Contratante:La Mano
Descripción: Viktor Elrik me ha molestado con su constante acoso. Solo soy un hombre humilde, pero mi paciencia a veces se agota. Ha matado a al menos diez de mis colaboradores más cercanos, se hace fuerte a medida que me debilita, y empiezo a pensar que ese sociópata no descansará hasta verme muerto. Necesito un pequeño favor.
Objetivos: Destruir el puerto personal de Viktor Elrik en Water Seven (6K70R)
Objetivos secundarios: Si podéis capturar con vida a una de esas marionetas que utiliza y llevarla a uno de mis asociados pagaré bien.
Premios: Conocimiento único y un objeto de calidad épica para cada participante.
Premios por objetivos secundarios: Una invitación a “la élite”.
Descripción: Viktor Elrik me ha molestado con su constante acoso. Solo soy un hombre humilde, pero mi paciencia a veces se agota. Ha matado a al menos diez de mis colaboradores más cercanos, se hace fuerte a medida que me debilita, y empiezo a pensar que ese sociópata no descansará hasta verme muerto. Necesito un pequeño favor.
Objetivos: Destruir el puerto personal de Viktor Elrik en Water Seven (6K70R)
Objetivos secundarios: Si podéis capturar con vida a una de esas marionetas que utiliza y llevarla a uno de mis asociados pagaré bien.
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Katharina von Steinhell
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La guerra en Casino Island estallaría en cualquier momento, pero la familia Gorgonzola sobreviviría un buen tiempo con las preparaciones que había hecho. O eso esperaba, vaya. Estaba jugando para el equipo más débil, pero no podía echarse hacia atrás una vez aceptado un trabajo. Y hablando de misiones, una carta guardada cuidadosamente en un sobre llegó a sus manos. Así que había guerras discretas en todos sitios, ¿eh? Conocía a ese tal Viktor Elric, aunque solo de nombre y de lejos. Un maldito psicópata que había engañado a su excapitán, el mismo que había reunido a un montón de hombres poderosos en una carpa para asaltar la Gran Aguja. ¿Sería prudente entrometerse en su camino? Tenía poder, riquezas inimaginables y una esfera de influencia abismal, era normal que nadie quisiera trabajar para “La Mano” e ir contra el Rey del Bajo Mundo.
Llevaba muchísimo tiempo buscando un objeto en especial, uno cuyo nombre había sido olvidado en las polvorientas páginas de la historia, pero ella sabía que existía. Un artículo arqueológico decía de haberlo encontrado en unas ruinas de Hallstat, en el mar del norte. Sin embargo, un grupo de bandidos asaltó el museo y entonces entró al mercado negro. Dos años después fue visto en manos de un magnate muy importante, quien fue asesinado de una manera tan cruel como violenta, y entonces el “artefacto” volvió a desaparecer. Desde entonces, aparecía y desaparecía dejando tras de sí una huella de sangre imborrable. Algunos lo llamaban objeto o artefacto, pero la palabra arma se acercaba mucho más a su verdadera concepción. Si los hombres de La Mano podían encontrar lo que llevaba buscando tantos años, entonces trabajaría para ellos.
Se encontraba en el puerto de Water Seven mirando el vasto océano que se extendía frente a ella. Le había dicho a Mike que esperase en el submarino, pues no tardaría demasiado. Escuchó los pasos que se acercaban hacia ella y entonces miró de soslayo una figura encapuchada. La bruja misma había optado por una apariencia diferente para no llamar la atención de los marines y agentes que circulaban de allá hacia acá. Cabellos negros y ojos violetas, había conservado su estatura y su pecho, aunque sus rasgos eran mucho más infantiles.
—Si estás aquí es porque trabajarás para nosotros, ¿no es así?
Se mantuvo alerta de cualquier movimiento extraño; no confiaba en ninguna organización que tuviera un nombre tan extraño como ese. Además, había soldados por todos lados y lo último que deseaba era un enfrentamiento con la Marina, pues tenía todas las de perder allí en esa isla.
—Veo que están escasos de personal si es que me lo están pidiendo a mí. —Sacó una carta de sus prendas y se la entregó disimuladamente a la figura—. Últimamente hay demasiado trabajo y me llegan peticiones de todos sitios, pero solo acepto los trabajos más prometedores y beneficiosos para mí. O algunos más divertidos que otros. En esa carta están puestas mis exigencias. Quiero que la organización que representas encuentre un objeto cuyo nombre está escrito en ese papel, ¿podrás hacerlo?
—Dentro de seis horas, cuando caiga el sol, me comunicaré contigo y te daré una respuesta.
Llevaba muchísimo tiempo buscando un objeto en especial, uno cuyo nombre había sido olvidado en las polvorientas páginas de la historia, pero ella sabía que existía. Un artículo arqueológico decía de haberlo encontrado en unas ruinas de Hallstat, en el mar del norte. Sin embargo, un grupo de bandidos asaltó el museo y entonces entró al mercado negro. Dos años después fue visto en manos de un magnate muy importante, quien fue asesinado de una manera tan cruel como violenta, y entonces el “artefacto” volvió a desaparecer. Desde entonces, aparecía y desaparecía dejando tras de sí una huella de sangre imborrable. Algunos lo llamaban objeto o artefacto, pero la palabra arma se acercaba mucho más a su verdadera concepción. Si los hombres de La Mano podían encontrar lo que llevaba buscando tantos años, entonces trabajaría para ellos.
Se encontraba en el puerto de Water Seven mirando el vasto océano que se extendía frente a ella. Le había dicho a Mike que esperase en el submarino, pues no tardaría demasiado. Escuchó los pasos que se acercaban hacia ella y entonces miró de soslayo una figura encapuchada. La bruja misma había optado por una apariencia diferente para no llamar la atención de los marines y agentes que circulaban de allá hacia acá. Cabellos negros y ojos violetas, había conservado su estatura y su pecho, aunque sus rasgos eran mucho más infantiles.
—Si estás aquí es porque trabajarás para nosotros, ¿no es así?
Se mantuvo alerta de cualquier movimiento extraño; no confiaba en ninguna organización que tuviera un nombre tan extraño como ese. Además, había soldados por todos lados y lo último que deseaba era un enfrentamiento con la Marina, pues tenía todas las de perder allí en esa isla.
—Veo que están escasos de personal si es que me lo están pidiendo a mí. —Sacó una carta de sus prendas y se la entregó disimuladamente a la figura—. Últimamente hay demasiado trabajo y me llegan peticiones de todos sitios, pero solo acepto los trabajos más prometedores y beneficiosos para mí. O algunos más divertidos que otros. En esa carta están puestas mis exigencias. Quiero que la organización que representas encuentre un objeto cuyo nombre está escrito en ese papel, ¿podrás hacerlo?
—Dentro de seis horas, cuando caiga el sol, me comunicaré contigo y te daré una respuesta.
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El viento le golpeaba fuertemente el rostro y sacudía alocadamente sus cabellos, transportando consigo el aroma del mar y anunciando la llegada de una tormenta. Aguardaba en el puerto con la mirada puesta en el oscuro océano que golpeaba con violencia las rocas varadas en la playa, azotándolas sin descanso. No había una sola alma en el lugar; parecía que todos allí en Water Seven presentían lo que estaba a punto de pasar. El silbido de la ráfaga nocturna y el compás del oleaje le servían de fondo para hondear en sus pensamientos. «¿Vale la pena entrometerme en el camino de este hombre…?», se preguntaba una y otra vez. Ella era fuerte, arrogante y orgullosa, hacía muchísimo tiempo que no perdía en un duelo a muerte, así que era normal que se considerase tan superior a los demás. Pero no era estúpida, sabía que no todo se resolvía cortando gargantas o haciendo desaparecer islas. Menos ahora cuando había gente que le importaba y podía resultar lastimada por sus decisiones.
Sin embargo, un hombre como él tarde o temprano acabaría siendo un obstáculo y era buena idea reunir fuerzas aliadas. Siempre aparecía cuando las aguas de los mares se agitaban, y no lo hacía precisamente porque fuera una persona altruista. Tenía una red de contactos inimaginable y la influencia suficiente como para convocar a todo el bajo mundo, unirlo bajo una causa como la detención de la activación de la Gran Aguja. Pero Katharina jamás olvidaría que también intentaba encontrar los planes de esa arma de destrucción masiva. Era peligroso, mucho. Y era cuestión de tiempo para que la hechicera hiciera su acto final, alzando cientos de miles de espadas en contra del Gobierno Mundial. Viktor Elric era impredecible, no tenía certezas de que no fuera a apoyar al enemigo.
