Y así ha sucedido [Ivan-Claude]

Bueno, normalmente no me digno a hacer de navegante para la gente, pero en este caso he cedido un poco porque... Bueno... Me han dicho que no puedo. Y lo cierto es que sí puedo. De hecho, he podido, de ahí que estemos en Merveille. Ha resultado complejo, aunque también muy estimulante, y hace mucho tiempo que no hacía algo tan espectacular, así que me lo he pasado de maravilla. La verdad, estoy deseando explicarle a todos los del barco cómo ha sucedido esto, porque seguro que están deseando escucharlo, ¿verdad?

¿Verdad?

Un momento, ¿dónde está todo el mundo? Y más importante, ¿por qué el barco no está volcado? Se supone que parte de esta técnica magistral incluía un final que debía hacer ver las cosas desde otra perspectiva, pero bueno, no importa. Lo cierto es que se trata de una técnica impredecible cuyo funcionamiento le he explicado a muy poca gente, más que nada porque no había tenido que utilizarlo desde que acabé con una pequeña barca de remos en lo alto de un acantilado, y por supuesto nunca lo había intentado con una embarcación tan grande. Pero lo que está claro es que funciona.

- ¡Ivan! -grito desde el puente de mando-. ¡Ivan! ¡Despierta, maldito vampiro gandul! -Sí, he subido hasta Merveille con Ivan Markov. No recuerdo si fue él quien dijo que no podría, pero lleva borracho en el barco desde que levamos anclas-. ¿Dónde te has metido?


Me pongo a buscarlo por en medio de los pasillos de la nave, esquivando a los marineros inconscientes y las manchas de vómito que se ven por todas partes. Parece que ha resultado ser un viaje movidito para todos, pero no sé; a mí me resultan apasionantes.

No lo encuentro, así que vuelvo a cubierta y me dispongo a bajar del barco. Estamos en una isla floral, llena de campos de tulipanes y molinos. Y queso. Puedo oler cómo todo apesta a queso desde aquí, y eso que llevo un collar de ajos al cuello por si acaso el peliblanco se pone cariñoso, pero el queso es demasiado potente. Afortunadamente, me gusta el queso. Así pues, habiendo logrado subir a Merveille, me dispongo a iniciar nuestra próxima gran aventura. La gente por fin empezará a darse cuenta de que no soy un mentiroso, y con suerte algún día me aceptarán como la leyenda que soy. O eso espero.

Despertó. No sabía que era más incómodo: tener trescientos kilos de escombros aprisionándole las piernas, estar casi totalmente desnudo salvo por unos pantalones raídos o la horrible resaca que tenía. Todo le daba vueltas y le dolía la cabeza como si le hubiesen clavado cinco estacas en llamas en ella. Oh vaya, estaba tirado en un charco de premio. Y por premio quería decir vómito. Joder, qué ascazo. Se enderezó con esfuerzo, apartó de un puñetazo los tablones y cosas y esperó a que las piernas se le regenerasen. A propósito, ¿dónde diablos estaba? Parecía el interior de un barco destrozado. Había marineros inconscientes (y no tan inconscientes) tirados por todos lados. Sonrió al ver al más cercano. ¡Pero si era su buen amigo Desayuno!

- ¡Hola, Desayuno!

Primero entró en su forma completa. Luego arrastró al inconsciente Desayuno hacia él, soltando un par de tacos por el dolor de sus piernas, y le metió un buen mordisco. Tras un par de tragos la sangre empezó a recorrer su cuerpo y curar más rápido sus heridas. Suspiró de alivio, dejó a Desayuno durmiendo y se levantó de un salto. ¿Dónde estaba y cómo había ido a parar allí? Oh, parecía que alguien le llamaba. Atravesó el casco de la nave de un salto y cayó al lado de esa persona. Ese homb... muj... cosa. Vestía como un hombre, pero su aspecto general era demasiado andrógino para estar seguro. Se le acercó más de lo que era cómodo para intentar olerle de cerca y discernir quién era y cuál era su género. Ese fue su primer error.

- ¡JODER! ¿Por qué putos ajos? ¡Puaj!

Se alejó boqueando y tosiendo, volviendo a su forma humana para intentar que el olor se hiciese mínimamente soportable. Oh dios, ¿por qué ajos? ¿Por qué no podía llevar un collar de papayas? Fue a buscar con la mano su cantimplora, pero solo llevaba aquellos ridículos pantalones. Ahora que lo pensaba, ¿quién era esa persona y por qué iba con él? Lo último que recordaba era que después de que Dark se largara de Banaro se había ido a beber al bar. ¿Cuánto había bebido esta vez y dónde estaban sus cosas? Miró a su alrededor. El sitio en el que estaba parecía un campo de flores con problemas, lleno de molinos y con un permanente olor a queso en el aire. No sería tan terrible si ahora todo no le oliera a ajo.

- ¿Quién diablos eres y cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Y dónde estamos? ¿Y por qué estoy casi en pelotas?

No me alejo demasiado antes de que Ivan me alcance. No parece mal tipo, pero no me fío de la gente de su calaña y no me apetece correr la misma suerte que "Merienda", "Cena", "Segunda Cena", "Tentempié", "Bollito de las doce" o "Sigo con hambre". La verdad es que tiene mucho saque este hombre, no sé dónde lo mete todo para no parecer una ciruela gigante. De todos modos, mi curiosidad no llega a tanto como para preguntarle qué hace después de sobarle el cuello a tanta gente. Pero vaya, que aun si solo lo hiciese jugando tanta mamonada sin preservativo... Paso de acabar con herpes por dos minutos de sanguijuelas.

- ¿Yo? Soy Claude von Appetit, mejor espada del mundo y hombre de tus sueños... No, en serio, hablas mientras duermes. Deberías hacértelo mirar, porque menudo viajecito me has dado. Entre eso y la borrachera.

La historia de cómo he conocido al famosísimo Ivan Markov es muy curiosa. Estaba en una taberna, entró borracho y solo yo parecí reconocerlo. Es como si emanase un aura que hace a casi todo el mundo ignorar su existencia, como si un poder maligno y oscuro se arremolinase en su interior. Algo como la aerofagia o el hedor de pies, pero en plan mal. Más duro y, por supuesto, menos escatoĺógico, pero más o menos el concepto de cuando alguien se tira un pedo en el ascensor y todo el mundo finge no saber nada está ahí latente. Yo debo ser como el niño ese que grita "qué asco", pero al final en el país de los ciegos probablemente el rey sea quien primero lo grita. Al fin y al cabo, ¿quién va a poder comprobar si es tuerto o solo un ciego más? ¡Si están ciegos! Hay refranes que no tienen mucho sentido. Justo como las fiestas con Ivan. ¿Pero y lo que molan?

