Contratante: agente Markov.
Descripción de la misión: los intentos del tal Nimbus Hubble por conseguir algo desconocido en el observatorio astronómico de Nueva Ohara han sido frustrados en dos ocasiones y es el momento de tomar la iniciativa. La agencia ha desplegado toda su maquinaria de información para hallar a este sujeto, de modo que todo apunta a que actualmente se encuentra en Jaya, el paraíso de piratas y criminales.
El poder y la influencia de este misterioso sujeto aún son desconocidos, por lo que el Gobierno Mundial no quiere arriesgarse a revelar su movimiento antes de tiempo. Ya sabéis, la información es lo más valioso en el mundo para quienes lo controlan. Infiltraos en Jaya y descubrid el paradero de Nimbus, contactos que posea o cualquier cosa que pueda ser de utilidad. Se solicita que no haya interacción con él por el momento a menos que de este modo se pueda acceder a una información especialmente valiosa con garantías de éxito.
Objetivo secundario: encontrar personas en Jaya que, ya sea por temor al Gobierno Mundial o por alguna disputa con Nimbus, os permitan llegar hasta él. Evidentemente, la identidad de los encargados de llevar a cabo la misión y su relación con las fuerzas del orden no pueden ser reveladas a menos que haya una certeza absoluta de que es seguro hacerlo, y siempre con el fin de conseguir información valiosa ―como su ubicación―.
Recompensa: objeto mítico ―o equivalente tecnológico― a entregar por el Cipher Pol y conocimiento único.
Recompensa por objetivo secundario: NPC confidente―uno para cada uno, por lo que cada uno deberá encontrar al suyo― cuyo funcionamiento será revelado si la misión y el objetivo secundario se cumplen satisfactoriamente.
Descripción de la misión: los intentos del tal Nimbus Hubble por conseguir algo desconocido en el observatorio astronómico de Nueva Ohara han sido frustrados en dos ocasiones y es el momento de tomar la iniciativa. La agencia ha desplegado toda su maquinaria de información para hallar a este sujeto, de modo que todo apunta a que actualmente se encuentra en Jaya, el paraíso de piratas y criminales.
El poder y la influencia de este misterioso sujeto aún son desconocidos, por lo que el Gobierno Mundial no quiere arriesgarse a revelar su movimiento antes de tiempo. Ya sabéis, la información es lo más valioso en el mundo para quienes lo controlan. Infiltraos en Jaya y descubrid el paradero de Nimbus, contactos que posea o cualquier cosa que pueda ser de utilidad. Se solicita que no haya interacción con él por el momento a menos que de este modo se pueda acceder a una información especialmente valiosa con garantías de éxito.
Objetivo secundario: encontrar personas en Jaya que, ya sea por temor al Gobierno Mundial o por alguna disputa con Nimbus, os permitan llegar hasta él. Evidentemente, la identidad de los encargados de llevar a cabo la misión y su relación con las fuerzas del orden no pueden ser reveladas a menos que haya una certeza absoluta de que es seguro hacerlo, y siempre con el fin de conseguir información valiosa ―como su ubicación―.
Recompensa: objeto mítico ―o equivalente tecnológico― a entregar por el Cipher Pol y conocimiento único.
Recompensa por objetivo secundario: NPC confidente―uno para cada uno, por lo que cada uno deberá encontrar al suyo― cuyo funcionamiento será revelado si la misión y el objetivo secundario se cumplen satisfactoriamente.
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Ya habían abandonado el West Blue. Habían, en plural. Tenían un nuevo encargo por parte del Cipher Pol y esta vez no podían ir en un buque gubernamental, no, tenían que viajar en un barco más modesto y el agente Kusanagi era el único tripulante aparte de la propia Abigail. Esta vez no estarían defendiendo sino que pasarían al "ataque", una expresión figurada porque solo iban a reunir información y posibles contactos del responsable final de los dos ataques que había perpetrado en el observatorio de Nueva Ohara.
—Este Markov... ¿siempre es así? Aún tengo agujetas en los brazos y hace casi una semana desde que acabó de entrenarme —preguntó, aún manejando el timón.
Tenía ciertos problemas con su misión actual. El mayor problema era que Abi ya no era una total desconocida y se dirigían a Jaya, un nido de piratas en el que podrían reconocer a una cazarrecompensas a kilómetros aunque se cambiara el peinado, no era igual que engañar a civiles. De la misma forma, el nombre de Elizabeth ya estaría vinculado al gobierno de una forma u otra, así que tampoco podía usar esa identidad.
—No deberíamos tardar más de unas cuatro horas en llegar a Jaya, puede que tres y media —anunció. El viento soplaba a favor desde hacía un buen rato y las corrientes marinas no eran desconocidas para la hereje, que ya había situado el barco para que alcanzara su máxima velocidad. Si no recordaba mal, aquella corriente iba directa hacia la isla de los piratas, por lo que podía dejar el timón solo de momento.
—Voy a cambiarme, no puedo ir con el hábito ni con el traje si tengo que pasar desapercibida —fue a meterse dentro del barco, pero antes se detuvo y se giró para mirar al agente —. No toques el timón, la corriente es lo bastante fuerte para guiarnos —advirtió de que no debía tocar el timón y se metió en su camarote para cambiarse. De momento tenía decidido que el trabajo de infiltración no le gustaba nada y, aunque poco a poco iba expandiendo sus horizontes en cuanto a vestir, no le hacía demasiada gracia que tuviera que ponerse otra cosa sí o sí.
No tardó mucho en ponerse otra ropa. Se vistió con unos pantalones azules, un suéter de un color marrón claro y una chaqueta marrón oscura. Esta vez no se puso nigún colgante, sería peligroso que consiguieran relacionarla con su religión y averiguar su identidad a partir de ahí. También, ocultó todas sus armas en el interior de su fortaleza y, a cambio, sus habitantes le entregaron uno de los arcos junto a un carcaj con treinta flechas. No tenía pensado usarlas, claro, pero en una isla de piratas prefería dar la imagen de que podía defenderse.
—¿Tienes algún plan pensado? Y... ¿te han dado algo más para mí? me reconocerán en cuanto baje —dijo, señalándose la cara y el pelo. Si quería que no se la reconociera tendría que cambiarse al menos los ojos y el pelo, antes de pedir a sus habitantes que le tiñeran el pelo quería saber si el gobierno ya había pensado en ese pequeño detallito de nada.
—Este Markov... ¿siempre es así? Aún tengo agujetas en los brazos y hace casi una semana desde que acabó de entrenarme —preguntó, aún manejando el timón.
Tenía ciertos problemas con su misión actual. El mayor problema era que Abi ya no era una total desconocida y se dirigían a Jaya, un nido de piratas en el que podrían reconocer a una cazarrecompensas a kilómetros aunque se cambiara el peinado, no era igual que engañar a civiles. De la misma forma, el nombre de Elizabeth ya estaría vinculado al gobierno de una forma u otra, así que tampoco podía usar esa identidad.
—No deberíamos tardar más de unas cuatro horas en llegar a Jaya, puede que tres y media —anunció. El viento soplaba a favor desde hacía un buen rato y las corrientes marinas no eran desconocidas para la hereje, que ya había situado el barco para que alcanzara su máxima velocidad. Si no recordaba mal, aquella corriente iba directa hacia la isla de los piratas, por lo que podía dejar el timón solo de momento.
—Voy a cambiarme, no puedo ir con el hábito ni con el traje si tengo que pasar desapercibida —fue a meterse dentro del barco, pero antes se detuvo y se giró para mirar al agente —. No toques el timón, la corriente es lo bastante fuerte para guiarnos —advirtió de que no debía tocar el timón y se metió en su camarote para cambiarse. De momento tenía decidido que el trabajo de infiltración no le gustaba nada y, aunque poco a poco iba expandiendo sus horizontes en cuanto a vestir, no le hacía demasiada gracia que tuviera que ponerse otra cosa sí o sí.
No tardó mucho en ponerse otra ropa. Se vistió con unos pantalones azules, un suéter de un color marrón claro y una chaqueta marrón oscura. Esta vez no se puso nigún colgante, sería peligroso que consiguieran relacionarla con su religión y averiguar su identidad a partir de ahí. También, ocultó todas sus armas en el interior de su fortaleza y, a cambio, sus habitantes le entregaron uno de los arcos junto a un carcaj con treinta flechas. No tenía pensado usarlas, claro, pero en una isla de piratas prefería dar la imagen de que podía defenderse.
—¿Tienes algún plan pensado? Y... ¿te han dado algo más para mí? me reconocerán en cuanto baje —dijo, señalándose la cara y el pelo. Si quería que no se la reconociera tendría que cambiarse al menos los ojos y el pelo, antes de pedir a sus habitantes que le tiñeran el pelo quería saber si el gobierno ya había pensado en ese pequeño detallito de nada.
Había sobrevivido. No estaba seguro de cómo se las había apañado, pero había vuelto a hacerlo. ¿Tenía esperanzas de que hubiera sido algo más suave ante la presencia de una civil? Quizá sí, aunque aquello tan solo denotaba que todo el tiempo pasado en las islas del cielo le había hecho olvidar cómo era el agente Markov. ¿Que el moreno iba a tardar poco en recordárselo? Desde luego, y es que el mismísimo día que acudió a Nueva Ohara se puso manos a la obra. Una buena forma de revivir traumas del pasado, recordar el dolor muscular, la fatiga, la desesperación y otras tantas cosas poco agradables. ¡Pero si aún sentía una de sus piernas como si fuera de mantequilla! Menos mal que el nuevo trabajo era de infiltración, porque no tenía ni las ganas ni el cuerpo de enzarzarse en una pelea.
Suspiró con cierta pesadez cuando Abigail le preguntó, asintiendo antes de mirarla.
—Si te soy sincero, creo que ha sido algo más suave que de costumbre. —Lo decía con honestidad. Tal vez solo fuera una percepción distorsionada después de tantos años de trabajo y entrenamiento, pero juraría que no había sido el más intenso de los ejercicios. Sonrió animado, incapaz de contener una breve carcajada—. Bienvenida al selecto club de los aprendices de Markov.
El agente ya no les acompañaba, y es que al parecer tenía algunos asuntos que atender en el West Blue; unos asuntos que, como había supuesto, no le contó. Cosas del Cipher Pol, supuso. Al menos había tenido la decencia de contarles los detalles de su próxima misión porque, evidentemente, aún no habían terminado el trabajo. La forma en la que lo expresó aquel día casi parecía una orden, pero lo dijo de una forma tan decidida y contundente que incluso la protestas de la cazadora pareció incapaz de oponerse. Probablemente no lo hubiera hecho, por lo que habían hablado al inicio de su escolta, pero la actitud de su superior a veces era... bueno, infranqueable. Kus siempre había estado bastante seguro de que empleaba algún tipo de arte oscura o que se trataba de un usuario, pero no tenía mayores evidencias que el constante secretismo y misterio que envolvían siempre al moreno.
Por su parte, la peculiar pareja había sido confiada con la tarea de perseguir la pista del tal Nimbus, cuya estela parecía indicar que se encontraba en Jaya o que, por lo menos, acostumbraba a manejar sus asuntos desde la decadente isla pirata. Una tarea de infiltración nuevamente, algo que sabía que no le hacía especial gracia a la beata, y en uno de los lugares más peligrosos del paraíso si no eras un criminal... bueno, y si lo eras también; sus condiciones de cazadora y agente tan solo añadían un extra de peligrosidad al asunto.
—Bien, habrá que ir preparándose entonces —respondió cuando Abigail le indicó que en unas cuatro horas deberían llegar a su destino. Cuando se dispuso a marcharse y le dio claras indicaciones de NO tocar el timón no pudo sino reír con cierto nerviosismo, rascándose la nuca—. Tranquila, me mantendré alejado de él...
No era de extrañar que no quisiera cederle el control del barco después de la lamentable demostración que había realizado en alta mar. ¡Pero él había avisado de que era un navegante nefasto! Quizá «nefasto» fuera demasiado ambiguo y no representaba la gravedad real de su ineptitud al timón, pero quien avisa no es traidor. Vale, que sí, que casi vuelca la pequeña embarcación en mar abierto, sin obstáculos que esquivar ni maniobras bruscas que realizar, con unas aguas particularmente tranquilas y el cielo despejado. Al menos tan solo había sido un «casi», ¿no?
Para cuando la cazadora regresó a su lado no pudo sino mirarla con cierta sorpresa. No lo hizo en un mal sentido, pero hasta el momento nunca la había visto vestida con algo que no fuera su característico hábito o los trajes que el Cipher Pol le había prestado. Podía decirse que era la primera vez que la veía con un estilo bastante más casual. Sonrió de forma sutil tras echarle un vistazo. Llamaría mucho menos la atención de aquella forma... y le quedaba bastante bien.
—Sí, tengo alguna idea, aunque dudo que te vaya a hacer demasiada gracia —reconoció, sonriéndole ampliamente para que cediera un poco. Tampoco es que tuvieran demasiadas opciones, pero era mejor que lo hiciera de buena gana y no por verse forzada—. Pero la sorpresa tendrá que esperar, que necesito algo de tiempo para poder cambiarme.
Porque sí, por mucho que él fuera un agente del Cipher Pol gozaba de cierta fama y no podía arriesgarse a que alguien le reconociera a él también. No había problema realmente, y es que estaba acostumbrado a adoptar distintas apariencias según la conveniencia del guión y, para aquella ocasión, tenía una ideal: Shawn Vane. Desde el día en que trabajó para la Pirate Playboy pudo darse cuenta de que el mundo de la fama y, en especial, la moda, estaba sumido en la más absoluta oscuridad. Poseer un alter–ego con el que poder moverse entre las sombras sin levantar sospechas, afiliándose con criminales para sacar información que luego filtraba a la agencia fue, sin duda, un movimiento bastante inteligente. Tampoco es que hubiera muchas diferencias en cuanto a su apariencia real y la ficticia: un pelo notablemente más largo que lograba gracias a extensiones, un sutil bronceado que lograba con algo de maquillaje, un tatuaje de pega y un cambio de look. Ni siquiera necesitaba quitarse el parche —y es que la agencia de modelos le había dicho que le daba un toque «pirata», un atractivo criminal—.
Se desplazó hasta el pequeño camarote donde guardaba todo: ropas, extensiones, maquillaje, mudas y, esta vez sí, su espada. No pensaba presentarse en Jaya desarmado. Ni de coña.
Apenas le llevaría alrededor de veinte minutos terminar de prepararse, y es que era una tarea que tenía tan automatizada que prácticamente había optimizado el tiempo que invertía en ella. Para cuando salió del cuarto apareció con un look completamente distinto. Su único deseo era que la beata no se partiese la caja por ver un cambio tan drástico en él. Sus ropas eran... bueno, las típicas ropas que llevaría un macarra: chaqueta oscura sobre una camiseta ajustada junto con unos pantalones largos y grises que terminaban en unas botas altas. Sus habituales pendientes de aro habían sido sustituidos por otros de menor tamaño, oscuros, así como el colgante de su madre por otro más «de mar» —un collar de dientes, presumiblemente de tiburón—. Cuando se presentó ante Abigail portaba consigo una pequeña bolsa.
—¡Y voilá! De Kusanagi Yu a Shawn Vane más rápido de lo que tardas en enumerar las preposiciones —afirmó medio riéndose, antes de pedirle que dejase un momento el timón con un simple gesto de su brazo, extrayendo algo de la bolsa—. Sé que lo vas a odiar, pero dado que no tenemos mucho tiempo esto es cuanto se me ha ocurrido: una peluca, unas lentillas y algo de maquillaje para disimular tus facciones. Debería cumplir su función sin problema en conjunto con tu nueva ropa. Deja que te ayude a colocártelo todo.
Y, una vez la beata le diera permiso, le ayudaría a ponerse todo. La peluca que había seleccionado era de cabello largo, uno que probablemente le llegase hasta cerca de la mitad de la espalda, mientras que las lentillas no eran sino unas que él mismo había utilizado en alguna ocasión, de un rojo rubí bastante intenso. Estas últimas serían lo primero con lo que lidiarían, y es que cuanto antes se acostumbrase a llevarlas mejor. Una vez puestas pasaría a ayudarle a recogerse el pelo en una redecilla antes de ponerle la peluca y peinársela un poco.
—¿Sabes? La verdad es que esperaba que nuestra tercera cita fuera en un lugar más tranquilo que Jaya... y sin tener que disfrazarnos. No seré yo quien niegue que es un plan bastante original —bromeó, tomándose algunas confianzas con ella. Después de todo el tiempo que habían pasado juntos sentía que se tenían la suficiente confianza como para tratarse de aquella forma. ¿Se llevaría una colleja? Quizá sí, pero era un riesgo que estaba dispuesto a asumir.
Suspiró con cierta pesadez cuando Abigail le preguntó, asintiendo antes de mirarla.
—Si te soy sincero, creo que ha sido algo más suave que de costumbre. —Lo decía con honestidad. Tal vez solo fuera una percepción distorsionada después de tantos años de trabajo y entrenamiento, pero juraría que no había sido el más intenso de los ejercicios. Sonrió animado, incapaz de contener una breve carcajada—. Bienvenida al selecto club de los aprendices de Markov.
El agente ya no les acompañaba, y es que al parecer tenía algunos asuntos que atender en el West Blue; unos asuntos que, como había supuesto, no le contó. Cosas del Cipher Pol, supuso. Al menos había tenido la decencia de contarles los detalles de su próxima misión porque, evidentemente, aún no habían terminado el trabajo. La forma en la que lo expresó aquel día casi parecía una orden, pero lo dijo de una forma tan decidida y contundente que incluso la protestas de la cazadora pareció incapaz de oponerse. Probablemente no lo hubiera hecho, por lo que habían hablado al inicio de su escolta, pero la actitud de su superior a veces era... bueno, infranqueable. Kus siempre había estado bastante seguro de que empleaba algún tipo de arte oscura o que se trataba de un usuario, pero no tenía mayores evidencias que el constante secretismo y misterio que envolvían siempre al moreno.
Por su parte, la peculiar pareja había sido confiada con la tarea de perseguir la pista del tal Nimbus, cuya estela parecía indicar que se encontraba en Jaya o que, por lo menos, acostumbraba a manejar sus asuntos desde la decadente isla pirata. Una tarea de infiltración nuevamente, algo que sabía que no le hacía especial gracia a la beata, y en uno de los lugares más peligrosos del paraíso si no eras un criminal... bueno, y si lo eras también; sus condiciones de cazadora y agente tan solo añadían un extra de peligrosidad al asunto.
—Bien, habrá que ir preparándose entonces —respondió cuando Abigail le indicó que en unas cuatro horas deberían llegar a su destino. Cuando se dispuso a marcharse y le dio claras indicaciones de NO tocar el timón no pudo sino reír con cierto nerviosismo, rascándose la nuca—. Tranquila, me mantendré alejado de él...
No era de extrañar que no quisiera cederle el control del barco después de la lamentable demostración que había realizado en alta mar. ¡Pero él había avisado de que era un navegante nefasto! Quizá «nefasto» fuera demasiado ambiguo y no representaba la gravedad real de su ineptitud al timón, pero quien avisa no es traidor. Vale, que sí, que casi vuelca la pequeña embarcación en mar abierto, sin obstáculos que esquivar ni maniobras bruscas que realizar, con unas aguas particularmente tranquilas y el cielo despejado. Al menos tan solo había sido un «casi», ¿no?
Para cuando la cazadora regresó a su lado no pudo sino mirarla con cierta sorpresa. No lo hizo en un mal sentido, pero hasta el momento nunca la había visto vestida con algo que no fuera su característico hábito o los trajes que el Cipher Pol le había prestado. Podía decirse que era la primera vez que la veía con un estilo bastante más casual. Sonrió de forma sutil tras echarle un vistazo. Llamaría mucho menos la atención de aquella forma... y le quedaba bastante bien.
—Sí, tengo alguna idea, aunque dudo que te vaya a hacer demasiada gracia —reconoció, sonriéndole ampliamente para que cediera un poco. Tampoco es que tuvieran demasiadas opciones, pero era mejor que lo hiciera de buena gana y no por verse forzada—. Pero la sorpresa tendrá que esperar, que necesito algo de tiempo para poder cambiarme.
