The last cock [Aki - Claude]

Podría, quizá, haber navegado hasta aquí. Podría haberme subido al primer barco que me encontrase, o haber robado el pase de alguien hasta esta isla, pero nadie quiere venir a parar aquí. ¿Qué puede ofrecer Long Ring Long? Nada. ¿Qué espero encontrar? Creo que lo mismo. Tan solo observo el firmamento mientras un vendaval de plumas es llevado por el viento. Estoy tan acostumbrado ya a no utilizar mi fruta del diablo que llega a olvidárseme que la poseo, pero por una vez me apetecía volar. Es la primera vez que lo hago hasta tan lejos, pero una vez he empezado ya no quería mirar atrás. Volar es, al fin y al cabo, algo mágico. Y a veces todos necesitamos un poco de magia.

Ni siquiera esperaba llegar a esta isla; no habría venido de saber que era la siguiente en el camino, pero la casualidad es una fuerza caprichosa del mundo, una marea contra la que luchar solo puede terminar mal. Navegar sus olas convierte la tormenta en suerte, y así me guío. Si cada cosa que hago estuviese planificada racionalmente, si cada paso que doy debiese meditarlo... En el mejor de los casos no avanzaría.

Desde el suelo Long Ring Long no parece una isla tan anodina. En vez de ser un anillo yermo es una gran pradera vacía, salpicada de algunos árboles frutales y animales salchicha por todas partes. Salchichas muy grandes. Un perro larguísimo es el primero en correr hacia mí, ladrando desbocado y con pinta de muy malas pulgas. Cuando está muy cerca me percato del olor a orina, dándome cuenta de que estoy en su territorio -o eso debe pensar él-, por lo que decido retroceder lentamente. Paso a paso el animal parece que se calma, pero sigue ladrándome desde una distancia cada vez mayor a medida que me alejo. Hasta que mi espalda choca contra algo.

Me doy la vuelta. Pensé que sería un árbol, pero se trata de la quilla de un barco. Curioso, pues no recuerdo que hubiese nada mientras estaba mirando alrededor. Lo rodeo para examinarlo y me percato de que está en tierra; también de que tiene pequeñas patitas en el casco con enormes botas de goma en la parte inferior. ¡Claro! No lo he visto porque acaba de llegar, y no lo escuché porque la goma amortigua el sonido. En cualquier caso, me subo al barco.

La cubierta está vacía, pero cuidada. Tiene sentido, puesto que el barco no puede haber llegado solo. O quizá sí. Si tiene patas nada dice que no tenga manos, y si las tiene podría lavarse él solito, como un barco mayor. En fin, las comprobaciones de rigor me hacen ver que tiene bandera negra. Y no es la mía.

Debería arreglar eso.

Long Ring Long Land. No recordaba haber estado nunca en ese archipiélago. Si recordaba, sin embargo, haber leído su nombre en alguna parte. Seguidamente, había pasado del texto. Nada con un nombre tan estúpido podía ser un sitio interesante. El problema, claro, era que su orientación le había jugado una mala pasada y ahora tenía que encontrar a alguien si quería salir de esa isla por la dirección adecuada.

Estaba yendo a Water 7. Eso lo sabía. De eso se acordaba. Dentro de poco iba a ser la competición anual de góndolas y quería volver a participar, especialmente ahora que sabía a lo que iba. Había echado a volar porque en realidad tenía bastante tiempo y prefería hacer el viaje en solitario. Aunque pareciera contraintuitivo era más discreto llegar volando por su cuenta que llevar el Loreley y así de paso estiraba las alas. Hacía demasiado tiempo que no hacía un vuelo largo por su cuenta; lo echaba un poco de menos.

O eso pensaba, antes de recordar por qué hacia tanto tiempo que no volaba largas distancias. Supo que se había perdido en cuanto vio aparecer Long Ring Long Land bajo sus pies. Bueno, en realidad supo que no era Water7. El nombre lo leyó de un cartel de madera clavado en la arena. Había descendido y se había puesto a caminar. Si había llegado a la isla que no era, tenía que pedir indicaciones antes de seguir volando. De lo contrario, o acababa de vuelta en casa o en otra isla desconocida, estaba segura. Por desgracia, el lugar no parecía precisamente habitado.

