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Vinsmoke Nijiro
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Ya desde primera hora de la mañana sabía que sería un día complicado para ella.
El transporte en el que iba acababa de atracar en Marineford después de varias horas viajando entre raíles. El tren había resultado de lo más molesto, siempre en movimiento -obviamente-, cambiando de lugar cada cosa que intentaba ordenar, consiguiendo minar su moral desde tan temprano en la mañana, sin dejarle dormir incluso tras haber madrugado tantísimo para llegar a una hora decente al lugar. También había estado lo suficientemente sucio como para tener que dedicar su valioso tiempo a limpiar su asiento y las zonas circundantes, aunque eso no le molestaba tanto como el hecho de que no tuviesen pizza en la cafetería. Eso sí que era una ofensa contra su persona.
Pero por fin había llegado hasta el cuartel, y Marineford se extendía ante ella. Tan solo viendo lo inmenso que era el lugar sintió una inmensa pereza. No solo tenía que encontrar exactamente dónde estaban las instalaciones científicas de la marine, también debía encontrar al encargado, a poder ser antes de llegar directamente a los laboratorios. Sin pararse a preguntar, pues no tenía demasiadas ganas de socializar después de haber pasado prácticamente toda la noche sin dormir, avanzó siguiendo a un par de marines que se dirigían al interior. Lucían serios, y permanecían firmes incluso aunque no había ningún superior suyo rondando la zona. Tal vez estuviesen lo suficientemente acostumbrados como para hacerlo siempre, aunque eso le parecía verdaderamente triste. O tal vez simplemente ella no estaba adaptada a tener superiores.
- Identificación-. Conforme llegó hasta las puertas principales del edificio general, la joven se detuvo en seco. Un hombre más alto que ella, serio y con cara de pocos amigos se hizo presente frente a ella, deteniendo su paso. Por un momento, ladeó la cabeza, pues aquellos a los que estaba siguiendo continuaban su camino sin detenerse. Suponiendo que no conseguiría salir de allí sin pasar por el hombre que tenía delante, suspiró profundamente, y le miró directamente a los ojos. Lo cierto era que, comparado con los cadetes que paseaban por el lugar, ella destacaba bastante. Para empezar, ni siquiera aparentaba ser una mujer, como siempre. Portaba un traje completamente negro, cuya camisa interior brillaba en un tono grisáceo, dejando además que la corbata, carmesí, destacase junto a la capa, blanca por fuera y en el mismo tono rojo en el interior. Sí, solía destacar siempre, pero entre todos los marines lo hacía incluso más.
- Vinsmoke Nijiro, Cipher Pol-. Contestó con orgullo, sumergiendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones. Por norma general no necesitaba identificarse, pero no quería más problemas por la mañana. Además, en cuanto mencionó la organización a la que pertenecía, el hombre relajó el gesto. No del todo, pero lo suficiente como para saber que hasta hacía un momento dudaba de su procedencia. Frunciendo el ceño, Nijiro compuso su sonrisa más irónica y altiva, e incluso aunque le sacaba una cabeza, le miró por encima del hombro-. ¿Vas a dejarme pasar o tengo que pegarme toda la mañana bajo este sol? -. Bajo un gesto incómodo, el hombre terminó por apartarse, y la joven del Germa disfrutó aquel rostro enfadado. Nada como hacer enfadar a alguien para relajarse después de un mal día.
Casi a la hora de comer, después de un buen rato dando vueltas por la ciudad de Marineford -donde las familias de los marine e incluso ellos vivían-, consiguió llegar hasta la división científica. Le costó un buen paseo, pero prefería dar vueltas a rebajarse y preguntar. Con el tiempo consiguió llegar, además, así que no le importaba haber tardado. Tampoco es que hubiese quedado con nadie específicamente para charlar, únicamente quería comprobar las instalaciones y ver si podía comenzar a aprovechar aquellos contactos e influencias; Pasando a la zona de investigación, emprendió su camino de observación. Por lo general, conseguía averiguar solo con mirarlo el tipo de experimentos que estaban trazando, pero incluso así le resultaba agradable toparse con gente capaz de entender esas cosas.
- Buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarte? -. Esa vez, un joven de unos veinte años se acercó a ella, con una sonrisa en el rostro. Contrario al hombre en la puerta, él parecía más del tipo científico. Portaba una bata, y lo primero que pensó fue que no parecía especialmente saludable, tal vez por las horas trabajadas, aunque no podía hacer un diagnóstico pleno solo con una mirada.
- Busco a quien esté al mando de la parte biotecnológica. O a cualquier superior que ronde por aquí, ¿hay alguien que corresponda a tales peticiones? -. Preguntó, manteniendo el mismo tono neutro y frío que siempre utilizaba al hablar de temas serios. No dudó ni un segundo en sus peticiones, algo propio de quien está acostumbrado a recibir atención y a ser escuchado. Sin embargo, al estar en un terreno poco conocido, añadió: - Por favor.
El transporte en el que iba acababa de atracar en Marineford después de varias horas viajando entre raíles. El tren había resultado de lo más molesto, siempre en movimiento -obviamente-, cambiando de lugar cada cosa que intentaba ordenar, consiguiendo minar su moral desde tan temprano en la mañana, sin dejarle dormir incluso tras haber madrugado tantísimo para llegar a una hora decente al lugar. También había estado lo suficientemente sucio como para tener que dedicar su valioso tiempo a limpiar su asiento y las zonas circundantes, aunque eso no le molestaba tanto como el hecho de que no tuviesen pizza en la cafetería. Eso sí que era una ofensa contra su persona.
Pero por fin había llegado hasta el cuartel, y Marineford se extendía ante ella. Tan solo viendo lo inmenso que era el lugar sintió una inmensa pereza. No solo tenía que encontrar exactamente dónde estaban las instalaciones científicas de la marine, también debía encontrar al encargado, a poder ser antes de llegar directamente a los laboratorios. Sin pararse a preguntar, pues no tenía demasiadas ganas de socializar después de haber pasado prácticamente toda la noche sin dormir, avanzó siguiendo a un par de marines que se dirigían al interior. Lucían serios, y permanecían firmes incluso aunque no había ningún superior suyo rondando la zona. Tal vez estuviesen lo suficientemente acostumbrados como para hacerlo siempre, aunque eso le parecía verdaderamente triste. O tal vez simplemente ella no estaba adaptada a tener superiores.
- Identificación-. Conforme llegó hasta las puertas principales del edificio general, la joven se detuvo en seco. Un hombre más alto que ella, serio y con cara de pocos amigos se hizo presente frente a ella, deteniendo su paso. Por un momento, ladeó la cabeza, pues aquellos a los que estaba siguiendo continuaban su camino sin detenerse. Suponiendo que no conseguiría salir de allí sin pasar por el hombre que tenía delante, suspiró profundamente, y le miró directamente a los ojos. Lo cierto era que, comparado con los cadetes que paseaban por el lugar, ella destacaba bastante. Para empezar, ni siquiera aparentaba ser una mujer, como siempre. Portaba un traje completamente negro, cuya camisa interior brillaba en un tono grisáceo, dejando además que la corbata, carmesí, destacase junto a la capa, blanca por fuera y en el mismo tono rojo en el interior. Sí, solía destacar siempre, pero entre todos los marines lo hacía incluso más.
- Vinsmoke Nijiro, Cipher Pol-. Contestó con orgullo, sumergiendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones. Por norma general no necesitaba identificarse, pero no quería más problemas por la mañana. Además, en cuanto mencionó la organización a la que pertenecía, el hombre relajó el gesto. No del todo, pero lo suficiente como para saber que hasta hacía un momento dudaba de su procedencia. Frunciendo el ceño, Nijiro compuso su sonrisa más irónica y altiva, e incluso aunque le sacaba una cabeza, le miró por encima del hombro-. ¿Vas a dejarme pasar o tengo que pegarme toda la mañana bajo este sol? -. Bajo un gesto incómodo, el hombre terminó por apartarse, y la joven del Germa disfrutó aquel rostro enfadado. Nada como hacer enfadar a alguien para relajarse después de un mal día.
Casi a la hora de comer, después de un buen rato dando vueltas por la ciudad de Marineford -donde las familias de los marine e incluso ellos vivían-, consiguió llegar hasta la división científica. Le costó un buen paseo, pero prefería dar vueltas a rebajarse y preguntar. Con el tiempo consiguió llegar, además, así que no le importaba haber tardado. Tampoco es que hubiese quedado con nadie específicamente para charlar, únicamente quería comprobar las instalaciones y ver si podía comenzar a aprovechar aquellos contactos e influencias; Pasando a la zona de investigación, emprendió su camino de observación. Por lo general, conseguía averiguar solo con mirarlo el tipo de experimentos que estaban trazando, pero incluso así le resultaba agradable toparse con gente capaz de entender esas cosas.
- Buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarte? -. Esa vez, un joven de unos veinte años se acercó a ella, con una sonrisa en el rostro. Contrario al hombre en la puerta, él parecía más del tipo científico. Portaba una bata, y lo primero que pensó fue que no parecía especialmente saludable, tal vez por las horas trabajadas, aunque no podía hacer un diagnóstico pleno solo con una mirada.
- Busco a quien esté al mando de la parte biotecnológica. O a cualquier superior que ronde por aquí, ¿hay alguien que corresponda a tales peticiones? -. Preguntó, manteniendo el mismo tono neutro y frío que siempre utilizaba al hablar de temas serios. No dudó ni un segundo en sus peticiones, algo propio de quien está acostumbrado a recibir atención y a ser escuchado. Sin embargo, al estar en un terreno poco conocido, añadió: - Por favor.
Normalmente cuando visitaba Marineford tenía algo que hacer, y aquella vez no era la excepción. Para sacarle de la comodidad de su torre en Dressrosa hacía falta que se le convocase a una reunión urgente de vital importancia o que, según el día de la semana, uno de los Días o Diosa exigieran su presencia; sin embargo, en esa ocasión no tenía por razón su visita un motivo tan vulgar como un guatece de almirantes ni algo tan importante como el sexo banal por la paz, sino que se encontraba más bien en el punto medio entre ambos: Ese día, sí, ese día, tenía una reunión con esa persona. Sí, esa persona.
En realidad todo había surgido de forma muy orgánica. El viejo den den mushi plateado reconfigurado había transmitido la voz de Anduin Levi, uno de los más reputados científicos del Gobierno Mundial y antiguo compañero de juergas de Al. Al principio se lo había trabajado bajo la excusa de un par de rondas en su antigua taberna favorita, pero con el paso de los días -y sobre todo, cuando ya no podía negarse- le había confesado la funesta realidad bajo su invitación: Iba a utilizarlo de sujeto de pruebas para un experimento. Nada peligroso, tal como le había explicado; apenas extraerle pedazos de piel y algunos fluidos en busca de entender mejor cómo funcionaba exactamente la transformación de un usuario tipo logia. Había pocos entre las filas del Gobierno Mundial, y si bien el hombre de fuego y el usuario de la pika pika estaban en ella, era un poco difícil pinchar luz o fuego con una aguja. Aparte, no podían pedírselo a Jack y él era el único hasta la fecha que había logrado no solo transformar la carne en hielo, sino el hielo en carne. De alguna forma, se habían enterado de eso.
Era la última vez que usaban poderes reales en los cómics de los Alvengers.
- Está bien -había aceptado, ya en el laboratorio-. Pero más te vale que me invites a una buena cena cuando terminemos. Esto no va a quedar en un par de copas, Anduin.
- Que sí, que sí. A cien mil el día, incluso -atajó entre risas-. Incluso diez mil la hora, si quieres. Estoy generoso.
Estaba claro que había sido optimista, pero una semana después Al estaba calculando cuánto le dolería el estómago tras gastar más de un millón de berries en comida. Sin embargo, si bien él estaba haciendo sus propias cábalas gastronómicas, Levi parecía extremadamente perturbado ante los resultados que estaba obteniendo.
- No lo entiendo -repetía una y otra vez-. Nada es concluyente; eres anormal.
- ¡Oye!
- Tu cuerpo, Al. No es un cuerpo común, y tu fruta...
- ¿Qué sucede con mi fruta?
- No tengo ni idea -zanjó-. Mira, cuando he estudiado zoans todo parecía tener un mínimo de sentido, pero que pueda cambiar tu composición química estructural de forma íntegra es absurdo. Tiene que haber algo mal.
- Sí, tu actitud. Estás intentando hacer cencia con poderes mágicos. Tendrías que estar poniéndote un gorro de papa y besando mi santo culo porque soy genial. Eso es todo.
- Se dice ciencia. -Se mantuvo en silencio durante un instante, y continuó a modo de susurro-: Anormal.
Le habría replicado, pero llamaron a la puerta. Se puso la camisa pero no tomó en consideración la idea de vestir corbata. Tampoco se puso la chaqueta, mucho menos el chaquetón, y abrió él. Anduin estaba muy hecho polvo como para levantarse por sí mismo.
- Buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarte? -preguntó al hombre que más incómodo le había hecho sentir con su sexualidad en su vida. ¿Por qué parecía una chica? O sea, parecía un chico, pero también una chica... ¿Eso lo hacía gay? Parpadeó varias veces, esperando su contestación-. Ah, sí, has venido al lugar indicado. ¿También has venido a que este loco te haga una biopsia?
Levi colapsó en la mesa, mitad a causa del cansancio mitad a razón del agotamiento mental.
- No se lo tengas en cuenta. Es un anormal.
En realidad todo había surgido de forma muy orgánica. El viejo den den mushi plateado reconfigurado había transmitido la voz de Anduin Levi, uno de los más reputados científicos del Gobierno Mundial y antiguo compañero de juergas de Al. Al principio se lo había trabajado bajo la excusa de un par de rondas en su antigua taberna favorita, pero con el paso de los días -y sobre todo, cuando ya no podía negarse- le había confesado la funesta realidad bajo su invitación: Iba a utilizarlo de sujeto de pruebas para un experimento. Nada peligroso, tal como le había explicado; apenas extraerle pedazos de piel y algunos fluidos en busca de entender mejor cómo funcionaba exactamente la transformación de un usuario tipo logia. Había pocos entre las filas del Gobierno Mundial, y si bien el hombre de fuego y el usuario de la pika pika estaban en ella, era un poco difícil pinchar luz o fuego con una aguja. Aparte, no podían pedírselo a Jack y él era el único hasta la fecha que había logrado no solo transformar la carne en hielo, sino el hielo en carne. De alguna forma, se habían enterado de eso.
Era la última vez que usaban poderes reales en los cómics de los Alvengers.
- Está bien -había aceptado, ya en el laboratorio-. Pero más te vale que me invites a una buena cena cuando terminemos. Esto no va a quedar en un par de copas, Anduin.
- Que sí, que sí. A cien mil el día, incluso -atajó entre risas-. Incluso diez mil la hora, si quieres. Estoy generoso.
Estaba claro que había sido optimista, pero una semana después Al estaba calculando cuánto le dolería el estómago tras gastar más de un millón de berries en comida. Sin embargo, si bien él estaba haciendo sus propias cábalas gastronómicas, Levi parecía extremadamente perturbado ante los resultados que estaba obteniendo.
- No lo entiendo -repetía una y otra vez-. Nada es concluyente; eres anormal.
- ¡Oye!
- Tu cuerpo, Al. No es un cuerpo común, y tu fruta...
- ¿Qué sucede con mi fruta?
- No tengo ni idea -zanjó-. Mira, cuando he estudiado zoans todo parecía tener un mínimo de sentido, pero que pueda cambiar tu composición química estructural de forma íntegra es absurdo. Tiene que haber algo mal.
- Sí, tu actitud. Estás intentando hacer cencia con poderes mágicos. Tendrías que estar poniéndote un gorro de papa y besando mi santo culo porque soy genial. Eso es todo.
- Se dice ciencia. -Se mantuvo en silencio durante un instante, y continuó a modo de susurro-: Anormal.
Le habría replicado, pero llamaron a la puerta. Se puso la camisa pero no tomó en consideración la idea de vestir corbata. Tampoco se puso la chaqueta, mucho menos el chaquetón, y abrió él. Anduin estaba muy hecho polvo como para levantarse por sí mismo.
- Buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarte? -preguntó al hombre que más incómodo le había hecho sentir con su sexualidad en su vida. ¿Por qué parecía una chica? O sea, parecía un chico, pero también una chica... ¿Eso lo hacía gay? Parpadeó varias veces, esperando su contestación-. Ah, sí, has venido al lugar indicado. ¿También has venido a que este loco te haga una biopsia?
Levi colapsó en la mesa, mitad a causa del cansancio mitad a razón del agotamiento mental.
- No se lo tengas en cuenta. Es un anormal.
Vinsmoke Nijiro
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No habían tardado mucho en acompañarle hasta el interior del laboratorio. Aquel joven le había resultado de ayuda, y tras un breve intercambio de palabras le guio hasta el despacho de, al parecer, uno de los científicos a cargo del lugar. Un tal Levi, o eso había escuchado al menos. Tampoco es que le hubiese hecho excesivo caso, pero por lo menos se había quedado con su nombre, por si tenía que comportarse formalmente al llegar. En general, mientras caminaba por el lugar empezó a sentirse molesta. Si bien se trataba de un laboratorio, había cosas fuera de lugar, desordenadas, y aunque sabía que no podía dedicarse a poner todo en su sitio, le estaba costando mantenerse quieta y tranquila.
Por suerte no tardó en llegar hasta la puerta. Esperó a que el muchacho se alejase para arreglarse la ropa, alisándose la capa. Carraspeó un poco incluso, preparándose para confrontar a quien quiera que estuviese al mando de tal organización. Dio tres toques idénticos a la puerta, y no tardó en abrirse, dejando ver a un hombre alto, rubio, y al que reconoció al instante, aunque se esforzó porque no se notase sobre su rostro. Se trataba nada más y nada menos que Al Naion, uno de los Almirantes de la marine. Si bien no conocía todos los detalles que le hacían famoso, era tan conocido incluso en el Reino del Germa que no pudo evitar sorprenderse internamente. Sobre todo, porque no esperaba que pudiese resultar tan atractivo, incluso para sus estándares. Conforme le vio, dirigió una mirada rápida por cada una de sus facciones, decantándose por su rostro. Sin embargo, nada más bajó del cuello, todo aquel encanto se perdió en tan solo un instante. Sí, la camisa roja le quedaba exageradamente bien y se amoldaba perfectamente a su cuerpo, pero lucía ciertamente arrugada. Y con eso se perdió la magia.
- Busco al señor Levi-. Mencionó ante la pregunta, manteniendo aquella postura altiva, sin dejarse amedrentar por la situación y lo extraña que ya estaba siendo. Pese a tratarse de un almirante, le miró en todo momento a los ojos, y ni siquiera pareció mostrarse afectada. Llevó una de sus manos hacia el bolsillo delantero del pantalón, y enarcó una ceja en cuanto mencionó la biopsia. No sabía qué tipo de pruebas le habían estado haciendo a dicho almirante, pero ni siquiera tuvo tiempo de preguntar. Escuchó un golpe sordo tras él, y desvió un poco su rostro, curiosa, para comprobar lo ocurrido. Un hombre, completamente agotado, chocó contra la mesa. Ni se inmutó, incluso aunque hubiese podido moverse a comprobar sus constantes-. ¿Anormal? Ya veo-. Negó un par de veces, y elevó la mano libre para echarse hacia atrás un mechón de su cabello, colocándoselo detrás de la oreja-. Aunque estoy seguro de que cualquier científico querría hacerme una biopsia, no he venido para eso.
Volvió nuevamente la vista hacia él, pues consideraba de mal gusto hablarle a alguien sin mirarle directamente a los ojos, y contuvo enormemente las ganas de acercar las manos a su cuerpo. No con fines sexuales, que también, sino para arreglar aquellas imperfecciones que resultaban tan tediosas de sostener. Incluso soltó un pequeño bufido, y aprovechó la mano que tenía en el bolsillo para pellizcarse la piel, conteniendo esa imperiosa necesidad.
- Tengo asuntos urgentes que tratar, ¿eres el ayudante del señor Levi? - Preguntó, conteniendo las ganas de sonreír por aquella mención que, aunque no fue su mejor frase, sirvió como apertura -al menos, en su cabeza-. Meció la otra mano, señalando el interior del laboratorio, directamente hacia el hombrecillo tirado sobre la mesa, completamente agotado. Aquel dedo tembló suavemente, apenas durante un segundo y de forma apenas perceptible, pero lo suficiente para que ella se percatase. Se obligó a sí misma a bajar nuevamente la mano, ocultándola, y continuó apresuradamente-. No tengo ninguna cita ni nada por el estilo, pero confiaba en poder encontrarle. Creo que podremos sernos de ayuda mutuamente.
Por suerte no tardó en llegar hasta la puerta. Esperó a que el muchacho se alejase para arreglarse la ropa, alisándose la capa. Carraspeó un poco incluso, preparándose para confrontar a quien quiera que estuviese al mando de tal organización. Dio tres toques idénticos a la puerta, y no tardó en abrirse, dejando ver a un hombre alto, rubio, y al que reconoció al instante, aunque se esforzó porque no se notase sobre su rostro. Se trataba nada más y nada menos que Al Naion, uno de los Almirantes de la marine. Si bien no conocía todos los detalles que le hacían famoso, era tan conocido incluso en el Reino del Germa que no pudo evitar sorprenderse internamente. Sobre todo, porque no esperaba que pudiese resultar tan atractivo, incluso para sus estándares. Conforme le vio, dirigió una mirada rápida por cada una de sus facciones, decantándose por su rostro. Sin embargo, nada más bajó del cuello, todo aquel encanto se perdió en tan solo un instante. Sí, la camisa roja le quedaba exageradamente bien y se amoldaba perfectamente a su cuerpo, pero lucía ciertamente arrugada. Y con eso se perdió la magia.
- Busco al señor Levi-. Mencionó ante la pregunta, manteniendo aquella postura altiva, sin dejarse amedrentar por la situación y lo extraña que ya estaba siendo. Pese a tratarse de un almirante, le miró en todo momento a los ojos, y ni siquiera pareció mostrarse afectada. Llevó una de sus manos hacia el bolsillo delantero del pantalón, y enarcó una ceja en cuanto mencionó la biopsia. No sabía qué tipo de pruebas le habían estado haciendo a dicho almirante, pero ni siquiera tuvo tiempo de preguntar. Escuchó un golpe sordo tras él, y desvió un poco su rostro, curiosa, para comprobar lo ocurrido. Un hombre, completamente agotado, chocó contra la mesa. Ni se inmutó, incluso aunque hubiese podido moverse a comprobar sus constantes-. ¿Anormal? Ya veo-. Negó un par de veces, y elevó la mano libre para echarse hacia atrás un mechón de su cabello, colocándoselo detrás de la oreja-. Aunque estoy seguro de que cualquier científico querría hacerme una biopsia, no he venido para eso.
Volvió nuevamente la vista hacia él, pues consideraba de mal gusto hablarle a alguien sin mirarle directamente a los ojos, y contuvo enormemente las ganas de acercar las manos a su cuerpo. No con fines sexuales, que también, sino para arreglar aquellas imperfecciones que resultaban tan tediosas de sostener. Incluso soltó un pequeño bufido, y aprovechó la mano que tenía en el bolsillo para pellizcarse la piel, conteniendo esa imperiosa necesidad.
- Tengo asuntos urgentes que tratar, ¿eres el ayudante del señor Levi? - Preguntó, conteniendo las ganas de sonreír por aquella mención que, aunque no fue su mejor frase, sirvió como apertura -al menos, en su cabeza-. Meció la otra mano, señalando el interior del laboratorio, directamente hacia el hombrecillo tirado sobre la mesa, completamente agotado. Aquel dedo tembló suavemente, apenas durante un segundo y de forma apenas perceptible, pero lo suficiente para que ella se percatase. Se obligó a sí misma a bajar nuevamente la mano, ocultándola, y continuó apresuradamente-. No tengo ninguna cita ni nada por el estilo, pero confiaba en poder encontrarle. Creo que podremos sernos de ayuda mutuamente.
Era observador, por lo que pudo darse cuenta de varias cosas en apenas unos segundos. La primera y más obvia, que el muchacho tenía el pelo verde. No hacía falta ser muy observador para darse cuenta, pero él lo era, así que fue capaz de percibir que se trataba de un verde menta -un trampantojo visual, dado que no olía a menta- con cierta tonalidad dorada, pajiza. Eso en cuanto al pelo se refería. La segunda cosa de la que se percató fue de que a pesar de que había intentado mantener una higiene decente y cambiarse de ropa a menudo, horas de estar sentado con la misma camisa puesta habían hecho que, poco a poco, esta se fuese arrugando. No pudo evitar sonrojarse avergonzado ante la mueca de desaprobación del agente. Y la tercera fue que hablaba de sí mismo en masculino, por lo que efectivamente se trataba de un hombre.
Lo cual, efectivamente, lo hacía un poco gay.
Se quitó la camisa de inmediato y corrió como pudo a por una en mejor estado de su bolsa de viaje. No había salido del laboratorio en toda la semana y solo le quedaban limpias una blanca a líneas azul marino y una completamente blanca. Dado que había traído chaleco en la bolsa optó por la segunda, estando presentable en un santiamén. Aprovechó para peinarse un poco, aunque su cabello casi siempre alborotado mantuvo el carácter indisciplinado que caracterizaba a ambos; y de esa forma, volvió a la puerta para recibir al invitado.
- Perdona la espera -se disculpó, agachando levemente la cabeza. Al hacerlo percibió algo, aunque seguramente se lo estaba imaginando. O no. A lo mejor no era tan gay. O a lo mejor estaba dándole demasiada importancia a algo que no la tenía. Al fin y al cabo, el gay no era él, sino ese chico el que parecía una chica. Casi-. A mí también me incordia estar sucio, pero llevo horas revolviéndome en una silla... Y pasa lo que pasa.
