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Contratante: Niord, apellido desconocido.
Descripción de la misión: Niord es un guardabosque particularmente preocupado por el estado de la foresta que habitualmente custodia en Murynos. De pura naturaleza en un entorno helado, sirve de hogar y cobijo a un sinfín de criaturas para nada comunes. Sea como sea, estos seres no son los únicos que despiertan el interés de los comerciantes desalmados, y es que los árboles resultan poseer una madera excelente y tremendamente codiciada. Niord se ha encargado de expulsar a varias cuadrillas de leñadores furtivos ―si es que pueden llamarse así― a lo largo de los años, pero actualmente está desbordado.
Objetivo de la misión: expulsar a los tres grupos que han comenzado a talar indiscriminadamente el bosque en el sur del mismo, el este y el norte.
Recompensa: Niord es un herrero bastante diestro, por lo que proporcionará a cada participante un objeto artesanal de calidad Genuina para cada participante, a diseñar por el interesado.
Descripción de la misión: Niord es un guardabosque particularmente preocupado por el estado de la foresta que habitualmente custodia en Murynos. De pura naturaleza en un entorno helado, sirve de hogar y cobijo a un sinfín de criaturas para nada comunes. Sea como sea, estos seres no son los únicos que despiertan el interés de los comerciantes desalmados, y es que los árboles resultan poseer una madera excelente y tremendamente codiciada. Niord se ha encargado de expulsar a varias cuadrillas de leñadores furtivos ―si es que pueden llamarse así― a lo largo de los años, pero actualmente está desbordado.
Objetivo de la misión: expulsar a los tres grupos que han comenzado a talar indiscriminadamente el bosque en el sur del mismo, el este y el norte.
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Aki D. Arlia
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Lys sujetó el papel del encargo en la mano, mientras caminaba por el bosque. ¿Se había perdido? Se había perdido. Demonios, todos los árboles parecían iguales y encima quién había hecho la petición no había incluido un mapa.
Era su primera vez en Murynos y mirándolo en retrospectiva ya era un milagro que hubiera llegado hasta aquí. ¡La isla era enorme! Había volado hasta superar los acantilados de hielo, porque de ninguna manera iba a gastar su tiempo encontrando un pasaje practicable. Una vez en lo alto, bueno… solo había un bosque, el resto eran montañas y tundra helada por doquier. Había supuesto que era ese bosque el que se pretendía defender, por lo que ahí se había aventurado. Y menos mal que sus pisadas eran ligeras y sus reflejos agudos, porque ya iban varias veces en las que el suelo se hundía bajo sus pies, dejando huecos negros y profundos a su espalda. Ah no, ni de broma iba a meterse por ahí. Si había venido era porque el premio le interesaba; iba a llevar a cabo la misión, conseguir el arma que había venido a buscar y largarse cuanto antes. La isla le daba mala espina.
Mirando a su alrededor, realmente no entendía qué podía hacer tan importantes a los árboles. Sí, eran bonitos, pero desde luego no eran nada especial. Por lo menos no a sus ojos. Tan solo… árboles.
Al final, harta, volvió a alzar el vuelo por encima de las copas de los árboles. En la linde del bosque había una casita de madera desde la que se elevaba un pequeño hilo de humo. Allí se dirigió, decidida a encontrar a quien hubiera escrito el encargo. Si iba a hacer esto necesitaba o un mapa o a alguien que supiera orientarse mejor que ella.
Llamó a la puerta tres veces y aguardó a que le abrieran.
Era su primera vez en Murynos y mirándolo en retrospectiva ya era un milagro que hubiera llegado hasta aquí. ¡La isla era enorme! Había volado hasta superar los acantilados de hielo, porque de ninguna manera iba a gastar su tiempo encontrando un pasaje practicable. Una vez en lo alto, bueno… solo había un bosque, el resto eran montañas y tundra helada por doquier. Había supuesto que era ese bosque el que se pretendía defender, por lo que ahí se había aventurado. Y menos mal que sus pisadas eran ligeras y sus reflejos agudos, porque ya iban varias veces en las que el suelo se hundía bajo sus pies, dejando huecos negros y profundos a su espalda. Ah no, ni de broma iba a meterse por ahí. Si había venido era porque el premio le interesaba; iba a llevar a cabo la misión, conseguir el arma que había venido a buscar y largarse cuanto antes. La isla le daba mala espina.
Mirando a su alrededor, realmente no entendía qué podía hacer tan importantes a los árboles. Sí, eran bonitos, pero desde luego no eran nada especial. Por lo menos no a sus ojos. Tan solo… árboles.
Al final, harta, volvió a alzar el vuelo por encima de las copas de los árboles. En la linde del bosque había una casita de madera desde la que se elevaba un pequeño hilo de humo. Allí se dirigió, decidida a encontrar a quien hubiera escrito el encargo. Si iba a hacer esto necesitaba o un mapa o a alguien que supiera orientarse mejor que ella.
Llamó a la puerta tres veces y aguardó a que le abrieran.
Prometeo
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Se había despedido de Toshiro hacía unas pocas horas para luego ayudar al señor Hyro a volver a su cabaña en el lago. Se sentía muy agradecido, pues la receta basada en el Rey del Lago había gustado a la gente. Y la desaparición de la gigantesca criatura contribuía al equilibrio de la fauna marina. O eso creía, vaya. La naturaleza era la madre de lo impredecible, no había nadie como ella a la hora de sorprender a los mortales. Por otra parte, el señor Hyro le había mencionado que un amigo suyo necesitaba ayuda. El señor Niord tenía problemas con leñadores furtivos que talaban indiscriminadamente los bosques de Murynos, por lo que no perdió más el tiempo y partió inmediatamente hacia la cruz marcada en el mapa.
No estaría exagerando si dijera que Prometeo tardó cerca de seis horas en llegar a la casa del hombre cuando, en realidad, el viaje no debía tomarle más de veinte minutos. En vez de partir hacia el norte, había ido hacia el este y luego de darse cuenta de que estaba mal encaminado, se dirigió hacia el sur. Se detuvo a descansar y entonces una pareja que pasaba por el sendero de piedra le dio indicaciones muy precisas sobre cómo llegar. Pero acabó perdiéndose de nuevo. El que ahora estuviera en la casa del señor Niord era una mera casualidad, un favor del destino a un hombre necesitado.
El protector de los bosques cumplía con todos los estereotipos de un leñador, si es que los había. Era un hombre entrado en carnes que tenía unos brazos muy fuertes, casi tan alto como el propio Prometeo y una larguísima barba colorina que le llegaba hasta el pecho. Tenía unos ojos pequeños y grises, además de una nariz medio gruesa y permanentemente roja. Vestía una camisa a cuadros y llevaba un gorro de lana que protegía sus grandes orejas del frío.
—Así que Hyro te ha enviado, ¿verdad? —Prometeo asintió—. Es cierto que el otro día le conté un poco mis problemas, pero jamás imaginé que enviaría a alguien. Bueno, ya debes saber que soy Niord, un viejo que sólo intenta cuidar la belleza de esta isla.
—Soy Prometeo, señor, un gusto. El señor Hyro me habló sobre leñadores furtivos que intentan destruir los bosques de Murynos.
—Sí, tampoco hay mucho que contar. Los voy a echar de la isla así tenga que partirle las putas piernas, ¿me sigues? Estos bosques significan mucho para nuestra cultura y es inaceptable que unos extranjeros vengan a destruir lo que es nuestro. Me alegra que haya alguien dispuesto a ayudar, pero te advierto de que no soy un hombre rico ni tengo mucho para ofrecer.
El revolucionario estaba a punto de responder cuando alguien llamó a la puerta de la cabaña. El señor Niord se levantó con pipa en mano y caminó hacia ella para luego abrirla.
No estaría exagerando si dijera que Prometeo tardó cerca de seis horas en llegar a la casa del hombre cuando, en realidad, el viaje no debía tomarle más de veinte minutos. En vez de partir hacia el norte, había ido hacia el este y luego de darse cuenta de que estaba mal encaminado, se dirigió hacia el sur. Se detuvo a descansar y entonces una pareja que pasaba por el sendero de piedra le dio indicaciones muy precisas sobre cómo llegar. Pero acabó perdiéndose de nuevo. El que ahora estuviera en la casa del señor Niord era una mera casualidad, un favor del destino a un hombre necesitado.
El protector de los bosques cumplía con todos los estereotipos de un leñador, si es que los había. Era un hombre entrado en carnes que tenía unos brazos muy fuertes, casi tan alto como el propio Prometeo y una larguísima barba colorina que le llegaba hasta el pecho. Tenía unos ojos pequeños y grises, además de una nariz medio gruesa y permanentemente roja. Vestía una camisa a cuadros y llevaba un gorro de lana que protegía sus grandes orejas del frío.
—Así que Hyro te ha enviado, ¿verdad? —Prometeo asintió—. Es cierto que el otro día le conté un poco mis problemas, pero jamás imaginé que enviaría a alguien. Bueno, ya debes saber que soy Niord, un viejo que sólo intenta cuidar la belleza de esta isla.
—Soy Prometeo, señor, un gusto. El señor Hyro me habló sobre leñadores furtivos que intentan destruir los bosques de Murynos.
—Sí, tampoco hay mucho que contar. Los voy a echar de la isla así tenga que partirle las putas piernas, ¿me sigues? Estos bosques significan mucho para nuestra cultura y es inaceptable que unos extranjeros vengan a destruir lo que es nuestro. Me alegra que haya alguien dispuesto a ayudar, pero te advierto de que no soy un hombre rico ni tengo mucho para ofrecer.
El revolucionario estaba a punto de responder cuando alguien llamó a la puerta de la cabaña. El señor Niord se levantó con pipa en mano y caminó hacia ella para luego abrirla.
Gabriel Von Wilhelm
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Gabi nunca se había considerado alguien precisamente ecologista. Sin embargo, preparándose para aquel encargo, había decidido informarse en las bibliotecas de la revolución sobre la naturaleza, los bosques y la importancia de los mismos. Iba caminando, llevando su ya típica armadura con capa y un mandoble a su espalda, de camino hacia la cabaña que le habían indicado, mientras leía un libro llamado "Por qué deberíamos salvar a los árboles", escrito por Paz Verde. Más de una vez estuvo apunto de chocarse con un árbol en mitad del camino, pues aquella cabaña estaba en el bosque. Supuestamente el suelo estaba marcado, aunque no parecía que estuviese del todo bien. Por ahora, Gabi se apañaba.
Oyó un ruido extraño, como una lejana brisa, y apartó los ojos del libro para mirar al cielo. Le pareció ver algo volando. Según el libro los árboles eran importantes porque no solo daban el oxígeno que respiramos, sino que servían de casa para diversas formas de vida, entre ellas pajaritos. Tal vez aquella cosa que volaba era un pajarito que se había quedado sin casa por culpa de los leñadores. Gabi cerró los ojos y dejó caer con exceso de drama una lágrima por su mejilla derecha. Cerró el puño y lo apuntó al cielo.
—No te preocupes, pajarito, salvaré tu hogar.
Volvió a enterrar la nariz entre las páginas del libro y a seguir el camino. Debía ya estar muy cerca de la casa según lo que miraba en el suelo, pero no levantó la mirada en ningún momento. Lo cual hizo que se chocara con un último árbol en el camino, el cual parecía ser tan resistente que consiguió hacer que Gabi cayese al suelo de culo. Dolorido se levantó, frotándose el trasero dolorido, para entonces mirar al frente y ver que... no era un árbol. Era una mujer. Al reconocerla, la expresión de dolor se cambió en su rostro por una extensa sonrisa.
—¡LYYYYYYS!
Gabi saltó hacia delante con el propósito de abrazar a la mujer con brazos y piernas, agarrándose a ella cual koala pegado al árbol de eucalipto. Allí estaba la cabaña, pero Gabi no podía centrarse más que en la amiga reencontrada, frotando los mofletes contra ella con cariño. Entonces la puerta se abrió y el joven abrió un ojo, para ver a otra persona conocida. Al peliblanco que había conocido cuando se unió a la revolución.
—¡Hermanito Prome!
Oyó un ruido extraño, como una lejana brisa, y apartó los ojos del libro para mirar al cielo. Le pareció ver algo volando. Según el libro los árboles eran importantes porque no solo daban el oxígeno que respiramos, sino que servían de casa para diversas formas de vida, entre ellas pajaritos. Tal vez aquella cosa que volaba era un pajarito que se había quedado sin casa por culpa de los leñadores. Gabi cerró los ojos y dejó caer con exceso de drama una lágrima por su mejilla derecha. Cerró el puño y lo apuntó al cielo.
—No te preocupes, pajarito, salvaré tu hogar.
Volvió a enterrar la nariz entre las páginas del libro y a seguir el camino. Debía ya estar muy cerca de la casa según lo que miraba en el suelo, pero no levantó la mirada en ningún momento. Lo cual hizo que se chocara con un último árbol en el camino, el cual parecía ser tan resistente que consiguió hacer que Gabi cayese al suelo de culo. Dolorido se levantó, frotándose el trasero dolorido, para entonces mirar al frente y ver que... no era un árbol. Era una mujer. Al reconocerla, la expresión de dolor se cambió en su rostro por una extensa sonrisa.
