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Prometeo
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—No estoy del todo seguro, pero creo que estoy en la zona norte… Los esperaré aquí mientras observo lo que estos hombres están haciendo. Mantendré un perfil bajo y no me meteré en problemas.
Bien dicho, un teniente de la revolución debía ser responsable en sus decisiones. Esperaba estar dándole un buen ejemplo a Gabi. Ahora, por otra parte, no tenía idea de cómo ocuparse de los mercenarios. Eran un montón, iban bien armados y parecían rudos. Mucho. Prometeo sabía que no era tan imponente como la señorita Lysbeth, no podía crear torbellinos de fuego ni ese estilo de cosas. Tampoco era prudente actuar por su cuenta… La única opción que tenía era seguir escondido, observando desde detrás de las rocas el comportamiento de los leñadores.
—Nunca te había visto por aquí… ¿Qué estás haciendo?
Prometeo alzó la mirada y se encontró con un hombre de ojos grandes y negros, nariz alargada y en forma de zanahoria, labios delgados y una barba mal cuidada. Iba acompañado de dos tipos grandes como osos.
—Me estoy escondiendo —contestó Prometeo, dándose cuenta solo después que esos tres eran del grupo de los “malos”. Frunció el ceño y se levantó poco a poco.
—Menuda forma de pedir trabajo, socio. Mira, si quieres dinerillo fácil, coge un hacha y ponte a cortar árboles.
—Jefe, creo que no está muy interesado en trabajar como los otros. Mire las pintas que lleva, parece alguien importante…
El desconocido se acercó al paliducho y lo observó de pie a cabeza. El traje bonito, la camisa bien planchada, la corbata bien hecha…
—¡Lo tengo! ¡Eres el Administrador! Haberlo dicho antes… Rose me había dicho que eras un hombre excéntrico, pero jamás imaginé que estarías espiándonos desde aquí. Menos mal que tengo buena vista, ¿eh? —comentó aliviado el cara de zanahoria—. ¿Por qué no tomamos un poco de chocolate caliente mientras hablamos de negocios? Te aseguro que esto es un buen negocio para la empresa que representas, venga, sígueme…
—Pero yo no soy-
—No seas modesto, Administrador. Vamos por una taza de chocolate, ¿o prefieres un chupito de vodka? Bueno, pa’ gustos, colores.
Sin saber demasiado bien por qué, comenzó a seguir al hombre de metro sesenta. Era delgado y rondaba los cincuenta años, tenía una voz chillona y parecía que los hombres que le seguían le tenían mucho respeto. «Hmmm, este hombre debió haberme confundido con alguien… Debería decírselo antes de meterme en problemas. Le dije a Gabi que mantendría un perfil bajo, pero estoy entrando directo al campamento de los mercenarios…», se dijo a sí mismo mientras seguía de cerca al tipo.
—Por cierto, soy Abel. Un gustazo, Administrador —se presentó el tipo antes de entrar a la tienda—. Tu prometo que tu empresa estará encantada de seguir contando con nuestros servicios. ¡Pronto dominarán la industria forestal de todo el mar del este!
Bien dicho, un teniente de la revolución debía ser responsable en sus decisiones. Esperaba estar dándole un buen ejemplo a Gabi. Ahora, por otra parte, no tenía idea de cómo ocuparse de los mercenarios. Eran un montón, iban bien armados y parecían rudos. Mucho. Prometeo sabía que no era tan imponente como la señorita Lysbeth, no podía crear torbellinos de fuego ni ese estilo de cosas. Tampoco era prudente actuar por su cuenta… La única opción que tenía era seguir escondido, observando desde detrás de las rocas el comportamiento de los leñadores.
—Nunca te había visto por aquí… ¿Qué estás haciendo?
Prometeo alzó la mirada y se encontró con un hombre de ojos grandes y negros, nariz alargada y en forma de zanahoria, labios delgados y una barba mal cuidada. Iba acompañado de dos tipos grandes como osos.
—Me estoy escondiendo —contestó Prometeo, dándose cuenta solo después que esos tres eran del grupo de los “malos”. Frunció el ceño y se levantó poco a poco.
—Menuda forma de pedir trabajo, socio. Mira, si quieres dinerillo fácil, coge un hacha y ponte a cortar árboles.
—Jefe, creo que no está muy interesado en trabajar como los otros. Mire las pintas que lleva, parece alguien importante…
El desconocido se acercó al paliducho y lo observó de pie a cabeza. El traje bonito, la camisa bien planchada, la corbata bien hecha…
—¡Lo tengo! ¡Eres el Administrador! Haberlo dicho antes… Rose me había dicho que eras un hombre excéntrico, pero jamás imaginé que estarías espiándonos desde aquí. Menos mal que tengo buena vista, ¿eh? —comentó aliviado el cara de zanahoria—. ¿Por qué no tomamos un poco de chocolate caliente mientras hablamos de negocios? Te aseguro que esto es un buen negocio para la empresa que representas, venga, sígueme…
—Pero yo no soy-
—No seas modesto, Administrador. Vamos por una taza de chocolate, ¿o prefieres un chupito de vodka? Bueno, pa’ gustos, colores.
Sin saber demasiado bien por qué, comenzó a seguir al hombre de metro sesenta. Era delgado y rondaba los cincuenta años, tenía una voz chillona y parecía que los hombres que le seguían le tenían mucho respeto. «Hmmm, este hombre debió haberme confundido con alguien… Debería decírselo antes de meterme en problemas. Le dije a Gabi que mantendría un perfil bajo, pero estoy entrando directo al campamento de los mercenarios…», se dijo a sí mismo mientras seguía de cerca al tipo.
—Por cierto, soy Abel. Un gustazo, Administrador —se presentó el tipo antes de entrar a la tienda—. Tu prometo que tu empresa estará encantada de seguir contando con nuestros servicios. ¡Pronto dominarán la industria forestal de todo el mar del este!
Aki D. Arlia
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Al escuchar la respuesta del leñador, no pudo si no sonreír. Había hecho exactamente lo que le había pedido que no hiciera: darle una excusa. Con toda la tranquilidad del mundo se acercó todavía más al hombre y le agarró de la barba… prendiéndole fuego.
Le soltó, con la barba todavía ardiendo y disfrutó de ver cómo la sonrisa del hombre se desvanecía y él salía corriendo y se tiraba al suelo para tratar de apagarlo. Dejó que se revolcara unos segundos antes de chasquear los dedos para hacer desaparecer las llamas, pero para entonces la mayoría de su barba había desaparecido. Se puso las manos en las caderas y se quedó mirando al resto de leñadores.
-Punto número uno: no tengo hija y si no os gusta lo que le he hecho a ese tipo no queréis ver lo que puede haceros mi amigo. Punto número dos, si el dinero es el problema no tengo inconveniente ninguno en saquear vuestros bolsillos hasta que no tengáis ninguna razón para quedaros aquí. En fila. Ahora.
La mayoría, sorprendentemente, obedecieron. Comenzó a atarlos uno por uno, aunque se aburrió en seguida. Era una tarea mecánica y por desgracia había bastantes leñadores. Siguió, sin embargo, porque había prometido no matar a nadie y esto era lo segundo más práctico que podía hacer. Le quedarían unos diez hombres por atar cuando por el rabillo del ojo vio como dos o tres rodeaban el claro. No le costó unir dos y dos, iban a por Gabi. Debían de creer que era el eslabón débil y que podían utilizarle de rehén. Esbozó una pequeña sonrisa, pero no hizo nada más allá de colocarse de lado.
Fingió seguir completamente absorta en su tarea, pero se mantuvo atenta. Estaba convencida de que el chico podía manejar a tres leñadores engreídos, pero en caso de que las cosas se pusieran difíciles estaría ahí en cuestión de segundos. No iban a tocarle un pelo en su guardia, pero también tenía que dejar que se divirtiera, ¿no?
Le soltó, con la barba todavía ardiendo y disfrutó de ver cómo la sonrisa del hombre se desvanecía y él salía corriendo y se tiraba al suelo para tratar de apagarlo. Dejó que se revolcara unos segundos antes de chasquear los dedos para hacer desaparecer las llamas, pero para entonces la mayoría de su barba había desaparecido. Se puso las manos en las caderas y se quedó mirando al resto de leñadores.
-Punto número uno: no tengo hija y si no os gusta lo que le he hecho a ese tipo no queréis ver lo que puede haceros mi amigo. Punto número dos, si el dinero es el problema no tengo inconveniente ninguno en saquear vuestros bolsillos hasta que no tengáis ninguna razón para quedaros aquí. En fila. Ahora.
La mayoría, sorprendentemente, obedecieron. Comenzó a atarlos uno por uno, aunque se aburrió en seguida. Era una tarea mecánica y por desgracia había bastantes leñadores. Siguió, sin embargo, porque había prometido no matar a nadie y esto era lo segundo más práctico que podía hacer. Le quedarían unos diez hombres por atar cuando por el rabillo del ojo vio como dos o tres rodeaban el claro. No le costó unir dos y dos, iban a por Gabi. Debían de creer que era el eslabón débil y que podían utilizarle de rehén. Esbozó una pequeña sonrisa, pero no hizo nada más allá de colocarse de lado.
