Reglas del enfrentamiento:
Comienza el jugador.
Salto de turno al jugador cada 48 horas.
Salto de turno al moderador cada 72 horas.
Si el jugador gana, regresa al capítulo.
Puede comenzar Ruffo o Kus.
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Salto de turno al moderador cada 72 horas.
Si el jugador gana, regresa al capítulo.
Puede comenzar Ruffo o Kus.
¿Gritaban de dolor cuando recibían los golpes? ¿No estaban muertos? Seguramente cualquiera hubiese experimentado cierta aprensión al comprobar que dañaba a seres vivos capaces de sentir dolor y padecer, pero no era mi caso. Las malas lenguas decían que los miembros del Cipher Pol eran adoctrinados y adiestrados para no experimentar emoción alguna, para llevar a cabo su cometido sin emoción alguna y sin importar qué o quién se interpusiese en su camino. En mi caso, y pese a las numerosas deserciones que la agencia había experimentado durante los últimos tiempos, habían hecho un buen trabajo. No me importaba en absoluto acabar con quien fuese si con ello satisfacía adecuadamente las expectativas de aquellos que ostentaban un cargo superior a mí; para mantener el orden en el mundo, alguien debía mancharse las manos en las sombras.
De cualquier modo, los cuatro primeros enemigos parecían haber quedado fuera de combate y mi superior se había lanzado a por el Sepulturero. Su ofensiva no había surtido efecto por una serie de catastróficas desdichas, de acuerdo, pero había quedado claro que aquel hombre no era alguien de quien el agente Kusanagi no pudiese ocuparse. Sólo necesitábamos generar la oportunidad perfecta.
Seis más de ellos se habían alzado y se disponían a ocupar el lugar de sus predecesores. Dos de ellos me apuntaron con grandes armas, disparando a continuación sendos proyectiles capaces de derribar un muro de hormigón sin demasiadas preocupaciones. Claro que, para eso, primero deberían darme. No me moví de mi posición ni me aparté de la trayectoria de los explosivos. Por el contrario, colgué a Chain of Destiny de mi cuello cual collar extremadamente grande y descubrí mis manos. Las almohadillas quedaron orientadas hacia los proyectiles, que disminuyeron en seco su velocidad y se detuvieron frente a ellas.
-Creo que se os ha caído esto -dije antes de que los misiles fueran repelidos a gran velocidad de vuelta hacia ellos. Aprovechando el desconcierto que esperaba haber generado en los presentes y el ensordecedor sonido de la explosión, volví a tomar la cadena entre mis manos y la agité frente a mí cual sierpe. Como si tuviese vida propia, la extendí en dirección hacia los enemigos haciendo gala de toda mi destreza en su uso. Mi objetivo era golpearles con ella en el torso, dirigiéndola de modo que el impacto se asemejase al de una viga de acero en lugar de a un grupo de eslabones unidos entre sí.
De cualquier modo, los cuatro primeros enemigos parecían haber quedado fuera de combate y mi superior se había lanzado a por el Sepulturero. Su ofensiva no había surtido efecto por una serie de catastróficas desdichas, de acuerdo, pero había quedado claro que aquel hombre no era alguien de quien el agente Kusanagi no pudiese ocuparse. Sólo necesitábamos generar la oportunidad perfecta.
Seis más de ellos se habían alzado y se disponían a ocupar el lugar de sus predecesores. Dos de ellos me apuntaron con grandes armas, disparando a continuación sendos proyectiles capaces de derribar un muro de hormigón sin demasiadas preocupaciones. Claro que, para eso, primero deberían darme. No me moví de mi posición ni me aparté de la trayectoria de los explosivos. Por el contrario, colgué a Chain of Destiny de mi cuello cual collar extremadamente grande y descubrí mis manos. Las almohadillas quedaron orientadas hacia los proyectiles, que disminuyeron en seco su velocidad y se detuvieron frente a ellas.
-Creo que se os ha caído esto -dije antes de que los misiles fueran repelidos a gran velocidad de vuelta hacia ellos. Aprovechando el desconcierto que esperaba haber generado en los presentes y el ensordecedor sonido de la explosión, volví a tomar la cadena entre mis manos y la agité frente a mí cual sierpe. Como si tuviese vida propia, la extendí en dirección hacia los enemigos haciendo gala de toda mi destreza en su uso. Mi objetivo era golpearles con ella en el torso, dirigiéndola de modo que el impacto se asemejase al de una viga de acero en lugar de a un grupo de eslabones unidos entre sí.
Le costó llegar a un razonamiento asequible de lo que acababa de suceder ante sus ojos. Casi había podido notar la hoja de Yūjō segando la carne como una guadaña pasando por los pastos. Pero no, aquello tan solo había ocurrido en su cabeza, y es que o aquel fantoche tenía mucha suerte o él era la persona más desafortunada del mundo. Desde arriba analizó la situación: estaba claro que ese individuo no era un rival para él, tal vez ni siquiera para Ruffo. ¿Cómo se las había apañado para pasar desapercibido y neutralizar a Polastri? Era algo que no llegaba a comprender, pero no importaba. Lo que sí importaba es que aquellos resurgidos no parecían tan muertos como en un primer momento hubiera jurado. «Tal vez... todo ese espectáculo fantasmagórico que llevamos viendo estas semanas no sea más que eso: un engaño», pensó, observando casi con frialdad al del sombrero.
—Cállate de una vez —le ordenó con el ceño fruncido y su único ojo visible clavando su pupila en él.
Era extraño ver a un agente como Kusanagi con esa actitud, siempre amable y alegre, compasivo incluso con los más viles; en esta ocasión no podía permitir que su buen fondo interfiriera entre él y su deber. Polastri estaba herida, por lo que una vida mucho más importante que la suya misma estaba en juego. Por otro lado, si se descuidaban, tal vez su compañero corriera una suerte similar. No le importaba correr riesgos en lo que respecta a su propia integridad, pero no podía dejar que el resto se vieran absorbidos por estos. Tan fue así que incluso estuvo a punto de olvidarse del Sepultero e ir en auxilio del castaño, pero el agente fue capaz de encargarse sin problema de aquellos proyectiles.
Sonrió. No sabría decir cuánto tiempo había pasado desde su primer encuentro durante aquella operación encubierta de Amazon Lily, pero aquel muchacho se había convertido en todo un agente. Algo adoctrinado, sí, pero con buen fondo. Le recordaba a él durante sus primeros años de servicio, cuando aún confiaba en la Justicia Absoluta como una herramienta para solucionar los males del mundo. Tal vez, con algo de suerte, pudiera evitar que cometiera los mismos errores que él.