—¡LYYYYYYS!
Gabi saltó hacia delante con el propósito de abrazar a la mujer con brazos y piernas, agarrándose a ella cual koala pegado al árbol de eucalipto. Allí estaba la cabaña, pero Gabi no podía centrarse más que en la amiga reencontrada, frotando los mofletes contra ella con cariño. Entonces la puerta se abrió y el joven abrió un ojo, para ver a otra persona conocida. Al peliblanco que había conocido cuando se unió a la revolución.
—¡Hermanito Prome!
Aki D. Arlia
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De repente, una marabunta chocó contra su pierna. En cuanto bajó la mirada, se encontró con una personita abrazada a ella. Le llevó un par de segundos porque tenía la cabeza enterrada en su cara, pero cuando le reconoció esbozó una pequeña sonrisa y le acarició el pelo. Era Gabi, el chico que le había ayudado a explicarle un par de cosas a Donald McRonald. Al final todo había salido bien e incluso se habían llevado un bonito regalo a cambio. Su caballo aguardaba en el barco y estaba convencida de haber tomado la decisión adecuada; no solo iba más rápida por su cuenta, si no que a estas alturas estaba convencida de que el caballo se habría caído en alguno de los extraños agujeros de la zona.
-¡Hey! Me alegro de verte, peque.
De repente, la puerta de la cabaña se abrió. Un enorme leñador de larga barba estaba detrás de la puerta, acompañado de un hombre de pelo blanco. Lysbeth se separó de Gabi, que corrió a saludar al otro hombre. Entendía que el leñador era quien había pedido la ayuda, por lo que le ofreció la mano y se la estrechó.
-Buenos días. Mi nombre es Lysbeth Ardian, he venido para ayudar con su pequeño problemilla de… infestaciones.
Quizá no fuera la manera más amable de llamar a la gentuza que estaba robando sus árboles para enriquecerse, pero desde luego era acertada. Aprovechó para saludar también con un gesto de la mano al peliblanco. A ella no le sonaba, pero por lo visto Gabi le conocía y no costaba mucho unir dos y dos. Claramente estaban todos allí por lo mismo, así que tendrían que trabajar juntos. No era una mala idea, porque por lo visto había mucho terreno que cubrir.
Ante una señal del leñador, se metió en la cabaña junto con el resto. Sin perder el tiempo, le preguntó con una sonrisa:
-Por casualidad, ¿tiene algún mapa de la zona? Si pudiera señalarnos en él dónde se reúnen los grupos problemáticos sería mucho más sencillo atacar los núcleos de uno en uno.
-¡Hey! Me alegro de verte, peque.
De repente, la puerta de la cabaña se abrió. Un enorme leñador de larga barba estaba detrás de la puerta, acompañado de un hombre de pelo blanco. Lysbeth se separó de Gabi, que corrió a saludar al otro hombre. Entendía que el leñador era quien había pedido la ayuda, por lo que le ofreció la mano y se la estrechó.
-Buenos días. Mi nombre es Lysbeth Ardian, he venido para ayudar con su pequeño problemilla de… infestaciones.
Quizá no fuera la manera más amable de llamar a la gentuza que estaba robando sus árboles para enriquecerse, pero desde luego era acertada. Aprovechó para saludar también con un gesto de la mano al peliblanco. A ella no le sonaba, pero por lo visto Gabi le conocía y no costaba mucho unir dos y dos. Claramente estaban todos allí por lo mismo, así que tendrían que trabajar juntos. No era una mala idea, porque por lo visto había mucho terreno que cubrir.
Ante una señal del leñador, se metió en la cabaña junto con el resto. Sin perder el tiempo, le preguntó con una sonrisa:
-Por casualidad, ¿tiene algún mapa de la zona? Si pudiera señalarnos en él dónde se reúnen los grupos problemáticos sería mucho más sencillo atacar los núcleos de uno en uno.
Prometeo
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Jamás había pensado en que volvería a ver al joven Gabi tan pronto, aún no había pasado medio año desde el término de la carrera organizada por Madame Rouge y ya se estaba reuniendo con sus antiguos camaradas. Una sonrisa se dibujó en su rostro al verle y los recuerdos aún calientes de su batalla con Basilio regresaron a su cabeza. Si no hubiera sido por Aether, Gabi y Nick, ahora mismo no estaría sentado en la cabaña del señor Niord. Sin embargo, el pequeño revolucionario de cabellos rosas no era el único allí: también se hallaba Lysbeth Ardian, una conocida pirata que ostentaba una recompensa de 300 millones de berries. Prometeo solía leer el periódico y había visto más de una vez el rostro de esa mujer, y vaya que tenía buena memoria.
Se levantó de su asiento justo después de que la extraña pareja entrase. La doctora le había dicho que era de mala educación saludar a la gente quedándose sentado. Prometeo no entendía del todo las normas de convivencia de los humanos, pero tampoco le molestaba seguirlas. Las reglas eran muy importantes para que el mundo funcionase correctamente, de lo contrario, estaría sumido en el completo caos.
—Buenas, Gabi, me alegra verte aquí y saber que sigues tan enérgico como siempre —contestó con un intento de sonrisa que no terminaba de calzar con su tono de voz áspero, rasposo, tosco. Y entonces se volteó hacia la pirata—. Buenos días, señorita Lysbeth, encantado de conocerle. Mi nombre es Prometeo, puede contar conmigo para resolver este problema.
Justo después de que se presentase, el revolucionario le pidió la cocina prestada al señor Niord. El leñador se sorprendió un poco, pero no tuvo problema en acceder a su extraña petición. Por otra parte, no tenía intenciones de dilatar más el asunto y, mientras Prometeo preparaba una sabrosa infusión de té, el hombre de la cabaña volvía al salón principal con un enorme rollo de papel entre su brazo derecho y su estómago. Lo estiró sobre la mesa de madera y dejó una piedra en cada esquina del mapa. No era una obra de arte, pero cumplía su función a la perfección.
—La situación no ha hecho más que empeorar y cada vez aparecen más grupos de deforestación ilegal. Estoy acostumbrado a lidiar con ellos, pero ahora me es imposible hacerlo. Aquí, aquí y aquí han aparecido equipos aparentemente independientes —mencionó Niord, señalando tres puntos distintos del bosque de Murynos: este, sur y norte.
El joven de cabellos plateados volvió a la reunión con una bandeja en mano y cuatro vasos de greda humeantes. Entonces, ofreció té a cada uno de los presentes.
—Gracias, muchacho, eres muy… amable. —El hombre le dio un sorbo al té y su rostro serio y rudo se tornó por un segundo el de un bebé tierno y apachurrable—. ¡Está delicioso, hombre! Bueno, antes de que se me vaya la idea… Nuestro trabajo es echar a estos grupos ilegales de Murynos y proteger el bosque, algo que le he estado comentando ya a Prometeo. Este es el único mapa que tengo, señorita Lysbeth, espero que pueda serte de utilidad.
Se levantó de su asiento justo después de que la extraña pareja entrase. La doctora le había dicho que era de mala educación saludar a la gente quedándose sentado. Prometeo no entendía del todo las normas de convivencia de los humanos, pero tampoco le molestaba seguirlas. Las reglas eran muy importantes para que el mundo funcionase correctamente, de lo contrario, estaría sumido en el completo caos.
—Buenas, Gabi, me alegra verte aquí y saber que sigues tan enérgico como siempre —contestó con un intento de sonrisa que no terminaba de calzar con su tono de voz áspero, rasposo, tosco. Y entonces se volteó hacia la pirata—. Buenos días, señorita Lysbeth, encantado de conocerle. Mi nombre es Prometeo, puede contar conmigo para resolver este problema.
Justo después de que se presentase, el revolucionario le pidió la cocina prestada al señor Niord. El leñador se sorprendió un poco, pero no tuvo problema en acceder a su extraña petición. Por otra parte, no tenía intenciones de dilatar más el asunto y, mientras Prometeo preparaba una sabrosa infusión de té, el hombre de la cabaña volvía al salón principal con un enorme rollo de papel entre su brazo derecho y su estómago. Lo estiró sobre la mesa de madera y dejó una piedra en cada esquina del mapa. No era una obra de arte, pero cumplía su función a la perfección.
—La situación no ha hecho más que empeorar y cada vez aparecen más grupos de deforestación ilegal. Estoy acostumbrado a lidiar con ellos, pero ahora me es imposible hacerlo. Aquí, aquí y aquí han aparecido equipos aparentemente independientes —mencionó Niord, señalando tres puntos distintos del bosque de Murynos: este, sur y norte.
El joven de cabellos plateados volvió a la reunión con una bandeja en mano y cuatro vasos de greda humeantes. Entonces, ofreció té a cada uno de los presentes.
—Gracias, muchacho, eres muy… amable. —El hombre le dio un sorbo al té y su rostro serio y rudo se tornó por un segundo el de un bebé tierno y apachurrable—. ¡Está delicioso, hombre! Bueno, antes de que se me vaya la idea… Nuestro trabajo es echar a estos grupos ilegales de Murynos y proteger el bosque, algo que le he estado comentando ya a Prometeo. Este es el único mapa que tengo, señorita Lysbeth, espero que pueda serte de utilidad.
- Té para calmar la ansiedad:
- Té verde: Un día fue al campo y conoció al señor Miyagi, quien le enseñó un secreto espectacular: preparar el mejor té de la vida. Tiene un sabor bastante dulce sin necesidad de añadidos adicionales. Pero tiene una condición: debe beberse caliente. Así que nada de echarle agua helada o hielo; eso para tontos. Quien le dé al menos un sorbo a este brebaje sentirá que sus problemas no pesan nada y una sensación de relajación invadirá su cuerpo durante dos turnos.
Gabriel Von Wilhelm
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Debajo de aquel comportamiento estoico y robótico de Prome había un buen hombre, Gabi estaba segurísimo de ello. No podía creerse esa maravillosa coincidencia. Su amiga que conoció y tan bien le cayó y su compañero de la revolución, a quien consideraba una suerte de mentor, guía dentro de dicho ejército o, incluso, un hermano mayor. Empezó a preguntarse entonces si aquel encargo se suponía que debía ser un trabajo de la revolución. Tendría sentido que esta se encargase de evitar que gente malvada con poder destruyese la naturaleza. Cuando cogió uno de los vasos de té que Prome trajo le preguntó:
—Yo vine a ayudar porque vi el anuncio, pero... ¿A ti te ha mandado la revolución?
Quería asegurarse, no quería meterse en problemas por pisar la misión de un compañero o que le echasen la bronca por tomar misiones sin que se lo pidiesen. Si todos los superiores eran igual de rudos y estrictos que Alain... Había oído cosas sobre el líder, aunque nunca lo había visto en persona, y cada vez que imaginaba su figura no podía sino sentirse terriblemente intimidado. Gabi entonces dio un sorbo al café y, durante un instante, sus ojos se cruzaron y parpadearon desacompasados, en una señal de completa y total relajación.
El miedo que podía sentir a que le echasen la bronca había desaparecido por completo. Le habían dicho que beber té relajaba mucho mentalmente, pero jamás lo había imaginado tan... exagerado. Era la primera vez que bebía ese tipo de brebaje. Agitó la cabeza, intentando centrarse, y estiró el cuello para poder mirar el mapa desde detrás de Prome. Parecía bastante extenso y tenía marcado el punto justo en el que se encontraba aquella cabaña.
—¿Dónde exactamente están los malos? ¿Lo sabe?
—Yo vine a ayudar porque vi el anuncio, pero... ¿A ti te ha mandado la revolución?
Quería asegurarse, no quería meterse en problemas por pisar la misión de un compañero o que le echasen la bronca por tomar misiones sin que se lo pidiesen. Si todos los superiores eran igual de rudos y estrictos que Alain... Había oído cosas sobre el líder, aunque nunca lo había visto en persona, y cada vez que imaginaba su figura no podía sino sentirse terriblemente intimidado. Gabi entonces dio un sorbo al café y, durante un instante, sus ojos se cruzaron y parpadearon desacompasados, en una señal de completa y total relajación.
El miedo que podía sentir a que le echasen la bronca había desaparecido por completo. Le habían dicho que beber té relajaba mucho mentalmente, pero jamás lo había imaginado tan... exagerado. Era la primera vez que bebía ese tipo de brebaje. Agitó la cabeza, intentando centrarse, y estiró el cuello para poder mirar el mapa desde detrás de Prome. Parecía bastante extenso y tenía marcado el punto justo en el que se encontraba aquella cabaña.
—¿Dónde exactamente están los malos? ¿Lo sabe?
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Mientras se acomodaba en la cabaña, el peliblanco se dirigió a la cocina tras pedirle permiso al leñador. Lysbeth miró hacia allá por un instante, intrigada, antes de centrarse en lo que decía Niord. Volvió batallando con un mapa de enormes dimensiones que colocó en la mesa, sujeto por varias piedras para que no se enrollara.
