El periódico OPD
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Contratante: Costurera Chiah Gian
Descripción de la misión: Ayuda… ¡Ayuda! Me atraparon hace tres días. No sé dónde me han metido, todo está oscuro. Eran tres hombres, les he oído hablar de una venta de esclavos… solo soy una mink ardilla, pero por lo visto van a darles mucho dinero… ¡tenéis que salvarme!
Objetivo secundario: No quiero volver a saber nada de mis atacantes… si acabáis con ellos, tendréis mi eterna gratitud.
Información adicional:A Chiah la secuestraron en la plaza mayor de Sant Reia y aunque no sabe dónde está, es un sitio pequeño, húmedo y lleno de tierra.
Recompensa: Un nuevo conjunto de ropa para cada persona con propiedades especiales cosido expresamente por Chiah
Recompensa por objetivo secundario: Lo que sea que los maleantes lleven en los bolsillos
Descripción de la misión: Ayuda… ¡Ayuda! Me atraparon hace tres días. No sé dónde me han metido, todo está oscuro. Eran tres hombres, les he oído hablar de una venta de esclavos… solo soy una mink ardilla, pero por lo visto van a darles mucho dinero… ¡tenéis que salvarme!
Objetivo secundario: No quiero volver a saber nada de mis atacantes… si acabáis con ellos, tendréis mi eterna gratitud.
Información adicional:A Chiah la secuestraron en la plaza mayor de Sant Reia y aunque no sabe dónde está, es un sitio pequeño, húmedo y lleno de tierra.
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Thyma Bandle
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El South Blue era uno de los cardinales más tranquilo y apacible. Sus islas estaban cargadas de tradiciones y costumbres muy curiosas. Este mar contaba, incluso, con tribus propias y personas muy variopintas. Siguiendo los rumores y las recomendaciones de varios amigos. Thymo y Thyma llegaban a este lado del mundo en busca de ingredientes autóctonos para la cocinera y unas plumas especiales que sólo se podían conseguir allí para la fabricación de municiones para le cazador. Habían oído hablar muy bien de esas tierras y Thyma estaba ansiosa, como siempre, por probar las excelencias culinarias del lugar. Centaurea parecía la isla perfecta para comenzar la búsqueda de dichas provisiones.
Al desembarcar en la isla, lo primero que les llamó la atención fue la altura de sus muros. La isla estaba amurallada, se notaba la extrema protección nada más acceder a ella. El puerto estaba abarrotado de gente, pescadores, estibadores, carpinteros, marinos y vendedores transitaban los accesos a los distintos barcos en un ir y venir incesante. Uno de los trabajadores del barco que les había llevado a Saint Reia, les había dado las indicaciones para llegar a la plaza mayor sin perderse. Por lo visto, dentro de la muralla las calles se convertían en un auténtico laberinto. Algunos edificios tenían pasadizos que se volvían atajos muy útiles y que solo los conocían los habitantes de la isla. Thyma le entregó a su mellizo el papel con las indicaciones descritas. -Toma Thym, a ti se te dan mejor estas cosas.- Le dijo sin ningún tipo de vergüenza, ambos sabían que el mejor orientándose era Thymo. La Tontatta tenía otras cualidades, por ejemplo, el camino que siguieran jamás lo olvidaría, era muy buena memorizando detalles. Igual no sabía el nombre de la calle, en concreto, pero podía localizarla si le decías las tiendas que tenía o si había alguna fachada característica, un reloj o escultura, cualquier cosa le podía servir.
Juntos salieron del bullicioso puerto para adentrarse en la ciudad. Al principio fue sencillo, pues solo tenían que seguir una larguísima avenida, todo recto. -Si llego a saber que el camino era tan fácil, hubiese guiado yo.- Dijo Thyma con algo de sorna, mientras se agarraba al bracito de su hermano. Ella se iba fijando en todo lo que veía. Las personas, al menos en esa zona, parecían sencillas y humildes, se veía en sus ropajes y la en la falta de complementos. Algunas casas se veían destartaladas y parecía que iban a venirse abajo de un momento a otro. Pero el panorama comenzó a cambiar tras un largo recorrido por aquella vía principal. Poco a poco las casas comenzaban a estar en mejores condiciones, las calles más ornamentadas y los habitantes más engalanados. -Thymo creo que hemos ido a parar la isla más concurrida de todos los cardinales ¿A que si?- Le dijo medio en broma, medio en serio. Thyma no se soltaba del brazo de su hermano, perderse allí era lo último que quería. Tras unos minutos el camino comenzó a cambiar. Guiada por su hermano, la Tontatta le seguía por todos los recovecos por los que accedía. Parecía saberse el camino de lo directo que iba. Hasta que llegaron a la plaza principal. Era enorme y estaba llena de multitud de tiendas de todo tipo, bares, restaurantes y alguna sala de espectáculos. En el medio de la plaza tenían construido una especie de escenario. La pequeña comenzó a dar saltitos. Ese lugar tenía todo lo que a ella le gustaba. -ME ENCANTAAAAAAA.- Varias personas se giraron para ver de donde procedía ese pitido y algunas se taparon los oídos. -Vamos Thymo. Vamos. Quiero verlo todo. Necesito verlo todo. Waaaa mira esa mujer que vestido lleva.- La euforia de Thyma iba en aumento y ya comenzaba a tirar de su hermano para llevarlo a mil sitios diferentes.
Al desembarcar en la isla, lo primero que les llamó la atención fue la altura de sus muros. La isla estaba amurallada, se notaba la extrema protección nada más acceder a ella. El puerto estaba abarrotado de gente, pescadores, estibadores, carpinteros, marinos y vendedores transitaban los accesos a los distintos barcos en un ir y venir incesante. Uno de los trabajadores del barco que les había llevado a Saint Reia, les había dado las indicaciones para llegar a la plaza mayor sin perderse. Por lo visto, dentro de la muralla las calles se convertían en un auténtico laberinto. Algunos edificios tenían pasadizos que se volvían atajos muy útiles y que solo los conocían los habitantes de la isla. Thyma le entregó a su mellizo el papel con las indicaciones descritas. -Toma Thym, a ti se te dan mejor estas cosas.- Le dijo sin ningún tipo de vergüenza, ambos sabían que el mejor orientándose era Thymo. La Tontatta tenía otras cualidades, por ejemplo, el camino que siguieran jamás lo olvidaría, era muy buena memorizando detalles. Igual no sabía el nombre de la calle, en concreto, pero podía localizarla si le decías las tiendas que tenía o si había alguna fachada característica, un reloj o escultura, cualquier cosa le podía servir.
Juntos salieron del bullicioso puerto para adentrarse en la ciudad. Al principio fue sencillo, pues solo tenían que seguir una larguísima avenida, todo recto. -Si llego a saber que el camino era tan fácil, hubiese guiado yo.- Dijo Thyma con algo de sorna, mientras se agarraba al bracito de su hermano. Ella se iba fijando en todo lo que veía. Las personas, al menos en esa zona, parecían sencillas y humildes, se veía en sus ropajes y la en la falta de complementos. Algunas casas se veían destartaladas y parecía que iban a venirse abajo de un momento a otro. Pero el panorama comenzó a cambiar tras un largo recorrido por aquella vía principal. Poco a poco las casas comenzaban a estar en mejores condiciones, las calles más ornamentadas y los habitantes más engalanados. -Thymo creo que hemos ido a parar la isla más concurrida de todos los cardinales ¿A que si?- Le dijo medio en broma, medio en serio. Thyma no se soltaba del brazo de su hermano, perderse allí era lo último que quería. Tras unos minutos el camino comenzó a cambiar. Guiada por su hermano, la Tontatta le seguía por todos los recovecos por los que accedía. Parecía saberse el camino de lo directo que iba. Hasta que llegaron a la plaza principal. Era enorme y estaba llena de multitud de tiendas de todo tipo, bares, restaurantes y alguna sala de espectáculos. En el medio de la plaza tenían construido una especie de escenario. La pequeña comenzó a dar saltitos. Ese lugar tenía todo lo que a ella le gustaba. -ME ENCANTAAAAAAA.- Varias personas se giraron para ver de donde procedía ese pitido y algunas se taparon los oídos. -Vamos Thymo. Vamos. Quiero verlo todo. Necesito verlo todo. Waaaa mira esa mujer que vestido lleva.- La euforia de Thyma iba en aumento y ya comenzaba a tirar de su hermano para llevarlo a mil sitios diferentes.
Thymo Bandle
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Si bien seguir indicaciones de una manera coordinada era una tarea para Thymo. Guiarse en medio del tumulto de una ciudad nueva, y encima caminando por el suelo, era algo tan solo posible gracias a sus afinados sentidos. La costumbre de caminar entre los gigantescos humanos y la capacidad innata de los tontatta para pasar desapercibidos para las personas sin percepciones especiales.
Sin soltar a su melliza, continuó por las calles aprovechando cada recoveco para adelantar camino. Pese a medir tan solo diez centímetros, los pequeños eran capaces de mover los pies muy rápido, por lo que no tardaron mucho en llegar a la plaza principal. Ahí fue donde el tiempo se paró para los enanos.
Tras visitar algunos mercados, unos mas exuberantes que otros. Y haber visto con sus propios ojos la ciudad donde era carnaval todo el año. Cualquiera diría que los mellizos se habrían acostumbrado ya a presenciar las maravillas del marqueting como anuncios y reclamos que se pueden encontrar en cualquier tienda que se precie, pero las luces y los colores, los dibujos y los aromas continuaban haciendo explotar el animo de los pequeños como la primera vez.
Por fortuna, pese a la escandalosa voz de la pequeña, una vez se hubieron movido de sitio todo quedó como una anécdota para los humanos que buscaron la procedencia del grito.
La gente abarrotaba la plaza pasando de tienda en tienda. Deteniéndose para charlar o preguntar precios a los vendedores. Pero el gran grueso de población se encontraba en la zona con restaurantes. Montones de personas se arremolinaban ante las puertas de los locales con claras intenciones de conseguir algo que llevarse a la boca. El griterío en toda la plaza completaba una estampa muy común en todas las ciudades con mercado, poniendo la banda sonora. Productos y precios, reclamos en rima para hacer más atractivo el producto. Cada recurso visto una y otra vez a lo largo y ancho del mundo, continuaba emocionando a los ingenuos tontatta como la primera vez.
Corriendo de un lado a otro entre el bullicio. Sumergiéndose en un mar de pies, esquivando las patas de madera de los puestos del mercado. Dejándose llevar por sus instintos y sus sentidos atravesaron el mercado sin ser conscientes de que no habían pasado todo lo inadvertidos que hubiesen querido.
El lugar, además de ser el centro neurálgico de venta y mercadeo. Era también un lugar de culto para las mafias esclavistas. Todo aquel que llegase a la ciudad a por víveres tendría que pasar antes o después por la plaza. Donde sería catalogado por los avistadores y reportado a los secuestradores que, sin llamar la atención, procederían a hacerse con los secuestrados. Un negocio bien planificado en un pacifico lugar donde nadie sospecharía nada.
