Inosuke Dru-zan
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Me había pasado los últimos días preocupado. En la última isla había recogido paja, hojas, ramas de árboles y todo lo que fuera necesario para construir un buen nido. Había reservado un espacio en el barco subacuático con varios ventanucos que daban al fondo del mar. No eran las mejores vistas del mundo, pero para cuando naciera el pequeño al menos podría ver algo más que paredes vacías y monocromáticas.
Miré el huevo, y suspiré. Lo sostenía entre mis piernas, dentro del nido, y lo abrazaba para trasmitirle todo mi calor corporal. No me había separado de él desde que Katharina me lo había regalado, cuidándolo y rezando a los dioses para que naciera pronto, fuerte y sano. En realidad al principio me lo quería comer; de un huevo más grande que mi propia cabeza seguro que sacaba una exquisita tortilla, pero ante la insistencia de mi capitana llegué a la conclusión de que valía la pena cuidarlo y esperar a que naciese. Al parecer se trataba de una criatura antigua y extraña llamada dinosaurio, aunque yo nunca había visto ninguno y no sabía cómo eran.
También se me había pasado por la cabeza probar la carne de dinosaurio, pero tras estar tanto tiempo cuidando de él, había tomado la decisión de tenerlo como mascota. No me importaba que fuera grande y fuerte o canijo y escuálido, lo aceptaría de cualquier forma. Solo esperaba que mi estómago no me traicionase, aunque a esas alturas lo veía poco probable. Sin duda sería una amistad maravillosa: podríamos ir a cazar juntos, vivir aventuras y aprender el uno del otro. Cuantas ganas tenía de que naciera.
Entonces noto un ligera presión el pecho. Estaba agarrado al huevo como un koala a un árbol, y ni aún así era capaz de cubrir su superficie al completo. Otro golpe hace que me despegue momentáneamente. Entonces veo cómo unas grietas empiezan a surgir del huevo, a la altura donde había notado la presión. Sabía lo que significaba: su nacimiento estaba cerca. Ilusionado, fui corriendo hasta la puerta, abriéndola de un estruendoso portazo y gritando.
- ¡CHICOS! ¡ESTAR NACIENDO, VENIR! - no podía contener mi alegría - ¡VENIR RÁPIDO!
Tras llamar a mis compañeros, volví junto al huevo. Poco a poco las grietas se volvían más grandes, y yo ya estaba pensando en qué nombre ponerle.
Miré el huevo, y suspiré. Lo sostenía entre mis piernas, dentro del nido, y lo abrazaba para trasmitirle todo mi calor corporal. No me había separado de él desde que Katharina me lo había regalado, cuidándolo y rezando a los dioses para que naciera pronto, fuerte y sano. En realidad al principio me lo quería comer; de un huevo más grande que mi propia cabeza seguro que sacaba una exquisita tortilla, pero ante la insistencia de mi capitana llegué a la conclusión de que valía la pena cuidarlo y esperar a que naciese. Al parecer se trataba de una criatura antigua y extraña llamada dinosaurio, aunque yo nunca había visto ninguno y no sabía cómo eran.
También se me había pasado por la cabeza probar la carne de dinosaurio, pero tras estar tanto tiempo cuidando de él, había tomado la decisión de tenerlo como mascota. No me importaba que fuera grande y fuerte o canijo y escuálido, lo aceptaría de cualquier forma. Solo esperaba que mi estómago no me traicionase, aunque a esas alturas lo veía poco probable. Sin duda sería una amistad maravillosa: podríamos ir a cazar juntos, vivir aventuras y aprender el uno del otro. Cuantas ganas tenía de que naciera.
Entonces noto un ligera presión el pecho. Estaba agarrado al huevo como un koala a un árbol, y ni aún así era capaz de cubrir su superficie al completo. Otro golpe hace que me despegue momentáneamente. Entonces veo cómo unas grietas empiezan a surgir del huevo, a la altura donde había notado la presión. Sabía lo que significaba: su nacimiento estaba cerca. Ilusionado, fui corriendo hasta la puerta, abriéndola de un estruendoso portazo y gritando.
- ¡CHICOS! ¡ESTAR NACIENDO, VENIR! - no podía contener mi alegría - ¡VENIR RÁPIDO!
Tras llamar a mis compañeros, volví junto al huevo. Poco a poco las grietas se volvían más grandes, y yo ya estaba pensando en qué nombre ponerle.
Katharina von Steinhell
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La armónica melodía del piano resonaba por toda su habitación mientras estaba inmersa en una revista publicada hacía unos pocos días. Era lo que necesitaba para concentrarse, el ruido fuera de su pequeño cuarto era increíblemente molesto. Entre los zombis y sus nuevos compañeros apenas encontraba algo de silencio para sus lecturas diarias. El Leviatán era una máquina espectacular, pero se estaba haciendo demasiado pequeña para tremendo circo que estaba montando como banda. Su yo del pasado seguramente se burlaría por estar rodeada de puros personajes sacados de una comedía de bajo presupuesto. Sin embargo, estaba más que conforme con el grupo que estaba reuniendo a medida que volvía al Nuevo Mundo.
Llevaba varios días sin pintar nada, y es que las revistas de moda y sastrería que coleccionaba poco a poco habían capturado su atención por completo. Diseños innovadores, patrones alucinantes, telas extraordinarias, en las publicaciones del mundo de la moda había todo eso y muchísimo más. Vale, la hechicera siempre había sido una devoradora de libros y era una lingüista sin igual, pero no era lo único a lo que se dedicaba. Abandonó su profesión de espía para dedicarse a lo que le gustaba: el arte. Había leído en una publicación psicológica que una manera eficiente de expresar los sentimientos era a través de la creación de cosas como el arte. Lo suyo no era la música —cantaba horripilantemente mal y sólo el piano se le daba bien—; tenía un pulso prodigio y era muy buena dibujando, pero la pintura no le llenaba como sí lo hacía la confección de nuevas prendas.
Era consciente de que no todo era teoría y libros, conceptos y publicaciones, por lo que los últimos días había estado practicando un montón los nuevos patrones de diseño que enseñaban las revistas publicadas. Tenía una predilección singular por las prendas oriundas de Wano, kimonos y haoris, sobre todo. No obstante, la lencería también capturaba su atención, aunque era demasiado vergonzosa con esos temas como para expresarlo en voz alta. Podía contarles a sus amigos más cercanos su adicción por las novelas románticas, pero jamás confesaría lo mucho que le gustaba la ropa interior.
De pronto, el caos volvió una vez más al submarino y comenzó al festival de monos. ¡El mundo se había vuelto loco! ¡Todos gritaban como si hubieran descubierto el maldito One Piece! Con una vena ensanchada en la sien cerró de golpe la revista y soltó un gruñido cual vieja amargada. Se levantó de su improvisado y pequeño escritorio que no se comparaba en nada al de su antiguo apartamento en Lethuenia, dio un portazo y caminó por el extenso pasillo hacia el origen del ruido. ¿Qué era eso de “está naciendo”? ¿Por qué sus compañeros no podían ser un poco más civilizados y mostrar algo de modales? Y sí, se refería especialmente a esa niña que parecía un pequeño simio sacado del peor de los zoológicos. ¿Cuál era el afán de sentar a la maldita morsa a la mesa cada vez que cenaban juntos? Estaba harta, desconocía los principios más básicos de la higiene.
—Qué fastidio, ¿se puede saber qué es este escándalo? —preguntó nada más llegar. Y entonces se dio cuenta: el huevo que había comprado en una subasta se estaba abriendo. Según el vendedor, dentro habitaba una criatura prehistórica lo cual suponía un descubrimiento científico fascinante—. Oh, yo si fuera tú lo mantengo lejos de Alexandra. Ya sabes cómo es, estas cosas la vuelven loca.
Llevaba varios días sin pintar nada, y es que las revistas de moda y sastrería que coleccionaba poco a poco habían capturado su atención por completo. Diseños innovadores, patrones alucinantes, telas extraordinarias, en las publicaciones del mundo de la moda había todo eso y muchísimo más. Vale, la hechicera siempre había sido una devoradora de libros y era una lingüista sin igual, pero no era lo único a lo que se dedicaba. Abandonó su profesión de espía para dedicarse a lo que le gustaba: el arte. Había leído en una publicación psicológica que una manera eficiente de expresar los sentimientos era a través de la creación de cosas como el arte. Lo suyo no era la música —cantaba horripilantemente mal y sólo el piano se le daba bien—; tenía un pulso prodigio y era muy buena dibujando, pero la pintura no le llenaba como sí lo hacía la confección de nuevas prendas.
Era consciente de que no todo era teoría y libros, conceptos y publicaciones, por lo que los últimos días había estado practicando un montón los nuevos patrones de diseño que enseñaban las revistas publicadas. Tenía una predilección singular por las prendas oriundas de Wano, kimonos y haoris, sobre todo. No obstante, la lencería también capturaba su atención, aunque era demasiado vergonzosa con esos temas como para expresarlo en voz alta. Podía contarles a sus amigos más cercanos su adicción por las novelas románticas, pero jamás confesaría lo mucho que le gustaba la ropa interior.
De pronto, el caos volvió una vez más al submarino y comenzó al festival de monos. ¡El mundo se había vuelto loco! ¡Todos gritaban como si hubieran descubierto el maldito One Piece! Con una vena ensanchada en la sien cerró de golpe la revista y soltó un gruñido cual vieja amargada. Se levantó de su improvisado y pequeño escritorio que no se comparaba en nada al de su antiguo apartamento en Lethuenia, dio un portazo y caminó por el extenso pasillo hacia el origen del ruido. ¿Qué era eso de “está naciendo”? ¿Por qué sus compañeros no podían ser un poco más civilizados y mostrar algo de modales? Y sí, se refería especialmente a esa niña que parecía un pequeño simio sacado del peor de los zoológicos. ¿Cuál era el afán de sentar a la maldita morsa a la mesa cada vez que cenaban juntos? Estaba harta, desconocía los principios más básicos de la higiene.
—Qué fastidio, ¿se puede saber qué es este escándalo? —preguntó nada más llegar. Y entonces se dio cuenta: el huevo que había comprado en una subasta se estaba abriendo. Según el vendedor, dentro habitaba una criatura prehistórica lo cual suponía un descubrimiento científico fascinante—. Oh, yo si fuera tú lo mantengo lejos de Alexandra. Ya sabes cómo es, estas cosas la vuelven loca.
Inosuke Dru-zan
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Pasó un minuto. Había aparecido Katharina, la capitana de nuestra tripulación. Parecía enfadada, pero cuando entró y vio la escena, supuse que, como buena mujer, había sucumbido a los encantos del nacimiento de una nueva vida, porque se relajó y dejó de gritar.
- Pero Xandra ya estar loca - respondí.
Pasó otro minuto. Contuve la respiración; ¿cuánto más iba a tardar? Las grietas del huevo iban en aumento, pero no lograba ver más allá de la membrana bajo la cáscara. El proceso estaba siendo más lento de lo que había pensado, pero poco a poco seguía avanzando. Al final estuvimos casi diez minutos, en los cuáles se fue abriendo un agujero deforme en el cascarón por el cual pude distinguir un largo pico y lo que me parecieron escamas. ¿Acaso los dinosaurios eran pájaros? ¿O eran reptiles? No lo sabía, pero me daba igual. A aquella criatura la iba a querer naciera como naciera.
Cuando el hueco se hizo lo suficientemente grande, salió de su interior la criatura. Su cuerpo era parecido al de un pajarito, pero cubierto de escamas en vez de plumas, y sus alas se conformaban por un cuarto dedo en sus extremidades superiores, mientras que las inferiores tenían unas garras pequeñas y robustas. Tenía un cuello fino y largo, pero aún más largo era su pico, completamente recto y con filas de dientes que se extendían a lo largo de este.
Lo levanté con ambos brazos, sujetándolo por encima de mi cabeza mientras lo observaba al completo. Él me miró, aunque debería decir ella, ya que se trataba de una hembra, y noté como un vínculo se formaba entre los dos. Entonces fue cuando comenzaron los llantos. Emitía chillidos agudos propios de los bebés recién nacidos, y entonces caí en la cuenta de que tendría hambre.
- Katha - le dije a mi capitana que aún seguía observando la escena -, ¿haber pescado? Si no, decir a Ivan que subir a superficie para dar de comer a bebé.
- Pero Xandra ya estar loca - respondí.
Pasó otro minuto. Contuve la respiración; ¿cuánto más iba a tardar? Las grietas del huevo iban en aumento, pero no lograba ver más allá de la membrana bajo la cáscara. El proceso estaba siendo más lento de lo que había pensado, pero poco a poco seguía avanzando. Al final estuvimos casi diez minutos, en los cuáles se fue abriendo un agujero deforme en el cascarón por el cual pude distinguir un largo pico y lo que me parecieron escamas. ¿Acaso los dinosaurios eran pájaros? ¿O eran reptiles? No lo sabía, pero me daba igual. A aquella criatura la iba a querer naciera como naciera.
Cuando el hueco se hizo lo suficientemente grande, salió de su interior la criatura. Su cuerpo era parecido al de un pajarito, pero cubierto de escamas en vez de plumas, y sus alas se conformaban por un cuarto dedo en sus extremidades superiores, mientras que las inferiores tenían unas garras pequeñas y robustas. Tenía un cuello fino y largo, pero aún más largo era su pico, completamente recto y con filas de dientes que se extendían a lo largo de este.
Lo levanté con ambos brazos, sujetándolo por encima de mi cabeza mientras lo observaba al completo. Él me miró, aunque debería decir ella, ya que se trataba de una hembra, y noté como un vínculo se formaba entre los dos. Entonces fue cuando comenzaron los llantos. Emitía chillidos agudos propios de los bebés recién nacidos, y entonces caí en la cuenta de que tendría hambre.
- Katha - le dije a mi capitana que aún seguía observando la escena -, ¿haber pescado? Si no, decir a Ivan que subir a superficie para dar de comer a bebé.
