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¿Traje nuevo, novato? Bienvenido al Cipher Pol. Comprueba que estés impecable, porque el Gobierno no mantiene a desaliñados, ni siquiera dentro de sus ramas secretas. Bien, ¿ya estás listo? ¿Te has atado la corbata? A veces cuesta, lo sé. ¿Te has limpiado los zapatos? Cuero lustroso y armas cargadas, así funcionan las cosas por aquí. ¿Y dónde es aquí? Buena pregunta.
El campo de juegos de hoy es la sala seis del barco-prisión Antares. Es estrecha y de techo bajo hasta el punto de resultar opresiva, todo metal frío y aséptico. Una mesa de brillante y helado aluminio está atornillada al suelo, negro como la noche, y solo un taburete soldado e inamovible ayuda a llenar el reducido pero vacío espacio. El brillo pálido de un par de lámparas intenta, en vano, dar algo de alegría al ambiente. Es un mal sitio, este. Suerte que el interrogado no eres tú.
Sentado en el único asiento, un hombre esposado con gruesos grilletes trata de mantenerse despierto. Tiene la mirada dura y afilada de alguien que ha pasado años luchando en el mar. Sabes que es pirata, que fue arrestado hace tres semanas y que subió al barco en la última parada que hizo. Nadie se ha molestado en decirte nada más. Lleva respondiendo preguntas toda la noche, según has oído, y no parece que la cosa vaya a terminar pronto.
¿Listo para tu primer interrogatorio?
Bien, pues calla y observa sin molestar. Tu sitio está en una esquina, aprendiendo el oficio. La agente Egas, leyenda viviente en el campo de sonsacar la verdad, con o sin pinzas genitales, se encargará de aquí en adelante. Has tenido la suerte de ser su asistente esta noche. Y tal vez te toque poner las pinzas, según cómo se desarrollen las cosas. Egas es una mente superior, preclara, un operativo de brutal eficacia, y es fea como un demonio. O eso se comenta. Quizás por eso sea tan buena en lo suyo.
En fin, tienes unos cinco minutos antes de que empiece el espectáculo, lo que la superior tarde en volver con un café. Por si quieres ir al baño en un momento o buscar papel y boli para tomar apuntes.
El campo de juegos de hoy es la sala seis del barco-prisión Antares. Es estrecha y de techo bajo hasta el punto de resultar opresiva, todo metal frío y aséptico. Una mesa de brillante y helado aluminio está atornillada al suelo, negro como la noche, y solo un taburete soldado e inamovible ayuda a llenar el reducido pero vacío espacio. El brillo pálido de un par de lámparas intenta, en vano, dar algo de alegría al ambiente. Es un mal sitio, este. Suerte que el interrogado no eres tú.
Sentado en el único asiento, un hombre esposado con gruesos grilletes trata de mantenerse despierto. Tiene la mirada dura y afilada de alguien que ha pasado años luchando en el mar. Sabes que es pirata, que fue arrestado hace tres semanas y que subió al barco en la última parada que hizo. Nadie se ha molestado en decirte nada más. Lleva respondiendo preguntas toda la noche, según has oído, y no parece que la cosa vaya a terminar pronto.
¿Listo para tu primer interrogatorio?
Bien, pues calla y observa sin molestar. Tu sitio está en una esquina, aprendiendo el oficio. La agente Egas, leyenda viviente en el campo de sonsacar la verdad, con o sin pinzas genitales, se encargará de aquí en adelante. Has tenido la suerte de ser su asistente esta noche. Y tal vez te toque poner las pinzas, según cómo se desarrollen las cosas. Egas es una mente superior, preclara, un operativo de brutal eficacia, y es fea como un demonio. O eso se comenta. Quizás por eso sea tan buena en lo suyo.
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Había llegado a Antares como parte de una misión menor, participar en un interrogatorio. No tenía muchos datos, algo que era habitual debido a mi rango y al hermetismo propio de una agencia de inteligencia. Mi primer cometido era custodiar la aséptica sala donde había un tipo al que habían molido bien a palos.
El metal de la sala, lustrado como un espejo, le da un aspecto de pulcritud que contrasta con el desastre que está encadenado a la mesa. Veo mi reflejo, y el suyo, y la inmensa perfección de lo que está limpio. Entonces me percato de algo. Camino con pasos lentos y firmes, el sonido de mis suelas contra el metal pulido redobla en el ambiente junto al crujido de la habitación del navío. Una vez en el centro de la sala, con movimientos robóticos, recojo un diminuto hilo de color blanco. Probablemente perteneciente al personal de limpieza.
Observo el hilo a la altura de mis ojos. Entonces recuerdo la fama que tiene mi superior pese a que todavía no la conozco en persona. Recuerdo del espectáculo que estoy a punto de presenciar y como yo soy un mero espectador; y miró al tipo encadenado.
-Eres muy afortunado -le digo y guardó el hilo en mi bolsillo para mantener la sala limpia-. Eres muy, muy, afortunado.
El metal de la sala, lustrado como un espejo, le da un aspecto de pulcritud que contrasta con el desastre que está encadenado a la mesa. Veo mi reflejo, y el suyo, y la inmensa perfección de lo que está limpio. Entonces me percato de algo. Camino con pasos lentos y firmes, el sonido de mis suelas contra el metal pulido redobla en el ambiente junto al crujido de la habitación del navío. Una vez en el centro de la sala, con movimientos robóticos, recojo un diminuto hilo de color blanco. Probablemente perteneciente al personal de limpieza.
Observo el hilo a la altura de mis ojos. Entonces recuerdo la fama que tiene mi superior pese a que todavía no la conozco en persona. Recuerdo del espectáculo que estoy a punto de presenciar y como yo soy un mero espectador; y miró al tipo encadenado.
-Eres muy afortunado -le digo y guardó el hilo en mi bolsillo para mantener la sala limpia-. Eres muy, muy, afortunado.
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-No sabes lo que es la fortuna -dice el prisionero sin mirarte-. Crees que el desdichado aquí soy yo, cuando tú eres quien va a morir. -Sonríe. En su rostro no hay ni pizca de humor-. No te creas nada de lo que oigas aquí. No te fíes de nadie. No tienes amigos en este barco.
Un tipo negativo, este. Apenas un minuto después llega la agente Egas. Se la reconoce por sus dos metros y medio de altura, su aspecto implacable y esa cara que espantaría a un cocodrilo furioso. Abre la puerta con decisión, armada tan solo con su traje impecable y una carpeta bajo el brazo. Se dirige hacia la mesa, pero se detiene en mitad de un paso. Te lanza una mirada de reojo de las que hacen erupcionar volcanes.
Guarda silencio, pero no parece contenta. Antes de darte cuenta ya te ha arrastrado de muy malos modos al pasillo. Un par de marines pasar por ahí, pero en cuanto la agente cierra de un portazo recuerdan que tienen mucha prisa y se largan.
-¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? -te pregunta, sin coger aire ni una vez-. ¿Me espías, chico? ¿Para quién trabajas, a ver?
Se ve que no le han dicho que ibas a estar ahí. Normal; yo tampoco querría habérselo dicho.
-No pensarás robar información, ¿verdad? No me gustan las sorpresas -añade, rematando cada palabra dándote un dedazo en pleno pecho-. ¿Y por qué has tocado mi hilo? Dame mi hilo, nunca toques mi hilo, maldita sea.
No seré yo quien pronuncie la palabra "loca", pero...
Un tipo negativo, este. Apenas un minuto después llega la agente Egas. Se la reconoce por sus dos metros y medio de altura, su aspecto implacable y esa cara que espantaría a un cocodrilo furioso. Abre la puerta con decisión, armada tan solo con su traje impecable y una carpeta bajo el brazo. Se dirige hacia la mesa, pero se detiene en mitad de un paso. Te lanza una mirada de reojo de las que hacen erupcionar volcanes.
Guarda silencio, pero no parece contenta. Antes de darte cuenta ya te ha arrastrado de muy malos modos al pasillo. Un par de marines pasar por ahí, pero en cuanto la agente cierra de un portazo recuerdan que tienen mucha prisa y se largan.
-¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? -te pregunta, sin coger aire ni una vez-. ¿Me espías, chico? ¿Para quién trabajas, a ver?
Se ve que no le han dicho que ibas a estar ahí. Normal; yo tampoco querría habérselo dicho.
-No pensarás robar información, ¿verdad? No me gustan las sorpresas -añade, rematando cada palabra dándote un dedazo en pleno pecho-. ¿Y por qué has tocado mi hilo? Dame mi hilo, nunca toques mi hilo, maldita sea.
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El preso me lanza una serie de advertencias que recibo totalmente impasible. En un primer momento pienso, sencillamente, que está loco.No pretendía hacerle mucho caso, pero la entrada de Egas me impide volver a mi lugar. Es una mujer altísima, más que yo, y tiene el rostro más horrendo que he visto jamás. Es algo realmente repulsivo, y lo digo yo que viví varios meses entre los dientes de un terrible monstruo marino.
Me saca al pasillo sin que apenas pueda reaccionar e inicia un interrogatorio sobre mí. Ahí, completamente sólo frente a ella, en un barco en el que no conozco a nadie, lejos de cualquier punto de referencia de mí mismo, me hace una pregunta terrible: ¿Quién eres?
Soy una persona maldita, incapaz de morir, condenado a ver como todo a mi alrededor se derrumba y resurge, un recluta insignificante, una persona sin amigos, sin hogar y sin destino, no soy nada, no soy nadie, estoy vacío y tengo mucho miedo, sólo quiero un lugar en el que poder quedarme y ser yo. Pensarlo es fácil, pero decirlo en voz alta es demasiado doloroso, así que hago lo único que puedo hacer: mentirme.
-Esa no es forma de recibir a su supervisor. ¡Haga el favor de cuadrarse! ¿Qué no le han avisado? NA-TU-RAL. No tengo que pedirle permiso para hacer MI trabajo.
Agito el hilo en el aire como si intentara espantar una mosca.
-¡Este no es su hilo! ¡Es mi almuerzo! ¿Cómo que no? -Me meto el hilo en la boca y lo mastico insistentemente para tragármelo luego-. ¿Ve? ¡Comida!
Respiro profundamente y miro directamente a Egas a sus horrendos ojos, con mi mejor cara de póquer, esa que ni siquiera se inmuta cuando pierdo todo mi dinero en un farol en la primera mano.
-Ahora haga el favor de entrar en esa sala e iniciar el interrogatorio -hablo calmado, casi en un susurro autoritario-, para que yo pueda hacer mi maldito trabajo.
Parece que soy la única persona cuerda en este barco.
Me saca al pasillo sin que apenas pueda reaccionar e inicia un interrogatorio sobre mí. Ahí, completamente sólo frente a ella, en un barco en el que no conozco a nadie, lejos de cualquier punto de referencia de mí mismo, me hace una pregunta terrible: ¿Quién eres?