-Holaaaaa, ¿te importa si me subo aquí?- Preguntó a la par que daba un salto desde el suelo y aterrizaba suavemente sobre el mostrador de la tienda. El hombre, entrado en años y con cicatrices viejas que le cruzaban el rostro, apenas pareció sorprendido al ver aparecer a Thymo de la nada -Los negocios mejor hablarlos a la cara, no te preocupes- respondió antes de añadir -Y que suba también el otro enano no sea que lo pisen ahí esperando- sorprendiendo al pequeño que abrió mucho los ojos incapaz de comprender como había detectado la presencia de su melliza -¿Que puedo hacer por vosotros?- dijo cuando Thyma finalmente llego a la altura del mostrador -Pues necesito plumas- dijo el pequeño con tono franco -Me han dicho que aquí se venden las mejores- explicó, siendo esta vez el turno del humano en abrir mucho los ojos, sorprendido. -¿Que quieres decir, pequeño? Estas plumas son algo más caras que las normales por que son especiales para crear municiones ligeras y fiables- explicó -Lo se, mi oficio es cazador, quiero buena munición-
La carcajada pudo escucharse en buena parte de la concurrida plaza -¿Cazador dices? ¿Siendo tan pequeñín?- consiguió formular entre risa y y risa el ajado vendedor. Thymo no entendía la broma, pero sabía que él tenía un humor un poco peculiar, asique no le dio más importancia y paso a hacer una demostración.
Con rapidez, agarro su pequeña cerbatana, la cargó con uno de los dardos afilados que portaba en su canana y venteó apuntando a la pared de madera de la tienda. La velocidad y fluidez, la coordinación y la puntería fueron suficiente como para callar al vendedor, que si bien no estaba impresionado, entendió que se trataba de un cazador de verdad lo que tenía delante -Comprendo- dijo entonces -Elige las que quieras- pidió mientras se acercaba al dardo disparado y lo sacaba del hueco entre dos tablones de madera que formaban el fondo de la tienda, sin haber hecho ningún agujero, aprovechando la holgura entre maderos.
Para cuando regresó al mostrador, el pequeño ya había seleccionado diez finas plumas. Para él, serviría como material de gran calidad para muchos dardos en comparación de los que podría fabricar para tamaño humano, por lo que la irrisoria cantidad, tampoco sorprendió al veterano, que en materia de caza, parecía haberlo visto todo. Devolvió el proyectil al pequeño y envolvió las plumas con cuidado tras recibir el pago.
La puntería y los reflejos del enano siguieron sumando puntos en la lista de los avistadores, que cada vez estaban más interesados en lo que podrían hacer aquellos pequeños seres bípedos.
Sin soltar a su melliza, continuó por las calles aprovechando cada recoveco para adelantar camino. Pese a medir tan solo diez centímetros, los pequeños eran capaces de mover los pies muy rápido, por lo que no tardaron mucho en llegar a la plaza principal. Ahí fue donde el tiempo se paró para los enanos.
Tras visitar algunos mercados, unos mas exuberantes que otros. Y haber visto con sus propios ojos la ciudad donde era carnaval todo el año. Cualquiera diría que los mellizos se habrían acostumbrado ya a presenciar las maravillas del marqueting como anuncios y reclamos que se pueden encontrar en cualquier tienda que se precie, pero las luces y los colores, los dibujos y los aromas continuaban haciendo explotar el animo de los pequeños como la primera vez.
Por fortuna, pese a la escandalosa voz de la pequeña, una vez se hubieron movido de sitio todo quedó como una anécdota para los humanos que buscaron la procedencia del grito.
La gente abarrotaba la plaza pasando de tienda en tienda. Deteniéndose para charlar o preguntar precios a los vendedores. Pero el gran grueso de población se encontraba en la zona con restaurantes. Montones de personas se arremolinaban ante las puertas de los locales con claras intenciones de conseguir algo que llevarse a la boca. El griterío en toda la plaza completaba una estampa muy común en todas las ciudades con mercado, poniendo la banda sonora. Productos y precios, reclamos en rima para hacer más atractivo el producto. Cada recurso visto una y otra vez a lo largo y ancho del mundo, continuaba emocionando a los ingenuos tontatta como la primera vez.
Corriendo de un lado a otro entre el bullicio. Sumergiéndose en un mar de pies, esquivando las patas de madera de los puestos del mercado. Dejándose llevar por sus instintos y sus sentidos atravesaron el mercado sin ser conscientes de que no habían pasado todo lo inadvertidos que hubiesen querido.
El lugar, además de ser el centro neurálgico de venta y mercadeo. Era también un lugar de culto para las mafias esclavistas. Todo aquel que llegase a la ciudad a por víveres tendría que pasar antes o después por la plaza. Donde sería catalogado por los avistadores y reportado a los secuestradores que, sin llamar la atención, procederían a hacerse con los secuestrados. Un negocio bien planificado en un pacifico lugar donde nadie sospecharía nada.
-Holaaaaa, ¿te importa si me subo aquí?- Preguntó a la par que daba un salto desde el suelo y aterrizaba suavemente sobre el mostrador de la tienda. El hombre, entrado en años y con cicatrices viejas que le cruzaban el rostro, apenas pareció sorprendido al ver aparecer a Thymo de la nada -Los negocios mejor hablarlos a la cara, no te preocupes- respondió antes de añadir -Y que suba también el otro enano no sea que lo pisen ahí esperando- sorprendiendo al pequeño que abrió mucho los ojos incapaz de comprender como había detectado la presencia de su melliza -¿Que puedo hacer por vosotros?- dijo cuando Thyma finalmente llego a la altura del mostrador -Pues necesito plumas- dijo el pequeño con tono franco -Me han dicho que aquí se venden las mejores- explicó, siendo esta vez el turno del humano en abrir mucho los ojos, sorprendido. -¿Que quieres decir, pequeño? Estas plumas son algo más caras que las normales por que son especiales para crear municiones ligeras y fiables- explicó -Lo se, mi oficio es cazador, quiero buena munición-
La carcajada pudo escucharse en buena parte de la concurrida plaza -¿Cazador dices? ¿Siendo tan pequeñín?- consiguió formular entre risa y y risa el ajado vendedor. Thymo no entendía la broma, pero sabía que él tenía un humor un poco peculiar, asique no le dio más importancia y paso a hacer una demostración.
Con rapidez, agarro su pequeña cerbatana, la cargó con uno de los dardos afilados que portaba en su canana y venteó apuntando a la pared de madera de la tienda. La velocidad y fluidez, la coordinación y la puntería fueron suficiente como para callar al vendedor, que si bien no estaba impresionado, entendió que se trataba de un cazador de verdad lo que tenía delante -Comprendo- dijo entonces -Elige las que quieras- pidió mientras se acercaba al dardo disparado y lo sacaba del hueco entre dos tablones de madera que formaban el fondo de la tienda, sin haber hecho ningún agujero, aprovechando la holgura entre maderos.
Para cuando regresó al mostrador, el pequeño ya había seleccionado diez finas plumas. Para él, serviría como material de gran calidad para muchos dardos en comparación de los que podría fabricar para tamaño humano, por lo que la irrisoria cantidad, tampoco sorprendió al veterano, que en materia de caza, parecía haberlo visto todo. Devolvió el proyectil al pequeño y envolvió las plumas con cuidado tras recibir el pago.
La puntería y los reflejos del enano siguieron sumando puntos en la lista de los avistadores, que cada vez estaban más interesados en lo que podrían hacer aquellos pequeños seres bípedos.
Thyma Bandle
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La inocencia de los mellizos les hizo corretear por entre los puestos de la plaza mayor, ajenos a las miradas, los comentarios o los intereses que allí se manejaban. Para cualquier visitante, ver una ciudad tan fortificada, daba una sensación de protección. Aunque fuese falsa.
Thyma seguía a su hermanito, sin perderle el paso. Había tanta gente, que perderse o desorientarse se convertía en uno de los escenarios más plausibles. El instinto de los pequeños, le llevo directos a lo que estaban buscando. Thymo, de un salto, se subió al mostrador y comenzó a negociar con él. Antes de eso, el vendedor se percató de la presencia de la pequeña y la invitó a subir. Thyma agradecida, pensando que ese era un gesto amable y cordial, subió junto a su hermano. Al igual que él la dejaba hacer en las tiendas de retales, Thyma se mantuvo expectante durante toda la negociación. Incluso cuando su hermano hizo la fantástica demostración de sus dotes, solo se limitó a aplaudir, vitorear y dar saltitos en su sitio. A los ojos de Thyma, su mellizo acababa de mostrar una pequeña parte de la furia Bandle, dejándole claro al tendero que ellos eran dignos de comprar cualquier material. Se sentía orgullosa de él. Y como no pudo ser de otro modo, el vendedor, tuvo que rendirse ante sus habilidades. La costurera aprovechó para echar un vistazo al género. Dando tiempo a su hermano para elegir lo mejor. "Una nunca sabe que se puede encontrar en un sitio así". Rebuscando encontró un pequeño cajón con una delicada pluma de muestra en su exterior. Thyma posó los dedos sobre el azulado ejemplar y disfrutó de su suavidad. Esas plumas eran perfectas para la boa que completaba un diseño digno de una alfombra roja. Sin pensarlo dos veces y presa de un impulso consumista, agarró uno de los canastos y lo lleno de esas plumas. Serían caras, pero se lo podía permitir. Cuando terminaron de escoger los artículos, se los entregaron al tendero. Él los empaquetó adecuadamente y les sacó la cuenta. Thymo y él parecían hablar el mismo idioma, por lo que le dejó terminar con las negociaciones.
Tras despedirse del peculiar vendedor, salieron por la puerta con sus paquetitos. Echaron a andar por una de las calles, sin un rumbo determinado. Estaban admirando el lugar y la vida que envolvía. Thyma sacó una pluma que asomaba por el embalaje y se acercó a su mellizo para frotársela por la nariz. -Es super ultra mega suave ¿A que si?- Dijo con una voz cantarina, mientras se reía maliciosamente, pues sabía que eso le haría estornudar. Los pequeños iban distraídos con sus cosas y sus juegos y no fueron conscientes de que alguien les estaba siguiendo muy de cerca. Sin darse cuenta, sus pasos les llevaron a una zona mucho menos concurrida que las anteriores. Las casas volvían a tener un aspecto caótico e incluso se podría decir que había más sensación de frío en el ambiente. Una voz grave y profunda retumbó por las paredes. -Vaya, vaya, vaya... ¿Os habéis perdido, pequeños?- Thyma se giró sobre si misma para ver quién se dirigía a ellos. Tras tapar el Sol con sus manos para poder centrar la vista, vio ante ella un enorme y corpulento hombre de pelo lacio, grasiento y negro como la noche. Tenía menos dientes de los que debiera y su aliento era capaz de olerse a distancia. Todo él emanaba un potente olor a destilados de muy baja calidad y su aspecto y ropajes estaban raídos y desaliñados. -No, no. Solo estamos dando un paseo, gracias.- Contestó Thyma, con algo de cautela, pues no podía quitar la vista de encima a la gran espada que descansaba en su lateral izquierdo. Por pura inercia, acercó su mano hacia donde guardaba su cerbatana. Era muy inocente, pero algo en su interior le decía que a ese grandullón le importaba un pimiento si estaban perdidos o no. -No deberías "pasear" por unas calles tan peligrosas siendo taaaan "pequeñines".- Se notaba la sorna en sus palabras. -Acompañadme, os llevaré a un sitio más seguro.- Dijo finalmente. Thyma se rascó la cabeza. Estaba confundida, por un lado había algo que no le gustaba de ese señor, pero por otro lado estaba siendo muy amable y los malos nunca lo son, así veía ella las cosas. Miró a su hermano buscando las respuestas que no lograba encontrar.