Pasó un tiempo caminando por la isla. El suficiente como para cogerle manía, que no fue mucho. No tardó en atar cabos y entender que el nombre era más descriptivo que estúpido. En cuanto vio al primer elefante alargado le dieron ganas de estrellarse la palma de la mano en la frente, pero se refrenó. Aún así, le daría otra oportunidad al lugar. La justa como para encontrar gente. Alguien tenía que haber escrito y colocado el cartel ¿no? O eso o era alguien que estaba de paso, pero prefería no pensar en esa posibilidad. Todavía no.

Al final, se hartó de caminar. Encontró un leopardo terriblemente largo, igual que todo lo demás y sin dudarlo se tiró en su lomo. El animal le gruñó y ella le gruñó de vuelta. Al final pareció entender su apatía y sin más quejas, echó a caminar llevando a la pirata en el lomo. El tiempo que pasó ahí, lo desconocía.

La sacó de su pereza un sonido bastante… curioso. Como de goma. Y la goma era algo artificial, creado por humanos. Levantó la cabeza en seguida, solo para encontrarse… un barco. Con patitas. Patitas de goma. ¿Pero qué…?

Bajó del leopardo, pero le agarró del cuello cuando intentó largarse.

-Ah no, ni se te ocurra. No quiero seguir dando vueltas yo sola.

Avanzó un poco más junto al hastiado felino, hasta que en la cubierta vio una melena pelirroja bastante reconocible. Tardó un par de segundos en hacer la conexión, pero en cuanto la hizo los ojos se le agrandaron y sonrió de oreja a oreja.

-¡¡Claude!!

Se llevó la mano a la boca en seguida. Oh, no. La última vez que le había visto… no, que le había conocido… era como Lysbeth. Y ahora ella ya no… ya no era. No más. ¿Debería cambiar de físico, seguir la mentira? No, era demasiado tarde. Y no quería, en realidad. Ah, demonios. Aguardó en el sitio, un poco nerviosa, a ver cómo reaccionaba el pelirrojo. Su sonrisa de alegría se tornó sospechosamente grande, pero no flaqueó. Con suerte, todo iría bien.

Escalar un mástil tiene una serie de trucos que no suelo compartir con nadie: Elegir la parte menos encerada es lo obvio. No aferrar con fuerza el palo, pero deslizar brazos y piernas al unísono. Obviamente no usar los dientes, ya que suele ser contraproducente y la caída podría dejarte con uno o dos huecos en la dentadura... Hay muchos consejos que podría dar, pero sin duda el que me suelo aplicar es mucho más básico y, en mi opinión, mejor: Utiliza las jarcias. Eso hago; como si fuese una escalerita de cuerdas asciendo rápidamente hasta el carajo. Otro consejo que daría normalmente es bajar la bandera con las poleas, pero suelen estar oxidadas y no me gustaría que me viese nadie antes de que haya hecho el cambio. Sin embargo, alguien me ha visto.

No, me ha reconocido.

Apenas me ha dado tiempo a sacar la bandera, y sin duda no he podido desdoblarla. Cuando he escuchado mi nombre por un momento me he llevado un buen susto, pero recupero pronto la compostura y miro hacia abajo. Se trata de una mujer pelirroja, de cara algo aniñada y exuberancia natural. Al menos parece natural. ¿Es ella la dueña de este barco? No, tiene demasiado estilo como para viajar en un barco con botas. Además, está abajo y no en cubierta; ¿por qué bajaría si este fuese su barco? Eso no tendría ningún sentido.

- Solo hay dos tipos de mujer que conozcan mi nombre, jovencita -le digo, mirando hacia ella sin darme la vuelta por completo-. Las hijas de quienes he derrotado y mis admiradoras. Y no recuerdo haber vencido a ningún cuarentón últimamente.

Paso la mano por la verga suavemente y doy un salto. Como si de un truco de magia se tratase desato la bandera y engancho la mía en un abrir y cerrar de ojos, girando alrededor del palo. Cuando he dado el giro completo me aferro a uno de los cabos y desciendo rápidamente hasta dar con los pies en las barandas de cubierta, delante de ella. Todo muy espectacular, hasta que se me cae la bandera vieja encima y tengo que apartármela de forma muy poco digna.