Soy una persona maldita, incapaz de morir, condenado a ver como todo a mi alrededor se derrumba y resurge, un recluta insignificante, una persona sin amigos, sin hogar y sin destino, no soy nada, no soy nadie, estoy vacío y tengo mucho miedo, sólo quiero un lugar en el que poder quedarme y ser yo. Pensarlo es fácil, pero decirlo en voz alta es demasiado doloroso, así que hago lo único que puedo hacer: mentirme.
-Esa no es forma de recibir a su supervisor. ¡Haga el favor de cuadrarse! ¿Qué no le han avisado? NA-TU-RAL. No tengo que pedirle permiso para hacer MI trabajo.
Agito el hilo en el aire como si intentara espantar una mosca.
-¡Este no es su hilo! ¡Es mi almuerzo! ¿Cómo que no? -Me meto el hilo en la boca y lo mastico insistentemente para tragármelo luego-. ¿Ve? ¡Comida!
Respiro profundamente y miro directamente a Egas a sus horrendos ojos, con mi mejor cara de póquer, esa que ni siquiera se inmuta cuando pierdo todo mi dinero en un farol en la primera mano.
-Ahora haga el favor de entrar en esa sala e iniciar el interrogatorio -hablo calmado, casi en un susurro autoritario-, para que yo pueda hacer mi maldito trabajo.
Parece que soy la única persona cuerda en este barco.
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¿Ves eso? Es un remolino de lava, esquizofrenia y cuchillos envenenados dando vueltas dentro de los ojos de Egas. Se está cociendo una buena ahí dentro, en ese cerebro entrenado para detectar la mentira. Eso hace aún más sorprendente lo que ocurre a continuación: Egas se gira tan rápidamente que su corbata te azota la cara con bastante fuerza. Entonces entra en la habitación y se pone a trabajar. Alguien sensato aceptaría esta pequeña victoria y volvería a su esquina.
El show empieza con una serie de preguntas básicas, más de calentamiento que de otra cosa. Gracias a ellas te enteras de que el invitado esposado es el capitán Macro, cuya fea cabeza vale para los jefes más de treinta millones de berries. No, no sabe dónde está el resto de su tripulación. No, no sabe qué fue de aquel rehén que raptó en Ohara. No, no recuerda haber matado a toda aquella congregación.
-Pero lo hiciste. Derribaste aquella iglesia a cañonazos y la tiraste sobre esos desgraciados mientras rezaban.
-No.
-Veintitrés muertos a tu nombre.
-No.
-Y te llevaste el ídolo. -Se hace el silencio durante un segundo. Luego, el pirata niega con la cabeza-. Claro que sí. Venga, ¿dónde está? Es la prueba de tu delito. Dímelo y tal vez vayas a un sitio un poco mejor que el que te espera.
-No vayas por ahí.
Es lo último que dice el pirata. A partir de ahí pasa una hora larga en la que se le acusa de varios delitos sin obtener respuesta. Eso hace que tu superior -o tu supervisada- te mande ir a buscar el equipo de interrogatorio avanzado.
-Habla con intendencia. Ellos sabrán lo que te hace falta.
Aunque no te aclara dónde está eso. Pero bueno, siendo el supervisor ya debes saberlo, ¿no?
El show empieza con una serie de preguntas básicas, más de calentamiento que de otra cosa. Gracias a ellas te enteras de que el invitado esposado es el capitán Macro, cuya fea cabeza vale para los jefes más de treinta millones de berries. No, no sabe dónde está el resto de su tripulación. No, no sabe qué fue de aquel rehén que raptó en Ohara. No, no recuerda haber matado a toda aquella congregación.
-Pero lo hiciste. Derribaste aquella iglesia a cañonazos y la tiraste sobre esos desgraciados mientras rezaban.
-No.
-Veintitrés muertos a tu nombre.
-No.
-Y te llevaste el ídolo. -Se hace el silencio durante un segundo. Luego, el pirata niega con la cabeza-. Claro que sí. Venga, ¿dónde está? Es la prueba de tu delito. Dímelo y tal vez vayas a un sitio un poco mejor que el que te espera.
-No vayas por ahí.
Es lo último que dice el pirata. A partir de ahí pasa una hora larga en la que se le acusa de varios delitos sin obtener respuesta. Eso hace que tu superior -o tu supervisada- te mande ir a buscar el equipo de interrogatorio avanzado.
-Habla con intendencia. Ellos sabrán lo que te hace falta.
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Egas analiza la situación y detecta mi mentira. El bofetón que me da con la corbata me deja tan aturdido como impresionado, pero es el estímulo que necesito para abandonar mi personaje de jefe y volver a ser un agente subalterno más.
Al entrar de nuevo en la sala de interrogatorio vuelvo a mi esquina, en riguroso silencio y observo la actuación. Egas no consigue sacarle nada útil al detenido, que resulta ser un capitán pirata. A través de las preguntas de mi superior deduzco lo sucedido, los crímenes y nuestro objetivo. La niña de Ohara y el ídolo robado deben de ser activos importantes que debemos recuperar, pero con un capitán que se niega a hablar como única fuente de información será imposible dar con ellos. A no ser que la advertencia anterior del capitán fuera cierta, en cuyo caso Egas está mintiendo y el capitán también.
"Si Egas miente -pienso-, significa que no hay ningún ídolo, pero si todo el mundo miente el capitán también. Por lo tanto, cuando el capitán afirma que no sabe dónde está el ídolo significa que sí sabe dónde está. ¿Pero cómo puede saber dónde está el ídolo si el ídolo no existe?".
-Habla con intendencia -me dice Egas arrancándome de mis pensamientos-. Ellos sabrán lo que te hace falta.
No asiento. Tampoco pregunto dónde está intendencia, aunque visto con perspectiva sería lo más sensato. Simplemente reacciono como un buen soldado y abandono la sala. Una vez abandono la sala tuerzo a la izquierda y camino por el pasillo, convencido de mi camino. Porque cualquiera puede mentir con palabras, pero mentir con actos es de un nivel superior. Avanzo con pasos firmes, mis botas resuenan en el eco del largo pasillo y respiro profundamente para familiarizarme con los olores. En el primer cruce tuerzo a la derecha y en la tercera puerta que me encuentro a mi izquierda entro sin llamar.
-He venido a intendencia -proclamo una vez atravieso la puerta como si fuera lo más natural del mundo-, ha buscar un equipo de interrogatorio avanzado para la agente Egas y un par de flores de cáñamo.
Al entrar de nuevo en la sala de interrogatorio vuelvo a mi esquina, en riguroso silencio y observo la actuación. Egas no consigue sacarle nada útil al detenido, que resulta ser un capitán pirata. A través de las preguntas de mi superior deduzco lo sucedido, los crímenes y nuestro objetivo. La niña de Ohara y el ídolo robado deben de ser activos importantes que debemos recuperar, pero con un capitán que se niega a hablar como única fuente de información será imposible dar con ellos. A no ser que la advertencia anterior del capitán fuera cierta, en cuyo caso Egas está mintiendo y el capitán también.
"Si Egas miente -pienso-, significa que no hay ningún ídolo, pero si todo el mundo miente el capitán también. Por lo tanto, cuando el capitán afirma que no sabe dónde está el ídolo significa que sí sabe dónde está. ¿Pero cómo puede saber dónde está el ídolo si el ídolo no existe?".
-Habla con intendencia -me dice Egas arrancándome de mis pensamientos-. Ellos sabrán lo que te hace falta.
No asiento. Tampoco pregunto dónde está intendencia, aunque visto con perspectiva sería lo más sensato. Simplemente reacciono como un buen soldado y abandono la sala. Una vez abandono la sala tuerzo a la izquierda y camino por el pasillo, convencido de mi camino. Porque cualquiera puede mentir con palabras, pero mentir con actos es de un nivel superior. Avanzo con pasos firmes, mis botas resuenan en el eco del largo pasillo y respiro profundamente para familiarizarme con los olores. En el primer cruce tuerzo a la derecha y en la tercera puerta que me encuentro a mi izquierda entro sin llamar.
-He venido a intendencia -proclamo una vez atravieso la puerta como si fuera lo más natural del mundo-, ha buscar un equipo de interrogatorio avanzado para la agente Egas y un par de flores de cáñamo.
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Así me gusta, con seguridad, con aplomo. Recuerda que no te equivocas salvo que lo parezca. Bueno, en este caso sí te has equivocado, pero ha quedado muy bien.
No, esa puerta no era la correcta. Llámame loco, pero creo que todos esos urinarios, el espejo, el grifo y ese horrible secador de manos no son del departamento de intendencia. Casi parece un cuarto de baño, uno de esos feos y blancos con luces que funcionan mal. El suelo está mojado, cómo no, pero lo más llamativo es el tipo al que has pillado en acto de servicio. No, no está haciendo nada que una mente inocente como la tuya no deba ver, aunque esa raya blanca sobre el lavabo no parece muy reglamentaria.
Es otro agente, a juzgar por su atuendo. Delgaducho, algo pálido y con un mechón de pelo sobre la frente que le llega hasta la nariz. No es especialmente intimidante para dedicarse a lo que se dedica. Una visita al gimnasio de a bordo no le vendría mal..Igual venía buscándolo y también ha entrado aquí por error.
-Hola... -dice, mirando hacia todas partes. Se incorpora y pone cara amigable. Sutilmente da un manotazo al polvillo blanco y lo esparce por el suelo-. Esto no es... No es lo que parece. Verás, hay cierto tipo de vitamina que... Y todos somos libres de hacer lo que queramos con nuestro tiempo libre, ¿verdad?
¿Por qué se frota tanto la nariz? Le picará o algo. Mientras habla, tu colega agente se va acercando de forma totalmente inocente. Ups, ha cerrado la puerta tras de ti. Ahora que lo tienes cerca podrás fijarte en lo arrugado que lleva el traje. Parece un tipo desaliñado en general. Camisa por fuera, cordones aflojados, pelo revuelto... Ni siquiera lleva la pistola en su funda, aunque eso es porque la ha sacado y te está apuntando con ella. Pero lo casi como algo casual, lo más normal del mundo.
-Tú me entiendes, ¿a que sí? No irás a delatarme, ¿no? -Acerca un poco más la pistola. De repente, ya no suena tan amigable-. No serías el primer bulto que cae de este cascarón sin que nadie se entere, amigo.
No, esa puerta no era la correcta. Llámame loco, pero creo que todos esos urinarios, el espejo, el grifo y ese horrible secador de manos no son del departamento de intendencia. Casi parece un cuarto de baño, uno de esos feos y blancos con luces que funcionan mal. El suelo está mojado, cómo no, pero lo más llamativo es el tipo al que has pillado en acto de servicio. No, no está haciendo nada que una mente inocente como la tuya no deba ver, aunque esa raya blanca sobre el lavabo no parece muy reglamentaria.