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El excéntrico habitante tenía razón: Alexandra estaba loca como una puta cabra, pero era lo que más le gustaba de ella. Tenía los ovarios necesarios para no dejarse llevar por las masas y buscar su propio camino; necesitaba gente así en su tripulación, gente que supiera hacer la diferencia. Y, si se paraba a pensarlo por un minuto, la mayoría de los miembros de su banda seguían ese divertido patrón. Cuando supo que Inosuke era un domador de bestias creyó que sería buena idea entregarle no solo a su Behir, sino también un huevo desconocido que había comprado en una subasta. Eso sí, no toleraba que le llamase Pepito a una bestia inigualable como esa serpiente escupe rayos. ¡Había arriesgado su vida para conseguir ese huevo! ¡Y el idiota estaba profanando su épica gesta con un nombre tan… ridículamente común! Joder, resultaba frustrante…
—Así que una criatura prehistórica, ¿eh? Antiguamente se pensaba que los dinosaurios conformaban su propia clasificación taxonómica, pero hoy en día se sabe, gracias a la ciencia, que comparten apomorfías con los reptiles y las aves —le comentó a su compañero, adoptando una postura pensativa mientras recordaba lo que leyó alguna vez en una revista científica. ¿Qué podía decir? Era una devoradora de libros—. Interesante, jamás estuve tan cerca de una de estas criaturas. ¿Sabes que las aves son los dinosaurios del presente? Oh, por cierto, yo me encargaré de que Alexandra se mantenga alejada de tu… mascota. Y, por favor, ponle un nombre decente para no humillar al pobre.
En su tripulación todos tenían cierto grado de demencia, una locura bastante… singular. Comenzando por Ivan Markov, el vampiro que se pasaba bebiendo de una petaca aparentemente interminable. Y luego estaba Kayadako, la niña que jamás se quitaba el parche e iba a todos lados con una morsa que alguna vez perteneció a Arribor Neus. También estaba Selene Markov, la misteriosa hermana del no muerto de la cual todavía no se fiaba del todo. Seguía Inosuke Dru-Zan, el bárbaro del cielo que, por alguna razón que no acababa de comprender, llevaba una máscara de… jabalí. Y por último estaba Alexandra Holmes, la científica con más ovarios que sentido común.
—Señorita Katharina, se me informa que estamos cerca de una isla que no aparece en ningún mapa. El navegante espera sus órdenes.
—Pues mira, Inosuke, esto le sienta bastante bien a tu nuevo amigo. Dile a Ivan que haremos una parada en esta “isla misteriosa”.
—Así que una criatura prehistórica, ¿eh? Antiguamente se pensaba que los dinosaurios conformaban su propia clasificación taxonómica, pero hoy en día se sabe, gracias a la ciencia, que comparten apomorfías con los reptiles y las aves —le comentó a su compañero, adoptando una postura pensativa mientras recordaba lo que leyó alguna vez en una revista científica. ¿Qué podía decir? Era una devoradora de libros—. Interesante, jamás estuve tan cerca de una de estas criaturas. ¿Sabes que las aves son los dinosaurios del presente? Oh, por cierto, yo me encargaré de que Alexandra se mantenga alejada de tu… mascota. Y, por favor, ponle un nombre decente para no humillar al pobre.
En su tripulación todos tenían cierto grado de demencia, una locura bastante… singular. Comenzando por Ivan Markov, el vampiro que se pasaba bebiendo de una petaca aparentemente interminable. Y luego estaba Kayadako, la niña que jamás se quitaba el parche e iba a todos lados con una morsa que alguna vez perteneció a Arribor Neus. También estaba Selene Markov, la misteriosa hermana del no muerto de la cual todavía no se fiaba del todo. Seguía Inosuke Dru-Zan, el bárbaro del cielo que, por alguna razón que no acababa de comprender, llevaba una máscara de… jabalí. Y por último estaba Alexandra Holmes, la científica con más ovarios que sentido común.
—Señorita Katharina, se me informa que estamos cerca de una isla que no aparece en ningún mapa. El navegante espera sus órdenes.
—Pues mira, Inosuke, esto le sienta bastante bien a tu nuevo amigo. Dile a Ivan que haremos una parada en esta “isla misteriosa”.
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¿Taxoqué? ¿Apomorfoqué? De verdad, había ocasiones en las que no llegaba a comprender qué decían los demás; o bien hablaban muy rápido o usaban un vocabulario particularmente enrevesado. O peor, ambas cosas. En esas situaciones, igual que ante el comentario de mi capitana, me limitaba a asentir y sonreír, aunque esto último no se percibía porque mi rostro se encontraba oculto bajo la cabeza de jabalí.
La noticia de una isla cercana fue bien recibida. Hasta la pequeña recién nacida parecía feliz, graznando como un pato que chapotea sobre el agua. Aunque quizás fuera porque tenía hambre. Nunca había tratado con una criatura de su índole, así que no lo podía asegurar, pero me parecía de lo más lógico. En el interior del huevo no había comida; seguramente tuviera la tripa vacía. Así que la posé sobre mi hombro derecho, al cual se aferró con sus pequeñitas garras, y fui a avisar a Ivan sobre el nuevo destino para después, una vez emergiera el submarino-bestia del mar, pescar algo antes de desembarcar.
- Ivan, isla cerca. Katharina decir nosotros ir. Además, yo necesitar tu caña de pescar.
Aproveché para presentarle a la nueva incorporación del grupo a pesar de no tener aún nombre. Fui a buscar el instrumento de pesca mientras pensaba en qué nombre sería adecuado. Sin duda había aceptado con Pepito, a aquella gigantesca criatura parecía gustarle, aunque por desgracia no me hacía mucho caso. No me importaba, estaba convencido de que poco a poco me ganaría su confianza, aunque no podía decir que no me sentía decepcionado con mis capacidades.
- ¿Pero a que tú sí hacer caso a papá? ¿Verdad que sí, moza? - le decía juguetonamente a la dinosaurio.
Al final subí a la parte superior del submarino. Cuando abrí la escotilla y sentí la brisa del aire marino golpeando mi pecho desnudo me sentí rejuvenecido. Ya me había acostumbrado a viajar en aquel barco tan especial, pero la falta de espacio no me gustaba, y aún menos la falta de naturaleza. Sin embargo, salir a la superficie y al mar me hacía sentir genial, y a la pequeña le gustaba. Agitaba sus finas alas e intentaba alzar el vuelo, aunque no conseguía más que planear antes de caer rodando sobre sí misma. Qué graciosa. Cuando aprenda a volar será una estupenda cazadora.
Cuando atrapé un pez, lo subí hasta el submarino, y lo tenía colgando aún de la caña de pescar cuando la recién nacida se abalanzó sobre él, para engullirlo sin apenas masticar.
- ¡Fabuloso! - expresé con orgullo -. Tú llamar Cazapeces, a ti pegar nombre.
Y sin darme cuenta alcanzamos la isla, plagada de gigantes vegetación que había crecido de forma descontrolada. No había visto árboles tan grandes desde Skypiea, al igual que llevaba muchísimo tiempo sin ver tanto verde. Sin duda sería una buena expedición para la dinosaurio. Así conocería el mundo exterior tal y como yo lo conocía.
- Vamos Cazapeces, a explorar - le dije para luego gritarle a Katharina en cuanto saliera del vehículo -. ¿Tú venir?
La noticia de una isla cercana fue bien recibida. Hasta la pequeña recién nacida parecía feliz, graznando como un pato que chapotea sobre el agua. Aunque quizás fuera porque tenía hambre. Nunca había tratado con una criatura de su índole, así que no lo podía asegurar, pero me parecía de lo más lógico. En el interior del huevo no había comida; seguramente tuviera la tripa vacía. Así que la posé sobre mi hombro derecho, al cual se aferró con sus pequeñitas garras, y fui a avisar a Ivan sobre el nuevo destino para después, una vez emergiera el submarino-bestia del mar, pescar algo antes de desembarcar.
- Ivan, isla cerca. Katharina decir nosotros ir. Además, yo necesitar tu caña de pescar.
Aproveché para presentarle a la nueva incorporación del grupo a pesar de no tener aún nombre. Fui a buscar el instrumento de pesca mientras pensaba en qué nombre sería adecuado. Sin duda había aceptado con Pepito, a aquella gigantesca criatura parecía gustarle, aunque por desgracia no me hacía mucho caso. No me importaba, estaba convencido de que poco a poco me ganaría su confianza, aunque no podía decir que no me sentía decepcionado con mis capacidades.
- ¿Pero a que tú sí hacer caso a papá? ¿Verdad que sí, moza? - le decía juguetonamente a la dinosaurio.
Al final subí a la parte superior del submarino. Cuando abrí la escotilla y sentí la brisa del aire marino golpeando mi pecho desnudo me sentí rejuvenecido. Ya me había acostumbrado a viajar en aquel barco tan especial, pero la falta de espacio no me gustaba, y aún menos la falta de naturaleza. Sin embargo, salir a la superficie y al mar me hacía sentir genial, y a la pequeña le gustaba. Agitaba sus finas alas e intentaba alzar el vuelo, aunque no conseguía más que planear antes de caer rodando sobre sí misma. Qué graciosa. Cuando aprenda a volar será una estupenda cazadora.
Cuando atrapé un pez, lo subí hasta el submarino, y lo tenía colgando aún de la caña de pescar cuando la recién nacida se abalanzó sobre él, para engullirlo sin apenas masticar.
- ¡Fabuloso! - expresé con orgullo -. Tú llamar Cazapeces, a ti pegar nombre.
Y sin darme cuenta alcanzamos la isla, plagada de gigantes vegetación que había crecido de forma descontrolada. No había visto árboles tan grandes desde Skypiea, al igual que llevaba muchísimo tiempo sin ver tanto verde. Sin duda sería una buena expedición para la dinosaurio. Así conocería el mundo exterior tal y como yo lo conocía.
- Vamos Cazapeces, a explorar - le dije para luego gritarle a Katharina en cuanto saliera del vehículo -. ¿Tú venir?
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Sonrió cuando sus pies tocaron la arena que conformaba la extensa playa de esa isla que no aparecía en los mapas que tenían. Ante ella se presentaba un gigantesco bosque, árboles que superaban fácilmente los cincuenta metros y de hojas dicotómicas. Muchos parecían helechos con troncos muy gruesos. ¡Incluso los arbustos eran enormes! Los ojos de la hechicera se mostraron maravillados cuando encontraron unos grandes frutos rojos aparentemente deliciosos. Todo ese ambiente prehistórico y salvaje le daba para pensar que Inosuke debía sentirse como en casa, después de todo, él era un bárbaro sin demasiados modales, ¿no? Y también estaba el asunto de su máscara, no sabía cómo relacionado directamente, pero ahí estaba.
Nadie podía culparle por sentir curiosidad. ¿Qué misterios escondía esa isla? ¿Y por qué no aparecía en los mapas? Cuando escuchó la pregunta del pirata enmascarado asintió con la cabeza y de un salto le alcanzó. Llevaba sus dos katanas a la altura de la cintura y en sus respectivas vainas; bueno, técnicamente Arugoriashito no estaba en su forma original. Vestía un largo kimono negro y con un engorroso diseño que recordaba la infinidad del universo y sus galaxias, sujetado por un obi plateado y bien atado. Un haori a juego con el cinturón terminaba su outfit, poseyendo un diseño lunar cerca del bordado inferior. Tampoco se había olvidado de su característico sombrero de bruja, un ejemplar bastante curioso y reconocible. ¿Cuántas pelirrosas iban con un sombrero de bruja por la calle? No muchas, ¿verdad?
—Exploraré los interiores de la isla, no tardaré demasiado —les mencionó a sus compañeros, dejándoles a cargo del submarino—. Venga, Inosuke, a ver si encontramos algo interesante.
Tenía muchísimas ganas de encontrar algún material con el que comenzar una obra maestra que solo ella podría usar. No por nada se había pasado los últimos días perfeccionando su habilidad con la aguja y las tijeras, descuidando otras disciplinas que ya no le llamaban demasiado la atención. Sin embargo, resultaba una pena que no fuera una naturalista certificada y con vastos conocimientos biológicos como para reconocer algo realmente valioso. Bueno, esperaba que toda la teoría sobre telas y mierdas así sirviera de algo.
—Pareces tener experiencia en un bosque, así que te dejo la guía a ti —le dijo entonces a Inosuke—. Cuida de… ¿Cazapeces? ¿En serio? Creo que una piedra es más creativa que tú a la hora de poner nombres, vaya. Al menos está bastante mejor que Pepito, eso sí te lo concedo.
Nadie podía culparle por sentir curiosidad. ¿Qué misterios escondía esa isla? ¿Y por qué no aparecía en los mapas? Cuando escuchó la pregunta del pirata enmascarado asintió con la cabeza y de un salto le alcanzó. Llevaba sus dos katanas a la altura de la cintura y en sus respectivas vainas; bueno, técnicamente Arugoriashito no estaba en su forma original. Vestía un largo kimono negro y con un engorroso diseño que recordaba la infinidad del universo y sus galaxias, sujetado por un obi plateado y bien atado. Un haori a juego con el cinturón terminaba su outfit, poseyendo un diseño lunar cerca del bordado inferior. Tampoco se había olvidado de su característico sombrero de bruja, un ejemplar bastante curioso y reconocible. ¿Cuántas pelirrosas iban con un sombrero de bruja por la calle? No muchas, ¿verdad?
—Exploraré los interiores de la isla, no tardaré demasiado —les mencionó a sus compañeros, dejándoles a cargo del submarino—. Venga, Inosuke, a ver si encontramos algo interesante.
Tenía muchísimas ganas de encontrar algún material con el que comenzar una obra maestra que solo ella podría usar. No por nada se había pasado los últimos días perfeccionando su habilidad con la aguja y las tijeras, descuidando otras disciplinas que ya no le llamaban demasiado la atención. Sin embargo, resultaba una pena que no fuera una naturalista certificada y con vastos conocimientos biológicos como para reconocer algo realmente valioso. Bueno, esperaba que toda la teoría sobre telas y mierdas así sirviera de algo.
—Pareces tener experiencia en un bosque, así que te dejo la guía a ti —le dijo entonces a Inosuke—. Cuida de… ¿Cazapeces? ¿En serio? Creo que una piedra es más creativa que tú a la hora de poner nombres, vaya. Al menos está bastante mejor que Pepito, eso sí te lo concedo.
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No había duda alguna: prefería mil veces estar en un bosque como aquel a vivir en el submarino de Ivan. Era un gesto muy amable por su parte permitir que su capitana y compañeros vivieran en él, aunque si lo pensaba bien resultaba lógico.
El problema del submarino no era el poco espacio, que también, sino la presencia constante de no muertos. Sí, eran muy serviciales y todo lo que tú quisieras, pero no dejaban de ser muertos que estaban mejor enterrados. Y el olor... Aquel olor era insoportable. Podrían llevar colgados los juguetes con forma de árbol que quisieran, nunca olerían de forma agradable, pero eran los subordinados de Ivan y a pesar de ser repulsivos había que respetarlos. Por eso mismo disfrutaba de salir al exterior y pisar islas nuevas y desconocidas. Aún más si te trataba de islas que me recordaban a mi lugar de nacimiento.
