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Eric Zor-El
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Con los ojos como platos, el salvaje agitó su cabeza de un lado al otro un par de veces, llegando incluso a darse un guantazo en la cara para intentar despertar de aquel extraño sueño que parecía estar teniendo. Pero no lo consiguió; verdaderamente tenía sobre su cabeza, a varios metros, un coloso volador rodeado de cables y que lanzaba extraños rayos de energía. El animal parecía estar algo descontrolado, pues sus ataques no distinguían aliado ni enemigos, sino que arrasaba con todo sin miramientos. ¿Y el culpable? El malvado del contraalmirante que estaba sobre su cabeza.
Sin dudarlo ni un segundo, usando de nuevo su mono aéreo para acercarse al grandísimo dinosaurio. La distancia que los separaba era de apenas trescientos metros, pero los movimientos irregulares del reptil alado hacían imposible llegar directamente hacia su cabeza. Cada vez que se acercaba, el reptil aleteaba y se alejaba de él, haciéndole descender por la fuerza de sus alas. «Okhi’lapoýuma», discurrió para sus adentros, mientras en su mente trazaba un plan muy simple: Si no podía acceder desde abajo, lo haría desde arriba.
Comenzó a dar saltos en el aire en línea recta, superando muy rápidamente la altura en la que estaba volando el bicho. Una vez lo hizo, se impulsó hacia él hasta caer de forma forzosa sobre su lomo y se acercó hacia el contraalmirante.
—¡ROEDOR DE LIBRERÍA! —gritó, haciendo vibrar al dinosaurio bajo sus pies—. TÚ, YO, CON PONCHO Y SIN ZAPATOS. ¡YA!
El contraalmirante elevó la cabeza, mirándolo con superioridad y girando una extraña palanca. Al hacerlo, el dinosaurio alado comenzó a girar hacia la derecha, haciendo que Eric tratara de agarrarse a lo primero que tuvo a mano. Ante todo pronóstico, gracias a la suerte que la madre loba le había entregado en su nacimiento, aquello a lo que se agarró era un cable, que con la intensidad del giro y la fuerza del shandiano se arrancó de cuajo. Al hacerlo, un extraño líquido verdoso se esparció por todas partes, mientras que una especie de alarma sonó de la consola de mandos.
El dinosaurio se estabilizó un poco, algo que aprovechó el salvaje para acercarse al contraalmirante y tratar de golpearle con fuerza, trasladando las vibraciones que era capaz de generar gracias a su fruta. Pese a ser un delgaducho con cara de arrogante, le esquivó con suma destreza, por lo que el puñetazo de Eric dio en la mesa de controles, haciendo que explotara pasado un par de segundos. Las explosiones hicieron daño a la bestia, que empezó a zarandear la cabeza hasta deshacerse de los intrusos que tenía en ella, marchándose de allí sin mirar atrás.
Eric caía al suelo a gran velocidad, pero a su lado también estaba el roedor, así que, usando los diales de aire de sus botas, se abalanzó sobre él y le abrazó con todas sus fuerzas, trasladando sus vibraciones por el cuerpo a medida que caían.
—¡Suéltame ser inferior! —gritó el contraalmirante, girando de dolor poco después.
Ambos se estrellaron contra la base, creando un gran cráter.
—Yo ser hombre del cielo, mientras que tu ser del mar azul. Yo ser un ser superior, no ser inferior. ¡Agkrylombo! —culminó insultándole el salvaje, que se encontraba tumbado en el suelo con algunos huesos fracturados.
Pasaron algunos días, en los que los avances médicos de la marina y sus rezos a los dioses animales hicieron que se curara algo más rápido. El contraalmirante también estaba en la misma habitación que él y el bombilla. No podía hablar, aunque tampoco tenía muchas ganas. Estaba completamente maniatado, y una pareja de soldados siempre estaba vigilándole.
—¿Ves? —dijo en voz alta Eric, llamando la atención de Iulio—. Ser hombre, no mujer —alzó la mano para señalar el bulto que le asomaba entre las piernas—. Yo no equivocar nunca, o casi nunca.
Esa misma tarde, por segunda vez en el día, apareció el vicealmirante Con D. Oriano junto a otro vicealmirante, de nombre Dean.
