Strawberry fields forever [Privado-Lys]

Alguna gente podría pensar que regresar a este lugar es un acto de masoquismo. La isla del cielo, Raftel, donde el poderoso Claude von Appetit debía convertirse en Rey de los Piratas, había resultado ser una mentira. Skypeia, un simple pedazo de tierra en medio de las nubes, sin nada mucho más especial que gente con alas que nunca ha oído hablar de mí. Han pasado semanas desde que estuve aquí, buscando el One Piece, pero pensar en lo sucedido sigue doliéndome más que cualquier otra cosa que recuerde. Y no tengo ni mala memoria ni un buen pasado.

Desde ese momento, cada vez que escucho mi nombre en boca de otro siento un vuelco en el corazón, que se burlan de mí, que solo soy un bufón para los demás. Y estoy harto; harto de ser vilipendiado, vapuleado, vejado y maltratado. Cansado de Dark, y de todo en general. Tal vez por eso haya buscado el único lugar donde nadie me conoce: El único lugar donde me produce dolor estar. En el fondo es hasta poético, ¿verdad?

¿Y por qué vuelvo? No es que quiera, pero tengo la sensación de que me he dejado algo en este lugar. Me he internado en su jungla y hurgado por en medio de sus ruinas, pero no he visto la ciudad. No he probado su comida, ni hablado con sus gentes, ni en general he hecho nada aquí. Y si mi viaje no ha terminado... Si no ha terminado aún, Tengo que saber más de todo esto.

Es así que he robado un barco, he navegado las bravas aguas en la costa de Jaya, ascendido por el mar vertical y llegado hasta el mar blanco por donde ahora navego, en busca del túnel ascendente que me llevará hasta Skypeia. No es muy difícil encontrarlo, vaya, porque es como un agujero blanco en medio de un mar blanco y... Bueno, la verdad es que me cuesta cerca de tres horas entrar en el agujerito, pero lo hago, y subo hasta arriba tan rápido como solo este barco puede hacer: Escasamente. Pero subo, y termino llegando.

Vista por segunda vez, Skypeia es todavía más alucinante. Hay nubes sobre las que la gente camina, calles enteras y edificios hechos de nubes de textura más y menos espesa, desde algodones hasta ladrillos. ¡Y tejas! Aquí podría pasar una temporada sin bajar. O no volver. Es un lugar grande, podría forjar una nueva leyenda y, además... Bueno. Nadie se ríe de mí aquí.

Skypeia. Por más que sabía que era cierto, algo en su interior todavía se resistía a creer que un sitio así existía. Conocía los rumores, pero no a nadie que hubiera ido. Y aunque la información acerca de cómo llegar estaba integrada en el sistema de navegación de su barco, esta no era una aventura en la que quisiera embarcarse sola. Por lo menos para subir. Bajar no podía ser tan complicado, ¿verdad?

Por otro lado, tenía ganas de intentarlo y comprobarlo todo por sí misma. Era la siguiente isla en su ruta y no iba a saltársela sin más. No, estas cosas había que hacerlas bien. Tuvo que quedarse varios días en Jaya, sin embargo. Había decidido que necesitaba algo muy concreto para partir y no era algo que cayera de los árboles. Al final, no obstante, pudo encontrarlo. El pobre marinero no se tomó muy bien que se lo llevara a hombros hasta el Loreley, pero había dicho en la taberna que Skypeia era su siguiente objetivo así que de todas formas iba a llegar a dónde quería. Puede que no en su propio barco, pero seguro que no era para tanto.

Una vez montado y con un par de sonrisas encantadoras, fue capaz de convencerle de que manejara el Loreley hasta arriba. El viaje fue… exhilarante. El mar vertical le hizo abrir los ojos como platos. Puede que no fuera científica, pero no lo necesitaba para saber que eso no era muy normal. Y aún así, subían. Y subieron y subieron, hasta que se encontraron en otro mar, blanco hasta donde alcanzaba la vista.

Encontrar el túnel que les llevaría hasta la isla les costó un poco más, pero no tenía prisa: las vistas eran asombrosas. Al final, sin embargo, el pobre marinero secuestrado lo encontró y llegaron hasta Skypeia sin más problemas. Atracó su barco y dejó al hombre libre. Salió corriendo en seguida, no tenía muy claro a dónde pero ya no era cosa suya. Quería ir ahí, ¿no? El Loreley era mejor que la cascarita de nuez que seguramente tenía, no entendía de qué se quejaba.

Bajó a… ¿tierra? Tierra. Con cautela, miró a su alrededor y decidió dar un paseo intentando no quedarse mirando a la gente. Había conocido a gente con alitas antes, pero allí era la norma. Casi se sentía un poco fuera de lugar. Por lo demás, parecía una isla normal. Había tiendas, parques y fuentes. También una sorprendente abundancia de nubes, más tipos de las que sabía que existían, pero tenía sentido. Allí arriba, parecían el recurso ideal. En realidad, era un sitio muy apacible. Había hecho bien en venir.

De repente, entre la gente, descubrió a lo lejos una cabeza pelirroja. Siguiendo una corazonada se acercó y sonrió al descubrir que efectivamente, conocía al chico. Le puso la mano en el hombro y no dudó en saludarle. Ya era coincidencia.

-Menuda casualidad, ¿no? ¿Cómo tú por aquí?

Ni siquiera amarro el barco. Que se pierda me es indiferente a estas alturas, tan solo quiero quedarme aquí y cuando me canse... Bueno, no creo que me canse, más que nada porque no puedo bajar otra vez. Ya nadie me toma en serio, y he escuchado no pocas veces usar mi nombre como sinónimo de idiota. Demasiadas para contarlas, y tal vez ni siquiera haya cambiado en ningún momento; tal vez siempre he sido un bufón, solo que ahora soy consciente de ello.

Quizá es por eso que no quiero volver abajo, o quizá sea porque tampoco tengo ganas de seguir viviendo. En algún momento todo volverá, estoy seguro, pero en estos momentos no puedo estar ahí abajo. Tan cerca del dolor, tan sin demostrar que se equivocan... Solo no quiero que todo el mundo me conozca como la diversión de Dark Satou, o el fantoche de las tabernas. He hecho cosas increíbles, y si bien antes podía soportar que no me creyesen es algo que ahora necesito fervorosamente. Poder demostrar quién soy, poder decirlo en voz alta y caminar por la calle sin escuchar los comentarios burlones o malintencionados... Pero no hay manera.

Avanzo por una calle de nubes de color blanco algodón, impolutas como todo a mi alrededor. No hay mucha gente, pero igualmente parece que todo rebosa vida y escucho a los vendedores ofrecer almendras garrapiñadas y tejidos de nube. También joyas, y una cosa a la que llaman "vearth" y no logro entender qué demonios puede ser: Para mí no es más que tierra; algo así no puede ser tan valioso como lo intentan hacer ver, seguro.

Estoy a punto de entrar en un local cuando algo toca mi hombro.  Me asusto, pero más me asusto cuando al doblar el gesto, sobresaltado, veo a Lysbeth a mí espalda. Intento saludar, pero un balbuceo estúpido amenaza con salir, y me callo mientras mis ojos se abren como platos. ¿También ella viene a reírse de mí? Sin duda Dark debe haberle dicho algo.

Antes de darme cuenta he salido corriendo. Evito chocarme con nadie, no puedo permitírmelo. ¿Por qué me siguen atormentando? ¿No ven que no quiero seguir con eso? ¿No pueden dejar de perseguirme? No lloro, aunque me gustaría llorar, pero simplemente no tengo fuerzas, y corro. Corro hasta que me puedo perder en un callejón, y me refugio entre un par de contenedores. No quiero que esto pase. No puedo...

De todas las reacciones posibles, esa no se la esperaba. Por un momento dudó, ¿se habría equivocado de persona? Pero ¿por qué huiría así un extraño de ella? Vale que tenía recompensa y esas cosas, pero no creía que allí arriba en el culo del mundo hubiera carteles de la marina. El resto de la gente parecía ignorarla tranquilamente. Pero no, no tenía alitas y ese pelo rojo era completamente inconfundible. Lo que no lo era tanto era su expresión. ¿Se había asustado? ¿de ella? Hizo memoria, pero juraría que la última vez que se habían encontrado habían quedado en buenos términos.

