R is for Rasputín [Priv Illje - Claude]

Gruñó un poco cuando la luz le dio en los ojos. En lugar de hacer lo que haría cualquier persona normal y levantarse, se dio media vuelta y se hizo una pelotita hasta encajar medio cuerpo debajo de la almohada. Ajá, la malvada luz no podría alcanzarla ahí. Demonios, esto en Dark Dome nunca había sido un problema, aunque mentiría si dijera que allí se levantaba sin tardanza. Era Edipo quien le daba con el morro hasta que movía el culo y ahora mismo no estaba con ella. Se encontraba en el barco, aguardando a que tuviera tiempo de repararlo. Hasta entonces, le tocaba prescindir de él… y en momentos como ese, era duro.

Al final, sin embargo, tuvo que levantarse. Ni siquiera su tesón por ser una remolona podía hacerle ignorar sus necesidades biológicas y… había hambre. ¿Habían cenado la noche anterior? No estaba segura. Lo único que sabía era que tenía ganas de un gran desayuno. Sin embargo… ¿qué comer? Había muchas posibilidades y poco tiempo, si querían aprovechar el día. No iba a irse de Russuam sin ver los osos, lo tenía bastante claro.

Se giró hacia un lado y pensó en despertar al pelirrojo, pero después se lo pensó mejor. En realidad, que aún estuviera dormido le daba la excusa perfecta para hacer una cosa. Se levantó y se llevó un par de cosas de la mesita al baño, el único rastro de su travesura el cable del teléfono en el suelo. Pidió el encargo en voz baja y regresó al dormitorio feliz y todavía hambrienta. Aprovechó la espera para vestirse; en realidad era una suerte que el día anterior hubiera traído varios modelitos para que el pelirrojo se los probara. Se colocó con esmero su kimono azul, pero decidió dejarse el pelo suelto ese día, al menos de momento. Los patines bien podían esperar a que salieran del lugar.

Llamaron a la puerta y fue a abrir a la carrera. Ayudó al señor a traer todo al hall y a colocarlo en una pequeña mesa que había allí. Uau, olía que alimentaba. Ahora sí, ya podía despertarle. Puede que hubiera sido idea suya, pero no podía comerse todo eso ella sola.

Se subió a la cama con cuidado y le movió un poquito el hombro.

-Buenos días. He pedido desayuno, pero como no sabía qué te gustaba… he pedido un poco de cada cosa. ¿Me acompañas?

Mentira. Mentira cochina. Bueno, a medias. No sabía qué le gustaba y no quería meter la pata, pero más importante aún, no quería dejar nada sin probar. Y en la mesa les esperaban desde cosas normales como tostadas y cacao con leche hasta un par de sopas calientes, un plato de pasta, algo que parecía otro chupito de vodka y un par de platos que no era capaz de reconocer. Oh bueno. Le gustaban las sorpresas.

Ha sido... Entretenido. Tierno, incluso, en cierto modo. La conejita, para estar loca, sabe muy bien lo que hace y cómo hacerlo. Tal vez se haya excedido en algunos momentos, pero tampoco es como si me hubiese hecho sangre en la espalda, así que podemos dejarlo en empate. El hecho es que ha resultado satisfactorio, parece que para ambos, y al final hemos caído tirados en la cama sin probar ninguno de los carísimos platos que he encargado que nos preparasen. Aunque nunca habría esperado un uso tan imaginativo de la salsa de ostras como el que Ilje le ha dado, y eso ha sido... Bueno, ha estado bien, pero necesito una ducha. Otra más, quiero decir.

No he dormido demasiado. No porque nos hayamos acostado tarde, que también, sino porque el sol termina entrando por la ventana al amanecer y mi cuerpo se activa. No suelo caerme de sueño, y de hecho me encuentro bien, pero si no me muevo es únicamente porque no quiero despertarla. Y si no la despierto no voy a poder moverme. Es un hecho. No, es más que un hecho: Estoy atrapado.

Sin embargo no está tan mal. Su cuerpo está calentito y la colita me roza de forma muy agradable, así que cierro los ojos y trato de relajarme. Para eso, cuento las estrellas del cielo. Por lo menos las que puedo nombrar, hasta que se acaban y termino simplemente contando sin un propósito concreto, solo entretenerme y disfrutar de ella mientras no se despierta. Me atraiga o no, que ese tema no forma parte del debate ahora mismo, poca gente conozco a la que no le guste el calor humano. Y yo no soy uno de esos monstruos.

Cuando se despierta estoy a punto de darle los buenos días, pero noto cómo se mueve a hurtadillas y en su lugar prefiero seguir haciéndome el dormido. Es fácil, solo se trata de respirar profundamente pero con suavidad y mantener los ojos cerrados. Era un experto en eso cuando era niño; nunca una navidad hubo en que me quedara sin regalos por no dormirme. Pero el caso es que la dejo ir y espero pacientemente hasta que todo sucede: Alguien llama a la puerta, Ilje da saltitos hacia ella y se me escapa una risita ahogada imaginando su pomponcillo rebotando alegremente arriba y abajo. Luego la habitación se llena de un indudable olor a comida recién hecha -salvo la pasta, la pasta huele a recalentada que echa atrás- y se acerca a mí para "despertarme".

Abro los ojos.

- Woao -es lo único que alcanzo a decir cuando veo el escote que lleva su conjunto-. Buenos días, conejita. -Sí, se me va la vista. ¿Algún problema?-. Y además me lo traes a la cama... Gracias.

No es que me apetezca especialmente, pero se ha vestido para la ocasión y como mínimo puedo ser considerado. La verdad es que está preciosa, y cualquier otro se habría abalanzado ya sobre ella. Pero yo no soy esa clase de hombre.

Me yergo cuidadosamente y me levanto, estirando todo mi cuerpo cuan largo es. El peinado está destrozado ya, así que me lo deshago y recojo en una coleta alta, aunque más tarde tendré que peinarme concienzudamente. Y darme otra ducha. La otra ducha es importante. Me vuelvo hacia ella.

- Está bien, ¿por dónde quieres empezar?

Illje sonríe cuando le llama conejita. Hacía mucho tiempo que nadie le llamaba así y, simplemente, le alegra. No va a mentir, echaba de menos estar con gente. No es que en Dark Dome le hayan faltado amantes, pero tenía por costumbre echarlos antes de irse a dormir. Sin embargo, esta no era su casa y de hecho la habitación la había escogido él, así que echarle habría sido bastante maleducado por su parte. Además, se iría sí o sí dentro de unas horas. Qué rayos, tenía derecho a disfrutar.

Le pregunta que por donde quiere empezar y se acerca a la mesa de comida, dudando. Había cosas que tenían buena pinta, pero ya las conocía. Por otro lado, había un par de platos sospechosos que no lograba identificar, así que haciendo tiempo decide prepararse antes de nada una tostada. Por suerte, han traído si no todas las mermeladas, sí las que importan. Naranja, melocotón y fresa a partes iguales sobre el mismo pan, juntas pero no revueltas. Le da un bocado y se tapa la boca con la mano mientras mastica, feliz. Lo cierto es que tenía más hambre que la que recordaba, pero tiene sentido. Al final anoche habían caído rendidos sin cenar. Y era una pena, porque sabía que el pelirrojo había pedido que les prepararan un par de cosas. Oh, bueno, por lo menos había dormido bien. Hace un gesto hacia el festín y le sonríe, dejándole que escoja:

-Pilla lo que quieras, nos merecemos una buena comida.

Al final se acabó la tostada y decidió indagar en uno de los extraños platos. El que más le llamaba la atención eran una especie de bolitas de masa de aspecto crudo adornadas con hierbas. No creía haber visto algo semejante nunca, pero se armó con un tenedor y con cuidado, se llevó una a la boca. Oh. Oh. Pues estaba rica. Era una especie de empanadilla, podía notar la carne y la cebolla sobre todo, pero debía de llevar especias que no conocía, porque el sabor global era bastante diferente al que estaba acostumbrada. ¿Cómo se llamaría? Debería haberle pedido al hombre que les pusiera nombres a todos.

Dio un par de vueltas más a la mesa, comió un poquito de cada cosa y al final se quedó satisfecha. Miró la hora, pero era más temprano de lo que pensaba por lo que tenían tiempo de aprovechar la mañana y llegaría de sobras para zarpar a la hora acordada con su navegante. Y eso significaba una sola cosa.

-Tengo una proposición que hacerte. – Le dijo mientras sonreía con travesura y se mordía el labio. Se acercó a donde estaba y se sentó en un huequecito que había entre tanto plato, teniendo cuidado de no mancharse ni tirar nada.

-¿Te apetece venir a acariciar osos blancos conmigo? ¡Quizá incluso podamos montar alguno!