Fingió seguir completamente absorta en su tarea, pero se mantuvo atenta. Estaba convencida de que el chico podía manejar a tres leñadores engreídos, pero en caso de que las cosas se pusieran difíciles estaría ahí en cuestión de segundos. No iban a tocarle un pelo en su guardia, pero también tenía que dejar que se divirtiera, ¿no?
Gabriel Von Wilhelm
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Ya era hora de demostrar todo lo que había aprendido desde que se había unido a la revolución. Con ambas manos cogió el mandoble y lo colocó frente a él, dedicando una mirada fija de determinación al tipo que se le acercaba por delante. El hombre llevaba un sable en la mano, delatándolo como uno de los mercenarios contratados en vez de como uno de los leñadores. El hombre le miraba a los ojos de vuelta, con furia y lentitud al caminar. Tal vez extrañado por el hecho de que la otra mujer no se estuviese moviendo.
—¿No te han dicho nunca que las faldas son cosas de niñas? —dijo el hombre, buscando provocarle.
Gabi frunció el ceño. Ya estaba acostumbrado a esos insultos, hacía tiempo que no hacían mella en su piel. Sin embargo, durante dicho insulto, pudo fijarse en algo. Durante un instante los ojos del hombre dejaron de estar fijos en los suyos para mirar justo detrás de Gabi. El pelirrosa entonces se giró y, al hacerlo, dio un fuerte espadazo descendente haciendo que el mandoble chocase con fuerza contra el suelo. Un hombre que estaba detrás de él, con un cuchillo en la mano, dio un salto atrás en el último momento para esquivarlo.
Volvió a girarse y, en el mismo movimiento, movió el mandoble para bloquear un espadazo del otro tipo. El peso y tamaño de su arma comparada con la de su adversario hizo que el golpe de este se viese repelido por la fuerza del mismo. Momento que el tipo de atrás aprovechó para apuñalarle en el hombro por la espalda. Sin embargo, el acero de su armadura, que si bien no lo parecía era bastante grueso y pesado, consiguió detener la hoja. Gabi aprovechó para darle una patada en la boca del estómago y repetir el movimiento descendiente de antes, dando al mercenario en la cabeza con la parte ancha del espadón, dejándolo inconsciente en el suelo. Cuando se giró a por el otro este había tirado su espada al suelo y había levantado las manos, rindiéndose.
Estaba seguro de que si había conseguido ganar de esa manera era porque Lysbeth se había librado del fuerte y había intimidado lo suficiente a los demás. Aquellos debían ser los novatos que, como hacían todos siempre, habían menospreciado el aspecto físico del revolucionario. Justo cuando vio que se rendía, Gabi abandonó, casi de forma cómica, la expresión seria para dedicarle una adorable sonrisa a Lysbeth.
—¿Ya están todos atados?
—¿No te han dicho nunca que las faldas son cosas de niñas? —dijo el hombre, buscando provocarle.
Gabi frunció el ceño. Ya estaba acostumbrado a esos insultos, hacía tiempo que no hacían mella en su piel. Sin embargo, durante dicho insulto, pudo fijarse en algo. Durante un instante los ojos del hombre dejaron de estar fijos en los suyos para mirar justo detrás de Gabi. El pelirrosa entonces se giró y, al hacerlo, dio un fuerte espadazo descendente haciendo que el mandoble chocase con fuerza contra el suelo. Un hombre que estaba detrás de él, con un cuchillo en la mano, dio un salto atrás en el último momento para esquivarlo.
Volvió a girarse y, en el mismo movimiento, movió el mandoble para bloquear un espadazo del otro tipo. El peso y tamaño de su arma comparada con la de su adversario hizo que el golpe de este se viese repelido por la fuerza del mismo. Momento que el tipo de atrás aprovechó para apuñalarle en el hombro por la espalda. Sin embargo, el acero de su armadura, que si bien no lo parecía era bastante grueso y pesado, consiguió detener la hoja. Gabi aprovechó para darle una patada en la boca del estómago y repetir el movimiento descendiente de antes, dando al mercenario en la cabeza con la parte ancha del espadón, dejándolo inconsciente en el suelo. Cuando se giró a por el otro este había tirado su espada al suelo y había levantado las manos, rindiéndose.
Estaba seguro de que si había conseguido ganar de esa manera era porque Lysbeth se había librado del fuerte y había intimidado lo suficiente a los demás. Aquellos debían ser los novatos que, como hacían todos siempre, habían menospreciado el aspecto físico del revolucionario. Justo cuando vio que se rendía, Gabi abandonó, casi de forma cómica, la expresión seria para dedicarle una adorable sonrisa a Lysbeth.
—¿Ya están todos atados?
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Cuando entró a la tienda de Abel fue abrazado por el calor, notando la diferencia de temperaturas. Era amplia y lo suficientemente alta para moverse sin encorvarse, había un par de muebles de madera exquisitamente tallados y unos cómodos sofás marrones. Siguió al que todos llamaban jefe y tomó asiento frente a una mesita con una cachimba encima. El hombre le ofreció mientras cogía una de las manguerillas, pero Prometeo rechazó la oferta con un gesto negativo. Abel se encogió de hombros y le dio una buena quemada, se sentó y exhaló una enorme nube de humo.
—Bendito tabaco… Siempre es bueno darse unos pequeños gustos, ¿no? —comentó, acomodándose en el sofá. Le dio órdenes a su acompañante y enseguida quedaron solos en la tienda—. Seré directo contigo, necesito preguntártelo porque la curiosidad me está matando, lo siento… Dime, ¿qué haces por aquí?
Parpadeó como un robot, completamente perplejo. «¿Por qué estoy en esta situación…?», fue lo primero que se preguntó mientras escuchaba al hombre pequeño. «Estaba escondido, pero el señor Abel me encontró sin esfuerzo… Es peligroso, debo ser cuidadoso con él». Sabía que no podía actuar imprudentemente, pues el campamento era enorme y había más gente de la que podía ocuparse él solo. Miró al señor Abel, parecía un hombre ordinario y fácil de olvidar, pero astuto.
—Estoy ayudando a un amigo con un problema que tiene, pero me he perdido y he llegado aquí —contestó el revolucionario—. Suelo perderme en todos lados… Soy Prometeo, por cierto.
—Así que no vienes a supervisar nada. Uf, qué alivio, qué alivio… N-No es que haya algo fuera de control, digo. Administrador suena muchísimo mejor, ¿a que sí? En cualquier caso te digo cómo llegar a la ciudad desde… ¿Cómo has llegado exactamente? Estamos bastante lejos de todo.
—Volando.
—¿Volando…? E-Espera, ¿qué? No, mejor no respondas nada. Los Administradores tendrán sus propios métodos. Mira, así se llega…
El hombre dibujó un mapa bastante bonito, aunque no parecía ser demasiado preciso… Prometeo prestaba atención para así recordar las palabras del señor Abel, pues le interesaba bastante saber cómo regresar a la ciudad.
—Oh, muchísimas gracias. ¿Puedo llamar a unos compañeros de trabajo? —le preguntó.
—Por supuesto, Administrador. —El hombre se levantó y caminó hacia la salida de la tienda, pero se detuvo justo antes de salir—. Estaré aquí fuera por si me necesitas.
«¿Por qué ha salido si le he preguntado otra cosa…? Los seres humanos no dejan de sorprenderme, son criaturas muy interesantes».
Prometeo cogió el divertido caracol y marcó otra vez el número de Gabi. Esta vez le daría las mismas instrucciones sobre cómo llegar al campamento del norte, además de algunos detalles como cuánta gente había y la distribución general de esta.
—Bendito tabaco… Siempre es bueno darse unos pequeños gustos, ¿no? —comentó, acomodándose en el sofá. Le dio órdenes a su acompañante y enseguida quedaron solos en la tienda—. Seré directo contigo, necesito preguntártelo porque la curiosidad me está matando, lo siento… Dime, ¿qué haces por aquí?
Parpadeó como un robot, completamente perplejo. «¿Por qué estoy en esta situación…?», fue lo primero que se preguntó mientras escuchaba al hombre pequeño. «Estaba escondido, pero el señor Abel me encontró sin esfuerzo… Es peligroso, debo ser cuidadoso con él». Sabía que no podía actuar imprudentemente, pues el campamento era enorme y había más gente de la que podía ocuparse él solo. Miró al señor Abel, parecía un hombre ordinario y fácil de olvidar, pero astuto.
—Estoy ayudando a un amigo con un problema que tiene, pero me he perdido y he llegado aquí —contestó el revolucionario—. Suelo perderme en todos lados… Soy Prometeo, por cierto.
—Así que no vienes a supervisar nada. Uf, qué alivio, qué alivio… N-No es que haya algo fuera de control, digo. Administrador suena muchísimo mejor, ¿a que sí? En cualquier caso te digo cómo llegar a la ciudad desde… ¿Cómo has llegado exactamente? Estamos bastante lejos de todo.
—Volando.
—¿Volando…? E-Espera, ¿qué? No, mejor no respondas nada. Los Administradores tendrán sus propios métodos. Mira, así se llega…
El hombre dibujó un mapa bastante bonito, aunque no parecía ser demasiado preciso… Prometeo prestaba atención para así recordar las palabras del señor Abel, pues le interesaba bastante saber cómo regresar a la ciudad.