Tras empezar a caminar Katharina delegó en mí la tarea de abrir el camino. Lo hubiera hecho de todas formas, no creía que ella supiera orientarse mejor que yo en aquel terreno y no quería que se perdiera, pero que confiara en mí me llenaba de orgullo y satisfacción, aunque su opinión sobre mi gusto por los nombres ya no me era tan grato.
- Sí, Cazapeces ser buen nombre. Ella robar pez recién pescado. Ser buen nombre - declaré, dando a entender que no estaba de acuerdo con su opinión -. Y Pepito también ser nombre ideal para Descendiente de Dios Serpiente.
Continuamos adentrándonos en el bosque. El brillante y soleado cielo azul nos había abandonado, dejando paso a un camino cubierto de hojas y sombras. Algún rayo de sol conseguía escapar del bloqueo de las copas de los árboles dejando entrever hilos dorados de luz a nuestro paso. Las hojas crujían bajo nuestros pies y el olor a madera y naturaleza impregnaba las fosas nasales. Cazapeces se pasaba la mitad del rato jugando por el suelo, y cuando se aburría, intentaba remontar el vuelo hasta mi hombro. Poco a poco iba mejorando su capacidad, y yo me alegraba por ello.
- Cazapeces, cuando tú ser más grande, tú intentar atrapar conejos. Y si ser aún más grande, intentar atrapar jabalíes. Esos sí que ser presa difícil. ¿Verdad que sí, Katha?
Después de un rato, a lo lejos, podía escucharse el sonido del agua caer sobre las rocas. Cuando nos acercamos al río, me lancé directo al agua; me apetecía un chapuzón de agua dulce y creía merecerlo. Corrí hacia las rocas pero detuve cuando escuché un click bajo mis pies.
- ¿Qué ser eso...? - me pregunté, mirando a los lados.
Entonces lo sentí, duro y lleno de astillas, golpeando en mi espalda. El tronco me empujó de cara al río, cayendo sobre. Cazapeces, por su parte, se desprendió de mi hombro. No parecía haber sufrido ningún daño, y se posó sobre el suelo, ahora cubierto de hierba. Cuando levanté la cabeza bañada en agua fría pude observar cómo un tronco permanecía colgado de una cuerda mientras se movía hacia delante y hacia atrás, para dar lugar a una lluvia de lanzas de madera que salió de la nada.
- ¡Cuidado! - fue todo lo que me dio tiempo a decir.
El problema del submarino no era el poco espacio, que también, sino la presencia constante de no muertos. Sí, eran muy serviciales y todo lo que tú quisieras, pero no dejaban de ser muertos que estaban mejor enterrados. Y el olor... Aquel olor era insoportable. Podrían llevar colgados los juguetes con forma de árbol que quisieran, nunca olerían de forma agradable, pero eran los subordinados de Ivan y a pesar de ser repulsivos había que respetarlos. Por eso mismo disfrutaba de salir al exterior y pisar islas nuevas y desconocidas. Aún más si te trataba de islas que me recordaban a mi lugar de nacimiento.
Tras empezar a caminar Katharina delegó en mí la tarea de abrir el camino. Lo hubiera hecho de todas formas, no creía que ella supiera orientarse mejor que yo en aquel terreno y no quería que se perdiera, pero que confiara en mí me llenaba de orgullo y satisfacción, aunque su opinión sobre mi gusto por los nombres ya no me era tan grato.
- Sí, Cazapeces ser buen nombre. Ella robar pez recién pescado. Ser buen nombre - declaré, dando a entender que no estaba de acuerdo con su opinión -. Y Pepito también ser nombre ideal para Descendiente de Dios Serpiente.
Continuamos adentrándonos en el bosque. El brillante y soleado cielo azul nos había abandonado, dejando paso a un camino cubierto de hojas y sombras. Algún rayo de sol conseguía escapar del bloqueo de las copas de los árboles dejando entrever hilos dorados de luz a nuestro paso. Las hojas crujían bajo nuestros pies y el olor a madera y naturaleza impregnaba las fosas nasales. Cazapeces se pasaba la mitad del rato jugando por el suelo, y cuando se aburría, intentaba remontar el vuelo hasta mi hombro. Poco a poco iba mejorando su capacidad, y yo me alegraba por ello.
- Cazapeces, cuando tú ser más grande, tú intentar atrapar conejos. Y si ser aún más grande, intentar atrapar jabalíes. Esos sí que ser presa difícil. ¿Verdad que sí, Katha?
Después de un rato, a lo lejos, podía escucharse el sonido del agua caer sobre las rocas. Cuando nos acercamos al río, me lancé directo al agua; me apetecía un chapuzón de agua dulce y creía merecerlo. Corrí hacia las rocas pero detuve cuando escuché un click bajo mis pies.
- ¿Qué ser eso...? - me pregunté, mirando a los lados.
Entonces lo sentí, duro y lleno de astillas, golpeando en mi espalda. El tronco me empujó de cara al río, cayendo sobre. Cazapeces, por su parte, se desprendió de mi hombro. No parecía haber sufrido ningún daño, y se posó sobre el suelo, ahora cubierto de hierba. Cuando levanté la cabeza bañada en agua fría pude observar cómo un tronco permanecía colgado de una cuerda mientras se movía hacia delante y hacia atrás, para dar lugar a una lluvia de lanzas de madera que salió de la nada.
- ¡Cuidado! - fue todo lo que me dio tiempo a decir.
Katharina von Steinhell
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«Me gustaría entender qué pasa por la cabeza de este chico. ¿Qué relación hay entre Pepito y el maldito descendiente del Dios Serpiente? ¡Es un pésimo nombre! ¡Horripilante! ¡Una aberración a mi pobre criatura!», pensó para sí misma tras escuchar la respuesta de Inosuke, dándose una palmada en el rostro. Pepito era el nombre más simplista y aburrido que se le pudo haber ocurrido. ¡Y ni siquiera pertenecía a la lengua de los shandianos! Alguien le estaba dando duro a las drogas al parecer…
—Hombre, es un pterodáctilo. No creo que sea lo suficientemente grande como para cazar un jabalí ni lo necesitará —respondió, usando el conocimiento que había adquirido tras años de ñoñería encerrada en la biblioteca que tenía en Lethuenia—. Aunque me sorprende bastante que pueda volar nada más haber nacido… No sé, igual es una especie distinta.
Frunció el ceño cuando escuchó el característico sonido que hace una placa al ser presionada. Había pasado muchísimo tiempo explorando mazmorras como para saber que no significaba nada bueno. Y entonces sucedió. Un tronco bastante grueso golpeó la espalda de su compañero, arrojándolo al agua. Cuando la trampa se activó, la hechicera usó su misteriosa habilidad para predecir lo que sucedería a continuación. Se concentró a su alrededor y consiguió ver la lluvia de estacas de madera antes de que siquiera sucediera. Desenvainó la espada en un abrir y cerrar de ojos, preparándose para contrarrestar las malditas lanzas. Su brazo se movió a un ritmo inhumano, formando una especie de escudo que cortaba cualquier cosa que se acercase hacia ella.
—¿Qué está pasando aquí…?
Se volteó y retrocedió dando una serie de cortos pero rápidos pasitos, esquivando todas las flechas con puntas de obsidiana que buscaban su cuerpo. Aquellas que iban a su pecho eran cortadas por Fushigiri, mientras esquivaba las que iban hacia sus piernas. Frunció aún más el ceño y desplegó la totalidad de su mantra, llevándose una sorpresa: había al menos cuarenta presencias cerca de ella, y no eran criaturas precisamente débiles. Tampoco es que tuvieran un poder aberrante, sin embargo, no podía permitirse luchar y proteger a Inosuke al mismo tiempo. Por otro lado, provocar un incendio era una pésima idea: había que correr.
Esprintó hacia el río y tomó a Cazapeces, echándoselo al hombro y luego intentó coger a Inosuke de donde pudo. Parecía tenerle bastante cariño a la máscara, así que la evitó y optó por los pantalones. Esperaba no encontrarse con otra desafortunada sorpresa… En caso de lograrlo, usaría las rocas que sobresalían del caudal para atravesarlo y ubicarse al otro lado para seguir corriendo. La lluvia de flechas tampoco cesaba lo cual dificultaba aún más la huida. Ya era difícil correr en el bosque con tantos obstáculos por delante, esquivar esos precisos proyectiles resultaba bastante molesto. Así que rápidamente canalizó maná y formó un portal en frente de ella para cruzarlo y atravesar una gran distancia en apenas un segundo, entonces lo cerró y formó otro en seguida.
—Parece que la isla no está deshabitada… Creo que deberíamos volver al submarino —le comentó a su compañero, manteniéndose en alerta y buscando cualquier presencia hostil cuando se dio cuenta de una cosa—. Mierda, estoy perdida.
—Hombre, es un pterodáctilo. No creo que sea lo suficientemente grande como para cazar un jabalí ni lo necesitará —respondió, usando el conocimiento que había adquirido tras años de ñoñería encerrada en la biblioteca que tenía en Lethuenia—. Aunque me sorprende bastante que pueda volar nada más haber nacido… No sé, igual es una especie distinta.
Frunció el ceño cuando escuchó el característico sonido que hace una placa al ser presionada. Había pasado muchísimo tiempo explorando mazmorras como para saber que no significaba nada bueno. Y entonces sucedió. Un tronco bastante grueso golpeó la espalda de su compañero, arrojándolo al agua. Cuando la trampa se activó, la hechicera usó su misteriosa habilidad para predecir lo que sucedería a continuación. Se concentró a su alrededor y consiguió ver la lluvia de estacas de madera antes de que siquiera sucediera. Desenvainó la espada en un abrir y cerrar de ojos, preparándose para contrarrestar las malditas lanzas. Su brazo se movió a un ritmo inhumano, formando una especie de escudo que cortaba cualquier cosa que se acercase hacia ella.
—¿Qué está pasando aquí…?
Se volteó y retrocedió dando una serie de cortos pero rápidos pasitos, esquivando todas las flechas con puntas de obsidiana que buscaban su cuerpo. Aquellas que iban a su pecho eran cortadas por Fushigiri, mientras esquivaba las que iban hacia sus piernas. Frunció aún más el ceño y desplegó la totalidad de su mantra, llevándose una sorpresa: había al menos cuarenta presencias cerca de ella, y no eran criaturas precisamente débiles. Tampoco es que tuvieran un poder aberrante, sin embargo, no podía permitirse luchar y proteger a Inosuke al mismo tiempo. Por otro lado, provocar un incendio era una pésima idea: había que correr.
Esprintó hacia el río y tomó a Cazapeces, echándoselo al hombro y luego intentó coger a Inosuke de donde pudo. Parecía tenerle bastante cariño a la máscara, así que la evitó y optó por los pantalones. Esperaba no encontrarse con otra desafortunada sorpresa… En caso de lograrlo, usaría las rocas que sobresalían del caudal para atravesarlo y ubicarse al otro lado para seguir corriendo. La lluvia de flechas tampoco cesaba lo cual dificultaba aún más la huida. Ya era difícil correr en el bosque con tantos obstáculos por delante, esquivar esos precisos proyectiles resultaba bastante molesto. Así que rápidamente canalizó maná y formó un portal en frente de ella para cruzarlo y atravesar una gran distancia en apenas un segundo, entonces lo cerró y formó otro en seguida.
—Parece que la isla no está deshabitada… Creo que deberíamos volver al submarino —le comentó a su compañero, manteniéndose en alerta y buscando cualquier presencia hostil cuando se dio cuenta de una cosa—. Mierda, estoy perdida.
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Los sucesos se agolparon mientras yo, mareado por el golpe recibido, intentaba procesarlos poco a poco. Pude ver como Katharina se movía cual veloz halcón, destrozando fácilmente los ataques que se cernían sobre ella. Al poco, empezó a correr; planeaba retirarse. Recogió a Cazapeces del suelo, resguardándola del ataque enemigo, para más tarde saltar sobre el río y recogerme a mí también. Sentí un tirón proveniente de mi cinturón de piel y sujeté mis espadas antes de que se cayeran y las perdiera. Los ataques no cesaban, y yo, en aquella posición tan vergonzosa, no podía hacer nada por ayudar. Qué diría mi padre si me viera...
- Uff, yo no esperar ataque. Ellos ser profesionales cazadores. Gracias por salvar Cazapeces - me rasqué la parte de atrás de la cabeza observando los alrededores, buscando indicios de rastro humano, pero, al menos a simple vista, no lograba ver nada claro -. Yo tampoco estar seguro por donde ir. Pero nosotros mover hacia puesta de sol. Si nosotros andar hasta sol naciente, nosotros retroceder y llegar a submarino. Ser fácil.
Empecé a guiar a Katharina por el camino que creía que era el correcto, aunque no tenía ninguna certeza. A ver, ella había usado su magia para desplazarnos de forma inimaginable, así que era culpa suya, pero la situación tampoco era tan mala. Si el camino que seguíamos no era el que nos llevaría con los demás, solo había que encontrar la orilla y recorrerla, dando la vuelta a la isla, hasta toparnos con nuestro destino. No sería el camino más corto, pero sí uno fácil de seguir. No me preocupaba el encontrar alimentos o incluso pasar la noche a la intemperie; la naturaleza nos proveería de lo que necesitásemos. Sin embargo, aquellos aparentes nativos del lugar eran un asunto muy distinto. Parecían ser diestros con las trampas y trabajar en grupo. Para realizar un ataque como aquel eran necesario, por lo menos, veinte buenos hombres, y eso sin contar con que ellos dominaban aquel terreno mejor que nosotros. No sería un paseo precisamente agradable, y me preocupaba por el estado de salud de Cazapeces. Aún era muy pequeña para enfrentarse a la amenaza de diestros cazadores. Debía continuar con calma, estudiando el terreno y prestando atención a cualquier cosa que pudiera desentonar en aquel lugar, por poca que fuera.
Tras andar un tiempo incierto, noté algo curioso en la superficie. Entre las hojas que cubrían el suelo había marcas de pezuñas, pero con una diferencia notable a las habituales dejadas por cabras, caballos, ciervos, renos, incluso vacas o cerdos. Aquella eran enormes, al menos 5 veces más grandes que las de los animales comunes. Mi instinto de cazador me decía que aquella debía ser una bestia prodigiosa. Solo esperaba que fuera salvaje y no nos atacara en mitad del camino ya que podría ser peligroso.
- Uff, yo no esperar ataque. Ellos ser profesionales cazadores. Gracias por salvar Cazapeces - me rasqué la parte de atrás de la cabeza observando los alrededores, buscando indicios de rastro humano, pero, al menos a simple vista, no lograba ver nada claro -. Yo tampoco estar seguro por donde ir. Pero nosotros mover hacia puesta de sol. Si nosotros andar hasta sol naciente, nosotros retroceder y llegar a submarino. Ser fácil.