—Te he estado esperando hace quince minutos. ¿Dónde estabas? —le preguntó a la sombra que apareció a su espalda. Sabía moverse en silencio y pasar desapercibida, pero era demasiado novata para ocultarse del agudo mantra de la bruja.
—Hablando con el maestro —respondió una voz femenina—. Se siente halagado de que La Bruja en persona decidiese trabajar para él, aunque considera que sus demandas son… irreales. Lo que menciona usted en su carta está basado en leyendas, habladurías de la gente: es imposible que algo así exista.
Suspiró, decepcionada. Esperaba que una organización como esa tuviera los contactos para encontrar lo que estaba buscando, después de todo, por algo estaba en la mira de ese psicópata de Elric. No le interesaba involucrarse con un hombre tan peligroso por tan poco, es decir, la balanza estaba demasiado inclinada hacia el riesgo y los beneficios eran ínfimos. Oponerse a la voluntad del Rey significaba poner en peligro a sus compañeros. Sabía por experiencia que podía proteger a sus amigos hasta donde alcanzasen sus espadas.
—Entonces no tenemos nada más que hablar.
—Pero el maestro es un hombre que vuelve real lo fantástico, él puede hacer realidad los sueños de la gente —agregó cuando la hechicera se volteó para largarse—. Se ha comprometido en darle lo que usted pide, pero a cambio quiere la promesa de que puede volver a contar con su ayuda en un futuro cercano.
«¿Prometerle algo a un desconocido…? No sería muy sensato de mi parte. He llegado tan lejos porque no confío en los demás, y hoy no será el día en que rompa mi forma de hacer las cosas», pensó ella.
—Ya lo discutiremos llegado el momento —contestó tajantemente, cruzándose de brazos—. Espero que tu maestro sea consciente del riesgo que conlleva el trabajo que haré, después de todo, el Rey no es cualquier persona. Me pregunto cómo reaccionará cuando se entere de que le destrocé su maldito puerto personal.
La figura se mantuvo en silencio durante unos largos segundos que parecieron una eternidad, pero finalmente sacó un papel y un bolígrafo de sus prendas, ofreciéndoselos a Katharina.
—Si hemos llegado a un acuerdo, firme esto, por favor.
«¿Un contrato? En un mundo como el nuestro esto no tiene ningún valor, cualquiera con la suficiente fuerza individual puede romperlo y no sufrir las consecuencias de ello. Debe tener una especie de truco, alguna artimaña que no se vea a simple vista», analizó el papel mientras lo observaba. Era una máquina devoradora de libros, así que no tardó demasiado en leer el contrato. Se tomó el tiempo que hizo falta para inspeccionar cada detalle, fijándose en las intenciones de cada oración, y al final determinó que no había nada extraño.
Tomó el bolígrafo e hizo como si firmaba el papel, enseñando una caligrafía elegante y preciosa. La ilusión de su firma se mantendría durante un largo tiempo hasta que decidiera eliminarla.
Sin embargo, un hombre como él tarde o temprano acabaría siendo un obstáculo y era buena idea reunir fuerzas aliadas. Siempre aparecía cuando las aguas de los mares se agitaban, y no lo hacía precisamente porque fuera una persona altruista. Tenía una red de contactos inimaginable y la influencia suficiente como para convocar a todo el bajo mundo, unirlo bajo una causa como la detención de la activación de la Gran Aguja. Pero Katharina jamás olvidaría que también intentaba encontrar los planes de esa arma de destrucción masiva. Era peligroso, mucho. Y era cuestión de tiempo para que la hechicera hiciera su acto final, alzando cientos de miles de espadas en contra del Gobierno Mundial. Viktor Elric era impredecible, no tenía certezas de que no fuera a apoyar al enemigo.
—Te he estado esperando hace quince minutos. ¿Dónde estabas? —le preguntó a la sombra que apareció a su espalda. Sabía moverse en silencio y pasar desapercibida, pero era demasiado novata para ocultarse del agudo mantra de la bruja.
—Hablando con el maestro —respondió una voz femenina—. Se siente halagado de que La Bruja en persona decidiese trabajar para él, aunque considera que sus demandas son… irreales. Lo que menciona usted en su carta está basado en leyendas, habladurías de la gente: es imposible que algo así exista.
Suspiró, decepcionada. Esperaba que una organización como esa tuviera los contactos para encontrar lo que estaba buscando, después de todo, por algo estaba en la mira de ese psicópata de Elric. No le interesaba involucrarse con un hombre tan peligroso por tan poco, es decir, la balanza estaba demasiado inclinada hacia el riesgo y los beneficios eran ínfimos. Oponerse a la voluntad del Rey significaba poner en peligro a sus compañeros. Sabía por experiencia que podía proteger a sus amigos hasta donde alcanzasen sus espadas.
—Entonces no tenemos nada más que hablar.
—Pero el maestro es un hombre que vuelve real lo fantástico, él puede hacer realidad los sueños de la gente —agregó cuando la hechicera se volteó para largarse—. Se ha comprometido en darle lo que usted pide, pero a cambio quiere la promesa de que puede volver a contar con su ayuda en un futuro cercano.
«¿Prometerle algo a un desconocido…? No sería muy sensato de mi parte. He llegado tan lejos porque no confío en los demás, y hoy no será el día en que rompa mi forma de hacer las cosas», pensó ella.
—Ya lo discutiremos llegado el momento —contestó tajantemente, cruzándose de brazos—. Espero que tu maestro sea consciente del riesgo que conlleva el trabajo que haré, después de todo, el Rey no es cualquier persona. Me pregunto cómo reaccionará cuando se entere de que le destrocé su maldito puerto personal.
La figura se mantuvo en silencio durante unos largos segundos que parecieron una eternidad, pero finalmente sacó un papel y un bolígrafo de sus prendas, ofreciéndoselos a Katharina.
—Si hemos llegado a un acuerdo, firme esto, por favor.
«¿Un contrato? En un mundo como el nuestro esto no tiene ningún valor, cualquiera con la suficiente fuerza individual puede romperlo y no sufrir las consecuencias de ello. Debe tener una especie de truco, alguna artimaña que no se vea a simple vista», analizó el papel mientras lo observaba. Era una máquina devoradora de libros, así que no tardó demasiado en leer el contrato. Se tomó el tiempo que hizo falta para inspeccionar cada detalle, fijándose en las intenciones de cada oración, y al final determinó que no había nada extraño.
Tomó el bolígrafo e hizo como si firmaba el papel, enseñando una caligrafía elegante y preciosa. La ilusión de su firma se mantendría durante un largo tiempo hasta que decidiera eliminarla.
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Gracias a sus ojos de búho podía ver perfectamente los hombres que vigilaban y protegían el puerto de Viktor Elric. Desde el cielo nocturno tenía una panorámica simplemente perfecta. Había un grupo de cuatro hombres armados con fusiles y sables apostado en la entrada principal. Los pasajes que conectaban los distintos almacenes eran vigilados por parejas bien armadas. Si bien no tenía una inteligencia espacial increíblemente desarrollada, su vasta experiencia como arquitecta le ayudaba a calcular el espacio aproximado del puerto, unos doscientos metros cuadrados. A simple vista, había unas treinta personas y cada una de ellas tenía el poder suficiente para derrotar a los miembros más débiles de su tripulación.
«Bien, ¿cómo debería actuar?», se preguntó a sí misma. Podía optar por el camino del sigilo, realizar un trabajo silencioso y eficiente al que estaba muy acostumbrada. Lo había hecho decenas de veces en el pasado, y era el método favorito de Lance. No podía quejarse de sus resultados, pero por lo general lo usaba cuando iba a por objetivos muy específicos, como una persona. La misión actual consistía en la destrucción absoluta del puerto de Viktor Elric. Daba igual ser silenciosa o no, acabaría llamando la atención de la gente de alguna u otra forma. Tarde o temprano la gente terminaría dándose cuenta de las llamas, así que de verdad poco importaba hacer un escándalo.