Thyma seguía a su hermanito, sin perderle el paso. Había tanta gente, que perderse o desorientarse se convertía en uno de los escenarios más plausibles. El instinto de los pequeños, le llevo directos a lo que estaban buscando. Thymo, de un salto, se subió al mostrador y comenzó a negociar con él. Antes de eso, el vendedor se percató de la presencia de la pequeña y la invitó a subir. Thyma agradecida, pensando que ese era un gesto amable y cordial, subió junto a su hermano. Al igual que él la dejaba hacer en las tiendas de retales, Thyma se mantuvo expectante durante toda la negociación. Incluso cuando su hermano hizo la fantástica demostración de sus dotes, solo se limitó a aplaudir, vitorear y dar saltitos en su sitio. A los ojos de Thyma, su mellizo acababa de mostrar una pequeña parte de la furia Bandle, dejándole claro al tendero que ellos eran dignos de comprar cualquier material. Se sentía orgullosa de él. Y como no pudo ser de otro modo, el vendedor, tuvo que rendirse ante sus habilidades. La costurera aprovechó para echar un vistazo al género. Dando tiempo a su hermano para elegir lo mejor. "Una nunca sabe que se puede encontrar en un sitio así". Rebuscando encontró un pequeño cajón con una delicada pluma de muestra en su exterior. Thyma posó los dedos sobre el azulado ejemplar y disfrutó de su suavidad. Esas plumas eran perfectas para la boa que completaba un diseño digno de una alfombra roja. Sin pensarlo dos veces y presa de un impulso consumista, agarró uno de los canastos y lo lleno de esas plumas. Serían caras, pero se lo podía permitir. Cuando terminaron de escoger los artículos, se los entregaron al tendero. Él los empaquetó adecuadamente y les sacó la cuenta. Thymo y él parecían hablar el mismo idioma, por lo que le dejó terminar con las negociaciones.
Tras despedirse del peculiar vendedor, salieron por la puerta con sus paquetitos. Echaron a andar por una de las calles, sin un rumbo determinado. Estaban admirando el lugar y la vida que envolvía. Thyma sacó una pluma que asomaba por el embalaje y se acercó a su mellizo para frotársela por la nariz. -Es super ultra mega suave ¿A que si?- Dijo con una voz cantarina, mientras se reía maliciosamente, pues sabía que eso le haría estornudar. Los pequeños iban distraídos con sus cosas y sus juegos y no fueron conscientes de que alguien les estaba siguiendo muy de cerca. Sin darse cuenta, sus pasos les llevaron a una zona mucho menos concurrida que las anteriores. Las casas volvían a tener un aspecto caótico e incluso se podría decir que había más sensación de frío en el ambiente. Una voz grave y profunda retumbó por las paredes. -Vaya, vaya, vaya... ¿Os habéis perdido, pequeños?- Thyma se giró sobre si misma para ver quién se dirigía a ellos. Tras tapar el Sol con sus manos para poder centrar la vista, vio ante ella un enorme y corpulento hombre de pelo lacio, grasiento y negro como la noche. Tenía menos dientes de los que debiera y su aliento era capaz de olerse a distancia. Todo él emanaba un potente olor a destilados de muy baja calidad y su aspecto y ropajes estaban raídos y desaliñados. -No, no. Solo estamos dando un paseo, gracias.- Contestó Thyma, con algo de cautela, pues no podía quitar la vista de encima a la gran espada que descansaba en su lateral izquierdo. Por pura inercia, acercó su mano hacia donde guardaba su cerbatana. Era muy inocente, pero algo en su interior le decía que a ese grandullón le importaba un pimiento si estaban perdidos o no. -No deberías "pasear" por unas calles tan peligrosas siendo taaaan "pequeñines".- Se notaba la sorna en sus palabras. -Acompañadme, os llevaré a un sitio más seguro.- Dijo finalmente. Thyma se rascó la cabeza. Estaba confundida, por un lado había algo que no le gustaba de ese señor, pero por otro lado estaba siendo muy amable y los malos nunca lo son, así veía ella las cosas. Miró a su hermano buscando las respuestas que no lograba encontrar.
Thymo Bandle
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Saberes
Akuma no mi
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Todo empezó a complicarse cuando Thyma hizo estornudar al enano. -Para idiota- exclamó entre risas el tontatta mientras intentaba mirar con odio a su melliza. La nariz llena de mocos lo dejaba solo con la vista y el oído para guiarse. Para el cazador, pese a estar acostumbrado a seguir rastros, anular el que está utilizando activamente para detectar los cúmulos de gente y distraer su atención, es una forma segura de perder el rumbo.
Thymo no estaba asustado de perderse, pudiendo volar era una tontería. Además, sabía que los entornos urbanos no eran los más apropiados para sus habilidades. Ni siquiera tenía tanta experiencia en ellos, pero seguía teniendo sus sentidos y todas las capacidades que su fruta le podía ofrecer. -Por supuesto que no estamos perdidos- dijo ofendido el enano, que de repente una sensación de ardor quemaba su pecho, herido su orgullo
-Perdidos dice- dijo un tono más alto de lo que pretendía en dirección a su hermana, que había conseguido contestar de un modo muy natural dada la situación.
El tono utilizado en la siguiente frase consiguió que ese pequeñines sonase como un insulto para el enano, pero tan solo lo añadió a la lista de agravios que su orgullo estaba tolerando. Por eso cuando propuso que ambos fuesen con él, se plantó delante de su hermana y gritó un sonoro y rotundo -NO- que estuvo seguro, aquel humano que se alejaba pudo oír perfectamente.
Pudo estarlo por que la enorme masa humana se giró rápidamente con una siniestra sonrisa en la cara, y una exclamación en voz baja que el oído del enano pudo escuchar perfectamente -Eso esperaba-
Agarrando su espada por el mango, aún enfundada en su vaina, realizó una estocada destinada a incapacitar al pequeño que sin moverse del sitio, encaraba al enemigo, pretendiendo defender a su melliza. Cuando la estocada enfundada llegó, el enano se movió a un lado y bostezó -Lo he visto venir como a un millón de millones de veces ralentizado- se mofó, enfadando al hombre que gruñía de rabia. Intentando un golpe lateral persiguiendo a Thymo, estiró el brazo y giro la espalda en una incomoda posición con el hombro apuntando al suelo. Con un salto, el pequeño utilizó el peso del propio hombre para hacerlo caer, al golpear en su aterrizaje, la cara del maleante.
Boca arriba, con la espada aun agarrada en su mano derecha, pero con la espalda en el suelo aún pudo escuchar -Eres muuuuuuuyyyy lento- antes de notar el aire que las alas del enano desplazaban al volar en su pelo.
-¿Que ha sido eso?- preguntó a su melliza ya en el aire. -¿Por que esperaba que dijéramos que no y me atacó directamente?- Tardó unos segundos en darse cuenta por qué su hermana no respondía. Con las prisas de escapar, no había controlado la transformación, asumiendo su forma híbrida completa, por lo que la pequeña ahora tan solo podía luchar con el aire que hinchaba sus carrillos como globos. -PERDÓNPERDÓNPERDÓN- dijo atropelladamente el tontatta, reduciendo la velocidad. Sin darse cuenta habían subido lo suficiente como para llegar a lo alto del muro. Tan solo habían sido un par de segundos o tres, pero eso es mucho tiempo sin hablar para Thyma y estaba preocupado -¿Te enfadas?- preguntó juntando los dedos índices de su par de brazos extra y la cabeza baja, con cara de arrepentido.
No duró mucho esa actitud, pues la transformación traía consigo el aumento de sentidos y con ellos, percibió como un grupo de matones con el mismo aspecto que el primero, se reunían en torno a él. Tras un rato en el que se reían abiertamente del desdichado que perdió su presa, marcharon por las calles alejadas de la muchedumbre y Thymo se acercó para espiarles. -No van a estar contentos, querían a esa pareja para la venta junto con la ardilla- se les pudo escuchar hablando entre ellos cuando se creían solos.
-¿Liberamos a la ardilla y que se fastidien?- preguntó Thymo con cara de pillo sin saber lo profundo que podría ser el asunto donde se quería meter.
Thymo no estaba asustado de perderse, pudiendo volar era una tontería. Además, sabía que los entornos urbanos no eran los más apropiados para sus habilidades. Ni siquiera tenía tanta experiencia en ellos, pero seguía teniendo sus sentidos y todas las capacidades que su fruta le podía ofrecer. -Por supuesto que no estamos perdidos- dijo ofendido el enano, que de repente una sensación de ardor quemaba su pecho, herido su orgullo
-Perdidos dice- dijo un tono más alto de lo que pretendía en dirección a su hermana, que había conseguido contestar de un modo muy natural dada la situación.
El tono utilizado en la siguiente frase consiguió que ese pequeñines sonase como un insulto para el enano, pero tan solo lo añadió a la lista de agravios que su orgullo estaba tolerando. Por eso cuando propuso que ambos fuesen con él, se plantó delante de su hermana y gritó un sonoro y rotundo -NO- que estuvo seguro, aquel humano que se alejaba pudo oír perfectamente.
Pudo estarlo por que la enorme masa humana se giró rápidamente con una siniestra sonrisa en la cara, y una exclamación en voz baja que el oído del enano pudo escuchar perfectamente -Eso esperaba-
Agarrando su espada por el mango, aún enfundada en su vaina, realizó una estocada destinada a incapacitar al pequeño que sin moverse del sitio, encaraba al enemigo, pretendiendo defender a su melliza. Cuando la estocada enfundada llegó, el enano se movió a un lado y bostezó -Lo he visto venir como a un millón de millones de veces ralentizado- se mofó, enfadando al hombre que gruñía de rabia. Intentando un golpe lateral persiguiendo a Thymo, estiró el brazo y giro la espalda en una incomoda posición con el hombro apuntando al suelo. Con un salto, el pequeño utilizó el peso del propio hombre para hacerlo caer, al golpear en su aterrizaje, la cara del maleante.
Boca arriba, con la espada aun agarrada en su mano derecha, pero con la espalda en el suelo aún pudo escuchar -Eres muuuuuuuyyyy lento- antes de notar el aire que las alas del enano desplazaban al volar en su pelo.