Es otro agente, a juzgar por su atuendo. Delgaducho, algo pálido y con un mechón de pelo sobre la frente que le llega hasta la nariz. No es especialmente intimidante para dedicarse a lo que se dedica. Una visita al gimnasio de a bordo no le vendría mal..Igual venía buscándolo y también ha entrado aquí por error.
-Hola... -dice, mirando hacia todas partes. Se incorpora y pone cara amigable. Sutilmente da un manotazo al polvillo blanco y lo esparce por el suelo-. Esto no es... No es lo que parece. Verás, hay cierto tipo de vitamina que... Y todos somos libres de hacer lo que queramos con nuestro tiempo libre, ¿verdad?
¿Por qué se frota tanto la nariz? Le picará o algo. Mientras habla, tu colega agente se va acercando de forma totalmente inocente. Ups, ha cerrado la puerta tras de ti. Ahora que lo tienes cerca podrás fijarte en lo arrugado que lleva el traje. Parece un tipo desaliñado en general. Camisa por fuera, cordones aflojados, pelo revuelto... Ni siquiera lleva la pistola en su funda, aunque eso es porque la ha sacado y te está apuntando con ella. Pero lo casi como algo casual, lo más normal del mundo.
-Tú me entiendes, ¿a que sí? No irás a delatarme, ¿no? -Acerca un poco más la pistola. De repente, ya no suena tan amigable-. No serías el primer bulto que cae de este cascarón sin que nadie se entere, amigo.
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Mi búsqueda de intendencia me lleva a un cuarto de baño en el que un desastre de agente está realizando una de mis actividades favoritas. El tipo, el cuál dudo seriamente que sea un agente, se pone nervioso, pone todo el suelo perdido de polvo blanco y me encierra en el baño a punta de pistola.
Observo todo lo acontecido con mi parsimonia habitual y cuando tengo el cañón frente a los ojos, doblo los codos para alzar las manos. Estoy tranquilo y bastante despreocupado ya que estoy convencido que una bala no podría matarme. Aún así es un grave contratiempo. No sé qué sucede en este barco pero todo se vuelve cada vez más raro. Ahora mismo lo único que pretendo es conseguir los artilugios de tortura y volver a la habitación, luego ya me las apañaré para quedarme a solas con el detenido y conseguir respuestas.
-¡Oh! Sigues ahí -digo al darme cuenta de que el supuesto agente sigue apuntándome, por un momento me había perdido en mis pensamientos-. Mira me importa un carajo si te estabas metiendo merca -digo con sinceridad-. Es más lo que me cabrea es que la tiraras y tus pintas. Joder, parece que no te has duchado en días. Escucha, tú no quieres que nadie se entere y yo no quiero que me metas un tiro. ¿Cómo puedes asegurarte que no te delate sin matarme? Fácil -concluyo con mis habilidades de regateador-, tú y yo nos metemos un poco de esa mierda, asó yo me convierto en cómplice y no puedo delatarte. Si además me indicas dónde está intendencia para que pueda continuar con mi mierda de día, te estaré muy agradecido. ¡Ah! Voy a bajar las manos, que me canso.
Bajo tranquilamente las manos y me quedo pendiente del tipo a ver cómo responde a mi propuesta.
Observo todo lo acontecido con mi parsimonia habitual y cuando tengo el cañón frente a los ojos, doblo los codos para alzar las manos. Estoy tranquilo y bastante despreocupado ya que estoy convencido que una bala no podría matarme. Aún así es un grave contratiempo. No sé qué sucede en este barco pero todo se vuelve cada vez más raro. Ahora mismo lo único que pretendo es conseguir los artilugios de tortura y volver a la habitación, luego ya me las apañaré para quedarme a solas con el detenido y conseguir respuestas.
-¡Oh! Sigues ahí -digo al darme cuenta de que el supuesto agente sigue apuntándome, por un momento me había perdido en mis pensamientos-. Mira me importa un carajo si te estabas metiendo merca -digo con sinceridad-. Es más lo que me cabrea es que la tiraras y tus pintas. Joder, parece que no te has duchado en días. Escucha, tú no quieres que nadie se entere y yo no quiero que me metas un tiro. ¿Cómo puedes asegurarte que no te delate sin matarme? Fácil -concluyo con mis habilidades de regateador-, tú y yo nos metemos un poco de esa mierda, asó yo me convierto en cómplice y no puedo delatarte. Si además me indicas dónde está intendencia para que pueda continuar con mi mierda de día, te estaré muy agradecido. ¡Ah! Voy a bajar las manos, que me canso.
Bajo tranquilamente las manos y me quedo pendiente del tipo a ver cómo responde a mi propuesta.
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Parece que tu propuesta cala en el hombre que te apunta. En sus ojos se puede ver cómo calcula las probabilidades de que le traiciones, de que sea un truco para pillarle desprevenido o de que le estés tendiendo una trampa como parte de algún tipo de prueba. En el Cipher Pol todo es siempre una prueba. Al final, el tipo escoge lo más sencillo.
-Ohhhh, ya veo... Eres uno de los míos, ¿eh? Vale, vale, podemos manejarlo así.
Eso dice, pero no baja el arma. De hecho, casi parece que vaya a sacar otra pistola. Ah, no, solo se mete la mano bajo la chaqueta de su maltratado traje para enseñarte una bolsita con un polvo morado. No es exactamente como el que tenía preparado para él. Mientras te prepara una bonita y colorida raya sobre el lavabo, sigue hablando.
-Intendencia está en la cubierta C, subsección 8, pasillo cinco-A, habitáculo 39. Te aviso de que no le toques mucho las narices a Patty. Y no hables de su nariz o te hará picadillo. Olvídalo, casi que te hará picadillo solo por saludarla. Tiene un humor de perros. -Tu nuevo amigo se ríe, aunque a saber por qué-. Espero que te guste el Lila. No es como el Blanco, claro, pero tiene su propio toque. La verdad es que yo lo prefiero. Suelo guardármelo para las ocasiones especiales, y supongo que cubrirme el culo encaja en esa situación. Es decir, podría pegarte un tiro entre ceja y ceja y solucionaría mi problema, pero luego tendría que limpiar, encubrir y todas esas cosas. No me alisté para trabajar tanto.
Raya lista. Apesta a salubridad e inocencia, la clase de cosa que puedes untar sobre la cara de un bebé sin que pase nada. Es evidente que fiarse de un desconocido en un baño siempre es la mejor opción.
-Pues venga, amigo. Toda tuya.
No está claro si se refiere a la droga o a la pistola que aún empuña.
-Ohhhh, ya veo... Eres uno de los míos, ¿eh? Vale, vale, podemos manejarlo así.
Eso dice, pero no baja el arma. De hecho, casi parece que vaya a sacar otra pistola. Ah, no, solo se mete la mano bajo la chaqueta de su maltratado traje para enseñarte una bolsita con un polvo morado. No es exactamente como el que tenía preparado para él. Mientras te prepara una bonita y colorida raya sobre el lavabo, sigue hablando.
-Intendencia está en la cubierta C, subsección 8, pasillo cinco-A, habitáculo 39. Te aviso de que no le toques mucho las narices a Patty. Y no hables de su nariz o te hará picadillo. Olvídalo, casi que te hará picadillo solo por saludarla. Tiene un humor de perros. -Tu nuevo amigo se ríe, aunque a saber por qué-. Espero que te guste el Lila. No es como el Blanco, claro, pero tiene su propio toque. La verdad es que yo lo prefiero. Suelo guardármelo para las ocasiones especiales, y supongo que cubrirme el culo encaja en esa situación. Es decir, podría pegarte un tiro entre ceja y ceja y solucionaría mi problema, pero luego tendría que limpiar, encubrir y todas esas cosas. No me alisté para trabajar tanto.
Raya lista. Apesta a salubridad e inocencia, la clase de cosa que puedes untar sobre la cara de un bebé sin que pase nada. Es evidente que fiarse de un desconocido en un baño siempre es la mejor opción.
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No está claro si se refiere a la droga o a la pistola que aún empuña.
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La situación empieza a sacarme de quicio, que no lleve mucho tiempo en el cuerpo no implica que deba pisotearme todo el mundo. El tipo, que no deja de apuntarme con la pistola, pinta una raya de una droga rosa en el lavabo. Luego me da las indicaciones que necesito y sigue apuntándome para obligarme a tomarla. Odio las malditas pistolas. El tipo podría ser un buen colega, pero su actitud con ese juguete me saca de quicio.
-Pues venga, amigo. Toda tuya. -dice.
-Estupendo -digo con la actitud que tienen todas las estatuas de mármol.
Aprovecho ese momento para agarrar el cañón de la pistola y desviarlo de mi trayectoria. Con el otro brazo lanzo un golpe potente con la palma de la mano contra la nariz del agente para hundirla en su cara. mi intención es derribarlo y quedarme con el arma para vaciar el cargador.
Si me sale bien, una vez he quitado las balas al arma, la arrojo a un rincón del baño.
-Me caes bien, pero eres un incordio -digo y sin pensarlo mucho más esnifo el polvo rosa-. Gracias por el almuerzo y por la información-. Cuando noto como me sube le pego un puñetazo al espejo, pero esa es mi única reacción a la química que ahora recorre mi cuerpo-. Nos vemos -digo y acto seguido salgo del baño para ir a la cubierta C, subsección 8, pasillo cinco-A, habitáculo 39 para pedir las herramientas de interrogación.
-Pues venga, amigo. Toda tuya. -dice.
-Estupendo -digo con la actitud que tienen todas las estatuas de mármol.
Aprovecho ese momento para agarrar el cañón de la pistola y desviarlo de mi trayectoria. Con el otro brazo lanzo un golpe potente con la palma de la mano contra la nariz del agente para hundirla en su cara. mi intención es derribarlo y quedarme con el arma para vaciar el cargador.
Si me sale bien, una vez he quitado las balas al arma, la arrojo a un rincón del baño.
-Me caes bien, pero eres un incordio -digo y sin pensarlo mucho más esnifo el polvo rosa-. Gracias por el almuerzo y por la información-. Cuando noto como me sube le pego un puñetazo al espejo, pero esa es mi única reacción a la química que ahora recorre mi cuerpo-. Nos vemos -digo y acto seguido salgo del baño para ir a la cubierta C, subsección 8, pasillo cinco-A, habitáculo 39 para pedir las herramientas de interrogación.
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Tu nuevo amigo parece dispuesto a matarte cuando lo derribas. Pistola aparte, extiende sus índices y se prepara para saltar sobre ti. La cascada de sangre que brota de su nariz rota empapa su camisa, estropeando aún más su apariencia descuidada. Y sin embargo hay algo en su mirada... Esta vez, quizás por primera vez, sí parece un agente del gobierno dispuesto a matar.