Empecé a guiar a Katharina por el camino que creía que era el correcto, aunque no tenía ninguna certeza. A ver, ella había usado su magia para desplazarnos de forma inimaginable, así que era culpa suya, pero la situación tampoco era tan mala. Si el camino que seguíamos no era el que nos llevaría con los demás, solo había que encontrar la orilla y recorrerla, dando la vuelta a la isla, hasta toparnos con nuestro destino. No sería el camino más corto, pero sí uno fácil de seguir. No me preocupaba el encontrar alimentos o incluso pasar la noche a la intemperie; la naturaleza nos proveería de lo que necesitásemos. Sin embargo, aquellos aparentes nativos del lugar eran un asunto muy distinto. Parecían ser diestros con las trampas y trabajar en grupo. Para realizar un ataque como aquel eran necesario, por lo menos, veinte buenos hombres, y eso sin contar con que ellos dominaban aquel terreno mejor que nosotros. No sería un paseo precisamente agradable, y me preocupaba por el estado de salud de Cazapeces. Aún era muy pequeña para enfrentarse a la amenaza de diestros cazadores. Debía continuar con calma, estudiando el terreno y prestando atención a cualquier cosa que pudiera desentonar en aquel lugar, por poca que fuera.
Tras andar un tiempo incierto, noté algo curioso en la superficie. Entre las hojas que cubrían el suelo había marcas de pezuñas, pero con una diferencia notable a las habituales dejadas por cabras, caballos, ciervos, renos, incluso vacas o cerdos. Aquella eran enormes, al menos 5 veces más grandes que las de los animales comunes. Mi instinto de cazador me decía que aquella debía ser una bestia prodigiosa. Solo esperaba que fuera salvaje y no nos atacara en mitad del camino ya que podría ser peligroso.
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Recobró la fe en el mundo y soltó una sonrisa amistosa luego de escuchar las palabras de agradecimiento de Inosuke; parece que alguien le había estado enseñando modales. Si un salvaje como él podía comportarse de una manera educada, entonces esa bruta de Kaya también. Al menos tenía la decencia de decirle jefa, aunque tenía la sospecha de que siempre se lo decía en modo… sarcástico, sí, esa era la palabra que buscaba. Por otra parte, confiaba en las habilidades de su compañero para ubicarse dentro del bosque. Espera, ¿cómo no se le había ocurrido antes…? La solución estaba ahí al alcance de su mano, incluso después de haber perdido casi un ochenta por ciento de sus poderes continuaba encontrando las respuestas en la magia. Sin embargo, era el momento ideal para probar los talentos de su compañero.
—De nada, estoy para mantener a salvo a todos mis tripulantes —respondió, dándole un suave golpecito en el pecho a Inosuke—. Parece que sabes muy bien lo que haces, así que confiaré en tu juicio.
Unas alas de dragón y una vista de águila solucionarían todo ese problema, no obstante, había tomado una decisión. No es que buscase probar las habilidades bélicas de Inosuke, pues ya lo había hecho en Arabasta, lo que buscaba era algo más. Cada miembro de su tripulación cumplía un rol específico. Ivan era el navegante, el encargado de llevarlos a donde ella decidiese; también era su mano derecha, el hombre en el que más confiaba. Kaya se ocupaba de la cocina y… Bueno, tampoco quería darle más responsabilidades. ¿Y Selene? ¿Qué hacía ella…? Al parecer también debía ponerle a prueba y encontrar su valor.
Continuó caminando detrás del habitante del cielo hasta que se detuvo a ver esas huellas en el suelo. ¿Pezuñas…? Frunció el ceño y llevó la mano a la empuñadura de Fushigiri. «¿Un ungulado en esta isla…? A juzgar por el tamaño de las huellas debe ser uno bastante grande», pensó para sí misma. La hechicera tenía escasos, si es que no nulos, conocimientos de cacería y todo lo que sabía de animales se debía a su adicción a toda clase de libros. En términos muy simples, los ungulados eran todos aquellos animales con pezuña; una descripción bastante… general, ¿no? En ese grupo podían encontrarse tanto los rinocerontes como las alpacas, uno de sus animales favoritos. Por otra parte, había escuchado que Little Garden era una isla en la que su fauna era monstruosa y alcanzaba dimensiones escandalosas. ¿Esa isla era una especie de copia o algo por el estilo? Lo fuese o no, era absurdo negar lo peligrosa que resultaba.
—Esto se está poniendo interesante, ¿no crees? —le comentó, abandonando esa fría inexpresividad en su mirada. Por el contrario, había una curiosa llama que le hacía sentirse… viva—. Si cazamos una de estas criaturas tendrás una gran historia que contar cuando vuelvas a Skypiea, y probablemente yo consiga algo de cuero para alguna prenda o algo por el estilo. Continuemos moviéndonos, vamos.
—De nada, estoy para mantener a salvo a todos mis tripulantes —respondió, dándole un suave golpecito en el pecho a Inosuke—. Parece que sabes muy bien lo que haces, así que confiaré en tu juicio.
Unas alas de dragón y una vista de águila solucionarían todo ese problema, no obstante, había tomado una decisión. No es que buscase probar las habilidades bélicas de Inosuke, pues ya lo había hecho en Arabasta, lo que buscaba era algo más. Cada miembro de su tripulación cumplía un rol específico. Ivan era el navegante, el encargado de llevarlos a donde ella decidiese; también era su mano derecha, el hombre en el que más confiaba. Kaya se ocupaba de la cocina y… Bueno, tampoco quería darle más responsabilidades. ¿Y Selene? ¿Qué hacía ella…? Al parecer también debía ponerle a prueba y encontrar su valor.
Continuó caminando detrás del habitante del cielo hasta que se detuvo a ver esas huellas en el suelo. ¿Pezuñas…? Frunció el ceño y llevó la mano a la empuñadura de Fushigiri. «¿Un ungulado en esta isla…? A juzgar por el tamaño de las huellas debe ser uno bastante grande», pensó para sí misma. La hechicera tenía escasos, si es que no nulos, conocimientos de cacería y todo lo que sabía de animales se debía a su adicción a toda clase de libros. En términos muy simples, los ungulados eran todos aquellos animales con pezuña; una descripción bastante… general, ¿no? En ese grupo podían encontrarse tanto los rinocerontes como las alpacas, uno de sus animales favoritos. Por otra parte, había escuchado que Little Garden era una isla en la que su fauna era monstruosa y alcanzaba dimensiones escandalosas. ¿Esa isla era una especie de copia o algo por el estilo? Lo fuese o no, era absurdo negar lo peligrosa que resultaba.
—Esto se está poniendo interesante, ¿no crees? —le comentó, abandonando esa fría inexpresividad en su mirada. Por el contrario, había una curiosa llama que le hacía sentirse… viva—. Si cazamos una de estas criaturas tendrás una gran historia que contar cuando vuelvas a Skypiea, y probablemente yo consiga algo de cuero para alguna prenda o algo por el estilo. Continuemos moviéndonos, vamos.
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Aquella huella me inquietaba. ¿A qué clase de animal podría pertenecer? Temía y deseaba descubrirlo a partes iguales. Tal vez si siguiéramos su rastro... No, debíamos encontrar el camino de vuelta antes de seguir explorando la isla. Lo mejor sería encontrarnos con el resto y ya entonces prepararnos para los peligros acechantes. Sin embargo, estaba convencido de que sería un animal magnífico. No podía dejar de pensar en la criatura. ¿Sería deliciosa su carne? ¿Tendría capacidades físicas superiores a otras especies similares? ¿Cómo de difícil sería cazarlo? Dioses, me enfrentaba a una decisión complicada.
—Sí, sin duda ser interesante... —murmuré mientras me rascaba la cabeza; había tomado una decisión, todo gracias al apoyo de mi capitana—. Nosotros también poder seguir huellas. Huellas llevar bestia. Cerca de bestia, haber agua. Si nosotros seguir agua, llevar hasta costa, y costa llevar a submarino. Sí, así poder cazar. Ser emocionante.
Empecé a seguir aquellas huellas, aunque no resultaba muy difícil. Eran enormes, difíciles de ocultar, y nadie se había molestado en hacerlo tampoco, por lo que el camino estaba claro. Además, por suerte para nosotros, discurría prácticamente en la misma dirección a la que me quería dirigir en un inicio, a excepción de alguna curvas que trazaba producto de los paseos del animal. Era como si los dioses lo hubieran puesto en nuestro camino. Pasaron las horas, y el sol fue descendiendo poco a poco a poco. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Qué tan lejos nos había llevado la magia de mi capitana? No lo sabía, pero esperaba que no demasiado, aunque si nos encontrábamos con la criatura daba igual.
Me frené en seco, decidiendo que aquel sería nuestro lugar de acampada. Era un lugar casi idéntico a todo el escenario que habíamos recorrido, por lo que resultaba un sitio tan bueno como otro cualquiera, además que seguir andando a oscuras en un terreno desconocido no era inteligente. Un buen explorador esperaría a que salieran las primeras luces de un nuevo día a continuar a ciegas.
—Nosotros detener. Descansar aquí. Si no querer ataque sorpresa, no deber encender hoguera.
Dicho eso, empecé a preparar la que sería mi cama de aquella noche; un montón emulando un mullido colchón de plumas de oca.
—Sí, sin duda ser interesante... —murmuré mientras me rascaba la cabeza; había tomado una decisión, todo gracias al apoyo de mi capitana—. Nosotros también poder seguir huellas. Huellas llevar bestia. Cerca de bestia, haber agua. Si nosotros seguir agua, llevar hasta costa, y costa llevar a submarino. Sí, así poder cazar. Ser emocionante.
Empecé a seguir aquellas huellas, aunque no resultaba muy difícil. Eran enormes, difíciles de ocultar, y nadie se había molestado en hacerlo tampoco, por lo que el camino estaba claro. Además, por suerte para nosotros, discurría prácticamente en la misma dirección a la que me quería dirigir en un inicio, a excepción de alguna curvas que trazaba producto de los paseos del animal. Era como si los dioses lo hubieran puesto en nuestro camino. Pasaron las horas, y el sol fue descendiendo poco a poco a poco. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Qué tan lejos nos había llevado la magia de mi capitana? No lo sabía, pero esperaba que no demasiado, aunque si nos encontrábamos con la criatura daba igual.
Me frené en seco, decidiendo que aquel sería nuestro lugar de acampada. Era un lugar casi idéntico a todo el escenario que habíamos recorrido, por lo que resultaba un sitio tan bueno como otro cualquiera, además que seguir andando a oscuras en un terreno desconocido no era inteligente. Un buen explorador esperaría a que salieran las primeras luces de un nuevo día a continuar a ciegas.
—Nosotros detener. Descansar aquí. Si no querer ataque sorpresa, no deber encender hoguera.
Dicho eso, empecé a preparar la que sería mi cama de aquella noche; un montón emulando un mullido colchón de plumas de oca.
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Sacó el característico caracol con sombrero de bruja y marcó el número del vampiro para decirle que tardarían un poco más en volver. Bueno, “un poco”. Lo más probable es que pasasen la noche en esa isla. Le explicó que había descubierto algo interesante, algo que merecía una profunda investigación, y no se refería a los nativos que usaban lanzas y arcos. Quería ver con sus propios ojos la criatura dueña de esas gigantescas huellas, ya podía imaginarse un poco la forma que tenía. En cierta forma, Inosuke compartía el interés de la hechicera, aunque de una manera muy… propia, es decir, era un cazador y seguro que estar ante una bestia desconocida le hacía latir el corazón de la emoción. Era lo mismo cuando Katharina descubría un texto antiguo que nadie más podía descifrar, solo ella.
—Vamos, entonces. Comprobemos con nuestros propios ojos qué es esa criatura que vaga por este bosque.
Estaba concentrada en percibir toda clase de presencias hostiles hacia ellos, pero aparentemente los nativos se habían cansado de buscarles. Tenía que estar atenta a ellos; si bien eran unos brutos incapaces de hacer cualquier cosa bien, estaba mal subestimar al oponente. Todo el conocimiento histórico que guardaba en su cabeza así lo evidenciaba. Y poco a poco el sol comenzaba a ocultarse, entregando la isla al mundo de las sombras. Tampoco era una putada para ella, después de todo, podía alterar su vista para adaptarla a la oscuridad y ver casi como si fuera de día; ningún problema. Sin embargo, ¿qué pasaba con la fogata? ¿Cómo se suponía que cocinarían…? Llevaba un buen rato sin comer y el estómago empezaba a demandar alimento.
Dio un salto y con su mano arrancó un enorme mango. Se lo echó a la boca y los jugos chorrearon por todos lados.
—Delicioso —comentó con una sonrisa tras tragar—. Lo que dices tiene sentido, salvo que hagas una especie de tubo con barro y piedras para ocultar el fuego. ¿Recuerdas al agente del Cipher Pol con el que luchamos en Arabasta? Bueno, es un cazador bastante experimentado y de él aprendí varias cosas. Y hablando de cazar… ¿No crees que necesitamos algo de carne? Tú te manejas en los bosques, así que sorpréndeme.
De entre sus prendas sacó la revista que llevaba varios días leyendo y, gracias a su visión nocturna tras transformar sus ojos en los de un felino, podía leer medianamente bien. Con su mano disponible practicaba como si tuviera unos hilos y unas agujas invisibles, engañando su propio cuerpo para que se acostumbrase a la nueva técnica de sastrería. Eso sí, esperaba que Inosuke volviera pronto con un montón de comida —si es que decidía ir, claro—. En caso de que estuviese en peligro lo sentiría gracias a su mantra, pero confiaba en sus habilidades de cazador. Todo formaba parte de una especie de prueba, aunque estaba lejos de ser una mortal. En fin, fuese a buscar alimento o no se ofrecería para vigilar el campamento.
—Vamos, entonces. Comprobemos con nuestros propios ojos qué es esa criatura que vaga por este bosque.
Estaba concentrada en percibir toda clase de presencias hostiles hacia ellos, pero aparentemente los nativos se habían cansado de buscarles. Tenía que estar atenta a ellos; si bien eran unos brutos incapaces de hacer cualquier cosa bien, estaba mal subestimar al oponente. Todo el conocimiento histórico que guardaba en su cabeza así lo evidenciaba. Y poco a poco el sol comenzaba a ocultarse, entregando la isla al mundo de las sombras. Tampoco era una putada para ella, después de todo, podía alterar su vista para adaptarla a la oscuridad y ver casi como si fuera de día; ningún problema. Sin embargo, ¿qué pasaba con la fogata? ¿Cómo se suponía que cocinarían…? Llevaba un buen rato sin comer y el estómago empezaba a demandar alimento.