Quiso prestar atención, de verdad, pero la orientación no era lo suyo. Reconocía la forma de la isla, pero sabía que en cuanto tratara de aplicarlo para irse a algún lado se perdería completamente. Entendió, sin embargo, que había tres grupos principales de los que tenían que ocuparse. Y eran tres personas, pero lo más probable es que yendo juntos terminaran antes. Además, necesitaría ayuda para interpretar ese galimatías. Esbozó una sonrisa amable al leñador, él no tenía culpa de que fuera un desastre para los viajes.
-Estoy segura de que nos las arreglaremos para localizarles. No se preocupe, antes de que se dé cuenta todo el mundo se lo pensará dos veces antes de venir a invadir este bosque.
De repente, Prometeo volvió trayendo vasos de humeante té. Cogió uno y bebió, en principio por educación y en seguida porque estaba riquísimo. Sus ojos se abrieron con sorpresa mientras sus hombros se relajaban. Wow. ¿Tan tensa estaba? Qué mágico brebaje y que feliz y tranquila se sentía. No le cabía duda de que ese hombre hacía magia con las hierbas. Con que era de la revolución, ¿eh? No recordaba haberse cruzado nunca con alguien de esa organización, pero la respetaba. Como mínimo eran más honestos que la marina. Y con menos escrúpulos, lo que en su opinión les hacía ganar puntos.
-Será un placer colaborar con un miembro de la revolución. Tengo entendido que allí también necesitan méritos para avanzar puestos, ¿es así? Veamos si podemos conseguirte puntos mientras desterramos a estos desgraciados. Será divertido.
Tomó otro sorbo de té, completamente encantada. Dios mío, tenía que pedirle que le preparase una pota entera de eso, podría serle de utilidad… bastante a menudo, en realidad.
Quiso prestar atención, de verdad, pero la orientación no era lo suyo. Reconocía la forma de la isla, pero sabía que en cuanto tratara de aplicarlo para irse a algún lado se perdería completamente. Entendió, sin embargo, que había tres grupos principales de los que tenían que ocuparse. Y eran tres personas, pero lo más probable es que yendo juntos terminaran antes. Además, necesitaría ayuda para interpretar ese galimatías. Esbozó una sonrisa amable al leñador, él no tenía culpa de que fuera un desastre para los viajes.
-Estoy segura de que nos las arreglaremos para localizarles. No se preocupe, antes de que se dé cuenta todo el mundo se lo pensará dos veces antes de venir a invadir este bosque.
De repente, Prometeo volvió trayendo vasos de humeante té. Cogió uno y bebió, en principio por educación y en seguida porque estaba riquísimo. Sus ojos se abrieron con sorpresa mientras sus hombros se relajaban. Wow. ¿Tan tensa estaba? Qué mágico brebaje y que feliz y tranquila se sentía. No le cabía duda de que ese hombre hacía magia con las hierbas. Con que era de la revolución, ¿eh? No recordaba haberse cruzado nunca con alguien de esa organización, pero la respetaba. Como mínimo eran más honestos que la marina. Y con menos escrúpulos, lo que en su opinión les hacía ganar puntos.
-Será un placer colaborar con un miembro de la revolución. Tengo entendido que allí también necesitan méritos para avanzar puestos, ¿es así? Veamos si podemos conseguirte puntos mientras desterramos a estos desgraciados. Será divertido.
Tomó otro sorbo de té, completamente encantada. Dios mío, tenía que pedirle que le preparase una pota entera de eso, podría serle de utilidad… bastante a menudo, en realidad.
Prometeo
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Movió de lado a lado la cabeza ante la respuesta del pelirrosa. El Ejército Revolucionario no le había enviado a deshacerse de unos “simples” leñadores furtivos; estaba allí por cuenta propia. Incluso podía decirse que estaba de vacaciones, o algo por el estilo.
—El señor Niord es amigo de un hombre que conocí hace unas semanas y me ha comentado que necesita ayuda, así que aquí estoy —contestó.
Observó con pose pensativa el mapa puesto sobre la mesa, intentando descifrarlo. Incluso en el papel tenía problemas para orientarse… Vale, ahora podía entender la distribución geográfica de los grupos de tala ilegal. Carecía de información preliminar para tomar la decisión más acertada. Si conociera el número de hombres de cada grupo, así como sus posibles armas y patrones de comportamiento, propondría separarse y que cada uno se encargarse de un punto distinto. Entonces, levantó la mirada. Todo indicaba que la señorita Lysbeth, además de ser increíblemente atractiva, era muy fuerte. Nadie que no lo fuera podría sobrevivir ostentando una recompensa tan… cuantiosa. Por otra parte, y si bien reconocía y admiraba la valentía de Gabi, aún era demasiado joven como para encargarse él solo. De acuerdo a esas tres consideraciones llegó a la conclusión de que lo mejor era participar todos en un grupo de asalto único.
Entonces escuchó las palabras de la señorita, devolviéndole una sonrisa amable. A Prometeo no le interesaba demasiado escalar dentro del Ejército Revolucionario. Mientras pudiese ayudar al resto estaría contento. Además, los méritos llegarían por sí solos de continuar trabajando arduamente como lo hacía.
—Gracias, señorita Lysbeth. Si no les parece mal propongo que nos encarguemos primero de la zona sur —comentó, apuntando con su largo dedo una equis marcada en lo bajo del bosque de Murynos—. Luego de encargarnos del grupo subimos hacia el este y finalmente hacia el norte. He tomado en consideración la escala del mapa y creo que es la ruta más corta.
—Efectivamente lo es —añadió enseguida el leñador—. Esta gente suele montar refugios improvisados cerca de la zona que talan —respondió, mirando a Gabi—. Hace falta solo un poco de atención para verles.
Luego de tratar los últimos detalles del plan y, luego de que todos se hubieran mostrado de acuerdo, Prometeo se ofrecería a llevarles. Para ello se transformaría en una gigantesca ave envuelta en cálidas llamas celestes con destellos dorados. Como Gabi conocía la verdadera forma del revolucionario podría decirles a sus compañeros que ese fuego no quemaba, sino más bien todo lo contrario. Entonces, emprendería el vuelo a toda velocidad hacia el sur.
—El señor Niord es amigo de un hombre que conocí hace unas semanas y me ha comentado que necesita ayuda, así que aquí estoy —contestó.
Observó con pose pensativa el mapa puesto sobre la mesa, intentando descifrarlo. Incluso en el papel tenía problemas para orientarse… Vale, ahora podía entender la distribución geográfica de los grupos de tala ilegal. Carecía de información preliminar para tomar la decisión más acertada. Si conociera el número de hombres de cada grupo, así como sus posibles armas y patrones de comportamiento, propondría separarse y que cada uno se encargarse de un punto distinto. Entonces, levantó la mirada. Todo indicaba que la señorita Lysbeth, además de ser increíblemente atractiva, era muy fuerte. Nadie que no lo fuera podría sobrevivir ostentando una recompensa tan… cuantiosa. Por otra parte, y si bien reconocía y admiraba la valentía de Gabi, aún era demasiado joven como para encargarse él solo. De acuerdo a esas tres consideraciones llegó a la conclusión de que lo mejor era participar todos en un grupo de asalto único.
Entonces escuchó las palabras de la señorita, devolviéndole una sonrisa amable. A Prometeo no le interesaba demasiado escalar dentro del Ejército Revolucionario. Mientras pudiese ayudar al resto estaría contento. Además, los méritos llegarían por sí solos de continuar trabajando arduamente como lo hacía.
—Gracias, señorita Lysbeth. Si no les parece mal propongo que nos encarguemos primero de la zona sur —comentó, apuntando con su largo dedo una equis marcada en lo bajo del bosque de Murynos—. Luego de encargarnos del grupo subimos hacia el este y finalmente hacia el norte. He tomado en consideración la escala del mapa y creo que es la ruta más corta.
—Efectivamente lo es —añadió enseguida el leñador—. Esta gente suele montar refugios improvisados cerca de la zona que talan —respondió, mirando a Gabi—. Hace falta solo un poco de atención para verles.
Luego de tratar los últimos detalles del plan y, luego de que todos se hubieran mostrado de acuerdo, Prometeo se ofrecería a llevarles. Para ello se transformaría en una gigantesca ave envuelta en cálidas llamas celestes con destellos dorados. Como Gabi conocía la verdadera forma del revolucionario podría decirles a sus compañeros que ese fuego no quemaba, sino más bien todo lo contrario. Entonces, emprendería el vuelo a toda velocidad hacia el sur.
Gabriel Von Wilhelm
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Prome, igual que Gabi, venía por su cuenta. Lo cual alivió bastante al muchacho, pues ahora si estaba seguro de que no le iban a echar la bronca por pisar la misión de un compañero. Bueno, un superior. Desde lo ocurrido en Sabaody, si bien tenían el mismo rango en su momento, que era su superior. Miró el mapa y escuchó con atención. Parecía que, como siempre, iban a tener que liderarlo. Tenía sentido, seguía siendo alguien con muy poca experiencia. Prome indicó que deberían ir todos juntos, empezando por el sur. El chico asintió y se preparó.
Salieron fuera y Prome se ofreció a llevarles transformándose en el ave que había visto en Sabaody. Gabi enseguida se abrazó a él, sintiendo la tranquilizadora calidez de las llamas azules y doradas que lo envolvían.
—Es como abrazar el concepto mismo de la tranquilidad —le dijo a Lysbeth sin separarse del fuego—. Es maravillooooooso...
Aunque no sabía si Lys iba a subir. Tal vez tenía su propia manera de moverse. Sin embargo, la última vez que lo intentó Gabi no podía volar, así que iría pegado a Prome que podía llevarlo. Llevaba encima su espadón, por lo que tal vez era un peso añadido para el pobre fénix, aunque sabía que el chico era lo suficientemente fuerte para llevarlo. Si Gabi lo era... Se acomodó entonces en su lomo para quedar bien sentado y no simplemente abrazado.
—¿Te he contado ya que me ascendieron a Guerrillero? —le dijo a Prome—. ¡Acababa de entrar y ya me ascendieron! Ya verás, haré que el líder esté orgulloso —carraspeó y se llevó una mano al pecho, irguiendo la espalda y poniendo cara de tipo duro. Entonces habló, imitando el como él creía que sonaba la voz de Dexter Black, aunque no lo había oído nunca—. Gabi, eres nuestro mejor soldado, por eso te nombro segundo líder o como sea que se llame el puesto que está justo debajo de mí.
No pudo evitar dejar su imitación para soltar un chillido de emoción y una risita.
Salieron fuera y Prome se ofreció a llevarles transformándose en el ave que había visto en Sabaody. Gabi enseguida se abrazó a él, sintiendo la tranquilizadora calidez de las llamas azules y doradas que lo envolvían.
—Es como abrazar el concepto mismo de la tranquilidad —le dijo a Lysbeth sin separarse del fuego—. Es maravillooooooso...
Aunque no sabía si Lys iba a subir. Tal vez tenía su propia manera de moverse. Sin embargo, la última vez que lo intentó Gabi no podía volar, así que iría pegado a Prome que podía llevarlo. Llevaba encima su espadón, por lo que tal vez era un peso añadido para el pobre fénix, aunque sabía que el chico era lo suficientemente fuerte para llevarlo. Si Gabi lo era... Se acomodó entonces en su lomo para quedar bien sentado y no simplemente abrazado.
—¿Te he contado ya que me ascendieron a Guerrillero? —le dijo a Prome—. ¡Acababa de entrar y ya me ascendieron! Ya verás, haré que el líder esté orgulloso —carraspeó y se llevó una mano al pecho, irguiendo la espalda y poniendo cara de tipo duro. Entonces habló, imitando el como él creía que sonaba la voz de Dexter Black, aunque no lo había oído nunca—. Gabi, eres nuestro mejor soldado, por eso te nombro segundo líder o como sea que se llame el puesto que está justo debajo de mí.
No pudo evitar dejar su imitación para soltar un chillido de emoción y una risita.
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Asintió con tranquilidad mientras se terminaba el té a sorbitos. Sur, este y norte. Por cómo hablaba parecía que él tenía una idea bastante más concreta de la ruta que debían seguir, por lo que se limitaría a hacerle caso con respecto a eso. El leñador estaba de acuerdo, lo que terminaba de asegurar que era una buena decisión. Tan solo quedaba partir.
Salieron afuera, dispuestos a comenzar la gesta… o la purga. Lys se rió entre dientes al escuchar a Gabi. Así que al final había decidido unirse a la revolución en lugar de hacerse pirata. Era un poco decepcionante, pero tampoco era mal lugar. Se le veía contento y bastante esperanzado; eso era lo importante. ¿Quién estaba ahora de líder de la revolución? Oh, era cierto, Black. Hm.
-Sabes, en realidad suena a algo que diría él, completamente.
Se interrumpió de repente, sorprendida por lo que tenía justo delante de sí. Oh dios, otro puñetero pájaro de fuego. Gabi corrió a abrazarlo y pronto le quedó claro que no quemaba. Se acercó, un poco reticente al principio. Todavía recordaba al otro pájaro, aunque tenía que admitir que Prometeo era bastante más amable que aquel con el que se había topado en el torneo. Sintió calma al acariciar su pelaje y decidió que sería buena idea aceptar la oferta. Era bastante más grande que ella, por lo que seguramente también volara más rápido y el objetivo era no separarse.