En realidad, sabía que había pocas probabilidades de eso. Eran animales grandes y, al menos según los rumores, bastante territoriales y peligrosos. Pero había encontrado un criador no muy lejos de donde estaban y tenía ganas de acercarse y verlos. Si los criaba, lo lógico era pensar que los tendría domesticados, ¿no? ¿para qué iba a criarlos si no?

-Nunca he visto un oso blanco, la verdad. Y puede que este hombre tenga crías, por lo que he leído hace ya bastante que acabó su temporada de apareamiento, así que seguro que alguna de las osas ya ha dado a luz.

Le brillaban los ojitos con ilusión. ¡Osos! ¡Enormes, blancos y suaves! ¿Quién no querría enterrar la cara en uno?

Me doy una vuelta por los desayunos que ha traído. Los veo, los huelo y algunos hasta los toco con el dedo. La comida está hecha para disfrutar con todos los sentidos, así que el crujido del pan cuando hundo la uña en su corteza tostada me hace sentir escalofríos. Casi todo huele de maravilla y hasta me doy el lujo de agarrar un cruasán. Está perfectamente horneado, y se deforma al presionarlo sin romperse. Tiene tacto de cruasán, es perfecto. También sabe a cruasán, aunque no de primeras calidades. Es decir, está técnicamente bien realizado, pero no han utilizado ingredientes de primera. Pero vaya, no todos los días se puede tener una experiencia gastronómica única.

Miro con suspicacia algunos de los otros bollos, particularmente los que claramente se han llevado a cabo en procesos industriales, y les bufo. Finalmente cojo unos huevos revueltos y empiezo a comerlos, con la misma sensación de pesadez que al probar el dulce. Por lo menos en estos momentos me alegro de no haber cenado ayer, porque esto es aún más decepcionante. Es técnicamente bueno, está bien condimentado, tiene algunos matices... Pero si no usas buen producto el plato se resiente. No es agradable.

No digo demasiado, pero sí que dejo el plato a medio comer con una expresión neutra. Estoy saciado, pero mi cuerpo pide algo un poco mejor. Decido que lo óptimo es darme una ducha en lo que ella revolotea alrededor de cada plato como una niña ilusionada, y la dejo comiendo para poder quitarme todo el olor de una vez. Ha sido una noche interesante, de eso no hay duda, pero menos mal que hay esponjas de cortesía en este lugar.

Salgo limpio de lo que al final ha terminado por ser un corto baño, pero un baño al fin y al cabo. Me he lavado el pelo, quitado los restos de salsa de todas partes -incluso de zonas donde no sabía que podía haber- y salgo del baño desnudo, buscando mi bolsa para coger algo que ponerme. Hoy opto por unos pantalones ceñidos de color azul oscuro y una camisa ajustada de manga ancha en las puñetas, pensada para llevar arremangada. Escucho su proposición mientras me pongo la ropa y voy recogiendo todo lo que en el día anterior hemos ido dejando por ahí. También me recoloco el pendiente, los anillos y las pulseras.

- ¿Osos? -pregunto-. ¿Osos? -repito.

Sé que los osos son animales famosos en esta isla, pero muy poca gente se atreve a montarlos y mucha menos sobrevive a intentarlo. De hecho, la baja cantidad de cosacos se justifica a causa de que la prueba de fuego es lograr montar a un oso vivo, el llamado "Dummy Bear", que al contrario que los que montarán después, no está ebrio. Eso lo vuelve violento y formidable, atroz y terrorífico. Algo que nadie haría si estuviera en sus cabales.

- Estoy dentro.

Termino de encajar mis cosas en la bolsa y saco una chequera. No sé de quién es, pero he aprendido a imitar la firma razonablemente bien y casi seguro que tiene fondos. Normalmente no gastaría un bien tan preciado como este en un simple hotel, pero no quiero que Ilje piense que soy un cutre. Simplemente, no tengo dinero. Robar está mal, al fin y al cabo.

Una vez estamos los dos listos le abro la puerta, invitándola a pasar el umbral y salir al exterior. Es hora de hacernos un nombre como jinetes de osos.

Pese a que había bastante variedad de desayunos, ninguno parecía terminar de agradar a Claude. Entre platito y platito Illje miró cómo iba cogiendo las cosas, inspeccionándolas y volviendo a dejarlas. Comió, sí, pero no mucho y desde luego no con tanta ilusión como ella. No entendía realmente el fallo que tenía la comida, a la conejita le parecía que todo estaba riquísimo, pero podía ver la suspicacia en la mirada del chico y le hacía más gracia que otra cosa. Tampoco se quejó, por lo que decidió no insistir en el tema. Que escogiera él la comida y ya estarían empatados.

Mientras él iba a ducharse, Illje terminó de arreglarse. Se recogió la larga melena en un moño alto, dejando sueltos dos mechones para que le enmarcaran el rostro. Se colocó una hebilla para terminar de decorar el conjunto y ya estaba lista. Había hecho bien en ducharse antes de caer rendida la noche anterior, porque le había ahorrado tiempo. Por otro lado, la idea de acostarse sin estar limpia no le agradaba demasiado, especialmente después de haber quedado pegajosa. El baño de vapor le había hecho sudar algo más de lo calculado inicialmente y al final el pelirrojo había rematado la faena. Por suerte, las duchas del lugar eran más que adecuadas y había salido de allí ya medio dormida de lo ha gusto que se había quedado con todo. Fue ver la almohada, sonreír y Morfeo se apoderó de ella.

Se colocó los patines, los dejó en sus tacones y se aseguró de que iban igual de bien que siempre. Un examen rápido cada mañana evitaba posibles averías, al fin y al cabo. Cuando Claude salió del baño le recibió con una sonrisa.

-Te queda mejor mi falda, pero esa camisa tampoco está nada mal.

Además, los dos de azul iban a juego y una estética bien cuidada siempre era algo digno de apreciar. Se apuntó a lo de los osos, por lo que lo único que les faltaba era ir hasta allí. Fue a preguntarle cuánto era su parte por la habitación y la comida, pero calló al ver que sacaba una chequera. Qué elegante. Si se ofrecía él a hacerse cargo, desde luego no iba a negarse.

El sitio que había apuntado quedaba razonablemente cerca, pero aún así estaba a las afueras de la ciudad. Hacía frío, pero no tanto como para andar tiritando y lo cierto es que la atmósfera del lugar era bastante apacible. Apenas había gente en la calle y parecía que a todo lo cubriera una pátina de luz blanca, más allá de la nieve que cubría el suelo y cualquier superficie mínimamente horizontal. Pasaron por delante de una tienda que ponía Ferretería y Desguace, pero no estaba abierta todavía. La conejita hizo una anotación mental de volver por ahí cuando hubieran terminado con los osos; todavía tenía a Edipo en el barco y si podía encontrar la pieza que necesitaba para terminar de repararlo estaba segura de que el viaje se le haría bastante más ameno.

-Hey.- Le dijo para romper el hielo.- ¿Crees que nos dejarán montarnos en uno? He oído que por aquí eso se hace a menudo, pero no sé si solo dejarán a los lugareños.

Sale delante de mí, desfilando hacia la entrada. Le pido amablemente que me espere fuera y entrego el cheque en recepción, asegurándome a base de labia de que no lo comprueben. Aunque lo hicieran es muy probable que ni siquiera se diesen cuenta de que no es mío, pero es mejor no correr riesgos, así que simplemente trato de ser lo más amigable posible y hacer sentir a la muchacha tras el mostrador como la trabajadora más importante del hotel.

- Muchas gracias por su visita -me dice, con una sonrisa sincera-. Espero que hayan pasado buena noche y que las paredes insonorizadas hayan sido de provecho.

Me sonrojo un poco mientras me doy la vuelta. Pues sí que es abierta la gente en Russuam, por lo menos en esta calle. Seguramente cuando lleguemos al distrito religioso nos topemos con un montón de ancianas mirando por la ventana cómo caminamos, mirándonos con desaprobación porque dos jovenzuelos no deben caminar a menos de dos metros si antes no se han prometido en matrimonio... ¡Y eso en el mejor de los casos! En otros, el simple mostrar cierto afecto, independientemente de la relación, es una blasfemia imperdonable que debe ser purgada por fuego. Aunque por suerte el rey Cerveza XII prohibió las ejecuciones en hoguera hace unos meses, así que ahora si te matan de esa forma puedes advertir a tu verdugo que de ejecutarte está incurriendo en delito. Pero fuera de divagaciones, sigo a Ilje hasta una granja de osos que queda bastante lejos. Y lejos en Russuam es MUY lejos.

- ¿A quién le importa si nos dejan? -pregunto-. Habrá que preguntarse cuál podemos llevarnos.