-¿Que ha sido eso?- preguntó a su melliza ya en el aire. -¿Por que esperaba que dijéramos que no y me atacó directamente?- Tardó unos segundos en darse cuenta por qué su hermana no respondía. Con las prisas de escapar, no había controlado la transformación, asumiendo su forma híbrida completa, por lo que la pequeña ahora tan solo podía luchar con el aire que hinchaba sus carrillos como globos. -PERDÓNPERDÓNPERDÓN- dijo atropelladamente el tontatta, reduciendo la velocidad. Sin darse cuenta habían subido lo suficiente como para llegar a lo alto del muro. Tan solo habían sido un par de segundos o tres, pero eso es mucho tiempo sin hablar para Thyma y estaba preocupado -¿Te enfadas?- preguntó juntando los dedos índices de su par de brazos extra y la cabeza baja, con cara de arrepentido.
No duró mucho esa actitud, pues la transformación traía consigo el aumento de sentidos y con ellos, percibió como un grupo de matones con el mismo aspecto que el primero, se reunían en torno a él. Tras un rato en el que se reían abiertamente del desdichado que perdió su presa, marcharon por las calles alejadas de la muchedumbre y Thymo se acercó para espiarles. -No van a estar contentos, querían a esa pareja para la venta junto con la ardilla- se les pudo escuchar hablando entre ellos cuando se creían solos.
-¿Liberamos a la ardilla y que se fastidien?- preguntó Thymo con cara de pillo sin saber lo profundo que podría ser el asunto donde se quería meter.
Thyma Bandle
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El mellado grandullón se atrevió a atacar a Thymo, tras su contundente respuesta. De una forma demasiado lenta incluso para la Tontatta. Al ver la poca destreza que tenía, ni tan siquiera intervino. Sabía que su querido hermano manejaría la situación a la perfección. Aunque hubo un par de momentos tensos, Thymo acabo estrellando la cabeza del hombre contra el suelo. -Eso es, muerde el polvo.- Dijo Thyma con furia. Siempre había querido usar esa frase tan comúnmente escuchada en las películas que solía ver. Llegado a un punto, ese conflicto se le asemejó a un simple juego. El cual su mellizo había ganado. Sin darse cuenta, la pequeña, fue agarrada por su hermano y juntos volaban a toda velocidad. Tal era así que los carrillos de Thyma se inflaron por completo dándole un aspecto muy cómico. Intentaba responder a las preguntas de su hermano, pero le resultaba imposible cerrar la boca. Para cuando llegaron al muro, a la pobre Thyma ya se le había metido un bichito pequeñito en la boca. Lo que le hizo atragantarse y toser con fuerza. Thymo le pidió disculpas sinceras y su hermana tras darle un coscorrón con sus nudillos en la cabeza, le perdonó. Fue un gesto de reprimenda, más que una agresión, ya que la poca fuerza con la que fue dirigido, fue amortiguada por el pelaje de su cabeza. -Perdonado.- Le dijo con determinación.
Al poco llegaron unos hombres, tan grandes o más que el abatido y se pusieron al rededor suyo, mofándose e increpándolo. Los Bandle subidos al muro y agazapados, mantenían su localización fuera del alcance de la vista de los hombres. Se mantuvieron muy silenciosos, escuchando todo lo que decían. -Vamos a rescatar a esa ardilla, Thymo. Eso les hará rabiar.- Le dijo con su lenguaje de signos. Valerosos y confiados, los Bandle comenzaron a seguir al grupo. Nunca dejaron las alturas, se movían por encima del muro y en numerosas ocasiones de tejado en tejado e incluso con la ayuda de las alas de Thymo. Les seguían ajenos al peligro que suponía lidiar con ese tipo de gente, pero con un objetivo claro en mente. Durante el trayecto hicieron varias averiguaciones. Cada vez que los hombre se referían al lugar donde se encontraba la ardilla, se entrecomillaban a si mismos. Además descubrieron, por sus propias palabras, que era un lugar oscuro, húmedo y frío. Thyma estaba indignada, temía que en un lugar así, la ardilla cogiese catarro. Por otro lado, no comprendía muy bien qué interés podían tener en una ardilla, su piel no era buena para hacer prendas y su carne era demasiado correosa para ser ingerida. La Tontatta le daba vueltas, mientras seguían a esos hombres de taberna en taberna. Hasta que llegó a la conclusión de que esa ardilla tenía que ser una princesa y esos hombres unos rebeldes que querían destruir el reino de las ardillas o pedirle una grandiosa suma de berries a su padre, el rey ardilla. La imaginación de la pequeña se veía poderosamente afectada por la ficción que consumía, pero no importaba. Aquello solo le daba motivos más de peso, para rescatar a "la damisela en apuros." Cuando los traficantes se cansaron de beber litros y litros de alcohol, uno detrás de otro, comenzaron a moverse todos juntos rumbo a las afueras de la ciudad. Salieron por el lado opuesto al puerto. Traspasaron las murallas y ahí se les hacía más complicado seguirles desde las alturas, tal y como venían haciéndolo. Por lo que Thyma alzó sus bracitos para facilitar el agarre de su hermano y salir volando por encima de sus cabezas. -¡Vamos, Thym! Tenemos una princesa ardilla que salvar...- Por su puesto, su hermano no sabía de qué estaba hablando. Tal vez Thyma había escuchado algo que él no.
Al poco llegaron unos hombres, tan grandes o más que el abatido y se pusieron al rededor suyo, mofándose e increpándolo. Los Bandle subidos al muro y agazapados, mantenían su localización fuera del alcance de la vista de los hombres. Se mantuvieron muy silenciosos, escuchando todo lo que decían. -Vamos a rescatar a esa ardilla, Thymo. Eso les hará rabiar.- Le dijo con su lenguaje de signos. Valerosos y confiados, los Bandle comenzaron a seguir al grupo. Nunca dejaron las alturas, se movían por encima del muro y en numerosas ocasiones de tejado en tejado e incluso con la ayuda de las alas de Thymo. Les seguían ajenos al peligro que suponía lidiar con ese tipo de gente, pero con un objetivo claro en mente. Durante el trayecto hicieron varias averiguaciones. Cada vez que los hombre se referían al lugar donde se encontraba la ardilla, se entrecomillaban a si mismos. Además descubrieron, por sus propias palabras, que era un lugar oscuro, húmedo y frío. Thyma estaba indignada, temía que en un lugar así, la ardilla cogiese catarro. Por otro lado, no comprendía muy bien qué interés podían tener en una ardilla, su piel no era buena para hacer prendas y su carne era demasiado correosa para ser ingerida. La Tontatta le daba vueltas, mientras seguían a esos hombres de taberna en taberna. Hasta que llegó a la conclusión de que esa ardilla tenía que ser una princesa y esos hombres unos rebeldes que querían destruir el reino de las ardillas o pedirle una grandiosa suma de berries a su padre, el rey ardilla. La imaginación de la pequeña se veía poderosamente afectada por la ficción que consumía, pero no importaba. Aquello solo le daba motivos más de peso, para rescatar a "la damisela en apuros." Cuando los traficantes se cansaron de beber litros y litros de alcohol, uno detrás de otro, comenzaron a moverse todos juntos rumbo a las afueras de la ciudad. Salieron por el lado opuesto al puerto. Traspasaron las murallas y ahí se les hacía más complicado seguirles desde las alturas, tal y como venían haciéndolo. Por lo que Thyma alzó sus bracitos para facilitar el agarre de su hermano y salir volando por encima de sus cabezas. -¡Vamos, Thym! Tenemos una princesa ardilla que salvar...- Por su puesto, su hermano no sabía de qué estaba hablando. Tal vez Thyma había escuchado algo que él no.
Thymo Bandle
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-¿Princesa ardilla?- repitió el enano en voz baja -Estoy bastante seguro de que una princesa ardilla no sería capturada por semejantes patanes- exclamó Thymo, siguiéndole el juego a su hermanita.
Los humanos, incapaces de presentir a los pequeños velocistas, los guiaron directos al agujero donde se reunía su banda. Un lugar un poco alejado de las zonas más alejadas de la ciudad. Un barrio sucio y carcomido por el mal uso y el desuso. Casas cerradas con barricadas y ventanales tapiados. Un lugar que apestaba a mugre y problemas, pero si algo apestaba de verdad para el pequeño era el olor del alcohol barato que habían bebido aquellos tipos. Tras haberlos seguidos durante un tiempo, era capaz de determinar la ruta que habían seguido sin necesidad de verlos gracias a sus agudos sentidos de escarabajo. Las partículas de olor persistentes en el aire creaban un camino tan fácil de seguir para las antenas del pequeño que podría ir con los ojos cerrados, literalmente. Pues su mente, adaptada a los sentidos extra de la fruta, traducía los estímulos recopilados en imágenes y sensaciones comprensibles para el tontatta.
Pero el punto fuerte del pequeño siempre había sido su vista. Incisiva y perspicaz. Potenciada también por los ojos compuestos del escarabajo que aumentaban enormemente su capacidad visual. Así fue como el pequeño descubrió que todos menos uno portaban el mismo extraño tatuaje. Todos tenían dibujado en algún lugar de su cuerpo, parcialmente visible, un pájaro enjaulado. Siete de los ocho humanos parecían pertenecer a la misma hermandad. Pero Thymo no descartaba que aquel sin tatuaje, no lo llevara oculto por la ropa o en algún lugar más difícil de ver desde la distancia.
Los pasos del grupo los llevo de manera increíblemente recta, pese a la peste a bebida que llevaban, al corazón de aquel alejado barrio de las afueras. Por suerte para los enanos, los habitantes de la zona eran incapaces de descubrir su presencia, pasando de tejado en tejado -Mantén un perfil bajo, Thym- dijo en un momento dado el enano, aguantando por poco una sonora carcajada por su propio chiste. Hablando mientras arrastraba el lado derecho del cuerpo como un gusano por el tejado, con la cara pegada al suelo, aprovechando que el grupo se paraba a hablar brevemente con un conocido que encontraron en la calle.
Una casa solitaria en el centro de un pequeño jardín cerrado era el destino final de la banda de secuestradores, que regresaban al redil. Los enanos los vieron entrar en aquella vivienda unifamiliar de dos plantas.
La construcción, rectangular con un tejado a dos aguas, chimenea y un pequeño balcón en la parte de atrás, que se alzaba sobre el patio. Parecía cuidada y adecuada para vivir en comparación con otras de la zona, pero aún así, el paso del tiempo había hecho estragos y múltiples grietas eran fácilmente apreciables en la fachada y las paredes laterales. Las enredaderas habían crecido, trepando por la parte trasera hasta arriba, creando una bonita alfombra vegetal que cubría toda la fachada trasera.
