando que le sirviera de trampolín para subir hasta la boca de la primera sierpe.
—Pues... no parece haber nada —comentó con decepción, provocando que su voz sonara como un eco saliendo de las fauces de la criatura de piedra.
Tuvieron que repetir el mismo proceso con unas cuantas más, lo cual les llevó unos minutos. Lo sorprendente de todo ello fue que en ningún momento se cruzaron con otras amazonas. Al pelirrojo se le ocurrían dos posibles explicaciones: la primera, que su razonamiento estuviera completamente errado, de modo que el nombre de «vientre de la serpiente» no tuviera nada que ver con lo que habían planteado; la segunda, que quizá aquella fuera la localización más difícil de todas. Cualquiera lo diría, de ser esta última, porque les había llevado poco más que llegar hasta la base montañosa el averiguar cómo demonios podían subir hasta allí. Si ellos, que iban completamente a ciegas, apenas habían necesitado tiempo, ¿qué le llevaría al resto de grupos hacer lo mismo?
Fuera como fuese, y tras varios intentos fallidos, la pareja de infiltrados dio con lo que parecía ser una entrada al interior de la montaña, justo en la garganta de uno de los reptiles. Kusanagi se vio obligado a avanzar con cautela, aunque un grito de sorpresa volvió a salir de sus labios al sentir que pisaba sobre la nada, precipitándose hacia el oscuro vacío gracias a lo que parecía ser una especie de tobogán pedregoso. Su trasero agradeció que la superficie hubiera sido pulida previamente, y es que si no se habría llenado el cuerpo de arañazos, cortes, contusiones y vete a saber qué más. Encima iba protegido por poco más que una falda y un top.
Rodó por el suelo al llegar al final, reincorporándose con la propia inercia de la caída y quedando de pie segundos antes de que Ruffo hiciera acto de presencia. Gracias a la pose que mantuvo ante la llegada de su compañero, podría decirse que aparentaba haber hecho todo a propósito. Menudo farsante estaba hecho.
—Pues parece, joven Cornelius, que hemos dado con el primer objetivo —respondió, sonriendo con una mezcla de alivio y orgullo. Había estado en lo cierto, después de todo—. Ahora solo tenemos que andarnos con cuidado, estos sitios tienden a estar plagados de... —y, justo en ese instante, observó con pánico cómo el iniciado rozaba la muerte por cocción delante de sus propias narices—, trampas.
El castaño había activado el mecanismo tras dar un par de pasos, de modo que las opciones eran escasas: o contaban con algún mecanismo que pudiera detectar el movimiento —opción bastante improbable, teniendo en cuenta el nivel tecnológico del que disfrutaban las amazonas— o, simplemente, aquel suelo era sensible a los cambios de presión. A simple vista no era capaz de identificar qué placas eran peligrosas y cuáles no. Suspiró, deduciendo que lo menos arriesgado sería que fuera él mismo. Después de todo, no había nadie por allí que fuera a verles, ¿no? Así que, con toda la calma del mundo, se dispuso a sorprender a su joven promesa.
—Déjamelo a mí.
Su cuerpo se desvaneció en apenas un parpadeo, apareciendo instantes después justo frente al pequeño ídolo que conformaba su objetivo. El mecanismo–trampa no se había activado y, aunque lo hubiera hecho, de nada habría servido. Cogió el premio con cuidado, comprobando que no se accionaba ninguna sorpresa más antes de girarse hacia Ruffo y lanzarle la cabeza de serpiente al grito de «¡Píllala!». Para regresar tan solo tendría que repetir el proceso, aunque antes había que resolver la siguiente cuestión, y es que tenían que encontrar la forma de salir de aquella sala.
—Vale, la cosa es... ¿Cómo volvemos a la superficie? Porque juraría que no veo ningún otro camino desde aquí...
La respuesta, sin embargo, no tardó en llegar. El camino de baldosas–trampa se dividió en dos, mostrando entonces unas escaleras justo debajo de donde estaba. Estas descendían en penumbra, apenas iluminadas por unos pocos faroles hechos con calaveras cuya procedencia prefería no saber.
—Pues no he dicho nada.
—Pues... no parece haber nada —comentó con decepción, provocando que su voz sonara como un eco saliendo de las fauces de la criatura de piedra.
