¡Las deliciosas mandarinas de Conomi! [Pasado/Privado de Red Tea y Tomoe]

En aquel pueblo se respiraba paz y tranquilidad. De cierta manera le recordaba a su isla natural, llena de verde y de isleños dedicados a la agricultura. Le encantaban los lugares así, tan apacibles y mansos… respiró hondo, apreciando el aire puro que corría de un lado a otro. Apreciaba esos escasos momentos de paz que últimamente no había sido capaz de encontrar.

Dejó a Dahlia en el barco, esperando no tardar demasiado en regresar. Su único objetivo era comprar unas mandarinas características del lugar y algo de agua potable para seguir con el viaje. A fin de cuentas debía mantener las provisiones al día. Siempre que se detenía en una isla era por ese motivo y debido a su escasa economía únicamente podía adquirir pocas cantidades. A veces resultaba un problema pero por suerte era capaz de proseguir sin demasiadas dificultades.

Paseó tranquilamente por el lugar y, dada la calma que había, decidió sentarse en una zona alejada para tomar un descanso. Sacó de su mochila su juego de té favorito y desenvolvió de un plástico de burbujas una tacita blanca con flores rosas dibujadas. En ella sirvió la bebida, un delicioso té rojo que transportaba en un termo, aunque no pudo evitar que se le cayese cierta cantidad por fuera. Ah, ya estaba más que acostumbrado, ni siquiera le dio mayor importancia. Siempre le pasaba igual, por un día más no se iba a preocupar.

No parecía que nadie pasase cerca. Isak se había acomodado sobre un verde prado bastante mullido y cómodo. A lo lejos podía observar los árboles que daban las naranjas y mandarinas autóctonas. Lo cierto era que tenían una pinta deliciosa, pero esperaría un poco antes de ir a comprar algunas. Estaba claro que no las cogería sin permiso, no era un ladrón.

Sonrió ampliamente, disfrutando del entorno, y comenzó a beber. Ah… hacía tanto tiempo que no se relajaba de esa forma… lo agradeció internamente mil veces, y lo haría otras mil si fuera necesario. Hasta su cuerpo apreciaba un poco de descanso tras tantos viajes. Sus músculos estaban tensos pero poco a poco se relajaba. Algún que otro pájaro cantaba en la distancia, haciendo que todo pareciera tan idílico como un agradable sueño. Aún así no podía permitirse el lujo de dormir, acabaría de beber su té y proseguirá con su objetivo principal, ¡Dahlia estaba esperando en el barco! No quería que tuviera que aguantar mucho en su ausencia.

En la Isla de Conomi se encontraba una de las piezas históricas con mayor valor educativo de todo el East Blue. Allí se encontraban las ruinas de un lugar que una vez fue conocido como Arlong Park, todo un monumento a la corrupción y a la crueldad. Debido a razones que ella misma desconocía apenas había información escrita sobre lo que ocurrió allí, pero algo estaba claro: si no había información al respecto es que era algo que molestaba a las autoridades. Se había trasladado allí, no por intereses revolucionarios, sino por su propia curiosidad. Había desembarcado unos días atrás, y desde entonces había estado alojándose en la posada de Cocoyasi. Se había pasado los días pidiendo indicaciones, comiendo un poco, cosas que podrían ser de turista si no fuera porque Tomoe sentía respeto por las culturas ajenas a la suya.

Iba vestida con su atuendo habitual aunque se había dejado la pechera de cuero en su habitación, por lo que lo único que se vería sería la parte supreior de su hakama y una falda larga que llegaba hasta sus tobillos.

Así, tras reunir la información que necesitaba para poder llegar, se puso su mochila y salió de la posada, tras lo cual marchó rumbo a Arlong Park, no sin antes pasar por una tienda del mercado para comprarse una bolsa pequeña de mandarinas.

—Debería anotar todo lo que vea allí —susurró para sí misma. Tenía la idea de hacer una especie de diario o bitácora de sus expediciones. El caso de Arlong Park era algo que merecía la pena ver, pues según las historias de los habitantes de Conomi era la muestra perfecta de lo que salía de la corrupción.

Se detuvo por un momento. Sacó de la mochila un cuaderno vacío, un lápiz, y se las apañó para poder llevar la bolsa en el brazo mientras echaba a andar de nuevo. Hizo un boceto rápido de lo que sería la portada, luego calculó cuánto necesitaría y, después, marcó la página donde empezaría la sección del East Blue. No apretó mucho con el lápiz, solo lo suficiente para que fuera legible. Redactó un bonito título de "Isla Conomi, Arlong Park" y después comenzó a dejar por escrito lo que había averiguado.

—Hmmm... no he hecho mucho que pueda anotar —murmuró antes de detenerse. Miró a su alrededor, ¿iba por buen camino? estaba en un prado verde, aún estaba sobre el camino así que no podía ir tan mal. Allí pudo ver a un hombre sentado bebiendo té pero al principio no le prestó demasiada atención.

—Seguro que voy bien —murmuró de nuevo. Empezó a andar de nuevo, pero se distrajo viendo los naranjos y mandarinos. No vio un bache de tierra que había en el camino, tropezó y acabó dándose contra el suelo de frente. Las mandarinas se le desparramaron por el suelo, el cuaderno voló un metro, el lápiz dos metros, sus dos espadas se quedaron a unos centímetros de ella, y la pobre Tomo no se movía. En otras circunstancias —sin público— se habría limitado a levantarse, recogerlo todo y seguir su camino, pero... ¿cómo explicaría ese tropiezo si el hombre le preguntaba?

