[Misión común-North Blue]En la fortaleza de piedra

Krieg había sido condenado a lo largo de su vida a varios infiernos. Algunos los había merecido, y muchos otros no, aunque buscar las razones de aquello no le perturbaba ya su férreo espíritu. Como avatar de su pueblo se obligaba, o incluso se podría decir que se veía obligado, a aceptar todo lo que el cruel destino le lanzara. ¿Cuán profunda era la puñalada de su costado?, se preguntaba cada vez que las fuerzas amenazaban con abandonarle.

Menos que la vergüenza, se decía. Menos que el deber.

Y ello le bastaba para doblegar su mundana carne a cumplir los designios de su incandescente alma. Tal y como lo había hecho para salir de cada uno de los infiernos que habían ido recortando su forma.

El campamento improvisado en la cueva dio al soldado un respiro de su dolor. Mas pese a las ganas que tenía de sentarse para descansar y abandonar así temporalmente la función que se había empeñado a realizar, no lo hizo. No lo hizo hasta quitarse con sumo cuidado las pesadas mochilas cuyo contenido apenas había tintineado en la dura caminata. Entonces, solo entonces, apoyó su mano contra la pared de piedra para irse dejando caer. Estaba agotado.

—Как гора с плеч // (Kak gorá c plech)

OFF: Kieskense:

Tendido allí dejó caer su cabeza sobre el muro buscando el frescor del mineral, pero a través de sus pesadas ropas no encontró alivio alguno. Sentía como la sangre se le apelmazaba a través de las capas de cuero, dejando tras de sí una húmeda y caliente plasta que no tardaría mucho en apestar y pudrirse. Bueno, sería él quien se pudriría antes que las ropas.

Cuando Kristoph se acercó para cambiarle las vendas siguió sus indicaciones, abriéndose los muchos botones y correas para dejar expuestas la roja carne sangrante rodeada de lo que un día había sido piel. Marcado más allá de lo humanamente reconocible, Krieg era un superviviente de quemaduras de cuarto grado, y por mucho que su tejido hubiera sido reconstruido con la más cara de las medicinas esta había priorizado la función sobre la forma.

—Sí, doctor.

Había sentido el impulso de contestarle con el proverbio de "No existen esfuerzos innecesarios", pero como autoridad médica en la cuestión, Krieg estaba a sus órdenes.

El soldado intentó descansar pese a que el terror de desaparecer en la noche se lo hubiera impedido a muchos otros hombres. No, si había algo que le hacía difícil conciliar el sueño era la sensación de que los enemigos aún estarían al acecho... Demasiado lejos como para darles muerte con su pala.

Una sacudida lo despertó sobresaltado, con su trabuco en la mano apuntó a quién lo había despertado. Cuando consiguió enfocar, bajó el arma de inmediato.

—Perdona Kristoph —se disculpó.

Se puso en pie a la vez que Kristoph se acostaba, no tardó en dormirse y Osten se plantó delante de la cueva. Pasó el resto de la noche sin contratiempos, cuando empezó a esclarecer fue a despertar al resto del grupo.

—Vamos, no podemos demorarnos mucho. ¿Cómo estás Krieg? —le preguntó con preocupación.

Krieg se puso de pie y cogió su petate y los bártulos del doctor, seguía empeñado en llevar los trastos, aunque después de dormir se le veía bastante mejor. Salieron de la cueva y buscaron el camino de nuevo, no tuvieron ningún problema en encontrarlo. Cuando salió el sol por completo ya habían avanzado un buen tramo, probablemente verían la fortaleza en poco tiempo.

—Ya debemos estar cerca, será mejor que extrememos precauciones —dijo mientras desenfundaba la espada y el trabuco.

No se apreciaba a nadie cerca de allí, eso era raro. Estaban lo suficientemente profundo para haberse topado ya con algo. Un poco más tarde vieron a lo lejos, semioculto entre los árboles, un torreón que en su día debió ser para la vigilancia.

Haber tenido una noche sin sobresaltos hacía que Kristoph estuviera algo más relajado, estaba casi seguro que la banda de piratas se había largado de allí, mientras Kristoph andaba en sus tribulaciones, un torreón de piedra apareció en la lejanía. Por fin estaban cerca de acabar este trabajo, Kristoph casi podía oler el dinero que el Doctor les iba a entregar.

Ya desde lejos, podía verse que aquel torreón estaba cubierto por plantas trepadoras, si la banda estaba atrincherada allí, no se había dedicado a cuidar la parte exterior de las ruinas, al menos no habían cuidado ese torreón.

El río de repente desapareció bajo una roca, ya no había nada que seguir.

- Hemos llegado. - Dijo el profesor, levantando la vista, era evidente que estaba reprimiendo con todas sus fuerzas el impulso de ponerse a analizar aquella roca cubierta de tierra, llena de raíces, hojas y nidos de pájaros. Kristoph se fijó en que la gran puerta de piedra que daba entrada al templo estaba limpia, no tenía raíces, ni plantas trepadoras y ni rastro de nidos de pájaros, parecía que la habían estado usando constantemente.

