Página 2 de 2. • 1, 2
Cheshire
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Estaba emocionada, no podía decir que no. Sí, el lugar no era el mejor del mundo: humedad, sentir escalofríos a cada paso y tratar de mentalizarse en todo momento de que lo que le estaba rozando el hombro era su cabello y no una araña o algo semejante ya era lo suficientemente duro. Y la oscuridad. La oscuridad era lo peor, incluso con la antorcha encendida. Pero nada de eso podía llegar a abrumarla lo suficiente como para desaparecer de allí. Encontrar algo de ese calibre, poder investigar una civilización... sería ese tipo de cosas que Mara habría querido hacer a lo largo de su vida de no haber sido por lo que le ocurrió. Y precisamente por ello debía continuar, porque cargaba consigo el sueño de esa maravillosa mujer. Ya había logrado descifrar alguna de las cosas que ponía en aquellas paredes, estaba segura de que si continuaba podría averiguar algo más sobre todo aquello, sobre la cultura que se escondía entre aquellas catacumbas.
Lo que no se imaginaba con todo aquello que había leído era que Ivan mostrase, por primera vez, ilusión verdadera por algo. Su comportamiento le extrañó tanto que realmente se preguntó si alguien había aprovechado la oscuridad para intercambiarse con él, pero sus pensamientos divagaban tanto entre ideas estúpidas e imposibles que se obligó a sí misma a intentar calmarse un poco. Sí, verdaderamente estaba expresándose de forma agitada. Y sí, incluso le había visto acercarse rápidamente a su posición, pero parecía el mismo a pesar de eso. Por encima de todo, le alegraba poder conocerle y darse cuenta de sus gustos. Y estaba claro que esa persona que normalmente lucía tan extremadamente neutra apreciaba la arqueología y lo desconocido, igual que ella.
- Oh, eh, sí... Puedo leerlo.- Avergonzada -cómo no-, se llevó una de sus manos enguantadas hasta su cabello, echándose un mechón tras la oreja con nerviosismo. No acostumbraba a ser el centro de atención y por desgracia para ella estaba siéndolo demasiado con aquel hombre. Y lo peor es que tampoco le disgustaba, pues suponía cierto interés sobre ella y sus habilidades de su parte.- A ver...- Volvió a tomar aire, echando un pequeño pasito hacia atrás. No estaba cerca, pero no quería volver a sorprenderse viéndole aproximarse demasiado ante cualquier tipo de revelación que pudiese hacer-. En aquella pared.- Señaló la que tenía a la espalda, aunque echó un vistazo nuevamente por si se equivocaba-. habla sobre la luna representada como una deidad lejana. Por lo que he podido ver, la ponen como una madre que, viendo a su hijo moribundo, otorgó su propia vida a cambio de garantizar la de su hijo. Eso hizo que se convirtiese en su Dios, ya que la vitalidad de la madre logró restaurar la suya propia. Sin embargo, como había sido la luna quien había hecho semejante sacrificio, su hijo tuvo que ocupar su lugar, y por ello ahora él vaga en el cielo velando por los demás.- Hizo una pequeña pausa, encogiéndose de hombros-. Básicamente cuentan que, como necesita velar por todos los habitantes, desaparece en el cielo a veces para continuar con su guía.
Por lo que podía comprobar, aquella civilización estaba llena de pequeñas cosas extrañas. Era cierto que, siendo gente que no conocía otro tipo de vida, sería obvio guiarse por semejantes doctrinas y comportamientos, pero aun así le resultaba raro. Y a la vez entretenido. Si no tuviese miedo de que cualquiera quisiese obligarle a participar en un coliseo o de que utilizasen su sangre como sacrificio, sin duda querría acercarse a la gente de allí. Pero no se fiaba ni un pelo; Avanzó hasta situarse cerca de otra de las paredes, que había sido la que había leído en un principio y, por ende, había cosas que se le habían olvidado.
- Esta habla sobre una época oscura, plagada de sufrimiento y de terror. Los sacerdotes de la civilización rezaron a su Dios durante mucho tiempo, y una noche en la que hubo un eclipse...- Señaló hasta uno de los símbolos, como si estuviese intentando de leerlo mientras lo decía-. al parecer un destello iluminó su camino y les guio hasta aquí. Creo que esto había sido una especie de cripta funeraria o...- Negó un par de veces, volviendo a leerlo-. un templo en el que dar vigilia a los muertos. Pero a partir de ese momento lo utilizaron como hogar, porque creen que Keyen les llevó hasta aquí.
Lo último que había podido leer estaba conectado a esas dos partes, por lo que lo dejó de últimas. Sonrió suavemente mientras se acercaba a la última pared, pasando los dedos enguantados por la parte importante que había leído. Ser de utilidad sentaba bien.
- Este último describe el ciclo lunar con claridad. Durante la luna nueva realizan sus sangrientos sacrificios como forma de llamar a Keyen para que vuelva y no les abandone. También...- Carraspeó un poco, mirando hacia el suelo por unos segundos-. pone que aprovechan la luna llena para aparearse-. Dijo, de forma muy baja. Utilizó ese término porque no, definitivamente no iba a utilizar otro delante de Ivan.- Es como un signo de buena fe y prosperidad para sus hijos.- Tras terminar, volvió a encogerse de hombros. Escuchó lo que decía, y no pudo evitar reír en la inmensidad de aquella oscuridad. ¿Cómo demonios iba a negarse después de haber descubierto todo eso? - Bueno, se descifrar lenguajes antiguos. He hecho aproximaciones y al final he conseguido hilar lo que ponía. No usan un lenguaje muy complejo.- Hizo una pausa, acercó un poco su rostro a él tratando de resultar firme, y elevó su dedo-. Iré contigo y te ayudaré con todo lo que haya en la cueva. Pero este será nuestro descubrimiento-. Resaltó la palabra nuestro con mucho énfasis, y trató de componer la misma sonrisa que él había hecho.- ¿Aceptas?
Lo que no se imaginaba con todo aquello que había leído era que Ivan mostrase, por primera vez, ilusión verdadera por algo. Su comportamiento le extrañó tanto que realmente se preguntó si alguien había aprovechado la oscuridad para intercambiarse con él, pero sus pensamientos divagaban tanto entre ideas estúpidas e imposibles que se obligó a sí misma a intentar calmarse un poco. Sí, verdaderamente estaba expresándose de forma agitada. Y sí, incluso le había visto acercarse rápidamente a su posición, pero parecía el mismo a pesar de eso. Por encima de todo, le alegraba poder conocerle y darse cuenta de sus gustos. Y estaba claro que esa persona que normalmente lucía tan extremadamente neutra apreciaba la arqueología y lo desconocido, igual que ella.
- Oh, eh, sí... Puedo leerlo.- Avergonzada -cómo no-, se llevó una de sus manos enguantadas hasta su cabello, echándose un mechón tras la oreja con nerviosismo. No acostumbraba a ser el centro de atención y por desgracia para ella estaba siéndolo demasiado con aquel hombre. Y lo peor es que tampoco le disgustaba, pues suponía cierto interés sobre ella y sus habilidades de su parte.- A ver...- Volvió a tomar aire, echando un pequeño pasito hacia atrás. No estaba cerca, pero no quería volver a sorprenderse viéndole aproximarse demasiado ante cualquier tipo de revelación que pudiese hacer-. En aquella pared.- Señaló la que tenía a la espalda, aunque echó un vistazo nuevamente por si se equivocaba-. habla sobre la luna representada como una deidad lejana. Por lo que he podido ver, la ponen como una madre que, viendo a su hijo moribundo, otorgó su propia vida a cambio de garantizar la de su hijo. Eso hizo que se convirtiese en su Dios, ya que la vitalidad de la madre logró restaurar la suya propia. Sin embargo, como había sido la luna quien había hecho semejante sacrificio, su hijo tuvo que ocupar su lugar, y por ello ahora él vaga en el cielo velando por los demás.- Hizo una pequeña pausa, encogiéndose de hombros-. Básicamente cuentan que, como necesita velar por todos los habitantes, desaparece en el cielo a veces para continuar con su guía.
Por lo que podía comprobar, aquella civilización estaba llena de pequeñas cosas extrañas. Era cierto que, siendo gente que no conocía otro tipo de vida, sería obvio guiarse por semejantes doctrinas y comportamientos, pero aun así le resultaba raro. Y a la vez entretenido. Si no tuviese miedo de que cualquiera quisiese obligarle a participar en un coliseo o de que utilizasen su sangre como sacrificio, sin duda querría acercarse a la gente de allí. Pero no se fiaba ni un pelo; Avanzó hasta situarse cerca de otra de las paredes, que había sido la que había leído en un principio y, por ende, había cosas que se le habían olvidado.
- Esta habla sobre una época oscura, plagada de sufrimiento y de terror. Los sacerdotes de la civilización rezaron a su Dios durante mucho tiempo, y una noche en la que hubo un eclipse...- Señaló hasta uno de los símbolos, como si estuviese intentando de leerlo mientras lo decía-. al parecer un destello iluminó su camino y les guio hasta aquí. Creo que esto había sido una especie de cripta funeraria o...- Negó un par de veces, volviendo a leerlo-. un templo en el que dar vigilia a los muertos. Pero a partir de ese momento lo utilizaron como hogar, porque creen que Keyen les llevó hasta aquí.
Lo último que había podido leer estaba conectado a esas dos partes, por lo que lo dejó de últimas. Sonrió suavemente mientras se acercaba a la última pared, pasando los dedos enguantados por la parte importante que había leído. Ser de utilidad sentaba bien.
- Este último describe el ciclo lunar con claridad. Durante la luna nueva realizan sus sangrientos sacrificios como forma de llamar a Keyen para que vuelva y no les abandone. También...- Carraspeó un poco, mirando hacia el suelo por unos segundos-. pone que aprovechan la luna llena para aparearse-. Dijo, de forma muy baja. Utilizó ese término porque no, definitivamente no iba a utilizar otro delante de Ivan.- Es como un signo de buena fe y prosperidad para sus hijos.- Tras terminar, volvió a encogerse de hombros. Escuchó lo que decía, y no pudo evitar reír en la inmensidad de aquella oscuridad. ¿Cómo demonios iba a negarse después de haber descubierto todo eso? - Bueno, se descifrar lenguajes antiguos. He hecho aproximaciones y al final he conseguido hilar lo que ponía. No usan un lenguaje muy complejo.- Hizo una pausa, acercó un poco su rostro a él tratando de resultar firme, y elevó su dedo-. Iré contigo y te ayudaré con todo lo que haya en la cueva. Pero este será nuestro descubrimiento-. Resaltó la palabra nuestro con mucho énfasis, y trató de componer la misma sonrisa que él había hecho.- ¿Aceptas?
Ivan Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Escuchó la traducción de Cheshire dedicándole su completa atención, tan atento y emocionado como un niño escuchando un relato de sus padres. Aquello era lo más parecido a una victoria moral que podía tener sobre su padre. Descubrir secretos de la isla a la que Derian había dedicado años de su vida a estudiar. Le llamó mucho la atención descubrir que parar los keyenitas la Luna era una dualidad que había sido madre y luego hijo. La gran mayoría de las culturas establecían una dualidad de género Sol-Luna en la que normalmente el Sol era la figura masculina y la Luna la femenina, habiendo otras culturas en que la dualidad se invertía y la Luna era masculina. Normalmente tenía que ver con la forma de vida de esas culturas y su consideración de los astros. Sin embargo era la primera cultura que encontraba que consideraban la existencia de una Luna madre femenina y una Luna hija masculina. Chocaba con todos los tipos culturales e iconológicos que había estudiado y visto en persona. Y eso era lo que hacía aquella aventura tan excitante.
Luego llegó el relato que antes había mencionado de que Keyen había guiado a su pueblo a aquella isla. Sin embargo ahora mencionó algo más interesante: según aquel relato, la isla ya poseía un templo antes de la llegada de los keyenitas. Podía interpretarse como parte del relato, una forma de darle legitimidad a su historia y su dominio sobre la isla. Sin embargo, normalmente cuando un pueblo se daba legitimidad en su mitología solía deberse a que el pueblo se veía amenazado en su consciencia colectiva, o que buscaban justificar su dominación sobre otros. Los keyenitas, sin embargo, habían tenido Ireos para sí solos por mucho tiempo. No, estaba seguro de que los keyenitas realmente habían encontrado algo anterior a ellos a su llegada. Probablemente tuviese que ver con lo que había mencionado Cheshire de "las raíces del templo." Si sus suposiciones eran correctas, en la ciudad subterránea o tal vez bajo ella, podrían encontrar algo relacionado con gente anterior.
La última parte no revestía tanto interés para su búsqueda. Ritos relacionados con las fases lunares; era casi esperable en un pueblo que adoraba a la Luna como su deidad. A nivel antropológico era interesante, pero se podía casi obviar para la tarea que tenían entre manos. Arqueó una ceja y se rio entre dientes al escuchar a Cheshire decir "aparearse" y notar lo que parecía vergüenza en su voz. ¿Era tan inocente? Se acercó al pozo y volvió a tantearlo en busca de grabados mientras la escuchaba. No se había esperado aquella declaración de intenciones, la verdad. Sin embargo, estaba dispuesto a aceptarlo. Al fin y al cabo, sin las habilidades de traducción de Cheshire no habría sabido qué era lo que buscaba ni hubiera descifrado aquellas palabras.
- Está bien. Será nuestro descubrimiento - aceptó, asintiendo - Recuerda, de todos modos, moverse por sitios como este es mi especialidad. Sigue mis instrucciones al momento y sin dudar. No creo que aquí haya algo que pueda darme motivos de preocupación, pero no me gustaría tener que abrirme paso al exterior entre hordas de keyenitas enfurecidos, o quedarme sin traductora. Si estás conforme, vamos.
Primero examinó las estancias aledañas, excepto la del agujero que tanto había llamado su atención. Había una estancia que identificó como para realizar abluciones rituales, supongo que con el agua extraída del pozo. Otra, al fondo, era el sanctasanctórum, en el que había una estatua de un trono hecho de cráneos que identificaba el trono del dios. En esa estancia salvo por braseros oxidados no identificó nada. Estudiándola el suficiente tiempo tal vez hubiese descubierto cosas sobre los ritos religiosos de los keyenitas antes de la caída de su civilización, pero no estaban allí para eso. Tras eso, se dirigió a agujero en la pared izquierda de la sala del pozo. Este daba a una estancia alargada donde había pergaminos muy viejos y en mal estado en las paredes... y el esqueleto destrozado de un freikous. Dio un par de vueltas en torno a la bestia, frunciendo el ceño.
- Esto no lo pusieron aquí los keyenitas. Esta criatura murió aquí por muerte violenta. Lo que me pregunto es qué pudo causarle heridas así a un freikus. ¿Hay keyenitas tan fuertes? ¿O sería un extranjero? - cogió un hueso y lo examinó - Hace al menos diez años de su muerte.
Se encogió de hombros y dejó de nuevo la costilla junto al esqueleto. Salvo por el rompecabezas del enorme lagarto muerto, no se les perdía nada en aquella estancia. Tal vez revisar algún pergamino que no estuviese totalmente podrido, aunque dudaba que quedase alguno entero, las condiciones de conservación no eran las ideales. Finalmente volvieron a la estancia anterior y al pozo que tanto había llamado su atención.
- Estoy seguro de que este pozo tiene que tener alguna función...
Y entonces, buscando entre las piedras, lo encontró. Un ladrillo suelto. Había un mecanismo tan bien escondido que si no fuese por su experiencia no lo hubiese localizado. No quiso tocarlo sin saber lo que era. Sospechaba qué podía ser, y prefería primero cerciorarse de que tenía razón. Sacó una daga y cuidadosamente quitó la argamasa del ladrillo de al lado del mecanismo, sacándolo de su sitio. Entonces vio que había una serie de cuerdas que iban no siguiendo el pozo hacia abajo, como había esperado, sino hacia la pared de la derecha por el suelo. ¿Una puerta secreta? Movió el botón oculto tirando de él y luego empujándolo. Empezó a escucharse un ruido de mecanismos, pesos subiendo y bajando. Lentamente una sección de la pared se movió de su sitio, revelando un pasadizo oculto.
- Bingo - sonrió victorioso.
