Contratante: “Rata Azul” Contrabandista de antigüedades
Descripción: Duros tiempos para el contrabando de pequeños tesoros, sin duda, pero es un arte que, bien hecho, pone mucha comida sobre la mesa. El contratante ha conseguido mediante medios… no muy legales un antiguo libro de la biblioteca del castillo de Hallstat. No tenía ni idea de qué contiene, pero sin duda es algo importante, pues los soldados se han hecho a la calle buscando al ladrón. Ante este panorama, y viendo que el cliente sólo desea la información de dicho libro, ha decidido separar la dura tapa y las páginas para poder transportarlo entre varias personas. El objetivo es llevar todas las páginas del libro al puerto y que este pueda salir de la isla.
Objetivos secundarios o alternativos: No ser descubiertos por la guardia, o por lo menos no dejar pruebas de haber estado ahí.
Recompensa: 3.000.000 de berries e información privilegiada de lograr el objetivo secundario
Descripción: Duros tiempos para el contrabando de pequeños tesoros, sin duda, pero es un arte que, bien hecho, pone mucha comida sobre la mesa. El contratante ha conseguido mediante medios… no muy legales un antiguo libro de la biblioteca del castillo de Hallstat. No tenía ni idea de qué contiene, pero sin duda es algo importante, pues los soldados se han hecho a la calle buscando al ladrón. Ante este panorama, y viendo que el cliente sólo desea la información de dicho libro, ha decidido separar la dura tapa y las páginas para poder transportarlo entre varias personas. El objetivo es llevar todas las páginas del libro al puerto y que este pueda salir de la isla.
Objetivos secundarios o alternativos: No ser descubiertos por la guardia, o por lo menos no dejar pruebas de haber estado ahí.
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Estuvo unos cuantos días navegando en alta mar y su viaje le llevó a Hallstat, una isla medianamente cerca de English Garden. Había conocido a mucha gente en su aventura, como a la señorita Brianna y también a Astartea. Sería injusto olvidarse de la cazadora Abigail, una sacerdotisa con una moral increíble. Ayudó a niños enfermos, ahuyentó a una manda de lobos y rescató a los bárbaros secuestrados por un hombre muy egoísta y ambicioso. Podía salir con la frente en alto del país tras haber ayudado a todas esas personas que lo necesitaban. Y ahora su destino se encontraba en el puerto del gigantesco reino de Hallstat.
La arquitectura de la ciudad porteña era fascinante: grandes casas de madera y piedra, calles de granito y un concurrido mercado costero. Según el señor Hugh, en Hallstat vivía un «letrado de las ciencias» que investigaba cualquier cosa relacionada con la biología. Al joven revolucionario le interesaba, pues era una oportunidad para saber algo más sobre su enfermedad degenerativa. Se estaba cuidando y evitaba los grandes esfuerzos físicos, así que tampoco había avanzado demasiado, pero era cuestión de tiempo para que las cosas dejaran de ser tan sencillas. Estaba llamando mucho la atención, lo sabía, y era un experimento del Gobierno Mundial que andaba suelto por el mundo. Era consciente de que tarde o temprano acabarían encontrándole.
Estaba seguro de haber estado caminando por la avenida principal cuando acabó en un callejón sin salida. ¿Cómo…? Había ido recto todo el camino, entonces por qué estaba ahí… Bueno, no pasaba nada. El homúnculo dio la vuelta, viró a la izquierda y siguió derecho. Otro callejón sin salida. Esa ciudad era un verdadero laberinto, vaya. Intentó salir de la compleja red de pasajes y terminó en una especie de patio central donde un hombre le interceptó el paso. Prometeo inmediatamente se fijó en la sangre que tenía y actuó rápidamente para recogerle en plena caída.
—Oye, ¿estás bien? —le preguntó con su característica voz tosca y rasposa, seria.
—Las páginas… Las páginas deben llegar… Llévalas… Deben ir al puerto…
No tenía idea de lo que el hombre estaba diciendo, pero no perdió el tiempo y buscó entre su maletín cualquier cosa útil que detuviera el sangrado. Si bien la herida no era mortal ni profunda, sin tratamiento médico el desconocido moriría. Antes de que pudiera detener el sangrado fue interrumpido por una pareja de hombres altos y delgados.
—¿Un doctor en los callejones…? Qué divertido, ¿verdad, Jota? Oe, tú, déjalo ahí quieto y no le hagas nada. Aléjate del cuerpo y vuelve por donde viniste, aquí no hay lugar ni tiempo para héroes.
La arquitectura de la ciudad porteña era fascinante: grandes casas de madera y piedra, calles de granito y un concurrido mercado costero. Según el señor Hugh, en Hallstat vivía un «letrado de las ciencias» que investigaba cualquier cosa relacionada con la biología. Al joven revolucionario le interesaba, pues era una oportunidad para saber algo más sobre su enfermedad degenerativa. Se estaba cuidando y evitaba los grandes esfuerzos físicos, así que tampoco había avanzado demasiado, pero era cuestión de tiempo para que las cosas dejaran de ser tan sencillas. Estaba llamando mucho la atención, lo sabía, y era un experimento del Gobierno Mundial que andaba suelto por el mundo. Era consciente de que tarde o temprano acabarían encontrándole.
Estaba seguro de haber estado caminando por la avenida principal cuando acabó en un callejón sin salida. ¿Cómo…? Había ido recto todo el camino, entonces por qué estaba ahí… Bueno, no pasaba nada. El homúnculo dio la vuelta, viró a la izquierda y siguió derecho. Otro callejón sin salida. Esa ciudad era un verdadero laberinto, vaya. Intentó salir de la compleja red de pasajes y terminó en una especie de patio central donde un hombre le interceptó el paso. Prometeo inmediatamente se fijó en la sangre que tenía y actuó rápidamente para recogerle en plena caída.
—Oye, ¿estás bien? —le preguntó con su característica voz tosca y rasposa, seria.
—Las páginas… Las páginas deben llegar… Llévalas… Deben ir al puerto…
No tenía idea de lo que el hombre estaba diciendo, pero no perdió el tiempo y buscó entre su maletín cualquier cosa útil que detuviera el sangrado. Si bien la herida no era mortal ni profunda, sin tratamiento médico el desconocido moriría. Antes de que pudiera detener el sangrado fue interrumpido por una pareja de hombres altos y delgados.
—¿Un doctor en los callejones…? Qué divertido, ¿verdad, Jota? Oe, tú, déjalo ahí quieto y no le hagas nada. Aléjate del cuerpo y vuelve por donde viniste, aquí no hay lugar ni tiempo para héroes.
Hitsugaya Toshiro
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Su viaje lo llevó a Hallstat, en el North Blue. Había escuchado todo lo que había sucedido en ese lugar años atrás, por suerte, al parecer ahora todo indicaba que no se repetiría, en teoría, la misma historia. Quizás, dentro de unos meses, volvía a pasar. Nunca se sabía lo que podría ocurrir cuando una monarquía tan absoluta e imperante como la de los Markov estaba al mando. No tenía del todo claro lo que había sucedido, pero probablemente lo llegaría a saber tarde o tarde… En parte. Suspiró mientras arreglaba todo para su aventura, amarró fuertemente la espada a su espalda. Vestía con la ropa típica, un haori negro, una túnica sin mangas de color blanco y una bufanda de color naranja, de calzado llevaba unos zapatos a juego con su vestimenta. Tomó un par de botellas de agua, por si las necesitaba, y empezó a caminar.
Quedó bastante impresionado por la arquitectura de la ciudad porteña. Las grandes casas eran de madera y piedra, las calles eran de granito y podía observar un mercado costero bastante lleno de gente. Compró un par de manzanas y peras, las metió en una bolsa y siguió su camino. No tenía muy claro donde ir y, por esos azares del destino, el peliblanco se perdió. Ya no sabía por donde regresar y tampoco se había parado a fijar un lugar objetivo por si eso pasaba. Entre la gente, lo bello que era el lugar, Toshiro se sumergió en sus pensamientos, cuando se quiso dar cuenta ya era muy tarde. Estaba en un callejón. Intentó retomar sus pasos, pero estaba confundido y no sabía muy bien cómo es que se llegaba a la calle principal. Quizás debió comprar un mapa de la isla con los lugares más turísticos para tener cierta referencia, pero tanto el puesto donde lo había visto como el lugar donde estaba dicho local, se le había olvidado.
Suspiró con desgana. ¿Qué podía hacer? No veía a nadie y tampoco escuchaba el bullicio que esperaba de lo que podría llegar a ser una calle principal. Había llegado, al parecer, a una de esas calles o pasajes donde no pasaba mucha gente. ”Nota mental, siempre al llegar a una isla, comprar un mapa” —se dijo a si mismo mientras seguía vagando por la ciudad tratando de encontrar el camino de regreso. Llegó… A un callejón, otra vez. ¡¿Es que acaso solo existían callejones sin salida en Hallstat?! Era un maldito laberinto y entre más se internaba en las callejuelas, más y más se perdía. ¡¿Acaso no pensaban en los turistas?! Poner carteles avisando de cómo llegar a cualquier lugar no vendría mal. Más si se trataba de, en teoría, la isla más grande del North Blue. Pateó una piedra, ofuscado y maldiciendo su suerte. Una luz se vio al final del túnel, escuchó voces cerca. ¡Gente! ¡Posibilidad de volver a su camino!
No tardó mucho en llegar, pero, al parecer, su mala suerte seguía. La situación era… Extraña. Un hombre tirado en el suelo, otro tratando de ayudarlo y dos típicos matones que estaban ahí. ¿Acaso no podía tener más mala suerte? Nadie había reparado en su presencia, pero… Algo le decía que no duraría mucho. Retrocedió un par de pasos y pasó a golpear una pequeña piedrecita que hizo un ligero ruido. Maldijo para sus adentros y los tipos se giraron. Lo miraron, se miraron y se rieron. Sí, Toshiro no era de los tipos más intimidantes del mundo, de hecho, estaba seguro de que no podría intimidar a nadie. Pequeños problemas de ser alguien tan… ¿Joven? ¿Pequeño? ¿Con cara de buena gente?
—Etto… —dijo mientras ambos se miraban tratando de pensar que hacer con él —Solo quiero regresar a la calle principal, no quiero problemas.
—Pues maldice tu suerte, niño —comentó uno de ellos. Era alto y delgado, de pelo rojizo y ojos verdosos —Llegaste en el momento y lugar equivocado —dijo mientras empezaba a caminar hacia él. ¿En serio? ¡¿En serio?! Ya estaba odiando la ciudad y eso que ni siquiera la había recorrido del todo. ¡Maldita suerte! El pelirrojo sacó una navaja. ¡¿Acaso no lo habían escuchado?! Poco a poco se iba convenciendo de que era un imán para los problemas. Suspiró. De un solo movimiento, ya estaba en el lugar donde estaba el otro sujeto. Lo miró mientras los dos tipos de antes iban cayendo poco a poco al suelo. No usó la parte con filo de su espada, no los iba a matar sin razón alguna.
El otro era, igual que él, peliblanco. Si bien estaba agachado, daba la impresión de que era alto. ¿Dos metros? Rondaría esa estatura. Sus ojos eran celestes, aunque sentía que era el aburrimiento con piernas. Observó y entendió la situación. El tipo que estaba tirado en el suelo estaba herido y tenía un sangrado, al parecer, importante. ¿Lo habrían hecho los dos tipos de antes? Era lo más probable si se ponía a pensar.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó con un tono casual —Yo soy un médico —comentó con seguridad. Había escuchado algo de unos papeles, pero no había entendido del todo el contexto. A un lado del hombre había un maletín tirado en el suelo, estaba medio abierto, quizás por la caída, pero podía vislumbrar que había unos papeles ahí dentro —. Supongo que a esto se refiere —dijo en voz alta mientras esperaba una respuesta del peliblanco —Ah, cierto. Soy Toshiro Hitsugaya, un gusto —prosiguió. Esperando que él si fuera diferente a los otros, después de todo, estaba ayudando a alguien que estaba herido. ¿Qué tanta mala suerte debería tener para que todos los tipos que conociera en la isla lo quisieran matar?
