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Contratante: Tenryubito Angles Mahoney
Descripción de la misión: El señor Mahoney se ha enterado hace poco de una noticia horrible. Al parecer, en una isla del paraíso hay una banda de piratas esclavizando a la población, ¡que ya era pobre de por sí! Eso no puede ser, por lo que además de mandar sus condolencias a los afectados, ofrece una pequeña recompensa a quien solucione el problema.
Objetivo secundario: Una vez esos horribles malhechores hayan sido desterrados, anexen esa isla al Gobierno Mundial y bautízenla en honor al generoso señor Mahoney.
Información adicional: La banda de piratas que está aterrorizando la isla de Nakamura no es más que una gran panda de adolescentes liderados por un rechoncho pirata llamado Porky the Reaper. Engañó a los jóvenes con drogas y ahora, enganchados, le siguen y obedecen a pies juntillas. Hacen lo que sea, desde matar hasta trabajar horas y horas sin parar, solo por conseguir una dosis de lo que les ofrece.
Recompensa: 60 millones de berries por cabeza y la posibilidad de nombrar una cala de la isla liberada, así como una diminuta casita de playa en la misma.
Recompensa por objetivo secundario: Has servido a tu gobierno, ¿qué más quieres?
Descripción de la misión: El señor Mahoney se ha enterado hace poco de una noticia horrible. Al parecer, en una isla del paraíso hay una banda de piratas esclavizando a la población, ¡que ya era pobre de por sí! Eso no puede ser, por lo que además de mandar sus condolencias a los afectados, ofrece una pequeña recompensa a quien solucione el problema.
Objetivo secundario: Una vez esos horribles malhechores hayan sido desterrados, anexen esa isla al Gobierno Mundial y bautízenla en honor al generoso señor Mahoney.
Información adicional: La banda de piratas que está aterrorizando la isla de Nakamura no es más que una gran panda de adolescentes liderados por un rechoncho pirata llamado Porky the Reaper. Engañó a los jóvenes con drogas y ahora, enganchados, le siguen y obedecen a pies juntillas. Hacen lo que sea, desde matar hasta trabajar horas y horas sin parar, solo por conseguir una dosis de lo que les ofrece.
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Pocas veces había visto la mink un informe de misión tan claro y directo como el que estaba leyendo en Ennies Lobby. Quizá que un Tenryubito estuviese detrás de todo influía. Ellie sabía que si herraba en su misión nadie la cubriría, después de todo, ¿quién sería tan idiota como para hacerlo?
La agente recopiló toda la información que incluía el informe y suspiró. Por lo visto le tocaba mediar en una isla del paraíso, donde había una banda pirata sembrando el caos. Además, el señor Mahoney -así se llamaba el contratante-, solicitaba que, en caso de conseguir desterrar a los malhechores, se anexara la isla al gobierno mundial, bautizandola en su nombre. Parecía que el Tenryubito iba sobrado de ego.
-Tommy, voy a salir. Termina los informes E764, E771 y el del archipiélago, que ahora mismo no recuerdo el código. Cuando lo hagas pásaselo a Bernie, él lo repasará y lo entregará.
-Perfecto, Ellie. Buena suerte en su misión. ¿Irá sola?
-Creo que sí. Aunque no tengo muy claro si este llamamiento ha sido entregado a alguien más.
La agente cogió su mochila y salió de su despacho, recorriendo los largos pasillos del edificio gubernamental hasta llegar a la puerta de salida, donde había un Umi Ressha esperándola.
Allí se montó, sentándose sobre uno de los cómodos asientos a la par que sacaba el informe de la mochila para volver a echarle un ojo. No parecía una misión muy complicada, pero raro sería que todo saliera bien, ¿no?
La agente recopiló toda la información que incluía el informe y suspiró. Por lo visto le tocaba mediar en una isla del paraíso, donde había una banda pirata sembrando el caos. Además, el señor Mahoney -así se llamaba el contratante-, solicitaba que, en caso de conseguir desterrar a los malhechores, se anexara la isla al gobierno mundial, bautizandola en su nombre. Parecía que el Tenryubito iba sobrado de ego.
-Tommy, voy a salir. Termina los informes E764, E771 y el del archipiélago, que ahora mismo no recuerdo el código. Cuando lo hagas pásaselo a Bernie, él lo repasará y lo entregará.
-Perfecto, Ellie. Buena suerte en su misión. ¿Irá sola?
-Creo que sí. Aunque no tengo muy claro si este llamamiento ha sido entregado a alguien más.
La agente cogió su mochila y salió de su despacho, recorriendo los largos pasillos del edificio gubernamental hasta llegar a la puerta de salida, donde había un Umi Ressha esperándola.
Allí se montó, sentándose sobre uno de los cómodos asientos a la par que sacaba el informe de la mochila para volver a echarle un ojo. No parecía una misión muy complicada, pero raro sería que todo saliera bien, ¿no?
Giotto Leblanc
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Apenas había pasado una semana desde su último cometido, cuando una carta llegó a su habitación. Apareció sobre la cama, sin remitente, pero con el emblema del gobierno estampado en él. Estando en Ennies Lobbies estaba claro que era una misión por parte de sus superiores.
—Que pereza… —comentó en voz baja, sentándose sobre su mullido colchón para leerla.
Se trataba de un encargo directo por parte de un dragón celestial llamado Angles Mahoney. Nunca había oído hablar de la familia Mahoney, aunque si había escuchado hablar de un marine llamado así. Un individuo muy gracioso con un amigo que sabía imitar una gran cantidad de sonidos distintos. Leyó la carta con detenimiento y parecía algo sencillo: acabar con una banda pirata y negociar en nombre del gobierno mundial con los ciudadanos de la isla de Nakamura, en el paraíso.
Se puso uno de sus mejores trajes, se colgó su capa, se ajustó los guantes y puso rumbo hacia la estación de tren. Al subirse y caminar por el vagón se topó a lo lejos con una buena amiga. Se trataba de Ellie, la agente mink con la que había coincidido en muchas otras ocasiones.
—¡Buenos días! —le dijo con cierta efusividad—. Cuanto tiempo, Ellie, ¿cómo estás? —le preguntó. La mink estaba sentada en unos de esos asientos preparados para grupos de cuatro personas, así que se sentó frente a ella, aunque a un lado, ocupando la ventanilla—. ¿Placer o negocios?
No podían hablar mucho de sus trabajos, después de todo muchas paredes tenían oídos, así que hablar en clave era la única solución.
—Yo tengo negocios que tratar en Tholian —le dijo, mintiendo sobre el lugar—. Sencillo, al parecer.
—Que pereza… —comentó en voz baja, sentándose sobre su mullido colchón para leerla.
Se trataba de un encargo directo por parte de un dragón celestial llamado Angles Mahoney. Nunca había oído hablar de la familia Mahoney, aunque si había escuchado hablar de un marine llamado así. Un individuo muy gracioso con un amigo que sabía imitar una gran cantidad de sonidos distintos. Leyó la carta con detenimiento y parecía algo sencillo: acabar con una banda pirata y negociar en nombre del gobierno mundial con los ciudadanos de la isla de Nakamura, en el paraíso.
Se puso uno de sus mejores trajes, se colgó su capa, se ajustó los guantes y puso rumbo hacia la estación de tren. Al subirse y caminar por el vagón se topó a lo lejos con una buena amiga. Se trataba de Ellie, la agente mink con la que había coincidido en muchas otras ocasiones.
—¡Buenos días! —le dijo con cierta efusividad—. Cuanto tiempo, Ellie, ¿cómo estás? —le preguntó. La mink estaba sentada en unos de esos asientos preparados para grupos de cuatro personas, así que se sentó frente a ella, aunque a un lado, ocupando la ventanilla—. ¿Placer o negocios?
No podían hablar mucho de sus trabajos, después de todo muchas paredes tenían oídos, así que hablar en clave era la única solución.
—Yo tengo negocios que tratar en Tholian —le dijo, mintiendo sobre el lugar—. Sencillo, al parecer.
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Instantes antes de que el tren empezase a moverse, un buen conocido hizo acto de presencia ante la atenta mirada de la mink, que ciertamente se veía sola de nuevo en una de sus ya cada vez más comunes aventuras.
El conocido no era ni más ni menos que Giotto. Un gran compañero con el que había coincidido en varias misiones. Sin ir más lejos, en dos de los últimos acontecimientos más importantes; La aguja, donde tuvieron el placer de pelear juntos y más recientemente, la aventura vivida en contra de la revolución. Habían coincidido también en varias misiones de menor importancia, sin embargo aquellas dos habían marcado en mayor medida la relación entre mink y humano. Sobre todo la primera, ya que Ellie partía como una iniciada allí.
-Pues qué quieres que te diga, Gio. A decir verdad no me viene mal escapar de la montaña de papel que tengo en mi despacho, y más si es en buena compañía -comentó a la par que guiaba un ojo y ponía la pata derecha sobre el asiento que tenía al lado, aunque pronto disimuló, haciendo entender que lo estaba sacudiendo, ya que Giotto había decidido sentarse enfrente, junto a la ventanilla-. Sabes que siempre son negocios - finalizó con una tímida sonrisa-. Parece que hemos vuelto a coincidir, ¿verdad?
Por lo visto ambos tenían la misma misión entre manos. Fuego y magma habían sido destinados a parar a una oleada de malhechores y poner el nombre de una isla de nuevo bajo el gobierno. Pero aún quedaba tiempo para llegar, así que la agente dejó los papeles a un lado y miró fijamente a su compañero, y en un momento infantil, pronunció unas palabras de las que puede que se acabara arrepintiendo.
-¿Sabes jugar a beso, verdad o atrevimiento? -preguntó a la par que llamaba a uno de los camareros. Si Gio accedía, la mink pediría un par de copazos. Nada mejor para pasar el rato, ¿no?- Tú y yo nos lo vamos a pasar bien, ya verás.
El conocido no era ni más ni menos que Giotto. Un gran compañero con el que había coincidido en varias misiones. Sin ir más lejos, en dos de los últimos acontecimientos más importantes; La aguja, donde tuvieron el placer de pelear juntos y más recientemente, la aventura vivida en contra de la revolución. Habían coincidido también en varias misiones de menor importancia, sin embargo aquellas dos habían marcado en mayor medida la relación entre mink y humano. Sobre todo la primera, ya que Ellie partía como una iniciada allí.
-Pues qué quieres que te diga, Gio. A decir verdad no me viene mal escapar de la montaña de papel que tengo en mi despacho, y más si es en buena compañía -comentó a la par que guiaba un ojo y ponía la pata derecha sobre el asiento que tenía al lado, aunque pronto disimuló, haciendo entender que lo estaba sacudiendo, ya que Giotto había decidido sentarse enfrente, junto a la ventanilla-. Sabes que siempre son negocios - finalizó con una tímida sonrisa-. Parece que hemos vuelto a coincidir, ¿verdad?
Por lo visto ambos tenían la misma misión entre manos. Fuego y magma habían sido destinados a parar a una oleada de malhechores y poner el nombre de una isla de nuevo bajo el gobierno. Pero aún quedaba tiempo para llegar, así que la agente dejó los papeles a un lado y miró fijamente a su compañero, y en un momento infantil, pronunció unas palabras de las que puede que se acabara arrepintiendo.
-¿Sabes jugar a beso, verdad o atrevimiento? -preguntó a la par que llamaba a uno de los camareros. Si Gio accedía, la mink pediría un par de copazos. Nada mejor para pasar el rato, ¿no?- Tú y yo nos lo vamos a pasar bien, ya verás.
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Con el agudo sonido de la bocina de la estación, el tren marítimo emprendió su camino y se fue de allí. La joven Ellie respondió a su pregunta, y después de varios minutos conversando llegaron a la conclusión de que tenían la misma misión. Lo cierto era que tenerla en el mismo equipo iban a hacer las cosas más amenas, dado que ella no era incompetente, al contrario que otros agentes con los que había trabajado últimamente.
—¿No somos muy mayores para eso? —le preguntó Giotto, dibujando una mueca en su cara al ver como llamaba al camarero para pedirle una copa.
—¿Dos ginebras entonces? —preguntó el camarero.
—Yo quiero un zumo de naranja —le dijo—. Natural a poder ser.
