[Misión osada-Paraíso] Algo pasa...

Contratante: Anónimo

Descripción de la misión: Parece que tras los… Sucesos en los Cabos Gemelos parece que las aguas se han calmado ligeramente, pero ha empezado a escucharse el eco de un nombre: La Mano. No se sabe mucho de él, solo que dirige sus actividades desde el centro de Casino Island, aunque dudo mucho que se encuentre allí realmente. Sin embargo se conoce que los seguidores conocidos como “capuchas negras” lo adoran como a un dios, y también se sabe que estos últimos usualmente contratan imitadores para llevar a cabo sus acciones, aunque no se sabe por qué. En realidad no me molestaría en absoluto que sigan con sus actividades, pero desde que alguien masacró a sus hombres están especialmente insidiosos; pero también es una oportunidad: La ira hace cometer errores.

Objetivo principal: Encontrar información acerca de la Mano, o llevar un capucha negra genuino hasta el puerto 6K-70R que se encuentra en Water Seven.

Objetivos secundarios: No matar a nadie.

Premios: cien millones de Berries al primero que lo consiga. Cincuenta al segundo y un agradecimiento formal a todos los que participen en esta gesta.

Premio por objetivo secundario: Que el buen y poderoso amigo no se enfade.

Tras averiguar que La mano estaba detrás del ataque a los barcos mercantes cerca de los cabos gemelos. Me interesé en esa organización, no sabía muy bien que podía sacar de eso pero tenía la necesidad de averiguarlo. A mis oídos llego información de que unos seguidores conocidos como “capuchas negras” tenían algo que ver con lo sucedido. Casualmente en el ataque a los barcos mercantes me hice con una de las capas que llevaban. Aquello sin duda me serviría para escabullirme y averiguar que pasaba.

Un pequeño encargo llegó a mí después al poco. Tendría que infiltrarme que entre estos encapuchados. Se conocían que trabajaban desde el centro de Casino Island, y que contrataban imitadores para hacer el trabajo. Una excusa perfecta para infiltrarme, además que la recompensa era bastante jugosa, si conseguía la información o llevaba a uno de ellos hasta un puerto de Water Seven. Atracamos en el puerto de la isla de los casinos, para entonces me había vuelto a reunir con mi tripulación, pero tocaba que esperaran de nuevo.

Rápidamente abandoné el barco y me dirigí al centro de la isla para ver cómo podía entrar en esa organización. No sin antes ponerme mi recientemente adquirida capa negra. Empecé a deambular por las calles afinando el oído para ver por dónde empezar.

Un fuerte apretón de manos señala la despedida entre el viejo Beni y yo; si fuera uno de esos idiotas sentimentales hasta me caerían las lágrimas de los ojos, pero no es el caso. El marinero me ha dejado en el puerto de Casino Island, hogar dulce hogar. Lo malo de todo esto es que con el viaje la botella de vodka ha acabado vacía. Putos borrachos del mar, si no pueden aguantarse un día sin alcohol… Lo bueno es que Beni me ha dado una botella de ron como para compensar el hecho de que se haya bebido lo que traía conmigo. Tengo pensado compartirla con Katrina cuando nos juntemos. Sé lo mucho que a esa chica le gusta el rol, y pretendo ganar puntos. Siempre viene bien contar con el respaldo de una de las mafias más importantes de Casino Island, aunque, según lo que he estado escuchando en mis fiestas y andanzas nocturnas, el poder está sufriendo un molesto desbalance.

Se me ha ido todo el día ordenando a mi gusto la suite, tomando un buen baño de burbujas y comiendo como un cerdo. La buena vida, ¿eh? Traigo a Mimosa conmigo todo el tiempo por si algún tonto quiere vengarse de algo que haya hecho en el pasado. La paranoia a veces es buena; otras, no tanto. Sobre todo cuando acaba volviéndote loco. Y es cuando oscurece que, con un cigarrillo encendido, bajo hasta la avenida. Visto una camiseta holgada de tonalidades grises y unos ajustados pantalones medio remangados hasta casi la rodilla. Le doy una buena calada al cigarro y camino hasta la playa, siendo invadido por el incansable rugido de las olas. Entonces, tomo asiento frente al mar.

Como si el mundo conspirara eternamente con los pensamientos de las personas acabo encontrándome con alguien a quien no esperaba ver tan pronto. Un sedoso cabello negro que le llega hasta la cintura, ojos celestes y una expresión de inocencia que no refleja lo que ella es. Sus facciones son tan delicadas como bellas, y me es imposible pensar en esa chica de manera impura. Hay algo dentro de mí, algo que algunos llamarán sentimientos, que me impide hacerlo. Tal vez es el rubor de sus mejillas; quizás la delicadeza en sus labios. Y, con toda la confianza que hemos estado construyendo durante este último tiempo, se sienta a mi lado. Curiosamente, su mano acaba sobre la mía.

—¿Dónde has estado? —pregunta nada más verme.

—Pues… Ni siquiera yo lo sé, pero estoy bien. He vuelto hoy, por si te estás preguntando por qué no te he llamado aún.

—No es eso, sólo estaba preocupada. Desapareciste de un día para otro sin dejar rastro, y temí lo peor. ¿De verdad estás bien?

Asiento con la cabeza.

Es… extraño cuando alguien se preocupa mucho por mí, es decir, han pasado casi diez años desde la última vez que alguien se mostró así conmigo. Es un sentimiento que creí haber olvidado, pero cada vez que hablo con ella este vuelve en un intento de recordarme que no estoy solo en este mundo.

—Todo bien, mi señora. —Nos quedamos un momento en silencio contemplando el oscuro mar que se cierne ante nosotros, un silencio que incluso es reconfortante—. He estado escuchando cosas este último tiempo, cosas que no suenan favorables para tu negocio, Katrina. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad?

—Lo sé, Volken, lo sé. Ya he puesto gente a trabajar en mi territorio, pero no es tan fácil hacerlo con los distritos de las otras mafias. ¿Estás seguro de que quieres trabajar recién llegando de tu… viaje?

—No es que quiera, pero alguien debe hacerlo, ¿no?

Katrina sonríe y deja caer suavemente su cabeza en mi hombro.

—Está bien, te daré todos los detalles.

Poco después de aquel encargo cerca de los Cabos Gemelos, donde había tenido que proteger un barco mercante de unos tipos que trabajaban para algo o alguien llamado "La Mano", empezó a escucharse ese nombre en el Grand Line cada vez más a menudo. La mayoría de rumores hablaban de un hombre muy poderoso, alguien a quien sus seguidores idolatraban como a un dios, pero muy pocos daban datos concretos. No obstante una misiva llegó al pirata un día, apenas unas semanas tras aquellos sucesos. En ella se decía que había quien creía que La Mano estaba en Casino Island, y pagaba muy bien por cualquier información relacionada con él o por la captura de alguno de sus seguidores.