Poco a poco su cuerpo fue transformándose. De su cabeza nacieron dos orejas puntiagudas y peludas, así como su cabello pasó de un tono rosa pálido a un dorado intenso y brillante. Las uñas de sus manos se convirtieron en auténticas garras afiladas, sus colmillos aumentaron de tamaño y le daban un aspecto salvaje y bestial a la espadachina. Pero lo más importante y notorio fueron las nueve colas de zorro que surgieron de su espalda. Las alas de águila no acababan de combinar por completo con el resto de la transformación, pero a veces había que priorizar la utilidad sobre la estética.
—Hora de traer el infierno a la tierra.
Alzó ambas manos hacia delante y comenzó a reunir una cantidad sustancial de energía mágica, reuniéndola en sus extremidades para formar una pequeña esfera de fuego azul. Su tamaño aumentaba rápidamente y al cabo de unos pocos segundos había una gigantesca estrella ardiente que iluminaba el cielo, desprendiendo destellos azulados y chispas doradas. Era tan grande que podía compararse con cualquiera de los barcos estacionados allí en el puerto y aun así ganar. Los hombres de allá abajo no tardaron en darse cuenta de lo que estaba pasando, sin embargo, ¿podían hacer algo para evitar una muerte segura?
Lanzó el proyectil candente a una velocidad vertiginosa, ignorando los gritos de la gente. La esfera impactó en cuestión de segundos, liberando una onda de fuego que se propagó por todo el puerto. Y la onda de choque que sucedió el impacto destrozó todo a su paso. Las llamas saltaron hacia todos lados, devorando cualquier cosa con la que mantuvieran contacto. Muy posiblemente había materiales inflamables en alguno de esos almacenes, pues las explosiones venideras hicieron del espectáculo piromántico algo realmente hermoso. A los pocos minutos de desatar el verdadero caos, Katharina se dio cuenta de que prácticamente ya no quedaba puerto del que hablar. Sin embargo, el trabajo aún no estaba terminado, de hecho, recién había comenzado.
«Bien, ¿cómo debería actuar?», se preguntó a sí misma. Podía optar por el camino del sigilo, realizar un trabajo silencioso y eficiente al que estaba muy acostumbrada. Lo había hecho decenas de veces en el pasado, y era el método favorito de Lance. No podía quejarse de sus resultados, pero por lo general lo usaba cuando iba a por objetivos muy específicos, como una persona. La misión actual consistía en la destrucción absoluta del puerto de Viktor Elric. Daba igual ser silenciosa o no, acabaría llamando la atención de la gente de alguna u otra forma. Tarde o temprano la gente terminaría dándose cuenta de las llamas, así que de verdad poco importaba hacer un escándalo.
Poco a poco su cuerpo fue transformándose. De su cabeza nacieron dos orejas puntiagudas y peludas, así como su cabello pasó de un tono rosa pálido a un dorado intenso y brillante. Las uñas de sus manos se convirtieron en auténticas garras afiladas, sus colmillos aumentaron de tamaño y le daban un aspecto salvaje y bestial a la espadachina. Pero lo más importante y notorio fueron las nueve colas de zorro que surgieron de su espalda. Las alas de águila no acababan de combinar por completo con el resto de la transformación, pero a veces había que priorizar la utilidad sobre la estética.
—Hora de traer el infierno a la tierra.
Alzó ambas manos hacia delante y comenzó a reunir una cantidad sustancial de energía mágica, reuniéndola en sus extremidades para formar una pequeña esfera de fuego azul. Su tamaño aumentaba rápidamente y al cabo de unos pocos segundos había una gigantesca estrella ardiente que iluminaba el cielo, desprendiendo destellos azulados y chispas doradas. Era tan grande que podía compararse con cualquiera de los barcos estacionados allí en el puerto y aun así ganar. Los hombres de allá abajo no tardaron en darse cuenta de lo que estaba pasando, sin embargo, ¿podían hacer algo para evitar una muerte segura?
Lanzó el proyectil candente a una velocidad vertiginosa, ignorando los gritos de la gente. La esfera impactó en cuestión de segundos, liberando una onda de fuego que se propagó por todo el puerto. Y la onda de choque que sucedió el impacto destrozó todo a su paso. Las llamas saltaron hacia todos lados, devorando cualquier cosa con la que mantuvieran contacto. Muy posiblemente había materiales inflamables en alguno de esos almacenes, pues las explosiones venideras hicieron del espectáculo piromántico algo realmente hermoso. A los pocos minutos de desatar el verdadero caos, Katharina se dio cuenta de que prácticamente ya no quedaba puerto del que hablar. Sin embargo, el trabajo aún no estaba terminado, de hecho, recién había comenzado.
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A pesar de conocer sobradamente el olor de la carne quemada, jamás se acostumbraría. Caminaba por el infierno que ella misma había desatado en Water Seven. ¿Tenía sentido preguntarse si lo que había hecho estaba bien o mal? Allí por lo menos había treinta cadáveres completamente carbonizados, gente a la que muy probablemente alguien le esperaba en casa. No sentía culpa ni responsabilidad alguna, de hecho, caminaba entre los muertos como si estuviera dando un paseo por el parque. «Debieron habérselo pensado dos veces antes de involucrarse en un mundo como este», pensó luego de ver la expresión de horror grabada cual fósil en el cuerpo inerte de una de las tantas víctimas. La bruja, por otra parte, sabía que había elegido una postura simple e inhumana para no tener que lidiar con cuestiones morales. No era la primera vez que lo había hecho ni tampoco sería la última.
Tanto llamas azules como anaranjadas permanecían con vida, devorando cualquier cosa que estuviera en su paso. A simple vista, todas las estructuras que conformaban el puerto fueron destruidas casi al instante. Mejor dicho, casi todas. Había un gigantesco contenedor, posiblemente de unos cinco metros de alto y quién sabe cuántos de largo, el cual no tenía una sola quemadura. Frunció el ceño, preguntándose qué había pasado. Llevó la mano derecha a la empuñadura de Fushigiri y rastreó el lugar con su agudo mantra. «¿Cómo es que todavía queda tanta gente viva…?», se preguntó a sí misma. Tenía un mal presentimiento, y con el tiempo había aprendido a escuchar a su instinto. Avanzaba con cautela y lentitud hasta detenerse de golpe, no porque lo hubiese querido, sino más bien había chocado con algo.
«¿Una barrera? Debe ser obra de una fruta del diablo», se dijo a sí misma. Al menos había encontrado la explicación al perfecto estado de ese contenedor. Tiempo atrás, había leído sobre una especialización de la magia: la conjuración de barreras, un arte muy complejo que buscaba la protección absoluta. Sabía que podía proyectarse el haki de armadura en forma de escudo, sin embargo, lo que tenía en frente era distinto. Si bien no tenía las pruebas para respaldar esa afirmación, todo su cuerpo gritaba que sí lo era. «No puedo irme del puerto sin haberlo destruido por completo, así que debo hacer algo con esta maldita barrera», reflexionó con la vista puesta en ese muro invisible e impenetrable.
Fushigiri se tornó tan negra como el firmamento y la empuñó con ambas manos, los músculos de sus brazos se ensancharon y se volvieron más voluminosos, rompiendo la estética que solía mantener. Acomodó su postura y tomó una gran bocanada de aire, solo entonces dejó caer un poderoso corte con todas sus fuerzas. La espada chocó brutalmente contra la barrera, pero a esta no le sucedió absolutamente nada. Inmediatamente después, un presagio llegó a su cabeza y le permitió reaccionar justo a tiempo para evitar que una bala le atravesase el cráneo. «¿Un francotirador?». De acuerdo a la trayectoria del proyectil este provino desde el interior de esa edificación. «¿Una barrera impenetrable por fuera, pero débil por dentro? Tiene sentido, la verdad». Ahora sabía que no podía destruirla desde fuera, sin embargo, muy seguramente el enemigo jamás consideró la posibilidad de que alguien pudiese crear portales.
Tanto llamas azules como anaranjadas permanecían con vida, devorando cualquier cosa que estuviera en su paso. A simple vista, todas las estructuras que conformaban el puerto fueron destruidas casi al instante. Mejor dicho, casi todas. Había un gigantesco contenedor, posiblemente de unos cinco metros de alto y quién sabe cuántos de largo, el cual no tenía una sola quemadura. Frunció el ceño, preguntándose qué había pasado. Llevó la mano derecha a la empuñadura de Fushigiri y rastreó el lugar con su agudo mantra. «¿Cómo es que todavía queda tanta gente viva…?», se preguntó a sí misma. Tenía un mal presentimiento, y con el tiempo había aprendido a escuchar a su instinto. Avanzaba con cautela y lentitud hasta detenerse de golpe, no porque lo hubiese querido, sino más bien había chocado con algo.