Trató de sonreír, aunque la timidez de su mueca solo era superada por el visible rubor de sus mejillas. Lo cierto era que jamás habría esperado encontrarse tan nervioso por abrir una puerta, aunque todavía recordaba lo de la última vez y, en esencia, había sido mucho peor. Pero eso era otra historia.
- Más me gustaría ser su ayudante -comentó finalmente, recuperando la normalidad tras un tiempo anormalmente largo tratando de recuperar la calma-. Soy una especie de chico de los recados. Y para él, más bien una cobaya.
No distaba mucho de la realidad. Había sido sujeto de multitud de experimentos en los últimos días en los que había corrido, levantado pesos, bañado en una pequeña tina de agua marina, sido apuñalado y alcanzado por balas -estaba seguro de que, estas últimas, más de las científicamente necesarias-, y eso solo el martes. Le habían quitado tantas partes del cuerpo y había generado tanto hielo que podrían haber hecho una fiesta del mojito, y además... Eso. Pero nunca iban a hablar de Eso.
- ¿Verdad que no? -preguntó, girándose hacia Levi.
- No, no vamos a hablar de eso, Al. -Su voz se notaba agotada, casi arrepentida de haberle pedido ayuda-. ¿Puedes decirle al niño que pase? Cuanto antes acabemos antes podremos seguir.
- Bueno. -Al se encogió de hombros-. Parece que puedes entrar. Pero cuidado, que muerde.
Lo cual, efectivamente, lo hacía un poco gay.
Se quitó la camisa de inmediato y corrió como pudo a por una en mejor estado de su bolsa de viaje. No había salido del laboratorio en toda la semana y solo le quedaban limpias una blanca a líneas azul marino y una completamente blanca. Dado que había traído chaleco en la bolsa optó por la segunda, estando presentable en un santiamén. Aprovechó para peinarse un poco, aunque su cabello casi siempre alborotado mantuvo el carácter indisciplinado que caracterizaba a ambos; y de esa forma, volvió a la puerta para recibir al invitado.
- Perdona la espera -se disculpó, agachando levemente la cabeza. Al hacerlo percibió algo, aunque seguramente se lo estaba imaginando. O no. A lo mejor no era tan gay. O a lo mejor estaba dándole demasiada importancia a algo que no la tenía. Al fin y al cabo, el gay no era él, sino ese chico el que parecía una chica. Casi-. A mí también me incordia estar sucio, pero llevo horas revolviéndome en una silla... Y pasa lo que pasa.
Trató de sonreír, aunque la timidez de su mueca solo era superada por el visible rubor de sus mejillas. Lo cierto era que jamás habría esperado encontrarse tan nervioso por abrir una puerta, aunque todavía recordaba lo de la última vez y, en esencia, había sido mucho peor. Pero eso era otra historia.
- Más me gustaría ser su ayudante -comentó finalmente, recuperando la normalidad tras un tiempo anormalmente largo tratando de recuperar la calma-. Soy una especie de chico de los recados. Y para él, más bien una cobaya.
No distaba mucho de la realidad. Había sido sujeto de multitud de experimentos en los últimos días en los que había corrido, levantado pesos, bañado en una pequeña tina de agua marina, sido apuñalado y alcanzado por balas -estaba seguro de que, estas últimas, más de las científicamente necesarias-, y eso solo el martes. Le habían quitado tantas partes del cuerpo y había generado tanto hielo que podrían haber hecho una fiesta del mojito, y además... Eso. Pero nunca iban a hablar de Eso.
- ¿Verdad que no? -preguntó, girándose hacia Levi.
- No, no vamos a hablar de eso, Al. -Su voz se notaba agotada, casi arrepentida de haberle pedido ayuda-. ¿Puedes decirle al niño que pase? Cuanto antes acabemos antes podremos seguir.
- Bueno. -Al se encogió de hombros-. Parece que puedes entrar. Pero cuidado, que muerde.
Vinsmoke Nijiro
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Nunca esperó que alguien fuese lo suficientemente observador como para percatarse de la cara de asco que había puesto. En realidad no era habitual en ella demostrarlo tan abiertamente, pero había resultado un choque impresionante, entre unas facciones tan bien colocadas y una ropa tan mal planchada. Así que suponía que por eso llegó a destacar tanto su expresión. Lo que tampoco esperó jamás fue que un hombre de su categoría se desvistiese delante de ella. Sí, únicamente era la camisa, pero fue suficiente como para obligarle a cerrar su puño, clavándose las uñas en la palma de la mano con tal de tranquilizarse. E incluso así, estaba segura de que se había ruborizado ligeramente. No mucho, pues estaba acostumbrada a ese tipo de comportamientos, y generalmente las normas sociales no eran tan importantes para ella, pero sí lo suficiente. Ver a sus soldados y a sus experimentos desnudos distaba mucho de lo que estaba viendo. Y es que estaba segura de que no había visto un torso semejante en la vida.
Aprovechó la distancia que él marcaba para mirar hacia otro lado, fingiendo tranquilidad y poca preocupación, simplemente para ver si conseguía tranquilizarse. Por suerte, en cuanto vio el marco de la puerta, con algo de polvo en su interior, aquel sentimiento desapareció, y lo reemplazó el asco. Sacó un pequeño pañuelo de su bolsillo, y fue a pasarlo rápidamente por el lugar, pero resultó que el Almirante no tardaba tanto como habría esperado. En cuanto llegó frente a ella, guardó el pañuelo lo más rápido que pudo, y asintió un par de veces.
- Sí, sin problema.- Carraspeó un poco, pues la voz sonó algo más suave de lo habitual-. No pasa nada.- No, desde luego que no pasaba nada. No cuando acababa de volver incluso más perfecto que antes. Tener ese cuerpo debía ser ilegal, o por lo menos, completamente injusto. Y era todavía más injusto tenerle delante y estar limitada a actuaciones básicas e interacciones por trabajo. Porque estaba allí por trabajo, aunque por un momento se hubiese quedado atontada.- ¿Cobaya? Ya veo.- Volvió a examinar su cuerpo de arriba a abajo, consiguiendo esa vez centrarse únicamente en un punto de vista científico-. Sí, entiendo por qué puede resultar útil de cara a ciertos experimentos.
Ante la interacción que mantuvieron, se limitó a esperar. Todavía permanecía en el exterior, y llevaba ya un buen rato de pie sin hacer nada, únicamente esperando a que el hombre, tirado sobre la mesa, tomase una decisión. No es que le molestase excesivamente, pero nunca habría esperado un trato tan poco adecuado a su posición. Claro que entre el gobierno ella solamente era una más, y no se acostumbraba a ello. Con cierta curiosidad, elevó una ceja. "Eso" resultaba una incógnita, y ella odiaba los acertijos sin solución. Más aún, siempre encontraba la forma de resolverlos; Permanecía pensando en ello cuando escuchó la palabra "niño", y tuvo que esforzarse por no alzar la voz. Mantuvo una expresión de serenidad, y compuso una sonrisa -algo falsa, desde luego-, mientras se adentraba en la estancia. Estaba decidida a ignorar cualquier tipo de actitud ajena a ella, pues comprendía que estaba lejos de su hogar, y que no todo el mundo podía ser tan cívico.
- Morderme sería realmente perjudicial para su salud, no lo recomendaría-. Contestó, casi de forma automática. Tardó únicamente un segundo en plantearse todos los problemas a los que podría verse sometido el hombre tirado sobre la mesa en caso de ingerir el mercurio de su cuerpo.- Hay mejores formas de morir, si es lo que el señor Levi desea. Aunque no me corresponde a mí señalarlas.- Ni siquiera después de llamarle niño. Viendo la situación, sin embargo, la joven pareció comprender algo. Parpadeó varias veces de forma rápida, dándose cuenta de que no se refería a algo totalmente literal, y añadió: - Oh. Era una broma... ¿no? Lo siento.- Rascó un poco su mejilla, y terminó por adentrarse en la estancia, intentando fingir -para sí misma, al menos- que no había ocurrido nada en los últimos cinco minutos.
Se centró en lo que podía ver a su alrededor, en cada pequeña parte de diversos experimentos. Algunos de ellos no resultaban tan familiares como cabría esperar, pero conseguía adecuarse a ellos de forma precisa y rápida. Otros, por el contrario, eran tan conocidos para ella como el respirar. Examinó cada pequeño detalle, divertida, como si fuese un niño en un zoológico y estuviese viendo por primera vez en su vida una sarta de animales desconocidos hasta el momento.
- Siento no haber llamado antes de venir, pero prefería conocerle directamente en persona-. Conforme hablaba, continuaba observando cada dato, fijándose por completo en los detalles que podía ver. La ilusión se reflejaba en su rostro, y ni siquiera le importaba que los papeles estuviesen desordenados -algo lógico después de tanto tiempo investigando, fuera lo que fuese-. Cuando terminó de mirar todo cuanto pudo, elevó la mirada hacia Levi, con una sonrisa sincera.- Me presentaré. Soy Vinsmoke Nijiro, y tal y como he dicho, me gustaría hablar con usted sobre unos asuntos más bien... privados-. Privados era una palabra demasiado vana para lo que necesitaba tratar. Eran asuntos vitales, pero no podía comenzar así una negociación. Y lo sabía perfectamente.
Aprovechó la distancia que él marcaba para mirar hacia otro lado, fingiendo tranquilidad y poca preocupación, simplemente para ver si conseguía tranquilizarse. Por suerte, en cuanto vio el marco de la puerta, con algo de polvo en su interior, aquel sentimiento desapareció, y lo reemplazó el asco. Sacó un pequeño pañuelo de su bolsillo, y fue a pasarlo rápidamente por el lugar, pero resultó que el Almirante no tardaba tanto como habría esperado. En cuanto llegó frente a ella, guardó el pañuelo lo más rápido que pudo, y asintió un par de veces.
- Sí, sin problema.- Carraspeó un poco, pues la voz sonó algo más suave de lo habitual-. No pasa nada.- No, desde luego que no pasaba nada. No cuando acababa de volver incluso más perfecto que antes. Tener ese cuerpo debía ser ilegal, o por lo menos, completamente injusto. Y era todavía más injusto tenerle delante y estar limitada a actuaciones básicas e interacciones por trabajo. Porque estaba allí por trabajo, aunque por un momento se hubiese quedado atontada.- ¿Cobaya? Ya veo.- Volvió a examinar su cuerpo de arriba a abajo, consiguiendo esa vez centrarse únicamente en un punto de vista científico-. Sí, entiendo por qué puede resultar útil de cara a ciertos experimentos.
Ante la interacción que mantuvieron, se limitó a esperar. Todavía permanecía en el exterior, y llevaba ya un buen rato de pie sin hacer nada, únicamente esperando a que el hombre, tirado sobre la mesa, tomase una decisión. No es que le molestase excesivamente, pero nunca habría esperado un trato tan poco adecuado a su posición. Claro que entre el gobierno ella solamente era una más, y no se acostumbraba a ello. Con cierta curiosidad, elevó una ceja. "Eso" resultaba una incógnita, y ella odiaba los acertijos sin solución. Más aún, siempre encontraba la forma de resolverlos; Permanecía pensando en ello cuando escuchó la palabra "niño", y tuvo que esforzarse por no alzar la voz. Mantuvo una expresión de serenidad, y compuso una sonrisa -algo falsa, desde luego-, mientras se adentraba en la estancia. Estaba decidida a ignorar cualquier tipo de actitud ajena a ella, pues comprendía que estaba lejos de su hogar, y que no todo el mundo podía ser tan cívico.
- Morderme sería realmente perjudicial para su salud, no lo recomendaría-. Contestó, casi de forma automática. Tardó únicamente un segundo en plantearse todos los problemas a los que podría verse sometido el hombre tirado sobre la mesa en caso de ingerir el mercurio de su cuerpo.- Hay mejores formas de morir, si es lo que el señor Levi desea. Aunque no me corresponde a mí señalarlas.- Ni siquiera después de llamarle niño. Viendo la situación, sin embargo, la joven pareció comprender algo. Parpadeó varias veces de forma rápida, dándose cuenta de que no se refería a algo totalmente literal, y añadió: - Oh. Era una broma... ¿no? Lo siento.- Rascó un poco su mejilla, y terminó por adentrarse en la estancia, intentando fingir -para sí misma, al menos- que no había ocurrido nada en los últimos cinco minutos.
Se centró en lo que podía ver a su alrededor, en cada pequeña parte de diversos experimentos. Algunos de ellos no resultaban tan familiares como cabría esperar, pero conseguía adecuarse a ellos de forma precisa y rápida. Otros, por el contrario, eran tan conocidos para ella como el respirar. Examinó cada pequeño detalle, divertida, como si fuese un niño en un zoológico y estuviese viendo por primera vez en su vida una sarta de animales desconocidos hasta el momento.
- Siento no haber llamado antes de venir, pero prefería conocerle directamente en persona-. Conforme hablaba, continuaba observando cada dato, fijándose por completo en los detalles que podía ver. La ilusión se reflejaba en su rostro, y ni siquiera le importaba que los papeles estuviesen desordenados -algo lógico después de tanto tiempo investigando, fuera lo que fuese-. Cuando terminó de mirar todo cuanto pudo, elevó la mirada hacia Levi, con una sonrisa sincera.- Me presentaré. Soy Vinsmoke Nijiro, y tal y como he dicho, me gustaría hablar con usted sobre unos asuntos más bien... privados-. Privados era una palabra demasiado vana para lo que necesitaba tratar. Eran asuntos vitales, pero no podía comenzar así una negociación. Y lo sabía perfectamente.
No pudo evitar sonreír ante el comentario. Era obvio que él resultaba útil como sujeto de experimentos, pero siempre estaba bien escucharlo de vez en cuando. Levi era en general un poco parco en sus halagos, y cuando se encontraba en medio de uno de sus experimentos se volvía casi una nube de hostilidad a punto de estallar. Cuando eso pasaba lo mejor era coger y abandonar la sala durante unos minutos, ir a la máquina de los ganchitos, comprar una bolsa, abrirla, tirar los ganchitos, volver al interior del laboratorio y ponérsela en la cabeza hasta que en medio de la asfixia por fin parecía tener un episodio mínimamente relajado. Aunque, en realidad, estaba bastante seguro de que todo eso lo había soñado. Al fin y al cabo, nunca en su sano juicio habría comprado aperitivos industriales; él solo admitía insípidos trozos de brócoli al horno, tristes panecillos sin sal y el legendario plátano horneado con azúcar, pero no demasiado. De hecho, las chips de plátano estaban buenas.
- ¿Y lamerte? -preguntó-. ¿Lamerte también sería malo para la salud?
Tal vez no era el comentario más acertado de cara a una persona que no entendía del todo el humor o las bromas, pero sin duda ya tenía una edad para ir aprendiendo a reír; si no lo hacía ahora, no aprendería nunca. Literalmente. Podía ver en su rostro pálido y sus ojos sin brillo los estragos de una enfermedad que, poco a poco, iba consumiendo al muchacho. No podía decir de qué se trataba, pero si tomaba como ciertas sus palabras debía entender que era tóxico. Y si era tóxico, seguramente también lo fuese para sí mismo. Podría ser una bella reflexión metafísica acerca de la naturaleza introspectiva de los problemas a los que enfrentaba el ser humano de cara a la autoaceptación y el amor propio, pero el chiquillo estaba claramente enfermo.
Diagnóstico: Intoxicado.
Mientras el agente iba hablando más y más Al rebuscó por unas estanterías al final del laboratorio. En ellas se escondían varios vademécums, desde los más clásicos hasta algunos bastante vanguardistas, evitando a ser posible todo lo relacionado con la homeopatía, naturopatía, acupuntura y maguferías varias que, aunque sabía que Levi no usaba con sus pacientes, sí estudiaba compulsivamente a ver si en algún momento surgía algo útil. Sin embargo, cuando estaba llegando a la "I", escuchó la señal de que tenía que irse.
Devolvió el libro a la estantería y se despidió con un gesto de Levi, acercándose a la puerta. Pasó por el lado del chico, susurrándole lo más bajito que pudo para que él no pudiese escucharlo:
- Estás en las mejores manos. -Lo estaba, era un hecho-. Pero cuidado, tiene un ego de aquí al Germa.
Evidentemente había escuchado su apellido. Evidentemente, no entendía por qué un Vinsmoke aparecía por ahí. Pero era un muchacho enfermo que tenía asuntos que tratar con Levi. Esperaba que fuesen médicos y no alguna clase de parafilia; el chiquillo necesitaba tratamiento rápido.
Cerró la puerta al salir y esperó a que lo volviesen a llamar.
- ¿Y lamerte? -preguntó-. ¿Lamerte también sería malo para la salud?
Tal vez no era el comentario más acertado de cara a una persona que no entendía del todo el humor o las bromas, pero sin duda ya tenía una edad para ir aprendiendo a reír; si no lo hacía ahora, no aprendería nunca. Literalmente. Podía ver en su rostro pálido y sus ojos sin brillo los estragos de una enfermedad que, poco a poco, iba consumiendo al muchacho. No podía decir de qué se trataba, pero si tomaba como ciertas sus palabras debía entender que era tóxico. Y si era tóxico, seguramente también lo fuese para sí mismo. Podría ser una bella reflexión metafísica acerca de la naturaleza introspectiva de los problemas a los que enfrentaba el ser humano de cara a la autoaceptación y el amor propio, pero el chiquillo estaba claramente enfermo.
Diagnóstico: Intoxicado.
Mientras el agente iba hablando más y más Al rebuscó por unas estanterías al final del laboratorio. En ellas se escondían varios vademécums, desde los más clásicos hasta algunos bastante vanguardistas, evitando a ser posible todo lo relacionado con la homeopatía, naturopatía, acupuntura y maguferías varias que, aunque sabía que Levi no usaba con sus pacientes, sí estudiaba compulsivamente a ver si en algún momento surgía algo útil. Sin embargo, cuando estaba llegando a la "I", escuchó la señal de que tenía que irse.
Devolvió el libro a la estantería y se despidió con un gesto de Levi, acercándose a la puerta. Pasó por el lado del chico, susurrándole lo más bajito que pudo para que él no pudiese escucharlo:
- Estás en las mejores manos. -Lo estaba, era un hecho-. Pero cuidado, tiene un ego de aquí al Germa.
Evidentemente había escuchado su apellido. Evidentemente, no entendía por qué un Vinsmoke aparecía por ahí. Pero era un muchacho enfermo que tenía asuntos que tratar con Levi. Esperaba que fuesen médicos y no alguna clase de parafilia; el chiquillo necesitaba tratamiento rápido.
Cerró la puerta al salir y esperó a que lo volviesen a llamar.
Vinsmoke Nijiro
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lo primero que hizo nada más dejó de cotillear entre papeleo y los diferentes experimentos fue buscar un lugar en el que sentarse. No es que estuviese particularmente cansada, pero prefería mantener una charla tranquila. No preguntó si podía tomar algo así como un té o semejantes, no parecía haber ningún tipo de servicio y, desde luego, no pretendía molestar por una tontería semejante. Tampoco creía posible encontrar algo que tomar lo suficientemente bueno en aquel lugar. Encontró una silla cercana, pero no lo suficiente, así que la arrastró un poco, sin hacer excesivo ruido, hasta que pudo estar frente al doctor Levi, aunque aún esperó a sentarse.
Su primera impresión con respecto al doctor fue poco acertada. Había escuchado mucho sobre él, sobre los estudios que realizaba y los experimentos que seguía tratando allí, en su laboratorio, pero verle directamente, tan exhausto y muerto sobre la mesa resultó contradictorio. Dentro de su laboratorio, en el Germa, todos y cada uno de los médicos y en general el personal autorizado que trabajaba allí eran clones, así que estaba acostumbrada a la máxima eficiencia posible. Tratándose de una persona totalmente humana, era lógico que necesitase descansos. Y por las bolsas en sus ojos y la mirada que tenía, pudo averiguar que llevaba bastante tiempo sin dormir bien. Solo por curiosidad, se giró hacia el almirante, en un intento por averiguar si él lucía igual de cansado.
- Bastante, en caso de que...- Volvió a detenerse, achinando los ojos. Aquel hombre hacía demasiadas bromas. La falta de costumbre resultaba irritante para ella, pues odiaba no entender aquello que le decían. Pensó durante un segundo, quizá algo más, alargándolo un poco. Podía notarse su esfuerzo por incluirse en ese tipo de actividades tan propias de la humanidad, que tan ajenas le resultaban a ella-. ¿Quieres probar? - Elevó un poco su mano en su dirección, casi como una invitación, aunque mantenía una neutralidad en su rostro bastante impropia de quien intenta hacer una broma.
Dejándose caer sobre la silla, soltó un pequeño suspiro de alivio. Lo cierto era que no sabía bien cómo comenzar ese tipo de conversaciones. No esperaba llegar frente al doctor y soltarle absolutamente cada uno de sus problemas. Es más, había preparado un informe para él precisamente para no tener que realizarse pruebas delante de los demás, tomando todas las precauciones posibles. Junto a Boris, habían pasado una semana entera preparando un montón de cosas estúpidas que, aunque no sirviesen para nada -pues no ayudaban al diagnóstico ni mucho menos- únicamente por tener cada cosa en su sitio. No había sido ella la que había insistido, desde luego. Aún estaba preguntándose a sí misma cómo comenzar, asumiendo que incluso el almirante se quedaría en la sala, cuando este pasó a su lado.
- El ego no me preocupa si resulta ser buen médico-. Aseguró, también en un susurro justo después de asentir ligeramente. Si bien detestaba a la gente creída, podía llegar a asumir el orgullo de un buen investigador, y si llegaba a servir de ayuda para ella o su hermano, entonces cualquier tipo de soberbia sería bienvenida. Tardó un segundo en darse cuenta de que era algo así como una despedida, y se quedó con las ganas de continuar la conversación. Sí, las bromas resultaban difíciles de comprender, pero resultaba un buen entrenamiento de comprensión y entendimiento humano. Y más allá de eso, también prefería que se quedase, aunque por motivos totalmente ajenos a la medicina. Si tenía que hablar sobre su futura muerte, por lo menos quería hacerlo con unas buenas vistas, por estúpido que pudiese resultar.
Levantándose, sin siquiera saber muy bien por qué, dejó que su cuerpo se dirigiese prácticamente automáticamente hasta la puerta. ¿Pero qué iba a decirle? Lo que sabía de él era bastante poco. Podía recordar alguna que otra noticia en el periódico sobre visitas a hospitales, y también algo referente a la parte médica de su flota. Pero no es que tuviese excesivos datos, evidentemente. De haberlo sabido, tal vez hubiese estudiado algo referente a ese hombre, pero nunca esperó estar yendo tras él. Y justo cuando terminó de plantearse qué debía decirle, abrió la puerta, algo confusa por sus propios actos. Ladeó la cabeza, mirándole, y carraspeó antes de hablar, en un intento por mantener aquel tono masculino -o un intento de- que siempre utilizaba.
- Me gustaría su opinión personal también-. Mencionó, terminando de abrir la puerta. No esperó una respuesta, si quería hacerlo podría llegar a pasar, y si no, no tendría que enfrentarse de cara a una respuesta negativa. Volvió a su lugar, y tomó asiento-. He escuchado bastante sobre usted. Y sobre sus actuaciones de cara a ser el médico de a bordo. Si le parece bien, doctor Levi, disponer de un poco de ayuda no estará mal.- Aseguró, y procedió a sacar de entre aquella capa que siempre llevaba consigo una pequeña carpeta, completamente plateada, ordenada y pulcra. Nada más la dejó sobre la mesa, sacó un par de papeles. Copias idénticas, al parecer-. Antes de nada, me gustaría que firmasen un acuerdo de confidencialidad, es algo estándar.- Toda seguridad era poca de cara a que no hubiese filtraciones, eso era lo primero que su padre le había enseñado sobre dirigir el Germa, antes de su muerte. Y era algo que aplicar a todo.
Su primera impresión con respecto al doctor fue poco acertada. Había escuchado mucho sobre él, sobre los estudios que realizaba y los experimentos que seguía tratando allí, en su laboratorio, pero verle directamente, tan exhausto y muerto sobre la mesa resultó contradictorio. Dentro de su laboratorio, en el Germa, todos y cada uno de los médicos y en general el personal autorizado que trabajaba allí eran clones, así que estaba acostumbrada a la máxima eficiencia posible. Tratándose de una persona totalmente humana, era lógico que necesitase descansos. Y por las bolsas en sus ojos y la mirada que tenía, pudo averiguar que llevaba bastante tiempo sin dormir bien. Solo por curiosidad, se giró hacia el almirante, en un intento por averiguar si él lucía igual de cansado.
- Bastante, en caso de que...- Volvió a detenerse, achinando los ojos. Aquel hombre hacía demasiadas bromas. La falta de costumbre resultaba irritante para ella, pues odiaba no entender aquello que le decían. Pensó durante un segundo, quizá algo más, alargándolo un poco. Podía notarse su esfuerzo por incluirse en ese tipo de actividades tan propias de la humanidad, que tan ajenas le resultaban a ella-. ¿Quieres probar? - Elevó un poco su mano en su dirección, casi como una invitación, aunque mantenía una neutralidad en su rostro bastante impropia de quien intenta hacer una broma.
Dejándose caer sobre la silla, soltó un pequeño suspiro de alivio. Lo cierto era que no sabía bien cómo comenzar ese tipo de conversaciones. No esperaba llegar frente al doctor y soltarle absolutamente cada uno de sus problemas. Es más, había preparado un informe para él precisamente para no tener que realizarse pruebas delante de los demás, tomando todas las precauciones posibles. Junto a Boris, habían pasado una semana entera preparando un montón de cosas estúpidas que, aunque no sirviesen para nada -pues no ayudaban al diagnóstico ni mucho menos- únicamente por tener cada cosa en su sitio. No había sido ella la que había insistido, desde luego. Aún estaba preguntándose a sí misma cómo comenzar, asumiendo que incluso el almirante se quedaría en la sala, cuando este pasó a su lado.