Podría... podría... vale, sí, tenía algo en mente. Podía salir de aquel entuerto con su dignidad casi intacta. Eso, claro, si conseguía rebajar el color rojo de su cara.

El delicioso sabor del té rojo bajaba por su garganta. Después del primer trago vió a una mujer pasar cerca. Parecía distraída por un algún motivo pero su aspecto distaba enormemente de ser el habitual de los habitantes de Conomi. Quizá era una turista, aunque aquella isla no se beneficiaba principalmente de eso, o al menos era lo que Isak creía. No le dio mayor importancia hasta que pasó lo inevitable… ¡La joven cayó al suelo y no parecía levantarse! ¿Se habría hecho daño?

El revolucionario posó la taza con cuidado sobre la hierba, buscando una posición en la que el líquido no se pudiera verter en el suelo. Tras hacerlo salió corriendo hacia la muchacha para ofrecerle algo de ayuda.

- Eh… ¿Estás bien? - Mientras le preguntaba recogió el lápiz, el cuál había caído más lejos, y el cuaderno. No era su intención cotillear pero no pudo evitar leer "Arlong Park". Sabía que allí había unas ruinas pero lo que desconocía es que pudieran ser de interés. Creía que se trataba de un lugar abandonado sin más, aunque quizá estaba equivocado. A fin de cuentas él y la historia no se llevaban muy bien, menos aún teniendo en cuenta su mala memoria.

Le tendió ambos objetos a la joven, esperando que así reaccionara. También se fijó en todas las mandarinas que ahora había por el suelo… y él creía siendo el mayor torpe del mundo y había acabado por encontrarse con alguien que llegaba a su altura. No sonrió por mera educación pero ganas no le faltaban. Aquella situación no le parecía graciosa, le resultaba habitual, pero el alivio de no sentirse tan torpe como siempre inundaba su mente.

- ¿Ne estas ayuda? - Aún tenía ambos objetos en una de sus manos por lo que podía tenderle la otra para levantarse. De hecho, así lo hizo, estiró su diestra para que tuviera un apoyo y le fuese más sencillo ponerse en pié. Esperaba que no se hubiera hecho ninguna herida. La caída no había resultado (no en la distancia) cómo para ello, pero nunca se sabía.

Finalmente se fijó en que llevaba dos espadas… eso le hizo desconfiar. Tampoco demasiado. Él mismo llevaba una. De todas formas podía significar muchas cosas: podría ser una pirata o una cazadora. Lo mejor sería ir con cuidado y tantear el terreno. O buscar la comida y largarse cuanto antes. Lo que sucediese primero.

Todo estaba bien. Tenía una forma de salvar su dignidad, bueno, la que le pudiera quedar después del guarrazo que se acababa de pegar contra el suelo. Aceptó la ayuda del desconocido, usando su mano de apoyo para poder levantarse. Rayos, aún podía notar el calor de sus mejillas, debía estar colorada otra vez. Aprovechó ahora para sacudirse la ropa con las manos, eliminando así cualquier rastro de tierra y cualquier evidencia de su torpeza y caída. Se acomodó el pelo de nuevo y los lazos blancos que tenía a los dos lados de su melena. Vale, ya estaba presentable y poco a poco el color rojizo de su cara iba desapareciendo.

—Sí, por... por supuesto, estaba admirando de cerca la calidad de... de... de la tierra, sí, eso —dijo, tratando de sonar muy convincente. No estaba segura de haberlo logrado. Bah, no, seguro que sí, no tenía pinta de ser un señor que tuviera la afición de meter el dedo en la herida.

Antes de aceptar de vuelta lo que había recogido el desconocido, Tomoe se agachó para recoger sus armas. La katana se la colocó en la cintura sin más, pero le dedicó unos segundos más de atención a la odachi, asegurándose de que no se hubiera manchado ni dañado. Era lo único que tenía, aparte de su ropa, que le recordaba a su hogar, así que debía cuidarla y mimarla como si fuera su hija.

—La niña de mis ojos está bien, menos mal —murmuró, refiriéndose a su arma. Se colocó bien la odachi en la espalda y, ahora sí, pudo girarse hacia el desconocido, el mismo que estaba tomando té en mitad del campo. No le preguntaría por el té, no tenía derecho después de haber obtenido el título de Torpona del Año.

—Se lo agradezco mucho, señor —dijo, haciendo una reverencia a modo de agradecimiento y disculpas por las molestias que le pudiera haber causado. Después de aceptar lo que le devolvía el hombre se aseguró de tenerlo todo a mano. ¿Cuaderno? Sí, ¿bolsa con mandarinas? también, ya no estaban en el suelo; ¿sus espadas? también. Oh, cierto, a lo mejor él sabía cómo se iba a Arlong Park sin estamparse contra el suelo.

—Perdone que le pregunte después de ese espectáculo pero, ¿sabe si por este camino se llega a las ruinas de Arlong Park? —preguntó —. Me dijeron que estaba algo alejado pero no pensé que estaría tan lejos, juraría que me he perdido... y eso que es solo un camino —dijo a continuación.

Guardó el cuaderno en la misma bolsa de las mandarinas y sacó una, aunque antes de hacer nada más se la tendió al que la había ayudado segundos atrás. Después del té tendría hambre, y las mandarinas de esa isla eran muy conocidas, ¿querría una?

—Como agradecimiento. Son de aquí, las acabo de comprar en el mercado del puerto —le ofreció aquella mandarina como símbolo de paz y como una forma implícita de comprar su silencio respecto al tropezón que había tenido.

Ella, sagaz y maestra de las artes diplomáticas.