Dio un salto y con su mano arrancó un enorme mango. Se lo echó a la boca y los jugos chorrearon por todos lados.
—Delicioso —comentó con una sonrisa tras tragar—. Lo que dices tiene sentido, salvo que hagas una especie de tubo con barro y piedras para ocultar el fuego. ¿Recuerdas al agente del Cipher Pol con el que luchamos en Arabasta? Bueno, es un cazador bastante experimentado y de él aprendí varias cosas. Y hablando de cazar… ¿No crees que necesitamos algo de carne? Tú te manejas en los bosques, así que sorpréndeme.
De entre sus prendas sacó la revista que llevaba varios días leyendo y, gracias a su visión nocturna tras transformar sus ojos en los de un felino, podía leer medianamente bien. Con su mano disponible practicaba como si tuviera unos hilos y unas agujas invisibles, engañando su propio cuerpo para que se acostumbrase a la nueva técnica de sastrería. Eso sí, esperaba que Inosuke volviera pronto con un montón de comida —si es que decidía ir, claro—. En caso de que estuviese en peligro lo sentiría gracias a su mantra, pero confiaba en sus habilidades de cazador. Todo formaba parte de una especie de prueba, aunque estaba lejos de ser una mortal. En fin, fuese a buscar alimento o no se ofrecería para vigilar el campamento.
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Pensaba que podía tumbarme a descansar abrazado a Cazapeces, quien se estaba dejando dormir sobre la cama de hojas que había improvisado cuando Katharina me pidió carne.
—Yo no tener pensado ir por... —mi estómago rugió escandalosamente y cambié de opinión—. Bueno, hoy tener luna llena. No estar tan oscuro, supongo. Tú cuidar de Cazapeces, yo ir por carne.
Un minuto. Solo hubiese necesitado un minuto más y podría haberme echado a dormir sin darme cuenta del hambre que tenía hasta la mañana siguiente. Pero ahora que tanto mi estómago como mi capitana me lo pedían, no podía negarme. Me alejé a buen ritmo del campamento, buscando algo que nos pudiéramos echar a la boca. Lo cierto es que no había visto muchos animales en aquella zona, lo cual podía ser hasta llamativo. Nos encontrábamos en un bosque lleno de vida y naturaleza; aquello debería estar plagado de criaturitas que correteasen en todos lados. Sin embargo, ni un cerbatillo, ni un puerco salvaje. Ni un solo conejo o ave que sobrevolase las medianías.
Ahora que estaba concentrado en cazar algo, caía en la cuenta de todo eso. Mi intuición me decía que algo no estaba bien. Para colmo, el bosque se quedó repentinamente en silencio, tornándose poco a poco más lúgubre. No tardé en agarrar mis agarrar mis Colmillos y ponerme en guardia. Empecé a moverme con celeridad entre los árboles, siempre teniendo cuidado de no perder el camino de regreso al campamento, pero buscando algún signo de vida cercano.
Una flecha, silenciosa como solo lo son las sombras, rozó mi hombro, provocando una herida que comenzó a sangrar. Muchas otras siguieron a la primera, pero yo ya me había refugiado tras un grueso tronco. ¿Serían los mismo nativos que nos atacaron al entrar a la isla? Lo más seguro. En el fondo llegaba a comprenderlos; a mí tampoco me gustaría que unos desconocidos entrasen en mis bosques y camparan a sus anchas, pero es que no había hecho nada. Ni siquiera habíamos cazado a un solo animal. No tenían motivos para venir tras nosotros, ¿porque no los tenían, verdad?
Y a pesar de todo, el ataque no parecía detenerse. Llegué a sentir personas moviéndose, replegándose para rodearme. Estaba jodido, tenía pocas opciones. Nunca me había gustado enfrentarme a tantas personas a la vez, y seguro que ellos estaban preparados para realizar asaltos nocturnos. La única opción que se me ocurrió fue intentar trepar por el tronco, subiéndome primero a las ramas más bajas para después subir a las más altas, para así salir de su alcance.
—Yo no tener pensado ir por... —mi estómago rugió escandalosamente y cambié de opinión—. Bueno, hoy tener luna llena. No estar tan oscuro, supongo. Tú cuidar de Cazapeces, yo ir por carne.
Un minuto. Solo hubiese necesitado un minuto más y podría haberme echado a dormir sin darme cuenta del hambre que tenía hasta la mañana siguiente. Pero ahora que tanto mi estómago como mi capitana me lo pedían, no podía negarme. Me alejé a buen ritmo del campamento, buscando algo que nos pudiéramos echar a la boca. Lo cierto es que no había visto muchos animales en aquella zona, lo cual podía ser hasta llamativo. Nos encontrábamos en un bosque lleno de vida y naturaleza; aquello debería estar plagado de criaturitas que correteasen en todos lados. Sin embargo, ni un cerbatillo, ni un puerco salvaje. Ni un solo conejo o ave que sobrevolase las medianías.
Ahora que estaba concentrado en cazar algo, caía en la cuenta de todo eso. Mi intuición me decía que algo no estaba bien. Para colmo, el bosque se quedó repentinamente en silencio, tornándose poco a poco más lúgubre. No tardé en agarrar mis agarrar mis Colmillos y ponerme en guardia. Empecé a moverme con celeridad entre los árboles, siempre teniendo cuidado de no perder el camino de regreso al campamento, pero buscando algún signo de vida cercano.
Una flecha, silenciosa como solo lo son las sombras, rozó mi hombro, provocando una herida que comenzó a sangrar. Muchas otras siguieron a la primera, pero yo ya me había refugiado tras un grueso tronco. ¿Serían los mismo nativos que nos atacaron al entrar a la isla? Lo más seguro. En el fondo llegaba a comprenderlos; a mí tampoco me gustaría que unos desconocidos entrasen en mis bosques y camparan a sus anchas, pero es que no había hecho nada. Ni siquiera habíamos cazado a un solo animal. No tenían motivos para venir tras nosotros, ¿porque no los tenían, verdad?
Y a pesar de todo, el ataque no parecía detenerse. Llegué a sentir personas moviéndose, replegándose para rodearme. Estaba jodido, tenía pocas opciones. Nunca me había gustado enfrentarme a tantas personas a la vez, y seguro que ellos estaban preparados para realizar asaltos nocturnos. La única opción que se me ocurrió fue intentar trepar por el tronco, subiéndome primero a las ramas más bajas para después subir a las más altas, para así salir de su alcance.
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Necesitaba invertir más tiempo en aprender nuevas y modernas técnicas de sastrería para consolidarse como una sastre de renombre, incluso si ello significaba dejar a un lado la pintura. Ya no le apasionaba como antes, de hecho, llevaba un buen tiempo sin pintar ninguna cosa porque cierto era que le faltaba la inspiración para hacerlo. Luego de perder casi la totalidad de sus poderes también perdió una parte de ella, después de todo, había pasado muchísimo tiempo haciendo cosas que ya no podía. Cualquier situación que se le presentaba la resolvía tan solo chasqueando los dedos, poco más. En fin, podía pasarse la vida entera quejándose y culpando las injusticias del destino, pero no era su estilo. Ahora mismo debía seguir con esa interesante revista, además había conseguido unas herramientas con una calidad excepcional.
Le hubiera gustado seguir con ello, sí, pero su mantra le advirtió del inminente peligro. Se incorporó en menos de lo que tarda un parpadeo, cogió su espada y cortó la flecha que iba hacia ella en dos partes idénticas. ¿De nuevo esos malditos nativos? Perfecto, acababan de usar la última de sus oportunidades: todos iban a morir. Espera un momento… Si ellos estaban cerca del campamento, existía la posibilidad de que hubiesen capturado a Inosuke. Y la bruja no era de esas que abandonaba a sus compañeros; la única forma que tenía de compensar la lealtad que le ofrecían era protegiéndoles con todo lo que tenía. Como alguno de esos bastardos le tocase un pelo al habitante del cielo acabaría incendiando toda la puta isla.
Tenía a Fushigiri en la mano derecha y en la otra sostenía la vara de una flecha que acababa de ser disparada, la cual acabó derritiendo. Reunió energía mágica y entonces dos orejas puntiagudas y peludas, de un intenso color dorado, nacieron de su cabeza al mismo tiempo que su cabello se tornaba del mismo tono. Todos sus sentidos se habían aguzado, ahora mismo podía escuchar el roce de los cuerpos con las hojas de los matorrales e incluso ver a través de las sombras. También usó su haki de observación para encontrar a los malditos merodeadores y entonces desapareció del sitio en el que estaba.
—Te encontré, sucia rata asquerosa.
Y es que efectivamente era una maldita rata asquerosa. Tenía pulgares como un ser humano, sí, pero su hocico alargado y la morfología de su cráneo indicaban que era uno de esos estúpidos mamíferos. Rugió como la bestia que era e intentó cambiar de arma, dejando el arco a un lado para coger la lanza. Sin embargo, la espada de Katharina fue muchísimo más veloz y cercenó la cabeza de la criatura. Ejecutó un corte limpio y perfecto que no salpicó la más mínima gota de sangre. Entonces, observó a su víctima. Debía andar por el metro cincuenta y llevaba unos atuendos bastante… tribales; sí, era la palabra perfecta para describir sus prendas.
Esquivó otra flecha y volteó la mirada hacia el origen del tiro, usó un movimiento instantáneo y apareció frente al tirador. ¿Qué? No había ninguna rata apestosa, sino una chica de quizás unos doce años. Era una humana de cabellos negros y grandes ojos violetas, aunque llevaba la misma pinta que la criatura a la que acababa de asesinar. La merodeadora usó el segundo de duda de la espadachina para retirar un cuchillo bastante tosco de su vaina y luego intentó apuñalarle. No obstante, cuando el arma impactó en el estómago de la hechicera esta se rompió en cientos de trozos: era imposible que superara el endurecimiento de su haki de armadura.
—Tienes suerte de que seas solo una niña —le espetó—. Vendrás conmigo, así que quédate quieta.
Le hubiera gustado seguir con ello, sí, pero su mantra le advirtió del inminente peligro. Se incorporó en menos de lo que tarda un parpadeo, cogió su espada y cortó la flecha que iba hacia ella en dos partes idénticas. ¿De nuevo esos malditos nativos? Perfecto, acababan de usar la última de sus oportunidades: todos iban a morir. Espera un momento… Si ellos estaban cerca del campamento, existía la posibilidad de que hubiesen capturado a Inosuke. Y la bruja no era de esas que abandonaba a sus compañeros; la única forma que tenía de compensar la lealtad que le ofrecían era protegiéndoles con todo lo que tenía. Como alguno de esos bastardos le tocase un pelo al habitante del cielo acabaría incendiando toda la puta isla.
Tenía a Fushigiri en la mano derecha y en la otra sostenía la vara de una flecha que acababa de ser disparada, la cual acabó derritiendo. Reunió energía mágica y entonces dos orejas puntiagudas y peludas, de un intenso color dorado, nacieron de su cabeza al mismo tiempo que su cabello se tornaba del mismo tono. Todos sus sentidos se habían aguzado, ahora mismo podía escuchar el roce de los cuerpos con las hojas de los matorrales e incluso ver a través de las sombras. También usó su haki de observación para encontrar a los malditos merodeadores y entonces desapareció del sitio en el que estaba.
—Te encontré, sucia rata asquerosa.
Y es que efectivamente era una maldita rata asquerosa. Tenía pulgares como un ser humano, sí, pero su hocico alargado y la morfología de su cráneo indicaban que era uno de esos estúpidos mamíferos. Rugió como la bestia que era e intentó cambiar de arma, dejando el arco a un lado para coger la lanza. Sin embargo, la espada de Katharina fue muchísimo más veloz y cercenó la cabeza de la criatura. Ejecutó un corte limpio y perfecto que no salpicó la más mínima gota de sangre. Entonces, observó a su víctima. Debía andar por el metro cincuenta y llevaba unos atuendos bastante… tribales; sí, era la palabra perfecta para describir sus prendas.
Esquivó otra flecha y volteó la mirada hacia el origen del tiro, usó un movimiento instantáneo y apareció frente al tirador. ¿Qué? No había ninguna rata apestosa, sino una chica de quizás unos doce años. Era una humana de cabellos negros y grandes ojos violetas, aunque llevaba la misma pinta que la criatura a la que acababa de asesinar. La merodeadora usó el segundo de duda de la espadachina para retirar un cuchillo bastante tosco de su vaina y luego intentó apuñalarle. No obstante, cuando el arma impactó en el estómago de la hechicera esta se rompió en cientos de trozos: era imposible que superara el endurecimiento de su haki de armadura.
—Tienes suerte de que seas solo una niña —le espetó—. Vendrás conmigo, así que quédate quieta.
Inosuke Dru-zan
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Pude alcanzar la parte superior del árbol con cierta facilidad. Las personas debajo mío empezaron a perseguirme, unos más ágiles que otros. En breves instantes me alcanzarían, y para colmo desde abajo seguían disparándome flechas. Algunas me rozaron, e incluso una de ellas llegó a clavarse en una pierna, dificultandome el seguir escalando. Una vez en una rama, grueso, bien afianzada, me mantuve de pie y saqué mis espadas, mis Colmillos, el izquierdo y el derecho. Aquello cada vez se iba volviendo más feo, pero yo no me rendía con facilidad. Estaba arrinconado, lo sabía, pero no iba a dejar que eso me detuviera. Ahora que habían comenzado a perseguirme y a escalar el árbol, los tenía localizados.
Salté de la ramificación en la que había encontrado brevemente la seguridad, sin alejarme demasiado del grueso tronco en mi caída. Durante este ejercicio clavé sendas armas en la corteza del árbol, usando mi propia fuerza junto a la obtenida de mi propio peso al caer, para descender por el mismo árbol a una velocidad que no me mataría al tocar el suelo y, de paso, intentar contraatacar llevándome a algún agresor por delante. La suerte estuvo de mi parte y creo que derribé a dos o tres de ellos, logrando mi objetivo, pero no todo podía ser bueno. Aterricé en el suelo con más fuerza de la que pretendía, soltando un leve gritó de dolor al apoyar la pierna herida. Pasé la mal por la herida y enseguida noté el tacto de la sangre fresca como la de una presa recién cazada. Porque en aquella situación, yo era la presa.
Un grupo de cazadores apareció súbitamente, rodeándome. A mis pies se encontraban, malheridos, los hombres que había derribado, y sus compañeros me apuntaban con arcos y lanzas rudimentarias. Quizás sus armas no fueran de la más alta calidad, pero sí que podían herirme; debía andarme con ojo. Quizás aquella fuera una de esas pocas situaciones en las que, en vez de luchar y hacerte valer, quizás y solo quizás, valiera la pena probar a dialogar. Después de todo había probado ya mi valía al no haberme dejado cazar haciendo frente a sus guerreros.