Le persiguió, por supuesto. Vaciló unos segundos, pero al final echó a correr por donde había desaparecido. Le costó un poco seguirle el rastro, pero acabó por divisarle a lo lejos, entre un par de contenedores. Se paró a la entrada del callejón, confusa. Claramente no estaba bien, algo estaba pasando y si él, de entre todos, había decidido que tenía que ocultarse entre contenedores, es que era algo grave. Demonios, ¿le perseguiría alguien? ¿por eso había acabado en ese lugar recóndito? Ah no, eso sí que no. Rajaría un par de gargantas antes de dejar que alguien le aterrorizase así. Más decidida, se internó en la oscuridad del callejón.

Respiró hondo un par de veces, antes de agacharse y dedicarle una pequeña sonrisa. Efectivamente, era el pollo, no se había equivocado. Tenía que escoger bien sus próximas palabras, era consciente. Fuera lo que fuera lo que le había pasado, no podría ayudarle si no se lo decía. Bueno, podría seguirle a todas partes hasta que apareciera la amenaza y cargársela, pero intuía que eso no se lo tomaría del todo bien. Y no podía culparle.

-Ey… me alegro de verte. ¿Tú también has venido por el parque de atracciones? He oído que el de aquí es uno entre un millón.

Su sonrisa era sincera, pero se le notaba que estaba preocupada y al final no pudo seguir haciendo como si no sucediera nada. Claramente Claude estaba asustado por algo y no creía que distraerle fuera a ayudar. Mirándole a los ojos, le ofreció una mano:

-Te invito a un chocolate. O a lo que te apetezca. Pero salgamos de aquí, el aroma a basura no nos favorece a gente tan fabulosa como tú y como yo. ¿Okay?

Agachado entre contenedores apestosos como un chucho asustado. Esto es denigrante, y me siento francamente mal por tener que hacerlo, pero no puedo enfrentarme a sus burlas. A las de los demás ya se me hace titánico, pero las suyas... Totalmente imposible. Que sé que ella no es así, pero también sabía que Dark lo era y mira cómo ha acabado todo. No, que no. Lys hasta ahora no me ha fallado, pero en cualquier momento podría darme una puñalada y... Encima sabe mi secreto. Si quiere puede destruirme en cualquier momento, acabar conmigo, contárselo al mundo, hacer que nunca más pueda salir de un agujero. Tiene un poder sobre mí que no sé ni por qué le he dado. Ha usado sus poderes sobre mí, me ha usado como conejillo de indias para sus experimentos y atraerme.... No, tampoco tanto. Eso fue por pura confianza, no tuvo que ver. Al menos, no fuera de Jaya.

De todos modos que quiera o no verla es irrelevante, porque se planta delante de mí ni corta ni perezosa, con esa sonrisa sempiterna, agachada frente a mí. Algo en mi interior se retuerce por un momento, pero mi corazón da un vuelco cuando me pregunta por un parque de atracciones. ¿Es su forma de decir que soy una atracción para ella? ¡Pasen y vean al fabuloso basilisco de Thesalia, el mayor crédulo de los siete mares! Claro que es uno entre un millón, y entre más también. Soy único. Pero eso no justifica que venga a reírse de mí. Pero... ¿Por qué haría eso? ¿Qué gana con eso? Sé que ella mata, pero compararla con Dark tal vez sea... ¡No! Por confiar en alguien, por haber recuperado la confianza con una sola persona, ¡una! Estoy en esta situación. Pero debería darle un mínimo de crédito por cómo me ha ayudado con el Hamon, o nuestras aventuras en Marineford... Ella ha tenido la oportunidad de traicionarme y no lo ha hecho. ¿Es solo un plan para asestarme la puñalada final? Hay que tener mucho ego para pensar que se hayan puesto de acuerdo Lys y Dark en joderme, pero... Es que Dark es tan maquiavélico... La pregunta ya no es, en cualquier caso, si Lys lo haría, sino si yo podría soportar que lo hiciese. Y lo dudo mucho.

- Me gusta este olor.

Tuerzo el gesto. No, claro que no me gusta, pero tampoco sé cómo hacer que me deje. Rechazo su mano con cierta educación, tratando de apartarla con un par de dedos sin tocarla demasiado. Tampoco quiero alargar demasiado este contacto, incómodo, y me ovillo un poco más dejando mi frente sobre las rodillas, anudando mis piernas con ambas manos. ¿Qué demonios me ha pasado? ¿Por qué estoy así?

- Solo quiero poder vivir -musito. No sé por qué lo digo. No sé si estoy pidiendo socorro, o si simplemente le estoy solicitando que se marche. Pero lo he dicho, esperando que no lo escuche. Pero ojalá lo oiga.

Estuvo muy cerca, pero logró no poner los ojos en blanco. En lugar de eso, le dedicó una mirada bastante particular. Los dos sabían que eso que acababa de decir era una estupidez. Demonios, que olía a pescado rancio en salsa de aceitunas pochas. ¡Era demasiado específico y asqueroso, a nadie iba a gustarle! Y sabía que le gustaba cocinar, así que él debería estarlo sufriendo aún más. Creía. En realidad todo lo que tenía que ver con la cocina era poco más que un misterio para ella. Menos el microondas de su barco, su fiel amigo y compañero en todos sus antojos.

Escuchó la segunda frase casi por casualidad, porque fue dicha con poco más que un hilo de voz. Se clavó en lo más hondo de su mente, sin embargo, y en ese mismo instante supo exactamente lo que tenía que hacer. Suspiró hondo y miró al suelo ella también, pidiéndole perdón en silencio por lo que iba a hacer. Había intentado apartar su mano y por cómo lo había hecho tenía bastante claro que no le apetecía que le tocaran, pero maldita sea si no iba a sacarle de ese callejón. Lo había intentado por las buenas, pero dado que no era capaz de salir del trance tocaba echar mano de otros recursos.

Tan solo esperaba no estar metiendo la pata.

Rápida como una serpiente, le agarró por la espalda y bajo las rodillas y se puso en pie llevándoselo en brazos con toda la calma del mundo. Sin decir nada, salió del callejón y dio un par de vueltas hasta que encontró lo que buscaba y le dejó caer en una enorme fuente. No lo hizo de golpe, no quería hacerle daño, pero sí dejó que el agua saltara por todas partes y le empapara. Antes de que pudiera responder, dio un salto y se metió en el agua ella también. A su lado, espalda contra espalda. Si quería salir corriendo otra vez tampoco podía impedírselo, pero por lo menos esta vez tendría una razón. No muy buena, la ropa seca, pero desde luego era mejor que huir sin decir nada.

-Si quieres vivir, vive. Te lo prometo, nadie te lo impide. Y si alguien lo intenta, nos encargaremos de que esa persona entienda y pague por lo que haya hecho.

No podía descartar todavía que alguien le estuviera persiguiendo. Y por lo que había dicho, esa teoría cobraba fuerza a cada segundo. Pero todo lo que podía hacer era estar ahí y tratar de sacarle del shock para empezar a hacer algo al respecto. Si el agua fría no lo hacía, no tenía muy claro qué hacer a continuación. Lo que sí sabía era que no quería dejarle solo, así que no lo haría.

Me levanta entre los brazos como si no le costase ningún esfuerzo. Me siento pequeño y desvalido, estúpidamente ligero, extremadamente fácil de derribar. Agacho más la cabeza, si es que eso es posible, esquivando la mirada de gente que observa el dantesco espectáculo que estamos protagonizando. Ya no voy a poder estar tranquilo ni siquiera aquí, todos me van a conocer, todos van a reírse de este ridículo. ¿Por qué demonios me estoy dejando?

Porque es ella.

Tal vez si otra persona hubiese venido a por mí habría corrido más. ¿Por qué no lo he hecho? Ella nunca se ha portado mal conmigo, ni siquiera en Jaya. Me ha tratado con amabilidad, ha entrenado conmigo sin reírse de mí, me ha aceptado como a un igual... No ha usado un cuchillo de mantequilla para evidenciar nuestras diferencias; en su lugar ha curado mis heridas y ha escuchado mis miedos. Tampoco se ha aprovechado de ellos, y ahora... Ahora... No. No. No no no. ¡No!

- ¡¿Pero se puede saber qué te pasa?! -grito cuando me suelta en una fuente de agua helada-. ¿Es que quieres matarme?