Luego llegó el relato que antes había mencionado de que Keyen había guiado a su pueblo a aquella isla. Sin embargo ahora mencionó algo más interesante: según aquel relato, la isla ya poseía un templo antes de la llegada de los keyenitas. Podía interpretarse como parte del relato, una forma de darle legitimidad a su historia y su dominio sobre la isla. Sin embargo, normalmente cuando un pueblo se daba legitimidad en su mitología solía deberse a que el pueblo se veía amenazado en su consciencia colectiva, o que buscaban justificar su dominación sobre otros. Los keyenitas, sin embargo, habían tenido Ireos para sí solos por mucho tiempo. No, estaba seguro de que los keyenitas realmente habían encontrado algo anterior a ellos a su llegada. Probablemente tuviese que ver con lo que había mencionado Cheshire de "las raíces del templo." Si sus suposiciones eran correctas, en la ciudad subterránea o tal vez bajo ella, podrían encontrar algo relacionado con gente anterior.
La última parte no revestía tanto interés para su búsqueda. Ritos relacionados con las fases lunares; era casi esperable en un pueblo que adoraba a la Luna como su deidad. A nivel antropológico era interesante, pero se podía casi obviar para la tarea que tenían entre manos. Arqueó una ceja y se rio entre dientes al escuchar a Cheshire decir "aparearse" y notar lo que parecía vergüenza en su voz. ¿Era tan inocente? Se acercó al pozo y volvió a tantearlo en busca de grabados mientras la escuchaba. No se había esperado aquella declaración de intenciones, la verdad. Sin embargo, estaba dispuesto a aceptarlo. Al fin y al cabo, sin las habilidades de traducción de Cheshire no habría sabido qué era lo que buscaba ni hubiera descifrado aquellas palabras.
- Está bien. Será nuestro descubrimiento - aceptó, asintiendo - Recuerda, de todos modos, moverse por sitios como este es mi especialidad. Sigue mis instrucciones al momento y sin dudar. No creo que aquí haya algo que pueda darme motivos de preocupación, pero no me gustaría tener que abrirme paso al exterior entre hordas de keyenitas enfurecidos, o quedarme sin traductora. Si estás conforme, vamos.
Primero examinó las estancias aledañas, excepto la del agujero que tanto había llamado su atención. Había una estancia que identificó como para realizar abluciones rituales, supongo que con el agua extraída del pozo. Otra, al fondo, era el sanctasanctórum, en el que había una estatua de un trono hecho de cráneos que identificaba el trono del dios. En esa estancia salvo por braseros oxidados no identificó nada. Estudiándola el suficiente tiempo tal vez hubiese descubierto cosas sobre los ritos religiosos de los keyenitas antes de la caída de su civilización, pero no estaban allí para eso. Tras eso, se dirigió a agujero en la pared izquierda de la sala del pozo. Este daba a una estancia alargada donde había pergaminos muy viejos y en mal estado en las paredes... y el esqueleto destrozado de un freikous. Dio un par de vueltas en torno a la bestia, frunciendo el ceño.
- Esto no lo pusieron aquí los keyenitas. Esta criatura murió aquí por muerte violenta. Lo que me pregunto es qué pudo causarle heridas así a un freikus. ¿Hay keyenitas tan fuertes? ¿O sería un extranjero? - cogió un hueso y lo examinó - Hace al menos diez años de su muerte.
Se encogió de hombros y dejó de nuevo la costilla junto al esqueleto. Salvo por el rompecabezas del enorme lagarto muerto, no se les perdía nada en aquella estancia. Tal vez revisar algún pergamino que no estuviese totalmente podrido, aunque dudaba que quedase alguno entero, las condiciones de conservación no eran las ideales. Finalmente volvieron a la estancia anterior y al pozo que tanto había llamado su atención.
- Estoy seguro de que este pozo tiene que tener alguna función...
Y entonces, buscando entre las piedras, lo encontró. Un ladrillo suelto. Había un mecanismo tan bien escondido que si no fuese por su experiencia no lo hubiese localizado. No quiso tocarlo sin saber lo que era. Sospechaba qué podía ser, y prefería primero cerciorarse de que tenía razón. Sacó una daga y cuidadosamente quitó la argamasa del ladrillo de al lado del mecanismo, sacándolo de su sitio. Entonces vio que había una serie de cuerdas que iban no siguiendo el pozo hacia abajo, como había esperado, sino hacia la pared de la derecha por el suelo. ¿Una puerta secreta? Movió el botón oculto tirando de él y luego empujándolo. Empezó a escucharse un ruido de mecanismos, pesos subiendo y bajando. Lentamente una sección de la pared se movió de su sitio, revelando un pasadizo oculto.
- Bingo - sonrió victorioso.
Cheshire
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Le sorprendía enormemente que Ivan pudiese ser el tipo de persona que, ante una explicación, se queda en silencio y espera pacientemente a que quien está dando la charla termine. Lo cual, teniendo en cuenta el nerviosismo que la joven llevaba encima por poder traducir aquello y hacerlo de forma correcta, le alegraba. Lo último que quería era tener que estar pendiente de lo que él decía y a su vez de las traducciones. Se portó tan bien que notó que la presión que había estado sintiendo en el pecho por hacerlo correcto desaparecía conforme seguía hablando, hasta que finalmente no quedó nada justo al terminar de explicar toda la situación de la zona. Suponía que a partir de ese momento tendrían mucho más que hacer, sobre todo si querían seguir con la investigación de la cueva que, por lo que había visto con la poca luz que tenía, contaba con bastantes lugares.
- Nuestro entonces, genial-. Su sonrisa se ensanchó sobre su rostro, como si hubiese esperado tener que insistir o realzar sus cualidades nuevamente para que aquel hombre -si es que podía considerarlo un hombre realmente- le tomase en serio. Pero no fue así, aunque desde luego quiso reafirmar su autoridad y dominación en aquella aventura, como si no supiese ya que era él quien mandaba en todo. ¿Cuándo se había vuelto tan tranquila ante las órdenes de los demás? Debía ser el clima de la isla. Sí, seguro que era eso. No podía ser la imponente presencia de ese hombre, se negaba a admitirlo.- La idea de verte corriendo de un montón de keyenitas ansiosos por chuparte la sangre sería bastante graciosa...- Comentó en un susurro suave, llevándose el dedo índice a la parte baja del labio, precisamente imaginando dicha escena. No creía que precisamente él tuviese problemas con una horda de gente así, pero oye, seguía siendo divertido en su cabeza.- Aprecio que pienses en mi seguridad como traductora, prefiero no morirme todavía. Quiero decir, sería una pena que el mundo no conociese semejante belleza-. Mirando hacia Ivan, encogió los hombros y se dirigió a ver lo que él había estando observando en el lugar.
Como quien no quiere la cosa, atravesó la sala en la que se encontraba el trono, apuntó hacia este con la antorcha antes de nada y, sin esperar ni un segundo más, se sentó. No le pareció muy cómodo al principio, pero desde pequeña había querido sentarse en uno y no iba a desperdiciar la oportunidad como si nada. Lo cierto es que se hubiese puesto a seguir a Ivan en la oscuridad, pero no veía nada y distinguir las cosas en la estancia se le hacía mucho más difícil que a él, por lo que suponía que cualquier cosa interesante que encontrase se lo mencionaría. Mientras tanto, tal y como había prometido, no estorbaría. Se estaba portando bien tocando aquellos cráneos colocados en el trono, pero aun así tampoco quería quedarse sola entre la penumbra, pues no confiaba en que pudiesen aparecer los keyenitas o algo peor, así que cuando vio que Ivan volvía para acercarse a otro lugar, pegó un salto y dio un par de pisadas rápidas para llegar hasta él, quedándose a aproximadamente un medio metro de distancia.
Llegando hasta la siguiente parte, Cheshire miró por encima del hombro de Ivan, esforzándose enormemente por colocarse de puntillas para poder visualizar lo que había. Resultaba difícil cuanto menos, pues no era precisamente alta para su edad, pero consiguió un pequeño hueco finalmente. La verdad es que no esperaba ver uno de esos bichos asquerosos muerto en el suelo, pero viendo que evidentemente no se iba a mover no le preocupó tanto. Algo de asco sí, pero preocupación ninguna. Pasando como pudo evitando tocar tanto a Ivan como los huesos de la criatura, avanzó hasta lo que parecían ser varios pergaminos enrollados y antiguos. Sin saber bien por dónde meter la antorcha para poder examinarlos bien, sujetó uno de los rollos con una mano tratando de abrirlo como podía. Por suerte no era especialmente torpe con las manos, pero suspiró en cuanto vio que no había nada más que algún que otro símbolo ya visto con anterioridad.
- A ver, no me sorprende que tenga heridas así, siempre puede haber alguien más fuerte que el resto. Pero tú das mucho más miedo-. Confesó, encogiéndose de hombros con suavidad.- Lo que me sorprende es que siga aquí tirado.- Probó suerte con algún que otro pergamino, pero al ver que la mayoría de grabados se habían deshecho con el tiempo terminó por descartar la idea de leer algo más interesante entre todo eso. Sin embargo, mientras él observaba el pozo, ella se decidió a rebuscar entre las estanterías. Pasó la mano con suavidad, intentando comprobar si había algún grabado.
Justo cuando empezó a escuchar algo desde la otra habitación, terminó de alejar la mano. Solo que esa vez, en lugar de asegurarse de hacerlo de forma cuidadosa, no le importó apartarla con rapidez para regresar junto a Ivan. Sin darse cuenta, pasó la mano por la piedra, y al instante sintió un dolor agudo en la palma de la misma. Alejándola lo antes posible, con el ceño fruncido y el gesto arrugado, acercó la antorcha para poder comprobar qué demonios había ocurrido. Sobre la mitad de la palma había restos de polvo esparcidos por el guante completamente partido, y justo en el centro de dicha raja había una laceración algo profunda que, evidentemente, empezó a sangrar sin poder evitarlo. No podía ver bien qué era lo que lo había producido, pero supuso que algún trozo afilado de los pergaminos o de la piedra en sí. Chasqueó la lengua algo incómoda, pero quiso apresurarse para no hacerle perder más tiempo.
- ¿Qué ha sido ese ruido? - Preguntó, buscando algo con lo que poder tapar la herida medianamente. Solo faltaba que encima se infectase. Al entrar, observó que la escena había cambiado, por lo que abrió los ojos sobresaltada-. ¡Oh! Has encontrado otra entrada, menudo ojo tienes-. Con una sonrisa, dio un par de pasos para poder ver mejor lo que se presentaba delante, curiosa.
- Nuestro entonces, genial-. Su sonrisa se ensanchó sobre su rostro, como si hubiese esperado tener que insistir o realzar sus cualidades nuevamente para que aquel hombre -si es que podía considerarlo un hombre realmente- le tomase en serio. Pero no fue así, aunque desde luego quiso reafirmar su autoridad y dominación en aquella aventura, como si no supiese ya que era él quien mandaba en todo. ¿Cuándo se había vuelto tan tranquila ante las órdenes de los demás? Debía ser el clima de la isla. Sí, seguro que era eso. No podía ser la imponente presencia de ese hombre, se negaba a admitirlo.- La idea de verte corriendo de un montón de keyenitas ansiosos por chuparte la sangre sería bastante graciosa...- Comentó en un susurro suave, llevándose el dedo índice a la parte baja del labio, precisamente imaginando dicha escena. No creía que precisamente él tuviese problemas con una horda de gente así, pero oye, seguía siendo divertido en su cabeza.- Aprecio que pienses en mi seguridad como traductora, prefiero no morirme todavía. Quiero decir, sería una pena que el mundo no conociese semejante belleza-. Mirando hacia Ivan, encogió los hombros y se dirigió a ver lo que él había estando observando en el lugar.
Como quien no quiere la cosa, atravesó la sala en la que se encontraba el trono, apuntó hacia este con la antorcha antes de nada y, sin esperar ni un segundo más, se sentó. No le pareció muy cómodo al principio, pero desde pequeña había querido sentarse en uno y no iba a desperdiciar la oportunidad como si nada. Lo cierto es que se hubiese puesto a seguir a Ivan en la oscuridad, pero no veía nada y distinguir las cosas en la estancia se le hacía mucho más difícil que a él, por lo que suponía que cualquier cosa interesante que encontrase se lo mencionaría. Mientras tanto, tal y como había prometido, no estorbaría. Se estaba portando bien tocando aquellos cráneos colocados en el trono, pero aun así tampoco quería quedarse sola entre la penumbra, pues no confiaba en que pudiesen aparecer los keyenitas o algo peor, así que cuando vio que Ivan volvía para acercarse a otro lugar, pegó un salto y dio un par de pisadas rápidas para llegar hasta él, quedándose a aproximadamente un medio metro de distancia.
Llegando hasta la siguiente parte, Cheshire miró por encima del hombro de Ivan, esforzándose enormemente por colocarse de puntillas para poder visualizar lo que había. Resultaba difícil cuanto menos, pues no era precisamente alta para su edad, pero consiguió un pequeño hueco finalmente. La verdad es que no esperaba ver uno de esos bichos asquerosos muerto en el suelo, pero viendo que evidentemente no se iba a mover no le preocupó tanto. Algo de asco sí, pero preocupación ninguna. Pasando como pudo evitando tocar tanto a Ivan como los huesos de la criatura, avanzó hasta lo que parecían ser varios pergaminos enrollados y antiguos. Sin saber bien por dónde meter la antorcha para poder examinarlos bien, sujetó uno de los rollos con una mano tratando de abrirlo como podía. Por suerte no era especialmente torpe con las manos, pero suspiró en cuanto vio que no había nada más que algún que otro símbolo ya visto con anterioridad.
- A ver, no me sorprende que tenga heridas así, siempre puede haber alguien más fuerte que el resto. Pero tú das mucho más miedo-. Confesó, encogiéndose de hombros con suavidad.- Lo que me sorprende es que siga aquí tirado.- Probó suerte con algún que otro pergamino, pero al ver que la mayoría de grabados se habían deshecho con el tiempo terminó por descartar la idea de leer algo más interesante entre todo eso. Sin embargo, mientras él observaba el pozo, ella se decidió a rebuscar entre las estanterías. Pasó la mano con suavidad, intentando comprobar si había algún grabado.
Justo cuando empezó a escuchar algo desde la otra habitación, terminó de alejar la mano. Solo que esa vez, en lugar de asegurarse de hacerlo de forma cuidadosa, no le importó apartarla con rapidez para regresar junto a Ivan. Sin darse cuenta, pasó la mano por la piedra, y al instante sintió un dolor agudo en la palma de la misma. Alejándola lo antes posible, con el ceño fruncido y el gesto arrugado, acercó la antorcha para poder comprobar qué demonios había ocurrido. Sobre la mitad de la palma había restos de polvo esparcidos por el guante completamente partido, y justo en el centro de dicha raja había una laceración algo profunda que, evidentemente, empezó a sangrar sin poder evitarlo. No podía ver bien qué era lo que lo había producido, pero supuso que algún trozo afilado de los pergaminos o de la piedra en sí. Chasqueó la lengua algo incómoda, pero quiso apresurarse para no hacerle perder más tiempo.
- ¿Qué ha sido ese ruido? - Preguntó, buscando algo con lo que poder tapar la herida medianamente. Solo faltaba que encima se infectase. Al entrar, observó que la escena había cambiado, por lo que abrió los ojos sobresaltada-. ¡Oh! Has encontrado otra entrada, menudo ojo tienes-. Con una sonrisa, dio un par de pasos para poder ver mejor lo que se presentaba delante, curiosa.
Ivan Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sonrió y soltó una risa silenciosa al escuchar lo de los keyenitas persiguiéndole por su sangre. Era cuanto menos una imagen mental curiosa y terriblemente irónica. En realidad estaba seguro de que Cheshire había malinterpretado lo que había querido decir con "abrirse paso", pues lo más probable es que de darse el caso, más que huir iría hacia la salida partiendo por la mitad a cualquier keyenita que intentase detenerle. Después Cheshire decidió alardear sobre su belleza y la pérdida que sería para el mundo. Ivan amplió su sonrisa y le guiñó el ojo. Era cierto que la chica era bastante guapa. Sus ojos recorrieron por un momento su cuerpo y la buena porción de piel expuesta tras cortar la camisa. Antes no se había fijado mucho en ella. Simplemente no había estado en el estado de ánimo correcto. Ahora sin embargo...
- Que le jodan al mundo. Tu belleza es para que tú la disfrutes y te haga sentirte cómoda y orgullosa de ti misma. Y ya que yo estoy por aquí, tampoco dejaré de apreciarla - le dirigió una mirada pícara y siguió buscando.