Quedó bastante impresionado por la arquitectura de la ciudad porteña. Las grandes casas eran de madera y piedra, las calles eran de granito y podía observar un mercado costero bastante lleno de gente. Compró un par de manzanas y peras, las metió en una bolsa y siguió su camino. No tenía muy claro donde ir y, por esos azares del destino, el peliblanco se perdió. Ya no sabía por donde regresar y tampoco se había parado a fijar un lugar objetivo por si eso pasaba. Entre la gente, lo bello que era el lugar, Toshiro se sumergió en sus pensamientos, cuando se quiso dar cuenta ya era muy tarde. Estaba en un callejón. Intentó retomar sus pasos, pero estaba confundido y no sabía muy bien cómo es que se llegaba a la calle principal. Quizás debió comprar un mapa de la isla con los lugares más turísticos para tener cierta referencia, pero tanto el puesto donde lo había visto como el lugar donde estaba dicho local, se le había olvidado.
Suspiró con desgana. ¿Qué podía hacer? No veía a nadie y tampoco escuchaba el bullicio que esperaba de lo que podría llegar a ser una calle principal. Había llegado, al parecer, a una de esas calles o pasajes donde no pasaba mucha gente. ”Nota mental, siempre al llegar a una isla, comprar un mapa” —se dijo a si mismo mientras seguía vagando por la ciudad tratando de encontrar el camino de regreso. Llegó… A un callejón, otra vez. ¡¿Es que acaso solo existían callejones sin salida en Hallstat?! Era un maldito laberinto y entre más se internaba en las callejuelas, más y más se perdía. ¡¿Acaso no pensaban en los turistas?! Poner carteles avisando de cómo llegar a cualquier lugar no vendría mal. Más si se trataba de, en teoría, la isla más grande del North Blue. Pateó una piedra, ofuscado y maldiciendo su suerte. Una luz se vio al final del túnel, escuchó voces cerca. ¡Gente! ¡Posibilidad de volver a su camino!
No tardó mucho en llegar, pero, al parecer, su mala suerte seguía. La situación era… Extraña. Un hombre tirado en el suelo, otro tratando de ayudarlo y dos típicos matones que estaban ahí. ¿Acaso no podía tener más mala suerte? Nadie había reparado en su presencia, pero… Algo le decía que no duraría mucho. Retrocedió un par de pasos y pasó a golpear una pequeña piedrecita que hizo un ligero ruido. Maldijo para sus adentros y los tipos se giraron. Lo miraron, se miraron y se rieron. Sí, Toshiro no era de los tipos más intimidantes del mundo, de hecho, estaba seguro de que no podría intimidar a nadie. Pequeños problemas de ser alguien tan… ¿Joven? ¿Pequeño? ¿Con cara de buena gente?
—Etto… —dijo mientras ambos se miraban tratando de pensar que hacer con él —Solo quiero regresar a la calle principal, no quiero problemas.
—Pues maldice tu suerte, niño —comentó uno de ellos. Era alto y delgado, de pelo rojizo y ojos verdosos —Llegaste en el momento y lugar equivocado —dijo mientras empezaba a caminar hacia él. ¿En serio? ¡¿En serio?! Ya estaba odiando la ciudad y eso que ni siquiera la había recorrido del todo. ¡Maldita suerte! El pelirrojo sacó una navaja. ¡¿Acaso no lo habían escuchado?! Poco a poco se iba convenciendo de que era un imán para los problemas. Suspiró. De un solo movimiento, ya estaba en el lugar donde estaba el otro sujeto. Lo miró mientras los dos tipos de antes iban cayendo poco a poco al suelo. No usó la parte con filo de su espada, no los iba a matar sin razón alguna.
El otro era, igual que él, peliblanco. Si bien estaba agachado, daba la impresión de que era alto. ¿Dos metros? Rondaría esa estatura. Sus ojos eran celestes, aunque sentía que era el aburrimiento con piernas. Observó y entendió la situación. El tipo que estaba tirado en el suelo estaba herido y tenía un sangrado, al parecer, importante. ¿Lo habrían hecho los dos tipos de antes? Era lo más probable si se ponía a pensar.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó con un tono casual —Yo soy un médico —comentó con seguridad. Había escuchado algo de unos papeles, pero no había entendido del todo el contexto. A un lado del hombre había un maletín tirado en el suelo, estaba medio abierto, quizás por la caída, pero podía vislumbrar que había unos papeles ahí dentro —. Supongo que a esto se refiere —dijo en voz alta mientras esperaba una respuesta del peliblanco —Ah, cierto. Soy Toshiro Hitsugaya, un gusto —prosiguió. Esperando que él si fuera diferente a los otros, después de todo, estaba ayudando a alguien que estaba herido. ¿Qué tanta mala suerte debería tener para que todos los tipos que conociera en la isla lo quisieran matar?
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Una voz en su interior parecía gritarle que estaba en peligro, pero si perdía el tiempo en esos dos matones las posibilidades de salvar al hombre se reducirían prácticamente a cero. Chasqueó la lengua al encontrarse en esa difícil situación en la que debía elegir entre salvarse a sí mismo o ayudar a un desconocido. ¿Por qué dudaba tanto, en cualquier caso? La respuesta no tardó en llegar a su cabeza; acto seguido, alcanzó el maletín que le acompañaba a todas partes. Podían verse distintos cuchillos y utensilios de cocina, pero también había bisturíes y otros artilugios médicos. El problema era que no podría cerrar la herida si es que los asaltantes interrumpían.
Algunos lo llamarán destino; otros, suerte. Pero en ese momento apareció un joven de cabellos blancos que cualquiera podría confundirlo con el hermano menor de Prometeo. Los matones intentaron pasarse de listos y lo atacaron sin ninguna razón. El homúnculo no daba crédito a lo que sus ojos le mostraban… ¿Por qué abalanzarse a un chico que no tenía nada que ver en esa situación? Sintió que la sangre que fluía por sus venas comenzaba a arder al mismo tiempo que unas llamas azules empezaban a nacer en distintas partes de su cuerpo, no obstante, todo el enrollo acabó en un santiamén. El espadachín resultó ser increíblemente hábil, al menos lo suficiente para derribar a esos dos sin siquiera esforzarse. Y como si la vida quisiera demostrarle que la bondad siempre se sobreponía a la maldad, el desconocido ofreció su ayuda.
—Sí, por favor. ¿Puedes desinfectar mis herramientas mientras trato sus heridas? En mi maletín hay alcohol, hilo y agujas. —Sonaba una pregunta un tanto estúpida, es decir, no había manera de que pudiera tratarle sin los artilugios. No obstante, y sin esperar la respuesta del albino, sus manos desprendieron unas llamas celestes y con chispas doradas. Actualmente, carecían de la fuerza necesaria para cerrar por completo la herida del hombre, pero al menos ya no corría riesgo de muerte.
Luego de que el joven Toshiro desinfectara sus artilugios, el revolucionario comenzó a coser con una destreza impresionante la herida del desconocido. Prometeo sabía que era ingenuo, el mundo se lo había hecho saber en ocasiones anteriores, pero no era estúpido. Era consciente de que muy probablemente estaba ayudando a un criminal, sin embargo, ante los ojos del fénix todas las vidas tenían el mismo valor. Nadie en todo el mundo debía decidir quién vivía y quién no. En algún momento la justicia se encargaría de sentenciar a ese hombre.
—G-Gracias… Ustedes dos… Las páginas… Deben llevarlas al muelle, si no Rachel… Ella morirá, por favor… —A pesar de su condición, el desconocido reunió las fuerzas necesarias para hablar, y las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos—. ¡Por favor…!
—Siento pedirte esto, pero debemos llevarlo a un hospital… Si lo dejamos aquí acabará muriendo. Puede que esté a salvo por ahora, pero sin el cuidado necesario sus heridas se infectarán y morirá —le explicó al muchacho, inclinando la cabeza.
Algunos lo llamarán destino; otros, suerte. Pero en ese momento apareció un joven de cabellos blancos que cualquiera podría confundirlo con el hermano menor de Prometeo. Los matones intentaron pasarse de listos y lo atacaron sin ninguna razón. El homúnculo no daba crédito a lo que sus ojos le mostraban… ¿Por qué abalanzarse a un chico que no tenía nada que ver en esa situación? Sintió que la sangre que fluía por sus venas comenzaba a arder al mismo tiempo que unas llamas azules empezaban a nacer en distintas partes de su cuerpo, no obstante, todo el enrollo acabó en un santiamén. El espadachín resultó ser increíblemente hábil, al menos lo suficiente para derribar a esos dos sin siquiera esforzarse. Y como si la vida quisiera demostrarle que la bondad siempre se sobreponía a la maldad, el desconocido ofreció su ayuda.
—Sí, por favor. ¿Puedes desinfectar mis herramientas mientras trato sus heridas? En mi maletín hay alcohol, hilo y agujas. —Sonaba una pregunta un tanto estúpida, es decir, no había manera de que pudiera tratarle sin los artilugios. No obstante, y sin esperar la respuesta del albino, sus manos desprendieron unas llamas celestes y con chispas doradas. Actualmente, carecían de la fuerza necesaria para cerrar por completo la herida del hombre, pero al menos ya no corría riesgo de muerte.
Luego de que el joven Toshiro desinfectara sus artilugios, el revolucionario comenzó a coser con una destreza impresionante la herida del desconocido. Prometeo sabía que era ingenuo, el mundo se lo había hecho saber en ocasiones anteriores, pero no era estúpido. Era consciente de que muy probablemente estaba ayudando a un criminal, sin embargo, ante los ojos del fénix todas las vidas tenían el mismo valor. Nadie en todo el mundo debía decidir quién vivía y quién no. En algún momento la justicia se encargaría de sentenciar a ese hombre.
—G-Gracias… Ustedes dos… Las páginas… Deben llevarlas al muelle, si no Rachel… Ella morirá, por favor… —A pesar de su condición, el desconocido reunió las fuerzas necesarias para hablar, y las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos—. ¡Por favor…!
—Siento pedirte esto, pero debemos llevarlo a un hospital… Si lo dejamos aquí acabará muriendo. Puede que esté a salvo por ahora, pero sin el cuidado necesario sus heridas se infectarán y morirá —le explicó al muchacho, inclinando la cabeza.
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No había bajado la guardia, solo por si acaso resultaba ser que el peliblanco se estuviera haciendo pasar por uno de ellos, pero todo indicaba era lo contrario. Tenía cierta curiosidad sobre los papeles que había visto en el maletín del hombre que estaba tirado en el piso. Las palabras del albino lo hicieron volver a la realidad y solo asintió con la cabeza. Atento a todo lo que pasaba a su alrededor, solo por si los dos que había dejado inconsciente tenían más amigos tan gentiles como ellos. Empezó a limpiar uno por uno los instrumentos del médico mientras que lo miraba. ¡¿Qué eran esas llamas azules?! No pudo evitar sorprenderse ante lo que sus ojos veían y no pudo evitar abrir un poco su quijada cuando iba viendo que la herida del sujeto iba curándose casi por arte de magia. ¡¿Qué tipo de brujería era esa?! Estaba realmente impactado y no pudo más que seguir viendo su destreza con los implementos una vez se los pasó.
¿Qué tipo de poder había sido eso? Sabía que el mundo fuera de su isla era un gran misterio, pero nunca se había imaginado que eso era posible… Aunque, bueno, Toshiro controlaba las almas, quizás, solo quizás, solo estaba exagerando un poco. De todos modos, las palabras de aquel tipo eran curiosas. ¿Qué tan importantes eran esos papeles? ¿Tendrían secretos que nadie más debía saber? Aunque, al parecer, él estaba más preocupado por una mujer, Rachel. Su vida dependía de que lo que había en ese maletín llegara al puerto. Toshiro, casi involuntariamente, lo levantó mientras iba escuchando las palabras del albino. Se sintió un poco avergonzado del hecho de que inclinara su cabeza e hizo un ligero ademán con las manos para que le quitara importancia al asunto.