«¿Una barrera? Debe ser obra de una fruta del diablo», se dijo a sí misma. Al menos había encontrado la explicación al perfecto estado de ese contenedor. Tiempo atrás, había leído sobre una especialización de la magia: la conjuración de barreras, un arte muy complejo que buscaba la protección absoluta. Sabía que podía proyectarse el haki de armadura en forma de escudo, sin embargo, lo que tenía en frente era distinto. Si bien no tenía las pruebas para respaldar esa afirmación, todo su cuerpo gritaba que sí lo era. «No puedo irme del puerto sin haberlo destruido por completo, así que debo hacer algo con esta maldita barrera», reflexionó con la vista puesta en ese muro invisible e impenetrable.
Fushigiri se tornó tan negra como el firmamento y la empuñó con ambas manos, los músculos de sus brazos se ensancharon y se volvieron más voluminosos, rompiendo la estética que solía mantener. Acomodó su postura y tomó una gran bocanada de aire, solo entonces dejó caer un poderoso corte con todas sus fuerzas. La espada chocó brutalmente contra la barrera, pero a esta no le sucedió absolutamente nada. Inmediatamente después, un presagio llegó a su cabeza y le permitió reaccionar justo a tiempo para evitar que una bala le atravesase el cráneo. «¿Un francotirador?». De acuerdo a la trayectoria del proyectil este provino desde el interior de esa edificación. «¿Una barrera impenetrable por fuera, pero débil por dentro? Tiene sentido, la verdad». Ahora sabía que no podía destruirla desde fuera, sin embargo, muy seguramente el enemigo jamás consideró la posibilidad de que alguien pudiese crear portales.
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Aparentemente, la barrera era indestructible desde fuera y ni siquiera alguien con la fuerza de la espadachina fue capaz de hacerle un solo rasguño. Mantuvo la calma y no se dejó cabrear por las circunstancias. El hecho de que hubiese gente viva le molestaba bastante, pues había empleado una importante cantidad de energía en ese devastador sol que arrasó con todo el puerto, salvo ese maldito edificio que continuaba intacto. Podía sentir al menos una docena de presencias allí dentro, y había gente muy fuerte. «Me pregunto qué esconde Viktor Elric en este lugar como para tenerlo tan protegido», se preguntó a sí misma. Sabía que podía pasarse la noche entera divagando en su cabeza, así que abandonó esos pensamientos y volvió a la realidad.
Una especie de óvulo de tonalidades distorsionadas y violáceas apareció frente a la bruja al mismo tiempo que otro exactamente igual se ubicaba dentro de la cúpula. Si no podía romper esa maldita barrera, solo hacía falta cruzarla burlando las leyes de la física. Y así lo hizo. Dentro de la barrera había el más absoluto silencio, tanto que podía oír su propio corazón latir. La magia actuó sobre sus ojos, ayudándole a ver todavía mejor en la oscuridad, y sus pies se volvieron increíblemente ligeros, sigilosos. Aunque el ruido que provocaba el roce de sus prendas era algo imposible de evitar, después de todo, no era una asesina con esas características. Estaba preparada para cualquier imprevisto, o al menos eso era lo que pensaba.
Una luz rosada apareció de la nada, siendo tan rápida que la bruja ni siquiera consiguió cubrirse los ojos con el antebrazo. Gruñó malhumorada al perder momentáneamente la visión, pero después de unos molestos segundos la recuperó. «¿Qué significa esta mierda…?», se preguntó. No había sucedido nada, al menos no de momento. Continuó adentrándose en el gigantesco edificio, internándose en las sombras que no presagiaban nada bueno. En el interior había un montón de cajas y todo tipo de maquinaria propias de un puerto. Y fue en ese momento que su mantra le advirtió de la sed de sangre de uno de los merodeadores.
Desenvainó rápidamente a Fushigiri para bloquear los peligrosos cuchillos que viajaban a toda velocidad, directos hacia ella. Los desvió como si no supusiesen ningún problema y frunció el ceño, buscando con la mirada al responsable. Podía sentir su ubicación, pero su mantra tampoco era un radar demasiado preciso. Sabía que estaba allí, no obstante, para encontrarlo tendría que usar sus sentidos ordinarios. «Quizás debería incendiarlo todo desde aquí y asunto acabado», pensó para luego intentarlo. Antes de canalizar energía mágica fue atacada nuevamente por esa ridícula luz rosada, aunque esta vez fue un destello sucedido rápidamente por otro. Inmediatamente después, sintió una devastadora presencia incluso más arrolladora que la suya. Volteó la mirada, preguntándose cómo es que no la había sentido antes. Y entre las cajas apareció una aterradora figura que cargaba un sable en cada una de sus cuatro manos. Parecía una masa de músculos y debía andar por los tres metros, una larga barba caía hasta su pecho y unos enormes cuernos enrollados sobre sí nacían de su cráneo.
La figura de las sombras corrió a máxima velocidad, haciendo retumbar el edificio con cada pisada. Katharina bloqueó el primer golpe, pero salió disparada hacia atrás cual misil. Se acomodó lo mejor que pudo para mitigar el daño y entonces contraatacó. Su espada era increíblemente rápida y no tardó en encontrar el cuello del oponente. No obstante, fue incapaz de cortarlo. Podía culpar al destello de luz rosada que volvía a golpear su rostro, incluso a la sorpresa por no haber atravesado la carne del enemigo. Pero nada de ello cambiaba el doloroso resultado sucedido por un grito desgarrador: el sable del enemigo acababa de cortar su brazo izquierdo.
Una especie de óvulo de tonalidades distorsionadas y violáceas apareció frente a la bruja al mismo tiempo que otro exactamente igual se ubicaba dentro de la cúpula. Si no podía romper esa maldita barrera, solo hacía falta cruzarla burlando las leyes de la física. Y así lo hizo. Dentro de la barrera había el más absoluto silencio, tanto que podía oír su propio corazón latir. La magia actuó sobre sus ojos, ayudándole a ver todavía mejor en la oscuridad, y sus pies se volvieron increíblemente ligeros, sigilosos. Aunque el ruido que provocaba el roce de sus prendas era algo imposible de evitar, después de todo, no era una asesina con esas características. Estaba preparada para cualquier imprevisto, o al menos eso era lo que pensaba.
Una luz rosada apareció de la nada, siendo tan rápida que la bruja ni siquiera consiguió cubrirse los ojos con el antebrazo. Gruñó malhumorada al perder momentáneamente la visión, pero después de unos molestos segundos la recuperó. «¿Qué significa esta mierda…?», se preguntó. No había sucedido nada, al menos no de momento. Continuó adentrándose en el gigantesco edificio, internándose en las sombras que no presagiaban nada bueno. En el interior había un montón de cajas y todo tipo de maquinaria propias de un puerto. Y fue en ese momento que su mantra le advirtió de la sed de sangre de uno de los merodeadores.
Desenvainó rápidamente a Fushigiri para bloquear los peligrosos cuchillos que viajaban a toda velocidad, directos hacia ella. Los desvió como si no supusiesen ningún problema y frunció el ceño, buscando con la mirada al responsable. Podía sentir su ubicación, pero su mantra tampoco era un radar demasiado preciso. Sabía que estaba allí, no obstante, para encontrarlo tendría que usar sus sentidos ordinarios. «Quizás debería incendiarlo todo desde aquí y asunto acabado», pensó para luego intentarlo. Antes de canalizar energía mágica fue atacada nuevamente por esa ridícula luz rosada, aunque esta vez fue un destello sucedido rápidamente por otro. Inmediatamente después, sintió una devastadora presencia incluso más arrolladora que la suya. Volteó la mirada, preguntándose cómo es que no la había sentido antes. Y entre las cajas apareció una aterradora figura que cargaba un sable en cada una de sus cuatro manos. Parecía una masa de músculos y debía andar por los tres metros, una larga barba caía hasta su pecho y unos enormes cuernos enrollados sobre sí nacían de su cráneo.