No, claro que no quiere. Me deja callado por unos segundos saltando al agua tras de mí, apoyando espalda contra espalda sin decir nada hasta que el silencio nos envuelve y el alboroto comienza a formarse entre los curiosos que caminan por las calles. No sé por qué, pero no me molestan. No porque no se rían algunos, sino porque ella está aquí, espalda contra espalda, esperando para hablar a que termine de calmarme.

- No puedes acabar con el mundo -contesto, más deprimido que nervioso. Siento el frío, también los chorros que por momento caen con fuerza sobre mi espalda-. Lo ha arruinado todo... Todo.

Agacho la cabeza de nuevo. La venganza no va a arreglar nada. Ni siquiera frenará las voces que gritan el ridículo que hice aquí arriba. Por culpa de Dark todo el mundo me señala con el dedo, riéndose, como si fuese mejor que yo. ¿Y si lo son? ¿Por qué tienen que reírse si no lo son? No quiero que se rían de mí siempre, no quiero ser un payaso.

- ¿Cómo voy a poder vivir si todo el mundo me señala como a un mal espectáculo? -Me recuesto contra ella, dejando que mi nuca caiga sobre su hombro-. ¿Cómo vivirías si a cada paso que das alguien se riese de ti?

-¿Eso es un reto? – Alza una ceja, pero sabe que no lo dice por eso. No sabe qué le ha ocurrido para sentir que todo el mundo es su enemigo, pero por lo menos eso echa por tierra su teoría de que alguien quiera cargárselo. Suspira, un tanto aliviada. Sin embargo, sí que habla de alguien. Alguien que lo ha arruinado todo y por un momento se pregunta si cargarse a esa persona de verdad no está entre sus opciones. Pero sigue hablando y Lysbeth comienza a entender el problema, o por lo menos una parte.

Nota que se recuesta sobre ella y sonríe, aunque él no puede verlo. Le imita y medita sus palabras por un momento.

-Supongo que tendría dos opciones. Ignorarlo o aprovecharlo.

Miró a su alrededor, sin mover mucho el cuello para que el pelirrojo no se cayera. En algo tenía razón, les estaban mirando. No había demasiada gente, pero era cierto que se había formado un pequeño corrillo de curiosos. Y, ciertamente, algunos sonreían, aunque tampoco era como si les estuvieran apuntando con el dedo. Además, estaban empapados en una fuente, no podía culparlos. No, definitivamente el pollo estaba imaginando cosas. Alguien le había metido ese miedo y aunque tenía ganas de encontrarlo y decirle un par de cosas lo primero era quitarle la tontería al chico.

-Digamos que tienes razón. Que la gente se ríe de ti. ¿De verdad crees que lo harán por siempre? Haría falta que alguien fuera a posta, isla a isla, recordando lo que sea que haya sucedido una y otra vez. Y aún con eso, te garantizo que al cabo de un tiempo la gente estaría más irritada por esa persona que divertida con el cuento. Creo sinceramente que te estás castigando sin motivo. La gente es cruel, sí, pero también perezosa. Si de verdad se rieran de ti allí a donde fueras, te garantizo que tendría mérito.

Suspiró una última vez y se golpeó las rodillas con las manos, avisando de que iba a levantarse. Se incorporó con cuidado para no resbalar y se giró hacia el pollo con las manos en las caderas y una pequeña sonrisa en la cara.

-Por supuesto, siempre está la otra opción. Como podrás comprobar, estamos empapados y en el medio de una fuente. Tenemos la atención de toda esta buena gente. ¿Vamos a quedarnos quietos o vamos a darles un espectáculo que sí sea digno de recordar?

Se subió de un salto al borde de la fuente e hizo un amplio gesto con la mano, invitándoles a acercarse. Luego regresó al agua y le pasó la mano por los hombros al pollo, guiñándole un ojo.

-¡Acercáos! ¡No temáis! Si queréis algo que observar, os contaremos una buena historia. ¡Os contaremos la Grandiosa Cruzada que emprendieron el Basilisco de Thesalia y Lysbeth Ardian, los mejores piratas de los siete mares, hasta llegar a lo más alto de la más alta torre de Marineford!

Poco a poco se iba uniendo más gente. Esperaba no haberse equivocado. Pero eh, era una historia muy real y de repente todos los que tenían delante parecían más emocionados que divertidos. Incluso tenían un par de niños con alitas enanas sentados frente a la fuente, aguardando a oír su gloriosa cruzada. Le sonrió al pollo, tratando de darle confianza. En realidad, si era sincera, de los dos a él se le daban mucho mejor estas cosas.

- ¿Y si no pudiera ignorarlo?

No sé si lo que dice Lys tiene sentido. Tal vez lo tenga, pero que lo diga por animarme levanta mis sospechas. ¿Por qué iba a decirme la verdad si esta solo me va a traer dolor? Va a decirme lo que quiera oír si con eso consigue que sonría, y aunque esa idea me hace sonreír no puedo evitar seguir pensando que nada tiene ningún sentido. No puedo aprovecharme de ello, ¿cómo podría? Ahora todo el mundo me conoce como un exagerado que vive ajeno a la realidad, en su propia fantasía. Por culpa de ese hombre, se ha roto la magia detrás de cada historia. Ha destrozado el telón hasta que las bambalinas son demasiado visibles.

Sin embargo, su último comentario me hace reír.

- No es momento de pensar en eso.

Pero ella no piensa en eso. Pega un salto hasta lo más alto de la fuente, una especie de mero alargado con labios extraordinariamente prominentes y un par de alas. No tengo muy claro a quién se le ha ocurrido el concepto. Pero parece ser alguna clase de artista abstracto con un pensamiento lateral muy desarrollado, porque de otra manera no lo entiendo. Además, ¿quién pagaría por un maldito mero besucón? Espera, acabo de entenderlo. ¡Es un mero besucón! Al final parece tener más sentido del que en origen ostentaba, e incluso un poco de gracia.

Pero de vuelta a la tierra, Lys ha hecho que todo el mundo nos mire con expectación y curiosidad. Escucho a mucha gente preguntar qué es "Marineford", y otros señalan nuestra acusada ausencia de alas con el dedo. Siento vergüenza por unos momentos; sufro sus miradas clavadas en mí... Pero me levanto, con la vista clavada en el suelo. Luego dirijo la mirada a la morena, con un rictus solemne en el rostro.

- Sí, eso es... -digo, sin apartar la cara de ella, en voz baja-. Acercaos todos, y escuchad la última aventura que vivieron los Fancy Cock Pirates... Antes de disolverse.

Me giro hacia nuestro público. Dos niños nos observan, ilusionados, mientras esperan a que la aventura comience. Y empieza con, como debe ser, una introducción:

- ¿Sabéis lo que es Marineford? El edificio más grande del mar azul, tan alto que su sombra abarca de una isla a otra. Además es seguro -explico-. Tan seguro que para adentrarte en él debes superar una amplia barrera de miles de fusiles y cañones apuntándote; arrastrarte por entre los campos de trampas, llenos de hiedra venenosa y alambre de espino y, además, si logras llegar, te esperan los hombres más fuertes que jamás han decidido alistarse en la Marina.

Empiezo a contar nuestra historia. Con emoción, con garbo, con todo lo que una buena historia debe tener. Sí, un poco maquillada, Lys y yo nunca nos hemos dado un beso, pero toda historia necesita un romance... Al menos, toda historia que merezca la pena ser recordada.

- Pero nuestros caminos se separaron por siempre -termino diciendo, mientras hago una reverencia- cuando el traidor llegó. Pero eso, amigos, es otra historia.

Salgo de la fuente, un poco más animado, y espero por Lys.

- Eso es trampa -le digo, fingiendo enfado.

No puedo enfadarme con ella.

No pudo evitarlo, le cogió por sorpresa. Por un momento, su expresión solemne y orgullosa se vio sustituida por asombro. ¿Disueltos, en serio? Recordaba todas las veces que se había vanagloriado de los poderosos Fancy Cock Pirates, y no habían sido pocas. Incluso le había dicho que era la subcapitana. Que no tuviera ni el más mínimo interés en formar parte de esa banda era completamente irrelevante, ¿de verdad había llegado a su fin?