Mientras estaba trabajando en el pozo, un olor férrico acudió a él y le arrancó un escalofrío. A pesar de que estaba solo en forma híbrida, bastó para despertar sus instintos y hacerle apretar los dientes de manera inconsciente. El olor era sugerente y parecía estar invitándole a buscar su origen y disfrutarlo. Hacía mucho que se alimentaba solo de comida de humanos, así que la tentación y el hambre le golpearon como un martillo. Una sed que hasta ahora no había sabido que estaba ahí acudió de golpe a él. Sus ojos destellaron en la oscuridad y se sorprendió pasando la lengua por los colmillos. Ivan había aprendido con los años que no todas las personas sabían igual. Su estilo de vida, su dieta, su salud, su tipo de sangre y muchos otros factores influían en modificar cada uno de manera sutil el gusto y la textura, pero de una manera tan definitiva que cada persona tenía un sabor y olor único.
Ivan había descubierto que por norma general la sangre de las mujeres le gustaba más, aunque había excepciones en ambos lados. Además la gente atlética por lo general le gustaba más que la de vida sedentaria. Y aquel olor era exactamente su tipo. ¿Se acercaba una keyenita? Se levantó lentamente y olfateó en silencio. Podía percibir el rastro con tanta intensidad como si lo viese, hasta el punto en que casi le dolía no estar siguiéndolo activamente. Sin embargo atemperó sus emociones y contuvo su instinto cazador, disfrutando de la anticipación del banquete. Lanzarse a por la comida como un animal era ceder, no disfrutar. No era su estilo. Una persona que disfrute del comer debe jugar con la anticipación y dejar que la idea, la vista y el olor de la comida despierten el deseo. Hay que dar forma al deseo y dejar que crezca hasta su punto álgido. Y hay que preparar la comida. Las emociones imprimían sabor a la sangre. El miedo le daba un toque ácido que, en su justa medida, la hacía refrescante y revitalizante, como beber una taza de café helado. La emoción y la excitación volvían la sangre ligeramente salada con un olor frutal. El amor la volvía cálida, dulce y ligeramente amarga, como una taza de chocolate caliente.
Cuando finalmente vio entrar a Cheshire apretándose la mano, supo que el olor venía de ella, lo que fue una sorpresa y un golpe de realidad. Parte de él había esperado que hubiese sido una cazadora keyenita. Hubiese sido más fácil y le pondría en menos compromisos. Pero... ¿y ahora qué? Cheshire era amiga de Katharina. No podía hacerle daño. Además la necesitaba para traducir las palabras de las paredes. Sin embargo olía tan bien... ¿no podía simplemente alimentarse de ella sin beber demasiado? Unos pocos tragos no deberían hacerle demasiado daño. Parte de él se regocijó y le pareció buena idea. Pero ya había visto que tenía problemas con el hecho de que la gente se le acercase o la tocara. Si no lo hacía con cuidado, podía acabar teniendo problemas con ella, y necesitaba que estuviese de su parte. Además, tenía una antorcha, y eso sí que resultaba un poderoso elemento disuasorio contra él.
- Yo siempre cumplo. Dije que este era mi campo y aquí tenemos nuestro camino de bajada - le dedicó una sonrisa seductora y a continuación hizo una elegante reverencia extendiendo los brazos hacia la puerta - Las damas nobles primero, los piratas y rufianes después.
Ya había sospechado por su educación, formas y modales que debía ser de alta alcurnia o como mínimo de familia rica. Igual se equivocaba, pero no lo creía. Él mismo se había criado entre la nobleza y reconocía esos pequeños detalles que delataban a otros que, como él, habían abandonado ese ambiente. Ahora que la sed y el deseo inundaban su mente y sus sentidos, se volvió realmente consciente de lo atractiva que era. Ocultó en todo momento sus verdaderos pensamientos tras su habitual sonrisa ligeramente burlona, sin permitir que traslucieran a su rostro, y se dirigió al pasillo secreto. Este tenía dibujos y más grabados en la pared, aunque muchos eran similares a los de la sala anterior. Recorrieron un tramo corto, doblando una curva, mientras Ivan debatía mentalmente sobre su siguiente acción. Si no era cuidadoso, tal vez lograse que ella pasase a temerle o odiarle, lo que dificultaría su tarea allí. O peor, enfadar a Katharina. Pero el vampiro nunca había sido una persona que parase a tomar en consideración al resto. Cogía lo que quería cuando quería.
- Quién sabe qué nos encontraremos abajo. ¿Algún secreto perdido? ¿Un tesoro? ¿Restos de otra civilización aún más antigua? - comentó animadamente - ¿Qué harás tú si es un tesoro?
Procuró modular su forma de expresarse y hablar para transmitir emoción y excitación e intentar contagiárselas a Cheshire. Ya se había decidido. Iba a alimentarse de ella. Si era cuidadoso, tal vez hasta no se lo reprochase. Iba a ser un problema que tuviese ese reparo a que la gente se le acercase, pero... gajes del oficio. Lidiaría con ese puente cuando tuviera que cruzarlo. Señaló a un grabado de la pared y dijo:
- Mira, ese parece diferente. ¿Qué pone?
En el momento en que la chica le diera la espalda, se acercaría sigilosamente pasando a su forma completa. Su piel se volvió aún más pálida, sus ojos pasaron del azul pálido a un dorado brillante y sus colmillos crecieron totalmente. Primero se detendría a su espalda en completo silencio, dejando que por un segundo aquella embriagadora fragancia invadiera sus sentidos y aumentase el deseo. Podía oír y notar perfectamente su arteria carótida palpitando en el cuello, llamándole, cargada del dulce néctar de la vida. Entonces, con delicadeza, se inclinó sobre ella para hundir sus colmillos en su cuello y envolverla en su abrazo, usando sus poderes para incapacitarla con el placer.
- Que le jodan al mundo. Tu belleza es para que tú la disfrutes y te haga sentirte cómoda y orgullosa de ti misma. Y ya que yo estoy por aquí, tampoco dejaré de apreciarla - le dirigió una mirada pícara y siguió buscando.
Mientras estaba trabajando en el pozo, un olor férrico acudió a él y le arrancó un escalofrío. A pesar de que estaba solo en forma híbrida, bastó para despertar sus instintos y hacerle apretar los dientes de manera inconsciente. El olor era sugerente y parecía estar invitándole a buscar su origen y disfrutarlo. Hacía mucho que se alimentaba solo de comida de humanos, así que la tentación y el hambre le golpearon como un martillo. Una sed que hasta ahora no había sabido que estaba ahí acudió de golpe a él. Sus ojos destellaron en la oscuridad y se sorprendió pasando la lengua por los colmillos. Ivan había aprendido con los años que no todas las personas sabían igual. Su estilo de vida, su dieta, su salud, su tipo de sangre y muchos otros factores influían en modificar cada uno de manera sutil el gusto y la textura, pero de una manera tan definitiva que cada persona tenía un sabor y olor único.
Ivan había descubierto que por norma general la sangre de las mujeres le gustaba más, aunque había excepciones en ambos lados. Además la gente atlética por lo general le gustaba más que la de vida sedentaria. Y aquel olor era exactamente su tipo. ¿Se acercaba una keyenita? Se levantó lentamente y olfateó en silencio. Podía percibir el rastro con tanta intensidad como si lo viese, hasta el punto en que casi le dolía no estar siguiéndolo activamente. Sin embargo atemperó sus emociones y contuvo su instinto cazador, disfrutando de la anticipación del banquete. Lanzarse a por la comida como un animal era ceder, no disfrutar. No era su estilo. Una persona que disfrute del comer debe jugar con la anticipación y dejar que la idea, la vista y el olor de la comida despierten el deseo. Hay que dar forma al deseo y dejar que crezca hasta su punto álgido. Y hay que preparar la comida. Las emociones imprimían sabor a la sangre. El miedo le daba un toque ácido que, en su justa medida, la hacía refrescante y revitalizante, como beber una taza de café helado. La emoción y la excitación volvían la sangre ligeramente salada con un olor frutal. El amor la volvía cálida, dulce y ligeramente amarga, como una taza de chocolate caliente.
Cuando finalmente vio entrar a Cheshire apretándose la mano, supo que el olor venía de ella, lo que fue una sorpresa y un golpe de realidad. Parte de él había esperado que hubiese sido una cazadora keyenita. Hubiese sido más fácil y le pondría en menos compromisos. Pero... ¿y ahora qué? Cheshire era amiga de Katharina. No podía hacerle daño. Además la necesitaba para traducir las palabras de las paredes. Sin embargo olía tan bien... ¿no podía simplemente alimentarse de ella sin beber demasiado? Unos pocos tragos no deberían hacerle demasiado daño. Parte de él se regocijó y le pareció buena idea. Pero ya había visto que tenía problemas con el hecho de que la gente se le acercase o la tocara. Si no lo hacía con cuidado, podía acabar teniendo problemas con ella, y necesitaba que estuviese de su parte. Además, tenía una antorcha, y eso sí que resultaba un poderoso elemento disuasorio contra él.
- Yo siempre cumplo. Dije que este era mi campo y aquí tenemos nuestro camino de bajada - le dedicó una sonrisa seductora y a continuación hizo una elegante reverencia extendiendo los brazos hacia la puerta - Las damas nobles primero, los piratas y rufianes después.
Ya había sospechado por su educación, formas y modales que debía ser de alta alcurnia o como mínimo de familia rica. Igual se equivocaba, pero no lo creía. Él mismo se había criado entre la nobleza y reconocía esos pequeños detalles que delataban a otros que, como él, habían abandonado ese ambiente. Ahora que la sed y el deseo inundaban su mente y sus sentidos, se volvió realmente consciente de lo atractiva que era. Ocultó en todo momento sus verdaderos pensamientos tras su habitual sonrisa ligeramente burlona, sin permitir que traslucieran a su rostro, y se dirigió al pasillo secreto. Este tenía dibujos y más grabados en la pared, aunque muchos eran similares a los de la sala anterior. Recorrieron un tramo corto, doblando una curva, mientras Ivan debatía mentalmente sobre su siguiente acción. Si no era cuidadoso, tal vez lograse que ella pasase a temerle o odiarle, lo que dificultaría su tarea allí. O peor, enfadar a Katharina. Pero el vampiro nunca había sido una persona que parase a tomar en consideración al resto. Cogía lo que quería cuando quería.
- Quién sabe qué nos encontraremos abajo. ¿Algún secreto perdido? ¿Un tesoro? ¿Restos de otra civilización aún más antigua? - comentó animadamente - ¿Qué harás tú si es un tesoro?
Procuró modular su forma de expresarse y hablar para transmitir emoción y excitación e intentar contagiárselas a Cheshire. Ya se había decidido. Iba a alimentarse de ella. Si era cuidadoso, tal vez hasta no se lo reprochase. Iba a ser un problema que tuviese ese reparo a que la gente se le acercase, pero... gajes del oficio. Lidiaría con ese puente cuando tuviera que cruzarlo. Señaló a un grabado de la pared y dijo:
- Mira, ese parece diferente. ¿Qué pone?
En el momento en que la chica le diera la espalda, se acercaría sigilosamente pasando a su forma completa. Su piel se volvió aún más pálida, sus ojos pasaron del azul pálido a un dorado brillante y sus colmillos crecieron totalmente. Primero se detendría a su espalda en completo silencio, dejando que por un segundo aquella embriagadora fragancia invadiera sus sentidos y aumentase el deseo. Podía oír y notar perfectamente su arteria carótida palpitando en el cuello, llamándole, cargada del dulce néctar de la vida. Entonces, con delicadeza, se inclinó sobre ella para hundir sus colmillos en su cuello y envolverla en su abrazo, usando sus poderes para incapacitarla con el placer.
Cheshire
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tendía a utilizar expresiones y frases de forma que le hiciesen el trabajo y la comunicación con los demás mucho más sencilla. A veces utilizaba cosas simples, otras palabrería barata y algunos términos que hiciesen fluido algo en concreto. Mara, quien había estado mucho tiempo con ella, le había reprochado por no saber expresarse bien de cara a los demás, y es que muchas veces sustituía cualquier cosa importante por tonterías sin importancia. Eso era lo que había hecho esa vez para referirse a sí misma. No era una persona vanidosa, tampoco se había considerado hermosa antes. Del montón, tal vez, o como cualquier otra chica, pero nada más allá. Hubiese podido convertirse en una dama que únicamente pensase en vestidos y en joyas, pero tenía cosas mucho más importantes en mente de forma habitual. Por no hablar de su mala nutrición, que no ayudó en su desarrollo. Por eso, que Ivan hubiese reconocido su belleza, que hubiese insinuado que se mantendría atento a ella le resultó reconfortante. No podía evitar pensar en cómo estaba cambiándole, en la forma en que le hacía comportarse aunque nunca fue así con nadie. Era casi aterrador ver lo estúpida que parecía frente a él y a su obvia madurez. Desde luego, se notaba la experiencia que él tenía con ese tipo de cosas. Y es que al parecer únicamente era necesario un guiño para hacer que la joven se derritiese por dentro. Resultaba inquietante descubrir que, por primera vez, deseaba seguir ese tipo de juegos a pesar de su nula experiencia en relaciones interpersonales.
Quizás por eso mismo le costó tanto volver a la sala del pozo incluso aunque la curiosidad inundaba todo su ser. Empezaba a darse cuenta de que él -quien al principio solo había sido una figura más entre las tantas encontradas a lo largo de sus viajes- provocaba tantas cosas nuevas dentro de sí misma que incluso se preguntaba si seguía cuerda, o si le había picado algún bicho venenoso. Posiblemente utilizase cualquier tipo de excusa en caso de necesitarla, pero en realidad sabía que no era nada de eso. Sabía que era él, en todo su esplendor, el que le hacía comportarse así. Aunque no pudiese asumirlo.
Con el corazón palpitando mucho más rápido de lo que quería, y la mano ensangrentada y dolorida, llegó hasta él, guardando la misma seguridad que siempre e incluso algo más, por si acaso. El dolor seguía en aumento, pero trataba de disimularlo entre la oscuridad a su alrededor. Lo único que tenía para tapar la herida y evitar una infección era otra parte de su camisa, pero ya no quedaba apenas tela y prefería guardarla. Tampoco le hacía mucha ilusión quedarse semi desnuda frente a posibles peligros, Ivan y una tribu de caníbales. Por el momento, simplemente cerró el puño, dejando que la sangre se acumulase entre la tela del guante y la propia palma. «Ya dejará de sangrar, céntrate en lo que tienes delante» se dijo, tratando de ignorar aquellas punzadas que continuaba sintiendo a cada segundo que pasaba. No era la primera vez que salía herida, así que estaba acostumbrada a ese tipo de dolor, pero aun así no era inmune ni mucho menos.
- Sí, ya veo que cumples con lo que dices-. Sonrió suavemente, acercándose hacia la puerta. Con la antorcha podía ver la situación, y lo que más le sorprendió fue que hiciese semejante teatro en mitad de la aventura. No le disgustó. ¿A qué mujer -u hombre- en su sano juicio le disgustaría que alguien como él se comportase como todo un caballero? Desde luego que iba a aprovecharlo si podía.- Muchas gracias, aunque creo que dejé de ser una dama hace mucho tiempo-. Entre una pequeña risa cargada de cierto nerviosismo incontrolable, atravesó la puerta con cuidado, alumbrando en todo momento con las llamas. No quería volver a herirse de forma estúpida.
Los dibujos a su alrededor formaban diversas frases y palabrejas. Un nuevo rompecabezas con el que divertirse, diferente a lo que habían leído antes. Explicaba la continuación de la historia, la diversidad de la misma y algunas piezas que no habían tenido sentido hasta el momento comenzaron a tenerlo poco a poco conforme seguía leyendo lo que podía. Ser partícipe de algo así era increíble, mucho más de lo que llegó a pensar. Y es que en todo momento se sentía cómoda, divertida incluso. Nunca hubiese llegado hasta allí ella sola, pero ahora que estaban descubriendo todos los rincones ocultos de la sangrienta civilización lo único que quería era llegar hasta el fondo del asunto. Por un momento, se distrajo tanto leyendo lo que podía que dejó que la distancia entre ella y su acompañante se acortase un poco. Su voz sonó cercana, sensual y diferente a lo que había escuchado de sus labios hasta el momento. Era como si hubiese sido consciente en todo momento de lo que había pensado antes sobre él, sobre el efecto que parecía tener. Un escalofrío recorrió su nuca, pero permaneció quieta.