—Oh, muchísimas gracias. ¿Puedo llamar a unos compañeros de trabajo? —le preguntó.
—Por supuesto, Administrador. —El hombre se levantó y caminó hacia la salida de la tienda, pero se detuvo justo antes de salir—. Estaré aquí fuera por si me necesitas.
«¿Por qué ha salido si le he preguntado otra cosa…? Los seres humanos no dejan de sorprenderme, son criaturas muy interesantes».
Prometeo cogió el divertido caracol y marcó otra vez el número de Gabi. Esta vez le daría las mismas instrucciones sobre cómo llegar al campamento del norte, además de algunos detalles como cuánta gente había y la distribución general de esta.
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Contempló la pelea mientras una sonrisita de orgullo se iba formando en su boca, más y más amplia a cada movimiento de Gabi. Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos y antes de lo que se tarda en contarlo el chico había derrotado a los tres mercenarios. El tercero, de hecho, se había rendido en cuanto había visto lo que les había hecho a sus compañeros. Sabia decisión, en realidad. La morena no pudo evitar reírse entre dientes al ver como correteaba hasta llegar a su lado y le sonreía con inocencia. Cómo si no acabara de hacer algo genial.
Ató el último nudo con un lacito y se llevó las manos a las caderas, mientras contaba a su alrededor.
-Diecisiete, dieciocho y… sí, creo que este era el último. Con los tres insensatos que han ido a por ti, son veintiuno. Deberíamos ir a buscar a Prometeo ahora. Aunque… no me gusta dejarles aquí solitos, atados o no.
Al fin y al cabo, todavía podían caminar y si ellos no les vigilaban nada les impedía romperse las ataduras con las hachas y algo de maña. Ni corta ni perezosa, agarró al primero y tras lanzar una cuerda a la rama de un árbol, le aseguró a esta. Ale. No iba a ningún lado. Continuó uniendo las ataduras del resto hasta que estuvo segura de que no escaparían. El equipo de Prometeo podría encontrarles ahora sin muchos problemas.
-Bien, hora de que subas de nuevo. Nos falta una parada.
Por suerte, en ese momento recibieron una llamada de Prometeo. Sus instrucciones resultaron bastante útiles y en seguida se pusieron en camino. No tardaron en ver el último campamento. Descendieron a unos metros del claro, entre la maleza. No veía a Prometeo y algo en la forma en la que se comportaban los hombres que había ahí le decía que el numerito que acababa de montar en el otro lado no le funcionaría una segunda vez. Estaban más organizados y parecían más cuidadosos que mera fuerza bruta. Tras pensarlo un momento, se giró hacia Gabi.
-Lo siento. Me encanta tu conjunto, pero es hora de hacer algo de teatro. Si les engañamos quizá podamos averiguar quién está al mando y quitarlo de delante antes de nada.
Creó una ilusión alrededor de Gabi, haciendo que pareciera que llevaba un traje de raya hecho a medida. Se aplicó el mismo cuento, se ajustó la falsa corbata y tras guiñarle un ojo a su acompañante echó a andar por el claro como si fuera su derecho de nacimiento.
Ató el último nudo con un lacito y se llevó las manos a las caderas, mientras contaba a su alrededor.
-Diecisiete, dieciocho y… sí, creo que este era el último. Con los tres insensatos que han ido a por ti, son veintiuno. Deberíamos ir a buscar a Prometeo ahora. Aunque… no me gusta dejarles aquí solitos, atados o no.
Al fin y al cabo, todavía podían caminar y si ellos no les vigilaban nada les impedía romperse las ataduras con las hachas y algo de maña. Ni corta ni perezosa, agarró al primero y tras lanzar una cuerda a la rama de un árbol, le aseguró a esta. Ale. No iba a ningún lado. Continuó uniendo las ataduras del resto hasta que estuvo segura de que no escaparían. El equipo de Prometeo podría encontrarles ahora sin muchos problemas.
-Bien, hora de que subas de nuevo. Nos falta una parada.
Por suerte, en ese momento recibieron una llamada de Prometeo. Sus instrucciones resultaron bastante útiles y en seguida se pusieron en camino. No tardaron en ver el último campamento. Descendieron a unos metros del claro, entre la maleza. No veía a Prometeo y algo en la forma en la que se comportaban los hombres que había ahí le decía que el numerito que acababa de montar en el otro lado no le funcionaría una segunda vez. Estaban más organizados y parecían más cuidadosos que mera fuerza bruta. Tras pensarlo un momento, se giró hacia Gabi.
-Lo siento. Me encanta tu conjunto, pero es hora de hacer algo de teatro. Si les engañamos quizá podamos averiguar quién está al mando y quitarlo de delante antes de nada.
Creó una ilusión alrededor de Gabi, haciendo que pareciera que llevaba un traje de raya hecho a medida. Se aplicó el mismo cuento, se ajustó la falsa corbata y tras guiñarle un ojo a su acompañante echó a andar por el claro como si fuera su derecho de nacimiento.
Gabriel Von Wilhelm
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Menos mal que Lysbeth estaba allí con él, pues el muchacho perfectamente se habría marchado dejándolos de aquella manera. La mujer los había dejado bien atados para que no escapasen y pudiesen venir a recogerlos para dejarlos bien capturaditos. Después lo invitó a subirse de nuevo para ir hasta el próximo destino, siguiendo las indicaciones de Prome. Cuando por fin llegaron allí frunció un poco el ceño antes de que la mujer aterrizase.
Aquellos leñadores parecían mucho mejor organizados que los otros, los cuales los lideraba un bruto sin cabeza que pensó que era buena idea plantarle cara a la pirata. La cual demostró de nuevo ser lo suficientemente lista como para llevar esa situación. Aterrizaron a una distancia segura y, entonces, la mujer hizo su magia de nuevo, convirtiendo el vestido-armadura de Gabi en un elegante traje. El chico no estaba acostumbrado a vestir prendas masculinas, pues tan solo se ponía lo que era más bonito y en ese lado pues... escaseaban un poco. Pero aún así era capaz de apreciarlo de esa manera. Sin embargo, su sorpresa no estaba en su traje nuevo sino en lo que la mujer pudo hacer.
—¡¿Eres capaz de invocar ropa?! ¡¿Me harías un vestido luego?!
Ya tenía claro como se lo iba a pedir. Iba a ser rosa. ¡No! ¡Azul celeste! ¡No, no! ¡Turquesa! ¡Con blanco! Bueno, tal vez no lo tenía tan claro. Fuera como fuese, caminó a su lado intentando poner el rostro más serio posible. Con esa ropa no parecía tanto una chica, pero tampoco le molestaba. Al menos no del todo.
Aquellos leñadores parecían mucho mejor organizados que los otros, los cuales los lideraba un bruto sin cabeza que pensó que era buena idea plantarle cara a la pirata. La cual demostró de nuevo ser lo suficientemente lista como para llevar esa situación. Aterrizaron a una distancia segura y, entonces, la mujer hizo su magia de nuevo, convirtiendo el vestido-armadura de Gabi en un elegante traje. El chico no estaba acostumbrado a vestir prendas masculinas, pues tan solo se ponía lo que era más bonito y en ese lado pues... escaseaban un poco. Pero aún así era capaz de apreciarlo de esa manera. Sin embargo, su sorpresa no estaba en su traje nuevo sino en lo que la mujer pudo hacer.
—¡¿Eres capaz de invocar ropa?! ¡¿Me harías un vestido luego?!
Ya tenía claro como se lo iba a pedir. Iba a ser rosa. ¡No! ¡Azul celeste! ¡No, no! ¡Turquesa! ¡Con blanco! Bueno, tal vez no lo tenía tan claro. Fuera como fuese, caminó a su lado intentando poner el rostro más serio posible. Con esa ropa no parecía tanto una chica, pero tampoco le molestaba. Al menos no del todo.
Gabriel Von Wilhelm
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Los hombres parecían demasiado ocupados haciendo sus cosas como para darse cuenta de quienes acababan de llegar. Iban de un lado para otro trabajando sin parar. Gabi buscó con la mirada a Prometeo. ¿Se había infiltrado entre ellos? Durante un instante quiso reajustarse la corbata, pero prefirió no hacerlo, pues no sabía de la naturaleza de las habilidades de Lysbeth. ¿Y si la ropa era una simple ilusión y al intentar tocarla esta se jodería por completo? ¡Lo mismo atravesaría la corbata con la mano y todos se darían cuenta de que son criminales! Bueno, tal vez esa asunción sería saltar demasiado rápido a conclusiones, pero era una posibilidad. Espera... ¿Se estará viendo la espada a sus espaldas?
—Hola, buenas tardes —dijo alguien cerca de ellos.
Era un hombre que, a diferencia de los demás, no iba vestido como un trabajador a excepción de un casco en la cabeza. El hombre tendió a Lys y Gabi un casco a cada uno, indicando en una señal que había a un lado que era reglamentario. Era raro que esta gente estuviese tan organizada si lo que hacían estaba... fuera de lugar. Tal vez si que tuviesen apoyo de la ley, lo cual hizo que el desagrado por el gobierno que tenía Gabi aumentase un poco más.