Frente a ellos se alzaba una gran fortaleza, podían distinguirse las torres de vigilancia, las almenas, aunque llenas de vegetación, estaban prácticamente enteras, aquella reliquia se encontraba en un estado de conservación excepcional, o al menos eso parecía por fuera.

El Doctor, escoltado por Kristoph, Osten y Krieg, empujó la puerta de la fortaleza, que cedió fácilmente, dejando al grupo entrar a aquel lugar.

Krieg había conseguido sobrevivir a la noche. A pesar de no desayunar ni cenar la noche anterior tenía fuerzas, al menos más que las que tenía el pobre arqueólogo pálido por la falta de sustento. Pero había sido su idea llegar cuanto antes, pues así todo terminaría más pronto.

La comitiva marchó alerta hasta las ruinas de la fortaleza, mas no había alma que se atreviera a romper el silencio aparte del ocasional comentario del doctor empujado por la pasión de sus estudios. Krieg sabía bien qué significaba eso: algo iba mal. O al menos peor, pues con una herida en el costado y enemigos escapados por un terreno que no conocían ya las cosas estaban bastante mal para empezar.

El soldado continuaba cerrando la comitiva, portando estoicamente las provisiones y el equipo necesario para las investigaciones del doctor. Aún se desplazaba con cierta lentitud, pero la debilidad que antes era apreciable ahora se había convertido en una justa prudencia. No solo debía estar atento a moverse lo justo para que su herida no volviese a abrirse, si no que cada sombra y cada resquicio eran mirados con un furtivo recelo.

No hacía falta ser un maestro táctico para saber que las ruinas debían esconder algún tipo de trampa. Especialmente si alguien se había tomado las molestias de engrasar las visagras de la puerta.

—Halt. —pronunció con firmeza, la suficiente como para hacer que el rugiente estómago del doctor se callase.

Krieg dio un paso hacia delante y colocó su mano en el hombro del contratista. Con cuidado lo empujó un poco hacia el lado, dándole a entender que habiéndo llegado a su destino ya no hacía falta en absoluto que liderara la patrulla. Allí lo único que hacía era exponerse a peligros innecesarios, trampas y, por supuesto, flechazos.

Al fin habían llegado a la fortaleza, el doctor empujó la puerta que cedió con facilidad, eso era mala señal, si el sitio estuviera abandonado no debería poder abrirse así de fácil. Antes de que Osten pudiera hacer nada, Krieg apartó al doctor Doe a un lado. El lugar estaba demasiado tranquilo, así que Osten se aventuró un poco en el umbral del portón, examinando a su alrededor.

—Parece que aquí no hay nada raro —susurró al resto del grupo.

Se internó un poco, no parecía haber vigías, tenía la espada a punto, no se sabía lo que podía haber detrás de las esquinas. Se acercó a la puerta que había a la derecha, desde allí se debería subir a la torre de la puerta. Avanzó cautelosamente, evitando hacer ruido con sus pisadas, al empujar la puerta chirrió un poco. Se quedó totalmente quieto, prestando atención por si oía algún movimiento.

No hubo respuesta alguna, si no los hubieran atacado en el bosque, se diría que el sitio estaba desierto, pero en ese momento imperaba la paciencia y la precaución. Asomó la cabeza, era una sala vacía, se podía apreciar un mecanismo, que por la posición parecía que estaba destinado a abrir la puerta.

—Despejado —susurró.

Sacó la cabeza del resquicio y avanzó hasta el patio, tenía una disposición extraña para una fortaleza. Al frente había una gran puerta, parecía la entrada de un castillo más que una fortaleza, a ambos lados de la puerta principal, había dos puertas más pequeñas, parecía que eran para el servicio. Aparte de esas puertas no había ninguna más.

El grupo cruzó el umbral de la puerta principal, allí se hallaba una sala llena de columnas de piedra con una especie de dibujos grabados.

Kristoph avanzó un poco, pero en cuanto puso un pie en lo que debía ser un gran salón o algo por el estilo, recibió un golpe justo en mitad de la cara y cayó de culo al suelo mientras le sangraba la nariz y las encías. Pudo abrir los ojos justo a tiempo para esquivar otro golpe, giró en el suelo a modo “croqueta” hasta que estuvo suficientemente lejos como para incorporarse y echar mano a su arma.

Se trataba de un chico, armado con un bō. Kristoph escuchaba también cómo varias flechas cortaban el aire e impactaban contra el suelo de la fortaleza, pero no tenía tiempo de buscar a sus compañeros, adoptó su postura de combate justo a tiempo para bloquear otro golpe de su enemigo. Aquel maldito palo era resistente, su katana no lograba cortarlo, además aquel chico era muy rápido, puede que más rápido que Kristoph.

Al fin, tras uno de los muros, vislumbró a la arquera, que lanzaba flechas hacia su izquierda, aunque Kristoph no pudo distinguir quién era su objetivo.

Toda aquella situación le escamaba a Krieg. Había algo innatural en el ambiente, una paz sincera, impropia para un hombre de guerra como él y la tensión acumulada en los hombros de cada uno de sus compañeros. ¿Cuándo atacaría el enemigo?, se preguntaba; casi siempre se estaba haciendo aquella pregunta. De hecho ya apenas recordaba la tranquilidad.