Volvió a plantar una sonrisa en su rostro; les estaban mirando y la gente quería una historia. Ya indagaría en eso más tarde. En realidad no tuvo mucho que hacer, o más bien ya había hecho lo importante: darle cuerda al pollo. Él le hizo más que justicia a su pequeña aventura, incluso adornándola para hacerla todavía más increíble. Lo cierto es que recordarla le puso de muy buen humor e incluso con los aderezos había que reconocer que habían sido un par de inconscientes que habían escapado por los pelos. Desde luego era una historia digna de ser contada.

Le costó mucho no reírse cuando llegó la parte del romance. Justo delante de ella había lo que parecía dos adolescentes con alitas, dos niñas idénticas… en su mayor parte, porque mientras una miraba al pollo con expresión embelesada, la otra estaba claramente juzgándola a ella por sus supuestas elecciones amorosas. No pudo si no encogerse de hombros, ni negándolo ni afirmándolo. Estaban en Skypeia, al fin y al cabo. Esa historia no llegaría muy lejos y de todas formas quería darle el momento al chico. Que contara lo que le apeteciera, por una vez. Solo una.

Disfrutó bastante la narración, pero como todo, llegó a su final. Un niño de la fila preguntó que cómo era que estaban juntos si se habían separado y Lys se agachó a su lado con una pequeña sonrisa.

-Ya le has oído, eso es una historia para otro día. Si te portas bien, claro.

El traidor… tenía que encontrar la forma de averiguar qué había sucedido, pero no era el momento. Ahora ambos estaban de buen humor y no tenía ganas de arruinarlo. Se acercó a él contenta de que todo hubiera salido bien y cuando le dijo que había hecho trampas volvió a encogerse de hombros.

-No puedes esperar que juegue limpio si te veo así. En cualquier caso, mi invitación sigue en pie. Además… deberíamos buscar algo de ropa para cambiarnos.

Todavía estaban un poco empapados y aunque podría quitarse la ropa y ponerse un conjunto ilusorio, la idea de ir desnuda en una ciudad de nubes desconocida no le atraía. Comenzaron a caminar y sin darse cuenta, llegaron a las afueras del lugar. Lys señaló a un cartel de madera, ya tramando un plan bastante apetecible.

-Mira, una granja de fresas. ¿Qué me dices a algo de ropa limpia y fruta fresca?

Alguien debía de vivir por fuerza en la granja, seguro que podían sustraer algo de ropa y comida sin que nadie lo notara. Y después tirarse al sol a comer fresas en esas nubes esponjosas… saltó la verja solo de pensarlo, qué ganas.

No respondo. Ya ha admitido que ha hecho trampas, pero en el fondo me hace feliz que se moleste en buscar formas de alegrarme. Por otro lado, la oferta de Lys es tentadora, y aunque yo tengo mi propia ropa -de hecho, creo que tenemos más o menos la misma talla- no comento nada. Solo vuelvo hasta los contenedores y recupero mis bolsas que, por suerte, nadie ha tenido a bien robarme todavía. Tras ello, voy a paso ligero detrás de ella intentando fingir que no se le marca absolutamente todo en la ropa mojada. Aunque, por otro lado, siempre va tan ajustada que ya debería haberme acostumbrado.

Termino poniéndome a su altura, pero sigo la ruta que ha establecido. Es como si conociese ya el lugar, lo cual tampoco es muy descabellado teniendo en cuenta quién es, pero al mismo tiempo parece estar aquí por primera vez. Incluso cuando se sorprende, al final de un buen rato caminando, de que haya una granja de fresas aquí arriba. Bueno, siendo sinceros, yo también me sorprendo. No sabía que se podían cultivar fresas en una nube, pero para ser sinceros tampoco habría imaginado que un mar se podía navegar en vertical ni que una nube podría navegarse. Siendo sinceros, que una nube pueda pisarse me resulta más extraño todavía, y ya ni digamos que una sociedad se haya establecido sobre ella. De hecho, que se pueda cultivar es casi lo más normal teniendo en cuenta todo lo demás. Pero no nos desviemos del tema: Fresas.

- Las fresas están bien, pero igual podemos rapiñar algo más -repongo, planteándome un asalto un poco más agresivo de las reservas de la granja. Seguro que en algún lado tienen nata, chocolate, frutos secos... E incluso tal vez tengan una cocina y una buena despensa de la que aprovecharme-. ¿Por qué conformarnos con robar fruta?

Total, si el plan ya pasa por robar ropa tendremos que allanar una propiedad, y ya puestos a allanar una propiedad... Al menos que merezca la pena.

Salto la valla con decisión y me encamino hacia una vivienda de dos plantas relativamente grande, construida de madera y nube de gran calidad -o al menos, lo que parece una nube de mayor calidad que el resto-, con adornos en piedra y diversos tallados. Es bonito, aunque da la sensación de que en el lugar vive un terrateniente. ¿O al ser aquí arriba es un nubeteniente? La gramática estúpida siempre me puede, así que me río un poco en voz baja para no tener que explicarlo y busco la forma de entrar, rondando las ventanas.

- ¿Cómo entramos aquí? -pregunto a Lys que, seguramente, sepa más de colarse en sitios que yo. Por lo menos, sin romper nada antes.

En realidad, Lysbeth no tiene ni idea de dónde se encuentra, pero el lugar le parece tan bonito y está de tan buen humor que sus pies se mueven solos. Cuando ambos saltan la valla asiente con ilusión al plan del pollo. Recuerda que al contrario que ella, él si sabe cocinar y seguro que en una granja hay cosas de sobras para que haga algo rico para ambos.

Caminan otro poco y llegan a una gran casa de dos pisos, hecha de madera y… ¿nube? Era una bonita combinación, aunque bastante extraña. Podía ver a lo lejos los campos de fresas, plantadas también nube. Los tallos salían de forma más o menos retorcida e inundaban el colchón blanco de motas verdes y rojas. Era precioso y quería investigarlos, la mejor fruta siempre era la recién arrancada de la planta, pero de momento tenía otras prioridades. Como quitarse el sujetador, por ejemplo. ¿En qué momento se le había ocurrido coger uno de aros? No era como si lo necesitase y mojado como estaba comenzaba a pesar. Hacía una bonita forma con la camisa, pero desde luego no valía la pena. Ugh.

En cualquier caso, lo primero que tenían que hacer era entrar. Le echaron un vistazo a las ventanas, pero todas las de la planta baja estaban cerradas. Arriba, sin embargo, había una entornada. Se planteó por un momento decirle al pollo que se subiera a caballito, pero pensándolo mejor no había necesidad.

-Dame un segundo.

Sacó sus alas y de un par de aleteos llegó hasta la ventana y se coló por ella. Aterrizó en lo que parecía el cuarto de… ¿una adolescente? Cama con dosel, paredes rosas y un poster de una boyband llamada The bad unicorns. Sí. Adolescente, sin duda. Abrió el armario y tras revisar un poco, pilló lo primero que encontró. Camisa blanca de manga corta y un peto vaquero. Quedaba algo ajustado, pero dejó caer la parte de arriba y soltó un par de botones para estar más cómoda. El sujetador a la porra, por supuesto. Y a la basura también. Se colocó uno ilusorio y se apresuró a bajar y abrirle la puerta al pollo con una sonrisa.

-Perdona el retraso. La casa parece estar vacía, por cierto. Tenemos total libertad.

Igual los dueños estaban en la ciudad, o tal vez trabajando en los campos de fresas. En cualquier caso, de momento el lugar era suyo.

Definitivamente, mirar hacia arriba ha sido una mala opción. Ya está casi seca, pero todo está demasiado ceñido y la postura en la que vuela es, quizá, demasiado sugerente. Por suerte está en el interior de la casa el tiempo suficiente como para que pueda calmarme, pero por desgracia vuelve con un traje... Bueno, muy agrícola, eso está claro. Lo que pasa es que sigue siendo demasiado sugerente, así que desvío la mirada casi en cuanto ella aparece y con sus palabras me dirijo a la puerta, intentando pensar en algo un poco más tranquilizador, como... No sé, fresas. Estamos en una granja de fresas, al fin y al cabo, y estas no tienen nada de erótico ni...