- Contestaré al resto de tus preguntas en orden de importancia, si te parece bien -respondo, tratando de mantener la cabeza fría, aunque siento que estoy observando horrores primigenios al hacer memoria-. Vas desnudo porque yo llevo puesta tu ropa. Anoche dijiste que era indecoroso que un hombre te engañase con ropa de mujer, así que decidiste ponerme tu ropa y robarme mi vestido. Vestido que, por cierto, no sé dónde has dejado. Pero si lo has tratado igual que a Cena seguramente esté tirado en medio de una taberna. Y no, no sé de dónde te has sacado esos pantalones hechos polvo. Pero seguramente su dueño lleve mi ropa. Postdata: Me debes un vestido.


la verdad es que casi me da la risa tonta al recordar la noche que hemos pasado. Ha sido, francamente, divertida. Además, el vestido era robado, pero por lo menos me gustaría que cada vez que me revientan uno me lo repongan, o me voy a pasar la vida robando ropa y tampoco está bien eso. Que la inflación es una cosa, pero reventar la oferta solo va a hacerlo todo más caro.

- A tu otra pregunta, estamos en Merveille, y hemos lleg...

Una potente explosión me interrumpe, y todo cobra sentido de pronto: El potente olor a queso debía deberse de un queso azul con fermentación acelerada, guardado en uno de los molinos. Por eso ha explotado el molino más cercano, y por eso ahora hay un volcán de queso que amenaza con matarnos si no actuamos deprisa.

- ¿Cómo de rápido puedes comer, Ivan? -pregunto, dispuesto a comer todo el queso azul que pueda. Además, siempre me han gustado los platos preparados con flores.

¿Su ropa? Ah, eso tenía sentido. No terminaba de entender por qué se la había dado a él (si realmente era "él"), pero todo correcto. Cosas más raras había hecho borracho. Lo verdaderamente preocupantes era dónde diablos estaba su Manto de Sombras. Y eso era un poco preocupantes porque todas sus cosas estaban en él. De hecho, ¿dónde diablos tenía sus armas? ¿En serio iba TOTALMENTE desarmado? Eso estaba mal. Sin ningún arma encima se sentía desnudo. Tiró del pantalón para mirarse el interior y ver si llevaba una daga escondida o lo que fuera, pero no era el caso. Espera, ¿cuándo se había tatuado en el muslo un nombre?

- Decías que te llamabas Claude, ¿verdad?

Joder, menuda farra se debían haber pegado. Si tan bien se lo habían pasado para dejarse tatuar, debía haber sido una buena. Debería empezar a beber menos. Lo justo como para recordar todo el día anterior. ¿Había llegado a Merveille? Eso era interesante, especialmente porque hacía tiempo que... El volcán lácteo interrumpió sus pensamientos, y la onda expansiva de gases lo tumbó... al principio metafóricamente, cuando el pestazo lo aturdió. Luego literalmente por la sobreestimulación de su sensible olfato. Cayó al suelo atontado y gimoteando suavemente por el dolor. A veces odiaba tener esos sentidos.

- Ajo y luego esto... ¿por qué a mí?

Se incorporó con los ojos llorosos y moqueando. Fue a echar una mano a la chaqueta para sacar un pañuelo, momento en que recordó que no tenía su Manto consigo. El suelo temblaba por la intensidad de la erupción, y por todos lados enormes cachos de queso caían del cielo. Hacia ellos se dirigía una enorme ola de queso. Ay, si al menos tuviera su espada consigo... o una daga al menos. Que vaya, siempre podría usar a mini Vanator, pero tenía unos estándares que mantener. Era un fiestero y un chupasangre, no un exhibicionista. Entonces miró a Claude y cayó en que tenía la solución junto a él.

- ¡Rápido! No hay tiempo para preguntas. ¡Quédate muy recto y deja que te agarre!

Si le daba permiso o si dudaba demasiado, lo agarraría por los tobillos y levantaría por encima de sus hombros como si fuese una espada. Entonces, canalizando su haki a través de él para evitar romperlo en el movimiento, trazó un "corte" diagonal hacia la ola. Su intención era crear una onda cortante. El resultado fue... diferente. La onda que salió era ligeramente ondulada y parecía ir desprendiendo algo mientras avanzaba. Parecían hojas o plumas. No fue tan potente como acostumbraba, pero creó un surco en la ola haciendo que pasase a sus lados en lugar de por encima de ellos. Simplemente podría haber volado para que no les pillase, pero eso hubiese sido demasiado fácil.

Por un momento estoy paralizado del terror. No me disgusta el queso, pero en semejantes cantidades todo puede salir mal, y que mi plan se fundamente en comérmelo todo mientras nubarrones de fermento azul y blanquecino hacen cosas no me inspira demasiada seguridad. Sin embargo, como gesto de arrojo y determinación, abro y cierro la boca como si eso fuese a hacer a mis dientes calentar para el momento estelar. Si he de morir hoy, lo haré como un héroe. Todo el mundo sabrá que lo que hice fue por salvarlos a todos y nunca me olvidarán. Además, me convertiré en una estatua de queso, y eso quedará para siempre en este lugar, custodiando el campo de tulipanes y... ¿Qué demonios digo? No quiero morir.

Busco con la mirada en Ivan un plan más acertado que el mío, aunque sé que es casi imposible. Poca gente puede compararse a mi ingenio e instinto de supervivencia, no sé yo si Ivan estará a la altura de las circunstancias. Por mucho que se haya tatuado mi nombre -bueno, tatuado... Se lo puso con rotulador para piel, en un par de duchas se le irá, aunque a saber cuándo se ducha este hombre- no tenemos tanta confianza y, aunque sé que es fuerte, no tengo claro que pueda enfrentarse al Quesocalipsis así como así. Es más, creo que ni siquiera yo, que obviamente soy más fuerte que él, puedo enfrentarme al Quesocalipsis sin garantías de salir indemne. Y eso que no sufro intolerancia a la lactosa. Que Ivan... Bueno, parece que el queso le está haciendo sufrir con solo olerlo. Casi me da pena, pero llevo un ajo donde no debería haber ajos por su culpa, así que... Bueno, eso, que no me da pena. Más pena me doy yo, que tengo que pensar en unos segundos cómo salvarnos o tendré que comer montañas de queso.

Pero, por una vez, Ivan parece tener una idea.

- ¿Por qué presiento que no me va a gustar esto? -pregunto. Aunque, la verdad, no necesito respuesta.

Si me hubiese pedido el cuchillo se lo habría prestado, pero por alguna nada inocente cuestión ha decidido aplicar un innecesario contacto físico muy lejos de lo pudoroso agarrándome la pierna. Mi respuesta es llevar la mano al cuchillo, pero me levanta tan deprisa que me anula completamente, y simplemente adopto una posición perfectamente recta, con el cebollero sujeto con ambas manos por encima de mi cabeza.  ¡Eso es! Solo necesito dejarme llevar por él y aprovechar su fuerza para generar una onda de viento que frene el queso. Claude von Appetit, ¿cómo puedes ser tan inteligente, además de guapo?

Con nuestros cuerpos combinados como uno solo logro hacer mella en la ola, que forma un cono vacío frente a nosotros en el que estamos a salvo. El barco, por fortuna... No, no, el barco no. Adiós, barco. A ver cómo bajamos ahora de esta maldita isla. Y más importante aún, a ver cómo caminamos entre tanto queso. Tal vez deberíamos esperar a que se compacte, pero esa sería la opción fácil. Vamos a ir a ayudar a la gente herida. O a saquear a los muertos, eso ya depende un poco.