Se acomodó detrás de Gabi con cuidado y aguardó expectante a que el ave cogiera altura. Tenía la impresión de que sería un viaje divertido.
Salieron afuera, dispuestos a comenzar la gesta… o la purga. Lys se rió entre dientes al escuchar a Gabi. Así que al final había decidido unirse a la revolución en lugar de hacerse pirata. Era un poco decepcionante, pero tampoco era mal lugar. Se le veía contento y bastante esperanzado; eso era lo importante. ¿Quién estaba ahora de líder de la revolución? Oh, era cierto, Black. Hm.
-Sabes, en realidad suena a algo que diría él, completamente.
Se interrumpió de repente, sorprendida por lo que tenía justo delante de sí. Oh dios, otro puñetero pájaro de fuego. Gabi corrió a abrazarlo y pronto le quedó claro que no quemaba. Se acercó, un poco reticente al principio. Todavía recordaba al otro pájaro, aunque tenía que admitir que Prometeo era bastante más amable que aquel con el que se había topado en el torneo. Sintió calma al acariciar su pelaje y decidió que sería buena idea aceptar la oferta. Era bastante más grande que ella, por lo que seguramente también volara más rápido y el objetivo era no separarse.
Se acomodó detrás de Gabi con cuidado y aguardó expectante a que el ave cogiera altura. Tenía la impresión de que sería un viaje divertido.
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Se acomodó de manera tal que su ala servía como escala para que Gabi, la señorita Lysbeth y el señor Niord pudiesen subir a su lomo. Nunca antes había volado con tanta gente encima de él, así que lo haría con cuidado para que ninguno cayese. Lo último que deseaba era un desastroso accidente que culminase en la muerte de su compañero de la revolución. De acuerdo a sus palabras, recién se había unido a las filas del Ejército y ya le habían ascendido a guerrillero. Si bien para Prometeo los títulos y los cargos no significaban prácticamente nada, entendía que para los humanos eran importantes. Representaban autoridad, poder y compromiso.
—Fuiste de mucha ayuda durante el asalto a la fábrica, muy seguramente el Alto Mando se dio cuenta de tu colaboración —contestó con una sonrisa amigable oculta tras el gigantesco pico dorado—. He escuchado muchas cosas sobre nuestro líder, el señor Dexter Black. ¿Es cierto que tiempo atrás era un temido pirata del Nuevo Mundo? —le preguntó entonces a Gabi. Alguien que le imitaba tan bien seguro que le conocía un montón.
Avisó que era el momento de partir y entonces blandió sus alas con la majestuosidad propia del ave que representaba, haciendo que la nieve cayese de las copas de los árboles cercanos. Despegó lentamente para comprobar que sus compañeros estaban bien sujetados. No quería que ninguno resbalase por ser demasiado brusco. Y cuando se hubo alzado hasta alcanzar la copa del árbol más grande decidió aumentar la velocidad. Golpeó el cielo mismo con una fuerza extraordinaria y salió disparado en dirección al sur. Si no fuese porque estaba acostumbrado, el viento le zumbaría los oídos y le sería imposible ver lo que había delante suyo. ¿Las ventajas del cielo? Muy rara vez había obstáculos, así que podía acelerar cuanto quisiera.
—¡Esto es…! ¡Esto es asombroso! —exclamó el leñador con una sonrisa de oreja a oreja, aunque sus palabras fueron tragadas por el rugido del viento—. ¡Estamos volando! ¡De verdad estamos volando!
«Me alegra lo que esté disfrutando», pensó para sí mismo.
Luego de unos cortísimos minutos de viaje el grupo llegó al punto indicado en el mapa. Gracias a su visión de ave (muy superior a la de un humano ordinario) pudo ver un campamento montado con mucha prisa. Alrededor de este había un vacío de árboles. Solo hizo falta sumar lo uno con lo otro para llegar a la conclusión de que eran los hombres que buscaban.
—Bajaré —avisó—, sujétense.
Se dejó caer en picada, directo hacia el gigantesco círculo de deforestación. Visto desde otro ángulo, Prometeo parecía un auténtico meteorito furioso destinado a chocar contra la tierra. Sus garras tocaron el suelo y, tras asegurarse de que sus compañeros habían bajado de él, volvió a su forma humana. Las llamas desaparecieron de su cuerpo y sus rasgos se humanizaron por completo. Entonces, estudió el panorama que tenía en frente. El señor Niord se hallaba con un hacha empuñada, mirando con claro desprecio a los leñadores ilegales. El frente contrario estaba conformado por más de una veintena de hombres, algunos armados con espadas y arcos.
—Fuiste de mucha ayuda durante el asalto a la fábrica, muy seguramente el Alto Mando se dio cuenta de tu colaboración —contestó con una sonrisa amigable oculta tras el gigantesco pico dorado—. He escuchado muchas cosas sobre nuestro líder, el señor Dexter Black. ¿Es cierto que tiempo atrás era un temido pirata del Nuevo Mundo? —le preguntó entonces a Gabi. Alguien que le imitaba tan bien seguro que le conocía un montón.
Avisó que era el momento de partir y entonces blandió sus alas con la majestuosidad propia del ave que representaba, haciendo que la nieve cayese de las copas de los árboles cercanos. Despegó lentamente para comprobar que sus compañeros estaban bien sujetados. No quería que ninguno resbalase por ser demasiado brusco. Y cuando se hubo alzado hasta alcanzar la copa del árbol más grande decidió aumentar la velocidad. Golpeó el cielo mismo con una fuerza extraordinaria y salió disparado en dirección al sur. Si no fuese porque estaba acostumbrado, el viento le zumbaría los oídos y le sería imposible ver lo que había delante suyo. ¿Las ventajas del cielo? Muy rara vez había obstáculos, así que podía acelerar cuanto quisiera.
—¡Esto es…! ¡Esto es asombroso! —exclamó el leñador con una sonrisa de oreja a oreja, aunque sus palabras fueron tragadas por el rugido del viento—. ¡Estamos volando! ¡De verdad estamos volando!
«Me alegra lo que esté disfrutando», pensó para sí mismo.
Luego de unos cortísimos minutos de viaje el grupo llegó al punto indicado en el mapa. Gracias a su visión de ave (muy superior a la de un humano ordinario) pudo ver un campamento montado con mucha prisa. Alrededor de este había un vacío de árboles. Solo hizo falta sumar lo uno con lo otro para llegar a la conclusión de que eran los hombres que buscaban.
—Bajaré —avisó—, sujétense.
Se dejó caer en picada, directo hacia el gigantesco círculo de deforestación. Visto desde otro ángulo, Prometeo parecía un auténtico meteorito furioso destinado a chocar contra la tierra. Sus garras tocaron el suelo y, tras asegurarse de que sus compañeros habían bajado de él, volvió a su forma humana. Las llamas desaparecieron de su cuerpo y sus rasgos se humanizaron por completo. Entonces, estudió el panorama que tenía en frente. El señor Niord se hallaba con un hacha empuñada, mirando con claro desprecio a los leñadores ilegales. El frente contrario estaba conformado por más de una veintena de hombres, algunos armados con espadas y arcos.
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—¡¿Lo conoces?! —exclamó Gabi ante la respuesta de Lys ante su imitación.
Aquella mujer no dejaba de sorprenderle. Si conocía a alguien que daba tanto miedo y respeto como Dexter Black debía significar que debía estar al nivel del líder revolucionario. ¡Si no más! Con cada encuentro y cada conversación parecía descubrir algo nuevo de ella, algo que alimentaba su admiración por la mujer.
—No sé si fue pirata, cuando vivía en Dusseldorf no estaba muy al tanto de las noticias, y cuando salí solo me centré en las de la revolución para ver si podía encontrarlos y unirme a ellos —respondió a Prometeo cuando le preguntó sobre Black—. ¡Pero parece que Lys si que lo conoce!
Durante todo el vuelo el pelirrosa iba haciendo, bajo los gritos de júbilo y exclamación del leñador, preguntas a Lysbeth. De qué conocía a Dexter Black, si eran novios (aunque en realidad dijo "sois... ya sabes..." y se sonrojó mucho como para atreverse a decirlo), si daba tanto miedo como parecía... Aunque no todas las preguntas eran sobre Dexter. También le preguntó como era la vida del pirata, como de fuerte era ella, que había que hacer para ser tan fuerte...
—Y, y, y, y dicen que en el Nuevo Mundo hay gigantes. ¡¿Es verdad?! ¿Es Dexter un gigante? Los otros cadetes que me han dicho que lo vieron dijeron que era muy alto, a lo mejor es un gigante. ¿Eres tú una giganta? Ah, pero que digo, si se ve que no. ¡Aunque a lo mejor lo eres y los gigantes podéis esconder vuestra altura! ¡¿Cómo lo hacéis?!
Y Prome anunció que iba a bajar. Gabi se sujetó firmemente durante el descenso. Cuando por fin bajaron, Gabi tocó suelo con los pies y miró a los hombres. Los leñadores. Pero... ¿Si eran leñadores por qué iban armados con cosas que no fuesen hachas? ¿Acaso esperaban que viniese alguien a retarles? El pelirrosa se llevó la mano al mango del espadón a su espalda, listo para desenfundar si llegase a pasar algo.
—¿Queréis probar primero la vía diplomática o...?
Aquella mujer no dejaba de sorprenderle. Si conocía a alguien que daba tanto miedo y respeto como Dexter Black debía significar que debía estar al nivel del líder revolucionario. ¡Si no más! Con cada encuentro y cada conversación parecía descubrir algo nuevo de ella, algo que alimentaba su admiración por la mujer.
—No sé si fue pirata, cuando vivía en Dusseldorf no estaba muy al tanto de las noticias, y cuando salí solo me centré en las de la revolución para ver si podía encontrarlos y unirme a ellos —respondió a Prometeo cuando le preguntó sobre Black—. ¡Pero parece que Lys si que lo conoce!
Durante todo el vuelo el pelirrosa iba haciendo, bajo los gritos de júbilo y exclamación del leñador, preguntas a Lysbeth. De qué conocía a Dexter Black, si eran novios (aunque en realidad dijo "sois... ya sabes..." y se sonrojó mucho como para atreverse a decirlo), si daba tanto miedo como parecía... Aunque no todas las preguntas eran sobre Dexter. También le preguntó como era la vida del pirata, como de fuerte era ella, que había que hacer para ser tan fuerte...
—Y, y, y, y dicen que en el Nuevo Mundo hay gigantes. ¡¿Es verdad?! ¿Es Dexter un gigante? Los otros cadetes que me han dicho que lo vieron dijeron que era muy alto, a lo mejor es un gigante. ¿Eres tú una giganta? Ah, pero que digo, si se ve que no. ¡Aunque a lo mejor lo eres y los gigantes podéis esconder vuestra altura! ¡¿Cómo lo hacéis?!
Y Prome anunció que iba a bajar. Gabi se sujetó firmemente durante el descenso. Cuando por fin bajaron, Gabi tocó suelo con los pies y miró a los hombres. Los leñadores. Pero... ¿Si eran leñadores por qué iban armados con cosas que no fuesen hachas? ¿Acaso esperaban que viniese alguien a retarles? El pelirrosa se llevó la mano al mango del espadón a su espalda, listo para desenfundar si llegase a pasar algo.
—¿Queréis probar primero la vía diplomática o...?
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Era una sensación bastante diferente a volar por su cuenta. Sentía los poderosos músculos del ave moverse bajo ella y el viento zumbaba en sus oídos con una fuerza atronadora. Pese a ello, todo el animal emitía una sensación de calma que invitaba a relajarse y acurrucarse en su lomo. No lo hizo, por descontado. Iba entre el enorme leñador y Gabi, de haber cedido al impulso todo lo que habría conseguido sería resbalarse hacia un lado y despertar de golpe al caerse.
De repente, la conversación se centró en Dexter Black. O más que conversación, el monólogo, porque una vez que Gabi comenzó ya no dejó de hacer preguntas. Le dejó desahogarse mientras se reía entre dientes, sabiendo que no sería capaz de meter baza hasta que terminase. Una vez paró para coger aire, explicó:
-Pues… estuve en su funeral. Y luché con él en el Torneo del Milenio. Empatamos.- Añadió con una pequeña sonrisa. En realidad, si había empatado con él era porque la campana había sonado antes de que se hartara de sus maniobras y hubiera dejado de contenerse, porque tenía muy claro que un solo golpe en serio de ese hombre le habría mandado al otro barrio.- No creo que de miedo, lo cierto es que tiene ojos amables. Y es muy alto, pero no tanto como para ser un gigante.
Habría seguido respondiendo, pero sabía que había metido el turbo y que la mitad de las preguntas ni siquiera tenían sentido. En cierto modo, aunque irritante, le causaba ternura ver que estaba tan emocionado. El viaje, ya corto de por sí, se pasó enseguida escuchando todo lo que decía. Delante de ellos había un enorme círculo deforestado y el primer grupo de impresentables estaba justo en el borde, agrandándolo. El fénix fue a por ellos sin pensárselo, aterrizando en picado y dejándolos a todos frente a la primera tanda de enemigos. Algunos estaban armados, pero un pequeño barrido con el haki mantra le dejó muy claro que ninguno era un rival adecuado para ella. Todo saldría bien. Escuchó a Gabi preguntar por la vía diplomática y casi con pereza agarró uno de sus cuchillos y se lo lanzó al primero. En un visto y no visto, se desplomó con la hoja clavada en el cuello.