—¿Pueden facilitarme sus nombres y motivo de su visita?
—Hola, buenas tardes —dijo alguien cerca de ellos.
Era un hombre que, a diferencia de los demás, no iba vestido como un trabajador a excepción de un casco en la cabeza. El hombre tendió a Lys y Gabi un casco a cada uno, indicando en una señal que había a un lado que era reglamentario. Era raro que esta gente estuviese tan organizada si lo que hacían estaba... fuera de lugar. Tal vez si que tuviesen apoyo de la ley, lo cual hizo que el desagrado por el gobierno que tenía Gabi aumentase un poco más.
—¿Pueden facilitarme sus nombres y motivo de su visita?
Prometeo
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Soltó un suspiro, aliviado. Solo hacía falta esperar la llegada de Gabi y la señorita Lysbeth, ¿no? Las indicaciones dadas por el señor Abel fueron precisas, al menos en su opinión. Puede que no haya entendido demasiado bien el mapa (ni siquiera sabía para qué servía ese símbolo dibujado en un extremo), pero tenía buena memoria y recordaría por un buen rato las palabras del hombre. Hasta el momento se había comportado de buena manera… ¿Qué hacía alguien como él liderando a una pandilla de mercenarios? Porque eso eran, ¿verdad? Llevaban todo tipo de armas y a veces ponían caras terroríficas de verdaderos matones.
—Gracias por permitirme llamar a mis compañeros —le dijo una vez el señor Abel hubo vuelto a la tienda—. Me tomé el atrevimiento de preparar algo de té. Estoy seguro de que cualquier conversación mejora con una buena taza.
—¿Por qué no? Eres un buen muchacho, Administrador.
Dejó la bandeja, que había encontrado en la parte de atrás, en la mesita y luego sirvió el té. Cogió con cuidado el plato de cerámica blanca y se lo ofreció al señor Abel, y entonces tomó el otro platillo y se acomodó en el sofá con la espalda recta. El hombre le dio un sorbo y dejó escapar un suspiro, dejándose embriagar por el fresco sabor del té.
—¡Está delicioso! Nunca había probado un té tan… tranquilizador.
Cada vez que a un ser humano le gustaba una de sus bebidas sentía una llama en el interior de su pecho, un fuego muy intenso que se expandía por el resto de su cuerpo. Y se sentía muy bien.
—Me alegra que le haya gustado el té, señor Abel. Por cierto…, me he estado preguntando qué hace un hombre como usted en un rubro como este. No se parece en nada a ellos, de hecho, su rostro es muy-
—¿Qué pasa con mi cara? ¿Es que acaso tiene algo malo? —le preguntó el hombre, poniéndose serio por primera vez y fulminando a Prometeo con la mirada.
—No, es solo que-
—¿Es solo que qué? ¿Por qué te quedas viendo mi nariz? ¿Tengo un moco o algo? —le interrumpió, cada vez más cabreado.
—¿Su nariz? Oh, tiene forma de-
—No lo digas.
—Za-
—¡Que no lo digas!
—…horia.
—AAAAAHHH!! —gritó el señor Abel levantándose de un salto del asiento—. ¡Es que aquí todo el mundo se cree perfecto! ¡Eres pálido como el culo de mi abuelo y no te lo ando escupiendo en la cara! ¡Sí, tengo nariz de zanahoria! ¡Abeloria, ñi, ñi! ¡Venga, paliducho, búrlate de mí como todo el mundo lo hace! —le gritó, arremangándose la camiseta.
—¿El culo de su abuelo es pálido…?
—¡NO TE SOPORTO! ¡AAAAAHHHH! —rugió una vez más y empezó a transformarse en algo que tenía pelo, mucho pelo.
«Hmm, parece un poco enfadado… ¿No le ha gustado el té?», se preguntó mientras… ¿Eso era una rata gigantesca? Sí, definitivamente lo era.
—¡¡¡NO SOY UNA JODIDA ZANAHORIA!!!
Era la primera vez que veía una rata gigante, era tan alta que su cabeza chocó con el techo de la tienda y sus dientes empezaron a destruirlo. Tenía unos enormes dientes y era toda gris como los mocos del señor Gelatina. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Prometeo, una sensación que le hizo pararse de su asiento y salir corriendo de la tienda. En su rostro se dibujaba una retorcida mueca de espanto, como si hubiese visto un fantasma. Estaba más pálido que de costumbre y lucía asustado, en serio.
—¡No otra vez! ¡Abel está sufriendo un ataque de ira! —anunció entre gritos uno de los mercenarios y luego se acercó a Prometeo, interceptándolo—. ¡¿Qué le has dicho?!
—¿Eh…? He respondido sus preguntas y le he dicho que su nariz tiene forma de zanahoria.
—¡¿Es que acaso no le tienes miedo a la muerte?! ¡Código rojo! ¡Repito: código rojo!
Podía hacerse una idea de lo que estaba pasando (seguramente al señor Abel no le habían gustado sus comentarios), pero no entendía nada de lo que el mercenario decía. Más importante aún, debía alejarse. Esa rata gigante daba mucho miedo. Oh, esa era la señorita Lysbeth y al lado estaba… ¿Ese era Gabi?
—¡¡¡ADMINISTRADOR!!! —se escuchó un estruendoso rugido a espaldas de Prometeo, y el enorme ratón de cinco metros de alto finalmente salió de la tienda.
—Gracias por permitirme llamar a mis compañeros —le dijo una vez el señor Abel hubo vuelto a la tienda—. Me tomé el atrevimiento de preparar algo de té. Estoy seguro de que cualquier conversación mejora con una buena taza.
—¿Por qué no? Eres un buen muchacho, Administrador.
Dejó la bandeja, que había encontrado en la parte de atrás, en la mesita y luego sirvió el té. Cogió con cuidado el plato de cerámica blanca y se lo ofreció al señor Abel, y entonces tomó el otro platillo y se acomodó en el sofá con la espalda recta. El hombre le dio un sorbo y dejó escapar un suspiro, dejándose embriagar por el fresco sabor del té.
—¡Está delicioso! Nunca había probado un té tan… tranquilizador.
Cada vez que a un ser humano le gustaba una de sus bebidas sentía una llama en el interior de su pecho, un fuego muy intenso que se expandía por el resto de su cuerpo. Y se sentía muy bien.
—Me alegra que le haya gustado el té, señor Abel. Por cierto…, me he estado preguntando qué hace un hombre como usted en un rubro como este. No se parece en nada a ellos, de hecho, su rostro es muy-
—¿Qué pasa con mi cara? ¿Es que acaso tiene algo malo? —le preguntó el hombre, poniéndose serio por primera vez y fulminando a Prometeo con la mirada.
—No, es solo que-
—¿Es solo que qué? ¿Por qué te quedas viendo mi nariz? ¿Tengo un moco o algo? —le interrumpió, cada vez más cabreado.
—¿Su nariz? Oh, tiene forma de-
—No lo digas.
—Za-
—¡Que no lo digas!
—…horia.
—AAAAAHHH!! —gritó el señor Abel levantándose de un salto del asiento—. ¡Es que aquí todo el mundo se cree perfecto! ¡Eres pálido como el culo de mi abuelo y no te lo ando escupiendo en la cara! ¡Sí, tengo nariz de zanahoria! ¡Abeloria, ñi, ñi! ¡Venga, paliducho, búrlate de mí como todo el mundo lo hace! —le gritó, arremangándose la camiseta.
—¿El culo de su abuelo es pálido…?
—¡NO TE SOPORTO! ¡AAAAAHHHH! —rugió una vez más y empezó a transformarse en algo que tenía pelo, mucho pelo.
«Hmm, parece un poco enfadado… ¿No le ha gustado el té?», se preguntó mientras… ¿Eso era una rata gigantesca? Sí, definitivamente lo era.
—¡¡¡NO SOY UNA JODIDA ZANAHORIA!!!
Era la primera vez que veía una rata gigante, era tan alta que su cabeza chocó con el techo de la tienda y sus dientes empezaron a destruirlo. Tenía unos enormes dientes y era toda gris como los mocos del señor Gelatina. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Prometeo, una sensación que le hizo pararse de su asiento y salir corriendo de la tienda. En su rostro se dibujaba una retorcida mueca de espanto, como si hubiese visto un fantasma. Estaba más pálido que de costumbre y lucía asustado, en serio.
—¡No otra vez! ¡Abel está sufriendo un ataque de ira! —anunció entre gritos uno de los mercenarios y luego se acercó a Prometeo, interceptándolo—. ¡¿Qué le has dicho?!
—¿Eh…? He respondido sus preguntas y le he dicho que su nariz tiene forma de zanahoria.
—¡¿Es que acaso no le tienes miedo a la muerte?! ¡Código rojo! ¡Repito: código rojo!
Podía hacerse una idea de lo que estaba pasando (seguramente al señor Abel no le habían gustado sus comentarios), pero no entendía nada de lo que el mercenario decía. Más importante aún, debía alejarse. Esa rata gigante daba mucho miedo. Oh, esa era la señorita Lysbeth y al lado estaba… ¿Ese era Gabi?
—¡¡¡ADMINISTRADOR!!! —se escuchó un estruendoso rugido a espaldas de Prometeo, y el enorme ratón de cinco metros de alto finalmente salió de la tienda.