Porque sí, por mucho que él fuera un agente del Cipher Pol gozaba de cierta fama y no podía arriesgarse a que alguien le reconociera a él también. No había problema realmente, y es que estaba acostumbrado a adoptar distintas apariencias según la conveniencia del guión y, para aquella ocasión, tenía una ideal: Shawn Vane. Desde el día en que trabajó para la Pirate Playboy pudo darse cuenta de que el mundo de la fama y, en especial, la moda, estaba sumido en la más absoluta oscuridad. Poseer un alter–ego con el que poder moverse entre las sombras sin levantar sospechas, afiliándose con criminales para sacar información que luego filtraba a la agencia fue, sin duda, un movimiento bastante inteligente. Tampoco es que hubiera muchas diferencias en cuanto a su apariencia real y la ficticia: un pelo notablemente más largo que lograba gracias a extensiones, un sutil bronceado que lograba con algo de maquillaje, un tatuaje de pega y un cambio de look. Ni siquiera necesitaba quitarse el parche —y es que la agencia de modelos le había dicho que le daba un toque «pirata», un atractivo criminal—.
Se desplazó hasta el pequeño camarote donde guardaba todo: ropas, extensiones, maquillaje, mudas y, esta vez sí, su espada. No pensaba presentarse en Jaya desarmado. Ni de coña.
Apenas le llevaría alrededor de veinte minutos terminar de prepararse, y es que era una tarea que tenía tan automatizada que prácticamente había optimizado el tiempo que invertía en ella. Para cuando salió del cuarto apareció con un look completamente distinto. Su único deseo era que la beata no se partiese la caja por ver un cambio tan drástico en él. Sus ropas eran... bueno, las típicas ropas que llevaría un macarra: chaqueta oscura sobre una camiseta ajustada junto con unos pantalones largos y grises que terminaban en unas botas altas. Sus habituales pendientes de aro habían sido sustituidos por otros de menor tamaño, oscuros, así como el colgante de su madre por otro más «de mar» —un collar de dientes, presumiblemente de tiburón—. Cuando se presentó ante Abigail portaba consigo una pequeña bolsa.
—¡Y voilá! De Kusanagi Yu a Shawn Vane más rápido de lo que tardas en enumerar las preposiciones —afirmó medio riéndose, antes de pedirle que dejase un momento el timón con un simple gesto de su brazo, extrayendo algo de la bolsa—. Sé que lo vas a odiar, pero dado que no tenemos mucho tiempo esto es cuanto se me ha ocurrido: una peluca, unas lentillas y algo de maquillaje para disimular tus facciones. Debería cumplir su función sin problema en conjunto con tu nueva ropa. Deja que te ayude a colocártelo todo.
Y, una vez la beata le diera permiso, le ayudaría a ponerse todo. La peluca que había seleccionado era de cabello largo, uno que probablemente le llegase hasta cerca de la mitad de la espalda, mientras que las lentillas no eran sino unas que él mismo había utilizado en alguna ocasión, de un rojo rubí bastante intenso. Estas últimas serían lo primero con lo que lidiarían, y es que cuanto antes se acostumbrase a llevarlas mejor. Una vez puestas pasaría a ayudarle a recogerse el pelo en una redecilla antes de ponerle la peluca y peinársela un poco.
—¿Sabes? La verdad es que esperaba que nuestra tercera cita fuera en un lugar más tranquilo que Jaya... y sin tener que disfrazarnos. No seré yo quien niegue que es un plan bastante original —bromeó, tomándose algunas confianzas con ella. Después de todo el tiempo que habían pasado juntos sentía que se tenían la suficiente confianza como para tratarse de aquella forma. ¿Se llevaría una colleja? Quizá sí, pero era un riesgo que estaba dispuesto a asumir.
- Aspecto actual de Kusanagi:
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Eso había sido una versión suave de Markov? Ahora sentía cierta lástima por los agentes del Cipher Pol y, una vez más, se convencía de que había tomado la decisión correcta cuando decidió ser cazarrecompensas para ayudar a la gente en lugar de entrar en esa agencia o en los marines. La parte mala era que si no cazaba no cobraba, y aquellos encargos no tenían una compensación económica. Por suerte aún tenía muchísimo efectivo para mantener alimentada a su gente.
Oh, sí, además de todo lo que llevaba, dentro de uno de sus bolsillos llevaba sus nuevas esposas. Se las habían entregado un poco antes de la llegada del agente Markov, diciéndole que se trataba de una cesión por su buen trabajo tanto en las misiones que le estaban encargando como por sus actos como cazadora. Antes no, pero ahora el gobierno sí era plenamente consciente de todo lo que había hecho desde su registro como cazadora gubernamental.
—¿Huh? —no supo cómo reaccionar. ¿Sorpresa? Por lo general le gustaban las sorpresas, pero suponía que estaba relacionado con la misión... y algo le decía que esta vez no iba a ser únicamente un cambio de nombre.
Mientras el agente se preparaba, Abi revisaba el estado del barco, no había sufrido daños desde que partieron y el rumbo se mantenía igual. Suspiró. La compañía del agente no le resultaba desagradable ni mucho menos, pero empezaba a estar cansada de tener que recurrir a otras identidades, caras, nombres, etc. No era su estilo y, además, normalmente eso significaba que no podía recurrir a prácticamente ninguna de sus armas habituales porque podrían relacionar eso con su verdadera identidad. ¿Cómo lo hacía Kus para poder aguantar eso? Se escapaba totalmente a su entendimiento.
Si no fuera porque se lo estaba diciendo no lo habría reconocido. Sus vestimentas, lejos de ser formales, eran bastante... de las que llevaría un delincuente juvenil. Bueno, así era mejor, así no les relacionarían y podrían investigar por separado sin que sospecharan demasiado.
—Shawn... intentaré recordarlo —dijo, tratando de asociar aquel nombre con aquella cara. ¿Lo del pelo eran extensiones? Tenía que serlo. Eso o tenía un crecepelo milagroso o algo asi
Y entonces llegó la sorpresa. Abi entrecerró los ojos, sin gustarle demasiado la idea. Sin embargo acabaría cediendo porque la otra opción era ponerse en contra a todo Jaya. Esa alternativa desembocaría en dos posibles resultados: Abi moría, o dejaba un rastro de cadáveres hasta Nimbus. Ninguna de las dos opciones le gustaba así que... tocaría cambiar de imagen otra vez.
—Vale —aceptó, y dejó que el agente, que parecía más familiarizado con aquellos cambios de aspecto, hiciera la mayor parte del trabajo.
Su aspecto ahora era el de una mujer de pelo negro y largo, con unos ojos de un color carmesí que resultaba hasta perturbador. Ya estaba echando de menos sus ojos originales. Su color aqua le gustaba infinitamente más que ese rojo. Sobre la broma del agente al principio no dijo nada porque no la había entendido, pero unos minutos más tarde algunos de sus habitantes se pusieron a explicarle qué significaba el detalle de la tercera cita.
—¿Que en la tercera cita se hace qué? ¡Kusanagi! —exclamó, con el rostro enrojecido, antes de dirigirse hacia Shawn, al que había llamado por su nombre original ahora que aún no habían llegado a Jaya. Cuando llegó hasta él se llevó la mano al bolsillo, sacando las esposas de kairoseki que le habían cedido. Intentó usarlas para darle un capón, pero se olvidó de los guantes y perdió la poca fuerza que tenía, con lo que el golpe quedó como algo más cómico que como un castigo como tal.
—Demonios, se me había olvidado que también me afecta a mí —dicho esto, correteó hasta el camarote y se puso un par de guantes negros para no volver a tener que pasar por eso.
Las horas pasaron y, finalmente, el barco llegó al puerto de Jaya. Antes de hacer nada más comprobó que su equipo estuviese bien, iba a llevar solo arco, flechas, y un revólver común en la cintura, que le habían entregado también sus habitantes a última hora. Nada de usar los seis caminos, eso llamaba demasiado la atención. Todo lo demás estaría dentro de su fortaleza, que tampoco tenía pensado utilizar.
—Por cierto, he pensado que quizá Nimbus conoce el nombre de "Eli", ¿te parece bien llamarme Diana? —preguntó, pues no le había dado ningún nombre él mismo ni nada como cuando le entregaron el dossier con toda la información sobre "Elizabeth".
Respondiera lo que respondiera, acabaría bajando del barco, tomándose algo de tiempo para amarrarlo bien.
—¿Deberíamos dividirnos? —preguntó, antes de hacer nada imprudente.
Oh, sí, además de todo lo que llevaba, dentro de uno de sus bolsillos llevaba sus nuevas esposas. Se las habían entregado un poco antes de la llegada del agente Markov, diciéndole que se trataba de una cesión por su buen trabajo tanto en las misiones que le estaban encargando como por sus actos como cazadora. Antes no, pero ahora el gobierno sí era plenamente consciente de todo lo que había hecho desde su registro como cazadora gubernamental.
—¿Huh? —no supo cómo reaccionar. ¿Sorpresa? Por lo general le gustaban las sorpresas, pero suponía que estaba relacionado con la misión... y algo le decía que esta vez no iba a ser únicamente un cambio de nombre.
Mientras el agente se preparaba, Abi revisaba el estado del barco, no había sufrido daños desde que partieron y el rumbo se mantenía igual. Suspiró. La compañía del agente no le resultaba desagradable ni mucho menos, pero empezaba a estar cansada de tener que recurrir a otras identidades, caras, nombres, etc. No era su estilo y, además, normalmente eso significaba que no podía recurrir a prácticamente ninguna de sus armas habituales porque podrían relacionar eso con su verdadera identidad. ¿Cómo lo hacía Kus para poder aguantar eso? Se escapaba totalmente a su entendimiento.
Si no fuera porque se lo estaba diciendo no lo habría reconocido. Sus vestimentas, lejos de ser formales, eran bastante... de las que llevaría un delincuente juvenil. Bueno, así era mejor, así no les relacionarían y podrían investigar por separado sin que sospecharan demasiado.
—Shawn... intentaré recordarlo —dijo, tratando de asociar aquel nombre con aquella cara. ¿Lo del pelo eran extensiones? Tenía que serlo. Eso o tenía un crecepelo milagroso o algo asi
Y entonces llegó la sorpresa. Abi entrecerró los ojos, sin gustarle demasiado la idea. Sin embargo acabaría cediendo porque la otra opción era ponerse en contra a todo Jaya. Esa alternativa desembocaría en dos posibles resultados: Abi moría, o dejaba un rastro de cadáveres hasta Nimbus. Ninguna de las dos opciones le gustaba así que... tocaría cambiar de imagen otra vez.
—Vale —aceptó, y dejó que el agente, que parecía más familiarizado con aquellos cambios de aspecto, hiciera la mayor parte del trabajo.
Su aspecto ahora era el de una mujer de pelo negro y largo, con unos ojos de un color carmesí que resultaba hasta perturbador. Ya estaba echando de menos sus ojos originales. Su color aqua le gustaba infinitamente más que ese rojo. Sobre la broma del agente al principio no dijo nada porque no la había entendido, pero unos minutos más tarde algunos de sus habitantes se pusieron a explicarle qué significaba el detalle de la tercera cita.
—¿Que en la tercera cita se hace qué? ¡Kusanagi! —exclamó, con el rostro enrojecido, antes de dirigirse hacia Shawn, al que había llamado por su nombre original ahora que aún no habían llegado a Jaya. Cuando llegó hasta él se llevó la mano al bolsillo, sacando las esposas de kairoseki que le habían cedido. Intentó usarlas para darle un capón, pero se olvidó de los guantes y perdió la poca fuerza que tenía, con lo que el golpe quedó como algo más cómico que como un castigo como tal.
—Demonios, se me había olvidado que también me afecta a mí —dicho esto, correteó hasta el camarote y se puso un par de guantes negros para no volver a tener que pasar por eso.
Las horas pasaron y, finalmente, el barco llegó al puerto de Jaya. Antes de hacer nada más comprobó que su equipo estuviese bien, iba a llevar solo arco, flechas, y un revólver común en la cintura, que le habían entregado también sus habitantes a última hora. Nada de usar los seis caminos, eso llamaba demasiado la atención. Todo lo demás estaría dentro de su fortaleza, que tampoco tenía pensado utilizar.
—Por cierto, he pensado que quizá Nimbus conoce el nombre de "Eli", ¿te parece bien llamarme Diana? —preguntó, pues no le había dado ningún nombre él mismo ni nada como cuando le entregaron el dossier con toda la información sobre "Elizabeth".
Respondiera lo que respondiera, acabaría bajando del barco, tomándose algo de tiempo para amarrarlo bien.
—¿Deberíamos dividirnos? —preguntó, antes de hacer nada imprudente.
- aspecto aproximado de abi (cara y pelo):
—Ay. —El pelirrojo se llevó la mano a la cabeza sobre el punto exacto donde Abigail le había dado con las esposas. El golpe no había sido demasiado fuerte, pero no dejaba de ser un peso muerto sobre él y... ¿aquello era kairoseki? Con tan solo rozarlo había experimentado una bajada de tensión brutal, apenas por un instante—. Venga ya, Abi. Era una broma.
Hizo un puchero, como si de aquella forma fuera a mitigar el espíritu vengativo de la beata. La verdad es que no había sido para tanto, pero nunca estaba de más un poco de sobreactuación para aliviar cualquier tipo de tensión que pudiera surgir. Supuso que sus habitantes le habrían chivado el significado de su pequeño chascarrillo, y es que había tardado unos minutos en entender la broma. Reprimir una carcajada se convirtió en una tarea imposible cuando su compañera correteó hacia el interior de la nave, aunque procuró que no pudiera escucharle reír. Presentaba un contraste curioso, y es que podía pasar de ser una cazadora de recompensas visceral al ser más inocente del mundo. «Supongo que es normal si se pasó tantos años en un convento».
Para cuando regresó a cubierta llevaba puestos unos guantes, lo que hizo que Kusanagi tomara cierta distancia para prevenir que se le pudiera pasar por la cabeza volver a golpearle con su juguetito; estaba bastante seguro de que la próxima vez dolería mucho más.
—Diana... Diana, vale —repitió en voz alta, esforzándose en interiorizarlo—. Me acordaré. Es un buen nombre... y no me digas por qué, pero te pega ahora mismo —aseguró, echándose un vistazo de arriba a abajo. Ya nada quedaba de Abigail, tan solo su nuevo alter–ego—. No es por fardar, pero ha quedado genial. No pareces tú.
Lo cierto era que aquella mirada podía resultar hasta inquietante, y si bien casi parecía gozar de cierto aire de femme–fatale, daba perfectamente el pego para hacerse pasar por alguien chungo. ¿Transmitiría él la misma sensación? Con un poco de suerte así sería o su identidad criminal resultaría en un auténtico fracaso.
Las últimas horas de trayecto habían pasado rápido y ya se encontraban buscando algún lugar en los muelles de Jaya donde atracar. Muchos de los barcos, para sorpresa del agente, tenían una apariencia corriente; quizá si pudiera obviar el olor a meado, alcohol, sangre y basura que llegaba desde todas las direcciones pudiera olvidarse, aunque fuera por un instante, de que no estaba en la isla con más índice de criminalidad de todo el Paraíso. Después de todo, era la famosa «Isla Pirata», un bastión sin ley donde los criminales del Grand Line hacían y deshacían a su antojo entre desfase y desfase. A decir verdad, estaba seguro de que podría pasárselo bien en alguna de esas juergas —siempre y cuando no hubiera intentos de asesinato, consumición de drogas y la larga retahíla de actos delictivos que se le venían a la mente—.
Mientras la ahora morena beata se preparaba para amarrar la embarcación él se limitó a extraer un pequeño aparato del interior de su oscura chaqueta: un pequeño pajarito metálico al que se refería por «Bir-D». Lo activó pulsando un pequeño botón tras su cabeza y este salió revoloteando con la gracilidad de un ave. Sonrió.
—Bueno, dudo que haya pasado desapercibido que hemos llegado juntos, pero supongo que no hay motivos para levantar sospechas por separarnos. Después de todo esta es la tierra de hacer lo que te de la gana, ¿no? —Bajó del barco de un salto, cayendo cerca de ella y extendiendo los brazos con aire despreocupado—. ¡Claro, Diana! Haz lo que quieras, yo voy a ver si consigo algo con lo que aliviar mi sed... no te lo tomes a mal, pero tantas horas junto a ti sin una sola gota de ron terminan haciéndose pesadas. —Su tono había cambiado radicalmente, incluso actuando de una forma distinta a la del chico amable que siempre solía ser. Empezaba la infiltración—. Si me necesitas para algo... ya sabes.
Se dio un par de toques en la cabeza, sonriéndole de una forma más seductora que encantadora, recordándole que llevaba un comunicador implantado. Abigail debía conservar el den–den que le había prestado el Cipher Pol. Separarse sería una buena idea para abarcar algo más de terreno e intentar enterarse de algo. Dudaba que la chica fuera a tener problemas, y menos aún tras el entrenamiento con Markov. Él se había llevado su espada por si las moscas, así que era hora de ponerse manos a la obra, y ello pasaba por la tarea más importante de todas: encontrar una taberna y pedir algo de beber.
Tras despedirse con un leve gesto de su mano se aventuró hacia el interior de la isla, deambulando por las sinuosas calles que, lejos de lo que esperaba encontrarse, parecían bastante más tranquilas de lo habitual. ¿Sería porque aún no serían más de las doce de la mañana?
—Ah, ya decía yo... —susurró, sonriendo al escuchar algo de barullo en el interior de un local ligeramente apartado del resto de edificios.
Hizo un puchero, como si de aquella forma fuera a mitigar el espíritu vengativo de la beata. La verdad es que no había sido para tanto, pero nunca estaba de más un poco de sobreactuación para aliviar cualquier tipo de tensión que pudiera surgir. Supuso que sus habitantes le habrían chivado el significado de su pequeño chascarrillo, y es que había tardado unos minutos en entender la broma. Reprimir una carcajada se convirtió en una tarea imposible cuando su compañera correteó hacia el interior de la nave, aunque procuró que no pudiera escucharle reír. Presentaba un contraste curioso, y es que podía pasar de ser una cazadora de recompensas visceral al ser más inocente del mundo. «Supongo que es normal si se pasó tantos años en un convento».
Para cuando regresó a cubierta llevaba puestos unos guantes, lo que hizo que Kusanagi tomara cierta distancia para prevenir que se le pudiera pasar por la cabeza volver a golpearle con su juguetito; estaba bastante seguro de que la próxima vez dolería mucho más.
—Diana... Diana, vale —repitió en voz alta, esforzándose en interiorizarlo—. Me acordaré. Es un buen nombre... y no me digas por qué, pero te pega ahora mismo —aseguró, echándose un vistazo de arriba a abajo. Ya nada quedaba de Abigail, tan solo su nuevo alter–ego—. No es por fardar, pero ha quedado genial. No pareces tú.
Lo cierto era que aquella mirada podía resultar hasta inquietante, y si bien casi parecía gozar de cierto aire de femme–fatale, daba perfectamente el pego para hacerse pasar por alguien chungo. ¿Transmitiría él la misma sensación? Con un poco de suerte así sería o su identidad criminal resultaría en un auténtico fracaso.
Las últimas horas de trayecto habían pasado rápido y ya se encontraban buscando algún lugar en los muelles de Jaya donde atracar. Muchos de los barcos, para sorpresa del agente, tenían una apariencia corriente; quizá si pudiera obviar el olor a meado, alcohol, sangre y basura que llegaba desde todas las direcciones pudiera olvidarse, aunque fuera por un instante, de que no estaba en la isla con más índice de criminalidad de todo el Paraíso. Después de todo, era la famosa «Isla Pirata», un bastión sin ley donde los criminales del Grand Line hacían y deshacían a su antojo entre desfase y desfase. A decir verdad, estaba seguro de que podría pasárselo bien en alguna de esas juergas —siempre y cuando no hubiera intentos de asesinato, consumición de drogas y la larga retahíla de actos delictivos que se le venían a la mente—.
Mientras la ahora morena beata se preparaba para amarrar la embarcación él se limitó a extraer un pequeño aparato del interior de su oscura chaqueta: un pequeño pajarito metálico al que se refería por «Bir-D». Lo activó pulsando un pequeño botón tras su cabeza y este salió revoloteando con la gracilidad de un ave. Sonrió.
—Bueno, dudo que haya pasado desapercibido que hemos llegado juntos, pero supongo que no hay motivos para levantar sospechas por separarnos. Después de todo esta es la tierra de hacer lo que te de la gana, ¿no? —Bajó del barco de un salto, cayendo cerca de ella y extendiendo los brazos con aire despreocupado—. ¡Claro, Diana! Haz lo que quieras, yo voy a ver si consigo algo con lo que aliviar mi sed... no te lo tomes a mal, pero tantas horas junto a ti sin una sola gota de ron terminan haciéndose pesadas. —Su tono había cambiado radicalmente, incluso actuando de una forma distinta a la del chico amable que siempre solía ser. Empezaba la infiltración—. Si me necesitas para algo... ya sabes.