Grito. No emito ningún sonido, pero grito en un vahído colérico mientras me acerco a la puerta. Seguramente intentando abrirla la rompa, pero saco una de mis plumas y la introduzco en la cerradura. No es muy buena, así que cede fácilmente y podemos entrar sin mayor complicación y yo me puedo relajar un poco. Por lo menos, las imágenes se van disipando de mi mente. Demasiado despacio, a decir verdad, pero por lo menos se van yendo.

¿Cuándo ha empezado a suceder esto?

Con total disciplina comienzo a explorar la casa, cuidadosamente comprobando cada esquina y abriendo todas las puertas hasta que no dan más de sí, evitando llevarme sustos innecesarios haciendo comprobaciones a cada metro... Aunque bien pensado, podría estar utilizando mi Hamon y Lys ha confirmado que la casa está vacía, por lo que no tengo claro del todo hasta qué punto es racional mi preocupación.

En cualquier caso llego hasta la cocina y empiezo a comprobarlo todo: Una enorme despensa repleta de cosas, fogones impresionantes, una enorme isla, varios vertederos y una innumerable colección de artilugios muchos de los cuales no he tenido oportunidad de utilizar hace mucho.

- Bueno, primero debería cambiarme.

Sin demasiada preocupación comienzo a quitarme la ropa. Ya secará. Tras ello, hurgo entre mis pertenencias hasta que encuentro un par de cosas que, la verdad, me quedan fabulosas. Aunque hoy no es día de falda, así que me pongo simplemente unos pantalones negros y una camisa roja de cuadros, que no cierro. Tampoco me he puesto ropa interior en esta ocasión, y si algún alma curiosa llegase a preguntarse por qué me desnudo sin pudor delante de ella... Bueno, aparte de que soy formidable, no debe haber nada en mi cuerpo que no haya visto. Por favor, hemos pasado tiempo juntos y por el ojo de la cerradura seguro que me ha espiado. ¡Como para tener vergüenza ahora!

Pero vaya, que antes de que pueda admirar demasiado lo espectacular que soy ya estoy manos a la obra sacando cosas del frigorífico y especias de las despensas, aunque me doy cuenta de una cosa: No hay pastillas de caldo. El arroz me va a quedar muy soso.

Soltó un pequeño silbido de admiración al ver cómo abría la puerta de la cocina con una de sus plumas. Eso sí que era un truco muy útil. El pollo se fue a explorar la casa y mientras, la pirata se perdió por la huerta que había en la parte de atrás. Por lo visto estaban cultivando toda clase de cosas. Había patatas, lechugas, tomates e incluso algún que otro vegetal que realmente no conocía. Eso era… ¿nube en rama? Qué demonios. Se agachó al lado de la planta extraña, con el ceño fruncido y le dio un par de golpecitos con un palo que había en el suelo. Se hundió en una de las extrañas mininubes que crecían y lo soltó de golpe. Bien. No entendía qué era eso y, realmente, no quería entenderlo. Sin embargo, sus ojos captaron una cesta en un rincón y con una sonrisa, la agarró y se fue a los campos de fresas.

Regresó un par de minutos más tarde y entró por la cocina justo mientras el pollo se subía los pantalones. Ignorando el encontronazo, posó la cesta en la encimera, justo delante de él. Estaba llena de jugosas fresas rojas hasta rebosar, bastante más grandes de lo normal. En una esquinita medio ocultas, había también un par de esas misteriosas mininubes que había encontrado. Al final se había atrevido a cogerlas. Eran viscosas y no había sido una experiencia agradable, pero ahora que estaban en la cesta ya no eran su problema.

Dejó que el gallo se vistiera mientras se sentaba en otra encimera y agarraba un par de fresas. Tentempié mientras él comenzaba a sacar cosas de cajones y armarios. Le notaba más tranquilo que cuando se había ido a la huerta, lo que le alegraba. Era imposible que no notase el cambio que el pollo experimentaba últimamente a veces a su lado. No le molestaba, claro. En realidad, conociéndole, si acaso era una buena señal. Le gustaba pensar que se estaba ganando su confianza y después de cómo había empezado el día, esa sutil confirmación le alegraba. Todo volvía a la normalidad, al fin y al cabo. O por lo menos eso parecía. Por otro lado, sus reacciones le decían que no estaba del todo acostumbrado a que le pasasen esas cosas. Eso o el grito que había pegado al abrir la cocina le había salido del alma, que bien podía ser. En cualquier caso, estaba más tranquilo y se le veía contento y en su elemento, que era lo que importaba. Él estaba feliz y ella iba a tener comida rica y gratis. Una maravilla.

-¿Qué vas a hacer de comer?

Esperó a que contestara y asintió distraídamente. Se acababa de acordar de otra cosa y le tiró a la cabeza el rabito de una fresa.

-Por cierto, ¿qué es eso de que has disuelto los Fancy Cock Pirates? ¿Te parece bonito despedir a tu vicecapitana sin decírselo?

Hizo un mohín, aunque era más teatro que otra cosa. Por supuesto que no le molestaba, pero le apetecía meterse un poco con él.

Me muevo por la cocina de un lado a otro, explorando al tiempo que pienso qué podría cocinar hoy. ¿pescado? Casi mejor que no; no es que me disguste, pero prefiero algo más contundente. Los viajes por el mar vertical me dejan siempre hambriento y este ha sido especialmente accidentado, hasta el punto de que podría comerme una vaca entera... Supongo. La verdad es que nunca me he preguntado cuánto podría llegar a comer de una sentada, y tampoco me interesa. una de las cosas que siempre me han dicho es que hay que comer para vivir, y no al revés. Y, aunque no coincido del todo, sí que he llegado con los años a la conclusión de que no importa cuánto comas, porque cada bocado debe hacerte sentir satisfecho. Si eso sucede, puedes dejar el plato en cualquier momento sin miedo a no probarlo más.

Saco arroz, que me apetece, y un sinfín de verduras que empiezo a cortar con maestría. Hay algo de carne por ahí, unas carrilleras con bastante buena pinta y unos pimientos choriceros... También hay tomate seco, huevos... Me cuesta decidirme, pero finalmente opto por preparar la carne al vino. También con un buen sofrito de verduras, claro, pero no voy a desperdiciar la oportunidad de probar semejante delicatessen cuando me la encuentro triste y desamparada en medio de la nevera. Lo único que me falla es que para el arroz no tengo caldo de pollo. Si tan solo tuviera una forma de lograrlo...

Una idea, o tal vez un recuerdo, invade mi mente. El día que conocí a Nassor, ¿cómo especié ese día? Recuerdo que no quedaba sal, ni tampoco había nada que saborizase, pero algo logré hacer. ¿Froté los dedos? No puedo verlo con claridad, pero es como si al roce mis dedos soltasen magia de la cocina, en forma de un suave polvo amarillo. Lo intento ahora sobre un cazo de agua, pero lo único que logro es que salga roña. Mierda.

- Hoy vamos a preparar un plato espectacular -explico, llevando la pequeña pota al desagüe para tirar el agua manchada, mientras el sofrito empieza a desglasar-. Tan bueno que hasta para mí es excepcional.

No es el mejor plato que sé hacer, pero tiene un sabor excepcional, y cuando limpio el cazo aprovecho para lavarme las manos concienzudamente. La cocina es un noventa por ciento higiene, y yo por un momento he olvidado lo más importante. Casi como Lys, que me pregunta por la banda... ¿Acaso ha olvidado lo más importante? No, simplemente quiere saber.

Así que le miento.

- Una vez encuentras el último tesoro la tripulación deja de tener sentido. -Sonrío con una convicción de la que carezco, pero aguanto el pulso de su mirada, y me vuelvo a la cocina. Tengo que limpiar la carne; luego examinaré la fruta-nube.

-Eso no es una respuesta.

O al menos eso le reprocha, pero lo cierto es que no está molesta. Puede ver los ingredientes y sabe que va a estar buenísimo. Arroz, verduras, carne y vino. Poca gente podría fastidiar esa combinación y aunque se cuenta entre ellos, sabe que no es el caso del pollo. El problema es que poco después un aroma delicioso empieza a inundar la cocina y Lys sabe que si sigue así acabará por terminarse toda la cesta de fresas. Y no quiere, las ha traído para que se las tomen ambos de postre. Está pensando qué puede hacer para distraerse cuando lo que dice capta su atención. Le sigue, sentándose al lado del fregadero mientras él limpia la carne.