Tan inhóspita y exraña era la situación que hasta el doctor se había callado de súbito; lo que desde luego se añadía al cúmulo de incómodas señales que le hacían cerrar con fuerza su mano sobre el mango de la pala táctica.

Nada en el patio. Ningún soldado oculto tras las almenas dispuestos a aprovechar la altura del terreno para dispararles ni darles muerte; ninguna trampa de rocas ni cordeles con campanas para alertar de su posición. Allí no parecía haber nada... pero aún así un sentido palpitaba dentro de su pecho con tonadas claras gritando que no estaban solos.

Los tambores de la guerra reverberaban cada vez más fuerte en el alma de Krieg. A cada paso que daba el grupo, según se iban acercando a la puerta, con más insistencia y a mayor ritmo retumbaban. Se continuaba diciendo que aquella emoción, aquella sensación tan real era simplemente un producto de su cobardía. Herido y débil, al menos en comparación a como solía estar, culpaba a sus más bajos instintos de aquel atroz ruido quedo que solo él podía notar.

El soldado contuvo la respiración cuando, cerrando la comitiva encabezada por Osten, Kristoph y Doe, atravesó el umbral hacia la habitación. Columnas, o más bien pilares por ser su sección hexagonal, llenaban la habitación con una función más importante que la de sostener el peso del pesado techo. Allí estaban grabadas historias y relatos que pocos podían leer ya, mas esta función aunque reconocida y admirada por el soldado amante del arte no le preocupaba en absoluto. Lo que le preocupaba era la cantidad de sombras y espacios ocultos detrás de estas.

Antes de que pudiera terminar de cerrar la puerta principal para guarecerse de posibles ataques por la retaguardia, el combate había empezado.

—¡Doctor! —gritó, cogiendo impulso golpeando la puerta para ponerse en la vil trayectoria del proyectil.

Con aquel heoico acto Krieg recibió un flechazo directo al pecho, aunque tuvo la suerte de que sus costillas lo frenaran lo... suficiente.

La situación se volvió violenta muy rápido, habían entrado en la sala principal y al avanzar un poco Kristoph había sido atacado por un chico con un palo, el golpe derribó a su amigo, que estaba defendiéndose con su espada de aquel palo. Osten dio un paso para ayudar a Kristoph cuando una flecha pasó a su lado, iba dirigida al doctor, pero Krieg se interpuso en la trayectoria.

La situación era crítica, Krieg estaba muy herido, Kristoph casi no podía hacer otra cosa que defenderse. Osten tardó unos segundos en reaccionar, ese era el tiempo que le dio a la arquera a disparar otra vez, en esta ocasión apuntó a Osten, que tuvo tiempo a ponerse de lado. La flecha se clavó en su brazo izquierdo, era un dolor casi insoportable, pero se volvió y consiguió esconderse detrás de una de las columnas.

Avanzando entre las columnas, pudo ver cómo Krieg se cubrió junto al doctor detrás de otra. En ese momento Osten sólo pensaba en acabar con la arquera, sin pensar que allí faltaba el líder de aquella banda. Su descuido hizo que al avanzar, se topase de cara con el hombre que el Gobierno Mundial estaba buscando, "Grim" Soren.

Su movimiento fue rápido, como un boxeador, se deslizó a la derecha y lanzó un golpe al brazo izquierdo de Osten, directo a la flecha que todavía estaba clavada en él. Con un grito de dolor, Osten se quedó paralizado, mientras "Grim" le lanzaba un golpe directo a la cara.

El golpe fue brutal, notó cómo se le fracturaba la nariz, medio inconsciente, Osten pudo interponer su espada en la trayectoria del siguiente ataque que lanzó "Grim". Desviando la trayectoria de su mano, protegida por aquel puño de hierro que lo hacía tan peligroso.

Con gran esfuerzo, pudo sobreponerse a la sucesión de ataques, era un tipo muy rápido. Después de defenderse de unos cuantos ataques más, Osten empezó a atacar, con la espada, sin dar tregua, "Grim" la desviaba con su puño, así que a Osten no le quedó otra opción. Esto no era ningún juego, puso todo su empeño en un ataque.

—Prueba de fuego.

Con esas palabras se lanzó en una sucesión rápida de espadazos, que culminó con un disparo del trabuco. "Grim" consiguió desviar todos los espadazos, y con un salto hacia atrás hizo que la bala le diese en la pierna derecha en vez de darle en el pecho, donde apuntó Osten.

Se empezaron a escuchar choques de objetos metálicos y Kristoph asumió que Grimm había entrado en escena, aunque no podía verlo entre tanta columna. El bō golpeó de refilón el costado de Kristoph, que volvió a caer al suelo rodando y comenzó a correr en cuanto se incorporó.

El tipo del bō perseguía a Kristoph lanzando golpes que no lograban alcanzar su objetivo. Vio a Osten, estaba peleando cuerpo a cuerpo contra Grim y parecía que no le iba muy bien, tenía la nariz partida y goteaba sangre. Kristoph corrió en dirección a una de las columnas, esperando poder usarla de escudo y pasar al ataque.