Gracias a sus dotes de navegación no le fue difícil arribar en la isla. Lo que seguramente fuese a resultar más complicado era encontrar a aquellos capuchas negras. Él mismo poseía una, que había cogido durante la misión de protección del mercante, por lo que si daba con ellos no sería complicado hacerse pasar por uno más y obtener información. Al fin y al cabo si algo se le daba bien, además de combatir con espada, era hablar con gente y que otros confiasen en él. No obstante aún no se la iba a poner. Primero quería asegurarse de dar con ellos.

El semigyojin daba vueltas por la ciudad cuando se cruzó con un tipo que llevaba una de aquellas túnicas. Era extraño, iba por la calle a plena luz del día. Había escuchado que los capuchas negras contrataban a imitadores para despistar a quien pudiese querer seguirles, pero aquello era demasiado obvio. Tanto, que tal vez fuese de verdad uno de ellos. Ningún imitador daría tanto el cante.

Por si acaso el samurái comenzó a seguir al tipo a una distancia que creyó segura. No era el hombre más sigiloso de los siete mares, ni mucho menos, pero ¿qué iba a hacer si no en aquella situación?

No tardé en darme cuenta que alguien me estaba siguiendo. Otro tipo encapuchado, no me giré inmediatamente porque no quería asustarlo. Caminé durante un rato y me metí por un callejón esperando que este me siguiera. Al girarme y acercarme a él lo reconocí inmediatamente, este sin duda era Ryuu. Esa altura, esa forma de andar y su katana sobresaliendo de la capa, hicieron que lo reconociera. Desde que había conseguido mi akuma, mis capacidades para fijarme en las formas de andar y los gestos de la gente habían aumentado, para así poder adoptar la apariencia.

-¡Ryuu! ¿Eres tú? Guau- le pregunté,-soy yo Moja, no sabía que aparecerías por aquí también guau-

De pronto una presencia detrás de mi apareció también. Otro hombre encapuchado había aparecido, aparte de Ryuu y de mí. Este estaba al final del callejón y se acercaba poco a poco a nosotros. No podía ser así de rápido, que el capucha negra viniera a nosotros tan fácilmente. Me quedé callado sin saber muy bien cómo actuar ante aquella situación. Si mi intención era ganarme la confianza de uno de los integrantes para infiltrarme y sacarle informa. Así que simplemente me quedé quieto mientras aquel tipo se acercaba.

La mafia la tiene jodidísima, es la conclusión a la que llego una vez Katrina termina de contarme algunas cuestiones importantes sobre la situación actual en Casino Island. Le doy una calada al cigarrillo para ordenar los pensamientos, y entonces bajo la mirada hacia ella. Estos capas oscuras están causando muchos problemas, problemas que requieren una solución inmediata. ¿El problema? Ni siquiera Katrina sabe mucho sobre esta mierda de “La Mano”. ¡Pero qué nombre tan original! ¿Qué quieres decir cuando hablas de una mano? ¡Nada, joder! ¡Nada! Con un nombre así es imposible saber qué clase de organización es; un nombre convenientemente no conclusivo, ¿eh? Me cago en su puto creador.

Al menos lo que tengo que hacer es sencillo, y no lo haré porque haya otro imbécil pidiéndolo —cuestión que me ha comentado la pelinegra—. No soy un hombre que paga sus deudas, lo digo con orgullo, pero siempre existen las excepciones. Y esta vez se trata de Katrina; lo último que quiero es verle caer.

—Yo me hago cargo, no te preocupes. Conseguiré toda la información que necesitas sobre La Mano, y no pienso dársela a este “anónimo”.

—¿Estás seguro, Ken? Ofrece una buena recompensa, vamos.

Odio cuando me llama así.

—Soy un oportunista de mierda y lo sabes mejor que nadie, pero aun así creo que tomar ese dinero es jugar chueco contigo. Estoy haciendo esto porque se trata de ti, ¿no?

El rubor se dibuja en sus mejillas y acaba dedicándome una tierna sonrisa.

—A veces eres muy lindo. Gracias.

Gracias al último trabajo ahora tengo puesta una hermosa túnica que huele a escroto de vagabundo de Jaya; un puto asco. ¿Acaso nuestro “amigo secreto” no ha tenido la decencia de lavar sus putos regalos? No me extrañaría que esos millones fuesen falsos, vaya. La capucha oculta mi rostro y mis ojos siguen los movimientos de un individuo sospechoso. Sigo sigilosamente sus pasos; dudo que siquiera sepa que le estoy siguiendo, aunque en último momento se da vuelta y enfrenta mi mirada. Creo que es momento de ser amable con esta gente, no vaya a ser que en realidad sean unos cultistas religiosos que les gusten los culitos suaves y apretados como el mío. Sigo firmemente esa ley de que por el culo todo sale y nada entra.

—¡Saludos, compañeros! —anuncio con una voz varonil y llamativa—. Hemos elegido un bonito punto de encuentro, ¿verdad? El olor a rata, el meado de vagabundo y los condones repartidos por el suelo son la magia de Casino Island, ¿eh? Joder, sí que lo son. ¿Nos conocemos de algún lado tú y yo? —le pregunto al de la derecha. La verdad es que no veo ni una puta mierda bajo su capucha, pero forma todo parte del plan—. ¡Pero si fuimos juntos a la universidad, amigo!

El tipo se dio cuenta con bastante facilidad de que alguien lo estaba siguiendo. Por suerte para Ryuu no era otro que Moja, el pirata felino con el que últimamente coincidía prácticamente allí a donde fuese. Y teniendo en cuenta que llevaba puesto una de aquellas túnicas con capucha no cabía duda de que había acudido hasta Casino Island con las mismas intenciones que él. Pero, ¿por qué llevaba puesto el traje? ¿No era atraer demasiada atención? El semigyojin seguía convencido de que había sido mejor idea la suya, la de no ponerse aquel atuendo hasta haber identificado a algún verdadero "capucha negra". Saludó a su peludo amigo con alegría:

- ¡Hey Moja! ¿Cómo es que has venido también hasta Casino Island? ¿Y por qué te has puesto la túnica a plena luz del día y en mitad de la calle? ¿No es llamar la atención demasiado?

No tardó en confirmar su idea de que aquel traje atraía demasiada atención cuando otro tipo encapuchado se acercó a ellos y les saludó de una forma... un tanto sospechosa. Efusiva, pero quejándose por el lugar de encuentro y, para colmo, fingiendo que conocía de algo a Moja cuando no tenía forma de ver nada bajo su capucha. Y teniendo a alguien sin disfraz a su lado. De verdad, aquella sucesión de acontecimientos era cuanto menos absurda. Estaba claro que alguien tan torpe no podía ser un verdadero miembro de aquella organización que hasta ahora había llevado todo con tanto secretismo y a la que un enorme aura de misterio seguía envolviendo. No podía ser sino otro imitador.