- Y dime pues, jovencita -en realidad parece de mi edad, pero a las chicas les gusta que las traten con caballerosidad-. ¿Qué buscas de Claude von Appetit, mejor espada del mundo y hombre de tus sueños? Es un lugar muy remoto para perseguirme por un autógrafo.

Ah, por supuesto. Estaba cambiando la bandera. Hacía bien, en realidad. Podía ver las patitas del barco desde donde estaba y tras la sorpresa inicial no era difícil ver que se trataba de un barco muy mimado. Alguien había creado esas patitas a mano y si su vista no le engañaba, las habían encerado hacía poco. No era lo único; en realidad todo el bote estaba muy bien cuidado. No había ni un solo rasguño, al menos hasta donde alcanzaba a ver, y las velas estaban cuidadosamente plegadas con nudos elegantes. Normal, por otro lado; con unas patitas como esas no necesitaba la ayuda del viento.

No era el barco de Claude – nunca era el barco de Claude – pero se movía por él con el mismo mimo que debió haber tenido su dueño. Igual pretendía encontrarlo. Igual solo quería apropiarse de la bandera. Aguardó, preguntándose cómo podía empezar a explicarle toda la historia. No quería que creyese que le había mentido.

Su sonrisa no vaciló, pero se volvió un poco triste al escuchar su broma. En realidad, se lo imaginaba enfrentándose a Akon perfectamente. Sin embargo, era algo difícil; hacía no demasiado que el pobre hombre apenas se levantaba de la cama. Los años pesaban y ahora ya no podía meterse en peleas a cada momento. Le habría gustado, pero su cuerpo tenía otros planes. Ella, sin embargo, seguía igual de lozana que una, dos y tres décadas antes. Pero esa mentira sí podía dejarla estar; al menos de momento. Esa no era la que importaba.

-En realidad – dijo, acercándose y apartándole la bandera de la cara. – te has dejado una tercera opción por el camino. Una admiradora, que no es hija de nadie, me ha enviado a buscarte. – Era la verdad, de una forma un poco extraña. Le ayudó a doblar la bandera antes de entregársela con una pequeña sonrisa.- ¿Te acuerdas de Lysbeth?

No tenía muy claro cuál sería la respuesta. Suponía que la recordaba; había pasado tiempo, pero no tanto. La pregunta era si se lo admitiría a una extraña. De todas formas, dijera lo que dijera, no importaba. Era el último cabo suelto de su otra yo y era hora de dejarlo bien atado. Se lo contaría todo, una historia de alguien más, y esperaría que entendiera. De lo contrario, bueno. No le apetecía transformarse, pero era un plan B razonable. Un poco. En realidad, tenía la sensación de que eso podía jugar más en su contra que cualquier otra cosa.

-Mi nombre es Aki D. Arlia y no tienes de qué preocuparte.- dijo, guiñándole un ojo. De uno de sus bolsillos sacó un cachito de papel y en cuestión de segundos tuvo su nombre plasmado.- No me importa viajar para traerte uno.

-¿Lysbeth? Hm... -Me hago el tonto por un momento-. Conocí una chica en Jaya que se llamaba así; le gustaba el vino barato.

En realidad estoy bastante seguro de que simplemente Lysbeth no tiene ni idea de vino, pero como a todo el mundo, el caro le hace disfrutar algo más. O no; catar es una operación delicada y el vino un sabor muy complejo. Aunque hemos hecho alguna que otra cosa más juntos, como cuando conquistamos el Cuartel General de la Legión... Sí, fueron buenos tiempos, pero luego desapareció sin dejar rastro. Como Illje.

- Solía ser mi subcapitana; o al menos, mi subcapitana favorita. -Poco a poco me invaden los recuerdos y se me enternece un poco el gesto. No mucho, pero sí un poco-. Un día nos separamos y desde entonces no la he vuelto a ver, pero sé que volverá. Y esta vez será pelirroja. Fue una orden.

No recuerdo haberle dado esa orden, en realidad. Es posible que en una de las tantas charletas que tuvimos en el faro de los Cabos Gemelos al amparo de la chimenea, o poco antes de que abandonáramos el lugar para seguir nuestros caminos. O puede que fuese en Raf... Skypiea, en la Isla del Cielo, donde asaltamos una casa para hacer de comer y descansar un poco. Estoy casi seguro de habérselo dicho, o como mínimo comentarle que tenía espíritu de pelirroja. Que solo necesitaba teñirse y muy pronto podría dominar el Habuso casi con la misma habilidad que yo.