Kristoph rodeó la columna y, con su oponente a la vista y controlado de nuevo, volvió a adquirir su posición de ataque, ya no le dolía tanto la cara como antes y su cabeza estaba más despejada, comenzó a detener los golpes del enemigo con su katana, de forma que ningún golpe le estaba alcanzando, de todos modos el bō era demasiado largo como para que Kristoph pudiera acercarse más a atacar, estaban prácticamente en tablas y aquel combate era ahora una carrera de resistencia.

Osten había desaparecido de su campo de visión, pero la última noticia que tenía de él era que estaba contra Grim, aún no había visto a Krieg ni al profesor, pero el sonido de las flechas no se detenía, así que suponía que seguían vivos.

Entonces tuvo una idea, colocó su brazo izquierdo junto a la hoja de su katana y cuando el impacto del bō golpeó la hoja, sujetó el arma de su oponente con la mano izquierda, entonces aprovechó para propinar un rápido estoque que fue directo al torso del enemigo, que saltó hacia atrás para evitar que el daño fuera mortal. Aún así cometió el error de soltar su arma y Kristoph la lanzó lejos.

El chico del bō, ahora sin su arma, corrió hacia la puerta gritando y escapó, Kristoph no fue tras él, se centró en buscar al Doctor, recogió el bō pensando en entregárselo a Krieg.

- Esto será mejor que una pala. - Dijo en voz alta mientras corría hacia el interior de la sala.

Krieg fue completamente consciente de la vibración que recorrió sus costillas. Fue como un pequeño crujido, uno resultante de las grietas que abrazaron ambas alas de la flecha deteniendo su imperioso avance hacia los órganos del curtido soldado. El dolor nunca había sido una sensación ajena para él, y mucho menos una traba.

—¡In Deckung! —mandó empujando al arqueólogo a tomar cobertura tras los pilares.

Rodeados de enemigos lo primero era poner a salvo al doctor, y una vez esto se consiguiera ya iría al socorro de sus compañeros, o de sí mismo. Con el proyectil anclado en el pecho y sin molestarse ni cometer la imprudencia de arrancárselo, Krieg avanzó delante del timorato como un buen escudo humano. Una vez llegados a la columna se arrojó con él al suelo, esquivando, casi de milagro, la flecha que apenas le rozó la dura máscara de su gente.

—¡Protegedme! —chilló el doctor, haciéndose un gurruño de debilidad espasmódica.

Antes de poder levantarse, el último superviviente de Krieg sintió en su espalda el golpe de un proyectil más; pero no sintió dolor alguno. ¿Tan dura era su piel y tan puro su deber? No. La mochila, la carga que tanto le había costado llevar hasta allí había revelado su verdadero propósito.

Soltando una de las amarras para girarla y retorcerla sobre su brazo como un único movimiento, el soldado de trinchera había pasado a ser el frente de una falange de escudos. Sin temor ni recelo se volvió a asomar al pasillo de columnas deteniendo la siguiente flecha con una sonrisa oculta tras la máscara de gas.

Ahora podría dar buena cuenta de aquella arquera. Pero lo primero era lo primero.

—Prefiero mi pala —le contestó a Kristoph—. Ve a ayudar a Osten; proteged al doctor.

Krieg avanzó. Un paso y luego otro mientras medía con cautela los movimientos de la arquera. Cada vez que esta cargaba una flecha y la tensaba se detenía, atento, esperando al disparo que buscaba el hueco entre su improvisada adarga. El silbido, el chasquido de la cuerda al tensarse eran las señales para que bajara su cuerpo, protegiendo su escueta figura detrás del mamotreto de latas y mantas envueltas en cuero. El petate comenzó a sangrar salsa de tomate al cuarto y desesperado disparo. La distancia se acortaba, pero aquello era una desventaja para ambos adversarios.

Por un lado la mujer estaba segura de que perdería un combate en el momento en que se intercambiaran golpes, pero por otro sabía que a más cerca estaba su objetivo más potencia llevaban sus flechas. Solo necesitaba un poco de suerte para que su arma encontrase una debilidad en la burda protección.

¿Y qué pensaba Krieg? Lo único que tenía que pensar un soldado en aquella situación: en lo cerca que estaban tanto la victoria como la muerte.

En lugar de esperar a que su enemigo lanzase su último disparo, Krieg cargó hacia delante emitiendo un infernal rugido. La mujer recibió el golpe de lleno, quedando derribada bajo el aberrante peso del soldado y su exceso de equipo. La flecha que había lanzado había conseguido atravesar la protección, pero poco le importaba al soldado otra herida más en su pecho. Aquella vez no fueron sus costillas las que detuvieron el poderío del proyectil, sino su alma, curtida y condensada en una voluntad que era literalmente de hierro.

Otros hombres se hubieran detenido al escuchar gritar por su vida a una pobre señorita, muchos la hubieran perdonado dándole la oportunidad de rendirse, pero no Krieg. Ella era el enemigo, y como tal le concedería el honor de morir en combate. Un honor que, por supuesto, sus chillidos demostraban que no se merecía.