—De acuerdo.
Y el camarero se marchó de allí. Lo cierto era que Giotto no solía beber nada que pudiera enturbiar sus sentidos estando de servicio, y mucho menos antes de la batalla. Eso era para piratas, aunque mentiría si no lo hubiera hecho durante sus primeros años como agente del gobierno.
Dos horas después, el tren llegó a su destino y bajó junto a la mink. Ya era de noche, y un espeso mar de nubes se encontraba sobre Nakamura. Parecía que iba a llover, mas esperaba que no sucediera, ya que el fuego y el agua no se llevaban bien.
—¿Vamos al punto de encuentro? —le preguntó a la mink por mera cordialidad.
—¿No somos muy mayores para eso? —le preguntó Giotto, dibujando una mueca en su cara al ver como llamaba al camarero para pedirle una copa.
—¿Dos ginebras entonces? —preguntó el camarero.
—Yo quiero un zumo de naranja —le dijo—. Natural a poder ser.
—De acuerdo.
Y el camarero se marchó de allí. Lo cierto era que Giotto no solía beber nada que pudiera enturbiar sus sentidos estando de servicio, y mucho menos antes de la batalla. Eso era para piratas, aunque mentiría si no lo hubiera hecho durante sus primeros años como agente del gobierno.
Dos horas después, el tren llegó a su destino y bajó junto a la mink. Ya era de noche, y un espeso mar de nubes se encontraba sobre Nakamura. Parecía que iba a llover, mas esperaba que no sucediera, ya que el fuego y el agua no se llevaban bien.
—¿Vamos al punto de encuentro? —le preguntó a la mink por mera cordialidad.
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La mink agachó la mirada y se llevó la pata derecha a la nuca, la cual agitó en varias ocasiones, en un gesto tan inconsciente que no guardaba un significado más allá de la vergüenza que Ellie estaba pasando en ese momento.
Su intento por pasarlo bien con Gio había salido mal, y no solo eso, sino que el humano había sido excesivamente directo con la agente. Primero con su intento por jugar a algo que hiciera más ameno el viaje. ¿Cómo iba a ser mayor para jugar a ello? ¡Como si los juegos como aquel tuvieran edad!
Y, claro, sin juego de por medio las copas ya no pegaban, así que Gio pidió un zumo de naranja, algo que descuadró completamente a la mink. Agachó la mirada y pidió un vaso de leche, a poder ser con galletas. La joven no podía con el bajón que acababa de experimentar, así que pasó la mayoría del viaje ahogando sus penas a la par que lo hacía con las galletas sobre la leche.
El resto del viaje la agente intentó relajarse y leer de nuevo el informe que le acompañaba. Cuando quiso darse cuenta habían llegado a su destino. La puerta del tren se abrió y salió la primera, inmediatamente seguida por su compañero, que preguntó si iban al punto de encuentro, a lo que la mink asintió.
No había punto de encuentro como tal, pero Ellie entendió que debían ir a la plaza, allí verían qué panorama se encontraban, así que puso rumbo siguiendo el mapa adjunto al informe. Si nada fallaba, estarían en la plaza central en unos minutos.
Su intento por pasarlo bien con Gio había salido mal, y no solo eso, sino que el humano había sido excesivamente directo con la agente. Primero con su intento por jugar a algo que hiciera más ameno el viaje. ¿Cómo iba a ser mayor para jugar a ello? ¡Como si los juegos como aquel tuvieran edad!
Y, claro, sin juego de por medio las copas ya no pegaban, así que Gio pidió un zumo de naranja, algo que descuadró completamente a la mink. Agachó la mirada y pidió un vaso de leche, a poder ser con galletas. La joven no podía con el bajón que acababa de experimentar, así que pasó la mayoría del viaje ahogando sus penas a la par que lo hacía con las galletas sobre la leche.
El resto del viaje la agente intentó relajarse y leer de nuevo el informe que le acompañaba. Cuando quiso darse cuenta habían llegado a su destino. La puerta del tren se abrió y salió la primera, inmediatamente seguida por su compañero, que preguntó si iban al punto de encuentro, a lo que la mink asintió.
No había punto de encuentro como tal, pero Ellie entendió que debían ir a la plaza, allí verían qué panorama se encontraban, así que puso rumbo siguiendo el mapa adjunto al informe. Si nada fallaba, estarían en la plaza central en unos minutos.
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El camino hacia la plaza había sido bastante interesante. Habían cruzado varias calles, pero en la mayoría se podían ver algunos factores comunes. Desde pintadas en las fachadas más propias de vándalos que de artistas callejeros, hasta continuas obras en cada rincón de la isla.
Ellie solía quedarse embobada la primera vez que pasaba por esos sitios, y aquella vez no fue una excepción. Se fijó en cada trazo de las distintas letras que componían los sobrenombres de esos gamberros que firmaban todo lo que creían les pertenecía. Había nombres como Zoren, Kesa, Proten, Xisca… La agente se los apuntó en su mente para, cuando todo pasara, elaborar el informe y detallar si los vándalos habían sido detenidos en su totalidad o no.
Entre pensamientos, la joven agente terminó llegando hasta la plaza central, donde todo parecía mucho más caótico que en el resto del pueblo. ¿Por qué? Los bancos de madera estaban destrozados, las farolas dobladas, las señales y postes de luz arañados, doblados o simplemente rotos, y por el suelo había una gran cantidad de trozos de cristal. Probablemente fueran de bebidas alcohólicas, parte de las farolas rotas, o incluso cristales de viviendas cercanas. Algo decía a la mink que aquello no terminaría demasiado bien.
Sin embargo hubo algo que le llamó la atención; el silencio. No había nadie en la calle, y aquello no era muy normal, así que Ellie miró a su compañero e intentó trazar una línea sobre la cual partir.
- Si todo esto está roto y no hay nadie, solo puede significar dos cosas. O ahora están en otro lado, o siembran el caos por la noche. Pero claro, ¿con qué fin? Creo que eso es lo primero que debemos averiguar.
La loba tenía claro que quería encarcelar a todos los malhechores que pillara, pero claro, ¿bajo qué premisa se movían? ¿Por qué actuaban así? ¿Acaso buscaban algo en el pueblo? De momento eran muchas preguntas para tan pocas respuestas, así que la agente se esperaría a que su compañero le diera alguna, o al menos propusiera algo.
Ellie solía quedarse embobada la primera vez que pasaba por esos sitios, y aquella vez no fue una excepción. Se fijó en cada trazo de las distintas letras que componían los sobrenombres de esos gamberros que firmaban todo lo que creían les pertenecía. Había nombres como Zoren, Kesa, Proten, Xisca… La agente se los apuntó en su mente para, cuando todo pasara, elaborar el informe y detallar si los vándalos habían sido detenidos en su totalidad o no.
Entre pensamientos, la joven agente terminó llegando hasta la plaza central, donde todo parecía mucho más caótico que en el resto del pueblo. ¿Por qué? Los bancos de madera estaban destrozados, las farolas dobladas, las señales y postes de luz arañados, doblados o simplemente rotos, y por el suelo había una gran cantidad de trozos de cristal. Probablemente fueran de bebidas alcohólicas, parte de las farolas rotas, o incluso cristales de viviendas cercanas. Algo decía a la mink que aquello no terminaría demasiado bien.
Sin embargo hubo algo que le llamó la atención; el silencio. No había nadie en la calle, y aquello no era muy normal, así que Ellie miró a su compañero e intentó trazar una línea sobre la cual partir.
- Si todo esto está roto y no hay nadie, solo puede significar dos cosas. O ahora están en otro lado, o siembran el caos por la noche. Pero claro, ¿con qué fin? Creo que eso es lo primero que debemos averiguar.
La loba tenía claro que quería encarcelar a todos los malhechores que pillara, pero claro, ¿bajo qué premisa se movían? ¿Por qué actuaban así? ¿Acaso buscaban algo en el pueblo? De momento eran muchas preguntas para tan pocas respuestas, así que la agente se esperaría a que su compañero le diera alguna, o al menos propusiera algo.
Giotto Leblanc
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Giotto apenas habló durante el viaje, y eso parecía que no le gustaba a Ellie. Lo cierto era que el rubio era muy callado durante sus misiones, quizá demasiado para el gusto de muchos, pero era de esas personas que prefería separar el ocio del trabajo. Había tiempo para divertirse y tiempo para los quehaceres diarios de la agencia gubernamental. ¿Qué podía combinarlos? Sí, mas estaba mal hacerlo; al menos desde su punto de vista.
Durante un momento creyó que se encontraba en los suburbios de la isla, pues las pintadas de las paredes, las papeleras rotas y las farolas sin bombillas lo hacían parecer. Pero ese pensamiento cambió al contemplar que esa decoración tan poco apropiada abordaba gran parte de la ciudad. «Zoren…», discurrió para sus adentros. Ese extraño nombre o apodo le sonaba de algo, pero ¿de qué? Por mucho que pensaba era incapaz de recordar de qué.
Al llegar a la plaza, Giotto se detuvo de golpe al contemplar como lo que había sido una fuente había sido destrozada, dejando un único cráter encharcado con agua y trozos de mármol.
—La forma en la que han destruido la fuente no me gusta ni un ápice —comentó a su compañera justo después—. Como bien dices, es muy raro que esto todo tan calmado.
Y cerró los ojos, tratando de sentir algún aura cerca. Respiró lentamente, intentando concentrarse en cualquier presencia, olor o sonido que estuviera en los alrededores. Al principio no fue capaz de notar nada, pero un sonido seco parecido algo de madera cayéndose al suelo llamó su atención. Aquel sonido procedía de lo que era el ayuntamiento, aunque varios metros hacia el suelo. Allí podía notar más auras de las que era capaz de sentir. Ninguna era fuerte, y podía asegurar que en casi su totalidad tenían miedo.
—Bajo nuestros pies puedo notar gente —le dijo—. Desde el centro de la plaza hasta el ayuntamiento —Tras eso, caminó hacia concejo de la isla, cuya puerta también estaba destrozada—. Después de usted, señorita Ellie.
Durante un momento creyó que se encontraba en los suburbios de la isla, pues las pintadas de las paredes, las papeleras rotas y las farolas sin bombillas lo hacían parecer. Pero ese pensamiento cambió al contemplar que esa decoración tan poco apropiada abordaba gran parte de la ciudad. «Zoren…», discurrió para sus adentros. Ese extraño nombre o apodo le sonaba de algo, pero ¿de qué? Por mucho que pensaba era incapaz de recordar de qué.
Al llegar a la plaza, Giotto se detuvo de golpe al contemplar como lo que había sido una fuente había sido destrozada, dejando un único cráter encharcado con agua y trozos de mármol.
—La forma en la que han destruido la fuente no me gusta ni un ápice —comentó a su compañera justo después—. Como bien dices, es muy raro que esto todo tan calmado.
Y cerró los ojos, tratando de sentir algún aura cerca. Respiró lentamente, intentando concentrarse en cualquier presencia, olor o sonido que estuviera en los alrededores. Al principio no fue capaz de notar nada, pero un sonido seco parecido algo de madera cayéndose al suelo llamó su atención. Aquel sonido procedía de lo que era el ayuntamiento, aunque varios metros hacia el suelo. Allí podía notar más auras de las que era capaz de sentir. Ninguna era fuerte, y podía asegurar que en casi su totalidad tenían miedo.
—Bajo nuestros pies puedo notar gente —le dijo—. Desde el centro de la plaza hasta el ayuntamiento —Tras eso, caminó hacia concejo de la isla, cuya puerta también estaba destrozada—. Después de usted, señorita Ellie.
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El agente se había dado cuenta del destrozo de la fuente también, algo que le llamó especialmente la atención. Fijó su mirada allí y confirmó las sospechas de Ellie sobre lo extraño de aquello.
Cuando la loba se encontraba pensando, observó cómo su compañero cerraba los ojos y se concentraba en una tarea que parecía transportarle a otro mundo. Y entonces señaló en dirección al ayuntamiento, argumentando que oía cosas procedentes de debajo del suelo. La mink le miró extrañado, sin embargo pronto una especie de madera cayendo le dio la razón. Algo se cocía bajo tierra.