Se dio un par de toques en la cabeza, sonriéndole de una forma más seductora que encantadora, recordándole que llevaba un comunicador implantado. Abigail debía conservar el den–den que le había prestado el Cipher Pol. Separarse sería una buena idea para abarcar algo más de terreno e intentar enterarse de algo. Dudaba que la chica fuera a tener problemas, y menos aún tras el entrenamiento con Markov. Él se había llevado su espada por si las moscas, así que era hora de ponerse manos a la obra, y ello pasaba por la tarea más importante de todas: encontrar una taberna y pedir algo de beber.
Tras despedirse con un leve gesto de su mano se aventuró hacia el interior de la isla, deambulando por las sinuosas calles que, lejos de lo que esperaba encontrarse, parecían bastante más tranquilas de lo habitual. ¿Sería porque aún no serían más de las doce de la mañana?
—Ah, ya decía yo... —susurró, sonriendo al escuchar algo de barullo en el interior de un local ligeramente apartado del resto de edificios.
Abigail Mjöllnir
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No se lo tendría en cuenta más tiempo del necesario, suponía que no lo había hecho a malas y que, además, había aprendido la lección, aunque fuera por las malas. No era especialmente rencorosa con detalles así. Si fuera un extraño o alguien que le cayera mal pues... ahí la historia habría sido distinta.
Ahora tendría que acordarse ella de que iba a utilizar el nombre de Diana y no el de Abigail o Elizabeth. El Den den mushi... sí, aún lo llevaba encima. No le dijo nada por el comentario porque por el cambio de tono suponía que ya estaba actuando y no quería estropearle el teatro con una actuación de malota totalmente desastrosa porque no conocía la jerga pirata y, aunque lo hiciera, le resultaba imposible blasfemar de aquella manera.
Después de asegurar el barco la cazadora se separó de Shawn y fue por otro camino. Aquella era la isla pirata por excelencia del Grand Line y se notaba, estaba poblada por hombres y mujeres de mala reputación, y reconocía no pocos rostros por los carteles de Se Busca que guardaba en una de las salas de su fortaleza. Sin embargo, no era el momento de ponerse a cazar, tenía que buscar a Nimbus o, por lo menos, encontrar a alguien que pudiera guiarla hasta él. Esa parte no debería ser demasiado difícil, ¿no? siempre habían disputas internas, discrepancias, intentos de asesinato por dichas discrepancias, estaba casi segura de que ese era el pan de cada día para la gente del bajo mundo.
Su paseo la llevaría por algunas de las calles de Jaya, donde se escuchaba mucha juerga y fiesta. De la misma forma, en otros de los locales lo que se escuchaba eran peleas, algo que también era bastante típico de aquella gentuza.
Ahora, ¿dónde debería buscar el paradero de Nimbus? Cuando rastreaba a piratas primero intentaba investigar las escenas de los crímenes, pero ahora no podía hacer eso, así que... tendría que encontrar a alguien que pudiera guiarla. Eso sí podía hacerlo con sus métodos de cazadora y el más sencillo de ellos era meterse en alguna taberna y escuchar todas las conversaciones que pudiera, alguna de ellas le terminaría dando pistas... o eso esperaba.
Entró en una de ellas y, bajo la atenta mirada de los piratas y criminales que hacían de clientes, fue a la barra a sentarse en uno de los taburetes. Si tenía algo de suerte no aparecería otro cazador irrumpiendo como si no estuvieran en una ciudad pirata.
Pidió un poco para comer y se dedicó a pegar la oreja a todas las conversaciones que pudiera sin hacer apenas gestos. No es que le hiciera mucha gracia precisamente tener que infiltrarse en un nido de piratas pero... tenía que hacer ciertos sacrificios, como bien le recordaban sus heridas.
—Entonces podemos dividirnos el saqueo a medias —escuchó, pero esa no le interesaba.
—Después de aquí nos iremos a Water Seven —otra conversación de un grupo de piratas, tampoco era lo que buscaba.
De momento no escuchaba nada que le sirviera. No obstante, había una mesa que le resultaba ligeramente sospechosa porque había una persona que no terminaba de encajar, pero nadie más parecía darse cuenta, eso o que ya lo conocían, no le daría mayor importancia. No mucho después, uno de los hombres de la taberna acabó por acercarse a ella, sentándose a un lado de ella.
De momento no le haría caso y se limitaría a continuar comiendo. ¿Quizá sería buena idea cambiar de taberna cuando acabara de comer? Allí no estaba consiguiendo mucho aparte de encontrar movimiento de piratas —que se aseguraría de recordar para después, para cuando quisiera cazarlos—.
Le daría unos minutos más a esa taberna antes de irse a buscar información a otro lado.
Ahora tendría que acordarse ella de que iba a utilizar el nombre de Diana y no el de Abigail o Elizabeth. El Den den mushi... sí, aún lo llevaba encima. No le dijo nada por el comentario porque por el cambio de tono suponía que ya estaba actuando y no quería estropearle el teatro con una actuación de malota totalmente desastrosa porque no conocía la jerga pirata y, aunque lo hiciera, le resultaba imposible blasfemar de aquella manera.
Después de asegurar el barco la cazadora se separó de Shawn y fue por otro camino. Aquella era la isla pirata por excelencia del Grand Line y se notaba, estaba poblada por hombres y mujeres de mala reputación, y reconocía no pocos rostros por los carteles de Se Busca que guardaba en una de las salas de su fortaleza. Sin embargo, no era el momento de ponerse a cazar, tenía que buscar a Nimbus o, por lo menos, encontrar a alguien que pudiera guiarla hasta él. Esa parte no debería ser demasiado difícil, ¿no? siempre habían disputas internas, discrepancias, intentos de asesinato por dichas discrepancias, estaba casi segura de que ese era el pan de cada día para la gente del bajo mundo.
Su paseo la llevaría por algunas de las calles de Jaya, donde se escuchaba mucha juerga y fiesta. De la misma forma, en otros de los locales lo que se escuchaba eran peleas, algo que también era bastante típico de aquella gentuza.
Ahora, ¿dónde debería buscar el paradero de Nimbus? Cuando rastreaba a piratas primero intentaba investigar las escenas de los crímenes, pero ahora no podía hacer eso, así que... tendría que encontrar a alguien que pudiera guiarla. Eso sí podía hacerlo con sus métodos de cazadora y el más sencillo de ellos era meterse en alguna taberna y escuchar todas las conversaciones que pudiera, alguna de ellas le terminaría dando pistas... o eso esperaba.
Entró en una de ellas y, bajo la atenta mirada de los piratas y criminales que hacían de clientes, fue a la barra a sentarse en uno de los taburetes. Si tenía algo de suerte no aparecería otro cazador irrumpiendo como si no estuvieran en una ciudad pirata.
Pidió un poco para comer y se dedicó a pegar la oreja a todas las conversaciones que pudiera sin hacer apenas gestos. No es que le hiciera mucha gracia precisamente tener que infiltrarse en un nido de piratas pero... tenía que hacer ciertos sacrificios, como bien le recordaban sus heridas.
—Entonces podemos dividirnos el saqueo a medias —escuchó, pero esa no le interesaba.
—Después de aquí nos iremos a Water Seven —otra conversación de un grupo de piratas, tampoco era lo que buscaba.
De momento no escuchaba nada que le sirviera. No obstante, había una mesa que le resultaba ligeramente sospechosa porque había una persona que no terminaba de encajar, pero nadie más parecía darse cuenta, eso o que ya lo conocían, no le daría mayor importancia. No mucho después, uno de los hombres de la taberna acabó por acercarse a ella, sentándose a un lado de ella.
De momento no le haría caso y se limitaría a continuar comiendo. ¿Quizá sería buena idea cambiar de taberna cuando acabara de comer? Allí no estaba consiguiendo mucho aparte de encontrar movimiento de piratas —que se aseguraría de recordar para después, para cuando quisiera cazarlos—.
Le daría unos minutos más a esa taberna antes de irse a buscar información a otro lado.
No fue sino al abrir la puerta que alguien comió suelo justo delante de él: un chico que debía rondar la veintena de años pero al que la vida le había pasado factura, cosa que se podía apreciar en sus ojeras, los rasgos gastados y... bueno, el olor. ¿Había alguien en aquella puñetera isla que no apestase? Quizá debiera haber tenido eso en cuenta para los disfraces, pero bueno, de perdidos al río. Por lo que pudo observar en un rápido vistazo, la pequeña trifulca había implicado a varios de los allí presentes. De una forma u otra, el más perjudicado parecía ser el hombre que acababa de hacer de escoba por toda la taberna, quien se levantó como buenamente pudo antes de escupir sangre al suelo y hacer por largarse, empujando al pelirrojo hacia un lado en el proceso.
—¡Eso, lárgate y no vuelvas por aquí! ¡No queremos ratas cobardes con nosotros! —rugió un tipo corpulento que se encontraba al otro lado de la barra mientras que algunos gorilas volvían a desperdigarse por la sala. Parecía ser el dueño del local... o algo así.
Kusanagi mandó una señal a Bir-D, ordenándole que siguiera al pobre desgraciado que acababa de salir de la taberna. No estaba seguro del motivo, pero sentía una corazonada. ¿Cobardes? Los cobardes siempre eran útiles cuando se quería sacar información, especialmente si esta era de interés para gente más peligrosa que sus propios jefes. Con el pequeño robot alado se aseguraría de tenerle localizado y no perder su pista, por si necesitase encontrarlo después.
Con la misma parsimonia con la que había entrado se dirigió a la barra, tomando asiento con absoluta despreocupación en uno de los taburetes frente a esta. Alzó la mano, buscando llamar la atención del tabernero para que le pusiera algo de beber, pero alguien le sujetó del antebrazo con muy poco decoro. El agente alzó una ceja, mirando a su nuevo admirador con cierta confusión. El grandullón era un tipejo corpulento, probablemente rondando los dos metros de altura, repleto de tatuajes, cicatrices y todo aquello que era un completo estereotipo de pirata. Cómo no, también olía a muerto recién levantado de su tumba. Torció los labios en una mueca y miró al cara–rajada con gesto de pocos amigos, frunciendo el ceño.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿No te han dicho que es de mala educación tocar a la gente sin permiso? —le reprochó el pelirrojo con aire bravucón. La verdad es que hacer de malote no se le daba del todo mal.
—Este es un local privado, guaperas, no puedes estar aquí. ¿Qué tal si te largas por donde has venido y no molestas? —Algunos de los criminales que estaban por ahí se rieron ante la escena—. Si quieres puedo sacarte yo mismo como a la rata de antes.
Vaya, parecía que había dado con el lugar idóneo. ¿Un sitio privado? ¿Algo así como un club de lectura pero con un aire más oscuro e intenciones menos honradas? ¡Genial! El sitio perfecto para empezar su investigación salvo, claro, porque no le querían allí. Bueno, todos parecían hombres fuertotes, de esos que saben valorar un buen puñetazo y la masa muscular del brazo; no es que él tuviera tanta como ellos, pero no estaba del todo mal... y no parecían demasiado hábiles. Suspiró con resignación.
—Uno que solo quiere llevarse algo fresquito al cuerpo y no le dejan... —comentó al aire, cerrando los ojos por un instante.
El agarre alrededor de su antebrazo persistía, así que decidió aprovecharlo a su favor. Con una fuerza que para nada cuadraba con su aspecto, el agente se puso en pie y usó su propio cuerpo como apoyo para alzar por los aires a su nuevo amigo con una facilidad pasmosa. Llevó la mano libre hasta el brazo del contrario a continuación, afianzando su agarre y tirando para estamparlo de cabeza contra el suelo del lugar, haciendo que incluso las jarras de algunas mesas se tambaleasen sobre estas. Aquello pareció bastar para noquear al bocazas ese, así como para que el resto dejasen de mirarle con tanta hostilidad. Bien, ganarse el respeto de aquella gente a base de intimidación: conseguido.
—Pues creo que eso cuenta como invitación a quedarme, ¿no? —sugirió, mirando al tabernero, quien soltó una sonora carcajada e hizo un gesto para que se sentase. Así lo hizo.
—Juraría que es la primera vez que te veo por aquí, chico, y yo no suelo olvidar una cara. ¿Qué demonios haces aquí?
—Parece bastante evidente, ¿no? —se aventuró a afirmar, encogiéndose de hombros mientras veía cómo el buen hombre le servía algo de beber en una jarra dudosamente limpia—. Este sitio parecía bastante animado y quería ver qué se cocía. Si de paso me podía tomar algo, mejor que mejor. Ah, siento lo de vuestro amigo —señaló al pirata noqueado—, pero a mí no me pone un dedo encima ni mi madre.
—¡Eso, lárgate y no vuelvas por aquí! ¡No queremos ratas cobardes con nosotros! —rugió un tipo corpulento que se encontraba al otro lado de la barra mientras que algunos gorilas volvían a desperdigarse por la sala. Parecía ser el dueño del local... o algo así.
Kusanagi mandó una señal a Bir-D, ordenándole que siguiera al pobre desgraciado que acababa de salir de la taberna. No estaba seguro del motivo, pero sentía una corazonada. ¿Cobardes? Los cobardes siempre eran útiles cuando se quería sacar información, especialmente si esta era de interés para gente más peligrosa que sus propios jefes. Con el pequeño robot alado se aseguraría de tenerle localizado y no perder su pista, por si necesitase encontrarlo después.
Con la misma parsimonia con la que había entrado se dirigió a la barra, tomando asiento con absoluta despreocupación en uno de los taburetes frente a esta. Alzó la mano, buscando llamar la atención del tabernero para que le pusiera algo de beber, pero alguien le sujetó del antebrazo con muy poco decoro. El agente alzó una ceja, mirando a su nuevo admirador con cierta confusión. El grandullón era un tipejo corpulento, probablemente rondando los dos metros de altura, repleto de tatuajes, cicatrices y todo aquello que era un completo estereotipo de pirata. Cómo no, también olía a muerto recién levantado de su tumba. Torció los labios en una mueca y miró al cara–rajada con gesto de pocos amigos, frunciendo el ceño.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿No te han dicho que es de mala educación tocar a la gente sin permiso? —le reprochó el pelirrojo con aire bravucón. La verdad es que hacer de malote no se le daba del todo mal.
—Este es un local privado, guaperas, no puedes estar aquí. ¿Qué tal si te largas por donde has venido y no molestas? —Algunos de los criminales que estaban por ahí se rieron ante la escena—. Si quieres puedo sacarte yo mismo como a la rata de antes.
Vaya, parecía que había dado con el lugar idóneo. ¿Un sitio privado? ¿Algo así como un club de lectura pero con un aire más oscuro e intenciones menos honradas? ¡Genial! El sitio perfecto para empezar su investigación salvo, claro, porque no le querían allí. Bueno, todos parecían hombres fuertotes, de esos que saben valorar un buen puñetazo y la masa muscular del brazo; no es que él tuviera tanta como ellos, pero no estaba del todo mal... y no parecían demasiado hábiles. Suspiró con resignación.
—Uno que solo quiere llevarse algo fresquito al cuerpo y no le dejan... —comentó al aire, cerrando los ojos por un instante.
El agarre alrededor de su antebrazo persistía, así que decidió aprovecharlo a su favor. Con una fuerza que para nada cuadraba con su aspecto, el agente se puso en pie y usó su propio cuerpo como apoyo para alzar por los aires a su nuevo amigo con una facilidad pasmosa. Llevó la mano libre hasta el brazo del contrario a continuación, afianzando su agarre y tirando para estamparlo de cabeza contra el suelo del lugar, haciendo que incluso las jarras de algunas mesas se tambaleasen sobre estas. Aquello pareció bastar para noquear al bocazas ese, así como para que el resto dejasen de mirarle con tanta hostilidad. Bien, ganarse el respeto de aquella gente a base de intimidación: conseguido.
—Pues creo que eso cuenta como invitación a quedarme, ¿no? —sugirió, mirando al tabernero, quien soltó una sonora carcajada e hizo un gesto para que se sentase. Así lo hizo.
—Juraría que es la primera vez que te veo por aquí, chico, y yo no suelo olvidar una cara. ¿Qué demonios haces aquí?
—Parece bastante evidente, ¿no? —se aventuró a afirmar, encogiéndose de hombros mientras veía cómo el buen hombre le servía algo de beber en una jarra dudosamente limpia—. Este sitio parecía bastante animado y quería ver qué se cocía. Si de paso me podía tomar algo, mejor que mejor. Ah, siento lo de vuestro amigo —señaló al pirata noqueado—, pero a mí no me pone un dedo encima ni mi madre.
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aquella taberna en concreto no estaba resultando de ayuda. Muchas conversaciones distintas y ninguna parecía ser relevante para lo que estaba buscando. Decidió dar por finalizada su investigación en aquel edificio, no había encontrado pistas y seguir ahí sería perder el tiempo y arriesgarse a que algún espabilado la reconociera. Ignoraría al hombre que se había sentado con ella. Pagó y, acto seguido, se levantó para marcharse.
—¡Ya la has espantado, macho! —escuchó al tiempo que salía de la taberna. ¿Querían que se quedara ahí dentro? No entraba en sus planes quedarse en juergas pirata.
Continuaría deambulando por Jaya hasta que, una media hora más tarde, alguien que iba corriendo chocó con ella. Se trataba de un hombre algo más bajo que ella, tenía el pelo marrón y corto y vestía con unas ropas que... bueno, eran como las de casi todos los piratas de la isla.
—¡Perdón, perdón! —escuchó que decía.
Eso ya era algo más inusual, ¿desde cuándo aquella gentuza se disculpaba por tropezar con alguien? Abi no dijo nada, solo vio al muchacho salir corriendo hacia delante. Al principio no le dio más importancia, pero empezó a dársela cuando vio que otras dos personas salían corriendo para perseguirlo. Estos, sin embargo, no estaban huyendo como el primero, más bien estaban persiguiéndolo.
—¡Pagarás por hacernos perder el tiempo con tus puñeteras ideas! —exclamaban mientras lo perseguían.
La monja de incógnito entrecerró los ojos y, sospechando que podría pasar algo, se movió rápido para perseguir a los agresores del chaval, que giraron un par de veces para meterse en los callejones en los que el primer pirata había intentado esconderse. Por supuesto, no lo consiguió y tuvo que hacer frente a los dos que le perseguían. Uno de ellos agarró al muchacho por la ropa y lo acorraló contra la pared.
—¿Crees que por vestirte así vas a engañarnos? —preguntaba el otro.
Abi se movió despacio, tratando de pegar la oreja todo lo posible sin que la vieran. El sigilo no era lo suyo, pero la discreción tampoco era el punto fuerte de aquellos dos, así que la cosa estaba bastante equilibrada. Habían empezado a discutir por algún motivo, pero hubo una frase que llamó especialmente su atención.
—¿Cómo iba a saber yo que un gyojin y un brazos largos iban a fracasar así? Son de las razas más fuertes y sus trabajos previos indicaban que eran la elección correcta —decía el muchacho de pelo marrón, el que estaba huyendo de ellos. Esos eran... los dos a los que se habían enfrentado ella y el agente Kusanagi.
—Da igual, fracasaron —dijo el que lo estaba agarrando, mostrándose bastante inflexible y despiadado con él —. Y el siguiente paso es atar cabos sueltos para evitar que lleguen hasta él —continuó.
Vale... estaba claro que estaban trabajando para Nimbus, pero no podía dejarse ver hasta estar segura de que podría quitárselos de encima de una vez. Tenía flechas suficientes y fuerza para poder lidiar con aquellos dos sin hacer mucho escándalo. El revólver no podía usarlo, haría demasiado ruido y alertaría a la gente... y puede que a más mercenarios de Nimbus.
¿Debería capturar también a los mercenarios aparte de al chaval? Quizá su sugestión fuera más efectiva si los traía a todos. Savó el arco y agarró una de las flechas. En breves atacaría, cuando estuvieran más centrados en el joven que en sus alrededores.
—¡Ya la has espantado, macho! —escuchó al tiempo que salía de la taberna. ¿Querían que se quedara ahí dentro? No entraba en sus planes quedarse en juergas pirata.
Continuaría deambulando por Jaya hasta que, una media hora más tarde, alguien que iba corriendo chocó con ella. Se trataba de un hombre algo más bajo que ella, tenía el pelo marrón y corto y vestía con unas ropas que... bueno, eran como las de casi todos los piratas de la isla.
—¡Perdón, perdón! —escuchó que decía.
Eso ya era algo más inusual, ¿desde cuándo aquella gentuza se disculpaba por tropezar con alguien? Abi no dijo nada, solo vio al muchacho salir corriendo hacia delante. Al principio no le dio más importancia, pero empezó a dársela cuando vio que otras dos personas salían corriendo para perseguirlo. Estos, sin embargo, no estaban huyendo como el primero, más bien estaban persiguiéndolo.