- El ego no me preocupa si resulta ser buen médico-. Aseguró, también en un susurro justo después de asentir ligeramente. Si bien detestaba a la gente creída, podía llegar a asumir el orgullo de un buen investigador, y si llegaba a servir de ayuda para ella o su hermano, entonces cualquier tipo de soberbia sería bienvenida. Tardó un segundo en darse cuenta de que era algo así como una despedida, y se quedó con las ganas de continuar la conversación. Sí, las bromas resultaban difíciles de comprender, pero resultaba un buen entrenamiento de comprensión y entendimiento humano. Y más allá de eso, también prefería que se quedase, aunque por motivos totalmente ajenos a la medicina. Si tenía que hablar sobre su futura muerte, por lo menos quería hacerlo con unas buenas vistas, por estúpido que pudiese resultar.
Levantándose, sin siquiera saber muy bien por qué, dejó que su cuerpo se dirigiese prácticamente automáticamente hasta la puerta. ¿Pero qué iba a decirle? Lo que sabía de él era bastante poco. Podía recordar alguna que otra noticia en el periódico sobre visitas a hospitales, y también algo referente a la parte médica de su flota. Pero no es que tuviese excesivos datos, evidentemente. De haberlo sabido, tal vez hubiese estudiado algo referente a ese hombre, pero nunca esperó estar yendo tras él. Y justo cuando terminó de plantearse qué debía decirle, abrió la puerta, algo confusa por sus propios actos. Ladeó la cabeza, mirándole, y carraspeó antes de hablar, en un intento por mantener aquel tono masculino -o un intento de- que siempre utilizaba.
- Me gustaría su opinión personal también-. Mencionó, terminando de abrir la puerta. No esperó una respuesta, si quería hacerlo podría llegar a pasar, y si no, no tendría que enfrentarse de cara a una respuesta negativa. Volvió a su lugar, y tomó asiento-. He escuchado bastante sobre usted. Y sobre sus actuaciones de cara a ser el médico de a bordo. Si le parece bien, doctor Levi, disponer de un poco de ayuda no estará mal.- Aseguró, y procedió a sacar de entre aquella capa que siempre llevaba consigo una pequeña carpeta, completamente plateada, ordenada y pulcra. Nada más la dejó sobre la mesa, sacó un par de papeles. Copias idénticas, al parecer-. Antes de nada, me gustaría que firmasen un acuerdo de confidencialidad, es algo estándar.- Toda seguridad era poca de cara a que no hubiese filtraciones, eso era lo primero que su padre le había enseñado sobre dirigir el Germa, antes de su muerte. Y era algo que aplicar a todo.
¿Estaba siguiendo la broma? Estaba siguiendo la broma. Tal vez detrás de ese rostro perfectamente neutro se encontrase una carcajada exultante deseosa de salir a la luz, o quizá era parte de su vis cómica mantenerse en una total y absoluta serenidad de manera constante. Apenas había visto su expresión cambiar, no tenía que ser mucho más que un personaje. Tal vez. O tal vez era hora de que experimentase con él igual que Levi haría instantes más adelante. Sí, eso iba a hacer.
- Bueno, pero solo porque tú me lo has pedido -dijo, y procedió a lamer su antebrazo desde la muñeca hasta el codo-. No homo.
Su sexualidad no era tan frágil como para verse amenazada por lamerle la piel a otro hombre, pero tampoco lo bastante fuerte como para resistir a un hombre que fácilmente podría pasar por mujer. En una situación ordinaria tal vez no lo habría dicho, pero ante semejante peligro no tenía más remedio que dejar las cosas claras desde un inicio: El único hombre que tocaba el pene a Al Naion era Al Naion; ni siquiera su urólogo era un hombre. Aunque se llamase Andy, este era el diminutivo de Samantha, una chica cuyo nombre nunca había sido capaz de recordar hasta la primera vez que había necesitado un examen de próstata. Valiente hija de puta, no había ni siquiera dicho "entro", ni usado lubricante. Ese día se había parecido más a una tortura absurda que a una consulta médica.
En cualquier caso, se encogió de hombros. La mayoría de médicos poseían un ego desmesurado, pero era normal en un ambiente muy exigente donde la competitividad era demencial. No era para menos, pues solo los mejores podían hacerse cargo de la gente en los momentos más delicados de su vida, pero él nunca había visto un verdadero mérito dentro de su campo. El cuerpo humano era frágil, daba igual si se utilizaba una espada enorme o un bisturí diminuto. Incluso los dragones podían ser atravesados por una hoja, y reconstruir los cuerpos era, cuando posible, una tarea tan sencilla como delicada. Buen pulso, nervios de acero y conocimientos mínimos de anatomía. Un equipo al completo normalmente se coordinaba para evitar que los pacientes muriesen mientras los cirujanos se dedicaban a calcetar órganos, o resolver un simple puzle. Una labor vital en la que fallar era imperdonable, claro. Una labor vital que, en principio, cualquiera con suficiente sangre fría.
Esa era la verdadera grandeza de un médico: La calma. Ante todo, la calma.
La puerta duró cerrada un parpadeo. Al abrirse, los ojos dicromados de Nijiro asomaron por el umbral. No había vida en ellos ni tampoco su mirada lo buscaba, al menos no activamente. Sin embargo, le pidió que asistiese a la reunión para la que había ido hasta allí. Resultó sorprendente no tanto la sugerencia sino los motivos. ¿Ella lo conocía? Más importante aún, ¿quién demonios conservaba archivos anteriores a la Brigada? Porque, aunque al final ejerciese como tal, desde la gestación de Kiritsu su nombre figuraba como Oficial al mando.
Meneó la cabeza a los lados, negando para sí. Cuando se dio cuenta de que podía ser malinterpretado también adelantó el pie hacia la abertura y puso la mano sobre el marco, tratando de evitar que la cerrase si volvía a malinterpretar sus gestos por alguna razón.
- Está bien, aunque hace años que no ejerzo.
Aunque a veces todavía era necesario que, en medio de la batalla, tratase las heridas de alguien, hacía mucho tiempo que no se veía en la obligación de tratar a un paciente cara a cara. Sin embargo se sentó en la silla que había ocupado momentos atrás y trató de ponerse todo lo cómodo que fue capaz, adoptando una actitud dispuesta para escuchar atentamente.
Tal vez fue por eso que se sorprendió tanto. Quizá por esa razón sus ojos se abrieron como platos y su expresión se perturbó por completo. Acababa de sacar un contrato de confidencialidad -que Levi firmó sin siquiera leer, de hecho-. ¿Tan grande era el secreto que ocultaba el agente Vinsmoke para necesitar protegerse de cualquier simple comentario? ¿Qué había tan raro en su cuerpo para tener que esconderlo?
- Tranquila, guapa, no voy a contarle a nadie tu secreto.
Le guiñó un ojo, riendo. También dijo "no homo" una segunda vez, y firmó el contrato sin dejar de reír como el idiota que era.
- ¿Podrías callarte, pedazo de anormal? -cortó el científico de golpe-. Y sé más respetuoso con el chico; no todo el mundo es tan corto como tú.
Al tardó unos segundos en reaccionar. Cuando lo hizo buscó la mirada del agente una vez más. Con cierta vergüenza, pronunció las palabras que más le costaban decir:
- Lo siento.
- Bueno, pero solo porque tú me lo has pedido -dijo, y procedió a lamer su antebrazo desde la muñeca hasta el codo-. No homo.
Su sexualidad no era tan frágil como para verse amenazada por lamerle la piel a otro hombre, pero tampoco lo bastante fuerte como para resistir a un hombre que fácilmente podría pasar por mujer. En una situación ordinaria tal vez no lo habría dicho, pero ante semejante peligro no tenía más remedio que dejar las cosas claras desde un inicio: El único hombre que tocaba el pene a Al Naion era Al Naion; ni siquiera su urólogo era un hombre. Aunque se llamase Andy, este era el diminutivo de Samantha, una chica cuyo nombre nunca había sido capaz de recordar hasta la primera vez que había necesitado un examen de próstata. Valiente hija de puta, no había ni siquiera dicho "entro", ni usado lubricante. Ese día se había parecido más a una tortura absurda que a una consulta médica.
En cualquier caso, se encogió de hombros. La mayoría de médicos poseían un ego desmesurado, pero era normal en un ambiente muy exigente donde la competitividad era demencial. No era para menos, pues solo los mejores podían hacerse cargo de la gente en los momentos más delicados de su vida, pero él nunca había visto un verdadero mérito dentro de su campo. El cuerpo humano era frágil, daba igual si se utilizaba una espada enorme o un bisturí diminuto. Incluso los dragones podían ser atravesados por una hoja, y reconstruir los cuerpos era, cuando posible, una tarea tan sencilla como delicada. Buen pulso, nervios de acero y conocimientos mínimos de anatomía. Un equipo al completo normalmente se coordinaba para evitar que los pacientes muriesen mientras los cirujanos se dedicaban a calcetar órganos, o resolver un simple puzle. Una labor vital en la que fallar era imperdonable, claro. Una labor vital que, en principio, cualquiera con suficiente sangre fría.
Esa era la verdadera grandeza de un médico: La calma. Ante todo, la calma.
La puerta duró cerrada un parpadeo. Al abrirse, los ojos dicromados de Nijiro asomaron por el umbral. No había vida en ellos ni tampoco su mirada lo buscaba, al menos no activamente. Sin embargo, le pidió que asistiese a la reunión para la que había ido hasta allí. Resultó sorprendente no tanto la sugerencia sino los motivos. ¿Ella lo conocía? Más importante aún, ¿quién demonios conservaba archivos anteriores a la Brigada? Porque, aunque al final ejerciese como tal, desde la gestación de Kiritsu su nombre figuraba como Oficial al mando.
Meneó la cabeza a los lados, negando para sí. Cuando se dio cuenta de que podía ser malinterpretado también adelantó el pie hacia la abertura y puso la mano sobre el marco, tratando de evitar que la cerrase si volvía a malinterpretar sus gestos por alguna razón.
- Está bien, aunque hace años que no ejerzo.
Aunque a veces todavía era necesario que, en medio de la batalla, tratase las heridas de alguien, hacía mucho tiempo que no se veía en la obligación de tratar a un paciente cara a cara. Sin embargo se sentó en la silla que había ocupado momentos atrás y trató de ponerse todo lo cómodo que fue capaz, adoptando una actitud dispuesta para escuchar atentamente.
Tal vez fue por eso que se sorprendió tanto. Quizá por esa razón sus ojos se abrieron como platos y su expresión se perturbó por completo. Acababa de sacar un contrato de confidencialidad -que Levi firmó sin siquiera leer, de hecho-. ¿Tan grande era el secreto que ocultaba el agente Vinsmoke para necesitar protegerse de cualquier simple comentario? ¿Qué había tan raro en su cuerpo para tener que esconderlo?
- Tranquila, guapa, no voy a contarle a nadie tu secreto.
Le guiñó un ojo, riendo. También dijo "no homo" una segunda vez, y firmó el contrato sin dejar de reír como el idiota que era.
- ¿Podrías callarte, pedazo de anormal? -cortó el científico de golpe-. Y sé más respetuoso con el chico; no todo el mundo es tan corto como tú.
Al tardó unos segundos en reaccionar. Cuando lo hizo buscó la mirada del agente una vez más. Con cierta vergüenza, pronunció las palabras que más le costaban decir:
- Lo siento.
Vinsmoke Nijiro
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Desde siempre, e incluso con sus hermanos de por medio le habían enseñado a estar en lo alto de la pirámide, siendo respetada por cada persona dentro del Germa. Recibir halagos, ser tratada como alguien superior, eran ese tipo de cosas las que le habían vuelto tan orgullosa y confiada. Pero nada de lo que aprendió en su reino le enseñó a soportar el tipo de situaciones al que se estaba viendo expuesta. Miró a Al Naion firmemente, segura de que nada de lo que quisiese hacer a continuación -fuese una broma o no- podría amedrentarla. Pero todo aquel escudo creado para defenderse de posibles amenazas, incluyendo la que estaba sufriendo, cedió por completo en cuanto el hombre se acercó, remangó su chaqueta y su camisa y procedió, tal y como había dicho, a lamerle la piel. Parpadeó múltiples veces, sin saber bien si debía alejarse, si era mejor abofetearle o si, por el contrario, era mejor no hacer nada.
- Qué puto asco-. Acabó por decir casi en voz baja, y no tardó en aproximar su antebrazo a la camisa del almirante como primer instinto básico, pasando desde su brazo a su abdomen en una línea diagonal. Limpió la baba sobre él, sabiendo que incluso así no podría apartar cualquier signo de saliva, pero quedándose algo más tranquila. Le miró a los ojos, con el ceño ligeramente fruncido, y una mueca de repugnancia en su rostro. Incluso habiendo terminado, continuó varias veces más, frotando el brazo contra su abdomen, hasta que sintió que podía dejarlo por fin.
Desde luego, después de aquella interacción se arrepentía profundamente de haberle invitado a quedarse en el diagnóstico. Ni siquiera necesitaba un diagnóstico per se, sabía exactamente qué era lo que le ocurría, pero de alguna forma incomprensible todavía para ella, le apetecía continuar con las bromas y con aquella especie de juegos que se traían entre manos. Al menos, con la mayor parte de ellos. Dejó que se sentase antes de acercar los papeles a ambos, agradecida porque estuviese decidido a prestar sus servicios como médico. Si hacía años que no ejercía, entonces era lógico que prefiriese no hacerlo, pero aún así prefirió acompañarles. Tal vez no tenía nada mejor que hacer que tomarle el pelo nuevamente. Ella misma deslizó una pluma estilográfica elegantemente diseñada, cuyo cuerpo y capuchón estaban hechos de un precioso cristal blanco, adornados con el símbolo familiar del Germa, y un sesenta y seis hecho de plata. En realidad no tenía necesidad de dejársela, pero siempre la llevaba consigo y prefería hacerlo así. Claro que cuando le llegó el turno de firmar al almirante, todo su cuerpo se tensó por completo.
Era imposible que alguien hubiese descubierto ese secreto. Imposible era decir poco, pues únicamente tres personas vivas conocían aquello, y todas se regían bajo las mismas normas y principios que ella. Permitir que alguien conociese dicho secreto significaba un claro fallo en el sistema del Germa, y por ende ponía en peligro todo cuanto habían construido. No sabía bien cómo demonios lo había descubierto, o si había sido algo así como un comentario poco acertado, pero no dudó en mostrar la misma frialdad que sentía hacia él. Tomó los papeles recién firmados, guardándolos, y se tomó un momento para intentar calmar la ansiedad que poco a poco cubría su cuerpo. Incluso notaba su corazón acelerarse casi envuelto en miedo. Casi, pues aún había dudas con respecto a todo. Por suerte para ella, aquel doctor intercedió por sí misma, y no tuvo necesidad de hablar hasta que estuvo más tranquila. En cuanto el almirante se giró hacia ella, disculpándose, la gelidez que reflejaba se sosegó, aunque no pudo evitar continuar con aquel gesto enfadado.
- No pasa nada-. Dijo igualmente, pues convenía poder mantener bajo control la misma coraza de actuación que siempre llevaba consigo. Daba igual que alguien creyese que conocía su secreto, pues nunca lo sabría a ciencia cierta, y en eso se basaba todo cuanto habían fundamentado durante meses en el reino. Y mucho más allá, desplegando esa influencia sobre el gobierno mundial.- Ahora que está todo listo, este es mi historial-. Intentando apartar la mirada de Al, dejó ver sus papeles, aquellos que contenían toda la información necesaria con la que trabajar. Incluía pruebas, todos los datos sobre la misión realizada en Isla Bilberry y los efectos producidos, y también los archivos clasificados de la explosión ocurrida en el antiguo reino del Germa, aquel hundido bajo las profundidades del océano-. Lo más básico que puedo decirles es que me estoy muriendo. Y necesito ayuda. Su ayuda, en concreto, y la del centro de investigación de la marine.- Tal vez lo expresó con demasiada poca humanidad, pero el tiempo había conseguido que superase la idea de su muerte, o al menos, que pudiese demostrarlo frente al público.
- Qué puto asco-. Acabó por decir casi en voz baja, y no tardó en aproximar su antebrazo a la camisa del almirante como primer instinto básico, pasando desde su brazo a su abdomen en una línea diagonal. Limpió la baba sobre él, sabiendo que incluso así no podría apartar cualquier signo de saliva, pero quedándose algo más tranquila. Le miró a los ojos, con el ceño ligeramente fruncido, y una mueca de repugnancia en su rostro. Incluso habiendo terminado, continuó varias veces más, frotando el brazo contra su abdomen, hasta que sintió que podía dejarlo por fin.
Desde luego, después de aquella interacción se arrepentía profundamente de haberle invitado a quedarse en el diagnóstico. Ni siquiera necesitaba un diagnóstico per se, sabía exactamente qué era lo que le ocurría, pero de alguna forma incomprensible todavía para ella, le apetecía continuar con las bromas y con aquella especie de juegos que se traían entre manos. Al menos, con la mayor parte de ellos. Dejó que se sentase antes de acercar los papeles a ambos, agradecida porque estuviese decidido a prestar sus servicios como médico. Si hacía años que no ejercía, entonces era lógico que prefiriese no hacerlo, pero aún así prefirió acompañarles. Tal vez no tenía nada mejor que hacer que tomarle el pelo nuevamente. Ella misma deslizó una pluma estilográfica elegantemente diseñada, cuyo cuerpo y capuchón estaban hechos de un precioso cristal blanco, adornados con el símbolo familiar del Germa, y un sesenta y seis hecho de plata. En realidad no tenía necesidad de dejársela, pero siempre la llevaba consigo y prefería hacerlo así. Claro que cuando le llegó el turno de firmar al almirante, todo su cuerpo se tensó por completo.
Era imposible que alguien hubiese descubierto ese secreto. Imposible era decir poco, pues únicamente tres personas vivas conocían aquello, y todas se regían bajo las mismas normas y principios que ella. Permitir que alguien conociese dicho secreto significaba un claro fallo en el sistema del Germa, y por ende ponía en peligro todo cuanto habían construido. No sabía bien cómo demonios lo había descubierto, o si había sido algo así como un comentario poco acertado, pero no dudó en mostrar la misma frialdad que sentía hacia él. Tomó los papeles recién firmados, guardándolos, y se tomó un momento para intentar calmar la ansiedad que poco a poco cubría su cuerpo. Incluso notaba su corazón acelerarse casi envuelto en miedo. Casi, pues aún había dudas con respecto a todo. Por suerte para ella, aquel doctor intercedió por sí misma, y no tuvo necesidad de hablar hasta que estuvo más tranquila. En cuanto el almirante se giró hacia ella, disculpándose, la gelidez que reflejaba se sosegó, aunque no pudo evitar continuar con aquel gesto enfadado.
- No pasa nada-. Dijo igualmente, pues convenía poder mantener bajo control la misma coraza de actuación que siempre llevaba consigo. Daba igual que alguien creyese que conocía su secreto, pues nunca lo sabría a ciencia cierta, y en eso se basaba todo cuanto habían fundamentado durante meses en el reino. Y mucho más allá, desplegando esa influencia sobre el gobierno mundial.- Ahora que está todo listo, este es mi historial-. Intentando apartar la mirada de Al, dejó ver sus papeles, aquellos que contenían toda la información necesaria con la que trabajar. Incluía pruebas, todos los datos sobre la misión realizada en Isla Bilberry y los efectos producidos, y también los archivos clasificados de la explosión ocurrida en el antiguo reino del Germa, aquel hundido bajo las profundidades del océano-. Lo más básico que puedo decirles es que me estoy muriendo. Y necesito ayuda. Su ayuda, en concreto, y la del centro de investigación de la marine.- Tal vez lo expresó con demasiada poca humanidad, pero el tiempo había conseguido que superase la idea de su muerte, o al menos, que pudiese demostrarlo frente al público.
Había tocado una mala tecla. De pronto, daba igual si era un hombre o una mujer, se había pasado. La gelidez de su rostro, la tensión, el amargo silencio entre la disculpa y el perdón... Él lo sabía. Tenía familia, casi seguro, puede que amigos, y seguro que más de una vez se había visto reflejado en el espejo. Era plenamente consciente de lo que parecía, de la imagen que podía dar, de la impresión que cualquiera pudiese recibir al verle. De una forma o de otra, había tocado por bocazas un tema delicado en el que ninguno quería meterse.
Quiso disculparse de nuevo, pero tan solo terminó de firmar en silencio el acuerdo de confidencialidad. No tenía claro del todo por qué debía firmarlo; ni siquiera estaba seguro de que fuese productivo para su caso en absoluto, retrasando el intercambio de información constantemente entre unos y otros médicos que pudiesen llevar el caso. Tenían los informes, claro, pero las agendas personales o las observaciones de colegas durante la investigación, aquellas obviadas en algún momento pero tal vez relevantes de alguna forma no podrían conocerlas. Podría decir que no era su problema, que ya tenía bastantes ocupaciones por sí mismo y una más le restaría tiempo para, por ejemplo, algo. Lo cierto era que tenía bastante tiempo libre, pero no tenía intención de gastarlo en tratar de ayudar sabiendo que sería mucho más lastre que apoyo. No obstante, lo cierto era que Levi le había pedido ayuda en una investigación, y si bien había estado experimentando con él no había llegado a ninguna conclusión razonable; además, el encuentro era sospechosamente fortuito. Aunque dudaba que Levi hubiese programado una semana de experimentación, claro.
- Todos morimos en algún momento -lo tranquilizó, abriendo la primera página de un dosier escrito por el doctor Misha Brösten, neumólogo-. Algunos más deprisa que otros, claro, pero has venido al sitio adecuado. Solo hay un científico en toda la Marina que rivaliza con su intelecto médico.
Notó la sonrisa de Levi. Torva, había aceptado el halago con ciertas reticencias. Había muchos médicos en el cuerpo de investigación, y aunque Al sentía cierta debilidad por su amigo, algunos podían competir con él. Uno de ellos, Michael Moose, lo hacía en igualdad de condiciones. Su enemistad era legendaria desde que se habían conocido, compitiendo constantemente por la exigua financiación del Gobierno Mundial a su proyecto de investigación. Moose fundamentaba su campo en la biomecánica, mientras que Levi estaba obsesionado con la selección artificial, la eugenesia y la mejora del cuerpo a través de procesos orgánicos. En realidad, a no ser que pretendiese vivir toda su vida en un pulmón de acero -cosa que Brösten recomendaba encarecidamente-, Levi era la mejor opción.
El médico no tardó en unirse a la revisión, abriendo hasta cinco carpetas a una vez y examinándolas simultáneamente. A veces envidiaba ese talento, pero también sabía que sin decir nada él sufría una envidia malsana cada vez que lo veía tocar el violín. Cada uno tenía sus habilidades; si Nijiro hubiese querido un músico lo habría contratado a él, pero quería vivir. Por mucho que sus ojos estuviesen apagados y su voz casi no tuviese vida alguna, dentro de él había ganas de curarse. Bueno, a él... O al hermano que se mencionaba como simple efeméride en la descripción del accidente.
Lo miró a la cara, buscando qué había tras esas pupilas sin brillo. ¿Qué secretos escondía?
Ojalá pudiese descubrirlos.
- A no ser que haya que extirpar algo no voy a ser de mucha ayuda -declaró, cerrando la carpeta de golpe-. Pero sé dónde hacen los mejores mojitos de todo Marineford. Levi solía ganarse un sobresueldo ahí mientras estudiaba para entrar al cuerpo científico. -La mirada del médico volvió a atravesarlo-. Le llevará un rato, deberíamos dejarlo trabajar. ¿No crees?
Quiso disculparse de nuevo, pero tan solo terminó de firmar en silencio el acuerdo de confidencialidad. No tenía claro del todo por qué debía firmarlo; ni siquiera estaba seguro de que fuese productivo para su caso en absoluto, retrasando el intercambio de información constantemente entre unos y otros médicos que pudiesen llevar el caso. Tenían los informes, claro, pero las agendas personales o las observaciones de colegas durante la investigación, aquellas obviadas en algún momento pero tal vez relevantes de alguna forma no podrían conocerlas. Podría decir que no era su problema, que ya tenía bastantes ocupaciones por sí mismo y una más le restaría tiempo para, por ejemplo, algo. Lo cierto era que tenía bastante tiempo libre, pero no tenía intención de gastarlo en tratar de ayudar sabiendo que sería mucho más lastre que apoyo. No obstante, lo cierto era que Levi le había pedido ayuda en una investigación, y si bien había estado experimentando con él no había llegado a ninguna conclusión razonable; además, el encuentro era sospechosamente fortuito. Aunque dudaba que Levi hubiese programado una semana de experimentación, claro.
- Todos morimos en algún momento -lo tranquilizó, abriendo la primera página de un dosier escrito por el doctor Misha Brösten, neumólogo-. Algunos más deprisa que otros, claro, pero has venido al sitio adecuado. Solo hay un científico en toda la Marina que rivaliza con su intelecto médico.
Notó la sonrisa de Levi. Torva, había aceptado el halago con ciertas reticencias. Había muchos médicos en el cuerpo de investigación, y aunque Al sentía cierta debilidad por su amigo, algunos podían competir con él. Uno de ellos, Michael Moose, lo hacía en igualdad de condiciones. Su enemistad era legendaria desde que se habían conocido, compitiendo constantemente por la exigua financiación del Gobierno Mundial a su proyecto de investigación. Moose fundamentaba su campo en la biomecánica, mientras que Levi estaba obsesionado con la selección artificial, la eugenesia y la mejora del cuerpo a través de procesos orgánicos. En realidad, a no ser que pretendiese vivir toda su vida en un pulmón de acero -cosa que Brösten recomendaba encarecidamente-, Levi era la mejor opción.