-¿El último tesoro?

Aún sabiendo que la tripulación de los Fancy Cock Pirates nunca fue del todo real, ¿qué puede hacer que dejen de importarte las personas con las que viajas? Solo le venía una cosa a la mente y tenía bastante claro que eso no lo había conseguido. Al contrario que tener sexo por primera vez, si encontrabas el One Piece debía de poder notarse, por narices. Aunque, ¿y si…? No, ni en broma. Se lo habría dicho de ser así, estaba segura. No sabía por qué, simplemente era una corazonada. Demonios, las verduras empezaban a oler demasiado bien. Coger la botella de vino sería de mala educación, ¿verdad?

-Vuelvo ahora, me estás haciendo la boca agua y no quiero acabarme el postre yo sola.

Se perdió en dirección al resto de la casa y gastó unos minutos investigando por ahí. Por lo general, todo el lugar tenía un encanto rústico, entre campestre y extraño. Aquí y allá había cosas que no terminaban de tener sentido, cosas que normalmente tenían que ver con nubes. Pero eran pequeñas: un cuadro, un reposapiés, un separalibros. Se paró frente a la estantería del salón, examinando los títulos. Algunos los conocía, de otros había oído hablar, pero más de la mitad eran completamente nuevos para ella. Tampoco es que le interesara mucho cómo crear un Cultivo Hidropónico en una Nube de Almodóvar, pero por algún motivo le alegraba saber que existían cosas tan bizarras. De repente, algo captó su atención y la pirata esbozó una traviesa sonrisa.

Unos segundos después regresaba a la cocina y tras rebuscar con la mirada por los armarios que había abierto el pollo, le echó el guante a dos vasos de chupito. Había encontrado una botella increíble que por suerte estaba ya estrenada, por lo que no tenía que preocuparse de que el dueño echara en falta un par de tragos.

Con cuidado, inclinó el cuerpo de cristal de la abeja para llenar ambos vasitos del líquido ámbar. Tras volverla a sellar delicadamente, cogió uno en cada mano y se acercó al pollo, tendiéndole uno.

-Venga, abre la boca. Esto tiene pinta de estar buenísimo y ya que nos estamos dando unas vacaciones, tenemos que celebrarlo.

Licor de miel, en principio. O al menos eso ponía la etiqueta en el culo de la abeja de cristal. No lo había probado en su vida, pero olía casi tan bien como las verduras del pollo. Casi. Y solo por eso, merecía su atención.

- No es una respuesta satisfactoria -replico, terminando de limpiar la carrillera y preparándome para darle un toque de sartén rápido. Hay que sellarla para que no suelte todo su jugo durante la cocción-. Pero no te imaginas cuánto condiciona la mente al paladar, por eso cuando no cocino carta nunca digo qué preparo. Quien sabe de cocina lo ve, y quien no... Alucina.

Me he dado la vuelta para volver ese gesto mucho más teatral, en efecto. Y ha quedado bien, modestia aparte. Pero bueno, tengo que seguir con la preparación y saco la harina. Pega bien en la carne porque es fresca, pero al llegar a la sartén se tuesta casi inmediatamente. La aparto a un plato y los jugos que ha echado van con el sofrito. Aquí no se tira nada. Ni los restos de la carrillera, que si me da tiempo haré alguna croqueta. Bueno, la haré si el dueño de la casa no vuelve en unos días, porque hacer croquetas lleva tiempo. Aunque tampoco me importaría quedarme unos días con Lys aquí; al fin y al cabo, parece que ella quiere estar conmigo.

- El último tesoro -repito, con una media sonrisa que, estando de espaldas, resulta difícil de ver-. En la isla legendaria de Raftel, más allá de cualquier mar que puedas recorrer... Entre el cielo y el infierno. -Pienso en la campana, en la puñalada, en todo lo que se rompió. Se me escapa una lágrima, aunque mi tono no se rompe ni por un instante-. Una historia que empequeñece el asalto a Marineford, una hazaña que solo un hombre vivo ha logrado. Pero un tesoro que guardo para mí.

Como viaje, una mentira. Como tesoro, una lección. No confiar en nadie, no creer nada... ¿Pero cómo? ¿Qué interés podía tener él en hacerme daño? Niego con la cabeza y vuelvo a mi cocina. El agua del arroz empieza a hervir y el arroz a inflarse. Lo intento una segunda vez, frotándome los dedos suavemente, de dentro a fuera, para hacer llover una suerte de polvo dorado. Es una forma curiosa de aplicar mi fruta, que me he dado cuenta hago constantemente. Las fibras de mi mano se transforman momentáneamente con cada roce, creando una herida tan sutil que al retomar la humanidad y volver a su estructura animal está regenerada. Por eso libera ese aroma; es delicioso.

Me quedo tan centrado en la cocina que la morena es capaz de hacerme dar un salto cuando se presencia a mi espalda. Tan de cerca resulta incluso más arrebatadora, y me tiende un licor... Lo huelo. Es miel, o al menos algo muy dulce. No tengo claro si me gusta o no, pero brindo con ella y me lo bebo de un solo trago. Para ser tan dulce, cómo pica el jodido.

- Fu. Potente, me dijeron... Pero está bueno.

Por un momento pasa fugazmente la idea de que ella me lo dé a beber, pero no digo nada y sigo cocinando. Queda relativamente poco de trabajar, ahora solo queda esperar y, por supuesto, comer. Esto va a estar delicioso.

Lys pone los ojos en blanco, pero sonríe. Okay, de acuerdo. Esperará a que esté terminado. En cualquier caso, huele de maravilla y se fía de él, malo será.

Sigue hablando y poco a poco la expresión de Lys se va volviendo más seria. Ha mencionado Raftel, pero está convencida de que no ha llegado allí. Solo una persona lo ha hecho que se sepa y desde luego no es el pelirrojo que tiene delante. Ve cómo se le escapa una lágrima y por un momento se enfada. Esto tiene que ver con lo de antes. No sabe cómo, pero lo sabe. Y el recuerdo del chico acurrucado entre las bolsas de basura del callejón le da ganas de ir a buscar al o a la responsable y hacerle pagar. Pero antes de que pueda decir nada o pedirle más información, ve algo por el rabillo del ojo que le llama la atención y la distrae.

Está segura de que hace un segundo no tenía nada en las manos y ahora, sin embargo, de entre sus dedos está saliendo un polvito amarillo que huele a pedacito de cielo, como por arte de magia. Se queda mirando un rato, desconcertada. Él actúa como si fuera lo más natural del mundo. Brindan y el licor baja por su garganta suave como la miel de la que está hecho. El problema es cuando llega al final y comienza a rascarle. Tose un poco y sonríe mientras se echa otro. Lo vacía de un trago y esta vez consigue manejar un poco la sensación que deja. Desde luego está rico.

-¿Quieres otro? Espera, deja.

Tiene las manos ocupadas con la cena, por lo que llena el vasito de licor y le indica que se esté quieto. Con una pequeña sonrisa, lo va inclinando poco a poco sobre sus labios para que pueda beber sin prisa pero sin pausa. Al final el líquido se acaba y Lys se ríe por la tontería del momento. Espera, ¿se le está subiendo a la cabeza? Nah, que estupidez, apenas han sido dos tragos.

Se frota los dedos distraídamente, recordando lo que le vio hacer al gallo hace un momento. Frunce el ceño al ver que no pasa nada pero claro, ¿por qué pasaría? Aunque parece haber intimidado a sus dedos, porque de la nada empieza a salir una especie de polvo no tan amarillo, un poco verduzco. Se lo lleva a la nariz, pero no huele a rico. Al final se encoge de hombros y se sacude las manos para quitárselo. Qué curioso.

De repente, recuerda que tenía pendiente decirle algo. Se cruza de brazos y le mira directamente a los ojos. No quiere insistir demasiado, pero tampoco es capaz de hacer como que no ha sucedido nada.

-Hey. ¿Qué sucedió antes? ¿Por qué huiste de mí?

Va a preguntar a quién tiene que ir a darle una paliza, pero se muerde la lengua. Tiempo al tiempo.