- A ver, chicos. ¿Por qué no asumís que los dos sois imitadores en lugar de verdaderos capuchas negras y os quitáis esos atuendos? En plena calle y de día llamáis tanto la atención que nadie pensaría que sois auténticos miembros de la organización.

Si el recién llegado se quitaba la capucha, dándose cuenta de que le conocía de la misión de protección en los Cabos Gemelos, propondría que los tres comenzasen a buscar información vestidos de forma normal y que, ya de noche, se vistieran con aquellos trajes. Era mucho más probable, al menos en teoría, encontrar a aquellos que trabajan en la sombra una vez la luz del sol ya no brillaba y la gente corriente dormía.

-Quería atraer la atención de los capuchas negras, pero gratamente parece que atraje la tuya, así podremos trabajar juntos guau- le dije a Ryuu, en cambio el otro encapuchado me daba la sensación de que lo conocía. -¿Y tú eres? guau- le dije al otro encapuchado.

Me quité la capucha mostrando mi cara de felino. Sin duda Ryuu tenía razón, aquello había sido demasiado cantoso. Pero nos había llevado a encontrarnos, así que estaba satisfecho con lo ocurrido. Me quité la capa y la guardé, ya había llamado demasiado la atención.

Si el otro encapuchado se descubría, lo reconocería inmediatamente. Ya que intento que fuera tras un hueso como si fuera un perro. Aquello era algo que tardaría en olvidar, de hecho en aquella ocasión estaba muy enfadado. Y nunca llegué a escuchar su nombre.

La idea de Ryuu me parecía más que perfecta, comparada con la mía. Estaba claro que muchas veces pecaba de ingenuo. Sin dudarlo, acepté la propuesta, ya que de noche nos seria más fácil encontrarnos con ellos. Esperaba que entre los tres llegáramos a encontrar algo de información, la cual poder vender al tipo que nos había echo el encargo.

Ese ladrido me recuerda a la pantera que conocí —y no llegué a saber su nombre, todo sea dicho— en el trabajo de hace unos días. Y cuando se quita la capucha mis sospechas son comprobadas. Yo ahora lo que tengo que hacer es no reírme toda la vida de este intento de perro. Igual no debería juzgarlo tanto, puede que se autoperciba como perro y yo lo estoy ofendiendo en mis pensamientos. Conozco buenos psicólogos para arreglar su trauma, estoy seguro de ello. En fin, me quito la capucha y con una amigable sonrisa me presento.

—¡Pero si eres tú, woaf! —digo entonces, imitando el ladrido de la pantera aunque con un poco más de estilo y elegancia—. Soy Volken, woaf. Si se preguntan por qué, woaf, ladro, woaf, es para comunicarme mejor contigo, woaf —continúo con los ojos puestos en Moja.

Si creen que parezco idiota haciendo estas cosas deberían mirar mejor al gato obeso este y no a mí. Yo solo me estoy adaptando, eso es lo que hace la gente brillante: adaptarse. Entonces, me fijo en el otro. Suspiro aburrido; parece otro de esos tontos serios a los que les gustan las cosas rígidas. Enciendo un cigarrillo y le doy una vuela calada, tirando el humo hacia arriba.

—No tengo problemas en trabajar juntos, woaf, pero estoy aquí por mis propios intereses —respondo a las palabras del espadachín—. Me da igual el dinero que este anónimo ofrece, yo sólo quiero información sobre La Mano. Prefiero que colaboremos entre nosotros en vez de obstaculizar las cosas, woaf.

Conozco las calles de Casino Island como la palma de mi mano y soy consciente de las mafias que gobiernan esta ciudad. Sin embargo, hay un distrito que se ha mantenido neutral y fuera de las influencias mafiosas durante los últimos años. Si Katrina no ha podido encontrar a ningún sospechoso en su territorio es porque no están trabajando ahí, y creo que dirigirme al centro puede ser la mejor opción. Tampoco quiero entrar de primeras en los dominios de las otras mafias, pues ellos saben que mantengo una relación muy estrecha con la jefa Yúdkovich. El caso es que entre nosotros tres podemos abarcar más terreno y hallar pistas cuanto antes.

—Deberían andarse con cuidado, chicos, no parece que estén acostumbrados a un mundo como este. Los casinos son una verdadera mafia y nadie quiere problemas con esos tipos —les advierto de buena fe. No es que sea un monstruo insensible que busca el mal en los demás, así que no pasa nada por hacer algo de caridad—. Tengo mis sospechas de que La Mano opera en la zona neutral, un pequeño territorio que se ha mantenido anexo a los conflictos mafiosos durante casi veinte años. ¿Por qué no empezamos por ahí? Son unas cuantas manzanas del centro donde está el Museo de Las Cartas. Woaf.

El felino comprendió rápidamente que no era la mejor idea pasearse con ese traje a plena luz del día y se mostró de acuerdo con la idea de Ryuu. Sin embargo el otro tipo, que se presentó como Volken y escenificó unos ridículos ladridos diciendo (no pudo saber si en serio o de broma) que así se comunicaría mejor con Moja, no pareció considerar adecuada la puntualización del semigyojin sobre el uso de las despreocupado y excesivo de las túnicas.

Eso sí, en cuanto comenzó a hablar quedó claro que conocía muy bien la ciudad. Casi parecía que fuese nativo de aquella isla, lo que podía venirles muy bien. No tardó mucho en hablarles sobre una guerra de bandas que databa de hacía muchos años y sobre que lo más probable era que La Mano operase en la zona neutral. Era un razonamiento impecable, con el que Ryuu no pudo sino mostrarse totalmente de acuerdo. Con una sonrisa, tendió la mano a aquel tipo y dijo:

- Mi nombre es Ryuu, Volken. Me parece muy buena idea, se nota que conoces bien esta ciudad.

Tras esto echó a andar en la dirección que había marcado el encapuchado. Cuando llevaban varios minutos de camino una pregunta llegó a su mente:

- Volken, ¿cuánto conoces la zona neutral? ¿Hay allí algún local clandestino o muy escondido a cuyo dueño pudiera tener comprado una organización como esta? Si tuviera que apostar, me jugaría los pocos ahorros que tengo a que tendrán un sitio como ese para sus reuniones secretas. Además seguro que allí podríamos emborracharles y sacar algo de información con facilidad.

El chico realmente pensaba que aquel era un buen plan, aunque su propuesta también estaba dominada por las ganas de beber y de socializar, aunque fuese con los miembros de una extraña secta, su amigo Moja y aquel tal Volken del que apenas sabía nada. Y si entraban vestidos con sus túnicas durante la noche a un lugar como aquel tal vez pudieran matar dos pájaros de un tiro, pasarlo bien y conseguir lo que buscaban al mismo tiempo. Casi podía saborear la cerveza y el ron...