Hasta que esnifas la sustancia lila. Eso lo deja un tanto estupefacto. No se esperaba que después de buscar pelea fueses a drogarte de todos modos. Cierto grado de confusión se abre paso en la ira de sus ojos, y los segundos la tornan en una extraña aceptación. Se levanta, se encoge de hombros y escupe una flema ensangrentada al lavabo. Entonces recoge la pistola, las balas y se mira al espejo roto.
-Supongo que es justo -murmura, tal vez pensando que él habría hecho algo parecido.
Y hasta aquí nuestro buen amigo sin nombre. Te espera el encargo de la jefa, que no va a estar precisamente contenta con todo lo que estás tardando.
Las entrañas del barco son como un laberinto de metal, luces fluorescentes, bamboleos y puertas que parecen idénticas, decoradas con chorretones de color ocasional provocados seguramente por la guarrada que te has esnifado. Hay alguna que otra indicación en la parte superior de las divisiones de algunos pasillos, pero poco más. Suerte que al final llegas a tu destino. La ventanilla del departamento de intendencia aparece ante tus drogados ojos una cantidad indeterminada de tiempo después.
-¿Qué quieres?
Patty. Arrugas, moño canoso, alguna que otra mancha en la piel... Su cara de vinagre da la sensación de que el chicle que está masticando sabe a mofeta. A juzgar por el humo verde que sale de su boca, podría ser. Parece tan agria como cabía esperar.
Hasta que esnifas la sustancia lila. Eso lo deja un tanto estupefacto. No se esperaba que después de buscar pelea fueses a drogarte de todos modos. Cierto grado de confusión se abre paso en la ira de sus ojos, y los segundos la tornan en una extraña aceptación. Se levanta, se encoge de hombros y escupe una flema ensangrentada al lavabo. Entonces recoge la pistola, las balas y se mira al espejo roto.
-Supongo que es justo -murmura, tal vez pensando que él habría hecho algo parecido.
Y hasta aquí nuestro buen amigo sin nombre. Te espera el encargo de la jefa, que no va a estar precisamente contenta con todo lo que estás tardando.
Las entrañas del barco son como un laberinto de metal, luces fluorescentes, bamboleos y puertas que parecen idénticas, decoradas con chorretones de color ocasional provocados seguramente por la guarrada que te has esnifado. Hay alguna que otra indicación en la parte superior de las divisiones de algunos pasillos, pero poco más. Suerte que al final llegas a tu destino. La ventanilla del departamento de intendencia aparece ante tus drogados ojos una cantidad indeterminada de tiempo después.
-¿Qué quieres?
Patty. Arrugas, moño canoso, alguna que otra mancha en la piel... Su cara de vinagre da la sensación de que el chicle que está masticando sabe a mofeta. A juzgar por el humo verde que sale de su boca, podría ser. Parece tan agria como cabía esperar.
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Mi aventura con el agente llega a su fin, no sé si salgo de ese baño con un nuevo amigo, pero desde luego salgo a tope de él. Por primera vez desde que comenzó mi aventura este cascarón de metal me siento como un agente del gobierno, un agente del gobierno al que le pica inquietantemente la nariz. ¿Pero quién tiene tiempo de un picor cuando es tan jodidamente increíble que encuentra él solito la intendencia?
Así es, pese a que el barco es un laberinto, como poco, consigo seguir las indicaciones, cada vez más coloridas, hasta mi destino. La ventanilla de intendencia está vigilada por Patty, la que mi mente drogada prevee que será un nuevo obstáculo a salvar. Mastica un chicle pestilente y me recibe de malos modos. Empiezo a pensar que no se enseñan modales en la academia del gobierno.
-Quiero... -por un momento mi mente se queda en blanco, un pequeño efecto secundario del subidón de la sustancia lila. Me quedó congelado unos segundos en los que mi mente bucea en sus recuerdos recientes para recordar qué había venido a buscar-. Quiero un equipo de interrogatorio avanzado para la agente Egas -me quedo mirando a Patty un momento, sé que he de añadir otra palabra al final, una formalidad para demostrar buena educación y ponerla de mi parte, por algún motivo en vez de decir, con mi actitud pétrea característica, "por favor" mi drogado cerebro lanza otra palabra-, guapa.
Así es, pese a que el barco es un laberinto, como poco, consigo seguir las indicaciones, cada vez más coloridas, hasta mi destino. La ventanilla de intendencia está vigilada por Patty, la que mi mente drogada prevee que será un nuevo obstáculo a salvar. Mastica un chicle pestilente y me recibe de malos modos. Empiezo a pensar que no se enseñan modales en la academia del gobierno.
-Quiero... -por un momento mi mente se queda en blanco, un pequeño efecto secundario del subidón de la sustancia lila. Me quedó congelado unos segundos en los que mi mente bucea en sus recuerdos recientes para recordar qué había venido a buscar-. Quiero un equipo de interrogatorio avanzado para la agente Egas -me quedo mirando a Patty un momento, sé que he de añadir otra palabra al final, una formalidad para demostrar buena educación y ponerla de mi parte, por algún motivo en vez de decir, con mi actitud pétrea característica, "por favor" mi drogado cerebro lanza otra palabra-, guapa.
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Vaya, casi parece que se ha puesto colorada. ¿Será la droga o el piropo? Tal vez una mezcla de ambas. Cuando la llamas guapa muerde el chicle con más fuerza y un choro de humo verdoso le sale por la nariz. Eso sí que será la droga, ¿no? A saber. El caso es que Patty olvida rápidamente su breve lapsus de timidez y coquetería y su rubor da paso a la cara de haber mordido un limón que le viene de fábrica.
-Eres ese, ¿eh? Si no te parecieras a la lombriz que le saqué a mi perro del culo a lo mejor hasta de dejaría besarme el mío. -Escupe al suelo, fuera de su ventanilla. Saca un fajo de papeles y un lápiz muy pequeño que parece sumamente incómodo de coger. Además, está pegajoso-. Firma en todas las hojas. En la ochocientos seis tienes que hacerlo dos veces. Pediré que te lo traigan mientras, zalamero.
Vaya, sí que es un diablo.
Para tu información, va a tirar a la basura todas las hojas en cuanto las firmes. Excepto la ochocientos seis, en la que te apuntas como donante de órganos. Cuando recoge los papeles aprovecha para echarte el humo del chicle a la cara. Huele a alguna fruta desconocida o algo así.
Un par de mozos vestidos con monos verdes salen por una puerta lateral arrastrando un armatoste espantosamente grande. Es como una guillotina pero sin el “como”. Incluye una cesta para la cabeza y un par de cajas secretas totalmente negras. Dentro de una de ellas se oye a algún animal; de la otra sale un curioso sonido parecido a un canto tirolés. La estructura tiene ruedas, que, aunque se van un poco para los lados, funcionan muy bien.
-Me da que vas a tardar, cara de lombriz. Vuelve cuando Egas te haya cortado las pelotas y las meteré en el tarro con las otras.
¿El tarro que señala contiene...? No, no, no vayamos por ahí. Lo mejor será que te lleves el instrumental lo antes posible a la sala de interrogatorios. Has pasado ya mucho tiempo fuera. Un buen supervisor no puede dejar a su subordinada a su aire demasiado tiempo. A saber qué te estás perdiendo.
Aunque el mayor problema será llevar ese enorme trasto a través de todo el barco para que Egas pueda recibirlo. Es tan grande que claramente se atascará en cada giro, y me suena que tienes que subir un par de tramos de escaleras...
-Eres ese, ¿eh? Si no te parecieras a la lombriz que le saqué a mi perro del culo a lo mejor hasta de dejaría besarme el mío. -Escupe al suelo, fuera de su ventanilla. Saca un fajo de papeles y un lápiz muy pequeño que parece sumamente incómodo de coger. Además, está pegajoso-. Firma en todas las hojas. En la ochocientos seis tienes que hacerlo dos veces. Pediré que te lo traigan mientras, zalamero.
Vaya, sí que es un diablo.
Para tu información, va a tirar a la basura todas las hojas en cuanto las firmes. Excepto la ochocientos seis, en la que te apuntas como donante de órganos. Cuando recoge los papeles aprovecha para echarte el humo del chicle a la cara. Huele a alguna fruta desconocida o algo así.
Un par de mozos vestidos con monos verdes salen por una puerta lateral arrastrando un armatoste espantosamente grande. Es como una guillotina pero sin el “como”. Incluye una cesta para la cabeza y un par de cajas secretas totalmente negras. Dentro de una de ellas se oye a algún animal; de la otra sale un curioso sonido parecido a un canto tirolés. La estructura tiene ruedas, que, aunque se van un poco para los lados, funcionan muy bien.
-Me da que vas a tardar, cara de lombriz. Vuelve cuando Egas te haya cortado las pelotas y las meteré en el tarro con las otras.
¿El tarro que señala contiene...? No, no, no vayamos por ahí. Lo mejor será que te lleves el instrumental lo antes posible a la sala de interrogatorios. Has pasado ya mucho tiempo fuera. Un buen supervisor no puede dejar a su subordinada a su aire demasiado tiempo. A saber qué te estás perdiendo.
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Tras un montón de papeleo inútil. Miro el tarro de pelotas, pero no dejo que mi totalmente justificada preocupación se me note.
-Gracias -le digo a Patty-. No habrá ningún problema.
Agarro la máquina, la cual claramente no ha sido pensada para ser trasladada, como una carretilla para ayudarme de las ruedas en su movimiento. Al principio pesa, pero nada que sea dramático. Arrastro la máquina por intendencia y cuando voy a cruzar la puerta la máquina golpea en el marco. Retrocedo un poco y vuelvo a avanzar; la máquina golpea en el otro marco. Retrocedo y vuelvo a avanzar; mismo resultado. Noto los ojos de Patty y los dos operarios clavados en mi espalda. Retrocedo con la máquina y vuelvo a avanzar, esta vez sí, el bulto pasa justo por el marco de la puerta. Excepto en la parte alta donde la maquina roza y cruje. Me quedo quieto, respiro hondo y vuelvo a empujar. Crujido. Creo que he visto caer pintura de la máquina ahí donde la puerta la está arañando. La tensión es cada vez mayor. Miro de reojo a mi espalda y solo veo oscuridad, la insalvable oscuridad de tres desconocidos juzgándome. Empujo de golpe y la máquina atraviesa la puerta.
-Gracias, gracias -digo con tono neutro y cierro la puerta de intendencia tras de mí.
En el pasillo empujo la máquina a paso rápido. Pesa, pero las ruedas ayudan, así que avanzo bien. Muy bien de hecho. Tan bien que me confío y en la primera esquina, por accidente, estampo la máquina contra la pared. El bulto no sufrie daños, pero una de las cajas sorpresa se vuelca y el contenido rueda por el suelo: un montón de uvas rojas, pellejos y albóndigas. Al menos eso parecen. Ni corto ni perezoso recojo todo lo que se había caído para meterlo en su sitio.