—No perdamos el tiempo, etto… ¿Cómo te llamas? —preguntó mirando al albino mientras que con sumo cuidado colocaba al herido sobre su espalda y, usando su espada como soporte, lo levantó —Vamos, no creo que sea buena idea quedarnos aquí en caso de que alguien más vuelva. Ten —le comentó mientras le pasaba el otro maletín, el que tenía los papeles.
No estaba del todo seguro si era verdad o mentira lo que él estaba diciendo, pero… Sonaba creíble. Dudaba que alguien pidiera ayuda para salvar a alguien y mintiera, quería creer que la bondad superaba a la maldad. Tampoco es que confiara mucho en el albino, pero sus actos demostraban, al menos, que era buena persona. Sin esperar mucha respuesta, empezó a caminar. Por suerte, el herido podía hablar e ir indicando el camino. ¡Al fin tenía algo con lo que guiarse! Ya estaba aburrido de tener que dar vueltas como imbécil por la ciudad. ”Aunque, cada uno da las vueltas como puede... ¿Me acabo de llamar imbécil?” —pensó con cierta gracia mientras caminaban por las calles de la ciudad.
No tardaron mucho en llegar a un pequeño hospital que estaba cerca de donde estaban. En cuanto lo vieron cargar con el herido, dos enfermeras corrieron, le hicieron un par de preguntas y se lo llevaron. Al menos, él estaría bien. Aunque de no por ser el albino, quizás otro gallo cantaría. ¿Habría sido mera coincidencia llegar al mismo lugar? Se quedó callado unos segundos, pensando en lo que habría pasado de no haber llegado. El tipo de las llamas azules quizás hubiera podido fácilmente con esos dos matones, pero ¿habría sido capaz de salvarle la vida? Negó con la cabeza un par de veces, eso no era lo importante en esa situación.
—Tal parece que nos hemos metido en un problema —dijo. Omitiendo comentar que era un imán de problemas y estuvo a poco de pedir disculpas —¿Qué haremos? Podría ser una trampa —comentó mientras miraba el maletín con los papeles.
¿Qué tipo de poder había sido eso? Sabía que el mundo fuera de su isla era un gran misterio, pero nunca se había imaginado que eso era posible… Aunque, bueno, Toshiro controlaba las almas, quizás, solo quizás, solo estaba exagerando un poco. De todos modos, las palabras de aquel tipo eran curiosas. ¿Qué tan importantes eran esos papeles? ¿Tendrían secretos que nadie más debía saber? Aunque, al parecer, él estaba más preocupado por una mujer, Rachel. Su vida dependía de que lo que había en ese maletín llegara al puerto. Toshiro, casi involuntariamente, lo levantó mientras iba escuchando las palabras del albino. Se sintió un poco avergonzado del hecho de que inclinara su cabeza e hizo un ligero ademán con las manos para que le quitara importancia al asunto.
—No perdamos el tiempo, etto… ¿Cómo te llamas? —preguntó mirando al albino mientras que con sumo cuidado colocaba al herido sobre su espalda y, usando su espada como soporte, lo levantó —Vamos, no creo que sea buena idea quedarnos aquí en caso de que alguien más vuelva. Ten —le comentó mientras le pasaba el otro maletín, el que tenía los papeles.
No estaba del todo seguro si era verdad o mentira lo que él estaba diciendo, pero… Sonaba creíble. Dudaba que alguien pidiera ayuda para salvar a alguien y mintiera, quería creer que la bondad superaba a la maldad. Tampoco es que confiara mucho en el albino, pero sus actos demostraban, al menos, que era buena persona. Sin esperar mucha respuesta, empezó a caminar. Por suerte, el herido podía hablar e ir indicando el camino. ¡Al fin tenía algo con lo que guiarse! Ya estaba aburrido de tener que dar vueltas como imbécil por la ciudad. ”Aunque, cada uno da las vueltas como puede... ¿Me acabo de llamar imbécil?” —pensó con cierta gracia mientras caminaban por las calles de la ciudad.
No tardaron mucho en llegar a un pequeño hospital que estaba cerca de donde estaban. En cuanto lo vieron cargar con el herido, dos enfermeras corrieron, le hicieron un par de preguntas y se lo llevaron. Al menos, él estaría bien. Aunque de no por ser el albino, quizás otro gallo cantaría. ¿Habría sido mera coincidencia llegar al mismo lugar? Se quedó callado unos segundos, pensando en lo que habría pasado de no haber llegado. El tipo de las llamas azules quizás hubiera podido fácilmente con esos dos matones, pero ¿habría sido capaz de salvarle la vida? Negó con la cabeza un par de veces, eso no era lo importante en esa situación.
—Tal parece que nos hemos metido en un problema —dijo. Omitiendo comentar que era un imán de problemas y estuvo a poco de pedir disculpas —¿Qué haremos? Podría ser una trampa —comentó mientras miraba el maletín con los papeles.
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Volvió a agradecer la intervención del pequeño albino y luego le observó casi como si quisiera analizarlo con la mirada. El Comandante era muchísimo más fuerte que ese joven, pero su mirada… Desprendía esa misma luz que había visto en los ojos de la señorita Abigail. Sonrió para sí mismo. El mundo día a día le sorprendía en cuestiones como esa, cruzándole con gente sorprendente.
—Perdón por no haberme presentado antes. Soy Prometeo, mucho gusto —respondió ante las palabras del joven Toshiro.
A medida que caminaban hacia el hospital guiados por el herido, el homúnculo pensaba en esas hojas que con tanto ahínco protegía. Debían ser muy importantes para él, incluso para otra persona. No quería volver a molestar al espadachín, así que él mismo se encargaría de llevar los papeles hasta el muelle. Probablemente les echaría un vistazo para saciar su curiosidad, después de todo, tampoco era idiota: necesitaba saber lo que estaba transportando.
—Creo que debemos ayudar a este hombre —contestó, adoptando una postura pensativa—. Puede que se trate de una trampa, pero he visto tus movimientos: eres fuerte. Si ambos nos ocupamos de este asunto es muy probable que no suponga problemas para ninguno.
El joven de cabellos blancos era rápido y muy bueno con la espada, lo había visto con sus propios ojos deshacerse de dos grandes hombres en cuestión de segundos. Prometeo no tenía especial cariño hacia las espadas, pues estas estaban hechas para quitar vidas. Sin embargo, prefería creer que cada portador le daba un propósito distinto. ¿Y si en vez de cegar vidas las protegían? Un camino así sonaba muchísimo más agradable para el revolucionario, uno en el que quería creer. Por otra parte, él mismo podía considerarse un artista marcial relativamente hábil, aunque aún tenía bastante por aprender. Podía encargarse de la vanguardia y escoltar al joven Toshiro para que hiciera a un lado a los hombres que quisieran interrumpir su camino.
—Llevar las páginas al puerto no suena arriesgado y estamos cerca —comentó entonces sin estar demasiado seguro de sus palabras. ¿En serio estaban cerca…?—, aunque si vamos a caminar… Prefiero que tú nos guíes, por favor. Pasé casi toda mi vida en la Jaula de Cristal y no he desarrollado un sentido de la orientación.
Esperaba que el muchacho aceptase su oferta, pero si prefería quedarse en el hospital o simplemente turistear por Hallstat, no se enfadaría: todo lo contrario. Agradecería una vez más su ayuda y él mismo se ocuparía de las hojas. No tenía idea de quién era esa tal Rachel, pero si podía ayudar, bueno, encantado.
—Perdón por no haberme presentado antes. Soy Prometeo, mucho gusto —respondió ante las palabras del joven Toshiro.
A medida que caminaban hacia el hospital guiados por el herido, el homúnculo pensaba en esas hojas que con tanto ahínco protegía. Debían ser muy importantes para él, incluso para otra persona. No quería volver a molestar al espadachín, así que él mismo se encargaría de llevar los papeles hasta el muelle. Probablemente les echaría un vistazo para saciar su curiosidad, después de todo, tampoco era idiota: necesitaba saber lo que estaba transportando.
—Creo que debemos ayudar a este hombre —contestó, adoptando una postura pensativa—. Puede que se trate de una trampa, pero he visto tus movimientos: eres fuerte. Si ambos nos ocupamos de este asunto es muy probable que no suponga problemas para ninguno.
El joven de cabellos blancos era rápido y muy bueno con la espada, lo había visto con sus propios ojos deshacerse de dos grandes hombres en cuestión de segundos. Prometeo no tenía especial cariño hacia las espadas, pues estas estaban hechas para quitar vidas. Sin embargo, prefería creer que cada portador le daba un propósito distinto. ¿Y si en vez de cegar vidas las protegían? Un camino así sonaba muchísimo más agradable para el revolucionario, uno en el que quería creer. Por otra parte, él mismo podía considerarse un artista marcial relativamente hábil, aunque aún tenía bastante por aprender. Podía encargarse de la vanguardia y escoltar al joven Toshiro para que hiciera a un lado a los hombres que quisieran interrumpir su camino.
—Llevar las páginas al puerto no suena arriesgado y estamos cerca —comentó entonces sin estar demasiado seguro de sus palabras. ¿En serio estaban cerca…?—, aunque si vamos a caminar… Prefiero que tú nos guíes, por favor. Pasé casi toda mi vida en la Jaula de Cristal y no he desarrollado un sentido de la orientación.
Esperaba que el muchacho aceptase su oferta, pero si prefería quedarse en el hospital o simplemente turistear por Hallstat, no se enfadaría: todo lo contrario. Agradecería una vez más su ayuda y él mismo se ocuparía de las hojas. No tenía idea de quién era esa tal Rachel, pero si podía ayudar, bueno, encantado.
El primer destino en su aventura decidió que fuese Hallstat. Había sido durante los últimos 2 años el principal punto de comercio de su pequeña franquicia familiar y sabía de buena mano que un lugar tan grande era el huerto perfecto para que crecieran las actividades criminales, y necesitaba dinero. Rápido.
Por fortuna la gran isla se encontraba realmente cerca de su escondite y en el mismo día en el que partió atracó en una de sus ciudades costeras. La parte fácil había terminado, ahora tocaba lo peor: relacionarse. Dos años viviendo en una cabaña en una isla desierta con la única compañía de un padre deprimido hacen mella en tus habilidades sociales y si a eso le sumas el tener que inmiscuirte en un mundo del que nunca has formado parte como es el criminal te encuentras con una gesta más complicada que escalar el Red Line con la única ayuda de un tenedor mellado. Pero tenía una ligera noción de oídas de cómo funcionaba el bajo mundo y se había numerado un plan mental para conseguir meterse como el rey del mismo.
Paso 1. Ir al comercio más cercano y conseguir el objeto que por antonomasia define a los chicos malos: unas gafas de sol. Con la actividad comercial que poblaba las calles de la ciudad no debería de resultar complicado de conseguir, pero había un pequeño problema si la tecnología más reciente que se vendía eran arados. Nunca entendió cómo ni por qué aquella isla seguía empeñada en preservar sus medievales tradiciones, más aún teniendo un puerto donde se hacían tantos intercambios a gran escala. Resulta que había una ley que impedía que entrase al comercio interno ningún objeto que no admitiera el barón a cargo de la zona primero.
Finalmente en una tienda de antigüedades, es decir, un supermercado del lugar, el viejo recepcionista levantó una ceja ante su pregunta. Miró a ambos lados para asegurarse de que no le oyesen y dijo las palabras que Yoldin estaba intentando oir: "ven conmigo a la trastienda". Allí consiguió un par de gafas de media luna completamente negras por 10 veces su precio normal. Estaba un poco mosca por perder tanto dinero, pero consiguió una pieza clave en su plan y se confirmó su teoría: Hallstat era el lugar idóneo para la actividad criminal.
Paso 2. Adoptar un ademán chulo. Nada puede contigo, eres el tío más malo en 10 kilómetros a la redonda. Una vez te atacó un oso y le enseñaste a hablar solo para que te pidiera perdón. Una vez la marina te llevó preso e hiciste un agujero en el barco con los dientes para huir. Raftel en verdad es tu lugar de nacimiento pero hiciste una fiesta tan grande que al despertar estabas en Hallstat. Tu puedes con esto. Máquina. Fiera. Jefe. Figura. Monstruo. Mastodonte.