Volvió su atención al cabecilla de aquel grupo. Tenía razón: Polastri no aguantaría eternamente, de modo que debían ser rápidos y acabar con aquella molestia antes de que fuera demasiado tarde; después podrían encontrar algún sitio donde tratarla.
—Como quieras, amigo —respondió a sus bravuconadas.
Su cuerpo se difuminó en el aire, desvaneciéndose y prácticamente apareciendo a su lado en el suelo en menos de lo que dura un parpadeo, igual de silencioso que la última vez. Buscó sus ojos con el suyo, transmitiendo con su mirada que no iba a frenarse. ¿Hablaba de no tener corazón? Algo irónico viniendo de los responsables de aquella masacre.
—Kami-e: Kenshi.
Sus brazos se desplazaron, aún empuñando la espada, aunque lo hicieron tan rápido que el primer corte casi pareció salir antes que ellos, buscando recorrer su torso en diagonal con el filo de Yūjō. A este lo siguieron otros cuatro: uno descendente en diagonal, otro que subió en vertical, otro en horizontal y, finalmente, una estocada que buscaba atravesarle el corazón. Daba igual cuántos de estos impactasen ya que, independientemente de su atino, aquella última estocada cortaría el aire y surgirían en un cono frontal incontables cortes que seguían al ataque original, ocupando en su ofensiva prácticamente todo cuanto había frente a él. No tenían tiempo que perder, así que se aseguraría de que no hubiera lugar para la suerte.
Su Voluntad aún impregnaba el filo de la espada, al igual que aquellas llamas, aunque esto le había costado cierta fatiga a su cuerpo. Su respiración era agitada. ¿Sería suficiente?
—Cállate de una vez —le ordenó con el ceño fruncido y su único ojo visible clavando su pupila en él.
Era extraño ver a un agente como Kusanagi con esa actitud, siempre amable y alegre, compasivo incluso con los más viles; en esta ocasión no podía permitir que su buen fondo interfiriera entre él y su deber. Polastri estaba herida, por lo que una vida mucho más importante que la suya misma estaba en juego. Por otro lado, si se descuidaban, tal vez su compañero corriera una suerte similar. No le importaba correr riesgos en lo que respecta a su propia integridad, pero no podía dejar que el resto se vieran absorbidos por estos. Tan fue así que incluso estuvo a punto de olvidarse del Sepultero e ir en auxilio del castaño, pero el agente fue capaz de encargarse sin problema de aquellos proyectiles.
Sonrió. No sabría decir cuánto tiempo había pasado desde su primer encuentro durante aquella operación encubierta de Amazon Lily, pero aquel muchacho se había convertido en todo un agente. Algo adoctrinado, sí, pero con buen fondo. Le recordaba a él durante sus primeros años de servicio, cuando aún confiaba en la Justicia Absoluta como una herramienta para solucionar los males del mundo. Tal vez, con algo de suerte, pudiera evitar que cometiera los mismos errores que él.
Volvió su atención al cabecilla de aquel grupo. Tenía razón: Polastri no aguantaría eternamente, de modo que debían ser rápidos y acabar con aquella molestia antes de que fuera demasiado tarde; después podrían encontrar algún sitio donde tratarla.
—Como quieras, amigo —respondió a sus bravuconadas.
Su cuerpo se difuminó en el aire, desvaneciéndose y prácticamente apareciendo a su lado en el suelo en menos de lo que dura un parpadeo, igual de silencioso que la última vez. Buscó sus ojos con el suyo, transmitiendo con su mirada que no iba a frenarse. ¿Hablaba de no tener corazón? Algo irónico viniendo de los responsables de aquella masacre.
—Kami-e: Kenshi.
Sus brazos se desplazaron, aún empuñando la espada, aunque lo hicieron tan rápido que el primer corte casi pareció salir antes que ellos, buscando recorrer su torso en diagonal con el filo de Yūjō. A este lo siguieron otros cuatro: uno descendente en diagonal, otro que subió en vertical, otro en horizontal y, finalmente, una estocada que buscaba atravesarle el corazón. Daba igual cuántos de estos impactasen ya que, independientemente de su atino, aquella última estocada cortaría el aire y surgirían en un cono frontal incontables cortes que seguían al ataque original, ocupando en su ofensiva prácticamente todo cuanto había frente a él. No tenían tiempo que perder, así que se aseguraría de que no hubiera lugar para la suerte.
Su Voluntad aún impregnaba el filo de la espada, al igual que aquellas llamas, aunque esto le había costado cierta fatiga a su cuerpo. Su respiración era agitada. ¿Sería suficiente?
- Para ahorrarle la búsqueda al mod:
- Nombre de la técnica: Kami-e Kenshi.
Categoría: Mítica.
Naturaleza: Kenpo de Rokushiki, unión de kami-e y soru.
Descripción: Gracias a un arduo entrenamiento en el arte del Rokushiki, Kusanagi ha logrado combinar las disciplinas del kami-e y el soru para que sus brazos puedan moverse a un ritmo inaudito, reduciendo significativamente las posibilidades de que alguien pueda seguir sus movimientos a través de sus sentidos o siquiera reaccionar a ellos. Podría incluso realizar hasta dos tajos en el tiempo que un espadachín de su nivel da uno.
• Nombre de la técnica: El de los Mil Cortes.
Naturaleza de la técnica: Ámbito físico.
Descripción de la técnica: Es bien sabido que los mejores espadachines depositan un gran empeño en el cuidado de sus armas. Después de todo, son su herramienta y su salvavidas. En el caso de Kusanagi, sus armas parecen tener plena consciencia de esta cualidad en el pelirrojo, de modo que se niegan a perder el filo. Activamente, Kus puede lograr que sus armas se vuelvan tan afiladas que, incluso cuando colisionan contra algo —como podría ser el caso de una espada enemiga—, proyectan cortes en un cono hacia delante que alcanza los 5 metros de longitud. Estos cortes tienen una potencia equivalente a un cuarto del ataque real.
Tiempo de canalización: Instantáneo.
Recarga de uso: Dos turnos.
Haki de armadura Entrenado (3).
Los disparos repelidos son dirigidos hacia el grupo de levantados, pero la suerte está de su lado y la mayoría termina sin ningún rasguño. Bueno, uno ha terminado fusilado y la sangre cae por su herida, pero los otros están bien. Sorprendidos, ni ellos creen lo que ha pasado. Están tan impresionados que han ignorado la cadena que los golpea, dejándolos fuera de combate. Pero cuando los cuatro caen, diez más se levantan. Estos no se mueven como no muertos torpes y descerebrados, sino como personas con algo de motricidad. Uno de ellos, un señor muy pálido y de barbas blancas, hace unos gestos con la mano y el grupo se separa en dos.