- Yo... bueno, no es que me importen mucho los tesoros...- Aunque las palabras se deslizaron desde sus labios, eran más propiamente un hilo que una frase bien hecha y articulada, y le costó un grandísimo esfuerzo terminar de decirla. Tal y como había pasado antes, sintió que su corazón empezaba a latir cada vez con más y más fuerza, obligándole a ascender la mano herida hasta el órgano, como si le preocupase que de un momento a otro se detuviese. Algo asustada por la incomprensión que surgía en el momento, se dejó llevar por lo que decía, y se giró instantáneamente hasta la zona que señalaba, buscando algo con lo que poder distraerse y alejarse de todo pensamiento que rondaba por su mente. Entrecerrando un poco los ojos, se dio cuenta de que en realidad no era nada extraordinario.
Pero ya no tenía importancia alguna.
Describir sus gráciles movimientos como los de un felino sería subestimar por completo la habilidad que Ivan tenía para moverse entre las sombras utilizándolas a su favor para no hacer ruido alguno. Era algo inhumano, más propio de alguna especie de monstruo que de alguien verdaderamente humano, y aunque en un principio pensó que nunca llegaría a verse amenazada por dicha habilidad, supo que se había equivocado por completo. Porque al fin y al cabo él era un cazador, y ella una presa más en el basto océano.
El terror le invadió durante lo que dura aproximadamente un parpadeo. Fue suficiente como para abrir los ojos por completo entre la inmensa oscuridad, pero no tanto como para intentar defenderse. Durante aquel instante, contuvo la respiración y se fijó en la silueta que trazaba la antorcha en la cueva. Una criatura diferente, un Ivan que hasta ese momento no había visto. No podía distinguir bien sus rasgos ni mucho menos, pero sabía que había cambiado. Agachado sobre ella, dejando que su fragancia invadiese el espacio personal de la joven, notó cómo se hundía en su cuello sin siquiera pensárselo. Una oleada de frío le atravesó, pero pronto fue sustituido por algo más, algo que no lograba reconocer bien, pero que hizo que cada centímetro de sí misma se volviese una inmensa llama. Ardía, más de lo que lo había hecho jamás, y una oleada de ese mismo fuego se propagaba a cada segundo que pasaba por su cuerpo. Sus sentidos estaban embotados, tan confundidos por el placer que ni siquiera podía sentir ese miedo a ser tocada. No, tocada no. Devorada.
Entrecerró los ojos y no luchó. No quería hacerlo, aunque no entendía por qué. ¿Era eso lo que debería estar haciendo? ¿Dejarse llevar simplemente por esa sensación de satisfacción? La incomprensión se deshizo, cada parte de sí misma que se preguntaba si era lo correcto se desvaneció por completo entre aquel complejo acto. Y mientras continuaba con la mano sobre el pecho, mientras aprovechaba aquel momento para apoyarse totalmente sobre Ivan, en lo único que podía pensar era en que quería más. Todo. Lo quería todo.
Quizás por eso mismo le costó tanto volver a la sala del pozo incluso aunque la curiosidad inundaba todo su ser. Empezaba a darse cuenta de que él -quien al principio solo había sido una figura más entre las tantas encontradas a lo largo de sus viajes- provocaba tantas cosas nuevas dentro de sí misma que incluso se preguntaba si seguía cuerda, o si le había picado algún bicho venenoso. Posiblemente utilizase cualquier tipo de excusa en caso de necesitarla, pero en realidad sabía que no era nada de eso. Sabía que era él, en todo su esplendor, el que le hacía comportarse así. Aunque no pudiese asumirlo.
Con el corazón palpitando mucho más rápido de lo que quería, y la mano ensangrentada y dolorida, llegó hasta él, guardando la misma seguridad que siempre e incluso algo más, por si acaso. El dolor seguía en aumento, pero trataba de disimularlo entre la oscuridad a su alrededor. Lo único que tenía para tapar la herida y evitar una infección era otra parte de su camisa, pero ya no quedaba apenas tela y prefería guardarla. Tampoco le hacía mucha ilusión quedarse semi desnuda frente a posibles peligros, Ivan y una tribu de caníbales. Por el momento, simplemente cerró el puño, dejando que la sangre se acumulase entre la tela del guante y la propia palma. «Ya dejará de sangrar, céntrate en lo que tienes delante» se dijo, tratando de ignorar aquellas punzadas que continuaba sintiendo a cada segundo que pasaba. No era la primera vez que salía herida, así que estaba acostumbrada a ese tipo de dolor, pero aun así no era inmune ni mucho menos.
- Sí, ya veo que cumples con lo que dices-. Sonrió suavemente, acercándose hacia la puerta. Con la antorcha podía ver la situación, y lo que más le sorprendió fue que hiciese semejante teatro en mitad de la aventura. No le disgustó. ¿A qué mujer -u hombre- en su sano juicio le disgustaría que alguien como él se comportase como todo un caballero? Desde luego que iba a aprovecharlo si podía.- Muchas gracias, aunque creo que dejé de ser una dama hace mucho tiempo-. Entre una pequeña risa cargada de cierto nerviosismo incontrolable, atravesó la puerta con cuidado, alumbrando en todo momento con las llamas. No quería volver a herirse de forma estúpida.
Los dibujos a su alrededor formaban diversas frases y palabrejas. Un nuevo rompecabezas con el que divertirse, diferente a lo que habían leído antes. Explicaba la continuación de la historia, la diversidad de la misma y algunas piezas que no habían tenido sentido hasta el momento comenzaron a tenerlo poco a poco conforme seguía leyendo lo que podía. Ser partícipe de algo así era increíble, mucho más de lo que llegó a pensar. Y es que en todo momento se sentía cómoda, divertida incluso. Nunca hubiese llegado hasta allí ella sola, pero ahora que estaban descubriendo todos los rincones ocultos de la sangrienta civilización lo único que quería era llegar hasta el fondo del asunto. Por un momento, se distrajo tanto leyendo lo que podía que dejó que la distancia entre ella y su acompañante se acortase un poco. Su voz sonó cercana, sensual y diferente a lo que había escuchado de sus labios hasta el momento. Era como si hubiese sido consciente en todo momento de lo que había pensado antes sobre él, sobre el efecto que parecía tener. Un escalofrío recorrió su nuca, pero permaneció quieta.
- Yo... bueno, no es que me importen mucho los tesoros...- Aunque las palabras se deslizaron desde sus labios, eran más propiamente un hilo que una frase bien hecha y articulada, y le costó un grandísimo esfuerzo terminar de decirla. Tal y como había pasado antes, sintió que su corazón empezaba a latir cada vez con más y más fuerza, obligándole a ascender la mano herida hasta el órgano, como si le preocupase que de un momento a otro se detuviese. Algo asustada por la incomprensión que surgía en el momento, se dejó llevar por lo que decía, y se giró instantáneamente hasta la zona que señalaba, buscando algo con lo que poder distraerse y alejarse de todo pensamiento que rondaba por su mente. Entrecerrando un poco los ojos, se dio cuenta de que en realidad no era nada extraordinario.
Pero ya no tenía importancia alguna.
Describir sus gráciles movimientos como los de un felino sería subestimar por completo la habilidad que Ivan tenía para moverse entre las sombras utilizándolas a su favor para no hacer ruido alguno. Era algo inhumano, más propio de alguna especie de monstruo que de alguien verdaderamente humano, y aunque en un principio pensó que nunca llegaría a verse amenazada por dicha habilidad, supo que se había equivocado por completo. Porque al fin y al cabo él era un cazador, y ella una presa más en el basto océano.
El terror le invadió durante lo que dura aproximadamente un parpadeo. Fue suficiente como para abrir los ojos por completo entre la inmensa oscuridad, pero no tanto como para intentar defenderse. Durante aquel instante, contuvo la respiración y se fijó en la silueta que trazaba la antorcha en la cueva. Una criatura diferente, un Ivan que hasta ese momento no había visto. No podía distinguir bien sus rasgos ni mucho menos, pero sabía que había cambiado. Agachado sobre ella, dejando que su fragancia invadiese el espacio personal de la joven, notó cómo se hundía en su cuello sin siquiera pensárselo. Una oleada de frío le atravesó, pero pronto fue sustituido por algo más, algo que no lograba reconocer bien, pero que hizo que cada centímetro de sí misma se volviese una inmensa llama. Ardía, más de lo que lo había hecho jamás, y una oleada de ese mismo fuego se propagaba a cada segundo que pasaba por su cuerpo. Sus sentidos estaban embotados, tan confundidos por el placer que ni siquiera podía sentir ese miedo a ser tocada. No, tocada no. Devorada.
Entrecerró los ojos y no luchó. No quería hacerlo, aunque no entendía por qué. ¿Era eso lo que debería estar haciendo? ¿Dejarse llevar simplemente por esa sensación de satisfacción? La incomprensión se deshizo, cada parte de sí misma que se preguntaba si era lo correcto se desvaneció por completo entre aquel complejo acto. Y mientras continuaba con la mano sobre el pecho, mientras aprovechaba aquel momento para apoyarse totalmente sobre Ivan, en lo único que podía pensar era en que quería más. Todo. Lo quería todo.
Ivan Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los colmillos perforaron fácilmente piel y carne hasta llegar a la arteria. El olor y el sabor inundaron los sentidos de Ivan y por un momento estuvo a punto de perderse a sus instintos y al éxtasis de la alimentación. Sin embargo logró ejercer su autodisciplina y mantener el control justo, dejando que las emociones se desataran, pero manteniendo las riendas bien sujetas. Era como cabalgar sobre un caballo salvaje y alegre que recorre a toda velocidad una pradera, con el viento soplando de frente. Una sensación absolutamente intoxicante, evocadora y totalmente plena. Por un momento no quedó nada en su mente salvo el sonido del corazón de Cheshire latiendo, el embriagador olor y el tacto de su piel y el manantial de sensaciones que era su sangre acariciando su lengua y descendiendo por su garganta. Podía sentir en las emociones un levísimo acento a miedo, totalmente desplazada por otros sabores: lujuria, deseo, incertidumbre, excitación. Aquellas emociones sorprendieron por un momento al vampiro, que no se las había esperado, pero las aceptó con alegría.
Cheshire respondió arrimándose a él, de nuevo para su sorpresa. Normalmente a quienes mordía se quedaban en un estado de éxtasis en que dejaban de interactuar con su entorno. Salvo por los de voluntad más firme, claro. Aquella resultó una sorpresa agradable a la que reaccionó apropiadamente. Pasó a su forma híbrida y dejó que otras emociones más humanas que el hambre tomaran protagonismo. Dejó de beber para no hacerle daño, ya saciado lo más duro del ansia, y lamió la herida para cerrarla y llevarse las últimas gotas de sangre. Respondió al gesto de Cheshire acariciando su piel, recorriendo con una mano su brazo derecho y con la otra su torso semidesnudo. Recorrió su cuello a mordiscos sin clavar los colmillos, y entonces atrapó su lóbulo con los dientes.
¿En qué momento habían acabado así? Había sentido la llamada del hambre, sí. Y aunque la sed en no pocas ocasiones tenía un componente sexual, no había planeado aquello. No, había sido la sangre de Cheshire. Se había visto contagiado de las emociones que ella sentía y ahora las compartía. Sabía que aquello sí era peligroso: estaban con la guardia baja, centrados solo el uno en el otro y en el deseo que sentían en mitad del pasillo de un templo lleno de sanguinarios keyenitas. Y por algún motivo, el peligro sólo hacía más excitante el momento. Hacía que tuviese ganas de arrancarle la ropa, echarla al suelo y besar su piel desnuda. Sin embargo, como en la comida, el deseo era algo que había que trabajar y dejar crecer. Tanto el propio como el de la otra persona. Así pues, siguió acariciándola, dejando que los olores, el tacto y el deseo le recorrieran y enloquecieran, pero manteniéndolas bajo un justo control.
Aún tenía sed. La sangre que había probado le había sido más deliciosa que el mejor vino o la mejor comida. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadoso. Y ya no le interesaba solo alimentarse de ella. Entonces se le ocurrió una manera de no hacerle daño, seguir probando ese dulce néctar y aumentar la expectación y el deseo de ambos. Desnudando sus colmillos, se dirigió a su cuello y volvió a mordérselo cuidadosamente. Apenas un corte superficial, una herida sangrante que no bastaría para hacerle daño real, pero suficiente para que el olor y el sabor le perdieran, y suficiente para volver a despertar emociones en ella. Viendo que aún apretaba la mano herida contra el pecho, recorrió su brazo con su mano suavemente hasta la de ella, haciéndosela abrir. Entonces se llevó la mano contraria a la boca y se hizo un corte en el índice con un colmillo. Pasó el dedo ensangrentado por la herida, dejando que su propia sangre la mojase. El corte empezó a cerrarse como si no existiera.
No era suficiente. Entrelazó los dedos con los de ella y bebió la sangre de su cuello, mordiéndolo de nuevo sin usar los colmillos, y con la mano libre siguió acariciándola, pasando por sus senos y luego bajando a sus piernas. Mientras dejaba que la lujuria llevase sus actos, notó un extraño calor recorrerle por dentro y sintió sus hombros relajarse. Era como si llevase mucho tiempo tenso y se hubiese relajado de golpe. Una sensación muy similar a la que había sentido meses atrás, cuando Katharina había usado una ilusión para calmarle. Con tantas emociones llenando su interior, dejó de pensar. Simplemente actuó. Lamió las heridas de su cuello, cerrándolas de nuevo, y entonces le hizo darse la vuelta mientras la sujetaba entre sus brazos. La miró por un momento a los ojos. Se dio cuenta entonces de que los corazones de ambos latían desenfrenadamente. Acercó su rostro lentamente al suyo, entreabriendo los labios para besarla... y entonces se detuvo poniéndose totalmente alerta. Se apartó de golpe, pero con elegancia, y encaró el lado del pasillo hacia el que se dirigían, sacando una daga negra.
Había alguien en algún punto del pasillo, acercándose. Aún no lo veía, pero podía oírlo.
Cheshire respondió arrimándose a él, de nuevo para su sorpresa. Normalmente a quienes mordía se quedaban en un estado de éxtasis en que dejaban de interactuar con su entorno. Salvo por los de voluntad más firme, claro. Aquella resultó una sorpresa agradable a la que reaccionó apropiadamente. Pasó a su forma híbrida y dejó que otras emociones más humanas que el hambre tomaran protagonismo. Dejó de beber para no hacerle daño, ya saciado lo más duro del ansia, y lamió la herida para cerrarla y llevarse las últimas gotas de sangre. Respondió al gesto de Cheshire acariciando su piel, recorriendo con una mano su brazo derecho y con la otra su torso semidesnudo. Recorrió su cuello a mordiscos sin clavar los colmillos, y entonces atrapó su lóbulo con los dientes.
¿En qué momento habían acabado así? Había sentido la llamada del hambre, sí. Y aunque la sed en no pocas ocasiones tenía un componente sexual, no había planeado aquello. No, había sido la sangre de Cheshire. Se había visto contagiado de las emociones que ella sentía y ahora las compartía. Sabía que aquello sí era peligroso: estaban con la guardia baja, centrados solo el uno en el otro y en el deseo que sentían en mitad del pasillo de un templo lleno de sanguinarios keyenitas. Y por algún motivo, el peligro sólo hacía más excitante el momento. Hacía que tuviese ganas de arrancarle la ropa, echarla al suelo y besar su piel desnuda. Sin embargo, como en la comida, el deseo era algo que había que trabajar y dejar crecer. Tanto el propio como el de la otra persona. Así pues, siguió acariciándola, dejando que los olores, el tacto y el deseo le recorrieran y enloquecieran, pero manteniéndolas bajo un justo control.
Aún tenía sed. La sangre que había probado le había sido más deliciosa que el mejor vino o la mejor comida. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadoso. Y ya no le interesaba solo alimentarse de ella. Entonces se le ocurrió una manera de no hacerle daño, seguir probando ese dulce néctar y aumentar la expectación y el deseo de ambos. Desnudando sus colmillos, se dirigió a su cuello y volvió a mordérselo cuidadosamente. Apenas un corte superficial, una herida sangrante que no bastaría para hacerle daño real, pero suficiente para que el olor y el sabor le perdieran, y suficiente para volver a despertar emociones en ella. Viendo que aún apretaba la mano herida contra el pecho, recorrió su brazo con su mano suavemente hasta la de ella, haciéndosela abrir. Entonces se llevó la mano contraria a la boca y se hizo un corte en el índice con un colmillo. Pasó el dedo ensangrentado por la herida, dejando que su propia sangre la mojase. El corte empezó a cerrarse como si no existiera.