- Yo ser Inosuke del Clan Dru-Zan, el Cazador de Bestias y Chamán de la Tribu de los Baal'Sha. ¿Por qué vosotros a atacar a mí y a mujer que acompañar a mí? Nosotros no hacer nada en tierras de vosotros - dije, con voz alta y sonora acompañada con un tono de molestia.
Un hombre se acercó, bajando su lanza. Portaba un chaleco y un taparrabos, ambos de cuero sencillo, pero lo más llamativo era el cráneo de ciervo que llevaba a modo de yelmo. Aún quedaban restos astillados que habían adornado la cabeza el animal cuando vivía, y unos ojos siniestros parapadeaban bajo las cuencas del cráneo.
- Yo no Chul'wipitakusa Hendrukaisen, líder de este mi pueblo, los Hombres Libres. Habéis entrado en nuestro terreno sagrado sin permiso. Según marca la tradición, vuestra condena es la muerte. Y si para ello debemos combatir, lo haremos.
- Nosotros ser fuertes, y no tener miedo. Tener compañeros, no estar solos. Ellos también ser fuertes - sabía que eran el enemigo, pero podía comprenderlos, así que intentaba buscar una salida sin tener que matarlos -. Si nosotros enfrentar, morir muchos, y nadie querer que morir muchos. Tener que haber solución distinta.
Los hombres se miraron entre ellos, o eso creía. A pesar de la luna llena, no veía mucho más allá de sus siluetas. Algunos de ellos tenían formas extrañas, como si no fueran del todo humanos, pero supuse que sería productos de las sombras y el cansancio.
- Hay una solución, si seguís nuestras condiciones. Un combate, contra nuestro Dios Cacebra. Si conseguís derrotarle, podréis salir de aquí sin sufrir daño alguno de nuestra parte. ¿Consentís? Podéis enfrentaros los dos, tú y esa mujer, si guatáis.
Era una opción muy tentadora. Un solo combate, un enfrentamiento y todo se solucionaría. Y encima junto a Katharina. Aquello estaba ganado antes de empezar. Entonces apareció mi capitana, arrastrando a otra persona. Tenía un aspecto ligeramente diferente, pero sabía que era ella. Además, había aparecido en un momento oportuno. Puede que tal vez hubiera escuchado la propuesta del líder de la tribu.
- Kath, le dije. Yo negociar combate mano a mano. Por cierto, ¿dónde estar Cazapeces?
Salté de la ramificación en la que había encontrado brevemente la seguridad, sin alejarme demasiado del grueso tronco en mi caída. Durante este ejercicio clavé sendas armas en la corteza del árbol, usando mi propia fuerza junto a la obtenida de mi propio peso al caer, para descender por el mismo árbol a una velocidad que no me mataría al tocar el suelo y, de paso, intentar contraatacar llevándome a algún agresor por delante. La suerte estuvo de mi parte y creo que derribé a dos o tres de ellos, logrando mi objetivo, pero no todo podía ser bueno. Aterricé en el suelo con más fuerza de la que pretendía, soltando un leve gritó de dolor al apoyar la pierna herida. Pasé la mal por la herida y enseguida noté el tacto de la sangre fresca como la de una presa recién cazada. Porque en aquella situación, yo era la presa.
Un grupo de cazadores apareció súbitamente, rodeándome. A mis pies se encontraban, malheridos, los hombres que había derribado, y sus compañeros me apuntaban con arcos y lanzas rudimentarias. Quizás sus armas no fueran de la más alta calidad, pero sí que podían herirme; debía andarme con ojo. Quizás aquella fuera una de esas pocas situaciones en las que, en vez de luchar y hacerte valer, quizás y solo quizás, valiera la pena probar a dialogar. Después de todo había probado ya mi valía al no haberme dejado cazar haciendo frente a sus guerreros.
- Yo ser Inosuke del Clan Dru-Zan, el Cazador de Bestias y Chamán de la Tribu de los Baal'Sha. ¿Por qué vosotros a atacar a mí y a mujer que acompañar a mí? Nosotros no hacer nada en tierras de vosotros - dije, con voz alta y sonora acompañada con un tono de molestia.
Un hombre se acercó, bajando su lanza. Portaba un chaleco y un taparrabos, ambos de cuero sencillo, pero lo más llamativo era el cráneo de ciervo que llevaba a modo de yelmo. Aún quedaban restos astillados que habían adornado la cabeza el animal cuando vivía, y unos ojos siniestros parapadeaban bajo las cuencas del cráneo.
- Yo no Chul'wipitakusa Hendrukaisen, líder de este mi pueblo, los Hombres Libres. Habéis entrado en nuestro terreno sagrado sin permiso. Según marca la tradición, vuestra condena es la muerte. Y si para ello debemos combatir, lo haremos.
- Nosotros ser fuertes, y no tener miedo. Tener compañeros, no estar solos. Ellos también ser fuertes - sabía que eran el enemigo, pero podía comprenderlos, así que intentaba buscar una salida sin tener que matarlos -. Si nosotros enfrentar, morir muchos, y nadie querer que morir muchos. Tener que haber solución distinta.
Los hombres se miraron entre ellos, o eso creía. A pesar de la luna llena, no veía mucho más allá de sus siluetas. Algunos de ellos tenían formas extrañas, como si no fueran del todo humanos, pero supuse que sería productos de las sombras y el cansancio.
- Hay una solución, si seguís nuestras condiciones. Un combate, contra nuestro Dios Cacebra. Si conseguís derrotarle, podréis salir de aquí sin sufrir daño alguno de nuestra parte. ¿Consentís? Podéis enfrentaros los dos, tú y esa mujer, si guatáis.
Era una opción muy tentadora. Un solo combate, un enfrentamiento y todo se solucionaría. Y encima junto a Katharina. Aquello estaba ganado antes de empezar. Entonces apareció mi capitana, arrastrando a otra persona. Tenía un aspecto ligeramente diferente, pero sabía que era ella. Además, había aparecido en un momento oportuno. Puede que tal vez hubiera escuchado la propuesta del líder de la tribu.
- Kath, le dije. Yo negociar combate mano a mano. Por cierto, ¿dónde estar Cazapeces?
Katharina von Steinhell
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Debió acatado las órdenes de la espadachina, de ser así se habría ahorrado el rodillazo que le propinó en el estómago y no estaría tosiendo escandalosamente en el suelo. En el momento en que vio su cuchillo roto tuvo que entender algo obvio: era imposible ganarle a esa mujer. Le tomó del brazo y la arrastró por el suelo, preguntándose cómo eran los nativos que les estaban atacando. ¿Una rata y una niña? Qué mezcla tan… ¿Absurda, quizás? Ignoró las quejas de su rehén y no tardó en atravesar el campamento, guiada por la presencia de Inosuke. Apuró el paso luego de sentir más de una decena de criaturas hostiles cerca de su posición.
A la distancia vio al habitante del cielo rodeado por el enemigo. Arqueó una ceja el llegar y descubrir que su líder era un humano con un sombrero bastante… ¿tribal? Pero él no era el problema, sino ese extraño cerdo con un machete en las pezuñas. Miraba con una furia aterradora a Inosuke, incluso salivaba cual perro al tener comida en frente. También vio a una mujer de tres metros que empuñaba un enorme martillo de guerra en cada mano. Ninguno de ellos significaba un problema para la espadachina y es que todos juntos, con sus armas rudimentarias y aspectos sacados de una muy mala parodia, podían siquiera ponerle en aprietos. Sin embargo, uno solo de ellos bastaba para hacerle frente a Inosuke. La buena noticia es que entre bárbaros se entendían, y eso lo decía la malvada bruja que tenía secuestrada una niña de doce años.
Si no hubiera sido por la pregunta de Inosuke, habría pasado completamente desapercibido el hecho de que no tenía una puta idea de dónde había quedado Cazapeces. Como las llaves de la casa, lo había puesto en un lugar y al volver a mirar simplemente ya no estaba. ¿Debía responderle con esa verdad a medias? ¿O contarle la verdad y decirle que se había olvidado del dinosaurio y ya está?
—Cazapeces está en una situación mucho mejor que la tuya —acabó contestándole, mirándole con una confianza que alejaba toda duda de su palabra. Tenía que encontrarlo antes de que Inosuke se diera cuenta—. Deberías concentrarte en el combate que tendrás, la balanza ni siquiera se inclina a tu favor y yo no intervendré pase lo que pase. Tú has negociado esta solución y serás quien nos saque de esto, ¿verdad? —le comentó entonces con una sonrisa, mostrándole que confiaba en él.
Un duelo debía ser justo, de lo contrario, el concepto no tenía sentido alguno. ¿Y cómo podía hablarse de justicia cuando Inosuke no era bueno peleando en la oscuridad? Ellos podían moverse con completa soltura en el bosque y encima disparar a través de las sombras, eran tan silenciosos como un felino. Ellos eran unos auténticos cazadores, depredadores que defendían sus tierras con vehemencia. Por eso es que no le parecía un combate justo, pues las condiciones del entorno ayudaban grotescamente a uno y al otro le ponía en una situación muy desventajosa. Podía obligarles a esperar hasta mañana, pero se le había ocurrido una idea mucho mejor.
Tomó una bocanada de aire y canalizó la energía mágica por los conductos de maná. Una pequeña esfera tan dorada como el mismo sol empezó a formarse en la mano de Katharina. Inmediatamente llamó la atención de los nativos, quienes debieron cubrirse los ojos para no quedar ciegos. La esfera se elevó hasta el cielo y poco a poco fue devorando las tinieblas, dibujando un vasto cielo azul casi sin ninguna nube. Los bárbaros quedaron boquiabiertos ante la ilusión que había creado la hechicera e incluso retrocedieron asustados.
—Ahora podrás ver con claridad. Tú puedes, Inosuke.
A la distancia vio al habitante del cielo rodeado por el enemigo. Arqueó una ceja el llegar y descubrir que su líder era un humano con un sombrero bastante… ¿tribal? Pero él no era el problema, sino ese extraño cerdo con un machete en las pezuñas. Miraba con una furia aterradora a Inosuke, incluso salivaba cual perro al tener comida en frente. También vio a una mujer de tres metros que empuñaba un enorme martillo de guerra en cada mano. Ninguno de ellos significaba un problema para la espadachina y es que todos juntos, con sus armas rudimentarias y aspectos sacados de una muy mala parodia, podían siquiera ponerle en aprietos. Sin embargo, uno solo de ellos bastaba para hacerle frente a Inosuke. La buena noticia es que entre bárbaros se entendían, y eso lo decía la malvada bruja que tenía secuestrada una niña de doce años.
Si no hubiera sido por la pregunta de Inosuke, habría pasado completamente desapercibido el hecho de que no tenía una puta idea de dónde había quedado Cazapeces. Como las llaves de la casa, lo había puesto en un lugar y al volver a mirar simplemente ya no estaba. ¿Debía responderle con esa verdad a medias? ¿O contarle la verdad y decirle que se había olvidado del dinosaurio y ya está?
—Cazapeces está en una situación mucho mejor que la tuya —acabó contestándole, mirándole con una confianza que alejaba toda duda de su palabra. Tenía que encontrarlo antes de que Inosuke se diera cuenta—. Deberías concentrarte en el combate que tendrás, la balanza ni siquiera se inclina a tu favor y yo no intervendré pase lo que pase. Tú has negociado esta solución y serás quien nos saque de esto, ¿verdad? —le comentó entonces con una sonrisa, mostrándole que confiaba en él.
Un duelo debía ser justo, de lo contrario, el concepto no tenía sentido alguno. ¿Y cómo podía hablarse de justicia cuando Inosuke no era bueno peleando en la oscuridad? Ellos podían moverse con completa soltura en el bosque y encima disparar a través de las sombras, eran tan silenciosos como un felino. Ellos eran unos auténticos cazadores, depredadores que defendían sus tierras con vehemencia. Por eso es que no le parecía un combate justo, pues las condiciones del entorno ayudaban grotescamente a uno y al otro le ponía en una situación muy desventajosa. Podía obligarles a esperar hasta mañana, pero se le había ocurrido una idea mucho mejor.
Tomó una bocanada de aire y canalizó la energía mágica por los conductos de maná. Una pequeña esfera tan dorada como el mismo sol empezó a formarse en la mano de Katharina. Inmediatamente llamó la atención de los nativos, quienes debieron cubrirse los ojos para no quedar ciegos. La esfera se elevó hasta el cielo y poco a poco fue devorando las tinieblas, dibujando un vasto cielo azul casi sin ninguna nube. Los bárbaros quedaron boquiabiertos ante la ilusión que había creado la hechicera e incluso retrocedieron asustados.
—Ahora podrás ver con claridad. Tú puedes, Inosuke.
Inosuke Dru-zan
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—Oh, entonces estar bien —dije sin darle muchas vueltas, pensado que Kath mantendría a Cazapeces a salvo, quizás oculto en la copa de un árbol —. Si, tú dejar a mí combate. Yo ganar, prometer promesa de guerrero.
Una vez hablado, debía concentrarme en mi inminente enfrentamiento, tal y como me había recomendado mi capitana. No sabía contra quién me tocaría pelear, pero si confiaban en él como guerrero era porque tenía que ser fuerte. Que emoción, un combate digno, al fin. El único problema era la oscuridad; no estaba tan acostumbrado a moverme en la penumbra como me hubiera gustado, pero como por arte de magia, Katharina creó... ¿un sol? La había visto hacer cosas realmente locas en inimaginables, pero transformar el día en noche iba aún más allá. Qué barbaridad. Y qué orgulloso estaba por formar parte de su tripulación.
—Bueno, ¿contra quién yo batir en duelo? —pregunté, intentando camuflar mi sorpresa—. No tener todo el día.
Los isleños estaban completamente desconcertados. A través de sus miradas podía verse cómo intentaban buscar alguna explicación al extraño fenómeno, aunque por seguro que lo estaban tachando de magia. Y bien que hacían.
—Te enfrentarás a nuestro Dios Cacebra. Las reglas son simples, el primero que muera, pierde —dijo el aparente líder de la tribu cuando se recompuso para llevarse dos dedos a la boca y empezar a silbar.