El señor pálido se ubica detrás de los cuatro que se han apostado como una V en frente de él. Nuevamente hace unos gestos con la mano y el grupo, con una coordinación increíble, echa a correr. Cuando llegan a tu posición (si es que no has hecho nada hasta entonces), los de la punta continúan de largo y los otros dos ejecutan un ataque cruzado, como una estocada que formará una “equis”, cambiando de posición. Esquives o no, el señor pisará con fuerza y se detendrá a cinco metros de ti. Golpeará el aire con su palma enguantada y lanzará una onda de choque capaz de agrietar el hierro. Simultáneamente, los dos que pasaron de largo te disparan con sus hondas. Uno de los proyectiles no impactará, sino que explotará antes y liberará una densa humareda verde y pestilente. El otro proyectil es una piedra bastante grande y puntiaguda.
Por otra parte, el Sepultero te mira con desinterés, Kus, mientras se saca un moco de la nariz. Estás ahí, volando como un marica… El Sepultero cree que tiene mejores cosas de las que ocuparse, pero está ahí por trabajo. Igual que tú. Estás seguro de que se le han salido los ojos de sus cuencas cuando desapareces de tu posición y apareces en un instante a su lado. Cuando diriges tu espada hacia él, sientes una ráfaga de viento muy suave. Tu espada corta una, dos, tres y tantas veces que he perdido la cuenta. Es tal tu habilidad con la espada que apenas haces salpicar sangre.
Sin embargo, si te fijas bien… La persona a la que has cortado, pese a que tiene la misma vestimenta, no es el Sepultero. Si usas el mantra no podrás sentir la presencia de este hombre, pues se está escondiendo bastante bien. Aunque si te das vuelta lo verás ahí, apuntándote con la pala en vez del fusil, como si se le hubiera olvidado algo. Sonríe, casi desnudo. Puede parecer un idiota, pero se ha desvestido y cambiado de posición con otra persona en un instante. Igual habrá que tomarle en serio.
—¡No eres rival para mí, manquito! —te insulta antes de disparar. Sí, has oído bien. Rompiendo las reglas de la física y siendo una completa sorpresa, una bala de cañón con una cara sonriente sale disparada de la pala. Eres un usuario logia así que da igual si te alcanza… ¿O no?
El señor pálido se ubica detrás de los cuatro que se han apostado como una V en frente de él. Nuevamente hace unos gestos con la mano y el grupo, con una coordinación increíble, echa a correr. Cuando llegan a tu posición (si es que no has hecho nada hasta entonces), los de la punta continúan de largo y los otros dos ejecutan un ataque cruzado, como una estocada que formará una “equis”, cambiando de posición. Esquives o no, el señor pisará con fuerza y se detendrá a cinco metros de ti. Golpeará el aire con su palma enguantada y lanzará una onda de choque capaz de agrietar el hierro. Simultáneamente, los dos que pasaron de largo te disparan con sus hondas. Uno de los proyectiles no impactará, sino que explotará antes y liberará una densa humareda verde y pestilente. El otro proyectil es una piedra bastante grande y puntiaguda.
Por otra parte, el Sepultero te mira con desinterés, Kus, mientras se saca un moco de la nariz. Estás ahí, volando como un marica… El Sepultero cree que tiene mejores cosas de las que ocuparse, pero está ahí por trabajo. Igual que tú. Estás seguro de que se le han salido los ojos de sus cuencas cuando desapareces de tu posición y apareces en un instante a su lado. Cuando diriges tu espada hacia él, sientes una ráfaga de viento muy suave. Tu espada corta una, dos, tres y tantas veces que he perdido la cuenta. Es tal tu habilidad con la espada que apenas haces salpicar sangre.
Sin embargo, si te fijas bien… La persona a la que has cortado, pese a que tiene la misma vestimenta, no es el Sepultero. Si usas el mantra no podrás sentir la presencia de este hombre, pues se está escondiendo bastante bien. Aunque si te das vuelta lo verás ahí, apuntándote con la pala en vez del fusil, como si se le hubiera olvidado algo. Sonríe, casi desnudo. Puede parecer un idiota, pero se ha desvestido y cambiado de posición con otra persona en un instante. Igual habrá que tomarle en serio.
—¡No eres rival para mí, manquito! —te insulta antes de disparar. Sí, has oído bien. Rompiendo las reglas de la física y siendo una completa sorpresa, una bala de cañón con una cara sonriente sale disparada de la pala. Eres un usuario logia así que da igual si te alcanza… ¿O no?
Tal y como lo había planeado, el incordio que suponía el Sepultero había llegado a su fin. Su ataque había sido rápido, preciso y más que letal, de modo que tan solo restaba echarle una mano a Ruffo y podrían socorrer a Polastri. ¿O no? Una sensación extraña invadió al agente mientras realizaba todos y cada uno de aquellos tajos, como si la resistencia con la que se encontraban no fuera la esperada. Algo iba mal, y tardó más de lo que le habría gustado en darse cuenta: su ataque había errado en el blanco.
Kusanagi frunció el ceño, extendiendo su voluntad para tratar de dar con su oponente infructuosamente. No lo localizaba por ningún lado, al menos no con el mantra. Por suerte para todos, el muy idiota no parecía estar dispuesto a ocultarse. Con tan solo girarse pudo localizarlo, encarándolo mientras este continuaba con aquellas estúpidas mofas y esa sonrisita tan irritante. Irritante para cualquier otro, claro, no para él. Si algo había aprendido durante sus nueve años de servicio era a mantenerse sereno en las situaciones más complicadas y, por otro lado, por muy en serio que se tomara la misión, pocas cosas podían hacer que perdiera la calma. Unas simples provocaciones no bastarían para tocarle la fibra sensible. De este modo se limitó a flexionar ligeramente las rodillas, a tomar la empuñadura de la espada con una mano y a apuntar el extremo de la hoja hacia el Sepultero. El arma se mantenía prendida en llamas, como una luz que se negaba a extinguirse en el manto de oscuridad que parecía cubrir el archipiélago. Una pequeña muestra de esperanza.
—Eso habrá que verlo —acertó a decir, sin quitarle el ojo de encima.