Paso 3. Ir a un bar de mala muerte en la peor zona de la ciudad y sentarte cerca del primer tipo con pinta de matón que encuentres. Pide la jarra de cerveza más grande que haya. No te quites las gafas ni un solo instante, que parezcan una prolongación de tu cuerpo. Llama la atención e inspira miedo.
Esto fue fácil. Se sumergió en las callejuelas con peor pinta del lugar y buscó un tugurio que inspirase verdadero temor. "El Diente de Tiburón". Perfecto. Pateó la puerta con ímpetu para abrirla y disfrutó durante un instante del ambiente de expectación que se generó a su alrededor. Todas las cabezas se voltearon en su dirección y siguieron así mientras con un andar sobreactuado golpeando fuertemente el suelo con cada paso se dirigió sin prisas a la barra.
-¡Posadero! -gritó aunque se encontrase justo en frente de él - una jarra de la mejor cerveza que tengas.
El posadero levantó una ceja, un poco reticente, pero le hizo caso. Parecía que la estrategia le estaba funcionando. Ahora tenía que identificar al matón. No fue difícil, pues justo a su lado, sin levantar la vista de su botella de ron, estaba sentado, encorvado sobre la barra, el tipo de espaldas más anchas que Yoldin hubiese visto en su vida. Tenía la cabeza completamente rapada y los tatuajes de calaveras y monstruos no dejaban ver ni un ápice de piel en el fornido brazo que agarraba su bebida. Todo perfecto para el próximo paso.
Paso 4.
Le dio un gran trago a su propia cerveza golpeando la barra fuertemente cuando terminó, se levantó y se dirigió bamboleándose más exageradamente todavía a aquel hombre. Se había agarrado del cinturón e iba inclinado hacia atrás, con su cuerpo bailando de izquierda a derecha mientras con el brazo libre exageraba los movimientos. En su defensa hay que decir que no todo era intencionado, pues no era un gran bebedor y aquel largo trago hacía que le costase encontrar su punto de gravedad. Paró a centímetros de la mole humana y se inclinó ésta vez hacia delante. Se apoyó las gafas en su nariz y le miró por encima de las mismas. Finalmente, con la voz más intimidante y barriobajera que pudo dijo:
-Tienesss... ¿Negocios?
El botellazo en la cabeza que recibió inmediatamente después le mandó directito al hospital.
Tuvo que quedarse hasta el día siguiente reposando en la cama, arreglándoselas como pudo para evitar que los enfermeros le quitaran la capa. Recibió 4 puntos en la ceja, pero por fortuna las gafas permanecieron intactas.
Por desgracia la estancia no le salió gratis y acabó por perder los pocos berries que le quedaban. De momento la aventura le estaba saliendo demasiado cara. Pero no se dio por vencido, aquel intento le había servido como prueba y error, ahora estaba convencido de que a la siguiente entraría de lleno en el mundo del contrabando.
Y parecía que la mala suerte se le había acabado, porque cuando le dieron el alta y se disponía a salir del lugar llegaron dos hombres de pelo blanco cargando con otro que parecía muy maltrecho. Observó desde la distancia cómo dejaban al herido a cargo de las enfermeras y se convenció por las miradas furtivas que le echaban al maletín que portaban que se traían algo entre manos.
Contento con el escenario se remangó, colocó bien la capa sobre sus hombros, se puso sus gafas y decidido (sin perder la chulería que tan bien había construido), se dirigió hacia el peculiar dúo y lanzó la pregunta de nuevo.
-Tenéisss...¿Negocios?
Por fortuna la gran isla se encontraba realmente cerca de su escondite y en el mismo día en el que partió atracó en una de sus ciudades costeras. La parte fácil había terminado, ahora tocaba lo peor: relacionarse. Dos años viviendo en una cabaña en una isla desierta con la única compañía de un padre deprimido hacen mella en tus habilidades sociales y si a eso le sumas el tener que inmiscuirte en un mundo del que nunca has formado parte como es el criminal te encuentras con una gesta más complicada que escalar el Red Line con la única ayuda de un tenedor mellado. Pero tenía una ligera noción de oídas de cómo funcionaba el bajo mundo y se había numerado un plan mental para conseguir meterse como el rey del mismo.
Paso 1. Ir al comercio más cercano y conseguir el objeto que por antonomasia define a los chicos malos: unas gafas de sol. Con la actividad comercial que poblaba las calles de la ciudad no debería de resultar complicado de conseguir, pero había un pequeño problema si la tecnología más reciente que se vendía eran arados. Nunca entendió cómo ni por qué aquella isla seguía empeñada en preservar sus medievales tradiciones, más aún teniendo un puerto donde se hacían tantos intercambios a gran escala. Resulta que había una ley que impedía que entrase al comercio interno ningún objeto que no admitiera el barón a cargo de la zona primero.
Finalmente en una tienda de antigüedades, es decir, un supermercado del lugar, el viejo recepcionista levantó una ceja ante su pregunta. Miró a ambos lados para asegurarse de que no le oyesen y dijo las palabras que Yoldin estaba intentando oir: "ven conmigo a la trastienda". Allí consiguió un par de gafas de media luna completamente negras por 10 veces su precio normal. Estaba un poco mosca por perder tanto dinero, pero consiguió una pieza clave en su plan y se confirmó su teoría: Hallstat era el lugar idóneo para la actividad criminal.
Paso 2. Adoptar un ademán chulo. Nada puede contigo, eres el tío más malo en 10 kilómetros a la redonda. Una vez te atacó un oso y le enseñaste a hablar solo para que te pidiera perdón. Una vez la marina te llevó preso e hiciste un agujero en el barco con los dientes para huir. Raftel en verdad es tu lugar de nacimiento pero hiciste una fiesta tan grande que al despertar estabas en Hallstat. Tu puedes con esto. Máquina. Fiera. Jefe. Figura. Monstruo. Mastodonte.
Paso 3. Ir a un bar de mala muerte en la peor zona de la ciudad y sentarte cerca del primer tipo con pinta de matón que encuentres. Pide la jarra de cerveza más grande que haya. No te quites las gafas ni un solo instante, que parezcan una prolongación de tu cuerpo. Llama la atención e inspira miedo.
Esto fue fácil. Se sumergió en las callejuelas con peor pinta del lugar y buscó un tugurio que inspirase verdadero temor. "El Diente de Tiburón". Perfecto. Pateó la puerta con ímpetu para abrirla y disfrutó durante un instante del ambiente de expectación que se generó a su alrededor. Todas las cabezas se voltearon en su dirección y siguieron así mientras con un andar sobreactuado golpeando fuertemente el suelo con cada paso se dirigió sin prisas a la barra.
-¡Posadero! -gritó aunque se encontrase justo en frente de él - una jarra de la mejor cerveza que tengas.
El posadero levantó una ceja, un poco reticente, pero le hizo caso. Parecía que la estrategia le estaba funcionando. Ahora tenía que identificar al matón. No fue difícil, pues justo a su lado, sin levantar la vista de su botella de ron, estaba sentado, encorvado sobre la barra, el tipo de espaldas más anchas que Yoldin hubiese visto en su vida. Tenía la cabeza completamente rapada y los tatuajes de calaveras y monstruos no dejaban ver ni un ápice de piel en el fornido brazo que agarraba su bebida. Todo perfecto para el próximo paso.
Paso 4.
Le dio un gran trago a su propia cerveza golpeando la barra fuertemente cuando terminó, se levantó y se dirigió bamboleándose más exageradamente todavía a aquel hombre. Se había agarrado del cinturón e iba inclinado hacia atrás, con su cuerpo bailando de izquierda a derecha mientras con el brazo libre exageraba los movimientos. En su defensa hay que decir que no todo era intencionado, pues no era un gran bebedor y aquel largo trago hacía que le costase encontrar su punto de gravedad. Paró a centímetros de la mole humana y se inclinó ésta vez hacia delante. Se apoyó las gafas en su nariz y le miró por encima de las mismas. Finalmente, con la voz más intimidante y barriobajera que pudo dijo:
-Tienesss... ¿Negocios?
El botellazo en la cabeza que recibió inmediatamente después le mandó directito al hospital.
Tuvo que quedarse hasta el día siguiente reposando en la cama, arreglándoselas como pudo para evitar que los enfermeros le quitaran la capa. Recibió 4 puntos en la ceja, pero por fortuna las gafas permanecieron intactas.
Por desgracia la estancia no le salió gratis y acabó por perder los pocos berries que le quedaban. De momento la aventura le estaba saliendo demasiado cara. Pero no se dio por vencido, aquel intento le había servido como prueba y error, ahora estaba convencido de que a la siguiente entraría de lleno en el mundo del contrabando.
Y parecía que la mala suerte se le había acabado, porque cuando le dieron el alta y se disponía a salir del lugar llegaron dos hombres de pelo blanco cargando con otro que parecía muy maltrecho. Observó desde la distancia cómo dejaban al herido a cargo de las enfermeras y se convenció por las miradas furtivas que le echaban al maletín que portaban que se traían algo entre manos.
Contento con el escenario se remangó, colocó bien la capa sobre sus hombros, se puso sus gafas y decidido (sin perder la chulería que tan bien había construido), se dirigió hacia el peculiar dúo y lanzó la pregunta de nuevo.
-Tenéisss...¿Negocios?
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A decir verdad, no era algo que sonara realmente peligroso. Solo era llevar unos papeles al puerto. Se quedó dubitativo al escuchar las preguntas de Prometeo. No tenía ninguna razón para no ir, pero tampoco tenía razones para ir. Quizás por la curiosidad de saber que terminaba pasando realmente, pero tampoco lo podía asegurar del todo. Se quedó en silencio unos segundos, meditando. ¿Ir o no ir? Suspiró. Le sorprendió un poco el hecho de que él le pidiera indicaciones, cuando de milagro había llegado a su situación y de no ser por el malherido, jamás hubieran llegado al hospital. Bueno, por suerte, estaban en una especie de colina y podía ver, más o menos, bien donde es que estaba el puerto.
—Vamos —dijo con una sonrisa —. Quiero ver como termina esta historia tan rara que empezamos.
Estaban por partir, cuando algo llamó su atención. Saliendo del hospital venía saliendo un tipo. ¿Por qué reparó en él? Porque su caminar era… ¿Raro? Peculiar. Sentía que estaba haciendo un teatro, algo para llamar la atención o bien, quizás, para autoconvencerse. Sea como sea, llegó a su posición y les habló. ”¿Y este de dónde salió?” —se preguntó. Era alto, bastante. Le sacaba mínimo unos diez o quince centímetros, cabeza rapada y ojos azules. Su pregunta fue rara, ¿negocios? ¿Acaso se veían de esa clase de hombres? ¿Qué era la mejor respuesta? ¿Cargarle el muerto a Prometeo y que él decidiera? Aunque tampoco, quizás, vendría mal un par de manos extras para la ocasión. No sabía exactamente en qué se iban a meter y cuanta más gente se les uniera, mejor, ¿no? Quizás la idea no le terminaba de convencer, pero tampoco es que se estuvieran jugando la vida… Creía, pensaba… No tenía idea, pero seguro estaba equivocado… Segurísimo…
—No son negocios como tal —dijo con voz neutra, aunque ni tan seria —. Solo tenemos que llevar ese maletín al puerto —¿Sería lo mejor confiar en un desconocido? ¿Y si estaba con ellos? Bueno, si era de los malos, solo tendrían que acabar con él y…. Aunque no le gustaba prejuzgar a la gente, no se veía tan complicado —. Te puedes unir si quieres, solo tienes que seguirnos. —comentó. Con eso, la decisión sería de él.