¿Ladra después de cada frase? ¿Me está imitando? Definitivamente no entiendo a este tipo, no sabía si se estaba tomando a broma mi TOC o no. Realmente me daba igual, mientras no se riera en mi cara. Aquello pareció extrañar también a Ryuu o esa fue la sensación que me dio al verle la cara. Por lo visto este tipo conocía bien la ciudad y estaba dispuesto a rechazar su parte. Mejor para nosotros, más tarde hablaría con el samurái y plantear una estrategia para entregar dos partes de la información. Así de esta manera nos llevaríamos el primer y segundo premio, siendo un total de ciento cincuenta millones a repartir entre los dos.

-Mi nombre es Moja, señor Volken y si pregunta porque ladro es por culpa de un pequeño TOC guau. Así que no hace falta que me imite, si no le importa guau- le solté a Volken, no me agrada que lo hiciera, -con respecto a lo que ha dicho Ryuu estoy de acuerdo, pareces conocer bien la ciudad, así que si nos guías te acompañaremos y buscaremos la información que tanto necesitamos guau-

Salimos a las calles y empezamos a andar por aquella enorme ciudad siguiendo a Volken. Esperaba que no se estuviera riendo de nosotros y nos pudiera ayudar a buscar algo de información. Ya había estado en esta isla con anterioridad y en esa visita me intentaron robar. No guardaba buenos recuerdos de este lugar.

En el camino el samurái le pregunto a Volken un buen lugar para comprar información de la mano. No era una mala idea esa, era un buen principio.

Luego de que la Orden me regalase la libertad como muestra de agradecimiento por haber acabado con una guerra civil, no se me ocurrió nada mejor que echar raíces en Casino Island. Es todo lo que alguien como yo merece y necesita: prostitutas guapas, drogas inimaginables y alcohol. Muchísimo alcohol. Para un turista esto debe ser un verdadero paraíso, pues las calles son limpias y ordenadas, la policía desempeña una labor estupenda para mantener la imagen de la ciudad y, en general, parece prevalecer el orden. Tardé unos cuantos meses en darme cuenta de que todo esto es una gran mentira. En Casino Island prevalece una única ley: la de la selva. Los débiles son devorados por los peces gordos, verdaderos tiburones sin miramientos. Y llevo tanto tiempo que conozco de memoria estas calles, incluso en esa esquina me tiré a la secretaria del genio que me echó de un casi hace unos ocho meses.

—¿Señor Volken…? No merezco un honorífico como ese —le respondo a la pantera y luego echo a reír a carcajadas—. Llámame Volken y ya está. Perdona por lo de los ladridos, pensé que era una especie de broma. El TOC ese que tienes debe traerte varios malos entendidos, ¿eh? Bueno, muchachitos, creo que deben seguirme y recuerden una cosa importante: Casino Island es la ciudad del placer y la diversión.

Está bien trabajar, ser productivo y todo eso, pero si vienes a Casino Island y no te zampas medio litro de ron con unas buenas tetas al lado como que no sé a qué has venido al mundo. Espero que el Señor Espada no sea de esos hombres aburridos y serios. Y de serlo, ya verá cómo se pone cuando le haga esnifar diez gramos de cocaína pura.

—Lo suficientemente bien como para saber que, si llegamos a cagarla, mejor será que nos despidamos de nuestras cabezas. El mundo criminal es distinto a la piratería por una buena razón: códigos —respondo mientras camino con las manos en los bolsillos por los callejones de la ciudad, ignorando a los vagabundos que antaño fueron hombres ricos y poderosos, pero incluso ellos sucumbieron ante la ludopatía—. Todos quieren que sus negocios prosperen, así que es importante mantener en pie los tratados de no agresión. Y el Museo de las Cartas representa la esencia de la mafia. Hay casinos y salas de juego, bares y restaurantes, pero ninguna familia se atrevería a instalar una sede secreta sabiendo que puede desatar una guerra por tal ofensa. Seguramente los hombres de La Mano deben estar al tanto de esto y por ello se mueven por la zona neutral: saben que no les encontrarán ahí. Sin embargo, ustedes no están anexados a ninguna mafia así que pueden moverse libremente, aunque, eso sí, no llamen la atención.

Me he escuchado demasiado serio incluso para mí. Le doy una calada al cigarrillo y acabamos llegando a la avenida principal de la ciudad. Las luces anaranjadas comienzan a iluminar la calle cuando el sol se oculta poco a poco en el horizonte. Puede que los turistas como el Señor Espada y Hola-No-Soy-Un-Perro no se den cuenta, pero en la zona neutral incluso el aire huele distinto. Nada de sangre ni muerte, violencia ni ambición: solo… paz.

—Por ahora tampoco es que podamos hacer mucho, así que ¿por qué no nos divertimos un poco y vamos por unos rones a la vena? El que diga que borracho se trabaja peor es tonto, créanme. Podemos pasarnos la vida buscando a los de La Mano y no encontrarlos, así que propongo dejar de buscar y que ellos vengan a nosotros.

El tal Volken confirmó conocer muy bien la ciudad y, en un tono algo condescendiente que molestó ligeramente a Ryuu, les comentó que el mundo del crimen tenía sus "códigos", obviando que la piratería también los tenía. Aquellas historias sobre la hermandad entre los hombres de mar no eran falsas, o al menos no para el semigyojin, que como samurái valoraba sobremanera el combate honorable y limpio, algo que dudaba de que casi ningún criminal de aquella ciudad respetase lo más mínimo.

No obstante, pese a aquellos errores de interpretación de un mundo que no conocía, el tipo mostró saber muy bien a qué atenerse en lo que a aquella ciudad se refería. Como principal consejo nombró el "Museo de las Cartas", el gran local de casinos, bares y restaurantes de la zona neutral. Tenía sentido. Apartados de los ojos y la influencia de las mafias, allí podrían operar con casi total libertad. Volken también les aconsejó intentar pasar desapercibidos, argumentando que en el área neutral sería sencillo para dos forasteros como ellos.

Cuando llegaron casi era de noche, el sol se tornaba ya anaranjado mientras descendía hacia el oeste, a punto ya de ocultarse. De hecho apenas un par de minutos antes las luces de las calles se habían encendido. Volken propuso entonces que, dado que aquella tarea era casi como encontrar una aguja en un pajar, tal vez lo mejor fuese divertirse un poco y tomar una o dos copas. De pronto aquel tipo empezaba a caerle mejor.

- Claro. - Contestó sonriente el semigyojin. - Un buen ron siempre ayuda a concentrarse, y si además de cumplir con nuestro cometido podemos divertirnos mucho mejor.