Gio cedió la primera posición a Ellie, y ésta caminó con cautela y paso firme hasta llegar a las inmediaciones del ayuntamiento. Allí todo estaba destrozado, desde la puerta hasta las ventanas, pasando por mobiliario. Incluso las escaleras que iban a un nivel superior estaban visiblemente dañadas. La mink le hizo una seña a su compañero para que rodeasen el ayuntamiento. Antes de entrar, siempre venía bien cerciorarse de que el peligro, efectivamente, estaba dentro.
Lentamente, la loba fue dando la vuelta por el ayuntamiento, y justo en el punto que uniría las posiciones de los dos agentes, yacía en el suelo un humano ensangrentado, claramente agredido en cada parte de su cuerpo. Ellie llevó su para hasta el cuello del humano, intentando comprobar si tenía pulso o no, pero claramente estaba muerto.
-Así que también matan -susurró a la par que se reincorporaba-. ¿Has visto algo por tu lado, Gio?
Si su compañero no había visto nada raro, tendrían que entrar en el ayuntamiento y buscar alguna pista de cómo bajar. Con suerte podrían detener a aquella gente lo antes posible.
Cuando la loba se encontraba pensando, observó cómo su compañero cerraba los ojos y se concentraba en una tarea que parecía transportarle a otro mundo. Y entonces señaló en dirección al ayuntamiento, argumentando que oía cosas procedentes de debajo del suelo. La mink le miró extrañado, sin embargo pronto una especie de madera cayendo le dio la razón. Algo se cocía bajo tierra.
Gio cedió la primera posición a Ellie, y ésta caminó con cautela y paso firme hasta llegar a las inmediaciones del ayuntamiento. Allí todo estaba destrozado, desde la puerta hasta las ventanas, pasando por mobiliario. Incluso las escaleras que iban a un nivel superior estaban visiblemente dañadas. La mink le hizo una seña a su compañero para que rodeasen el ayuntamiento. Antes de entrar, siempre venía bien cerciorarse de que el peligro, efectivamente, estaba dentro.
Lentamente, la loba fue dando la vuelta por el ayuntamiento, y justo en el punto que uniría las posiciones de los dos agentes, yacía en el suelo un humano ensangrentado, claramente agredido en cada parte de su cuerpo. Ellie llevó su para hasta el cuello del humano, intentando comprobar si tenía pulso o no, pero claramente estaba muerto.
-Así que también matan -susurró a la par que se reincorporaba-. ¿Has visto algo por tu lado, Gio?
Si su compañero no había visto nada raro, tendrían que entrar en el ayuntamiento y buscar alguna pista de cómo bajar. Con suerte podrían detener a aquella gente lo antes posible.
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—De acuerdo —le respondió a la mink ante su propuesta de separarse para rodear el ayuntamiento.
Ellie fue por la izquierda, mientras que él optó por ir la derecha. No encontró nada interesante más allá de pintadas y heces humanas por el suelo. «Me parece increíble que la gente se dedique a hacer sus necesidades al aire libre y de esta forma», se dijo el agente continuaba por el siguiente lado. Y entonces, encontró una diminuta bolsita de plástico con algunas pastillas dentro, se agachó a cogerla y la miró detenidamente. «Interesante…», pensó al ver la extraña forma romboidal que tenía una de las pastillas.
Al toparse de nuevo con Ellie estaba agachada junto a un cuerpo.
—Alborotadores, drogadictos —le enseñó la bolsa que había encontrado antes de guardarla—. Y asesinos… Tienen el lote completo.
Se dirigió hacia el interior del ayuntamiento, que no era muy diferente de cualquier otro en el que hubiera estado: decoración ostentosa, algunos cuadros de pintores cuasifamosos y muchas plantas de interior de distintos tipos, como helechos o crasas. ¿Lo extraño en todo aquello? Parecía que una jauría de hienas había pasado por allí buscando comida.
Subió al primer y último piso, que se encontraba en mucho peor estado que la planta baja. ¿Lo curioso? Que no tenía pintadas y que el despacho del alcalde estaba en perfecto estado de revista.
—Ellie, ven aquí un segundo —Esperó a que llegara la mink—. ¿Qué probabilidad hay que en un segundo piso haya un acceso al subsuelo? —le preguntó.
Ellie fue por la izquierda, mientras que él optó por ir la derecha. No encontró nada interesante más allá de pintadas y heces humanas por el suelo. «Me parece increíble que la gente se dedique a hacer sus necesidades al aire libre y de esta forma», se dijo el agente continuaba por el siguiente lado. Y entonces, encontró una diminuta bolsita de plástico con algunas pastillas dentro, se agachó a cogerla y la miró detenidamente. «Interesante…», pensó al ver la extraña forma romboidal que tenía una de las pastillas.
Al toparse de nuevo con Ellie estaba agachada junto a un cuerpo.
—Alborotadores, drogadictos —le enseñó la bolsa que había encontrado antes de guardarla—. Y asesinos… Tienen el lote completo.
Se dirigió hacia el interior del ayuntamiento, que no era muy diferente de cualquier otro en el que hubiera estado: decoración ostentosa, algunos cuadros de pintores cuasifamosos y muchas plantas de interior de distintos tipos, como helechos o crasas. ¿Lo extraño en todo aquello? Parecía que una jauría de hienas había pasado por allí buscando comida.
Subió al primer y último piso, que se encontraba en mucho peor estado que la planta baja. ¿Lo curioso? Que no tenía pintadas y que el despacho del alcalde estaba en perfecto estado de revista.
—Ellie, ven aquí un segundo —Esperó a que llegara la mink—. ¿Qué probabilidad hay que en un segundo piso haya un acceso al subsuelo? —le preguntó.
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La loba suspiró ante los hechos probados por su compañero. La lista de delitos de aquella gente no hacía más que incrementarse cada minuto que estaban allí. Además de alborotar y asesinar, también traficaban o consumían con drogas varias.
La mink agachó la mirada y empezó a pensar qué opciones tenían. Entre tanto, su compañero decidió inspeccionar la zona, y no fue hasta unos segundos más tarde cuando se dirigió a ella para mostrarle algo que había encontrado.
Gio la invitó a ir al segundo piso, donde él se encontraba, y una vez accedió a través de las desgastadas escaleras, le mostró lo que había encontrado a la par que le preguntaba si era algo normal.
A decir verdad nada de lo que se estaban encontrando era ligeramente normal. Primero el desolado pueblo, después las continuas pintadas en los exteriores del lugar, y luego un ayuntamiento lleno de cadáveres, basura y drogas, y para más inri, una segunda planta que se comunicaba con el subsuelo a través de una trampilla y unas escaleras que parecían infinitas.
-Leí bastante sobre estructuras de edificios después de los incidentes de la aguja, y aprendí que muchos edificios institucionales guardan una especie de bunker en los subsuelos para situaciones límite, aunque supongo que lo lógico sería pensar que su acceso estaría en la planta baja. Quizá por eso está aquí, para que pierdas unos valiosos minutos buscándolo.
La mink accedió a entrar e invitó a Gio a que hiciese lo mismo. Aunque no se veía nada, ambos tenían un poder muy útil en esas situaciones. Ellie prendió su pata izquierda e hizo como si fuera una antorcha. Cuando bajaron unos veinte escalones, las orejas de Ellie se alzaron y ésta empezó a escuchar murmuros. Con la pata diestra paró a Gio y le hizo una seña para que escuchara. Las voces parecían lejanas, pero susurraban sobre algo que les preocupaban. Unos segundos más y Ellie escuchó las palabras claves.
-Se creen que somos los malos. Están preparando algo, habrá que ir con cuidado. O quizá sería mejor idea decirles quienes somos, ¿no?
Aunque aquello podía llamar la atención de los demás, quizá era lo más inteligente. Antes de dar el siguiente paso, la mink esperaría a la respuesta de su compañero.
La mink agachó la mirada y empezó a pensar qué opciones tenían. Entre tanto, su compañero decidió inspeccionar la zona, y no fue hasta unos segundos más tarde cuando se dirigió a ella para mostrarle algo que había encontrado.
Gio la invitó a ir al segundo piso, donde él se encontraba, y una vez accedió a través de las desgastadas escaleras, le mostró lo que había encontrado a la par que le preguntaba si era algo normal.
A decir verdad nada de lo que se estaban encontrando era ligeramente normal. Primero el desolado pueblo, después las continuas pintadas en los exteriores del lugar, y luego un ayuntamiento lleno de cadáveres, basura y drogas, y para más inri, una segunda planta que se comunicaba con el subsuelo a través de una trampilla y unas escaleras que parecían infinitas.
-Leí bastante sobre estructuras de edificios después de los incidentes de la aguja, y aprendí que muchos edificios institucionales guardan una especie de bunker en los subsuelos para situaciones límite, aunque supongo que lo lógico sería pensar que su acceso estaría en la planta baja. Quizá por eso está aquí, para que pierdas unos valiosos minutos buscándolo.
La mink accedió a entrar e invitó a Gio a que hiciese lo mismo. Aunque no se veía nada, ambos tenían un poder muy útil en esas situaciones. Ellie prendió su pata izquierda e hizo como si fuera una antorcha. Cuando bajaron unos veinte escalones, las orejas de Ellie se alzaron y ésta empezó a escuchar murmuros. Con la pata diestra paró a Gio y le hizo una seña para que escuchara. Las voces parecían lejanas, pero susurraban sobre algo que les preocupaban. Unos segundos más y Ellie escuchó las palabras claves.
-Se creen que somos los malos. Están preparando algo, habrá que ir con cuidado. O quizá sería mejor idea decirles quienes somos, ¿no?
Aunque aquello podía llamar la atención de los demás, quizá era lo más inteligente. Antes de dar el siguiente paso, la mink esperaría a la respuesta de su compañero.
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La mink no tardó mucho en encontrar un acceso en aquella sala. Era una especie de trampilla que daba a unas escaleras que descendían por aquella ala del edificio, en línea recta en dirección a la plaza. ¿La forma de haberlo hecho? Lo desconocía, aunque lo más seguro es que fuera gracias a sus sentidos. Los miembros de la noble tribu mink, al igual que los gyojin en su terreno, tenían lo mejor de la especie animal predominante en su ADN y lo mejor de la raza humana, y teniendo en cuenta que era un cánido, como mínimo, su olfato y su oído estaban más agudizados que el de cualquier humano normal como él.
Descendieron por los peldaños con mucha cautela, lentamente y tratando de no hacer ruido. Todo estaba muy oscuro, a excepción de la tenue claridad que emitía la candente mano de Ellie. Era un calor intenso, que incluso él respetaba siendo la representación del fuego hecha carne gracias a su fruta. Y fue entonces, cuando caminaba absorto en sus pensamientos, que antes de colocar su pie derecho sobre el peldaño Ellie alzó su brazo derecho y le paró en seco.
«¿Voces?», se preguntó ante el comentario de la agente.
Cerró los ojos durante un instante, tratando de escuchar lo que decían. No estaban lejos, a unos veinte metros de allí como máximo, tal vez treinta, y estaban hablando. «Se ve una luz», dijo una voz grave y veterana. «Tengo miedo señor Von Trost», dijo una voz blanca como la de un niño.
—No podemos dar nuestra identidad —le respondió Giotto con calma—. Al menos no por ahora. Si preguntan hemos venido a ayudar, y si nos atacan reducimos sin hacer daño a nadie.
De nuevo caminaron, y el sonido de un rifle alertó al agente, que se echó a un lado rápidamente por puro instinto. La bala le rozó el hombro, atravesándolo y dejando un agujero en su cuerpo que, rápidamente, se recubrió de fuego. «Ni las buenas tardes…», pensó Giotto antes de alzar la voz.
—No se preocupen. Hemos venido a ayudaros y saber si están bien —Elevó los brazos y continuó caminando hacia lo que parecía una puerta de metal muy gruesa, desde donde sobresalía el cañón humeante de un arma de fuego.
—Identifíquese o abriremos fuego de nuevo, y prometo que esta vez no será un disparo de advertencia. No fallaré.
«¿Advertencia? Si me ha dado…»
—Soy un amigo —la voz de Giotto se tornó suave y agradable, embaucadora y sincera, tan amena que daba gusto escucharla—. Pueden llamarme señor di Tempesta, y esta de aquí es mi compañera la señorita… —No se le ocurrió ningún nombre, aunque esperaba que Ellie reaccionara rápido.