Las verduras ya están bien pochadas y la carne sellada. El "caldo de pollo" huele que alimenta, aunque tal vez necesite un poquito más. Me lavo las manos de nuevo para quitarme la harina que pueda haber acumulada y repito el proceso hasta que el agua está apenas saturada. El arroz tendrá un sabor increíble y casi intenso, pero por mucho que así sea solo será un matiz suave al lado de la potencia que aportan las carrilleras. Carrilleras que, a todo esto, va tocando meter a la olla. Y también abrir el vino.

Dispongo todo para comenzar la cocción. La carne sobre un lecho de verduras casi deshechas y casi un litro de vino bañándola. En circunstancias normales no utilizaría un vino de más de tres mil berries para cocinar, pero dado que este no lo pago yo he buscado el que, por descripción de la etiqueta y los colores que transmite desde su botella verdecina, mejor impresión me da. Se trata de una mezcla de pinot con garnacha y, por su aroma, promete aportar tanto dulzor como un toque ácido. En realidad no me preocupa esto último, dado que la zanahoria tiende a paliar los efectos nocivos de la acidez y le he puesto bastante porque, seamos sinceros, ¿a quién no le gusta la zanahoria?

Estoy echando un chorro de la segunda botella cuando me percato de que Lys se está acercando. Fantaseo con la idea de un abrazo suyo por la espalda, pero esas sutilezas no son propias de la morena y en su lugar opta por ofrecerme un segundo trago que, además, ella misma me da de beber.

Puedo notar el roce de su hombro cuando se me acerca, sus dedos tan cerca de mi cara, su expresión divertida... No sé si lo hace inocentemente o le gusta torturarme, pero me sonrojo y aparto la mirada abruptamente. Hasta está a punto de írseme la bebida por donde no es, pero consigo reconducirla antes de atragantarme, no sin poner una mueca absurda.

- Desde luego, sabe mejor así.

Me alejo un poco de los fogones. Aparte de limpiar, que me voy a dar un par de minutos para observar cómo se oxidan las mondas de los vegetales, queda poco por hacer. El arroz no va a ser cremoso, así que solo toca esperar. Podría haberme planteado hacer un risotto, pero me he dejado llevar por las carrilleras. Así que toca mirar cómo todo hace lo que más me gusta que haga: Chup chup.

Aunque, bien pensado, tal vez habría sido mejor hacer el risotto porque, en cuanto la actividad frenética cesa, se ve en posición de preguntar algo que no tengo muy claro cómo responder. Me encojo de hombros sin saber muy bien qué decir; también miro a un punto fijo, concretamente al arroz hacer chup chup. Pero al final tendré que contestar, así que simplemente se lo explico con normalidad:

- Una de las pruebas a las que te enfrentas durante el Gran Final es tu mayor miedo -explico, recordando cómo me rompí por dentro cuando todo pasó-. Vives experiencias que pueden cambiarte para siempre si no eres lo bastante fuerte. Supongo que yo no fui capaz de resistir lo que descubrí en ese lugar.

Me aparto de la encimera. Doy un par de vueltas por la amplia estancia, cuidadosamente medidas, hasta que doy con el vino abierto, y se lo tiendo.

- Este es aún mejor que el de Jaya. Y abierto se va a estropear, así que alguien tendrá que hacerse cargo.

Coge la botella, pero no deja de mirarle. Lo cierto es que está un poco decepcionada, no puede evitarlo. Se había preocupado y se había esforzado mucho por animarle. Le alegraba ver que estaba mejor, pero tampoco era tonta y sabía que le estaba dando largas para no contarle lo que fuera que había sucedido.

-Como prefieras. Tan solo espero que sepas que no me engañas.

Presionarle no serviría de nada, estaba claro. Pero le dolía que no confiase en ella. En silencio, todavía un poco mosca, comenzó a poner la mesa. La cocina era espaciosa y en una esquina tenía una gran mesa de madera que sería perfecta para ambos. Al fin y al cabo por más molesta que estuviera el chup chup del arroz inundaba la cocina y el delicioso olor la tenía de rehén. También podía ser que estuviera buscando una excusa para no irse airada, pero eso era irrelevante. El caso es que estaba ahí y había encontrado un mantel. Tela blanca, con bordados hechos a mano en las esquinas. Parecía lujoso, pero tras verlo de cerca llegó a la conclusión de que alguien en la casa se había aburrido mucho y había decidido decorar un gran cacho de tela a mano. Le había quedado bien, en todo caso. Procuraría no mancharlo.

Colocó platos, servilletas, cubiertos y dos copas que llenó del vino que le había tendido el pollo. La dejó sobre la mesa y añadió un salvamanteles en el medio de todo, para cuando llegara la comida. Y entonces se quedó sin nada que hacer con las manos. Miró a su alrededor buscando algo que hacer y terminó por encontrarse en el fregadero, lavando primero los vasos de chupito de antes y luego algunas de las cosas que había ido manchando el gallo. En realidad no le molestaba hacerlo; así contribuía de alguna forma.

Poco a poco, el silencio comenzó a molestarle. Sí, todavía se oía el delicioso chup chup de la cocina y de vez en cuando el viento fuera, pero no era ni de lejos suficiente. Irritada, suspiró y al final dijo lo que se le pasaba por la cabeza:

-Lo siento, pero no puedo hacer como si no hubiera sucedido nada. ¿Y si vuelve a suceder? Tanto tú como yo nos pasamos el día de aquí para ya. Que te haya encontrado hoy ha sido casualidad. No quiero que si vuelves a pasar un mal trago te toque aguantarlo solo.

Frunció el ceño, frotando una mancha de algo inidentificado con particular alevosía. Al final salió y pudo enjuagar el trasto y dejarlo para escurrir. Se giró hacia el gallo con los brazos cruzados, sin saber qué más decir. No estaba acostumbrada a ese tipo de conversaciones y no terminaba de sentirse cómoda, pero desde luego era mejor que estar callada.

No le he dicho la verdad, pero en realidad tampoco le he mentido. ¿Era el final de mi aventura? Bueno, fue el final de los Fancy Cock Pirates. Y lo que vi claro que me hizo daño, el suficiente como para querer desvanecerme. El suficiente como para llegar hasta aquí, el lugar más recóndito que conozco, por mucho dolor que me traiga. Pero ni aquí he podido escapar de ella; simplemente, aparece y pone mi mundo patas arriba... Bueno, esta vez en realidad debería darle las gracias, porque si no lo hubiera hecho yo no querría volver a bajar nunca. Y por supuesto que voy a bajar.

- Supongo que puedo vivir con ello.

La ayudo a limpiar, recogiendo los restos y tirándolos a la basura mientras ella se encarga de limpiar la mayor parte de lo que he ensuciado. Tengo que requisarle por un momento la tabla para desinfectarla, pero en general hace una buena labor como pinche. ¿Debería decirle que viaje conmigo? No, ella no quiere ligarse a nadie más. Ya me costó una eternidad hacerla entrar en los Fancy Cock Pirates, no creo que esté emocionalmente lista para entrar en otra tripulación. Por mucho que ella esté deseando hacerlo, no puedo pedírselo: Solo le haría daño.

En realidad, mientras el silencio vuelve a engullirnos me doy cuenta de que esto avanzaría mucho más deprisa si yo limpiase. No se le da mal, ¿a quién se le da mal limpiar? Pero a mí se me da bastante mejor. Incluso cuando se centra en una mancha, que yo desvío la mirada para no fijarme en cómo todo su cuerpo tiembla al unísono por el esfuerzo, es fácil ver que esa no era la forma de quitarla: Habría sido mejor echarle un chorrito de vinagre. Y a ella también, de paso. Ese peto no le hace justicia.

Mi mente empieza a evadirse por unos derroteros que no debería cuando me confronta. Ha cruzado las manos bajo sus pechos, y su sonrisa ha cambiado por un gesto que solo puedo describir como un mohín salpicado de preocupación. Me enternece que quiera ayudarme, realmente me enternece mucho, pero no quiero que tenga que ser mi niñera. No soy un niño, sé resolver mis propios problemas y... Y no sé por qué demonios necesito su aprobación. Pero no puedo aguantar esa cara.