La granja de osos está casi a las afueras de Beersburg, en una granja que colinda con una enorme taiga a medio vallar. Está protegida por un muro de piedra el doble de alto que yo. Tiene sentido, dado que los osos de esta isla tienen fama de ser gigantescos, y cuando entramos por la arcada central del recinto lo único que puedo decir es que todo parece increíble: Mamparas de cristal para poder ver a los osos, hábitats extraordinarios con salida a un campo abierto donde coexistir... Pero hay uno en concreto que parece triste.

- Ilje, mira. -Tiro de su mano, intentando llamar su atención-. No es un oso polar, ¿qué crees que hará aquí?

Me acerco a mirar y el oso, osezno más bien, se acerca también. ¡Es tan mono!

Illje sonrió ante las palabras de Claude. Llevarse a un osezno, qué locura. Ella se llevaba bien con los animales, por lo menos con los que se había cruzado hasta el momento. Perros, gatos y algún que otro caballo cuando era más joven y todavía estaba en Shimotsuki. Bueno, también había visto peces por la borda del barco, pero no estaba segura de querer contarlos en la ecuación. El caso era que por norma general, nunca había tenido ningún problema con un animal. Se acercaba a ellos y se dejaban acariciar tranquilamente. La primera vez que había visto a un perro ponerse agresivo no había sido hacia ella y se había quedado bastante sorprendida, porque un segundo antes estaba bocaarriba dejándose rascar.

Pero… de darles un par de caricias y disfrutar de ellos un rato hasta llevárselos había un trecho. Ya cuidar de Edipo le traía loca a veces, porque lógicamente tener al lobito era un aprendizaje constante y siempre había algo que mejorar o arreglar, no quería imaginarse un animal de verdad. Ella se ocupaba de comer y atender a sus necesidades y Edipo no necesitaba de esas cosas, pero si se llevaba un osezno la responsabilidad de que estuviera limpio y bien alimentado sería suya. No estaba preparada para algo así y ciertamente no creía que ningún osezno estuviera preparado para convivir con ella. Sin embargo, imaginarse al pelirrojo con una bolita de pelo al lado por algún motivo le ponía alegre. Era una imagen mental simplemente bonita.

-Todos tuyos. Pero puedo ayudarte a escoger un nombre, eso no se me da mal.

No tardaron en llegar hasta la granja de osos. Lo primero que vieron fue el enorme muro, de al menos tres o cuatro metros de alto. Tenía sentido, si eran tan grandes como decían. Ilusionada, cambió de sus tacones a las rueditas de ciudad y se acercó rodando hasta el recinto. No tardó en verlos, habían colocado ventanas justo para ese propósito. ¡Eran moles! Moles enormes, blancas y blanditas. Dios mío, tenía que hundir la cara en ellos, sí o sí. Iba a preguntarle a Claude cómo podían escalar el muro cuando él llamó su atención.

Estaba pegado a la ventana y había un osezno que se había acercado a mirarle. Solo que Claude tenía razón, no era un oso polar.

-Es un oso panda.- Dijo susurrando. Se acercó a él y se agachó a su lado. El osito puso las zarpas en el cristal y les miró con carita triste. Illje se puso seria y miró fijamente al pelirrojo.- Es este, Claude. Tienes que llevarte este. Vamos a saltar el muro y llevárnoslo de aquí.

Omitió la parte en la que Claude se hacía completamente responsable por el osezno una vez fuera libre. No podía aguantar esos ojitos tristes. Cogió de la mano al pelirrojo y empezó a dar la vuelta al recinto, buscando un lugar lejos de miradas indiscretas. Una vez lo encontró empezó a darle vueltas a la cabeza. Tenían que escalar ese muro, pero cómo… ¡Claro! Se desató la banda que tenía a la cintura, asegurando el kimono con un par de imperdibles para que continuara en su lugar pese a la falta de la prenda. La rasgó sin miramientos y ató las tiras para lograr una más larga. Por último, agarró la diadema que llevaba en la cabeza y la ató bien. Funcionaría mejor con algo más de peso, pero era lo único que tenía. Lanzarla y atrancarla en uno de los árboles que había al otro lado le llevó un poco más de tiempo, pero una vez estuvo listo supo que tenían vía libre.

Pasó al set de ganchos de sus patines y con ayuda de ese agarre extra, estuvo en lo alto del muro en menos de lo que canta un gallo. Una vez arriba se dio la vuelta y le tendió la mano a Claude con una sonrisa.

-¡Venga, yo te ayudo! Rescatemos a esa bolita triste.

Ilje sigue sorprendiéndome. Como está loquísima, ya no sé ni de qué me sorprendo. En esta ocasión ha decidido usar como cuerda de escalada su propio cinturón, necesitando un par de imperdibles para que el aspecto del vestido no desmerezca. Es una buela elección, pero si me hubiera preguntado yo tengo unos cuantos cinturones en la bolsa; podría haber ayudado de alguna forma. En cualquier caso, si no lo hiciera a su manera no sería Ilje, y mejor que mi subcapitana sea una persona imaginativa. Además, está dispuesta a que nos llevemos al oso sin dudarlo. Luego ya le tocará bañarlo a ella, pero mejor me lo guardo para mí hasta que lo tengamos. Seguro que de otra forma no acepta. ¡Y yo quiero a mi oso!

Tomo su mano y me subo al muro, sin dejar de clavar la mirada en el animalillo que ahora se acerca a nosotros, intentando saltar para alcanzarnos. Es de color blanco casi por entero, pero con manchas negras formando un patrón por su cuerpo. Al parecer esa especie se llama "oso panda", aunque no entiendo la relación. Serán muy sociables, o algo. La cosa es que es una bolita gorda y rechoncha, peluda y adorable con cara de querer mimos todo el día. Desde luego, si el legendario pirata Claude von appetit debe tener una mascota, esta debe ser única como él: Nunca un loro, jamás un perro. A mí pónganme un oso panda, porque así lo dice la ley pirata; así lo reclama mi corazón.

- Es que míralo, es adorable. -Y de mayor, temible.

Doy un salto y caigo sobre su hábitat, una especie de jungla de bambú a medio mordisquear con varias piedras planas para tirarse y algunos juguetes en los que asumo el bicho hace cosas de osos. No huele mal, así que o le limpian el chiringuito a diario o tiene una buena higiene. Aunque, si come bambú, mucho no puede manchar, que eso es todo fibra.

El animalillo se me acerca despacio, como tanteándome. Me olisquea las manos; también me mira a los ojos, y finalmente se abalanza sobre mí a darme un lametón. ¿Será que aún huelo a salsa de ostras? O igual es que le gusto sin más, pero termino abrazándolo y, para que vea quién manda, yo lo lamo a él también.

- Entonces nos lo quedamos, ¿verdad? pregunto, revolcándome un poquito con él-. Eso nos lleva a la pregunta más importante... ¿Cómo lo llamamos?

Subir fue relativamente sencillo. Dejarse caer al otro lado, todavía más fácil. Y el osito estuvo atento durante todo el proceso, con un anhelo en la mirada que no creía haber visto nunca antes. En cuanto Claude aterriza se le acerca, cauteloso al principio pero poco dura, porque enseguida se lanza encima del pelirrojo y la alegría es mutua. Se abrazan el uno al otro y… ¿acaba de lamer al oso? Illje sonríe al ver la escena, es terriblemente adorable. Se acerca y se sienta al lado de la pareja. No quiere interrumpir, pero se muere de ganas de acariciar al bichito.

-Está claro que se está muriendo de ganas de irse contigo. ¿Cómo vas a llamarlo?

En realidad, aunque esa pregunta es tremendamente importante, hay otra a la que deberían hacerle caso. ¿Cómo van a salir de ahí? El truco del cinturón funciona bien para entrar, pero al otro lado del muro no hay árboles, ni nada en donde agarrarlo para que les haga de palanca. Podrían cavar por debajo, es la solución contraria, pero tardarían demasiado. No. Por desgracia, les va a tocar salir por la puerta principal. O bueno, quizá no la principal, pero por una puerta, si o si.

Nada más lo ha pensado, escucha un chirrido. Se gira en redondo y ve, entre un montón de matas de bambú, una puerta de metal. Debe de haber alguna especie de edificio subterráneo, porque tiene toda la pinta de ser un ascensor. De ella sale un hombre armado con una… ¿báscula? Por un instante Illje y el extraño se quedan mirándose el uno al otro, igualmente perplejos. Luego, él desvía la mirada y la posa en el osezno y en Claude. Todavía necesita un par de segundos más para procesarlo todo y dar media vuelta inmediatamente.

-¡No!