- Esto ha sido una idea brillante -me felicito, poniéndome la mano en el hombro mientras miro a Ivan-. Hacemos un buen equipo.

Tampoco quiero que el pobre se sienta mal, así que endulzo un poco mis palabras para no decirle que, realmente, podría haberme ayudado un poco más. Guardo mi cuchillo en cualquier caso y, cuando me cercioro de que el queso puede ser pisado, empiezo a avanzar en busca de supervivientes o tesoros. O ambas cosas.

Así que estaba en Merveille... ¿eh? Tras dejar a Claude en el suelo se frotó la barbilla considerando las posibilidades. Podía cumplir parte de su lista de objetivos pendientes: probar el famoso cigarrillo verde de Merveille, los quesos apestosos de la isla (que evidentemente no iba a comer del suelo) y cazar a una de las veinte presas de la enciclopedia electrónica de presas, el Pájaro Gigante Amarillo. Según las historias era una terrible bestia muy veloz y voraz, y algunos decían que era la legendaria ave fénix. Sin embargo para él no era más que otra pieza que cobrarse.

- Por supuesto, mi buen Claude. Sigue así y algún día serás tan genial como yo.

Parecía que su compañero había reconocido su capacidad para tomar decisiones rápidas y brillantes. Se veía que era un chico espabilado. Con una sonrisa, levantó el pulgar hacia él. De fondo un lugareño lloraba junto a las ruinas de su molino, lamentándose por la fortuna perdida.

- ¡Me lo advirtieron! ¡Me dijeron que era mala idea y no escuché! ¡Ahora nunca podré ahorrar suficientes berries para llevar a mis niños a Disney Lana!

- ¡Eh, compañero!

Se acercó abriéndose paso entre la espesa capa de queso fres... fermentado hacia el tipo ese. Seguro que sabía dónde encontrar un Pájaro Gigante Amarillo. Y si no sabía, al menos sabría indicarles donde encontrar la ciudad o casa más cercana. Seguía queriendo probar ese queso y los famosos cigarros verdes. Al llegar junto a él, un hombre regordete con pantalones de tirantes, le apoyó una mano en el hombro.

- ¡Anímate, porque...! Ah, qué más da. Anímate o algo, o no podrás ayudarme - lo obligó a levantarse agarrándolo por los hombros - ¿Dónde puedo encontrar un Pájaro Amarillo Gigante?

- ¿Eh? ¿Pero de qué hablas? Esas cosas suelen estar en la isla superior - dijo, apuntando al cielo

- Oh - comentó con decepción - ¿Y la población más cercana?

En cuanto el tipo señaló, Ivan lo soltó dejándolo caer en su querido queso y puso rumbo hacia la aventura.

- ¡Nos vamos, Claude! ¡El queso y las hierbas nos esperan!

Arrancó un trozo de viga rota y con un golpe vertical hizo una tosca onda cortante que abrió un camino entre el espeso queso. Entonces le hizo un gesto a su compañero y empezó a caminar por la senda que él mismo había abierto. Diversión y humo les esperaban al otro lado.

Vaya, parece que este tipo es un puto vanidoso. No hace nada y encima se toma la libertad de decir que algún día estaré a su altura. Me molesta bastante, claro que me molesta, ¿cómo no iba a hacerlo? El tipo este lleva toda la noche dándome el coñazo con que quería ir a Merveille. Incluso me ha rogado -puede- que le enseñase mi infalible técnica secreta de navegación. Para cuando lo he hecho, estaba tan borracho que ni siquiera podía tenerse en pie -tal vez-, y ahora me molesta mientras hago que todo el queso no nos mate tirando de mí... ¡Y se cree mejor que yo! No pongo morros, pero camino de forma airada y mucho más despreocupada sin atender a llenarle los zapatos de queso a este hombre... Sin caer en la cuenta de que los llevo yo. Qué asco.

Escucho lamentos de un hombre en medio del campo, pero yo me veo más atraído por una zona a la que por alguna extraña razón no han llegado los rastros de queso -o que si lo han hecho han sido mínimos-, en la que hay un montón de ropa limpia y bien sequita, así como un pozo y un cubo. Como es lógico tras una noche de navegar y una mañana de queso, opto por asearme con una de las camisas ahí colgadas tras tirar en algún lado las ropas de Ivan. En su lugar ya le regalaré algo de lo que hay por aquí colgado, como un camisón o unas calzas. ¿Por qué la gente en este lugar vive así? También hay un peto tirolés, lo cual me hace... Bueno, planteaarme cosas. Ninguna buena, la verdad, lo cual no deja de ser totalmente lógico dado que, está visto, nadie tiene nociones de moda aquí. Bueno, en realidad hay algo que me está llenando bastante el ojo y seguro que me hace un culo espectacular.

Estoy terminando de cambiarme justo cuando Ivan llama por mí, y acepto de mala gana seguir con él. Al final, si quiero volver, tendré que llevármelo conmigo o el pobre no podría sobrevivir ni una semana con esas juergas que se pega. No sé mucho de medicina, pero la cirrosis ataca a mucha gente. De todos modos me acerco renqueando, un poco molesto todavía porque, aun dentro de su intento de halago, se cruza un desprecio que no puedo soportar. ¡Desde lo de Dark todo el mundo se cree más que yo! Y no es así. Y si lo fuera, sigo teniendo un tipo espectacular.

Para cuando llego con él estoy terminando de ajustarme la parte de arriba de un vestido demasiado sugerente para mi gusto. Bueno, en realidad estoy bastante seguro de que la chica que lo llevara es relativamente recatada, pero es que a mí me queda un tanto embutido al punto de estar sumamente ajustado. Pero, eso sí, estoy deslumbrante. El único fallo, mi pecho, que no rellena el abultamiento en esa zona, aunque... Espera un momento. ¿Será viable? Bueno, todo es tener cierta ilusión, y si lo dijo un médico dbe ser cierto.

Me cubro la nariz y cierro la boca. Intento soplar, y me inflo. De verdad que me inflo, aunque solo en los pectorales, y no solo se llena el vestido sino que queda un escote bonito. La verdad, no pensé que el naranja fuese a pegar con mi color de pelo, pero me convence el resultado. Osea, mírame, si es que soy un primor. Aunque evitar el queso esta vez es complejo y debo ir descalzo, así que rodeo la zona donde ha sucedido todo para ver cómo el vampiro abre un camino para llegar hasta mi posición.

- Vale -digo, aún de morros-. Ahora vamos a no sé dónde y.. ¿Qué demonios querías hacer aquí, si se puede saber? ¿Y qué es Disneylana?

En la lejanía escucho al hombre explicarlo en medio de un llanto. Tengo que parpadear varias veces para creerme que alguien pueda ser feliz ahí, pero no cuestiono. Simplemente me encojo de hombros y empiezo a caminar hacia el campo de flores, abandonando del todo la idea de rapiñar algo hasta que el queso densifique. Lo que sí estoy deseando, sin embargo, es llegar a una zona mínimamente urbana para poder contar la magnífica historia de cómo he llegado hasta aquí.