-¡No me pises los huevos! -gritoa unos marines que andaban distraídos por el pasillo.
Una vez solucionado el incidente, y no con poco esfuerzo, hago girar la máquina y continuo por el pasillo. Todo va bien hasta que me topo con mi nuevo archienemigo, el inofensivo tramo de escaleras. Me acerco a él con calma, mi plan es bajar con ayuda de las ruedas escalón tras escalón, estando yo por encima de la máquina para sujetarla. Una vez las ruedas bajan el primer escalón siento todo el peso de la máquina y la gravedad empujando hacía abajo y me quedo clavado, sujetando la máquina con mis cada vez más escasas fuerzas.
Tentado estuve de soltar la máquina. El peso me tira de los brazos como si fuera a arrancármelos en cualquier momento. Intento subir el escalón, pero es demasiado peso.
-¿Te falta mucho? -pregunta un marine a mi espalda.
-¡La escalera está fuera de servicio! -le digo para echarlo.
En aquel momento intento algo desesperado. Me concentro en todos los músculos de mi torso, desde la punta de los dedos hasta los del cuello, gracias a mis habilidades con el Sei mei Kitan. Ahí estaban, todos en tensión, la mayoría a punto de romperse por el esfuerzo. Entonces les ordeno que aguanten y se fortalezcan, los visualizo hinchándose, absorbiendo mi vitalidad y llenándose para aumentar mi fuerza. La ropa me queda chica y me siento capaz de bajar la máquina después de aquello. Escalón tras escalón llevo el bulto al final del tramo.
Una vez abajo la empujo por el pasillo y consigo llegar frente la puerta de la sala de interrogatorio. Llamo a la puerta y en ese momento mis músculos se debilitan, mucho más de lo que estaban antes, vómito a mis pies por el esfuerzo y me caigo de culo, agotado. Al menos he podido llevar la máquina.
-Gracias -le digo a Patty-. No habrá ningún problema.
Agarro la máquina, la cual claramente no ha sido pensada para ser trasladada, como una carretilla para ayudarme de las ruedas en su movimiento. Al principio pesa, pero nada que sea dramático. Arrastro la máquina por intendencia y cuando voy a cruzar la puerta la máquina golpea en el marco. Retrocedo un poco y vuelvo a avanzar; la máquina golpea en el otro marco. Retrocedo y vuelvo a avanzar; mismo resultado. Noto los ojos de Patty y los dos operarios clavados en mi espalda. Retrocedo con la máquina y vuelvo a avanzar, esta vez sí, el bulto pasa justo por el marco de la puerta. Excepto en la parte alta donde la maquina roza y cruje. Me quedo quieto, respiro hondo y vuelvo a empujar. Crujido. Creo que he visto caer pintura de la máquina ahí donde la puerta la está arañando. La tensión es cada vez mayor. Miro de reojo a mi espalda y solo veo oscuridad, la insalvable oscuridad de tres desconocidos juzgándome. Empujo de golpe y la máquina atraviesa la puerta.
-Gracias, gracias -digo con tono neutro y cierro la puerta de intendencia tras de mí.
En el pasillo empujo la máquina a paso rápido. Pesa, pero las ruedas ayudan, así que avanzo bien. Muy bien de hecho. Tan bien que me confío y en la primera esquina, por accidente, estampo la máquina contra la pared. El bulto no sufrie daños, pero una de las cajas sorpresa se vuelca y el contenido rueda por el suelo: un montón de uvas rojas, pellejos y albóndigas. Al menos eso parecen. Ni corto ni perezoso recojo todo lo que se había caído para meterlo en su sitio.
-¡No me pises los huevos! -gritoa unos marines que andaban distraídos por el pasillo.
Una vez solucionado el incidente, y no con poco esfuerzo, hago girar la máquina y continuo por el pasillo. Todo va bien hasta que me topo con mi nuevo archienemigo, el inofensivo tramo de escaleras. Me acerco a él con calma, mi plan es bajar con ayuda de las ruedas escalón tras escalón, estando yo por encima de la máquina para sujetarla. Una vez las ruedas bajan el primer escalón siento todo el peso de la máquina y la gravedad empujando hacía abajo y me quedo clavado, sujetando la máquina con mis cada vez más escasas fuerzas.
Tentado estuve de soltar la máquina. El peso me tira de los brazos como si fuera a arrancármelos en cualquier momento. Intento subir el escalón, pero es demasiado peso.
-¿Te falta mucho? -pregunta un marine a mi espalda.
-¡La escalera está fuera de servicio! -le digo para echarlo.
En aquel momento intento algo desesperado. Me concentro en todos los músculos de mi torso, desde la punta de los dedos hasta los del cuello, gracias a mis habilidades con el Sei mei Kitan. Ahí estaban, todos en tensión, la mayoría a punto de romperse por el esfuerzo. Entonces les ordeno que aguanten y se fortalezcan, los visualizo hinchándose, absorbiendo mi vitalidad y llenándose para aumentar mi fuerza. La ropa me queda chica y me siento capaz de bajar la máquina después de aquello. Escalón tras escalón llevo el bulto al final del tramo.
Una vez abajo la empujo por el pasillo y consigo llegar frente la puerta de la sala de interrogatorio. Llamo a la puerta y en ese momento mis músculos se debilitan, mucho más de lo que estaban antes, vómito a mis pies por el esfuerzo y me caigo de culo, agotado. Al menos he podido llevar la máquina.
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Por fin, la sala de interrogatorios. Echa el bofe antes de entrar, ¿quieres? A Egas no le gustará que la ensucies. Oyes el murmullo de sus voces al otro lado de la puerta antes de llamar.
-...imagino que no. Pocos lo hacen.
Alcanzas a distinguir apenas esa frase antes de que la jefa abra y te eche un decepcionado vistazo. Egas se ha remangado y ha dejado la chaqueta sobre el respaldo de una silla que antes no estaba allí. Debe haberse cansado de esperarte.
-Llegas tarde -te dice, con una mirada indescifrable. Luego se fija en el armatoste-. ¿Qué es eso? ¿Has traído la guillotina? -La agente coge la caja de la que sale música, la que se te ha caído y la cesta para cabezas y las deja sobre la mesa. El pirata las mira inquieto-. Has enfadado a Patty, ¿verdad? Llévate esa mierda de aquí. ¿Para qué la quiero yo? Espera... ¿Por qué esta caja no gruñe?
¿Se referirá a la que se te ha caído por el camino? Sí, esa es. La abre con cuidado y se frunce los labios al ver su contenido. Se gira hacia ti lentamente, con una expresión bastante poco tranquilizadora.
-¿Has soltado al hurón? ¿Pero es que eres idiota? -Se gira hacia el pirata-. ¡Ha soltado al hurón!
-Increíble...
Egas saca un pequeño Den Den Mushi de un bolsillo y marca un número desconocido. Anuncia la alarma H-Armarillo y sale dando rápidos pasos de la habitación. Aparta la guillotina de un empujón. El trasto se repliega ante el contacto y se recoge hasta adoptar el tamaño de un cómodo maletín en el que se lee “Guillotina portátil M-50”.
-Quédate con el prisionero mientras encuentro a esa cosa, ¿entendido?
Da por hecho que sí, porque se va y te deja con el pirata. Hasta él te juzga.
-No debiste soltar a esa cosa. Verás la que se lía.
Hurones a parte, nadie os molesta ahora. Tienes al interrogado para ti solo durante el rato en que tu superiora cace a la alimaña. Tú sabrás para qué lo aprovechas.
-...imagino que no. Pocos lo hacen.
Alcanzas a distinguir apenas esa frase antes de que la jefa abra y te eche un decepcionado vistazo. Egas se ha remangado y ha dejado la chaqueta sobre el respaldo de una silla que antes no estaba allí. Debe haberse cansado de esperarte.
-Llegas tarde -te dice, con una mirada indescifrable. Luego se fija en el armatoste-. ¿Qué es eso? ¿Has traído la guillotina? -La agente coge la caja de la que sale música, la que se te ha caído y la cesta para cabezas y las deja sobre la mesa. El pirata las mira inquieto-. Has enfadado a Patty, ¿verdad? Llévate esa mierda de aquí. ¿Para qué la quiero yo? Espera... ¿Por qué esta caja no gruñe?
¿Se referirá a la que se te ha caído por el camino? Sí, esa es. La abre con cuidado y se frunce los labios al ver su contenido. Se gira hacia ti lentamente, con una expresión bastante poco tranquilizadora.
-¿Has soltado al hurón? ¿Pero es que eres idiota? -Se gira hacia el pirata-. ¡Ha soltado al hurón!
-Increíble...
Egas saca un pequeño Den Den Mushi de un bolsillo y marca un número desconocido. Anuncia la alarma H-Armarillo y sale dando rápidos pasos de la habitación. Aparta la guillotina de un empujón. El trasto se repliega ante el contacto y se recoge hasta adoptar el tamaño de un cómodo maletín en el que se lee “Guillotina portátil M-50”.
-Quédate con el prisionero mientras encuentro a esa cosa, ¿entendido?
Da por hecho que sí, porque se va y te deja con el pirata. Hasta él te juzga.
-No debiste soltar a esa cosa. Verás la que se lía.
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Parece que he soltado un pequeño y grave problema por la prisión. Por lo que mi superior tiene que hacerse cargo del asunto y yo me quedo vigilando al preso. Una situación más cómoda que la de cargar con ese armatoste, que resulta sí era portátil.
Una vez solo con el pirata cierro la puerta de la sala y me siento en la silla. Poco a poco noto como me van volviendo las fuerzas. Miro fijamente e impasible al capitán Macro. Una recompensa superior a treinta millones, un ídolo robado y un rehén desaparecido. No sé mucho más a parte de lo que él me dijo: todo es una farsa. Aunque, bien mirado, ¿por qué debería hacer caso de lo que dice un preso?
Con calma reviso el abrigo de Egas a ver si encuentro algo de utilidad o alguna pista. Mientras lo hago le explico al pirata cómo ha ido mi día.
-Cuando hoy me desperté no esperaba tener que aguantar tanta mierda. Me han abofeteado, le he roto la nariz a un agente para robarle su cocaína, he roto un espejo una puerta y perdido un hurón. He recogido testículos del suelo, ligado con un ogro pestilente y he vomitado en mis zapatos. Todo por culpa de un trapichero de los mares que tuvo un golpe de suerte. Bien. Estoy cansado y quiero irme a dar un baño caliente. Mi misión es hacer que hables pero no lo vas a hacer.
Hago una pausa, dramática y fría, con mis ojos, cubiertos con las gafas de sol, clavados en Macro.