—Capitán Eric Zor-El —dijo en voz alta—. Mayor Cornelius D. Iulio —prosiguió justo después—. Muchas gracias por salvar la base. La marina del gobierno mundial, y en especial yo les estaré siempre agradecido.
—Si conseguir que jefes dar medallas al mérito y recomendaciones para subir en jerarquía… Yo feliz. A más rango, mejor sueldo y más libertad para mí —le dijo Eric, riendo justo después—. ¿Tú que opinar, bombilla? Tres medallas al mérito estar bien, ¿no creer?
Sin dudarlo ni un segundo, usando de nuevo su mono aéreo para acercarse al grandísimo dinosaurio. La distancia que los separaba era de apenas trescientos metros, pero los movimientos irregulares del reptil alado hacían imposible llegar directamente hacia su cabeza. Cada vez que se acercaba, el reptil aleteaba y se alejaba de él, haciéndole descender por la fuerza de sus alas. «Okhi’lapoýuma», discurrió para sus adentros, mientras en su mente trazaba un plan muy simple: Si no podía acceder desde abajo, lo haría desde arriba.
Comenzó a dar saltos en el aire en línea recta, superando muy rápidamente la altura en la que estaba volando el bicho. Una vez lo hizo, se impulsó hacia él hasta caer de forma forzosa sobre su lomo y se acercó hacia el contraalmirante.
—¡ROEDOR DE LIBRERÍA! —gritó, haciendo vibrar al dinosaurio bajo sus pies—. TÚ, YO, CON PONCHO Y SIN ZAPATOS. ¡YA!
El contraalmirante elevó la cabeza, mirándolo con superioridad y girando una extraña palanca. Al hacerlo, el dinosaurio alado comenzó a girar hacia la derecha, haciendo que Eric tratara de agarrarse a lo primero que tuvo a mano. Ante todo pronóstico, gracias a la suerte que la madre loba le había entregado en su nacimiento, aquello a lo que se agarró era un cable, que con la intensidad del giro y la fuerza del shandiano se arrancó de cuajo. Al hacerlo, un extraño líquido verdoso se esparció por todas partes, mientras que una especie de alarma sonó de la consola de mandos.
El dinosaurio se estabilizó un poco, algo que aprovechó el salvaje para acercarse al contraalmirante y tratar de golpearle con fuerza, trasladando las vibraciones que era capaz de generar gracias a su fruta. Pese a ser un delgaducho con cara de arrogante, le esquivó con suma destreza, por lo que el puñetazo de Eric dio en la mesa de controles, haciendo que explotara pasado un par de segundos. Las explosiones hicieron daño a la bestia, que empezó a zarandear la cabeza hasta deshacerse de los intrusos que tenía en ella, marchándose de allí sin mirar atrás.
Eric caía al suelo a gran velocidad, pero a su lado también estaba el roedor, así que, usando los diales de aire de sus botas, se abalanzó sobre él y le abrazó con todas sus fuerzas, trasladando sus vibraciones por el cuerpo a medida que caían.
—¡Suéltame ser inferior! —gritó el contraalmirante, girando de dolor poco después.
Ambos se estrellaron contra la base, creando un gran cráter.
—Yo ser hombre del cielo, mientras que tu ser del mar azul. Yo ser un ser superior, no ser inferior. ¡Agkrylombo! —culminó insultándole el salvaje, que se encontraba tumbado en el suelo con algunos huesos fracturados.
***
Pasaron algunos días, en los que los avances médicos de la marina y sus rezos a los dioses animales hicieron que se curara algo más rápido. El contraalmirante también estaba en la misma habitación que él y el bombilla. No podía hablar, aunque tampoco tenía muchas ganas. Estaba completamente maniatado, y una pareja de soldados siempre estaba vigilándole.
—¿Ves? —dijo en voz alta Eric, llamando la atención de Iulio—. Ser hombre, no mujer —alzó la mano para señalar el bulto que le asomaba entre las piernas—. Yo no equivocar nunca, o casi nunca.
Esa misma tarde, por segunda vez en el día, apareció el vicealmirante Con D. Oriano junto a otro vicealmirante, de nombre Dean.
—Capitán Eric Zor-El —dijo en voz alta—. Mayor Cornelius D. Iulio —prosiguió justo después—. Muchas gracias por salvar la base. La marina del gobierno mundial, y en especial yo les estaré siempre agradecido.