Tras una secuencia de golpes y repiqueteos en la puerta, esta se abrió y el grupo pasó al interior del edificio. Perdiéndose de vista para los pequeños, que observaban la escena sentados sobre el tejado más próximo. Su escaso tamaño y su reducido peso los permitía caminar tranquilamente entre las tejas desvencijadas y las maderas medio podridas sin temor, aun así debían tener cuidado con las tejas sueltas y Thymo conocía demasiado bien a su melliza, así que la cargó sin decir nada antes de que la naturaleza de su coordinación se manifestase. Saltando un par de zonas comprometidas donde el apetito del escarabajo rinoceronte advertía claramente al pequeño, que había madera podrida lista para degustar.
-Puedo llevarnos hasta el tejado, pero para colarnos tenemos que buscar un agujero. La chimenea no está encendida, sino saldría humo, y estoy seguro que alguna de esas grietas podría ser lo suficientemente grande como para permitirnos el paso... al menos estoy seguro de que podría aprovechar una de esas grietas y hacerla más grande para nosotros, y si cabemos nosotros cabe una ardilla- comentaba mientras esperaban unos minutos observando la zona. Vigilando por si había guardias o alguien controlando el movimiento de la zona. El enano dejaría decidir a su melliza el siguiente paso. Esto también serviría de entrenamiento para la pequeña, pues aunque Thymo le había dado algunas pistas, había muchas más formas de entrar en un lugar así para gente de su tamaño y capacidades. Para el tontatta aquello no era más que una madriguera muy alta, y ninguna madriguera, fuese del animal que fuese, se le había resistido hasta el momento.
Los humanos, incapaces de presentir a los pequeños velocistas, los guiaron directos al agujero donde se reunía su banda. Un lugar un poco alejado de las zonas más alejadas de la ciudad. Un barrio sucio y carcomido por el mal uso y el desuso. Casas cerradas con barricadas y ventanales tapiados. Un lugar que apestaba a mugre y problemas, pero si algo apestaba de verdad para el pequeño era el olor del alcohol barato que habían bebido aquellos tipos. Tras haberlos seguidos durante un tiempo, era capaz de determinar la ruta que habían seguido sin necesidad de verlos gracias a sus agudos sentidos de escarabajo. Las partículas de olor persistentes en el aire creaban un camino tan fácil de seguir para las antenas del pequeño que podría ir con los ojos cerrados, literalmente. Pues su mente, adaptada a los sentidos extra de la fruta, traducía los estímulos recopilados en imágenes y sensaciones comprensibles para el tontatta.
Pero el punto fuerte del pequeño siempre había sido su vista. Incisiva y perspicaz. Potenciada también por los ojos compuestos del escarabajo que aumentaban enormemente su capacidad visual. Así fue como el pequeño descubrió que todos menos uno portaban el mismo extraño tatuaje. Todos tenían dibujado en algún lugar de su cuerpo, parcialmente visible, un pájaro enjaulado. Siete de los ocho humanos parecían pertenecer a la misma hermandad. Pero Thymo no descartaba que aquel sin tatuaje, no lo llevara oculto por la ropa o en algún lugar más difícil de ver desde la distancia.
Los pasos del grupo los llevo de manera increíblemente recta, pese a la peste a bebida que llevaban, al corazón de aquel alejado barrio de las afueras. Por suerte para los enanos, los habitantes de la zona eran incapaces de descubrir su presencia, pasando de tejado en tejado -Mantén un perfil bajo, Thym- dijo en un momento dado el enano, aguantando por poco una sonora carcajada por su propio chiste. Hablando mientras arrastraba el lado derecho del cuerpo como un gusano por el tejado, con la cara pegada al suelo, aprovechando que el grupo se paraba a hablar brevemente con un conocido que encontraron en la calle.
Una casa solitaria en el centro de un pequeño jardín cerrado era el destino final de la banda de secuestradores, que regresaban al redil. Los enanos los vieron entrar en aquella vivienda unifamiliar de dos plantas.
La construcción, rectangular con un tejado a dos aguas, chimenea y un pequeño balcón en la parte de atrás, que se alzaba sobre el patio. Parecía cuidada y adecuada para vivir en comparación con otras de la zona, pero aún así, el paso del tiempo había hecho estragos y múltiples grietas eran fácilmente apreciables en la fachada y las paredes laterales. Las enredaderas habían crecido, trepando por la parte trasera hasta arriba, creando una bonita alfombra vegetal que cubría toda la fachada trasera.
Tras una secuencia de golpes y repiqueteos en la puerta, esta se abrió y el grupo pasó al interior del edificio. Perdiéndose de vista para los pequeños, que observaban la escena sentados sobre el tejado más próximo. Su escaso tamaño y su reducido peso los permitía caminar tranquilamente entre las tejas desvencijadas y las maderas medio podridas sin temor, aun así debían tener cuidado con las tejas sueltas y Thymo conocía demasiado bien a su melliza, así que la cargó sin decir nada antes de que la naturaleza de su coordinación se manifestase. Saltando un par de zonas comprometidas donde el apetito del escarabajo rinoceronte advertía claramente al pequeño, que había madera podrida lista para degustar.
-Puedo llevarnos hasta el tejado, pero para colarnos tenemos que buscar un agujero. La chimenea no está encendida, sino saldría humo, y estoy seguro que alguna de esas grietas podría ser lo suficientemente grande como para permitirnos el paso... al menos estoy seguro de que podría aprovechar una de esas grietas y hacerla más grande para nosotros, y si cabemos nosotros cabe una ardilla- comentaba mientras esperaban unos minutos observando la zona. Vigilando por si había guardias o alguien controlando el movimiento de la zona. El enano dejaría decidir a su melliza el siguiente paso. Esto también serviría de entrenamiento para la pequeña, pues aunque Thymo le había dado algunas pistas, había muchas más formas de entrar en un lugar así para gente de su tamaño y capacidades. Para el tontatta aquello no era más que una madriguera muy alta, y ninguna madriguera, fuese del animal que fuese, se le había resistido hasta el momento.
Thyma Bandle
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Seguir al grupo de hombres desaliñados y tatuados era sencillo hasta para Thyma. Desprendían un hedor a destilados que era capa de embriagar y marear a quienes les seguían. Por el camino, la pequeña no dejaba de pensar en los posibles destinos que podría vivir esa ardilla, en qué tipo de interés podrían tener en ella, más allá del obvio. No todos los días se encontraba alguien con una princesa ardilla. Thyma había visto muchas películas que su hermano y sabía bien que una princesa también podía ser capturada incluso por esos apestosos maleantes. La Tontatta seguía los pasos de su hermano hasta el punto de realizar sus pisadas en el mismo lugar que él las había hecho. Estaba muy atenta a todos sus movimientos. Hasta que poco a poco el camino se fue complicando más. A medida que se adentraban en aquel alejado barrio, las casas se iban mostrando más desvencijadas, viejas y descuidadas. Algunos tejados tenían peligrosos agujeros, les faltaban tejas o les sobresalían puntas oxidadas y sucias. Ambos debían andarse con mil ojos.
La mente de Thyma trabajaba a toda velocidad. Por un lado mantenía un elevado nivel de concentración y por otro lado, no podía evitar imaginarse a esos delincuentes despellejando a una preciosa princesa ardilla para después vender su pelaje en algún tugurio de mala muerte a dos berries. Eso la enfurecía y hacía que su espíritu se envalentonase. Thymo se detuvo en un tejado destrozado. Los hombres estaban entrando en una casa de dos plantas, en medio de un jardín, estaba más cuidada que el resto y parecía razonablemente habitable, algo que parecía imposible de encontrar en ese punto de la ciudad. Aun así el paso del tiempo era evidente en esa construcción. Thyma asintió ante el consejo de su hermano, pero finalmente acabó siendo ayudada a moverse por el lugar, ya que había muchas tejas sueltas y era demasiado resbaladizo y tentador para una patosa nata como Thyma. Fue entonces cuando su mellizo puso en común sus observaciones sobre cómo acceder al lugar. -Espera un momento, déjame pensar.- Dijo muy seria. Le parecía muy grave lo que estaba sucediendo y debían analizar bien todas las opciones. Mientras se le ponía la cara de pensar, agarró su cerbatana y comprobó que estuviese lista para ser usada y lo mismo hizo con sus dardos. -Thymo, no creo que la princesa esté dentro de la casa... Tal vez si hubiese un sótano... Suelen elegir esos lugares para retener a sus rehenes. No los van a tener en las habitaciones donde cualquiera pudiera verlos o escucharlos. Vamos, echemos un vistazo a los alrededores.- Tras decir esto Thyma se posicionó tras su hermano para que fuesen sobrevolando la zona y así lo hicieron.
Al bordear la casa pudieron observar que no tenía vigilancia externa aparente. No había nadie a los alrededores. Pero Thyma encontró lo que buscaba. En la parte trasera de la casa había una trampilla de madera en el suelo, junto al muro de la construcción. En completo silencio, señaló la zona y se aproximaron poco a poco. Con gestos Thyma le hizo ver que quería escuchar cerca de ahí por si captaban algo. Los Bandle se acercaron a la trampilla y aunque había mucha oscuridad tras las rendijas de las maderas se podían percibir una escalera. Presuntamente aquello podía ser el acceso a un sótano. -¿Lo ves? ¿Qué te di...- Le dijo a su hermano con su idioma de gestos, cuando un enorme portazo detuvo sus movimientos. El ruido parecía proceder justo del interior de esa trampilla. -¿Crees que se habrá despertado?- Le siguió una voz gangosa y desagradable. -Y si no ¡La ayudaremos! KIAKIAKIAKIA- Dijo otra voz más grave y profunda, después. Thyma se tapaba la boca con una mano, para impedir que saliera alguna palabra que ella no quisiera y delatase su posición, mientras señalaba a Thymo, que debían estar ahí. Cuando se tranquilizó, cogió su cerbatana y se preparó, pero algo dentro de ella le decía que no era el momento de hacerlo.
La mente de Thyma trabajaba a toda velocidad. Por un lado mantenía un elevado nivel de concentración y por otro lado, no podía evitar imaginarse a esos delincuentes despellejando a una preciosa princesa ardilla para después vender su pelaje en algún tugurio de mala muerte a dos berries. Eso la enfurecía y hacía que su espíritu se envalentonase. Thymo se detuvo en un tejado destrozado. Los hombres estaban entrando en una casa de dos plantas, en medio de un jardín, estaba más cuidada que el resto y parecía razonablemente habitable, algo que parecía imposible de encontrar en ese punto de la ciudad. Aun así el paso del tiempo era evidente en esa construcción. Thyma asintió ante el consejo de su hermano, pero finalmente acabó siendo ayudada a moverse por el lugar, ya que había muchas tejas sueltas y era demasiado resbaladizo y tentador para una patosa nata como Thyma. Fue entonces cuando su mellizo puso en común sus observaciones sobre cómo acceder al lugar. -Espera un momento, déjame pensar.- Dijo muy seria. Le parecía muy grave lo que estaba sucediendo y debían analizar bien todas las opciones. Mientras se le ponía la cara de pensar, agarró su cerbatana y comprobó que estuviese lista para ser usada y lo mismo hizo con sus dardos. -Thymo, no creo que la princesa esté dentro de la casa... Tal vez si hubiese un sótano... Suelen elegir esos lugares para retener a sus rehenes. No los van a tener en las habitaciones donde cualquiera pudiera verlos o escucharlos. Vamos, echemos un vistazo a los alrededores.- Tras decir esto Thyma se posicionó tras su hermano para que fuesen sobrevolando la zona y así lo hicieron.