Descendieron por los peldaños con mucha cautela, lentamente y tratando de no hacer ruido. Todo estaba muy oscuro, a excepción de la tenue claridad que emitía la candente mano de Ellie. Era un calor intenso, que incluso él respetaba siendo la representación del fuego hecha carne gracias a su fruta. Y fue entonces, cuando caminaba absorto en sus pensamientos, que antes de colocar su pie derecho sobre el peldaño Ellie alzó su brazo derecho y le paró en seco.
«¿Voces?», se preguntó ante el comentario de la agente.
Cerró los ojos durante un instante, tratando de escuchar lo que decían. No estaban lejos, a unos veinte metros de allí como máximo, tal vez treinta, y estaban hablando. «Se ve una luz», dijo una voz grave y veterana. «Tengo miedo señor Von Trost», dijo una voz blanca como la de un niño.
—No podemos dar nuestra identidad —le respondió Giotto con calma—. Al menos no por ahora. Si preguntan hemos venido a ayudar, y si nos atacan reducimos sin hacer daño a nadie.
De nuevo caminaron, y el sonido de un rifle alertó al agente, que se echó a un lado rápidamente por puro instinto. La bala le rozó el hombro, atravesándolo y dejando un agujero en su cuerpo que, rápidamente, se recubrió de fuego. «Ni las buenas tardes…», pensó Giotto antes de alzar la voz.
—No se preocupen. Hemos venido a ayudaros y saber si están bien —Elevó los brazos y continuó caminando hacia lo que parecía una puerta de metal muy gruesa, desde donde sobresalía el cañón humeante de un arma de fuego.
—Identifíquese o abriremos fuego de nuevo, y prometo que esta vez no será un disparo de advertencia. No fallaré.
«¿Advertencia? Si me ha dado…»
—Soy un amigo —la voz de Giotto se tornó suave y agradable, embaucadora y sincera, tan amena que daba gusto escucharla—. Pueden llamarme señor di Tempesta, y esta de aquí es mi compañera la señorita… —No se le ocurrió ningún nombre, aunque esperaba que Ellie reaccionara rápido.
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-Ellionette-le salió decir de forma espontánea, aunque algo decía a la mink que había sido una rápida reacción sobre una pequeña cagada al empezar diciendo su nombre-. Y al igual que mi gran compañero, vengo aquí a ayudaros. ¿De qué os estáis escondiendo?
Lo cierto era que la voz de la mink sonaba mucho más dulce de lo que realmente le hubiera salido. Había tenido que lanzarse a un lateral ante la bienvenida recibida, y juraría que a Gio habían conseguido darle. ¿Cómo había sido capaz de mostrar esa entereza al mantener la conversación? Era algo sumamente admirable.
Tras la pregunta que había lanzado, los murmuros volvieron a hacerse notar, y el silencio predominó durante unos segundos más que la loba aprovechó para mirar a su compañero y hacerle un gesto para preguntarle si estaba bien. Seguro que había empleado sus poderes de logia, pero la joven no se quedaría tranquila hasta saberlo a ciencia cierta. Tras unos segundos más, el humano que portaba el rifle lo sacó de la rendija desde la cual apuntaba y abrió una pequeña puerta relativamente camuflada en la grande.
Ellie decidió asomarse antes que Gio, y se encontró a un gran grupo de humanos asentados allí. Podían ser fácilmente treinta, quizá alguno más. Los niños jugueteaban al fondo, mientras que algunos adultos apuntaban a la puerta con rifles y otros miraban sentados mientras comían o bebían algo.
-Podéis entrar, pero estaréis vigilados todo el rato. Quizá sí que nos seáis de ayuda. Y francamente… No estamos como para rechazarla…
La agente dio un par de pasos y un humano la sorprendió desde atrás, agarrandola sin aplicar lucha fuerza. Ellie se dio cuenta que no estaba siendo una agresión y giró el cuello. El tipo solo pretendía cachearla en busca de armas, aunque sólo consiguió sacar una bolsa de frutos secos de uno de los bolsillos de su pantalón. Tras ello el tipo se acercaría a Giotto con la misma intención.
-MI nombre es Ellionette, y te venido con mi compañero a brindaros ayuda. Sólo necesitamos que nos deis algunos detalles de lo que está pasando. Cuantos más detalles y más específicos, mejor serán para nosotros.
La mink tuvo la sensación de que estaba hablando para nadie, más que nada por las distantes miradas de los allí presentes, que a juzgar por los gestos, harían con casi total seguridad oídos sordos ante sus palabras.
Pero a veces hay momentos que sorprenden. Y en aquel momento, uno de los adultos sentados que se encontraba bebiendo algún tipo de infusión se levantó y miró a la agente.
-Algo habrás visto hasta llegar aquí -comentó a la par que se quitaba la chaqueta y dejaba ver una rasgada y manchada camisa-. Pintadas, destrozos, incluso algún que otro asesinato. Todo por culpa de ese traficante… Se hace llamar Porky the Reaper, y engañó a nuestra juventud con drogas. Ahora los tiene esclavizados y son presos de la adicción. Harán lo que sea y cuando sea a cambio de un poco más de droga… Muchos de esos jóvenes son hijos de algunos presentes aquí. Estamos bastante desesperados… No sabemos muy bien qué hacer sin que alguno de los jóvenes se vea perjudicado.
Ellie asintió a la par que pensaba en alguna pregunta que hacer, aunque confiaba en que Gio la ayudase en ello.
Lo cierto era que la voz de la mink sonaba mucho más dulce de lo que realmente le hubiera salido. Había tenido que lanzarse a un lateral ante la bienvenida recibida, y juraría que a Gio habían conseguido darle. ¿Cómo había sido capaz de mostrar esa entereza al mantener la conversación? Era algo sumamente admirable.
Tras la pregunta que había lanzado, los murmuros volvieron a hacerse notar, y el silencio predominó durante unos segundos más que la loba aprovechó para mirar a su compañero y hacerle un gesto para preguntarle si estaba bien. Seguro que había empleado sus poderes de logia, pero la joven no se quedaría tranquila hasta saberlo a ciencia cierta. Tras unos segundos más, el humano que portaba el rifle lo sacó de la rendija desde la cual apuntaba y abrió una pequeña puerta relativamente camuflada en la grande.
Ellie decidió asomarse antes que Gio, y se encontró a un gran grupo de humanos asentados allí. Podían ser fácilmente treinta, quizá alguno más. Los niños jugueteaban al fondo, mientras que algunos adultos apuntaban a la puerta con rifles y otros miraban sentados mientras comían o bebían algo.
-Podéis entrar, pero estaréis vigilados todo el rato. Quizá sí que nos seáis de ayuda. Y francamente… No estamos como para rechazarla…
La agente dio un par de pasos y un humano la sorprendió desde atrás, agarrandola sin aplicar lucha fuerza. Ellie se dio cuenta que no estaba siendo una agresión y giró el cuello. El tipo solo pretendía cachearla en busca de armas, aunque sólo consiguió sacar una bolsa de frutos secos de uno de los bolsillos de su pantalón. Tras ello el tipo se acercaría a Giotto con la misma intención.
-MI nombre es Ellionette, y te venido con mi compañero a brindaros ayuda. Sólo necesitamos que nos deis algunos detalles de lo que está pasando. Cuantos más detalles y más específicos, mejor serán para nosotros.
La mink tuvo la sensación de que estaba hablando para nadie, más que nada por las distantes miradas de los allí presentes, que a juzgar por los gestos, harían con casi total seguridad oídos sordos ante sus palabras.
Pero a veces hay momentos que sorprenden. Y en aquel momento, uno de los adultos sentados que se encontraba bebiendo algún tipo de infusión se levantó y miró a la agente.
-Algo habrás visto hasta llegar aquí -comentó a la par que se quitaba la chaqueta y dejaba ver una rasgada y manchada camisa-. Pintadas, destrozos, incluso algún que otro asesinato. Todo por culpa de ese traficante… Se hace llamar Porky the Reaper, y engañó a nuestra juventud con drogas. Ahora los tiene esclavizados y son presos de la adicción. Harán lo que sea y cuando sea a cambio de un poco más de droga… Muchos de esos jóvenes son hijos de algunos presentes aquí. Estamos bastante desesperados… No sabemos muy bien qué hacer sin que alguno de los jóvenes se vea perjudicado.
Ellie asintió a la par que pensaba en alguna pregunta que hacer, aunque confiaba en que Gio la ayudase en ello.
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Giotto se adentró en aquel bunker justo después de la mink, bajo la mirada acusadora de un grupo de temerosos desconocidos, mientras uno de ellos usaba sus ásperas manos para tocar todos y cada uno de los rincones de su cuerpo en busca de armas. No tenía nada, a excepción de un paquete de cigarrillos a la mitad de su capacidad.
—No tengo nada —comentó con voz complaciente—. Así que puedes dejar de tocar ahí.
El hombre paró, y dejó entrar a Giotto en el búnker. Lo primero que noto al entrar era que apenas había jovenes en el lugar, a excepción de niños pequeños. Todos eran adultos y ancianos. Y entonces, escuchó lo que dijo uno de los hombres que parecía tener la voz cantante. Era un sujeto alto, corpulento y regordete. Tenía cara de buena persona, mas su mirada tan solo mostraba tristeza y preocupación.
El rubio frunció el entrecejo y suspiró, cruzandose de brazos justo después. La información de la que disponían los pueblerinos era la misma que tenía él, ni más ni menos. Un criminal salido de la nada que drogaba a jovenes y los usaba para su propio beneficio. No obstante, él quid de la cuestión se encontraba en que no solo eran drogas, sino que eran una sustancia que inhibia la voluntad y hacía sujestionables a quien la consumía. Pero, ¿porqué solo jovenes? También podría usarlas sobre adictos o intentar que gente de más edad la probasen. Esa y más preguntas golpeaban con fuerza la mente del agente, cuando una explosión hizo mover los cimientos del búnker.
—¡Oh, no! —alzó la voz el hombre—. Han vuelto...
Giotto miró a Ellie, haciendo un leve movimiento con la cabeza señalando hacia arriba.
—No tengo nada —comentó con voz complaciente—. Así que puedes dejar de tocar ahí.
El hombre paró, y dejó entrar a Giotto en el búnker. Lo primero que noto al entrar era que apenas había jovenes en el lugar, a excepción de niños pequeños. Todos eran adultos y ancianos. Y entonces, escuchó lo que dijo uno de los hombres que parecía tener la voz cantante. Era un sujeto alto, corpulento y regordete. Tenía cara de buena persona, mas su mirada tan solo mostraba tristeza y preocupación.
El rubio frunció el entrecejo y suspiró, cruzandose de brazos justo después. La información de la que disponían los pueblerinos era la misma que tenía él, ni más ni menos. Un criminal salido de la nada que drogaba a jovenes y los usaba para su propio beneficio. No obstante, él quid de la cuestión se encontraba en que no solo eran drogas, sino que eran una sustancia que inhibia la voluntad y hacía sujestionables a quien la consumía. Pero, ¿porqué solo jovenes? También podría usarlas sobre adictos o intentar que gente de más edad la probasen. Esa y más preguntas golpeaban con fuerza la mente del agente, cuando una explosión hizo mover los cimientos del búnker.
—¡Oh, no! —alzó la voz el hombre—. Han vuelto...
Giotto miró a Ellie, haciendo un leve movimiento con la cabeza señalando hacia arriba.
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La mink notó cómo su compañero se ponía algo nervioso mientras le cacheaban, aunque mantuvo la calma necesaria para no hacer nada que no debiera. ¿Sería muy impulsivo Giotto? Ellie se limitó a realizar un barrido visual por la zona para tener controlada la situación.
Al principio observó a cada miembro allí presente, contando adultos, niños y ancianos. En total había ocho personas de escasa edad, veintitrés adultos y nueve ancianos. Era más que llamativo que no hubiese ningún humano en edad de rebeldía. Los adolescentes en ocasiones eran indomables. Quizá se habían negado a encerrarse en un bunker y morir del asco. Quién sabe.