—Si conseguir que jefes dar medallas al mérito y recomendaciones para subir en jerarquía… Yo feliz. A más rango, mejor sueldo y más libertad para mí —le dijo Eric, riendo justo después—. ¿Tú que opinar, bombilla? Tres medallas al mérito estar bien, ¿no creer?
Mis heridas habían resultado ser más graves de lo que había pensado en un primer momento, que no era poco. Así lo había revelado el fulminante dolor que se había apoderado de todas ellas en cuanto la adrenalina había abandonado mi torrente sanguíneo. Fue por ello que los marines del G-2 me llevaron hasta la enfermería para que recibiese los cuidados oportunos. Junto a mí estaban Eric y la contralmirante que había resultado ser la responsable de que todo hubiese marchado tan mal antes de nuestra llegada.
―¿Qué quieres que te diga? ―respondí desde mi cama, al otro lado de la oficial―. Lo disimula muy bien... Incluso la voz era la de una mujer. ¿Estás seguro de que eso no es un pliegue de la sábana? ―La ―o el― contralmirante resopló, pero no dijo nada más. Podía resolver nuestras dudas, ¿no? Era lo mínimo que podía hacer después de darnos tantos problemas.
Fuera como fuese, el debate murió enseguida y el silencio se impuso hasta que el vicealmirante a cargo de la fortaleza hizo acto de presencia. Nuestro estado era cuanto menos lamentable, lo que por otro lado no dejaba de permitirme olvidar cualquier saludo marcial con espalda recta y pies bien juntos. ¿Que probablemente tampoco lo hubiese realizado apropiadamente en el momento oportuno? Sí, pero tener una excusa válida nunca estaba de más.
El agradecimiento no se hizo esperar y yo no pude reprimir una sonrisa, anulando cualquier carcajada para evitar la punzada de dolor que probablemente me habría invadido. Eric, por su lado, hizo gala de su habitual falta de vergüenza para... bueno, pedir. No obstante, y sin que sirviese de precedente ―o sí―, debía admitir que en aquella ocasión llevaba toda la razón. No sólo habíamos ayudado en la medida de lo posible para cumplir la misión que nos había sido encomendada, sino que habíamos tenido que cargar sobre nuestros hombros casi todo el peso de la defensa de la base y, más allá, habíamos desenmascarado a un oficial de alto rango que había traicionado al Gobierno Mundial. ¡Incluso habíamos destruido los barcos atacantes para impedir cualquier huida posible!
―Pues la verdad es que sería un detalle ―dije sin más, mucho más comedido.
―¿Qué quieres que te diga? ―respondí desde mi cama, al otro lado de la oficial―. Lo disimula muy bien... Incluso la voz era la de una mujer. ¿Estás seguro de que eso no es un pliegue de la sábana? ―La ―o el― contralmirante resopló, pero no dijo nada más. Podía resolver nuestras dudas, ¿no? Era lo mínimo que podía hacer después de darnos tantos problemas.
Fuera como fuese, el debate murió enseguida y el silencio se impuso hasta que el vicealmirante a cargo de la fortaleza hizo acto de presencia. Nuestro estado era cuanto menos lamentable, lo que por otro lado no dejaba de permitirme olvidar cualquier saludo marcial con espalda recta y pies bien juntos. ¿Que probablemente tampoco lo hubiese realizado apropiadamente en el momento oportuno? Sí, pero tener una excusa válida nunca estaba de más.
El agradecimiento no se hizo esperar y yo no pude reprimir una sonrisa, anulando cualquier carcajada para evitar la punzada de dolor que probablemente me habría invadido. Eric, por su lado, hizo gala de su habitual falta de vergüenza para... bueno, pedir. No obstante, y sin que sirviese de precedente ―o sí―, debía admitir que en aquella ocasión llevaba toda la razón. No sólo habíamos ayudado en la medida de lo posible para cumplir la misión que nos había sido encomendada, sino que habíamos tenido que cargar sobre nuestros hombros casi todo el peso de la defensa de la base y, más allá, habíamos desenmascarado a un oficial de alto rango que había traicionado al Gobierno Mundial. ¡Incluso habíamos destruido los barcos atacantes para impedir cualquier huida posible!
―Pues la verdad es que sería un detalle ―dije sin más, mucho más comedido.
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