El médico no tardó en unirse a la revisión, abriendo hasta cinco carpetas a una vez y examinándolas simultáneamente. A veces envidiaba ese talento, pero también sabía que sin decir nada él sufría una envidia malsana cada vez que lo veía tocar el violín. Cada uno tenía sus habilidades; si Nijiro hubiese querido un músico lo habría contratado a él, pero quería vivir. Por mucho que sus ojos estuviesen apagados y su voz casi no tuviese vida alguna, dentro de él había ganas de curarse. Bueno, a él... O al hermano que se mencionaba como simple efeméride en la descripción del accidente.
Lo miró a la cara, buscando qué había tras esas pupilas sin brillo. ¿Qué secretos escondía?
Ojalá pudiese descubrirlos.
- A no ser que haya que extirpar algo no voy a ser de mucha ayuda -declaró, cerrando la carpeta de golpe-. Pero sé dónde hacen los mejores mojitos de todo Marineford. Levi solía ganarse un sobresueldo ahí mientras estudiaba para entrar al cuerpo científico. -La mirada del médico volvió a atravesarlo-. Le llevará un rato, deberíamos dejarlo trabajar. ¿No crees?
Vinsmoke Nijiro
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Desplegar todos aquellos informes sobre la mesa resultó mucho más duro de lo que creía. Se suponía que estaba dispuesta a hacer lo que fuese con tal de ayudarse a sí misma y a su hermano pequeño, pero exponerse ante dos extraños era algo que nunca había sufrido. Sus debilidades, sus imperfecciones, aquellas hojas demostraban cada pequeño experimento al que se había visto sometida, cada impacto sobre su cuerpo a lo largo de los años. Cada herida, operación e incluso la información confidencial de las mejoras corporales con respecto a sus hermanos. Todo cuanto pudiese tener relevancia en el futuro, o servir de cara a una investigación más minuciosa de la que ella misma podía hacer en los laboratorios del Germa. De alguna forma, se sentía desprotegida al desvelar todo eso, pero también entendía por qué estaba haciéndolo. No era por ella, en realidad. Ni por su salud. Todo era por Sanjiro, dispuesta a hacer cuanto hiciese falta por él. Daba igual qué, si para curarle necesitaba suplicar, se arrodillaría hasta que sus piernas no aguantasen más.
- Lo sé.- Contestó, mirando a Al con una expresión más calmada, dejando -poco a poco- la gelidez de sus ojos al margen. No podía culparle por ser como era, ni por lo que decía, y ponerse nerviosa ante una situación tan desconocida y desfavorable no le ayudaría.- Tengo asumida mi muerte, pero...- Hizo una pausa, pasando -sin darse cuenta siquiera- el dedo por encima de la fotografía de Sanjiro.- Simplemente creo que puedo servir como sujeto de experimentos en pos de encontrar un mejor futuro para mi hermano.- No le importó decirlo, puesto que ya habían firmado aquel contrato, no tenía más motivos para esconderles ese tipo de información. Tampoco era algo exclusivo ni especialmente relevante, así que no había problema.- O un futuro, en general.
Asintió en dirección al almirante, demostrando cierta confianza en su gesto. Si bien habían estado investigando a los diferentes médicos del gobierno, tanto Steven como Boris habían llegado a la conclusión de que Levi era el mejor científico. Al menos, en lo que a su problema se refería, puesto que comprendía mucho mejor el tipo de cuerpos que Sanjiro y ella tenían, y tal vez pudiesen ayudarse mutuamente. Sí, en cierto modo estaban ofreciendo secretos del Germa a cambio de ser ayudados por aquel hombre, pero tal y como Nijiro estaba viendo la situación, al científico en realidad no parecía importarle demasiado lo que obtuviese a cambio. Ni siquiera había puesto precio por sus servicios, y lucía más interesado en sí en el caso que en cualquier recompensa. Algo que hablaba mucho a su favor, desde luego.
- Confío plenamente. Gracias por interesarse en el caso.- Dijo, y dejó que el hombre pudiese leer tranquilo los informes. Había para bastante rato, pues eran complejos y trataban minuciosamente cada investigación realizada desde el momento de la explosión -tomando muestras antes de que el castillo terminase de hundirse- hasta un par de días antes, cuando terminaron de hacer diversas pruebas al mercurio de Nijiro.
Al girar su rostro hacia Al -de forma inconsciente, pues de haberlo sabido no hubiese mirado- se percató de que él también le observaba, y no pudo evitar sonrojarse en el acto. Su muro de piedra, aquel que siempre llevaba consigo, flaqueó un instante, sin poder recomponerlo del todo. No entendía aquellas reacciones que ese hombre producía en ella, pero empezaban a ser un problema. Sobre todo porque no conseguía controlarse del todo.
- Por el momento creo que no necesito que me extirpen nada, pero te llamaré si hace falta-. Ladeó un poco la cabeza. Esa vez sí que había pillado que se trataba de una broma, pero era un intento -bastante vago- por seguir aquella conversación de forma adecuada en un humano. Claro que no había funcionado demasiado, pero no se podía decir que no lo intentaba.- ¿Mojitos? - Elevó ambas cejas, curiosa, e incluso algo divertida. Lo que estuvo a punto de hacerle sonreír, además, fue la mirada que le dedicó Levi al almirante. Se planteó durante unos segundos la respuesta que debía dar. Beber alcohol no resultaría demasiado bueno para su salud, pero teniendo en cuenta que Boris no estaba allí para verle, y que había decidido vivir el resto del tiempo que le quedase a lo grande...- Sí, me apetecen esos mojitos. ¿Ponen sombrillita? - Preguntó de forma inocente, interrumpiendo una sonrisa antes de que se formase sobre su rostro. Hizo el amago de levantarse, pero esperó para cerciorarse de si se trataba de una broma o no.
- Lo sé.- Contestó, mirando a Al con una expresión más calmada, dejando -poco a poco- la gelidez de sus ojos al margen. No podía culparle por ser como era, ni por lo que decía, y ponerse nerviosa ante una situación tan desconocida y desfavorable no le ayudaría.- Tengo asumida mi muerte, pero...- Hizo una pausa, pasando -sin darse cuenta siquiera- el dedo por encima de la fotografía de Sanjiro.- Simplemente creo que puedo servir como sujeto de experimentos en pos de encontrar un mejor futuro para mi hermano.- No le importó decirlo, puesto que ya habían firmado aquel contrato, no tenía más motivos para esconderles ese tipo de información. Tampoco era algo exclusivo ni especialmente relevante, así que no había problema.- O un futuro, en general.
Asintió en dirección al almirante, demostrando cierta confianza en su gesto. Si bien habían estado investigando a los diferentes médicos del gobierno, tanto Steven como Boris habían llegado a la conclusión de que Levi era el mejor científico. Al menos, en lo que a su problema se refería, puesto que comprendía mucho mejor el tipo de cuerpos que Sanjiro y ella tenían, y tal vez pudiesen ayudarse mutuamente. Sí, en cierto modo estaban ofreciendo secretos del Germa a cambio de ser ayudados por aquel hombre, pero tal y como Nijiro estaba viendo la situación, al científico en realidad no parecía importarle demasiado lo que obtuviese a cambio. Ni siquiera había puesto precio por sus servicios, y lucía más interesado en sí en el caso que en cualquier recompensa. Algo que hablaba mucho a su favor, desde luego.
- Confío plenamente. Gracias por interesarse en el caso.- Dijo, y dejó que el hombre pudiese leer tranquilo los informes. Había para bastante rato, pues eran complejos y trataban minuciosamente cada investigación realizada desde el momento de la explosión -tomando muestras antes de que el castillo terminase de hundirse- hasta un par de días antes, cuando terminaron de hacer diversas pruebas al mercurio de Nijiro.
Al girar su rostro hacia Al -de forma inconsciente, pues de haberlo sabido no hubiese mirado- se percató de que él también le observaba, y no pudo evitar sonrojarse en el acto. Su muro de piedra, aquel que siempre llevaba consigo, flaqueó un instante, sin poder recomponerlo del todo. No entendía aquellas reacciones que ese hombre producía en ella, pero empezaban a ser un problema. Sobre todo porque no conseguía controlarse del todo.
- Por el momento creo que no necesito que me extirpen nada, pero te llamaré si hace falta-. Ladeó un poco la cabeza. Esa vez sí que había pillado que se trataba de una broma, pero era un intento -bastante vago- por seguir aquella conversación de forma adecuada en un humano. Claro que no había funcionado demasiado, pero no se podía decir que no lo intentaba.- ¿Mojitos? - Elevó ambas cejas, curiosa, e incluso algo divertida. Lo que estuvo a punto de hacerle sonreír, además, fue la mirada que le dedicó Levi al almirante. Se planteó durante unos segundos la respuesta que debía dar. Beber alcohol no resultaría demasiado bueno para su salud, pero teniendo en cuenta que Boris no estaba allí para verle, y que había decidido vivir el resto del tiempo que le quedase a lo grande...- Sí, me apetecen esos mojitos. ¿Ponen sombrillita? - Preguntó de forma inocente, interrumpiendo una sonrisa antes de que se formase sobre su rostro. Hizo el amago de levantarse, pero esperó para cerciorarse de si se trataba de una broma o no.
Había leído cosas en el informe. Algunas las entendía, otras no. Algunas tenían sentido, otras parecían no tenerlo. Era solo uno de muchos, claro, y estaba seguro de que si se hubiese molestado en indagar un poco más podría haber dado con la respuesta a cada incógnita que se iba presentando en su mente. Sin embargo se había quedado con que no sufría alergia a los cítricos, la menta, el ron ni el azúcar. Lógicamente, tampoco tenía alergia al hielo. Al menos, no a pequeñas cantidades.
- Nunca he visto un mojito con sombrilla -admitió. Levi arqueó una ceja, mirando sin levantar la cabeza al agente, y luego a él-. Pero si no la tienen, también sé dónde venden las mejores sombrillas. Al final, el mojito se disfruta más con los pies en la arena.
Era fácil, hasta para él, leer los ojos del médico. Tras tantos años había cogido cierto cariño al local, y si bien su segundo empleo como bebedor profesional había terminado hacía mucho tiempo seguía conservando una férrea convicción acerca de cómo debía o no ser bebido cada combinado. También sabía que el chico no tenía un buen pronóstico, por lo que cuando detuvo sus pupilas contra él dijo, sin palabras, "dale putas sombrillas al chico". En realidad había decenas de cócteles que sí la llevaban y dudaba seriamente que en el pub del viejo O'Fallon -mucho mejor que la discoteca del joven O'Fallon- se fuesen a negar a hacer lo que fuera con tal de agasajar a un nuevo cliente. De hecho, si bien conocía la generosidad y simpatía de los dueños, estaba seguro de que eran tan codiciosos y avaros que su interés en Nijiro sería proporcional a su esperanza de vida. Al fin y al cabo, si no se trataba de un cliente a largo plazo, ¿por qué agasajarlo?
- Y... Conozco tu secreto -dijo con contundencia, adelantándose hasta apoyar los codos sobre sus propios muslos. Entrecerró los ojos, perspicaz, y se acarició el mentón con una sonrisa mezquina-. No eres un robot. Esa sonrisa la he visto. ¡Vamos, que puedes alegrarte! Estamos entre amigos.
Tal vez "amigos" no era la palabra más acertada. Acababan de conocerse y el chiquillo presentaba, en base a todos sus conocimientos psiquiátricos -pocos, en realidad- un leve autismo. Aunque también podía ser que se tratase simplemente de alguien tímido, lo cual comprendía. Él también se sentiría intimidado delante de Levi si no hubiera tenido que sujetarle el pene durante su peor borrachera, limpiado el vómito durante su segunda peor y cargado con él hasta la cama los días de trabajo duro. Sin embargo, aun si "amigo" era una palabra demasiado fuerte para utilizar gratuitamente, estaban del mismo lado en múltiples órdenes: Todos trabajaban para el Gobierno Mundial, a los tres les apetecía un mojito -a Levi siempre le apetecían, en realidad-, los tres estaban vivos, los tres llevaban traje y, particularmente, los tres estaban unidos por una de las cosas más sagradas que un hombre debía respetar: Un contrato formal vinculante. Además, le caía bien el muchacho. Era un autista simpático.
Se levantó del asiento junto con él, y le abrió la puerta. Levi dijo alguna que otra cosa, pero dado que no lo entendió asumió que había mascullado alguna clase de despedida con cierto descaro. Esperó en el quicio hasta que el peliverde saliese, y señalaría con la mano. No era muy necesario, dado que se trataba de un pasillo casi recto, pero nunca estaba de más por si no sabía orientarse.
- Te encantará O'fallon -explicó-. Desde que Levi estuvo ahí introdujeron un sinfín de productos increíbles, y venden diez variedades de mojito distintas. La mejor es la de mango, aunque tienes cara de que te iría más el de piña.
Con eso y tarareando una canción sobre la piña colada que había oído cantar a un hombre una vez -precisamente en O'Fallon-, lo guio rumbo a su largo viaje. Y sin dejar que nadie pudiera disuadirlos zarparían en busca de sus mojitos. Y de las minipizzas que servían a veces como tapa.
- Nunca he visto un mojito con sombrilla -admitió. Levi arqueó una ceja, mirando sin levantar la cabeza al agente, y luego a él-. Pero si no la tienen, también sé dónde venden las mejores sombrillas. Al final, el mojito se disfruta más con los pies en la arena.
Era fácil, hasta para él, leer los ojos del médico. Tras tantos años había cogido cierto cariño al local, y si bien su segundo empleo como bebedor profesional había terminado hacía mucho tiempo seguía conservando una férrea convicción acerca de cómo debía o no ser bebido cada combinado. También sabía que el chico no tenía un buen pronóstico, por lo que cuando detuvo sus pupilas contra él dijo, sin palabras, "dale putas sombrillas al chico". En realidad había decenas de cócteles que sí la llevaban y dudaba seriamente que en el pub del viejo O'Fallon -mucho mejor que la discoteca del joven O'Fallon- se fuesen a negar a hacer lo que fuera con tal de agasajar a un nuevo cliente. De hecho, si bien conocía la generosidad y simpatía de los dueños, estaba seguro de que eran tan codiciosos y avaros que su interés en Nijiro sería proporcional a su esperanza de vida. Al fin y al cabo, si no se trataba de un cliente a largo plazo, ¿por qué agasajarlo?
- Y... Conozco tu secreto -dijo con contundencia, adelantándose hasta apoyar los codos sobre sus propios muslos. Entrecerró los ojos, perspicaz, y se acarició el mentón con una sonrisa mezquina-. No eres un robot. Esa sonrisa la he visto. ¡Vamos, que puedes alegrarte! Estamos entre amigos.
Tal vez "amigos" no era la palabra más acertada. Acababan de conocerse y el chiquillo presentaba, en base a todos sus conocimientos psiquiátricos -pocos, en realidad- un leve autismo. Aunque también podía ser que se tratase simplemente de alguien tímido, lo cual comprendía. Él también se sentiría intimidado delante de Levi si no hubiera tenido que sujetarle el pene durante su peor borrachera, limpiado el vómito durante su segunda peor y cargado con él hasta la cama los días de trabajo duro. Sin embargo, aun si "amigo" era una palabra demasiado fuerte para utilizar gratuitamente, estaban del mismo lado en múltiples órdenes: Todos trabajaban para el Gobierno Mundial, a los tres les apetecía un mojito -a Levi siempre le apetecían, en realidad-, los tres estaban vivos, los tres llevaban traje y, particularmente, los tres estaban unidos por una de las cosas más sagradas que un hombre debía respetar: Un contrato formal vinculante. Además, le caía bien el muchacho. Era un autista simpático.
Se levantó del asiento junto con él, y le abrió la puerta. Levi dijo alguna que otra cosa, pero dado que no lo entendió asumió que había mascullado alguna clase de despedida con cierto descaro. Esperó en el quicio hasta que el peliverde saliese, y señalaría con la mano. No era muy necesario, dado que se trataba de un pasillo casi recto, pero nunca estaba de más por si no sabía orientarse.
- Te encantará O'fallon -explicó-. Desde que Levi estuvo ahí introdujeron un sinfín de productos increíbles, y venden diez variedades de mojito distintas. La mejor es la de mango, aunque tienes cara de que te iría más el de piña.
Con eso y tarareando una canción sobre la piña colada que había oído cantar a un hombre una vez -precisamente en O'Fallon-, lo guio rumbo a su largo viaje. Y sin dejar que nadie pudiera disuadirlos zarparían en busca de sus mojitos. Y de las minipizzas que servían a veces como tapa.
Vinsmoke Nijiro
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Lo cierto era que el ambiente en el que estaba, pese a ser lo más cómodo que había visto desde que llegó a Marineford, resultaba completamente interferido por la presencia de Al, consiguiendo desconcentrarla de todo cuanto tenía que hacer y consideraba su deber. Por suerte o por desgracia, por lo menos había la opción de beber mojitos hasta hartarse. No es que fuese un gran alivio, pero era lo mejor a lo que podía aspirar llegado ese punto. Y la idea de estar a solas con el almirante, incluso teniendo que mantener aquella tapadera suya, le parecía agradable.
- No me gusta mojarme.- Confesó, encogiendo un poco los hombros.- Lo cierto es que la playa resulta molesta, entre tanta arena, y tanta sal. Es un lugar bastante sucio. Y no puedo nadar, así que...- No le dio demasiada importancia, si no había sombrillitas, seguramente podría encontrar alguna pajita con la que entretenerse y hacer el tonto. Ya que sí, esa era la función principal de los complementos en las bebidas. Pero bueno, ya tendría tiempo de ver con qué se entretenía una vez llegasen al bar. Podría incluso no hacer falta algo con lo que entretenerse y evitar el silencio, teniendo en cuenta que Al Naion parecía un hombre medianamente culto. La mayoría de veces, al menos.
Dejó de pensar en ello en cuanto el hombre se echó hacia delante. Todavía había espacio entre ambos, pero estaba agachándose hasta mirarle directamente a los ojos. ¿Sonreír? Sí, claro que podía sonreír. Contrario a lo que los demás pensaban, seguía siendo humana, y ese tipo de cosas estaban implícitas en su comportamiento. Pero al igual que muchas otras cosas, prefería obviarlos de cara al público, pues ese tipo de acciones condicionaban lo que los demás podían pensar de ella. O eso le habían explicado durante toda su vida, al menos.
- Claro que puedo sonreír-. Mencionó de pasada. Por otro lado, amistad sonaba como una palabra muy fuerte, muy ajena a ella. Aunque tenía amigos, todos ellos formaban parte de su círculo interno, y se limitaba a un número par muy pequeño. Su hermano, Boris y Steven. Lo demás eran conocidos del trabajo o gente del reino. Y evidentemente con ellos no había intimado lo suficiente. Por norma general no intimaba con nadie, así que...- Estoy alegre. ¿No se nota? -. Volvió a bromear, esta vez conteniendo por completo la sonrisa para ejercer un mayor efecto. Ciertamente, consideraba el laboratorio como un lugar en el que sentirse cómoda, y no tenía problema en demostrarlo, aunque fuese con su retorcida y extraña forma de ver las cosas.
En cuanto se levantó, ella terminó de hacer lo mismo, dándose un minuto aproximadamente para arreglarse el traje, la corbata y la camisa. Inclinó la cabeza en dirección al doctor Levi, con profundo respeto -algo extraño en ella-, y se dirigió a la puerta junto a Al. El pasillo se hizo presente ante ellos, y echó a andar con un paso tranquilo mientras entablaban conversación. Permitió que continuase delante de ella, aunque no por mucha distancia, dejando que guiase el paso. No tenía una orientación precisamente mala, puesto que podía acordarse de las indicaciones y de las zonas ya vistas, pero ese tal O'fallon era completamente desconocido para ella. Como prácticamente cualquier cosa dentro de Marineford, ciertamente.
- Me encanta la piña-. Aprovechó que estaba algo por detrás para torcer un poco el gesto en una media sonrisa que duró tan solo un par de segundos. Mientras caminaba, además de seguir su paso, pensaba en qué podrían hacer una vez estuviesen allí. No sabía qué aspecto podría tener el bar, pero le había hablado tan bien de el que tenía ganas de verlo-. Prefiero pasar del mango, al menos durante una temporada-. Mencionó de pasada. Justo ahora que estaban solos, el ambiente le resultaba incluso más confuso. Mientras él tarareaba, no sabía bien si debía decir algo, o si podía comentar cualquier cosa. ¿Sería de mala educación intervenir en esos momentos? O tal vez llegase a parecerle mal que le interrumpiese en mitad de la canción. Al final, el tono de su voz no estaba tan mal, y en una especie de entonación era incluso mejor. Acabó por mantenerse en silencio hasta que hubo una pequeña pausa, que aprovechó instantáneamente.- Señor Naion, ¿suele frecuentar mucho los bares? - Nada más hacer la pregunta, se arrepintió enormemente. Podía excusarse en que no había tenido mucho tiempo para pensar, pero lo cierto era que no se le ocurría nada mejor con lo que intervenir. Y al final parecía estar preguntándole si era un borracho.
Iba a ser una velada muy, pero que muy larga para ella.
- No me gusta mojarme.- Confesó, encogiendo un poco los hombros.- Lo cierto es que la playa resulta molesta, entre tanta arena, y tanta sal. Es un lugar bastante sucio. Y no puedo nadar, así que...- No le dio demasiada importancia, si no había sombrillitas, seguramente podría encontrar alguna pajita con la que entretenerse y hacer el tonto. Ya que sí, esa era la función principal de los complementos en las bebidas. Pero bueno, ya tendría tiempo de ver con qué se entretenía una vez llegasen al bar. Podría incluso no hacer falta algo con lo que entretenerse y evitar el silencio, teniendo en cuenta que Al Naion parecía un hombre medianamente culto. La mayoría de veces, al menos.
Dejó de pensar en ello en cuanto el hombre se echó hacia delante. Todavía había espacio entre ambos, pero estaba agachándose hasta mirarle directamente a los ojos. ¿Sonreír? Sí, claro que podía sonreír. Contrario a lo que los demás pensaban, seguía siendo humana, y ese tipo de cosas estaban implícitas en su comportamiento. Pero al igual que muchas otras cosas, prefería obviarlos de cara al público, pues ese tipo de acciones condicionaban lo que los demás podían pensar de ella. O eso le habían explicado durante toda su vida, al menos.
- Claro que puedo sonreír-. Mencionó de pasada. Por otro lado, amistad sonaba como una palabra muy fuerte, muy ajena a ella. Aunque tenía amigos, todos ellos formaban parte de su círculo interno, y se limitaba a un número par muy pequeño. Su hermano, Boris y Steven. Lo demás eran conocidos del trabajo o gente del reino. Y evidentemente con ellos no había intimado lo suficiente. Por norma general no intimaba con nadie, así que...- Estoy alegre. ¿No se nota? -. Volvió a bromear, esta vez conteniendo por completo la sonrisa para ejercer un mayor efecto. Ciertamente, consideraba el laboratorio como un lugar en el que sentirse cómoda, y no tenía problema en demostrarlo, aunque fuese con su retorcida y extraña forma de ver las cosas.
En cuanto se levantó, ella terminó de hacer lo mismo, dándose un minuto aproximadamente para arreglarse el traje, la corbata y la camisa. Inclinó la cabeza en dirección al doctor Levi, con profundo respeto -algo extraño en ella-, y se dirigió a la puerta junto a Al. El pasillo se hizo presente ante ellos, y echó a andar con un paso tranquilo mientras entablaban conversación. Permitió que continuase delante de ella, aunque no por mucha distancia, dejando que guiase el paso. No tenía una orientación precisamente mala, puesto que podía acordarse de las indicaciones y de las zonas ya vistas, pero ese tal O'fallon era completamente desconocido para ella. Como prácticamente cualquier cosa dentro de Marineford, ciertamente.
- Me encanta la piña-. Aprovechó que estaba algo por detrás para torcer un poco el gesto en una media sonrisa que duró tan solo un par de segundos. Mientras caminaba, además de seguir su paso, pensaba en qué podrían hacer una vez estuviesen allí. No sabía qué aspecto podría tener el bar, pero le había hablado tan bien de el que tenía ganas de verlo-. Prefiero pasar del mango, al menos durante una temporada-. Mencionó de pasada. Justo ahora que estaban solos, el ambiente le resultaba incluso más confuso. Mientras él tarareaba, no sabía bien si debía decir algo, o si podía comentar cualquier cosa. ¿Sería de mala educación intervenir en esos momentos? O tal vez llegase a parecerle mal que le interrumpiese en mitad de la canción. Al final, el tono de su voz no estaba tan mal, y en una especie de entonación era incluso mejor. Acabó por mantenerse en silencio hasta que hubo una pequeña pausa, que aprovechó instantáneamente.- Señor Naion, ¿suele frecuentar mucho los bares? - Nada más hacer la pregunta, se arrepintió enormemente. Podía excusarse en que no había tenido mucho tiempo para pensar, pero lo cierto era que no se le ocurría nada mejor con lo que intervenir. Y al final parecía estar preguntándole si era un borracho.
Iba a ser una velada muy, pero que muy larga para ella.
Estuvo a punto de decirlo. Sin embargo, fue capaz de reprimir su impulso. Ya había tentado a la suerte en dos ocasiones, y Levi había terminado por molestarse ante su comportamiento. Y Levi era mucho mejor que él para entender cuándo una broma podía estar sentando mal a alguien, así que lo ideal era hacerle caso. Aunque fuese solo en algo tan pequeño y minúsculo como aquello.