La lucha entre Osten y "Grim" era brutal, alternándose entre ataque y defensa parecía que no iba a acabar nunca el combate. Osten estaba tan concentrado en aquella pelea que cualquier distracción podría costarle la victoria a cualquiera de los contrincantes. De repente un rugido sonó a lo lejos, seguido de un grito que le puso los pelos de punta.

Ese momento de distracción fue la clave para que "Grim" rompiera su defensa, sus ataques sin compasión se sucedían a velocidad endiablada. Osten estaba a punto de perder el conocimiento, tentado por dejarse llevar a ese vacío existencial en el que el dolor no tenía cabida.

Pero se mantuvo en pie, siendo aporreado, se obligó a seguir despierto, si iba a morir lo haría sin ceder. En el mismo instante que tuvo ese pensamiento pasó algo muy raro, pudo "ver", no había mejor explicación, dónde iba el próximo golpe. Instintivamente, levantó la mano para detener el ataque, pudo coger la mano del boxeador.

Éste miró a Osten extrañado, sacudió un poco el brazo y se deshizo de la pequeña presa que Osten le hacía en la mano.

—No te preocupes, ya vas a dejar de sufrir —dijo "Grim" preparando su último ataque.

Lanzó un derechazo directo al rostro de Osten, a una velocidad que ningún humano vería nada. Volvió a suceder, Osten "vio" cómo iba a impactar ese puño de hierro en su ya rota nariz, con lo que supondría el final del combate.

Como último recurso, Osten avanzó la cabeza, dispuesto a darle un cabezazo al puño, que desviase el ataque. Con la concentración de adrenalina del momento, no se dio cuenta del impacto del puñetazo, pero no estaba muerto. Levantó la vista y vio cómo el puño de hierro de su oponente se había partido por la mitad, "Grim" estaba totalmente desconcertado y Osten no perdió la oportunidad.

Con desenvoltura y rapidez dio un paso atrás mientras levantaba el trabuco y accionaba el gatillo apuntando a la frente de aquel hombre. Sefton "Grim" Soren cayó.

El tiempo parecía que se había paralizado, Osten vio como el hombre caía en lo que parecía una eternidad, cuando golpeó el suelo, Osten volvió a tomar control de la situación. Miró alrededor, Krieg estaba sobre el cuerpo de la arquera, el doctor estaba acurrucado detrás de una columna, Kristoph se acercaba a él y no vio al otro chico, pero era de suponer que también había caído.

Con la situación controlada, lleno de golpes que probablemente le habían roto varios huesos y una flecha clavada en su brazo, Osten se dejó caer para poder descansar un poco.

—Menos mal que no dábamos la talla para la marina. ¿Eh, Kristoph? —sonrió mientras luchaba por seguir despierto.

Kristoph escuchaba gimoteos y grititos, era el Doctor, fue corriendo siguiendo los sonidos hasta encontrar a Krieg y al Doctor. El Doctor estaba intacto, pero Krieg estaba herido en el pecho y parecía grave. Kristoph estiró el brazo, ofreciendo el bō a Krieg.

- Prefiero mi pala. Ve a ayudar a Osten; proteged al doctor. - Dijo mientras empezaba a correr protegiéndose con la mochila que había estado cargando todo el viaje.

Desde allí podía verse a Osten peleando con Grim, la arquera estaba ocupada con Krieg y no había motivo para creer que había más miembros en la tripulación de aquellos piratas, así que Kristoph dejó al Doctor escondido tras la columna, armado con el bō.

Cuando salió del escondite del Doctor, Osten ya estaba rematando al capitán de la tripulación pirata.

- Menos mal que no dábamos la talla para la marina. ¿Eh, Kristoph? - Osten no parecía capaz de mantenerse en pie mucho más, parecía que había usado toda su fuerza en aquella pelea.

El silencio reinaba ahora en aquella sala, Osten había acabado con Grim, Krieg había terminado con la vida de la arquera y el tipo del palo largo había salido huyendo. Le hizo una señal al Doctor para que saliera de su escondite.

- Parece que ya está fuera de peligro, Doc. - Kristoph sonreía, aunque sabía que debía tratar a Osten y a Krieg cuanto antes. - Puede empezar a estudiar esta sala tranquilo, yo trataré a estos dos como pueda.

El Doctor, visiblemente más relajado, asintió y comenzó a acercar su cara a las columnas tanto que Kristoph creía que estaba tratando de besarlas.

La pirata luchó hasta el último segundo, pataleando y gritando por una vida que bien podría haber dedicado a hacer el bien. Hay pocas cosas en la vida peores que morir aplastado y asfixiado, pero ninguna de ellas debía preocupar ya a la pobre alma descarriada que abandonaba un cuerpo sin vida. Sin ningún remordimiento por su enemigo, Krieg continuó aplicando presión hasta asegurarse de que aquel cadáver no se convertiría en ninguna otra cosa mas que pasto para los gusanos.

Luego se levantó, y como era costumbre remató el cadáver pisándole el cuello hasta oír la dislocación al completo de las vértebras. No desperdició un segundo más con el cuerpo, ni registros ni robos de carroñero, simplemente marchó por la estancia buscando el siguiente soldado al que debía enfrentarse. Mas ya no quedaba nadie más con quien luchar.

—¿Todos bien?