Al bordear la casa pudieron observar que no tenía vigilancia externa aparente. No había nadie a los alrededores. Pero Thyma encontró lo que buscaba. En la parte trasera de la casa había una trampilla de madera en el suelo, junto al muro de la construcción. En completo silencio, señaló la zona y se aproximaron poco a poco. Con gestos Thyma le hizo ver que quería escuchar cerca de ahí por si captaban algo. Los Bandle se acercaron a la trampilla y aunque había mucha oscuridad tras las rendijas de las maderas se podían percibir una escalera. Presuntamente aquello podía ser el acceso a un sótano. -¿Lo ves? ¿Qué te di...- Le dijo a su hermano con su idioma de gestos, cuando un enorme portazo detuvo sus movimientos. El ruido parecía proceder justo del interior de esa trampilla. -¿Crees que se habrá despertado?- Le siguió una voz gangosa y desagradable. -Y si no ¡La ayudaremos! KIAKIAKIAKIA- Dijo otra voz más grave y profunda, después. Thyma se tapaba la boca con una mano, para impedir que saliera alguna palabra que ella no quisiera y delatase su posición, mientras señalaba a Thymo, que debían estar ahí. Cuando se tranquilizó, cogió su cerbatana y se preparó, pero algo dentro de ella le decía que no era el momento de hacerlo.
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La extraña afinidad del pequeño por los lugares oscuros y subterráneos le impedía denegar la observación de su melliza. Ni tan siquiera podía poner una sola pega, así que sonrió y se giró para que su hermana pudiera sujetarse en el hueco de la espalda, justo entre las iridiscentes alas que la forma de escarabajo completa le confería.
Sobrevolar la mansión sin llamar la atención era un ejercicio ordinario para los enanos, que sabían perfectamente como racionaría el otro ante los envites inesperados del viento y sabían contrarrestar y hacer contrapeso para continuar en la senda de la manera más cómoda para los dos. Por lo tanto, los giros extremos y las piruetas aéreas, no solo se habían convertido en un ejercicio para la pareja, sino que era un juego del que ambos disfrutaban en cada ocasión que tenían. Siempre tiñéndolo de necesidad, de entrenamiento y de cosas súper serias y convincentes. Pero la única verdad era que disfrutaban volando juntos.
Al llegar a la parte de atrás y observar la escena, la trampilla trasera que daba acceso al interior, llamó enseguida la atención de la pequeña.
En medio de una inspección más cercana un par de hombres se empezaron a mover por dentro de la casa. Los agudos oídos de los tontatta captaron a la perfección lo que cualquier medio sordo podría haber oído también. Sabiéndose en la tranquilidad de su lugar seguro, aquellos maleantes hablaban en voz alta y daban golpes al caminar como si estuvieran solos o fuesen los dueños del lugar, pero para el pequeño, tan solo mostraba la confianza que sentían en su madriguera los tejones.
Poco a poco, de manera discreta, el enano asumió su forma hibrida. Adaptando poco a poco el cuerpo del escarabajo en algo más similar a la forma original del tontata. Conservando el par de brazos extra y las facciones del escarabajo rinoceronte, con sus potentes mandíbulas, las antenas y los ojos parcialmente compuestos. Y las alas y las patas del animal totémico de Thymo.
-Yo abro- dijo con signos y una espeluznante sonrisa en la dentada y agrandada boca. Con la habilidad de un artesano, y gracias a sus capacidades extra, el enano fue capaz de recortar la puerta de madera sin hacer casi ruido. Agarrando con sus apéndices extra la sección y utilizando la capacidad de un autentico excavador para recortar el hueco que ambos necesitarían para entrar y salir con una ardilla.
Los sentidos del enano le decían que aquellos que habían escuchado, acababan de estar con los humanos que venían siguiendo, ya que rastros del mismo olor a alcohol viajaba pegado en sus ropas. -Puede haber muchos más, esta casa es muy grande- dijo en silencio el pequeño gracias a aquel idioma de gestos. Con una mirada más dura de lo que realmente pretendía en dirección a su hermana -Ten mucho cuidado, no quiero que le pase nada a mi hermana pequeña- describió en el aire con unos pocos símbolos rápidos de sus dedos cruzados. Aquella era la razón de adoptar esa forma en aquel momento. Sus sentidos avanzados podrían prevenir de cualquier ataque al enano. Además los cambios de luz no lo afectarían, ni los movimientos rápidos o discretos.
El pasillo se adentraba al subsuelo de la mansión. Viejas escaleras de piedra guiaban los pasos de los pequeños hacía el interior húmedo y oscuro. Cada escalón más y más abajo, hasta que el opresivo ambiente de un lugar bajo tierra pudo notarse. Al menos eso esperaba el enano, que se había imaginado la entrada de la guarida de un dragón pero lo que tenían delante era la entrada al sótano común y corriente de cualquier lugar con sótano. Mesas con herramientas, cajas y pilas de madera para el invierno y toda una sección de almacenaje incluido. Una puerta a la derecha daba a la parte delantera de la casa, de donde, Thymo estaba seguro, los humanos habían venido, así que en algún lugar de aquel sótano enorme tenía que haber otra salida según la logica del tontatta. Y lo cierto era que olía a tierra removida.
-¿Lo hueles?- preguntó el enano -El suelo es de piedra, pero huele a tierra húmeda- El enano siguió caminando observando, escuchando y sintiendo las vibraciones del ambiente -No despegare el vuelo a no ser que sea necesario- explicó con gestos. El pequeño sabía que sus alas podían sonar lo suficiente como para llamar la atención de alguien con el oído fino y no quería llamar la atención antes de lo necesario. No con su hermana pequeña al lado.
Sobrevolar la mansión sin llamar la atención era un ejercicio ordinario para los enanos, que sabían perfectamente como racionaría el otro ante los envites inesperados del viento y sabían contrarrestar y hacer contrapeso para continuar en la senda de la manera más cómoda para los dos. Por lo tanto, los giros extremos y las piruetas aéreas, no solo se habían convertido en un ejercicio para la pareja, sino que era un juego del que ambos disfrutaban en cada ocasión que tenían. Siempre tiñéndolo de necesidad, de entrenamiento y de cosas súper serias y convincentes. Pero la única verdad era que disfrutaban volando juntos.
Al llegar a la parte de atrás y observar la escena, la trampilla trasera que daba acceso al interior, llamó enseguida la atención de la pequeña.
En medio de una inspección más cercana un par de hombres se empezaron a mover por dentro de la casa. Los agudos oídos de los tontatta captaron a la perfección lo que cualquier medio sordo podría haber oído también. Sabiéndose en la tranquilidad de su lugar seguro, aquellos maleantes hablaban en voz alta y daban golpes al caminar como si estuvieran solos o fuesen los dueños del lugar, pero para el pequeño, tan solo mostraba la confianza que sentían en su madriguera los tejones.
Poco a poco, de manera discreta, el enano asumió su forma hibrida. Adaptando poco a poco el cuerpo del escarabajo en algo más similar a la forma original del tontata. Conservando el par de brazos extra y las facciones del escarabajo rinoceronte, con sus potentes mandíbulas, las antenas y los ojos parcialmente compuestos. Y las alas y las patas del animal totémico de Thymo.
-Yo abro- dijo con signos y una espeluznante sonrisa en la dentada y agrandada boca. Con la habilidad de un artesano, y gracias a sus capacidades extra, el enano fue capaz de recortar la puerta de madera sin hacer casi ruido. Agarrando con sus apéndices extra la sección y utilizando la capacidad de un autentico excavador para recortar el hueco que ambos necesitarían para entrar y salir con una ardilla.
Los sentidos del enano le decían que aquellos que habían escuchado, acababan de estar con los humanos que venían siguiendo, ya que rastros del mismo olor a alcohol viajaba pegado en sus ropas. -Puede haber muchos más, esta casa es muy grande- dijo en silencio el pequeño gracias a aquel idioma de gestos. Con una mirada más dura de lo que realmente pretendía en dirección a su hermana -Ten mucho cuidado, no quiero que le pase nada a mi hermana pequeña- describió en el aire con unos pocos símbolos rápidos de sus dedos cruzados. Aquella era la razón de adoptar esa forma en aquel momento. Sus sentidos avanzados podrían prevenir de cualquier ataque al enano. Además los cambios de luz no lo afectarían, ni los movimientos rápidos o discretos.
El pasillo se adentraba al subsuelo de la mansión. Viejas escaleras de piedra guiaban los pasos de los pequeños hacía el interior húmedo y oscuro. Cada escalón más y más abajo, hasta que el opresivo ambiente de un lugar bajo tierra pudo notarse. Al menos eso esperaba el enano, que se había imaginado la entrada de la guarida de un dragón pero lo que tenían delante era la entrada al sótano común y corriente de cualquier lugar con sótano. Mesas con herramientas, cajas y pilas de madera para el invierno y toda una sección de almacenaje incluido. Una puerta a la derecha daba a la parte delantera de la casa, de donde, Thymo estaba seguro, los humanos habían venido, así que en algún lugar de aquel sótano enorme tenía que haber otra salida según la logica del tontatta. Y lo cierto era que olía a tierra removida.
-¿Lo hueles?- preguntó el enano -El suelo es de piedra, pero huele a tierra húmeda- El enano siguió caminando observando, escuchando y sintiendo las vibraciones del ambiente -No despegare el vuelo a no ser que sea necesario- explicó con gestos. El pequeño sabía que sus alas podían sonar lo suficiente como para llamar la atención de alguien con el oído fino y no quería llamar la atención antes de lo necesario. No con su hermana pequeña al lado.
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Thyma confiaba en sus instintos, plenamente. Ella se quería muchísimo y sabía que si se dejaba guiar por su corazón éste no le llevaría nunca a mal puerto. Siempre había seguido esa filosofía y hasta ahora le había ido muy bien en su recorrido por el mundo. Sabía que la vida era cuestión de actitud y fue eso mismo lo que les proporcionó un desmesurado hueco entre los humanos a seres tan pequeñitos como los mellizos Bandle. Pero había alguien en quien confiaba más que en ella misma, alguien capaz de sacarle una sonrisa incluso cuando le dolía la barriga por comer de más. Ese era su hermano. Thymo, a sus ojos, tenía el instinto afilado, perspicaz e inteligente. Sabía desenvolverse a la perfección en ambientes en los que Thyma se perdía, se tropezaba o se despeñaba. Por todo esto y mucho más, al ver a su hermano seguir sus indicaciones y abrir la trampilla, supo que iban por el buen camino.