- No sé a qué playas has ido tú -dijo, encogiéndose de hombros-, pero desde luego no a las mismas que yo. -En realidad, él recordaba todavía las playas de su isla natal y se aproximaban bastante a aquella descripción. Al menos, en líneas generales-. Arena dorada que se acomoda a tus pies como una colcha mullida, el brillo dorado del sol creando olas blancas que te empapan de espuma los pies desnudos... Y las chicas. En ningún otro sitio vas a ver a una mujer lucirse con tanta naturalidad y seguridad como en una playa. Más allá del físico, o lo explícito... Es convertir el lienzo en arte, el cuerpo en poesía, el movimiento en música. ¿No es eso razón bastante para soportar el limpiarse los pies al terminar?
Al siempre había sido un mujeriego empedernido. Venía del South Blue, tenía sangre de casanova recorriendo sus venas y, por suerte, una cara que acompañaba esa pretensión. No es que tuviese un éxito desmesurado -o sí, en realidad nunca había terminado de planteárselo-, pero algún que otro mérito había cumplido. Sin embargo, era algo que rozaba lo espiritual, una suerte de liturgia en la que la pulsión desatada inspiraba sus más apasionadas composiciones y le daba fuerzas para superar sus límites tocando. Le gustaba ver, tocar, oír, sentir, saber, recordar... Era algo que ejercía una atracción contra la que difícilmente podía luchar, mucho menos ganar. Pero, al fin y al cabo, ¿Quién querría ganar ahí?
Obvió que no pudiera nadar. No era algo tan raro, sobre todo en alguien que se estaba muriendo. Si ya había perdido fuerza, a lo mejor las olas se lo llevaban; también podía hundirse. Lo que no pudo obviar fue la cara de pared que puso, irónicamente demostrando más alegría que cualquier otra sonrisa que hubiese intentado contener. Él por su parte no pudo contener una carcajada, bastante sonora.
- La piña es una fruta increíble. -Lo era-. Por cierto, dato médico increíble acerca de la piña: Te derrite la boca mientras te la comes, por eso deja una sensación de adormecimiento en ella. Afortunadamente nos regeneramos muy deprisa como para que suponga una amenaza, ¿pero imaginas una guerra química usando zumo de piña? Sería espectacular.
Cada vez que le daba una respuesta dejaba la canción, y aunque hacía un esfuerzo por no volver a ella sentía la necesidad de completarla.
- ¿El mango? ¿Te ha dado algún problema? -preguntó-. Alergia, o una indigestión, ¿no?
Habría seguido haciendo cábalas sobre los motivos tras el rechazo a la fruta definitiva creada por la naturaleza, pero la pregunta que cayó sobre él lo dejó aturdido. No tanto por el fondo en sí, sino porque no recordaba haberse presentado. Bueno, en realidad él sabía que se trataba de Vinsmoke Nijiro, por lo que era probable que realmente no recordara haberse presentado, aunque lo hubiese hecho.
Se golpeó la frente, frustrado. Acarreaba problemas de memoria desde los ocho años, pero no así. Si se forzaba a recordar no había ninguna incoherencia en su visión -al menos, que pudiese detectar-. No había un corte abrupto, ni un lapso de tiempo confuso. ¿Cómo podía no recordar algo tan trivial como eso? Tenía que dejar de retrasarlo y llamar a su neurólogo de una vez.
- Perdona, me ha cogido de sorpresa. Voy todo lo que puedo. -Terminó de tararear, y prosiguió-: Creo que no hay ningún sitio mejor en el mundo que un bar. Allí no importa tu trabajo, tus responsabilidades, tus problemas... Es un mundo aparte, solo necesitas tener dinero para pagar tu bebida y ganas de divertirte. Te vas a encontrar con gente que te llamará por tu nombre, te tocará el hombro y hará un sinfín de bromas indecentes mientras intercambias puyas con ella. Son mi segundo lugar favorito.
Lo único que superaba a los bares en su escala era un escenario. Le gustaba la cama, claro, y la tranquilidad de su sala de estar resultaba gratificante, pero el único momento en que no era Koneko, ni Scarfguy, ni la Ventisca del Sur, ni Al Naion... Era sobre la tarima, durante ese breve lapso de tiempo en el que el violín dictaba su voz y él se convertía en poco más que un recipiente de la canción del mundo. Sin nada más allá de pura melodía, sin nada más allá del presente, ni hundido en el pasado ni pendiente del futuro; lamiendo el misterio como forma de hacer reverberar un eco de cordura en el maníaco silencio.
- Y tú... ¿Haces algo para divertirte, aparte de pedir que te laman extremidades?
La pregunta era obligada. O'Fallon aún estaba al final de la calle y no tenían tanta confianza como para recorrerla en silencio. Además, había un poco de tensión sexual. El chiquillo se veía un poco gay, y él... Bueno, no bateaba hacia ese lado. Por desgracia para él.
- No sé a qué playas has ido tú -dijo, encogiéndose de hombros-, pero desde luego no a las mismas que yo. -En realidad, él recordaba todavía las playas de su isla natal y se aproximaban bastante a aquella descripción. Al menos, en líneas generales-. Arena dorada que se acomoda a tus pies como una colcha mullida, el brillo dorado del sol creando olas blancas que te empapan de espuma los pies desnudos... Y las chicas. En ningún otro sitio vas a ver a una mujer lucirse con tanta naturalidad y seguridad como en una playa. Más allá del físico, o lo explícito... Es convertir el lienzo en arte, el cuerpo en poesía, el movimiento en música. ¿No es eso razón bastante para soportar el limpiarse los pies al terminar?
Al siempre había sido un mujeriego empedernido. Venía del South Blue, tenía sangre de casanova recorriendo sus venas y, por suerte, una cara que acompañaba esa pretensión. No es que tuviese un éxito desmesurado -o sí, en realidad nunca había terminado de planteárselo-, pero algún que otro mérito había cumplido. Sin embargo, era algo que rozaba lo espiritual, una suerte de liturgia en la que la pulsión desatada inspiraba sus más apasionadas composiciones y le daba fuerzas para superar sus límites tocando. Le gustaba ver, tocar, oír, sentir, saber, recordar... Era algo que ejercía una atracción contra la que difícilmente podía luchar, mucho menos ganar. Pero, al fin y al cabo, ¿Quién querría ganar ahí?
Obvió que no pudiera nadar. No era algo tan raro, sobre todo en alguien que se estaba muriendo. Si ya había perdido fuerza, a lo mejor las olas se lo llevaban; también podía hundirse. Lo que no pudo obviar fue la cara de pared que puso, irónicamente demostrando más alegría que cualquier otra sonrisa que hubiese intentado contener. Él por su parte no pudo contener una carcajada, bastante sonora.
- La piña es una fruta increíble. -Lo era-. Por cierto, dato médico increíble acerca de la piña: Te derrite la boca mientras te la comes, por eso deja una sensación de adormecimiento en ella. Afortunadamente nos regeneramos muy deprisa como para que suponga una amenaza, ¿pero imaginas una guerra química usando zumo de piña? Sería espectacular.
Cada vez que le daba una respuesta dejaba la canción, y aunque hacía un esfuerzo por no volver a ella sentía la necesidad de completarla.
- ¿El mango? ¿Te ha dado algún problema? -preguntó-. Alergia, o una indigestión, ¿no?
Habría seguido haciendo cábalas sobre los motivos tras el rechazo a la fruta definitiva creada por la naturaleza, pero la pregunta que cayó sobre él lo dejó aturdido. No tanto por el fondo en sí, sino porque no recordaba haberse presentado. Bueno, en realidad él sabía que se trataba de Vinsmoke Nijiro, por lo que era probable que realmente no recordara haberse presentado, aunque lo hubiese hecho.
Se golpeó la frente, frustrado. Acarreaba problemas de memoria desde los ocho años, pero no así. Si se forzaba a recordar no había ninguna incoherencia en su visión -al menos, que pudiese detectar-. No había un corte abrupto, ni un lapso de tiempo confuso. ¿Cómo podía no recordar algo tan trivial como eso? Tenía que dejar de retrasarlo y llamar a su neurólogo de una vez.
- Perdona, me ha cogido de sorpresa. Voy todo lo que puedo. -Terminó de tararear, y prosiguió-: Creo que no hay ningún sitio mejor en el mundo que un bar. Allí no importa tu trabajo, tus responsabilidades, tus problemas... Es un mundo aparte, solo necesitas tener dinero para pagar tu bebida y ganas de divertirte. Te vas a encontrar con gente que te llamará por tu nombre, te tocará el hombro y hará un sinfín de bromas indecentes mientras intercambias puyas con ella. Son mi segundo lugar favorito.
Lo único que superaba a los bares en su escala era un escenario. Le gustaba la cama, claro, y la tranquilidad de su sala de estar resultaba gratificante, pero el único momento en que no era Koneko, ni Scarfguy, ni la Ventisca del Sur, ni Al Naion... Era sobre la tarima, durante ese breve lapso de tiempo en el que el violín dictaba su voz y él se convertía en poco más que un recipiente de la canción del mundo. Sin nada más allá de pura melodía, sin nada más allá del presente, ni hundido en el pasado ni pendiente del futuro; lamiendo el misterio como forma de hacer reverberar un eco de cordura en el maníaco silencio.
- Y tú... ¿Haces algo para divertirte, aparte de pedir que te laman extremidades?
La pregunta era obligada. O'Fallon aún estaba al final de la calle y no tenían tanta confianza como para recorrerla en silencio. Además, había un poco de tensión sexual. El chiquillo se veía un poco gay, y él... Bueno, no bateaba hacia ese lado. Por desgracia para él.
Vinsmoke Nijiro
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las playas eran lugares del demonio. No del demonio en sí mismo, ni tampoco una manifestación diabólica del mal, pero sí lugares horribles. No había estado en muchas, pero cada vez que su familia pisaba una, Reiro e Ichiro no paraban de lanzarle arena, buscando ensuciarla aprovechando esa debilidad que tenía. Una vez, incluso se dedicaron a cavar un hoyo para enterrarla solo por diversión. Había llevado arena entre la ropa durante los siguientes diez días, y eso que cada día se daba por lo menos tres duchas, frotando bien para quitársela. Pero nada, que ni aun así consiguió librarse de ella. Por ello, la romántica descripción que Al estaba intentando inducir no se acomodaba bajo ningún concepto a lo que ella había vivido, y por ende no podía estar del todo de acuerdo.
- Arena hasta en la ropa interior, quemaduras en la piel...- No dijo nada de las mujeres, puesto que no podía rebatirlo. Estaba segura de que cualquiera -menos ella- sería capaz de sentirse cómoda en un lugar así, cálido y lleno de tranquilidad, donde poder disfrutar de la expresión corporal y de unos momentos de diversión asegurada.- Si solo fuesen los pies...- Mentó, rodando un poco los ojos. No quería quedar como una amargada con respecto a todo, y ya sabía que sus manías eran únicamente suyas y que podían resultar un problema de cara a los demás, así que se apresuró en añadir: - Pero tal vez es cosa de las playas a las que he ido, sí.- Cedió.
Cuando escuchó su risa, sintió algo chocando con cada uno de sus principios. Se quedó con la boca y los ojos muy abiertos, viendo toda esa tranquilidad que destilaba a la hora de demostrar su entretenimiento. Para ella, que se esforzaba por ocultar todo gesto, era increíble que alguien de su posición pudiese llegar a reírse de esa forma sin que nada más importase. De alguna forma, se alegró por haber conseguido semejante reacción, y sonrió con naturalidad, como si no le costase ningún esfuerzo hacerlo. Claro que al darse cuenta de ello, se tapó el rostro con un mechón de su largo cabello, y continuó andando como si nada hubiese ocurrido, intentando ocultarlo nuevamente. Aunque aquel sonido era maravilloso para sus oídos. Algo totalmente nuevo y precioso.
- Oh, sí. La piña es genial.- No conocía aquel dato médico sobre la piña ni mucho menos, se había limitado en toda su vida a comérsela sin pensar en sus propiedades, aunque algunas de ellas sí que las conocía.- O un luchador que utilice como arma una espada hecha de zumo de piña concentrado. Si se pudiese solidificar, podría ser un buen arma.- Comentó, dándole vueltas al asunto. Como parte de un futuro cómic, resultaba una increíble idea. No solo la de lanzar zumo de piña como arma, también tendría que ver cómo explotar algunas otras cosas de la fruta. Estaba segura de que podría ser la clave para el siguiente número de Sora, el guerrero del mar.- Suena increíble.
Permaneció unos momentos pensando en aquello, incluso aunque al principio parecía una tontería. Conforme más pasaba el tiempo, más le parecía una idea magnífica que necesitaba plasmar en uno de sus cómics. Completamente convencida de que sería algo gracioso que a la audiencia podría gustarle, continuó buscando más ideas. Pensó en látigos de piña, escudos hechos de piña, granadas de humo hecho a base del zumo de la piña... cualquier cosa que pudiese llegar a ser un arma. Y para rematar, un villano al que le gustase la pizza con piña como a ella. Increíble. Por lo menos en su cabeza.
- Cuando estábamos buscando formas para curarnos, fuimos en busca de algo que resultase útil, así que me comí una akuma no mi que... bueno, se suponía que era un mango. Pero desde luego no sabía a mango.- Como una anécdota podía pasar, pero lo comentó en una voz mucho más baja que de costumbre, por si acaso alguien que pasaba a su lado decidía escuchar algo más de la conversación. No era información exclusiva, y estaba presente en los informes, pero por si acaso... bueno, era mejor prevenir. Además, solo de recordar aquel repugnante sabor se le erizaba el pelo del cuerpo. Un escalofrío le recorrió por completo, y tragó saliva, deseosa de olvidarlo.- De verdad, es lo más asqueroso que he probado en mi vida.
Si su pregunta le había pillado desprevenido, seguramente era culpa suya. Como no conocía el procedimiento en una conversación amistosa, supuso que había hecho una pregunta errónea o que pudiese suponer algún problema para él. Se lamentó por haberlo hecho, y apuntó mentalmente no hacer preguntas que pudiesen comprometer a la persona que las recibiese en un futuro. En cuanto terminó la canción, sin embargo, Al continuó explayándose con la respuesta, algo que apreció, pues suponía que, aunque le había podido resultar molesta, no era algo tan privado como para ignorarlo.
Tal y como describía un bar sonaba increíble. No es que nunca hubiese estado en uno, pero los que ella frecuentaba resultaban mucho más... ¿normales? Había copas, y grupos de amigos reunidos, pero se trataba de sitios bastante más serios de lo que él comentaba. La curiosidad le invadió, deseosa por descubrir cómo era un bar tal y como él lo mencionaba. Quería investigar, saber qué era lo que los demás hacían allí... dejarse llevar por una vez y disfrutar.
- Me gustan los puzzles.- Confesó, y no pudo evitar introducir una mano entre el bolsillo de su traje. Sacó un pequeño cubo con un botoncito plateado justo en el tope. Enseñándoselo, como un niño orgulloso de su trabajo, presionó aquel botón, y el cubo se expandió hasta conformar aproximadamente la palma de su mano. Se trataba de uno de sus preciados Cubos de Nijiro, y contaba con múltiples colores -seis: blanco, negro, azul, rojo, verde, rosa y amarillo, tal y como los famosos colores que utilizaban los miembros del Germa en sus cómics-. Se lo ofreció, aunque estaba completamente ordenado, pues había estado jugando con él durante el trayecto a Marineford.- Este es uno de ellos.- Con los ojos brillantes por la emoción, terminó de dejárselo, y continuó:- También me gusta crear cosas y leer, aunque últimamente no tengo mucho tiempo para nada.- Confesó, encogiéndose de hombros. Lo cierto era que, aunque el bar pudiese quedar lejos, empezaba a disfrutar con la conversación tan cotidiana que estaban teniendo.
- Arena hasta en la ropa interior, quemaduras en la piel...- No dijo nada de las mujeres, puesto que no podía rebatirlo. Estaba segura de que cualquiera -menos ella- sería capaz de sentirse cómoda en un lugar así, cálido y lleno de tranquilidad, donde poder disfrutar de la expresión corporal y de unos momentos de diversión asegurada.- Si solo fuesen los pies...- Mentó, rodando un poco los ojos. No quería quedar como una amargada con respecto a todo, y ya sabía que sus manías eran únicamente suyas y que podían resultar un problema de cara a los demás, así que se apresuró en añadir: - Pero tal vez es cosa de las playas a las que he ido, sí.- Cedió.
Cuando escuchó su risa, sintió algo chocando con cada uno de sus principios. Se quedó con la boca y los ojos muy abiertos, viendo toda esa tranquilidad que destilaba a la hora de demostrar su entretenimiento. Para ella, que se esforzaba por ocultar todo gesto, era increíble que alguien de su posición pudiese llegar a reírse de esa forma sin que nada más importase. De alguna forma, se alegró por haber conseguido semejante reacción, y sonrió con naturalidad, como si no le costase ningún esfuerzo hacerlo. Claro que al darse cuenta de ello, se tapó el rostro con un mechón de su largo cabello, y continuó andando como si nada hubiese ocurrido, intentando ocultarlo nuevamente. Aunque aquel sonido era maravilloso para sus oídos. Algo totalmente nuevo y precioso.
- Oh, sí. La piña es genial.- No conocía aquel dato médico sobre la piña ni mucho menos, se había limitado en toda su vida a comérsela sin pensar en sus propiedades, aunque algunas de ellas sí que las conocía.- O un luchador que utilice como arma una espada hecha de zumo de piña concentrado. Si se pudiese solidificar, podría ser un buen arma.- Comentó, dándole vueltas al asunto. Como parte de un futuro cómic, resultaba una increíble idea. No solo la de lanzar zumo de piña como arma, también tendría que ver cómo explotar algunas otras cosas de la fruta. Estaba segura de que podría ser la clave para el siguiente número de Sora, el guerrero del mar.- Suena increíble.
Permaneció unos momentos pensando en aquello, incluso aunque al principio parecía una tontería. Conforme más pasaba el tiempo, más le parecía una idea magnífica que necesitaba plasmar en uno de sus cómics. Completamente convencida de que sería algo gracioso que a la audiencia podría gustarle, continuó buscando más ideas. Pensó en látigos de piña, escudos hechos de piña, granadas de humo hecho a base del zumo de la piña... cualquier cosa que pudiese llegar a ser un arma. Y para rematar, un villano al que le gustase la pizza con piña como a ella. Increíble. Por lo menos en su cabeza.
- Cuando estábamos buscando formas para curarnos, fuimos en busca de algo que resultase útil, así que me comí una akuma no mi que... bueno, se suponía que era un mango. Pero desde luego no sabía a mango.- Como una anécdota podía pasar, pero lo comentó en una voz mucho más baja que de costumbre, por si acaso alguien que pasaba a su lado decidía escuchar algo más de la conversación. No era información exclusiva, y estaba presente en los informes, pero por si acaso... bueno, era mejor prevenir. Además, solo de recordar aquel repugnante sabor se le erizaba el pelo del cuerpo. Un escalofrío le recorrió por completo, y tragó saliva, deseosa de olvidarlo.- De verdad, es lo más asqueroso que he probado en mi vida.
Si su pregunta le había pillado desprevenido, seguramente era culpa suya. Como no conocía el procedimiento en una conversación amistosa, supuso que había hecho una pregunta errónea o que pudiese suponer algún problema para él. Se lamentó por haberlo hecho, y apuntó mentalmente no hacer preguntas que pudiesen comprometer a la persona que las recibiese en un futuro. En cuanto terminó la canción, sin embargo, Al continuó explayándose con la respuesta, algo que apreció, pues suponía que, aunque le había podido resultar molesta, no era algo tan privado como para ignorarlo.
Tal y como describía un bar sonaba increíble. No es que nunca hubiese estado en uno, pero los que ella frecuentaba resultaban mucho más... ¿normales? Había copas, y grupos de amigos reunidos, pero se trataba de sitios bastante más serios de lo que él comentaba. La curiosidad le invadió, deseosa por descubrir cómo era un bar tal y como él lo mencionaba. Quería investigar, saber qué era lo que los demás hacían allí... dejarse llevar por una vez y disfrutar.
- Me gustan los puzzles.- Confesó, y no pudo evitar introducir una mano entre el bolsillo de su traje. Sacó un pequeño cubo con un botoncito plateado justo en el tope. Enseñándoselo, como un niño orgulloso de su trabajo, presionó aquel botón, y el cubo se expandió hasta conformar aproximadamente la palma de su mano. Se trataba de uno de sus preciados Cubos de Nijiro, y contaba con múltiples colores -seis: blanco, negro, azul, rojo, verde, rosa y amarillo, tal y como los famosos colores que utilizaban los miembros del Germa en sus cómics-. Se lo ofreció, aunque estaba completamente ordenado, pues había estado jugando con él durante el trayecto a Marineford.- Este es uno de ellos.- Con los ojos brillantes por la emoción, terminó de dejárselo, y continuó:- También me gusta crear cosas y leer, aunque últimamente no tengo mucho tiempo para nada.- Confesó, encogiéndose de hombros. Lo cierto era que, aunque el bar pudiese quedar lejos, empezaba a disfrutar con la conversación tan cotidiana que estaban teniendo.
- Bueno, en la ropa interior solo si llegas al agua. Como yo no puedo nadar, me ahorro eso.
No recordaba si en algún momento le había gustado nadar. En su isla nunca se había acercado a la costa hasta la huida, y más adelante, si bien durante su entrenamiento sí había aprendido, no tenía una opinión formada al respecto. Era relajante, tal vez, pero el tiempo hasta que consumió su fruta había sido tan ínfimo que le costaba hacer memoria al respecto. Nunca había necesitado nadar, en realidad, y como tal el agua solía tener un defecto mínimo, inapreciable, irrelevante, pero suficiente para que bañarse en el agua de mar fuese una puta mierda: ¡Estaba fría! ¡Entre quince y veinte grados, apenas! Con diez la hipotermia podía llegar en minutos, y aunque era difícil que llegase a más de quince grados si no se estaba durante horas, ¿quién demonios querría estar en agua fría durante horas? ¡Estaba fría!
Tal vez, en realidad, no le gustaba la playa. Quizá solo le gustaban el sol, los chiringuitos y ver el mar. Y las mujeres. Sobre todo las mujeres. Por mucho que ese niño andrógino y amanerado intentase colarse en su mente para hacerle cambiar de idea.
Sin embargo, su animadversión hacia la playa parecía compensada por un amor clamoroso hacia la piña. No era para menos, pues después del mango -lleno de propiedades y micronutrientes increíbles-, la granada -fruto del anhelado amor entre una naranja y una cereza- y la papaya -tenía un nombre gracioso- era la mejor fruta. Sin embargo, su amor hacia ella oscilaba entre lo gastronómico y lo armamentístico. En lo personal dudaba que una espada de zumo de piña funcionase muy bien como arma -en realidad, cualquier arma hecha de algo que se podía derretir a lametones hacía que su eficacia se viese, al menos en origen, reducida-. Sin embargo, era una idea increíble para alguno de los números educativos de los Alvengers. Podían derrotar a un villano a base de volverlo bueno usando la vitamina C de la piña. O empujarla contra su boca para incrustársela en el gaznate, pero dudaba que eso fuese demasiado educativo.
- ¿Y una robopiña que lance piñas pequeñitas? -preguntó-. ¿Y si esas piñas pequeñitas... Explotan en zumo de piña? ¡Con pimienta!
A veces se emocionaba demasiado con cosas muy pequeñas, pero el agente era a pesar de todo una persona confiable. Daba la sensación de ser un libro abierto, alguien confiable que no ocultaba nada. De hecho, aunque le cogió de sorpresa que fuese usuario tampoco fue lo que más le llamó la atención. Habitualmente nadie anunciaba su condición de usuario ante alguien que acababa de conocer. Cabía la posibilidad de que se encontrase en los informes, pero igualmente no se trataba de un dato que uno contaría alegremente tras obligar a firmar un acuerdo de confidencialidad. Al fin y al cabo, nunca se sabía quién podía estar escuchando tras las paredes. Mucho menos en Marineford.
- Sabe peor cuanto más piensas en ello. Yo confundí la mía con un racimo de uvas, y tardé casi un mes en quitarme el sabor a óxido de la boca. Y encima, todo para ser un carámbano andante.
Puto frío. Y encima, todo el mundo le hacía siempre la pregunta. "¿Por qué no te gusta el frío, Al, si no puedes sentirlo?". ¡Claro que podía! No podía enfermar por él, morir de hipotermia o sufrir a causa de él, pero seguía siendo una sensación desagradable. Recorría el cuerpo entero erizando la piel y le producía escalofríos. Aunque, por lo menos, había demostrado ser una habilidad útil en los últimos años.
Estaban casi llegando. En unos metros podría abrirle la puerta, y entonces sacó un rompecabezas cúbico. Se trataba de una prueba de ingenio que aguardaba en su despacho aún sin resolver. Se había vuelto un chiste lo mal que se le daban los puzles que hasta los soldados habían empezado a gastar su sueldo en comprarle más y más, algunos más complejos y otros, como el cubo de Al. De hecho, el cubo de Al era una versión simplificada de ese rompecabezas en la que todas las caras tenían em mismo color, a excepción de una de las áreas, cuya esquina era negra. Una oda a la derrota, en conclusión, pero al mismo tiempo regalos que atesoraba porque demostraban la buena relación con sus subordinados y porque, coño, eran regalos. Y a un buen regalo no se le decía que no.
- Si vas a trabajar para el Gobierno lo que te quede de vida, acepta un consejo. -Tal vez era lo más valioso que podría decirle nunca-. Saca tiempo para tus aficiones, o te volverás loco. Pero de momento... -Abrió la puerta-. ¡Dos mojitos, Jim!