Cuando la joven agente se disponía a contárselo a su compañero, un hombre dio la voz de alarma. Con la mirada perdida, varios de los adultos cogieron a los niños con ellos y se escondieron como buenamente pudieron. Algunos lo hicieron dentro de armarios, otros detrás de objetos, y algunos se limitaron a tirarse al suelo y rezar a algún dios que, con casi total seguridad, no podría hacerlos invisibles.
Ellie se acercó a Gio y le susurró algo al oído mientras calentaba su cuerpo.
-Si saben que están aquí, no hay duda de que son ellos. Propongo escondernos y realizar un ataque sorpresa. Recuerda que no debemos derramar sangre si no es estrictamente necesario.
Consciente del objetivo real, la agente se escondió detrás de una columna y aguardó al momento perfecto para salir y noquear a tantos tipos como hiciera falta hasta que cesaran lo que fuera que estuvieran intentando.
Al principio observó a cada miembro allí presente, contando adultos, niños y ancianos. En total había ocho personas de escasa edad, veintitrés adultos y nueve ancianos. Era más que llamativo que no hubiese ningún humano en edad de rebeldía. Los adolescentes en ocasiones eran indomables. Quizá se habían negado a encerrarse en un bunker y morir del asco. Quién sabe.
Cuando la joven agente se disponía a contárselo a su compañero, un hombre dio la voz de alarma. Con la mirada perdida, varios de los adultos cogieron a los niños con ellos y se escondieron como buenamente pudieron. Algunos lo hicieron dentro de armarios, otros detrás de objetos, y algunos se limitaron a tirarse al suelo y rezar a algún dios que, con casi total seguridad, no podría hacerlos invisibles.
Ellie se acercó a Gio y le susurró algo al oído mientras calentaba su cuerpo.
-Si saben que están aquí, no hay duda de que son ellos. Propongo escondernos y realizar un ataque sorpresa. Recuerda que no debemos derramar sangre si no es estrictamente necesario.
Consciente del objetivo real, la agente se escondió detrás de una columna y aguardó al momento perfecto para salir y noquear a tantos tipos como hiciera falta hasta que cesaran lo que fuera que estuvieran intentando.
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Los ciudadanos fueron movilizándose muy rápidamente, cerrando la puerta de metal y escondiéndose en distintos lugares dentro de aquel extraño bunker. ¿En serio pensaban que eso les serviría contra una horda de delincuentes? Giotto estaba estupefacto, a lo que no ayudó el plan de acción de su compañera. ¿De verdad quería esconderse allí y llevar la pelea a las indefensas gentes de aquel pueblecito?
—No creo que sea lo idóneo en estas circunstan…
Pero no le dio tiempo a decir nada más. La mink se escondió y al poco tiempo una serie de golpes comenzaron a hacer temblar la puerta, aunque sin mucho éxito. La golpeaban y la golpeaba, pero no cedía lo más mínimo. «Pues sí que es resistente la dichosa puerta. Eso o los que intentan derribarla son unos enclenques.», se dijo el agente que ni se molesto en esconderse. Y de pronto, un agudo sonido intermitente empezó a escucharse tras la puerta de metal. «Pi, pi, pi, pi…», sonaba en un lapso de tiempo de un segundo, que fue reduciéndose cada vez más hasta que una explosión hizo caer la puerta hacia el interior del búnker.
«En fin…»
Eran un total de seis hombres y cuatro muchachos en estado lamentable, que tiritaban en la retaguardia de los invasores. Sus indumentarias eran parecidas a la de los civiles de la isla, así que el agente intuyó que eran tres de los jóvenes drogadictos que habían sugestionado con estupefacientes. Algo hizo arder el interior del agente, pero no podía enseñar el poder de su fruta tan pronto. Aprovechando que Ellie se estaba encargando de cuatro de ellos, él se abalanzó sobre el que tenía más cerca, golpeando de frente con su puño derecho, echándose hacia atrás para esquivar un contraataque y, seguidamente, desviar un golpe y apuntar con las falanges mediales a su nuez, ahogándolo y haciéndole caer al suelo de una patada.
La sexta en discordia trató de irse de allí, pero se chocó con uno de los yonkies y cayó al suelo. Entretanto, Giotto sacó un cigarrillo, lo llevó a su boca y lo encendió de un chasquido. Dio una calada y despareció de la vista de todos, pasando por al lado de la criminal que se escapaba e interponiéndose en su camino.
—No tan deprisa, señorita….
—MacGregor —dijo una voz grave.
Giotto la miró y se percató de que era un okama, aunque bastante más andrógino que los habitantes de Momoiro, podría decirse que era hasta un hombre atractivo. De ojos azules, cabello rubio de tonalidad oro viejo y con una indumentaria bastante aceptable: unos vaqueros, tenis blancos, camiseta básica del mismo color y una chupa de cuero negra.
—Te voy a dejar escapar, pero te voy a dar un mensaje para tu jefe —El agente aumentó la temperatura del ambiente, casi al mismo tiempo que creaba en su cabeza una intensa llama—. Dile que tiene doce horas desde este mismo momento para irse de la isla y no volver jamás. ¿Entendido? Si no me veré obligado a acabar con su vida y la de todos vuestros compañeros, incluyendo la tuya claro está. ¿Alguna pregunta?
La joven negó con la cabeza.
El agente podía notar el miedo en el interior del okama, hasta el punto que no podía ni hablar. Giotto se echó a un lado y la dejo ir, para encontrarse con Ellie a mitad de camino.
—¿Los has amordazado? —le preguntó—. Es hora de sacarles información sobre nuestro amigo, el señor Porky.
—No creo que sea lo idóneo en estas circunstan…
Pero no le dio tiempo a decir nada más. La mink se escondió y al poco tiempo una serie de golpes comenzaron a hacer temblar la puerta, aunque sin mucho éxito. La golpeaban y la golpeaba, pero no cedía lo más mínimo. «Pues sí que es resistente la dichosa puerta. Eso o los que intentan derribarla son unos enclenques.», se dijo el agente que ni se molesto en esconderse. Y de pronto, un agudo sonido intermitente empezó a escucharse tras la puerta de metal. «Pi, pi, pi, pi…», sonaba en un lapso de tiempo de un segundo, que fue reduciéndose cada vez más hasta que una explosión hizo caer la puerta hacia el interior del búnker.
«En fin…»
Eran un total de seis hombres y cuatro muchachos en estado lamentable, que tiritaban en la retaguardia de los invasores. Sus indumentarias eran parecidas a la de los civiles de la isla, así que el agente intuyó que eran tres de los jóvenes drogadictos que habían sugestionado con estupefacientes. Algo hizo arder el interior del agente, pero no podía enseñar el poder de su fruta tan pronto. Aprovechando que Ellie se estaba encargando de cuatro de ellos, él se abalanzó sobre el que tenía más cerca, golpeando de frente con su puño derecho, echándose hacia atrás para esquivar un contraataque y, seguidamente, desviar un golpe y apuntar con las falanges mediales a su nuez, ahogándolo y haciéndole caer al suelo de una patada.
La sexta en discordia trató de irse de allí, pero se chocó con uno de los yonkies y cayó al suelo. Entretanto, Giotto sacó un cigarrillo, lo llevó a su boca y lo encendió de un chasquido. Dio una calada y despareció de la vista de todos, pasando por al lado de la criminal que se escapaba e interponiéndose en su camino.
—No tan deprisa, señorita….
—MacGregor —dijo una voz grave.
Giotto la miró y se percató de que era un okama, aunque bastante más andrógino que los habitantes de Momoiro, podría decirse que era hasta un hombre atractivo. De ojos azules, cabello rubio de tonalidad oro viejo y con una indumentaria bastante aceptable: unos vaqueros, tenis blancos, camiseta básica del mismo color y una chupa de cuero negra.
—Te voy a dejar escapar, pero te voy a dar un mensaje para tu jefe —El agente aumentó la temperatura del ambiente, casi al mismo tiempo que creaba en su cabeza una intensa llama—. Dile que tiene doce horas desde este mismo momento para irse de la isla y no volver jamás. ¿Entendido? Si no me veré obligado a acabar con su vida y la de todos vuestros compañeros, incluyendo la tuya claro está. ¿Alguna pregunta?
La joven negó con la cabeza.
El agente podía notar el miedo en el interior del okama, hasta el punto que no podía ni hablar. Giotto se echó a un lado y la dejo ir, para encontrarse con Ellie a mitad de camino.
—¿Los has amordazado? —le preguntó—. Es hora de sacarles información sobre nuestro amigo, el señor Porky.
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La mink había visto cómo su compañero fruncía el ceño mientras se escondía, pero era tarde para buscar un plan B, así que se limitó a hacer lo que había pensado en un principio y esperar a que los maleantes entrasen.
El tiempo se hizo largo desde su escondite, y pudo escuchar cómo los atacantes golpeaban la puerta sin cesar durante unos segundos en una intentona en la que no consiguieron que la metálica puerta cediese lo más mínimo.
Unos segundos más tarde, un pitido intermitente comenzó a resonar, y tras ello una explosión dejó ligeramente sorda a la loba durante unos segundos, en los cuales se limitó a llevarse las patas a las orejas en un vano intento por paliar el sufrimiento.
Y entonces salió, observando cómo los tipos allí presentes estaban en una situación lamentable. Mientras Gio se centró en los que tenía delante, la agente se desplazó a gran velocidad hasta los que estaban en la retaguardia, dando leves golpes a cada uno de ellos hasta que cayeron al suelo. No hizo falta nada más para neutralizarlos, ya que tres de ellos empezaron a dormir mientras el cuarto llamaba a su mamá.
Ellie se quitó la mochila y sacó una cuerda de ella, la cual usó para atar de pies y manos a los invasores noqueados, empleando de vez en cuando una de sus uñas para cortar la cuerda.
Cuando se unió a Giotto, se limitó a sentir y decir que había atado a sus rivales y que haría lo mismo con los del hombre de fuego. Por lo visto su compañero había optado por amenazar a una de las tipas para que avisara a su jefe, el tal Porky que parecía ser el que estaba detrás de todo aquél despropósito. Las drogas habían hecho mella en todos ellos y se notaba.
La agente asintió y fue avisando uno por uno a todos los allí presentes con el único fin de que salieran de allí y reconocieran a los drogodependientes amordazados.
-Ese de ahí es mi primo. El que está tirado en la esquina -comentó uno de los adultos, cuyo rasgo más distinguido era la camiseta de cuadros más hortera que la mink había visto en mucho tiempo-. Ese, al que le sangra la mano derecha.
-Vamos a necesitar que identifiqueis a todos los aquí presentes. Y no sólo eso, sino que intentéis llegar al origen de cada uno de ellos. ¿Por qué siguieron a Porky? ¿Quién es ese tipo? ¿Dónde está? Si conseguimos dar con ese hombre, vuestros problemas se acabarán, os damos nuestra palabra.
El tiempo se hizo largo desde su escondite, y pudo escuchar cómo los atacantes golpeaban la puerta sin cesar durante unos segundos en una intentona en la que no consiguieron que la metálica puerta cediese lo más mínimo.
Unos segundos más tarde, un pitido intermitente comenzó a resonar, y tras ello una explosión dejó ligeramente sorda a la loba durante unos segundos, en los cuales se limitó a llevarse las patas a las orejas en un vano intento por paliar el sufrimiento.
Y entonces salió, observando cómo los tipos allí presentes estaban en una situación lamentable. Mientras Gio se centró en los que tenía delante, la agente se desplazó a gran velocidad hasta los que estaban en la retaguardia, dando leves golpes a cada uno de ellos hasta que cayeron al suelo. No hizo falta nada más para neutralizarlos, ya que tres de ellos empezaron a dormir mientras el cuarto llamaba a su mamá.
Ellie se quitó la mochila y sacó una cuerda de ella, la cual usó para atar de pies y manos a los invasores noqueados, empleando de vez en cuando una de sus uñas para cortar la cuerda.
Cuando se unió a Giotto, se limitó a sentir y decir que había atado a sus rivales y que haría lo mismo con los del hombre de fuego. Por lo visto su compañero había optado por amenazar a una de las tipas para que avisara a su jefe, el tal Porky que parecía ser el que estaba detrás de todo aquél despropósito. Las drogas habían hecho mella en todos ellos y se notaba.