El sonido se extendió a lo largo y ancho el bosque, atravesando las hojas y alcanzando el mismo cielo. Al principio no pasó nada, pero al poco empecé a sentir como la tierra mis vibraba, acompañada de un leve estruendo que iba creciendo conforme la vibración se hacía más palpable. PUM, PUM, PUM. Lo que quiera que fuera aquello, apareció entre los árboles, casi tan alto como ellos. A cuatro patas, parecía una cabra, pero tenía la piel cubierta de pelo a rayas, como las cebras. Medía unos 5 metros, puede que más, y sin contar aquellos cuernos diabólicos que lo hacían parecer mucho más alto y temible. Mi cuerpo había comenzado a expulsar un sudor frío y pegajoso al tacto, y me costaba ordenarle a mis brazos y piernas que se movieran. La magnificiencia de aquella criatura me había dejado sin habla, y su aspecto, casi demoníaco, podía causar terror en el más valiente de los guerreros. Y sin embargo, mis ansias crecientes, ya no solo por combatir sino por encontrar a una presa como aquella, hacían que la sangre corriera por mis venas como hacía tiempo que no lo hacía. Volví a tomar dominio sobre mi propio cuerpo y no dudé en atacar primero.
Una vez hablado, debía concentrarme en mi inminente enfrentamiento, tal y como me había recomendado mi capitana. No sabía contra quién me tocaría pelear, pero si confiaban en él como guerrero era porque tenía que ser fuerte. Que emoción, un combate digno, al fin. El único problema era la oscuridad; no estaba tan acostumbrado a moverme en la penumbra como me hubiera gustado, pero como por arte de magia, Katharina creó... ¿un sol? La había visto hacer cosas realmente locas en inimaginables, pero transformar el día en noche iba aún más allá. Qué barbaridad. Y qué orgulloso estaba por formar parte de su tripulación.
—Bueno, ¿contra quién yo batir en duelo? —pregunté, intentando camuflar mi sorpresa—. No tener todo el día.
Los isleños estaban completamente desconcertados. A través de sus miradas podía verse cómo intentaban buscar alguna explicación al extraño fenómeno, aunque por seguro que lo estaban tachando de magia. Y bien que hacían.
—Te enfrentarás a nuestro Dios Cacebra. Las reglas son simples, el primero que muera, pierde —dijo el aparente líder de la tribu cuando se recompuso para llevarse dos dedos a la boca y empezar a silbar.
El sonido se extendió a lo largo y ancho el bosque, atravesando las hojas y alcanzando el mismo cielo. Al principio no pasó nada, pero al poco empecé a sentir como la tierra mis vibraba, acompañada de un leve estruendo que iba creciendo conforme la vibración se hacía más palpable. PUM, PUM, PUM. Lo que quiera que fuera aquello, apareció entre los árboles, casi tan alto como ellos. A cuatro patas, parecía una cabra, pero tenía la piel cubierta de pelo a rayas, como las cebras. Medía unos 5 metros, puede que más, y sin contar aquellos cuernos diabólicos que lo hacían parecer mucho más alto y temible. Mi cuerpo había comenzado a expulsar un sudor frío y pegajoso al tacto, y me costaba ordenarle a mis brazos y piernas que se movieran. La magnificiencia de aquella criatura me había dejado sin habla, y su aspecto, casi demoníaco, podía causar terror en el más valiente de los guerreros. Y sin embargo, mis ansias crecientes, ya no solo por combatir sino por encontrar a una presa como aquella, hacían que la sangre corriera por mis venas como hacía tiempo que no lo hacía. Volví a tomar dominio sobre mi propio cuerpo y no dudé en atacar primero.
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Eso sí que no se lo esperaba, es decir, ¿en serio esos malditos salvajes le iban a hacer pelear contra un jodido monstruo? Tenía unos enormes cuernos en forma de espiral enroscados en sí mismos. A excepción del tamaño y la complexión, parecía un animal con los rasgos propios de un carnero. Se preguntaba cómo haría esa cosa para moverse con libertad en un terreno lleno de obstáculos. Oh, bueno, tampoco suponía un problema si es que los echaba abajo y listo. Debía tener muchísima fuerza en esa gigantesca cabeza, al menos la suficiente para destrozar un árbol de quince metros casi sin esfuerzo. Por otra parte, los nativos de la isla parecían estar bastante contentos con la aparición de su dios. Estaba a punto de burlarse de los nativos por adorar a una maldita cabra cuando Cazapeces llegó a su hombro.
—Qué bueno que apareces, tu maestro me hubiera matado si te hubiese perdido —le susurró, procurando que Inosuke no escuchase nada.
Tomó asiento en una roca más o menos circular y dejó a la niña ahí a su lado. Al parecer nadie se había dado cuenta todavía de que llevaba a una rehén consigo. Bueno, eso hasta que se le acercó un orangután de dos metros. Olía muy, muy mal. Tenía el ceño fruncido y estaba temblando cual gelatina, pero aun así tenía el valor de mantener la mirada puesta en la mujer que acababa de crear un sol. ¿Qué pasaría por sus cabezas al encontrarse con alguien como Katharina? Es decir, adoraban a una bestia que solo era grande, fuerte y ya está, pero la bruja era mucho más que eso.
—¿Te conozco o algo? —le preguntó con cierta molestia; odiaba que le mirasen por mucho rato, sobre todo una criatura tan patética como esa—. Fus, fus, vete de aquí. Hueles fatal.
—Esa niña… Es mi hija, devuélvemela.
Parpadeó, perpleja. Sabía que en esa isla pasaban cosas muy extrañas, pero no había manera de que un orangután hubiese parido a una humana de pie a cabeza. ¡No podía pasarse por el forro toda la genética! Evidentemente, la mocosa era adoptada y vaya suerte la suya. Con un padre como ese no viviría mucho tiempo, acabaría muriendo por falta de higiene o algo.
—Lo haré cuando termine la prueba, de momento se quedará como mi boleto salvavidas —contestó con una sonrisa maliciosa—. No te preocupes; si la hubiese querido matar ya lo habría hecho. Gane o pierda mi compañero, tendrás de vuelta a tu hija. Tienes mi palabra.
—¿Lo… prometes?
—Sí.
El orangután le ofreció su mano, sorprendiendo a la espadachina. «Así que esta cosa tiene modales, ¿eh? Si hasta un simio de la selva tiene más educación que Kaya», pensó para sí misma y entonces estrechó su mano.
—¿Te gusta tejer? Yo confecciono prendas para mi gente.
—Qué bueno que apareces, tu maestro me hubiera matado si te hubiese perdido —le susurró, procurando que Inosuke no escuchase nada.
Tomó asiento en una roca más o menos circular y dejó a la niña ahí a su lado. Al parecer nadie se había dado cuenta todavía de que llevaba a una rehén consigo. Bueno, eso hasta que se le acercó un orangután de dos metros. Olía muy, muy mal. Tenía el ceño fruncido y estaba temblando cual gelatina, pero aun así tenía el valor de mantener la mirada puesta en la mujer que acababa de crear un sol. ¿Qué pasaría por sus cabezas al encontrarse con alguien como Katharina? Es decir, adoraban a una bestia que solo era grande, fuerte y ya está, pero la bruja era mucho más que eso.
—¿Te conozco o algo? —le preguntó con cierta molestia; odiaba que le mirasen por mucho rato, sobre todo una criatura tan patética como esa—. Fus, fus, vete de aquí. Hueles fatal.
—Esa niña… Es mi hija, devuélvemela.
Parpadeó, perpleja. Sabía que en esa isla pasaban cosas muy extrañas, pero no había manera de que un orangután hubiese parido a una humana de pie a cabeza. ¡No podía pasarse por el forro toda la genética! Evidentemente, la mocosa era adoptada y vaya suerte la suya. Con un padre como ese no viviría mucho tiempo, acabaría muriendo por falta de higiene o algo.
—Lo haré cuando termine la prueba, de momento se quedará como mi boleto salvavidas —contestó con una sonrisa maliciosa—. No te preocupes; si la hubiese querido matar ya lo habría hecho. Gane o pierda mi compañero, tendrás de vuelta a tu hija. Tienes mi palabra.
—¿Lo… prometes?
—Sí.
El orangután le ofreció su mano, sorprendiendo a la espadachina. «Así que esta cosa tiene modales, ¿eh? Si hasta un simio de la selva tiene más educación que Kaya», pensó para sí misma y entonces estrechó su mano.
—¿Te gusta tejer? Yo confecciono prendas para mi gente.
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Con unas pocas zancadas alcancé a la bestia, que se alzaba como un coloso ante mí. Salté varios metros, dispuesto a asestar varios ataques sobre sus rodillas. Sin embargo, mis espadas nunca alcanzaron sus piernas; con un rápido movimiento agachó su cabeza, lanzando una especie de cornada contra mí. Tuve el tiempo justo para defenderme colocando mis espadas por delante, pero fui lanzando al suelo de espalda.
—Auch —maldije por lo bajo, aquello había dolido—. Ser cabra endemoniada.
Cambié de estrategia, si no podía ir por el frente, debía atacar a los flancos. Empecé a correr a su alrededor, a una distancia segura en la que sus cuernos no me pudieran alcanzar. Si bien parecía grande y fuerte, no parecía ser demasiado rápido, permitiéndome una oportunidad de saltar hacia su costado. Si se tratara de alcanzarle con mis propias manos, seguramente no lo haría, pero al usar las espadas podría cortar su piel. Quizás no fueran cortes profundos, pero servirían para ir calentando. Aquello acababa de empezar.
Tras realizar ambos tajos volví al suelo, pero no me quedé quiEto. El animal se encabritó, buscando aplastarme con sus enormes pezuñas. Por suerte para mí, no podía verme al estar debajo suyo, y esquivar sus ataques no fue tan difícil. Solo tenía que estar atento al momento en que levantaba las patas y apartarme de su trayectoria. Sin embargo, de haberme alcanzado, hubiera sido muy peligroso. Sus pezuñas habían dibujado pequeños cráteres en la tierra, aplastando todo lo que había a su paso. Si no tenía cuidado podía hacerme polvo.
Decidí salir de ahí antes de que pudiera aplastarme por accidente. Había conseguido herirle, pero no dejaba de ser superficial. Como mucho lo habría enfurecido. Debía asestar ataques más certeros, o si no podría acabar cansándome antes que él. Si eso ocurría, sería mi fin.
—Auch —maldije por lo bajo, aquello había dolido—. Ser cabra endemoniada.
Cambié de estrategia, si no podía ir por el frente, debía atacar a los flancos. Empecé a correr a su alrededor, a una distancia segura en la que sus cuernos no me pudieran alcanzar. Si bien parecía grande y fuerte, no parecía ser demasiado rápido, permitiéndome una oportunidad de saltar hacia su costado. Si se tratara de alcanzarle con mis propias manos, seguramente no lo haría, pero al usar las espadas podría cortar su piel. Quizás no fueran cortes profundos, pero servirían para ir calentando. Aquello acababa de empezar.
Tras realizar ambos tajos volví al suelo, pero no me quedé quiEto. El animal se encabritó, buscando aplastarme con sus enormes pezuñas. Por suerte para mí, no podía verme al estar debajo suyo, y esquivar sus ataques no fue tan difícil. Solo tenía que estar atento al momento en que levantaba las patas y apartarme de su trayectoria. Sin embargo, de haberme alcanzado, hubiera sido muy peligroso. Sus pezuñas habían dibujado pequeños cráteres en la tierra, aplastando todo lo que había a su paso. Si no tenía cuidado podía hacerme polvo.
Decidí salir de ahí antes de que pudiera aplastarme por accidente. Había conseguido herirle, pero no dejaba de ser superficial. Como mucho lo habría enfurecido. Debía asestar ataques más certeros, o si no podría acabar cansándome antes que él. Si eso ocurría, sería mi fin.
Katharina von Steinhell
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Quizás no estaba del todo bien sentarse a charlar sobre vestidos y técnicas de tejido con un orangután mientras su subordinado luchaba a muerte con un carnero gigantesco. Bueno, detalles. Al final la niña recobró la consciencia y sus ojos se humedecieron al ver a su… ¿padre? Para quedarse al lado de la cosa peluda tuvo que crear una ilusión muchísimo más poderosa que su mal olor. Intentó echarle, pero quería ver a su hija en todo momento porque, bueno, deberes de un padre. Y nunca en toda su vida, en serio, imaginó que acabaría hablando de sastrería con un puto orangután sacado de la parodia más ridícula jamás pensada. ¡Lo peor es que sabía un montón! Quizás no era tan patético después de todo…
Levantó la mirada únicamente para comprobar que su compañero seguía con vida, y vaya que se estaba esforzando. «Eso es, Inosuke, sigue así». Ahora, ¿por qué una bestia como esa se ponía a hablar de tejidos con la secuestradora de su hija? ¿Y si todo era un plan para despistarle? Imposible, era de cero la posibilidad de que una bestia estúpida como esa pudiera sorprenderle de alguna manera. Además, tampoco es que esa niña maleducada le importase demasiado; no tenía de qué preocuparse. De entre sus prendas sacó la revista que llevaba leyendo un buen tiempo y se la mostró al orangután, preguntándose si es que sabía leer.
—Oh, ya veo… Punto entretejido es lo que se usa aquí y aquí —señaló la criatura con sus manos grandes y ásperas.
«¿En serio…?», se preguntó a sí misma, incrédula. Volvió a levantar la mirada cuando escuchó un estruendoso sonido proveniente del “campo de combate”. Los nativos observaban con curiosidad el encuentro entre el cabeza de jabalí y el carnero con exceso de esteroides. Por otra parte, no es como si no se hubiese dado cuenta de que la niña se había puesto del lado de su padre. Le miraba con recelo, furia y odio, pero le daba igual. Hubiese podido intervenir de haberlo querido, tal vez paralizarle de miedo con tan solo mirarla, pero no lo hizo. Continuó charlando con el orangután sobre técnicas de sastrería, recogiendo una que otra idea que más tarde replicaría. Eso sí, de ninguna manera les contaría a sus compañeros que había tomado a un orangután como referencia. Mucho menos a Kayadako, esa niña era el mal encarnado en un cuerpo pequeño y apestoso.
Levantó la mirada únicamente para comprobar que su compañero seguía con vida, y vaya que se estaba esforzando. «Eso es, Inosuke, sigue así». Ahora, ¿por qué una bestia como esa se ponía a hablar de tejidos con la secuestradora de su hija? ¿Y si todo era un plan para despistarle? Imposible, era de cero la posibilidad de que una bestia estúpida como esa pudiera sorprenderle de alguna manera. Además, tampoco es que esa niña maleducada le importase demasiado; no tenía de qué preocuparse. De entre sus prendas sacó la revista que llevaba leyendo un buen tiempo y se la mostró al orangután, preguntándose si es que sabía leer.
—Oh, ya veo… Punto entretejido es lo que se usa aquí y aquí —señaló la criatura con sus manos grandes y ásperas.