No era suficiente. Entrelazó los dedos con los de ella y bebió la sangre de su cuello, mordiéndolo de nuevo sin usar los colmillos, y con la mano libre siguió acariciándola, pasando por sus senos y luego bajando a sus piernas. Mientras dejaba que la lujuria llevase sus actos, notó un extraño calor recorrerle por dentro y sintió sus hombros relajarse. Era como si llevase mucho tiempo tenso y se hubiese relajado de golpe. Una sensación muy similar a la que había sentido meses atrás, cuando Katharina había usado una ilusión para calmarle. Con tantas emociones llenando su interior, dejó de pensar. Simplemente actuó. Lamió las heridas de su cuello, cerrándolas de nuevo, y entonces le hizo darse la vuelta mientras la sujetaba entre sus brazos. La miró por un momento a los ojos. Se dio cuenta entonces de que los corazones de ambos latían desenfrenadamente. Acercó su rostro lentamente al suyo, entreabriendo los labios para besarla... y entonces se detuvo poniéndose totalmente alerta. Se apartó de golpe, pero con elegancia, y encaró el lado del pasillo hacia el que se dirigían, sacando una daga negra.
Había alguien en algún punto del pasillo, acercándose. Aún no lo veía, pero podía oírlo.
Cheshire
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las sensaciones continuaban propagándose por su cuerpo, estallando como si fuesen diminutas explosiones de placer condensado. No podía pensar bien, apenas se movía pero cuando lo hacía era siguiendo su instinto, ignorando las señales de alarma que su cabeza intentaba mandarle. ¿Cuánto tiempo llevaba sin tocar a alguien? Sabía que había tenido algún que otro percance chocándose contra gente en las calles, otras tantas peleas y deslices, pero no podía considerar eso un toque real. Sí que había resultado suficiente como para activar sus peores temores, pero nada semejante a lo que acontecía en esos momentos. Sentía aquel cuerpo musculoso tras ella, su tacto, sus colmillos hundiéndose en su cuello por completo. Era capaz de percibir su respiración mientras bebía. Y sus manos... sus manos no tardaron en desplazarse por su cuerpo. La firmeza de sus manos, la sensación de que estaban tan curtidas por todo el tiempo en el campo de batalla y aun así la suavidad con la que le acariciaba fueron otro detonante para ella. Vagaba en una espiral entre los extremos del placer y la locura, dejando cualquier cosa que pudiese interrumpir al margen.
Seguramente para cualquier persona cuerda, la figura monstruosa que por un momento se había conformado ante ella resultaría horrenda, algo a lo que temer por encima de todo. Y es que en todos los aspectos él se estaba alimentando. Pero contrario a todo lo que podría imaginar, en ningún momento sintió miedo hacia él. No cuando tan gentilmente lamió su herida y comenzó a recorrer cada parte de su ser. Comprender la situación no era algo sencillo, pero las cosquillas que él producía a cada segundo que pasaba, a cada pequeño mordisco le hacían imposible detenerle. No quería, se dio cuenta. Quería quedarse ahí con aquel hombre, fuera cual fuese su naturaleza. Y cuando llegó hasta su oreja en un nuevo bocado, gimoteó contra él, dejando caer la antorcha al suelo. La cabeza le daba vueltas por el mar de sensaciones que estaba experimentando, completamente nuevas. Cada una de ellas llegaba sin esperarla, invadiéndola del placer que, sin saberlo, seguía buscando.
La mano le temblaba y, por algún motivo que desconocía, apenas podía moverse. No sentía el cuerpo pesado -más bien todo lo contrario-, pero aun así era incapaz de moverse como quería. Por un momento solo fueron ellos, las respiraciones de ambos y la oscuridad que se había adueñado del lugar. Nada más, únicamente ellos y la inmensa penumbra. La expectación surgió en lo más bajo de su estómago, invitándola a continuar no solo por curiosidad, sino también porque necesitaba seguir experimentando aquellas oleadas de éxtasis. Y una vez más, como si Ivan supiese lo que estaba pensando, no dudó en volver a dentellear su cuello, invitándola a caer hasta lo más profundo del abismo. Aquello debía de ser el infierno, pues sentía cómo su cuerpo seguía quemándose a cada segundo que pasaba. El fuego prosiguió su camino alrededor de su brazo, pero estaba tan perdida en el deleite que aquel hombre causaba que ni siquiera le preocupó que pudiese toparse con el inicio de los guantes. Siguiendo su movimiento con la mirada -ante la tenue luz que quedaba-, pudo ver que acercaba algo a su palma, aunque no llegó a distinguir el tipo de líquido que empleaba. Como si nunca hubiese estado, la herida cuyo dolor había sido sustituido plenamente por el placer se extinguió.
Sentir sus dedos entrelazados con los de ella fue mucho más erótico de lo que esperaba. Había leído cosas semejantes en novelas, pero nunca se imaginó a sí misma disfrutando de la compañía, de las sensaciones que acompañaban al tacto humano, a la comprensión entre dos cuerpos. Sin poder evitarlo, presionó sus dedos contra los de él, anhelando ese tipo de contacto que siempre había temido.
Y entonces todo cambió.
Movió su cuerpo como si no tuviese ningún problema con ello, como si fuese una pequeña muñeca entre sus manos. Los brazos de aquel hombre parecían un ancla a la que aferrarse con tal de no caer, y así lo hizo. Temblorosa, elevó la mirada solo para encontrarse con sus ojos. ¿Siempre habían sido tan profundos y hermosos? No estaba segura, pero conforme se iba acercando cada vez estaban más cerca, y tenía que esforzarse por no perderse en ellos. ¿Realmente iba a besarla? Jamás pensó que su primer beso pudiese ser en un lugar así, pero la apremiante necesidad de sentirle más cerca, más intensamente le hizo desear que lo hiciese. Con la garganta completamente seca y los labios entreabiertos, lo único que le preocupaba era él.
Pero contrario a lo que había estado esperando, él se alejó. En un segundo estaba sintiéndole por completo, y al siguiente el frío le recorría los brazos, las piernas, todo su cuerpo. Parpadeó varias veces, intentando sostenerse con ayuda de sus piernas, que continuaban temblando. Su respiración estaba agitada, y por un momento las dudas le invadieron. ¿Por qué se alejaba? ¿Es que no estaba disfrutando? ¿Acaso había hecho algo mal? No entendía nada, pero había algo más en todo aquello... Algo...
Como una ilusión que había durado demasiado, el pánico se hizo presente en su cuerpo. Observó hacia delante, hacia aquel hombre, y obligó a sus piernas a retroceder un paso. Dos. Tres. No era suficiente, no había espacio suficiente entre ambos. La niebla que había estado entre sus pensamientos, entre sus emociones, se disipó por completo conforme los segundos pasaban, y aquellos destellos de cordura que había estado intentando recibir llegaron uno tras otro. Podía sentir todavía el tacto de aquel hombre sobre la piel, aferrándose a ella como si fuesen sombras ejerciendo presión. Dejó de respirar durante un momento. Incluso aunque todo su ser le decía que debía hacerlo, el terror le sofocó tanto que lo único que pudo hacer fue retroceder hasta la pared y dejarse caer.
No había llorado frente a alguien desde que Mara le encontró frente a la tumba de Thyle. Se había jurado a sí misma no hacerlo para evitar que otros pudiesen preocuparse o tomarla como alguien débil. Pero aun así, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas sin descanso. De haber tenido uñas, seguramente hubiese acabado con heridas devastadoras, pues su primera reacción nada más acabó contra la pared fue intentar rasgar cada parte que él había tocado, cada centímetro que había acariciado o mordido. Le costaba respirar y no entendía cómo había llegado a semejante situación. Recordaba haberse perdido entre sus sentidos, y también el primer segundo de temor, pero todo lo demás era caótico en su mente y recordarlo no le hacía ningún bien. ¿Cómo alguien así había conseguido que cediese ante el contacto? Y lo más preocupante y que ejercía una inmensa presión sobre el resto de sus sentimientos, ¿todo lo que había sentido hacia él hasta el momento era cierto?
Seguramente para cualquier persona cuerda, la figura monstruosa que por un momento se había conformado ante ella resultaría horrenda, algo a lo que temer por encima de todo. Y es que en todos los aspectos él se estaba alimentando. Pero contrario a todo lo que podría imaginar, en ningún momento sintió miedo hacia él. No cuando tan gentilmente lamió su herida y comenzó a recorrer cada parte de su ser. Comprender la situación no era algo sencillo, pero las cosquillas que él producía a cada segundo que pasaba, a cada pequeño mordisco le hacían imposible detenerle. No quería, se dio cuenta. Quería quedarse ahí con aquel hombre, fuera cual fuese su naturaleza. Y cuando llegó hasta su oreja en un nuevo bocado, gimoteó contra él, dejando caer la antorcha al suelo. La cabeza le daba vueltas por el mar de sensaciones que estaba experimentando, completamente nuevas. Cada una de ellas llegaba sin esperarla, invadiéndola del placer que, sin saberlo, seguía buscando.
La mano le temblaba y, por algún motivo que desconocía, apenas podía moverse. No sentía el cuerpo pesado -más bien todo lo contrario-, pero aun así era incapaz de moverse como quería. Por un momento solo fueron ellos, las respiraciones de ambos y la oscuridad que se había adueñado del lugar. Nada más, únicamente ellos y la inmensa penumbra. La expectación surgió en lo más bajo de su estómago, invitándola a continuar no solo por curiosidad, sino también porque necesitaba seguir experimentando aquellas oleadas de éxtasis. Y una vez más, como si Ivan supiese lo que estaba pensando, no dudó en volver a dentellear su cuello, invitándola a caer hasta lo más profundo del abismo. Aquello debía de ser el infierno, pues sentía cómo su cuerpo seguía quemándose a cada segundo que pasaba. El fuego prosiguió su camino alrededor de su brazo, pero estaba tan perdida en el deleite que aquel hombre causaba que ni siquiera le preocupó que pudiese toparse con el inicio de los guantes. Siguiendo su movimiento con la mirada -ante la tenue luz que quedaba-, pudo ver que acercaba algo a su palma, aunque no llegó a distinguir el tipo de líquido que empleaba. Como si nunca hubiese estado, la herida cuyo dolor había sido sustituido plenamente por el placer se extinguió.
Sentir sus dedos entrelazados con los de ella fue mucho más erótico de lo que esperaba. Había leído cosas semejantes en novelas, pero nunca se imaginó a sí misma disfrutando de la compañía, de las sensaciones que acompañaban al tacto humano, a la comprensión entre dos cuerpos. Sin poder evitarlo, presionó sus dedos contra los de él, anhelando ese tipo de contacto que siempre había temido.
Y entonces todo cambió.
Movió su cuerpo como si no tuviese ningún problema con ello, como si fuese una pequeña muñeca entre sus manos. Los brazos de aquel hombre parecían un ancla a la que aferrarse con tal de no caer, y así lo hizo. Temblorosa, elevó la mirada solo para encontrarse con sus ojos. ¿Siempre habían sido tan profundos y hermosos? No estaba segura, pero conforme se iba acercando cada vez estaban más cerca, y tenía que esforzarse por no perderse en ellos. ¿Realmente iba a besarla? Jamás pensó que su primer beso pudiese ser en un lugar así, pero la apremiante necesidad de sentirle más cerca, más intensamente le hizo desear que lo hiciese. Con la garganta completamente seca y los labios entreabiertos, lo único que le preocupaba era él.
Pero contrario a lo que había estado esperando, él se alejó. En un segundo estaba sintiéndole por completo, y al siguiente el frío le recorría los brazos, las piernas, todo su cuerpo. Parpadeó varias veces, intentando sostenerse con ayuda de sus piernas, que continuaban temblando. Su respiración estaba agitada, y por un momento las dudas le invadieron. ¿Por qué se alejaba? ¿Es que no estaba disfrutando? ¿Acaso había hecho algo mal? No entendía nada, pero había algo más en todo aquello... Algo...
Como una ilusión que había durado demasiado, el pánico se hizo presente en su cuerpo. Observó hacia delante, hacia aquel hombre, y obligó a sus piernas a retroceder un paso. Dos. Tres. No era suficiente, no había espacio suficiente entre ambos. La niebla que había estado entre sus pensamientos, entre sus emociones, se disipó por completo conforme los segundos pasaban, y aquellos destellos de cordura que había estado intentando recibir llegaron uno tras otro. Podía sentir todavía el tacto de aquel hombre sobre la piel, aferrándose a ella como si fuesen sombras ejerciendo presión. Dejó de respirar durante un momento. Incluso aunque todo su ser le decía que debía hacerlo, el terror le sofocó tanto que lo único que pudo hacer fue retroceder hasta la pared y dejarse caer.
No había llorado frente a alguien desde que Mara le encontró frente a la tumba de Thyle. Se había jurado a sí misma no hacerlo para evitar que otros pudiesen preocuparse o tomarla como alguien débil. Pero aun así, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas sin descanso. De haber tenido uñas, seguramente hubiese acabado con heridas devastadoras, pues su primera reacción nada más acabó contra la pared fue intentar rasgar cada parte que él había tocado, cada centímetro que había acariciado o mordido. Le costaba respirar y no entendía cómo había llegado a semejante situación. Recordaba haberse perdido entre sus sentidos, y también el primer segundo de temor, pero todo lo demás era caótico en su mente y recordarlo no le hacía ningún bien. ¿Cómo alguien así había conseguido que cediese ante el contacto? Y lo más preocupante y que ejercía una inmensa presión sobre el resto de sus sentimientos, ¿todo lo que había sentido hacia él hasta el momento era cierto?
Ivan Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El olor a pánico y ansiedad que empezó a emitir Cheshire fue tan intenso como si alguien acabase de darle un puñetazo en la nariz. ¿Tanto le había afectado? Si hasta hacía un momento había estado frotándose contra él y reaccionando a todas sus caricias. No podía entender qué llevaba a alguien a reaccionar tan negativamente a lo que había hecho. Ivan era una persona con serios problemas para empatizar, y no entendía que había hecho mal. Un fugaz recuerdo atravesó su mente; una serie de imágenes. Una mujer de pelo rosa tumbada sobre un sofá con los ojos vidriosos, la mujer levantándose más pálida que antes y luego él mismo agarrándola por el cuello. ¿Había vuelto a cometer un error tan severo? Un escalofrío recorrió su espalda, mientras una punzada de dolor atravesaba su pecho. Apretó el puño y desvió la mirada hacia el pasillo. Nunca comprendería a las personas. Era seres demasiado frágiles, demasiado sensibles. Podía entender el orgullo, la ira, la tristeza, el miedo. No entendía lo que estaba sintiendo Cheshire o los motivos que le llevaban a sentirlo. Se sintió molesto y abrumado.
- Hay peligro.
Con esas únicas palabras, se alejó por el pasillo en silencio, dejándola en el suelo. Ahora que estaba más centrado, percibía a los keyenitas aproximándose. Debían estar a en torno a una decena de metros. El pasillo se dividió en varios, pero eso no llegó para distraer al vampiro. Guiándose por su oído y olfato, se dirigió hacia la partida de caza en perfecto silencio. Eran cinco. En cuanto los tuvo a la vista, se detuvo y esperó a que le viesen. Podría haberlos matado a todos antes de que le viesen, pero no era lo que quería. Hubiese sido demasiado fácil, poco desestresante. En ocasiones las situaciones que no comprendía, sobre todo las relacionadas con sentimientos, le abrumaban. Y aquel era uno de esos casos. Cuando se abrumaba se frustraba y enfadaba, y la mejor medicina para eso era la violencia. Los ojos del vampiro destellaron en la oscuridad. Uno de los keyenitas dio un grito de alarma al verle y le disparó, pero Ivan simplemente se apartó lo justo para que la bala pasase cerca suya sin impactarle. Dos cazadoras corrieron hacia él con armas en las manos, mientras Ivan caminaba tranquilamente en dirección hacia ellas. En el momento en que iban a chocar, el vampiro se movió ágilmente entre las dos y empezó a correr hacia la retaguardia del grupo. Un guerrero intentó interponerse con una espada, a lo que el vampiro reaccionó situándose a su lado y rajándole la garganta con los dedos desnudos, tan violentamente que un chorro de sangre le salpicó tras caer la cabeza del hombre hacia atrás, quedando colgando de un pellejo de sangre. Abrió la boca para que parte de la sangre le cayera dentro, y se relamió. Una bala impactó en su pecho, apenas entrando medio centímetro en la carne.