En cuanto encontraron un bar Ryuu entró, diciendo a sus dos compañeros que le siguieran. El lujo de aquel sitio abrumaba al pirata, poco acostumbrado a lugares de tanto... glamour (¿sería esa la palabra adecuada?). Gente vestida con ropas elegantes que parecían costar mucho más que todas las posesiones del samurái juntas, curiosos aperitivos de escasa cantidad pero con formas y colores tan llamativos que casi parecían más una obra de arte que un alimento... Por suerte no eran los únicos que parecían no estar en su ambiente. Muchos clientes, seguramente forasteros igual que ellos, vestían prendas mucho más normales y miraban extrañados aquellas ostentosas bandejas mientras bebían y reían.

El pirata se acercó a la barra, pidió un vaso de ron sin hielo y, una vez lo tuvo en sus manos, buscó una mesa libre. Se dirigió a ella, haciendo una seña a sus compañeros para que le siguiesen, y se sentó. Una vez los tres estuvieran sentados levantaría su vaso y diría:

- Por el éxito de nuestro cometido, el alcohol y las mujeres bonitas.

Esperaría a que sus compañeros alzasen también sus vasos y los chocasen suavemente con el suyo y, acto seguido, daría el primer sorbo a su bebida. El ron siempre había sido su licor favorito entre los destilados, ese punto dulce le daba un toque muy diferente al de la ginebra, el whisky o aquella bebida que había probado en Russuam, el vodka.

El pirata continuaría bebiendo junto a Moja y Volken, sin perder de vista los alrededores, pero charlando con ellos de cosas de la vida, bromeando y riendo. Sin embargo, por el momento no vería nada extraño, ninguna señal que le hiciese sospechar de la presencia de algún seguidor de La Mano.

No dije mucho después de las presentaciones, simplemente seguí a mis dos compañeros de esta aventura hasta la zona neutral de la isla. Escuché atentamente lo que decía Volken, las mafias tenían un pequeño pacto de no agresión entre ellas. Pero eso no impedía que me hubieran intentado atracar en un callejón, como si fuera un simple turista. Aun así ese hombre se acordaría de mí durante el resto de su vida. No me interesaba mucho las normas de las mafias, pero la misión requería que tuviera unas nociones básicas.

Volken nos dijo que era mejor esperar con una buena copa, cosa que tendría que rechazar completamente. No soportaba el alcohol y por mucho que lo intentara eso no iba a cambiar. Pasarme el resto de la misión inconsciente no era buena idea.

-Yo chicos lo siento pero no puedo beber, no me sienta bien el alcohol, pero no os preocupéis por mí bebed tranquilos, prefiero contar con mis cinco sentidos guau- le comenté.

Entramos al bar y pedí un vaso de leche tibia. El camarero me miro raro y esta vez no era por mi TOC, sino por pedir leche. Estaba claro que no era muy común que pidieran ese tipo de cosas en esos lares. Ryuu hizo un brindis por el éxito de la misión y choque mi copa para acompañar a mis compañeros. Tras unas rondas, mi copa de leche por supuesto, me entraron unas ganas enormes de ir al lavabo. Tras un rato sentado no podía aguantarme y les dije a mis compañeros que iba al baño.

Llegué justo al baño y tras una larga meada me dispuse a volver a la mesa. Cuando algo llamo mi atención, al salir del baño pude ver a unos individuos encapuchados entrar por la puerta de atrás. Bendita sea mi suerte, sin duda aquellos eran los capuchas negras, así que usé mi invisibilidad y empecé a seguirlos a través del lugar, a una distancia prudencial ya que no quería ser descubiertos. Terminaron bajando unas escaleras que llegaban hasta una puerta tras la que no pude seguirlos. Si abría la puerta comprometería mi ocultación, así que decidí volver y comentarles lo sucedido a mis compañeros.

Volví corriendo a toda velocidad y para cuando quise parar un camarero se me cruzo. Aún estaba invisible, así que no me vio. Nos chocamos y la bandeja con vasos y copas que llevaba cayó al suelo. Rompiéndose estas en mil pedazos, yo terminé cayendo encima de la mesa en la que estaban sentados mis compañeros. Al caer desactivé mi invisibilidad inconscientemente, viéndome todo el mundo alrededor. Mierda la había liado, me incorporé me dispuse a contarle lo sucedido a Ryuu y Volken.

-Rápido he encontrado a dos encapuchados, han bajado unas escaleras y entraron en una habitación guau. Tenemos que darnos prisa guau- les dije con un tono bajo.

Teníamos que salir de allí la había liado bastante. Guie rápidamente a mis compañeros hasta el lugar, no sin antes soltar una generosa bolsa de dinero por los desperfectos ocasionados y las copas consumidas.

Spoiler:

Los bares de la zona neutral no son como las mierdas de taberna que encuentras en los pueblos anticuados y aburridos. No, aquí la música suena como un puto concierto de calidad y la cerveza es exquisita como ninguna otra. Los vestidos que llevan las chicas de la mesa de allá me ponen loco y por un momento olvido que estoy trabajando. Me encanta esta fachada ostentosa y llena de tintes dorados: representa algo que a mis nuevos amigos parece sorprenderles. No es que sea clasista o algo por el estilo, pero la pinta de campesinos no se las quita ni dios. Tampoco es como si importara demasiado, la verdad. Provengo de un círculo social incluso más bajo que el campesinado, de hecho, dudo que se pueda tocar más fondo que eso.

—Pero qué haces, hombre —le digo al espadachín cuando le veo pedir un vaso de ron—. Si nos vamos a empedar, hagámoslo a lo grande —agrego de inmediato, guiñándole el ojo y entonces me acerco a la barra—. Dame esa botella de ron, sí, esa con las hojalatas de oro. ¿Cuarenta y dos años de añejado? Una delicia. Cárgaselo a la cuenta de los Yúdkovich, vamos.

Espero que a Katrina no le importe que haya gastado medio millón de berries en una botella de ron. En todo caso pretendo pagárselo en otro momento… Sí, claro… Tomamos asiento y pongo los pies encima de la mesa mientras saco un cigarrillo. Entonces, destapo la botella y le doy un buen sorbo. ¡Pero qué puta exquisitez! Es como meado de ángel, una maravilla de la eme hasta la a.

—¿Mujeres bonitas? Amigo, si quieres conquistar a unas mozas de por aquí no uses un lenguaje tan educado. No sé, tómalo como consejo —le comento antes de estrellar la botella de ron con los vasos de mis nuevos camaradas, ignorando por completo el hecho de que la puta pantera tiene un vaso de leche.

Le doy un buen chupito a la botella y luego se la ofrezco a Ryuu; parece que es el único de aquí que tiene huevos.

—Miren, tengo un plan maestro. Si alguien nos pregunta qué hacemos con una pantera en el puto bar, decimos que es un disfraz y ya está —les comento casi a modo de conspiración—. Lo siento, macho, pero aquí los animales parlantes no son muy comunes. Igual no te deprimas, hay chicas que les gusta lo extravagante y se me está pasando la cabeza que podemos ir a probar suerte por allá.