Le dejó entrar primero al local. El viejo Jim O'Fallon no dejaba de reformar el local constantemente, pero siempre mantenía los colores verdes y la diana de dardos. Tampoco solía cambiar la barra de abeto que había hecho Marc "Follaovejas" -que en realidad era un carpintero que casualmente había contado un chiste desafortunado y no un degenerado- a mano con imaginería propia de su isla natal. Además, el ambiente era espectacular.
No recordaba si en algún momento le había gustado nadar. En su isla nunca se había acercado a la costa hasta la huida, y más adelante, si bien durante su entrenamiento sí había aprendido, no tenía una opinión formada al respecto. Era relajante, tal vez, pero el tiempo hasta que consumió su fruta había sido tan ínfimo que le costaba hacer memoria al respecto. Nunca había necesitado nadar, en realidad, y como tal el agua solía tener un defecto mínimo, inapreciable, irrelevante, pero suficiente para que bañarse en el agua de mar fuese una puta mierda: ¡Estaba fría! ¡Entre quince y veinte grados, apenas! Con diez la hipotermia podía llegar en minutos, y aunque era difícil que llegase a más de quince grados si no se estaba durante horas, ¿quién demonios querría estar en agua fría durante horas? ¡Estaba fría!
Tal vez, en realidad, no le gustaba la playa. Quizá solo le gustaban el sol, los chiringuitos y ver el mar. Y las mujeres. Sobre todo las mujeres. Por mucho que ese niño andrógino y amanerado intentase colarse en su mente para hacerle cambiar de idea.
Sin embargo, su animadversión hacia la playa parecía compensada por un amor clamoroso hacia la piña. No era para menos, pues después del mango -lleno de propiedades y micronutrientes increíbles-, la granada -fruto del anhelado amor entre una naranja y una cereza- y la papaya -tenía un nombre gracioso- era la mejor fruta. Sin embargo, su amor hacia ella oscilaba entre lo gastronómico y lo armamentístico. En lo personal dudaba que una espada de zumo de piña funcionase muy bien como arma -en realidad, cualquier arma hecha de algo que se podía derretir a lametones hacía que su eficacia se viese, al menos en origen, reducida-. Sin embargo, era una idea increíble para alguno de los números educativos de los Alvengers. Podían derrotar a un villano a base de volverlo bueno usando la vitamina C de la piña. O empujarla contra su boca para incrustársela en el gaznate, pero dudaba que eso fuese demasiado educativo.
- ¿Y una robopiña que lance piñas pequeñitas? -preguntó-. ¿Y si esas piñas pequeñitas... Explotan en zumo de piña? ¡Con pimienta!
A veces se emocionaba demasiado con cosas muy pequeñas, pero el agente era a pesar de todo una persona confiable. Daba la sensación de ser un libro abierto, alguien confiable que no ocultaba nada. De hecho, aunque le cogió de sorpresa que fuese usuario tampoco fue lo que más le llamó la atención. Habitualmente nadie anunciaba su condición de usuario ante alguien que acababa de conocer. Cabía la posibilidad de que se encontrase en los informes, pero igualmente no se trataba de un dato que uno contaría alegremente tras obligar a firmar un acuerdo de confidencialidad. Al fin y al cabo, nunca se sabía quién podía estar escuchando tras las paredes. Mucho menos en Marineford.
- Sabe peor cuanto más piensas en ello. Yo confundí la mía con un racimo de uvas, y tardé casi un mes en quitarme el sabor a óxido de la boca. Y encima, todo para ser un carámbano andante.
Puto frío. Y encima, todo el mundo le hacía siempre la pregunta. "¿Por qué no te gusta el frío, Al, si no puedes sentirlo?". ¡Claro que podía! No podía enfermar por él, morir de hipotermia o sufrir a causa de él, pero seguía siendo una sensación desagradable. Recorría el cuerpo entero erizando la piel y le producía escalofríos. Aunque, por lo menos, había demostrado ser una habilidad útil en los últimos años.
Estaban casi llegando. En unos metros podría abrirle la puerta, y entonces sacó un rompecabezas cúbico. Se trataba de una prueba de ingenio que aguardaba en su despacho aún sin resolver. Se había vuelto un chiste lo mal que se le daban los puzles que hasta los soldados habían empezado a gastar su sueldo en comprarle más y más, algunos más complejos y otros, como el cubo de Al. De hecho, el cubo de Al era una versión simplificada de ese rompecabezas en la que todas las caras tenían em mismo color, a excepción de una de las áreas, cuya esquina era negra. Una oda a la derrota, en conclusión, pero al mismo tiempo regalos que atesoraba porque demostraban la buena relación con sus subordinados y porque, coño, eran regalos. Y a un buen regalo no se le decía que no.
- Si vas a trabajar para el Gobierno lo que te quede de vida, acepta un consejo. -Tal vez era lo más valioso que podría decirle nunca-. Saca tiempo para tus aficiones, o te volverás loco. Pero de momento... -Abrió la puerta-. ¡Dos mojitos, Jim!
Le dejó entrar primero al local. El viejo Jim O'Fallon no dejaba de reformar el local constantemente, pero siempre mantenía los colores verdes y la diana de dardos. Tampoco solía cambiar la barra de abeto que había hecho Marc "Follaovejas" -que en realidad era un carpintero que casualmente había contado un chiste desafortunado y no un degenerado- a mano con imaginería propia de su isla natal. Además, el ambiente era espectacular.
Vinsmoke Nijiro
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No podía rebatir su lógica, pero tampoco negar que había muchas más posibilidades que una playa para ver mujeres bonitas o para estar al sol. Estaba segura de que en cualquier isla podría encontrar piscinas -salvo en islas de invierno, tal vez-, aguas termales, quizá algún que otro spa mixto. Todo tipo de lugares en los que poder ver cuanto se quisiese, aunque solo fuese para atraer clientes. Luego había sitios más privados, pero ella no había estado en ningún sitio así. Ni tampoco quería.
- ¿Sabes que las piscinas son mucho más limpias? - Preguntó, aunque estaba convencida de que habría visto alguna a lo largo de su vida. Aunque solo fuese de lejos. Sorprendentemente, que no pudiese nadar le resultó de lo más curioso. Podría deberse a algún tipo de fobia, o a no haber aprendido en su vida a hacerlo. No todo el mundo sabía hacerlo, y no por ello era menos eficiente. Además, con tanta tecnología al alcance de su mano, seguramente ni siquiera necesitase hacerlo. «Los barcos y ese tipo de cosas se inventaron para ahorrar la agonía de introducirse en un mar de semen y mierda de pez» se dijo a sí misma, e incluso asintió un par de veces como si lo hubiese dicho en voz alta y fuese la mayor ocurrencia del mundo.
Por otro lado, empezaba a caerle bien ese hombre. Podría ser algo desaliñado, demasiado alegre y tal vez incluso un poco más borracho de la cuenta, pero por lo menos tenía inventiva e imaginación. Las ideas que había tenido con respecto a posibles inventos con piñas resultaban de lo más extravagantes y emocionantes, siendo el tipo de invento que a ella le gustaba hacer en sus ratos libres. Vale, quizá con piñas no, pero tratándose de armas, estaba acostumbrada a trabajar con esas cosas. Y añadir vitaminas o distintos tipos de fruta resultaría de lo más cómico. No solo eso, sino que además podía emplearlo en todo tipo de cómics, y seguro que las figuritas se venderían bien. Productos como ese resultarían buenos de cara a los niños, pues muchos padres estarían encantados de que sus hijos comiesen más fruta, y así seguramente empezarían las ganancias. Solo de pensar en cuánto podrían llegar a ganar con esos productos le alegraba el día. La publicidad crecería, y con ello el Germa.
- Tus ideas nos vendrían muy bien de cara a una nueva saga dentro de nuestros cómics-. Mencionó, aprovechando el momento. Tal vez podría llegar a ficharle, aunque únicamente fuese para ayudar en el diseño de las armas y de las habilidades especiales de los nuevos héroes.- ¿No te interesaría trabajar en unos cómics? - Prácticamente le ofrecía trabajar con ella, pero no es que le importase demasiado. No resultaba excesivamente molesto, y como empezaba a caerle bien... bueno, seguro que iría bien la cosa de ser posible.
Dejando que su imaginación fluyese con respecto a trabajar con él -algo que le alegraría la vista sin duda-, y con todo lo que podría hacer con los cómics, apenas se dio cuenta de que estaban próximos a llegar al bar. Lo cierto era que el camino se había hecho mucho más ameno de lo que esperaba. Además, en cuanto mencionó la akuma no mi que él había ingerido, no se molestó en disimular una sonrisa. Todo cuadraba con respecto a la natación, y además resultaba que a él también le había parecido algo asqueroso. Por lo menos no parecía una desgracia propia única y exclusivamente de ella. Algo que le hizo sentirse mal fue que, además, ella sí que había tenido la oportunidad de elegir qué tipo de fruta quería comerse, pero él no.
- Bueno, el hielo es genial.- Con la sonrisa que había puesto, intentó -aunque bastante mal- animarle, mostrándole algo de apoyo con su rostro.- Es muy maleable y puede servir mucho de cara a una batalla. Además, está fresquito. Como el helado. Y el helado también es maravilloso-. Sin saber muy bien por qué, se esforzaba ella misma por intentar hacerle sentir un poco mejor consigo mismo y su akuma, aunque no entendía la relación que estaba disponiendo entre ambos, ni tampoco si podría llegar a servir de algo. Ese tipo de cosas no eran fáciles para ella en ningún aspecto.
Viendo la puerta, se acercó hacia esta. Fue a colocar la mano primero, pero se adelantó y consiguió abrir la puerta antes, así que aprovechó y pasó. En cuanto observó el lugar, abrió los ojos como platos. Había muchísima gente disfrutando, incluso para la hora del día que era, cosa que le sorprendió. Los colores le encantaban, aquella mezcla le parecía preciosa, aunque desde luego no mencionó nada de eso. Bastante tenía con haber atravesado la puerta como si de una princesita se tratase frente a él. Ladeó un poco la cabeza en cuando pidió, y se aproximó poco a poco -tomando la iniciativa- hasta una mesa cercana a la barra, pero también aproximada a una pared. En cuanto vio el sitio le pareció correcto, pues resultaba cercano hacia los demás y también algo privado en caso de querer tener una conversación. No es que fuese a revelar secretos gubernamentales, pero prefería estar tranquila.
- Hay muchas cosas que puedo llegar a hacer para divertirme, no te preocupes. Este trabajo no me consume tanto tiempo como la investigación.- Dijo, antes de continuar en dirección a la mesa.- Pero gracias, espero encontrar algo que me mantenga cuerda entre todo esto.- Encogiendo los hombros un poco, pasó por delante, ondeando con suavidad las hebras de su cabello. Señaló con la cabeza aquella mesita, y esperó a que él le siguiese.
- ¿Sabes que las piscinas son mucho más limpias? - Preguntó, aunque estaba convencida de que habría visto alguna a lo largo de su vida. Aunque solo fuese de lejos. Sorprendentemente, que no pudiese nadar le resultó de lo más curioso. Podría deberse a algún tipo de fobia, o a no haber aprendido en su vida a hacerlo. No todo el mundo sabía hacerlo, y no por ello era menos eficiente. Además, con tanta tecnología al alcance de su mano, seguramente ni siquiera necesitase hacerlo. «Los barcos y ese tipo de cosas se inventaron para ahorrar la agonía de introducirse en un mar de semen y mierda de pez» se dijo a sí misma, e incluso asintió un par de veces como si lo hubiese dicho en voz alta y fuese la mayor ocurrencia del mundo.
Por otro lado, empezaba a caerle bien ese hombre. Podría ser algo desaliñado, demasiado alegre y tal vez incluso un poco más borracho de la cuenta, pero por lo menos tenía inventiva e imaginación. Las ideas que había tenido con respecto a posibles inventos con piñas resultaban de lo más extravagantes y emocionantes, siendo el tipo de invento que a ella le gustaba hacer en sus ratos libres. Vale, quizá con piñas no, pero tratándose de armas, estaba acostumbrada a trabajar con esas cosas. Y añadir vitaminas o distintos tipos de fruta resultaría de lo más cómico. No solo eso, sino que además podía emplearlo en todo tipo de cómics, y seguro que las figuritas se venderían bien. Productos como ese resultarían buenos de cara a los niños, pues muchos padres estarían encantados de que sus hijos comiesen más fruta, y así seguramente empezarían las ganancias. Solo de pensar en cuánto podrían llegar a ganar con esos productos le alegraba el día. La publicidad crecería, y con ello el Germa.
- Tus ideas nos vendrían muy bien de cara a una nueva saga dentro de nuestros cómics-. Mencionó, aprovechando el momento. Tal vez podría llegar a ficharle, aunque únicamente fuese para ayudar en el diseño de las armas y de las habilidades especiales de los nuevos héroes.- ¿No te interesaría trabajar en unos cómics? - Prácticamente le ofrecía trabajar con ella, pero no es que le importase demasiado. No resultaba excesivamente molesto, y como empezaba a caerle bien... bueno, seguro que iría bien la cosa de ser posible.
Dejando que su imaginación fluyese con respecto a trabajar con él -algo que le alegraría la vista sin duda-, y con todo lo que podría hacer con los cómics, apenas se dio cuenta de que estaban próximos a llegar al bar. Lo cierto era que el camino se había hecho mucho más ameno de lo que esperaba. Además, en cuanto mencionó la akuma no mi que él había ingerido, no se molestó en disimular una sonrisa. Todo cuadraba con respecto a la natación, y además resultaba que a él también le había parecido algo asqueroso. Por lo menos no parecía una desgracia propia única y exclusivamente de ella. Algo que le hizo sentirse mal fue que, además, ella sí que había tenido la oportunidad de elegir qué tipo de fruta quería comerse, pero él no.
- Bueno, el hielo es genial.- Con la sonrisa que había puesto, intentó -aunque bastante mal- animarle, mostrándole algo de apoyo con su rostro.- Es muy maleable y puede servir mucho de cara a una batalla. Además, está fresquito. Como el helado. Y el helado también es maravilloso-. Sin saber muy bien por qué, se esforzaba ella misma por intentar hacerle sentir un poco mejor consigo mismo y su akuma, aunque no entendía la relación que estaba disponiendo entre ambos, ni tampoco si podría llegar a servir de algo. Ese tipo de cosas no eran fáciles para ella en ningún aspecto.
Viendo la puerta, se acercó hacia esta. Fue a colocar la mano primero, pero se adelantó y consiguió abrir la puerta antes, así que aprovechó y pasó. En cuanto observó el lugar, abrió los ojos como platos. Había muchísima gente disfrutando, incluso para la hora del día que era, cosa que le sorprendió. Los colores le encantaban, aquella mezcla le parecía preciosa, aunque desde luego no mencionó nada de eso. Bastante tenía con haber atravesado la puerta como si de una princesita se tratase frente a él. Ladeó un poco la cabeza en cuando pidió, y se aproximó poco a poco -tomando la iniciativa- hasta una mesa cercana a la barra, pero también aproximada a una pared. En cuanto vio el sitio le pareció correcto, pues resultaba cercano hacia los demás y también algo privado en caso de querer tener una conversación. No es que fuese a revelar secretos gubernamentales, pero prefería estar tranquila.
- Hay muchas cosas que puedo llegar a hacer para divertirme, no te preocupes. Este trabajo no me consume tanto tiempo como la investigación.- Dijo, antes de continuar en dirección a la mesa.- Pero gracias, espero encontrar algo que me mantenga cuerda entre todo esto.- Encogiendo los hombros un poco, pasó por delante, ondeando con suavidad las hebras de su cabello. Señaló con la cabeza aquella mesita, y esperó a que él le siguiese.
En ocasiones una palabra podía cambiarlo todo. Solo hacía falta un "no" en vez de un "sí" para destrozar el corazón a un adolescente, o un comentario desafortunado para arruinar una amistad. En su caso iba escuchando con atención cada una que Nijiro iba diciendo, a ratos más por espeto que por interés, pero el interés llegó pronto. No pudo evitar buscar en sus ojos algún rastro de consciencia en lo que acababa de decir o, si por el contrario, se trataba de una más de sus bromas. Era probable que estuviera coqueteando con él de alguna manera que no llegaba a comprender, y si bien no solía ofuscarse por su propia incomprensión, se suponía que tenía cierto instinto para percibir aquellas cosas. Aun así...
- Ya tengo una línea de cómics -repuso, con cierto orgullo-. Ya sabes, Scarfguy y Smileyman... Los Alvengers y esas cosas. Los mejores cómics del mundo.
En realidad, reducir el emporio de mercadotecnia que se había creado en base a las ficticias figuras heroicas de los miembros de la brigada. Juguetes, muñecos de acción, despertadores, almanaques, cintas de vídeo un poco cutres pero llenas de encanto para un nicho muy específico, tazas, llaveros e incluso un grupo de Idols que hacían representaciones de sus aventuras en canciones y coreografías -aunque el Scarfguy era muy bajito y no lucía del todo bien-. Pero ciertamente los cómics eran, si bien no lo que más dinero daba, el buque insignia de la franquicia.
- El hielo está bien -admitió-. No me puedo quejar tampoco, no es como si hubiese tenido una suerte pésima. Podría haberme comido una fruta de gallina, o de cabra. Sin embargo, puedo hacer cosas maravillosas.
Esperó hasta estar sentado. No fue fácil dado que todos lo conocían y tuvo que saludar a más de una persona -puede que tomar un par de chupitos de forma totalmente involuntaria-, pero logró llegar hasta el sitio elegido por el agente sin hacerle esperar demasiado y relativamente sobrio. También con un par de piñas coladas que no sabía muy bien de dónde habían salido, pero así era la taberna de O'Fallon: El alcohol es bien comunal si no lo miras.
- Los mojitos llegarán ahora, pero vaya. El hielo no está mal, pero no me gusta el frío. Y no sé mucho de química, pero creo que el frío es inherente al hielo. -Dejó la mano sobre la mesa sin dejar de mirar cada rasgo de Nijiro y comenzó a levantarla lentamente, muy lentamente. A medida que se alejaba de la madera se iba formando con más precisión una figura muy similar a él, pero de forma inconsciente le dio demasiado busto. Confiando en que no lo hubiese visto silbó un poco para que este se moviera y terminar de conformar una figura muy similar al joven, pero de apenas veinte centímetros-. Pero cosas maravillosas. Sin embargo, comérmelo yo casi podría ser considerado autofagia, creo.
Dio un trago a su bebida. En realidad, si echaba la vista atrás no había estado tan mal. Había ascendido, podía proteger a quienes quería y había logrado muchas cosas que sin ser usuario no habría podido ni siquiera soñar con conseguir. El frío era un pequeño precio a pagar, tal vez el menor de los que había estado dispuesto a asumir.
Negó con la cabeza varias veces, tratando de despejarse. No recordaba cuándo se había tomado sus últimas vacaciones, pero desde luego hacía demasiado. Y desde el ascenso no era tan fácil escaquearse de sus responsabilidades. Había papeleo que no podía delegar, reuniones secretas con altos cargos de la Agencia, distintas reuniones a las que debía asistir, cursos de renovación, terapia psicológica una vez al mes -como mínimo- y, poco a poco, había ido teniendo que dejar un poco apartadas sus aficiones. La única para la que aún conservaba un tiempo específico era su instrumento, al que no pasaba un día sin dar el cariño que necesitaba. Nijiro, por su parte, parecía que había perdido ese tiempo incluso antes de tener un compromiso real con el Gobierno. Su investigación, sin duda asunto de vida o muerte, parecía ocupar su mente en gran medida. Aun así, no era una buena idea olvidarse de que seguía siendo un ser humano, y nada iba a cambiar eso. Con limitaciones humanas, sobre todo emocionales.
- ¿Y qué haces para divertirte? -terminó por preguntar-. Te preguntaría si estudias o trabajas, pero igual te haces una idea equivocada.
- Ya tengo una línea de cómics -repuso, con cierto orgullo-. Ya sabes, Scarfguy y Smileyman... Los Alvengers y esas cosas. Los mejores cómics del mundo.
En realidad, reducir el emporio de mercadotecnia que se había creado en base a las ficticias figuras heroicas de los miembros de la brigada. Juguetes, muñecos de acción, despertadores, almanaques, cintas de vídeo un poco cutres pero llenas de encanto para un nicho muy específico, tazas, llaveros e incluso un grupo de Idols que hacían representaciones de sus aventuras en canciones y coreografías -aunque el Scarfguy era muy bajito y no lucía del todo bien-. Pero ciertamente los cómics eran, si bien no lo que más dinero daba, el buque insignia de la franquicia.
- El hielo está bien -admitió-. No me puedo quejar tampoco, no es como si hubiese tenido una suerte pésima. Podría haberme comido una fruta de gallina, o de cabra. Sin embargo, puedo hacer cosas maravillosas.
Esperó hasta estar sentado. No fue fácil dado que todos lo conocían y tuvo que saludar a más de una persona -puede que tomar un par de chupitos de forma totalmente involuntaria-, pero logró llegar hasta el sitio elegido por el agente sin hacerle esperar demasiado y relativamente sobrio. También con un par de piñas coladas que no sabía muy bien de dónde habían salido, pero así era la taberna de O'Fallon: El alcohol es bien comunal si no lo miras.
- Los mojitos llegarán ahora, pero vaya. El hielo no está mal, pero no me gusta el frío. Y no sé mucho de química, pero creo que el frío es inherente al hielo. -Dejó la mano sobre la mesa sin dejar de mirar cada rasgo de Nijiro y comenzó a levantarla lentamente, muy lentamente. A medida que se alejaba de la madera se iba formando con más precisión una figura muy similar a él, pero de forma inconsciente le dio demasiado busto. Confiando en que no lo hubiese visto silbó un poco para que este se moviera y terminar de conformar una figura muy similar al joven, pero de apenas veinte centímetros-. Pero cosas maravillosas. Sin embargo, comérmelo yo casi podría ser considerado autofagia, creo.
Dio un trago a su bebida. En realidad, si echaba la vista atrás no había estado tan mal. Había ascendido, podía proteger a quienes quería y había logrado muchas cosas que sin ser usuario no habría podido ni siquiera soñar con conseguir. El frío era un pequeño precio a pagar, tal vez el menor de los que había estado dispuesto a asumir.
Negó con la cabeza varias veces, tratando de despejarse. No recordaba cuándo se había tomado sus últimas vacaciones, pero desde luego hacía demasiado. Y desde el ascenso no era tan fácil escaquearse de sus responsabilidades. Había papeleo que no podía delegar, reuniones secretas con altos cargos de la Agencia, distintas reuniones a las que debía asistir, cursos de renovación, terapia psicológica una vez al mes -como mínimo- y, poco a poco, había ido teniendo que dejar un poco apartadas sus aficiones. La única para la que aún conservaba un tiempo específico era su instrumento, al que no pasaba un día sin dar el cariño que necesitaba. Nijiro, por su parte, parecía que había perdido ese tiempo incluso antes de tener un compromiso real con el Gobierno. Su investigación, sin duda asunto de vida o muerte, parecía ocupar su mente en gran medida. Aun así, no era una buena idea olvidarse de que seguía siendo un ser humano, y nada iba a cambiar eso. Con limitaciones humanas, sobre todo emocionales.
- ¿Y qué haces para divertirte? -terminó por preguntar-. Te preguntaría si estudias o trabajas, pero igual te haces una idea equivocada.
Vinsmoke Nijiro
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¿Cuántas posibilidades había de encontrarse con alguien que, al igual que ella, tuviese una línea de cómics? No tenía claro cuánta competencia había en el mercado de ese tipo de cosas -pues ella no se encargaba tanto de las finanzas- pero no debían ser muchas las probabilidades, numéricamente hablando. Eso hacía de aquel encuentro algo fortuito, si podía convencerle de juntar diferentes proyectos, estaba segura de que las ventas serían mucho mejores. Y ya que todo el dinero iba destinado mayormente a la reconstrucción de su reino, cualquier ayuda era bienvenida. Sin duda, haberse encontrado con aquella persona, independientemente de que pudiese ayudar con su enfermedad o no, había sido algo bueno. Y no dudaría en aprovecharlo más adelante.
Ya en el interior del bar reparó en todos los conocidos que aquel hombre parecía tener, en todos los que se acercaban a saludar. Tuvo suerte de que le entretuviesen en el camino, pues prefería que no hiciese comentarios mientras ella terminaba de asear un poco por encima el sitio en el que iba a sentarse y pasar por lo menos un rato. Tal vez estaba exagerando, por encima no parecía estar extremadamente sucio, pero era mejor prevenir. No tuvo mucho tiempo, ya que Al se apresuró en llevar las bebidas a la mesa. Se sorprendió al ver que no se trataba de aquellos mojitos que tanto había ameritado, pero no le disgustó en ningún momento el aspecto que tenían las piñas coladas.
- Está bien, no te preocupes-. Dijo, y acercó la bebida para darle un trago, alegrándose enormemente al comprobar que su sabor era tan espléndido como su apariencia. No tenía una sombrillita, pero valía sin duda.- Técnicamente el hielo también puede quemar...- Mentó, algo atontada, pues comenzó a ver aquella especie de estatuilla representativa de su persona. La creaba con precisión, como si hubiese estado atenta a cada uno de sus rasgos, uno por uno. Y por un momento, sintió que únicamente eran ellos dos los que estaban en aquel bar, sin nadie alrededor. Al menos, hasta que notó el exceso de pecho en aquella representación. Frunciendo el ceño un poco -aunque de forma cómica esa vez-, le dirigió una mirada helada, irónicamente, al Almirante.- Sí, maravillosas.- Comentó, sin una pizca de sarcasmo en su voz. Acercó su mano un poco a la estatuilla, pasando suavemente la yema del dedo índice por aquel busto ligeramente más abultado de la cuenta. Frotó un poco, en un intento porque el calor corporal que pudiese desprender derritiese esa parte.