Sin decir nada, torció los labios muy sutilmente en un comienzo de sonrisa y corrió hacia los dos tiradores de atrás, ignorando a las cazadoras que se habían dado la vuelta hacia él de nuevo. El terror en el rostro del primero de ellos lo alimentó como si estuviese ya bebiendo su sangre. Aquella era la miraba de una presa ante un cazador. Con un mismo movimiento con la daga, cortó su fusil y su cara, y a continuación le abrió el bajo vientre. Mientras su víctima se llevaba las manos a la herida para evitar que se le salieran las tripas, se volvió al otro tirador. Este estaba disparándole desesperadamente, las balas impactando en su pecho, cuello y cara. Sin embargo su resistencia natural era demasiada para un arma anticuada y de bajo calibre como aquella. Habría necesitado al menos un calibre .50 para atravesar su carne. Las balas cayeron al suelo y las heridas se cerraron por sí solas. Ivan le miró impertérrito mientras tras él llegaban las dos guerreras. Hizo un gesto casi perezoso con la mano de la daga, y las cabezas de ambas se separaron de sus cuellos.
- ¿Qué gracia tiene esto? - comentó, hablando consigo mismo - Ya ni esto tiene gracia.
El tirador vació su cargador del todo, con una mirada de pánico. Aquella violencia gratuita no le llenaba. Sería mejor sacarlos de su miseria. Los dejaría vivos, pero se arriesgaba a que fuesen a llamar refuerzos. Y no se sentía tan magnánimo. Decapitó al hombre con la misma facilidad que con sus compañeros y a continuación se acercó al moribundo. Al resto le había concedido una muerte rápida e indolora. A él le había hecho sufrir, así que le daría una muerte placentera. Lo agarró por el cuello y lo obligó a levantarse, mientras sacaba los colmillos. Mientras succionaba su sangre, el hombre soltó un suspiró de placer y se destensó. Tras beber hasta la última gota de sangre, lo dejó caer. Entonces negó con la cabeza y se marchó de la zona, limpiando su cara y la daga con un pañuelo.
No sabía si Cheshire se había marchado, así que siguió el rastro de su olor para localizarla. Una vez la vio, se acercó a ella con paso decidido. Aún la necesitaba para buscar la zona más profunda de las cavernas y leer las cosas que aparecieran. Y una parte de él se sentía molesto con cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Si estaba aún tirada, se agacharía para ponerse a su altura y buscar su mirada, si no, simplemente la miraría a los ojos desde una distancia prudencial. Podría haberlo hecho sin trucos, pero viendo el estado en que había acabado, decidió que lo mejor era intentar calmarla, así que usó su hipnosis para hacer que sintiese que estaba a salvo con él. No aplicó todo el poder de su mirada, solo lo justo para que no sintiese ganas de huir.
- Pensé que ambos estábamos disfrutando - tomó aire. Le dolió pronunciar las siguientes palabras - Lo siento.
- Hay peligro.
Con esas únicas palabras, se alejó por el pasillo en silencio, dejándola en el suelo. Ahora que estaba más centrado, percibía a los keyenitas aproximándose. Debían estar a en torno a una decena de metros. El pasillo se dividió en varios, pero eso no llegó para distraer al vampiro. Guiándose por su oído y olfato, se dirigió hacia la partida de caza en perfecto silencio. Eran cinco. En cuanto los tuvo a la vista, se detuvo y esperó a que le viesen. Podría haberlos matado a todos antes de que le viesen, pero no era lo que quería. Hubiese sido demasiado fácil, poco desestresante. En ocasiones las situaciones que no comprendía, sobre todo las relacionadas con sentimientos, le abrumaban. Y aquel era uno de esos casos. Cuando se abrumaba se frustraba y enfadaba, y la mejor medicina para eso era la violencia. Los ojos del vampiro destellaron en la oscuridad. Uno de los keyenitas dio un grito de alarma al verle y le disparó, pero Ivan simplemente se apartó lo justo para que la bala pasase cerca suya sin impactarle. Dos cazadoras corrieron hacia él con armas en las manos, mientras Ivan caminaba tranquilamente en dirección hacia ellas. En el momento en que iban a chocar, el vampiro se movió ágilmente entre las dos y empezó a correr hacia la retaguardia del grupo. Un guerrero intentó interponerse con una espada, a lo que el vampiro reaccionó situándose a su lado y rajándole la garganta con los dedos desnudos, tan violentamente que un chorro de sangre le salpicó tras caer la cabeza del hombre hacia atrás, quedando colgando de un pellejo de sangre. Abrió la boca para que parte de la sangre le cayera dentro, y se relamió. Una bala impactó en su pecho, apenas entrando medio centímetro en la carne.
Sin decir nada, torció los labios muy sutilmente en un comienzo de sonrisa y corrió hacia los dos tiradores de atrás, ignorando a las cazadoras que se habían dado la vuelta hacia él de nuevo. El terror en el rostro del primero de ellos lo alimentó como si estuviese ya bebiendo su sangre. Aquella era la miraba de una presa ante un cazador. Con un mismo movimiento con la daga, cortó su fusil y su cara, y a continuación le abrió el bajo vientre. Mientras su víctima se llevaba las manos a la herida para evitar que se le salieran las tripas, se volvió al otro tirador. Este estaba disparándole desesperadamente, las balas impactando en su pecho, cuello y cara. Sin embargo su resistencia natural era demasiada para un arma anticuada y de bajo calibre como aquella. Habría necesitado al menos un calibre .50 para atravesar su carne. Las balas cayeron al suelo y las heridas se cerraron por sí solas. Ivan le miró impertérrito mientras tras él llegaban las dos guerreras. Hizo un gesto casi perezoso con la mano de la daga, y las cabezas de ambas se separaron de sus cuellos.
- ¿Qué gracia tiene esto? - comentó, hablando consigo mismo - Ya ni esto tiene gracia.
El tirador vació su cargador del todo, con una mirada de pánico. Aquella violencia gratuita no le llenaba. Sería mejor sacarlos de su miseria. Los dejaría vivos, pero se arriesgaba a que fuesen a llamar refuerzos. Y no se sentía tan magnánimo. Decapitó al hombre con la misma facilidad que con sus compañeros y a continuación se acercó al moribundo. Al resto le había concedido una muerte rápida e indolora. A él le había hecho sufrir, así que le daría una muerte placentera. Lo agarró por el cuello y lo obligó a levantarse, mientras sacaba los colmillos. Mientras succionaba su sangre, el hombre soltó un suspiró de placer y se destensó. Tras beber hasta la última gota de sangre, lo dejó caer. Entonces negó con la cabeza y se marchó de la zona, limpiando su cara y la daga con un pañuelo.
No sabía si Cheshire se había marchado, así que siguió el rastro de su olor para localizarla. Una vez la vio, se acercó a ella con paso decidido. Aún la necesitaba para buscar la zona más profunda de las cavernas y leer las cosas que aparecieran. Y una parte de él se sentía molesto con cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Si estaba aún tirada, se agacharía para ponerse a su altura y buscar su mirada, si no, simplemente la miraría a los ojos desde una distancia prudencial. Podría haberlo hecho sin trucos, pero viendo el estado en que había acabado, decidió que lo mejor era intentar calmarla, así que usó su hipnosis para hacer que sintiese que estaba a salvo con él. No aplicó todo el poder de su mirada, solo lo justo para que no sintiese ganas de huir.
- Pensé que ambos estábamos disfrutando - tomó aire. Le dolió pronunciar las siguientes palabras - Lo siento.
Cheshire
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Cuánto tiempo llevaba llorando? No podía saberlo, pero tenía la nariz ligeramente embotada y los ojos le escocían por las lágrimas. Aquellos guantes que tanto le protegían siempre estaban empapados de lágrimas, aunque uno de ellos había quedado ya completamente inservible. Estaba sola frente a sus propios demonios internos, que se manifestaban cual garras sombrías entre sus extremidades y a lo largo de todo su cuerpo. La inmensa oscuridad que asolaba la caverna era suficiente para manifestar sus peores recuerdos, aquel sentimiento de derrota y sumisión que no dudaba en asomarse cada vez que bajaba la guardia. Apenas había unas diminutas llamas extinguiéndose a lo largo de aquella habitación subterránea, y aunque normalmente hubiese servido como una cuerda de anclaje a la que aferrarse, los segundos seguían pasando y el fuego danzaba a punto de desvanecerse. Y cuando lo hiciese, los terrores volverían.
Quería moverse. Quería ser capaz de levantarse y de utilizar aquella cajetilla de cerillas que aún llevaba encima y que Ivan le había dado por si acaso la oscuridad era demasiado absoluta. Se lo había entregado como gesto de buena fe, y quizás por eso mismo dolía tanto lo que había ocurrido después. ¿Había sido estúpida por confiar en otro pirata? No, de alguna forma no podía llegar a creer eso. Tal vez fuese su cabezonería de ver siempre algo bueno en las personas, por pequeño que fuese. O tal vez fuese porque aquel lado que ese hombre le había mostrado resultaba tan familiar, cálido y fácil de asimilar. Tan joven, tan insegura, empezó a pensar que a lo mejor había malinterpretado las señales que había recibido de su parte. ¿Fue un juego desde el principio? ¿Ver hasta qué punto la desesperación podía arremolinarse en ella porque, tal y como le había dicho Katharina, su sueño y ella tendrían muchos problemas a los que enfrentarse?
No.
No iba a creerlo. No quería hacerlo. Porque eso supondría tener que dejar de confiar en todos los que había encontrado a lo largo de sus viajes. Nada de lo que hubiesen hecho por su cuenta valdría y eso... eso no era justo para ellos. Incluso a su modo, Ivan le había ayudado en todo momento. Abrazándose a sí misma, sin poder evitar darle vueltas a todo lo que había ocurrido, apoyó la frente contra sus rodillas. Ni siquiera su propio aliento y las ropas que llevaba consiguieron hacerle entrar en calor, pero poco a poco las lágrimas fueron cesando hasta que terminó por calmar su propio corazón. Seguía confusa, no podía expresar bien sus pensamientos y lo que había sentido se le resistía. Su primer contacto con un hombre, casi un primer beso... ¿De verdad había ocurrido todo eso o se lo había imaginado? Si no hubiese sido porque aún sentía la suavidad de sus labios sobre su cuello seguramente habría pensado que estaba loca por imaginar algo así. Pero no, había sido real.
Y ahora el ambiente destilaba un aroma a herrumbre. Sangre, olía a sangre. Alzó la cabeza, preocupada. ¿Por qué se preocupaba por alguien que le había considerado una presa? Suponía que por su estupidez, nuevamente. Pero esa era la realidad, estaba preocupada por Ivan. No era raro que no pudiese distinguir si él había resultado herido o no. Apoyándose un poco en la roca, intentó levantarse, pero fue el sonido de un disparo lo que le hizo quedarse ahí quieta. La idea de enfrentarse a nuevos peligros como podrían ser los keyenitas no le preocupaba tanto como el volver a ver a Ivan sin tener claro lo que sentía. Tal y como estaba, fácilmente podría lanzarse a intentar arrancarle el cuello o echar a correr ignorando por completo por dónde pisaba. Así que esperó, intentando reflexionar.
Pero el tiempo pasó rápido sin que se diese cuenta. Antes de que pudiese llegar a pensar qué demonios debía decir o qué hacer en una situación semejante, observó su figura entre la penumbra. No había ningún tipo de duda de que era él, incluso aunque cualquier kayenita estuviese bien entrenado, estaba segura de que no podría llegar a ser como él ni en un millón de años. Agachándose, buscó su mirada, y a Cheshire no le costó nada elevar la suya para fijarse en él. Sus palabras le derritieron por dentro, y de alguna forma que no comprendía volvieron a avivar la pequeña chispa de esperanza que albergaba con respecto a él. Estaba dispuesta a pensar que todo el mundo cometía errores, y aunque no sabía distinguir si se sentía cómoda en su presencia o no, por lo menos no quería salir corriendo.
- Yo...- Su voz sonó ligeramente más rota de lo que esperaba, más triste de lo que quería. No era así como quería comenzar la conversación -o lo que fuese-, así que volvió a empezar-. No sé lo que estaba pasando...- Todavía no comprendía bien lo que le había hecho actuar de una forma tan diferente a como era de costumbre, pero sentía que debía disculparse-. Yo no suelo actuar así. No dejo que nadie me...- Trazó un gesto con la mano que anteriormente había estado herida, pasándola por su brazo contrario, por su cuello.- Es absurdo, ¿verdad? Debes de creer que estoy loca. Tengo pánico a que me toquen y aun así yo estaba...- Reprimió una nueva lágrima que se asomaba entre sus violáceos ojos, sustituyéndola por una ligera risa nerviosa.- Esto es una tontería. ¿Cómo puedo pretender explicarme si no me entiendo ni yo misma?
Después de tanto rato entre sus pensamientos ni siquiera era capaz de darle una respuesta a Ivan. Entre aquella niebla que había nublado sus sentimientos había sentido muchas cosas. No todas malas, al contrario. Pero no era capaz de ponerlos en orden y decidir. Por el momento, lo único que sabía era que no quería quedarse en esa oscuridad mucho más tiempo. Tal vez fuera pudiesen llegar a tener una conversación más agradable o más sincera, ya que eso le daría el tiempo necesario para poner todo en orden.
Quería moverse. Quería ser capaz de levantarse y de utilizar aquella cajetilla de cerillas que aún llevaba encima y que Ivan le había dado por si acaso la oscuridad era demasiado absoluta. Se lo había entregado como gesto de buena fe, y quizás por eso mismo dolía tanto lo que había ocurrido después. ¿Había sido estúpida por confiar en otro pirata? No, de alguna forma no podía llegar a creer eso. Tal vez fuese su cabezonería de ver siempre algo bueno en las personas, por pequeño que fuese. O tal vez fuese porque aquel lado que ese hombre le había mostrado resultaba tan familiar, cálido y fácil de asimilar. Tan joven, tan insegura, empezó a pensar que a lo mejor había malinterpretado las señales que había recibido de su parte. ¿Fue un juego desde el principio? ¿Ver hasta qué punto la desesperación podía arremolinarse en ella porque, tal y como le había dicho Katharina, su sueño y ella tendrían muchos problemas a los que enfrentarse?
No.
No iba a creerlo. No quería hacerlo. Porque eso supondría tener que dejar de confiar en todos los que había encontrado a lo largo de sus viajes. Nada de lo que hubiesen hecho por su cuenta valdría y eso... eso no era justo para ellos. Incluso a su modo, Ivan le había ayudado en todo momento. Abrazándose a sí misma, sin poder evitar darle vueltas a todo lo que había ocurrido, apoyó la frente contra sus rodillas. Ni siquiera su propio aliento y las ropas que llevaba consiguieron hacerle entrar en calor, pero poco a poco las lágrimas fueron cesando hasta que terminó por calmar su propio corazón. Seguía confusa, no podía expresar bien sus pensamientos y lo que había sentido se le resistía. Su primer contacto con un hombre, casi un primer beso... ¿De verdad había ocurrido todo eso o se lo había imaginado? Si no hubiese sido porque aún sentía la suavidad de sus labios sobre su cuello seguramente habría pensado que estaba loca por imaginar algo así. Pero no, había sido real.
Y ahora el ambiente destilaba un aroma a herrumbre. Sangre, olía a sangre. Alzó la cabeza, preocupada. ¿Por qué se preocupaba por alguien que le había considerado una presa? Suponía que por su estupidez, nuevamente. Pero esa era la realidad, estaba preocupada por Ivan. No era raro que no pudiese distinguir si él había resultado herido o no. Apoyándose un poco en la roca, intentó levantarse, pero fue el sonido de un disparo lo que le hizo quedarse ahí quieta. La idea de enfrentarse a nuevos peligros como podrían ser los keyenitas no le preocupaba tanto como el volver a ver a Ivan sin tener claro lo que sentía. Tal y como estaba, fácilmente podría lanzarse a intentar arrancarle el cuello o echar a correr ignorando por completo por dónde pisaba. Así que esperó, intentando reflexionar.