Tuvieron que repetir el mismo proceso con unas cuantas más, lo cual les llevó unos minutos. Lo sorprendente de todo ello fue que en ningún momento se cruzaron con otras amazonas. Al pelirrojo se le ocurrían dos posibles explicaciones: la primera, que su razonamiento estuviera completamente errado, de modo que el nombre de «vientre de la serpiente» no tuviera nada que ver con lo que habían planteado; la segunda, que quizá aquella fuera la localización más difícil de todas. Cualquiera lo diría, de ser esta última, porque les había llevado poco más que llegar hasta la base montañosa el averiguar cómo demonios podían subir hasta allí. Si ellos, que iban completamente a ciegas, apenas habían necesitado tiempo, ¿qué le llevaría al resto de grupos hacer lo mismo?
Fuera como fuese, y tras varios intentos fallidos, la pareja de infiltrados dio con lo que parecía ser una entrada al interior de la montaña, justo en la garganta de uno de los reptiles. Kusanagi se vio obligado a avanzar con cautela, aunque un grito de sorpresa volvió a salir de sus labios al sentir que pisaba sobre la nada, precipitándose hacia el oscuro vacío gracias a lo que parecía ser una especie de tobogán pedregoso. Su trasero agradeció que la superficie hubiera sido pulida previamente, y es que si no se habría llenado el cuerpo de arañazos, cortes, contusiones y vete a saber qué más. Encima iba protegido por poco más que una falda y un top.
Rodó por el suelo al llegar al final, reincorporándose con la propia inercia de la caída y quedando de pie segundos antes de que Ruffo hiciera acto de presencia. Gracias a la pose que mantuvo ante la llegada de su compañero, podría decirse que aparentaba haber hecho todo a propósito. Menudo farsante estaba hecho.
—Pues parece, joven Cornelius, que hemos dado con el primer objetivo —respondió, sonriendo con una mezcla de alivio y orgullo. Había estado en lo cierto, después de todo—. Ahora solo tenemos que andarnos con cuidado, estos sitios tienden a estar plagados de... —y, justo en ese instante, observó con pánico cómo el iniciado rozaba la muerte por cocción delante de sus propias narices—, trampas.
El castaño había activado el mecanismo tras dar un par de pasos, de modo que las opciones eran escasas: o contaban con algún mecanismo que pudiera detectar el movimiento —opción bastante improbable, teniendo en cuenta el nivel tecnológico del que disfrutaban las amazonas— o, simplemente, aquel suelo era sensible a los cambios de presión. A simple vista no era capaz de identificar qué placas eran peligrosas y cuáles no. Suspiró, deduciendo que lo menos arriesgado sería que fuera él mismo. Después de todo, no había nadie por allí que fuera a verles, ¿no? Así que, con toda la calma del mundo, se dispuso a sorprender a su joven promesa.
—Déjamelo a mí.
Su cuerpo se desvaneció en apenas un parpadeo, apareciendo instantes después justo frente al pequeño ídolo que conformaba su objetivo. El mecanismo–trampa no se había activado y, aunque lo hubiera hecho, de nada habría servido. Cogió el premio con cuidado, comprobando que no se accionaba ninguna sorpresa más antes de girarse hacia Ruffo y lanzarle la cabeza de serpiente al grito de «¡Píllala!». Para regresar tan solo tendría que repetir el proceso, aunque antes había que resolver la siguiente cuestión, y es que tenían que encontrar la forma de salir de aquella sala.
—Vale, la cosa es... ¿Cómo volvemos a la superficie? Porque juraría que no veo ningún otro camino desde aquí...
La respuesta, sin embargo, no tardó en llegar. El camino de baldosas–trampa se dividió en dos, mostrando entonces unas escaleras justo debajo de donde estaba. Estas descendían en penumbra, apenas iluminadas por unos pocos faroles hechos con calaveras cuya procedencia prefería no saber.
—Pues no he dicho nada.
Cogí el tótem con ambas manos, no sin antes pecar de torpe mientras éste rebotaba sin descanso en mis manos como si de una gran lona elástica se tratasen. Cuando finalmente lo hube afianzado, sonreí a mi superior y observé lo que acontecía. Un camino se abrió ante nosotros, revelándonos que efectivamente podríamos abandonar el lugar. Pero ¿cómo demonios podría pasar por el cerco de llamas?
―De perdidos al río ―musité, colocando como pude el ídolo en el elástico de mi tanga ―con el consiguiente dolor debido a la gran tensión que experimentaba mi cintura― y alzando ambas manos hacia la zona de la que habían nacido las llamas. No pisé la baldosa que había activado el mecanismo anteriormente, pero otra provocó el mismo efecto que la primera. Las llamas se cernieron sobre mí, pero mis almohadillas repelieron el ígneo elemento y finalmente conseguí alcanzar la posición del del parche. La primera vez me habían cogido por sorpresa, pero no ocurriría lo mismo en el segundo intento.