El grito de Illje, en lugar de detenerle, hace que acelere el paso. La conejita, sin embargo, sabe que no puede dejarle escapar. Seguro que hay más gente ahí abajo y ese hombre está a punto de avisarles, no puede consentirlo o sacar al osito de allí se va a volver mucho más complicado. Rueda a toda velocidad y logra meter el brazo entre las puertas del ascensor cuando se está cerrando. A empujones, saca al pobre hombre de la máquina y le ata las manos a la espalda con el cinturón. No se resiste, parece más asustado y confuso que otra cosa.

-Hey hey hey, disculpe, yo solo venía a pesar a los oseznos. ¡Tengo una mujer, no me haga daño!

Por toda respuesta, Illje le da con la mano en la frente, no para hacerle daño si no para que se calle y se gira hacia Claude.

-Creo que tenemos que sacarle por donde acaba de venir este hombre. Tiene que haber una salida que de afuera y desde luego será más sencillo que escalar el muro. ¿Nos guías?

Lo último está dirigido al pobre hombre, que asiente con entusiasmo. Bien, ya tienen ruta de huida. En marcha todos.

-Por cierto.- le dice a Claude con voz algo tímida.- Cuando salgamos, ¿me acompañas a hacer un recado? Al veros me han entrado ganas de hacer una cosa.

Echa de menos a Edipo y, decididamente, no pasa de esa noche que por fin le dé el tratamiento que se merece y lo repare.

Hay veces en esta vida que las cosas te sorprenden, aunque creyeras que no podrían hacerlo. En mi caso, toda la situación me está dejando bastante extrañado, pero al mismo tiempo siento una increíble fascinación por el animal que en estos momentos descansa sobre mí. Parece que Ilje pasa por el mismo proceso, y mientras jugueteo con él entre mis brazos se acerca hasta quedar a nuestra vera, esperando su momento para también darle un poco de amor al osezno. No puedo culparla, y tardo más bien poco en erguirme con el bicho encima para hacer que pueda ni que sea hacerle un cucamonas.

- ¿Un nombre? -le acerco el osezno, sin soltarlo, mientras me quedo mirándolo a la cara. Es casi como que lo tiene escrito entre los ojos. Sí, definitivamente ese es su nombre-. Nepomuceno. Se va a llamar Nepomuceno. El Napo, para los amigos. Entonces, ¿nos lo quedamos?

Evito decir que ella va a ser quien se encargue de cuidarlo, comerlo y responsabilizarse de él. Yo tengo ya un pájaro y no sé ni siquiera dónde lo habré metido. Maldito Diego, siempre se va volando a alguna parte y aparece en el momento mñas inesperado. Pero igualmente cuidarlo y preocuparme por él es demasiada carga emocional. Aunque El Nepo seguro que es un oso fuerte e independiente. Y negro a medias, pero tan bueno como cualquier negro entero.

Estoy tan distraído con el osito que apenas me percato de que ella ha atrapado a su propia mascota: Un hombre regordete de mediana edad. Estoy a punto de recordar a Ilje que esta clase de seres -los humanos, concretamente- no son buenas mascotas y que además está bastante feo adoptar uno sin que este esté de acuerdo. Sin embargo, Ilje parece que no quiere un humano-mascota, tan solo que salgamos sin escalar nada, y el tipo está dispuesto a ayudarnos a cambio de que no le hagamos daño. Está bien, creo que puedo cumplir eso.

- Vamos, Nepo -ordeno al panda dejándolo en el suelo. Tras ello, me levanto-. Tenemos que seguir a la conejita y a su amigo, y tendremos chuches.

No sé si sabrá qué son las chuches. Ni siquiera si me entiende, pero empieza a venir tras de mí. El problema comienza cuando, al cerrar la puerta, empieza a sonar una alarma:

- ¡Activada alarma silenciosa! -dice un altavoz en medio del túnel-. ¡Cosacos advertidos, esperen pacientemente su detención!

No tenemos tiempo para investigar. Tampoco para preguntarnos cómo lo ha conseguido, pero sin duda ha sido nuestro rehén. Así que me acerco a él, le doy un tirón para quitarle la báscula y se la rompo en la cabeza, dejándolo inconsciente.

- No me juzgues, tengo razones de peso -me justifico, antes de salir corriendo por la larga galería.

¿Nos lo quedamos? ¿En plural? La ilusión y la alerta batallaron en su mente. Por supuesto que quería compartirlo, especialmente si Claude iba a ocuparse de limpiarlo, alimentarlo y pasearlo. Ella se encargaría de buscarle los mejores juguetes, era la única separación de responsabilidades lógica aquí. Pero por otro lado… ¿compartirlo cómo, si ella se iba esa tarde? Se lo había dicho, espera, ¿se lo había dicho? Juraría que sí.

No pudo seguir dándole vueltas a la frase, porque como madrina de ese osito tenía una serie de responsabilidades y claro, sacarlo de allí era la primera. Por suerte, tanto él como Claude le siguen sin problemas y hasta que bajan en el ascensor y empiezan a caminar por el túnel todo va como la seda. Cuando suena la alarma ya es otra cosa, van a tener que improvisar. Menos mal que eso se le da bien. Sin embargo, antes de que pueda hacer nada el pelirrojo se le adelanta, rompiéndole la báscula en la cabeza al rehén y echando a correr.

Algo perpleja por el horrible juego de palabras, Illje se apresura a coger al Nepo en brazos. Parece haber captado más o menos la situación, porque se hace una bolita contra ella y se queda quieto. La conejita cambia a sus patines de ciudad y sigue a Claude por la galería. Giran un par de veces, tratando de encontrar la salida. Por suerte no es muy complicado, en lo alto del pasillo hay cartelitos que indican perfectamente dónde está cada cosa, desde los laboratorios y las cocinas hasta la… ¿guardería? Siguiendo una corazonada, echa a correr hacia allí y de repente dan a una especie de hábitat extraño y nevado en el que hay al menos cinco o seis oseznos perezosos de oso polar. Uno se acerca a olisquear a la conejita con curiosidad e Illje se muere de amor. Quiere agacharse para darle mimos, pero entonces escuchan una voz a su espalda.

-¡Quietos! ¡Bajen al oso y no les haremos daño!

Se gira. Hay como cuatro guardias, todos con pistolas en la mano. Pero no pueden dispararle, tiene al Nepo en brazos… ¡eso es! Se lo pasa a Claude y se apresura a coger el cachorrito de oso polar. Ahá, ahora no podrán hacer nada. Ahora solo tienen que buscar una salida. Mira a su alrededor y de repente, su mirada se cruza con la de la mamá osa que está en el otro extremo del hábitat, tirada perezosamente. En voz baja, le susurra al pelirrojo:

-Claude. Creo que sé cómo salir de aquí. Tienes que convencer a mamá de que nos deje montarla. Ella puede saltar la verja, es enorme. Así luego puedo devolverle a su niño y mientras los vuelven a meter tú y yo podemos irnos.

Espera que él sea capaz de hacerlo. Tiene más mano con los animales que ella, o al menos eso parece. Si no… tendrán que buscar una manera de atravesar la barrera de guardias y las opciones que se le vienen a la cabeza no son exactamente fáciles. O bueno, sí, pero después limpiar la sangre es un tostón y ambos tienen mejores cosas que hacer.

En nuestra carrera atravesamos un par de áreas curiosas. Una de ellas, la guardería, parece un lugar muy especial. Sin embargo no me detengo en ello y sigo corriendo, porque esto es prácticamente una contrarreloj en la que cada vez estamos más cerca de ser detenidos. Seguramente Ilje es consciente, por eso rueda como no ha rodado en su vida. Necesito unos patines así, aunque seguramente los usase más bien poco. Sin embargo, poder cambiar entre reudas y tacones... Parece muy práctico. Me pregunto si será posible también pasar a deportivas, sandalias o incluso zapatillas de andar por casa. Pero no es momento de pensar en zapatos nuevos, es hora de correr. Y eso hago. De hecho, lo hago francamente bien.

Acabamos llegando a un nuevo hábitat donde estamos en una disyuntiva bastante seria:Dejar que nos coma mamá oso o enfrentarnos a la furia de los guardias -ahora entiendo que hubiese una guardería en el túnel. Tratan de detenernos apuntándonos con sus armas, pero Ilje sabe lo que hacer y me lanza al Nepo, recogiendo ella una de las crías de mamá oso que, en realidad, parece bastante conforme con la situación. Seguramente haya tenido buena suerte y ha cogido al rarito, porque a los demás los está protegiendo tras de sí. En cualquier caso, hay una cosa que sigue perturbándome demasiado.

- ¿Por qué demonios hay un niño apuntándome con una pistola de ventosas? -termino preguntando.

- Oh, este es Jimmy -responde amablemente el guardia, apartando una mano de su rifle por un instante, revolviéndole el pelo al enano-. Es el día de "lleva a tu hijo al trabajo" y, claro, le hacía mucha ilusión venir a verme neutralizar amenazas. De mayor quiere ser guardia de zoológico, y así va aprendiendo.