Lo que más le extrañaba era que aquel individuo le estuviera apuntando con aquella pala en lugar de con su arma de fuego. Tal vez no hubiera tenido tiempo de recargarla tras disparar a su superiora, lo cual cuadraba en cierta medida. Lo que no podía esperarse, claro, era que una bala de cañón fuera a salir disparada de aquel instrumento para desafiar toda ley física del mundo. Apenas tuvo unas milésimas de segundo para reaccionar, pero fueron más que suficientes. ¿Qué podía decir? Moverse a velocidades como las que él alcanzaba precisaba de unos reflejos igual de extraordinarios. Su reacción fue simple, es que en un rápido movimiento de su mano libre proyectó el sonido como una onda de choque, apenas con el diámetro de su índice y con la misma potencia que un disparo. ¿Su objetivo? Le habría gustado convertir al Sepultero en su diana personal, pero no sería el caso. No, el blanco sería la propia bala de cañón. Ambos disparos habían salido casi simultáneamente gracias a la velocidad de reacción del parcheado, de modo que esperaba lograr aquel impacto cuando todavía estuviera muy cerca de su dueño. ¿Explotaría? ¿Sería suficiente para pararla? Tal vez ninguna de las dos cosas, pero no perdía nada por ver si podía dañarlo con sus propios juguetes.
De no tener éxito, simplemente se echaría a un lado con un rápido soru, evitando así el impacto, sin querer arriesgarse a que esa cosa pudiera dañarle. Seguido de esto, independientemente del resultado, aprovecharía para intentar acortar distancias y amagar un tajo simple, en diagonal. ¿Por qué intentaba algo así cuando otras veces había fallado? Bueno, en aquella ocasión, se aseguraría de no perder de vista al Sepultero. Su arma no llegaría a tocarle, ni siquiera si la oportunidad parecía clara. En su lugar, se detendría en el último momento, sin completar el ataque y, una vez hubiera seguido los posibles movimientos de aquel fantoche, se aproximaría a toda velocidad para intentar encajar, esta vez sí, un corte flamígero que recorriera su torso. Todo esto, claro, si no había logrado inmolarlo con su propia bala de cañón.
Kusanagi frunció el ceño, extendiendo su voluntad para tratar de dar con su oponente infructuosamente. No lo localizaba por ningún lado, al menos no con el mantra. Por suerte para todos, el muy idiota no parecía estar dispuesto a ocultarse. Con tan solo girarse pudo localizarlo, encarándolo mientras este continuaba con aquellas estúpidas mofas y esa sonrisita tan irritante. Irritante para cualquier otro, claro, no para él. Si algo había aprendido durante sus nueve años de servicio era a mantenerse sereno en las situaciones más complicadas y, por otro lado, por muy en serio que se tomara la misión, pocas cosas podían hacer que perdiera la calma. Unas simples provocaciones no bastarían para tocarle la fibra sensible. De este modo se limitó a flexionar ligeramente las rodillas, a tomar la empuñadura de la espada con una mano y a apuntar el extremo de la hoja hacia el Sepultero. El arma se mantenía prendida en llamas, como una luz que se negaba a extinguirse en el manto de oscuridad que parecía cubrir el archipiélago. Una pequeña muestra de esperanza.
—Eso habrá que verlo —acertó a decir, sin quitarle el ojo de encima.
Lo que más le extrañaba era que aquel individuo le estuviera apuntando con aquella pala en lugar de con su arma de fuego. Tal vez no hubiera tenido tiempo de recargarla tras disparar a su superiora, lo cual cuadraba en cierta medida. Lo que no podía esperarse, claro, era que una bala de cañón fuera a salir disparada de aquel instrumento para desafiar toda ley física del mundo. Apenas tuvo unas milésimas de segundo para reaccionar, pero fueron más que suficientes. ¿Qué podía decir? Moverse a velocidades como las que él alcanzaba precisaba de unos reflejos igual de extraordinarios. Su reacción fue simple, es que en un rápido movimiento de su mano libre proyectó el sonido como una onda de choque, apenas con el diámetro de su índice y con la misma potencia que un disparo. ¿Su objetivo? Le habría gustado convertir al Sepultero en su diana personal, pero no sería el caso. No, el blanco sería la propia bala de cañón. Ambos disparos habían salido casi simultáneamente gracias a la velocidad de reacción del parcheado, de modo que esperaba lograr aquel impacto cuando todavía estuviera muy cerca de su dueño. ¿Explotaría? ¿Sería suficiente para pararla? Tal vez ninguna de las dos cosas, pero no perdía nada por ver si podía dañarlo con sus propios juguetes.
De no tener éxito, simplemente se echaría a un lado con un rápido soru, evitando así el impacto, sin querer arriesgarse a que esa cosa pudiera dañarle. Seguido de esto, independientemente del resultado, aprovecharía para intentar acortar distancias y amagar un tajo simple, en diagonal. ¿Por qué intentaba algo así cuando otras veces había fallado? Bueno, en aquella ocasión, se aseguraría de no perder de vista al Sepultero. Su arma no llegaría a tocarle, ni siquiera si la oportunidad parecía clara. En su lugar, se detendría en el último momento, sin completar el ataque y, una vez hubiera seguido los posibles movimientos de aquel fantoche, se aproximaría a toda velocidad para intentar encajar, esta vez sí, un corte flamígero que recorriera su torso. Todo esto, claro, si no había logrado inmolarlo con su propia bala de cañón.
No, definitivamente nunca iban a acabarse. Aquellos tipos habían caído, pero varios más se habían levantado y a juzgar por sus movimientos eran bastante menos torpes. Suspiré, contemplando cómo se movían en una sincronizada coreografía que respondía a las señas que uno de ellos hacía con sus manos. Quién pudiese cortárselas para dar al traste con todo aquello y poder dedicarme a ayudar al agente Kusanagi en la captura del tipo de la pala... Pero no, primero debía ocuparme de ellos.
Estaba muy lejos de ser un sujeto rápido, pero eso no me convertía en alguien torpe ni mucho menos. Eso unido a la parafernalia que el grupo desplegaba antes de atacar me dio el tiempo justo y necesario para preparar mi defensa. Una vez más, sin mover ni un pie de mi posición.Chain of Destiny pasó a pender de mi cuello cual largo collar antes de que, con un golpe seco, mis manos se uniesen y ambas almohadillas entrasen en contacto durante un breve instante. Un campo de repulsión nació, envolviéndome en él y cubriéndome cual pompa de jabón anaranjada.