Les hago un gesto con la mirada, apuntando a la mesa donde hay tres señoritas de unos cuerpos fogosos, maravillosos, ardientes, espectaculares, cualquier sinónimo que exprese el placer que siento al mirarlas. Pero parece que a mi compañero no le agrada la idea porque se va al baño a mear.

Le doy una calada al cigarrillo y pido de vuelta la botella.

—¿Crees que deba servirme en un vaso para no parecer tan vulgar? Nah, me da igual. ¿De dónde eres? Eres… diferente a la gente que he conocido hasta ahora, y no lo digo en mal sentido.

Luego de la respuesta —o no, quién sabe— del espadachín, se nos aparece un puto gato de la nada. ¡Me cago en sus muertos, brujería! ¡Pero qué puta mierda! ¡La pantera es un brujo! No sé qué tanto ha hecho, pero de alguna u otra manera la ha cagado. Yo no quiero relacionarme con ningún brujo, sin embargo, no parezco tener muchas opciones… Me levanto y cuando estamos saliendo por la puerta trasera agarro la bolsa de monedas de la pantera.

—Venga, me la quedo pa’ mí. ¿Qué es tan importante como para interrumpir nuestra fiesta?

Mientras Moja rechazaba el alcohol y se decantaba por tomar un vaso de leche, Volken pareció tomarse aquello como una competición y pidió una botella, y muy cara además. El tipo parecía el típico ricachón arrogante y acostumbrado a la opulencia y la buena vida, pero a su modo era simpático, incluso pese a la condescendencia con la que hablaba en ocasiones, probablemente propia de alguien que se ha criado creyéndose superior a los demás por su posición social.

La cosa empezó a animarse pronto. Volken ofreció al semigyojin probar de su botella, oferta que este aceptó sin dudarlo. El ron que había pedido el ricachón era... muy diferente al suyo. Ofrecía una variedad de matices en la boca muy superior, y rascaba notablemente menos la garganta al pasar. Probablemente por eso costase más de treinta veces más. Si bebía eso habitualmente, no imaginaba a aquel tipo dando un trago al ron que estaba bebiendo él, probablemente sería demasiado fuerte para su delicado paladar.

Poco después sugirió un extraño plan referente al llamativo aspecto de Moja. No llegaba a ser de mal gusto, pero no le quedaba muy claro si la gente se creería que era un disfraz. Era demasiado real. Aunque bueno, seguro que la gente de aquella isla tenía en su mayoría suficiente dinero para pagarse los disfraces más realistas del mundo. En lo que sí tenía razón fue en su siguiente afirmación. Al menos en su experiencia, Ryuu había podido comprobar que la gente sentía una extraña atracción por lo que se salía de lo habitual, de la norma. A él, entre su encanto natural, su carácter extrovertido y divertido y su aspecto, que no era precisamente poco agraciado, nunca le había resultado difícil atraer a las mujeres. Y había podido comprobar que, una vez se quitaba la ropa, la vista de sus branquias y su larga y fina aleta dorsal, únicas muestras externas de su mitad gyojin, solía aumentar exponencialmente su atractivo, como si la idea de montárselo con un medio pez les estimulase. Era una peculiaridad humana que resultaba cuanto menos interesante, y de la que seguramente Moja también podría sacar partido en alguna ocasión.

Volken parecía haber pensado lo mismo, y les señaló a tres damas que se encontraban en una mesa no muy alejada, las tres tremendamente atractivas. Tal vez no fuese mala idea tener una pequeña aventura en aquella ciudad... Sin embargo el felino anunció que necesitaba ir al baño, así que iban a tener que posponer el acercamiento unos minutos. Mientras esperaban a su amigo, Volken le preguntó acerca de su procedencia, aduciendo que era distinto a la gente que estaba acostumbrado a ver. Ryuu sonrió antes de contestar con tono despreocupado:

- Procedo de una isla llamada Wano, en la otra mitad del Grand Line. Mi familia materna siempre ha vivido allí, desde hace muchas generaciones. Por el contrario mi padre es un gyojin, un marinero que se enamoró de mi madre y que, pese a sus continuos viajes, siempre encontraba tiempo para visitar a su familia. Quizá por eso te haya parecido tan diferente, porque no soy del todo humano.

Mientras decía esto agarró el lateral derecho del cuello de su traje y lo hizo descender ligeramente, lo suficiente para que su interlocutor pudiese ver sus branquias. En ese momento se oyó un estruendo, y Moja se materializó bruscamente sobre su mesa. Pese a que ya le había visto volverse invisible en otra ocasión y, por tanto, ya conocía sus poderes, su repentina aparición hizo que el samurái se sobresaltara. Visiblemente nervioso, el felino se incorporó con rapidez y, en voz baja pero acelerada, les comunicó que había visto a dos encapuchados, y que les había seguido hasta una puerta por la que habían entrado. Acto seguido salió corriendo, y tanto el pirata como el ricachón le siguieron sin dudarlo.

El trayecto no fue muy largo, pero pronto se alejaba de las zonas concurridas y discurría por una zona por la que no había gente. En ese momento el semigyojin sugirió que era el momento de ponerse los trajes, e hizo lo propio. Finalmente llegaron hasta unas estrechas escaleras que, tras varios metros de descenso, desembocaban en una puerta que, al ser del mismo color de la pared y estar por debajo del nivel del suelo, pasaba muy desapercibida si uno pasaba por al lado de la escalera. El problema era que, como era de esperar, estaba cerrada. Así que, dado que no disponían de una llave, debían encontrar la forma de forzarla. El pirata se volvió hacia sus compañeros y preguntó:

- ¿Alguno de vosotros sabe forzar cerraduras?

Llegar hasta las escaleras no fue demasiado complicado. Los guíe hasta aquel lugar, por desgracia la puerta estaba cerrada, impidiéndonos continuar para atrapar a uno de esos tipos. Antes de entrar me puse la capa, tal y como había sugerido Ryuu. Por suerte contaba con mi habilidad para saquear, así que saqué un pequeño alambre de mi chaqueta. Le di una forma extraña y lo metí por aquella cerradura. Tras hacer un poco de juego esta cedió dejándonos abierta la puerta. No era nada complicado, había tenido retos muchos más difíciles. Abrí lentamente la puerta y nos encontramos en una habitación.

Habíamos dado en el clavo dentro había dos encapuchados sentados en una mesa. Estos estaban hablando y al verme aparecer por la puerta se levantaron inmediatamente. Con intenciones claras de atacarnos.

-¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí?- gritó uno de los tipos.

No podía dejar que dieran la alarma o que se escapasen. Así que usé mi velocidad y en dos pasos estaba al lado de aquellos tipos. Cargué mis manos en electro y le proporcioné una pequeña descarga que los dejaría paralizados. En esa situación era lo más asequible, dejarlos ko rápidamente. Los dos hombres cayeron al suelo inconscientes, así que aprovechamos y los atamos a las sillas.