Volví a sostener la serpiente de madera con las manos y me introduje en la gruta que se había mostrado. Tenues llamas regaladas por las calaveras nos alumbraban el camino y daban la luz necesaria para distinguir lo que había en el mapa. Volví a dirigirme a la sección de las enigmáticas pistas, descubriendo que otra de ellas resaltaba a mis ojos. La bombilla se encendió, o lo hubiese hecho si hubiese una en mi cabeza.
―Los senos de la madre ―musité―. Llámame loco, pero podría referirse a la madre naturaleza, ¿no? Aquí hay montañas para aburrir. ¿Y si alguna de ellas recuerda a esto? Tal vez alguna cordillera, dos montes cercanos entre sí o algo por el estilo ―conjeturé justo antes de que el final del camino se revelase frente a nuestros ojos.
Las lianas que plagaban la superficie de la montaña lo habían mantenido oculto en todo momento, pero la oquedad excavada en la roca tenía un acceso que nos había pasado inadvertido.
―Llámame loco, pero creo que todas esas amazonas novatas tampoco tienen ni idea de cómo leer esto. Tal vez sea algo así como una prueba dentro de una prueba, una forma de prepararlas para situaciones en las que no sepan qué hacer. ¿Por qué si no iban a colocar esta lista? Valdría con el mapa y punto, ¿no te parece?
Hablando sin descanso, como venía siendo habitual en mí, me introduje entre las especies vegetales sin un rumbo fijo. Me encantaba escucharme, y lo cierto era que aquella faceta de mi personalidad me había granjeado más de una complicación. Aquella vez, por supuesto, no sería la excepción. Cuando quise darme cuenta, me detuve para observar los alrededores. ¿Cómo podía decirlo?
―¿Alguna idea de dónde estamos?―sonreí con cierto aire de culpabilidad. Me había dedicado a ver los alrededores durante toda la caminata, aprovechando los escasos claros que dejaban las hojas de las plantas en busca de algo que pudiera servirnos. No había identificado nada de utilidad, por lo que tal vez me pudiese escudar en que el paseo no había sido completamente en vano, ya que habíamos rastreado a saber cuánto terreno―. Un segundo ―añadí, cediendo el tótem a Kusanagi y seleccionando el árbol con más ramas entre los que nos rodeaban.
Escalé con cuidado, asegurándome de no pisar una rama delgada o algún ser vivo que me tomase como una amenaza. Cuando mi cabeza emergió en la copa del árbol, el paisaje más maravilloso que mis ojos jamás habían contemplado se extendió ante mí. La naturaleza en estado puro me obsequiaba con el canto de los pájaros y el rugido de los depredadores. Y allí, a lo lejos, dos elevados montículos gemelos parecían señalarme cuál era nuestro próximo objetivo.
―¡Lo tengo! ―exclamé, obteniendo un nuevo rugido como respuesta―. Perdón, perdón ―añadí en voz baja―. Ya me bajo.
―Desde lejos no parecían tan altas, lo prometo ―dije mientras mi vista se perdía en las alturas. Allí no había lianas ni nada que facilitase el ascenso, únicamente una pared de piedra perfectamente lisa sin saliente alguno al que agarrarse. Tal vez en aquella ocasión me tocase a mí dar con la clave que nos permitiese superar el escollo, pero nada más lejos de la realidad. Estaba en blanco. Nunca había sido un lumbreras, y era perfectamente consciente de ello, pero debía admitir que resultaba tremendamente frustrante.
―De perdidos al río ―musité, colocando como pude el ídolo en el elástico de mi tanga ―con el consiguiente dolor debido a la gran tensión que experimentaba mi cintura― y alzando ambas manos hacia la zona de la que habían nacido las llamas. No pisé la baldosa que había activado el mecanismo anteriormente, pero otra provocó el mismo efecto que la primera. Las llamas se cernieron sobre mí, pero mis almohadillas repelieron el ígneo elemento y finalmente conseguí alcanzar la posición del del parche. La primera vez me habían cogido por sorpresa, pero no ocurriría lo mismo en el segundo intento.
Volví a sostener la serpiente de madera con las manos y me introduje en la gruta que se había mostrado. Tenues llamas regaladas por las calaveras nos alumbraban el camino y daban la luz necesaria para distinguir lo que había en el mapa. Volví a dirigirme a la sección de las enigmáticas pistas, descubriendo que otra de ellas resaltaba a mis ojos. La bombilla se encendió, o lo hubiese hecho si hubiese una en mi cabeza.
―Los senos de la madre ―musité―. Llámame loco, pero podría referirse a la madre naturaleza, ¿no? Aquí hay montañas para aburrir. ¿Y si alguna de ellas recuerda a esto? Tal vez alguna cordillera, dos montes cercanos entre sí o algo por el estilo ―conjeturé justo antes de que el final del camino se revelase frente a nuestros ojos.