No esperó respuesta del otro, pero tampoco le interesaba mucho. Le hizo un ligero gesto a Prometeo y empezaron a caminar. Tenían que llegar al puerto, entregar el maletín, pero… ¿A quién? Bueno, seguro que lo terminaban averiguando. El tipo malherido quizás debió dejar más información al respecto. No solo decir el nombre de una mujer. Aunque tampoco es que ninguno de los dos albinos hubiera preguntado más. Todos habían pecado. El tipo por no decir más nada y ellos por no preguntar. De vez en cuando miraba de reojo, por encima de su hombro, a ver si el otro tipo los seguía o no. Quizás, con algo de suerte, sabrían que hacer una vez llegaran al puerto. De todos modos, no estaba con la guardia baja, ya sea por el tipo que, quizás, los terminaba acompañando o…. Por cualquiera, en general.
—Solo espero que no te equivoques, Prometeo —comentó mientras se colocaba ambas manos por detrás de la cabeza —. Bueno, si es una trampa, seguro que podemos salir de ese lugar. —dijo entre risas.
—Vamos —dijo con una sonrisa —. Quiero ver como termina esta historia tan rara que empezamos.
Estaban por partir, cuando algo llamó su atención. Saliendo del hospital venía saliendo un tipo. ¿Por qué reparó en él? Porque su caminar era… ¿Raro? Peculiar. Sentía que estaba haciendo un teatro, algo para llamar la atención o bien, quizás, para autoconvencerse. Sea como sea, llegó a su posición y les habló. ”¿Y este de dónde salió?” —se preguntó. Era alto, bastante. Le sacaba mínimo unos diez o quince centímetros, cabeza rapada y ojos azules. Su pregunta fue rara, ¿negocios? ¿Acaso se veían de esa clase de hombres? ¿Qué era la mejor respuesta? ¿Cargarle el muerto a Prometeo y que él decidiera? Aunque tampoco, quizás, vendría mal un par de manos extras para la ocasión. No sabía exactamente en qué se iban a meter y cuanta más gente se les uniera, mejor, ¿no? Quizás la idea no le terminaba de convencer, pero tampoco es que se estuvieran jugando la vida… Creía, pensaba… No tenía idea, pero seguro estaba equivocado… Segurísimo…
—No son negocios como tal —dijo con voz neutra, aunque ni tan seria —. Solo tenemos que llevar ese maletín al puerto —¿Sería lo mejor confiar en un desconocido? ¿Y si estaba con ellos? Bueno, si era de los malos, solo tendrían que acabar con él y…. Aunque no le gustaba prejuzgar a la gente, no se veía tan complicado —. Te puedes unir si quieres, solo tienes que seguirnos. —comentó. Con eso, la decisión sería de él.
No esperó respuesta del otro, pero tampoco le interesaba mucho. Le hizo un ligero gesto a Prometeo y empezaron a caminar. Tenían que llegar al puerto, entregar el maletín, pero… ¿A quién? Bueno, seguro que lo terminaban averiguando. El tipo malherido quizás debió dejar más información al respecto. No solo decir el nombre de una mujer. Aunque tampoco es que ninguno de los dos albinos hubiera preguntado más. Todos habían pecado. El tipo por no decir más nada y ellos por no preguntar. De vez en cuando miraba de reojo, por encima de su hombro, a ver si el otro tipo los seguía o no. Quizás, con algo de suerte, sabrían que hacer una vez llegaran al puerto. De todos modos, no estaba con la guardia baja, ya sea por el tipo que, quizás, los terminaba acompañando o…. Por cualquiera, en general.
—Solo espero que no te equivoques, Prometeo —comentó mientras se colocaba ambas manos por detrás de la cabeza —. Bueno, si es una trampa, seguro que podemos salir de ese lugar. —dijo entre risas.
Prometeo
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El homúnculo era esa clase de hombre que podía pecar de inocencia, creerse hasta las mentiras más ridículas y confiar en quien no debía, pero eso no le hacía necesariamente idiota; bueno, puede que un poco. La cosa es que también era de los listos, al menos esa era su configuración artificial. Tenía vastos conocimientos científicos y un pulso diestro para operar a cualquiera que lo necesitara, y esas cualidades no eran imitables por cualquiera. Y, dentro de todas las cosas que hacía bien, una de las que mejor se le daba era la improvisación. No es que no supiera elaborar planes altamente calificados, de hecho, era justo en lo que estaba pensando.
Lo único que debía hacer era entregar el maletín, aunque no sabía a quién. Puede que a nadie se le hubiese ocurrido por ser una falta de respeto, pero como el joven albino había aceptado acompañarle lo suyo era prepararse mínimamente. Muy a su pesar, el revolucionario espió el contenido del maletín. Le echó una rápida lectura y descubrió que se trataba de un texto histórico dividido en hojas independientes. También había una carta que apuntaba un nombre, una dirección y una fecha. Espera, ¿el hombre no se había pasado…? Ahí decía que debía ser entregado a Isabella Dickinson hacía tres días en el muelle de Hallstat.
—Gracias —se limitó a responder. Quizás había sonado frío y su voz tosca y seria no ayudaba a pensar lo contrario, pero en serio estaba agradecido.
Estuvo a punto de ponerse a caminar cuando fueron interrumpidos por una pregunta como mínimo extraña. Y con una pronunciación exagerada e innecesaria. Adoptó una postura pensativa para responderle correctamente al pelón de gafas, pero su acompañante respondió por él. No es que estuviese en contra de que lo hubiese invitado, aunque se preguntaba el por qué. Bueno, las cosas siempre eran más entretenidas mientras hubiera más gente.
El revolucionario tendió su mano hacia el hombre pequeño a modo de saludo y se presentó:
—Soy Prometeo, un gusto. Lo que hacemos no es ningún negocio, sólo un favor a un hombre que necesitaba ayuda —acabó respondiendo. Su voz, como de costumbre, sonaba inexpresiva y grave, como si hubiera fumado una cajetilla entera de cigarrillos.
Luego de oír la respuesta del hombre —o no—, retomó la caminata en dirección al puerto. Menos mal el joven Toshiro sabía por dónde iba, de lo contrario, él ya hubiera partido hacia el otro lado. Caminó en silencio, pensando en el hombre del callejón y quién era Rachel. Tenía el presentimiento de que estaba en problemas y todo parecía indicar que estaba involucrado con malas gentes. Podía ser inocente y confiado, pero últimamente había visto suficiente maldad para comenzar a creer en ella. Debía tenerlo presente, no solo por él, sino por los dos humanos que le acompañaban. Su misión era protegerlos sin importar qué, después de todo, le estaban ayudando en algo que él mismo se había buscado.
—Estaremos bien —aseguró, intentando contagiar al grupo con su confianza—. Les protegeré en todo momento, si llegase a hacer falta.
Lo único que debía hacer era entregar el maletín, aunque no sabía a quién. Puede que a nadie se le hubiese ocurrido por ser una falta de respeto, pero como el joven albino había aceptado acompañarle lo suyo era prepararse mínimamente. Muy a su pesar, el revolucionario espió el contenido del maletín. Le echó una rápida lectura y descubrió que se trataba de un texto histórico dividido en hojas independientes. También había una carta que apuntaba un nombre, una dirección y una fecha. Espera, ¿el hombre no se había pasado…? Ahí decía que debía ser entregado a Isabella Dickinson hacía tres días en el muelle de Hallstat.
—Gracias —se limitó a responder. Quizás había sonado frío y su voz tosca y seria no ayudaba a pensar lo contrario, pero en serio estaba agradecido.
Estuvo a punto de ponerse a caminar cuando fueron interrumpidos por una pregunta como mínimo extraña. Y con una pronunciación exagerada e innecesaria. Adoptó una postura pensativa para responderle correctamente al pelón de gafas, pero su acompañante respondió por él. No es que estuviese en contra de que lo hubiese invitado, aunque se preguntaba el por qué. Bueno, las cosas siempre eran más entretenidas mientras hubiera más gente.
El revolucionario tendió su mano hacia el hombre pequeño a modo de saludo y se presentó:
—Soy Prometeo, un gusto. Lo que hacemos no es ningún negocio, sólo un favor a un hombre que necesitaba ayuda —acabó respondiendo. Su voz, como de costumbre, sonaba inexpresiva y grave, como si hubiera fumado una cajetilla entera de cigarrillos.
Luego de oír la respuesta del hombre —o no—, retomó la caminata en dirección al puerto. Menos mal el joven Toshiro sabía por dónde iba, de lo contrario, él ya hubiera partido hacia el otro lado. Caminó en silencio, pensando en el hombre del callejón y quién era Rachel. Tenía el presentimiento de que estaba en problemas y todo parecía indicar que estaba involucrado con malas gentes. Podía ser inocente y confiado, pero últimamente había visto suficiente maldad para comenzar a creer en ella. Debía tenerlo presente, no solo por él, sino por los dos humanos que le acompañaban. Su misión era protegerlos sin importar qué, después de todo, le estaban ayudando en algo que él mismo se había buscado.
—Estaremos bien —aseguró, intentando contagiar al grupo con su confianza—. Les protegeré en todo momento, si llegase a hacer falta.
El pequeño fue el primero en responder y lo hizo de manera extraña: con una voz sin mayor emoción, una cara que dejaba translucir cierta duda y unas palabras despreocupadas. Seguidamente se dio la vuelta. Jarro de agua fría. Ya estaban los malditos humanos y sus aires de importancia tratando a otros como inferiores. Aún así no dejó que aquellas emociones le rompieran el personaje, estaba tan metido que casi se había creído él mismo que se había criado en el seno de una mafia. Y estaba clavando la interpretación. O eso creía él.
Luego habló el alto. Alzó la cabeza para poder mirarle a la cara. Joder, vaya puto monstruo, sobre todo en comparación con el otro peliblanco. Dudó por un momento que aquel hombre valiese realmente para un trabajo (perdón, Negocio) de contrabando, que era lo que se traían entre manos al parecer. Había respondido con palabras amables, pero una voz que provocó una sensación de extrema extrañeza en el aspirante a yakuza. Además cuando le miraba había algo que no le terminaba de encajar, parecía humano, pero había algo que gritaba que no lo era en sus tan perfectos rasgos.
Le tendió la mano y las cavilaciones de Yoldin fueron barridas de un plumazo, vio su oportunidad de brillar. ¿Qué era más propio de "La Calle" que los saludos personalizados? Ahora no les cabría duda que era descendiente directo de la familia Bege. Por desgracia no conocía muchos choques especiales, así que tiró con la coreografía más sencilla: chocó con ímpetu la mano amiga, chocó los dorsos y con la mano hecha un puño chocó de nuevo verticalmente en los dos sentidos para terminar con un golpe frontal y un bailecito de dedos según lo retiraba. Satisfecho con el resultado tocaba presentarse:
-A mi me podéis llamar Apolo. Buen nombre en clave el tuyo, bien pensado para uno de estos... Espera, ¿que? - cayó en la cuenta de lo que el alto acababa de decir- ¿Vais a hacer todo ésto por pura bondad, sin pedir nada a cambio? No me jodas, seguro que ese hombre tiene algo que ofrecer, si la empresa no hubiese sido peligrosa él no habría acabado en la cama de ese hospital.
Cuando Prometeo se volvió para alcanzar al enano sin nombreYoldin (no, Yoldin era el Birkan pirata que buscaba venganza por su familia, no el cool Yakuza que llevaba unas gafas super chulas) Apolo se quedó parado un momento sin saber qué hacer. Miró al hospital, pensando en que si volvía podría sacarle más información y una posible recompensa por sus servicios al herido. Sin embargo vio por el rabillo del ojo cómo una hilera de yelmos brillantes se dirigían al edificio con lanzas apuntando al cielo. Unió cabos rápidamente y supuso que iban tras el extraño maletín que llevaba la pareja de albinos. Estaba en lo correcto, aquello iba a ser una tarea peligrosa. Y lo peor es que los enfermeros le habían visto acompañándoles, ya estaba metido en aquel embrollo, con recompensa o sin ella.
Miró de nuevo a sus nuevos compañeros y se quedó un poco extrañado. ¿No querían llegar al puerto? ¿Por qué se dirigían al interior de la ciudad entonces? Parecían fuertes, pero su sentido de la orientación dejaba bastante que desear. Corrió entonces para avisarles de su error y de que al fin la caza había comenzado.