—¡Pagarás por hacernos perder el tiempo con tus puñeteras ideas! —exclamaban mientras lo perseguían.
La monja de incógnito entrecerró los ojos y, sospechando que podría pasar algo, se movió rápido para perseguir a los agresores del chaval, que giraron un par de veces para meterse en los callejones en los que el primer pirata había intentado esconderse. Por supuesto, no lo consiguió y tuvo que hacer frente a los dos que le perseguían. Uno de ellos agarró al muchacho por la ropa y lo acorraló contra la pared.
—¿Crees que por vestirte así vas a engañarnos? —preguntaba el otro.
Abi se movió despacio, tratando de pegar la oreja todo lo posible sin que la vieran. El sigilo no era lo suyo, pero la discreción tampoco era el punto fuerte de aquellos dos, así que la cosa estaba bastante equilibrada. Habían empezado a discutir por algún motivo, pero hubo una frase que llamó especialmente su atención.
—¿Cómo iba a saber yo que un gyojin y un brazos largos iban a fracasar así? Son de las razas más fuertes y sus trabajos previos indicaban que eran la elección correcta —decía el muchacho de pelo marrón, el que estaba huyendo de ellos. Esos eran... los dos a los que se habían enfrentado ella y el agente Kusanagi.
—Da igual, fracasaron —dijo el que lo estaba agarrando, mostrándose bastante inflexible y despiadado con él —. Y el siguiente paso es atar cabos sueltos para evitar que lleguen hasta él —continuó.
Vale... estaba claro que estaban trabajando para Nimbus, pero no podía dejarse ver hasta estar segura de que podría quitárselos de encima de una vez. Tenía flechas suficientes y fuerza para poder lidiar con aquellos dos sin hacer mucho escándalo. El revólver no podía usarlo, haría demasiado ruido y alertaría a la gente... y puede que a más mercenarios de Nimbus.
¿Debería capturar también a los mercenarios aparte de al chaval? Quizá su sugestión fuera más efectiva si los traía a todos. Savó el arco y agarró una de las flechas. En breves atacaría, cuando estuvieran más centrados en el joven que en sus alrededores.
—Entonces... Shawn, ¿no?
El pelirrojo asintió, observando con calma y de reojo cómo se llevaban a rastras hasta una de las mesas al pobre gorila que había intentado propasarse con él. En realidad se sentía mal: había sido un despliegue de violencia completamente gratuito y muy lejano a lo que era su forma de ser, pero la infiltración requería que se comportase como Shawn Vane, no como Kusanagi Yu. Al menos se había asegurado de que el golpe no fuera desmedido y tan solo sufriera algunas contusiones leves. A comer y a la cama.
—¿Y cómo te ganas la vida, amigo? Porque después de lo de antes dudo que te dediques a cuidar de ancianos —bromeó Bill, el tabernero.
Se encogió de hombros y soltó una pequeña carcajada.
—No, lo cierto es que soy modelo. —Se quedó unos segundos en silencio, percibiendo cómo la ceja del mayor se alzaba con confusión e incredulidad—. ¿Qué? ¿No puede saber defenderse alguien empleado en el mundo de la moda? He salido en algún que otro número de la Pirate's Playboy; no como primera plana, claro, pero pagan bien por chicos de buen ver. Modestia aparte, mi imagen bien vale unos cuantos berries.
—Ya veo. ¿Y se puede saber qué hace un modelo en Jaya? Solo tres tipos de persona vienen a la isla: criminales, imbéciles e infiltrados. ¿Cuál de los tres eres?
—Está claro que no de los imbéciles —respondió con un deje burlón y animado, justo antes de tomar su pinta y dar un generoso trago. Cuando acabó exhaló su aliento, dejando que el ardor del alcohol saliera de su cuerpo—. Por mucho que me guste mi trabajo debo reconocer que el negocio está podrido. Con todo el dinero que se mueve, ¿te crees que la gente juega limpio en el mundillo? No lo hace, no. Para llegar alto necesitas alguien que te cuide las espaldas: un patrocinador. He venido con la esperanza de encontrar uno.
La curiosidad y el interés parecieron crecer en la mirada de Bill, quien hasta ese momento había estado atendiendo tan solo a medias, sirviendo ron y cerveza aquí y allá, prestándole la atención justa.
—Un patrocinador, ¿eh?
—Ese es el plan —afirmó, ensanchando la sonrisa—. ¿No conoceréis a alguien que pueda hacerme el favor? Ya sabes, alguien relevante, no cualquier mindundi. Mi mira apunta bastante alto, no quiero juntarme con trapicheos de tres al cuarto...
El tabernero pareció dudar por unos segundos, pensativo, aunque quizá el recuerdo de la paliza que le había dado a su compañero le había despejado las dudas.
—Algo se me ocurre, sí... si tienes pelotas. Si no, es probable que acabes como la rata cobarde que salió con el rabo entre las piernas hace un rato: sin querer que nadie te vea juntándote con él.
Ahora era Kusanagi el que demostraba un brillo de curiosidad en su mirar.
—¿Tan grave es lo que ha hecho? ¿Quién era ese tío?
—Nadie importante... al menos ahora. Trabaja para el tipo de gente con la que uno no quiere tener problemas, pero parece que durante los últimos días se ha rajado. —Suspiró con exasperación y decepción, negando lentamente—. Si no vas a tener el valor de afrontar las consecuencias no deberías juntarte con gente así. No se le puede tener miedo al Gobierno Mundial si esperas tener algún futuro en este mundo.
—Miedo al gobierno... qué tontería —en realidad no lo era. Él lo sabía bien—. ¿Crees que si le doy una paliza sus viejos jefes me mirarían con buenos ojos?
No pretendía dársela, pero las piezas comenzaban a encajar en su cabeza. Un criminal bajo el mando de algún pez gordo que, aparentemente, había desarrollado cierto temor hacia el Gobierno Mundial y las posibles represalias de este en los últimos días. Podía no ser más que una coincidencia, pero no perdía nada por tirar de ese hilo.
—No sé si te mirarían con buenos ojos, pero al menos no lo harían con malos —se burló Bill—. Si te interesa ganarte el favor de esa gente quizá puedas empezar por ahí.
—Sí... creo que eso es lo que voy a hacer —concluyó, apurando la pinta y dejando con un golpe seco la jarra sobre la barra—. Gracias por todo, Bill. Seguramente vuelva más tarde... me gusta este sitio. Espero no tener que zurrarle a nadie más.
Y con estas se largó de allí después de que el tabernero se despidiera y le deseara buena suerte. Bir-D seguía persiguiendo y monitorizando a la ratilla cobarde, así que solo tenía que ir hasta allí y tener unas palabritas con él. ¿Tendría algo que ver con Nimbus?
El pelirrojo asintió, observando con calma y de reojo cómo se llevaban a rastras hasta una de las mesas al pobre gorila que había intentado propasarse con él. En realidad se sentía mal: había sido un despliegue de violencia completamente gratuito y muy lejano a lo que era su forma de ser, pero la infiltración requería que se comportase como Shawn Vane, no como Kusanagi Yu. Al menos se había asegurado de que el golpe no fuera desmedido y tan solo sufriera algunas contusiones leves. A comer y a la cama.
—¿Y cómo te ganas la vida, amigo? Porque después de lo de antes dudo que te dediques a cuidar de ancianos —bromeó Bill, el tabernero.
Se encogió de hombros y soltó una pequeña carcajada.
—No, lo cierto es que soy modelo. —Se quedó unos segundos en silencio, percibiendo cómo la ceja del mayor se alzaba con confusión e incredulidad—. ¿Qué? ¿No puede saber defenderse alguien empleado en el mundo de la moda? He salido en algún que otro número de la Pirate's Playboy; no como primera plana, claro, pero pagan bien por chicos de buen ver. Modestia aparte, mi imagen bien vale unos cuantos berries.
—Ya veo. ¿Y se puede saber qué hace un modelo en Jaya? Solo tres tipos de persona vienen a la isla: criminales, imbéciles e infiltrados. ¿Cuál de los tres eres?
—Está claro que no de los imbéciles —respondió con un deje burlón y animado, justo antes de tomar su pinta y dar un generoso trago. Cuando acabó exhaló su aliento, dejando que el ardor del alcohol saliera de su cuerpo—. Por mucho que me guste mi trabajo debo reconocer que el negocio está podrido. Con todo el dinero que se mueve, ¿te crees que la gente juega limpio en el mundillo? No lo hace, no. Para llegar alto necesitas alguien que te cuide las espaldas: un patrocinador. He venido con la esperanza de encontrar uno.
La curiosidad y el interés parecieron crecer en la mirada de Bill, quien hasta ese momento había estado atendiendo tan solo a medias, sirviendo ron y cerveza aquí y allá, prestándole la atención justa.
—Un patrocinador, ¿eh?
—Ese es el plan —afirmó, ensanchando la sonrisa—. ¿No conoceréis a alguien que pueda hacerme el favor? Ya sabes, alguien relevante, no cualquier mindundi. Mi mira apunta bastante alto, no quiero juntarme con trapicheos de tres al cuarto...
El tabernero pareció dudar por unos segundos, pensativo, aunque quizá el recuerdo de la paliza que le había dado a su compañero le había despejado las dudas.
—Algo se me ocurre, sí... si tienes pelotas. Si no, es probable que acabes como la rata cobarde que salió con el rabo entre las piernas hace un rato: sin querer que nadie te vea juntándote con él.
Ahora era Kusanagi el que demostraba un brillo de curiosidad en su mirar.
—¿Tan grave es lo que ha hecho? ¿Quién era ese tío?
—Nadie importante... al menos ahora. Trabaja para el tipo de gente con la que uno no quiere tener problemas, pero parece que durante los últimos días se ha rajado. —Suspiró con exasperación y decepción, negando lentamente—. Si no vas a tener el valor de afrontar las consecuencias no deberías juntarte con gente así. No se le puede tener miedo al Gobierno Mundial si esperas tener algún futuro en este mundo.
—Miedo al gobierno... qué tontería —en realidad no lo era. Él lo sabía bien—. ¿Crees que si le doy una paliza sus viejos jefes me mirarían con buenos ojos?
No pretendía dársela, pero las piezas comenzaban a encajar en su cabeza. Un criminal bajo el mando de algún pez gordo que, aparentemente, había desarrollado cierto temor hacia el Gobierno Mundial y las posibles represalias de este en los últimos días. Podía no ser más que una coincidencia, pero no perdía nada por tirar de ese hilo.
—No sé si te mirarían con buenos ojos, pero al menos no lo harían con malos —se burló Bill—. Si te interesa ganarte el favor de esa gente quizá puedas empezar por ahí.
—Sí... creo que eso es lo que voy a hacer —concluyó, apurando la pinta y dejando con un golpe seco la jarra sobre la barra—. Gracias por todo, Bill. Seguramente vuelva más tarde... me gusta este sitio. Espero no tener que zurrarle a nadie más.
Y con estas se largó de allí después de que el tabernero se despidiera y le deseara buena suerte. Bir-D seguía persiguiendo y monitorizando a la ratilla cobarde, así que solo tenía que ir hasta allí y tener unas palabritas con él. ¿Tendría algo que ver con Nimbus?
Abigail Mjöllnir
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
.La discusión entre aquellos tres continuaba, pero no dejaban caer nombres concretos, siempre se referían a "él"; nada indicaba que fueran mercenarios de Nimbus —no lo nombraban explícitamente, y con razón—, a pesar de todas las sospechas que tenía. Su única pista era que había mencionado a los dos atacantes. Pronto tendría que tomar una decisión, atacar ahora o esperar un poco más... esperaría un poco más, quizá podría conseguir algún dato más para confirmar sus sospechas.
—¿Después de todo lo que me he arriesgado por él a pesar de todo lo que me ha hecho pasar? —preguntó, pidiendo clemencia.
Sin embargo, el muchacho no recibiría respuesta. Era el momento de actuar. Tensó el arco, salió de su escondite y disparó la primera flecha, que impactó y atravesó el brazo del mercenario que estaba agarrando al muchacho. El mercenario soltó un gruñido de dolor cuando fue forzado a soltar al criminal. Éste, por su parte, tardó poco en salir corriendo para desgracia de la hereje, que ahora tendría que lidiar con esos dos antes de continuar.
—¡Voy a por él, no debe escapar o estaremos muertos nosotros también! —gritó el que estaba intacto justo antes de salir corriendo tras el criminal que iba a convertirse en su informador involuntario.
Decidió tomar la iniciativa, tenía que inutilizar rápido al primero si quería cazar al segundo antes de que ejecutara al criminal. Avanzaría corriendo hacia el mercenario, un hombre un tanto fornido y notablemente más alto que ella —llegaba hasta los dos metros—. Éste respondió con un grito y trató de contraatacar con un fuerte puñetazo que esquivó con cierta facilidad, era grande pero también era lento, incluso más que ella.
Esquivó el puñetazo agachándose y deslizándose a la derecha suya. Se giró, dió un salto hacia atrás y cargó una nueva flecha en el arco, disparándola en cuanto lo tuvo totalmente tenso. Apuntó hacia su pierna derecha, perforando su rodilla en el proceso y volviendo a provocar un gemido de dolor por parte de su víctima. Se hacía el duro, eh... Miró a su alrededor. Estaban solos, podía usar sus poderes si era rápida.
Abrió la puerta de su pecho y solo transmitió una palabra a sus habitantes: "Garra". La balista se disparó, atrapando al mercenario herido con el virote de garra. Acto seguido, pusieron en marcha el sistema retráctil de la garra para llevar al hombre al interior de la fortaleza de Abigail, donde sus habitantes esperaban preparados. Sus habitantes siguieron el protocolo habitual, inutilizar al "invasor" dejándolo inconsciente, amordazarlo y atarlo lo mejor posible para evitar que escapara.
—Falta otro... se fue por aquí, creo —murmuró, mirando a su alrededor antes de volver a ponerse en marcha. Bien, nadie la había visto, ahora tendría que darse prisa.
Empezó a correr en la dirección en la que habían huído los otros dos. No pensaba que fueran a ir donde hubiera gente, al criminal ya lo habían identificado y no le serviría mezclarse entre la gente, y el otro probablemente quisiera evitar más interrupciones. Teniendo esas cosas en cuenta, y que los piratas de las calles de Jaya estaban cuchicheando sobre una persecución que se dirigía hacia las afueras, Abigail siguió el mismo camino.
«No he tardado mucho con el de antes, no deberían sacarme tanta ventaja» pensó, deseando que no fuera demasiado tarde.
—¿Después de todo lo que me he arriesgado por él a pesar de todo lo que me ha hecho pasar? —preguntó, pidiendo clemencia.
Sin embargo, el muchacho no recibiría respuesta. Era el momento de actuar. Tensó el arco, salió de su escondite y disparó la primera flecha, que impactó y atravesó el brazo del mercenario que estaba agarrando al muchacho. El mercenario soltó un gruñido de dolor cuando fue forzado a soltar al criminal. Éste, por su parte, tardó poco en salir corriendo para desgracia de la hereje, que ahora tendría que lidiar con esos dos antes de continuar.
—¡Voy a por él, no debe escapar o estaremos muertos nosotros también! —gritó el que estaba intacto justo antes de salir corriendo tras el criminal que iba a convertirse en su informador involuntario.
Decidió tomar la iniciativa, tenía que inutilizar rápido al primero si quería cazar al segundo antes de que ejecutara al criminal. Avanzaría corriendo hacia el mercenario, un hombre un tanto fornido y notablemente más alto que ella —llegaba hasta los dos metros—. Éste respondió con un grito y trató de contraatacar con un fuerte puñetazo que esquivó con cierta facilidad, era grande pero también era lento, incluso más que ella.
Esquivó el puñetazo agachándose y deslizándose a la derecha suya. Se giró, dió un salto hacia atrás y cargó una nueva flecha en el arco, disparándola en cuanto lo tuvo totalmente tenso. Apuntó hacia su pierna derecha, perforando su rodilla en el proceso y volviendo a provocar un gemido de dolor por parte de su víctima. Se hacía el duro, eh... Miró a su alrededor. Estaban solos, podía usar sus poderes si era rápida.
Abrió la puerta de su pecho y solo transmitió una palabra a sus habitantes: "Garra". La balista se disparó, atrapando al mercenario herido con el virote de garra. Acto seguido, pusieron en marcha el sistema retráctil de la garra para llevar al hombre al interior de la fortaleza de Abigail, donde sus habitantes esperaban preparados. Sus habitantes siguieron el protocolo habitual, inutilizar al "invasor" dejándolo inconsciente, amordazarlo y atarlo lo mejor posible para evitar que escapara.
—Falta otro... se fue por aquí, creo —murmuró, mirando a su alrededor antes de volver a ponerse en marcha. Bien, nadie la había visto, ahora tendría que darse prisa.
Empezó a correr en la dirección en la que habían huído los otros dos. No pensaba que fueran a ir donde hubiera gente, al criminal ya lo habían identificado y no le serviría mezclarse entre la gente, y el otro probablemente quisiera evitar más interrupciones. Teniendo esas cosas en cuenta, y que los piratas de las calles de Jaya estaban cuchicheando sobre una persecución que se dirigía hacia las afueras, Abigail siguió el mismo camino.
«No he tardado mucho con el de antes, no deberían sacarme tanta ventaja» pensó, deseando que no fuera demasiado tarde.
Tuvo que hacer alarde de sus buenos reflejos tras recorrer apenas una quincena de metros una vez salió de la taberna, evadiendo algunos objetos voladores cuyos lanzadores parecían tener intenciones aviesas. De verdad, allá donde mirase tan solo se encontraba con rifirrafes, pequeñas trifulcas —algunas no tan pequeñas—, borrachos, prostitutas, acaloradas discusiones, intentos de robo y cualquier acto de desorden público que uno pudiera imaginarse. Empezaba a resultarle muy complicado de entender el porqué de que aquella isla no hubiera sido pacificada todavía por la Marina o el Gobierno Mundial. Sí, la mayor parte de la población estaba compuesta por delincuentes de la peor calaña y no sería como detener a cuatro novatos, pero había tan poca unidad en ese sitio que no se imaginaba a las gentes de Jaya haciendo frente a una flota marine. Quizá el único motivo era que la isla no se mostraba como un premio jugoso para los intereses gubernamentales, cosa con la que podía estar de acuerdo. Sabiendo, además, que aquella isla era un punto de encuentro para piratas se arriesgaban a que estos no se tomasen demasiado bien la incursión, desatando un conflicto a mayor escala. ¿Sería, después de todo lo que había visto, una demostración de prudencia?
Fuera lo que fuere, no debía tardar más de unos minutos en alcanzar a su objetivo, especialmente una vez nadie le viera y pudiera moverse con rapidez. ¿Cómo le estaría yendo a Abi? La curiosidad le carcomía por dentro, pero no quería arriesgarse a realizar una llamada inoportuna que pudiera ponerla en peligro; al menos no lo haría mientras no tuviera nada que decirle más allá de un «Hola, ¿te encuentras bien? ¿Ningún puñal del que preocuparnos?».
El pobre desgraciado que ahora era su objetivo había decidido dirigirse a las afueras del pueblo pirata, probablemente porque en un sitio como aquel los rumores sobre su cobardía hubieran corrido como la pólvora. No podía dejar de pensar que era muy fácil burlarse y juzgar a aquel chaval sin haberle visto aún las orejas al lobo... y es que el Gobierno Mundial, el Cipher Pol y la Marina eran unas bestias muy grandes. En cualquier caso, que se alejase tan solo hacía más sencillo su trabajo —y el de Bir–D, que aún seguía desde las alturas al susodicho—, de modo que no tuviera que lidiar con interrupciones de ningún pico. ¿Cómo debía abordar el tema? Podía descubrirse como un agente del Cipher Pol y amenazarle, aunque les habían pedido que evitasen delatar sus identidades en la medida de lo posible, quizá para poder infiltrarse en un futuro con mayor facilidad. Su mejor alternativa era continuar haciéndose pasar por Vane y ganarse la confianza de la ratilla.
—Mira que le gusta dramatizar a este tío. ¿Hacía falta irse tan lejos? —se quejó en voz alta pese a que nadie fuera a escucharle, dando largas zancadas mientras evadía helechos, zarzales y demás vegetación que crecía ahora que se encontraban alejados de la población.