- ¿Sabes? Deberías comprarte una espada de verdad. Esa viga parece poco práctica.

- Ah, ya. No me apetece llevar esta viga, pero es que no sé dónde están mis armas. ¿Tienes idea de dónde dejé la chaqueta que llevaba conmigo? Es una chaqueta de color rojo... o tal vez sea una capa negra. O un abrigo. Depende del día. En resumen, ¿llevaba alguna pieza de abrigo conmigo, y dónde la deje?

Rezó internamente para que la respuesta no fuera "la has vendido" o algo así. No se creía taaaan inconsciente como para dar su Manto de Sombras ni siquiera cuando estaba borracho perdido. Pero nunca se sabía, y siempre estaba la odiosa duda. De hecho realmente le preocupaba bastante la posibilidad de haberlo perdido. Iba a tener que empezar a no llevar todas sus armas y herramientas en el Manto, porque era un peligro. No sólo de perderlo perdía todo, sino que un montón de cosas podían caer en manos peligrosas. Es decir, en las de cualquiera que no fuese él, porque algunas de sus armas eran potencialmente letales hasta para el portador. Nunca había visto qué ocurría si alguien que no fuese él disparaba el Cañón de media libra, pero no dudaba de que como mínimo si era una persona corriente, se quedaría sin brazos.

- Oye, ¿no huele como a... decadencia?

Tras pasar tras la colina al otro del campo anteriormente de tulipanes se lo encontraron: el epicentro del caos, la muerte de la genialidad, un auténtico horror encarnado. Una enorme explanada llena de casas iguales con tejado a dos aguas, calles perfectamente ordenadas con trazado ortogonal, jardines perfectos y llenos de flores y farolas cada pocos metros. Aquel lugar representaba todos los terrores diurnos del vampiro. Era todo demasiado... no él. Y, ¡¿por qué tenía que ser todo tan igual?! Negó con la cabeza, indignado y asqueado. Esperaba que al menos aquellos apestosos quesos y los cigarros verdes no decepcionasen. Por suerte el inconfundible olor que tanto le había torturado en el campo de tulipanes ahora le guiaría hacia su objetivo. Y efectivamente a él llegaron: un bar local. Bien, allí al menos podría recargarse con una buena cantidad de alcohol y tachar dos cosas de su lista. Abrió dando una patada en la puerta con su pie desnudo y lleno aún de queso y se acercó a la barra.

- ¡Camarero! Dos caballeros sedientos y con hambre de aventura han llegado a vuestro humilde local. ¡Regocijaos, porque los valientes y bravos aventureros de los mares Ivan y Claude han llegado! Preparad vuestra mejor cerveza rubia, sacadnos vuestros más apetitosos y apestosos quesos y unos buenos cigarros verdes de Merveille de los que tanto he oído hablar.

- No servimos alcohol. Está prohibido en Merveille.

Algo en el interior de Ivan se murió. Y junto a esa muerte, otra cosa nació. Esa cosa empezó a crecer y trepar lentamente por su garganta, convirtiéndose en un chillido de horror ahogado. Había descubierto el verdadero infierno. Y aún habiendo estado muerto, eso era un nuevo nivel de terror.

Ivan y yo, pero sobre todo yo, llegamos a un lugar que parece salido del sueño húmedo de cualquier arquitecto con la cabeza demasiado cuadrada: Casas de aspecto sólido, calles amplias, bun alumbrado público y gente bastante educada por lo que podemos comprobar. De hecho, varios nos saludan con el signo oficial de "paz entre los mundos" a medida que avanzamos. También parecen extraordinariamente cariñosos, tocándome un par el culo. Como es lógico, me llevo un susto y les pego una bofetada que, en una situación ideal, debería dejarlos en el sitio. Sin embargo, No soy capaz de hacer mucho más fuera de dejarles la mano marcada en la cara y una cierta mirada de incomprensión. Tal vez el vestido sea demasiado prov...

- ¡No! -grito en medio de la calle, cuando tengo que frenar la mano del tercero-. ¡¿Es que un hombre no puede vestirse como desee?! ¡Vergüenza debería daros! ¡Gentuza!

Ivan continúa su camino. Yo me acerco corriendo tras robarle las chanclas al tipo que me ha intentado meter mano. Ya estaba harto de caminar descalzo, y me acerco a él justo a tiempo para entrar en un bar. No una tasca, no un café elegante:Un bar. Un bar donde hay clientela de bar bebiendo y comentando las noticias que da una den den radio en una esquina, muchos de ellos criticando al Gobierno Local, una especie de federación de islas en el archipiélago flotante que, aunque nadie lo dice abiertamente, estoy seguro de que su nombre está en clara oposición con el Gobierno Mundial. Una oposición que no tiene demasiado mérito teniendo en cuenta que seguramente el Gobierno Mundial ni siquiera se moleste en llegar hasta aquí para recoger el guante. Pero bueno, Ivan parece triste porque no puede emborracharse. Sin embargo, yo soy el listo de los dos y me he fijado en un pequeño detalle.

- No te preocupes, podemos beber a morro.

Salto la barra, para sorpresa del barman. Es que a ver, yo sé que hay cosas que esta gente intenta proteger, como sus costumbres ancestrales y demás, pero no casas muy bien prohibir el servir alcohol con que haya un bar lleno de gente con botellines de Paülaner y comiendo cacahuetes. Por suerte el hombre no intenta impedírmelo, tan solo abre la caja para que, supongo, me sirva yo mismo también de eso. Así que me cojo unos cien mil berries y le doy las gracias. El hombre no sabe qué responder, pero antes de que pueda quejarse yo estoy en la puerta, mirando hacia Ivan.

- Bueno, vamos a buscar algo de maría, que aquí solo hay paletos.


tal vez con eso me haya pasado, porque me llueven unos cuantos botellazos. Sin embargo esquivo casi todos y los que no no me manchan el vestido, así que todo en orden. Lo que sí, tengo que salir un poco corriendo hasta que doy esquinazo a un par de sobones -que igual ni me querían sobar, solo partirme la cara-, acabando delante de un "club selecto" de consumo condicionado.

- ¿Condicionado a qué? -pregunto, al entrar por la puerta.

- A cuánto quieras colocarte, por supuesto -responde el equivalente porrero a barman desde su espacio de trabajo-. A cuánto puedas colocarte.

¿Pero quiénes se creían que eran? ¿Le negaban cerveza A ÉL mientras servían a los lugareños? Aquello era indignante. Esa gente se merecía una lección. Se llevaría toda la cerveza que pudiera y no pensaba pagar por ella. Por otro lado tampoco pensaba pagar originalmente. Es decir, no llevaba ni una moneda de un berrie encima. Se acercó al perchero, se echó una gabardina negra por los hombros y comenzó su ronda por el local mientras Claude distraía a los presentes. Simplemente procuró no llamar la atención, usó ángulos muertos y movimientos rápidos, aprovechó los descuidos de la gente... y empezó a vaciar el local de botellines de Paülaner y pinchos de queso. Cuando su compañero se retiró insultando a los presentes, echó a correr tras ella con una insultante cantidad de alcohol y pinchos entre los brazos.