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Lysbeth se rió entre dientes al ver la reacción de Gabi. Era adorable y lo cierto es que aunque no parecía muy cómodo el traje le sentaba bien. Pero es que claro, un buen traje a medida sentaba bien a cualquiera. Ella misma estaba divina.
-Por supuesto que te haré un vestido. Se me ocurren un par que te quedarían maravillosos.
Obvió el hecho de que no eran prendas reales y no podría regalárselas, pero de momento eso no era relevante. No tardaron en llegar junto al grupito. Miró a su alrededor, pero no vio a Prometeo. Hm. Había llamado desde ahí y estaba razonablemente segura de haber seguido bien las instrucciones. ¿Dónde se habría metido?
Este grupo parecía bastante más organizado. En seguida llegó alguien tendiéndoles sendos cascos y pidiéndoles sus nombres y motivos de la visita.
-Lysbeth y Gabi. Venimos en busca de un… compañero de trabajo, debería haber llegado no hace mucho. Su nombre es Prometeo.
El hombre asintió un par de veces mientras anotaba algo en un formulario.
-Llegó un hombre también bastante arreglado hace un rato, debería estar con el señor Abel. Síganme, por favor.
Atravesaron el claro con tranquilidad. A su alrededor, los leñadores continuaban talando los árboles para ampliar el lugar mientras que una serie de mercenarios hacían guardia entre unos y otros. Por lo visto allí debían estar los cabecillas de toda la operación, solo eso explicaría que estuvieran tan bien organizados y… tranquilos. O eso parecía, hasta que escucharon un grito horrible que decía algo de una zanahoria.
Se giraron en seguida, por supuesto. Vieron a Prometeo salir de una tienda de campaña y mientras uno de los mercenarios le gritaba, una cosa gris de varios metros de altura destrozó la tienda de la que acababa de salir el revolucionario.
-Oh.
Espera, ¿acababa de llamarle Administrador? ¿Qué estaba sucediendo allí? Se apresuró a correr, cogiendo a Gabi de la mano, hasta que llegaron junto a Prometeo. La rata estaba justo delante y parecía más que cabreada.
-¿Quién demonios es?
-¡Es Abel! ¡Está sufriendo un ataque de ira porque este cenutrio le ha dicho que tiene nariz de zanahoria!
Lys se quedó mirando un tanto perpleja al mercenario, pero en cuanto se fijó en la rata no pudo por menos que darle la razón.
-La verdad es que tiene un aire… ¡Oof!
Okay, eso había sido completamente culpa suya. No le había gustado el comentario – normal – y le había estampado de un zarpazo contra un árbol. Gruñendo, se levantó y se limpió un poco el polvo. Tenía fuerza el bicho.
-Creo que necesitas quitarte de encima el exceso de energía. Deja que te ayude.
Se acercó a la gigantesca rata sin miedo y una vez delante cruzó los brazos y empezó a dar en el suelo con el tacón de forma impaciente. Utilizó sus poderes sobre el bicho y aunque le llevó unos segundos, al final soltó una especie de gemido ronco y se fue derechito contra el mismo árbol contra el que la había estampado. Empezó a frotarse contra él y Lys apartó la mirada mientras chasqueaba la lengua.
-Bien, voy a estar sin dormir una semana por culpa de esa imagen. Ugh. ¡Gente, me temo que la operación se ha terminado! Suelten las hachas, a no ser que queráis acabar como la rata con nariz de… - echó un vistazo a su espalda y se lo pensó mejor. No tenía por qué arriesgarse.- rata. Nariz de rata. Como debería ser. Una nariz completamente normal. ¡QUE DEJÉIS LAS HACHAS HE DICHO!
-Por supuesto que te haré un vestido. Se me ocurren un par que te quedarían maravillosos.
Obvió el hecho de que no eran prendas reales y no podría regalárselas, pero de momento eso no era relevante. No tardaron en llegar junto al grupito. Miró a su alrededor, pero no vio a Prometeo. Hm. Había llamado desde ahí y estaba razonablemente segura de haber seguido bien las instrucciones. ¿Dónde se habría metido?
Este grupo parecía bastante más organizado. En seguida llegó alguien tendiéndoles sendos cascos y pidiéndoles sus nombres y motivos de la visita.
-Lysbeth y Gabi. Venimos en busca de un… compañero de trabajo, debería haber llegado no hace mucho. Su nombre es Prometeo.
El hombre asintió un par de veces mientras anotaba algo en un formulario.
-Llegó un hombre también bastante arreglado hace un rato, debería estar con el señor Abel. Síganme, por favor.
Atravesaron el claro con tranquilidad. A su alrededor, los leñadores continuaban talando los árboles para ampliar el lugar mientras que una serie de mercenarios hacían guardia entre unos y otros. Por lo visto allí debían estar los cabecillas de toda la operación, solo eso explicaría que estuvieran tan bien organizados y… tranquilos. O eso parecía, hasta que escucharon un grito horrible que decía algo de una zanahoria.
Se giraron en seguida, por supuesto. Vieron a Prometeo salir de una tienda de campaña y mientras uno de los mercenarios le gritaba, una cosa gris de varios metros de altura destrozó la tienda de la que acababa de salir el revolucionario.
-Oh.
Espera, ¿acababa de llamarle Administrador? ¿Qué estaba sucediendo allí? Se apresuró a correr, cogiendo a Gabi de la mano, hasta que llegaron junto a Prometeo. La rata estaba justo delante y parecía más que cabreada.
-¿Quién demonios es?
-¡Es Abel! ¡Está sufriendo un ataque de ira porque este cenutrio le ha dicho que tiene nariz de zanahoria!
Lys se quedó mirando un tanto perpleja al mercenario, pero en cuanto se fijó en la rata no pudo por menos que darle la razón.
-La verdad es que tiene un aire… ¡Oof!
Okay, eso había sido completamente culpa suya. No le había gustado el comentario – normal – y le había estampado de un zarpazo contra un árbol. Gruñendo, se levantó y se limpió un poco el polvo. Tenía fuerza el bicho.
-Creo que necesitas quitarte de encima el exceso de energía. Deja que te ayude.
Se acercó a la gigantesca rata sin miedo y una vez delante cruzó los brazos y empezó a dar en el suelo con el tacón de forma impaciente. Utilizó sus poderes sobre el bicho y aunque le llevó unos segundos, al final soltó una especie de gemido ronco y se fue derechito contra el mismo árbol contra el que la había estampado. Empezó a frotarse contra él y Lys apartó la mirada mientras chasqueaba la lengua.
-Bien, voy a estar sin dormir una semana por culpa de esa imagen. Ugh. ¡Gente, me temo que la operación se ha terminado! Suelten las hachas, a no ser que queráis acabar como la rata con nariz de… - echó un vistazo a su espalda y se lo pensó mejor. No tenía por qué arriesgarse.- rata. Nariz de rata. Como debería ser. Una nariz completamente normal. ¡QUE DEJÉIS LAS HACHAS HE DICHO!
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Esta vez costó bastante más que todos tirasen las hachas, pero no podía culparles. La puñetera rata de cinco metros seguía intentando tirarse al árbol y… oh, demonios, había arrancado el árbol de raíz a empujones. Lys se llevó una mano a la cabeza, enervada.
-Chicos, encargaros de los leñadores por favor. Voy a ver si me ocupo de esto.
Se acercó a la rata gigante un tanto dubitativa. Seguía subida encima del árbol que había tirado y no parecía tener intención de ir a soltarlo. Poco a poco, fue bajando un poco el nivel de deseo que tenía y vio cómo iba perdiendo velocidad. Uf. Al final, la rata logró soltarlo y se giró hacia ella. Por desgracia, no tenía cara de precisamente buenos amigos. Tras unos segundos de tensión, se lanzó sobre Lys y la pirata tuvo que lanzarse hacia el suelo haciendo una voltereta para esquivarlo.
-Okay, te quedas en el árbol.
Volvió a aumentar su deseo y mientras empezaba a arrimarse a un árbol nuevo ella se quitó un poco el polvo de la ropa con dignidad, antes de girarse y ver cómo iba el otro percal. Demonios, no dejaba de haber sorpresa tras sorpresa.
-Chicos, encargaros de los leñadores por favor. Voy a ver si me ocupo de esto.
Se acercó a la rata gigante un tanto dubitativa. Seguía subida encima del árbol que había tirado y no parecía tener intención de ir a soltarlo. Poco a poco, fue bajando un poco el nivel de deseo que tenía y vio cómo iba perdiendo velocidad. Uf. Al final, la rata logró soltarlo y se giró hacia ella. Por desgracia, no tenía cara de precisamente buenos amigos. Tras unos segundos de tensión, se lanzó sobre Lys y la pirata tuvo que lanzarse hacia el suelo haciendo una voltereta para esquivarlo.
-Okay, te quedas en el árbol.
Volvió a aumentar su deseo y mientras empezaba a arrimarse a un árbol nuevo ella se quitó un poco el polvo de la ropa con dignidad, antes de girarse y ver cómo iba el otro percal. Demonios, no dejaba de haber sorpresa tras sorpresa.