-Esto se va a alargar mucho y no tengo ganas. Personalmente prefiero dar la misión por fracasada, considerar que no sabes nada y lanzarte el resto de tu vida a una celda. Pero no tengo autoridad para hacer eso y mi superior puede tardar horas en llegar a esa conclusión.
Miro alrededor, en la impoluta sala de acero. Estoy seguro de que hay cámaras observando la situación. Con calma me quito los zapatos llenos de vómito y los tiro a un rincón.
-Tal y como yo lo veo, sólo tengo una opción. Voy a matarte -digo como si tal cosa-. Voy a rodear esta mesa, voy a cogerte del cuello y te voy a estrangular. Luego me iré a casa y me daré un baño caliente. Me caerá una bronca, pero, seamos sinceros, a nadie le importa lo que te pase. Valdrá la pena.
Una nueva pausa. Si Macro no dice nada interesante cumpliré mi amenaza. Me levantaré, rodearé la mesa atento a sus manos esposadas, lo cogeré del cuello y apretaré cada vez más fuerte. Si ni así dice nada lo soltaré antes de que sea irreversible para ir a por mis zapatos y colocarlos bien.
-No hay quien se concentre con este desorden -diría.
Una vez solo con el pirata cierro la puerta de la sala y me siento en la silla. Poco a poco noto como me van volviendo las fuerzas. Miro fijamente e impasible al capitán Macro. Una recompensa superior a treinta millones, un ídolo robado y un rehén desaparecido. No sé mucho más a parte de lo que él me dijo: todo es una farsa. Aunque, bien mirado, ¿por qué debería hacer caso de lo que dice un preso?
Con calma reviso el abrigo de Egas a ver si encuentro algo de utilidad o alguna pista. Mientras lo hago le explico al pirata cómo ha ido mi día.
-Cuando hoy me desperté no esperaba tener que aguantar tanta mierda. Me han abofeteado, le he roto la nariz a un agente para robarle su cocaína, he roto un espejo una puerta y perdido un hurón. He recogido testículos del suelo, ligado con un ogro pestilente y he vomitado en mis zapatos. Todo por culpa de un trapichero de los mares que tuvo un golpe de suerte. Bien. Estoy cansado y quiero irme a dar un baño caliente. Mi misión es hacer que hables pero no lo vas a hacer.
Hago una pausa, dramática y fría, con mis ojos, cubiertos con las gafas de sol, clavados en Macro.
-Esto se va a alargar mucho y no tengo ganas. Personalmente prefiero dar la misión por fracasada, considerar que no sabes nada y lanzarte el resto de tu vida a una celda. Pero no tengo autoridad para hacer eso y mi superior puede tardar horas en llegar a esa conclusión.
Miro alrededor, en la impoluta sala de acero. Estoy seguro de que hay cámaras observando la situación. Con calma me quito los zapatos llenos de vómito y los tiro a un rincón.
-Tal y como yo lo veo, sólo tengo una opción. Voy a matarte -digo como si tal cosa-. Voy a rodear esta mesa, voy a cogerte del cuello y te voy a estrangular. Luego me iré a casa y me daré un baño caliente. Me caerá una bronca, pero, seamos sinceros, a nadie le importa lo que te pase. Valdrá la pena.
Una nueva pausa. Si Macro no dice nada interesante cumpliré mi amenaza. Me levantaré, rodearé la mesa atento a sus manos esposadas, lo cogeré del cuello y apretaré cada vez más fuerte. Si ni así dice nada lo soltaré antes de que sea irreversible para ir a por mis zapatos y colocarlos bien.
-No hay quien se concentre con este desorden -diría.
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El capitán Macro no parece impresionado. De hecho, le cuesta contener la sonrisa ante tu numerito. Guarda un irrespetuoso silencio mientras le amenazas, y tan solo se muestra ligeramente sorprendido cuando cumples lo que el creía que era el farol de estrangularle.
Lástima que salga tan espantosamente mal.
Hay algo que no habías calculado, y es que estrangular a este tipo requiere un tipo de fuerza que no pareces poseer. Por mucha fuerza que pongas el cuello de ese hombre se empeña en no ceder ante tu apretón. Tanto daría que intentaras asfixiar a una viga o un trozo de mármol, visto lo visto. Cuando te retiras a por tus zapatos ya no puede evitar reírse.
-Si llego a saber que habría número cómico habría pedido una copa. ¿Te has dado cuenta ya de que Egas va a matarte? No, seguro que no. Si hasta has traído la guillotina desplegada... -Macro se reclina sobre su incómoda silla, con las manos esposadas sobre la mesa-. Si quieres un consejo, vete de aquí ahora que puedes. Esa zorra va a liquidarnos a ambos en cuanto tenga lo que quiere. ¿No has visto que esta loca? Has oído lo del ídolo, así que... Bueno, yo también te mataría. Tu agencia no se caracteriza por dejar cabos sueltos, chico, ni siquiera cuando operan a oscuras.
Suena confiado, seguro. Es evidente que está hecho de una pasta que le permite asumir su muerte como algo inminente sin preocuparse demasiado. Cosas de piratas, es de esperar.
-Al final hablaré, eso está claro. Poco después te partirá el cuello, me pegará dos tiros y romperá mis esposas para que parezca que el malo soy yo. Entonces buscará el ídolo y se lo quedará. No será la primera vez para mi querida socia, aunque no me había importado cuando se lo hacía a otros. Sin embargo, si me sacas de aquí podemos ir a medias. Esa cosa vale un buen dinero, suficiente para largarse bien lejos de aquí. Nadie nos encontraría nunca. ¿Qué me dices, amigo? ¿Salvarás tu pellejo?
Lástima que salga tan espantosamente mal.
Hay algo que no habías calculado, y es que estrangular a este tipo requiere un tipo de fuerza que no pareces poseer. Por mucha fuerza que pongas el cuello de ese hombre se empeña en no ceder ante tu apretón. Tanto daría que intentaras asfixiar a una viga o un trozo de mármol, visto lo visto. Cuando te retiras a por tus zapatos ya no puede evitar reírse.
-Si llego a saber que habría número cómico habría pedido una copa. ¿Te has dado cuenta ya de que Egas va a matarte? No, seguro que no. Si hasta has traído la guillotina desplegada... -Macro se reclina sobre su incómoda silla, con las manos esposadas sobre la mesa-. Si quieres un consejo, vete de aquí ahora que puedes. Esa zorra va a liquidarnos a ambos en cuanto tenga lo que quiere. ¿No has visto que esta loca? Has oído lo del ídolo, así que... Bueno, yo también te mataría. Tu agencia no se caracteriza por dejar cabos sueltos, chico, ni siquiera cuando operan a oscuras.
Suena confiado, seguro. Es evidente que está hecho de una pasta que le permite asumir su muerte como algo inminente sin preocuparse demasiado. Cosas de piratas, es de esperar.
-Al final hablaré, eso está claro. Poco después te partirá el cuello, me pegará dos tiros y romperá mis esposas para que parezca que el malo soy yo. Entonces buscará el ídolo y se lo quedará. No será la primera vez para mi querida socia, aunque no me había importado cuando se lo hacía a otros. Sin embargo, si me sacas de aquí podemos ir a medias. Esa cosa vale un buen dinero, suficiente para largarse bien lejos de aquí. Nadie nos encontraría nunca. ¿Qué me dices, amigo? ¿Salvarás tu pellejo?
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Mi estrategia sale terriblemente mal. No sólo no puedo matarlo si no que además está a un nivel terriblemente superior al mío, lo cual es extraño para un pirata de esas características. Eso y la posible doble identidad de Esas me da ciertas pistas. Nadie sería tan torpe con su tapadera. En este momento no tengo dudas de que esto es solo una trampa. Una prueba de la agencia para probar mi fidelidad, pero hay cierta posibilidad de error. Y si estoy errado tendré que matar a Egas.
Sacudo el vómito de mis zapatos y me siento en la silla frente a Macro. Guardó silencio un instante y luego asiento.
-Por desgracia para ti y para mí, no puedo morir. Será un placer enfrentarme a alguien como Egas si es una traidora. ¿Por qué no me das más información del ídolo? Yo lo consigo para sus dueños y tu te ganas tu libertad -inclino la cabeza-. Suponiendo que tu versión sea la verdadera, porque ambos sabemos que hay una alternativa lógica.
Sacudo el vómito de mis zapatos y me siento en la silla frente a Macro. Guardó silencio un instante y luego asiento.
-Por desgracia para ti y para mí, no puedo morir. Será un placer enfrentarme a alguien como Egas si es una traidora. ¿Por qué no me das más información del ídolo? Yo lo consigo para sus dueños y tu te ganas tu libertad -inclino la cabeza-. Suponiendo que tu versión sea la verdadera, porque ambos sabemos que hay una alternativa lógica.
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No te fíes de él, Kramer, dice el duendecillo que flota junto al hombro del pirata. Quémalo todo, será más divertido. Serás más feliz. Una chispita y kataboom.
Vale, puede que eso sea cosa de la droga, pero parece que Macro va a decir algo de verdad. Por desgracia, justo en ese momento entra Egas echa una furia. Tiene la ropa rota en varios sitios, tres arañazos sangrantes en la mejilla y el aspecto de haber peleado contra un tigre rabioso. En la mano sostiene por la cola a un animal peludo de color claro y aspecto inofensivo. Es un hurón normal y corriente que respira débilmente. La agente lo tira a un rincón antes de cerrar la puerta.
-¿Quién te ha dicho que puedes quitarte los zapatos? Son parte del uniforme, y el uniforme no se quita. -Tras reñirte otra vez pasa a darte la espalda y dirigirse al pirata-. ¿Ya le has dicho que voy a mataros?
-Lo he intentado -admite Macro encogiéndose de hombros.
-Ya suponía que lo intentarías. Y aquí seguís.
-No me ha creído. Me parece que piensa que fiarse de un pirata es mala idea. Dice no sé qué de una alternativa...
-Lógica, ¿a que sí? -termina Egas-. ¿Cree que es un examen? -Ahora te habla a ti-. ¿Crees que es un examen? ¿Por qué todos creen que es un examen? Y todos tocan mi hilo. Putos novatos...
Sin terminar de dejar claro si estás en medio de una prueba o no, la agente se dirige a una pared. Gracias a una rendija apenas perceptible abre un armarito del que extrae un bidón de agua y una toalla bastante gruesa. Abre el bidón y lo levanta como si nada. Luego le pone la toalla en la cara al pirata y vuelve a reparar en tu presencia.
-A ver, tú, sujeta esto para que no se mueva.
-Luego te matará, chico.
-Eso ya lo sabe, no te repitas tanto, Macro. Venga, novato, múevete, no tengo todo el día.
Vaya, fíjate, al final resulta que sí va a haber waterboarding.