La agente asintió y fue avisando uno por uno a todos los allí presentes con el único fin de que salieran de allí y reconocieran a los drogodependientes amordazados.
-Ese de ahí es mi primo. El que está tirado en la esquina -comentó uno de los adultos, cuyo rasgo más distinguido era la camiseta de cuadros más hortera que la mink había visto en mucho tiempo-. Ese, al que le sangra la mano derecha.
-Vamos a necesitar que identifiqueis a todos los aquí presentes. Y no sólo eso, sino que intentéis llegar al origen de cada uno de ellos. ¿Por qué siguieron a Porky? ¿Quién es ese tipo? ¿Dónde está? Si conseguimos dar con ese hombre, vuestros problemas se acabarán, os damos nuestra palabra.
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La agente había cumplido con su cometido, y todos los supuestos miembros de la banda de Porky estaban atados de pies y manos; a excepción de los adictos que vinieron con ellos, que estaban al lado de sus respectivas familias. Los criminales no decían nada, pese a que las amenazas del rubio. Sin embargo, los tres drogadictos eran distintos a ellos. Eran susceptibles a las drogas, así que podía jugar con ellos si no decían nada; a fin de cuentas, había encontrado una bolsa con jugosas golosinas para ellos.
—Dime, muchacho, ¿cómo te llamas? —le preguntó al primo de un sujeto, antes de que Ellie tratara de hablar con él. Pero no decía nada. Los miraba fijamente, pero no articulaba palabra alguna. Tenía temblores, seguramente por el mono de no consumir drogas desde hacía varias horas, así que tenía que jugar a su juego—. Yo sé porque te fuiste con Porky, fue por esto, ¿verdad? —Giotto sacó la bolsita con drogas que encontró antes, y el muchacho pareció reaccionar—. Deseas lo que hay dentro, ¿cierto? Tengo mucho más guardado, si me dices lo que quiero saber te daré todo. ¿Aceptas el trato? —El muchacho asintió—. —Dime, contesta a las preguntas que te ha hecho mi compañera, ¿dónde se encuentra Porky y porqué decidisteis marcharos con él?
—El amo tiene todo lo que necesitamos. Nos da Prixos y somos capaces de ascender y ver aquello que más deseamos. Encontramos la verdadera felicidad… —dijo, con la mirada ligeramente perdida.
—¿Prixos? —le preguntó Giotto—. ¿Cuál de estas es Prixos?
—La de color amarilla traslúcida —respondió.
«La pastilla conforma de rombo», pensó el agente, mientras el muchacho continuaba hablando.
—Y Porky no sé donde está… Él viene a nosotros, y luego se va.
Y entonces, el muchacho empezó a convulsionar y expulsar espuma por la boca. Era como si le estuviera dando un ataque epiléptico.
—¿Algún médico en la sala? —preguntó el agente, para dirigirse después a otro de los drogadictos.
Era una muchacha de apenas dieciséis años, de cabellos oscuros y ojos marrones y tristes. Tenía los pómulos ligeramente rojizos y un tic nervioso en el labio y los brazos. Estaba sentada con sus padres, que la abrazaban con fuerza, como si de esa forma supieran que no iba a volver a escapar.
—¿Podemos hablar con su hija? —le preguntó Giotto, recibiendo una respuesta negativa por parte de su madre.
—Dime, muchacho, ¿cómo te llamas? —le preguntó al primo de un sujeto, antes de que Ellie tratara de hablar con él. Pero no decía nada. Los miraba fijamente, pero no articulaba palabra alguna. Tenía temblores, seguramente por el mono de no consumir drogas desde hacía varias horas, así que tenía que jugar a su juego—. Yo sé porque te fuiste con Porky, fue por esto, ¿verdad? —Giotto sacó la bolsita con drogas que encontró antes, y el muchacho pareció reaccionar—. Deseas lo que hay dentro, ¿cierto? Tengo mucho más guardado, si me dices lo que quiero saber te daré todo. ¿Aceptas el trato? —El muchacho asintió—. —Dime, contesta a las preguntas que te ha hecho mi compañera, ¿dónde se encuentra Porky y porqué decidisteis marcharos con él?
—El amo tiene todo lo que necesitamos. Nos da Prixos y somos capaces de ascender y ver aquello que más deseamos. Encontramos la verdadera felicidad… —dijo, con la mirada ligeramente perdida.
—¿Prixos? —le preguntó Giotto—. ¿Cuál de estas es Prixos?
—La de color amarilla traslúcida —respondió.
«La pastilla conforma de rombo», pensó el agente, mientras el muchacho continuaba hablando.
—Y Porky no sé donde está… Él viene a nosotros, y luego se va.
Y entonces, el muchacho empezó a convulsionar y expulsar espuma por la boca. Era como si le estuviera dando un ataque epiléptico.
—¿Algún médico en la sala? —preguntó el agente, para dirigirse después a otro de los drogadictos.
Era una muchacha de apenas dieciséis años, de cabellos oscuros y ojos marrones y tristes. Tenía los pómulos ligeramente rojizos y un tic nervioso en el labio y los brazos. Estaba sentada con sus padres, que la abrazaban con fuerza, como si de esa forma supieran que no iba a volver a escapar.
—¿Podemos hablar con su hija? —le preguntó Giotto, recibiendo una respuesta negativa por parte de su madre.
Ellie
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La mink trabajó en equipo con su compañero para realizar una serie de preguntas que acercasen las respuestas que querían a ellos. Lo cierto era que Gio se desenvolvía especialmente bien en los interrogatorios. Consiguió -gracias a un pequeño chantaje- sacar una información muy valiosa de uno de los drogadictos, que tras dar respuesta, empezó a combulsionar y echar espuma por la boca. La agente se tiró al suelo y le torció el rostro para que no se tragase su propia espuma, esperando a que la petición de su compañero no cayese en saco roto.
Y, afortunadamente, no lo hizo. Uno de los señores mayores que habían visto antes se acercó cabizbajo. Puso una toalla sobre el suelo y se agachó, clavando un bolígrafo sobre una zona cercana al cuello del drogadicto. La sorpresa que aquello generó en todos los cercanos estuvo a punto de desencadenar una trifulca. Afortunadamente, el anciano supo calmar los ánimos.
-No se preocupen. Es para que respire mejor, solo eso. No tenemos material médico aquí y no puedo hacer otra cosa. Tenemos que estar al tanto de su evolución. Si en media hora la espuma que está soltando no se ha ido por completo, alguien tendrá que llevarlo al hospital.
Ellie suspiró aliviada y se levantó. Uno de los familiares del drogadicto le dio las gracias, e inmediatamente después miró con recelo a Giotto, quizá por su absoluto desinterés. Pero al fin y al cabo, el agente se había limitado a seguir con su interrogatorio.
Cuando la loba se acercó a su compañero, escuchó la respuesta negativa de la madre de otra de las involucradas. Y se acercó a ella.
-No me puedo hacer a la idea de lo que está pasando por su cabeza, pero mire cómo están aquellos familiares -comentó mientras señalaba con la pata derecha al drogadicto que había sufrido combulsiones-. Créame que no es agradable lo que le voy a decir pero… Nada nos hace estar seguros de lo que le puede pasar a su hija. Y si ese tipo sigue suelto, le aseguro que se volverá a escapar.
El padre asintió, sin embargo la madre seguía encerrada en sus pensamientos. Ambos se devolvieron una mirada y parecieron comprender a qué se estaban exponiendo.
-Clarise, cariño. Contesta a estos señores, han venido a ayudarnos.
-Porky va a venir -dijo con los ojos llorosos-. Ese de ahí ha robado parte de su mercancía -espetó con cierta agresividad señalando al tercero en cuestión, el tipo más rudo de los adictos, que portaba una camiseta azul y un pantalón blanco, y en el que se podía ver un tatuaje bastante curioso en el brazo de cuatro pintas de lanza-. Sabe que estamos aquí. Y pronto sabrá que hemos fallado, cuando el tipo al que habéis dejado escapar lo diga. Porky da miedo. Nos controla, y hará lo mismo con vosotros. Mamá, papá, debéis marcharnos. No quiero que me veáis así.
La agente dio un paso hacia atrás y agradeció el gesto de los padres, que empezaron a llorar desconsoladamente.
-Si no te importa, indaga lo que sepa el tío ese, yo subiré a ver si los veo venir. ¿Te parece?
Esperaba que Giotto aceptase su propuesta, y de hacerlo, subiría arriba a intentar ver qué estaba ocurriendo allí fuera.
Y, afortunadamente, no lo hizo. Uno de los señores mayores que habían visto antes se acercó cabizbajo. Puso una toalla sobre el suelo y se agachó, clavando un bolígrafo sobre una zona cercana al cuello del drogadicto. La sorpresa que aquello generó en todos los cercanos estuvo a punto de desencadenar una trifulca. Afortunadamente, el anciano supo calmar los ánimos.
-No se preocupen. Es para que respire mejor, solo eso. No tenemos material médico aquí y no puedo hacer otra cosa. Tenemos que estar al tanto de su evolución. Si en media hora la espuma que está soltando no se ha ido por completo, alguien tendrá que llevarlo al hospital.
Ellie suspiró aliviada y se levantó. Uno de los familiares del drogadicto le dio las gracias, e inmediatamente después miró con recelo a Giotto, quizá por su absoluto desinterés. Pero al fin y al cabo, el agente se había limitado a seguir con su interrogatorio.
Cuando la loba se acercó a su compañero, escuchó la respuesta negativa de la madre de otra de las involucradas. Y se acercó a ella.
-No me puedo hacer a la idea de lo que está pasando por su cabeza, pero mire cómo están aquellos familiares -comentó mientras señalaba con la pata derecha al drogadicto que había sufrido combulsiones-. Créame que no es agradable lo que le voy a decir pero… Nada nos hace estar seguros de lo que le puede pasar a su hija. Y si ese tipo sigue suelto, le aseguro que se volverá a escapar.
El padre asintió, sin embargo la madre seguía encerrada en sus pensamientos. Ambos se devolvieron una mirada y parecieron comprender a qué se estaban exponiendo.
-Clarise, cariño. Contesta a estos señores, han venido a ayudarnos.
-Porky va a venir -dijo con los ojos llorosos-. Ese de ahí ha robado parte de su mercancía -espetó con cierta agresividad señalando al tercero en cuestión, el tipo más rudo de los adictos, que portaba una camiseta azul y un pantalón blanco, y en el que se podía ver un tatuaje bastante curioso en el brazo de cuatro pintas de lanza-. Sabe que estamos aquí. Y pronto sabrá que hemos fallado, cuando el tipo al que habéis dejado escapar lo diga. Porky da miedo. Nos controla, y hará lo mismo con vosotros. Mamá, papá, debéis marcharnos. No quiero que me veáis así.
La agente dio un paso hacia atrás y agradeció el gesto de los padres, que empezaron a llorar desconsoladamente.
-Si no te importa, indaga lo que sepa el tío ese, yo subiré a ver si los veo venir. ¿Te parece?
Esperaba que Giotto aceptase su propuesta, y de hacerlo, subiría arriba a intentar ver qué estaba ocurriendo allí fuera.
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La agente clavo sus preciosos e intimidantes ojos sobre Giotto, que se encogió de hombros durante un instante. La estaba mirando como si estuviera disgustada por algo que él había hecho, mas no tenía claro de que se trataba, y tampoco tenía tiempo para pararse a pensar si había hecho algo que pudiera molestarla.
La muchacha en cuestión, cuyo deplorable aspecto le hacía sentir pena por ella, estaba muy abrazada a su madre, pero no dudó en hablar. En sus palabras y su tono de voz podía denotarse miedo. ¿Qué clase de hombre era realmente ese Porky? Era lo que se preguntaba Giotto con interés.
—Muchas gracias, señorita —le agradeció el agente, al ver como Ellie se echaba hacia atrás—. Y a ustedes también. No se preocupen, dentro de poco todo se habrá solucionado.
Hizo un pequeño ademán con la cabeza, inclinándola levemente, y se fue junto a la mink. Sin embargo, su atención estaba completamente sobre el tercer drogadicto, un sujeto grande y con un gusto pésimo para elegir su vestimenta. Según Clarise había robado a Porky, pero ¿si le había robado porqué lo habían llevado a una incursión para capturar al resto de los pueblerinos? Era lo único que se preguntaba el agente.