Pero el tiempo pasó rápido sin que se diese cuenta. Antes de que pudiese llegar a pensar qué demonios debía decir o qué hacer en una situación semejante, observó su figura entre la penumbra. No había ningún tipo de duda de que era él, incluso aunque cualquier kayenita estuviese bien entrenado, estaba segura de que no podría llegar a ser como él ni en un millón de años. Agachándose, buscó su mirada, y a Cheshire no le costó nada elevar la suya para fijarse en él. Sus palabras le derritieron por dentro, y de alguna forma que no comprendía volvieron a avivar la pequeña chispa de esperanza que albergaba con respecto a él. Estaba dispuesta a pensar que todo el mundo cometía errores, y aunque no sabía distinguir si se sentía cómoda en su presencia o no, por lo menos no quería salir corriendo.
- Yo...- Su voz sonó ligeramente más rota de lo que esperaba, más triste de lo que quería. No era así como quería comenzar la conversación -o lo que fuese-, así que volvió a empezar-. No sé lo que estaba pasando...- Todavía no comprendía bien lo que le había hecho actuar de una forma tan diferente a como era de costumbre, pero sentía que debía disculparse-. Yo no suelo actuar así. No dejo que nadie me...- Trazó un gesto con la mano que anteriormente había estado herida, pasándola por su brazo contrario, por su cuello.- Es absurdo, ¿verdad? Debes de creer que estoy loca. Tengo pánico a que me toquen y aun así yo estaba...- Reprimió una nueva lágrima que se asomaba entre sus violáceos ojos, sustituyéndola por una ligera risa nerviosa.- Esto es una tontería. ¿Cómo puedo pretender explicarme si no me entiendo ni yo misma?
Después de tanto rato entre sus pensamientos ni siquiera era capaz de darle una respuesta a Ivan. Entre aquella niebla que había nublado sus sentimientos había sentido muchas cosas. No todas malas, al contrario. Pero no era capaz de ponerlos en orden y decidir. Por el momento, lo único que sabía era que no quería quedarse en esa oscuridad mucho más tiempo. Tal vez fuera pudiesen llegar a tener una conversación más agradable o más sincera, ya que eso le daría el tiempo necesario para poner todo en orden.
Ivan Markov
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No sabía decir si era debilidad, cobardía, falta de carácter. A decir verdad, se sentía confuso y hecho un lío con aquella mujer. Normalmente alguien así le hubiese dado pereza, pero no podía darse el lujo de dejarla tirada y marcharse. Simplemente no entendía sus sentimientos. ¿Por qué alguien sentía miedo específicamente a que le tocasen? Solo se le ocurría que fuese un trauma por algo que le había sucedido. Podía entender a quienes tenían malos recuerdos y preferían no revivirlos para no torturarse. Él también tenía episodios de su pasado que no le gustaba revivir. Sin embargo, no podía comprender a quienes dejaban que su pasado les dominase y jugase un rol sobre su presente hasta ese punto. No había vivido nunca nada similar. ¿Sería cosa de presas, de gente débil? Sería... raro. Cheshire tenía una determinación fuerte y era poderosa. Y sin embargo algunas de sus formas de comportarse eran propias de una presa. Resopló, confuso y cansado. ¿Qué iba a hacer con ella? Finalmente se echó hacia atrás y se sentó contra la pared contraria.
- No estás loca. He conocido a gente que realmente había perdido la cabeza. Distingues la realidad y la ilusión, ¿no? Eso es que estás cuerda.
"Si no sabes explicármelo, menos voy a entender yo." Pensó el vampiro. Bajó la mirada y metió la mano dentro de su gabardina, sacando la botella de whisky de la comida. La destapó y dio un largo trago, intentando relajarse un poco con el alcohol y pensar qué hacer o cómo arreglarlo. Podía seguir usando la hipnosis, pero tendría un efecto limitado. Podía lograr que se fiase más de él y todas sus proposiciones y palabras sonasen totalmente acertadas y atractivas. Podía hacer que creyese que era su mejor amigo, probablemente. No creía que Cheshire tuviese tanta fortaleza mental y experiencia como para resistirse. Sin embargo nada de eso remediaba que la chica parecía a punto de sufrir un ataque de nervios. Y si luego se daba cuenta de que había hecho algo con ella, cabía la posibilidad de que perdiese definitivamente su confianza. Pero entonces, ¿cómo arreglaba aquello?
- ¿Quieres un poco? - le tendió la botella - A mí me ayuda.
No sabía cómo hacían frente a aquellas situaciones el resto del mundo. Probablemente era el motivo por el que su tránsito a través de la depresión había sido tan caótico y violento. Él había superado sus problemas encontrando un rumbo y un propósito, y haciéndose más fuerte que su dolor. Siempre había hecho frente a todos sus obstáculos así. Creciendo y volviéndose más rápido, más astuto, más letal, más tenaz. Sin embargo, no parecía que recomendarle hacerse fuerte fuera a ayudar a Cheshire. Si tuviese esa fortaleza mental, ya la estaría usando, ¿no? Tenía que encontrar otra manera. Buscó en sus recuerdos y trató de encontrar una situación similar. Primero se acordó de Galia y cómo la había consolado cuando lloraba por Ryuken. No creía que besar a Cheshire y acostarse con ella fuese solucionar nada, teniendo en cuenta que era lo que había desatado el problema. ¿Podía simplemente ignorarla y esperar a que se calmase? Podía. Pero era el equivalente a renunciar a un desafío y dejar que los problemas se arreglasen solos. Y no sabía cuánto tiempo pasaría.
"Seguro que hay algo más que puedes hacer. Piensa." Recordó distintos momentos en que Katharina y él habían estado hablando de su pasado. En ambos casos había habido mucho alcohol de por medio, y algunas drogas más fuertes también. Al menos por su parte. Cuando Kath se había deprimido, lo que había hecho había sido hablar y escuchar. Recordarle que era una persona fuerte y que la había elegido como su capitana. También la había dejado hablar y liberar todo lo que llevaba dentro. No era algo que pudiese aplicar en aquel momento, pues no compartía el mismo vínculo con Cheshire. Y dado que no sabía ni cómo explicarle cómo estaba, escucharla tampoco parecía una opción. Recordó el caso de Brianna, pero lo que había hecho cuando había estado mal había sido consolarla físicamente. Tampoco le servía. ¿Sólo había tenido relaciones profundas con amigas o sus parejas? Trató de recordar el caso de algún amigo al que hubiese tenido que apoyar, pero casi todas sus relaciones con hombres habían sido de camaradería, superficiales o de rivalidad. Zero y Syxel habían sido lo más próximo a un amigo que había tenido, y nunca se había visto en una situación así con ellos. Entonces le llegó la iluminación. Recordó una noche en que encontró a Iliana llorando en los jardines del palacio imperial, y lo que había hecho para calmarla. Le había contado una historia. Recuerdos dulces y amargos recorrieron su cuerpo haciéndole estremecerse. Ya había contado esa historia una vez. La recordaba tan intensamente que era capaz de volver a relatarla, palabra por palabra. Sacó un dial de grabación y lo puso en el suelo, encendiéndolo. La música invadió los pasadizos del templo, dotándolo de una antigua vida que hacía tiempo que no tenía. El vampiro levantó su dedo índice y encendió una llama azul, fría como la muerte, en la tema. La luz estigia bañó la piedra, haciendo visible el lugar.
Y entonces, con una sonrisa sin felicidad, empezó a contar su relato.
- No estás loca. He conocido a gente que realmente había perdido la cabeza. Distingues la realidad y la ilusión, ¿no? Eso es que estás cuerda.
"Si no sabes explicármelo, menos voy a entender yo." Pensó el vampiro. Bajó la mirada y metió la mano dentro de su gabardina, sacando la botella de whisky de la comida. La destapó y dio un largo trago, intentando relajarse un poco con el alcohol y pensar qué hacer o cómo arreglarlo. Podía seguir usando la hipnosis, pero tendría un efecto limitado. Podía lograr que se fiase más de él y todas sus proposiciones y palabras sonasen totalmente acertadas y atractivas. Podía hacer que creyese que era su mejor amigo, probablemente. No creía que Cheshire tuviese tanta fortaleza mental y experiencia como para resistirse. Sin embargo nada de eso remediaba que la chica parecía a punto de sufrir un ataque de nervios. Y si luego se daba cuenta de que había hecho algo con ella, cabía la posibilidad de que perdiese definitivamente su confianza. Pero entonces, ¿cómo arreglaba aquello?
- ¿Quieres un poco? - le tendió la botella - A mí me ayuda.
No sabía cómo hacían frente a aquellas situaciones el resto del mundo. Probablemente era el motivo por el que su tránsito a través de la depresión había sido tan caótico y violento. Él había superado sus problemas encontrando un rumbo y un propósito, y haciéndose más fuerte que su dolor. Siempre había hecho frente a todos sus obstáculos así. Creciendo y volviéndose más rápido, más astuto, más letal, más tenaz. Sin embargo, no parecía que recomendarle hacerse fuerte fuera a ayudar a Cheshire. Si tuviese esa fortaleza mental, ya la estaría usando, ¿no? Tenía que encontrar otra manera. Buscó en sus recuerdos y trató de encontrar una situación similar. Primero se acordó de Galia y cómo la había consolado cuando lloraba por Ryuken. No creía que besar a Cheshire y acostarse con ella fuese solucionar nada, teniendo en cuenta que era lo que había desatado el problema. ¿Podía simplemente ignorarla y esperar a que se calmase? Podía. Pero era el equivalente a renunciar a un desafío y dejar que los problemas se arreglasen solos. Y no sabía cuánto tiempo pasaría.
"Seguro que hay algo más que puedes hacer. Piensa." Recordó distintos momentos en que Katharina y él habían estado hablando de su pasado. En ambos casos había habido mucho alcohol de por medio, y algunas drogas más fuertes también. Al menos por su parte. Cuando Kath se había deprimido, lo que había hecho había sido hablar y escuchar. Recordarle que era una persona fuerte y que la había elegido como su capitana. También la había dejado hablar y liberar todo lo que llevaba dentro. No era algo que pudiese aplicar en aquel momento, pues no compartía el mismo vínculo con Cheshire. Y dado que no sabía ni cómo explicarle cómo estaba, escucharla tampoco parecía una opción. Recordó el caso de Brianna, pero lo que había hecho cuando había estado mal había sido consolarla físicamente. Tampoco le servía. ¿Sólo había tenido relaciones profundas con amigas o sus parejas? Trató de recordar el caso de algún amigo al que hubiese tenido que apoyar, pero casi todas sus relaciones con hombres habían sido de camaradería, superficiales o de rivalidad. Zero y Syxel habían sido lo más próximo a un amigo que había tenido, y nunca se había visto en una situación así con ellos. Entonces le llegó la iluminación. Recordó una noche en que encontró a Iliana llorando en los jardines del palacio imperial, y lo que había hecho para calmarla. Le había contado una historia. Recuerdos dulces y amargos recorrieron su cuerpo haciéndole estremecerse. Ya había contado esa historia una vez. La recordaba tan intensamente que era capaz de volver a relatarla, palabra por palabra. Sacó un dial de grabación y lo puso en el suelo, encendiéndolo. La música invadió los pasadizos del templo, dotándolo de una antigua vida que hacía tiempo que no tenía. El vampiro levantó su dedo índice y encendió una llama azul, fría como la muerte, en la tema. La luz estigia bañó la piedra, haciendo visible el lugar.
Y entonces, con una sonrisa sin felicidad, empezó a contar su relato.
- relato:
- Música del dial
Hace tiempo, vivía un rey sin esposa. A pesar de que buscó a lo largo y ancho del reino, e incluso fue más allá de los mares, no logró encontrar a nadie que considerase digno de ser su compañera de vida. Los años pasaron y el rey comenzó a ver el final de su aventura cada vez más próximo, así que decidió que necesitaba un heredero. Cogió a sus mejores hombres y les ordenó buscar a los hijos ilegítimos que a lo largo de su vida había engendrado con diferentes mujeres del reino y más allá. Y tras una larga búsqueda estos le trajeron a una princesa, de origen humilde, pero hermosa e inteligente. El rey se sintió complacido y la nombró su heredera.
Sin embargo un tiempo después el último de sus hombres llegó con noticias: había un heredero varón. Un joven fuerte y valiente, que era la viva imagen del rey. Sin embargo este ya había proclamado a una heredera, así que no le convenía tener a alguien que disputase el derecho de gobernar de su hija. Tras mucho pensarlo, decidió acoger también a su hijo sin reconocerlo frente al reino, manteniendo el secreto de su origen. Decidió que sería el guardián del reino, lo entrenaría para ser fuerte y leal, la persona que protegería de todo mal a la princesa y a su país. Le enseñaría a ser discreto, a guardar silencio y a vigilar desde las sombras. Sería aquel que eliminaría a los enemigos en silencio y guardase a la gente cuando todos durmieran. Siempre en secreto, sin ser reconocido.
Frente a la corte, el joven guerrero no era más que un sirviente. Hasta sus rasgos y parecido con el rey fueron disimulados con disfraces y engaños que ocultaban su verdadero rostro. Y como era inevitable, acabó conociendo a la princesa. Eran tan diferentes como el día y la noche, y tan complementarios como ambos. Ella era alegre, radiante, hermosa y llena de vida. Él era silencioso, solemne, triste y dulce. Se vieron poderosamente atraídos el uno hacia el otro, de una manera totalmente inevitable. Juntos eran uno. Junto a ella, él sacaba a relucir la belleza de su sonrisa, y ella a su lado se volvía cálida como el sol del mediodía. Al principio no comprendían lo que eran juntos, lo que sentían. Exploraron su relación con la inocencia de la juventud, al principio como amigos, casi como un juego. Pero lo que ellos compartían era una relación prohibida, tanto con máscaras como sin ellas. Ella era una princesa y él un sirviente, y aunque en realidad ambos compartiesen sangre real, eran medio hermanos.
Y finalmente se supo. El rey descubrió lo que había entre sus hijos, y su furia se volvió contra su hijo, al que consideró un traidor que había roto con su confianza. Habiéndole puesto como guardián de su hermana, había buscado robar su corazón. Pero había más en su rabia de lo que realmente entendía; veía en sus hijos la búsqueda que jamás había completado. Y en aquel amor maldito creía verse reflejado a sí mismo y su eterna soledad. Llevado por la cólera, desterró a su hijo del reino y castigó cruelmente a su hija por haber yacido con un criado. Le dijo que había hecho ejecutar a este, y le mostró el corazón de un joven criado ejecutado en su lugar, diciéndole que era el corazón de su amado. Ella se rompió del dolor, y creyendo a su amado muerto, se vio obligada a olvidar.
Pero él nunca pudo hacerlo. Sabiendo que ella seguía viva, surcó en solitario los anchos mares. En la luna veía la luz de su sonrisa, y en la suave caricia de la brisa el roce de sus labios. Recorrió tierras extranjeras y vio maravillas que nadie en su isla hubiese creído posible, bebió de fuentes puras en altas montañas y compartió aventuras con personas de toda clase. Sin embargo nada lograba calmar la herida en su corazón. Podía ser feliz y disfrutar de la oportunidad que se le había dado de recorrer el mundo, pero en el fondo, no era libre. Parte de su ser nunca había abandonado su tierra. No estaba completo. Un día llegó la noticia de la muerte del rey, y con ello el ascenso al trono de su querida hermana. Una parte de él pensó en volver. Una parte de él quería hacerlo y suplicarle que le tomase de vuelta a su lado. Pero otra parte sabía que no era justo ni la mejor idea. Aún con todo su amor, la había engañado, había ocultado su verdadera identidad y dejado que llorase su muerte.
Pero aún con todo cuanto hiciera, cuantos placeres obtuviera o maravillas contemplase, nada lograba calmar su corazón. Sus pensamientos y su alma siempre le traicionaban recordándole el hogar perdido y la mujer que había dejado atrás. Sus sentimientos le traicionaron, y finalmente volvió a buscarla. Pero ella ya no era quien había sido. Su luz había muerto, y su sonrisa, antes cálida, ahora era fría como el viento del norte. Cuando el joven guerrero volvió a su lado, esta se sintió dolida y traicionada. El hombre al que había llorado durante años había resultado ser un impostor, un mentiroso que le había ocultado su identidad y había dejado que lo creyera muerto. Hizo que lo arrojasen a la mazmorra más oscura del palacio y dejó que se pudriera allí.