Prometeo
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Estaba aturdido y no sabía bien qué hacer, de hecho, solo se limitó a acercarse a la señorita Lysbeth y contarle todo lo que había pasado. El señor Abel transformado en una gigantesca rata sabía de todo menos controlarse. No distinguía entre buenos y malos, administradores y leñadores, solo quería cargárselo todo y causar el máximo caos en el campamento. Sin embargo, no esperaba enfrentarse con alguien tan fuerte como la pirata que, con una fuerza impresionante, consiguió reducirle; una lástima que haya sido solo por unos pocos segundos.
—¡Me ocuparé de los leñadores y mercenarios, señorita!
Su equipo revolucionario llegaría en cualquier momento para asistir la “batalla”, así que de momento solo debía aguantar y reducir a todos los hombres posibles. El primero de ellos no tardó en aparecer y, empuñando un hacha, se abalanzó hacia el revolucionario. Esquivó sin demasiada dificultad el tajo vertical y se echó hacia atrás para evitar el corte en forma de media luna. Sus movimientos eran predecibles y descontrolados, usaba demasiada fuerza para mover el arma, y tampoco se preocupaba de mantenerse estable. Prometeo dio un fuerte paso hacia delante y entonces giró sobre sí mismo, dando al mismo tiempo una patada baja que hizo caer al hombre. Entonces, y sabiendo que estaba feo golpear a alguien en el suelo, le dio un golpe en la boca del estómago que lo mandó a dormir.
Se enfrentaba a todos los hombres que tuviera en frente. Sus propias heridas se regeneraban lentamente y, si bien cerrarían en algún momento, el dolor cuando el acero encontraba su piel lo sentía igual. Sin embargo, sus esfuerzos empezaban a dar resultados. Ignoraba la bala en el muslo y el corte en el estómago, hacía lo posible para que sus movimientos no se viesen mermados por los golpes en la espalda y en el pecho. Si Gabi y la señorita Lysbeth hacían todo lo posible para solucionar ese problema con las condiciones que él había puesto, entonces no podía permitirse fallar en ese momento.
Decidió que era el momento de transformarse, aunque no duraría demasiado tiempo consciente. El cansancio empezaba a afectar sus capacidades físicas y el daño acumulado no tardaría en hacerle colapsar. Las llamas del fénix hacían lo imposible por sanar sus heridas, pero nada podían hacer con la enfermedad degenerativa que le cansaba antes de tiempo. Luchó con vehemencia y propinó golpes precisos, patadas veloces y poco a poco iba reuniendo los hombres vencidos en un lugar en común. Sin embargo, aún faltaba toda una mitad.
—¡Me ocuparé de los leñadores y mercenarios, señorita!
Su equipo revolucionario llegaría en cualquier momento para asistir la “batalla”, así que de momento solo debía aguantar y reducir a todos los hombres posibles. El primero de ellos no tardó en aparecer y, empuñando un hacha, se abalanzó hacia el revolucionario. Esquivó sin demasiada dificultad el tajo vertical y se echó hacia atrás para evitar el corte en forma de media luna. Sus movimientos eran predecibles y descontrolados, usaba demasiada fuerza para mover el arma, y tampoco se preocupaba de mantenerse estable. Prometeo dio un fuerte paso hacia delante y entonces giró sobre sí mismo, dando al mismo tiempo una patada baja que hizo caer al hombre. Entonces, y sabiendo que estaba feo golpear a alguien en el suelo, le dio un golpe en la boca del estómago que lo mandó a dormir.
Se enfrentaba a todos los hombres que tuviera en frente. Sus propias heridas se regeneraban lentamente y, si bien cerrarían en algún momento, el dolor cuando el acero encontraba su piel lo sentía igual. Sin embargo, sus esfuerzos empezaban a dar resultados. Ignoraba la bala en el muslo y el corte en el estómago, hacía lo posible para que sus movimientos no se viesen mermados por los golpes en la espalda y en el pecho. Si Gabi y la señorita Lysbeth hacían todo lo posible para solucionar ese problema con las condiciones que él había puesto, entonces no podía permitirse fallar en ese momento.
Decidió que era el momento de transformarse, aunque no duraría demasiado tiempo consciente. El cansancio empezaba a afectar sus capacidades físicas y el daño acumulado no tardaría en hacerle colapsar. Las llamas del fénix hacían lo imposible por sanar sus heridas, pero nada podían hacer con la enfermedad degenerativa que le cansaba antes de tiempo. Luchó con vehemencia y propinó golpes precisos, patadas veloces y poco a poco iba reuniendo los hombres vencidos en un lugar en común. Sin embargo, aún faltaba toda una mitad.
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La cosa no tardó en liarse. Una gigantesca rata salió amenazando con destruirlo... bueno, todo. Por si fuera poco, enseguida saltaron sobre ellos buscando combatir. Gabi llevó su mano a la espalda donde todavía tenía su ya fiel espadón, desenvainando y sujetándolo con una sola mano. Lo colocó justo delante de él empujando hacia delante con la mano desde la parte plana de la espada, utilizándola así para bloquear un puñetazo que iba directo hacia él. El puño chocó contra el metal y la fuerza del golpe empujó a Gabi, haciendo que sus pies dejaran un surco en el suelo al arrastrarse.
Giró la espada por un lado preparando un tajo vertical que chocó contra el suelo al ser esquivado por el tipo. Tenía una especie de cubre-nudillos de metal en cada puño y era un tipo alto, mucho más que Gabi, aunque aquello no fuese difícil. Utilizando su brazo enguantado de metal bajo la ropa ilusoria bloqueó un segundo puñetazo, que consiguió hendir el metal de la armadura y golpear su brazo. Estaba seguro de que de no ser por aquella protección de metal, su brazo se habría roto.
Aprovechó la posición y dio un salto hacia un lado, golpeando al tipo con el hombro en todo el pecho. El mercenario se vio empujado hacia atrás y tosió por el golpe, dejando escapar saliva y cortando su respiración. Aquel tipo era fuerte, no como aquellos tres a los que se había enfrentado antes. Fue entonces cuando se vieron reflejadas en sus ojos las llamas azules del fénix. El hombre de los puños miró a un lado, distraído durante unos segundos por la mágica y maravillosa criatura.
Gabi giró sobre sus propios pies, en un tajo horizontal bajo. El espadón se clavó en su pierna, creando un corte importante, sin embargo no llegó a cercenarla, quedándose atascada en sus carnes. El hombre gritó de dolor, teniendo la espada a mitad de camino de separarle por completo de una de sus piernas. Fue entonces cuando consiguió encajar un puñetazo en la sien de Gabi.
No estaba seguro, pues el golpe lo había aturdido, pero era posible que hubiese soltado el arma por el golpe, pues ya no sentía el tacto del mango en su mano. No sintió el como salió volando por el impacto, pero si que sintió el suelo golpear su costado y luego su espalda, mientras rodaba por el suelo. También sintió el cálido líquido rojizo caer desde su sien por su mejilla. Se sentía... desorientado.
Giró la espada por un lado preparando un tajo vertical que chocó contra el suelo al ser esquivado por el tipo. Tenía una especie de cubre-nudillos de metal en cada puño y era un tipo alto, mucho más que Gabi, aunque aquello no fuese difícil. Utilizando su brazo enguantado de metal bajo la ropa ilusoria bloqueó un segundo puñetazo, que consiguió hendir el metal de la armadura y golpear su brazo. Estaba seguro de que de no ser por aquella protección de metal, su brazo se habría roto.
Aprovechó la posición y dio un salto hacia un lado, golpeando al tipo con el hombro en todo el pecho. El mercenario se vio empujado hacia atrás y tosió por el golpe, dejando escapar saliva y cortando su respiración. Aquel tipo era fuerte, no como aquellos tres a los que se había enfrentado antes. Fue entonces cuando se vieron reflejadas en sus ojos las llamas azules del fénix. El hombre de los puños miró a un lado, distraído durante unos segundos por la mágica y maravillosa criatura.
Gabi giró sobre sus propios pies, en un tajo horizontal bajo. El espadón se clavó en su pierna, creando un corte importante, sin embargo no llegó a cercenarla, quedándose atascada en sus carnes. El hombre gritó de dolor, teniendo la espada a mitad de camino de separarle por completo de una de sus piernas. Fue entonces cuando consiguió encajar un puñetazo en la sien de Gabi.
No estaba seguro, pues el golpe lo había aturdido, pero era posible que hubiese soltado el arma por el golpe, pues ya no sentía el tacto del mango en su mano. No sintió el como salió volando por el impacto, pero si que sintió el suelo golpear su costado y luego su espalda, mientras rodaba por el suelo. También sintió el cálido líquido rojizo caer desde su sien por su mejilla. Se sentía... desorientado.
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Agradeció bastante que Prometeo se encargara de los leñadores. Ocuparse de la rata y reducirla para poder atarla le llevó más tiempo del que le habría gustado. Mordía, arañaba, pesaba un quintal y para colmo no se separaba del puñetero árbol incluso después de que le hubiera quitado su antinatural deseo por él. Para cuando por fin le tuvo con la barriga en el suelo y las manos a la espalda, atadas con un firme nudo, sus ropas estaban hechas jirones y tenía un par de feos cortes aquí y allá. La mayoría no se veían, claro, gracias a la ilusión, pero desde luego seguían escociendo. Más importante aún, todo a su alrededor era un puñetero caos.