Descendieron por la escaleras, hasta llegar a un largo pasillo que conectaba con el sótano de la casa. La cara de Thymo denotaba que acababan de entrar en terreno peligroso. -Así lo haré yo tampoco quiero que te pase nada por mi culpa.- Le dijo con algo de inseguridad. Solo el tiempo diría si se estaban metiendo en la boca del lobo. Ambos estaban dispuestos a escudriñar aquel sótano, cuando Thymo captó algo de interés entre los aromas putrefactos del lugar. La Tontatta inspiró fuertemente intentando buscar entre los olores los matices que su hermano había captado. -Es verdad, ya lo huelo.- Dijo con gestos echándose un farol. -Es exactamente igual que la tierra húmeda.- Con un poco de redundancia completó la mentirijilla. Cada uno por su lado y siendo totalmente sigilosos comenzaron a rebuscar entre todas las cajas y estanterías que allí había. Cada vez que Thyma se postraba ante una caja la olía intentando averiguar su contenido, en la mayoría de las veces era efectivo, pero algunas cajas no emanaban aroma alguno, más allá del cartón medio revenido. En las altas estanterías tampoco parecía haber ningún objeto de interés o que les indicara alguna pista, solo alojaban libros viejos y algún que otro papel. Todo lo que allí había parecían ser provisiones normales y corrientes, conservadas en un lugar fresco y alejadas de la incidencia solar. En una caja había fruta y era evidente que había dejado de estar frescas hacía mucho. Otra olía como a metal, óxido y podredumbre. Una caja tenia ropa, mantas y toallas. En definitiva, nada de interés.
Ya cansada de buscar sin éxito, vio un recipiente que había pasado desapercibido a su vista. Era enorme y muy alto, más estrecho en su base que en su superficie y del color de la arcilla. Thyma se paró delante y lo olió con fuerza y muy concentrada. Lo había encontrado. Ese recipiente olía muchísimo a tierra húmeda. "La princesa debe estar aquí." Pensó y saltó hacia la superficie de la maceta. No era más que eso, pero Thyma estaba convencida de que ese era el lugar que buscaban. Decidida comenzó a apartar la tierra y a rebuscar con mucho menos estilo que lo hubiera hecho su mellizo. La búsqueda de la Tontatta no fue todo lo silenciosa que ella pensó y eso hizo que su hermano se acercara a la maceta. La pequeña Bandle no tardó en darse cuenta de que era imposible que la princesa ardilla pudiera estar ahí y salió dispara de la tierra. Miró fijamente a su hermano y se comunicó con su lenguaje de signos. -Thymo, se me han roto los presentimientos.- Era verdadera la preocupación en su rostro.
El corazón de Thyma se detuvo por un segundo cuando escucharon un enorme golpe. La puerta se abrió y de ella aparecieron tres hombres, grandullones, grasientos y apestosos como el resto. Parecían de buen humor. Entre ellos se reían y bromeaban. La pequeña le hizo un gesto a su hermano para que subiera a la maceta con ella. Allí se podían enterrar y nadie les vería. Aunque a juzgar por el concentrado aroma a destilados que emitían esos hombres, resultaba difícil de creer que fueran capaces de ver más allá de sus narices. Aun así, estaban en su terreno y parecían saberse el camino a la perfección. Salvo algún que otro tropiezo. "Pero, ¿Cuántas personas hay aquí? Esto solo lo complica todo." Pensó la pequeña agazapada en su escondite. Ninguna de las tres voces que oían, las habían escuchado anteriormente. Tras unos sórdidos comentarios sobre lo que harían con una supuesta recompensa, continuaron con su marcha. Thyma escuchaba como se movían por el lugar y se acercaban a una estantería. La curiosidad pudo con ella y acabó asomándose por el borde de la maceta. Por suerte, aquellos hombre le daban la espalda, pero pudo ver algo que le llamó mucho la atención. Uno de los borrachos, comenzó a coger libros al azar, o eso parecía, pero no los cogía del todo. Simplemente los inclinaba y los volvía al sitio. Hizo esa excentricidad con al menos siete de ellos. A Thyma le pareció muy indeciso. "No es tan complicado elegir un libro". Cuando lo que sucedió después le dejó sin habla. La estantería comenzó a moverse, ella sola, hacia el lado derecho. Revelando un túnel cavado en la pared de tierra. "Hacen magia. ¡Que guay! Pues no serán tan malos..." Pensó inocente y risueña. Inmediatamente buscó a su hermano, con la mirada, para contarle lo que había visto, en el caso de que se lo hubiera perdido.
Descendieron por la escaleras, hasta llegar a un largo pasillo que conectaba con el sótano de la casa. La cara de Thymo denotaba que acababan de entrar en terreno peligroso. -Así lo haré yo tampoco quiero que te pase nada por mi culpa.- Le dijo con algo de inseguridad. Solo el tiempo diría si se estaban metiendo en la boca del lobo. Ambos estaban dispuestos a escudriñar aquel sótano, cuando Thymo captó algo de interés entre los aromas putrefactos del lugar. La Tontatta inspiró fuertemente intentando buscar entre los olores los matices que su hermano había captado. -Es verdad, ya lo huelo.- Dijo con gestos echándose un farol. -Es exactamente igual que la tierra húmeda.- Con un poco de redundancia completó la mentirijilla. Cada uno por su lado y siendo totalmente sigilosos comenzaron a rebuscar entre todas las cajas y estanterías que allí había. Cada vez que Thyma se postraba ante una caja la olía intentando averiguar su contenido, en la mayoría de las veces era efectivo, pero algunas cajas no emanaban aroma alguno, más allá del cartón medio revenido. En las altas estanterías tampoco parecía haber ningún objeto de interés o que les indicara alguna pista, solo alojaban libros viejos y algún que otro papel. Todo lo que allí había parecían ser provisiones normales y corrientes, conservadas en un lugar fresco y alejadas de la incidencia solar. En una caja había fruta y era evidente que había dejado de estar frescas hacía mucho. Otra olía como a metal, óxido y podredumbre. Una caja tenia ropa, mantas y toallas. En definitiva, nada de interés.
Ya cansada de buscar sin éxito, vio un recipiente que había pasado desapercibido a su vista. Era enorme y muy alto, más estrecho en su base que en su superficie y del color de la arcilla. Thyma se paró delante y lo olió con fuerza y muy concentrada. Lo había encontrado. Ese recipiente olía muchísimo a tierra húmeda. "La princesa debe estar aquí." Pensó y saltó hacia la superficie de la maceta. No era más que eso, pero Thyma estaba convencida de que ese era el lugar que buscaban. Decidida comenzó a apartar la tierra y a rebuscar con mucho menos estilo que lo hubiera hecho su mellizo. La búsqueda de la Tontatta no fue todo lo silenciosa que ella pensó y eso hizo que su hermano se acercara a la maceta. La pequeña Bandle no tardó en darse cuenta de que era imposible que la princesa ardilla pudiera estar ahí y salió dispara de la tierra. Miró fijamente a su hermano y se comunicó con su lenguaje de signos. -Thymo, se me han roto los presentimientos.- Era verdadera la preocupación en su rostro.
El corazón de Thyma se detuvo por un segundo cuando escucharon un enorme golpe. La puerta se abrió y de ella aparecieron tres hombres, grandullones, grasientos y apestosos como el resto. Parecían de buen humor. Entre ellos se reían y bromeaban. La pequeña le hizo un gesto a su hermano para que subiera a la maceta con ella. Allí se podían enterrar y nadie les vería. Aunque a juzgar por el concentrado aroma a destilados que emitían esos hombres, resultaba difícil de creer que fueran capaces de ver más allá de sus narices. Aun así, estaban en su terreno y parecían saberse el camino a la perfección. Salvo algún que otro tropiezo. "Pero, ¿Cuántas personas hay aquí? Esto solo lo complica todo." Pensó la pequeña agazapada en su escondite. Ninguna de las tres voces que oían, las habían escuchado anteriormente. Tras unos sórdidos comentarios sobre lo que harían con una supuesta recompensa, continuaron con su marcha. Thyma escuchaba como se movían por el lugar y se acercaban a una estantería. La curiosidad pudo con ella y acabó asomándose por el borde de la maceta. Por suerte, aquellos hombre le daban la espalda, pero pudo ver algo que le llamó mucho la atención. Uno de los borrachos, comenzó a coger libros al azar, o eso parecía, pero no los cogía del todo. Simplemente los inclinaba y los volvía al sitio. Hizo esa excentricidad con al menos siete de ellos. A Thyma le pareció muy indeciso. "No es tan complicado elegir un libro". Cuando lo que sucedió después le dejó sin habla. La estantería comenzó a moverse, ella sola, hacia el lado derecho. Revelando un túnel cavado en la pared de tierra. "Hacen magia. ¡Que guay! Pues no serán tan malos..." Pensó inocente y risueña. Inmediatamente buscó a su hermano, con la mirada, para contarle lo que había visto, en el caso de que se lo hubiera perdido.
Thymo Bandle
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Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los sentidos del enano no mostraban nada que alertasen al preocupado tontatta. Sabía que podía lidiar con unos cuantos humanos borrachos, pero las personas que habían pasado por ahí, no solo no estaban ebrios, sino que parecían más preparados que los patanes a los que habían estado siguiendo hasta el momento de llegar a la casa.
Thymo se desplazaba con movimientos rápidos y silenciosos de un lugar a otro. En un momento dado subió a la estantería más alta de un solo salto gracias a sus poderosas patas transformadas. Después saltó hasta la viga más cercana, desde la cual podía observar toda la sala desde una posición ventajosa, agarrado al techo de la estancia como un escarabajo.
-Desde abajo parece otra cosa, tu caja de pensar está bien- aseguró Thymo a su melliza cuando ésta pensó que se le había roto algo dentro de la cabeza. Aun resonaba en la cabeza del pequeño la carcajada contenida que había pegado viendo a su hermana escarbar en una maceta, por suerte lejos del lugar donde apagaban las colillas los habitantes de la casa. Cuando un estruendoso golpe casi hace que se suelte de su lugar en el techo tras una gruesa viga de madera vieja. Con gestos rechazó el ofrecimiento de su hermana, si uno de los dos era descubierto por alguna razón, aún tendrían que lidiar con un mellizo cabreado. Además, Thymo era plenamente consciente de la conversación que mantenían aquellos humanos, por lo que no necesitaba acercarse para disgustarse y convencerse de que estaban haciendo lo correcto liberando a la ardilla de aquellos repugnantes seres.
Lo que dejó al enano peligrosamente colgando por un solo brazo fue ver que la estantería se movía y dejaba paso a un pasillo secreto -SECREEEEETOOOOOOOOO- gritaba con sus otros tres brazos a la vez en el idioma de signos a su melliza. Con las patas de escarabajo dando patadas al aire de la emoción y las enormes mandíbulas dentadas chasqueando en el aire tras la desaparición de los malhechores por el túnel.