La figura de las sombras corrió a máxima velocidad, haciendo retumbar el edificio con cada pisada. Katharina bloqueó el primer golpe, pero salió disparada hacia atrás cual misil. Se acomodó lo mejor que pudo para mitigar el daño y entonces contraatacó. Su espada era increíblemente rápida y no tardó en encontrar el cuello del oponente. No obstante, fue incapaz de cortarlo. Podía culpar al destello de luz rosada que volvía a golpear su rostro, incluso a la sorpresa por no haber atravesado la carne del enemigo. Pero nada de ello cambiaba el doloroso resultado sucedido por un grito desgarrador: el sable del enemigo acababa de cortar su brazo izquierdo.
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La última vez que había sentido tanto dolor fue cuando un imbécil le atravesó el pecho con una lanza y estuvo al borde de la muerte. Cualquiera perdería la calma al verse sin un brazo, era una reacción completamente natural, pero no era el caso de la hechicera. Durante muchísimos años entrenó la capacidad de controlar a la perfección sus emociones y mantener la mente serena en todo momento, aunque también era humana y a veces le era imposible hacerlo. Lo que no terminaba de tener sentido era por qué su mantra no le había advertido del movimiento de su oponente. ¿Acaso tenía una técnica que anulaba directamente el haki de observación…? Hasta ahora no conocía a nadie que tuviera una habilidad como esa, pero en el Paraíso había un montón de gente extraña. Como sea, era una obligación acabar de la forma más brutal con ese estúpido monstruo: si no podía cortarlo entonces lo reduciría a cenizas.
Tuvo que retroceder rápidamente para evitar esos molestos cuchillos arrojadizos. Le fue tan sencillo que podía hacerlo hasta con los ojos cerrados. El verdadero problema lo tenía en frente, y es que esa mole de músculos suponía un obstáculo casi imposible de superar. Sin embargo, había un cúmulo de misterios en torno a ese oponente. ¿Por qué no podía sentir su presencia? Vale, la misma pregunta podía aplicarse a los muertos vivientes, pero en dicho caso había una respuesta bastante convincente. La hechicera podía escuchar los latidos del corazón de esa… cosa, así que muerto no estaba. No se pasaría toda la noche intentando averiguar la habilidad del enemigo; tenía muchas cosas importantes que hacer.
Su espada se volvió tan negra como la oscuridad y comenzó a emitir una llama fantasmagórica que fluctuaba a través de la hoja. Improvisó una venda para detener el sangrado y entonces cargó contra el oponente. Luchar con él durante unos segundos era tiempo suficiente para conocer su estilo de pelea, debilidades y aperturas. Cuando llegó a su lado, el ogro de cuatro brazos blandió con fuerza sus sables. La espadachina esquivó con facilidad, moviendo ágilmente su cuerpo justo antes de ser alcanzada por estos. Y fue ahí que vio una oportunidad de oro. Blandió a Fushigiri con brutalidad en un trazo ascendente con la intención de cercenarle por la mitad, sin embargo, el mismo haz de luz volvió a golpearle el rostro y entonces fue apuñalada en la boca del estómago.
Soltó un rugido y su mirada desplegaba furia. No había visto venir ese jodido sablazo. Se sobrepuso al dolor y golpeó el cuerpo de su oponente con una ráfaga de poderosos colazos. No obstante, este no retrocedió lo más mínimo sino todo lo contrario: le propinó un duro cabezazo a Katharina, dejándole medio aturdida. Y fue en ese momento que unos cuchillos impactaron en su espalda. Sintió el pinchazo, pero el dolor no se comparaba en lo absoluto a perder un brazo. «Si eres físicamente indestructible, entonces te quemaré». Sus colas dispararon a quemarropa un torrente ígneo capaz de derretir la roca. Pensó que con eso tendría la victoria, pero estaba muy equivocada: su enemigo no se había resentido lo más mínimo.
Tuvo que retroceder rápidamente para evitar esos molestos cuchillos arrojadizos. Le fue tan sencillo que podía hacerlo hasta con los ojos cerrados. El verdadero problema lo tenía en frente, y es que esa mole de músculos suponía un obstáculo casi imposible de superar. Sin embargo, había un cúmulo de misterios en torno a ese oponente. ¿Por qué no podía sentir su presencia? Vale, la misma pregunta podía aplicarse a los muertos vivientes, pero en dicho caso había una respuesta bastante convincente. La hechicera podía escuchar los latidos del corazón de esa… cosa, así que muerto no estaba. No se pasaría toda la noche intentando averiguar la habilidad del enemigo; tenía muchas cosas importantes que hacer.
Su espada se volvió tan negra como la oscuridad y comenzó a emitir una llama fantasmagórica que fluctuaba a través de la hoja. Improvisó una venda para detener el sangrado y entonces cargó contra el oponente. Luchar con él durante unos segundos era tiempo suficiente para conocer su estilo de pelea, debilidades y aperturas. Cuando llegó a su lado, el ogro de cuatro brazos blandió con fuerza sus sables. La espadachina esquivó con facilidad, moviendo ágilmente su cuerpo justo antes de ser alcanzada por estos. Y fue ahí que vio una oportunidad de oro. Blandió a Fushigiri con brutalidad en un trazo ascendente con la intención de cercenarle por la mitad, sin embargo, el mismo haz de luz volvió a golpearle el rostro y entonces fue apuñalada en la boca del estómago.
Soltó un rugido y su mirada desplegaba furia. No había visto venir ese jodido sablazo. Se sobrepuso al dolor y golpeó el cuerpo de su oponente con una ráfaga de poderosos colazos. No obstante, este no retrocedió lo más mínimo sino todo lo contrario: le propinó un duro cabezazo a Katharina, dejándole medio aturdida. Y fue en ese momento que unos cuchillos impactaron en su espalda. Sintió el pinchazo, pero el dolor no se comparaba en lo absoluto a perder un brazo. «Si eres físicamente indestructible, entonces te quemaré». Sus colas dispararon a quemarropa un torrente ígneo capaz de derretir la roca. Pensó que con eso tendría la victoria, pero estaba muy equivocada: su enemigo no se había resentido lo más mínimo.
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Su cuerpo tambaleó y estuvo a punto de caer de rodillas frente al ogro de los cuatro brazos, no obstante, hizo lo imposible por mantenerse firme y no ceder ante el enemigo. De ninguna manera se desmoronaría frente a esa… cosa. Recibió un fuerte puñetazo que le arrancó un par de dientes y retrocedió con el cuerpo temblando. Intentó contraatacar, pero nuevamente la jodida luz le impactó en el rostro e interrumpió su movimiento. Hasta el momento todas sus estrategias habían fallado y, si bien no había agotado todas sus opciones, comenzaba a ser frustrante no hacerle una sola herida a su oponente. Se alejó como pudo para buscar la distancia y entonces, sobreponiéndose una vez más al dolor, lanzó una onda flamígera que recorrió la estancia en cuestión de segundos. No obstante, ningún ataque hacía mella en la defensa del espadachín.
Fue en ese momento, en el que la onda de fuego se aproximaba al cuerpo de su enemigo, que se dio cuenta de algo muy importante: el ogro no proyectaba sombra. «Esto debe ser una maldita broma…». Era imposible que ella estuviese perdiendo de esa manera tan humillante, se rehusaba a creerlo. Y es que había un maldito truco que tardó demasiado en percatarse de este. Se focalizó en su propia respiración para calmar la mente e ignorar todos los pensamientos negativos que surgían de ella. El dolor que sentía era muy real, pero ahora sabía que todo estaba dentro de su cabeza. Flexionó las piernas y se preparó para el embiste del espadachín. Este salió disparado hacia Katharina y en el último segundo blandió sus armas con la brutalidad de un monstruo. Se defendió como buenamente pudo y, cuando se disponía a contraatacar, en realidad saltó en dirección al haz de luz.
—Has elegido un buen escondite, maldita rata.
Dejó caer su espada y enseguida un doloroso grito inundó toda la habitación. La chica de cabellos verdes se retorcía en su lugar mientras la sangre manaba por el muñón de su brazo cercenado. La bruja recuperó su extremidad y el dolor desapareció de golpe. Era esa luz la que le había estado jugando una mala pasada, induciéndole en una poderosa hipnosis o algo por el estilo. «Todo cuerpo real genera sombras, idiota». No dudó un segundo en cortarle la cabeza, quitándole la vida al instante.