Luego habló el alto. Alzó la cabeza para poder mirarle a la cara. Joder, vaya puto monstruo, sobre todo en comparación con el otro peliblanco. Dudó por un momento que aquel hombre valiese realmente para un trabajo (perdón, Negocio) de contrabando, que era lo que se traían entre manos al parecer. Había respondido con palabras amables, pero una voz que provocó una sensación de extrema extrañeza en el aspirante a yakuza. Además cuando le miraba había algo que no le terminaba de encajar, parecía humano, pero había algo que gritaba que no lo era en sus tan perfectos rasgos.
Le tendió la mano y las cavilaciones de Yoldin fueron barridas de un plumazo, vio su oportunidad de brillar. ¿Qué era más propio de "La Calle" que los saludos personalizados? Ahora no les cabría duda que era descendiente directo de la familia Bege. Por desgracia no conocía muchos choques especiales, así que tiró con la coreografía más sencilla: chocó con ímpetu la mano amiga, chocó los dorsos y con la mano hecha un puño chocó de nuevo verticalmente en los dos sentidos para terminar con un golpe frontal y un bailecito de dedos según lo retiraba. Satisfecho con el resultado tocaba presentarse:
-A mi me podéis llamar Apolo. Buen nombre en clave el tuyo, bien pensado para uno de estos... Espera, ¿que? - cayó en la cuenta de lo que el alto acababa de decir- ¿Vais a hacer todo ésto por pura bondad, sin pedir nada a cambio? No me jodas, seguro que ese hombre tiene algo que ofrecer, si la empresa no hubiese sido peligrosa él no habría acabado en la cama de ese hospital.
Cuando Prometeo se volvió para alcanzar al enano sin nombre
Miró de nuevo a sus nuevos compañeros y se quedó un poco extrañado. ¿No querían llegar al puerto? ¿Por qué se dirigían al interior de la ciudad entonces? Parecían fuertes, pero su sentido de la orientación dejaba bastante que desear. Corrió entonces para avisarles de su error y de que al fin la caza había comenzado.
Hitsugaya Toshiro
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—No necesitamos héroes, Prometeo —comentó en respuesta a lo que había dicho. Se estaba haciendo una buena imagen de cómo era él y, en cierta parte, le agradaba. Su personalidad era del tipo protector y casi pensando más en los demás que en él. —. Creo que entre los do… —interrumpió su frase al que el otro, Apolo como se había presentado, los seguía —Tres podemos hacer bastante… Creo —dijo con tranquilidad. En realidad, no sabía si tenía razón, quizás se terminaban matando por entregar un simple maletín, pero un poco de optimismo no le venía mal a nadie —. Oh, cierto, soy Toshiro Hitsugaya. Perdón por no presentarme antes —finalizó esta vez mirando al nuevo integrante y le dedicó una ligera sonrisa.
Estaba concentrado, eso era un hecho, tanto que se había desviado un poco, por lo tanto, Prometeo también… Por suerte, Apolo, si parecía saber el camino correcto al puerto. Suspiró aliviado. Halltast, mirase por donde se mirase, era un laberinto y si él sabía llegar, pues… Todo iba bien. Observó que Prometeo miraba los papeles, al final, la curiosidad fue mucho más grande y, seguramente, Toshiro hubiera hecho lo mismo. Era por lo que, quizás, terminaban arriesgando la vida, ¿no? No lo negaba, saber que decía le carcomía por dentro, pero el albino se le había adelantado. ¿Qué dirían esos papeles? ¿Qué estaría escrito en ellos? Su imaginación volaba con cientos y cientos de hipotesis, desde secretos de alguna clase, recetas para drogas o médicas, un libro, el mapa definitivo para navegar por el Grand Line y un larguísimo etcétera.
Se sintió aliviado cuando volvió a ver el mercado. ¡Había regresado por donde llegó! Estaba contento. Al fin podría acabar toda esta loca aventura que comenzó por azares curiosos del destino. El joven espadachín no era muy creyente de esas cosas o de los famosos tarotistas, que lucraban intentando “adivinar el futuro”, pero que él se haya perdido en las calles de Hallstat, que haya llegado justo al lugar donde estaba Prometeo y que ahora estuviera camino a entregar un maletín con solo Dios sabe que cosas dentro, era mucha coincidencia como para no plantearse que, aunque bastante improbable, existía algo que movía los hilos de las personas y los hacía estar en el lugar y momento exacto.
Vislumbró el muelle a unas cuantas calles más y se detuvo. Era momento de pensar bien lo que iban a hacer una vez llegaran. No tenía muchas ideas, pero tres cabezas piensan mejor que una, ¿no? Quizás lo que había leído Prometeo de aquellas páginas podría darle más luces al asunto, pero tampoco se quería confiar, menos si no sabía a que estaba exponiendo realmente. Toshiro era de los que, si podía evitar el riesgo, lo haría… Siempre y cuando se pudiera, que él estaba, poco a poco, comprobando que él y el riesgo eran amigos inseparables. Una relación duradera, de años. Se apoyó en una pared cercana y miró a sus dos nuevos integrantes, no negaba que hablar frente a ellos era un poco difícil. Acostumbraba a estar solo y era bastante tímido en según qué situaciones, pero sentía en confianza al menos con el Prometeo, lastimosamente, no podía decir lo mismo de Apolo.
—Seguramente no pase nada excepcionalmente peligroso, pero hombre precavido vale por dos —comentó mientras se cruzaba de brazos —. Prometeo, ¿en lo que leíste salía algún nombre de a quién le debían entregar el maletín? ¿Alguna pista? —preguntó —Dudo que diga si el dueño es peligroso o no, pero… ¿Decía algo de él o ella? ¿Algo que nos ayude a identificarlo?
Estaba concentrado, eso era un hecho, tanto que se había desviado un poco, por lo tanto, Prometeo también… Por suerte, Apolo, si parecía saber el camino correcto al puerto. Suspiró aliviado. Halltast, mirase por donde se mirase, era un laberinto y si él sabía llegar, pues… Todo iba bien. Observó que Prometeo miraba los papeles, al final, la curiosidad fue mucho más grande y, seguramente, Toshiro hubiera hecho lo mismo. Era por lo que, quizás, terminaban arriesgando la vida, ¿no? No lo negaba, saber que decía le carcomía por dentro, pero el albino se le había adelantado. ¿Qué dirían esos papeles? ¿Qué estaría escrito en ellos? Su imaginación volaba con cientos y cientos de hipotesis, desde secretos de alguna clase, recetas para drogas o médicas, un libro, el mapa definitivo para navegar por el Grand Line y un larguísimo etcétera.
Se sintió aliviado cuando volvió a ver el mercado. ¡Había regresado por donde llegó! Estaba contento. Al fin podría acabar toda esta loca aventura que comenzó por azares curiosos del destino. El joven espadachín no era muy creyente de esas cosas o de los famosos tarotistas, que lucraban intentando “adivinar el futuro”, pero que él se haya perdido en las calles de Hallstat, que haya llegado justo al lugar donde estaba Prometeo y que ahora estuviera camino a entregar un maletín con solo Dios sabe que cosas dentro, era mucha coincidencia como para no plantearse que, aunque bastante improbable, existía algo que movía los hilos de las personas y los hacía estar en el lugar y momento exacto.
Vislumbró el muelle a unas cuantas calles más y se detuvo. Era momento de pensar bien lo que iban a hacer una vez llegaran. No tenía muchas ideas, pero tres cabezas piensan mejor que una, ¿no? Quizás lo que había leído Prometeo de aquellas páginas podría darle más luces al asunto, pero tampoco se quería confiar, menos si no sabía a que estaba exponiendo realmente. Toshiro era de los que, si podía evitar el riesgo, lo haría… Siempre y cuando se pudiera, que él estaba, poco a poco, comprobando que él y el riesgo eran amigos inseparables. Una relación duradera, de años. Se apoyó en una pared cercana y miró a sus dos nuevos integrantes, no negaba que hablar frente a ellos era un poco difícil. Acostumbraba a estar solo y era bastante tímido en según qué situaciones, pero sentía en confianza al menos con el Prometeo, lastimosamente, no podía decir lo mismo de Apolo.
—Seguramente no pase nada excepcionalmente peligroso, pero hombre precavido vale por dos —comentó mientras se cruzaba de brazos —. Prometeo, ¿en lo que leíste salía algún nombre de a quién le debían entregar el maletín? ¿Alguna pista? —preguntó —Dudo que diga si el dueño es peligroso o no, pero… ¿Decía algo de él o ella? ¿Algo que nos ayude a identificarlo?
Prometeo
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Lo que decía el joven Apolo tenía mucho sentido… El contenido del maletín era como mínimo complicado, pues era un montón de hojas desordenadas sin coherencia alguna. Con algo de tiempo y dedicación podía unir todas las páginas, formando así una escritura coherente y entendible. Lo verdaderamente importante era la carta. Si el hombre que repetía una y otra vez el nombre de Rachel terminó en el hospital por transportar algo así, había que tomar las precauciones pertinentes y andarse con cuidado. No es que fuese una cuestión de héroes o villanos, pero el espíritu protector de Prometeo le obligaba a posicionarse en la vanguardia y cuidar de sus compañeros.
Cuando el joven Toshiro preguntó sobre el contenido del maletín el revolucionario lo soltó todo. Le contó sobre un nombre de mujer, Isabella Dickinson, y lo tarde que se estaba entregando el contenido. Aunque solo fuera una posibilidad, prefirió ser muy enfático en decir que probablemente habría problemas. Un desconocido herido y perseguido por dos matones; eso no indicaba nada bueno. También estaba el asunto de Rachel. Si el grupo entregaba el maletín a Isabella, esa chica seguramente quedaría fuera del enrollo. También respondió la ubicación exacta que ponía ahí en la carta. En el treceavo muelle verían un barco pequeño sin una bandera ostentosa con el signo de una serpiente.
Un hombre moreno de gran tamaño custodiaba la entrada, cruzado de brazos y mirando feo a todo el que se le acercara. Espada a la altura de la cintura y un mohicano intimidante, empuñaba una lanza y cargaba un escudo con la otra mano. ¿La presencia de ese hombrón suponía la necesidad de un plan? Probablemente sí, pero Prometeo creía que diciéndole la verdad lo solucionaría todo. Si las cosas se ponían feas… Bueno, prefería no pensar en esas nimiedades.
—Buenas tardes, señor. Traemos el maletín con-
—No abras la boca, mocoso —le interrumpió el hombre que tenía una cicatriz vertical en su ojo izquierdo—. La señora espera dentro, y ten cuidado.
El soldado, luego de registrar a cada uno de los compañeros —si es que lo permitían, claro—, se retiró de su lugar y los dejó pasar.
Cuando el joven Toshiro preguntó sobre el contenido del maletín el revolucionario lo soltó todo. Le contó sobre un nombre de mujer, Isabella Dickinson, y lo tarde que se estaba entregando el contenido. Aunque solo fuera una posibilidad, prefirió ser muy enfático en decir que probablemente habría problemas. Un desconocido herido y perseguido por dos matones; eso no indicaba nada bueno. También estaba el asunto de Rachel. Si el grupo entregaba el maletín a Isabella, esa chica seguramente quedaría fuera del enrollo. También respondió la ubicación exacta que ponía ahí en la carta. En el treceavo muelle verían un barco pequeño sin una bandera ostentosa con el signo de una serpiente.
Un hombre moreno de gran tamaño custodiaba la entrada, cruzado de brazos y mirando feo a todo el que se le acercara. Espada a la altura de la cintura y un mohicano intimidante, empuñaba una lanza y cargaba un escudo con la otra mano. ¿La presencia de ese hombrón suponía la necesidad de un plan? Probablemente sí, pero Prometeo creía que diciéndole la verdad lo solucionaría todo. Si las cosas se ponían feas… Bueno, prefería no pensar en esas nimiedades.
—Buenas tardes, señor. Traemos el maletín con-
—No abras la boca, mocoso —le interrumpió el hombre que tenía una cicatriz vertical en su ojo izquierdo—. La señora espera dentro, y ten cuidado.