- ¡Yo quiero ser médico! -protesta, pero el padre le mete una colleja y casi se abalanza sobre él.

- ¡Serás lo que yo te diga, maldita sea! ¡Para eso soy tu padre!

- Yo no quiero interrumpir esta bella estampa familiar. -Me voy acercando a mamá oso muy despacio. Muy despacio-. Así que, si me disculpan, voy a hacerle caso a mi amiga.

Intentan impedírmelo tanto los guardias como mamá oso, pero logro encaramarme a ella y, tirando de sus pelos, logro que se deje montar tras un minuto en el que intenta derribarme, arañarme y aplastarme contra el sulo. Pero ahí sigo, y cuando por fin asume que no va a hanar esa batalla acomodo al Nepo y tiendo la mano a Ilje, para que suba conmigo.

- ¡Arre Patsy!

La osa toma carrerilla y se estampa contra el muro, haciendo que los tres que estábamos sobre ella salamos volando. Mientras me alejo, escucho al niño conversr con su padre:

- Papá, ¿quién ersa ese tipo?

- Ese... ha logrado montar un oso sobrio, hijo. Es un héroe.

- Pues a mí me parece subnormal.

- También.

Eso me ha dolido. No tanto como cuando el Nepo me cae encima al aterrizar, pero me ha dolido.

Espera, ¿en qué momento se había unido el niño del guardia? Oh, bueno, era casi mono y todo. Aunque no tanto como el oso que había tomado prestado. Su madre no parecía opinar lo mismo, porque no le había importado mucho que lo cogiera. Sabía que iba a tener que devolverlo, pero casi le daban ganas de buscarle otra osa al pobre. Que él no parecía molesto, pero ya se indignaba ella por los dos.

Por suerte para ambos, Claude le hizo caso. Se acercó a mama oso y aunque los guardias iban a por él, se apartaron en cuanto ella decidió que no iba a dejarse montar. No podía culparla, así de improviso y siendo tan chiquitito en comparación… ¡que ni la había invitado a cenar! Pero esto no era negociable y al final el pelirrojo se alzó victorioso mientras ella… se resignaba y ya, en realidad. Tomó la mano que le ofrecía y de un salto el el osito polar y ella estaban en la grupa la osa, detrás de Claude. Le puso una mano en la cintura y llevó la otra al lomo de la osa mientras cerraba los ojos y apretaba las piernas para no caerse. A sus espaldas oyó gritos, escuchó como alguien llamaba algo muy feo a Claude y de repente notó un tirón en el estómago.

Estaban volando. Se le escapó un pequeño grito al abrir los ojos y ver el mundo a unos… tres o cuatro metros debajo de ellos. Vale, no era tanto, pero era el primer oso que montaba. Y la sensación era extraña, aunque también revigorizante. Para cuando aterrizaron estaba llena de adrenalina y dispuesta a enfrentarse a quien hiciera falta.

Curiosamente, la primera que hizo falta fue la osa polar. Habían dejado de perseguirlos y se encontraban un poquito alejados del zoo, aunque todavía podían ver el muro a lo lejos. Le tendió el osito a su madre, pero al principio no quería cogerlo e Illje le soltó un capón en la cabeza. Y dos. Y tres, hasta que gruñó y lo cogió por el cuello. Aaasí, anda por favor. Con otro gruñido de fastidio, la osa se dio media vuelta y echó a andar hacia el zoo. Perfecto, no podía haber salido mejor.

Se giró hacia Claude y se agachó para acariciar la cabecita del Nepo. Pero qué bolita tan cuca, por favor.

-Ey, ¿me acompañas? Tengo que hacer un recado en la ferretería y luego acabar una cosa en mi barco, pero me gustaría que la vieras.

Quería presentarle a Edipo a Claude. Y al Nepo, aunque no estaba segura de cómo se llevarían. No le sorprendería que se pusiera celoso, siempre había sido el niño de mamá. Y mamá sabía que era hora de repararlo de una vez por todas.

La conclusión a la que llegamos es la inevitable: Hemos logrado salir. Ha sido complejo, pero sin duda ha resultado más fácil que salir de Marineford el día de la bandera. Ahora que caigo, estoy seguro de que algo se me olvida, pero no me doy cuenta de qué hasta que intento levantarme y no puedo porque un animal de casi cien kilos está justo sobre mi pecho. Y lo que es peor, es tan mono que no quiero despertarlo. Pero al mismo tiempo, si no quiero quedarme aquí hasta que lleguen los cosacos... Pues tocará ir levantándose.

- Ey, perezoso -le digo, dándole pequeños empujones-. Es hora de levantarse.Vamos, dormilón...

Parece que mis susurros lo hacen reaccionar, aunque solo sea para mirarme con desidia y ponerme la zarpa en la cara a modo de sutil "cállate". Miro a Ilje conmocionado, esperando una solución, pero esta parece llegar sola cuando el animal da una voltereta dormido y cae al suelo. Yo soy libre y, aunque él empieza a llorar, es fácil consolarlo. Esta vez simplemente lo agarro en brazos, lo coloco adecuadamente en un abrazo férreo y lo acuno hasta que se duerme sobre mí, pero esta vez conmigo de pie. Ahora solo queda enterarme de qué quiere hacer esta señora.

Por cómo habla, parece que todo apunta a que quiere probar cosas nuevas en el barco. No sé qué puede querer de una ferretería, pero a lo mejor se venden cosas de esas que la gente tiende a utilizar en la cama. Además, teniendo en cuenta lo de la salsa de ostras... A lo mejor ni siquiera es para un juguete, solo que la chica tiene una mente imaginativa y desbordante. En cualquier caso, puede ser divertido. Si en el momento no me apetece simplemente tengo que utilizar al Nepo de excusa y escaquearme. Adiós muy buenas, quedamos como amigos y mi panda y yo nos retiramos amablemente para hacer cosas de gente fuera de las ferreterías... O algo.

En cualquier caso sigo los pasos de Ilje. El pompón sigue ejerciendo una fuerte atracción en mí, y me dan ganas de achucharlo de nuevo, pero me contengo porque ya he visto cómo se las gasta y si las sirenas de tierra son tan frugales como ha demostrado ella anoche... Estoy perdido. De todos modos en determinado punto me toca frenar, esperar a que haga sus recados fuera y mirar a la bola de pelo. Sí, ese animal salvaje que no me dejan meter en el local. Normas de la casa, dicen; nada de osos sobrios. En fin, menos mal que Ilje no tarda demasiado y podemos ir hasta su barco a jugar con sus juguetes.

- ¿Qué cosa quieres acabar? -termino preguntando, de camino-. ¿Tú crees que me va a gustar?

La verdad es que tengo curiosidad.

El viaje hasta la ferretería es tranquilo. Illje se acomoda pronto al lado de Claude y va rodando despacito para poder ir acariciando la cabecita del Nepo mientras tanto. Es una bolita de amor peluda y la conejita está encandilada. ¡Está dormido! No entiende cómo puede haberse dormido después del enorme salto que dieron, pero le parece muy tierno y no puede evitar querer darle cariño.

Incluso así, las prioridades son las prioridades. Nada de osos sobrios en las ferreterías, así que se adentra por su cuenta. Casi mejor, en realidad. Nada más entrar se deshace el moño y lo sustituye por una coleta bastante apretada que le aparta todo el pelo de la cara. Agarra una bolsa y empieza a rodar a toda velocidad por el local, examinando lo que tienen y poniendo mala cara a veces, una sonrisa condescendiente otras y, al fin, ilusión sincera. Es una tienda pequeña al fin y al cabo, no tienen ni la mitad de las cosas con las que está acostumbrada a trabajar y otras son modelos de por lo menos hace cuatro años. Sin embargo, es una chica de muchos recursos y como tal sabe trabajar con lo que hay, sea lo que sea. Al final encuentra partes que si bien no son exactamente lo que esperaba poder utilizar, desde luego sabrá hacer funcionar a la perfección.

Va al mostrador a pagar, pero no ve a nadie. Aguarda un par de minutos y al final, impaciente, sale fuera sin más. En realidad lo que ha ocurrido es que al dueño le ha sentado mal verla rodando por su tienda y ha decidido perseguirla, pero no ha sido capaz de alcanzarla y ha acabado sentado en una esquina recuperándose. Pobrecito. Illje, atenta a sus metales, ni se ha enterado y sale fresca como una lechuga, con su botín bajo el brazo y una sonrisa en la cara. Vuelven a ponerse en camino y Claude le pregunta si le va a gustar la sorpresa. La conejita se pone delante de él y utiliza los patines para dejarse ir hacia atrás de forma perezosa, mientras le hace una carantoña al Nepo.