Prometeo estaba luchando con uñas y dientes y aunque la pila de hombres vencidos se iba haciendo más y más grande parecía que siempre había más para tomar el lugar de los caídos. Iba a ir a ayudarle cuando escuchó un ruido que le hizo girarse de golpe. Gabi estaba en el suelo, a unos diez metros de donde ella se encontraba. Vio la sangre en su mejilla y por un momento su corazón se saltó un latido, pero segundos después le vio incorporarse y el miedo fue sustituido por ira. Sentía el cabreo latir debajo de su piel, aguardando a que hiciera algo al respecto. Habían herido a Gabi, le habían golpeado y había terminado en el suelo. No iba a tolerarlo. Todos tenían peleas que no podían ganar, era ley de vida.
Pero eso no quería decir que el atacante fuera a salir impune.
Bajó la mirada mientras pasaba a su forma completa. Aleteó un par de veces y centró la vista en el hombre que había golpeado al revolucionario. Empezó a caminar hacia él con la calma que precede a la tormenta. A su paso, la hierba prendía en llamas. Sacó un sai, que empezó también a arder inmediatamente. Vio al hombre tragar saliva, consciente de en donde se había metido, pero no iba a escapar. Hizo que le desease y aunque en sus ojos todavía había terror, sus pies se movían solos hacia el súcubo. Cuando llegó a su lado, no titubeó y le clavó el arma en el corazón. Se quedó a centímetros de su cara, mirándole mientras se agotaban los últimos segundos de su vida.
-Te has metido con el hombre equivocado.
Lo sentía por Prometeo, sabía que habían hecho un trato, pero tenía límites. Desencajó su sai del pecho del hombre y se giró hacia Gabi para asegurarse de que estaba bien. Una vez lo comprobara, saldría corriendo para ayudar al otro revolucionario. Se unió a la pela con ferocidad un tanto descarnada. Quería desahogarse y aunque esta vez no mató a nadie, sus heridas fueron algo más graves de lo estrictamente necesario. Pero el tiempo pasaba y seguían saliendo de todas partes. En el último momento, oyeron un grito y de entre el bosque salió el equipo de Prometeo. Con ayuda de los pares de manos extra, fueron capaces de darle la vuelta a la pelea y terminar de apresarlos a todos. Agotada, la morena se dejó caer en la hierba. Ugh, le dolía la cabeza.
-¿Son así todos los días en la Revolución? ¿Cómo leñes seguís vivos?
Prometeo estaba luchando con uñas y dientes y aunque la pila de hombres vencidos se iba haciendo más y más grande parecía que siempre había más para tomar el lugar de los caídos. Iba a ir a ayudarle cuando escuchó un ruido que le hizo girarse de golpe. Gabi estaba en el suelo, a unos diez metros de donde ella se encontraba. Vio la sangre en su mejilla y por un momento su corazón se saltó un latido, pero segundos después le vio incorporarse y el miedo fue sustituido por ira. Sentía el cabreo latir debajo de su piel, aguardando a que hiciera algo al respecto. Habían herido a Gabi, le habían golpeado y había terminado en el suelo. No iba a tolerarlo. Todos tenían peleas que no podían ganar, era ley de vida.
Pero eso no quería decir que el atacante fuera a salir impune.
Bajó la mirada mientras pasaba a su forma completa. Aleteó un par de veces y centró la vista en el hombre que había golpeado al revolucionario. Empezó a caminar hacia él con la calma que precede a la tormenta. A su paso, la hierba prendía en llamas. Sacó un sai, que empezó también a arder inmediatamente. Vio al hombre tragar saliva, consciente de en donde se había metido, pero no iba a escapar. Hizo que le desease y aunque en sus ojos todavía había terror, sus pies se movían solos hacia el súcubo. Cuando llegó a su lado, no titubeó y le clavó el arma en el corazón. Se quedó a centímetros de su cara, mirándole mientras se agotaban los últimos segundos de su vida.
-Te has metido con el hombre equivocado.
Lo sentía por Prometeo, sabía que habían hecho un trato, pero tenía límites. Desencajó su sai del pecho del hombre y se giró hacia Gabi para asegurarse de que estaba bien. Una vez lo comprobara, saldría corriendo para ayudar al otro revolucionario. Se unió a la pela con ferocidad un tanto descarnada. Quería desahogarse y aunque esta vez no mató a nadie, sus heridas fueron algo más graves de lo estrictamente necesario. Pero el tiempo pasaba y seguían saliendo de todas partes. En el último momento, oyeron un grito y de entre el bosque salió el equipo de Prometeo. Con ayuda de los pares de manos extra, fueron capaces de darle la vuelta a la pelea y terminar de apresarlos a todos. Agotada, la morena se dejó caer en la hierba. Ugh, le dolía la cabeza.
-¿Son así todos los días en la Revolución? ¿Cómo leñes seguís vivos?
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Poco a poco, los hombres de Prometeo van asegurando a los leñadores. Lo cierto es que han llegado en buen momento. Ella se dirige nuevamente hacia la rata enorme y se sienta a su lado. Sigue atada, pero va a ser bastante difícil transportarla si sigue en esa forma, por lo que su objetivo ahora es conseguir que vuelva a su forma humana. Solo hay un problema.
-¡No quiero!
-¿Pero por qué? Ya habéis perdido, se acabó el trabajo. No hay más que hacerle.
-Si vuelvo a ser humano todos se reirán de mi nariz otra vez. ¡Y no me da la gana!
Lysbeth suspiró. Todavía estaba mosqueada por lo que había sucedido con Gabi y no tenía ganas de aguantar a un imbécil arruinándole el día. Se levantó y le dio un par de patadas en el costado.
-¡Qué cambies he dicho!
-¡QUE NO ME DA LA GANA!
Maldita sea. Miró a su alrededor buscando a Prometeo. Él estaba hablando con la rata antes de que llegaran, ¿no? Seguro que él sabía cómo deshacer el entuerto.
-¡No quiero!
-¿Pero por qué? Ya habéis perdido, se acabó el trabajo. No hay más que hacerle.
-Si vuelvo a ser humano todos se reirán de mi nariz otra vez. ¡Y no me da la gana!
Lysbeth suspiró. Todavía estaba mosqueada por lo que había sucedido con Gabi y no tenía ganas de aguantar a un imbécil arruinándole el día. Se levantó y le dio un par de patadas en el costado.
-¡Qué cambies he dicho!
-¡QUE NO ME DA LA GANA!
Maldita sea. Miró a su alrededor buscando a Prometeo. Él estaba hablando con la rata antes de que llegaran, ¿no? Seguro que él sabía cómo deshacer el entuerto.
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La habilidad de un luchador carecía de importancia en la aleatoriedad del campo de batalla. Sus llamas azules brillaban en un último aliento y sus puños encontraban una y otra vez los cuerpos de los mercenarios que luchaban sin descanso. Una bala penetró en su hombro. Prometeo gimió de dolor y entonces un mazo le golpeó la rodilla, haciéndole caer. Recibió un fuerte puñetazo en la cara que lo envió al suelo. Quizás por instinto, tal vez por fuerza de voluntad, quién sabe, pero lo importante es que logró incorporarse. Las heridas cada vez tardaban más en cerrarse y el mundo frente a sus ojos se nublaba hasta el punto de casi no poder reconocer las figuras, pero sentía las presencias de los humanos.
En su rostro se dibujó la más pura expresión del esfuerzo y, como nunca antes, rugió cual bestia para animarse a continuar peleando. Esquivó torpemente el mazo del hombre y contraatacó con una patada baja. El golpe al tobillo desestabilizó a su oponente y acabó con él dándole un puño de palma abierta en la boca del estómago, dejándole sin respiración ni consciencia. Alzó la mirada con los hombros caídos, un ojo cerrado por culpa de la sangre que manaba desde su cabeza y respirando agitadamente. Estaba alcanzando sus límites, no obstante, aún era demasiado pronto para irse a dormir.
Una voz de peligro, un susurro que recorrió su espalda baja, le hizo girarse y a diez metros vio a Gabi batirse a muerte con un mercenario. Todo fue demasiado rápido… La señorita Lysbeth, su arma, el asesinato del hombre… El calor de la batalla le obligó a permanecer con los pies en la tierra, al menos dentro de lo que su cansado cuerpo le permitía. Giró y combatió con un enorme mastodonte de casi su altura. De no ser por la extraordinaria fuerza y la sobrehumana habilidad de la pirata hubiera caído tras intercambiar pocos golpes con la mole de músculo.
—Gracias… Me has… salvado… —le dijo entre gemidos de cansancio, dejando escapar nubes de vapor por su boca.
El combate continuó durante varios minutos, pero este tomó otro rumbo cuando las fuerzas aliadas de la Revolución aparecieron armadas entre los árboles. Dispararon sus fusiles, cargaron con fuerza y empuñaron sus espadas liderados por Nick. Si bien no hubo bajas, unos pocos mercenarios necesitarían cuidados intensos para sobrevivir. El rugido del acero chocar entre sí, los zumbidos de las balas surcando el cielo, los gritos eufóricos… Era el caótico compás de la batalla, una tétrica melodía que no escuchaba hacía tiempo. Y ojalá no volviese a oírla de nuevo.