No sabía si alcanzaría a rechazar cualquier daño, pero confiaba en poder soportar los daños en caso de recibirlos. Sin demorarme ni un segundo, las palmas de mis manos comenzaron a golpear la superficie interna de Paw Palace. Con cada contacto nacía un pequeño campo de repulsión del tamaño y la forma de mis almohadillas, desplazándose por el aire con la intención de golpear de lleno a mis adversarios. La puntería nunca había sido algo que se me diese especialmente bien, pero esperaba que, de entre todos, algunos se dirigiesen a sus respectivas dianas.
Estaba muy lejos de ser un sujeto rápido, pero eso no me convertía en alguien torpe ni mucho menos. Eso unido a la parafernalia que el grupo desplegaba antes de atacar me dio el tiempo justo y necesario para preparar mi defensa. Una vez más, sin mover ni un pie de mi posición.Chain of Destiny pasó a pender de mi cuello cual largo collar antes de que, con un golpe seco, mis manos se uniesen y ambas almohadillas entrasen en contacto durante un breve instante. Un campo de repulsión nació, envolviéndome en él y cubriéndome cual pompa de jabón anaranjada.
No sabía si alcanzaría a rechazar cualquier daño, pero confiaba en poder soportar los daños en caso de recibirlos. Sin demorarme ni un segundo, las palmas de mis manos comenzaron a golpear la superficie interna de Paw Palace. Con cada contacto nacía un pequeño campo de repulsión del tamaño y la forma de mis almohadillas, desplazándose por el aire con la intención de golpear de lleno a mis adversarios. La puntería nunca había sido algo que se me diese especialmente bien, pero esperaba que, de entre todos, algunos se dirigiesen a sus respectivas dianas.
La bala de cañón es golpeada y destrozada brutalmente por tu cosa-de-sonido, pero en vez de hacer k-boom o algo parecido, se libera una nube de polvo blanco que es… ¿Harina? A menos que cierres los ojos, el polvillo se te meterá en estos y te molestará. No te preocupes que daño no hará, es decir, es harina. Si continúas tu ataque con la espada, te darás cuenta de que, al llegar, vuelves a cortar el aire. Y no, esta vez no ha sido suerte.
Si intentas buscar a tu oponente con tu mantra, no sentirás su presencia. Un disparo suena a tu espalda y, en caso de que hubieras girado antes porque puedes hacer cosas de sonido, te habrías dado cuenta de que el Sepultero te estaba apuntando con su pala. Pero esta vez no ha salido una bala de cañón, sino la cabeza de un camaleón cuya lengua va extendiendo a una velocidad impresionante hacia ti. Es pegajosa, le da igual tu intangibilidad y esas burbujas violetas no te dan buena espina. Por último, puedes notar que el Sepultero también ha disparado su escopeta, pero no en tu dirección.
Ruffo, por tu parte, la burbuja de repulsión (cómo te odio) funciona a la perfección… Más o menos. Los espadachines no tienen la fuerza suficiente para atravesarla. Y lo mismo sucede con los de las hondas; sus proyectiles son inútiles. La onda de choque casi hace reventar tu maravillosa protección, pero consigue frenarla. Ahora, cuando pasas a la ofensiva, tus tiernas almohadillas golpean a los espadachines y a los tiradores, aunque el hombre que coordina el equipo resiste el ataque. Y te mira, sonriendo.
—Has caído, mocoso —te dice.
Escuchas un plop y, por alguna razón, tu burbuja de repulsión ha desaparecido. Probablemente, al estar demasiado ocupado defendiéndote del grupito, no te has dado cuenta de que el Sepultero te ha disparado. Puedes estar seguro de que su bala es especial, de lo contrario, habría sido frenada por tu técnica. Ah, si no haces nada, impactará justo en el espacio “blando” que queda entre dos costillas. Y antes de que impacte, verás que el hombre-coordinador corre hacia ti con la intención de darte un buen golpe de palma en el plexo solar.
Si intentas buscar a tu oponente con tu mantra, no sentirás su presencia. Un disparo suena a tu espalda y, en caso de que hubieras girado antes porque puedes hacer cosas de sonido, te habrías dado cuenta de que el Sepultero te estaba apuntando con su pala. Pero esta vez no ha salido una bala de cañón, sino la cabeza de un camaleón cuya lengua va extendiendo a una velocidad impresionante hacia ti. Es pegajosa, le da igual tu intangibilidad y esas burbujas violetas no te dan buena espina. Por último, puedes notar que el Sepultero también ha disparado su escopeta, pero no en tu dirección.
Ruffo, por tu parte, la burbuja de repulsión (cómo te odio) funciona a la perfección… Más o menos. Los espadachines no tienen la fuerza suficiente para atravesarla. Y lo mismo sucede con los de las hondas; sus proyectiles son inútiles. La onda de choque casi hace reventar tu maravillosa protección, pero consigue frenarla. Ahora, cuando pasas a la ofensiva, tus tiernas almohadillas golpean a los espadachines y a los tiradores, aunque el hombre que coordina el equipo resiste el ataque. Y te mira, sonriendo.
—Has caído, mocoso —te dice.
Escuchas un plop y, por alguna razón, tu burbuja de repulsión ha desaparecido. Probablemente, al estar demasiado ocupado defendiéndote del grupito, no te has dado cuenta de que el Sepultero te ha disparado. Puedes estar seguro de que su bala es especial, de lo contrario, habría sido frenada por tu técnica. Ah, si no haces nada, impactará justo en el espacio “blando” que queda entre dos costillas. Y antes de que impacte, verás que el hombre-coordinador corre hacia ti con la intención de darte un buen golpe de palma en el plexo solar.
- Sepultero:
- Características: Precisión 9 (Ojo de Búho), Sigilo 8 (Ocultación y Discreción), Destreza 8 (Dedos mágicos), Agilidad 6 (Amortiguación), Velocidad 6 (Sentido de la velocidad), Suerte 8, Disparo Imposible 8.
Al menos había conseguido acabar con un considerable número de enemigos, convirtiendo el enfrentamiento en un cara a cara -al menos en principio-. No obstante, el molesto tipo de la pala había conseguido deshacer mi burbuja con un único y despreocupado movimiento. ¿Qué demonios había sucedido? No cabía duda de que su arma era cuanto menos problemática, pero por el momento tendría que dejar que mi superior fuese quien se encargase de él.
El mayor contratiempo residía en que el impacto me había golpeado en la parrilla costal, dejándome sin respiración durante más tiempo del que me hubiese gustado. Como consecuencia, el tipo que quedaba en pie había podido aproximarse a mí sin mayores problemas para golpearme. Lo cierto es que ni sin recibir semejante impacto hubiese intentado apartarme de su trayectoria, pero probablemente mi defensa hubiese sido más eficiente.