La lucha les había pasado factura a todos, pero no pudo apreciar ninguna herida grave pese a que era él mismo quien más papeletas tenía para estar agonizando en el suelo. Casi de manera imposible, Krieg se mantenía firme.

Confiando que Kristoph atendería las heridas de Osten en su ausencia, el soldado deambuló por la habitación para cerrar y apuntalar primero la puerta para no tener más visitas aquel día. Contados solo dos cadáveres para tres enemigos, uno no podía ser demasiado precabido, mucho menos cuando se tiene aún una flecha firmemente encajonada en la caja torácica.

—Voy a... —Krieg se sintió enfermo—. Deberíamos comprobar que no hay más salidas.

Se llevó instintivamente la mano a la herida de su costado. Abierta, cómo no, se dijo, y sangrando desde seguramente la última caída. Acercándose al grupo se sentó junto al caído y comenzó a desabrocharse el uniforme manchado de sangre. Que fuera propia o ajena poco importaba ya.

—Cuando puedas, doctor.

—¿Qué quieres? Estoy trabajando.—contestó el ensimismado arqueólogo.

—No esa clase de doctor, doctor.

—¡Bah!

Una semana, eso era lo que tardaría el esmirriado sabio en desentrañar los secretos que se escondían grabados en la piedra. Desde luego, cuatro millones eran poco para repartir entre los tres cazarrecompensas, pero con un cadáver con recompensa segura quizás el viaje habría valido la pena.

—¿Todos bien? —preguntó Krieg acercándose a ellos. —Voy a... Deberíamos comprobar que no hay más salidas — continuó con voz muy débil.

—Tú deberías dejar que Kris te eche un vistazo. Ya compruebo yo —contestó Osten a un dolorido Krieg.

Osten se levantó con dificultad, le costaba respirar, posiblemente tenía unas cuantas costillas rotas, pero aún así se obligó a divagar por aquella sala buscando otras posibles entradas. Pudo contar unas veinte columnas, todas grabadas con extraños símbolos, al final de la sala, había una especie de trono de piedra.

Se quedó mirando aquel extraño trono, por lo que él tenía entendido esos tronos eran de reyes y estaban en castillos, no en fortalezas. El trabajo que hizo el artesano era increíble, parecía un sillón de madera tallado en la piedra, se acercó un poco más y comprobó que estaba tallado en una piedra del terreno, sobre la que se habría erigido la fortaleza.

"Tengo que decirselo al doctor" pensó mientras miraba alrededor del trono. No encontró más puertas, pero al dar la vuelta por detrás del trono vio algo extraño, una pequeña rendija en una losa del suelo. Se agachó para comprobarlo y vio que podía tirar un poco de ella, pero estaba tan herido que hacer ese esfuerzo era imposible para él en esos momentos.

—¡Venid aquí! —gritó al resto del grupo.

Kristoph estaba tratando las heridas de Osten mientras Krieg luchaba por cerrar todas cualquier vía por la que pudiera entrar otro enemigo.

- Tú deberías dejar que Kris te eche un vistazo. Ya compruebo yo. - Ayudó a Osten a levantarse y, viendo que su amigo era capaz de mantener el equilibrio y caminar fue hacia Krieg, que era el que más grave estaba.

- No puedo asegurar que vayas a sobrevivir, Krieg, pero haré lo que pueda y espero que esta vez me hagas caso y descanses. - Quitó con cuidado las flechas que estaban clavadas en Krieg.

- Vas a necesitar puntos. - Kristoph buscó en la escambrosa mochila un equipo de remendar la ropa que el Doctor aseguraba tener guardado en alguna parte. - Sé que no es lo ideal, pero te voy a coser las heridas con esto, te aviso que va a doler, pero viendo como has encajado las flechas, no creo que te resulte un problema.

- ¡Venid aqui! - Gritó Osten, haciendo que todos giraran la cabeza en su dirección.

Terminó de coserle las heridas a Krieg y fue a ver qué le pasaba a Osten, tal vez necesitara ayuda para bloquear una posible entrada o hubiera encontrado un nuevo enemigo.

Kristoph fue el primero en llegar hasta Osten, seguido del Doctor. Osten les explicó su descubrimiento y Kristoph tiró de la losa, desvelando una sala debajo.

- Yo bajaré primero, ni tú ni Krieg estáis en condiciones de bajar por un lugar así. - Kristoph se coló por el hueco que había dejado la losa y no tardó en encontrar suelo sobre el que apoyar los pies.

Era una habitación iluminada, la luz que llegaba parecía natural, la sala era bastante alta como para permitir a Kristoph saltar sin golpearse la cabeza, y bastante ancha para albergar al menos un grupo de veinte personas. Las paredes y los suelos estaba llenos de dibujos grabados en relieve, había un mapa de la isla y lo que parecía ser la historia de aquel lugar.

- Doctor, debería venir aquí. - El Doctor Doe entró en la sala, aunque tropezó al tocar suelo y cayó de culo, Kristoph le ayudó a levantarse. - Esto parece la historia de la fortaleza, allí hay un mapa de la isla y parece ser que la fortaleza protegía una especie de mecanismo con el que traían agua desde el lago de la isla.