- Qué poco sentido del humor, ¿eh? No entiendo cómo han podido reaccionar así. ¿Quieres una cerveza?

La suerte o un seguimiento instintivo del olor a sustancias psicotrópicas les llevó frente a un local de cigarros verdes. Excelente, otra cosa menos de su lista, pensó estirando la cabeza para coger los pinchos de quesos con la boca. Estaban buenos, aunque la textura de los palillos le quedaba la gracia. Escupió el trocito de madera y entró junto a Claude en el local. El sitio tenía buena pinta: una nube de humo permanente, gente muy calmadita, con aire a intelectual y por todos lados cigarros verdes. Y una música un poco cuestionable, pero que no estaba mal. Apoyó cuidadosamente su botín en una mesa y se acomodó.

- Un cigarro para mí y otro para mi compañero. ¿Cuántas cervezas y quesos cuestan?

- Buah, no sé tío - respondió el encargado, bastante impresionado - ¿Cuánto es eso en leche?

- ¿Normal o del Cubo de Estrellas?

- Oh, veo que eres un hombre de cultura. A los dos primeros invita la casa.

Mientras se encendían los porros y daba la primera calada, se dio cuenta de algo: Claude aún no le había dicho qué había sido de su Manto de Sombras. Le miró dispuesto a preguntarle cuando... espera, ¿no se suponía que era un tío? ¿Por qué tenía canalillo en el escote? Fuah, igual ese queso azul estaba demasiado fermentado y le estaba haciendo ver cosas. No debía haberse fiado de la comida de un sitio donde la dejan fermentar hasta que explota. Suspiró echando una humareda.

- Tío, o tía, ¿desde cuánto te han crecido tetas? Y aún no me has contestado ni a cómo hemos llegado a parar a Merveille ni dónde está mi abrigo.

No sé qué será el cubo de estrellas, pero si eso significa drogas gratis no puede ser tan malo. Lo cierto es que no soy mucho de beber, pero nunca le digo que no a un poco de esparcimiento intelectual junto a las élites académicas de ninguna parte. De hecho, reconozco a verias personas que en su día hicieron una ponencia en mi facultad hace unos años: Nicomedes Hemsworth, autor de "La puta y el clero", una colección de cuentos infantiles un tanto picantes que fueron prohibidos en la mayor parte del mundo libre y en gran parte del no libre; Vadgenius Huemenwey, el hombre que dató la vida del peligroso asesino Enzo D. Firenze, un joven putero que de un día para otro se convierte en ninja porque su madre loca necesita recuperar plumas de un campanario y, mi mayor fantasía adolescente: Claude Mognac, escritora de novelas tan famosas como "La novia de papá" o "Mis vecinos no lo saben", además de una serie biográfica dedicada a la vida de Legan Legim en la que lo retrata como todos sabemos que es: Un fantoche indeseable. No como Ivan, que aunque se aprovecha de mis méritos ha hecho cosas impresionantes. Como... Esto... La verdad, no recuerdo mucho, aunque sé que en Gray Rock casi mata al Roble, el poderoso almirante árbol. Y eso es bastante más impresionante que hacerse con Dressrosa cantando la canción del mariachi. No sé ni cómo le funcionó. Pero bueno, tan pronto ascendió cayó, así que tuvo su merecido.

- Ivan, Ivan... -Tiro de su manga. No sé de dónde ha sacado una gabardina, aunque puedo intuir que del mismo sitio que los pinchos de queso y la cerveza. Pues mira tú, ha hecho bien. Que estos putos merveillanos se creen el no va a más y no pasan de va a menos-. Estamos en medio de la élite.

Ignoro deliberadamente que, pese a que en los sillones más preeminentes hay estudiosos debatiendo bajo el influjo de esta liberadora sustancia, hay yonkis en la parte de atrás que casi parecen un actor en plena lucha contra el cáncer que cualquier subnormal confundiría con un adicto al crack. Solo que estos están fumando crack, y les sienta francamente mal. ¡Pero la élite, Ivan! ¡La élite!

- Estos no son comida.

Le miro amenazadoramente antes de sentarme con ellos, pero entonces me asalta con un dativo confuso. ¿Tan difícil es discernir mi género? En fin, no pasa nada. Entiendo que cuando la gente ve a alguien particularmente atractivo lo confunda a veces o se quede obnubilado, y eso cerca de mí es muy habitual. Además, hay cosas más importantes que contestar:

- Ah, ¿esto? -señalo al escote-. Desde que me he puesto el vestido. Si no no llenaba bien y quedaba algo extraño. Y tu abrigo... -Intento hacer memoria. De hecho, en mi cara se ve el esfuerzo por recordar, hasta que mis ojos se abren como platos-. ¡Ah, tu fachalecho! -El fachaleco es una prenda similar a un chalecho de caza, pero sintético y relleno de plumas. Se utiliza para... Bueno, para poder fardar de gemelos, supongo. O para hacer ver que tus padres son hermanos. Aunque no creo que ese último sea el caso, parece muy espabilado. Aunque su comportamiento errático bien podría responder a la misma clase de depresión que sufre Roy-. Sé que lo llevabas contigo al subir al barco, pero no sé qué será de él.

Tras eso, intento explicarle cómo he hecho que subamos, no sin antes explicarle lo épico y espectacular que es mi método, como aperitivo a un descubrimiento increíble. Sin embargo, una vez empiezo a hablar de eso un pato gigante revienta la puerta del club y me fijo: Lleva el fachaleco de Ivan. ¿Cómo lo ha conseguido?

- ¡Ivan! ¡Tiene tu abrigo!

El animal parece entenderme, porque sale corriendo de vuelta mientras me levanto a por él. ¿Cómo puede correr tanto un puto pato?

Entre el cigarro verde y la confusa explicación de Claude se quedó mirándolo ligeramente estupefacto. O en el habla del lugar, con rostro de intelectual. ¿Que había hecho crecer los pechos para llenar el vestido? ¿No sería que les había metido relleno? Pero eso no parecía relleno. Entonces Claude empezó a contar lo que le había pasado a su Manto, y ahí es cuando las cosas se fueron de madre. A escuchar que estaba en el barco, aspiró por el cigarro con tanta fuerza que lo succionó hacia dentro y se lo tragó. Empezó a toser como un descosido hasta echar fuera el pitillo lleno de babas. Escupió ceniza a un lado y lo miró aterrorizado.

- ¿CÓMO?

No, no, no. No podía ser. Si perdía el Manto, perdía su den den mushi, sus armas, sus herramientas... se levantó de golpe dispuesto a dirigirse a la puerta cuando algo entró por esta: más grande que un humano (y de hecho tuvo dificultades para colarse por el umbral), de un vivo color amarillo con sombreado carmesí en los ojos y con un fachaleco puesto. Era un Pájaro Gigante Amarillo, aunque con el pico cuadrado que tenía Ivan lo hubiese denominado más bien pato. Pero él no era pajarólogo para saber esas cosas. ¿Por qué llevaba un fachaleco manchado de queso azul...?