—¡No, Keila!
Unos cuchillos arrojadizos surcaron la habitación en busca de la hechicera, pero esta los esquivó sin problemas. Un muchacho de cabellos negros y ojos carmesíes apareció frente a ella. «¿En serio pensaban que esa estrategia rastrera iba a funcionar conmigo?». Podía sentir la furia en el corazón del chico, aparentemente la ilusionista que acababa de matar era muy importante para él. Una lástima que no le importase en lo absoluto; no fue agradable la experiencia del brazo cortado. Dejó que su agudo mantra rebuscase en cada rincón del edificio, pues seguramente había otras ratas escondidas en la oscuridad. «¿Hm? Unos idiotas intentan huir, ¿por qué?». Dudaba de que Viktor contratase gente que le pudiese dar la espalda, tenía sentido que todos y cada uno de ellos se quedase en el puerto a defenderlo incluso con su vida, a menos que…
—¿Por qué defienden con tanto ahínco este lugar…? Oe, tú, dime qué esconde Elric aquí.
—Ni aunque me prometieses el cielo te lo diría. Mataste a Keila, hija de puta, lo vas a pagar caro, ¿me oíste?
—Entonces muérete pronto y no molestes.
El suelo bajo sus pies colapsó cuando esprintó, levantando una lluvia de pequeños escombros en dirección contraria. El chico apenas pudo bloquear la veloz espada que buscó su costado, y no pudo evitar salir disparado cual misil. Katharina le siguió de cerca y lanzó una ráfaga de veloces cortes. El que su oponente estuviese esquivando y bloqueando medianamente bien decía mucho de él, sin embargo, no tenía lo necesario para vencer. Ya no había ningún ogro mutante que le quitase su victoria, y tenía toda la intención de desquitarse con toda la gente de ese jodido puerto. Usó sus colas para impulsarse hacia arriba y se dejó caer con brutalidad sobre el muchacho.
—¡Cain, hazte a un lado!
El asesino de las dagas se movió con una agilidad sobrehumana, alejándose de la hechicera al mismo tiempo que una peligrosa onda de choque derribaba todo a su paso. Y cuando llegó donde Katharina, esta sintió que sus tímpanos explotarían en cualquier segundo.
Fue en ese momento, en el que la onda de fuego se aproximaba al cuerpo de su enemigo, que se dio cuenta de algo muy importante: el ogro no proyectaba sombra. «Esto debe ser una maldita broma…». Era imposible que ella estuviese perdiendo de esa manera tan humillante, se rehusaba a creerlo. Y es que había un maldito truco que tardó demasiado en percatarse de este. Se focalizó en su propia respiración para calmar la mente e ignorar todos los pensamientos negativos que surgían de ella. El dolor que sentía era muy real, pero ahora sabía que todo estaba dentro de su cabeza. Flexionó las piernas y se preparó para el embiste del espadachín. Este salió disparado hacia Katharina y en el último segundo blandió sus armas con la brutalidad de un monstruo. Se defendió como buenamente pudo y, cuando se disponía a contraatacar, en realidad saltó en dirección al haz de luz.
—Has elegido un buen escondite, maldita rata.
Dejó caer su espada y enseguida un doloroso grito inundó toda la habitación. La chica de cabellos verdes se retorcía en su lugar mientras la sangre manaba por el muñón de su brazo cercenado. La bruja recuperó su extremidad y el dolor desapareció de golpe. Era esa luz la que le había estado jugando una mala pasada, induciéndole en una poderosa hipnosis o algo por el estilo. «Todo cuerpo real genera sombras, idiota». No dudó un segundo en cortarle la cabeza, quitándole la vida al instante.
—¡No, Keila!
Unos cuchillos arrojadizos surcaron la habitación en busca de la hechicera, pero esta los esquivó sin problemas. Un muchacho de cabellos negros y ojos carmesíes apareció frente a ella. «¿En serio pensaban que esa estrategia rastrera iba a funcionar conmigo?». Podía sentir la furia en el corazón del chico, aparentemente la ilusionista que acababa de matar era muy importante para él. Una lástima que no le importase en lo absoluto; no fue agradable la experiencia del brazo cortado. Dejó que su agudo mantra rebuscase en cada rincón del edificio, pues seguramente había otras ratas escondidas en la oscuridad. «¿Hm? Unos idiotas intentan huir, ¿por qué?». Dudaba de que Viktor contratase gente que le pudiese dar la espalda, tenía sentido que todos y cada uno de ellos se quedase en el puerto a defenderlo incluso con su vida, a menos que…
—¿Por qué defienden con tanto ahínco este lugar…? Oe, tú, dime qué esconde Elric aquí.
—Ni aunque me prometieses el cielo te lo diría. Mataste a Keila, hija de puta, lo vas a pagar caro, ¿me oíste?
—Entonces muérete pronto y no molestes.
El suelo bajo sus pies colapsó cuando esprintó, levantando una lluvia de pequeños escombros en dirección contraria. El chico apenas pudo bloquear la veloz espada que buscó su costado, y no pudo evitar salir disparado cual misil. Katharina le siguió de cerca y lanzó una ráfaga de veloces cortes. El que su oponente estuviese esquivando y bloqueando medianamente bien decía mucho de él, sin embargo, no tenía lo necesario para vencer. Ya no había ningún ogro mutante que le quitase su victoria, y tenía toda la intención de desquitarse con toda la gente de ese jodido puerto. Usó sus colas para impulsarse hacia arriba y se dejó caer con brutalidad sobre el muchacho.
—¡Cain, hazte a un lado!
El asesino de las dagas se movió con una agilidad sobrehumana, alejándose de la hechicera al mismo tiempo que una peligrosa onda de choque derribaba todo a su paso. Y cuando llegó donde Katharina, esta sintió que sus tímpanos explotarían en cualquier segundo.
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Se cubrió los oídos y sus rodillas estuvieron a punto de encontrar el frío suelo. Fue sorprendida por una onda de sonido arrolladora que le salvó la vida al asesino. Sabía que había más gente escondida en el almacén, pero no esperó que uno de ellos apareciese pronto. El cuchillo enemigo se bañó con un fino hilo de sangre teñido luego de que la hoja de este se deslizase por el estómago de la hechicera. No se comparaba en lo absoluto al dolor de perder un brazo, pero seguía siendo molesto. En lo personal detestaba la tortura, sin embargo, no se quejaría si a ese irritante chico le castigasen un poco para sacarle información sobre Viktor Elric. La Mano quería con vida a uno de los hombres del Rey, y la bruja pensaba concedérselo.
Al voltear la mirada, vio a un hombre de avanzada edad y expresión severa en su arrugado rostro. Quizás las orejas y la nariz grandes eran otra evidencia del paso del tiempo, incluso ese canoso cabello lo mostraba. Vestía un elegante traje marrón y llevaba una flauta traversa en su mano derecha, una bellísima pieza plateada con el diseño de un dragón. Era bastante alto y delgado, pero que su apariencia débil no engañase a nadie: ese hombre era casi tan fuerte como cualquier guerrero del Nuevo Mundo. Nada más verle, Katharina entendió que usaba el instrumento musical como un arma, un estilo de lucha basado en la generación de poderosas ondas de sonido capaces de destrozar cualquier cosa. Debía tener cuidado con las vibraciones, pues estas podrían hacerle graves daños internos. Además, también estaba el molesto asesino que no sabía usar otra cosa que cuchillos; tenía que proteger su propia espalda también.
—Ha venido en un buen momento, señor Han —mencionó el chico, caminando en círculos en torno a la espadachina, como si fuese una especie de depredador acechando a su presa.
—Jamás pensé que vendría alguien como ella al puerto… Espero que los chicos se la hayan llevado de aquí, no podemos dejar que caiga en manos de La Mano.
Su trabajo no era recopilar información, así que técnicamente daba igual lo que esos dos conspirasen. Destruiría el puerto y se llevaría a cualquiera de los dos, o incluso a ambos. Se había deshecho ya de la más molesta, una estúpida capaz de hipnotizar a la gente y proyectar una criatura invencible. «Una gran técnica que doblega el espíritu del oponente… Me la apuntaré para un futuro cercano», pensó con la vista clavada en sus oponentes.