Las lianas que plagaban la superficie de la montaña lo habían mantenido oculto en todo momento, pero la oquedad excavada en la roca tenía un acceso que nos había pasado inadvertido.
―Llámame loco, pero creo que todas esas amazonas novatas tampoco tienen ni idea de cómo leer esto. Tal vez sea algo así como una prueba dentro de una prueba, una forma de prepararlas para situaciones en las que no sepan qué hacer. ¿Por qué si no iban a colocar esta lista? Valdría con el mapa y punto, ¿no te parece?
Hablando sin descanso, como venía siendo habitual en mí, me introduje entre las especies vegetales sin un rumbo fijo. Me encantaba escucharme, y lo cierto era que aquella faceta de mi personalidad me había granjeado más de una complicación. Aquella vez, por supuesto, no sería la excepción. Cuando quise darme cuenta, me detuve para observar los alrededores. ¿Cómo podía decirlo?
―¿Alguna idea de dónde estamos?―sonreí con cierto aire de culpabilidad. Me había dedicado a ver los alrededores durante toda la caminata, aprovechando los escasos claros que dejaban las hojas de las plantas en busca de algo que pudiera servirnos. No había identificado nada de utilidad, por lo que tal vez me pudiese escudar en que el paseo no había sido completamente en vano, ya que habíamos rastreado a saber cuánto terreno―. Un segundo ―añadí, cediendo el tótem a Kusanagi y seleccionando el árbol con más ramas entre los que nos rodeaban.
Escalé con cuidado, asegurándome de no pisar una rama delgada o algún ser vivo que me tomase como una amenaza. Cuando mi cabeza emergió en la copa del árbol, el paisaje más maravilloso que mis ojos jamás habían contemplado se extendió ante mí. La naturaleza en estado puro me obsequiaba con el canto de los pájaros y el rugido de los depredadores. Y allí, a lo lejos, dos elevados montículos gemelos parecían señalarme cuál era nuestro próximo objetivo.
―¡Lo tengo! ―exclamé, obteniendo un nuevo rugido como respuesta―. Perdón, perdón ―añadí en voz baja―. Ya me bajo.
***
―Desde lejos no parecían tan altas, lo prometo ―dije mientras mi vista se perdía en las alturas. Allí no había lianas ni nada que facilitase el ascenso, únicamente una pared de piedra perfectamente lisa sin saliente alguno al que agarrarse. Tal vez en aquella ocasión me tocase a mí dar con la clave que nos permitiese superar el escollo, pero nada más lejos de la realidad. Estaba en blanco. Nunca había sido un lumbreras, y era perfectamente consciente de ello, pero debía admitir que resultaba tremendamente frustrante.
Observó con curiosidad cómo el iniciado repelía las llamas con sus manos, como si fuera el señor de estas ordenándolas mantener la distancia respecto a él. Aquello no se parecía a nada que hubiera podido ver con anterioridad, por lo que descartó que fuera alguna variante del rokushiki o similares; después de todo, apenas debía haber avanzado en ese arte teniendo en cuenta su graduación. Dedujo entonces que se trataba de los poderes de una Fruta del Diablo, seguramente de tipo paramecia, aunque su naturaleza seguía siendo un pequeño misterio que ya resolverían más adelante. Al menos no había nadie que pudiera verles usar sus poderes allí.
El pelirrojo siguió a su compañero en el descenso, mirando con recelo las calaveras que les alumbraban. No tenía miedo, pero tampoco podía alejar de su mente la idea de que, si les pillaban, tal vez sus huesos fueran utilizados de adorno junto a aquellos. Un escalofrío recorrió su espalda ante aquel pensamiento, lo que le forzó a negar levemente con la cabeza mientras intentaba olvidarse de él. Fue gracias al monólogo que comenzó Ruffo que logró distraerse, centrando sus esfuerzos en descifrar el enigma que tenían por guía. ¿De verdad era necesario que las amazonas pasaran por algo así para convertirse en centinelas de la isla? Conocían la isla al dedillo, así que no terminaba de entender por qué debían comerse tanto la cabeza si nunca pisaban fuera de Amazon Lily. Tras tantos años en el Cipher Pol podía comprender la necesidad de una cierta disciplina y de una mente ágil, pero no estaba seguro de que un esfuerzo topográfico fuera la mejor manera de lograr ese fin.
En cualquier caso, el castaño parecía haber dado con la clave del siguiente enigma: la madre bien podía ser la naturaleza y si algo podía tener forma de senos, sería un par de colinas o montañas lo suficientemente próximas entre sí. Debían ser unas menos llamativas que la que acogía a las kuja o las habrían visto al llegar, así que lo más seguro era que su tamaño fuera considerablemente inferior en comparación.