Acerté a interpones los eslabones de mi cadena, tensos a más no poder, en la trayectoria del puñetazo en el último momento. Sin embargo, la potencia del golpe fue tal que me salí despedido hacia atrás. Mis hombros abrieron un surco en el suelo mientras mis pies flotaban en el aire, deteniéndome tras recorrer lo que debieron ser unos cinco metros.
Me levanté lentamente y con cuidado, inclinando levemente mi cuerpo hacia la derecha para que el espacio entre las costillas afectadas se abriese lo menos posible con mi respiración. De ese modo el dolor estaba ahí, pero notablemente mitigado.- Miré a mi enemigo con detenimiento. Debía acabar con él cuanto antes si quería apoyar al agente Kusanagi.
Extendí ambas manos hacia delante, golpeando suavemente el aire y dejando que dos pequeños campos de repulsión naciesen de mis palmas. Estos flotaron hacia el enemigo sin dejar de dividirse. Cada campo se separaba en dos nuevos, suceso que se repetía con cada uno de los campos hijos hasta formar un muro repulsivo que continuaba creciendo y avanzando hacia el sujeto. No recordaba haber usado Gemmation en demasiadas ocasiones, pero no se me ocurría una situación para hacerlo mejor que aquélla.
El mayor contratiempo residía en que el impacto me había golpeado en la parrilla costal, dejándome sin respiración durante más tiempo del que me hubiese gustado. Como consecuencia, el tipo que quedaba en pie había podido aproximarse a mí sin mayores problemas para golpearme. Lo cierto es que ni sin recibir semejante impacto hubiese intentado apartarme de su trayectoria, pero probablemente mi defensa hubiese sido más eficiente.
Acerté a interpones los eslabones de mi cadena, tensos a más no poder, en la trayectoria del puñetazo en el último momento. Sin embargo, la potencia del golpe fue tal que me salí despedido hacia atrás. Mis hombros abrieron un surco en el suelo mientras mis pies flotaban en el aire, deteniéndome tras recorrer lo que debieron ser unos cinco metros.
Me levanté lentamente y con cuidado, inclinando levemente mi cuerpo hacia la derecha para que el espacio entre las costillas afectadas se abriese lo menos posible con mi respiración. De ese modo el dolor estaba ahí, pero notablemente mitigado.- Miré a mi enemigo con detenimiento. Debía acabar con él cuanto antes si quería apoyar al agente Kusanagi.
Extendí ambas manos hacia delante, golpeando suavemente el aire y dejando que dos pequeños campos de repulsión naciesen de mis palmas. Estos flotaron hacia el enemigo sin dejar de dividirse. Cada campo se separaba en dos nuevos, suceso que se repetía con cada uno de los campos hijos hasta formar un muro repulsivo que continuaba creciendo y avanzando hacia el sujeto. No recordaba haber usado Gemmation en demasiadas ocasiones, pero no se me ocurría una situación para hacerlo mejor que aquélla.
La bala de cañón que había salido de aquella pala reventó gracias a su disparo sónico, aunque con un efecto inesperado: en lugar de provocar una ignición o algo similar, liberaría polvo blanco. ¿Era harina? ¿Tal vez algún tipo de droga o veneno que pudiera dañarlo? No estaba seguro pero, en cualquier caso, se vio forzado a cerrar la boca y los ojos al tiempo que aguantaba la respiración. Para más inri no sintió su espada cortar al Sepultero, lo que indicaba que, de nuevo, había errado. Tal vez su fallo hubiera sido no tomarse suficientemente en serio a su oponente pero, ¿podía echársele en cara? La primera vez le había, literalmente, esquivado a causa de un tropiezo, por no decir que tampoco parecía ser el individuo más inteligente de su organización. Eso sí, seguía sin ser capaz de localizar su presencia y eso, sumado a su capacidad de reaccionar a sus ataques, era digno de elogio.
El pelirrojo pasó a su forma elemental, únicamente para reconstruir su cuerpo unos metros más allá de donde estaba, librándose así de aquellos condenados polvos. No quería arriesgarse a que le envenenara o algo peor. Tras esto recorrió el lugar con su único ojo visible rápidamente, no tardando en dar con su oponente. Estaba allí, apuntándole nuevamente con esa pala, dispuesto a continuar con el enfrentamiento... y a ellos se les estaba acabando el tiempo. «No podemos perder más tiempo con este fantoche», se dijo, preparándose para reaccionar a la ofensiva.
El arma que utilizaba quedaba fuera de su comprensión. Podía disparar balas, vale, pero no entendía de dónde demonios había salido esa lengua ni estaba seguro de querer averiguarlo. Parecía un camaleón y, de hecho, avanzó con tal rapidez que Kus necesitó hacer uso de todos sus reflejos para reaccionar a tiempo, echándose hacia un lado con rapidez gracias al soru. Estaba recubierta por un líquido cuyo color no le inspiraba confianza alguna, así que sería mejor mantenerse alejado de ella o, tal vez, cortarla de cuajo. ¿Serviría de algo? Tal vez no, viendo que era capaz de sacar cosas de esa condenada pala como si fuera el bolsillo de algún gato mágico del futuro. Le recordaba al tipo que se infiltró en el observatorio de Nueva Ohara, solo que considerablemente más peligroso —y ridículo—. Para lo que no fue capaz de reaccionar a tiempo fue aquel nuevo disparo que, esta vez, no iba dirigido hacia él sino hacia su compañero. La bala impactó, destrozando la defensa de Ruffo y abriendo un huevo para que su oponente lo hiciera arrastrarse por los suelos.
—Mierda —masculló, apretando la empuñadura de Yujo.
Y fue justo en ese momento, como venida de la nada, que escuchó la voz de Zuko retumbar en su mente. Por un momento, cuanto dijo su nombre, creyó que el dragón había aparecido para socorrerles como ya hubiera hecho semanas antes. Para su desgracia, esta vez la situación sería muy diferente. Lo había notado en su voz, apagada y débil incluso siendo una idea telepática, como si el marine estuviera demasiado cansado como para pensar. Su tono no pudo sino despertar alarma en el agente que, por un momento, se vio incapaz de reaccionar.
—¿Zuko? —respondió en su mente, sintiendo por un momento cómo su pecho se encogía por una presión invisible—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué dices eso? —inquirió alterado, esperando por unos segundas una respuesta que jamás llego—. ¡Zuko!