-Creo que sí, la verdad. Ya eres todo un padrazo.-le mira con algo de picardía, consciente de que no va a entender lo siguiente.- Aunque no puedo prometerte que le caigas bien a él.

Una vez llegan al barco, les deja a su aire para que lo examinen si quieren y ella baja a la bodega. En seguida se quita el kimono y lo sustituye por una bata de laboratorio. No es la primera vez que la lleva directamente sobre la ropa interior y desde luego no será la última; más cómodo, menos preocupaciones. Se sienta en su banco de trabajo y descubre el cuerpo de su lobito, apagado de momento. Le acaricia por un instante, antes de sacar las cosas de su bolsa y ponerse a trabajar. Completamente concentrada, no habla ni atiende a sus invitados. Va de aquí para allá ocupándose de todo con expresión seria y profesional. Sabe exactamente lo que está haciendo y disfruta cada minuto de ello.

Al final, para su regocijo, tiene éxito. El lobito pestañea y se pone en pie, incluso hace ademán de estirarse. Illje le apachucha encantada, le ha echado de menos. Mientras el lobo de metal se le sube encima y le intenta sin mucho éxito lamer la cara, recuerda que no está sola y se gira hacia Claude con una sonrisa.

-Te presento a Edipo. Como puedes comprobar es muy niño de mamá, pero es un buen chico. Me ayuda mucho con mis proyectos.

Vale, la respuesta de Ilje me deja sorprendido. ¿Voy a ser un padrazo? Pero igual no le caigo bien... Espera, ¿Esta chica está en una relación abierta? ¿Soy tercera rueda? Esto empieza a incomodarme hasta que llego a la única conclusión lógica: Se ha quedado embarazada. No tendría ningún sentido si fuese humana, pero yo no soy sirenólogo y a lo mejor tiene un instinto especial de sirena-conejo para saberlo. En cualquier caso no voy a preguntar hasta que ella me lo diga, porque a lo mejor se piensa que la estoy llamando gorda y las sirenas de mar son bastante sensibles al respecto. Todavía recuerdo aquella sirena salmón que me encontré en el río durante una temporada de desove. Que la grasa era para resistir el frío, decía. Pura calidad rica en omega tres, se excusaba. Todo paparruchas, cuando fuimos a cenar dejó al dueño del buffet libre tiritando.

De todos modos, algo no encaja aquí. ¿Por qué una ferretería entonces? ¿Qué puede necesitar? ¿Va a hacerle un sonajero a nuestro bebé? Me parece una elección un poco extraña, pero no importa. Ahora mismo la prioridad es conseguir una buena lista de nombres para elegir bien el de nuestro pequeño. Lo que me pregunto es, ¿será pelirrojo? ¿Tendrá orejitas? ¿será guapo como su padre y listo como su madre? O aún mejor, listo como su padre y guapo como su padre. Sí, eso es, un pequeño mini-Claude para convertirlo en la segunda persona más fabulosa del mundo.

Pero, aun así... ¿Estoy preparado para ser padre? Ya en el barco me asalta esa pregunta. No lo sé. Tampoco es que quiera serlo hoy por hoy, ni con una mujer a la que acabo de conocer... A lo mejor no vuelvo a ver a mi hijo en la vida. Maldita sea, ¿por qué tengo que ser tan atractivo? Bueno, no pasa nada, Ilje se ha ido a trabajar. Podría fugarme ahora y... No. No. De ninguna manera. No solo es la madre de mi teórico futuro hijo, sino que es mi subcapitana. No puedo abandonarla. No podría perdonármelo.

Al final jugueteo con el Nepo hasta que Ilje vuelve, encorsetada en un disfraz de porno-científica. Solo un batín y ropa interior. Estoy a punto de decirle que no es ni el momento ni el lugar, pero en lugar de tirarse sobre mí -lo cual agradezco, no me gustaría que el pequeño osito tuviese que ver una escena de pasión acalorada- me presenta a una especia de perro robot. Se llama Edipo, y al parecer es muy niño de mamá. Pues va a haber que tener cuidado entonces, porque cuando nazca el niño igual se cela. Sin embargo, verlo es emocionante y me quedo fascinado durante varios segundos.

- ¡Es un Lobot! -grito, juntando las palabras "lobo" y "robot"-. ¡Yo quiero uno! ¡Y siete! Aunque no es tan mono como el Nepo. ¿y sabe hablar?

Intento ponerle la mano encima para acariciarlo. Si se deja intentaré rascarle la oreja, aunque eso de rascar metal... Parece algo raro, difícil y hasta un poco absurdo.

Illje se echa a reír cuando escucha lo que suelta el pelirrojo. Tiene toda la razón del mundo, es un Lobot. Un lobo robot. Su lobo robot.

-Lo siento, Edipo solo hay uno. Me costó mucho perfeccionar su inteligencia artificial para que se comportase como un lobo de verdad y no estoy segura de querer pasarme otros seis meses enfrascada en eso. Además, incluso aunque hiciera exactamente lo mismo, con estas cosas nunca hay garantía de que salga completamente igual. Seguramente su personalidad sería muy diferente.

Al principio cuando Claude acerca la mano, Edipo gruñe. Es un sonido bajo y gutural y aunque se parece bastante al real, tiene tintes metálicos que le dan un carácter único. A Illje siempre le ha gustado. Le mira con severidad, eso sí, y le da una pequeña palmada en el lomo para que se comporte.

-Es un amigo, no me seas antipático.

Tras eso, parece calmarse un poco y deja que Claude le acaricie. En cuanto se acostumbra, se acerca más al chico persiguiendo los mismos.

-Asocia esos gestos al cariño, así que siempre busca más. Es un mimosón.

Mientras les ve juguetear, se le enciende una lucecita en la cabeza. Un lobo no, pero sí que hay algo que podría hacerle en un momento. Se va a su armario y rebusca entre las cajas hasta encontrar las piezas que busca. Una vez tiene todo organizado y confirma que le llegan los materiales, se gira hacia Claude con una sonrisa.

-¿Qué te parecerían unos patines? Aunque tendrías que dejarme un pie un ratito, yo solo trabajo a medida.

Si aceptaba, le daría una silla para sentarse y ella se acomodaría en un taburete delante de él, para poder ir montando las piezas alrededor del pie y ajustándolas según avanza. Trabaja con infinita delicadeza, siempre atenta a las reacciones del pelirrojo. Si algo le molestara o inquietara, pararía o buscaría otra manera de hacer las cosas. Cuando consigue la forma básica, le suelta y sigue trabajando en su regazo, hasta hacer la primera bota. Se la tiende con una sonrisa. Tiene una pequeña mancha de aceite en la mejilla, pero está bastante orgullosa de lo que ha hecho.

-Si quieres que le añada alguna suela en especial, como mis ganchos, pide sin miedo. El color y lo demás podemos mirarlo al final.

Tendría en cuenta las alteraciones que sugiriera, ya que al fin y al cabo iban a ser para él. Crearía el segundo patín igual que el primero, mientras el Nepo y Edipo jugueteaban juntos. Se sentía a gusto trabajando en su taller y tenía que reconocer que había un encanto especial en crear algo por otra persona. Quizás debería hacerlo más a menudo.

Me quedo tonto mirando al lobo. Y acariciándolo. Aunque al principio resulta bastante antinatural, con cada nuevo contacto va resultando más y más agradable. Aúlla como un lobo, aunque tiene una especie de eco metálico que chirría ligeramente, como si le faltase algo de engrasado. Aunque, viendo lo trabajado que está tengo serias dudas de que Ilje no haya cuidado ese detalle: Le gusta ese chirrido. ¡Espera! Lo ha hecho Ilje. Eso significa que además de acostarme con una sirena de tierra lo he hecho con una genio de la tecnología. ¿Será famosa? ¿Habrá creado algo súper híper mega espectacular? Algo tipo una cuchara que sirva para trinchar carne, o una picadora de carne automática que no queme el producto. ¿Tal vez una yogurtera que funcione? Qué más da, hace Iljeniería.

- La verdad es que resulta increíble que un bicho como este pueda existir -comento, arrodillándome frente a él. Tiene una lengua fría y metálica, pero de alguna manera está suficientemente trabajada como para articularse y dar sensación de lametón-. ¡Es adorable!

Tras un rato jugueteando con el trasto, puede que coincidiendo con el momento en que el Nepo empieza a celarse, me desentiendo del lobito y atiendo a Ilje que me ofrece, con diferencia, el mejor plan que me han ofrecido en meses: Hacerme zapatos a medida. Pero no zapatos normales, no: Patines transformables. Concho si quiero, sobre todo si son tan estilosos como los suyos, aunque yo quiero un poco más de variedad estética... No sé si será capaz de hacerlo. Pero en cualquier caso, por pedir que no quede.

- Mientras no me lo arranques, son todos tuyos.