Las imágenes que su pequeña ave metálica transmitía directamente a su ojo cyborg delataron la existencia de una pequeña vivienda, relativamente alejada del centro urbano, donde el muchacho se había adentrado. Desde arriba parecía que el edificio se encontraba en desuso, abandonado incluso. ¿Sería una pequeña guarida personal? El lugar donde se encontraba no debía de ser transitado muy frecuentemente; para llegar, uno debía internarse en una de las arbitrarias arboledas de la isla. Sería mejor andarse con pies de plomo, por si acaso.
Entre los árboles, Kusanagi activó la visión infrarroja de su implante para localizar la señal de calor del chico. El edificio contaba con una planta superior, no muy grande, pero por el momento se había quedado en la zona más baja. Su cuerpo se volvió etéreo tras desactivar la mira de su ojo, colándose rápidamente por una de las ventanas que apenas estaba tapiada con algunos tablones de madera. La visión con la que se encontró no fue mucho más optimista, y es que todo se encontraba patas arriba: paredes descorchadas, puertas rocas, partes del suelo arrancadas, muebles sucios... y polvo, polvo por todos lados. Activó sus poderes para evitar que el sonido pudiera llegar hasta donde el criminal se encontraba, bajando a continuación las escaleras hasta llegar a lo que parecía ser una especie de cocina. El tipejo estaba de espaldas a él, pero no era su intención atacarle cuando estaba desprevenido, así que...
—¡Hey! Tú eres el chico de la pos...
—¡Ah! —gritó el otro, dando un respingo en el sitio y desenfundando un mosquete que rápidamente disparó contra él, directo al torso.
El pelirrojo ladeó el cuerpo con una rapidez inhumana, evadiendo la bala que terminó por impactar contra una de las paredes para dejar un precioso agujero. Por motivos que su agresor no comprendería, el disparo no había hecho el menor de los ruidos. Suspiró muy pesadamente, ante la atónita mirada el criminal.
—Vale, vale... quizá debía haber llamado a la puerta o algo. ¿Lo siento?
Fuera lo que fuere, no debía tardar más de unos minutos en alcanzar a su objetivo, especialmente una vez nadie le viera y pudiera moverse con rapidez. ¿Cómo le estaría yendo a Abi? La curiosidad le carcomía por dentro, pero no quería arriesgarse a realizar una llamada inoportuna que pudiera ponerla en peligro; al menos no lo haría mientras no tuviera nada que decirle más allá de un «Hola, ¿te encuentras bien? ¿Ningún puñal del que preocuparnos?».
El pobre desgraciado que ahora era su objetivo había decidido dirigirse a las afueras del pueblo pirata, probablemente porque en un sitio como aquel los rumores sobre su cobardía hubieran corrido como la pólvora. No podía dejar de pensar que era muy fácil burlarse y juzgar a aquel chaval sin haberle visto aún las orejas al lobo... y es que el Gobierno Mundial, el Cipher Pol y la Marina eran unas bestias muy grandes. En cualquier caso, que se alejase tan solo hacía más sencillo su trabajo —y el de Bir–D, que aún seguía desde las alturas al susodicho—, de modo que no tuviera que lidiar con interrupciones de ningún pico. ¿Cómo debía abordar el tema? Podía descubrirse como un agente del Cipher Pol y amenazarle, aunque les habían pedido que evitasen delatar sus identidades en la medida de lo posible, quizá para poder infiltrarse en un futuro con mayor facilidad. Su mejor alternativa era continuar haciéndose pasar por Vane y ganarse la confianza de la ratilla.
—Mira que le gusta dramatizar a este tío. ¿Hacía falta irse tan lejos? —se quejó en voz alta pese a que nadie fuera a escucharle, dando largas zancadas mientras evadía helechos, zarzales y demás vegetación que crecía ahora que se encontraban alejados de la población.
Las imágenes que su pequeña ave metálica transmitía directamente a su ojo cyborg delataron la existencia de una pequeña vivienda, relativamente alejada del centro urbano, donde el muchacho se había adentrado. Desde arriba parecía que el edificio se encontraba en desuso, abandonado incluso. ¿Sería una pequeña guarida personal? El lugar donde se encontraba no debía de ser transitado muy frecuentemente; para llegar, uno debía internarse en una de las arbitrarias arboledas de la isla. Sería mejor andarse con pies de plomo, por si acaso.
Entre los árboles, Kusanagi activó la visión infrarroja de su implante para localizar la señal de calor del chico. El edificio contaba con una planta superior, no muy grande, pero por el momento se había quedado en la zona más baja. Su cuerpo se volvió etéreo tras desactivar la mira de su ojo, colándose rápidamente por una de las ventanas que apenas estaba tapiada con algunos tablones de madera. La visión con la que se encontró no fue mucho más optimista, y es que todo se encontraba patas arriba: paredes descorchadas, puertas rocas, partes del suelo arrancadas, muebles sucios... y polvo, polvo por todos lados. Activó sus poderes para evitar que el sonido pudiera llegar hasta donde el criminal se encontraba, bajando a continuación las escaleras hasta llegar a lo que parecía ser una especie de cocina. El tipejo estaba de espaldas a él, pero no era su intención atacarle cuando estaba desprevenido, así que...
—¡Hey! Tú eres el chico de la pos...
—¡Ah! —gritó el otro, dando un respingo en el sitio y desenfundando un mosquete que rápidamente disparó contra él, directo al torso.
El pelirrojo ladeó el cuerpo con una rapidez inhumana, evadiendo la bala que terminó por impactar contra una de las paredes para dejar un precioso agujero. Por motivos que su agresor no comprendería, el disparo no había hecho el menor de los ruidos. Suspiró muy pesadamente, ante la atónita mirada el criminal.
—Vale, vale... quizá debía haber llamado a la puerta o algo. ¿Lo siento?
Abigail Mjöllnir
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Akuma no mi
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Pronto las calles quedarían atrás. En su persecución, la cazadora había abandonado el núcleo urbano de Mock Town y se había adentrado en uno de los bosques de Jaya. Se detuvo cuando un ave de lo más particular aleteó cerca suya, era uno de esos tucanes que siempre miraban en la misma dirección, ¿sería así como se manejaban los antiguos marineros, antes de la existencia de las herramientas de navegación más modernas? Se mantuvo en silencio y continuó avanzando, tratando de buscar con sus sentidos a los dos individuos.
Escuchó el sonido de un disparo y, tras haber localizado la dirección, la cazadora salió corriendo. Los árboles pronto dejaron de aparecer frente a ella y se encontró con una escena curiosa. Ahora estaba frente a lo que parecían ser las ruinas de un faro, caído siglos atrás. Lejos de la civilización pirata del asentamiento principal de la isla, parecía que el criminal que estaba siendo perseguido había perdido el miedo a defenderse, probablemente porque allí no llamaría la atención de nadie más.
El criminal había disparado a su agresor, logrando herirle en el brazo y, de paso, también logró enfurecerlo. Estaba dispuesto a defenderse, así que... quizá estuviera dispuesto a cooperar si le ayudaba a librarse de ellos. El agresor golpeó con fuerza al criminal, haciendo que se golpeara la espalda contra el faro al salir despedido. La cazadora, entonces, cargó una flecha más y la disparó al agresor, incapacitándolo al perforar su pie.
—¿Qui-quién eres? —preguntó, aún apuntando con su arma al criminal que ahora estaba arrodillado y gruñendo de dolor.
—Solo una amiga que quiere ayudar —dijo Abi, que se acercó al hombre al que había disparado y lo obligó a quedarse en el sitio poniéndole el pie en la espalda y presionando con cierta fuerza —. ¿Por qué te persiguen? —la pregunta hizo que el muchacho se pusiera pálido. Había metido el dedo en la herida.
No iba a forzarlo a hablar, eso sería malo... y además podría hacer que le mintieran. Podría intentar sonsacarle algo, pero antes tenía que hacer algo con el hombre que tenía a sus pies, a ser posible prefería que nadie pudiera oir la conversación que esperaba tener con él. Pensó durante un par de segundos y terminó por activar su akuma al mínimo de capacidad, reduciendo su campo de acción a apenas un metro. Así, solo tuvo que dar un paso atrás para que desde su pie uno de sus habitantes arrastrara al mercenario al interior de la dimensión donde, como con el otro, procedieron a incapacitarlo con descargas de diales eléctricos, para luego amordazarlo y atarlo.
—Vamos a hablar, ¿te parece? —dijo la cazadora, que no le dio demasiada importancia al hecho de haber usado su akuma porque... bueno, hasta el momento no la había usado contra ningún enemigo sin matarlo o entregarlo justo después. Incluso durante la carrera, los únicos que habían visto sus habilidades habían sido sus compañeros y los Piratas Azules, y ninguno de ellos podría haber dicho nada.
—No, dime primero quién eres —dijo el muchacho.
—Me llamo Diana —respondió Abi, guardando finalmente su arco para estar desarmada.
—¿Y se puede saber por qué me has ayudado? —continuó interrogando él.
—Pasaba por allí y te vi en problemas —respondió, y esta vez no mentía—. ¿A quién has enfadado?
El muchacho miró nervioso a su alrededor, todavía empuñando su arma. ¿No estaba seguro de hablar? ¿Desconfiaba de ella? Ambos se quedaron en silencio durante unos minutos más hasta que aquel hombre suspiró, quedándose tranquilo. Estaban en un lugar apartado y nadie más había intentado atacarlo, esos debían ser los primeros mercenarios. No le quedaba mucho tiempo antes de que volvieran a por él.
—A un imbécil que me quiere muerto porque quiere atar cabos sueltos. O porque cree que podría ir contra él, no estoy seguro, tiene razón en cualquiera de los dos casos —dijo desviando la mirada, hablaba sin pensar, por frustración que poco a poco se convertía en ambición.
—Yo también estoy buscando a un imbécil que me quiere muerta, quizá puedas ayudarme —respondió. No esperaba que fuera a pillarla a la primera, así que continuaría la conversación un poco más.
—¿Ayudarte?
—Sí, necesito ayuda... y me debes una, ¿no te parece?
De momento nadie más andaba cerca, y dudaba que fuera a aparecer nadie más. Era el momento de sacarle la localización de Nimbus o, por lo menos, conseguir que se la dijera cuando estuviera más calmado.
Escuchó el sonido de un disparo y, tras haber localizado la dirección, la cazadora salió corriendo. Los árboles pronto dejaron de aparecer frente a ella y se encontró con una escena curiosa. Ahora estaba frente a lo que parecían ser las ruinas de un faro, caído siglos atrás. Lejos de la civilización pirata del asentamiento principal de la isla, parecía que el criminal que estaba siendo perseguido había perdido el miedo a defenderse, probablemente porque allí no llamaría la atención de nadie más.
El criminal había disparado a su agresor, logrando herirle en el brazo y, de paso, también logró enfurecerlo. Estaba dispuesto a defenderse, así que... quizá estuviera dispuesto a cooperar si le ayudaba a librarse de ellos. El agresor golpeó con fuerza al criminal, haciendo que se golpeara la espalda contra el faro al salir despedido. La cazadora, entonces, cargó una flecha más y la disparó al agresor, incapacitándolo al perforar su pie.
—¿Qui-quién eres? —preguntó, aún apuntando con su arma al criminal que ahora estaba arrodillado y gruñendo de dolor.
—Solo una amiga que quiere ayudar —dijo Abi, que se acercó al hombre al que había disparado y lo obligó a quedarse en el sitio poniéndole el pie en la espalda y presionando con cierta fuerza —. ¿Por qué te persiguen? —la pregunta hizo que el muchacho se pusiera pálido. Había metido el dedo en la herida.
No iba a forzarlo a hablar, eso sería malo... y además podría hacer que le mintieran. Podría intentar sonsacarle algo, pero antes tenía que hacer algo con el hombre que tenía a sus pies, a ser posible prefería que nadie pudiera oir la conversación que esperaba tener con él. Pensó durante un par de segundos y terminó por activar su akuma al mínimo de capacidad, reduciendo su campo de acción a apenas un metro. Así, solo tuvo que dar un paso atrás para que desde su pie uno de sus habitantes arrastrara al mercenario al interior de la dimensión donde, como con el otro, procedieron a incapacitarlo con descargas de diales eléctricos, para luego amordazarlo y atarlo.
—Vamos a hablar, ¿te parece? —dijo la cazadora, que no le dio demasiada importancia al hecho de haber usado su akuma porque... bueno, hasta el momento no la había usado contra ningún enemigo sin matarlo o entregarlo justo después. Incluso durante la carrera, los únicos que habían visto sus habilidades habían sido sus compañeros y los Piratas Azules, y ninguno de ellos podría haber dicho nada.
—No, dime primero quién eres —dijo el muchacho.
—Me llamo Diana —respondió Abi, guardando finalmente su arco para estar desarmada.
—¿Y se puede saber por qué me has ayudado? —continuó interrogando él.
—Pasaba por allí y te vi en problemas —respondió, y esta vez no mentía—. ¿A quién has enfadado?
El muchacho miró nervioso a su alrededor, todavía empuñando su arma. ¿No estaba seguro de hablar? ¿Desconfiaba de ella? Ambos se quedaron en silencio durante unos minutos más hasta que aquel hombre suspiró, quedándose tranquilo. Estaban en un lugar apartado y nadie más había intentado atacarlo, esos debían ser los primeros mercenarios. No le quedaba mucho tiempo antes de que volvieran a por él.
—A un imbécil que me quiere muerto porque quiere atar cabos sueltos. O porque cree que podría ir contra él, no estoy seguro, tiene razón en cualquiera de los dos casos —dijo desviando la mirada, hablaba sin pensar, por frustración que poco a poco se convertía en ambición.
—Yo también estoy buscando a un imbécil que me quiere muerta, quizá puedas ayudarme —respondió. No esperaba que fuera a pillarla a la primera, así que continuaría la conversación un poco más.
—¿Ayudarte?
—Sí, necesito ayuda... y me debes una, ¿no te parece?
De momento nadie más andaba cerca, y dudaba que fuera a aparecer nadie más. Era el momento de sacarle la localización de Nimbus o, por lo menos, conseguir que se la dijera cuando estuviera más calmado.
—¡¿Quién demonios eres?! —Inquirió el muchacho con notable nerviosismo y sin dejar de apuntarle con su mosquete. ¿No se daba cuenta de que ya había disparado y que de nada le servía? Un cuchillo de cocina podría ser más efectivo que eso.
—Mira, tienes que tranquilizarte —intentaba mediar el agente, haciendo gestos tranquilizadores con las manos que parecían no surtir efecto alguno.
—Espera, yo te he visto antes. Eres el tío que entró en la taberna de Bill. Has hablado con ellos, ¿no? ¿Qué vienes, a terminar lo que empezaron?
El chico volvió a apretar el gatillo, aunque con el tembleque que llevaba no habría sido posible decir si lo había hecho aposta o por accidente. Lo cierto es que poco importaba el motivo porque, como ya había quedado claro, el mosquete había efectuado su único disparo y nada salió en aquel segundo intento. Presa del ataque de pánico que estaba sufriendo se lanzó a la carga contra el agente, sosteniendo el arma por el cañón e intentando utilizar la culata como si fuera una especie de maza improvisada. Al menos le concedería que le ponía ganas.
Como es de esperar para alguien que ha esquivado un disparo, los contundentes golpes no supusieron mayores problemas para el pelirrojo que, lejos de salir herido, se limitó a esquivar con bastante gracia todos y cada uno de sus intentos. No sabría decir cuánto estuvieron así, pero estimaba que se había pasado cerca de diez minutos evadiendo los ataques del piratilla hasta que agotó todas sus fuerzas, cayendo rendido al suelo sobre sus rodillas.
—Quién... —comenzó, aunque era incapaz de hablar con fluidez a causa de los jadeos—, ¿quién coño eres? ¿Qué quieres de mí?
Kus le arreó una patada al arma repentinamente, logrando que se le escapase de las manos y haciendo que cayera en algún punto de la cocina. Hizo que sus labios dibujasen una sonrisa calmada antes de encogerse de hombros.
—Está claro que no alguien que vaya a hacerte daño. En serio, ¿crees que ponerte así es lo más sensato? —le reprendió, frunciendo un poco el ceño ahora—. Ni siquiera sabes para qué he venido y me has recibido encañonándome. Creo que empiezo a comprender por qué te tienen tanta tirria en ese sitio.
Sin esperar su respuesta le cogió por los hombros para obligarle a ponerse en pie, notando casi al instante cómo se tensaba con las pocas fuerzas que le pudieran quedar tras tan lamentable espectáculo. «Ojalá todos los criminales fueran así de flojos», se dijo, suspirando una vez logró que se irguiera. Tras esto se acercó a la mesa que había junto a la pared, apenas con dos sillas, apartando una de ellas y tomando asiento mientras le echaba un rápido vistazo a la sala ahora que estaba todo más tranquilo. Se mantuvo en silencio, con toda la despreocupación del mundo.
—¿Me vas a decir qué...? —empezó nuevamente el demacrado pirata, pero le interrumpieron antes de terminar de hablar.
—¿Tienes algo de beber? No es por ser descortés, pero estar diez minutos esquivando golpes le daría sed a cualquiera —concluyó el pelirrojo, ladeando la cabeza para mirarle por el lado bueno.
Sus palabras surtieron un efecto peculiar en su anfitrión, y es que parecía tan confuso por su actitud que ni siquiera le replicó: avanzó hasta uno de los muebles y extrajo de él una botella y un vaso de cristal, dejando ambos sobre la mesa frente al agente. Estaban particularmente limpios pese al desorden general. ¿Sería una de las pocas estancias que usaba de la casa?
Su ojo esmeralda se clavó en el líquido dorado mientras llenaba el vaso. Seguro que sabía a rayos, pero menos daba una piedra.
—Shawn Vane —se presentó en cuanto terminó de servirle, dando un largo trago después. Efectivamente, eso era combustible puro—. ¿Cómo te llamas, amigo?
—Isaac.
El pobre hombrecillo terminó por sentarse en la otra silla con unos aires que denotaban una profunda resignación.
—Bien. ¿Quieres saber por qué estoy aquí, Isaac? —El otro asintió, denotando un leve temor—. Verás... He escuchado de esos amigos tuyos que pareces tenerle bastante miedo a las represalias por seguir con tu conflictiva vida, ¿cierto? —De nuevo, asintió—. Tengo una proposición para ti de la que, estoy seguro, podrías salir muy beneficiado y no supone riesgo alguno. Pero antes, dime: ¿Es Nimbus tu jefe?
Pudo ver al momento cómo se veía invadido el rostro del contrario por el pánico, abriendo este los ojos como platos y hasta haciendo amago por levantarse del asiento; había dado en el clavo. Kus hizo un gesto con la mano para que esperase.
—Antes de asustarte atiende, que esto te va a gustar. —Esperó a que Isaac volviera al asiento—. Mira, sé que no crees que le debas nada a tu jefe como para jugarte la vida por él... o tu futuro. Nadie quiere acabar en una cárcel del Gobierno Mundial, ¿no? Y mis jefes andan bastante interesados en ocupar su posición. Jaya es... un sitio del que se puede sacar bastante tajada, pero antes de poder mover ficha necesitamos saber algunas cosas: cómo está organizado, quiénes son leales a él, quiénes podrían traicionarle, dónde se encuentra... —Volvió a sonreír, esta vez de una forma un tanto burlesca. Era la sonrisa de alguien completamente seguro de lo que decía—. Si tú nos facilitas toda esa información, mis jefes se asegurarán de sacarte de aquí. Una nueva identidad, una nueva vida y un buen montón de dinero para que no necesites preocuparte en una larga temporada. ¿Qué te parece?
Claramente se lo estaba inventando casi todo: probablemente la nueva vida de la que hablaba no fuera sino una celda en alguna prisión gubernamental; por supuesto, no habría dinero alguno en compensación y sus jefes pretendían atrapar al criminal, no apropiarse de sus negocios. Nimbus había atentado contra el propio gobierno, necesitaban saber qué le movía y qué buscaba en el observatorio. Isaac, por su parte, pareció dudar; no todos los días se recibían propuestas como esa. Si salía mal podría empeorar su situación, pero si todo iba según lo esperado no tendría miedo nunca más.
—¿Y con eso bastaría? —se aventuró a preguntar.
—No exactamente. Necesitamos los datos más fiables, por lo que necesitaríamos que estuvieras metido en el ajo hasta que demos el golpe.
—¿Y cómo demonios voy a hacer eso? Si no soy más que la diana de toda Jaya.
—Si no te han matado aún por algo será —concluyó el parcheado, recostándose en el asiento tras acabarse su bebida—. Cómo vuelvas a colarte es problema tuyo. Yo que sé... di que estabas borracho cuando soltaste esa mierda por la boca o cualquier cosa que se te ocurra, esa es tu parte. Tampoco voy a engañarte, si no lo haces tú nos ganaremos nosotros la confianza —añadió, y de repente su mirada adquirió un aire siniestro—. Y si para que me vean con buenos ojos tengo que abrirte en canal, lo haré.