- Casi diría que ese mecanismo nunca dejó de funcionar, según parece el río que hemos estado siguiendo podría ser obra de esta especie de pozo de extracción. - Al Doctor se le iluminó la cara. - Por eso hay un trono, este lugar fue tan importante que la familia más poderosa de Swallow lo consideraba su hogar, podríamos decir que eran la realeza de esta isla y controlaban el suministro de agua.

Kristoph salió de aquella sala, dejando al Doctor solo con sus divagaciones.

Salió a una especie de patio junto a la sala en la que estaban Osten y Krieg y se sentó con las piernas cruzadas. No había salido muy mal parado de sus combates, o al menos no tan mal como Osten y Krieg, pero si lo habían pasado tan mal solo contra una banda de piratas que solo valía seis millones no iban a tener ninguna posibilidad contra enemigos más peligrosos.

Desenfundó su katana y lanzó su técnica “Lluvia de Hojas” tantas veces como pudo, intentaba lanzar más estocadas y que fueran más potentes. Acabó agotado a los pocos intentos.

- Esto va a ser duro. - Se dijo mientras caía al suelo de espaldas y cerraba los ojos, sin saber que no los volvería a abrir hasta la mañana siguiente.

El sueño le había sentado bien, había decidido centrarse solo en una de las dos cosas, o lanzaba más estocadas o las hacía más poderosas. Se decantó por lo segundo.

Fue a cambiar las vendas de Krieg y de Osten.

- Esto es magnífico, los habitantes de Swallow comerciaron con otras islas del North Blue, incluso hubo pactos con miembros importantes de otras islas. Estas columnas son una descripción detallada de la genealogía de la familia real de Swallow.

Kristoph volvió al jardin, dejando de nuevo al Doctor con su parloteo.

Desenvainó su espada y siguió lanzando tajos cargados con energía espiritual, centrándose en acumular más en cada tajo. De hecho consiguió aumentar la fuerza al doble, pero el número de tajos se redujo a la mitad, a Kristoph no le pareció suficiente, le parecía bien que los tajos fueran el doble de poderosos, pero se negaba a dar solo la mitad de golpes.

Pasó dos días intentando suplir aquel defecto, pero no consiguió nada más que agotarse.

Al día siguiente, Osten ya se había recuperado casi por completo, solo tenía una ligera molestia en el costado que obviamente era una costilla rota. Miró a Krieg, que estaba en pie junto al profesor, casi parecía listo para otra pelea.

Para el final de la semana Kristoph no logró generar más ondas cortantes, ni siquiera consiguió aumentar la potencia todo lo que él habría querido, pero, sin dejar de dar cincuenta golpes, sí que consiguió aumentar algo la potencia y la velocidad a la que lanzaba sus ataques, además ya no se cansaba tanto al usar su técnica.

En el viaje de vuelta al barco no tuvieron ningún incidente, el Doctor tropezó un par de veces y casi se cae por un barranco, pero a parte de eso, habían terminado su trabajo sin bajas y con un misterio menos en Swallow.

- Oye, Doc, entonces nos va a dar el pago en el barco ¿verdad? - El Doctor Jhon Doe asintió con la cabeza mientras llevaba a Osten y a Kristoph a su camarote.

La boca pastosa, la visión borrosa y un súbito frío; esos eran los síntomas de la pérdida de sangre. Krieg había dejado de sangrar hacia fuera para sangrar hacia dentro, y aunque era dentro del cuerpo humano donde debería quedarse la sangre, la más mínima desviación de su lugar de destino podía traer consecuencias fatales al organismo.

—Haga lo que pueda —susurró sintiendo vergüenza por la debilidad de su deformada carne.

Quedó allí, solo, pues la presencia del doctor estaba dispersa en el cúmulo de letras grabadas en la pared. Todos parecían centrados en sus quehaceres y los nuevos descubrimientos, mas Krieg poco le importaban entonces esas fruslerías. Se preguntaba si iba a morir, o más bien si iba a morir tan tristemente.

Se negaba a aceptar aquello. Era cómun en los hombres no aceptar su propia mortalidad, pero los hijos del pueblo perdido de Krieg conocían la triste verdad de la fugacidad humana. Era por ello que siempre daban todo lo que podían, pues sabían bien que llegaría un momento en el que no podrían dar más. Artesanos, guerreros, músicos, y, sobre todo, hombres duros, eran los esteriotipos de una tierra que ya solo quedaba en la memoria de los historiadores y en el corazón del pobre desgraciado que quedó con vida.

No.

Aquel monosílabo que muchos gritaban con desesperación o canturreaban con pena reverberó en cada fibra de Krieg con una estoica determinación. Sus ojos azules, fríos como un iceberg, brillaron al contemplar su herida con una justa furia. Aquello no le detendría. Aquel no sería su fin. No lo permitiría.

Descansó. Aunque pocos dirían que lo hacía dada la energía que manaba del cuerpo que segundos antes había titilado con los últimos destellos de vida. Había dejado de ser humano en muchos aspectos, pero en aquel cuerpo destrozado por la guerra y remendado por la ciencia había un pilar fundamental de la humanidad misma. Krieg, desde su bautismo de fuego, se había prometido a honrar el ideal de su pueblo. Era el último que quedaba, y como tal era su responsabilidad;no, su deber, el que Krieg no quedase en el olvido.

