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El periódico OPD
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Un onitorrinco, unos cuantos prisioneros y una decena de agentes cansados, empapados y enfadados están en un bote en mitad de una tormenta. Qué situación tan incómoda... La única que parece un poco de buen humor es Mimi, que se lanza a fusilarte con una ráfaga de preguntas sobre la batalla, lo que va a pasar ahora y unas cuantas cosas más sobre tu especie que se le han ocurrido para matar el tiempo.
Por otro lado, los dos arqueólogos arrestados han sido metidos en bolsas negras atadas con bridas de plástico. Alguna patadita suelta les cae cuando los supervivientes van aupándose al bote, pero en general impera el agotamiento y el silencio.
Las horas pasan y se llevan consigo la tormenta. Los remeros han conseguido que no acabéis empotrados contra la Red Line y nadie ha sido asesinado en extrañas circunstancias mientras tanto, lo cual puede calificarse como un victoria. Todo el mundo ha sido vendado -hasta que se han acabado las vendas-, ha comido -hasta que se ha acabado la comida- y ha lanzado curiosas miradas al cilindro misterioso que ha provocado tan engorrosa misión. Este descansa en el bolsillo de DD, quien tiene órdenes de entregarlo para su más que segura destrucción. Quién sabe qué contendrá...
Y por fin, llegan refuerzos. Dos barcos aparecen en la lejanía y se os aproximan directamente, tal vez guiados por las facultades caracolescas de DD. No son navíos muy envidiables -es de suponer que de lo poco que quedara intacto tras la escaramuza en el puerto de Ohara-, y casi que parecen confiscados a ciudadanos normales, pero al menos estaréis menos apretados. Además les acompaña un buque de guerra repleto de soldados que se mantiene al margen y alerta. DD entrega el cilindro al rango más alto y entonces se gira hacia Mimi y hacia ti con una expresión que viene a significar “Testigos”.
Hay un momento sin duda tenso. La posibilidad de mataros y cubrir cualquier rastro parece cobrar vida a partir del silencio de DD. Su mano se acerca hacia la pistola que cuelga en su cadera. Sin embargo, cuando el agente al mando pregunta por vosotros, DD responde:
-No son nadie. Colaboradores civiles. Tengo órdenes de que se les proporcione un barco o, en su defecto, transporte hacia Ohara.
Cualquiera diría que cargarte a la loca de los pinchos te ha conseguido al menos ese favor. Eso y que la malhumorada Señora está criando malvas... Los agentes, seguramente porque no son suyos y porque tampoco son muchos, te ceden el barco civil más pequeño.
-Espero que no vuelvas a involucrarte en estos asuntos -se despide la mujer-caracol.
Emotivas palabras, sin duda. Te harán compañía de camino a dónde sea que vayas.
Por otro lado, los dos arqueólogos arrestados han sido metidos en bolsas negras atadas con bridas de plástico. Alguna patadita suelta les cae cuando los supervivientes van aupándose al bote, pero en general impera el agotamiento y el silencio.
Las horas pasan y se llevan consigo la tormenta. Los remeros han conseguido que no acabéis empotrados contra la Red Line y nadie ha sido asesinado en extrañas circunstancias mientras tanto, lo cual puede calificarse como un victoria. Todo el mundo ha sido vendado -hasta que se han acabado las vendas-, ha comido -hasta que se ha acabado la comida- y ha lanzado curiosas miradas al cilindro misterioso que ha provocado tan engorrosa misión. Este descansa en el bolsillo de DD, quien tiene órdenes de entregarlo para su más que segura destrucción. Quién sabe qué contendrá...
Y por fin, llegan refuerzos. Dos barcos aparecen en la lejanía y se os aproximan directamente, tal vez guiados por las facultades caracolescas de DD. No son navíos muy envidiables -es de suponer que de lo poco que quedara intacto tras la escaramuza en el puerto de Ohara-, y casi que parecen confiscados a ciudadanos normales, pero al menos estaréis menos apretados. Además les acompaña un buque de guerra repleto de soldados que se mantiene al margen y alerta. DD entrega el cilindro al rango más alto y entonces se gira hacia Mimi y hacia ti con una expresión que viene a significar “Testigos”.