—Yo tampoco creo que lo tengan muy claro. Se supone que es una prueba, así que no tendría ningún sentido hacerles buscar algo que ya conocen —apoyó el razonamiento del contrario, rasgándose la nuca—. Si estamos en lo cierto no daremos tanto el cante.
Una vez fuera, y viendo que su compañero no parecía quitarle el ojo de encima al mapa, decidió confiar en su criterio y seguirle mientras observaba los alrededores. Había un problema bastante claro, y es que con tanta vegetación no podían ver mucho más allá de unos metros al frente, por no decir que el cielo se encontraba oculto tras aquella bóveda arbolada. Tal vez Ruffo hubiera logrado ubicarse con el mapa y estuviera caminando en dirección a lo que pudieran ser esos senos, así que esperó y esperó, dejando que hablara mientras tanto... hasta que se detuvieron.
—Espera, ¿no estabas siguiendo el mapa? —cuestionó el agente, alzando mucho las cejas antes de llevarse la mano al rostro en un gesto algo dramático—. Yo te estaba siguiendo a ti...
¡Vaya imagen estaba dando! Se suponía que el superior era él y que tenía que estar pendiente de todos los movimientos de quienes estaban a su cargo, pero había pecado de confiado sin saber realmente por qué. Después de todo, ¿no había visto en sus ojos que sabía tan poco de mapas como él mismo? Suspiró, dispuesto a trepar algún árbol para intentar ubicarse mientras le arrebataba el mapa, aunque su compañero se adelantó en su idea. Así que esperó, documento en mano, observando los alrededores mientras escuchaba algún que otro rugido relativamente próximo. En un principio no detectaba ninguna presencia peligrosa en las cercanías, pero nunca estaba de más estar atento. La voz eufórica de Ruffo —en realidad la de Arruf— resonó en lo alto.
Sonrió.
—Vale, pues esto es un problema —aclaró mientras delineaba el muro rocoso con su único ojo visible, ascendiendo hasta perderse en algún punto sobre su posición—. Es imposible que pretendan que lo escalemos, no hay un solo punto de apoyo... aunque agradezco que no haya más lianas como las de antes.
La verdad es que prefería tener que caminar hasta la cumbre que volver a utilizar una de esas cosas. No porque temiera por su vida, al fin y al cabo su cuerpo podía desvanecerse en cualquier momento si así lo deseaba, pero aunque estaba acostumbrado a las grandes velocidades normalmente era él quien tenía el control de estas; verse desprovisto del mismo no hizo que aquella fuera una sensación muy agradable. Además, fíate tú de que unas pocas plantas sean capaces de aguantar tanta potencia de forma prolongada. ¿Y si se hubieran roto? Habría tenido que adoptar su forma elemental y, de verles alguien, habrían tirado por la borda sus esfuerzos hasta ese día.
—Tal vez haya alguna apertura oculta en la roca, igual que por la que salimos de la anterior —pensó en voz alta, mirando de reojo al agente—. No se me ocurre nada mejor por el momento, pero será mejor que quedarse parados sin probar nada, ¿no?
Con esto en mente comenzó a caminar, bordeando el primero de los senos mientras mantenía todos sus sentidos centrados en dar con alguna marca o señal, por minúscula que fuera. Durante los primeros minutos no pareció dar resultado alguno, y es que aquel muro de roca era exactamente igual de liso e inmaculado por mucho que caminasen. El enfoque no parecía estar siendo el apropiado: ¿qué sentido tendría que la respuesta fuera recorrer todo el perímetro de las montañas? Ninguno, así que tenían que buscar algún punto del que partir. ¿Los pezones? No, no tenía sentido, eso estaría en la cima. Entonces...
—¡Canalillo! —saltó de repente, mirando con un brillo en los ojos a Ruffo—. Hay que ir al canalillo de los senos de la madre, seguro que desde ahí podremos subir.
Casi sin darle tiempo a reaccionar, la amazona Silea salió corriendo en aquella dirección con la esperanza de estar en lo cierto. Perderían mucho tiempo si no daban con la respuesta pronto, así que más les valía que la intuición del pelirrojo no fuera errada. Y no lo fue. Allí donde —figuradamente— debía estar la separación de los senos de la madre comenzaba de nuevo la vegetación, una particularmente espesa que dificultaba avanzar por una senda que resultaba particularmente estrecha. ¿Sería en su interior donde encontrarían el camino a la cima?