El soldado, luego de registrar a cada uno de los compañeros —si es que lo permitían, claro—, se retiró de su lugar y los dejó pasar.
El viaje de vuelta al puerto había sido sorprendentemente poco accidentado. Había esperado que al menos les hubieran parado a registrar una vez, pero ni siquiera una mirada por parte de los guardias. Yoldin estaba un poco decepcionado, pero a la vez contento pues el haber ido de vuelta durante todo el camino con las manos en los bolsillos y silbando sonoramente para dar bien a entender que no se traía nada entre manos había surtido su efecto. Quizás la piratería no era su destino, lo mismo podría labrarse la fortuna que necesitaba en lo alto de un escenario...
Silbando y soñando con su nombre en el paseo de la fama llegaron al puerto, en el muelle trece, no muy lejos de donde caía "El Diente de Tiburón". No dejó escapar esa oportunidad y mencionó a sus compañeros cómo solía frecuentar aquel local, donde se codeaba con los tipos más duros de la ciudad. El tipo que les recibió, de hecho, se parecía bastante al que le arreó el botellazo, pero esa parte prefirió guardársela para sí mismo. Prefirió dejarle las habladurías a Prometeo mientras él observaba su alrededor por si al final aquel "negocio" no se saldaba tan pacíficamente como llevaba hasta ahora.
El barco era una coca grande, sencilla y discreta, nada mucho más grande que para una tripulación de quince, así sí que si las cosas se ponían feas las matemáticas eran fáciles. Además aquel muelle parecía un lugar sin ley, según se habían ido acercando la cantidad de guardias había disminuido considerablemente y la cantidad de gente con mala pinta aumentó en proporción. Eso brindaba una cierta intimidad. Definitivamente aquel era el lugar perfecto para actividades de contrabando, daría su brazo izquierdo por que por ahí habían entrado sus gafas a la isla.
Entonces el guardia quiso registrarle. Yoldin se tensó inmediatamente y se apartó del hombre, saliendo de personaje completamente. Su voz y andares volvieron a la normalidad mientras avisaba al guardia de que no le dejaría ponerle un dedo encima, no podía permitirle curiosear qué se ocultaba debajo de su capa.
-Ni se te ocurra tocarme, cíclope. Si el poder entrar pasa por que me tengas que toquetear no voy a dar un paso por esa tabla. El problema es que si no entro no podré asegurarme de recibir mi debida recompensa justamente, así que tenemos 2 opciones: o se hace la transacción aquí o tú te fías de que te deje todas las armas y me dejas pasar.
El guardia frunció el ceño y se puso delante de la puerta de nuevo.
-Si no dejas que te registre no entras. Esas son las normas, lo tomas o lo dejas.
El joven se paró a valorar la situación. Había una tercera opción, pero no le gustaba un pelo la situación en la que se pondría. Acababa de conocer a los albinos pero aún así tendría que confiar su integridad física a ellos. Para empezar no se fiaba un pelo del pequeño, se había mostrado bastante tosco con él desde un principio y no dudaba en que le pudiese vender en cualquier momento. Pero miró a Prometeo y se encontró con que sus imperturbables y profundos ojos estaban clavados en él. El escalofrío que le recorrió la espalda cuando le conoció volvió, había algo en él que le daba muy mal rollo y no sabía decir qué era. Pero no dejó que su instinto se interpusiera con su razón. Había deducido que estaba haciendo aquello simplemente por bondad hacia el que hospitalizaron y aunque no hablaba mucho siempre se había mostrado... ¿protector?
-Hay una tercera opción. Tú no me tocas, te doy mis armas y para asegurar que no soy una amenaza me puedes atar las manos - propuso Yoldin. Había decidido que se fiaba del gigantón.
El guardia le observó con reticencia durante unos instantes.
-Manos y pies. Y no hagas ni un movimiento brusco o te abro la cabeza.
"¿Qué les pasará a los matones de ésta isla y mi cabeza?" se le cruzó por la mente antes de aceptar.
Y tras dejar a su Rompeolas y su garrote en manos del tuerto cruzó la pasarela con sus compañeros dando saltitos cual conejo.
Silbando y soñando con su nombre en el paseo de la fama llegaron al puerto, en el muelle trece, no muy lejos de donde caía "El Diente de Tiburón". No dejó escapar esa oportunidad y mencionó a sus compañeros cómo solía frecuentar aquel local, donde se codeaba con los tipos más duros de la ciudad. El tipo que les recibió, de hecho, se parecía bastante al que le arreó el botellazo, pero esa parte prefirió guardársela para sí mismo. Prefirió dejarle las habladurías a Prometeo mientras él observaba su alrededor por si al final aquel "negocio" no se saldaba tan pacíficamente como llevaba hasta ahora.
El barco era una coca grande, sencilla y discreta, nada mucho más grande que para una tripulación de quince, así sí que si las cosas se ponían feas las matemáticas eran fáciles. Además aquel muelle parecía un lugar sin ley, según se habían ido acercando la cantidad de guardias había disminuido considerablemente y la cantidad de gente con mala pinta aumentó en proporción. Eso brindaba una cierta intimidad. Definitivamente aquel era el lugar perfecto para actividades de contrabando, daría su brazo izquierdo por que por ahí habían entrado sus gafas a la isla.
Entonces el guardia quiso registrarle. Yoldin se tensó inmediatamente y se apartó del hombre, saliendo de personaje completamente. Su voz y andares volvieron a la normalidad mientras avisaba al guardia de que no le dejaría ponerle un dedo encima, no podía permitirle curiosear qué se ocultaba debajo de su capa.
-Ni se te ocurra tocarme, cíclope. Si el poder entrar pasa por que me tengas que toquetear no voy a dar un paso por esa tabla. El problema es que si no entro no podré asegurarme de recibir mi debida recompensa justamente, así que tenemos 2 opciones: o se hace la transacción aquí o tú te fías de que te deje todas las armas y me dejas pasar.
El guardia frunció el ceño y se puso delante de la puerta de nuevo.
-Si no dejas que te registre no entras. Esas son las normas, lo tomas o lo dejas.
El joven se paró a valorar la situación. Había una tercera opción, pero no le gustaba un pelo la situación en la que se pondría. Acababa de conocer a los albinos pero aún así tendría que confiar su integridad física a ellos. Para empezar no se fiaba un pelo del pequeño, se había mostrado bastante tosco con él desde un principio y no dudaba en que le pudiese vender en cualquier momento. Pero miró a Prometeo y se encontró con que sus imperturbables y profundos ojos estaban clavados en él. El escalofrío que le recorrió la espalda cuando le conoció volvió, había algo en él que le daba muy mal rollo y no sabía decir qué era. Pero no dejó que su instinto se interpusiera con su razón. Había deducido que estaba haciendo aquello simplemente por bondad hacia el que hospitalizaron y aunque no hablaba mucho siempre se había mostrado... ¿protector?
-Hay una tercera opción. Tú no me tocas, te doy mis armas y para asegurar que no soy una amenaza me puedes atar las manos - propuso Yoldin. Había decidido que se fiaba del gigantón.
El guardia le observó con reticencia durante unos instantes.
-Manos y pies. Y no hagas ni un movimiento brusco o te abro la cabeza.
"¿Qué les pasará a los matones de ésta isla y mi cabeza?" se le cruzó por la mente antes de aceptar.
Y tras dejar a su Rompeolas y su garrote en manos del tuerto cruzó la pasarela con sus compañeros dando saltitos cual conejo.
Hitsugaya Toshiro
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No tardaron mucho en llegar al puerto. Fue un viaje bastante tranquilo aun cuando en su mente todavía se gestaba la posibilidad de un posible ataque, pero al parecer la suerte, el destino, Dios o lo que sea, estaba de su favor y no había salido nada absolutamente mal…. De momento. Escuchó las palabras de Prometeo sobre lo que contenía el maletín y si que fue buena idea preguntar. Ya sabían todos los datos, a quién entregárselo y en dónde. El maletín que estaban transportando parecía ser de una mujer, Isabella Dickinson, al no escuchar más sobre ella, supuso que no había información relevante sobre ella. El lugar era el treceavo muelle del puerto. Suspiró. Era hora de ponerse en marcha.
En cierta manera, las historias de Apolo hicieron un poco más ameno el pequeño andar. Le daba la impresión de que solo decía esas cosas para convencer al resto de que era un chico rudo, pero tampoco le daba mucha importancia, cada uno usaba las herramientas que se requerían para sobrevivir en el océano. ¿Era necesario? Quizás no, quizás sí, al final de cuentas, era decisión suya y suponía que mientras no hiciera algo realmente estúpido, no habría problemas. También estaba el hecho de que quizás nunca más lo volvería a ver, así que tampoco le daba mucha relevancia al asunto. No tardaron mucho en llegar al lugar donde debían entregar el maletín.
—¿Es realmente necesario? —preguntó al notar que el guardia iba registrando a cada uno y quitando todas las armas y posibles objetos peligrosos. El portero solamente asintió con la cabeza y apuntó con su dedo índice a Apolo y no pudo evitar soltar una risita al ver que iba dando pequeños saltos, ya que, a cambio de no entregar sus pertenencias lo ataron de pies y manos —Creo que prefiero entregarte mi espada, después de todo, no buscamos problemas —comentó. No le gustaba mucho la idea, pero prefería eso a tener que ser atado.
No tardaron mucho en entrar. No pudo evitar sorprenderse al notar que el interior del barco era especialmente lujoso. En el interior del gran comedor, donde todos fueron guiados, una gigantesca lámpara estaba en el cielo falso iluminando todo velas. En el fondo, sentada en una especie de trono, estaba sentada una bella mujer que los miró con cierta… ¿Arrogancia? Hizo que se acercaran a ella y notó como es que tres gigantescos guardias estaban atrás del trono, por sus miradas, supo de inmediato que estaban más que dispuestos a matarlos en segundos si hacían algo raro.
—Ustedes tienen algo que me pertenecen y lo quiero ahora. —Toshiro miró de reojo a Prometeo y dejó que él se encargara de finalizar este tan improvisado asunto en el que se iban metiendo —Recuerden que la vida de una mujer depende de que lo entreguen intacto —enfatizó ella.
En cierta manera, las historias de Apolo hicieron un poco más ameno el pequeño andar. Le daba la impresión de que solo decía esas cosas para convencer al resto de que era un chico rudo, pero tampoco le daba mucha importancia, cada uno usaba las herramientas que se requerían para sobrevivir en el océano. ¿Era necesario? Quizás no, quizás sí, al final de cuentas, era decisión suya y suponía que mientras no hiciera algo realmente estúpido, no habría problemas. También estaba el hecho de que quizás nunca más lo volvería a ver, así que tampoco le daba mucha relevancia al asunto. No tardaron mucho en llegar al lugar donde debían entregar el maletín.
—¿Es realmente necesario? —preguntó al notar que el guardia iba registrando a cada uno y quitando todas las armas y posibles objetos peligrosos. El portero solamente asintió con la cabeza y apuntó con su dedo índice a Apolo y no pudo evitar soltar una risita al ver que iba dando pequeños saltos, ya que, a cambio de no entregar sus pertenencias lo ataron de pies y manos —Creo que prefiero entregarte mi espada, después de todo, no buscamos problemas —comentó. No le gustaba mucho la idea, pero prefería eso a tener que ser atado.
No tardaron mucho en entrar. No pudo evitar sorprenderse al notar que el interior del barco era especialmente lujoso. En el interior del gran comedor, donde todos fueron guiados, una gigantesca lámpara estaba en el cielo falso iluminando todo velas. En el fondo, sentada en una especie de trono, estaba sentada una bella mujer que los miró con cierta… ¿Arrogancia? Hizo que se acercaran a ella y notó como es que tres gigantescos guardias estaban atrás del trono, por sus miradas, supo de inmediato que estaban más que dispuestos a matarlos en segundos si hacían algo raro.