Hay un momento sin duda tenso. La posibilidad de mataros y cubrir cualquier rastro parece cobrar vida a partir del silencio de DD. Su mano se acerca hacia la pistola que cuelga en su cadera. Sin embargo, cuando el agente al mando pregunta por vosotros, DD responde:
-No son nadie. Colaboradores civiles. Tengo órdenes de que se les proporcione un barco o, en su defecto, transporte hacia Ohara.
Cualquiera diría que cargarte a la loca de los pinchos te ha conseguido al menos ese favor. Eso y que la malhumorada Señora está criando malvas... Los agentes, seguramente porque no son suyos y porque tampoco son muchos, te ceden el barco civil más pequeño.
-Espero que no vuelvas a involucrarte en estos asuntos -se despide la mujer-caracol.
Emotivas palabras, sin duda. Te harán compañía de camino a dónde sea que vayas.
Arny Sanskari
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fuerza
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Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Para cuando el ornitorrinco despertó de sus alucinaciones se encontró tendido en el suelo, al borde de la extenuación tras semejante esfuerzo, herido físicamente, pero sintiéndose ardiendo por dentro, con el espíritu en llamas.
Tras mucho tiempo preparándose para un momento como ese, por fin había podido no solo defenderse, sino también defender a otros. Los conocimientos adquiridos y sus nuevas capacidades en conjunto lo habían convertido en un poderoso enemigo que necesitaba mucha practica. Al menos eso pensaba mientras terminaba de despejarse en la cubierta del bote donde Mimi, al menor atisbo de consciencia por parte del mink, comenzó con su habitual ronda de preguntas, que salían de su boca como balas de una ametralladora. Aquellos disparos de curiosidad, lejos de incomodar a Arny, lo complacían, pues en cierto modo significaba que ella estaba bien.
Para cuando los refuerzos llegaron, el ornitorrinco había descansado lo suficiente como para ponerse en pie por si mismo. Alguien había vendado sus heridas mientras estaba inconsciente, mientras creía estar agarrado al timón del barco negro. Y un rato de conversación inocente con la peliverde habían conseguido alejar los demonios de la cabeza del mink, que había conseguido relajarse unos minutos tras la tormenta.
Unos minutos pues al comenzar a ascender a los navíos secuestrados por los agentes, las miradas dirigidas al ornitorrinco comenzaron a hacerse más hostiles conforme pasaba el tiempo. Sabiéndose protegidos por más tropas, comenzaban a despreciar un poder que no entendían y temían. La situación se volvió insostenible durante las presentaciones, pero la actuación de DD despejó el camino de la pareja en agradecimiento. Una reverencia marcial sirvió como toda respuesta al gesto y como despedida, pues Arny conocía lo voluble que era la voluntad humana y se dispuso a partir cuanto antes.
El abordaje fue simple con la ayuda de la tripulación, que aseguró el pequeño barco prestado con pértigas hasta que Mimi y el mink estuvieron a bordo.
Tras una rápida inspección a la bodega y ver que disponían de lo básico para navegar y sobrevivir unas semanas, Arny levó anclas y desplegó velas, giro el timón encarando el sol que salía por el horizonte, como un nuevo amanecer también en su vida, más fuerte, más seguro de si mismo.
-No tienes nada más que hacer en este mar- aseguró una voz tras él. Cuando se giró a mirar vio su mochila en el suelo y el gato de la cicatriz haciendo equilibrios sobre la baranda de estribor, con su silueta recortada no contra el rojo del Grand line, sino sobre el blanco espumoso de las cataratas ascendentes que servían de entrada al paraíso. Aquella ventana al mundo tras la que no había vuelta atrás. Arny venía de aquel otro lado, de un lugar muy lejano y algo tiró de él, ya no veía al gato, ni su figura, ni siquiera entorpecía su visión que permanecía fija en la espuma que subía y se perdía en un mar de nubes perennes que acompañan la entrada al futuro.
-¿ARNY?- preguntó Mimi de repente, sacándolo de sus pensamientos. Antes de darse cuenta tenía el pequeño navío proa a las cataratas -¿Alguna vez has soñado con algo más grande?¿Con hacer un aporte al mundo que pueda ser aprovechado por generaciones?- preguntó el ornitorrinco, que sabía que como científica ese sueño había cruzado por su mente en algún momento -Te llevaré al futuro- exclamó mientras la quilla entraba en la fuerte corriente, haciendo cabecear el barco violentamente -AGARRATE- gritó Arny a una Mimi que ya se había refugiado en la cabina con la mochila del navegante al ver la resolución del mink.