- ¡¿En serio?! ¡Rápido, vamos Claude!

Echó a perseguir al animal y salió a la calle echando mano a su cinturón... recordando que no llevaba arma ninguna encima. Frunció el ceño, frustrado. Si se paraba a convocar una espada fantasmal con la Segunda Luna perdería demasiado tiempo. Agh, no debería haber tirado la viga antes de entrar en la ciudad. Se centró y tensó los músculos de los dedos por un instante. Pelearía usando su Jägers Krallen, qué remedio. Ya había podido con otras de las presas más fuertes de Paraíso, aquel pajarraco no debería ser muy diferente. O eso creyó al principio. El pato se giró hacia él cuando estaba a punto de darle alcance y empezó a vibrar y temblar. El ataque fue, por su propia naturaleza, demasiado veloz para esquivarlo. Descargas eléctricas brotaron del pájaro en todas direcciones, recorriendo el cuerpo de Ivan. Sus músculos se le contrajeron involuntariamente por unos instantes.

- Eso... no es nada - masculló.

Pasó a forma completa, creciendo unos treinta centímetros de altura. Su piel se volvió pálida como la leche y sus ojos dorados y sus caninos se alargaron y afilaron. Entonces se lanzó a por el pájaro como una bala, lanzándole arañazos con sus dedos desnudos. Aunque el pájaro se echó para atrás, su mano derecha le rasgó el ala izquierda como si sus dedos fueran dagas.

No me puedo creer que un maldito pato corra tanto que me resulta inalcanzable. A ver, que los patos son aves veloces, pero yo siempre he sido muy rápido, y esto empieza a ser humillante. De hecho, estoy a punto de adoptar mi forma completa para demostrarle quién es el único rey del corral, cuando Ivan me pasa por la derecha. Creo haber escuchado una suerte de bocinazo mal imitado, algo así como un "mec mec" mientras pasa por mi lado, pero perfectamente puede haber sido el viento. Sigo corriendo, pero ya me despreocupo en el momento en que el vampiro se abalanza sobre él, pero antes de poder alcanzarlo... Uff, huele como una mala sopa de murciélago. Eso tiene que escocer.

Por mi parte adopto una estrategia más inteligente. Algo a mi altura, que solo alguien como yo realmente podría ingeniar y no espero de casi nadie. Es una táctica tan brillante como simple, por lo que soy bastate consciente de que en realidad, nadie ha pensado demasiado en ello. Así que sin apenas prestarle atención al chamuscado cazarrecompensas sigo corriendo hacia mi objetivo y cojo todo lo que necesito. Ignoro los gritos molestos y los insultos, cargando entre mis brazos con todo lo que puedo mientras con habilidad y esmero me encargo de prepararlo todo, ocupándome de que esté listo y flipándolo un poco cuando veo que se están enzarzando en un combate despiadado.

- ¡No te preocupes, Ivan!

Sigo avanzando. He captado la atención del animal, que se gira por un instante hacia mí y parece que le gusta lo que ve. Antes de que pueda reaccionar, toda la miga que le he quitado al pan que he robado está volando por los aires, haciendo que el bicho se emocione, lanzándose de cabeza a por la comida, dejándome el tiempo suficiente como para saltar a su altura y propinarle una fuerte patada a la cabeza que lo envía de vuelta con Ivan. Por desgracia, está volviendo a brillar. Así que le vendría mejor dejarlo ko pronto. Yo, por la contra, empiezo a recoger las migas una a una. El plan podría funcionar dos veces, y si no por lo menos creará una distracción momentánea cuando le moleste para ver, o lo tuesta un poco para mojar en un gazpacho. Que, a todo esto, empiezo a tener algo de hambre. Voy a apagar el porro, que creo que me está subiendo.

Me agacho para recogerlas, y la primera me recuerda a la cara de Ivan. La segunda a una peonza. Con la tercera me emociono un poquito, porque es una especie de cresta. La cuarta es la legendaria hoja de cerezo. Cuando voy recogiéndolas las moto de nuevo, formando una barra de pan sin corteza con muy poca estabilidad, que lanzo de nuevo. Esta vez con una patada, imbuida en Haki, haciendo que los múltiples pedazos salgan disparados contra el pato. No son balas, pero algo harán. Digo yo.

La táctica del pan fue un golpe de efecto increíble. Ivan aprovechó el momento para reposicionarse y replantear su estrategia. Nunca lo había probado, pero... ¿qué le impedía usar sus dedos como si fuesen armas de filo en todos los sentidos con su técnica? Podría emplear su Primera Luna y reducir a ese molesto pato a filetes. Se centró y de sus manos comenzó a brotar una niebla tétrica mientras un filo fantasmal brotó de sus dedos, como si fuesen garras o una prolongación de estos. Entonces el pato comenzó a brillar de nuevo, probablemente preparando una nueva descarga eléctrica. Pero no iba a caer en un truco que ya había visto usar. Se centró en su oído y se acercó tranquilamente. Percibía algo. Una especie de vibración en el cuerpo del ave. Un sonido similar al del corazón y a la vez diferente. ¿El órgano que generaba la electricidad?

- Te tengo, pajarraco.

Levantó la mano derecha y le apuntó como si su mano fuese una pistola. Entonces de su piel comenzó a salir por los poros gotas de sangre y bolar hacia su dedo índice, formando una pequeña bola. No las tenía todas consigo, pero merecía la pena probar. Mientras tanto Claude lanzó algo de pan al pato. Parece que fue con algo más de fuerza de la que esperaría en miga de pan pegada entre sí, pues el pájaro se apartó con sorpresa cuando le golpeó en el pecho. Las chispas eran cada vez más intensas, pero Ivan ya estaba listo. La sangre salió disparada con la velocidad de una bala, atravesando su fachaleco, el plumaje y la piel del animal. Este dio un chillido de dolor y dejó de emitir electricidad.

- Todo ha salido de acuerdo a mi plan.

Sonrió con orgullo, momento en que debido al viento del aleteo del pájaro, una bragafaja se estampó contra su cara. El ave estaba alzando el vuelo para echarse a volar. No pasaba nada, podría rematarla. Sin embargo si tenía que perseguir a un ave tal veloz como esa tendría que ponerse serio de verdad, y no se sentía con fuerzas. El porro le había subido un poco y sentía que como si tuviera que volver a ponerse a correr como antes, echaría la pota. Se agachó ligeramente y comenzó a tensar sus músculos, preparando su siguiente golpe y su técnica de levitación.

- ¡Claude, reténmelo un momento - dijo tras echar la braga a un lado - Confío en ti, compañero - y alzó el pulgar derecho con una sonrisa.

Hay veces en las que un hombre debería hacer lo que un caballo debe hacer, y eso hago. Resoplo como si me fuese la vida en ello. Pese a nuestros ataques combinados el pato sigue apenas sin daños, moviéndose con total libertad y planeando echarse a volar. Ivan se lo toma tan en serio que está dispuesto a quedarse quieto durante unos segundos, probablemente para lograr que el animal se confíe o algo así. Sin embargo, se está confiando demasiado y yo sé exactamente lo que debo hacer para detenerlo. Voy a darle una patada saliendo a su encuentro, pero un golpe extremadamente poderoso me tumba en el suelo, besando la losa.