Me acomodo sobre una silla que me trae para la ocasión, dejando que empiece a trabajar. Me hace un poco de cosquillas mientras va tomando las medidas, hace los patrones y coloca las piezas principales de la estructura. Yo le voy preguntando, claro, pero no entiendo nada de estas cosas y voy a parecer bastante lelo si intento inmiscuirme en su trabajo. Aun así, le pido que sean patines discretos, completamente transformables: Modo botas, modo sandalias, zapatos de tacón -de aguja, obviamente- y unos patines como los que ella usa en ciudad. Creo que no necesito nada más. Bueno, en realidad sí.

- ¿Podríamos hacer dos pares? Ya sabes, para poder usar unos mientras los otros están a lavar. -La miro con ilusión-. O, también, que cambien de color al gusto. Eso sería genial, y combinaría un montón con cualquier vestido que me pusiese.

Sin saberlo, Claude le ha propuesto un reto. ¿Botas y sandalias? Iba a tener que encontrar la manera de esconder el metal extra para que quedara bonito de ambas formas. Y es que al fin y al cabo, el cuero no era lo suyo. Sabía lo justo en cuanto a tela y materiales similares para hacer un acolchado cómodo por dentro de la prenda, pero no tenía ni idea de cómo hacer que quedara bonito por fuera. Además, qué usaría, ¿pegamento? Bueno, pero si lo pegaba al metal volvía a estar en la misma disyuntiva, tendría que esconderlo… al final negó con la cabeza y regresó a la mesa de dibujo.

Esbozó un par de prototipos rápidamente, antes de decidirse por uno. Los rechazados los hizo bolas y tiró por encima de su hombro. Sabía que Edipo las recogería y llevaría a la basura, al fin y al cabo era el mejor asistente que podía pedir. Regresó junto a Claude y con delicadeza volvió a levantarle el pie y apoyarlo sobre sus muslos. Así quedaba a la altura perfecta para poder trabajar y en seguida, el primer patín estuvo creado.

-Bien, vamos a repasar. Aquí tienes tus botas, que puedo alargar más si quieres, aunque no te recomiendo que pasen de la rodilla. Un buen sastre puede hacerte una funda que llegue hasta el medio muslo y se ajuste bien. Sandalias… perfecto, el mecanismo funciona. Ruedas y… tacones, por supuesto. Está todo.

Sonrió encantada. Al final las sandalias tendrían una pequeña cuña debajo, que ocultaría tanto los otros modos como el metal extra utilizado para la estructura de las botas. Pese a eso, eran elegantes y discretos. Cuando le habló de la pintura, sin embargo, negó con la cabeza.

-No se me da bien pintar, la verdad. Pero puedo darles un barniz especial para que cojan bien cualquier pintura y supongo que existirá alguna pintura que haga lo que dices. Así cuando la encuentres solo tendrás que darle una capa y quedará bien protegido.

Procedió a hacer lo que acababa de decirle antes de repetir el proceso una, dos y tres veces. No le molestaba hacer otro par, al fin y al cabo disfrutaba enormemente de crear este tipo de cosas. A medio construir se puso incluso a tararear para sí misma, ensimismada en lo que estaba haciendo. Cuando por fin estuvieron listos, los colocó en una caja y se la tendió a Claude con una sonrisa.

-Ale, todos tuyos. Espero que los disfrutes. Si alguien te pregunta dales mi nombre, el dinero y los proyectos nuevos siempre son más que bienvenidos.

Y ahora… ¿qué hacer? Aún faltaba un rato para que tuviera que marcharse y no quería echarle necesariamente. Por otro lado si volvía su puñetero navegante y les descubría ahí, no tenía muy claro cómo reaccionaría y no quería averiguarlo.

-¿Te apetece ir a tierra y probarlos?

ilje trabaja bien, aunque viendo a Edipo sería difícil pensar otra cosa. Agarra mis pies y sigue trabajando -me alegro de haberme pintado las uñas y llevarlas arregladas, a estas alturas- hasta que va creando, con mis piernas como base, una suerte de bota metálica que alterna entre modos con apenas un taconeo. Botas hasta el gemelo, sandalias romanas hasta casi la rodilla, patines y tacones. Parece que ha atendido a todas mis peticiones... Salvo a la del color. Al parecer se le da mal pintar, pero tampoco podía pedir que la chica fuese perfecta. Ya bastante ha hecho creando estas maravillas. Además, al ser de metal seguramente tarden mucho más en desgastarse.

- Pues muchas gracias. -Lo cierto es que me encantan, y una vez me levanto empiezo a alternar un modo y otro, y otro, y otro. Los tacones son de unos ocho centímetros, lo que resalta mi ya divino trasero hasta casi darme ganas de pellizcármelo. Si es que soy divino, madre mía.

Camino un par de pasos. Llevo mucho sin utilizar tacones -principalmente porque no suele haber de mi talla- y al principio trastabillo un poco. Sin embargo, al cabo de un par de minutos ya puedo caminar como un humano corriente. De momento, dado que puedo cambiar a modo plano o a patinaje, no necesito correr con tacones. Aunque lo practicaré. Es una técnica difícil porque se debe cargar mucho peso en la punta del pie, pero es posible si te esfuerzas.

Cojo al Nepo en brazos y activo los patines. Este al principio se asusta de verme resbalar, y me desequilibra un poco. Bueno, de hecho, me desequilibra bastante. Cuando consigo quitarme su culo de la cara y me levanto llego a la conclusión de que mejor no patinar con el bicho a cuestas, por todo lo que se pueda torcer. Por eso y porque no quiero acabar más con culos de oso en la cara.

- Me parece bien. -Escupo un poco de pelo. Luego tendré tiempo de cepillar al animal; de momento me lo llevaré caminando y lo soltaré para patinar-. Pero a ver dónde encontramos un buen sitio, que no parece esta gente muy puesta en el patinaje.

Cambio al modo botas. Hace cosquillitas al subirme por la pierna. De hecho, me río un poco. En cualquier caso, empiezo a caminar tranquilamente hasta bajarme del barco. Los muelles son un lugar caótico, pero como en cualquier laberinto la solución más óptima es entrar en pánico y correr en direcciones aleatorias. Así que eso hago: Activo los patines, dejo al Nepo en tierra y empiezo a rodar como no he rodado en mi vida. Siento el traqueteo de los maderos en las nalgas, pero no me puedo quejar. Esto es la hostia.

De acuerdo, le quedaban bien. Ahora por fin podía quedarse tranquila y disfrutar de verle probándolos. Al principio cambiaba tan rápido de modo que pensó que el chisme iba a reaccionar y darle un capón para que parara, pero lógicamente eso no sucedió. Sus aparatos funcionaban a la perfección, suaves como la seda.

Quien no funcionaba tan a la perfección, sin embargo, era Claude que casi se mata con los tacones. Se los había pedido bastante altos, culpa suya. De todas formas, en cuestión de un par de minutos empezó a cogerle el tranquillo y a andar por la bodega con no poca elegancia.

Acto seguido, por algún motivo que la conejita no comprendía, decidió ponérselo más difícil todavía. ¿No podía dejar al oso antes de ponerse a rodar? Dio vueltas a su alrededor mientras maniobraba, un tanto nerviosa. No es que le preocupase mucho que se cayera, un golpe lo tenía cualquiera, pero si el Nepo salía volando igual le rompía algo y ahora mismo no tenía excedentes que sacrificar de ninguna de sus prótesis.

De alguna manera, por suerte, lograron salir los tres del barco todavía de una pieza. Por poco tiempo, eso sí, porque Claude echó a rodar a toda velocidad hacia el horizonte. Illje se rió al verle; claramente lo estaba disfrutando y eso le alegraba. Seguía manteniendo que patinar era mil veces más cómodo que caminar. Agarró a la bolita de pelo que era el Nepo, que se había quedado mirando por donde había desaparecido su dueño.

-Anda peque, vamos a buscarlo antes de que se mate.

Echó a rodar con el osito en brazos, con un poco más de cuidado que el pelirrojo. No le costó mucho alcanzarle y ahí sí que aceleró y dio un par de vueltas a su alrededor mientras sonreía.

-Me alegro de que te gusten. Y… puede que no sean mucho de patinar por aquí, pero no hace falta que lo sean. Cualquier ciudad es más bonita sobre ruedas. ¡Sígueme!

Cogiendo con algo más de fuerza al panda para que no se cayera, echó a rodar por una calle al azar. Se lo habría devuelto, pero dado que era su primera carrera era mejor que se centrara en los pies. Ella ya sabía cómo acomodar su peso para que el panda no le desequilibrara.