Aunque el soldado no era muy dado al reposo, debe decirse que cumplió todas las indicaciones del médico de turno al dedillo. Incluso aunque su cuerpo se mostró al principio gratamente aliviado, no se dejó engañar por la sensación de falsa fortaleza y continuó tomándose las cosas con una reposada calma que a su contratista, cómo no, le sacaba de quicio. Dado que sus compañeros estaban dedicando la semana en la que el letrado debía investigar entrenando, él era el responsable de todo lo demás. ¿Decapitar los cadáveres con el filo serrado de su hacha para obtener las recompensas? Hecho, pese al vómito del doctor. ¿Poner trampas por si acaso se acercaban fieras por allí o el que había huido? También. ¿Terminar de rematar al ese pirata desgraciado que había pisado uno de las trampas a la vuelta y que gritaba porque sus piernas estaban atravesadas por improvisadas lanzas? Táchalo de la lista de tareas, por favor.  

Incluso tomándose las cosas con paciencia y descanso hasta le dio tiempo de hacer una compacta letrina para aquellos lo suficientemente civilizados como para no hacer sus deposiciones en el bosque. Y fue con esta, o mejor dicho con el primer intento, cuando descubrió lo extraños que eran los cimientos de la fortaleza. En lugar de ser planos tenían incisiones cuyos bordes estaban marcados levemente por retorcidas marcas que no tardó en reconocer como los efectos de las fuerzas de torsión. La idea de que toda la estructura había sido traída tirando de ella con cables le parecía absurdamente plausible al Doctor Doe, pero desechó con una carcajada la hipótesis de Krieg de que la fortaleza había flotado alguna vez, suspendida o tirada por algo de fuerza mayor.

—¡No hables de lo que no sabes! ¿¡No ves que eso no tiene sentido!?

—Lo que usted diga, doctor.

Pero como ingeniero y arquitecto sabía bien que aquella irregular forma de las estrías era por la gravedad. ¿Quizás un gigante había traído las piezas iniciales de aquel reino? Desde luego eran famosos por su artesanía...

A la recogida del campamento Krieg ofreció los trofeos a sus justos dueños pese a la mueca de horror del doctor. El gobierno, cómo no, necesitaba pruebas de lo que habían hecho allí. Eso sí, para la próxima se agenciaría alguna buena cámara en lugar de tener que llevar carne putrefacta de hace una semana.

¡Una semana!, tendrían que pasar allí una semana entera hasta que el doctor descifrase los jeroglíficos de las paredes. Decidió descansar hasta que sanaran sus huesos, seguramente al día siguiente estaría como nuevo.

Al día siguiente no estaba como nuevo, de hecho, no podía mover ni un solo músculo sin que le recorriese una corriente de dolor por todo el cuerpo. La cantidad de golpes que recibió el día anterior habían hecho mella en su espíritu también. Estuvo todo el día pensando, pensando en que por muy duro que fuese si volvía a recibir tal cantidad de golpes no duraría mucho tiempo.

Tardó dos días más en poder hacer algo, lo primero que hizo fue ir al patio trasero. Allí estaba Kristoph dando estocadas a distancia, así que decidió que era mejor salir al patio principal. Allí se ató con lianas de los árboles cercanos un par de piedras bastante pesadas a las piernas y empezó a correr alrededor del patio.

No tardó en cansarse, y cada vez que respiraba le daba una punzada el costado. Se sentó para descansar y desatarse las piedras, definitivamente le iba a costar mucho adquirir la velocidad suficiente para esquivar los golpes que el próximo rival fuera a propinarle. Sintiendo la punzada en el costado pensó que sería mejor tomárselo con calma.

Pasaron los días y llegó el momento de volver al barco que los devolvería a la civilización. Sentía las piernas doloridas después de forzarlas todos los días a correr con tanto peso en ellas.

—Estoy seguro de que eres un tipo muy fuerte, pero vamos a compartir la carga del equipaje —le dijo a Krieg, que como todo el viaje se había cargado todos los bártulos. —Estoy seguro de que agradecerás que te quite de debajo de la nariz estas cabezas, ya apestan mucho.

Le cogió un par de mochilas y la bolsa que llevaba las cabezas de los piratas. Legaron pronto al barco, una vez instalados en la comodidad de los camarotes, se dispuso a buscar a los marines que acompañaban los barcos turísticos.

—Tomad, aquí tenéis algo interesante que hacer —les dijo a los dos marines que había en la cubierta tirándoles la bolsa. —Agradecería si me hicieseis un cheque antes de que sean totalmente irreconocibles.

Los marines abrieron la bolsa y reconocieron la cabeza de "Grim", después de todo el papeleo que conllevaba la entrega de criminales le dieron el cheque.

Volvió al camarote que compartía con Krieg y Kristoph, estaban sentados en sus respectivos camastros, cuando miraron a la puerta, Osten les sonrió.

—Señores, he aquí la recompensa por "un buen trabajo al servicio de la paz del Gobierno Mundial" —dijo enseñándoles el cheque.