Pensándolo bien, si lo miraba desde otro punto de vista, no tener que fingir con aquella persona sería algo bueno. Algo diferente dentro de su vida. No había muchos que supiesen sus secretos, y se había comprometido con la causa con todo su corazón, su cuerpo y su alma, pero a veces resultaba difícil quedarse quieta y en las sombras. Pero aquellos pensamientos duraron poco, apenas un instante mientras le daba otro sorbo a la bebida. Desde luego que ella desearía poder dejar de portar una máscara a diario, poder ser como quisiese ser, pero eso solo entorpecería las cosas en su reino. ¿Qué importancia tenía el género a fin de cuentas? Si ni siquiera el suyo había sido obra de la aleatoriedad genética.
En realidad, lo que más le preocupaba era que pudiese haberlo averiguado en tan poco tiempo. Al principio pensó que eran únicamente suposiciones vagas o un comentario hecho en el peor momento posible, pero con la estatua parecía estar bastante más decidido. Nunca esperó que alguien tan cercano a las altas cumbres pudiese tener tanto ojo, y es que precisamente aquello eran las peores noticias posibles. Su farsa no duraría mucho si la gente de arriba empezaba a indagar entre los asuntos del Germa.
- ¿Eh? - Su pregunta le sacó de aquel pequeño momento de trance mientras bebía -algo rápido- de su vaso. Llevó un dedo a su barbilla, y sonrió un poco recapacitando.- Bueno, se puede decir que estudio y trabajo a la vez, ya que parece interesarte-. Apoyándose un poco más sobre la mesa, dejó que su brazo estuviese pegado contra la pared y apoyó la cara sobre su mano, dándose un momento a sí misma para reflexionar-. Lo cierto es que me gusta crear cosas. Artefactos que puedan ser útiles de cara al futuro, por ejemplo. Confecciono todo tipo de cosas, puedo enseñártelas algún día si quieres. Son útiles de cara a saber diseñar armas en los cómics.- Aunque no siempre le salían bien ese tipo de artefactos, por desgracia para ella.- Hace tiempo que no tengo tiempo para ello...- Mencionó algo más bajo, planteándose por encima cuánto tiempo llevaba realmente sin pararse a preparar algo que no fuese para sus negocios o el Germa-. También me gusta la ópera. Hay un teatro a unos kilómetros de nuestra base, en una ciudad dentro de la isla en la que estamos. A cambio de ciertos servicios nos invitan, aunque...- No sabía cuántas veces había ido ya desde que comenzaron a estar en buenos términos con sus vecinos de isla, pero sí que recordaba haberse quedado dormida varias veces en las funciones. Por suerte no podían decirle nada al respecto. Suspiró, negó con la cabeza y continuó, obviando esa parte: - Y obviamente me gusta el sexo-. Comentó como si para ella fuese lo más natural del mundo. Era evidente que después de todo para ella ese tipo de cosas no eran un tabú, y la simple mención era algo sencillo y lógico.- ¿Qué hay de ti? Seguro que eres un hombre ocupado, ¿tienes tiempo para divertirte?
Ya en el interior del bar reparó en todos los conocidos que aquel hombre parecía tener, en todos los que se acercaban a saludar. Tuvo suerte de que le entretuviesen en el camino, pues prefería que no hiciese comentarios mientras ella terminaba de asear un poco por encima el sitio en el que iba a sentarse y pasar por lo menos un rato. Tal vez estaba exagerando, por encima no parecía estar extremadamente sucio, pero era mejor prevenir. No tuvo mucho tiempo, ya que Al se apresuró en llevar las bebidas a la mesa. Se sorprendió al ver que no se trataba de aquellos mojitos que tanto había ameritado, pero no le disgustó en ningún momento el aspecto que tenían las piñas coladas.
- Está bien, no te preocupes-. Dijo, y acercó la bebida para darle un trago, alegrándose enormemente al comprobar que su sabor era tan espléndido como su apariencia. No tenía una sombrillita, pero valía sin duda.- Técnicamente el hielo también puede quemar...- Mentó, algo atontada, pues comenzó a ver aquella especie de estatuilla representativa de su persona. La creaba con precisión, como si hubiese estado atenta a cada uno de sus rasgos, uno por uno. Y por un momento, sintió que únicamente eran ellos dos los que estaban en aquel bar, sin nadie alrededor. Al menos, hasta que notó el exceso de pecho en aquella representación. Frunciendo el ceño un poco -aunque de forma cómica esa vez-, le dirigió una mirada helada, irónicamente, al Almirante.- Sí, maravillosas.- Comentó, sin una pizca de sarcasmo en su voz. Acercó su mano un poco a la estatuilla, pasando suavemente la yema del dedo índice por aquel busto ligeramente más abultado de la cuenta. Frotó un poco, en un intento porque el calor corporal que pudiese desprender derritiese esa parte.
Pensándolo bien, si lo miraba desde otro punto de vista, no tener que fingir con aquella persona sería algo bueno. Algo diferente dentro de su vida. No había muchos que supiesen sus secretos, y se había comprometido con la causa con todo su corazón, su cuerpo y su alma, pero a veces resultaba difícil quedarse quieta y en las sombras. Pero aquellos pensamientos duraron poco, apenas un instante mientras le daba otro sorbo a la bebida. Desde luego que ella desearía poder dejar de portar una máscara a diario, poder ser como quisiese ser, pero eso solo entorpecería las cosas en su reino. ¿Qué importancia tenía el género a fin de cuentas? Si ni siquiera el suyo había sido obra de la aleatoriedad genética.
En realidad, lo que más le preocupaba era que pudiese haberlo averiguado en tan poco tiempo. Al principio pensó que eran únicamente suposiciones vagas o un comentario hecho en el peor momento posible, pero con la estatua parecía estar bastante más decidido. Nunca esperó que alguien tan cercano a las altas cumbres pudiese tener tanto ojo, y es que precisamente aquello eran las peores noticias posibles. Su farsa no duraría mucho si la gente de arriba empezaba a indagar entre los asuntos del Germa.
- ¿Eh? - Su pregunta le sacó de aquel pequeño momento de trance mientras bebía -algo rápido- de su vaso. Llevó un dedo a su barbilla, y sonrió un poco recapacitando.- Bueno, se puede decir que estudio y trabajo a la vez, ya que parece interesarte-. Apoyándose un poco más sobre la mesa, dejó que su brazo estuviese pegado contra la pared y apoyó la cara sobre su mano, dándose un momento a sí misma para reflexionar-. Lo cierto es que me gusta crear cosas. Artefactos que puedan ser útiles de cara al futuro, por ejemplo. Confecciono todo tipo de cosas, puedo enseñártelas algún día si quieres. Son útiles de cara a saber diseñar armas en los cómics.- Aunque no siempre le salían bien ese tipo de artefactos, por desgracia para ella.- Hace tiempo que no tengo tiempo para ello...- Mencionó algo más bajo, planteándose por encima cuánto tiempo llevaba realmente sin pararse a preparar algo que no fuese para sus negocios o el Germa-. También me gusta la ópera. Hay un teatro a unos kilómetros de nuestra base, en una ciudad dentro de la isla en la que estamos. A cambio de ciertos servicios nos invitan, aunque...- No sabía cuántas veces había ido ya desde que comenzaron a estar en buenos términos con sus vecinos de isla, pero sí que recordaba haberse quedado dormida varias veces en las funciones. Por suerte no podían decirle nada al respecto. Suspiró, negó con la cabeza y continuó, obviando esa parte: - Y obviamente me gusta el sexo-. Comentó como si para ella fuese lo más natural del mundo. Era evidente que después de todo para ella ese tipo de cosas no eran un tabú, y la simple mención era algo sencillo y lógico.- ¿Qué hay de ti? Seguro que eres un hombre ocupado, ¿tienes tiempo para divertirte?
- Deja de meterte mano o me pondré celoso -bromeó mientras el muchacho trataba de derretir el busto que le había colocado. ¿Lo hacía porque la había descubierto o porque lo había ofendido? Igual ninguna de las dos, tal vez ambas... O igual se trataba de uno de esos hombres que nacían mujer. Sí, los que le hacían ser un poco gay... A veces. En realidad, nunca había estado en esa tesitura, pero él no era un hombre de géneros; era un hombre de tetas. Y de genitales femeninos. Humanos. Si bien entendía a los marines demasiado viciosos que sucumbían a la sodomía en los viajes largos, nunca había comprendido las inclinaciones más sucias que se alejaban de lo aceptable. Ya los minks eran una frontera, en cierto modo, pero si además de peludos no eran ni humanoides... Qué asco-. Y ten cuidado, que el hielo quema.
En realidad, el hielo no quemaba. No en un sentido literal, al menos. Provocaba abrasiones y quemaduras, pero el proceso era opuesto -literalmente-. De hecho, tal vez era el poder más obviable de su fruta, teniendo en cuenta que podía congelar en segundos un cuerpo o provocar un tsunami con relativa facilidad. Arthur le había explicado una vez que por alguna extraña razón el agua era más densa en estado líquido que sólida -lo cual, para él, iba contra toda lógica-. De hecho, teniendo en cuenta que podía hacer casi cualquier figura que se le ocurriese, o incluso detener a un delincuente sin necesidad de pelear -incluso criogenizar a un herido para permitirle llegar al hospital-... El hielo, por muy frío que fuese, no estaba tan mal.
Nijiro Vinsmoke parecía pertenecer a esa clase de gente. Como Arthur, era una persona llevada por la curiosidad y el ingenio. Como el pelirrojo, parecía que disfrutaba de crear artefactos y aprender constantemente. A él no le molestaba aprender, pero resultaba difícil quedarse con algo que no entendía en absoluto; todo lo que tenía era una cierta memoria para datos sueltos que el contraalmirante le iba contando, utilidades que jamás habría descubierto por sí mismo. Como la densidad del hielo, muchas eran terriblemente contraintuitivas, y no dudaba en llamar "brujería" a ese conocimiento alquímico que desafiaba la lógica ordinaria. Aunque también era cierto que Arthur se centraba en experimentos terriblemente extraños, no en confeccionar.
Por un momento su mente voló. ¿Había dicho confeccionar de verdad? Clavó la vista en sus ojos, curioso. ¿Había elegido una palabra al azar o la había tomado conscientemente? No pudo evitar imaginarlo en un cuerpo cada vez más femenino, embutido en lencería que él mismo habría tejido nudo a nudo. Meneó la cabeza, alejando esas obscenidades de su mente.
- Anda no me jodas -dijo, de forma instintiva, cuando su mente se puso a trabajar de nuevo. Ya no había lencería, y cada movimiento que había captado de él iba conformando poco a poco una imagen que podría llegar a ser acertada, de ser él ella. ¿Por qué el sexo? ¿Estaba ligando con él? A lo mejor era simplemente algo casual, pero no pudo evitar ponerse algo nervioso-. Bueno... Sí... El sexo está bien, pero... -"Cambia de tema, Al. Cambia de tema"-. ¿Qué opinas de la música? Si vas al teatro, seguro que te gusta la ópera. Es casi el espectáculo escénico más majestuoso.
Había estado en la ópera muchas veces. Desde el gallinero, en el palco, subido al escenario y abajo, tocando en el foso. También había dirigido en una ocasión, aunque no había sido su mejor intervención. Se le daba bien, pero ni de lejos como tocar. Él era un músico solista, un genio instrumental, pero no tenía la inventiva necesaria para crear grandes piezas. Sí para reproducirlas, pero ni siquiera era capaz de darles ese toque mágico que otros directores le daban.
Suspiró, aliviado. Erección evadida.
- Algo de tiempo tengo. Lo bueno de ser tu propio jefe es que marcas tus pautas de trabajo -explicó-. Además, tengo un leprechaun que me hace el papeleo. Eso me deja con bastante tiempo para... Bueno, para casi todo, en realidad.
En realidad, el hielo no quemaba. No en un sentido literal, al menos. Provocaba abrasiones y quemaduras, pero el proceso era opuesto -literalmente-. De hecho, tal vez era el poder más obviable de su fruta, teniendo en cuenta que podía congelar en segundos un cuerpo o provocar un tsunami con relativa facilidad. Arthur le había explicado una vez que por alguna extraña razón el agua era más densa en estado líquido que sólida -lo cual, para él, iba contra toda lógica-. De hecho, teniendo en cuenta que podía hacer casi cualquier figura que se le ocurriese, o incluso detener a un delincuente sin necesidad de pelear -incluso criogenizar a un herido para permitirle llegar al hospital-... El hielo, por muy frío que fuese, no estaba tan mal.
Nijiro Vinsmoke parecía pertenecer a esa clase de gente. Como Arthur, era una persona llevada por la curiosidad y el ingenio. Como el pelirrojo, parecía que disfrutaba de crear artefactos y aprender constantemente. A él no le molestaba aprender, pero resultaba difícil quedarse con algo que no entendía en absoluto; todo lo que tenía era una cierta memoria para datos sueltos que el contraalmirante le iba contando, utilidades que jamás habría descubierto por sí mismo. Como la densidad del hielo, muchas eran terriblemente contraintuitivas, y no dudaba en llamar "brujería" a ese conocimiento alquímico que desafiaba la lógica ordinaria. Aunque también era cierto que Arthur se centraba en experimentos terriblemente extraños, no en confeccionar.
Por un momento su mente voló. ¿Había dicho confeccionar de verdad? Clavó la vista en sus ojos, curioso. ¿Había elegido una palabra al azar o la había tomado conscientemente? No pudo evitar imaginarlo en un cuerpo cada vez más femenino, embutido en lencería que él mismo habría tejido nudo a nudo. Meneó la cabeza, alejando esas obscenidades de su mente.
- Anda no me jodas -dijo, de forma instintiva, cuando su mente se puso a trabajar de nuevo. Ya no había lencería, y cada movimiento que había captado de él iba conformando poco a poco una imagen que podría llegar a ser acertada, de ser él ella. ¿Por qué el sexo? ¿Estaba ligando con él? A lo mejor era simplemente algo casual, pero no pudo evitar ponerse algo nervioso-. Bueno... Sí... El sexo está bien, pero... -"Cambia de tema, Al. Cambia de tema"-. ¿Qué opinas de la música? Si vas al teatro, seguro que te gusta la ópera. Es casi el espectáculo escénico más majestuoso.
Había estado en la ópera muchas veces. Desde el gallinero, en el palco, subido al escenario y abajo, tocando en el foso. También había dirigido en una ocasión, aunque no había sido su mejor intervención. Se le daba bien, pero ni de lejos como tocar. Él era un músico solista, un genio instrumental, pero no tenía la inventiva necesaria para crear grandes piezas. Sí para reproducirlas, pero ni siquiera era capaz de darles ese toque mágico que otros directores le daban.
Suspiró, aliviado. Erección evadida.
- Algo de tiempo tengo. Lo bueno de ser tu propio jefe es que marcas tus pautas de trabajo -explicó-. Además, tengo un leprechaun que me hace el papeleo. Eso me deja con bastante tiempo para... Bueno, para casi todo, en realidad.
Vinsmoke Nijiro
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Dejó de intentar aplanar el pecho de aquella figurita en cuanto le escuchó. No porque no quisiese acabar con la idea de ver su figura estilizada de forma femenina, sino porque realmente notaba algo de rubor ascendiendo por sus mejillas, y no quería darle semejante satisfacción. Con sutileza, regresó la mano a su vaso para darle un trago a la bebida, intentando obviar cada pensamiento que cruzaba por su mente. Aprovechó para darle un trago, agradeciendo el frescor de la misma, entibiando un poco el ascendente calor a causa de la vergüenza del momento. Había algo en él... algo que le hacía preguntarse por qué actuaba de esa forma tan irresponsable. Pues incluso aunque pretendía abandonar todo cuanto era para continuar con la farsa, cada vez le resultaba más difícil.
- Bueno, no me asusta quemarme-. Mencionó, sin poder evitar formar una pequeña sonrisa. Se lamentó al instante de haberlo hecho. ¿Por qué coño no podía estarse tranquila en una situación así? Vamos, parecía una adolescente. Había estado toda su vida evitando ese tipo de cosas, ¿por qué no podía controlarse justo ahí? No podía ser el alcohol, no había bebido lo suficiente. Tampoco creía que fuese obra del destino ni nada semejante -por Dios, ¿quién podía creerse algo así?-, pero entonces no entendía lo que estaba ocurriendo. Intentaba racionalizar toda la conversación que habían tenido desde el momento en que se encontraron en busca de cualquier destello de información que pudiese obtener, pero no había nada más allá. Simplemente traspasaba todos los límites que ella misma se había establecido a lo largo de su vida de forma que todo empezaba a verse nublado por completo. Y lo peor es que no estaba pudiendo hacer nada para impedirlo. Teniendo en cuenta que a lo largo de su vida había pasado por varios amantes y otros tantos ligues, se suponía que debería ser capaz de mantener una conversación semejante sin preocupación.
Apartó todo aquello de su mente, centrándose en cuanto tenía a su alrededor. Su mirada derivó rápidamente a cuanto tenía sobre la mesa, cerca del bar. No tuvo necesidad de repetir más veces el proceso, y comenzó a replicar la misma imagen que tenía del lugar sobre su cabeza. Etiquetó cada objeto, cada presencia que había visto, cada cosa que podría llegar a ser importante pero que, desde luego, no lo era. En realidad nada dentro de aquello era importante, pero desde siempre había aprovechado ese pequeño truco para tranquilizarse, para buscar un hueco entre sus pensamientos y calmarse. Cuando era pequeña había tenido muchos más problemas a la hora de obviar sus sentimientos y sus ilusiones, y precisamente por eso había necesitado algo en lo que centrarse cuando todo se venía abajo. Tener que utilizar un truco semejante en un lugar tan normal le hizo preguntarse si su configuración mental estaba bien, o si por el contrario tendría que volver a hablar con Boris. Quizá todo el tema de la enfermedad y de su hermano estuviese nublando su juicio y enturbiando su concentración.
Nada más escucharle volvió en sí, elevando una ceja. ¿Acaso había dicho algo mal en toda esa conversación? Bueno, sí, se había dejado llevar por cuanto pensaba en todo momento -y muchas veces dejando un hueco entre pensamientos y sentimientos bastante grande-, pero no creía que hubiese dicho algo tan malo. Parpadeó varias veces rápidamente, y dado que ya había estado interiorizando la conversación que habían tenido, en realidad no logró averiguar nada más al respecto. Las dudas se hicieron presentes de forma sutil en su rostro, aunque camufló aquel sentimiento con ayuda de la piña colada.
- Son completamente diferentes, Al-. Dijo, ladeando la cabeza. Bueno, en muchas obras se comparaba a la música y a los instrumentos con el sexo y también al contrario se utilizaba mucho el sexo en obras musicales, pero no tenían nada que ver. Aunque ambas cosas podían ser tratadas como método para expresar sentimientos y emociones, algo completamente físico como era el sexo no podía compararse a una representación musical, por mucho que pudiesen expresar las notas-. Quiero decir, la música genera estímulos diferentes, aunque puede haber algunos parecidos y...- Dejó de divagar, todavía preguntándose a qué había venido aquella comparación repentina-. Hay óperas muy aburridas-. Dijo sin tapujos, como si no le preocupase expresar su opinión al respecto.- Pero también hay otras que son increíbles, que te enseñan lo maravillosa que es en realidad la música para todo. El mes pasado interpretaron una sobre... una cortesana que estuvo enferma y... al parecer un hombre había estado velando por ella, pues estaba enamorado. Y...- Hizo una pausa, dándose cuenta de que no sabía cómo continuar-. lo siento, no me acuerdo de más.- No mencionó que se quedó dormida, pues tampoco necesitaba quedar tan mal delante del Almirante. Aprovechó para intentar dirigir la conversación hacia él nuevamente-. ¿Has visto alguna últimamente?
Si tenía tanto tiempo libre como decía, dejando a cargo a un leprechaun fuera lo que fuese esa criatura, entonces suponía que habría podido disfrutar de obras, o de cualquier momento de entretenimiento lejos del bullicio del trabajo para el gobierno. No lo sabía, pero le interesaba bastante. Ya había dicho que le gustaba salir a beber, pero estaba segura de que aquel hombre tendría otros hobbies. De no ser así, seguramente estaría mucho peor de la cabeza.
- ¿Algo que te guste hacer más que nada en tus ratos libres? - Después de todo, ella había compartido lo que hacía en sus escasos momentos de diversión y tiempo para ella, así que... era completamente lógico esperar averiguar lo que él hacía. Quizá pudiesen encontrar algo entre todo eso que no fuese simplemente trabajo, para generar al menos una conversación más cómoda.
- Bueno, no me asusta quemarme-. Mencionó, sin poder evitar formar una pequeña sonrisa. Se lamentó al instante de haberlo hecho. ¿Por qué coño no podía estarse tranquila en una situación así? Vamos, parecía una adolescente. Había estado toda su vida evitando ese tipo de cosas, ¿por qué no podía controlarse justo ahí? No podía ser el alcohol, no había bebido lo suficiente. Tampoco creía que fuese obra del destino ni nada semejante -por Dios, ¿quién podía creerse algo así?-, pero entonces no entendía lo que estaba ocurriendo. Intentaba racionalizar toda la conversación que habían tenido desde el momento en que se encontraron en busca de cualquier destello de información que pudiese obtener, pero no había nada más allá. Simplemente traspasaba todos los límites que ella misma se había establecido a lo largo de su vida de forma que todo empezaba a verse nublado por completo. Y lo peor es que no estaba pudiendo hacer nada para impedirlo. Teniendo en cuenta que a lo largo de su vida había pasado por varios amantes y otros tantos ligues, se suponía que debería ser capaz de mantener una conversación semejante sin preocupación.
Apartó todo aquello de su mente, centrándose en cuanto tenía a su alrededor. Su mirada derivó rápidamente a cuanto tenía sobre la mesa, cerca del bar. No tuvo necesidad de repetir más veces el proceso, y comenzó a replicar la misma imagen que tenía del lugar sobre su cabeza. Etiquetó cada objeto, cada presencia que había visto, cada cosa que podría llegar a ser importante pero que, desde luego, no lo era. En realidad nada dentro de aquello era importante, pero desde siempre había aprovechado ese pequeño truco para tranquilizarse, para buscar un hueco entre sus pensamientos y calmarse. Cuando era pequeña había tenido muchos más problemas a la hora de obviar sus sentimientos y sus ilusiones, y precisamente por eso había necesitado algo en lo que centrarse cuando todo se venía abajo. Tener que utilizar un truco semejante en un lugar tan normal le hizo preguntarse si su configuración mental estaba bien, o si por el contrario tendría que volver a hablar con Boris. Quizá todo el tema de la enfermedad y de su hermano estuviese nublando su juicio y enturbiando su concentración.
Nada más escucharle volvió en sí, elevando una ceja. ¿Acaso había dicho algo mal en toda esa conversación? Bueno, sí, se había dejado llevar por cuanto pensaba en todo momento -y muchas veces dejando un hueco entre pensamientos y sentimientos bastante grande-, pero no creía que hubiese dicho algo tan malo. Parpadeó varias veces rápidamente, y dado que ya había estado interiorizando la conversación que habían tenido, en realidad no logró averiguar nada más al respecto. Las dudas se hicieron presentes de forma sutil en su rostro, aunque camufló aquel sentimiento con ayuda de la piña colada.
- Son completamente diferentes, Al-. Dijo, ladeando la cabeza. Bueno, en muchas obras se comparaba a la música y a los instrumentos con el sexo y también al contrario se utilizaba mucho el sexo en obras musicales, pero no tenían nada que ver. Aunque ambas cosas podían ser tratadas como método para expresar sentimientos y emociones, algo completamente físico como era el sexo no podía compararse a una representación musical, por mucho que pudiesen expresar las notas-. Quiero decir, la música genera estímulos diferentes, aunque puede haber algunos parecidos y...- Dejó de divagar, todavía preguntándose a qué había venido aquella comparación repentina-. Hay óperas muy aburridas-. Dijo sin tapujos, como si no le preocupase expresar su opinión al respecto.- Pero también hay otras que son increíbles, que te enseñan lo maravillosa que es en realidad la música para todo. El mes pasado interpretaron una sobre... una cortesana que estuvo enferma y... al parecer un hombre había estado velando por ella, pues estaba enamorado. Y...- Hizo una pausa, dándose cuenta de que no sabía cómo continuar-. lo siento, no me acuerdo de más.- No mencionó que se quedó dormida, pues tampoco necesitaba quedar tan mal delante del Almirante. Aprovechó para intentar dirigir la conversación hacia él nuevamente-. ¿Has visto alguna últimamente?
Si tenía tanto tiempo libre como decía, dejando a cargo a un leprechaun fuera lo que fuese esa criatura, entonces suponía que habría podido disfrutar de obras, o de cualquier momento de entretenimiento lejos del bullicio del trabajo para el gobierno. No lo sabía, pero le interesaba bastante. Ya había dicho que le gustaba salir a beber, pero estaba segura de que aquel hombre tendría otros hobbies. De no ser así, seguramente estaría mucho peor de la cabeza.
- ¿Algo que te guste hacer más que nada en tus ratos libres? - Después de todo, ella había compartido lo que hacía en sus escasos momentos de diversión y tiempo para ella, así que... era completamente lógico esperar averiguar lo que él hacía. Quizá pudiesen encontrar algo entre todo eso que no fuese simplemente trabajo, para generar al menos una conversación más cómoda.
- No hay dos gotas de agua iguales -contestó. Estaba seguro de haber malinterpretado aquello, pero optó por creer que la alternativa más inocente era en esa situación la más correcta. Por el bien de su ritmo cardíaco, por lo menos-. En realidad el mayor problema de la ópera es que su código requiere de espectadores instruidos. Como el kabuki. -Se aclaró la garganta. Había encontrado una forma fácil de cambiar de tema e iba a explotarla-. Cuando vas a un teatro hay un cierto grado de abstracción dela realidad inherente a la representación. Por ejemplo, una espada en la axila simboliza la puñalada en el corazón, o tambalearse ostensiblemente una borrachera. Cuanto mayor es esta abstracción mayor representatividad con motivos más parcos, como la vara kabuki que representa al jinete, pero solo en una determinada posición. -Movía mucho las manos para enmarcar cada idea-. El problema es que el código del intérprete debe ser conocido por el espectador, o de lo contrario...