Tras unas palmaditas en la cara, aquellos hombres empezaron a despertarse. Era hora de hacerlos hablar. Aunque esta parte prefería dejársela a mis compañeros.

Veamos… ¿En qué momento me he unido a este circo? Y no lo digo en el mal sentido, es decir, me estoy infiltrando en una puta base secreta de “La Mano” con una pantera que se cree perro y un humano con branquias. No sé a qué juega dios, pero es un enfermo. ¡Un desquiciado, madre mía! Me acomodo bien la capa con capucha y tengo el aspecto que siempre he querido: el de un asesino medieval. Bajo ella llevo unos cuantos cargadores adicionales, por si las cosas se ponen feas, y también a Mimosa.

Parece que el gato gigante es un hábil ladrón, cuestión que consideraré para futuros trabajos, aunque no es ni de lejos tan bueno como yo. ¿Forzar la cerradura? Qué novato. A estas mierdas se les dispara y ya está. He de admitir que tiene habilidad con la ganzúa, sin embargo, yo habría tardado menos. Probablemente ninguno de los no-humanos que me acompaña es tan bueno como yo en lo que sea. Me encojo de hombros; tampoco me molesta trabajar con gente normal. Le doy una calada al cigarrillo y tras expeler el humo me acerco la botella a la boca. ¡Un manjar! Menos mal he comprado una de las más caras porque hace tiempo que no tomaba ron.

—No seas aburrido, gatito, ¿por qué no pruebas un poco? Da igual si te emborrachas, de hecho, esa es la idea y si llegas a tener resaca yo me encargo —le digo, ofreciéndole la botella y acercándosela a la bo… ¿Hocico? Ya ni sé cómo referirme a él.

En ocasiones como esta, yo siempre he sido más de disparar y luego preguntar. Si bien no es raro que nos pregunten quiénes somos —es lo que haría cualquier ser humano con dos neuronas—, me llama un poco la atención que hayan querido atacarnos así de primeras. Llevamos las prendas correctas y, a excepción del puto gato, ninguno parece sospechoso. En fin, la gente también es muy extraña… Y hablando del animal, es increíblemente rápido. Tanto como para noquear a esos dos hombres en un abrir y cerrar de ojos.

Me doy cuenta de que estoy en una habitación… extraña, es decir, hay papeles por todos lados y también varias pantallas que señalan varios puntos de la ciudad. Frunzo el ceño tras ver que una de ellas apunta la mansión de Katrina. También hay otra puerta en el extremo opuesto, aunque las cosas por turno: primero los interrogamos; luego, avanzamos. Luego de que el gato les haya dado una paliza prueba suerte dándoles palmadas en la cara pa’ ver si despiertan. En fin, cosas de gatos.

—¿Buenas noches? No se hagan los tontos, sé que están despiertos y listos para responder un par de preguntas amigables. Primero, ¿estas cámaras de aquí muestran los baños femeninos del centro comercial? —Uno de los hombres se encoge de hombros y lamentablemente responde que no—. Ya veo, ya veo… ¿Qué asuntos tiene La Mano con la familia Yúdkovich?

Los hombres fruncen los ceños y me miran desafiantes. Mala decisión, estimados. Saco a Mimosa y le disparo a uno en la rodilla. El cagón suelta un grito de dolor mientras la sangre escurre por su pierna.

—No tengo tiempo ni ganas para tus mierdas, así que empieza a responder. ¿Qué asuntos tiene La Mano con la familia Yúdkovich? ¿Por qué vigilan la mansión de Katrina Yúdkovich?

—No… No te diremos una puta mierda…

Perfecto, ustedes lo han pedido. Me acerco a uno de los hombres —al que no le he disparado— y le abro bruscamente el ojo. Así vas a aprender a respetar, maricón de mierda. Por si mis compañeros piensan que le dispararé, están muy equivocados. ¿Qué se creen? No soy un sádico ni la tortura es lo mío, vaya. ¿Que le acabo de disparar al otro? Bueno, se lo merece por imbécil. El caso es que dejo caer el ron en su ojo, lo cual debe arder un montón, pero el efecto más importante es otro.

Por suerte para ellos el felino parecía ser un atracador experto y no tuvo problemas para forzar la cerradura de aquella puerta. No es que fuese una puerta diferente a lo habitual, pero entrar de una patada, que era lo único que podía haber hecho Ryuu en aquella situación, no era lo más adecuado si querían pasar desapercibidos. Sin embargo en el momento en que entraron las cosas se torcieron muy rápidamente. Dos encapuchados, probablemente los dos a los que Moja había seguido, se levantaron de sus asientos y preguntaron por su identidad. La pantera, probablemente debido a los nervios, no le dio la oportunidad de contestar e improvisar una excusa, de ganárseles con su retórica y convencerles de que eran compañeros, y haciendo gala de su sobrehumana velocidad, les noqueó antes de que pudiesen decir nada más. Por suerte no eran combatientes y le fue sencillo reducirlos.

Mientras los dos tipos estaban inconscientes buscaron unas cuerdas y los ataron a las sillas en las que estaban sentados antes de que los tres intrusos llegaran. El pirata aprovechó entonces para fijarse en la sala. Múltiples pantallas en las que se veían distintos sitios de la ciudad, alguno de ellos que Volken pareció reconocer demasiado bien, así como un montón de papeles esparcidos por todas partes. Estos últimos fueron los que atrajeron la atención del semigyojin, que comenzó a revisar aquellos documentos.

Había de todo, desde cartas de otros miembros de la organización hasta facturas y planos de diversos lugares. Entre otras cosas el pirata pudo observar que utilizaban un extraño sistema de comunicación en sus cartas que no pudo descifrar, alguna clase de código que utilizaba los números del uno al cinco y las consonantes del abecedario. Y al final, en la firma, siempre un pequeño dibujo de una mano de color negro. Entre las facturas se encontraban compras de armas y de locales en distintas islas, distribuidos por toda la primera mitad del Grand Line, así como múltiples ventas de armas a distintas empresas y organizaciones situadas también en múltiples islas de ese mar. ¿Estarían tratando de iniciar una guerra y convertirse en los proveedores de armas de todos los bandos? ¿O qué otro retorcido plan tendrían? Para averiguarlo habría que descifrar el código en que estaban escritas aquellas cartas, y era algo que escapaba a sus conocimientos. Eso sí, seguro que quien les había contratado apreciaba en gran medida la información que contenían aquellos documentos. Así que el semigyojin guardó todos ellos en un maletín que encontró encima de una de las mesas. Probablemente pertenecería a alguno de los dos encapuchados, pero daba igual.