—¿Por qué mantienen la esperanza de que sus amigos puedan huir de mí? Eso es imposible, ¿es que acaso no saben quién soy? —les preguntó con una sonrisa rebosante de confianza, con una expresión que denotaba desprecio hacia sus enemigos.
—Sería sorprendente si alguien no te conociera, Katharina von Steinhell. Estos últimos años has hecho mucho… ruido, ¿no? —contestó el viejo, colocándose en una postura de combate y eliminando cualquier hueco que pudiese haber en esta—. Yo lo atribuiría a la suerte, pero eso se acaba hoy: acabas de hacerte enemiga del hombre equivocado.
—Ya no formo parte de los Arashi no Kyoudai, pero jamás olvidaré que ese hombre engañó a Zane. Créeme que ni siquiera Viktor Elric podrá sobrevivir al filo de mis espadas, ya es hora de que ese maldito hijo de perra baje del trono.
La oscuridad comenzó a ser alejada por las esferas de fuego azul que creaba la hechicera. Parecían las almas de los hombres cuyas vidas cegaba como si fuese La Muerte personificada. «El mundo dejará de subestimarme como siempre lo ha hecho», se dijo a sí misma, apretando la mandíbula y reuniendo fuerza en sus piernas. No esperó respuesta de sus oponentes, sino que salió disparada hacia el viejo antes de que este pudiese llevarse la flauta a la boca. Fushigiri trazó una línea ascendente que el enemigo apenas pudo esquivar. Una cola teñida de negro le golpeó la boca del estómago y lo arrojó hacia atrás. El cuerpo del hombre atravesó la muralla y dio a parar fuera del almacén, pero no era tiempo para ir a por él. Katharina volteó la mirada y, luego de esquivar los cuchillos arrojadizos del asesino, se abalanzó hacia este. Las bolas de fuego siguieron sus movimientos y, tras realizar una ráfaga de estocadas con ambas espadas, estas formaron una especie de torbellino que envolvió al muchacho para entonces causar una violenta explosión de llamas.
Sintió un agudo ruido en sus oídos y su cuerpo se paralizó durante un instante. Era muy difícil que el asesino sobreviviese a ese manto de fuego, no obstante, emergió del torrente con los brazos cruzados y cargó hacia la bruja. Katharina se defendió torpemente de sus veloces cuchilladas. Una luz violácea y peligrosa cubrió una de las armas del chico y un instante después proyectó una puñalada que rozaba velocidades sónicas. Una onda en línea recta salió disparada y atravesó el pecho de la espadachina. Y sin darle tiempo a descansar, el señor Han imbuyó de haki la flauta y tocó una melodía agresiva, poderosa, devastadora. Generó un torbellino de anillos que arrasaba con todo lo que se encontraba y, al impactar en el cuerpo de la hechicera, este le causó daños internos graves. O eso hubiese ocurrido en una situación normal.
Al voltear la mirada, vio a un hombre de avanzada edad y expresión severa en su arrugado rostro. Quizás las orejas y la nariz grandes eran otra evidencia del paso del tiempo, incluso ese canoso cabello lo mostraba. Vestía un elegante traje marrón y llevaba una flauta traversa en su mano derecha, una bellísima pieza plateada con el diseño de un dragón. Era bastante alto y delgado, pero que su apariencia débil no engañase a nadie: ese hombre era casi tan fuerte como cualquier guerrero del Nuevo Mundo. Nada más verle, Katharina entendió que usaba el instrumento musical como un arma, un estilo de lucha basado en la generación de poderosas ondas de sonido capaces de destrozar cualquier cosa. Debía tener cuidado con las vibraciones, pues estas podrían hacerle graves daños internos. Además, también estaba el molesto asesino que no sabía usar otra cosa que cuchillos; tenía que proteger su propia espalda también.
—Ha venido en un buen momento, señor Han —mencionó el chico, caminando en círculos en torno a la espadachina, como si fuese una especie de depredador acechando a su presa.
—Jamás pensé que vendría alguien como ella al puerto… Espero que los chicos se la hayan llevado de aquí, no podemos dejar que caiga en manos de La Mano.
Su trabajo no era recopilar información, así que técnicamente daba igual lo que esos dos conspirasen. Destruiría el puerto y se llevaría a cualquiera de los dos, o incluso a ambos. Se había deshecho ya de la más molesta, una estúpida capaz de hipnotizar a la gente y proyectar una criatura invencible. «Una gran técnica que doblega el espíritu del oponente… Me la apuntaré para un futuro cercano», pensó con la vista clavada en sus oponentes.
—¿Por qué mantienen la esperanza de que sus amigos puedan huir de mí? Eso es imposible, ¿es que acaso no saben quién soy? —les preguntó con una sonrisa rebosante de confianza, con una expresión que denotaba desprecio hacia sus enemigos.
—Sería sorprendente si alguien no te conociera, Katharina von Steinhell. Estos últimos años has hecho mucho… ruido, ¿no? —contestó el viejo, colocándose en una postura de combate y eliminando cualquier hueco que pudiese haber en esta—. Yo lo atribuiría a la suerte, pero eso se acaba hoy: acabas de hacerte enemiga del hombre equivocado.
—Ya no formo parte de los Arashi no Kyoudai, pero jamás olvidaré que ese hombre engañó a Zane. Créeme que ni siquiera Viktor Elric podrá sobrevivir al filo de mis espadas, ya es hora de que ese maldito hijo de perra baje del trono.
La oscuridad comenzó a ser alejada por las esferas de fuego azul que creaba la hechicera. Parecían las almas de los hombres cuyas vidas cegaba como si fuese La Muerte personificada. «El mundo dejará de subestimarme como siempre lo ha hecho», se dijo a sí misma, apretando la mandíbula y reuniendo fuerza en sus piernas. No esperó respuesta de sus oponentes, sino que salió disparada hacia el viejo antes de que este pudiese llevarse la flauta a la boca. Fushigiri trazó una línea ascendente que el enemigo apenas pudo esquivar. Una cola teñida de negro le golpeó la boca del estómago y lo arrojó hacia atrás. El cuerpo del hombre atravesó la muralla y dio a parar fuera del almacén, pero no era tiempo para ir a por él. Katharina volteó la mirada y, luego de esquivar los cuchillos arrojadizos del asesino, se abalanzó hacia este. Las bolas de fuego siguieron sus movimientos y, tras realizar una ráfaga de estocadas con ambas espadas, estas formaron una especie de torbellino que envolvió al muchacho para entonces causar una violenta explosión de llamas.
Sintió un agudo ruido en sus oídos y su cuerpo se paralizó durante un instante. Era muy difícil que el asesino sobreviviese a ese manto de fuego, no obstante, emergió del torrente con los brazos cruzados y cargó hacia la bruja. Katharina se defendió torpemente de sus veloces cuchilladas. Una luz violácea y peligrosa cubrió una de las armas del chico y un instante después proyectó una puñalada que rozaba velocidades sónicas. Una onda en línea recta salió disparada y atravesó el pecho de la espadachina. Y sin darle tiempo a descansar, el señor Han imbuyó de haki la flauta y tocó una melodía agresiva, poderosa, devastadora. Generó un torbellino de anillos que arrasaba con todo lo que se encontraba y, al impactar en el cuerpo de la hechicera, este le causó daños internos graves. O eso hubiese ocurrido en una situación normal.
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Antes de que las técnicas de sus oponentes diesen en ella había creado una ilusión de sí misma, volviéndose invisible y posicionándose en la espalda del anciano. La ilusión había caído de rodillas y les miraba con furia. El señor Han se veía bastante complacido con el resultado de su ataque; era una pena que confiase tanto en lo que sus ojos le mostraban. Si hubiera mantenido la guardia en alto no habría sido asesinado. Cuando la hechicera apareció en la espalda del hombre, Cain ni siquiera tuvo tiempo de advertirle ninguna cosa. Descendió el filo de su arma y dividió el cuerpo del viejo en dos mitades perfectas, haciéndole caer en un charco de sangre.
El rostro del muchacho reflejó el más puro horror al ver morir a su compañero. Se abalanzó sobre la asesina en un torpe intento de vengar las muertes de sus amigos, pero recibió una fuerte patada en el costado que le destrozó toda una fila de costillas. Acabó inconsciente en uno de los contenedores. Katharina cerró los ojos y dejó que su mantra rebuscase en los sitios más recónditos del edificio en busca del responsable de la barrera y, cuando finalmente encontró su presencia, se encaminó hacia ella. Si bien no supondría ningún problema para ella, era más fuerte que la mayoría de los miembros de su tripulación. «Una habilidad que crea barreras indestructibles… Bastante interesante».