Vale, puede que eso sea cosa de la droga, pero parece que Macro va a decir algo de verdad. Por desgracia, justo en ese momento entra Egas echa una furia. Tiene la ropa rota en varios sitios, tres arañazos sangrantes en la mejilla y el aspecto de haber peleado contra un tigre rabioso. En la mano sostiene por la cola a un animal peludo de color claro y aspecto inofensivo. Es un hurón normal y corriente que respira débilmente. La agente lo tira a un rincón antes de cerrar la puerta.
-¿Quién te ha dicho que puedes quitarte los zapatos? Son parte del uniforme, y el uniforme no se quita. -Tras reñirte otra vez pasa a darte la espalda y dirigirse al pirata-. ¿Ya le has dicho que voy a mataros?
-Lo he intentado -admite Macro encogiéndose de hombros.
-Ya suponía que lo intentarías. Y aquí seguís.
-No me ha creído. Me parece que piensa que fiarse de un pirata es mala idea. Dice no sé qué de una alternativa...
-Lógica, ¿a que sí? -termina Egas-. ¿Cree que es un examen? -Ahora te habla a ti-. ¿Crees que es un examen? ¿Por qué todos creen que es un examen? Y todos tocan mi hilo. Putos novatos...
Sin terminar de dejar claro si estás en medio de una prueba o no, la agente se dirige a una pared. Gracias a una rendija apenas perceptible abre un armarito del que extrae un bidón de agua y una toalla bastante gruesa. Abre el bidón y lo levanta como si nada. Luego le pone la toalla en la cara al pirata y vuelve a reparar en tu presencia.
-A ver, tú, sujeta esto para que no se mueva.
-Luego te matará, chico.
-Eso ya lo sabe, no te repitas tanto, Macro. Venga, novato, múevete, no tengo todo el día.
Vaya, fíjate, al final resulta que sí va a haber waterboarding.
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Puede que sea consecuencia de la droga, pero el duendecillo tiene toda la razón. Tanto si estoy en peligro como si es una prueba, no puedo salir de aquí siguiendo las normas y directrices de la agencia, he de ser Kramer Won, Dios indígena, pastor de piratas, contrabandista, paluego de monstruo marino. Si estoy atrapado en un laberinto es hora de pensar fuera del laberinto.
En ese momento entra Egas y suelta al hurón, de aspecto inofensivo, por la sala. Una potencial arma. Se pone a hablar con Macro y me genera muchas dudas. Ni siquiera sé si puede verme. Quizás me he vuelto invisible y por eso hablan de mí como si no estuviera.
Egas saca un bidón de agua de la pared, es hora de hacer waterboarding para sacar a flote la información. Ella está convencida de que lo voy a hacer o no. Siempre ha previsto todos mis movimientos, el hilo, la guillotina, la canasta. Siempre un paso por delante. Tengo que hacer que vaya a rebufo mio. El único momento de iniciativa fue cuando intenté estrangular a Macro. Ahora, en cambio, ataque o colaboración. Seguro que esperan cualquiera de las dos cosas, pero o voy a pensar fuera de la caja duendecillo. ¿Y qué pinta el hurón en todo esto?
-A ver, tú, sujeta esto para que no se mueva.
-Luego te matará, chico.
-Eso ya lo sabe, no te repitas tanto, Macro. Venga, novato, múevete, no tengo todo el día.
-No será necesario -respondo con tono autoritario-. El recluso ya ha confesado el paradero del ídolo. Ha hecho un trabajo mediocre agente, puede sentirse orgullos -añado en tono paternalista.
Luego descalzo y procurando no pisar al puto bicho peludo, voy a la salida.
-Voy al piso superior a informar del progreso, partiré de inmediato a por el ídolo. usted descanse, o maté al pirata, no sé, lo que le haga más feliz.
Si consigo salir de la sala, porque no las tengo todas conmigo de que la puerta esté abierta o de que Egas no intente detenerme, avanzaré a paso ligero por el pasillo buscando el modo de bajar más en la estructura del barco. Como todo aquí funciona para confundir doy por hecho que para salir tengo que bajar en vez de subir.
En ese momento entra Egas y suelta al hurón, de aspecto inofensivo, por la sala. Una potencial arma. Se pone a hablar con Macro y me genera muchas dudas. Ni siquiera sé si puede verme. Quizás me he vuelto invisible y por eso hablan de mí como si no estuviera.
Egas saca un bidón de agua de la pared, es hora de hacer waterboarding para sacar a flote la información. Ella está convencida de que lo voy a hacer o no. Siempre ha previsto todos mis movimientos, el hilo, la guillotina, la canasta. Siempre un paso por delante. Tengo que hacer que vaya a rebufo mio. El único momento de iniciativa fue cuando intenté estrangular a Macro. Ahora, en cambio, ataque o colaboración. Seguro que esperan cualquiera de las dos cosas, pero o voy a pensar fuera de la caja duendecillo. ¿Y qué pinta el hurón en todo esto?
-A ver, tú, sujeta esto para que no se mueva.
-Luego te matará, chico.
-Eso ya lo sabe, no te repitas tanto, Macro. Venga, novato, múevete, no tengo todo el día.
-No será necesario -respondo con tono autoritario-. El recluso ya ha confesado el paradero del ídolo. Ha hecho un trabajo mediocre agente, puede sentirse orgullos -añado en tono paternalista.
Luego descalzo y procurando no pisar al puto bicho peludo, voy a la salida.
-Voy al piso superior a informar del progreso, partiré de inmediato a por el ídolo. usted descanse, o maté al pirata, no sé, lo que le haga más feliz.
Si consigo salir de la sala, porque no las tengo todas conmigo de que la puerta esté abierta o de que Egas no intente detenerme, avanzaré a paso ligero por el pasillo buscando el modo de bajar más en la estructura del barco. Como todo aquí funciona para confundir doy por hecho que para salir tengo que bajar en vez de subir.
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Parece que has dejado callados tanto al interrogado como a la interrogadora. Como mínimo, has conseguido sorprenderles. El pirata se quita la toalla de la cara con un cabeceo, tan extrañado como la agente. Ambos intercambian miradas durante unos segundos, un silencioso cara a cara que se corta cuando el pirata se encoge de hombros con una sonrisita.
-Lo admito. Se me escapó -confiesa Macro.
-Vale -dice Egas. Y desaparece.
La puerta se cierra en tus narices. Luego, se da la vuelta, se retuerce y cae a... Ah, no, ese eres tú. Egas ha reaparecido en un instante, te ha agarrado con una sola mano y te ha lanzado a la otra punta de la sala sin soltar siquiera el bidón de agua.
-Así que ahora tengo que interrogaros a ambos. Me vale. El plan no cambia. -La toalla, que a saber cuándo la ha recogido, cae sobre tu cara-. Espero que no te importe mojarte. Así morirás fresquito.
-Te lo dije -proclama Macro. Al tío se le ve entretenido con el espectáculo-. Debiste soltarme.
El duendecillo con el que la droga te hace flipar saca un mechero de alguna parte y te anima a prender fuego a la agente. Pero en vez de fuego, lo que hay es un chorro de agua que se precipita contra ti -contra la toalla- cuando Egas vuelca el bidón.
-Lo admito. Se me escapó -confiesa Macro.
-Vale -dice Egas. Y desaparece.
La puerta se cierra en tus narices. Luego, se da la vuelta, se retuerce y cae a... Ah, no, ese eres tú. Egas ha reaparecido en un instante, te ha agarrado con una sola mano y te ha lanzado a la otra punta de la sala sin soltar siquiera el bidón de agua.
-Así que ahora tengo que interrogaros a ambos. Me vale. El plan no cambia. -La toalla, que a saber cuándo la ha recogido, cae sobre tu cara-. Espero que no te importe mojarte. Así morirás fresquito.
-Te lo dije -proclama Macro. Al tío se le ve entretenido con el espectáculo-. Debiste soltarme.
El duendecillo con el que la droga te hace flipar saca un mechero de alguna parte y te anima a prender fuego a la agente. Pero en vez de fuego, lo que hay es un chorro de agua que se precipita contra ti -contra la toalla- cuando Egas vuelca el bidón.
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No consigo salir de la habitación, eso habría sido demasiado fácil. Egas me intercepta y me lanza a la otra punta de la habitación, todo cargada con el bidón de agua. Está claro que es un peso pesado.
-Así que ahora tengo que interrogaros a ambos. Me vale. El plan no cambia. -La toalla cae en mi cara antes de que tenga tiempo a levantarme-. Espero que no te importe mojarte. Así morirás fresquito.
-Te lo dije -proclama Macro y tal vez tenga razón-. Debiste soltarme.
El agua cae sobre la toalla asfixiándome, la tela se pega a mi rostro impidiendo que la humedad corra. Trago agua, me falta el aire, es algo realmente horrible, al menos debería serlo. Mirándolo por el lado positivo, estoy aprendiendo de primera mano técnicas de interrogatorio. Lástima que no sean muy eficaces, porque lo único que me viene a la mente en esta situación es aquella vez que un matón quería interrogarme y me metió la cara en el váter para hacerme hablar. Es divertido y, quizás sea por las drogas, pero cuando el agua termina de caer en vez de mis quejidos se oye mi risa. En aquella ocasión el matón terminó muerto, es hora de repetir la historia.
Tengo los ojos tapados por la toalla, pero por cómo caía el agua encima de mi trato de deducir dónde se ha colocado Egas. A raíz de eso, agarro la toalla y la lanzo contra ella intentando generar unos segundos de distracción. Todo lo que necesito para incorporarme a posición de cuclillas y localizar a Egas ahora que tengo los ojos libres. No pierdo el tiempo y salto contra ella, consiguiendo un impulso extra con el geppou, para lanzarle un derechazo ascendente a la mandíbula. Sé que es fuerte y debo emplearme a fondo desde el minuto uno.
-Así que ahora tengo que interrogaros a ambos. Me vale. El plan no cambia. -La toalla cae en mi cara antes de que tenga tiempo a levantarme-. Espero que no te importe mojarte. Así morirás fresquito.
-Te lo dije -proclama Macro y tal vez tenga razón-. Debiste soltarme.
El agua cae sobre la toalla asfixiándome, la tela se pega a mi rostro impidiendo que la humedad corra. Trago agua, me falta el aire, es algo realmente horrible, al menos debería serlo. Mirándolo por el lado positivo, estoy aprendiendo de primera mano técnicas de interrogatorio. Lástima que no sean muy eficaces, porque lo único que me viene a la mente en esta situación es aquella vez que un matón quería interrogarme y me metió la cara en el váter para hacerme hablar. Es divertido y, quizás sea por las drogas, pero cuando el agua termina de caer en vez de mis quejidos se oye mi risa. En aquella ocasión el matón terminó muerto, es hora de repetir la historia.