Con la popa varios metros por encima de la proa, el barquito entraba en la fuerte catarata inversa que lo llevaría al otro lado del mundo, o a su destrucción. La bajada de la parte trasera del barco fue lo suficientemente violenta como para hacer que el ornitorrinco despegase los pies del suelo, pero estaba fuertemente aferrado al timón y tras regresar la gravedad a su lugar, el barco comenzó a coger velocidad a medida que se internaba en las espumosas aguas de la entrada al Grand Line.
Sin tiempo para observar las extrañas estructuras que servían de marco a ambos lados del camino, el navegante estaba concentrado en plegar las velas, dando las gracias a su capacidad para volar rápidamente entre aparejos, pues la fuerza del viento generado por la poderosa corriente podría haber arrancado el mástil y haber partido el navío en dos. Para cuando pudo volver a agarrar el timón las nubes de tormenta estaban muy cerca, cerca de la cumbre.
Atravesar en plena oscuridad aquel cúmulo húmedo era la representación perfecta de aquel renacer que había sentido con el nuevo amanecer. Arny nunca había sido tan espiritual como algunos compañeros mink, pero sabía que debía seguir su instinto como cualquiera de su raza, y este le había gritado en forma de gato que ya había terminado todo lo que tenía que hacer en aquel mar. Ya estaba bien de esconderse, se había demostrado a si mismo que había crecido y que era tiempo para regresar al mar que lo vio nacer.
Arny llegó a toda una gran conclusión durante el vuelo del barco. Tuvo tiempo de observar el horizonte, en aquel lugar tan cercano, pero tan lejano a la vez, estaba amaneciendo también y el naranja del sol desteñía el amplio océano que tenía delante. Una visión hermosa para grandes pensamientos, pero tan fugaz como tiempo permitió la gravedad que aquel pequeño barco siguiera volando, antes de atraerlo de nuevo a la corriente que ahora llenaba de espuma una vertiginosa bajada.
El amerizaje llenó la cubierta de agua salada y fría, mojando todo, peor el ornitorrinco estaba en su salsa. Su pelaje impermeable le aseguraba permanecer seco un buen tiempo, de manera que no sentiría el frio del agua, no lo haría temblar y no lo debilitaría durante el descenso. Con un cuerpo preparado para aguantar el agua y las bajas temperaturas, Arny disfrutó cada momento del descenso por los rápidos con aquella pequeña y manejable nave hasta desembocar en el gran océano que formaba el paraíso y sus corrientes.
Tras mucho tiempo preparándose para un momento como ese, por fin había podido no solo defenderse, sino también defender a otros. Los conocimientos adquiridos y sus nuevas capacidades en conjunto lo habían convertido en un poderoso enemigo que necesitaba mucha practica. Al menos eso pensaba mientras terminaba de despejarse en la cubierta del bote donde Mimi, al menor atisbo de consciencia por parte del mink, comenzó con su habitual ronda de preguntas, que salían de su boca como balas de una ametralladora. Aquellos disparos de curiosidad, lejos de incomodar a Arny, lo complacían, pues en cierto modo significaba que ella estaba bien.
Para cuando los refuerzos llegaron, el ornitorrinco había descansado lo suficiente como para ponerse en pie por si mismo. Alguien había vendado sus heridas mientras estaba inconsciente, mientras creía estar agarrado al timón del barco negro. Y un rato de conversación inocente con la peliverde habían conseguido alejar los demonios de la cabeza del mink, que había conseguido relajarse unos minutos tras la tormenta.
Unos minutos pues al comenzar a ascender a los navíos secuestrados por los agentes, las miradas dirigidas al ornitorrinco comenzaron a hacerse más hostiles conforme pasaba el tiempo. Sabiéndose protegidos por más tropas, comenzaban a despreciar un poder que no entendían y temían. La situación se volvió insostenible durante las presentaciones, pero la actuación de DD despejó el camino de la pareja en agradecimiento. Una reverencia marcial sirvió como toda respuesta al gesto y como despedida, pues Arny conocía lo voluble que era la voluntad humana y se dispuso a partir cuanto antes.