El pelirrojo siguió a su compañero en el descenso, mirando con recelo las calaveras que les alumbraban. No tenía miedo, pero tampoco podía alejar de su mente la idea de que, si les pillaban, tal vez sus huesos fueran utilizados de adorno junto a aquellos. Un escalofrío recorrió su espalda ante aquel pensamiento, lo que le forzó a negar levemente con la cabeza mientras intentaba olvidarse de él. Fue gracias al monólogo que comenzó Ruffo que logró distraerse, centrando sus esfuerzos en descifrar el enigma que tenían por guía. ¿De verdad era necesario que las amazonas pasaran por algo así para convertirse en centinelas de la isla? Conocían la isla al dedillo, así que no terminaba de entender por qué debían comerse tanto la cabeza si nunca pisaban fuera de Amazon Lily. Tras tantos años en el Cipher Pol podía comprender la necesidad de una cierta disciplina y de una mente ágil, pero no estaba seguro de que un esfuerzo topográfico fuera la mejor manera de lograr ese fin.
En cualquier caso, el castaño parecía haber dado con la clave del siguiente enigma: la madre bien podía ser la naturaleza y si algo podía tener forma de senos, sería un par de colinas o montañas lo suficientemente próximas entre sí. Debían ser unas menos llamativas que la que acogía a las kuja o las habrían visto al llegar, así que lo más seguro era que su tamaño fuera considerablemente inferior en comparación.
—Yo tampoco creo que lo tengan muy claro. Se supone que es una prueba, así que no tendría ningún sentido hacerles buscar algo que ya conocen —apoyó el razonamiento del contrario, rasgándose la nuca—. Si estamos en lo cierto no daremos tanto el cante.
Una vez fuera, y viendo que su compañero no parecía quitarle el ojo de encima al mapa, decidió confiar en su criterio y seguirle mientras observaba los alrededores. Había un problema bastante claro, y es que con tanta vegetación no podían ver mucho más allá de unos metros al frente, por no decir que el cielo se encontraba oculto tras aquella bóveda arbolada. Tal vez Ruffo hubiera logrado ubicarse con el mapa y estuviera caminando en dirección a lo que pudieran ser esos senos, así que esperó y esperó, dejando que hablara mientras tanto... hasta que se detuvieron.
—Espera, ¿no estabas siguiendo el mapa? —cuestionó el agente, alzando mucho las cejas antes de llevarse la mano al rostro en un gesto algo dramático—. Yo te estaba siguiendo a ti...
¡Vaya imagen estaba dando! Se suponía que el superior era él y que tenía que estar pendiente de todos los movimientos de quienes estaban a su cargo, pero había pecado de confiado sin saber realmente por qué. Después de todo, ¿no había visto en sus ojos que sabía tan poco de mapas como él mismo? Suspiró, dispuesto a trepar algún árbol para intentar ubicarse mientras le arrebataba el mapa, aunque su compañero se adelantó en su idea. Así que esperó, documento en mano, observando los alrededores mientras escuchaba algún que otro rugido relativamente próximo. En un principio no detectaba ninguna presencia peligrosa en las cercanías, pero nunca estaba de más estar atento. La voz eufórica de Ruffo —en realidad la de Arruf— resonó en lo alto.
Sonrió.
* * *
—Vale, pues esto es un problema —aclaró mientras delineaba el muro rocoso con su único ojo visible, ascendiendo hasta perderse en algún punto sobre su posición—. Es imposible que pretendan que lo escalemos, no hay un solo punto de apoyo... aunque agradezco que no haya más lianas como las de antes.
La verdad es que prefería tener que caminar hasta la cumbre que volver a utilizar una de esas cosas. No porque temiera por su vida, al fin y al cabo su cuerpo podía desvanecerse en cualquier momento si así lo deseaba, pero aunque estaba acostumbrado a las grandes velocidades normalmente era él quien tenía el control de estas; verse desprovisto del mismo no hizo que aquella fuera una sensación muy agradable. Además, fíate tú de que unas pocas plantas sean capaces de aguantar tanta potencia de forma prolongada. ¿Y si se hubieran roto? Habría tenido que adoptar su forma elemental y, de verles alguien, habrían tirado por la borda sus esfuerzos hasta ese día.
—Tal vez haya alguna apertura oculta en la roca, igual que por la que salimos de la anterior —pensó en voz alta, mirando de reojo al agente—. No se me ocurre nada mejor por el momento, pero será mejor que quedarse parados sin probar nada, ¿no?