Me tiende un papel: Está autografiado. Eso me distrae de mis pensamientos, pero trato de leer en rúbrica el nombre de Aki D. Arlia y entrecierro los ojos, tratando de reconocer el nombre. ¿Pirata, tal vez? Puede ser, pero hay algo más, seguro. La miro de arriba a abajo tratando de ver en ella algo y, más allá de una persona, no veo demasiado.

- Vale, ya sé a qué viene esto -digo-. Lysbeth te manda a gastarme una broma y esas cosas, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo lleváis siguiéndome? -Entonces miro a mis pies-. Este barco era tuyo, ¿verdad? -pregunto, señalándolo-. Pues Santa Rita Rita...

Una puerta se abre de golpe. Un hombre gordo, de esos a los que se ve venir, sale por la puerta del castillo de popa. Me llevo la mano a la empuñadura de la espada, preparado para la acción, pero da un largo bostezo, se rasca los bajos, se tira un pedo y vuelve adentro. ¡Ya sé lo que sucede aquí!

- Si buscabas un amante... -La miro con cierta incomprensión-. Lo entiendo, y seguro que Lys te ha dado muy buenas referencias, pero dos cosas: Primero, no está tu número en el papel, y segundo, ¿qué puede ganar el gran capitán von Appetit de satisfacer los deseos de una esposa desatendida?

Aki alzó la ceja. No le gustaba el vino barato. Le gustaba el vino, y punto. Tinto, para ser concretos. El blanco era una porquería. Y sí que se acordaba de ella, a la perfección de hecho. Estaba segura.

Sus siguientes palabras le hicieron relajar el gesto y preocuparse un poco. ¿Le había dicho eso? No lo recordaba, pero por otro lado sonaba a la clase de locura que le soltaría sin pensar. Se acarició un mechón, sin darse mucha cuenta. Si de verdad era cierto, había cumplido. Si acababa de pensar en ello… también.

Dejó que leyera el autógrafo y sonrió de oreja a oreja mientras la examinaba. No iba a adivinarlo y era divertido verle tan confuso por una vez. El papelito había sido una travesura un poco tonta, pero había salido bien.

-¿Siguiéndote? No, esto ha sido casualidad. En realidad yo-

Se calló. ¿Ese barco? Lo miró con un poquito de asco, sin poder evitarlo. ¡No era culpa del barco! Era pequeño y bonito, pero… no era el Loreley. Dejaba mucho que envidiar al Loreley. Y de tanto mirarlo, con sus patitas rechonchas, le estaba haciendo echar de menos el suyo.

-Ese barco no es mío.- Dijo con firmeza, cruzándose de brazos.

Antes de que Claude pudiera responderle, salió el verdadero dueño a cubierta. Ambos se tensaron, pero tras un pedo que rompió la tensión el hombre los ignoró y volvió a desaparecer. Ni siquiera estaba segura de que les hubiera visto, a decir verdad. Claude no tardó en sacar sus propias conclusiones, pero eso fue la gota que colmó el vaso. Aki suspiró y se acercó, poniéndole el índice en la punta de la nariz y mirándole a los ojos.

-Ese no es mi marido. – Quitó el dedo y se apartó un poco, intentando no evitar su mirada.- Y… yo soy Lysbeth.

El nombre le picó un poco en la garganta, en realidad toda la frase lo hizo. Pero logró decirla y una vez estuvo fuera fue más sencillo continuar.

-En realidad, Lysbeth era yo. Siempre lo fui. Tenía… muchas cosas que olvidar y borré mi memoria para huir de ellas. Cambié de apariencia por ellas. – Se encogió de hombros. En realidad no era una historia tan buena. Simplemente era triste. Las historias tristes siempre calan más.- Borré mi memoria también. Y… entonces decidí que tenía que recuperarla. Por eso desaparecí. Y bueno, la recuperé. Así que aquí estoy. – Le dedicó una pequeña sonrisa nerviosa, sin tener muy claro cómo iba a reaccionar. A lo mejor ni siquiera le creía, pero el primer paso era soltarlo.- ¡Tachán! – Añadió, vacilante.