-Nop.
En cuestión de segundos empezaron a correr, pero Lysbeth fue más rápida. Rodeó al grupo bailando por el prado abierto a toda velocidad, creando un pequeño muro de fuego infernal tras sus pasos. Cuando terminó, estaban encerrados y a su merced. Se dirigió al primero que encontró y le agarró de forma casi amistosa por la cintura. Con un sai, levantó la espada que llevaba al cinto y miró a Gabi.
-¿Te parece el arma de un leñador? Esta gente sabe que está haciendo algo malo. Lo sabía cuando vino y aún así lo hizo igual, para enriquecerse. Si les dejamos escapar, vendrán con refuerzos. Si los entregamos a la marina, sabéis de sobras que poco les harán. No me extrañaría que les estuvieran vendiendo la madera, de hecho. Mucho me temo que aquí la opción sensata es… cortar por lo sano.
Y tal cual, mientras lo decía, cortó la segunda garganta. Era lo mejor. Rápido, no muy doloroso y… uy. Un poco engorroso, el suelo estaba empezando a llenarse de sangre. Bueno, era orgánico, seguro que servía de fertilizante o algo. Esperaba no haber traumatizado a Gabi; si aprendía bien esta lección, le sería muy útil más adelante. La violencia súbita, justificada o no, estaba siempre a la vuelta de la esquina y más con el camino que había escogido. La revolución no era menos sangrienta que la marina y Lysbeth lo sabía.
De repente, la conversación se centró en Dexter Black. O más que conversación, el monólogo, porque una vez que Gabi comenzó ya no dejó de hacer preguntas. Le dejó desahogarse mientras se reía entre dientes, sabiendo que no sería capaz de meter baza hasta que terminase. Una vez paró para coger aire, explicó:
-Pues… estuve en su funeral. Y luché con él en el Torneo del Milenio. Empatamos.- Añadió con una pequeña sonrisa. En realidad, si había empatado con él era porque la campana había sonado antes de que se hartara de sus maniobras y hubiera dejado de contenerse, porque tenía muy claro que un solo golpe en serio de ese hombre le habría mandado al otro barrio.- No creo que de miedo, lo cierto es que tiene ojos amables. Y es muy alto, pero no tanto como para ser un gigante.
Habría seguido respondiendo, pero sabía que había metido el turbo y que la mitad de las preguntas ni siquiera tenían sentido. En cierto modo, aunque irritante, le causaba ternura ver que estaba tan emocionado. El viaje, ya corto de por sí, se pasó enseguida escuchando todo lo que decía. Delante de ellos había un enorme círculo deforestado y el primer grupo de impresentables estaba justo en el borde, agrandándolo. El fénix fue a por ellos sin pensárselo, aterrizando en picado y dejándolos a todos frente a la primera tanda de enemigos. Algunos estaban armados, pero un pequeño barrido con el haki mantra le dejó muy claro que ninguno era un rival adecuado para ella. Todo saldría bien. Escuchó a Gabi preguntar por la vía diplomática y casi con pereza agarró uno de sus cuchillos y se lo lanzó al primero. En un visto y no visto, se desplomó con la hoja clavada en el cuello.
-Nop.
En cuestión de segundos empezaron a correr, pero Lysbeth fue más rápida. Rodeó al grupo bailando por el prado abierto a toda velocidad, creando un pequeño muro de fuego infernal tras sus pasos. Cuando terminó, estaban encerrados y a su merced. Se dirigió al primero que encontró y le agarró de forma casi amistosa por la cintura. Con un sai, levantó la espada que llevaba al cinto y miró a Gabi.
-¿Te parece el arma de un leñador? Esta gente sabe que está haciendo algo malo. Lo sabía cuando vino y aún así lo hizo igual, para enriquecerse. Si les dejamos escapar, vendrán con refuerzos. Si los entregamos a la marina, sabéis de sobras que poco les harán. No me extrañaría que les estuvieran vendiendo la madera, de hecho. Mucho me temo que aquí la opción sensata es… cortar por lo sano.
Y tal cual, mientras lo decía, cortó la segunda garganta. Era lo mejor. Rápido, no muy doloroso y… uy. Un poco engorroso, el suelo estaba empezando a llenarse de sangre. Bueno, era orgánico, seguro que servía de fertilizante o algo. Esperaba no haber traumatizado a Gabi; si aprendía bien esta lección, le sería muy útil más adelante. La violencia súbita, justificada o no, estaba siempre a la vuelta de la esquina y más con el camino que había escogido. La revolución no era menos sangrienta que la marina y Lysbeth lo sabía.
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Así que el líder del Ejército Revolucionario había muerto y vuelto de la tumba para guiar a la humanidad a un mundo mejor… Sonaba una historia bonita, romántica, interesante. Prometeo tenía ganas de conocer a ese hombre cuyo nombre giraba en torno a historias maravillosas y que muchas rozaban lo inverosímil. Sentía que podría aprender mucho de alguien que había superado incluso la muerte, aunque dejaría sus propios pensamientos para otro momento. Acababa de bajar del cielo y había un problema que resolver, no obstante, jamás pensó que la señorita Lysbeth sería ese tipo de persona. «¿En qué clase de mundo vivimos si es que castigamos con la muerte a hombres que solo han talado ilegalmente un bosque?», se preguntó a sí mismo mientras miraba a la mujer con el ceño fruncido.
—Esto está mal, señorita Lysbeth —dijo finalmente, contemplando el mar de fuego que había montado la pirata. Como soplase una ráfaga de viento en ese momento acabaría destruyendo muchísimo más de lo que intentaba proteger—. Puedo entender que estén obrando incorrectamente al hacer un daño gigantesco a la biodiversidad regional, sin embargo, no seríamos muy diferentes de ellos si es que quitamos vidas a diestra y siniestra. No nos corresponde a nosotros decidir si ellos viven o mueren —continuó con un tono de voz calmado, aunque su corazón rugía fuego por dentro al presenciar dos asesinatos a sangre fría—. Luchamos por vivir en un mundo más civilizado, más justo y más humano. Todos merecen una segunda oportunidad para reformarse y conocer otro camino. Apresémosles, dejemos que el mismo pueblo de Murynos decida el destino de estos hombres, mostrémosles que la justicia existe. El sendero de la compasión y el perdón no es el más fácil de recorrer, pero debemos darles la oportunidad de aprender de sus errores.
Prometeo entendía a la perfección el panorama, sabía que no era para nada conveniente oponerse a una mujer como Lysbeth. Sin embargo, tampoco dejaría que muriesen todas esas personas en frente de él. Buenos o malos, seguían siendo humanos. Y su labor en el mundo era proteger a la humanidad. Ni la pirata ni los leñadores debían ser tratados como bestias. Merecían ser llevados ante la justicia para que respondan por sus actos, pero cortar gargantas no solucionaría realmente nada. Esperaría la respuesta de la señorita y luego tomaría una decisión, pues no estaba dispuesto a trabajar con alguien que asesinaba sin miramientos a otra persona únicamente por talar ilegalmente un árbol. De verdad esperaba que entendiese su postura.
—Esto está mal, señorita Lysbeth —dijo finalmente, contemplando el mar de fuego que había montado la pirata. Como soplase una ráfaga de viento en ese momento acabaría destruyendo muchísimo más de lo que intentaba proteger—. Puedo entender que estén obrando incorrectamente al hacer un daño gigantesco a la biodiversidad regional, sin embargo, no seríamos muy diferentes de ellos si es que quitamos vidas a diestra y siniestra. No nos corresponde a nosotros decidir si ellos viven o mueren —continuó con un tono de voz calmado, aunque su corazón rugía fuego por dentro al presenciar dos asesinatos a sangre fría—. Luchamos por vivir en un mundo más civilizado, más justo y más humano. Todos merecen una segunda oportunidad para reformarse y conocer otro camino. Apresémosles, dejemos que el mismo pueblo de Murynos decida el destino de estos hombres, mostrémosles que la justicia existe. El sendero de la compasión y el perdón no es el más fácil de recorrer, pero debemos darles la oportunidad de aprender de sus errores.
Prometeo entendía a la perfección el panorama, sabía que no era para nada conveniente oponerse a una mujer como Lysbeth. Sin embargo, tampoco dejaría que muriesen todas esas personas en frente de él. Buenos o malos, seguían siendo humanos. Y su labor en el mundo era proteger a la humanidad. Ni la pirata ni los leñadores debían ser tratados como bestias. Merecían ser llevados ante la justicia para que respondan por sus actos, pero cortar gargantas no solucionaría realmente nada. Esperaría la respuesta de la señorita y luego tomaría una decisión, pues no estaba dispuesto a trabajar con alguien que asesinaba sin miramientos a otra persona únicamente por talar ilegalmente un árbol. De verdad esperaba que entendiese su postura.
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Todo pasó muy deprisa. La opción de la vía diplomática ya se fue al garete. Lo que ocurrió hizo que Gabi soltase el mango de su espada y esta volviese a caer dentro de su vaina en un sonoro "click". La sonrisa en el rostro de Gabi se borró, viendo como la mujer, sin piedad ninguna, acababa con uno de los leñadores. El muchacho no era ajeno a la violencia y la sangre. Había vivido mucho, había recibido golpes por ser como era, a la par que los había dado para defender a los suyos. No podía evitar recordar lo ocurrido recientemente en las minas de Cidhna, cuando el pelirrosa perdió el control.
Pero... aquello era distinto. Lo único que hacían era talar árboles, ¿no? Las palabras de Lysbeth tenían sentido y estaban cargadas de sabiduría. El pelirrosa acababa de empezar su viaje y aquella mujer bien podía llevar años y años en alta mar, dejando un río carmesí a sus espaldas, ya sea propio o de sus enemigos. ¿Era eso lo que le esperaba a él si seguía ese camino? Cuando cortó la segunda garganta un poco de sangre salpicó la mejilla de Gabi, que seguía mirando y escuchando las palabras tanto de Lys como de Prome.
Las palabras de ambos tenían sentido, pero... No podía evitar ver más sabiduría en la voz de la mujer. El muchacho suspiró y desenvainó el enorme espadón de su espalda, sujetándolo con una mano, cosa que quedaba extraña pues con su aspecto de baja estatura nadie diría que sería capaz de levantar un arma así, mucho menos con una sola mano. No iba a matar así como así, pero si tenía que defenderse no podría quedarse de brazos cruzados.
Mientras hablaban otro de los leñadores había empezado a cargar una pistola de llave de chispa y la estaba apuntando a Gabi, seguramente queriendo quitarse al que aparentaba más débil el primero. Antes de que el muchacho pudiese reaccionar recibió un balazo en el pecho, que impactó con el peto metálico que llevaba como armadura sujetando su larga capa. Gracias a la gruesa capa de hierro, el disparo no le dio. Sin embargo, el golpe le hizo retroceder un poco y casi caerse de espaldas. Durante unos segundos se cortó su respiración y le dolía el pecho. Seguro que le dejaría moratón. El muchacho frunció el ceño, agarró el mango de la espada con ambas manos y empezó a correr hacia el tirador, llevando el arma de lado. Al llegar a él la levantó en el aire y la dejó caer en un arco descendente sobre su cabeza.
Pero... aquello era distinto. Lo único que hacían era talar árboles, ¿no? Las palabras de Lysbeth tenían sentido y estaban cargadas de sabiduría. El pelirrosa acababa de empezar su viaje y aquella mujer bien podía llevar años y años en alta mar, dejando un río carmesí a sus espaldas, ya sea propio o de sus enemigos. ¿Era eso lo que le esperaba a él si seguía ese camino? Cuando cortó la segunda garganta un poco de sangre salpicó la mejilla de Gabi, que seguía mirando y escuchando las palabras tanto de Lys como de Prome.
Las palabras de ambos tenían sentido, pero... No podía evitar ver más sabiduría en la voz de la mujer. El muchacho suspiró y desenvainó el enorme espadón de su espalda, sujetándolo con una mano, cosa que quedaba extraña pues con su aspecto de baja estatura nadie diría que sería capaz de levantar un arma así, mucho menos con una sola mano. No iba a matar así como así, pero si tenía que defenderse no podría quedarse de brazos cruzados.
Mientras hablaban otro de los leñadores había empezado a cargar una pistola de llave de chispa y la estaba apuntando a Gabi, seguramente queriendo quitarse al que aparentaba más débil el primero. Antes de que el muchacho pudiese reaccionar recibió un balazo en el pecho, que impactó con el peto metálico que llevaba como armadura sujetando su larga capa. Gracias a la gruesa capa de hierro, el disparo no le dio. Sin embargo, el golpe le hizo retroceder un poco y casi caerse de espaldas. Durante unos segundos se cortó su respiración y le dolía el pecho. Seguro que le dejaría moratón. El muchacho frunció el ceño, agarró el mango de la espada con ambas manos y empezó a correr hacia el tirador, llevando el arma de lado. Al llegar a él la levantó en el aire y la dejó caer en un arco descendente sobre su cabeza.