Con esto en mente comenzó a caminar, bordeando el primero de los senos mientras mantenía todos sus sentidos centrados en dar con alguna marca o señal, por minúscula que fuera. Durante los primeros minutos no pareció dar resultado alguno, y es que aquel muro de roca era exactamente igual de liso e inmaculado por mucho que caminasen. El enfoque no parecía estar siendo el apropiado: ¿qué sentido tendría que la respuesta fuera recorrer todo el perímetro de las montañas? Ninguno, así que tenían que buscar algún punto del que partir. ¿Los pezones? No, no tenía sentido, eso estaría en la cima. Entonces...
—¡Canalillo! —saltó de repente, mirando con un brillo en los ojos a Ruffo—. Hay que ir al canalillo de los senos de la madre, seguro que desde ahí podremos subir.
Casi sin darle tiempo a reaccionar, la amazona Silea salió corriendo en aquella dirección con la esperanza de estar en lo cierto. Perderían mucho tiempo si no daban con la respuesta pronto, así que más les valía que la intuición del pelirrojo no fuera errada. Y no lo fue. Allí donde —figuradamente— debía estar la separación de los senos de la madre comenzaba de nuevo la vegetación, una particularmente espesa que dificultaba avanzar por una senda que resultaba particularmente estrecha. ¿Sería en su interior donde encontrarían el camino a la cima?
Era un canalillo especialmente velludo, de eso no cabía duda, aunque yo no era nadie para cuestionar el sistema hormonal de las amazonas. No me había parecido distinguir a ninguna de ellas con un torso tan... exuberante, pero lo cierto era que no me hubiese extrañado demasiado hacerlo. Fuera como fuese, justo en el centro de la maleza la tierra se transformaba para adquirir unas propiedades asombrosamente similares a las de la pared que quedaba a nuestros lados, a varios metros.
Un sendero completamente liso, casi reluciente, discurría entre las raíces y ramas que de vez en cuando salpicaban su inmaculada superficie. Di mi primer paso con extremada cautela, tanteando el sendero en busca de alguna trampa que las amazonas hubiesen tendido para poner en aprietos a las novicias. No obstante, el terreno parecía firme y nada parecía indicar que eso fuese a cambiar. Dirigí un rápido vistazo a mi compañero antes de comenzar a caminar con paso lento.
Apenas había dado unos pasos cuando el viento comenzó a soplar con fuerza en el valle, agitando las prolongaciones de las especies vegetales. No fueron pocas las ramas que golpearon con furia mi rostro, provocando que estuviese cerca de perder el equilibrio. Agité mis manos con nerviosismo antes de recuperar la compostura. Sin embargo, uno de los cocos que fingían ser mis senos resbalaron del lugar que ocupaban para aterrizar sobre el forraje. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que se hundía, abriendo un agujero en el tapiz verde para mostrar una caída que resultaba cuanto menos escalofriante.
La más absoluta oscuridad se extendía bajo nuestros pies, y todo indicaba que en realidad caminábamos por un estrecho puente que conducía a saber dónde. Tragué saliva, mirando hacia atrás para asegurarme de que el agente Kusanagi se hubiese dado cuenta de la situación tan peliaguda en la que acababa de meterme sin planearlo.
-¿En qué piensan estas amazonas? Si todas tienen que hacer este tipo de cosas no me extraña que sólo queden las más fuertes -comenté mientras me esforzaba por no precipitarme hacia el abismo como consecuencia del impacto de una nueva ráfaga. Mis pasos se volvieron aún más cautelosos si cabían, pues las raíces cubiertas de resina que en ocasiones se extendían sobre la tierra podían resultar tan traicioneras como un local excesivamente oscuro.
Anduvimos por el puente natural durante quince minutos que para mí pasaron como tres horas, las cuales tuve que dedicar por completo a poner con cuidado un pie delante del otro sin ser desequilibrado. Finalmente el caminó terminó por abrirse, mostrando lo que parecía ser el acceso a una suerte de templo. Ninguna puerta guardaba el acceso a las profundidades de la madre tierra, como si su interior albergase suficiente horrores como para defenderse por sí misma. Una inscripción ciertamente torpe enmarcaba la puerta, aunque era incapaz de entenderla.
-Tampoco entiendo esa obsesión por meter a la gente bajo tierra, si te digo la verdad -musité al tiempo que me asomaba al interior, gobernado por las sombras y el frío. Yo no disponía de nada que me permitiese alumbrar el camino, pero confiaba en que mi superior sí lo tendría. Fue por ello que le volví a ceder la vanguardia, posicionándome cerca de él y colocando una mano en su espalda para no perderle la pista.
Enseguida comprobamos que, como cabía esperar, unas escaleras húmedas descendían hasta las mismísimas entrañas de la tierra. El viento que llegaba desde el exterior susurraba a nuestro alrededor, erizando el vello de mi nuca y obligándome a apretar el puño en un gesto inconsciente. No era infrecuente encontrar grupos de murciélagos y demás alimañas en lugares como aquél, pero, contra todo pronóstico, no hubo sobresalto alguno.