—No te preocupes —le dijo a Ellie—. Yo me encargo. Tú ten cuidado, e intenta no atacar sin asegurarte de quien es un drogadicto sometido y quien un miembro del grupo de Porky.
Y dicho aquello, se fue hacia el otro sujeto. Estaba sentado solo en una esquina, tapado con una manta y observando todo detenidamente. Al contrario que sus amigos, no parecía cansado y no mostraba ningún tic típico de un drogadicto que hace tiempo que no se mete su dosis de alegría.
—Hola, ¿puedo hacerte unas preguntas? —le preguntó con voz suave.
—Sí, claro —le respondió.
La muchacha en cuestión, cuyo deplorable aspecto le hacía sentir pena por ella, estaba muy abrazada a su madre, pero no dudó en hablar. En sus palabras y su tono de voz podía denotarse miedo. ¿Qué clase de hombre era realmente ese Porky? Era lo que se preguntaba Giotto con interés.
—Muchas gracias, señorita —le agradeció el agente, al ver como Ellie se echaba hacia atrás—. Y a ustedes también. No se preocupen, dentro de poco todo se habrá solucionado.
Hizo un pequeño ademán con la cabeza, inclinándola levemente, y se fue junto a la mink. Sin embargo, su atención estaba completamente sobre el tercer drogadicto, un sujeto grande y con un gusto pésimo para elegir su vestimenta. Según Clarise había robado a Porky, pero ¿si le había robado porqué lo habían llevado a una incursión para capturar al resto de los pueblerinos? Era lo único que se preguntaba el agente.
—No te preocupes —le dijo a Ellie—. Yo me encargo. Tú ten cuidado, e intenta no atacar sin asegurarte de quien es un drogadicto sometido y quien un miembro del grupo de Porky.
Y dicho aquello, se fue hacia el otro sujeto. Estaba sentado solo en una esquina, tapado con una manta y observando todo detenidamente. Al contrario que sus amigos, no parecía cansado y no mostraba ningún tic típico de un drogadicto que hace tiempo que no se mete su dosis de alegría.
—Hola, ¿puedo hacerte unas preguntas? —le preguntó con voz suave.
—Sí, claro —le respondió.
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La mink salió de allí con las orejas gachas, alerta y con una rara sensación de que algo iba a pasar. Había dejado a su compañero en un interrogatorio que se antojaba bastante complejo, pero aquello no era lo que más le preocupaba, ya que consideraba que Giotto se podría desenvolver con mucha soltura en cualquier problema que se plantease dentro de aquellas cuatro paredes. Lo que más preocupaba a la loba era que aquellos malhechores llegasen por una vía que no estuviera contemplando.
Lo más normal sería pensar que llegarían a pie, por el camino que ellos mismos habían trazado. Algo más complejo sería pensar que pudieran llegar por un medio alternativo, ya fuera por aire o por el subsuelo. ¿Tantas molestias se tomarían? No, seguro que no. En cualquier caso, Ellie contaba con un oído altamente afinado para la situación. Seguro que no se la conseguían colar.
Una vez fuera, ojeó ambos laterales y divisó el horizonte, en busca de cualquier pista que le diera la zona. Lo cierto era que hacía calor, y como era normal, en esas horas del día no había mucho movimiento. Afortunadamente, eso haría que no tuviera que estar excesivamente alerta, ya que si una oleada de drogadictos se acercaba, sería vista desde lejos.
Caminó algo más hacia el frente, a paso lento pero alerta, hasta que escuchó un ruido cercano. Algo así como un crujido de una rama, entonces, giró el cuello y vió a un menor con el rostro desencajado. Parecía tener miedo, probablemente de que le descubrieran, así que, fruto del pavor, se quedó completamente congelado en el lugar.
La agente se acercó y se agachó, ojeando sus dilatadas pupilas. El tipo no debía tener más de quince años, y su estado era bastante lamentable. Le agarró la mano diestra con su pata y le habló.
- ¿Qué haces aquí, pequeñín? Te voy a llevar a un sitio donde te van a ayudar.
- No… Yo no puedo.
- Claro que sí. ¿Por qué no puedes?
- Él me pegará. Tengo que volver, señora.
Ellie torció el rostro. Quizá por el tengo que volver o puede que fuera por el señora-. La cuestión es que le agarró más fuerte y tiró del brazo, ante una pequeña queja del niño. Cuando se disponía a moverse, escuchó un par de armas cargarse y una voz en el lateral derecho.
- Deja al niño quieto.
Aunque aquello solo hizo que la agente lo agarrase con más fuerza.
Lo más normal sería pensar que llegarían a pie, por el camino que ellos mismos habían trazado. Algo más complejo sería pensar que pudieran llegar por un medio alternativo, ya fuera por aire o por el subsuelo. ¿Tantas molestias se tomarían? No, seguro que no. En cualquier caso, Ellie contaba con un oído altamente afinado para la situación. Seguro que no se la conseguían colar.
Una vez fuera, ojeó ambos laterales y divisó el horizonte, en busca de cualquier pista que le diera la zona. Lo cierto era que hacía calor, y como era normal, en esas horas del día no había mucho movimiento. Afortunadamente, eso haría que no tuviera que estar excesivamente alerta, ya que si una oleada de drogadictos se acercaba, sería vista desde lejos.
Caminó algo más hacia el frente, a paso lento pero alerta, hasta que escuchó un ruido cercano. Algo así como un crujido de una rama, entonces, giró el cuello y vió a un menor con el rostro desencajado. Parecía tener miedo, probablemente de que le descubrieran, así que, fruto del pavor, se quedó completamente congelado en el lugar.
La agente se acercó y se agachó, ojeando sus dilatadas pupilas. El tipo no debía tener más de quince años, y su estado era bastante lamentable. Le agarró la mano diestra con su pata y le habló.
- ¿Qué haces aquí, pequeñín? Te voy a llevar a un sitio donde te van a ayudar.
- No… Yo no puedo.
- Claro que sí. ¿Por qué no puedes?
- Él me pegará. Tengo que volver, señora.
Ellie torció el rostro. Quizá por el tengo que volver o puede que fuera por el señora-. La cuestión es que le agarró más fuerte y tiró del brazo, ante una pequeña queja del niño. Cuando se disponía a moverse, escuchó un par de armas cargarse y una voz en el lateral derecho.
- Deja al niño quieto.
Aunque aquello solo hizo que la agente lo agarrase con más fuerza.
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El agente tenía claro en su cabeza que la persona que tenía frente a él era parte del entramado de Porky, pero tenía que demostrarlo. Lo miro muy fijamente, observando todos y cada uno de los detalles que pudieran delatarlo. No tenía tics, tampoco parecía estar a punto de convulsionar. No sudaba en exceso, y todavía no había pedido a gritos una dosis de su droga. Es más, estaba excesivamente callado y tranquilo. Solo. Sentado en una esquina sin hacer ruido.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Giotto—. Para dirigirme a ti de alguna forma.
—Me llamo Alex —respondió—. Pero me llaman Lex.
—Un placer, señor Lex —le dijo, haciendo una pequeña reverencia con su cabeza, asintiendo levemente sin perder el contacto visual—. Yo soy el señor di Tempesta.
—Igualmente.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté—. Sus compañeros me han dicho que ha sido muy duro estar con ese grupo de delincuentes… Los han violado, apenas les han dado de comer. ¡Una barbarie! —le dije, tratando de ver sus expresiones. La palabra «violado» hizo que sus ojos se abrieran de par en par, como si no creyese lo que estaba escuchando, pero tan solo se dedicaba a asentir, dándome la razón en mi hipótesis—. Pero lo que ha hecho con vuestra amiga… Eso si que me ha impactado. La pobre, ya no podrá ver más la luz del sol —continuó divagando, sin darle tiempo a contestarme—. Pero dime, ¿cómo has vivido esa situación?
—Muy mal —me respondió—. Yo tuve la suerte de no ser violado —dijo, prosiguiendo con una especie de resumen, quizá algo más crudo, de lo que Giotto había comentado. Estuvo hablando durante un par de minutos, para luego quedarse completamente callado—. Y tengo mono… Necesito tomarme una de esas pastillas o convulsionaré —Y empezó a dar algunos golpecitos con las piernas en el suelo.
Eran movimientos forzados, se notaba desde el primer momento.
—Su compañera también ha dicho que has podido robar una cantidad ingente de drogas —le dije, metiendo la mano en el bolsillo y sacando la bolsita con las drogas que encontró antes, lanzándosela—. Tomate media pastilla para evitar que convulsiones y sigamos hablando. Te noto nervioso, y necesito saber que has hecho con el material robado. Quizá si se lo devolvemos deje en paz a tus amigos y familiares.
El hombre miró la bolsita sin hacer el amago de abrirla, y eso lo terminó por desenmascarar. No obstante, el rubio esperó a que el fortachón hiciera el primer movimiento.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Giotto—. Para dirigirme a ti de alguna forma.
—Me llamo Alex —respondió—. Pero me llaman Lex.
—Un placer, señor Lex —le dijo, haciendo una pequeña reverencia con su cabeza, asintiendo levemente sin perder el contacto visual—. Yo soy el señor di Tempesta.
—Igualmente.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté—. Sus compañeros me han dicho que ha sido muy duro estar con ese grupo de delincuentes… Los han violado, apenas les han dado de comer. ¡Una barbarie! —le dije, tratando de ver sus expresiones. La palabra «violado» hizo que sus ojos se abrieran de par en par, como si no creyese lo que estaba escuchando, pero tan solo se dedicaba a asentir, dándome la razón en mi hipótesis—. Pero lo que ha hecho con vuestra amiga… Eso si que me ha impactado. La pobre, ya no podrá ver más la luz del sol —continuó divagando, sin darle tiempo a contestarme—. Pero dime, ¿cómo has vivido esa situación?
—Muy mal —me respondió—. Yo tuve la suerte de no ser violado —dijo, prosiguiendo con una especie de resumen, quizá algo más crudo, de lo que Giotto había comentado. Estuvo hablando durante un par de minutos, para luego quedarse completamente callado—. Y tengo mono… Necesito tomarme una de esas pastillas o convulsionaré —Y empezó a dar algunos golpecitos con las piernas en el suelo.
Eran movimientos forzados, se notaba desde el primer momento.
—Su compañera también ha dicho que has podido robar una cantidad ingente de drogas —le dije, metiendo la mano en el bolsillo y sacando la bolsita con las drogas que encontró antes, lanzándosela—. Tomate media pastilla para evitar que convulsiones y sigamos hablando. Te noto nervioso, y necesito saber que has hecho con el material robado. Quizá si se lo devolvemos deje en paz a tus amigos y familiares.
El hombre miró la bolsita sin hacer el amago de abrirla, y eso lo terminó por desenmascarar. No obstante, el rubio esperó a que el fortachón hiciera el primer movimiento.
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La situación se tensó aún más cuando la loba no reaccionó a la petición de aquel tipo, sino que seguía sujetando al niño de la misma manera -o puede que incluso más fuerte- que antes.
-No lo diré una segunda vez. Suelte al niño.
La agente pensó en las opciones que tenía, y entonces optó por una de ellas. Lo más lógico era hacer caso en una primera instancia a las peticiones del tipo y, una vez los tuviera de frente, establecer un plan de acción. Si no le había fallado el oído, había escuchado dos armas cargarse por lo que había muchas incógnitas. Ellie no sabía si ambas pertenecían al mismo hombre -aunque el sonido había sido lo suficientemente simultáneo como para pensar lo contrario-, si había dos o si por el contrario había más sin armas.
-Está bien -dijo en un tono apacible a la par que se giraba y soltaba al niño-. No queramos iniciar una guerra ahora, ¿no?
-Eso es, dos pasos más a la derecha y no dispararemos.
La mink hizo caso y dio dos pasos hacia el lateral, dejando una distancia más prudencial con el niño, mientras observaba a los allí presentes. Eran dos, al menos visibles, y ambos portaban armas de fuego.
Ellie estaba aguardando a que uno de los dos tiradores hiciese algún movimiento, pero éstos parecían tener otro plan. Con un leve movimiento con la mano derecha invitaron al niño a ir hasta su posición. Ambos hicieron el mismo movimiento con una sincronización que rozaba lo perfecto. Y esa fue la señal que necesitaba la agente para atacar.