El abordaje fue simple con la ayuda de la tripulación, que aseguró el pequeño barco prestado con pértigas hasta que Mimi y el mink estuvieron a bordo.
Tras una rápida inspección a la bodega y ver que disponían de lo básico para navegar y sobrevivir unas semanas, Arny levó anclas y desplegó velas, giro el timón encarando el sol que salía por el horizonte, como un nuevo amanecer también en su vida, más fuerte, más seguro de si mismo.
-No tienes nada más que hacer en este mar- aseguró una voz tras él. Cuando se giró a mirar vio su mochila en el suelo y el gato de la cicatriz haciendo equilibrios sobre la baranda de estribor, con su silueta recortada no contra el rojo del Grand line, sino sobre el blanco espumoso de las cataratas ascendentes que servían de entrada al paraíso. Aquella ventana al mundo tras la que no había vuelta atrás. Arny venía de aquel otro lado, de un lugar muy lejano y algo tiró de él, ya no veía al gato, ni su figura, ni siquiera entorpecía su visión que permanecía fija en la espuma que subía y se perdía en un mar de nubes perennes que acompañan la entrada al futuro.
-¿ARNY?- preguntó Mimi de repente, sacándolo de sus pensamientos. Antes de darse cuenta tenía el pequeño navío proa a las cataratas -¿Alguna vez has soñado con algo más grande?¿Con hacer un aporte al mundo que pueda ser aprovechado por generaciones?- preguntó el ornitorrinco, que sabía que como científica ese sueño había cruzado por su mente en algún momento -Te llevaré al futuro- exclamó mientras la quilla entraba en la fuerte corriente, haciendo cabecear el barco violentamente -AGARRATE- gritó Arny a una Mimi que ya se había refugiado en la cabina con la mochila del navegante al ver la resolución del mink.
Con la popa varios metros por encima de la proa, el barquito entraba en la fuerte catarata inversa que lo llevaría al otro lado del mundo, o a su destrucción. La bajada de la parte trasera del barco fue lo suficientemente violenta como para hacer que el ornitorrinco despegase los pies del suelo, pero estaba fuertemente aferrado al timón y tras regresar la gravedad a su lugar, el barco comenzó a coger velocidad a medida que se internaba en las espumosas aguas de la entrada al Grand Line.
Sin tiempo para observar las extrañas estructuras que servían de marco a ambos lados del camino, el navegante estaba concentrado en plegar las velas, dando las gracias a su capacidad para volar rápidamente entre aparejos, pues la fuerza del viento generado por la poderosa corriente podría haber arrancado el mástil y haber partido el navío en dos. Para cuando pudo volver a agarrar el timón las nubes de tormenta estaban muy cerca, cerca de la cumbre.
Atravesar en plena oscuridad aquel cúmulo húmedo era la representación perfecta de aquel renacer que había sentido con el nuevo amanecer. Arny nunca había sido tan espiritual como algunos compañeros mink, pero sabía que debía seguir su instinto como cualquiera de su raza, y este le había gritado en forma de gato que ya había terminado todo lo que tenía que hacer en aquel mar. Ya estaba bien de esconderse, se había demostrado a si mismo que había crecido y que era tiempo para regresar al mar que lo vio nacer.
Arny llegó a toda una gran conclusión durante el vuelo del barco. Tuvo tiempo de observar el horizonte, en aquel lugar tan cercano, pero tan lejano a la vez, estaba amaneciendo también y el naranja del sol desteñía el amplio océano que tenía delante. Una visión hermosa para grandes pensamientos, pero tan fugaz como tiempo permitió la gravedad que aquel pequeño barco siguiera volando, antes de atraerlo de nuevo a la corriente que ahora llenaba de espuma una vertiginosa bajada.
El amerizaje llenó la cubierta de agua salada y fría, mojando todo, peor el ornitorrinco estaba en su salsa. Su pelaje impermeable le aseguraba permanecer seco un buen tiempo, de manera que no sentiría el frio del agua, no lo haría temblar y no lo debilitaría durante el descenso. Con un cuerpo preparado para aguantar el agua y las bajas temperaturas, Arny disfrutó cada momento del descenso por los rápidos con aquella pequeña y manejable nave hasta desembocar en el gran océano que formaba el paraíso y sus corrientes.
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