Me doy la vuelta justo para evitar el segundo cuando veo que sobre mí se viene una señora mayor, de unos posibles ochenta años que, bolso en mano, se dedica a golpearme sin piedad una y otra vez, una y otra vez mientras repite, constantemente, el mismo mantra:

- ¡Indecente! ¡Esas ropas no se toleran en el sagrado libro!

Recibo una serie de bolsazos bastante dolorosos de los que no me puedo apenas defender. No entiendo qué demonios sucede, tampoco puedo preguntar porque, bueno, parece verse bastante atraída por mis dientes e intenta reventármelos hasta que le pego una patada a su arma y ruedo hacia atrás, con tan buena suerte que acierto en el cuello del ave desde abajo y esta cae encima de la vieja, espero que no matándola pero oye, que si lo hace yo no me voy a quejar.

Parece más confuso que herido, y de hecho trata de alzar el vuelo una vez más mientras Ivan se prepara y la vieja se queja. Sí, maldigo en voz baja porque sigue con vida, pero desde el cariño y la comprensión. Está mayor, no puede adaptarse a un mundo cada vez más hostil y si un pato cae encima... Mejor que se la lleve el señor, ¿no? Hablando del señor, menos mal que con el Hamon he evitado en el último instante el bolso, porque cuando lo abro hay un libro titulado... No.

- ¡Maldito pato! ¡Quítate de encima de ella! ¡Es el mayor tesoro de la isla!

Lo asusto para que salga volando y poder rescatar a Cyka D. Mitri, una anciana un tanto chocha que hace más de setenta años escribió el "Martín acalorado", una novela erótica con final feliz. Literalmente. Muchos frikis de la literatura consideran esta novela un libro sgrado, puesto que el culto religioso en su interior está tan bien desarrollado que... Bueno, que ha nacido en la realidad. Muchos locos y colgados, pero muchos al fin y al cabo.

- Señora, ¿está usted bien?

Trato de ayudarla, pero tira de su brazo.

- No me toques. No he dado permiso para que me toques. ¡Voy a llamar a la policía!

La verdad, no entiendo nada. Así que decido imitar la táctica de la vieja y, con su propio libro, la dejo tumbada en el suelo. Tras eso, observo al pájaro alejarse.

- Bueno, Ivan. Te debo un fachaleco. No puede ser muy caro, ¿cuánto pides? -pregunto, abriendo la cartera de la vieja.

Al principio pareció que Claude iba a lograr retener al pájaro pese a la interrupción de la molesta vieja. Qué incordio. Si tuviese su pistola encima le hubiese pegado un tiro de advertencia para que se callase. Sin embargo algo cambió en la actitud del pelirrojo, y en lugar de mantener al pato distraído, lo ahuyentó y empezó a ayudar a la vieja. ¡¿Pero qué diablos hacía cuando ya casi lo tenían?! Se contuvo un grito de frustración y terminó sus preparaciones, flexionando las piernas para saltar tras el pájaro... ¡cuando Claude le ofreció dinero por la pérdida de su Manto!

- ¡Dinero la polla! ¡Tu dinero no compra mi fachaleco!

Ni siquiera pensó muy bien lo que iba a decir antes de soltarlo. El pánico habló por él. Entonces se propulsó de un salto y comenzó a volar tras el pato todo lo rápido que pudo. El pájaro era rápido pero aceleraba más lento que él, así que logró pillarlo a tiempo. Los dos primeros garrazos seccionaron sus patas. Los siguientes le abrieron el pecho y cortaron las alas. Finalmente agarró por el chaleco al animal y lo lanzó hacia el suelo, haciéndole estamparse de cabeza contra el empedrado. Descendió hasta el cadáveres, furioso, y le quitó el chaleco.

- Mierda, ahora huele a pajarraco y está manchado de sangre.

Buscó el botón oculto del cuello e hizo que el Manto se convirtiera en su forma predilecta, una gabardina roja. Tiró la que había robado y se puso la suya. No olía bien, pero no pensaba separarse de aquella chaqueta por nada del mundo hasta que estuviera en el Leviatán y hubiese guardado todas sus cosas en un lugar seguro. Comenzó a revisar los bolsillos comprobando que estaba todo: dagas, pistolas, municiones, diales, Bat-ladrón... soltó el más sincero suspiro de alivio que había emitido en su vida y cayó de rodillas.

- No vuelvo a beber de esa manera en mi vida.

Siendo sinceros, era Ivan. Volvería a beber, y seguramente volvería a emborracharse. Pero desde ahora en adelante sería más cuidadoso con cuándo se emborrachaba, con quién y más importante: no volvería a guardar todas sus cosas en el mismo sitio. Finalmente se sacó su Guía del buen cazador y le sacó una foto al cadáver. Una presa menos, quedaban diecisiete. De algo mejor humor, sonrió y se guardó la enciclopedia electrónica, momento en que alguien le dio dos toques a la espalda. Lo había escuchado acercarse pero lo había ignorado hasta aquel instante. Al girarse vio a un agente de la policía del lugar, un hombre con un imponente mostachón, un traje lila y una gran porra color rosa. Qué mal gusto de sitio.

- Señor, ha cometido usted diecisiete infracciones leves y siete graves del Código de Leyes del Gobierno Local, incluyendo: dañar y/o matar una especie animal protegida, tirar desperdicios en la vía pública, maltrato del mobiliario urbano, uso de habilidades de combate en la vía pública sin la debida autorización, hurto de un total de cuarenta y cuatro botellines de cerveza y siete tapas de queso...

La lista siguió un rato más. El vampiro se había quedado estupefacto de la sorpresa. O tal vez simplemente aquella voz monótona tenía un efecto adormecedor. Por dios, qué plasta era. Era como oír a Grimes hablar de las cuentas de la banda.

Ivan recupera su fachaleco, pero parece que de alguna forma... ¿Qué? ¿Se ha transformado en una gabardina? No sabía que la ropa pudiese tener esa clase de habilidades. ¿Qué clase de monstruo dotaría a una prenda de vestir de semejante habilidad? Y más importante, ¿cómo de mal debe estar Ivan para transformar una gabardina tan molona en un fachaleco? Que, a ver, igual tenía frío en la espalda y no en los brazos, pero a todas luces eso era una llamada de atención. Casi agacho la cabeza, avergonzado, por no haberme dado cuenta del dolor que debe estar pasando. Y lo peor, debe creer que es culpa suya. Si no, no estaría usando semejante despropósito.

Me acerco a él y apoyo la mano sobre su hombro. Estoy a punto de darle unas palabras de apoyo, pero un ignominioso, ridículo, estúpido, lamentable y antiestético mostacho con una suerte de policía pegado a él llega para cortar el sutil momento de fraternidad por el que estoy a punto de pasar con el vampiro. Empieza a hablar, pero lo único en lo que puedo pensar es en ese matojo informe que le confiere aspecto de morsa endógama. A ratos, cuando hace una pausa menea los labios haciendo que el bigote aletee como brazos de foca deforme. Qué puta grima.