En un suspiro se desplazó a una velocidad casi imperceptible para un ojo común y apareció enfrente del primer tirador, al cual golpeó con fuerza en el rostro, dejándolo inconsciente casi al momento. Con la misma velocidad se desplazó desde su ubicación al segundo tirador, que fue más hábil y apuntó con su pistola a la loba. Ésta en un ágil movimiento pudo desarmar al hombre y golpear un par de veces su rostro con la diestra, provocándole una herida en la nariz que hizo que le saliese algo de sangre y obteniendo el mismo resultado que con el primero, que quedase inconsciente en el suelo.
Tras ello se dirigió al niño, que parecía no haber visto nada, o al menos su rostro no denotaba ninguna sorpresa. Una vez estuvo cerca le cogió de la mano.
-Tú te vienes con nosotros, ¿vale? Te vamos a liberar de esa gente, ya verás.
-¿Dónde vamos?
-A un sitio seguro. Dime, ¿tienes familia?
El niño dejó de contestar a sus preguntas en ese preciso momento. Ellie no lo terminaba de entender, pero se limitó a llevarlo hasta la sala, y una vez llegase preguntaría si alguien lo conocía. El niño se puso un poco nervioso, pero la mink apretó más la pata para que no se escapase.
-No lo diré una segunda vez. Suelte al niño.
La agente pensó en las opciones que tenía, y entonces optó por una de ellas. Lo más lógico era hacer caso en una primera instancia a las peticiones del tipo y, una vez los tuviera de frente, establecer un plan de acción. Si no le había fallado el oído, había escuchado dos armas cargarse por lo que había muchas incógnitas. Ellie no sabía si ambas pertenecían al mismo hombre -aunque el sonido había sido lo suficientemente simultáneo como para pensar lo contrario-, si había dos o si por el contrario había más sin armas.
-Está bien -dijo en un tono apacible a la par que se giraba y soltaba al niño-. No queramos iniciar una guerra ahora, ¿no?
-Eso es, dos pasos más a la derecha y no dispararemos.
La mink hizo caso y dio dos pasos hacia el lateral, dejando una distancia más prudencial con el niño, mientras observaba a los allí presentes. Eran dos, al menos visibles, y ambos portaban armas de fuego.
Ellie estaba aguardando a que uno de los dos tiradores hiciese algún movimiento, pero éstos parecían tener otro plan. Con un leve movimiento con la mano derecha invitaron al niño a ir hasta su posición. Ambos hicieron el mismo movimiento con una sincronización que rozaba lo perfecto. Y esa fue la señal que necesitaba la agente para atacar.
En un suspiro se desplazó a una velocidad casi imperceptible para un ojo común y apareció enfrente del primer tirador, al cual golpeó con fuerza en el rostro, dejándolo inconsciente casi al momento. Con la misma velocidad se desplazó desde su ubicación al segundo tirador, que fue más hábil y apuntó con su pistola a la loba. Ésta en un ágil movimiento pudo desarmar al hombre y golpear un par de veces su rostro con la diestra, provocándole una herida en la nariz que hizo que le saliese algo de sangre y obteniendo el mismo resultado que con el primero, que quedase inconsciente en el suelo.
Tras ello se dirigió al niño, que parecía no haber visto nada, o al menos su rostro no denotaba ninguna sorpresa. Una vez estuvo cerca le cogió de la mano.
-Tú te vienes con nosotros, ¿vale? Te vamos a liberar de esa gente, ya verás.
-¿Dónde vamos?
-A un sitio seguro. Dime, ¿tienes familia?
El niño dejó de contestar a sus preguntas en ese preciso momento. Ellie no lo terminaba de entender, pero se limitó a llevarlo hasta la sala, y una vez llegase preguntaría si alguien lo conocía. El niño se puso un poco nervioso, pero la mink apretó más la pata para que no se escapase.
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El fortachón miraba fijamente a los ojos a Giotto, imperturbable frente a sus palabras. Apenas pestañeaba, como si estuviera en medio de una batalla de miradas en la que el primero que apartara la mirada del otro resultara el perdedor. Sin embargo, a medida que los segundos pasaban el agente se encontraba más y más cansado, tal vez incluso mareado. Cerró los ojos, agitando la cabeza de un lado al otro, y cuando quiso darse cuenta aquel sujeto no estaba.
«¿Qué diantres acaba de pasar?», se preguntó, girando bruscamente, tratando de buscarlo. Pero era incapaz de encontrarlo entre los pueblerinos.
Se acercó a la primera familia que vio para preguntarles si habían visto al muchacho con el que había estado hablando, pero la respuesta no le gustaba. Se había marchado de allí hacía un minuto y tenía mucha prisa. Por lo que le dijeron se había quedado de pie, mirando a la nada y completamente en silencio hasta que se fue. Eso hizo pensar a Giotto que aquel hombre tenía alguna clase de poder hipnótico. ¿Alguna fruta del diablo? No podía descartarlo, aunque seguramente tuviera que ver con el contacto visual que había tenido.
Rápidamente, salió de allí. Subió las escaleras tan rápido que sus pies no llegaban a tocar el suelo, sino que golpeaba el propio aire gracias a su habilidad como agente del gobierno. El geppou, una extraña y poderosa técnica usada por alguien con imaginación. Pero entonces, justo cuando iba a salir por la puerta, una cadena atravesó su cuerpo, haciendo que se separara en dos mitades que se unió rápidamente con una llamarada.
—Va a necesitar más que eso para acabar conmigo, caballero —le dijo, acercándose a él y golpeándole con su dedo índice completamente endurecido, mas la diferencia con un shigan normal era que también centró una pequeña cantidad de fuego que abrasaría el punto que golpeó. El hombre gritó de dolor, y miró a Giotto, quien no tardó en apartar la mirada y colocarse a su espalda con su Soru—. Dime, ¿qué has hecho con las drogas que has robado?
—¿Robado? —preguntó—. Nadie está tan loco como para robarle a Porky.
Y en un intento para escapar de allí, se aproximó a la ventana y salió disparado de allí. La caída no le hizo nada, y echó a correr.
—Que manía tienen con salir corriendo…
Giotto concentró una bola de fuego en su mano izquierda y otra en su derecha, lanzándolas hacia su objetivo. Ambas le dieron, y el hombre cayó inconsciente en el acto. Salió por la ventana, y se encontró a Elli, que estaba con un niño.
—¿Descubriste algo? —le preguntó el rubio—. Porque yo no. Aquel sujeto resultó ser de la propia banda de Porky.
«¿Qué diantres acaba de pasar?», se preguntó, girando bruscamente, tratando de buscarlo. Pero era incapaz de encontrarlo entre los pueblerinos.
Se acercó a la primera familia que vio para preguntarles si habían visto al muchacho con el que había estado hablando, pero la respuesta no le gustaba. Se había marchado de allí hacía un minuto y tenía mucha prisa. Por lo que le dijeron se había quedado de pie, mirando a la nada y completamente en silencio hasta que se fue. Eso hizo pensar a Giotto que aquel hombre tenía alguna clase de poder hipnótico. ¿Alguna fruta del diablo? No podía descartarlo, aunque seguramente tuviera que ver con el contacto visual que había tenido.
Rápidamente, salió de allí. Subió las escaleras tan rápido que sus pies no llegaban a tocar el suelo, sino que golpeaba el propio aire gracias a su habilidad como agente del gobierno. El geppou, una extraña y poderosa técnica usada por alguien con imaginación. Pero entonces, justo cuando iba a salir por la puerta, una cadena atravesó su cuerpo, haciendo que se separara en dos mitades que se unió rápidamente con una llamarada.
—Va a necesitar más que eso para acabar conmigo, caballero —le dijo, acercándose a él y golpeándole con su dedo índice completamente endurecido, mas la diferencia con un shigan normal era que también centró una pequeña cantidad de fuego que abrasaría el punto que golpeó. El hombre gritó de dolor, y miró a Giotto, quien no tardó en apartar la mirada y colocarse a su espalda con su Soru—. Dime, ¿qué has hecho con las drogas que has robado?
—¿Robado? —preguntó—. Nadie está tan loco como para robarle a Porky.
Y en un intento para escapar de allí, se aproximó a la ventana y salió disparado de allí. La caída no le hizo nada, y echó a correr.
—Que manía tienen con salir corriendo…
Giotto concentró una bola de fuego en su mano izquierda y otra en su derecha, lanzándolas hacia su objetivo. Ambas le dieron, y el hombre cayó inconsciente en el acto. Salió por la ventana, y se encontró a Elli, que estaba con un niño.
—¿Descubriste algo? —le preguntó el rubio—. Porque yo no. Aquel sujeto resultó ser de la propia banda de Porky.
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La mink estaba a punto de llegar a la puerta cuando se dio cuenta de que su compañero estaba peleando. Aunque sólo vio cómo creaba dos bolas de fuego y las lanzaba hacia su enemigo, haciendo que éste cayese abatido al suelo, así que emplear el verbo pelear quizá era demasiado. Puede que lo idóneo fuese abusar.
-Yo tampoco he descubierto nada, más allá de este niño al cual custodiaban un par de hombres. No consigo que diga nada, quizá es porque está un poco asustado.
La agente se acerco al rostro de su compañero y le susurro al oído algo que solo él oiría.
-He dejado a los dos hombres allí tirados, ¿crees que deberíamos retirar sus cuerpos o los dejamos para que Porky sepa a qué se enfrenta?
Evidentemente la pregunta iba también por el tipo al que el hombre de fuego había abatido. Independientemente de la respuesta de su compañero, lo primero que haría la mink sería entrar con el niño para ver su reacción.
Al entrar, todos se quedaron mirando al indefenso menor, que avanzó un poco hasta el centro y apuntó a varios humanos, aunque no dijo nada.
-Es el hijo de la Reme -comentó un adulto mientras se llevaba la mano a la barbilla-. ¿Qué hace aquí? ¿También estaba con Porky?
-No lo sé, lo encontré fuera y le protegían dos de los hombres de Porky. No quiere hablar, tiene miedo. ¿Alguno me lo cuida?
El mismo hombre que abrió la boca se ofreció voluntario y se acercó hasta la posición de Ellie, agarrando del brazo al niño, que parecía estar más cómodo con él que con la agente.
La loba iría hacia atrás hasta la posición de su compañero, y, o bien iría a por los cuerpos si Giotto había decidido que era mejor ocultarlos, o esperaría las recomendaciones de su compañero. Al fin y al cabo Porky debía estar al caer, ¿no? La joven agente estaba deseosa de que llegara. ¿Cómo lo haría?
-Yo tampoco he descubierto nada, más allá de este niño al cual custodiaban un par de hombres. No consigo que diga nada, quizá es porque está un poco asustado.
La agente se acerco al rostro de su compañero y le susurro al oído algo que solo él oiría.
-He dejado a los dos hombres allí tirados, ¿crees que deberíamos retirar sus cuerpos o los dejamos para que Porky sepa a qué se enfrenta?
Evidentemente la pregunta iba también por el tipo al que el hombre de fuego había abatido. Independientemente de la respuesta de su compañero, lo primero que haría la mink sería entrar con el niño para ver su reacción.
Al entrar, todos se quedaron mirando al indefenso menor, que avanzó un poco hasta el centro y apuntó a varios humanos, aunque no dijo nada.
-Es el hijo de la Reme -comentó un adulto mientras se llevaba la mano a la barbilla-. ¿Qué hace aquí? ¿También estaba con Porky?
-No lo sé, lo encontré fuera y le protegían dos de los hombres de Porky. No quiere hablar, tiene miedo. ¿Alguno me lo cuida?
El mismo hombre que abrió la boca se ofreció voluntario y se acercó hasta la posición de Ellie, agarrando del brazo al niño, que parecía estar más cómodo con él que con la agente.
La loba iría hacia atrás hasta la posición de su compañero, y, o bien iría a por los cuerpos si Giotto había decidido que era mejor ocultarlos, o esperaría las recomendaciones de su compañero. Al fin y al cabo Porky debía estar al caer, ¿no? La joven agente estaba deseosa de que llegara. ¿Cómo lo haría?
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