Cuando los dos tipos despertaron Volken dio rienda suelta a su salvajismo y su sadismo, llegando a disparar para desesperación de Ryuu, que se llevó las manos a la cabeza. Había disparado una puta pistola dentro de un edificio gigantesco lleno de cientos de personas. Aunque estuvieran en un lugar muy apartado dentro del mismo las posibilidades de que alguien le hubiera oído eran bastante considerables. Así que, cogiendo el maletín, se dirigió a sus compañeros:

- Estamos armando demasiado escándalo, no creo que tardemos en ser descubiertos. Deberíamos irnos cuanto antes. Yo me llevo estos documentos, seguro que nuestro benefactor los encuentra interesantes. Coged si queréis a alguno de estos dos desgraciados, o dejadlos aquí, como prefiráis. Pero es el momento de irse.

Y dicho esto abandonó la sala, esperando que sus dos compañeros hicieran lo propio y salieran tras él.

Volken se había metido demasiado en el papel y aquello no era buena idea. Aquel disparo hizo bastante ruido. Eso sin duda levantaría sospechas, con lo que tendríamos a gente encima intentando averiguar que había pasado. Quedarse más tiempo allí no era una opción. El mafioso los interrogó intentando sacar algo de información y yo tras el disparo empezaba a impacientarme. Ryuu había rebuscado entre los papeles algo que le sirviera de información.

Dada la situación decidí llevarme a uno de los hombres conmigo. Una vez Volken había terminado de hablar con el que no estaba, metiéndole las suficientes prisas, lo cogí y le dije.

-Tú te vienes conmigo me servirás para reclamar el pago guay. Si intentas escaparte te daré una descarga mucho peor que la anterior, dejándote completamente frito guau. Así que yo que tu no intentaría nada raro guau- le dije al encapuchado. El tipo pareció entenderme y asintió con la cabeza. –Ryuu yo me llevo a este tipo a Water Seven, si te parece bien, una vez cobremos nos lo repartimos, así nos llevamos los dos lo mismo, ya que lo hicimos juntos guau-

Le puse la capucha, le deje las manos atadas y nos dirigimos al barco por el camino más corto posible. Antes de irme  Tuve mucha suerte de no tener ningún contratiempo de camino al barco. Una vez en este le entregué el tipo a Clark y le dije que lo encerrara en la celda que teníamos. Teníamos una pequeña travesía hasta Water Seven, la cual pasé intentando sacarle información al prisionero. Pero fue en vano, no conseguí que aquel tipo soltara prenda.

Tardamos poco más de una semana en llegar a la isla. Por suerte, al recibir el encargo conseguí un eternal pose para ir directamente. Una vez llegamos, nos dirigimos sin más dilación al puerto 6K-70R, lugar donde debía entregar al prisionero.

Al llegar unos hombres nos esperaban, les entregué el prisionero y acto seguido un tipo trajeado me entrego un maletín con el dinero. Cien millones de berries, había sido el primero en llegar al ver eso. Aquel tipo no dijo nada, solo se llevó al encapuchado y yo me quedé esperando en las inmediaciones del puerto para entregarle los veinticinco millones a Ryuu, tal y como habíamos acordado. Si tardaba mucho me iría con el dinero, no era bueno que un pirata con casi cien millones por su cabeza se quedara mucho tiempo en un sitio.

Las miradas de estos extranjeros parecen decir que me he excedido un poco. En mi opinión, estamos lo suficientemente profundos para que nadie escuche uno o mil disparos. Además, allá arriba hay suficiente ruido para hasta tirarse pedos tranquilos; no pasa nada, son demasiado alarmistas. Y maleducados. Ni siquiera se despiden de mí cuando cogen al otro tipo para marcharse. Joder, y yo que pensaba que estábamos siendo amigos… ¡Si hasta compartí mi botella de ron con el casi-pescado! Bueno, ahora todos sabemos que las amistades son tan fugaces como las tetas de una mujer. Tampoco me importa mucho, pues tengo cuestiones más importantes de las que ocuparme.

—Yo también los quiero, gracias por despedirse —les grito desde la puerta de la sala de vigilancia.

Madre mía, estuve encerrado en ese sótano como ocho mil horas. Tuve que ponerme un poco rudo con el imbécil ese porque no quería soltar el casete, pero al final terminó haciéndolo. ¿Cómo? ¿Que debí haberle perdonado la vida? Nah, no se lo merecía. Cualquiera que trabaje para una mierda como La Mano sabe que la muerte está a la vuelta de la esquina. Además, mi estilo no es dejar testigos… Oh, espera. Mierda. ¿Será que debo matar también al espadachín, al secuestrador y al secuestrado? Qué va, ellos no vieron cuando bauticé la cabeza del tonto con plomo.

El interrogatorio fue largo pero fructífero; seguramente Katrina se mostrará complacida cuando regrese a su lado con una buena botella de ron a medio vaciar e información de vital importancia. La Mano, ¿eh? Yo jamás le pondría un nombre tan turbio a cualquier organización que decidiera crear. “Familia Goldschläger” suena muchísimo mejor, incluso más profesional. En cualquier caso, me arrepiento un poco de no haber aceptado el dinero del contratista anónimo. Cincuenta millones vienen de puta madre, y ya si es el doble muchísimo mejor. A ver si al menos me gano unos besitos de Katrina por mi buen trabajo.

Moja hizo caso de lo que le decía y, sin perder un momento, cogió a uno de los prisioneros y se marchó de allí, proponiéndole repartir a medias el dinero que ofrecía su contratante. El semigyojin aceptó dicha propuesta, pues ambos habían colaborado como iguales en aquella tarea y, probablemente, un reparto equitativo era lo más adecuado y justo dado que Volken había dicho expresamente que no le interesaba cobrar ningún dinero por aquella tarea.

Una vez el felino abandonó la sala el espadachín hizo lo propio, dirigiéndose con el maletín a su pequeño barco. Eso sí, en cuanto salió de aquella sala se quitó la túnica. Llamaba mucho menos la atención vestido con su indumentaria habitual. De ese modo pudo llegar sin mayores contratiempos al puerto y dejar Casino Island con destino a Water Seven, la ciudad que había estado a punto de sufrir meses atrás una cruenta guerra que, finalmente, se había resuelto mediante una negociación cuando la isla parecía abocada a la devastación.

Llegó allí tras poco más de una semana. Fue un viaje tranquilo y sin mucha complicación para alguien que, como él, conocía las rutas de navegación de la primera mitad del Grand Line casi a la perfección. Cuando arribó en el puerto 6K-70R no tardó en encontrarse con varios hombres que, a cambio del maletín y tras haber comprobado que en su interior había multitud de documentos privados de la organización presidida por "La Mano", le hicieron entrega de la nada desdeñable cantidad de cincuenta millones de berries. Sumados a los veinticinco que Moja, que se hallaba en las cercanías del lugar esperándole, le entregó, la cantidad ganada era realmente importante. Al fin podría dejar de preocuparse por su economía y por cómo iba a costearse un alojamiento en la próxima isla que visitara.