Tras esto se puso en pie, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y dejó un trozo de papel con un número apuntado: el de su den–den.
—Si aceptas llámanos. Tienes veinticuatro horas.
Y se marchó de la casa despreocupadamente, de vuelta al barco. Confiaba en que el pobre de Isaac le llamase; la mejor forma de ganarse a alguien asustado era, en muchas ocasiones y aunque odiase admitirlo, ofreciéndole algo de esperanza junto con algo a lo que puedan temerle más. ¿Cómo le habría ido a Abi?
—Mira, tienes que tranquilizarte —intentaba mediar el agente, haciendo gestos tranquilizadores con las manos que parecían no surtir efecto alguno.
—Espera, yo te he visto antes. Eres el tío que entró en la taberna de Bill. Has hablado con ellos, ¿no? ¿Qué vienes, a terminar lo que empezaron?
El chico volvió a apretar el gatillo, aunque con el tembleque que llevaba no habría sido posible decir si lo había hecho aposta o por accidente. Lo cierto es que poco importaba el motivo porque, como ya había quedado claro, el mosquete había efectuado su único disparo y nada salió en aquel segundo intento. Presa del ataque de pánico que estaba sufriendo se lanzó a la carga contra el agente, sosteniendo el arma por el cañón e intentando utilizar la culata como si fuera una especie de maza improvisada. Al menos le concedería que le ponía ganas.
Como es de esperar para alguien que ha esquivado un disparo, los contundentes golpes no supusieron mayores problemas para el pelirrojo que, lejos de salir herido, se limitó a esquivar con bastante gracia todos y cada uno de sus intentos. No sabría decir cuánto estuvieron así, pero estimaba que se había pasado cerca de diez minutos evadiendo los ataques del piratilla hasta que agotó todas sus fuerzas, cayendo rendido al suelo sobre sus rodillas.
—Quién... —comenzó, aunque era incapaz de hablar con fluidez a causa de los jadeos—, ¿quién coño eres? ¿Qué quieres de mí?
Kus le arreó una patada al arma repentinamente, logrando que se le escapase de las manos y haciendo que cayera en algún punto de la cocina. Hizo que sus labios dibujasen una sonrisa calmada antes de encogerse de hombros.
—Está claro que no alguien que vaya a hacerte daño. En serio, ¿crees que ponerte así es lo más sensato? —le reprendió, frunciendo un poco el ceño ahora—. Ni siquiera sabes para qué he venido y me has recibido encañonándome. Creo que empiezo a comprender por qué te tienen tanta tirria en ese sitio.
Sin esperar su respuesta le cogió por los hombros para obligarle a ponerse en pie, notando casi al instante cómo se tensaba con las pocas fuerzas que le pudieran quedar tras tan lamentable espectáculo. «Ojalá todos los criminales fueran así de flojos», se dijo, suspirando una vez logró que se irguiera. Tras esto se acercó a la mesa que había junto a la pared, apenas con dos sillas, apartando una de ellas y tomando asiento mientras le echaba un rápido vistazo a la sala ahora que estaba todo más tranquilo. Se mantuvo en silencio, con toda la despreocupación del mundo.
—¿Me vas a decir qué...? —empezó nuevamente el demacrado pirata, pero le interrumpieron antes de terminar de hablar.
—¿Tienes algo de beber? No es por ser descortés, pero estar diez minutos esquivando golpes le daría sed a cualquiera —concluyó el pelirrojo, ladeando la cabeza para mirarle por el lado bueno.
Sus palabras surtieron un efecto peculiar en su anfitrión, y es que parecía tan confuso por su actitud que ni siquiera le replicó: avanzó hasta uno de los muebles y extrajo de él una botella y un vaso de cristal, dejando ambos sobre la mesa frente al agente. Estaban particularmente limpios pese al desorden general. ¿Sería una de las pocas estancias que usaba de la casa?
Su ojo esmeralda se clavó en el líquido dorado mientras llenaba el vaso. Seguro que sabía a rayos, pero menos daba una piedra.
—Shawn Vane —se presentó en cuanto terminó de servirle, dando un largo trago después. Efectivamente, eso era combustible puro—. ¿Cómo te llamas, amigo?
—Isaac.
El pobre hombrecillo terminó por sentarse en la otra silla con unos aires que denotaban una profunda resignación.
—Bien. ¿Quieres saber por qué estoy aquí, Isaac? —El otro asintió, denotando un leve temor—. Verás... He escuchado de esos amigos tuyos que pareces tenerle bastante miedo a las represalias por seguir con tu conflictiva vida, ¿cierto? —De nuevo, asintió—. Tengo una proposición para ti de la que, estoy seguro, podrías salir muy beneficiado y no supone riesgo alguno. Pero antes, dime: ¿Es Nimbus tu jefe?
Pudo ver al momento cómo se veía invadido el rostro del contrario por el pánico, abriendo este los ojos como platos y hasta haciendo amago por levantarse del asiento; había dado en el clavo. Kus hizo un gesto con la mano para que esperase.
—Antes de asustarte atiende, que esto te va a gustar. —Esperó a que Isaac volviera al asiento—. Mira, sé que no crees que le debas nada a tu jefe como para jugarte la vida por él... o tu futuro. Nadie quiere acabar en una cárcel del Gobierno Mundial, ¿no? Y mis jefes andan bastante interesados en ocupar su posición. Jaya es... un sitio del que se puede sacar bastante tajada, pero antes de poder mover ficha necesitamos saber algunas cosas: cómo está organizado, quiénes son leales a él, quiénes podrían traicionarle, dónde se encuentra... —Volvió a sonreír, esta vez de una forma un tanto burlesca. Era la sonrisa de alguien completamente seguro de lo que decía—. Si tú nos facilitas toda esa información, mis jefes se asegurarán de sacarte de aquí. Una nueva identidad, una nueva vida y un buen montón de dinero para que no necesites preocuparte en una larga temporada. ¿Qué te parece?
Claramente se lo estaba inventando casi todo: probablemente la nueva vida de la que hablaba no fuera sino una celda en alguna prisión gubernamental; por supuesto, no habría dinero alguno en compensación y sus jefes pretendían atrapar al criminal, no apropiarse de sus negocios. Nimbus había atentado contra el propio gobierno, necesitaban saber qué le movía y qué buscaba en el observatorio. Isaac, por su parte, pareció dudar; no todos los días se recibían propuestas como esa. Si salía mal podría empeorar su situación, pero si todo iba según lo esperado no tendría miedo nunca más.
—¿Y con eso bastaría? —se aventuró a preguntar.
—No exactamente. Necesitamos los datos más fiables, por lo que necesitaríamos que estuvieras metido en el ajo hasta que demos el golpe.
—¿Y cómo demonios voy a hacer eso? Si no soy más que la diana de toda Jaya.
—Si no te han matado aún por algo será —concluyó el parcheado, recostándose en el asiento tras acabarse su bebida—. Cómo vuelvas a colarte es problema tuyo. Yo que sé... di que estabas borracho cuando soltaste esa mierda por la boca o cualquier cosa que se te ocurra, esa es tu parte. Tampoco voy a engañarte, si no lo haces tú nos ganaremos nosotros la confianza —añadió, y de repente su mirada adquirió un aire siniestro—. Y si para que me vean con buenos ojos tengo que abrirte en canal, lo haré.
Tras esto se puso en pie, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y dejó un trozo de papel con un número apuntado: el de su den–den.
—Si aceptas llámanos. Tienes veinticuatro horas.
Y se marchó de la casa despreocupadamente, de vuelta al barco. Confiaba en que el pobre de Isaac le llamase; la mejor forma de ganarse a alguien asustado era, en muchas ocasiones y aunque odiase admitirlo, ofreciéndole algo de esperanza junto con algo a lo que puedan temerle más. ¿Cómo le habría ido a Abi?
Abigail Mjöllnir
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Akuma no mi
Varios
Por el momento el muchacho accedió a hablar con ella para profundizar un poco más en esa "ayuda" que necesitaba. Por el momento dio indicaciones a sus habitantes para que continuaran manteniendo inmovilizados a sus prisioneros. Iba a dejar ir al criminal para no reventar su fachada, pero no haría lo mismo con los que había atrapado. Kus fliparía un poco pero eran otra posible fuente de información, no podía quejarse mucho de tener que interrogar a dos más, ¿no?
—Entonces, ¿qué quieres que haga? —preguntó.
—Primero quiero saber tu nombre —necesitaba poder identificarlo de alguna manera, incluso si le daba un nombre falso, un movimiento que sería bastante lógico.
—Michael.
Abi se mantuvo en el sitio, alerta por si a Michael le daba por intentar huir. No pensaba que le hubiera dado motivos para desconfiar mucho, pero no estaba de más ser precavida. "Michael", probablemente, era un nombre falso. Si era un criminal, entendería la importancia de no dar nunca el nombre verdadero de uno mismo, se ahorraría muchas desgracias.
—Bien, Michael. El hombre que estoy persiguiendo se llama Nimbus, ¿te suena de algo? —dijo finalmente, revelando cuál era su objetivo..
Michael se quedó en silencio. Bien no sabía qué decir, bien estaba pensando qué palabras utilizar exactamente para no acabar vendido. ¿Sería una prueba del propio Nimbus para comprobar su lealtad incluso después de haber enviado a dos matones?
—Voy a suponer que eso es un sí —interpretó la beata disfrazada, que se apresuró a continuar —. Nimbus ya intenta deshacerse de ti, ¿quieres salvarte? coopera conmigo.
Ante aquellas palabras, Michael finalmente reaccionó.
—Espera un momento primero, ¿por qué te lo quieres quitar de en medio? —preguntó.
—Me ha amargado bastante con sus exigencias, me cansé y me quiere muerta. Razones suficientes para quitármelo de en medio —respondió. Estaba siendo bastante creativa, y estaba logrando ser honesta sin venderse. Estaba ya cansada de fingir, cansada de Nimbus y sus constantes ataques al observatorio y estaba segura de que la querría muerta si supiera quién era realmente.
—¿Qué sacarías tú?
—Nada. Ya tengo otro contratista, a estas alturas es un asunto más personal que profesional —respondió.
Volvieron a quedarse en silencio. Michael estaba valorando las respuestas de Diana, tratando de averiguar si decía la verdad o si mentía. Al final, el criminal se resignó porque la otra opción era huir constantemente ahora que Nimbus lo tenía aborrecido. Soltó un pesado suspiro y terminó por asentir con la cabeza.
—Vale. ¿Qué necesitas exactamente?
La cazadora sacó de su bolsillo un papel con un número escrito. Se acercó y se lo entregó a Michael.
—Es mi número de Den Den Mushi. Mantente oculto unas horas, cálmate, relájate y, cuando estés seguro de todo lo que vayas a decirme, llámame. Intenta que sea como mucho en veinticuatro horas, voy a empezar a hacer los preparativos.
Para darle la confianza que necesitaba, Abi directamente le dio la espalda y empezó a marchar hacia su barco. Iba caminando, si quisiera podría atacarla pero... no lo hizo. Eso era buena señal, eso esperaba. Cuando volvió a la ciudad principal de Jaya se aseguró de ir por otra ruta para que no la vieran volver por el mismo sitio. Tardó un poco más por el rodeo que tuvo que dar, pero acabó llegando al puerto y a su propio barco.
Allí encontraría ya a Shawn. La beata le indicó con el dedo que la siguiese al interior del barco y, una vez allí, accionó su poder para abrir una puerta en su torso.
—Hay algo que tienes que ver. No nos ha visto nadie, pero encontré a dos de sus matones persiguiendo a un... disidente. Le he dejado a su aire para que se piense qué va a contarme, mañana debería tener la información que necesitamos —explicó —. He tenido que traerlos porque dejarlos inconscientes por ahí habría llamado muchísimo más la atención. Interrogar se te da mejor que a mí, así que... entra.
Si hacía caso y entraba a su dimensión interna, aparte de encontrarse con lo que podría llamarse un convento de batalla, también se encontraría con los dos matones atados y con cintas en los ojos para evitar que pudieran saber que estaban en una dimensión alterna.
Algunos lo llamarían secuestro, en la jerga de su oficio se llamaba "Captura".
Y al lado del agente aparecería la réplica de Abi, con el aspecto de Diana, para ayudar en lo que fuera necesario. ¿La de fuera? Leería un rato o algo.
—Entonces, ¿qué quieres que haga? —preguntó.
—Primero quiero saber tu nombre —necesitaba poder identificarlo de alguna manera, incluso si le daba un nombre falso, un movimiento que sería bastante lógico.
—Michael.
Abi se mantuvo en el sitio, alerta por si a Michael le daba por intentar huir. No pensaba que le hubiera dado motivos para desconfiar mucho, pero no estaba de más ser precavida. "Michael", probablemente, era un nombre falso. Si era un criminal, entendería la importancia de no dar nunca el nombre verdadero de uno mismo, se ahorraría muchas desgracias.
—Bien, Michael. El hombre que estoy persiguiendo se llama Nimbus, ¿te suena de algo? —dijo finalmente, revelando cuál era su objetivo..
Michael se quedó en silencio. Bien no sabía qué decir, bien estaba pensando qué palabras utilizar exactamente para no acabar vendido. ¿Sería una prueba del propio Nimbus para comprobar su lealtad incluso después de haber enviado a dos matones?
—Voy a suponer que eso es un sí —interpretó la beata disfrazada, que se apresuró a continuar —. Nimbus ya intenta deshacerse de ti, ¿quieres salvarte? coopera conmigo.
Ante aquellas palabras, Michael finalmente reaccionó.
—Espera un momento primero, ¿por qué te lo quieres quitar de en medio? —preguntó.
—Me ha amargado bastante con sus exigencias, me cansé y me quiere muerta. Razones suficientes para quitármelo de en medio —respondió. Estaba siendo bastante creativa, y estaba logrando ser honesta sin venderse. Estaba ya cansada de fingir, cansada de Nimbus y sus constantes ataques al observatorio y estaba segura de que la querría muerta si supiera quién era realmente.
—¿Qué sacarías tú?
—Nada. Ya tengo otro contratista, a estas alturas es un asunto más personal que profesional —respondió.
Volvieron a quedarse en silencio. Michael estaba valorando las respuestas de Diana, tratando de averiguar si decía la verdad o si mentía. Al final, el criminal se resignó porque la otra opción era huir constantemente ahora que Nimbus lo tenía aborrecido. Soltó un pesado suspiro y terminó por asentir con la cabeza.
—Vale. ¿Qué necesitas exactamente?
La cazadora sacó de su bolsillo un papel con un número escrito. Se acercó y se lo entregó a Michael.
—Es mi número de Den Den Mushi. Mantente oculto unas horas, cálmate, relájate y, cuando estés seguro de todo lo que vayas a decirme, llámame. Intenta que sea como mucho en veinticuatro horas, voy a empezar a hacer los preparativos.
Para darle la confianza que necesitaba, Abi directamente le dio la espalda y empezó a marchar hacia su barco. Iba caminando, si quisiera podría atacarla pero... no lo hizo. Eso era buena señal, eso esperaba. Cuando volvió a la ciudad principal de Jaya se aseguró de ir por otra ruta para que no la vieran volver por el mismo sitio. Tardó un poco más por el rodeo que tuvo que dar, pero acabó llegando al puerto y a su propio barco.
Allí encontraría ya a Shawn. La beata le indicó con el dedo que la siguiese al interior del barco y, una vez allí, accionó su poder para abrir una puerta en su torso.
—Hay algo que tienes que ver. No nos ha visto nadie, pero encontré a dos de sus matones persiguiendo a un... disidente. Le he dejado a su aire para que se piense qué va a contarme, mañana debería tener la información que necesitamos —explicó —. He tenido que traerlos porque dejarlos inconscientes por ahí habría llamado muchísimo más la atención. Interrogar se te da mejor que a mí, así que... entra.
Si hacía caso y entraba a su dimensión interna, aparte de encontrarse con lo que podría llamarse un convento de batalla, también se encontraría con los dos matones atados y con cintas en los ojos para evitar que pudieran saber que estaban en una dimensión alterna.
Algunos lo llamarían secuestro, en la jerga de su oficio se llamaba "Captura".
Y al lado del agente aparecería la réplica de Abi, con el aspecto de Diana, para ayudar en lo que fuera necesario. ¿La de fuera? Leería un rato o algo.
No tardó demasiado en tomar el camino de regreso al barco, y es que por suerte no se había metido en ningún altercado pese a la caótica normalidad de Jaya. Debía de ser mediodía ya, la hora perfecta para llenar el buche si todo salía bien. No tenía garantizado que Isaac fuera a ponerse en contacto con él ni mucho menos a aceptar su oferta, pero consideraba que la propuesta que le había ofrecido resultaba cuanto menos jugosa: sacar tajada, contar con protección y conseguir una nueva vida lejos de allí; todo lo que un convicto que se arrepentía de serlo podía desear. Lo más probable era que acabase entre rejas una vez concluyera la operación, pero siempre sería mejor que muerto en algún callejón de esa infecta ciudad sin ley. Además, no dejaba de ser un soplón que, sabiéndolo o no, estaba colaborando con el Cipher Pol; las represalias serían mucho más suaves que todo lo que fuera a caerle encima a Nimbus.
Una vez en los muelles pegó un salto para aterrizar en la cubierta de la nave, dando un rápido repaso por ella.
—Parece que aún no ha vuelto —susurró para sí mismo con gesto preocupado, negando al momento con la cabeza para apartar cualquier idea desagradable de su mente. Abigail era perfectamente capaz de arreglárselas sin él, especialmente si tenía excusa para hacer algo de ruido. Se hacían pasar por criminales, así que no rompería su tapadera patear un culo o dos.
Dado que no sabía cuánto tiempo le llevaría ni quería llamarla para evitar meterla en problemas, decidió aventurarse hasta la pequeña cocina del barco y buscar algo que llevarse a la boca para matar el tiempo y el hambre. No les quedaba gran cosa tras el viaje desde Nueva Ohara pero serviría para saciar su apetito un rato. No pasarían mucho más de veinte minutos una vez terminó antes de que llegase la cazadora, a la cual recibió con un gesto de su mano y una sonrisa animada —y de alivio al ver que no llevaba nada clavado—. Fue a preguntar si había averiguado algo pero se le adelantó, sugiriéndole que le acompañase al interior con una simple señal. Seguirla sin hacer preguntas fue su reacción más natural, arqueando una ceja cuando vio que activaba los poderes de su fruta del diablo.
—Espera, ¿traerlos...? —Preguntó, comenzando a temerse lo peor—. ¿Interrogar? ¿Qué has...?
Se calló y negó con la cabeza. Ya tendría tiempo para preguntarle más tarde por los detalles, y es que por encima de sus preocupaciones surgió una curiosidad incontrolable. ¿Le iba a dejar adentrarse en su fortaleza? Independientemente de lo mal que sonase sacado fuera de contexto, era incapaz de ocultar su emoción por experimentar en sus propias carnes cómo sería estar dentro de aquella dimensión alterna. Se apresuró a entrar en su zona de control y, viendo cómo todo a su alrededor comenzaba a crecer, acabó adentrándose en la beata. «Bueno, no es exactamente como se supone que acaba una tercera cita, pero se acerca», se dijo, conteniendo una carcajada. No parecía buena idea seguir la broma en esos momentos.
Lo realmente importante era: ¿Cómo funcionaba aquello? Barajaba varias opciones, entre las cuales se incluía la posible existencia de un castillo real en algún lugar perdido del mundo o una teoría sobre planos superpuestos. Juguetear con la idea de que pudiera ser una nueva dimensión tampoco decepcionaba su curiosidad científica, pero no estaba allí para hacer un estudio. Eso sí, se tomó un rato para contemplar la peculiar decoración del lugar: una suerte de convento tan particular como el equipo de combate con el que contaban. «Para que luego digan que la religión promulga la paz». Tras lo que sería un minuto o dos llegó finalmente junto a Abigail, por lo que se dispuso a... ¡Un momento! ¿Una Abigail dentro de la original? En fin, a la mierda la teoría del castillo escondido.
Se paró a su lado y observó a los dos hombres que se encontraban frente a ellos, maniatados y con los ojos vendados. Fue incapaz de evitar mirar a la falsa morena con cierto desdén.
—Esto no es exactamente lo que yo entendería por «mantener un perfil bajo» —le dijo, empleando sus poderes para que solo ella pudiera escucharle. ¿Funcionaría su sonido igual allí?—. En fin, supongo que de perdidos al río. Mientras no lo hayan visto...