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Alzó una ceja ante el discurso de Prometeo. Le hacía gracia que le hablase con tanta educación mientras le regañaba por haber matado a dos hombres, pero estaba claro que él creía a pies juntillas lo que estaba diciendo. Suspiró y chasqueó los dedos mientras se giraba brevemente para mirar al grupo de leñadores. El fuego desapareció, pero después de encontrarse con sus ojos ninguno osó dar un paso para escapar.
-No estoy de acuerdo contigo. Mientras pueda arrancar una vida, la decisión de hacerlo o no me corresponde a mí y solo a mí. Ni tú ni nadie es responsable por mis actos, por supuesto. Tienes todo el derecho a pensar horriblemente de mí y no seré yo quien te pare.
Al fin y al cabo, su opinión poco le importaba. Podía terminar ella sola con los tres grupos, pero por otro lado, habían accedido a hacer esa misión colaborando. Y… estaba Gabi. Estaba con la revolución ahora, lo que implicaba que estaba con ese hombre. No tenía por qué pelearse delante de él. De todas formas…
Se paseó brevemente entre los 'leñadores'. No tardó en darse cuenta de que no todos llevaban armas… igual que no todos llevaban hachas. Le dio un golpecito a uno en la espalda y lo llevó frente a los dos revolucionarios.
-Tú, cuéntanos por qué no habéis venido solos.
El pobre parecía asustado, pero habló.- ¡A-al principio vinimos solos! Pero la madera es preciada para la gente de esta isla y pronto intentaron echarnos. Necesitábamos protección.
-Vamos, que sabíais que lo que estabais haciendo estaba mal. Contratasteis mercenarios, ¿no es así?
Respondió algo, pero Lysbeth no le escuchó. Uno de los hombres armados estaba apuntando a Gabi y, mientras se giraba hacia él, disparó. El sonido que oyó a continuación le alivió profundamente. Le había dado en todo el pecho, pero la armadura metálica le había protegido. Le vio caer de espaldas y se contuvo para no arrancarle la cabeza al inconsciente que le había disparado. Sin embargo, el joven le sorprendió. Espadón en mano, se lanzó a por él él mismo y no tuvo más que unos segundos para decidir qué hacer al respecto. Suspirando, en el último instante paró el arma de Gabi con su sai, tan cerca de la cabeza del hombre que pudo ver un par de pelos volando recién cortados.
-Lo siento.- Le dijo, sinceramente.- Nada me habría gustado más que dejarte hacer esto. Lo haré yo misma, si me das permiso. Al fin y al cabo, te ha atacado a ti.- Clavó la mirada en el desgraciado, conteniéndose para no escupirle. Tras un instante, se separó y miró a Prometeo.- Voy a asumir que él es tu superior, aunque quizá no directo. Estás en la revolución ahora, ¿no es así? Si quieres prosperar ahí, me imagino que tendrás que tomar ejemplo.
''Y yo tendré que proteger tus deseos, aunque me coma la rabia''. No había nada que Lys deseara más en ese momento que dejar que Gabi acabara con quien le había atacado. Sabía perfectamente que no siempre había tenido oportunidad de defenderse y ella acababa de robarle una. Pero si de alguna forma Prometeo no lo aprobaba y se iba de la lengua, podía fastidiarle su carrera con los revolucionarios. No podía dejar que eso sucediera, no mientras Gabi no quisiera, al fin y al cabo. Esperaba que no le guardase mucho rencor.
-Como puedes ver.- Dijo fríamente.- La mitad de estos hombres ni siquiera son leñadores, son mercenarios. Y ellos parecen bastante convencidos de que están en su derecho de matar a quien les plazca. ¿Todavía crees que un pueblo de gente común, que no ha salido de esta isla en su vida, podrá tomar una decisión que les proteja a largo plazo?
No había forma en el mundo de que a ella le convenciesen de eso. Simplemente, era absurdo. Pero tampoco tenía intención de regresar a esa isla y una vez acabaran el trabajo dejaría de ser su problema.
Siempre podía mandarle una carta unos meses después, cuando los mercenarios se hubieran apropiado del pueblo, con un ornamentado ''Te lo dije. ''
-No estoy de acuerdo contigo. Mientras pueda arrancar una vida, la decisión de hacerlo o no me corresponde a mí y solo a mí. Ni tú ni nadie es responsable por mis actos, por supuesto. Tienes todo el derecho a pensar horriblemente de mí y no seré yo quien te pare.
Al fin y al cabo, su opinión poco le importaba. Podía terminar ella sola con los tres grupos, pero por otro lado, habían accedido a hacer esa misión colaborando. Y… estaba Gabi. Estaba con la revolución ahora, lo que implicaba que estaba con ese hombre. No tenía por qué pelearse delante de él. De todas formas…
Se paseó brevemente entre los 'leñadores'. No tardó en darse cuenta de que no todos llevaban armas… igual que no todos llevaban hachas. Le dio un golpecito a uno en la espalda y lo llevó frente a los dos revolucionarios.
-Tú, cuéntanos por qué no habéis venido solos.
El pobre parecía asustado, pero habló.- ¡A-al principio vinimos solos! Pero la madera es preciada para la gente de esta isla y pronto intentaron echarnos. Necesitábamos protección.
-Vamos, que sabíais que lo que estabais haciendo estaba mal. Contratasteis mercenarios, ¿no es así?
Respondió algo, pero Lysbeth no le escuchó. Uno de los hombres armados estaba apuntando a Gabi y, mientras se giraba hacia él, disparó. El sonido que oyó a continuación le alivió profundamente. Le había dado en todo el pecho, pero la armadura metálica le había protegido. Le vio caer de espaldas y se contuvo para no arrancarle la cabeza al inconsciente que le había disparado. Sin embargo, el joven le sorprendió. Espadón en mano, se lanzó a por él él mismo y no tuvo más que unos segundos para decidir qué hacer al respecto. Suspirando, en el último instante paró el arma de Gabi con su sai, tan cerca de la cabeza del hombre que pudo ver un par de pelos volando recién cortados.
-Lo siento.- Le dijo, sinceramente.- Nada me habría gustado más que dejarte hacer esto. Lo haré yo misma, si me das permiso. Al fin y al cabo, te ha atacado a ti.- Clavó la mirada en el desgraciado, conteniéndose para no escupirle. Tras un instante, se separó y miró a Prometeo.- Voy a asumir que él es tu superior, aunque quizá no directo. Estás en la revolución ahora, ¿no es así? Si quieres prosperar ahí, me imagino que tendrás que tomar ejemplo.
''Y yo tendré que proteger tus deseos, aunque me coma la rabia''. No había nada que Lys deseara más en ese momento que dejar que Gabi acabara con quien le había atacado. Sabía perfectamente que no siempre había tenido oportunidad de defenderse y ella acababa de robarle una. Pero si de alguna forma Prometeo no lo aprobaba y se iba de la lengua, podía fastidiarle su carrera con los revolucionarios. No podía dejar que eso sucediera, no mientras Gabi no quisiera, al fin y al cabo. Esperaba que no le guardase mucho rencor.
-Como puedes ver.- Dijo fríamente.- La mitad de estos hombres ni siquiera son leñadores, son mercenarios. Y ellos parecen bastante convencidos de que están en su derecho de matar a quien les plazca. ¿Todavía crees que un pueblo de gente común, que no ha salido de esta isla en su vida, podrá tomar una decisión que les proteja a largo plazo?
No había forma en el mundo de que a ella le convenciesen de eso. Simplemente, era absurdo. Pero tampoco tenía intención de regresar a esa isla y una vez acabaran el trabajo dejaría de ser su problema.
Siempre podía mandarle una carta unos meses después, cuando los mercenarios se hubieran apropiado del pueblo, con un ornamentado ''Te lo dije. ''
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Miró el vasto cielo luego de que el fuego desapareció, y entonces soltó un largo suspiro. «¿Por qué siempre nos andamos peleando los unos con los otros?», se preguntó a sí mismo. Lo había visto en English Garden y luego en el Archipiélago de Shabaody; ahora lo estaba viendo en los bosques de Murynos. El ser humano siempre encontraba una excusa para imponerse ante los demás, y hacía pensar a Prometeo que su sueño solo era eso…, un tonto e inalcanzable sueño. «Vivo en un mundo donde los humanos se matan los unos a los otros por un cacho de madera», pensó con una sonrisa amarga en su rostro. Visto desde ese punto de vista tan desesperanzador las acciones de la señorita Lysbeth tenían todo el sentido del mundo, sin embargo, también era cierto que el futuro lo construían los idealistas, aquellos que se permitían soñar más allá de la razón.
Un sonido metálico le despabiló. Si no hubiera sido por la pechera de metal, una bala le habría atravesado el pecho a Gabi. El chico se abalanzó con furia y valentía sobre el responsable, pero su pesado mandoble fue detenido por la pirata con una facilidad absurda. Era fuerte, mucho más que Basilio. Y mucho más fuerte que cualquier otra persona que hubiera conocido. Incluso más que el propio comandante Augustus Makintosh, y eso ya decía mucho de su poder. «Sin embargo, la verdadera fuerza no radica en los puños», recordó las palabras del monje ciego que le instruyó en el sendero de las artes marciales.
—El ser humano ha jugado tanto tiempo a ser dios que se ha olvidado de lo insignificante que es —le dijo a la señorita Lysbeth, mirándole con la más genuina tristeza. ¿Cuán vacía estaba por dentro como para pensar que las vidas de los demás dependían de su mano?—. Mercenarios o no, tienen el mismo derecho que usted y yo a vivir. Tengo la fuerza para desgarrar sus gargantas con mis propias manos, bañar los bosques de Murynos con su sangre y dejar a mi espalda una pila de cadáveres, pero ¿habré solucionado realmente el problema? Si la muerte fuese la verdadera solución a nuestros problemas, tras tantísimas guerras finalmente seríamos felices. No pienso mal de usted, señorita, solo me parece muy triste que no pueda ver el brillo que esconde cada vida.
Prometeo dio un paso hacia delante, hacia los hombres que les miraban con pavor. De un instante a otro, su cuerpo se envolvió en llamas y sus rasgos se volvieron los de una bestia. Unas imponentes alas nacieron de su espalda y sus uñas fueron reemplazadas por unas afiladas garras. Se acercó al hombre que le había disparado a Gabi. Apenas y le llegaba a la rodilla. El pobre mercenario temblaba de miedo al tener en frente a un auténtico monstruo. Detestaba la idea de usar su transformación para inspirar temor cuando debía ser todo lo contrario, pero no podía vivir completamente sumergido en un mundo de fantasía.
—Arroja tu arma —le ordenó y el hombre acató—. No creas que no tengo razones para ser severo contigo. Le disparaste a mi amigo con intenciones de matarlo y, si no fuera porque no soy como tú ni como tus compañeros, tú y todos ustedes estarían muertos —les espetó con furia en la mirada. No tenían idea de cuán difícil era mantenerse en una sola línea cuando la situación meritaba lo contrario—. ¡Abandonen sus tareas y arrojen sus armas! —rugió con el ímpetu de un titán—. Los mercenarios serán enjuiciados en los cuarteles del Ejército Revolucionario, cada uno de ustedes pagará por todo el mal que han hecho. Yo mismo me aseguraré de que reciban un juicio justo. El destino de los leñadores será decidido por la justicia del pueblo, si es que le parece bien, señor Niord.
El hombre asintió con la cabeza.
Prometeo sacó el simpático caracol de aspecto somnoliento que llevaba a todos lados y se comunicó con el cuartel del Ejército Revolucionario que se hallaba en el mar del sur, y entonces solicitó un barco en el que cupieran todos los prisioneros. Al menos su ligera autoridad como teniente le permitía hacer algo como eso. También llamó al Vapor Justice y contactó con Nick, pidiéndole que se hiciera cargo temporalmente de los mercenarios y leñadores que habían “capturado”.
—El pueblo no tendrá que tomar tal decisión, señorita —contestó a su última pregunta y luego se volteó hacia Gabi—. Espero que puedas perdonarme… Es mi deber cuidar de ti y por mi culpa te han disparado. Me alegra que no te haya pasado nada, de verdad. Aún nos queda trabajo por hacer… Mis compañeros vienen en camino, no tardarán demasiado y ellos podrán ocuparse de vigilar a esta gente. Podremos partir entonces, o ustedes dos —miró a la señorita Lysbeth y a Gabi— pueden adelantarse. Ya les alcanzaré.
Un sonido metálico le despabiló. Si no hubiera sido por la pechera de metal, una bala le habría atravesado el pecho a Gabi. El chico se abalanzó con furia y valentía sobre el responsable, pero su pesado mandoble fue detenido por la pirata con una facilidad absurda. Era fuerte, mucho más que Basilio. Y mucho más fuerte que cualquier otra persona que hubiera conocido. Incluso más que el propio comandante Augustus Makintosh, y eso ya decía mucho de su poder. «Sin embargo, la verdadera fuerza no radica en los puños», recordó las palabras del monje ciego que le instruyó en el sendero de las artes marciales.