- Dark me trajo hasta aquí engañado, haciéndome creer que esto era Raftel. Se disfrazó de basilisco y fingió ser mi rival durante el viaje, solo para en el último momento, bajo la campana de Shandora, decirme que todo era una broma. Y ahora, de alguna manera, todos allí abajo lo saben. -Me aparto de ella. Me quedo en silencio mientras compruebo que todo esté en orden dentro de las ollas. Afortunadamente, todo huele delicioso. Revuelvo igualmente la carne un poco, por si acaso-. No puedo ir a ninguna parte sin que se burlen de mí, salvo a este sitio. Solo donde pasó puedo escapar del desprecio.

No lloro. No más. Voy a bajar de todos modos, pero tal vez si no se lo confieso nunca me lo perdone. Tampoco quiero que vaya a por Dark; no quiero saber nunca nada más de él, hasta que llegue el momento. Y después nadie se acordará de él, me voy a asegurar.

- Ese fue mi último viaje. ¿A que suena mucho mejor endulzado?

Y al final, se lo ha contado. Tarda unos segundos en procesarlo. ¿Por qué haría eso Dark? Le conocía, no tenía ni pies ni cabeza. Podía ser un tanto travieso y ciertamente a veces no tenía escrúpulos, pero esa clase de engaños… ¿por qué? Ni siquiera estaba ya enfadada, solo tremendamente confusa y decepcionada. Estaba convencida de que nada que hubiera podido hacer el pollo justificaba eso. Conociéndolo, seguro que se había ilusionado un montón al pensar que iba camino de Raftel. Sabía que en su lugar ella habría reaccionado igual, aunque quizá en lugar de esconderse le hubiese prendido el trasero en llamas. Nada que hacer ahora en todo caso, aunque se le pasó por la cabeza la idea de enseñar al pollo a afilar y clavar sus plumas en lugares bastante poco honorables. Como mínimo, había una cosa que sí podía confirmarle.

-Nadie sabe nada allá abajo. Vengo de allí, ¿recuerdas? Y no vine sola. Mi barco es bueno, pero no tanto como para llegar hasta aquí arriba por su cuenta. Te aseguro que el navegante que vino conmigo no tiene ni idea de nada de lo que cuentas; y él lo sabría, era tremendamente parlanchín.

Pone los ojos en blanco al recordarlo. Para alguien a quien había tomado prestado, era cierto que se había pasado el viaje hablando. Y aún así, había huido nada más llegar. Se habría sentido casi ofendida si no estuviera contenta de librarse de él. No siempre se podía tener buena puntería.

En algo tenía razón el pollo. La otra versión era más dulce, pero ella no quería pantallas ni humo de caramelo, quería la verdad. Las historias grandilocuentes podían quedar para los niños de la calle y los curiosos de taberna. Pensó en decírselo, pero al final simplemente esbozó una sonrisa y negó con la cabeza. Se lo diría si volvía a intentar colarle una similar, pero tampoco quería ser pesada. Pasó a su lado y por un momento quiso abrazarle, pero se contuvo. No era el momento, no quería que pensase que le daba pena. Si acaso rabia, porque no se merecía una treta tan ruin, pero no iba a empeorarlo dándole a su orgullo.

En lugar de eso, se dirigió a la cesta de fresas y agarró un par de las más regordetas antes de mirarle nuevamente.

-Ya te daré yo dulzura. ¡Atento!

Le lanzó una a la boca, aguardando a que la cazara al vuelo. La segunda la tiraría al aire y la atraparía ella misma, antes de taparse la boca con la mano para masticarla con tranquilidad.

-Y… ¿podemos comer? Creo que si la comida no está pronto acabaré por terminarme la cesta.

Me lanza una fresa. No sé cómo sentirme al respecto, pero lo que más extrañado me deja es el hecho de que, a pesar de todo, me hace estúpidamente feliz que me la tire. La agarro al vuelo con una sonrisa, y aterrizo justo a tiempo para ver cómo ella hace lo propio con la suya. Por un par de segundos me quedo atontado viéndola masticar con la boca tapada por la mano, tan ensimismado que me olvido de que tengo mi fresa aún sin masticar atrapada entre los labios, cosa que soluciono de inmediato.

- Tiene buen sabor. -Me la saco de la boca con un dedo, deshojando su pedúnculo-. Sin embargo, las fresas tienen un truco muy concreto.

A nadie le gusta comer bichos. O, al menos, bichos que no cocinas específicamente para ello. Una cosa es tomar un par de chapulines, o unas hormigas culonas, pero las larvas que se ocultan en las fresas son una cosa que no me termina de hacer gracia. Por eso saco una olla y un escurridor, que dejo en el fondo antes de llenarla con hielo y agua. También echo las fresas, todas en el escurridor, y me quedo mirándolas durante un momento. Seguramente para Lys no signifique nada, pero yo ya estoy empezando a ver una serie de cosas que no me gusta nada ver en algo que voy a llevarme a la boca.

- Una fresa es como un beso -trato de explicarle-. Normalmente tiene un sabor sutil, algo ácido, y si notas algo debe ser salado. El dulzor lo da la expectativa, la emoción, ese no sé qué. Pero es muy distinto cuando la lengua de tu pareja está sucia.

Saturo de sal el agua y le echo un vaso de vinagre. El hielo empieza a derretirse, las fresas a espumar, y todos los puntos negros de cada una de las frutas que quedan empiezan a desprenderse como por arte de magia. Apenas tardan un par de minutos en desprenderse por completo de ello, y se puede ver cómo en el agua flotan mayormente semillas, pero también varias decenas de finos gusanos que están pegados a ellas.

Le señalo el agua antes de sacar el escurridor con las fresas y aclararlas en agua. Le explico que la mayoría de estos no son larvas, sino simplemente pelos, pero su textura hace ligeramente desagradable la fresa en crudo. Por contra, desprendiéndolas de ellas queda una textura extraordinaria.

- La comida está, sí. Solo dale un par de minutos, a que examinemos la nube.

Y es en ese momento que, con el mismo miedo reverencial que Lys, me acerco la nube a la boca y le doy un muerdo.

- Sabe a algodón de azúcar.

Es hora de comer.

Sabe, desde el momento en el que la ve, que la imagen de Claude medio inclinado con la fresa agarrada firmemente entre los labios es una que va a tardar en olvidar. Y le alegra el pensamiento, porque es una escena a medio camino entre tremendamente cómica y tierna, de las que gusta recordar. Al final, sin embargo, se la zampa y aunque el momento ha pasado atiende con intriga a sus tejemanejes.

Toma nota de cómo llena una olla de hielo y agua antes de echar el resto de fresas, aunque no tiene muy claro a dónde va a parar. ¿Estarán más ricas frescas? Se apoya en la encimera y escucha su explicación con una pequeña sonrisa de burla bailando en la comisura de sus labios. ¿Le está explicando a ella cuál es la dulzura de un beso? Oh sí, lo está haciendo. Qué atrevido, aunque ahora que cae en ello, el pollo no sabe cuál es su fruta del demonio. Y dejarlo caer ahora sería tremendamente petulante, quizá incluso un tanto presumido. ''Oh, por favor, no hace falta que sigas dándole clases sobre besos a un súcubo...'' Incluso en su cabeza suena ridículo, pero la ironía de la situación le divierte. Debería comentárselo en algún momento, de todas formas.

Por ahora tiene otras cosas en las que centrarse, por desgracia. Su sonrisita se transforma primero en confusión y luego en un ceño fruncido al ver la transformación que sufren las frutas. Se aparta de la encimera quizá un tanto más rápido de lo necesario, sin quitar los ojos de la olla.

-Quizá no debería haberme comido tantas. Lo tendré en cuenta para la próxima vez. Ugh.

Agradece la información, pero le habría gustado más que le hubiera parado en cuanto hubiera visto cómo se comía la primera. En cualquier caso, él también se ha comido una así que tan malo no puede haber sido. Por si acaso, se acerca a la mesa y se traga el vaso de vino de una sentada. Ale. Que lo que pueda haber muera intoxicado.

Se gira a tiempo de ver cómo prueba la misteriosa fruta nube, pero el resultado es…

-Decepcionante.

Y tanto. ¿Algodón de azúcar? Estúpidamente predecible. Esperaba más de una isla en mitad del cielo. Pero la comida estaba lista y eso, sin posibilidad de discusión alguna, era lo más importante del día. Se sentó a esperar y en cuanto él llevó los platos a la mesa, se incorporó para cortarlo y servir dos buenas raciones, para el pollo y para ella.

Era hora de comer.