—Ustedes tienen algo que me pertenecen y lo quiero ahora. —Toshiro miró de reojo a Prometeo y dejó que él se encargara de finalizar este tan improvisado asunto en el que se iban metiendo —Recuerden que la vida de una mujer depende de que lo entreguen intacto —enfatizó ella.
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Inocente, sí; estúpido, no. Incluso el homúnculo olía el peligro dentro del lujoso barco que aguardaba en el muelle hacía días. Había varios jarrones de porcelana y otros tantos más de oro, cuadros aparentemente costosos y botellas de licor con incrustaciones de diamantes. A Prometeo no le gustaba nada lo que sus ojos le mostraban, es decir, todo ese dinero podía ser usado para ayudar a quienes más lo necesitaban. Había cientos de miles de niños azotados por la injusticia que necesitaban de que la gente que podía hacer cosas para cambiar la situación lo hiciera. Y todo apuntaba a que Isabella Dickinson era una de ellas. Sin embargo, tampoco obligaría a otra persona a hacer lo que él cree correcto, pues no supondría diferencia alguna. Las ideas jamás deben imponerse, sino ser aceptadas.
Una mujer medianamente joven, esbelta y de grandes pechos les esperaba en un trono ostentoso, custodiada por tres grandes matones. Tenía un ojo amarillo y el otro verde que, curiosamente, seguía el mismo patrón que su estrafalario cabello. Tenía una mitad roja y otra blanca con ciertos mechones que se desteñían el otro lado. Vestía un costoso vestido que mostraba un provocativo escote y un collar de rubíes colgaba de su cuello. En su mano, cuyos dedos eran adornados por anillos lujosos, sostenía una pipa en forma de “ese”. Cuando habló, Prometeo pudo sentir altanería y prepotencia; todo indicaba a que no era precisamente una mujer con la que quería pasar demasiado tiempo.
—Esa maldita Rata Azul nos ha traído a unos chicos muy guapos, ¿no te parece, Fausto? —La mujer le dio una calada a la pipa y estudió a los visitantes con la mirada—. Debes entregarme ese maletín, muchacho, contiene algo muy valioso para mí. Aunque antes de hacerles pagar por tardarse tanto quiero escuchar sus excusas. Siempre es divertido oír las mentiras que se inventa la gente.
—¿Excusas…? Creo que está confundida, señorita Dickinson. Me encontré con un hombre herido quien sostenía este maletín y me pidió traerlo al puerto, pues la vida de una chica de nombre Rachel dependía de ello —comenzó a explicarle—. Estos chicos que me acompañan decidieron ayudarme, pero-
—¿Me estás diciendo que no trabajas para Rata Azul?
Prometeo negó con la cabeza, mostrándose confuso.
—Cuando el gorrión canta alto y cae bajo…
—¿Eh? —preguntó el homúnculo, aún más confuso.
—Definitivamente no son los chicos de Rata Azul… ¿En serio te has metido en esto únicamente para ayudar a un desconocido…? —preguntó Isabella Dickinson, levantándose de su asiento y caminando hacia Prometeo. Era casi tan alta como él—. No tienes los ojos de un mentiroso, muchacho. He pasado toda mi vida con mentirosos, aduladores y criminales rastreros para saber que tú no eres de esa calaña, ni tú ni la gente que te acompaña. Me gustas, quisiera que siguieras trabajando para mí; a veces necesitas gente honesta en este trabajo. ¿Cómo te llamas?
—¿Gente honesta…? Soy Prometeo, señorita.
—Lo tendré presente. Fausto, dales la paga a estos hombres por el trabajo que no hizo el hombre de Rata Azul —le ordenó al gigantón que estaba detrás—. Es hora de contarles algo interesante.
Una mujer medianamente joven, esbelta y de grandes pechos les esperaba en un trono ostentoso, custodiada por tres grandes matones. Tenía un ojo amarillo y el otro verde que, curiosamente, seguía el mismo patrón que su estrafalario cabello. Tenía una mitad roja y otra blanca con ciertos mechones que se desteñían el otro lado. Vestía un costoso vestido que mostraba un provocativo escote y un collar de rubíes colgaba de su cuello. En su mano, cuyos dedos eran adornados por anillos lujosos, sostenía una pipa en forma de “ese”. Cuando habló, Prometeo pudo sentir altanería y prepotencia; todo indicaba a que no era precisamente una mujer con la que quería pasar demasiado tiempo.
—Esa maldita Rata Azul nos ha traído a unos chicos muy guapos, ¿no te parece, Fausto? —La mujer le dio una calada a la pipa y estudió a los visitantes con la mirada—. Debes entregarme ese maletín, muchacho, contiene algo muy valioso para mí. Aunque antes de hacerles pagar por tardarse tanto quiero escuchar sus excusas. Siempre es divertido oír las mentiras que se inventa la gente.
—¿Excusas…? Creo que está confundida, señorita Dickinson. Me encontré con un hombre herido quien sostenía este maletín y me pidió traerlo al puerto, pues la vida de una chica de nombre Rachel dependía de ello —comenzó a explicarle—. Estos chicos que me acompañan decidieron ayudarme, pero-
—¿Me estás diciendo que no trabajas para Rata Azul?
Prometeo negó con la cabeza, mostrándose confuso.
—Cuando el gorrión canta alto y cae bajo…
—¿Eh? —preguntó el homúnculo, aún más confuso.
—Definitivamente no son los chicos de Rata Azul… ¿En serio te has metido en esto únicamente para ayudar a un desconocido…? —preguntó Isabella Dickinson, levantándose de su asiento y caminando hacia Prometeo. Era casi tan alta como él—. No tienes los ojos de un mentiroso, muchacho. He pasado toda mi vida con mentirosos, aduladores y criminales rastreros para saber que tú no eres de esa calaña, ni tú ni la gente que te acompaña. Me gustas, quisiera que siguieras trabajando para mí; a veces necesitas gente honesta en este trabajo. ¿Cómo te llamas?
—¿Gente honesta…? Soy Prometeo, señorita.
—Lo tendré presente. Fausto, dales la paga a estos hombres por el trabajo que no hizo el hombre de Rata Azul —le ordenó al gigantón que estaba detrás—. Es hora de contarles algo interesante.
Apolo había dejado de prestar atención a media conversación. No entendía cual era el propósito de un lujo tan banal dentro de una Coca en apariencia tan sencilla. Era como un cuadro, que tiene una pura misión decorativa, solo que dado la vuelta de tal manera que la pintura siempre se colocase hacia la pared. En una subasta aquel cuadro hubiera sido más útil. Y era tan sencillo llevarlo a una, solo un movimiento furtivo, un movimiento y meter un jarrón bajo la capa... Pero claro, en aquellas condiciones era como un gato con guantes, si el gato fuera parapléjico y le hubieran atado a una silla. Así que la única manera de sacar provecho de la situación era mediante puro negocio.
De pronto algo que dijeron le llamó la atención. "Gente honesta", ¿eh? Y un cuerno.
-Oye Madamme de CulNoir, a mi todo ese rollo de "gente honesta" me suena a una excusa como cualquier otra para no soltar la pasta. Y si intentas compensar con esa "información" tan interesante permíteme decirte que no hay nada que mejor capte mis oídos que un "toma un milloncete de berries, majo". Así que apoquina.
Los guardias se tensaron al momento ante aquella insolencia, pero Isabella valorando la situación viendo las ataduras que le impedían cualquier movimiento levantó la mano para que descansaran. Se acercó a él con andares sinuosos y lo miró desde arriba con una sonrisa de autosuficiencia aprovechando la obvia diferencia de altura.
-¿Y quién es el jovencito de los motes graciosos? Si sus manos son la mitad de problemáticas que su lengua no me extraña que le hayáis amarrado. ¿De qué contenedor le habéis sacado?
Yoldin, tras la fachada de Apolo, supo identificar ese tonito de voz. Era el de una persona que realmente se creía superior a los demás a pesar de que su única diferencia fuera una cuantiosa herencia. Le aguantó la mirada, desafiante desde detrás de los negros cristales de sus gafas.
-Que yo sepa eras tú la que se ofrecía a soltar información y no al revés.
Se notaba que el poco tiempo en compañía había servido para ir calibrando su brújula social cada vez que hablaba su agudez y carisma se iban recobrando.
La mujer soltó una carcajada dulce como una canción.
-Insolente y medio sordo, pero perspicaz a su manera. Ya dije que se os pagará como es debido. Un millón de berries por cabeza, como formaba parte del contrato original. Despreocupad, pues lo que os contaré a continuación cae de mi cuenta.
Procedió entonces a contarles curiosas historias, confusas y fantásticas al mismo tiempo que quedaron en la cabeza de los presentes grabadas como fuego durante los días venideros. Se hicieron los pagos y Apolo se dio por satisfecho. Su primer sueldo como criminal, aquello era un gran paso. Luego se los despachó con presteza, al parecer había asuntos de ricos que quedaban por resolver. A ellos se les devolvió todo su arsenal, Prometeo cerró sus acuerdos con Isabella, se desató a quien se tuvo que desatar y en cuestión de minutos los 3 compañeros se quedaron solos en el muelle, el barco partió para no volverse a ver.
Al fin se dijeron adiós. Yoldin fue el primero. Les estrechó las manos y les deseó lo mejor, sobre todo ahora que se quedaban solos en una parte de la ciudad tan peligrosa como esa sin la protección que alguien como él les ofrecía y se dio la vuelta. De todas maneras sospechó que aquello no sería una verdadera despedida, sino un "hasta pronto, marinero".
De pronto algo que dijeron le llamó la atención. "Gente honesta", ¿eh? Y un cuerno.
-Oye Madamme de CulNoir, a mi todo ese rollo de "gente honesta" me suena a una excusa como cualquier otra para no soltar la pasta. Y si intentas compensar con esa "información" tan interesante permíteme decirte que no hay nada que mejor capte mis oídos que un "toma un milloncete de berries, majo". Así que apoquina.
Los guardias se tensaron al momento ante aquella insolencia, pero Isabella valorando la situación viendo las ataduras que le impedían cualquier movimiento levantó la mano para que descansaran. Se acercó a él con andares sinuosos y lo miró desde arriba con una sonrisa de autosuficiencia aprovechando la obvia diferencia de altura.
-¿Y quién es el jovencito de los motes graciosos? Si sus manos son la mitad de problemáticas que su lengua no me extraña que le hayáis amarrado. ¿De qué contenedor le habéis sacado?
Yoldin, tras la fachada de Apolo, supo identificar ese tonito de voz. Era el de una persona que realmente se creía superior a los demás a pesar de que su única diferencia fuera una cuantiosa herencia. Le aguantó la mirada, desafiante desde detrás de los negros cristales de sus gafas.
-Que yo sepa eras tú la que se ofrecía a soltar información y no al revés.
Se notaba que el poco tiempo en compañía había servido para ir calibrando su brújula social cada vez que hablaba su agudez y carisma se iban recobrando.
La mujer soltó una carcajada dulce como una canción.
-Insolente y medio sordo, pero perspicaz a su manera. Ya dije que se os pagará como es debido. Un millón de berries por cabeza, como formaba parte del contrato original. Despreocupad, pues lo que os contaré a continuación cae de mi cuenta.
Procedió entonces a contarles curiosas historias, confusas y fantásticas al mismo tiempo que quedaron en la cabeza de los presentes grabadas como fuego durante los días venideros. Se hicieron los pagos y Apolo se dio por satisfecho. Su primer sueldo como criminal, aquello era un gran paso. Luego se los despachó con presteza, al parecer había asuntos de ricos que quedaban por resolver. A ellos se les devolvió todo su arsenal, Prometeo cerró sus acuerdos con Isabella, se desató a quien se tuvo que desatar y en cuestión de minutos los 3 compañeros se quedaron solos en el muelle, el barco partió para no volverse a ver.
Al fin se dijeron adiós. Yoldin fue el primero. Les estrechó las manos y les deseó lo mejor, sobre todo ahora que se quedaban solos en una parte de la ciudad tan peligrosa como esa sin la protección que alguien como él les ofrecía y se dio la vuelta. De todas maneras sospechó que aquello no sería una verdadera despedida, sino un "hasta pronto, marinero".
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