Pero tampoco la hubo cuando volvió a llamarle. Sintió cómo el vínculo mental que se había formado entre ellos se desvanecía, dejando únicamente los restos de una mente que se marchitaba. Dejó a Kusanagi solo con sus pensamientos que, en ese momento, se ponían en el peor resultado posible. Se quedó paralizado. La mano que sostenía su espada empezó a temblar ligeramente y amenazó con soltarla al tiempo que su cuello se cargaba de tensión. ¿Lo habían matado? ¿Sirio había acabado con la vida de su amigo? Sus ojos buscaron a Ruffo mientras se sumía en aquella idea, viendo cómo luchaba con uñas y dientes, dando todo lo que tenía. Su mirada se dirigió hacia Polastri después, aún tendida en el suelo, herida y a saber con qué gravedad. Finalmente, su único ojo visible hizo del Sepultero su objetivo, y todo cuanto había en lo más profundo de su ser pareció tomar forma por un instante. Rabia, rencor, frustración, impotencia... desesperación. No por él, sino por la posibilidad de volver a perder a la gente que le importaba. A sus compañeros. A sus amigos. Él estaba dispuesto a sacrificarse, pero no aceptaría perder a nadie más. Y si Zuko había muerto... lo honraría deteniendo a esa gente.
El aire vibró alrededor del pelirrojo cuando su voluntad se liberó en forma de haki de armadura, distorsionándose mientras Yujo se cargaba con ella, enlazando su ser con la espada. «Dame tu fuerza», le dijo, y la espada pareció responder cuando su filo se vio envuelto en un brillo cromático. Ya no sería envainada hasta que uno de los dos, el Sepultero o él, hubiera muerto. Un intenso pidido, chirriante, nacería entonces muy cerca de los oídos del criminal, lo suficientemente intenso como para hacerle daño, provocarle un intenso dolor, y lo suficientemente suave como para no destruir sus tímpanos, únicamente queriendo que se mantuviera ahí, parado y retorciéndose de sufrimiento para darle vía libre a él. El ojo del agente se tornó rojo al tiempo que todo cuando había a su alrededor parecía empezar a moverse con mucha más lentitud. Y fue en ese justo momento en que apareció de la nada a un lado de aquel desgraciado, buscando partirlo en dos con un tajo limpio. Si lo esquivaba daría igual, porque ya no importaba lo rápido que pudiera moverse o desaparecer frente a sus ojos: procesaba todo mucho más rápido, daría con él a mayor velocidad... y lo perseguiría para seguir atacándole incansablemente.
El pelirrojo pasó a su forma elemental, únicamente para reconstruir su cuerpo unos metros más allá de donde estaba, librándose así de aquellos condenados polvos. No quería arriesgarse a que le envenenara o algo peor. Tras esto recorrió el lugar con su único ojo visible rápidamente, no tardando en dar con su oponente. Estaba allí, apuntándole nuevamente con esa pala, dispuesto a continuar con el enfrentamiento... y a ellos se les estaba acabando el tiempo. «No podemos perder más tiempo con este fantoche», se dijo, preparándose para reaccionar a la ofensiva.
El arma que utilizaba quedaba fuera de su comprensión. Podía disparar balas, vale, pero no entendía de dónde demonios había salido esa lengua ni estaba seguro de querer averiguarlo. Parecía un camaleón y, de hecho, avanzó con tal rapidez que Kus necesitó hacer uso de todos sus reflejos para reaccionar a tiempo, echándose hacia un lado con rapidez gracias al soru. Estaba recubierta por un líquido cuyo color no le inspiraba confianza alguna, así que sería mejor mantenerse alejado de ella o, tal vez, cortarla de cuajo. ¿Serviría de algo? Tal vez no, viendo que era capaz de sacar cosas de esa condenada pala como si fuera el bolsillo de algún gato mágico del futuro. Le recordaba al tipo que se infiltró en el observatorio de Nueva Ohara, solo que considerablemente más peligroso —y ridículo—. Para lo que no fue capaz de reaccionar a tiempo fue aquel nuevo disparo que, esta vez, no iba dirigido hacia él sino hacia su compañero. La bala impactó, destrozando la defensa de Ruffo y abriendo un huevo para que su oponente lo hiciera arrastrarse por los suelos.
—Mierda —masculló, apretando la empuñadura de Yujo.
Y fue justo en ese momento, como venida de la nada, que escuchó la voz de Zuko retumbar en su mente. Por un momento, cuanto dijo su nombre, creyó que el dragón había aparecido para socorrerles como ya hubiera hecho semanas antes. Para su desgracia, esta vez la situación sería muy diferente. Lo había notado en su voz, apagada y débil incluso siendo una idea telepática, como si el marine estuviera demasiado cansado como para pensar. Su tono no pudo sino despertar alarma en el agente que, por un momento, se vio incapaz de reaccionar.
—¿Zuko? —respondió en su mente, sintiendo por un momento cómo su pecho se encogía por una presión invisible—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué dices eso? —inquirió alterado, esperando por unos segundas una respuesta que jamás llego—. ¡Zuko!
Pero tampoco la hubo cuando volvió a llamarle. Sintió cómo el vínculo mental que se había formado entre ellos se desvanecía, dejando únicamente los restos de una mente que se marchitaba. Dejó a Kusanagi solo con sus pensamientos que, en ese momento, se ponían en el peor resultado posible. Se quedó paralizado. La mano que sostenía su espada empezó a temblar ligeramente y amenazó con soltarla al tiempo que su cuello se cargaba de tensión. ¿Lo habían matado? ¿Sirio había acabado con la vida de su amigo? Sus ojos buscaron a Ruffo mientras se sumía en aquella idea, viendo cómo luchaba con uñas y dientes, dando todo lo que tenía. Su mirada se dirigió hacia Polastri después, aún tendida en el suelo, herida y a saber con qué gravedad. Finalmente, su único ojo visible hizo del Sepultero su objetivo, y todo cuanto había en lo más profundo de su ser pareció tomar forma por un instante. Rabia, rencor, frustración, impotencia... desesperación. No por él, sino por la posibilidad de volver a perder a la gente que le importaba. A sus compañeros. A sus amigos. Él estaba dispuesto a sacrificarse, pero no aceptaría perder a nadie más. Y si Zuko había muerto... lo honraría deteniendo a esa gente.