Subió las escaleras y entró a una habitación iluminada tenuemente. Frunció el ceño al encontrarse con una chica de unos doce años, cabellos rosas y ojos azules. Era como un reflejo su yo del pasado. La niña sostenía la mirada con una expresión severa en el rostro, aunque le era imposible ocultar el nerviosismo que sentía. ¿Cómo no? Estaba ante la mujer que había asesinado a sus compañeros.
—Eres la única que queda en este lugar y la barrera aún no desaparece.
—Y no lo hará hasta que muera —respondió la pelirrosa con determinación.
—¿Por qué trabajas para Viktor Elric? —No hubo respuesta—. Qué maravilloso es el mundo en el que vivimos, ¿eh? Una mocosa como tú involucrada en una situación de vida o muerte…
La chica se levantó de su asiento y sacó un pequeño cuchillo para luego ponerse en posición de combate. Cuando Katharina dio un paso hacia el frente, la niña retrocedió inconscientemente. Y así lo hizo hasta quedar completamente arrinconada.
—Tus compañeros tenían un buen plan para derrotarme: romper mi espíritu con esa molesta ilusión y luego rematarme. Cada uno de ellos era más fuerte que tú y ni uniendo fuerzas pudieron conmigo, ¿en serio te ves con posibilidades de vencerme?
—Da igual si puedo vencerte o no, lo importante es que Ian huya… Y si debo arriesgar mi vida para conseguirlo, lo haré.
—Tus palabras no son las de una niña de ¿diez años, quizás? Desconoces el valor de la vida si es que planeas arriesgarte por una estupidez como esta. Si tantas ganas tienes de reunirte con tus compañeros en el otro mundo…
La espadachina levantó lentamente a Fushigiri y miró con frialdad a la chica de cabellos rosas, pero acabó envainando el arma.
—No seré yo quien lo haga. Venga, vete de aquí —le ordenó con dureza en la voz, dejándole claro que no tenía otra opción—. Se me ha pedido destruir el puerto de Viktor Elric, nada más. Has hecho un buen trabajo defendiendo este lugar, pero es hora de que aceptes tu fracaso. Desactiva la barrera y vete, no lo volveré a repetir.
Al día siguiente toda la gente hablaba sobre el misterioso incendio ocurrido en uno de los tantos puertos de Water Seven. Algunos decían que había caído un meteorito, mientras que otros pensaban que se trataba de un ataque terrorista. Se encontraron cerca de cuarenta cuerpos completamente carbonizados. Los investigadores sabían que no se trataba de un accidente, de lo contrario, no habría cadáveres con heridas de objetos cortantes. Luego de que la chica, Mitsuki, desactivase la barrera la bruja se encargó de quemarlo absolutamente todo. No dejó una sola parte del puerto en pie, y es que eso se le había pedido.
—Has hecho un buen trabajo, Steinhell —mencionó la figura encapuchada—. La Mano está complacida con tus resultados. Además, nos has traído un prisionero.
—No sé lo que ese hombre escondía en el puerto, pero sea lo que sea ya no está, se lo llevaron. —Guardó silencio durante unos largos segundos y luego añadió—: Me he metido con un hombre peligroso, espero que pueda contar con la ayuda de La Mano en un futuro no muy lejano.
—Por supuesto, mis superiores estarán felices al saber que Katharina von Steinhell ha decidido formar parte de nuestro bando. Por cierto, ¿quién es esta chica? ¿No será…?
—Es la hermana de uno de mis subordinados; me ha pedido que la cuide —contestó la bruja. No había podido deshacerse de la pesada chica que se le había pegado como lapa, pero era mejor que cortarle la garganta; ya no se veía capaz de matar a una niña de diez años—. Estaremos en contacto, o eso espero.
El rostro del muchacho reflejó el más puro horror al ver morir a su compañero. Se abalanzó sobre la asesina en un torpe intento de vengar las muertes de sus amigos, pero recibió una fuerte patada en el costado que le destrozó toda una fila de costillas. Acabó inconsciente en uno de los contenedores. Katharina cerró los ojos y dejó que su mantra rebuscase en los sitios más recónditos del edificio en busca del responsable de la barrera y, cuando finalmente encontró su presencia, se encaminó hacia ella. Si bien no supondría ningún problema para ella, era más fuerte que la mayoría de los miembros de su tripulación. «Una habilidad que crea barreras indestructibles… Bastante interesante».
Subió las escaleras y entró a una habitación iluminada tenuemente. Frunció el ceño al encontrarse con una chica de unos doce años, cabellos rosas y ojos azules. Era como un reflejo su yo del pasado. La niña sostenía la mirada con una expresión severa en el rostro, aunque le era imposible ocultar el nerviosismo que sentía. ¿Cómo no? Estaba ante la mujer que había asesinado a sus compañeros.
—Eres la única que queda en este lugar y la barrera aún no desaparece.
—Y no lo hará hasta que muera —respondió la pelirrosa con determinación.
—¿Por qué trabajas para Viktor Elric? —No hubo respuesta—. Qué maravilloso es el mundo en el que vivimos, ¿eh? Una mocosa como tú involucrada en una situación de vida o muerte…
La chica se levantó de su asiento y sacó un pequeño cuchillo para luego ponerse en posición de combate. Cuando Katharina dio un paso hacia el frente, la niña retrocedió inconscientemente. Y así lo hizo hasta quedar completamente arrinconada.
—Tus compañeros tenían un buen plan para derrotarme: romper mi espíritu con esa molesta ilusión y luego rematarme. Cada uno de ellos era más fuerte que tú y ni uniendo fuerzas pudieron conmigo, ¿en serio te ves con posibilidades de vencerme?
—Da igual si puedo vencerte o no, lo importante es que Ian huya… Y si debo arriesgar mi vida para conseguirlo, lo haré.
—Tus palabras no son las de una niña de ¿diez años, quizás? Desconoces el valor de la vida si es que planeas arriesgarte por una estupidez como esta. Si tantas ganas tienes de reunirte con tus compañeros en el otro mundo…
La espadachina levantó lentamente a Fushigiri y miró con frialdad a la chica de cabellos rosas, pero acabó envainando el arma.
—No seré yo quien lo haga. Venga, vete de aquí —le ordenó con dureza en la voz, dejándole claro que no tenía otra opción—. Se me ha pedido destruir el puerto de Viktor Elric, nada más. Has hecho un buen trabajo defendiendo este lugar, pero es hora de que aceptes tu fracaso. Desactiva la barrera y vete, no lo volveré a repetir.
• ────── ✾ ────── •
Al día siguiente toda la gente hablaba sobre el misterioso incendio ocurrido en uno de los tantos puertos de Water Seven. Algunos decían que había caído un meteorito, mientras que otros pensaban que se trataba de un ataque terrorista. Se encontraron cerca de cuarenta cuerpos completamente carbonizados. Los investigadores sabían que no se trataba de un accidente, de lo contrario, no habría cadáveres con heridas de objetos cortantes. Luego de que la chica, Mitsuki, desactivase la barrera la bruja se encargó de quemarlo absolutamente todo. No dejó una sola parte del puerto en pie, y es que eso se le había pedido.
—Has hecho un buen trabajo, Steinhell —mencionó la figura encapuchada—. La Mano está complacida con tus resultados. Además, nos has traído un prisionero.
—No sé lo que ese hombre escondía en el puerto, pero sea lo que sea ya no está, se lo llevaron. —Guardó silencio durante unos largos segundos y luego añadió—: Me he metido con un hombre peligroso, espero que pueda contar con la ayuda de La Mano en un futuro no muy lejano.
—Por supuesto, mis superiores estarán felices al saber que Katharina von Steinhell ha decidido formar parte de nuestro bando. Por cierto, ¿quién es esta chica? ¿No será…?
—Es la hermana de uno de mis subordinados; me ha pedido que la cuide —contestó la bruja. No había podido deshacerse de la pesada chica que se le había pegado como lapa, pero era mejor que cortarle la garganta; ya no se veía capaz de matar a una niña de diez años—. Estaremos en contacto, o eso espero.
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