Ambos eran para el otro como una vela para una luciérnaga. Cuanto más se aproximaban, más se quemaban, pero no podían evitarlo. Aunque ahora maltrechos y heridos, seguían siendo dos caras de la misma moneda, uno y lo mismo. Y cuando el joven guerrero se liberó de su celda, usando su ingenio y las habilidades que había aprendido en su largo viaje, capturó a la reina y con todo el dolor y rabia de su corazón, soltó palabras que jamás debieron ser pronunciadas, que luego se arrepentiría de haber dicho, una terrible y poderosa maldición. Sin saber en el momento lo que hacía, la condenó diciendo: "Tú vida será eterna. Durante incontables noches caminarás maldiciendo tu destino. Tú, que dominaste a los hombres y jugaste con sus vidas, sufrirás el mismo destino que infligiste. Renacerás cuando el sol muera y caminarás bajo la luna, viviendo como una sombra de quién fuiste, obligada a alimentarte como un parásito de las vidas ajenas y morirás cada amanecer."
Cheshire
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Pese a que para ella realidad e ilusión se habían juntado momentáneamente cuando habían estado juntos, tocándose, no dijo nada. Ahora que podía discernir no se le hacía difícil darse cuenta de las diferencias, y precisamente por eso le aterraba haberse dado cuenta de que, contrario al resto de veces que había sido tocada, esa vez había sido completamente diferente. En comparación, podía decir que lo que sentía habitualmente era similar a una tortura y esa vez... esa vez había disfrutado del contacto. Recordarlo le hizo esconder suavemente su rostro entre sus piernas y aprovechar su cabello en un intento por camuflar el rubor que ascendía por sus mejillas irremediablemente. Comprendía que había dos tipos de sentimientos diferentes entre lo que acababa de pasar entre ambos. El primero era el miedo, pues seguía considerándole una amenaza, igual que al resto de seres habitando la tierra y con la capacidad de tocar y acercarse. El segundo era algo nuevo, algo que hasta ese momento no había sentido y que le hacía querer seguir cerca aun con todo. Y aunque por norma general el primero de los sentimientos solía prevalecer ante el segundo, esa vez era todo lo contrario.
- Lo siento...- Elevó nuevamente la vista hacia él, terminando de limpiarse las lágrimas. Por suerte no tenía a mano ningún espejo para verse la cara, pues estaba segura de que acabaría por romperlo. Algo sofocada, pero con la respiración más tranquila y un poco más de calma, aproximó su mano suavemente hacia la botella. La sostuvo por debajo, y la acercó con un asentimiento hacia sí misma-. Gracias.- Mostró un amago de sonrisa en su rostro, que se deshizo en cuanto notó el licor en su garganta. Tras un trago largo, le devolvió la botella, y se dijo a sí misma que debería comprarle una de recambio en cuanto llegasen a una isla civilizada y con tiendas. Le debía más que una simple botella de alcohol, pero el dinero daba para lo que daba.
Dejó que el silencio les invadiese nuevamente. Pretendía iniciar un tema de conversación, quería hacerlo y poder dejar atrás aquel mal trago, pero las palabras no salían de entre sus labios, e incluso buscar un tema para charlar se le estaba atragantando enormemente. Así que simplemente se lamentó por no saber cómo empezar a hablar con él después de lo ocurrido y esperó que él pudiese entablar nuevamente la conversación. De no ser así les tocaría pasar unas cuantas horas en silencio buscando cualquier otro tipo de pista o algo que hacer, y le parecía una mala forma de pasar el resto del día.
Por suerte, parecía que ninguno de los dos quería dejar así las cosas. Ivan sacó algo y lo colocó en el suelo, aunque Cheshire no llegó a reconocer lo que era. Nada más dejarlo, la música empezó a inundar el lugar, y por un momento se preguntó si se trataba de un objeto mágico como la escoba de Katharina. Escuchó las notas bailando por la caverna, sorprendida de que algo tan bonito pudiese atravesar el lugar como si nada. Aunque en cualquier otro momento hubiese preguntado por el artefacto, sentía que no era adecuado mencionarlo. Y no se equivocaba, pues observó a Ivan y la luz que creó y supo que lo mejor era permanecer en silencio.
Al principio no entendía bien qué era lo que estaba intentando contarle. Era una historia, sí, pero la veía tan lejana que no comprendía el motivo por el que había optado por contar esa historia para entablar conversación en lugar de cualquier otra cosa. Podría haber elegido algo trivial y sin importancia, pero no. Estaba contándole un relato, uno que, si bien en cuanto empezó a relatarlo pensó que sería divertido y algo con lo que distraerse, conforme continuaba hablando resultó de lo más realista y humano. Y entonces cayó en la cuenta de que no se trataba de un simple cuento con el que poder tranquilizarse. Le estaba contando su vida, lo que había tenido que soportar hasta el momento.
No resultaba agradable ver que él también había sufrido. Lamentaba que los demás tuviesen que pasar por cosas horribles para construirse a sí mismos, y precisamente escuchar las injusticias que un hombre como Ivan había tenido que soportar resultaba duro, difícil. Tener que quedarse al margen, amar a alguien que para el resto de la sociedad era prohibido... de alguna forma entendía que hubiese acabado así, siendo un fiero guerrero en las inmensidades del mundo. ¿Habría sufrido Katharina algo similar? ¿Precisamente era el dolor y ese tipo de agonías lo que hacían que alguien pudiese llegar a ser fuerte? Superar la mayoría de problemas en su vida había sido coser y cantar dentro de lo que podía esperarse, pero había cosas profundas, espinas clavadas que no conseguiría sacarse hasta dentro de mucho tiempo. Tal vez precisamente lo que Ivan pretendiese fuese mostrarle que el tiempo podía continuar, que, simplemente, debía vivir con ello.
La historia de trágico amor le hizo ver cuán agónica podía ser una relación. Si bien Katharina le había sugerido que no marchase sola, la idea de entablar relaciones y sentimientos con los demás empezaba a ser difícil. Sobre todo tras escuchar todo aquello. Sabía que no podía dejarse llevar por la cobardía y que siempre sería mucho mejor arriesgarse, tal y como había hecho Ivan a pesar de las circunstancias. Pero llegado el momento... no sabía lo que haría. Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo forjando amistades con quienes fácilmente podrían resultar enemigos en un futuro. Pero al final ella era así, ninguna historia podría hacerle cambiar de opinión. Y ningún relato usurparía sus propias decisiones.
- Es una historia muy triste-. Confesó. Había permanecido quieta en una postura ligeramente incómoda durante todo el relato, así que se le habían agarrotado un poco los músculos cuando por fin se movió para entregarle la botella de alcohol.- Pero como en todas las vidas y las historias personales, siempre puede haber algo que lo cambie todo. Algo que lo haga mejor.- Algo similar le había dicho Mara en su día, después de escuchar lo que habían tenido que aguantar Thyle y ella. Y se había aferrado a ello como a un clavo ardiendo-. No parece que tú lo hayas superado del todo. Igual que yo no he superado mis miedos. Pero...- Tragó un poco de saliva, para después soltar un pequeño suspiro y mirar nuevamente a Ivan a los ojos-. Creo que hablar de ello alivia un poco la carga. Y... que hayas confiado en mí contándome tu historia para hacerme sentir mejor me hace estar tranquila.- Confiar. Realmente le hacía confiar en él, pero no podía darse el lujo de decirlo.
Sin saber muy bien por qué, se vio a sí misma apartándose suavemente el guante roto que cubría su mano. Por primera vez en mucho tiempo, dejó que la tenue luz reflejase su palma ante alguien más. Hacía tanto tiempo que nadie veía su mano que sintió la necesidad de apartarla, de esconderla lo antes posible entre sus ropas. Ni siquiera los niños con los que había vivido habían visto lo que escondía. Agradeció que el lugar estuviese lo suficientemente oscuro como para que cubriese la mayor parte de su propia visión, pero expuso la mano hacia delante con cuidado. A primera vista era una mano común y corriente y ella lo sabía, pero le estaba costando un esfuerzo no alejarse rápidamente. Creía que le debía algo a Ivan, fuera lo que fuese, y esa era la única forma que tenía de compensarle por la confianza otorgada. Apresurándose -pues sabía que si no nunca lo haría-, apartó el resto de la tela de la camisa que cubría la muñeca.
Ante los ojos de Ivan, mucho mejores en la oscuridad que los de Cheshire, se podían distinguir unas marcas muy concretas. Cruzándose como si se hubiesen marcado completamente en la piel de la joven había varias líneas de cicatrices, todas ellas circulares. Había tenido las cadenas pegadas a sus muñecas durante todo un año, y se había intentado soltar de mil formas. Había tratado de torcerlas, de arrancarlas contra la pared, de soltarse estirando, pero nada había servido. Y no había parado ni aunque había sentido la sangre deslizándose alrededor de los grilletes. Tampoco cuando sintió su piel desgarrarse en más de una ocasión. Al final, esas marcas habían sido el menor de sus problemas a pesar de que las cubría con vergüenza.
- Fui esclava hace mucho tiempo. Es la mayor ironía de mi vida-. Dijo en un hilo de voz. Nada más decirlo, y aunque apenas había pasado un minuto desde que apartó la tela, volvió a cubrirse la muñeca con la camisa y a ponerse el guante roto por encima.- Cuando me tocan... recuerdo esos días.
- Lo siento...- Elevó nuevamente la vista hacia él, terminando de limpiarse las lágrimas. Por suerte no tenía a mano ningún espejo para verse la cara, pues estaba segura de que acabaría por romperlo. Algo sofocada, pero con la respiración más tranquila y un poco más de calma, aproximó su mano suavemente hacia la botella. La sostuvo por debajo, y la acercó con un asentimiento hacia sí misma-. Gracias.- Mostró un amago de sonrisa en su rostro, que se deshizo en cuanto notó el licor en su garganta. Tras un trago largo, le devolvió la botella, y se dijo a sí misma que debería comprarle una de recambio en cuanto llegasen a una isla civilizada y con tiendas. Le debía más que una simple botella de alcohol, pero el dinero daba para lo que daba.
Dejó que el silencio les invadiese nuevamente. Pretendía iniciar un tema de conversación, quería hacerlo y poder dejar atrás aquel mal trago, pero las palabras no salían de entre sus labios, e incluso buscar un tema para charlar se le estaba atragantando enormemente. Así que simplemente se lamentó por no saber cómo empezar a hablar con él después de lo ocurrido y esperó que él pudiese entablar nuevamente la conversación. De no ser así les tocaría pasar unas cuantas horas en silencio buscando cualquier otro tipo de pista o algo que hacer, y le parecía una mala forma de pasar el resto del día.
Por suerte, parecía que ninguno de los dos quería dejar así las cosas. Ivan sacó algo y lo colocó en el suelo, aunque Cheshire no llegó a reconocer lo que era. Nada más dejarlo, la música empezó a inundar el lugar, y por un momento se preguntó si se trataba de un objeto mágico como la escoba de Katharina. Escuchó las notas bailando por la caverna, sorprendida de que algo tan bonito pudiese atravesar el lugar como si nada. Aunque en cualquier otro momento hubiese preguntado por el artefacto, sentía que no era adecuado mencionarlo. Y no se equivocaba, pues observó a Ivan y la luz que creó y supo que lo mejor era permanecer en silencio.
Al principio no entendía bien qué era lo que estaba intentando contarle. Era una historia, sí, pero la veía tan lejana que no comprendía el motivo por el que había optado por contar esa historia para entablar conversación en lugar de cualquier otra cosa. Podría haber elegido algo trivial y sin importancia, pero no. Estaba contándole un relato, uno que, si bien en cuanto empezó a relatarlo pensó que sería divertido y algo con lo que distraerse, conforme continuaba hablando resultó de lo más realista y humano. Y entonces cayó en la cuenta de que no se trataba de un simple cuento con el que poder tranquilizarse. Le estaba contando su vida, lo que había tenido que soportar hasta el momento.
No resultaba agradable ver que él también había sufrido. Lamentaba que los demás tuviesen que pasar por cosas horribles para construirse a sí mismos, y precisamente escuchar las injusticias que un hombre como Ivan había tenido que soportar resultaba duro, difícil. Tener que quedarse al margen, amar a alguien que para el resto de la sociedad era prohibido... de alguna forma entendía que hubiese acabado así, siendo un fiero guerrero en las inmensidades del mundo. ¿Habría sufrido Katharina algo similar? ¿Precisamente era el dolor y ese tipo de agonías lo que hacían que alguien pudiese llegar a ser fuerte? Superar la mayoría de problemas en su vida había sido coser y cantar dentro de lo que podía esperarse, pero había cosas profundas, espinas clavadas que no conseguiría sacarse hasta dentro de mucho tiempo. Tal vez precisamente lo que Ivan pretendiese fuese mostrarle que el tiempo podía continuar, que, simplemente, debía vivir con ello.
La historia de trágico amor le hizo ver cuán agónica podía ser una relación. Si bien Katharina le había sugerido que no marchase sola, la idea de entablar relaciones y sentimientos con los demás empezaba a ser difícil. Sobre todo tras escuchar todo aquello. Sabía que no podía dejarse llevar por la cobardía y que siempre sería mucho mejor arriesgarse, tal y como había hecho Ivan a pesar de las circunstancias. Pero llegado el momento... no sabía lo que haría. Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo forjando amistades con quienes fácilmente podrían resultar enemigos en un futuro. Pero al final ella era así, ninguna historia podría hacerle cambiar de opinión. Y ningún relato usurparía sus propias decisiones.
- Es una historia muy triste-. Confesó. Había permanecido quieta en una postura ligeramente incómoda durante todo el relato, así que se le habían agarrotado un poco los músculos cuando por fin se movió para entregarle la botella de alcohol.- Pero como en todas las vidas y las historias personales, siempre puede haber algo que lo cambie todo. Algo que lo haga mejor.- Algo similar le había dicho Mara en su día, después de escuchar lo que habían tenido que aguantar Thyle y ella. Y se había aferrado a ello como a un clavo ardiendo-. No parece que tú lo hayas superado del todo. Igual que yo no he superado mis miedos. Pero...- Tragó un poco de saliva, para después soltar un pequeño suspiro y mirar nuevamente a Ivan a los ojos-. Creo que hablar de ello alivia un poco la carga. Y... que hayas confiado en mí contándome tu historia para hacerme sentir mejor me hace estar tranquila.- Confiar. Realmente le hacía confiar en él, pero no podía darse el lujo de decirlo.
Sin saber muy bien por qué, se vio a sí misma apartándose suavemente el guante roto que cubría su mano. Por primera vez en mucho tiempo, dejó que la tenue luz reflejase su palma ante alguien más. Hacía tanto tiempo que nadie veía su mano que sintió la necesidad de apartarla, de esconderla lo antes posible entre sus ropas. Ni siquiera los niños con los que había vivido habían visto lo que escondía. Agradeció que el lugar estuviese lo suficientemente oscuro como para que cubriese la mayor parte de su propia visión, pero expuso la mano hacia delante con cuidado. A primera vista era una mano común y corriente y ella lo sabía, pero le estaba costando un esfuerzo no alejarse rápidamente. Creía que le debía algo a Ivan, fuera lo que fuese, y esa era la única forma que tenía de compensarle por la confianza otorgada. Apresurándose -pues sabía que si no nunca lo haría-, apartó el resto de la tela de la camisa que cubría la muñeca.
Ante los ojos de Ivan, mucho mejores en la oscuridad que los de Cheshire, se podían distinguir unas marcas muy concretas. Cruzándose como si se hubiesen marcado completamente en la piel de la joven había varias líneas de cicatrices, todas ellas circulares. Había tenido las cadenas pegadas a sus muñecas durante todo un año, y se había intentado soltar de mil formas. Había tratado de torcerlas, de arrancarlas contra la pared, de soltarse estirando, pero nada había servido. Y no había parado ni aunque había sentido la sangre deslizándose alrededor de los grilletes. Tampoco cuando sintió su piel desgarrarse en más de una ocasión. Al final, esas marcas habían sido el menor de sus problemas a pesar de que las cubría con vergüenza.
- Fui esclava hace mucho tiempo. Es la mayor ironía de mi vida-. Dijo en un hilo de voz. Nada más decirlo, y aunque apenas había pasado un minuto desde que apartó la tela, volvió a cubrirse la muñeca con la camisa y a ponerse el guante roto por encima.- Cuando me tocan... recuerdo esos días.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Página 2 de 2. • 1, 2
- Pinchos de mono y brindis con sangre [Privado - Ivan, Shikaze y Difter]
- La isla de las burbujas [Shiro - Ivan] [Privado]
- Sangre fresca. Peligro en la isla del poder. [Rol moderado: Alex,Isma]
- (Privado Nayra pasado) Lo que sucede en la isla se queda en la isla
- Well, here we are again [Privado/Aki - Ivan]
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.