Ahora le tocaba a él interrogarles, una tarea que por coherencia debería dársele mejor que a la beata —por eso de pertenecer al equipo de inteligencia más preparado y profesional de todo el mundo—. Sobre el papel todo era perfecto, en la práctica no tanto. Sí, había estado presente en muchos de los interrogatorios que el Cipher Pol había realizado a criminales, ya fueran piratas, contrabandistas, revolucionarios y un sinfín de indeseables grupos, pero casi siempre como observador. Esto último se debía, mayormente, a que este tipo de gestiones tendían a contar con elementos de tortura, cosa que no podría desagradar más al pobre tuerto. Fuera como fuese tenía que cumplir su parte y algo se le habría quedado.
Se situó frente a ambos y carraspeó un poco.
—Espero que estén cómodos, caballeros —soltó a modo de saludo, ante lo que ambos forcejearon en el sitio con sus ataduras tras un breve lapso de silencio: no parecían esperarse una voz masculina.
—¡¿Quién coño eres?! —Rugió el más corpulento de los dos que, fácilmente, se llevaría una cabeza y pico con Kusanagi.
—¡Suéltanos o te abriremos en canal! —se sumó el otro, ante lo que el agente suspiró con desdén.
—Aquí las preguntas las hago yo, me temo —y usó sus poderes para que ambos escuchasen con total nitidez cómo un disparo pasaba entre ambos. Como no veían nada no tenían motivos para sospechas de la treta, la cual pareció surtir efecto en ellos, paralizándolos de miedo—. La próxima vez que falten a sus modales tiraré una moneda y le volaré la cabeza a uno de los dos según lo que salga. ¿Queda claro? —Les dio un par de segundos, durante los cuales se mantuvieron en silencio—. Perfecto.
El pelirrojo comenzó a caminar alrededor de las sillas sobre las que estaban sujetos, haciendo que sus pasos resonasen como un eco por la sala para añadir tensión al momento. Tenía buena memoria y cierta facilidad para recordar e imitar sonidos, por lo que no le era muy complicado emular el ambiente que había en una sala de torturas.
—Pueden referirse a mí como señor Yu, agente de infiltración del Cipher Pol. —Aquella revelación pareció ponerles aún más tensos, y es que uno de ellos empezó a mover la pierna con nerviosismo—. Me han mandado porque cierta rata que usa Jaya como guarida anda metiendo las narices donde no le llaman... y parece que ustedes están relacionados con la pequeña molestia. ¿Les suena la isla de Nueva Ohara?
Se hizo el silencio durante un instante. Shawn buscó con la mirada a Diana, sonriendo con cierta malicia antes de posar una mano sobre la cabeza de cada uno de ellos, dejando la suya propia entre medias.
—¿No han entendido la pregunta? Puedo pedirle a mis compañeros que se la expliquen... —y el sonido de alguien afilando metal surgió de la nada, alterando la inexistente calma de aquel par de desgraciados.
—No... no sabemos nada de Nueva Ohara...
«Pues supongo que es el momento de empezar la fiesta». Los soltó y cerró los ojos, concentrándose en la sala y en cualquier sonido que se produjera sobre la misma. Inspiró profundamente y se preparó para llevar a cabo su engaño. Tan solo uno de ellos, el grandullón, escucharía ahora, y es que cualquier sonido que se produjera sería anulado para el más menudo. El sonido de una sierra mecánica inundó la sala, seguido del rasgar de la carne segundos después y de unos gritos de lamento y agonía capaces de provocar las pesadillas de cualquiera. Al escuchar esto su enorme amigo se alteró, chillando de miedo.
—¡¿Qué le estás haciendo?! ¡Qué haces, hijo de la gran puta, enfermo! ¡¿Te has vuelto loco?! —vociferaba, temblando de puro terror. Ver cómo su compañero se encontraba impasible en su silla podía llegar a resultar hasta cómico.
—Bueno, creía que había quedado claro al principio, pero por lo visto necesitaba remarcar que no estamos aquí para perder el tiempo. Si no colaboran con nosotros nos desharemos de ambos. Podéis llevároslo.
A continuación se escucharon con total claridad los sollozos de alguien a quien, probablemente, le habían amputado una extremidad, así como el ruido de una silla siendo arrastrada. Kusanagi abrió los ojos nuevamente y se plantó frente al grandullón; ya solo se concentraría en que el otro no escuchase nada.
—¿Y bien? ¿Vas a sernos útil, grandullón?
Una vez en los muelles pegó un salto para aterrizar en la cubierta de la nave, dando un rápido repaso por ella.
—Parece que aún no ha vuelto —susurró para sí mismo con gesto preocupado, negando al momento con la cabeza para apartar cualquier idea desagradable de su mente. Abigail era perfectamente capaz de arreglárselas sin él, especialmente si tenía excusa para hacer algo de ruido. Se hacían pasar por criminales, así que no rompería su tapadera patear un culo o dos.
Dado que no sabía cuánto tiempo le llevaría ni quería llamarla para evitar meterla en problemas, decidió aventurarse hasta la pequeña cocina del barco y buscar algo que llevarse a la boca para matar el tiempo y el hambre. No les quedaba gran cosa tras el viaje desde Nueva Ohara pero serviría para saciar su apetito un rato. No pasarían mucho más de veinte minutos una vez terminó antes de que llegase la cazadora, a la cual recibió con un gesto de su mano y una sonrisa animada —y de alivio al ver que no llevaba nada clavado—. Fue a preguntar si había averiguado algo pero se le adelantó, sugiriéndole que le acompañase al interior con una simple señal. Seguirla sin hacer preguntas fue su reacción más natural, arqueando una ceja cuando vio que activaba los poderes de su fruta del diablo.
—Espera, ¿traerlos...? —Preguntó, comenzando a temerse lo peor—. ¿Interrogar? ¿Qué has...?
Se calló y negó con la cabeza. Ya tendría tiempo para preguntarle más tarde por los detalles, y es que por encima de sus preocupaciones surgió una curiosidad incontrolable. ¿Le iba a dejar adentrarse en su fortaleza? Independientemente de lo mal que sonase sacado fuera de contexto, era incapaz de ocultar su emoción por experimentar en sus propias carnes cómo sería estar dentro de aquella dimensión alterna. Se apresuró a entrar en su zona de control y, viendo cómo todo a su alrededor comenzaba a crecer, acabó adentrándose en la beata. «Bueno, no es exactamente como se supone que acaba una tercera cita, pero se acerca», se dijo, conteniendo una carcajada. No parecía buena idea seguir la broma en esos momentos.
Lo realmente importante era: ¿Cómo funcionaba aquello? Barajaba varias opciones, entre las cuales se incluía la posible existencia de un castillo real en algún lugar perdido del mundo o una teoría sobre planos superpuestos. Juguetear con la idea de que pudiera ser una nueva dimensión tampoco decepcionaba su curiosidad científica, pero no estaba allí para hacer un estudio. Eso sí, se tomó un rato para contemplar la peculiar decoración del lugar: una suerte de convento tan particular como el equipo de combate con el que contaban. «Para que luego digan que la religión promulga la paz». Tras lo que sería un minuto o dos llegó finalmente junto a Abigail, por lo que se dispuso a... ¡Un momento! ¿Una Abigail dentro de la original? En fin, a la mierda la teoría del castillo escondido.
Se paró a su lado y observó a los dos hombres que se encontraban frente a ellos, maniatados y con los ojos vendados. Fue incapaz de evitar mirar a la falsa morena con cierto desdén.
—Esto no es exactamente lo que yo entendería por «mantener un perfil bajo» —le dijo, empleando sus poderes para que solo ella pudiera escucharle. ¿Funcionaría su sonido igual allí?—. En fin, supongo que de perdidos al río. Mientras no lo hayan visto...
Ahora le tocaba a él interrogarles, una tarea que por coherencia debería dársele mejor que a la beata —por eso de pertenecer al equipo de inteligencia más preparado y profesional de todo el mundo—. Sobre el papel todo era perfecto, en la práctica no tanto. Sí, había estado presente en muchos de los interrogatorios que el Cipher Pol había realizado a criminales, ya fueran piratas, contrabandistas, revolucionarios y un sinfín de indeseables grupos, pero casi siempre como observador. Esto último se debía, mayormente, a que este tipo de gestiones tendían a contar con elementos de tortura, cosa que no podría desagradar más al pobre tuerto. Fuera como fuese tenía que cumplir su parte y algo se le habría quedado.
Se situó frente a ambos y carraspeó un poco.
—Espero que estén cómodos, caballeros —soltó a modo de saludo, ante lo que ambos forcejearon en el sitio con sus ataduras tras un breve lapso de silencio: no parecían esperarse una voz masculina.
—¡¿Quién coño eres?! —Rugió el más corpulento de los dos que, fácilmente, se llevaría una cabeza y pico con Kusanagi.
—¡Suéltanos o te abriremos en canal! —se sumó el otro, ante lo que el agente suspiró con desdén.
—Aquí las preguntas las hago yo, me temo —y usó sus poderes para que ambos escuchasen con total nitidez cómo un disparo pasaba entre ambos. Como no veían nada no tenían motivos para sospechas de la treta, la cual pareció surtir efecto en ellos, paralizándolos de miedo—. La próxima vez que falten a sus modales tiraré una moneda y le volaré la cabeza a uno de los dos según lo que salga. ¿Queda claro? —Les dio un par de segundos, durante los cuales se mantuvieron en silencio—. Perfecto.
El pelirrojo comenzó a caminar alrededor de las sillas sobre las que estaban sujetos, haciendo que sus pasos resonasen como un eco por la sala para añadir tensión al momento. Tenía buena memoria y cierta facilidad para recordar e imitar sonidos, por lo que no le era muy complicado emular el ambiente que había en una sala de torturas.
—Pueden referirse a mí como señor Yu, agente de infiltración del Cipher Pol. —Aquella revelación pareció ponerles aún más tensos, y es que uno de ellos empezó a mover la pierna con nerviosismo—. Me han mandado porque cierta rata que usa Jaya como guarida anda metiendo las narices donde no le llaman... y parece que ustedes están relacionados con la pequeña molestia. ¿Les suena la isla de Nueva Ohara?
Se hizo el silencio durante un instante. Shawn buscó con la mirada a Diana, sonriendo con cierta malicia antes de posar una mano sobre la cabeza de cada uno de ellos, dejando la suya propia entre medias.
—¿No han entendido la pregunta? Puedo pedirle a mis compañeros que se la expliquen... —y el sonido de alguien afilando metal surgió de la nada, alterando la inexistente calma de aquel par de desgraciados.
—No... no sabemos nada de Nueva Ohara...
«Pues supongo que es el momento de empezar la fiesta». Los soltó y cerró los ojos, concentrándose en la sala y en cualquier sonido que se produjera sobre la misma. Inspiró profundamente y se preparó para llevar a cabo su engaño. Tan solo uno de ellos, el grandullón, escucharía ahora, y es que cualquier sonido que se produjera sería anulado para el más menudo. El sonido de una sierra mecánica inundó la sala, seguido del rasgar de la carne segundos después y de unos gritos de lamento y agonía capaces de provocar las pesadillas de cualquiera. Al escuchar esto su enorme amigo se alteró, chillando de miedo.
—¡¿Qué le estás haciendo?! ¡Qué haces, hijo de la gran puta, enfermo! ¡¿Te has vuelto loco?! —vociferaba, temblando de puro terror. Ver cómo su compañero se encontraba impasible en su silla podía llegar a resultar hasta cómico.
—Bueno, creía que había quedado claro al principio, pero por lo visto necesitaba remarcar que no estamos aquí para perder el tiempo. Si no colaboran con nosotros nos desharemos de ambos. Podéis llevároslo.
A continuación se escucharon con total claridad los sollozos de alguien a quien, probablemente, le habían amputado una extremidad, así como el ruido de una silla siendo arrastrada. Kusanagi abrió los ojos nuevamente y se plantó frente al grandullón; ya solo se concentraría en que el otro no escuchase nada.
—¿Y bien? ¿Vas a sernos útil, grandullón?
Abigail Mjöllnir
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Kusanagi no parecía demasiado contento con su captura, pero por lo que veía, lo compensaba con haber salido intacta y con haberle dejado entrar en su dimensión. Podría considerarlo un privilegio, aquella dimensión era, habitualmente, un espacio reservado para sus habitantes y, de forma breve, para sus capturas.
—En mi defensa diré que no me ha visto nadie y que estaban a punto de matar a mi objetivo —se excusó rápidamente. Había sido una decisión rápida y se mantendría firme, no la había visto nadie y había conseguido un posible contacto y también un par de prisioneros. Consideraba aquello como una victoria más que como una pifia, y que no estaba tan mal para alguien que no estaba acostumbrado al trabajo de infiltración.
Por ahora se limitaría a observar el interrogatorio del agente. Mientras tanto, la Abigail real se metería en una tarea rutinaria como rezar en su camarote para hacer tiempo sin dejarse ver. Además, así podría controlar una posible huida mejor que si estuviera fuera, en Jaya.
Con un gesto de la mano, Abigail indicó a sus habitantes que debían despejar la sala, no tenían por qué ser testigos del interrogatorio. Éstos asintieron e hicieron caso, esparciéndose por la fortaleza para hacer sus correspondientes tareas de mantenimiento de la misma. Algunos pondrían a punto la armería, otros continuaban los preparativos para las nuevas instalaciones que llevaba unos días pensando, cualquier cosa menos molestar a los dos enviados del gobierno.
Parecía que, al igual que ella, el agente podía ser bastante cruel cuando se lo proponía. No podía juzgarlo conociendo su organización, y mucho menos sabiendo que ella misma podía ser excepcionalmente brutal. Y hablando de eso... no, mejor no. Sería mejor idea reservar su propia identidad para el propio Nimbus. Estando "fuera" del Cipher Pol sería más difícil esconder su nombre una vez lo usara.
No podía decir que aprobara los métodos que estaba usando, no le parecía ético el uso del terror, pero ¿qué iba a decirle que no supiera ya?
—Voy a dejarte solo aquí, me cuesta oír esto. Avísame cuando acabes y no los dejes desatendidos, no tengo forma de impedir que abran una de las ventanas para salir —dijo finalmente. Iba a estar incómoda en ese interrogatorio así que la copia de Abi se disolvió, dejando al agente solo en la capilla.
A pesar de haber retirado a su copia del interior de su dimensión, la Abigail real no cambió de tarea. Hacía mucho que no tenía tiempo libre para rezar y... tenía que ponerse al día.
—En mi defensa diré que no me ha visto nadie y que estaban a punto de matar a mi objetivo —se excusó rápidamente. Había sido una decisión rápida y se mantendría firme, no la había visto nadie y había conseguido un posible contacto y también un par de prisioneros. Consideraba aquello como una victoria más que como una pifia, y que no estaba tan mal para alguien que no estaba acostumbrado al trabajo de infiltración.
Por ahora se limitaría a observar el interrogatorio del agente. Mientras tanto, la Abigail real se metería en una tarea rutinaria como rezar en su camarote para hacer tiempo sin dejarse ver. Además, así podría controlar una posible huida mejor que si estuviera fuera, en Jaya.
Con un gesto de la mano, Abigail indicó a sus habitantes que debían despejar la sala, no tenían por qué ser testigos del interrogatorio. Éstos asintieron e hicieron caso, esparciéndose por la fortaleza para hacer sus correspondientes tareas de mantenimiento de la misma. Algunos pondrían a punto la armería, otros continuaban los preparativos para las nuevas instalaciones que llevaba unos días pensando, cualquier cosa menos molestar a los dos enviados del gobierno.
Parecía que, al igual que ella, el agente podía ser bastante cruel cuando se lo proponía. No podía juzgarlo conociendo su organización, y mucho menos sabiendo que ella misma podía ser excepcionalmente brutal. Y hablando de eso... no, mejor no. Sería mejor idea reservar su propia identidad para el propio Nimbus. Estando "fuera" del Cipher Pol sería más difícil esconder su nombre una vez lo usara.
No podía decir que aprobara los métodos que estaba usando, no le parecía ético el uso del terror, pero ¿qué iba a decirle que no supiera ya?
—Voy a dejarte solo aquí, me cuesta oír esto. Avísame cuando acabes y no los dejes desatendidos, no tengo forma de impedir que abran una de las ventanas para salir —dijo finalmente. Iba a estar incómoda en ese interrogatorio así que la copia de Abi se disolvió, dejando al agente solo en la capilla.
A pesar de haber retirado a su copia del interior de su dimensión, la Abigail real no cambió de tarea. Hacía mucho que no tenía tiempo libre para rezar y... tenía que ponerse al día.
—Hablaré... —masculló el hombretón, no muy convencido aún. Esa gente era bastante más dura de roer de lo que se había imaginado en un principio.
—Buen chico —se burló.
No estaba en sus costumbres comportarse de aquel modo —ni siquiera con criminales—, pero tenía que ceñirse a un papel oscuro y aterrador si quería que el interrogatorio salía a pedir de boca. Hasta Abigail parecía incómoda con todo lo que estaba haciendo, cosa de la que no la podía culpar: hasta a él le había producido escalofríos su pequeña treta, siendo especialmente meticuloso en los gritos de dolor y agonía. Le habría gustado decir que todo aquello no era más que ficción pero, por desgracia, sus fuentes de inspiración eran situaciones reales en las que había tenido que mirar y escuchar por poco que quisiera. Al menos no les estaba torturando de verdad; de hecho, dudaba que pasar un poco de miedo fuera a acabar con ellos. En cualquiera de los casos, cuando la beata le expresó su deseo de dejarle solo se limitó a asentir, suspirando una vez se desvaneció.
—Entonces repetiré la pregunta, ahora que parece que hemos llegado a un acuerdo —retomó, carraspeando un poco antes de seguir—. ¿Les suena la isla de Nueva Ohara?
—Sí, sí... la del observatorio y todo eso —reconoció el pirata, notándose que lo hacía con ciertas reticencias.
—Asumiré que ambos trabajan para Nimbus Hubble. ¿Me equivoco?
Esta vez se tomó unos segundos para responder, como si temiera dar aquel tipo de información.
—Es nuestro jefe, sí.
—¿Y se puede saber qué le interesa tanto de nuestro observatorio? La verdad es que su persistencia resulta admirable, pero después de dos fracasos tan estrepitosos me gustaría saber de dónde nace su obsesión.
—No lo sabemos...
—¿No? —Kusanagi frunció el ceño—. ¿No lo saben o no quieren recordarlo? Si padecen problemas de memoria tenemos métodos bastante efectivos para refrescársela.
—¡No, no, espera! De verdad... de verdad que no sabemos nada —se apresuró a aclarar—. ¿Te crees que van a contarnos algo así? Tan solo los más allegados al jefe saben esas cosas. Nosotros somos soldados, material prescindible; no nos dan esa información para asegurarse de que no se difunda.
El pelirrojo torció el labio en una mueca, algo decepcionado. En realidad tenía todo el sentido del mundo, pero esperaba que al menos pudieran sacarle algo más. Por lo que le había dicho Abi, esos dos debían ser poco más que un par de matones rasos; no se manda a alguien importante a ajustar cuentas con un simple contratista.
—¿Está en Jaya? —inquirió de repente—. Nimbus, ¿está aquí?
—Sí, no suele salir de aquí. ¿Qué sitio hay más seguro que la isla en la que el gobierno no pisa? Aunque parece que nos equivocamos en eso...
—Completamente. —Sus pasos resonaron al aproximarse al pirata, agarrándole del cuello de la camisa y acercando su rostro al de él—. ¿Dónde?
—No puedo decírtelo. Su escondrijo va cambiando y solo lo saben aquellos que son llamados por él o que están protegiéndole. Además, aunque lo supiera, no te lo diría. ¿Crees que podríais salvarme de las represalias por traicionarle? Ni siquiera en Impel Down estaría a salvo de él y sus matones...
No parecía que fuesen a sacar nada más de esos dos, así que iba siendo el momento de concluir con el interrogatorio. Al menos habían sacado algo en claro: Nimbus estaba en Jaya y su escondite iba variando con el tiempo. Con algo de suerte Isaac retomaría el contacto con su jefe y podrían averiguar dónde se encontraba. Por el contrario, si su contacto fallaba, tal vez el chico al que salvó la cazadora pudiera serles de mayor utilidad. Fuera como fuese, empleó sus poderes para que el grandullón dejase de escuchar también y alzó la voz para avisar a la beata. Esperaría a que su gente se encargase de los confundidos piratas, que parecían darse cuenta ahora de que les habían tomado el pelo, y saldría por el mismo sitio que había entrado una vez Abigail se lo permitiera.