Tengo los ojos tapados por la toalla, pero por cómo caía el agua encima de mi trato de deducir dónde se ha colocado Egas. A raíz de eso, agarro la toalla y la lanzo contra ella intentando generar unos segundos de distracción. Todo lo que necesito para incorporarme a posición de cuclillas y localizar a Egas ahora que tengo los ojos libres. No pierdo el tiempo y salto contra ella, consiguiendo un impulso extra con el geppou, para lanzarle un derechazo ascendente a la mandíbula. Sé que es fuerte y debo emplearme a fondo desde el minuto uno.
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Macro parece estar pasándodelo en grande. Estalla en carcajadas mientras la agente te “interroga con intensidad”. Cualquiera diría que está esposado y presenciando el que bien podría haber sido su destino. En fin, no dirás que no te avisó.
Egas también está difrutando. Se nota que le gusta su trabajo, más aún cuando puede darle su merecido a quien soltó a esa alimaña que a ella le tocó capturar. Te pregunta por el ídolo, por tu relación por Macro y tus intenciones en al agencia, pero no suena muy interesada en la respuesta. De hecho, no te da oportunidad de contestar. A lo mejor cuando se le acabe el agua...
La toalla la pilla por sorpresa y le da en toda la cara. Tiene una imagen bastante negativa de los nuevos reclutas y a su juicio ya deberías estar tosiendo el hígado y suplicando por tu vida. El geppou te impulsa hacia ella, lo que termina, inevitablemente, en una colisión. Eso hace que tu golpe no sea tan preciso como cabría esperar, pero aun así sigue siendo un buen puñetazo y consigues enviarla a la otra punta de la habitación. Su nuca golpea duramente la pared metálica. Suena como si hubiesen chocado dos placas de acero. ¿Ese dolor que notas en tu hombro? Es lo que pasa cuando cargas de frente con alguien protegido por el tekkai.
Egas te fulmina con la mirada. El puñetazo sí la ha pillado distraída y le ha hecho daño. Escupe una flema sanguinolenta, arquea la espalda y se levanta de un salto bastante acrobático. Aterriza sobre las manos, cabeza abajo, y da una vuelta completa con las piernas estiradas. No te sorprenderá ver que su movimiento proyecta una par de ondas cortantes que vuelan hacia ti. Macro se echa hacia atrás en la silla para que no le dé a él. Es un mal momento para estar en un espacio tan reducido.
Egas también está difrutando. Se nota que le gusta su trabajo, más aún cuando puede darle su merecido a quien soltó a esa alimaña que a ella le tocó capturar. Te pregunta por el ídolo, por tu relación por Macro y tus intenciones en al agencia, pero no suena muy interesada en la respuesta. De hecho, no te da oportunidad de contestar. A lo mejor cuando se le acabe el agua...
La toalla la pilla por sorpresa y le da en toda la cara. Tiene una imagen bastante negativa de los nuevos reclutas y a su juicio ya deberías estar tosiendo el hígado y suplicando por tu vida. El geppou te impulsa hacia ella, lo que termina, inevitablemente, en una colisión. Eso hace que tu golpe no sea tan preciso como cabría esperar, pero aun así sigue siendo un buen puñetazo y consigues enviarla a la otra punta de la habitación. Su nuca golpea duramente la pared metálica. Suena como si hubiesen chocado dos placas de acero. ¿Ese dolor que notas en tu hombro? Es lo que pasa cuando cargas de frente con alguien protegido por el tekkai.
Egas te fulmina con la mirada. El puñetazo sí la ha pillado distraída y le ha hecho daño. Escupe una flema sanguinolenta, arquea la espalda y se levanta de un salto bastante acrobático. Aterriza sobre las manos, cabeza abajo, y da una vuelta completa con las piernas estiradas. No te sorprenderá ver que su movimiento proyecta una par de ondas cortantes que vuelan hacia ti. Macro se echa hacia atrás en la silla para que no le dé a él. Es un mal momento para estar en un espacio tan reducido.
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El golpe ha funcionado, aunque he gastado el factor sorpresa. No he conseguido derribarla, ni mucho menos, y un dolor en mi hombro me hace intuir que estoy bien jodido. Darle ese golpe mientras tenía el tekkai me ha dañado, tengo que tener cuidado para no seguir jodiendo el brazo.
Egas, lejos de ser derribada, consigue reutilizar el impulso que le he dado para lanzarme un renkyaku. En ese momento me siento como un auténtico novato. Cuánto me queda por aprender, por superarme, por mejorar. ¡Ah, el orgullo! Ese mosquito cojonero que te agarra en la nuca, que te nubla el juicio, que te hace tomar malas decisiones incluso cuando sabes que son malas decisiones, todo por el orgullo y por demostrar algo, no a los demás, si no a ti mismo.
La onda viene directa hacia mi en el reducido espacio. Yo me coloco con el pecho erguido, en mitad de su trayectoria, y concentro toda mi fuerza en endurecer mis músculos, haciendo que se nutran de lo más profundo de mí mismo para que se fortalezcan rápidamente como una roca que aguanta minuto a minuto las embestidas de un mar embravecido.
-¡Tekkai!
El ataque me da de pleno en el pecho. No tengo tiempo de evaluar el daño, sólo me concentro en aguantar y contratacar. El espacio reducido me da una última ventaja, quizás mi acción defensiva me dé también un nuevo factor sorpresa. En cualquier caso, uso soru para plantarme en frente de Egas en un instante. He de aguantar, mi cuerpo me manda toda clase de señales que procuro ignorar. ¿Dónde está la fuerza de la droga? Creo que mi metabolismo ya la ha eliminado toda y sustituido por adrenalina. Vacío la mente, solo importa el golpe. Acumulo toda mi fuerza en el brazo que aún me queda intacto, ya nada importa, el desgaste será demasiado duro, por suerte Egas no tiene dónde ir. La miro directamente mientras canalizo la fuerza para que sepa que voy muy en serio.
-¡Big Comeback!
Lanzo mi golpe contra Egas liberando toda mi fuerza acumulada en forma de potente onda de choque.
Egas, lejos de ser derribada, consigue reutilizar el impulso que le he dado para lanzarme un renkyaku. En ese momento me siento como un auténtico novato. Cuánto me queda por aprender, por superarme, por mejorar. ¡Ah, el orgullo! Ese mosquito cojonero que te agarra en la nuca, que te nubla el juicio, que te hace tomar malas decisiones incluso cuando sabes que son malas decisiones, todo por el orgullo y por demostrar algo, no a los demás, si no a ti mismo.
La onda viene directa hacia mi en el reducido espacio. Yo me coloco con el pecho erguido, en mitad de su trayectoria, y concentro toda mi fuerza en endurecer mis músculos, haciendo que se nutran de lo más profundo de mí mismo para que se fortalezcan rápidamente como una roca que aguanta minuto a minuto las embestidas de un mar embravecido.
-¡Tekkai!
El ataque me da de pleno en el pecho. No tengo tiempo de evaluar el daño, sólo me concentro en aguantar y contratacar. El espacio reducido me da una última ventaja, quizás mi acción defensiva me dé también un nuevo factor sorpresa. En cualquier caso, uso soru para plantarme en frente de Egas en un instante. He de aguantar, mi cuerpo me manda toda clase de señales que procuro ignorar. ¿Dónde está la fuerza de la droga? Creo que mi metabolismo ya la ha eliminado toda y sustituido por adrenalina. Vacío la mente, solo importa el golpe. Acumulo toda mi fuerza en el brazo que aún me queda intacto, ya nada importa, el desgaste será demasiado duro, por suerte Egas no tiene dónde ir. La miro directamente mientras canalizo la fuerza para que sepa que voy muy en serio.
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No sería exagerado decir que el Tekkai te ha salvado la vida hoy, muchacho. La onda cortante no era especialmente fuerte, pero aun así se cobra su precio. Acabas con un bonito tajo no muy profundo, aunque sí largo, en mitad del pecho. Ni que decir tiene que el traje ya lo puedes tirar.
-Ja, me gusta tu estilo -dice Macro desde su silla.
Egas se lanza a por ti, pero el Soru tiene sus limitaciones en un espacio tan reducido. No puede evitar que la alcances con tu ataque y acaba chocando contra la puerta de la celda, arrancándola de cuajo. En cuanto a ti, terminas probando lo dura que está la pared del fondo. La fuerza de tu propia onda de choque reverbera por la diminuta celda causando estragos como un tornado, incluso en ti mismo. Si te sirve de consuelo, al pirata le ha gustado.
-Muy buena, sí señor. Ahora suéltame antes de que vuelva y...
No hay tiempo. Egas se levanta, dolorida y cabreada. El brazo izquierdo tiene una caída un tanto inusual, seguramente porque el hombro no está apoyado donde debería. Pero no pasa nada. Un trompazo contra el marco de la puerta lo devuelve a su lugar con brusquedad y un poco de grima. Egas sonríe.
Por cierto, ¿quién es el tipo que hay medio grogui en el pasillo? ¡Eh, mira, es tu amigo del baño! Parece que se ha llevado un buen coscorrón cuando la agente ha salido volando. Lo bueno es que ya tiene una excusa para ir tan desaliñado. Lo malo es que hay un montón de polvo de colores que literalmente chorrea de un par de bolsillos rotos. Pero volviendo a la loca homicida...
-Ahora sí que...
Pasos en el pasillo. El eco lleva hasta vuestra posición a varias voces preguntándose qué es todo ese ruido. Mientras más agentes se aproximan a la celda, Egas extiende un dedo hacia ti.
-Ja, me gusta tu estilo -dice Macro desde su silla.
Egas se lanza a por ti, pero el Soru tiene sus limitaciones en un espacio tan reducido. No puede evitar que la alcances con tu ataque y acaba chocando contra la puerta de la celda, arrancándola de cuajo. En cuanto a ti, terminas probando lo dura que está la pared del fondo. La fuerza de tu propia onda de choque reverbera por la diminuta celda causando estragos como un tornado, incluso en ti mismo. Si te sirve de consuelo, al pirata le ha gustado.
-Muy buena, sí señor. Ahora suéltame antes de que vuelva y...
No hay tiempo. Egas se levanta, dolorida y cabreada. El brazo izquierdo tiene una caída un tanto inusual, seguramente porque el hombro no está apoyado donde debería. Pero no pasa nada. Un trompazo contra el marco de la puerta lo devuelve a su lugar con brusquedad y un poco de grima. Egas sonríe.
Por cierto, ¿quién es el tipo que hay medio grogui en el pasillo? ¡Eh, mira, es tu amigo del baño! Parece que se ha llevado un buen coscorrón cuando la agente ha salido volando. Lo bueno es que ya tiene una excusa para ir tan desaliñado. Lo malo es que hay un montón de polvo de colores que literalmente chorrea de un par de bolsillos rotos. Pero volviendo a la loca homicida...
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