—El ser humano ha jugado tanto tiempo a ser dios que se ha olvidado de lo insignificante que es —le dijo a la señorita Lysbeth, mirándole con la más genuina tristeza. ¿Cuán vacía estaba por dentro como para pensar que las vidas de los demás dependían de su mano?—. Mercenarios o no, tienen el mismo derecho que usted y yo a vivir. Tengo la fuerza para desgarrar sus gargantas con mis propias manos, bañar los bosques de Murynos con su sangre y dejar a mi espalda una pila de cadáveres, pero ¿habré solucionado realmente el problema? Si la muerte fuese la verdadera solución a nuestros problemas, tras tantísimas guerras finalmente seríamos felices. No pienso mal de usted, señorita, solo me parece muy triste que no pueda ver el brillo que esconde cada vida.
Prometeo dio un paso hacia delante, hacia los hombres que les miraban con pavor. De un instante a otro, su cuerpo se envolvió en llamas y sus rasgos se volvieron los de una bestia. Unas imponentes alas nacieron de su espalda y sus uñas fueron reemplazadas por unas afiladas garras. Se acercó al hombre que le había disparado a Gabi. Apenas y le llegaba a la rodilla. El pobre mercenario temblaba de miedo al tener en frente a un auténtico monstruo. Detestaba la idea de usar su transformación para inspirar temor cuando debía ser todo lo contrario, pero no podía vivir completamente sumergido en un mundo de fantasía.
—Arroja tu arma —le ordenó y el hombre acató—. No creas que no tengo razones para ser severo contigo. Le disparaste a mi amigo con intenciones de matarlo y, si no fuera porque no soy como tú ni como tus compañeros, tú y todos ustedes estarían muertos —les espetó con furia en la mirada. No tenían idea de cuán difícil era mantenerse en una sola línea cuando la situación meritaba lo contrario—. ¡Abandonen sus tareas y arrojen sus armas! —rugió con el ímpetu de un titán—. Los mercenarios serán enjuiciados en los cuarteles del Ejército Revolucionario, cada uno de ustedes pagará por todo el mal que han hecho. Yo mismo me aseguraré de que reciban un juicio justo. El destino de los leñadores será decidido por la justicia del pueblo, si es que le parece bien, señor Niord.
El hombre asintió con la cabeza.
Prometeo sacó el simpático caracol de aspecto somnoliento que llevaba a todos lados y se comunicó con el cuartel del Ejército Revolucionario que se hallaba en el mar del sur, y entonces solicitó un barco en el que cupieran todos los prisioneros. Al menos su ligera autoridad como teniente le permitía hacer algo como eso. También llamó al Vapor Justice y contactó con Nick, pidiéndole que se hiciera cargo temporalmente de los mercenarios y leñadores que habían “capturado”.
—El pueblo no tendrá que tomar tal decisión, señorita —contestó a su última pregunta y luego se volteó hacia Gabi—. Espero que puedas perdonarme… Es mi deber cuidar de ti y por mi culpa te han disparado. Me alegra que no te haya pasado nada, de verdad. Aún nos queda trabajo por hacer… Mis compañeros vienen en camino, no tardarán demasiado y ellos podrán ocuparse de vigilar a esta gente. Podremos partir entonces, o ustedes dos —miró a la señorita Lysbeth y a Gabi— pueden adelantarse. Ya les alcanzaré.
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Con un sonido metálico el arma de Gabi se paró en seco en el aire, detenida por un arma mucho más pequeña, mostrando así la enorme brecha que había entre el pelirrosa y Lysbeth, que hacía gala de una fuerza mucho mayor. El rostro de Gabi se relajó, mirando a la mujer y escuchando sus palabras, relajando los brazos y dejando el espadón a su derecha, colgando de su mano. Las palabras de Prometeo parecían profundas y reflexivas. Tenía frente a sí a dos personas que tenía en alta estima y, hasta cierto punto, admiraba. Ambas parecían tener puntos de vista muy distintos. Una de ellas era fuerte, poderosa, había llegado lejos en sus aventuras y si había sobrevivido tanto sería por algo... pero el otro era su superior.
Estaba confuso. Alejó cualquier pensamiento y decidió que era mejor centrarse en la misión que tenían delante. La demostración de poder de ambos referentes pareció ser suficiente para hacer que los que tenían delante se rindiesen. Según las observaciones de Lysbeth, aquellos leñadores contaban con varios mercenarios para que los defendiesen, lo que significaba que sabían perfectamente que lo que estaban haciendo estaba mal y que encontrarían cierta resistencia. Aquello hacía que Gabi los odiase aún más, haciendo algo a sabiendas de su dudosa moral sin que eso te importe más que por tu propia seguridad.
Prometeo pidió un barco a la revolución para llevar a los prisioneros, lo que significaba que tardarían un poco en marcharse a por los siguientes leñadores. Lo cual sería un problema, pues cuanto más tardasen más tiempo tenían para seguir avanzando en su tala del bosque. Miró a Lys. Gabi quería ir ya, pero no se sentía con valor suficiente como para decirle a alguien como Lys lo que tenía que hacer. Ella era la experimentada, el pelirrosa sentía que era ella quien tenía que decidir. Sin embargo...
—Cuanto más tardemos peor para el bosque, más avanzarán. ¿Que quieres hacer, Lys?
Estaba confuso. Alejó cualquier pensamiento y decidió que era mejor centrarse en la misión que tenían delante. La demostración de poder de ambos referentes pareció ser suficiente para hacer que los que tenían delante se rindiesen. Según las observaciones de Lysbeth, aquellos leñadores contaban con varios mercenarios para que los defendiesen, lo que significaba que sabían perfectamente que lo que estaban haciendo estaba mal y que encontrarían cierta resistencia. Aquello hacía que Gabi los odiase aún más, haciendo algo a sabiendas de su dudosa moral sin que eso te importe más que por tu propia seguridad.
Prometeo pidió un barco a la revolución para llevar a los prisioneros, lo que significaba que tardarían un poco en marcharse a por los siguientes leñadores. Lo cual sería un problema, pues cuanto más tardasen más tiempo tenían para seguir avanzando en su tala del bosque. Miró a Lys. Gabi quería ir ya, pero no se sentía con valor suficiente como para decirle a alguien como Lys lo que tenía que hacer. Ella era la experimentada, el pelirrosa sentía que era ella quien tenía que decidir. Sin embargo...
—Cuanto más tardemos peor para el bosque, más avanzarán. ¿Que quieres hacer, Lys?
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-Tranquilo.- le dijo al revolucionario con una pequeña sonrisa, algo triste.- Cuando el mismísimo Dios baje a decirme que me he pasado, te prometo que pararé.
¿Qué más quedaba por decir, al fin y al cabo? Lysbeth era atea, lo que en realidad contrastaba un poco con la akuma que tenía. Los súcubos eran demonios, al fin y al cabo, lo que sugería que había una contraparte en algún lado. Pero su demonio siempre había estado atado, primero a una fruta y ahora a ella. ¿Qué clase de poder era ese? Suyo, eso era. Y ella decidiría cómo utilizarlo, para bien y para mal. Se abstuvo de decirle que sí, una pila de cadáveres solucionaría el problema de raíz. La voz se correría y nadie más se atrevería a talar ni uno solo de los árboles de Murynos. Decírselo no habría hecho que cambiara de opinión, así que mejor era dejarle creer sus fantasías de moralidad.
-Si te sirve de consuelo, entiendo el brillo que hay en cada vida. Tan solo opino que algunos asfixian el suyo. Ni uno solo de los hombres que han venido aquí tiene más que un fulgor apagado hace mucho, me temo. Pero respetaré su decisión.
Por lo menos había tenido la decencia de disculparse con Gabi. Y puede que Lys no se fiara de la severidad de un juicio por revolucionarios, al menos si no había nadie del Gobierno involucrado, pero desde luego era una solución mejor que dárselos al pueblo para que… ¿qué? ¿les dieran en la cabeza con una olla? En retrospectiva, no era tan mal plan. Cuando llevaran a los leñadores, se lo sugeriría a una yaya.
En fin, en cualquier caso todavía quedaban dos grupos a los que hacerles ¡Buh!, por lo que cuando Gabi le preguntó qué quería hacer, su reacción fue pasar a su forma completa y agacharse un poco delante de él.
-Bueno, es hora de que subas a mi espalda. No creo que sea tan cómoda como el pajarito, pero llegaremos mucho antes si vamos volando. Tranquilo, dudo que me peses.
En realidad era la primera vez que hacía eso, pero no podía ser tan difícil. Además, si iban a patita se perdería sí o sí. Desde arriba, contaba con identificar a sus siguientes víctimas a partir del círculo de deforestación. Mientras volaban hacia allá, decidió sincerarse con el joven.
-De verdad, siento haberte parado. Tenías todo el derecho a hacerlo, pero no quería que tu superior te hiciera arrepentirte. En cualquier caso, me alegro de que estés bien; si no fuera así te aseguro que yo misma habría acabado con él en ese instante.
Puede que no conociera al pequeño desde hacía mucho, pero le había cogido cariño y no iba a dejar que nadie le tocara un solo pelo de la cabeza.
¿Qué más quedaba por decir, al fin y al cabo? Lysbeth era atea, lo que en realidad contrastaba un poco con la akuma que tenía. Los súcubos eran demonios, al fin y al cabo, lo que sugería que había una contraparte en algún lado. Pero su demonio siempre había estado atado, primero a una fruta y ahora a ella. ¿Qué clase de poder era ese? Suyo, eso era. Y ella decidiría cómo utilizarlo, para bien y para mal. Se abstuvo de decirle que sí, una pila de cadáveres solucionaría el problema de raíz. La voz se correría y nadie más se atrevería a talar ni uno solo de los árboles de Murynos. Decírselo no habría hecho que cambiara de opinión, así que mejor era dejarle creer sus fantasías de moralidad.
-Si te sirve de consuelo, entiendo el brillo que hay en cada vida. Tan solo opino que algunos asfixian el suyo. Ni uno solo de los hombres que han venido aquí tiene más que un fulgor apagado hace mucho, me temo. Pero respetaré su decisión.
Por lo menos había tenido la decencia de disculparse con Gabi. Y puede que Lys no se fiara de la severidad de un juicio por revolucionarios, al menos si no había nadie del Gobierno involucrado, pero desde luego era una solución mejor que dárselos al pueblo para que… ¿qué? ¿les dieran en la cabeza con una olla? En retrospectiva, no era tan mal plan. Cuando llevaran a los leñadores, se lo sugeriría a una yaya.
En fin, en cualquier caso todavía quedaban dos grupos a los que hacerles ¡Buh!, por lo que cuando Gabi le preguntó qué quería hacer, su reacción fue pasar a su forma completa y agacharse un poco delante de él.
-Bueno, es hora de que subas a mi espalda. No creo que sea tan cómoda como el pajarito, pero llegaremos mucho antes si vamos volando. Tranquilo, dudo que me peses.
En realidad era la primera vez que hacía eso, pero no podía ser tan difícil. Además, si iban a patita se perdería sí o sí. Desde arriba, contaba con identificar a sus siguientes víctimas a partir del círculo de deforestación. Mientras volaban hacia allá, decidió sincerarse con el joven.
-De verdad, siento haberte parado. Tenías todo el derecho a hacerlo, pero no quería que tu superior te hiciera arrepentirte. En cualquier caso, me alegro de que estés bien; si no fuera así te aseguro que yo misma habría acabado con él en ese instante.
Puede que no conociera al pequeño desde hacía mucho, pero le había cogido cariño y no iba a dejar que nadie le tocara un solo pelo de la cabeza.
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El viaje fue relativamente sencillo. Era la primera vez que llevaba a alguien a su espalda y la sensación se le hacía extraña, pero no pesaba. Se había sujeto bien y avanzaron rápidamente sobre las copas de los árboles. En verdad era un bosque hermoso, si hacíamos la vista gorda con los extraños agujeros que seguían apareciendo en el suelo. Se preguntó qué propiedades tendría la madera para ser tan codiciada, pero decidió que no importaba. Los habitantes de la isla no les querían ahí y les habían encargado a ellos que les protegieran. Era motivo suficiente para decirles a los leñadores y a sus mercenarios que no tenían ninguna oportunidad.
Localizó sin muchos problemas al segundo grupo. Gabi le iba dando indicaciones y el área deforestada ayudaba a identificarlos. En lugar de aterrizar entre ellos, sin embargo, dio un pequeño rodeo y bajó en picado en una parte espesa del bosque, a unos cinco minutos del claro artificial. Empezó a caminar con tranquilidad, disfrutando de la calma antes de la tormenta. Por otro lado, quería darle tiempo a Prometeo para alcanzarles; sabía que no confiaba en ella y si veía que no había actuado a sus espaldas quizá bajara un poco la guardia. No quería eso porque pretendiese hacerle nada malo, si no porque no dolía estar a buenos términos con la revolución. La marina la quería entre rejas, era más que suficiente.