—No es que hayan sido de mucha utilidad, la verdad —comentó con resignación, algo decepcionado. Quizá debiera pulir un poco sus habilidades en ese tipo de ámbitos—. Lo bueno es que he confirmado algo: Nimbus está en Jaya. No saben su paradero exacto; al parecer, su escondite va cambiando con el tiempo y solo sus guardaespaldas y aquellos a los que hace llamar saben dónde encontrarlo.
Buscó algún sitio donde sentarse, fijándose que la monja se había desplazado hasta la sala que usaba habitualmente para hacer sus ritos. Observó el sitio con curiosidad, aunque no parecía haber preparado nada del otro mundo. Dios estaba en todas partes, ¿no? Seguramente no hiciera falta ningún preparativo para rezarle un poco, aunque esas cuestiones escapaban de su conocimiento. Era un hombre de ciencia, no de fe, después de todo.
—Encontré a otro chico que opera bajo el ala de Nimbus. Isaac, se llama. Le he dado veinticuatro horas para ponerse en contacto conmigo si decide colaborar. Parece que es otra de las ovejas negras de esa organización, así que se le veía bastante interesado en tener la oportunidad de alejarse de esa gente. —Se recostó en el respaldo de la silla, pasando un brazo por detrás y cruzando las piernas—. Por cierto, ¿qué tal tu día como criminal? Es la primera vez que te dejo a tu aire en este tipo de misiones. ¿La peluca y las lentillas bien? —Sus últimas palabras salieron con un deje burlón, más amistoso. Necesitaba un momento de tranquilidad después de todo eso.
—Buen chico —se burló.
No estaba en sus costumbres comportarse de aquel modo —ni siquiera con criminales—, pero tenía que ceñirse a un papel oscuro y aterrador si quería que el interrogatorio salía a pedir de boca. Hasta Abigail parecía incómoda con todo lo que estaba haciendo, cosa de la que no la podía culpar: hasta a él le había producido escalofríos su pequeña treta, siendo especialmente meticuloso en los gritos de dolor y agonía. Le habría gustado decir que todo aquello no era más que ficción pero, por desgracia, sus fuentes de inspiración eran situaciones reales en las que había tenido que mirar y escuchar por poco que quisiera. Al menos no les estaba torturando de verdad; de hecho, dudaba que pasar un poco de miedo fuera a acabar con ellos. En cualquiera de los casos, cuando la beata le expresó su deseo de dejarle solo se limitó a asentir, suspirando una vez se desvaneció.
—Entonces repetiré la pregunta, ahora que parece que hemos llegado a un acuerdo —retomó, carraspeando un poco antes de seguir—. ¿Les suena la isla de Nueva Ohara?
—Sí, sí... la del observatorio y todo eso —reconoció el pirata, notándose que lo hacía con ciertas reticencias.
—Asumiré que ambos trabajan para Nimbus Hubble. ¿Me equivoco?
Esta vez se tomó unos segundos para responder, como si temiera dar aquel tipo de información.
—Es nuestro jefe, sí.
—¿Y se puede saber qué le interesa tanto de nuestro observatorio? La verdad es que su persistencia resulta admirable, pero después de dos fracasos tan estrepitosos me gustaría saber de dónde nace su obsesión.
—No lo sabemos...
—¿No? —Kusanagi frunció el ceño—. ¿No lo saben o no quieren recordarlo? Si padecen problemas de memoria tenemos métodos bastante efectivos para refrescársela.
—¡No, no, espera! De verdad... de verdad que no sabemos nada —se apresuró a aclarar—. ¿Te crees que van a contarnos algo así? Tan solo los más allegados al jefe saben esas cosas. Nosotros somos soldados, material prescindible; no nos dan esa información para asegurarse de que no se difunda.
El pelirrojo torció el labio en una mueca, algo decepcionado. En realidad tenía todo el sentido del mundo, pero esperaba que al menos pudieran sacarle algo más. Por lo que le había dicho Abi, esos dos debían ser poco más que un par de matones rasos; no se manda a alguien importante a ajustar cuentas con un simple contratista.
—¿Está en Jaya? —inquirió de repente—. Nimbus, ¿está aquí?
—Sí, no suele salir de aquí. ¿Qué sitio hay más seguro que la isla en la que el gobierno no pisa? Aunque parece que nos equivocamos en eso...
—Completamente. —Sus pasos resonaron al aproximarse al pirata, agarrándole del cuello de la camisa y acercando su rostro al de él—. ¿Dónde?
—No puedo decírtelo. Su escondrijo va cambiando y solo lo saben aquellos que son llamados por él o que están protegiéndole. Además, aunque lo supiera, no te lo diría. ¿Crees que podríais salvarme de las represalias por traicionarle? Ni siquiera en Impel Down estaría a salvo de él y sus matones...
No parecía que fuesen a sacar nada más de esos dos, así que iba siendo el momento de concluir con el interrogatorio. Al menos habían sacado algo en claro: Nimbus estaba en Jaya y su escondite iba variando con el tiempo. Con algo de suerte Isaac retomaría el contacto con su jefe y podrían averiguar dónde se encontraba. Por el contrario, si su contacto fallaba, tal vez el chico al que salvó la cazadora pudiera serles de mayor utilidad. Fuera como fuese, empleó sus poderes para que el grandullón dejase de escuchar también y alzó la voz para avisar a la beata. Esperaría a que su gente se encargase de los confundidos piratas, que parecían darse cuenta ahora de que les habían tomado el pelo, y saldría por el mismo sitio que había entrado una vez Abigail se lo permitiera.
—No es que hayan sido de mucha utilidad, la verdad —comentó con resignación, algo decepcionado. Quizá debiera pulir un poco sus habilidades en ese tipo de ámbitos—. Lo bueno es que he confirmado algo: Nimbus está en Jaya. No saben su paradero exacto; al parecer, su escondite va cambiando con el tiempo y solo sus guardaespaldas y aquellos a los que hace llamar saben dónde encontrarlo.
Buscó algún sitio donde sentarse, fijándose que la monja se había desplazado hasta la sala que usaba habitualmente para hacer sus ritos. Observó el sitio con curiosidad, aunque no parecía haber preparado nada del otro mundo. Dios estaba en todas partes, ¿no? Seguramente no hiciera falta ningún preparativo para rezarle un poco, aunque esas cuestiones escapaban de su conocimiento. Era un hombre de ciencia, no de fe, después de todo.
—Encontré a otro chico que opera bajo el ala de Nimbus. Isaac, se llama. Le he dado veinticuatro horas para ponerse en contacto conmigo si decide colaborar. Parece que es otra de las ovejas negras de esa organización, así que se le veía bastante interesado en tener la oportunidad de alejarse de esa gente. —Se recostó en el respaldo de la silla, pasando un brazo por detrás y cruzando las piernas—. Por cierto, ¿qué tal tu día como criminal? Es la primera vez que te dejo a tu aire en este tipo de misiones. ¿La peluca y las lentillas bien? —Sus últimas palabras salieron con un deje burlón, más amistoso. Necesitaba un momento de tranquilidad después de todo eso.
Abigail Mjöllnir
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Esperaría pacientemente a que el interrogatorio del agente terminara, suponía que ya la informaría de los resultados cuando acabara. Dejó que el agente saliera por una puerta abierta en su espalda, así no interrumpiría por completo sus rezos. Por supuesto, sus habitantes volvieron a inmovilizar a ambos criminales para que no escaparan y para que esperaran pacientemente a que fueran entregados al Cipher Pol.
—El muchacho que encontré es un criminal joven pero con contactos —respondió mientras interrumpía sus rezos y se levantaba, ignorando un poco la parte de su "vida criminal por un día" —. Fue quien contrató a todos los que asaltaron el observatorio. Por lo visto Nimbus está harto de él por varios motivos, uno de ellos son los dos fracasos, y parece que cree que este muchacho podría volverse en su contra —explicó —. Le he ofrecido librarle de Nimbus y me llamará cuando se tranquilice.
Aquello resumía el rato que había pasado en Jaya.
—No es algo que me gustaría repetir —dijo. Sin embargo, entendía que una operación así necesitaba una infiltración, por muy poco que le gustara abandonar su propia identidad.
—Deberíamos esperar a mañana antes de llamar a tus superiores, cuando sepamos algo más —propuso, sabiendo que sus propios habitantes podrían contener a esos criminales durante un día más si se lo proponían.
Por su parte, la beata no haría mucho más durante el día, ya había tenido bastante de Jaya y ahora solo quería descansar un poco. Por pura precaución no se deshizo del disfraz ni de las lentillas ni de nada, lo último que necesitaba era que algún cotilla se adentrara en el barco y encontrara a Abigail con su aspecto real.
El tiempo pasó, pasó...
Ring, ring, ring, ring
No sabía qué hora era, pero su Den Den Mushi estaba sonando. La cazadora, todavía vestida con sus ropas de incógnito, alcanzó a sacarlo de su bolsillo para atender la llamada.
—¿Quién es? —no podía dar su nombre aún por pura precaución.
—No tengo mucho tiempo para hablar, atiende y memorízalo —dijo la voz en el otro lado del Den Den Mushi. Se trataba de Michael, el criminal al que había ayudado a librarse de los dos matones.
La conversación, si es que podía llamarse una conversación como tal, fue bastante breve. Consitió básicamente en Michael entregándole la información que había prometido, entre la que se incluía la localización de los escondites de Nimbus de los próximos días. No consiguió mucho más, pero aquello sería más que suficiente si el contacto de Kus les daba la misma información. Lo memorizó y, por si acaso, sus habitantes escribieron un pequeño informe para dejar la localización de las guaridas por escrito.
—Shawn, mi contacto me ha llamado ya. ¿Qué te han dicho a ti? Si todo coincide podemos informar a tus superiores ya
En cuanto confirmara la información podrían contactar con el Cipher Pol y prepararse para el último encargo.
—El muchacho que encontré es un criminal joven pero con contactos —respondió mientras interrumpía sus rezos y se levantaba, ignorando un poco la parte de su "vida criminal por un día" —. Fue quien contrató a todos los que asaltaron el observatorio. Por lo visto Nimbus está harto de él por varios motivos, uno de ellos son los dos fracasos, y parece que cree que este muchacho podría volverse en su contra —explicó —. Le he ofrecido librarle de Nimbus y me llamará cuando se tranquilice.
Aquello resumía el rato que había pasado en Jaya.
—No es algo que me gustaría repetir —dijo. Sin embargo, entendía que una operación así necesitaba una infiltración, por muy poco que le gustara abandonar su propia identidad.
—Deberíamos esperar a mañana antes de llamar a tus superiores, cuando sepamos algo más —propuso, sabiendo que sus propios habitantes podrían contener a esos criminales durante un día más si se lo proponían.
Por su parte, la beata no haría mucho más durante el día, ya había tenido bastante de Jaya y ahora solo quería descansar un poco. Por pura precaución no se deshizo del disfraz ni de las lentillas ni de nada, lo último que necesitaba era que algún cotilla se adentrara en el barco y encontrara a Abigail con su aspecto real.
El tiempo pasó, pasó...
Ring, ring, ring, ring
No sabía qué hora era, pero su Den Den Mushi estaba sonando. La cazadora, todavía vestida con sus ropas de incógnito, alcanzó a sacarlo de su bolsillo para atender la llamada.
—¿Quién es? —no podía dar su nombre aún por pura precaución.
—No tengo mucho tiempo para hablar, atiende y memorízalo —dijo la voz en el otro lado del Den Den Mushi. Se trataba de Michael, el criminal al que había ayudado a librarse de los dos matones.
La conversación, si es que podía llamarse una conversación como tal, fue bastante breve. Consitió básicamente en Michael entregándole la información que había prometido, entre la que se incluía la localización de los escondites de Nimbus de los próximos días. No consiguió mucho más, pero aquello sería más que suficiente si el contacto de Kus les daba la misma información. Lo memorizó y, por si acaso, sus habitantes escribieron un pequeño informe para dejar la localización de las guaridas por escrito.
—Shawn, mi contacto me ha llamado ya. ¿Qué te han dicho a ti? Si todo coincide podemos informar a tus superiores ya
En cuanto confirmara la información podrían contactar con el Cipher Pol y prepararse para el último encargo.
Una vez fuera atendió a la explicación de Abigail. Se veía a la legua que no le hacía especial gracia tener que seguir haciéndose pasar por otra persona; de hecho, se habría jugado el sueldo de un mes en que hacer de criminal le agradaba menos que hacerse pasar por una agente del Cipher Pol. ¿Podía culparla por ello? En absoluto. Sabía bien que su compañera era más dada a un tipo de acción más directa, de modo que las operaciones de infiltración seguramente se sintieran como si estuviera muy alejada de su zona de confort; mentiras, engaños, sutileza... Quizá prefiriera trabajar con alguien de neutralización, después de todo.
Suspiró, asintiendo una vez quedó claro que lo único que restaba sería esperar.
—Lo comprendo —aclaró en primera instancia—. Sea como sea; si mañana vemos que la información de tu chico y la de Isaac coinciden podremos dar por terminada la investigación. Algo me dice que el siguiente trabajo será más movidito... y violento.
Tal vez tuvieran que hacerse pasar por criminales un tiempo más; lo justo para llegar hasta Nimbus antes de desatar un caos de golpes y disparos. No podía decir que fuera su parte favorita del trabajo, y es que detestaba las peleas fuera cual fuera el motivo. Era el espécimen que menos cuadraba en la agencia, ¿qué podía decir? Pero el trabajo es el trabajo y se aseguraría de verlo cumplido con éxito.
Con esto en mente dejó que Abigail pasara el resto del día como quisiera, ofreciéndole algo de lo que había sobrado de la comida por si se sentía con hambre. Por su parte, decidió invertir el resto del día en sus lecturas. Le había pedido como favor especial al señor Centauri que le prestase algunos libros en Nueva Ohara, quien no puso demasiadas pegas. No contenían nada que fuera realmente interesante, pero proporcionaban al pelirrojo algunos datos que resultarían de utilidad para sus pequeños proyectos personales. Estaba seguro de que aún tenía mucho que descubrir sobre las propiedades físicas del White Sea, así que un poco de ayuda extra no le vendría mal. Trabajaría en ello durante varias horas, con una concentración sobre sus documentos que podría resultar extraña viniendo de él —aunque dejaba de hacerlo cuando uno reparaba en el desorden tan característico del agente—. Al final, terminó por quedarse dormido sobre un montón de libros y papeles que se esparcían a lo largo y ancho de su camarote.
El sonido del den–den le despertaría antes incluso de que los primeros rayos de luz asomasen por el horizonte, apenas contando con la iluminación que la Luna y las estrellas le brindaban. Salió a cubierta para descolgar, con la vista emborronada y apenas siendo capaz de aguantarse los bostezos.
—¿Pero tienes idea de la hora que...? —Chasqueó la lengua, frotándose el ojo bueno mientras intentaba espabilarse un poco.
—¿Shawn? —Le llamaron desde el otro lado del «caracolófono»—. Soy Isaac. La verdad es que no sé si me estoy volviendo puto loco o qué cojones pasa, pero dime: ¿de verdad que puedes garantizar mi seguridad?
Sus labios dibujaron una sonrisa. El pez había mordido el anzuelo.
—Cuenta con mi palabra. Me aseguraré personalmente de que tengas una vida alejada de los planes de Nimbus.
—Está bien. Escucha atentamente, porque no tengo mucho tiempo y creo que han puesto gente a vigilarme...
La conversación no se prolongó por mucho más que un par de minutos. Isaac había conseguido que la organización perdonase sus faltas a cambio de realizar algunos encargos que probasen su predisposición a operar sin rechistar bajo la mano de Nimbus. Gracias a ello y dado que el jefe criminal parecía querer comprobar su lealtad en persona, el chico había averiguado algunas de las futuras localizaciones en las que se encontraría. La despedida no tardó en llegar y Kusanagi se mantuvo despierto por el resto de la noche, aguardando al comienzo del nuevo día y a que Abigail despertase.
Cuando la cazadora le buscase, le encontraría dormido con el brazo apoyado en la baranda del barco y la cabeza sobre la mano en una postura que no tendría consecuencias agradables para su cuello. Fuera cual fuera el caso, parecía que su contacto también había accedido. Se apresuró a indicarle los datos exactos que Isaac le había proporcionado, cotejándolos con los de su nuevo amigo para dar con que ambos coincidían. La miró con una sonrisa cómplice: lo tenían.
—Parece que al fin damos con algo de lo que tirar —comentó animado—. Voy a avisar, así que ve preparándote. —Comenzó a caminar hacia el interior de la nave. No podía arriesgarse a que alguien se percatase de a quiénes iba a llamar—. Aquí el agente Yu desde Jaya, operación Estrella Fugaz —comenzó frente al den–den—. Lo tenemos.
Suspiró, asintiendo una vez quedó claro que lo único que restaba sería esperar.
—Lo comprendo —aclaró en primera instancia—. Sea como sea; si mañana vemos que la información de tu chico y la de Isaac coinciden podremos dar por terminada la investigación. Algo me dice que el siguiente trabajo será más movidito... y violento.
Tal vez tuvieran que hacerse pasar por criminales un tiempo más; lo justo para llegar hasta Nimbus antes de desatar un caos de golpes y disparos. No podía decir que fuera su parte favorita del trabajo, y es que detestaba las peleas fuera cual fuera el motivo. Era el espécimen que menos cuadraba en la agencia, ¿qué podía decir? Pero el trabajo es el trabajo y se aseguraría de verlo cumplido con éxito.
Con esto en mente dejó que Abigail pasara el resto del día como quisiera, ofreciéndole algo de lo que había sobrado de la comida por si se sentía con hambre. Por su parte, decidió invertir el resto del día en sus lecturas. Le había pedido como favor especial al señor Centauri que le prestase algunos libros en Nueva Ohara, quien no puso demasiadas pegas. No contenían nada que fuera realmente interesante, pero proporcionaban al pelirrojo algunos datos que resultarían de utilidad para sus pequeños proyectos personales. Estaba seguro de que aún tenía mucho que descubrir sobre las propiedades físicas del White Sea, así que un poco de ayuda extra no le vendría mal. Trabajaría en ello durante varias horas, con una concentración sobre sus documentos que podría resultar extraña viniendo de él —aunque dejaba de hacerlo cuando uno reparaba en el desorden tan característico del agente—. Al final, terminó por quedarse dormido sobre un montón de libros y papeles que se esparcían a lo largo y ancho de su camarote.
El sonido del den–den le despertaría antes incluso de que los primeros rayos de luz asomasen por el horizonte, apenas contando con la iluminación que la Luna y las estrellas le brindaban. Salió a cubierta para descolgar, con la vista emborronada y apenas siendo capaz de aguantarse los bostezos.
—¿Pero tienes idea de la hora que...? —Chasqueó la lengua, frotándose el ojo bueno mientras intentaba espabilarse un poco.
—¿Shawn? —Le llamaron desde el otro lado del «caracolófono»—. Soy Isaac. La verdad es que no sé si me estoy volviendo puto loco o qué cojones pasa, pero dime: ¿de verdad que puedes garantizar mi seguridad?
Sus labios dibujaron una sonrisa. El pez había mordido el anzuelo.
—Cuenta con mi palabra. Me aseguraré personalmente de que tengas una vida alejada de los planes de Nimbus.
—Está bien. Escucha atentamente, porque no tengo mucho tiempo y creo que han puesto gente a vigilarme...
La conversación no se prolongó por mucho más que un par de minutos. Isaac había conseguido que la organización perdonase sus faltas a cambio de realizar algunos encargos que probasen su predisposición a operar sin rechistar bajo la mano de Nimbus. Gracias a ello y dado que el jefe criminal parecía querer comprobar su lealtad en persona, el chico había averiguado algunas de las futuras localizaciones en las que se encontraría. La despedida no tardó en llegar y Kusanagi se mantuvo despierto por el resto de la noche, aguardando al comienzo del nuevo día y a que Abigail despertase.
Cuando la cazadora le buscase, le encontraría dormido con el brazo apoyado en la baranda del barco y la cabeza sobre la mano en una postura que no tendría consecuencias agradables para su cuello. Fuera cual fuera el caso, parecía que su contacto también había accedido. Se apresuró a indicarle los datos exactos que Isaac le había proporcionado, cotejándolos con los de su nuevo amigo para dar con que ambos coincidían. La miró con una sonrisa cómplice: lo tenían.
—Parece que al fin damos con algo de lo que tirar —comentó animado—. Voy a avisar, así que ve preparándote. —Comenzó a caminar hacia el interior de la nave. No podía arriesgarse a que alguien se percatase de a quiénes iba a llamar—. Aquí el agente Yu desde Jaya, operación Estrella Fugaz —comenzó frente al den–den—. Lo tenemos.
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