Tras un buen rato caminando y una vez hubimos dejado atrás los escalones, unas voces femeninas por delante de nuestra posición nos informaron de que no estábamos solos. Tampoco resultaba sorprendente, pues cualquiera de nuestras recién nombradas compañeras conocería el terreno mil veces mejor que nosotros. El verdadero problema residía en lo que su presencia allí implicaba. En el interior de la serpiente únicamente habíamos hallado un tótem, por lo que lo más lógico era esperar encontrar el mismo número en aquella caverna. ¿Tendríamos que enfrentarnos a ellas para conseguir nuestro segundo trofeo?
Un sendero completamente liso, casi reluciente, discurría entre las raíces y ramas que de vez en cuando salpicaban su inmaculada superficie. Di mi primer paso con extremada cautela, tanteando el sendero en busca de alguna trampa que las amazonas hubiesen tendido para poner en aprietos a las novicias. No obstante, el terreno parecía firme y nada parecía indicar que eso fuese a cambiar. Dirigí un rápido vistazo a mi compañero antes de comenzar a caminar con paso lento.
Apenas había dado unos pasos cuando el viento comenzó a soplar con fuerza en el valle, agitando las prolongaciones de las especies vegetales. No fueron pocas las ramas que golpearon con furia mi rostro, provocando que estuviese cerca de perder el equilibrio. Agité mis manos con nerviosismo antes de recuperar la compostura. Sin embargo, uno de los cocos que fingían ser mis senos resbalaron del lugar que ocupaban para aterrizar sobre el forraje. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que se hundía, abriendo un agujero en el tapiz verde para mostrar una caída que resultaba cuanto menos escalofriante.
La más absoluta oscuridad se extendía bajo nuestros pies, y todo indicaba que en realidad caminábamos por un estrecho puente que conducía a saber dónde. Tragué saliva, mirando hacia atrás para asegurarme de que el agente Kusanagi se hubiese dado cuenta de la situación tan peliaguda en la que acababa de meterme sin planearlo.
-¿En qué piensan estas amazonas? Si todas tienen que hacer este tipo de cosas no me extraña que sólo queden las más fuertes -comenté mientras me esforzaba por no precipitarme hacia el abismo como consecuencia del impacto de una nueva ráfaga. Mis pasos se volvieron aún más cautelosos si cabían, pues las raíces cubiertas de resina que en ocasiones se extendían sobre la tierra podían resultar tan traicioneras como un local excesivamente oscuro.
Anduvimos por el puente natural durante quince minutos que para mí pasaron como tres horas, las cuales tuve que dedicar por completo a poner con cuidado un pie delante del otro sin ser desequilibrado. Finalmente el caminó terminó por abrirse, mostrando lo que parecía ser el acceso a una suerte de templo. Ninguna puerta guardaba el acceso a las profundidades de la madre tierra, como si su interior albergase suficiente horrores como para defenderse por sí misma. Una inscripción ciertamente torpe enmarcaba la puerta, aunque era incapaz de entenderla.
-Tampoco entiendo esa obsesión por meter a la gente bajo tierra, si te digo la verdad -musité al tiempo que me asomaba al interior, gobernado por las sombras y el frío. Yo no disponía de nada que me permitiese alumbrar el camino, pero confiaba en que mi superior sí lo tendría. Fue por ello que le volví a ceder la vanguardia, posicionándome cerca de él y colocando una mano en su espalda para no perderle la pista.
Enseguida comprobamos que, como cabía esperar, unas escaleras húmedas descendían hasta las mismísimas entrañas de la tierra. El viento que llegaba desde el exterior susurraba a nuestro alrededor, erizando el vello de mi nuca y obligándome a apretar el puño en un gesto inconsciente. No era infrecuente encontrar grupos de murciélagos y demás alimañas en lugares como aquél, pero, contra todo pronóstico, no hubo sobresalto alguno.
Tras un buen rato caminando y una vez hubimos dejado atrás los escalones, unas voces femeninas por delante de nuestra posición nos informaron de que no estábamos solos. Tampoco resultaba sorprendente, pues cualquiera de nuestras recién nombradas compañeras conocería el terreno mil veces mejor que nosotros. El verdadero problema residía en lo que su presencia allí implicaba. En el interior de la serpiente únicamente habíamos hallado un tótem, por lo que lo más lógico era esperar encontrar el mismo número en aquella caverna. ¿Tendríamos que enfrentarnos a ellas para conseguir nuestro segundo trofeo?
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