Localizó sin muchos problemas al segundo grupo. Gabi le iba dando indicaciones y el área deforestada ayudaba a identificarlos. En lugar de aterrizar entre ellos, sin embargo, dio un pequeño rodeo y bajó en picado en una parte espesa del bosque, a unos cinco minutos del claro artificial. Empezó a caminar con tranquilidad, disfrutando de la calma antes de la tormenta. Por otro lado, quería darle tiempo a Prometeo para alcanzarles; sabía que no confiaba en ella y si veía que no había actuado a sus espaldas quizá bajara un poco la guardia. No quería eso porque pretendiese hacerle nada malo, si no porque no dolía estar a buenos términos con la revolución. La marina la quería entre rejas, era más que suficiente.
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Los refuerzos del Vapor Justice no tardaron en llegar y apresaron a los mercenarios. El equipo conformado por Nick y los demás subordinados de Prometeo debía bastar para mantener a raya a esos hombres. Además, el leñador se había ocupado de llamar a la guardia civil para los que talaban ilegalmente los árboles de Murynos. Ahora solo quedaba volver con sus compañeros. Se preguntaba si había sido muy… duro con la señorita Lysbeth. Si bien había matado a esos dos mercenarios frente a sus ojos y sin ninguna clase de miramiento, algo le decía que no era una mala persona. Y, en cualquier caso, su punto de vista no estaba equivocado.
—Gracias por ocuparte de esto, Nick.
—Para eso estamos, hombre. ¿Regresarás con tus… compañeros? —Prometeo asintió—. Cuídate, ¿quieres? Quién sabe si terminas encontrando algo de resistencia por parte de los mercenarios. Con estos los has tenido fácil porque, joder, míralos: apenas saben sostener un palo.
El revolucionario se despidió de sus amigos y entonces se transformó en el imponente fénix de llamas celestes. Blandió las alas y pronto se encontró en los cielos. Ahora… ¿Hacia dónde estaba el este? Si bien el paisaje no era exactamente igual en todas las direcciones, tampoco había nada claro que dijese “el este está por aquí”. No tenía otra opción más que improvisar, quizás con algo de suerte acabaría reuniéndose con sus compañeros. O tal vez no, pues en realidad se dirigía hacia el norte y no hacia el este.
Iba en mal camino, lo sabía. El cálculo matemático que relacionaba la duración del vuelo y el tiempo que se había separado de sus compañeros no tenía sentido. Necesitaba comprarse una brújula, en serio. Descendió cuando sus ojos vieron una gran extensión de tala, aunque prefirió un método mucho más… sutil. Los hombres que tenía en frente se veían mucho más rudos que los de la tala sur. Incluso algunos llevaban fusiles automáticos.
Cogió el divertido caracol que le había regalado el Ejército Revolucionario y marcó el número de Gabi. Todo revolucionario tenía un número, se lo había dicho el Señor Gelatina hacía un tiempo.
—Soy Prometeo. Creo que estoy perdido… —susurró escondido tras una roca mientras espiaba a los hombres del norte—. Esperaré aquí mismo.
El plan en mente era no llamar la atención, esperar a sus compañeros y atacar. Quién iba a pensar que lo descubrirían tan pronto.
—Gracias por ocuparte de esto, Nick.
—Para eso estamos, hombre. ¿Regresarás con tus… compañeros? —Prometeo asintió—. Cuídate, ¿quieres? Quién sabe si terminas encontrando algo de resistencia por parte de los mercenarios. Con estos los has tenido fácil porque, joder, míralos: apenas saben sostener un palo.
El revolucionario se despidió de sus amigos y entonces se transformó en el imponente fénix de llamas celestes. Blandió las alas y pronto se encontró en los cielos. Ahora… ¿Hacia dónde estaba el este? Si bien el paisaje no era exactamente igual en todas las direcciones, tampoco había nada claro que dijese “el este está por aquí”. No tenía otra opción más que improvisar, quizás con algo de suerte acabaría reuniéndose con sus compañeros. O tal vez no, pues en realidad se dirigía hacia el norte y no hacia el este.
Iba en mal camino, lo sabía. El cálculo matemático que relacionaba la duración del vuelo y el tiempo que se había separado de sus compañeros no tenía sentido. Necesitaba comprarse una brújula, en serio. Descendió cuando sus ojos vieron una gran extensión de tala, aunque prefirió un método mucho más… sutil. Los hombres que tenía en frente se veían mucho más rudos que los de la tala sur. Incluso algunos llevaban fusiles automáticos.
Cogió el divertido caracol que le había regalado el Ejército Revolucionario y marcó el número de Gabi. Todo revolucionario tenía un número, se lo había dicho el Señor Gelatina hacía un tiempo.
—Soy Prometeo. Creo que estoy perdido… —susurró escondido tras una roca mientras espiaba a los hombres del norte—. Esperaré aquí mismo.
El plan en mente era no llamar la atención, esperar a sus compañeros y atacar. Quién iba a pensar que lo descubrirían tan pronto.
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El vuelo de Lys era distinto al de Prometeo. Muy distinto. Más directo, grácil y... como si llevara mucho más tiempo volando que el revolucionario. La mujer era incluso capaz de hablarle con tranquilidad en vuelo. Gabi escuchó sus palabras, apartando la mirada a un lado. Jamás se había sentido tan querido o simplemente apoyado por nadie, y que lo hiciese una mujer tan fuerte como Lysbeth... era motivo suficiente como para querer seguir adelante.
—Gracias, Lys —se limitó a decir, con una pequeña sonrisa.
Esperaba que las diferencias entre Lys y Prome no llevasen a ningún problema serio en el grupo. Aterrizaron por fin, algo lejos del segundo grupo de leñadores para no ser detectados y, con cuidado, Gabi bajó de la espalda de la mujer. Se ajustó la capa y las piezas de armadura, sobre todo la del pecho que había quedado abollada por la bala. Aquel arma parecía algo primitiva, de poca potencia, empezaba a pensar que tal vez un arma mejor habría sido capaz de atravesar el acero que lo protegía.
—Peroperoperoperoperopero —gritaba el Denden Mushi bajo su capa.
Gabi sacó el pequeño caracol de donde lo llevaba, mostrando que estaba decorado al milímetro para parecerse a su dueño. Lo respondió para escuchar la voz de Prometeo, afirmando que estaba perdido y diciendo que esperaría ahí mismo, aunque sin decir donde estaba.
—¿Dónde estás? Nosotros estamos cerca de uno de los grupos, creo que el de... ¿El este? —preguntó mirando a Lys—. ¿Estás por ahí cerca?
—Gracias, Lys —se limitó a decir, con una pequeña sonrisa.
Esperaba que las diferencias entre Lys y Prome no llevasen a ningún problema serio en el grupo. Aterrizaron por fin, algo lejos del segundo grupo de leñadores para no ser detectados y, con cuidado, Gabi bajó de la espalda de la mujer. Se ajustó la capa y las piezas de armadura, sobre todo la del pecho que había quedado abollada por la bala. Aquel arma parecía algo primitiva, de poca potencia, empezaba a pensar que tal vez un arma mejor habría sido capaz de atravesar el acero que lo protegía.
—Peroperoperoperoperopero —gritaba el Denden Mushi bajo su capa.
Gabi sacó el pequeño caracol de donde lo llevaba, mostrando que estaba decorado al milímetro para parecerse a su dueño. Lo respondió para escuchar la voz de Prometeo, afirmando que estaba perdido y diciendo que esperaría ahí mismo, aunque sin decir donde estaba.
—¿Dónde estás? Nosotros estamos cerca de uno de los grupos, creo que el de... ¿El este? —preguntó mirando a Lys—. ¿Estás por ahí cerca?
Aki D. Arlia
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En cuanto el Den Den Mushi de Gabi sonó supo que algo iba mal. Bueno, no mal de catastrófico, pero desde luego no ideal. Tras escuchar la conversación entre ambos llegó a la conclusión de que se había equivocado de grupo. O quizá era ella la que había ido en la dirección equivocada. En cualquier caso, lo que estaba claro era que había habido un malentendido. Pidiéndole a Gabi que aguardara un momento, revoloteó por la zona unos segundos para ver si podía localizarle, sin éxito. Definitivamente estaban junto a grupos diferentes.
-No deberíamos perder tiempo, podría ponerles sobre aviso. No sabemos si se estaban comunicando entre ellos, podría olerles a chamusquina. Dile que nos ocuparemos de estos y nos reuniremos con él cuanto antes.
Empezó a caminar y paró un segundo, poniendo los ojos en blanco antes de añadir.- ¡Y no, no voy a matarlos!
Pero si no podía matarlos, algo tenía que hacer. Siempre podían atarlos a todos y dejarlos en el centro del claro, si los asustaban lo bastante no tenían por qué oponer resistencia… ¿no? Valía la pena probar. Entró en el claro como Pedro por su casa, levantando una mano al cielo y dejando salir una llamarada de advertencia.
-¡Buenos días! Me temo que el negocio se ha acabado por hoy. Caput. Stop. No más árboles. Por favor, sean prudentes y pónganse en fila, les iré atando uno a uno. No hagan tonterías, no quieren darme una excusa para ponerme… seria.
-No deberíamos perder tiempo, podría ponerles sobre aviso. No sabemos si se estaban comunicando entre ellos, podría olerles a chamusquina. Dile que nos ocuparemos de estos y nos reuniremos con él cuanto antes.
Empezó a caminar y paró un segundo, poniendo los ojos en blanco antes de añadir.- ¡Y no, no voy a matarlos!
Pero si no podía matarlos, algo tenía que hacer. Siempre podían atarlos a todos y dejarlos en el centro del claro, si los asustaban lo bastante no tenían por qué oponer resistencia… ¿no? Valía la pena probar. Entró en el claro como Pedro por su casa, levantando una mano al cielo y dejando salir una llamarada de advertencia.
-¡Buenos días! Me temo que el negocio se ha acabado por hoy. Caput. Stop. No más árboles. Por favor, sean prudentes y pónganse en fila, les iré atando uno a uno. No hagan tonterías, no quieren darme una excusa para ponerme… seria.
Gabriel Von Wilhelm
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Una vez la mujer hubiese hablado, indicando que estaban frente a dos grupos distintos, colgó el caracol. La mujer entonces se acercó al grupo y Gabi la siguió, saliendo así de su escondite. Se mantuvo tras ella, pero a un lado, para no estar oculto todo el rato. Miró hacia las llamas que Lys formó con cierta admiración antes de escuchar sus amenazantes palabras hacia los leñadores, que detuvieron todo lo que estaban haciendo para mirarles. La mayoría parecían tener una expresión aterrada ante la presencia de Lysbeth, que Gabi estaba seguro que podría hacer que un ejército entero se diese la vuelta.
Uno de ellos, sin embargo, era alto y de hombros muy anchos. Parecía un armario con patas mientras se acercaba a Lysbeth y Gabi, llevando en su mano llena de vello una enorme hacha de leñador que una persona normal tendría que llevar con dos manos. Era calvo pero con una espesa barba marrón de leñador. Apoyó el hacha en su hombro y se agachó un poco para poder acercarse a la mujer.
—Nos han pagado mucho para hacer esto y no podemos marcharnos así, por muchos jueguecitos de fuegos artificiales que puedas hacer. Así que por favor, coge a tu hija y márchate, esta zona es peligrosa y podríais haceros daño.
Gabi tuvo que resistir las ganas de llevarse la mano a la cara. ¿Por qué todo el mundo era así? ¿Por qué todos se creían mejores que quienes tenían a su alrededor? Estaba seguro que esas palabras hacia Lys le habían ganado a ese hombre un billete de ida hacia la tierra de los inconscientes, con día de regreso indefinido. Los hombres a sus espaldas seguían teniendo rostro preocupado, y parecían seguir teniendo algo de miedo por lo que pudiese hacer Lysbeth. Gabi entonces se llevó la mano a la espalda y desenfundó su espadón. Parecía que lo iba a necesitar.
Uno de ellos, sin embargo, era alto y de hombros muy anchos. Parecía un armario con patas mientras se acercaba a Lysbeth y Gabi, llevando en su mano llena de vello una enorme hacha de leñador que una persona normal tendría que llevar con dos manos. Era calvo pero con una espesa barba marrón de leñador. Apoyó el hacha en su hombro y se agachó un poco para poder acercarse a la mujer.
—Nos han pagado mucho para hacer esto y no podemos marcharnos así, por muchos jueguecitos de fuegos artificiales que puedas hacer. Así que por favor, coge a tu hija y márchate, esta zona es peligrosa y podríais haceros daño.
Gabi tuvo que resistir las ganas de llevarse la mano a la cara. ¿Por qué todo el mundo era así? ¿Por qué todos se creían mejores que quienes tenían a su alrededor? Estaba seguro que esas palabras hacia Lys le habían ganado a ese hombre un billete de ida hacia la tierra de los inconscientes, con día de regreso indefinido. Los hombres a sus espaldas seguían teniendo rostro preocupado, y parecían seguir teniendo algo de miedo por lo que pudiese hacer Lysbeth. Gabi entonces se llevó la mano a la espalda y desenfundó su espadón. Parecía que lo iba a necesitar.
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