Ivan parece estar escuchando atentamente, pero yo no puedo concentrarme con esa cosa ahí, así que agarro una de las botellas de cerveza -de las pocas que no se han roto, tirada por el suelo- y saco de mi bolsa el soplete de cocina. No lo pienso dos veces. Bueno, realmente puede que no lo haya pensado ni media, porque antes de darme cuenta todo el ambiente apesta a pelo quemado y el agente grita como si le fuese la vida en ello. Yo, por mi parte, me mantengo tranquilo porque esto, al fin y al cabo, era parte de mi plan. Agito la botella con furia y, ayudado de un abrebotellas, hago que un chorrazo de cerveza le sacuda la cara al hombre que, una vez desbigotado -espero que para siempre- tiene cara de niño gordo. Es tronchante.

- ¡Ocho! -grita, tras un rato de chillar monsergas ininteligibles-. ¡Ocho infracciones graves! ¡Ustedes dos van a acompañarme al penal ya mismo! Y tú... -Me señala con el dedo, casi poniéndomelo sobre la nariz-. Vas directa a un reformatorio, muchacha.

Miro a Ivan. Empiezo a reírme. ¡Me ha llamado muchacha! Este hombre es idiota, no sabe reconocer a un hombre cuando lo ve. Se me escapa incluso una lagrimita y me cuesta mantenerme recto, quedando casi con el pecho paralelo al suelo. Cuando logro controlarme, vuelvo a mirar a Ivan.

Y vuelvo a descojonarme.

Lo que ocurrió a continuación sacó a Ivan de su modorra. Un chorrazo de cerveza mojó el mostacho del agente, seguido de una pequeña llama proveniente de un encendedor de Claude. Entre gritos de su atribulado dueño, el vello facial se consumió y desapareció, revelando un rostro gordo y de aspecto casi infantil. Mientras el tipo comenzaba a despotricar contra ellos, declarar que les llevaría a la cárcel y confundir a Claude con una mujer (confusión que Ivan comprendía bien), ambos se miraron y su compañero empezó a reírse a carcajadas. Entre lo estúpido de la situación y lo contagiosa que era la risa del pelirrojo, Ivan empezó a reírse también.

- "¡Ocho infracciones, muchacha!" - dijo imitando la voz del agente antes de seguir riéndose.

Les costó bastante recuperar la compostura, porque cada vez que uno estaba a punto de relajarse, al mirar al agente rojo de la ira o con la risa del otro volvían a empezar a troncharse. Al policía esto no le hizo gracia ninguno, y finalmente metió un pitido con su silbato y sacó unas esposas. Trató de darle la vuelta a Ivan y empujarlo contra una verja para expulsarlo, pero sus esfuerzos fueron totalmente en vano. El vampiro comenzó a sentirse incómodo con tanto toqueteo. Por mucho que le hiciera gracia la situación, no era excusa para empezar a sobarle.

- ¡Lárgate, pervertido!

Le largó una bofetada, una tan sincera y cargada de asco que el tipo simplemente salió volando por encima de la casa de enfrente. Oh. Igual se había pasado un poco. Bueno, qué le iba a hacer, pajaritos al cielo. Se le escapó otra carcajada más al pensarlo y echó a andar a paso apresurado hacia... no tenía muy claro hacia donde. Fuera de aquel pueblo.

- Ha sido una hermosa aventura, pero es hora de retirarnos, Claude. Dos aventureros como nosotros han de saber cuándo un lugar ha dado de sí todo lo que tenía que ofrecer. Y dime... ¿cómo se supone que vamos a bajar de aquí?

Igual hubiese estado bien no ir a la isla borracho como una cuba. Ni siquiera sabía aún cómo habían logrado subir en barco. ¿Había una Knock Up Stream de la que no tenía noticia en la zona? En cualquier caso normalmente para bajar de Skypiea se usaba un pulpo globo. En cambio en esa isla... bueno, si no se hubiese cargado al Patito Feo podrían haber bajado usándolo de montura, pero ahora mismo no serviría para nada que no fuese un estofado de pato... o podía, por otro lado, coser al pato y convertirlo en un pato volador zombie. Aunque si hacía eso, igual se le saltaban las costuras en pleno vuelo y caían al mar. Hmmm. Iban a necesitar otra idea mejor.

Vale, eso ha sido una sorpresa. Yo soy una persona que cuando mete una patada envía a la gente a volar, ¿pero tanto? Unos metros, a veces incluso los hago volar un poco, pero la soberana bofetada que le ha arreado Ivan al agente del orden se parece a un chiste de astronautas en el que un carnero blanco sale despedido a causa de un motor de explosión. Pero bueno, la verdad es que después del manoseo al que ha sometido al vampiro entiendo que este se haya incomodado, más aún teniendo en cuenta que acaba de recuperar su fachaleco-gabardina y no está para que un tipo se la quite, por muy horny que sea. Y, la verdad, no es que sea muy horny.

En cualquier caso, a Ivan parece que se le empieza a bajar el efecto del porro y por fin se da cuenta de que, en realidad, esta isla no tiene nada que aportarnos más allá de olor a queso en el pelo, desgracias por culpa de la "ley seca" y un colocón curioso si entramos a un club de consumo condicionado. Pero lo cierto es que nuestro viaje llega a su fin, y aunque podría llorar no lo haré, porque si bien Ivan ha sido un buen compañero de aventuras casi me rompe la caña durante su borrachera. Afortunadamente, tengo un plan para bajar que debería funcionar por lo menos tan bien como funcionó el de subida. Un plan que, a todo esto, acabo de darme cuenta... No he contado todavía.

- Pues, para bajar de aquí solo necesitamos un bote de remos, una lona y paciencia -explico, buscando alguna tienda de botes-, aunque a las malas nos puede llegar con la tela y un par de tablones. Desde luego, no será tan difícil como la subida, que para hacerlo he tenido que enganchar una caña a...

Un ruido atronador me interrumpe, y un meteorito choca contra la tierra. Todo tiembla, y la gente entra en pánico. Algunas casas en la lejanía han empezado a arder, y cada nueva persona que observa los horrores del espacio sale aterrada. A mí también me producen cierto reparo, aunque parecen animales humanoides con un extraño traje de buzo. Un momento, ¿alienígenas? ¿Aquí? No quiero saber qué coño ha pasado.

- ¡Ivan, móntame hasta que no puedas más!

Y sin dejarle reaccionar me transformo en gallo, pasando entre sus piernas para meter la cabeza y dejarlo sobre mi lomo, con las alas libres. Tras eso salgo corriendo hacia el borde de la isla y comienzo a planear. No puedo mantener durante mucho tiempo mi forma Fancy Cock, así que voy intercambiándola con mi forma completa y la aprovecho para ascender, ampliando mi distancia de vuelo a varias millas, hasta que diviso un barco y aterrizo en él.

- Pues hale, ya hemos llegado.

Sin duda, es el final más anticlimático a una aventura que podría haber tenido piratas espaciales. Pero también el más sensato.