Se encogió de hombros. "Confuso", "molesto" o "lento" eran adjetivos que muchas veces había escuchado refiriéndose a la ópera. El canto de la gente al morir, los apartes en balada, los monólogos casi incoherentes, los arrullos y chillidos eran solo unos pocos ejemplos de las múltiples razones por las que una persona podía verse alejada de la representación escénica más compleja y masiva que podía haber. Aunque, en realidad, hacía un buen tiempo que no pasaba por un teatro; al menos, no como espectador.
Había hecho un sinfín de papeles sobre el escenario. Su favorito seguía siendo el Juan nudista, aunque el Fígaro que había terminado por interpretar hacía un par de años había resultado apasionante. También había hecho papeles más pequeños y no solo en óperas, como Laertes en Hamlet o árbol cuatro en el Sueño de una noche de verano. También había prestado su violín a alguna que otra representación, aunque no sabría decir cuán en aquel momento, pero el caso era que el club de teatro para marines y afiliados que había organizado en Dressrosa estaba teniendo mucho éxito, y desde representaciones de "Los Alvengers sobre hielo" hasta "Pagliacci" la acogida allá donde iban los distintos grupos -salvo el de improvisación, que nadie sabía a dónde iban hasta que llegaban- eran esperados con ilusión y entusiasmo.
- ¿La traviata? -preguntó-. Lo cierto es que la última en la que he estado como espectador... ¿Fidelio? Terriblemente confusa; no sabía si sentirme conmovido o excitado.
La última pregunta lo cogió por sorpresa. ¿Cómo sabía que "nada" era su cosa favorita que hacer? ¿A tanto había llegado ya su fama que la gente lo susurraba por los bares? ¿O era porque se le veía en la cara? Nunca había ocultado que no hacer nada era una de sus cosas favoritas, tal vez al mismo nivel que tocar el violín y un poco por encima de la lectura, unos pasos más adelantado que el sexo y a un universo de distancia respecto a trabajar. ¡No! Estaba claro, podía leerle la mente. Por eso había derretido los pechos de la estatua, era una forma de decirle "soy un tío, joder, deja de hacer el ridículo". Pero entonces, esa palabra... Se estaba riendo de él.
Echó a reír él también. Pese a parecer que tenía un palo metido por el culo estaba resultando ser una persona muy real. Tenía un sentido del humor curioso, pero una vez lo entendías... Se disfrutaba. Tal vez ese autismo fuese solo una manera de relacionarse con la gente, de sorprenderla para bien. Si era así, Nijiro era la clase de persona consciente de que la primera impresión era poco más que una farsa: Las importantes eran todas las demás.
- Pues más que nada, no hay nada -dijo, con una risita, como si hubiese dicho algo muy ingenioso-. Pero cuando no estoy tocando mi instrumento leo, normalmente. Investigo un poco sobre el nuevo panorama musical, compro un poco de mercha y hago fotos para mi muro de caras... Hablando de eso.
Sacó un cigarrillo y lo encendió. También sacándose un pequeño den den cámara le dio la espalda al peliverde e hizo una selfie. Bueno, dos. Cuando el caracol expulsó las dos fotografías las aireó para que secasen. Tendió una a Nijiro.
- Vale, ya puedo apagar esta mierda -concluyó, asfixiando el canuto con sus dedos helados-. Como ves... Nada anormal.
Se encogió de hombros. "Confuso", "molesto" o "lento" eran adjetivos que muchas veces había escuchado refiriéndose a la ópera. El canto de la gente al morir, los apartes en balada, los monólogos casi incoherentes, los arrullos y chillidos eran solo unos pocos ejemplos de las múltiples razones por las que una persona podía verse alejada de la representación escénica más compleja y masiva que podía haber. Aunque, en realidad, hacía un buen tiempo que no pasaba por un teatro; al menos, no como espectador.
Había hecho un sinfín de papeles sobre el escenario. Su favorito seguía siendo el Juan nudista, aunque el Fígaro que había terminado por interpretar hacía un par de años había resultado apasionante. También había hecho papeles más pequeños y no solo en óperas, como Laertes en Hamlet o árbol cuatro en el Sueño de una noche de verano. También había prestado su violín a alguna que otra representación, aunque no sabría decir cuán en aquel momento, pero el caso era que el club de teatro para marines y afiliados que había organizado en Dressrosa estaba teniendo mucho éxito, y desde representaciones de "Los Alvengers sobre hielo" hasta "Pagliacci" la acogida allá donde iban los distintos grupos -salvo el de improvisación, que nadie sabía a dónde iban hasta que llegaban- eran esperados con ilusión y entusiasmo.
- ¿La traviata? -preguntó-. Lo cierto es que la última en la que he estado como espectador... ¿Fidelio? Terriblemente confusa; no sabía si sentirme conmovido o excitado.
La última pregunta lo cogió por sorpresa. ¿Cómo sabía que "nada" era su cosa favorita que hacer? ¿A tanto había llegado ya su fama que la gente lo susurraba por los bares? ¿O era porque se le veía en la cara? Nunca había ocultado que no hacer nada era una de sus cosas favoritas, tal vez al mismo nivel que tocar el violín y un poco por encima de la lectura, unos pasos más adelantado que el sexo y a un universo de distancia respecto a trabajar. ¡No! Estaba claro, podía leerle la mente. Por eso había derretido los pechos de la estatua, era una forma de decirle "soy un tío, joder, deja de hacer el ridículo". Pero entonces, esa palabra... Se estaba riendo de él.
Echó a reír él también. Pese a parecer que tenía un palo metido por el culo estaba resultando ser una persona muy real. Tenía un sentido del humor curioso, pero una vez lo entendías... Se disfrutaba. Tal vez ese autismo fuese solo una manera de relacionarse con la gente, de sorprenderla para bien. Si era así, Nijiro era la clase de persona consciente de que la primera impresión era poco más que una farsa: Las importantes eran todas las demás.
- Pues más que nada, no hay nada -dijo, con una risita, como si hubiese dicho algo muy ingenioso-. Pero cuando no estoy tocando mi instrumento leo, normalmente. Investigo un poco sobre el nuevo panorama musical, compro un poco de mercha y hago fotos para mi muro de caras... Hablando de eso.
Sacó un cigarrillo y lo encendió. También sacándose un pequeño den den cámara le dio la espalda al peliverde e hizo una selfie. Bueno, dos. Cuando el caracol expulsó las dos fotografías las aireó para que secasen. Tendió una a Nijiro.
- Vale, ya puedo apagar esta mierda -concluyó, asfixiando el canuto con sus dedos helados-. Como ves... Nada anormal.
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Lo que decía tenía sentido para ella. Al menos en lo que se refería a las óperas y ese teatro que había mencionado. Dentro de la enseñanza que había recibido por parte de sus profesores y de su padre había multitud de asignaturas. La mayoría de ellas referentes a la ciencia, la tecnología y la lucha, pero también había recibido algunas clases de comportamiento social y de etiqueta. Lo único que había estado completamente alejado de su vida era la música, el teatro, y todo tipo de cosas que pudiesen resultar en estímulos y sentimientos. Por ello no lograba entender muchas de las obras que ahora veía representadas y muchas veces se quedaba dormida viéndolas. Bueno, lo de quedarse dormida no era solo por no entenderlas, pero era una mejor excusa. Así que tenía sentido que, si no comprendía ciertos elementos en los que la ópera y el kabuki se basaba, no lograse terminar de cuajar la historia en su cabeza. En cierto modo, escuchar aquello le hizo sentir mejor. Eso significaba que solamente necesitaba poder captar la esencia de ese tipo de cosas e instruirse al respecto para poder disfrutarlas.
- Ya veo, me alegra saber que necesito aprender esas cosas.- Suponía un gran avance, desde luego. Acercó nuevamente su vaso, asintiendo un par de veces mientras terminaba de procesar lo que había escuchado-. Así que... ¿qué otros símbolos tiene la ópera que puedan ser desconocidos? - Preguntó por curiosidad. Recordaba cada parte de lo que había visto -al menos siempre que había estado despierta-, y tal vez él pudiese llegar a alumbrar un poco algunas partes confusas y tremendamente absurdas que había contemplado.
No recordaba si había sido La Traviata, había ido como recomendación y, con la confusión del momento, apenas podía acordarse bien; Entre la conversación, algo resaltó por encima de todo. No era la obra que él había visto, sino la frase que había dicho. ¿Como espectador? ¿Eso significaba que había ido a otras obras... tocando? O como actor, o cantando... O incluso como director. Algo confusa, pero con cierta ilusión en su rostro, se preguntó si, nuevamente, se había acercado sin querer a un músico. Tenía que ser una broma, después de todo. ¿Cómo podía ser que siempre estuviese rodeada de artistas? Era su mal karma, sin duda. No porque odiase ese tipo de personas -al contrario, apreciaba que tuviesen corazón y sentimientos-, sino porque no sabía nunca cómo demonios hablar con ese tipo de gente. Y conforme la conversación fluía, las dudas se despejaron. Era músico, de verdad lo era.
- Tú... ¿tocas? - Un ligero destello -efímero- se hizo presente en sus ojos heterocromos mientras él hablaba, y no pudo evitar echarse un poco hacia delante en la mesa mientras preguntaba:- ¿Qué instrumento? - Quería continuar haciendo preguntas, interesarse sobre su carrera musical y sobre sus aficiones en referencia a eso. También quería saber cómo podía compatibilizar su trabajo como almirante y semejante hobbie, pero de pronto el tema cambió drásticamente y sacó un caracol. ¿Iba a hacer una llamada? No, resultaba diferente. ¿Una cámara? No podía creer que en un momento así se parase a hacer una foto, una selfie nada más y nada menos, pero le resultó tan cómico que no pudo evitar reír mientras el den den mushi hacía las fotografías. Cogió la suya, observándola, pasando el pulgar por el lateral de la misma. Era... diferente. Hacía mucho que no lograba relajarse de esa forma, y verse en aquella foto así de tranquila, así de feliz... resultaba difícil.- Lo siento, Al, pero eres todo lo contrario a alguien normal. Es más, me atrevería a decir que eres la persona más rara que he conocido hasta el momento-. Sus palabras tenían un deje calmado, risueño, y no estaban hechas de forma ofensiva para nada.- Pero eso es bueno, oye. ¿Vivan los raritos? - Encogió los hombros un poco, devolviendo nuevamente la vista a la fotografía.- Gracias por esto-. Mencionó, elevándola un poco.
- Ya veo, me alegra saber que necesito aprender esas cosas.- Suponía un gran avance, desde luego. Acercó nuevamente su vaso, asintiendo un par de veces mientras terminaba de procesar lo que había escuchado-. Así que... ¿qué otros símbolos tiene la ópera que puedan ser desconocidos? - Preguntó por curiosidad. Recordaba cada parte de lo que había visto -al menos siempre que había estado despierta-, y tal vez él pudiese llegar a alumbrar un poco algunas partes confusas y tremendamente absurdas que había contemplado.
No recordaba si había sido La Traviata, había ido como recomendación y, con la confusión del momento, apenas podía acordarse bien; Entre la conversación, algo resaltó por encima de todo. No era la obra que él había visto, sino la frase que había dicho. ¿Como espectador? ¿Eso significaba que había ido a otras obras... tocando? O como actor, o cantando... O incluso como director. Algo confusa, pero con cierta ilusión en su rostro, se preguntó si, nuevamente, se había acercado sin querer a un músico. Tenía que ser una broma, después de todo. ¿Cómo podía ser que siempre estuviese rodeada de artistas? Era su mal karma, sin duda. No porque odiase ese tipo de personas -al contrario, apreciaba que tuviesen corazón y sentimientos-, sino porque no sabía nunca cómo demonios hablar con ese tipo de gente. Y conforme la conversación fluía, las dudas se despejaron. Era músico, de verdad lo era.
- Tú... ¿tocas? - Un ligero destello -efímero- se hizo presente en sus ojos heterocromos mientras él hablaba, y no pudo evitar echarse un poco hacia delante en la mesa mientras preguntaba:- ¿Qué instrumento? - Quería continuar haciendo preguntas, interesarse sobre su carrera musical y sobre sus aficiones en referencia a eso. También quería saber cómo podía compatibilizar su trabajo como almirante y semejante hobbie, pero de pronto el tema cambió drásticamente y sacó un caracol. ¿Iba a hacer una llamada? No, resultaba diferente. ¿Una cámara? No podía creer que en un momento así se parase a hacer una foto, una selfie nada más y nada menos, pero le resultó tan cómico que no pudo evitar reír mientras el den den mushi hacía las fotografías. Cogió la suya, observándola, pasando el pulgar por el lateral de la misma. Era... diferente. Hacía mucho que no lograba relajarse de esa forma, y verse en aquella foto así de tranquila, así de feliz... resultaba difícil.- Lo siento, Al, pero eres todo lo contrario a alguien normal. Es más, me atrevería a decir que eres la persona más rara que he conocido hasta el momento-. Sus palabras tenían un deje calmado, risueño, y no estaban hechas de forma ofensiva para nada.- Pero eso es bueno, oye. ¿Vivan los raritos? - Encogió los hombros un poco, devolviendo nuevamente la vista a la fotografía.- Gracias por esto-. Mencionó, elevándola un poco.
Era una buena pregunta. Para él, que llevaba años en la música había una serie de conceptos que tenía asimilados como básicos, pero que para mucha gente no lo eran. Solía olvidar que la curiosidad también era una reacción a la ignorancia, mucho más sana que el rechazo. En cierto modo se sorprendió de que alguien quisiera escucharlo a él hablar de ópera, aunque también se le dibujó una sonrisa de orgullo en el rostro cuando le escuchó preguntar.
- La mayoría de convenciones escénicas en la ópera tienen que ver con la música -explicó, de forma muy parca-, particularmente con la voz. Cada canto, gorjeo o chillido representa una emoción, un sentimiento o una emoción. También el ritmo, los silencios en incluso qué instrumento suena puede implicar una cosa u otra...
Siguió hablando durante un rato. Tal vez se estaba extendiendo demasiado, pero de pocas cosas entendía y cuando alguien le preguntaba sobre ellas no podía evitar disfrutarlo. Al no era la clase de persona que se regodease en su vanidad, pero la música era algo que sacaba a relucir aquello en lo que no había llegado a ser bueno solo por talento; para tocar cada instrumento había sufrido dolor y frustración, había pasado por interminables horas de práctica sin ningún avance aparente, había tenido que esforzarse más de lo que recordaba haberse esforzado nunca con cualquier otra cosa. Lo tenía tan interiorizado ya que formaba parte intrínseca de él; inseparable. Pero hablar de la música resultaba muchísimo más fácil.
- Toco, sí -confirmó-. Principalmente el violín y el piano, aunque... -Evitó mencionar que manejaba más de media docena de instrumentos casi tan bien como esos dos; también que no tardaba ya demasiado en aprender a manejarse con cualquier otro de forma casi natural. Obviamente estaba lejos de la excelencia en muchos, pero era imposible ser perfecto en todo-. Estoy aprendiendo algún otro -concluyó. No quería dejar la frase a medias.
Cada vez dudaba más que el agente fuese autista. La fotografía dejaba clara una expresión bastante tranquila, y su rostro al verse reflejada así una cierta sorpresa. Tal vez su ineptitud social tenía más que ver con las expectativas descabelladas de su familia y con una nefasta gestión del estrés que le llevaba a actuar de forma lo más fría posible. Tal vez no quería abrir esa corteza hermética bajo la que se refugiaba por alguna razón, aunque si fuese cosa suya deducirlo pensaría que le habían hecho daño. Era la opción más probable, solía pasar cuando alguien sufría mucho y en realidad no conocía otro motivo. De hecho, no tenía ni puta idea de psicología.
De lo que sí tenía un poco de idea era de ser un anormal. Porque de hecho lo era y no resultaba complicado para nadie con neurona y media darse cuenta de ello. Tanto como rarito no diría, eso era algo reservado para agentes de género confuso como Nijiro o el tipo rarito de la capa que hacía de las suyas con hilos. Aun así, corregirle por eso habría sido muy descortés.
- Y las raritas también -añadió-. No podemos excluir a nadie. Aparte... -En su cabeza no estaba coordinando todo lo que salía de sus labios-. Tú tampoco eres precisamente uno más entre tantos. -Dio un trago tal vez demasiado largo a su bebida-. Si te gusta la música siempre viajo con mi violín; debería tenerlo en el despacho. Y creo que hay un par de salas de conciertos, pero igual es algo pronto y estamos demasiado sobrios para eso.
- La mayoría de convenciones escénicas en la ópera tienen que ver con la música -explicó, de forma muy parca-, particularmente con la voz. Cada canto, gorjeo o chillido representa una emoción, un sentimiento o una emoción. También el ritmo, los silencios en incluso qué instrumento suena puede implicar una cosa u otra...
Siguió hablando durante un rato. Tal vez se estaba extendiendo demasiado, pero de pocas cosas entendía y cuando alguien le preguntaba sobre ellas no podía evitar disfrutarlo. Al no era la clase de persona que se regodease en su vanidad, pero la música era algo que sacaba a relucir aquello en lo que no había llegado a ser bueno solo por talento; para tocar cada instrumento había sufrido dolor y frustración, había pasado por interminables horas de práctica sin ningún avance aparente, había tenido que esforzarse más de lo que recordaba haberse esforzado nunca con cualquier otra cosa. Lo tenía tan interiorizado ya que formaba parte intrínseca de él; inseparable. Pero hablar de la música resultaba muchísimo más fácil.
- Toco, sí -confirmó-. Principalmente el violín y el piano, aunque... -Evitó mencionar que manejaba más de media docena de instrumentos casi tan bien como esos dos; también que no tardaba ya demasiado en aprender a manejarse con cualquier otro de forma casi natural. Obviamente estaba lejos de la excelencia en muchos, pero era imposible ser perfecto en todo-. Estoy aprendiendo algún otro -concluyó. No quería dejar la frase a medias.
Cada vez dudaba más que el agente fuese autista. La fotografía dejaba clara una expresión bastante tranquila, y su rostro al verse reflejada así una cierta sorpresa. Tal vez su ineptitud social tenía más que ver con las expectativas descabelladas de su familia y con una nefasta gestión del estrés que le llevaba a actuar de forma lo más fría posible. Tal vez no quería abrir esa corteza hermética bajo la que se refugiaba por alguna razón, aunque si fuese cosa suya deducirlo pensaría que le habían hecho daño. Era la opción más probable, solía pasar cuando alguien sufría mucho y en realidad no conocía otro motivo. De hecho, no tenía ni puta idea de psicología.
De lo que sí tenía un poco de idea era de ser un anormal. Porque de hecho lo era y no resultaba complicado para nadie con neurona y media darse cuenta de ello. Tanto como rarito no diría, eso era algo reservado para agentes de género confuso como Nijiro o el tipo rarito de la capa que hacía de las suyas con hilos. Aun así, corregirle por eso habría sido muy descortés.
- Y las raritas también -añadió-. No podemos excluir a nadie. Aparte... -En su cabeza no estaba coordinando todo lo que salía de sus labios-. Tú tampoco eres precisamente uno más entre tantos. -Dio un trago tal vez demasiado largo a su bebida-. Si te gusta la música siempre viajo con mi violín; debería tenerlo en el despacho. Y creo que hay un par de salas de conciertos, pero igual es algo pronto y estamos demasiado sobrios para eso.
Vinsmoke Nijiro
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Akuma no mi
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Por algún motivo que desconocía, los músicos que había conocido -independientemente del tipo en sí- habían sido siempre personas bastante ajenas a la música. Es decir, se dedicaban a ello y también trabajaban en la profesión, pero evitaban hablar de ello salvo que eso supusiese algún tipo de ventaja en la conversación. O si debían presumir sobre ello de cualquier forma, pues la vanidad también estaba a la orden del día en la profesión. Así que por lo general no había aprendido mucho en lo referente a la música, también por todas las cosas que ya tenía en su cabeza y que debía recordar muy por encima de la diversión. Sin embargo, escucharle se hacía agradable, tanto que sabía que podría perder la noción del tiempo simplemente con oírle hablando sobre algo tan sencillo -y a la vez tan complicado- como era la música. De vez en cuando conformaba un asentimiento o balbuceaba algo sin mucha importancia para que supiese que estaba escuchando. Y es que en cada centímetro de su rostro había sinceridad, como si se le hiciese imposible evitar mostrar que aprender sobre ello le entretenía. Siempre le había gustado aprender, pero eso era otro nivel. Era algo totalmente desconocido, y lo apreciaba más que nada.
- Son instrumentos magníficos.- Dijo, asintiendo varias veces nuevamente. Se había quedado completamente embobada escuchándole, así que le costó un poco desviar con suavidad la mirada hacia otro lugar para hablar y no parecer estúpida o algo semejante por no parar de verle.- Son refinados y suaves, y se puede componer todo tipo de cosas con ellos. Es decir, con los demás instrumentos también, pero una tuba no suena tan genial como un violín o un piano. Y un trombón tampoco.- Años atrás, Sanjiro había estado suplicando a su padre por poder aprender a tocar el trombón. Se pasó meses enteros corriendo por los pasillos de su antiguo hogar intentando hacer todo lo posible por contentar a su padre y así que éste le dejase aprender. Cada respuesta era negativa, desde luego, y al final el chiquillo acabó por contentarse cuando le entregaron unos sables duales que funcionaban mediante energía. Por suerte para ella, no le había insistido en nada semejante en el tiempo que ella llevaba dirigiendo el Germa.
Tras guardar la foto como un recuerdo -pues, en definitiva, lo era-, dio otro trago suave a su bebida, que ya empezaba a ser bastante escasa. Al fin y al cabo, algo había hecho mientras él explicaba lo que sabía sobre música, y eso había sido beber. Tanto que incluso hizo una especie de amago de risa en cuanto le llamó rarito. O rarita, ya no tenía claro el tipo de género que pensaba que tenía. Desde luego no era una persona -si se le podía llamar así- normal y corriente. Le habían criado para no serlo. Pero sí que esperaba poder ser lo más normal posible de cara a los demás. Por lo que veía no lo estaba consiguiendo especialmente.
- Es la idea.- Explicó con cierta sorna, aunque su voz sonó demasiado egocéntrica para lo que esperaba. Rascó un poco su mejilla y continuó.- La última vez que me junté con un músico no salió del todo bien.- Esas eran unas palabras demasiado suaves para describir lo que había tenido que pasar solamente por haberse juntado con él, pero no era algo que recordar en un momento semejante. Suspiró un poco, levantó el vaso en dirección al camarero más próximo y simplemente añadió:- Tal vez te lo pida entonces cuando estemos un poco más ebrios. No me perdería un concierto prohibido para nada del mundo.- Terminó de un trago el vaso, dejándolo un poco apartado mientras intentaba que no le diese vueltas la cabeza.- Espera, ¿me vas a cobrar por el concierto? Porque si es así tengo un problema y tendría que ir a mi barco primero. Solo llevo calderilla.
- Son instrumentos magníficos.- Dijo, asintiendo varias veces nuevamente. Se había quedado completamente embobada escuchándole, así que le costó un poco desviar con suavidad la mirada hacia otro lugar para hablar y no parecer estúpida o algo semejante por no parar de verle.- Son refinados y suaves, y se puede componer todo tipo de cosas con ellos. Es decir, con los demás instrumentos también, pero una tuba no suena tan genial como un violín o un piano. Y un trombón tampoco.- Años atrás, Sanjiro había estado suplicando a su padre por poder aprender a tocar el trombón. Se pasó meses enteros corriendo por los pasillos de su antiguo hogar intentando hacer todo lo posible por contentar a su padre y así que éste le dejase aprender. Cada respuesta era negativa, desde luego, y al final el chiquillo acabó por contentarse cuando le entregaron unos sables duales que funcionaban mediante energía. Por suerte para ella, no le había insistido en nada semejante en el tiempo que ella llevaba dirigiendo el Germa.
Tras guardar la foto como un recuerdo -pues, en definitiva, lo era-, dio otro trago suave a su bebida, que ya empezaba a ser bastante escasa. Al fin y al cabo, algo había hecho mientras él explicaba lo que sabía sobre música, y eso había sido beber. Tanto que incluso hizo una especie de amago de risa en cuanto le llamó rarito. O rarita, ya no tenía claro el tipo de género que pensaba que tenía. Desde luego no era una persona -si se le podía llamar así- normal y corriente. Le habían criado para no serlo. Pero sí que esperaba poder ser lo más normal posible de cara a los demás. Por lo que veía no lo estaba consiguiendo especialmente.
- Es la idea.- Explicó con cierta sorna, aunque su voz sonó demasiado egocéntrica para lo que esperaba. Rascó un poco su mejilla y continuó.- La última vez que me junté con un músico no salió del todo bien.- Esas eran unas palabras demasiado suaves para describir lo que había tenido que pasar solamente por haberse juntado con él, pero no era algo que recordar en un momento semejante. Suspiró un poco, levantó el vaso en dirección al camarero más próximo y simplemente añadió:- Tal vez te lo pida entonces cuando estemos un poco más ebrios. No me perdería un concierto prohibido para nada del mundo.- Terminó de un trago el vaso, dejándolo un poco apartado mientras intentaba que no le diese vueltas la cabeza.- Espera, ¿me vas a cobrar por el concierto? Porque si es así tengo un problema y tendría que ir a mi barco primero. Solo llevo calderilla.
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