Al principio fue siempre por delante, guiándole entre callejones y descubriendo los rincones perdidos de la ciudad. Unos minutos más tarde frenó un poco y se quedó a su altura, dejando que fuera él quien decidiese el rumbo. Atravesaron casitas de madera, plazoletas llenas de flores blancas e incluso corrieron por el puente que había en mitad de un río helado. Todo el sitio parecía una postal y aunque a veces la gente se les quedaba mirando, a la conejita no le importaba. Adoraba estas carreras.

Mientras avanzo veo pasar mi vida ante mis ojos. No como en esas historias cutres en plan retrospectiva antes de morir, ni nada, sino como una película bien iluminada de Ballywood en la que hay peligrosos travellings y maniobras de grúa espectaculares. De esas películas que ganan premios de la Academia de cine y se proyectan en las salas de todas las islas con al menos una. Ah, y evidentemente, en esta reconstrucción de la vida de Claude, dirigida por Claude, voy en patines. De niño, cuando salí corriendo de unos perros y me mordieron el culo. ¡No! Porque llevo patines, así que salí rodando y tras caerme me mordieron el culo. O aquella vez de adolescente, ya en la academia militar, cuando me echaron la bronca por entrar con los zapatos sucios en el barracón. Esta vez la suciedad está concentrada en dos líneas sobre el suelo. Además, esa vez que una chica me invitó a salir en realidad no lo hizo porque tenía fobia al patinaje. Eso último puede parecer malo, pero me libro de rechazarla y todos tan felices. Además, cuando vuelvo al mundo real, Ilje ya me ha adelantado. De hecho, para más coñas, está orbitando a mi alrededor.

- ¿Gustarme? ¡Me encanta! -respondo enérgicamente, dando un saltito que compromete mi estabilidad. Sin embargo, no me caigo al suelo. En parte porque Dios no lo quiere, claro, pero estoy en pie. Todo correcto-. ¡Te sigo!

El recorrido que hacemos por la ciudad me sirve para hacer un mapa mental de ella. Es bonita, opulenta por secciones, pero sobre todo debe ser la pesadilla de cualquier persona con un ligero toc. Ninguna calle es perpendicular a otra, todas tienen un mínimo ángulo que las hace arruinarse, y eso me perturba. Parecen paralelas, pero esto da lugar a bloques de edificios trapezoidales que me están rompiendo por dentro. A lo mejor es lo que se pretendía, oye, o a lo mejor es que el urbanismo de esta ciudad está patrocinado por un oso borracho.

De todos modos no estoy dando este paseo por las vistas, sino por la compañía. La chica del pompón es una sirena extraordinariamente simpática, no como la mujer beluga. Se pone a mi altura y seguimos recorriendo los lugares más emblemáticos hasta llegar al Gran Palacio de Invierno, que es una mezcla entre un gigantesco palacio con ventanales amplios y columnas hermosas... Y un Iglú. Bueno, yo no voy a juzgar, pero los cosacos en la puerta parece que sí.

- ¡Alto a la autoridad! -gritan-. ¡La posesión de osos sobrios sin licencia es un delito en toda Russuam!

Ups.

Poco a poco Claude se fue acostumbrando a los patines y su carrera se convirtió más en un paseo sobre ruedas. Todo era perfecto, hasta que dejó de serlo. Habían llegado a lo que era probablemente el sitio más bonito y bizarro de todo Russuam. Una mezcla entre Iglú y templo, un enorme palacio lleno de columnas y enormes ventanas; la mitad de la estructura tenía estratégicos bloques de hielo colocados que dejaban pasar la luz y hacían maravillas dentro del edificio. El Gran Palacio de Invierno. Illje estaba a punto de decirle al pelirrojo de colarse para verlo, pero algo hizo que interrumpieran sus planes.

¡Eran los cosacos! Y seguían molestos por el Nepo. Instintivamente, Illje le abrazó con más fuerza contra el pecho. No podía dejar que se lo llevaran. Por un momento se preguntó si podría convencerles de que era un oso borracho, pero una mirada a su carita de panda le dejó bastante claro que no iba a colar. ¡Era un osezno, por dios, los oseznos no beben! Por lo menos no en ningún país o lugar que se considere a sí mismo civilizado. Eso sí, estaban en Russuam. La ley era la ley y poco se podía hacer. Tras dedicarle una de esas miradas a Claude, se dirigió a los cosacos:

-¡No permitiremos que emborrachéis a este oso! ¡Y jamás nos pillaréis!

Se dio media vuelta y agarró a Claude de la mano, echando a rodar a toda velocidad como alma que lleva el diablo. Los cosacos tras un momento de incredulidad salieron por patas detrás de ellos, pero claramente tenían ventaja. Al principio iban ganando terreno y la conejita se alegró de que hubieran pasado el último rato rodando por la ciudad, porque ahora era mucho más fácil orientarse. Sin embargo, seguía siendo poco más que una turista y por eso cometió un gran error.

En su defensa, el río estaba helado. Parecía el lugar perfecto para perderse rodando por donde no iban a pillarlos y al principio todo pareció ir bien… hasta que los cosacos llegaron al río. Oyeron risas a su espalda y cuando miró atrás vio que ellos también tenían patines. ¡Patines de hielo! Y corrían por el río a toda velocidad, se acercaban más y más…

En el último momento Illje vio una arboleda a un lado y tiró de Claude con cuidado una vez más para sacarle del río. Los cosacos tuvieron que parar a quitarse los patines, que solo aguantaban un cambio de cada vez, y por fin fueron capaces de perderles de vista. La conejita se echó a reír. La persecución había sido muy emocionante y habían logrado salvar al Nepo. Ahora le esperaba un paseo interesante hasta su barquito, pero lo cierto es que no le importaba lo más mínimo.

-Gracias por un par de días de lo más entretenidos. Contigo es difícil aburrirse, me alegro de que hayamos coincidido.

Le dedicó una sonrisa al pelirrojo. En breves tendría que ir regresando para no llegar tarde a la hora acordada, pero estaba tan contenta que apostaba que lograría ignorar a su estúpido navegante al menos durante una hora entera. El doble de lo habitual, que no estaba nada mal.

Ilje toma la vía rápida. Nunca mejor dicho. Me agarra del brazo y tira de mí cuando estoy a punto de lanzarme a por los cosacos para defender al Nepo, así que parece que hoy no voy a luchar. Sin embargo, antes de darme la vuelta y finalmente correr junto a ella, los señalo con el dedo.

- ¡Jamás atraparéis al Nepo y los Fancy Cock pirates! -grito-. ¡Nuestra subcapitana Ilje y yo defenderemos al Nepo con todas nuestras fuerzas, hasta que caigamos agotados y muertos!

Estaba a punto de dar un discurso más airado, pero un nuevo tirón de Ilje me hace darme la vuelta. He estado a punto de comerme un árbol con los dientes, pero justo a tiempo he sido capaz de evitarlo porque... Bueno, en este caso, por suerte. Me ha quedado por decirles que en realidad pelearemos con todas sus fuerzas, porque si alguien va a caer derrotado y muerto en esta batalla van a ser ellos y no nosotros, pero qué se le va a hacer. Ahora toca rodar, rodar y rodar.

Los métodos de la coneja cada vez me dejan más anonadado. Intentando despistarlos, o perderlos, decide que es una buena idea avanzar por el río helado. Pero oh dramático giro de los acontecimientos, ¡ellos también llevan patines! Se bajan de los osos y, algo torpemente, empiezan a avanzar sobre el río. Claro que los osos se quedan ahí, sin saber muy bien qué hacer, pero es que si ellos avanzasen probablemente la capa helada cediese. Lo que sí, y esta es una observación bastante extraña, los cosacos también parecen borrachos. O eso, o no saben patinar. Tal vez las dos cosas. El caso es que nos libramos de ellos momentáneamente, pero ambos sabemos que la opción más inteligente es separarnos. Así les será aún más complicado atraparnos. Además, ahora Ilje es mi subcapitana, tengo que protegerla.

- Yo también me alegro mucho, conejita -respondo-. Tal vez, cuando todo esto pase, podamos...

Estaba a punto de decirle de embarcar juntos, pero los cosacos llegan corriendo y agarro al Nepo con fuerza. No se lo llevarán. Dedico una mirada a Ilje antes de cargar contra ellos, pero en lugar de golpearlos los uso como trampolín para saltar, y me voy corriendo por su espalda. Ambos se giran a por mí, pero yo no paro de rodar hasta que cruzo el río con mi osito y un adorable -no tanto como el Nepo- oso borracho me espera. Ya me he montado en uno sobrio, así que esto estará tirado.

- ¡No, idiota! -me grita un cosaco mientras monto-. ¡A ese no le hemos dado vodka hoy!

Pero ya es tarde. Me he subido, y el oso rampa. Pongo al Nepo delante de mí y cabalgando -o el equivalente osuno- me marcho hacia los confines de la civilización.

- ¡Nunca atraparéis al Nepo!