El aire vibró alrededor del pelirrojo cuando su voluntad se liberó en forma de haki de armadura, distorsionándose mientras Yujo se cargaba con ella, enlazando su ser con la espada. «Dame tu fuerza», le dijo, y la espada pareció responder cuando su filo se vio envuelto en un brillo cromático. Ya no sería envainada hasta que uno de los dos, el Sepultero o él, hubiera muerto. Un intenso pidido, chirriante, nacería entonces muy cerca de los oídos del criminal, lo suficientemente intenso como para hacerle daño, provocarle un intenso dolor, y lo suficientemente suave como para no destruir sus tímpanos, únicamente queriendo que se mantuviera ahí, parado y retorciéndose de sufrimiento para darle vía libre a él. El ojo del agente se tornó rojo al tiempo que todo cuando había a su alrededor parecía empezar a moverse con mucha más lentitud. Y fue en ese justo momento en que apareció de la nada a un lado de aquel desgraciado, buscando partirlo en dos con un tajo limpio. Si lo esquivaba daría igual, porque ya no importaba lo rápido que pudiera moverse o desaparecer frente a sus ojos: procesaba todo mucho más rápido, daría con él a mayor velocidad... y lo perseguiría para seguir atacándole incansablemente.
- Resumen:
- Bueno pues... aparte de que Kus sam'fadao, conste en acta el intento de liberar/mejorar el Haki del rey por la situación (?).
Cosas:
– Voluntad Imbatible I (Modalidad): Si hay algo que siempre ha destacado en un hombre como Kusanagi es su entereza y el arrojo por sus ideales, siendo capaz de afrontar peligros y situaciones extremas si es por sus convicciones. Su espíritu es tan férreo que incluso se materializa alrededor de su cuerpo, distorsionando el aire cuando hace uso de él. Activamente, la voluntad del pelirrojo demuestra una actitud fiera que se niega a doblegarse frente a otros, lo que le permite traspasar sus propios límites e imponerse. Es por esto que su haki de armadura, a efectos de confrontación —que no de uso— cuenta como un rango más, lo que hace que sea más difícil sobrepasar su armadura o romperla.
Haki de Armadura: 3 + 1.
Nombre de la técnica: Velocidad Relativa.
Naturaleza de la técnica: Física.
Descripción de la técnica: Con el tiempo y uso de su akuma no mi, su cuerpo y su velocidad de procesamiento han comenzado a adaptarse a la velocidad con la que realiza sus movimientos. De este modo, durante dos turnos, Kusanagi es capaz de interpretar todo con mucha más rapidez, lo que se traduce en que es capaz de percibir lo que ocurre a su alrededor como si fuera a la mitad de su velocidad real, de forma similar a lo que pueden hacer las moscas. Al activar esta habilidad, el iris de su ojo sano se torna rojo como el rubí.
Tiempo de canalización: 0.5 segundos.
Tu oponente, Ruffo, ha decidido subir la guardia y bloquear tus campos de repulsión. Sin llegar a comprender del todo tu habilidad, el coordinador del escuadrón de ataque sale despedido hacia atrás con tal fuerza que es incrustado en un edificio. Poco a poco se disipa la nube de polvo que ha causado el choque, poco a poco consigues visualizar la silueta que se mantiene en pie. El hombre tiene el rostro ensangrentado, pero continúa en postura de combate. Sin embargo, ¿no notas que su mirada está un poco… ida? Sigue en pie, pero ya no está con nosotros: ha perdido el conocimiento, aunque no las ganas de continuar luchando.
El pitido hace que el Sepultero suelte las armas y se lleve las manos a los oídos, tiempo suficiente para que tu ya te encuentres a un costado de él. Todo sucede en menos de un segundo, pero ya puedes sorprenderte de su capacidad de reacción. Da un paso hacia atrás como buenamente puede. Podría haberlo esquivado en condiciones normales, pero es que tu voluntad le ha paralizado durante un instante, uno muy breve pero suficiente para que la punta de tu espada le corte desde el ojo izquierdo hasta la vejiga.
Tu oponente cae al suelo mientras se queja de dolor, retorciéndose y volcándose de un lado a otro como si esto fuera a parar su sufrimiento.
—¡Eso ha sido trampa! ¡No es justo! —continúa quejándose—. Se suponía que sería sencillo… ¡Se suponía que…! Espera, tú eres de los buenos, ¿verdad? ¡No me mates! —te implora, mirándote con su único ojo—. ¡Te diré todo lo que sé sobre la familia Ambrosse y su relación con Sirio, pero déjame vivir! ¡Los chicos y yo te ayudaremos!
Los cadáveres comienzan a levantarse, confundidos. Algunos se preguntan si el jefe ha perdido; otros, si lo que ha perdido es la razón. ¿Planea traicionar a los jefes? Uy, eso no suena bien. Diez, quince, veinte… De un momento a otro son observados por una treintena de personas (todos criminales, vaya). Cualquiera con mantra se daría cuenta de que es gente débil, pero ahora mismo lo que necesitan las fuerzas aliadas son números, ¿verdad?
Tras perder el ojo, el Sepultero se rinde ante ustedes. Pueden volver al capítulo para terminar los asuntos que involucran a este manglar. Como ayudar a la señorita Polastri, bitches.
El pitido hace que el Sepultero suelte las armas y se lleve las manos a los oídos, tiempo suficiente para que tu ya te encuentres a un costado de él. Todo sucede en menos de un segundo, pero ya puedes sorprenderte de su capacidad de reacción. Da un paso hacia atrás como buenamente puede. Podría haberlo esquivado en condiciones normales, pero es que tu voluntad le ha paralizado durante un instante, uno muy breve pero suficiente para que la punta de tu espada le corte desde el ojo izquierdo hasta la vejiga.
Tu oponente cae al suelo mientras se queja de dolor, retorciéndose y volcándose de un lado a otro como si esto fuera a parar su sufrimiento.
—¡Eso ha sido trampa! ¡No es justo! —continúa quejándose—. Se suponía que sería sencillo… ¡Se suponía que…! Espera, tú eres de los buenos, ¿verdad? ¡No me mates! —te implora, mirándote con su único ojo—. ¡Te diré todo lo que sé sobre la familia Ambrosse y su relación con Sirio, pero déjame vivir! ¡Los chicos y yo te ayudaremos!
Los cadáveres comienzan a levantarse, confundidos. Algunos se preguntan si el jefe ha perdido; otros, si lo que ha perdido es la razón. ¿Planea traicionar a los jefes? Uy, eso no suena bien. Diez, quince, veinte… De un momento a otro son observados por una treintena de personas (todos criminales, vaya). Cualquiera con mantra se daría cuenta de que es gente débil, pero ahora mismo lo que necesitan las fuerzas aliadas son números, ¿verdad?
Tras perder el ojo, el Sepultero se rinde ante ustedes. Pueden volver al capítulo para terminar los asuntos que involucran a este manglar. Como ayudar a la señorita Polastri, bitches.
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