Cuando la batalla finalmente terminó se desplomó como un saco de papas sobre la hierba helada, estando tan cansado que ni siquiera sintió el cansancio producto de la caída. El pecho le ardía como si sus pulmones estuviesen ardiendo por dentro, sentía los músculos desgarrados y, si no fuera por sus llamas mágicas, ni siquiera estaría consciente.
—Señorita Lysbeth… Gracias por haber salvado a Gabi… —le agradeció desde su lugar, esperando que la distancia no fuese impedimento para escucharle. ¿Había matado a un hombre? Sí, lo había hecho, pero si hubiera actuado de otra manera ahora estaría lamentando la pérdida de un compañero. Y su lado racional, esa parte de sí mismo que pertenecía a una máquina configurada para solo cumplir órdenes, decía que había hecho lo correcto. Sin embargo, por dentro su humanidad lloraba cántaros rogando que algún día no hubiese conflicto.
Se puso de pie gracias a la ayuda de Nick y entonces caminó hacia el hombre-rata con cierto recelo. Aún estaba transformado en esa… bestia. Era enorme, olía mal y tenía unos dientes muy feos. En serio odiaba que le molestasen por su nariz…
—Señor Abel, nunca me reí de su nariz… ¿Cómo podría hacerlo? No tiene nada de malo —le mencionó débilmente—. Frente a mí siempre estuvo un hombre amable… Si se viese de la manera que yo lo veo, sentiría orgullo, eso lo sé…
Los mercenarios apañaron las palabras de Prometeo, gritándole que no había nada de malo en él, que solo eran cuentos suyos. Y entre tantas palabras de ánimo acabó volviendo a su forma humana. Los revolucionarios, por otra parte, apresaron a los mercenarios y de los leñadores furtivos ya se encargaría la gente de Murynos. El homúnculo estaba tan agotado que, justo después de sus palabras, perdió el conocimiento.
En su rostro se dibujó la más pura expresión del esfuerzo y, como nunca antes, rugió cual bestia para animarse a continuar peleando. Esquivó torpemente el mazo del hombre y contraatacó con una patada baja. El golpe al tobillo desestabilizó a su oponente y acabó con él dándole un puño de palma abierta en la boca del estómago, dejándole sin respiración ni consciencia. Alzó la mirada con los hombros caídos, un ojo cerrado por culpa de la sangre que manaba desde su cabeza y respirando agitadamente. Estaba alcanzando sus límites, no obstante, aún era demasiado pronto para irse a dormir.
Una voz de peligro, un susurro que recorrió su espalda baja, le hizo girarse y a diez metros vio a Gabi batirse a muerte con un mercenario. Todo fue demasiado rápido… La señorita Lysbeth, su arma, el asesinato del hombre… El calor de la batalla le obligó a permanecer con los pies en la tierra, al menos dentro de lo que su cansado cuerpo le permitía. Giró y combatió con un enorme mastodonte de casi su altura. De no ser por la extraordinaria fuerza y la sobrehumana habilidad de la pirata hubiera caído tras intercambiar pocos golpes con la mole de músculo.
—Gracias… Me has… salvado… —le dijo entre gemidos de cansancio, dejando escapar nubes de vapor por su boca.
El combate continuó durante varios minutos, pero este tomó otro rumbo cuando las fuerzas aliadas de la Revolución aparecieron armadas entre los árboles. Dispararon sus fusiles, cargaron con fuerza y empuñaron sus espadas liderados por Nick. Si bien no hubo bajas, unos pocos mercenarios necesitarían cuidados intensos para sobrevivir. El rugido del acero chocar entre sí, los zumbidos de las balas surcando el cielo, los gritos eufóricos… Era el caótico compás de la batalla, una tétrica melodía que no escuchaba hacía tiempo. Y ojalá no volviese a oírla de nuevo.
Cuando la batalla finalmente terminó se desplomó como un saco de papas sobre la hierba helada, estando tan cansado que ni siquiera sintió el cansancio producto de la caída. El pecho le ardía como si sus pulmones estuviesen ardiendo por dentro, sentía los músculos desgarrados y, si no fuera por sus llamas mágicas, ni siquiera estaría consciente.
—Señorita Lysbeth… Gracias por haber salvado a Gabi… —le agradeció desde su lugar, esperando que la distancia no fuese impedimento para escucharle. ¿Había matado a un hombre? Sí, lo había hecho, pero si hubiera actuado de otra manera ahora estaría lamentando la pérdida de un compañero. Y su lado racional, esa parte de sí mismo que pertenecía a una máquina configurada para solo cumplir órdenes, decía que había hecho lo correcto. Sin embargo, por dentro su humanidad lloraba cántaros rogando que algún día no hubiese conflicto.
Se puso de pie gracias a la ayuda de Nick y entonces caminó hacia el hombre-rata con cierto recelo. Aún estaba transformado en esa… bestia. Era enorme, olía mal y tenía unos dientes muy feos. En serio odiaba que le molestasen por su nariz…
—Señor Abel, nunca me reí de su nariz… ¿Cómo podría hacerlo? No tiene nada de malo —le mencionó débilmente—. Frente a mí siempre estuvo un hombre amable… Si se viese de la manera que yo lo veo, sentiría orgullo, eso lo sé…
Los mercenarios apañaron las palabras de Prometeo, gritándole que no había nada de malo en él, que solo eran cuentos suyos. Y entre tantas palabras de ánimo acabó volviendo a su forma humana. Los revolucionarios, por otra parte, apresaron a los mercenarios y de los leñadores furtivos ya se encargaría la gente de Murynos. El homúnculo estaba tan agotado que, justo después de sus palabras, perdió el conocimiento.
Gabriel Von Wilhelm
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
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Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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Se levantó conforme todo a su alrededor empezaba a retomar algo de claridad. Parecía que todo estaba bastante más calmado... y que Lysbeth había acabado con el hombre de los puños, seguramente por haberle hecho daño al joven revolucionario. Se sintió mal, algo débil, pero... agradecido. Nunca nadie había actuado de esa manera por protegerle. Fue corriendo como pudo, intentando estabilizarse en los últimos retazos que le quedaban de su mareo, hacia su espada para cogerla del suelo y envainarla de nuevo. Todo el mundo parecía intentar animar al señor rata, afirmándole que nadie se metía con su nariz.
—¿Y qué si lo hacen? —aportó Gabi—. A mí nunca dejaron de incordiarme por como visto. Y siempre me dolió, todas y cada una de las veces. ¡Pero no paré de vestir como yo quería! ¡Ni me oculté bajo un disfraz de animal! ¿Qué más dará lo que digan de tu nariz?
Parecía que, entre todos, le habían convencido. Todo se había calmado y... ¿Los leñadores habían parado de introducirse en el bosque? No lo tenía muy claro, los últimos minutos habían sido un poco caóticos. Por suerte, consiguió coger el cuerpo de Prometeo mientras caía inconsciente, antes de que tocase el suelo. El chico tenía poca experiencia de médico, pero estaba empezando a meterse en el tema.
—Lyyyys —llamó mientras llevaba en brazos a aquel hombre más grande que él. La imagen ciertamente era cómica—. Muchas gracias por tu ayuda y por... defenderme. Llevaré al hermanito Prome con el resto para que lo podamos curar bien. ¡Soy médico! ¿Te lo había dicho ya? O bueno, estoy practicando para serlo... ¡Bueno! ¡Gracias otra vez, Lys! ¡Nos vemos!
Y entonces, llevó a Prometeo a donde había dicho. Aunque no pudo tratarle él, como quiso, pues sus superiores insistieron en que él mismo debería pasar por una revisión médica. ¿Si no le dejaban practicar como iba a convertirse en un gran médico algún día?
—¿Y qué si lo hacen? —aportó Gabi—. A mí nunca dejaron de incordiarme por como visto. Y siempre me dolió, todas y cada una de las veces. ¡Pero no paré de vestir como yo quería! ¡Ni me oculté bajo un disfraz de animal! ¿Qué más dará lo que digan de tu nariz?
Parecía que, entre todos, le habían convencido. Todo se había calmado y... ¿Los leñadores habían parado de introducirse en el bosque? No lo tenía muy claro, los últimos minutos habían sido un poco caóticos. Por suerte, consiguió coger el cuerpo de Prometeo mientras caía inconsciente, antes de que tocase el suelo. El chico tenía poca experiencia de médico, pero estaba empezando a meterse en el tema.
—Lyyyys —llamó mientras llevaba en brazos a aquel hombre más grande que él. La imagen ciertamente era cómica—. Muchas gracias por tu ayuda y por... defenderme. Llevaré al hermanito Prome con el resto para que lo podamos curar bien. ¡Soy médico! ¿Te lo había dicho ya? O bueno, estoy practicando para serlo... ¡Bueno! ¡Gracias otra vez, Lys! ¡Nos vemos!
Y entonces, llevó a Prometeo a donde había dicho. Aunque no pudo tratarle él, como quiso, pues sus superiores insistieron en que él mismo debería pasar por una revisión médica. ¿Si no le dejaban practicar como iba a convertirse en un gran médico algún día?
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