«¿En serio…?», se preguntó a sí misma, incrédula. Volvió a levantar la mirada cuando escuchó un estruendoso sonido proveniente del “campo de combate”. Los nativos observaban con curiosidad el encuentro entre el cabeza de jabalí y el carnero con exceso de esteroides. Por otra parte, no es como si no se hubiese dado cuenta de que la niña se había puesto del lado de su padre. Le miraba con recelo, furia y odio, pero le daba igual. Hubiese podido intervenir de haberlo querido, tal vez paralizarle de miedo con tan solo mirarla, pero no lo hizo. Continuó charlando con el orangután sobre técnicas de sastrería, recogiendo una que otra idea que más tarde replicaría. Eso sí, de ninguna manera les contaría a sus compañeros que había tomado a un orangután como referencia. Mucho menos a Kayadako, esa niña era el mal encarnado en un cuerpo pequeño y apestoso.
Inosuke Dru-zan
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¿Cuántos kilos de carne podía darme un animal de ese tamaño? Era una extraña pregunta, pero no podía evitar hacérmela mientras combatía contra él. Si conseguía derrotarlo, querría llevarme un pequeño botín. Además, si el sabor de su carne rivalizaba con su fuerza, sería de lo más delicioso que me llevase a la boca en un buena temporada. En el submarino la única carne que podías encontrar era la que colgaba podrida de los cuerpos de los no muertos; echaba de menos los alimentos animales frescos.
Pero nada de eso importaba si no conseguía cazarlo. Seguía moviéndome entre sus piernas, tratando de evitar sus pisotones. En uno de mis muchos movimientos, su pata derecha delantera hizo un recorrido ascendente por el suelo que terminó por alcanzarme. De la fuerza del impacto llegué hasta un árbol situado a una gran distancia. La espalda se me entumeció y me pareció sentir cómo crujían mis huesos. La fuerza del impacto casi me hace soltar las espadas y me costaba mantenerme en pie. De repente, empecé a ver borroso. ¿Me había golpeado la cabeza también? Solo había sido un golpe, me encontraba bastante herido. Si quería sobrevivir a la cabra, debía emplearme a fondo.
En lo que la bestia se acercaba nuevamente a mí, tuve tiempo de recomponerme ligeramente, pero el animal había empezado a coger mucha carrerilla y se acercaba a gran velocidad. Con aquel tamaño, iba a ser muy difícil evitar su embestida. Sin embargo, flexioné levemente las piernas, y esperé al momento oportuno.
Como si de un inspiración divina se tratase, sentí que podía predecir su siguiente movimiento. Ya había experimentado aquella sensación una vez: se trataba del mantra, lo que a mí me gustaba llamar la Voz de los Dioses. Parecía como si el Gran Tigre me susurrara al oído cómo se iba a mover mi presa para poder cazarla con pura precisión. Y así fue como salté en el momento exacto, sujetando mis espadas hacia abajo, para lanzarlas activando los diales de propulsión que tenían incorporados. Sendas armas se clavaron en los ojos de la bestia mientras su morro se estrellaba contra el suelo y yo rodaba por su grupa hasta llegar al suelo con una dolorosa caída.
Ahora había asestado un golpe fatal, pero seguía viva, a juzgar por su respiración y porque intentaba levantarse nuevamente. Ah, y también porque no paraba de gritar produciendo un sonido aberrante que llenaría de compasión y misericordia a casi cualquier persona. Incluso me empecé a sentir mal por hacerle aquello. Pero al momento los gritos de dolor y angustia pasaron a convertirse en bramidos de ira y furia. Tenía mucha rabia hacia la persona que le había arrebatado la vista, pero gracias a eso ya no podía localizarme, por lo que no iba a poder golpearme tan fácilmente.
Mientras me debatía con MI propio cuerpo para ponerme nuevamente en pie a la par que la bestia hacía lo mismo, conseguí sacar mi última espada. Colmillo de Lobo había sido un regalo de mi capitana y olía una barbaridad a alcohol, pero resultaba ser el mejor filo que hasta el momento poseía y, a pesar de no estar acostumbrado a luchar con una sola espada, era mi única oportunidad de acabar con aquello.
—Tu fin ser próximo, Cabra Rayada —le dije cuando por fin se calmó y volvió a la contienda, observando mis espadas clavadas en sus ojos.
Pero nada de eso importaba si no conseguía cazarlo. Seguía moviéndome entre sus piernas, tratando de evitar sus pisotones. En uno de mis muchos movimientos, su pata derecha delantera hizo un recorrido ascendente por el suelo que terminó por alcanzarme. De la fuerza del impacto llegué hasta un árbol situado a una gran distancia. La espalda se me entumeció y me pareció sentir cómo crujían mis huesos. La fuerza del impacto casi me hace soltar las espadas y me costaba mantenerme en pie. De repente, empecé a ver borroso. ¿Me había golpeado la cabeza también? Solo había sido un golpe, me encontraba bastante herido. Si quería sobrevivir a la cabra, debía emplearme a fondo.
En lo que la bestia se acercaba nuevamente a mí, tuve tiempo de recomponerme ligeramente, pero el animal había empezado a coger mucha carrerilla y se acercaba a gran velocidad. Con aquel tamaño, iba a ser muy difícil evitar su embestida. Sin embargo, flexioné levemente las piernas, y esperé al momento oportuno.
Como si de un inspiración divina se tratase, sentí que podía predecir su siguiente movimiento. Ya había experimentado aquella sensación una vez: se trataba del mantra, lo que a mí me gustaba llamar la Voz de los Dioses. Parecía como si el Gran Tigre me susurrara al oído cómo se iba a mover mi presa para poder cazarla con pura precisión. Y así fue como salté en el momento exacto, sujetando mis espadas hacia abajo, para lanzarlas activando los diales de propulsión que tenían incorporados. Sendas armas se clavaron en los ojos de la bestia mientras su morro se estrellaba contra el suelo y yo rodaba por su grupa hasta llegar al suelo con una dolorosa caída.
Ahora había asestado un golpe fatal, pero seguía viva, a juzgar por su respiración y porque intentaba levantarse nuevamente. Ah, y también porque no paraba de gritar produciendo un sonido aberrante que llenaría de compasión y misericordia a casi cualquier persona. Incluso me empecé a sentir mal por hacerle aquello. Pero al momento los gritos de dolor y angustia pasaron a convertirse en bramidos de ira y furia. Tenía mucha rabia hacia la persona que le había arrebatado la vista, pero gracias a eso ya no podía localizarme, por lo que no iba a poder golpearme tan fácilmente.
Mientras me debatía con MI propio cuerpo para ponerme nuevamente en pie a la par que la bestia hacía lo mismo, conseguí sacar mi última espada. Colmillo de Lobo había sido un regalo de mi capitana y olía una barbaridad a alcohol, pero resultaba ser el mejor filo que hasta el momento poseía y, a pesar de no estar acostumbrado a luchar con una sola espada, era mi única oportunidad de acabar con aquello.
—Tu fin ser próximo, Cabra Rayada —le dije cuando por fin se calmó y volvió a la contienda, observando mis espadas clavadas en sus ojos.
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Mientras su compañero se jugaba la vida en un desafío mortal contra una bestia gigantesca, Katharina hablaba de vestidos, kimonos y bikinis con un orangután de la selva. ¿Era lo más responsable? No. ¿Lo más productivo? Ni por asomo. ¿Lo esperable de una capitana pirata? La verdad es que sí. Puede que acabase con el orgullo dolido, pero realmente estaba aprendiendo un huevo de ese simio. Jamás había imaginado que terminaría teniendo esa charla en un contexto así. Ahora más en serio, tenía pensado abrir una tienda de ropa en Dark Dome, pues de alguna u otra forma tendría que financiar los gastos de su futuro ejército; cambiar el mundo era costoso y difícil.
Si fuese diez veces más expresiva, estaría haciéndole barra a Inosuke, animándole para quedarse con la victoria, pero quería evitar la vergüenza. En el fondo sabía que vencería, aunque se estaba tardando un montón. ¿No podía partirle el cráneo y ya está? Tarde o temprano tendría que enseñarle un par de técnicas para que mejorase en el manejo de la espada. Tenía suerte de tener una capitana tan fuerte como ella, alguien que pudiese enseñarle a ser un mejor espadachín. Aunque en principio de eso se iba a ocupar Ivan, sin embargo, parecía estar demasiado ocupado con Brianna como para prestarle atención a los demás miembros de la tripulación. Y ni hablar de Selene; comenzaba a creer que esa chica era en realidad una espía o algo por el estilo.
—¿No estás preocupada por tu amigo? —preguntó el orangután.
La espadachina le miró y soltó una sonrisa rebosante de confianza.
—Si lo hiciera significaría que no creo en él. Inosuke vencerá y yo aprenderé a hacer este maldito punto.
Le había dicho al cabeza-jabalí que no intervendría en caso de que las cosas se le complicasen, pero había mentido. Jamás se quedaría de brazos cruzados para ver morir a uno de sus amigos. Esa ridícula bestia no significaba nada para ella, quizás por ello no estaba preocupada. Si Inosuke llegase a recibir una herida grave, solucionaría el problema con sus propias manos. Y lo lamentaba mucho por el resto de la gente puesto que, si se llegasen a molestar, acabarían todos muertos.
Si fuese diez veces más expresiva, estaría haciéndole barra a Inosuke, animándole para quedarse con la victoria, pero quería evitar la vergüenza. En el fondo sabía que vencería, aunque se estaba tardando un montón. ¿No podía partirle el cráneo y ya está? Tarde o temprano tendría que enseñarle un par de técnicas para que mejorase en el manejo de la espada. Tenía suerte de tener una capitana tan fuerte como ella, alguien que pudiese enseñarle a ser un mejor espadachín. Aunque en principio de eso se iba a ocupar Ivan, sin embargo, parecía estar demasiado ocupado con Brianna como para prestarle atención a los demás miembros de la tripulación. Y ni hablar de Selene; comenzaba a creer que esa chica era en realidad una espía o algo por el estilo.
—¿No estás preocupada por tu amigo? —preguntó el orangután.
La espadachina le miró y soltó una sonrisa rebosante de confianza.
—Si lo hiciera significaría que no creo en él. Inosuke vencerá y yo aprenderé a hacer este maldito punto.
Le había dicho al cabeza-jabalí que no intervendría en caso de que las cosas se le complicasen, pero había mentido. Jamás se quedaría de brazos cruzados para ver morir a uno de sus amigos. Esa ridícula bestia no significaba nada para ella, quizás por ello no estaba preocupada. Si Inosuke llegase a recibir una herida grave, solucionaría el problema con sus propias manos. Y lo lamentaba mucho por el resto de la gente puesto que, si se llegasen a molestar, acabarían todos muertos.
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Aquella criatura había empezado a volverse loca. Al perder la vista, comenzó a realizar ataques a diestro y siniestro, en todas las direcciones, con la esperanza de que alguno me acertase. Por suerte para mí, yo no estaba dentro de su rango; me seguía debatiendo con mi propio cuerpo, sacando fuerzas para moverme y acabar con aquello. Solo tendría una única oportunidad.
Los nativos empezaron a alejarse, temerosos. Al parecer nunca habían visto a aquella bestia de tan mal humor, además que algunos de ellos habían recibido parte de sus golpes ciegos. Al final conseguí mantenerme en pie sin caerme, y sin saber cómo, saqué fuerzas de flaqueza para realzar una última carrera hacia el animal, que realizaba cornadas al aire. No iba a ser fácil, no se estaba quieto y un golpe fortuito podría acabar conmigo, pero la oportunidad estaba ahí, delante de mis ojos. Y no se me iba a escapar.
Cuando llegué a una distancia adecuada, di un pequeño salto, cayendo sobre el suelo, flexionando las piernas, y dando un salto aún mayor cargado de todo mi impulso. Agarraba a Colmillo de Lobo con ambas manos, y la bestia había movido la cabeza hacia la derecha, dejando a la vista su gigantesco cuello. Era la oportunidad perfecta. Como una piedra lanzada por una catapulta, impacté sobre su garganta, atravesándola con toda la extensión de mi arma. Tras el ataque caí sobre el suelo, casi sin fuerzas. Me volví a poner en pie; aún podía caminar, y me aparté lo más rápido que pude.
El sonido del impacto contra el suelo debió recorrer media isla. Tal vez incluso nuestros compañeros nos escucharan. La cabra había caído, formando un gigantesco charco de sangre bajo su cuello. Los habitantes de la isla se quedaron boquiabiertos, y yo me fui a encontrar con Katharina.
—Katha, yo terminar. Creo que poder ir a submarino. ¿Y qué hacer con Mono Grande?
Una vez nos dirigiésemos al submarino de Ivan con el resto de la tripulación, me llevaría conmigo el cuerpo de Cacebra, y en el caso de no poder hacerlo solo le pediría ayuda a Katharina.
—Ah, Katha, no olvidar a Cazapeces. ¿Tú cuidar bien?
Los nativos empezaron a alejarse, temerosos. Al parecer nunca habían visto a aquella bestia de tan mal humor, además que algunos de ellos habían recibido parte de sus golpes ciegos. Al final conseguí mantenerme en pie sin caerme, y sin saber cómo, saqué fuerzas de flaqueza para realzar una última carrera hacia el animal, que realizaba cornadas al aire. No iba a ser fácil, no se estaba quieto y un golpe fortuito podría acabar conmigo, pero la oportunidad estaba ahí, delante de mis ojos. Y no se me iba a escapar.
Cuando llegué a una distancia adecuada, di un pequeño salto, cayendo sobre el suelo, flexionando las piernas, y dando un salto aún mayor cargado de todo mi impulso. Agarraba a Colmillo de Lobo con ambas manos, y la bestia había movido la cabeza hacia la derecha, dejando a la vista su gigantesco cuello. Era la oportunidad perfecta. Como una piedra lanzada por una catapulta, impacté sobre su garganta, atravesándola con toda la extensión de mi arma. Tras el ataque caí sobre el suelo, casi sin fuerzas. Me volví a poner en pie; aún podía caminar, y me aparté lo más rápido que pude.
El sonido del impacto contra el suelo debió recorrer media isla. Tal vez incluso nuestros compañeros nos escucharan. La cabra había caído, formando un gigantesco charco de sangre bajo su cuello. Los habitantes de la isla se quedaron boquiabiertos, y yo me fui a encontrar con Katharina.
—Katha, yo terminar. Creo que poder ir a submarino. ¿Y qué hacer con Mono Grande?
Una vez nos dirigiésemos al submarino de Ivan con el resto de la tripulación, me llevaría conmigo el cuerpo de Cacebra, y en el caso de no poder hacerlo solo le pediría ayuda a Katharina.
—Ah, Katha, no olvidar a Cazapeces. ¿Tú cuidar bien?
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