La estantería se había cerrado unos minutos atrás. Tiempo suficiente para que el enano casi cayese a plomo sobre el cemento del suelo. Solo recordando que podía frenar en el ultimo segundo. Desplegando sus alas con un “FLAP” y frenando casi en seco antes de golpear, aterrizando de manera silenciosa, pero completamente fuera de sí. -LO HE VISTO EN TANTAS PELICULAS- exclamó moviendo las manos, las cuatro, de manera alterada, haciendo difícil de entender el mensaje. Por suerte para la enana, Thymo repetía una y otra vez “secreto” y “películas” con sus manos izquierda superior y derecha inferior, mientras que el resto del mensaje lo balbuceaba repetidamente con las otras dos. Algo simple de entender para la pequeña que tan bien lo conocía.
Aun arrodillado en el suelo, las antenas comenzaron a vibrar de manera sutil, tan sutil que podría pasarlo como lo que en realidad era, viento colándose a través de las aberturas que dejaba la estantería. Algo que Thymo no hubiera tenido en cuenta pues notar filtraciones de aire, era una sensación muy común, y dificultosa de seguir por lo sutil. Pero que se apuntaría para futuras ocasiones.
-Puedo abrir un agujero- gesticuló con seguridad antes de acercarse al lugar e inspeccionarlo más de cerca. A todas vistas una estantería común y corriente. De hecho lo era, Thymo había trasteado lo suficiente con madera como para saberlo, pero también tenía nivel como para entender que el mecanismo debía estar anclado a los libros y que tan solo la secuencia correcta abriría la entrada. Por supuesto podría intentar forzarlo, pero no tenía ninguna necesidad de entrar por una puerta tan grande. Podía crear una del tamaño justo para que ellos y una ardilla pudieran salir sin llamar la atención. Con sus manos de escarabajo, agarró la estantería por la parte de abajo. Hundiendo sus dedos queratinosos en la madera fácilmente, atravesando el fondo falso que daba paso al túnel. Tras unos segundos, un agujero dejaba pasar una columna firme de aire, lo suficientemente débil como para permitir el paso, pero lo suficientemente fuerte como para indicar que el lugar subterráneo era grande.
Una primera inspección trajo el rastro de las pisadas de los hombres a las antenas del pequeño. El gesto universal de “vamos” bastó para hacer entender a la enana que el camino estaba abierto.
El camino era oscuro, tan solo iluminado por ardientes lamparas de aceite cada ciertos metros, y a la altura de las cabezas humanas. Lo que confería al lugar, antiguamente excavado, un aspecto tenebroso y oscuro, lleno de sombras en movimiento, pero perfectamente confortable para el pequeño, que adoraba los lugares oscuros y bajo tierra.
Llegado cierto punto, el pasillo se abría en un cruce con tres caminos. Pero los agudos sentidos del pequeño le servían de guía para seguir el rastro de los que habían entrado antes. Thymo conocía bien los engaños que el sonido podía provocar bajo tierra. El eco rebotaba de pared en pared, haciendo que los sonidos se dispersaran por todo el lugar, por lo que el sonido y casi la vista valdrían de poco, pero las antenas no dejaban de vibrar, indicando al tontatta cual era el camino a seguir. El laberíntico lugar empezaba a preocupar al pequeño, que pese a poder escavar su propio túnel y salir por él, no quería perderse en el camino de vuelta. -Una entrada y salida fácil- se repetía una y otra vez mentalmente, tomándose aquello como una película. Como “El agente Mero Mero Sierpe, el súper espía en: Ojo Dorado”. Incapaz de ver el peligro real en el que se estaban metiendo, pues aquellos que capturan ardillas no deben ser tan malos, pensaba. Creyendo que tal vez los habían confundido con un par de ellas.
Tiempo después, dieron con la sección donde los secuestradores mantenían cautivos a sus rehenes. Una suerte de celdas excavadas en plena roca y rematadas con barrotes de acero, se distribuían por las paredes de una amplia habitación rectangular. El aroma, persistente en el aire, no dejaba lugar a dudas de la higiene general del sitio, pues la mezcla de sudor rancio, sangre y desesperación se pegaba a las paredes, impregnándolo todo con una patina resbaladiza que sudaba por las paredes en forma de lagrimas.
En el centro de la sala, bien iluminado, reposaba un enorme cepo con capacidad para varios presos. Vacío, pero lleno de manchas de sangre reseca. Y al fondo, sentados en un estrado, ocho humanos esperando para iniciar el congreso de los miserables.
Dos asientos permanecían vacíos aún, como esperando por los mellizos, pero algo le decía al enano que aquello no estaba dirigido a ellos y que esperaban a alguien más. Con una mirada de preocupación observó a su hermana, que lo seguía de cerca -Hay muchas celdas, puede haber muchas ardillas. Pero por esos barrotes tan separados deberían poder escaparse, aquí hay algo que no me gusta- comentó con gestos, mientras guiaba a su melliza a un hueco entre las sombras.
Thymo se desplazaba con movimientos rápidos y silenciosos de un lugar a otro. En un momento dado subió a la estantería más alta de un solo salto gracias a sus poderosas patas transformadas. Después saltó hasta la viga más cercana, desde la cual podía observar toda la sala desde una posición ventajosa, agarrado al techo de la estancia como un escarabajo.
-Desde abajo parece otra cosa, tu caja de pensar está bien- aseguró Thymo a su melliza cuando ésta pensó que se le había roto algo dentro de la cabeza. Aun resonaba en la cabeza del pequeño la carcajada contenida que había pegado viendo a su hermana escarbar en una maceta, por suerte lejos del lugar donde apagaban las colillas los habitantes de la casa. Cuando un estruendoso golpe casi hace que se suelte de su lugar en el techo tras una gruesa viga de madera vieja. Con gestos rechazó el ofrecimiento de su hermana, si uno de los dos era descubierto por alguna razón, aún tendrían que lidiar con un mellizo cabreado. Además, Thymo era plenamente consciente de la conversación que mantenían aquellos humanos, por lo que no necesitaba acercarse para disgustarse y convencerse de que estaban haciendo lo correcto liberando a la ardilla de aquellos repugnantes seres.
Lo que dejó al enano peligrosamente colgando por un solo brazo fue ver que la estantería se movía y dejaba paso a un pasillo secreto -SECREEEEETOOOOOOOOO- gritaba con sus otros tres brazos a la vez en el idioma de signos a su melliza. Con las patas de escarabajo dando patadas al aire de la emoción y las enormes mandíbulas dentadas chasqueando en el aire tras la desaparición de los malhechores por el túnel.
La estantería se había cerrado unos minutos atrás. Tiempo suficiente para que el enano casi cayese a plomo sobre el cemento del suelo. Solo recordando que podía frenar en el ultimo segundo. Desplegando sus alas con un “FLAP” y frenando casi en seco antes de golpear, aterrizando de manera silenciosa, pero completamente fuera de sí. -LO HE VISTO EN TANTAS PELICULAS- exclamó moviendo las manos, las cuatro, de manera alterada, haciendo difícil de entender el mensaje. Por suerte para la enana, Thymo repetía una y otra vez “secreto” y “películas” con sus manos izquierda superior y derecha inferior, mientras que el resto del mensaje lo balbuceaba repetidamente con las otras dos. Algo simple de entender para la pequeña que tan bien lo conocía.
Aun arrodillado en el suelo, las antenas comenzaron a vibrar de manera sutil, tan sutil que podría pasarlo como lo que en realidad era, viento colándose a través de las aberturas que dejaba la estantería. Algo que Thymo no hubiera tenido en cuenta pues notar filtraciones de aire, era una sensación muy común, y dificultosa de seguir por lo sutil. Pero que se apuntaría para futuras ocasiones.
-Puedo abrir un agujero- gesticuló con seguridad antes de acercarse al lugar e inspeccionarlo más de cerca. A todas vistas una estantería común y corriente. De hecho lo era, Thymo había trasteado lo suficiente con madera como para saberlo, pero también tenía nivel como para entender que el mecanismo debía estar anclado a los libros y que tan solo la secuencia correcta abriría la entrada. Por supuesto podría intentar forzarlo, pero no tenía ninguna necesidad de entrar por una puerta tan grande. Podía crear una del tamaño justo para que ellos y una ardilla pudieran salir sin llamar la atención. Con sus manos de escarabajo, agarró la estantería por la parte de abajo. Hundiendo sus dedos queratinosos en la madera fácilmente, atravesando el fondo falso que daba paso al túnel. Tras unos segundos, un agujero dejaba pasar una columna firme de aire, lo suficientemente débil como para permitir el paso, pero lo suficientemente fuerte como para indicar que el lugar subterráneo era grande.
Una primera inspección trajo el rastro de las pisadas de los hombres a las antenas del pequeño. El gesto universal de “vamos” bastó para hacer entender a la enana que el camino estaba abierto.
El camino era oscuro, tan solo iluminado por ardientes lamparas de aceite cada ciertos metros, y a la altura de las cabezas humanas. Lo que confería al lugar, antiguamente excavado, un aspecto tenebroso y oscuro, lleno de sombras en movimiento, pero perfectamente confortable para el pequeño, que adoraba los lugares oscuros y bajo tierra.
Llegado cierto punto, el pasillo se abría en un cruce con tres caminos. Pero los agudos sentidos del pequeño le servían de guía para seguir el rastro de los que habían entrado antes. Thymo conocía bien los engaños que el sonido podía provocar bajo tierra. El eco rebotaba de pared en pared, haciendo que los sonidos se dispersaran por todo el lugar, por lo que el sonido y casi la vista valdrían de poco, pero las antenas no dejaban de vibrar, indicando al tontatta cual era el camino a seguir. El laberíntico lugar empezaba a preocupar al pequeño, que pese a poder escavar su propio túnel y salir por él, no quería perderse en el camino de vuelta. -Una entrada y salida fácil- se repetía una y otra vez mentalmente, tomándose aquello como una película. Como “El agente Mero Mero Sierpe, el súper espía en: Ojo Dorado”. Incapaz de ver el peligro real en el que se estaban metiendo, pues aquellos que capturan ardillas no deben ser tan malos, pensaba. Creyendo que tal vez los habían confundido con un par de ellas.
Tiempo después, dieron con la sección donde los secuestradores mantenían cautivos a sus rehenes. Una suerte de celdas excavadas en plena roca y rematadas con barrotes de acero, se distribuían por las paredes de una amplia habitación rectangular. El aroma, persistente en el aire, no dejaba lugar a dudas de la higiene general del sitio, pues la mezcla de sudor rancio, sangre y desesperación se pegaba a las paredes, impregnándolo todo con una patina resbaladiza que sudaba por las paredes en forma de lagrimas.
En el centro de la sala, bien iluminado, reposaba un enorme cepo con capacidad para varios presos. Vacío, pero lleno de manchas de sangre reseca. Y al fondo, sentados en un estrado, ocho humanos esperando para iniciar el congreso de los miserables.
Dos asientos permanecían vacíos aún, como esperando por los mellizos, pero algo le decía al enano que aquello no estaba dirigido a ellos y que esperaban a alguien más. Con una mirada de preocupación observó a su hermana, que lo seguía de cerca -Hay muchas celdas, puede haber muchas ardillas. Pero por esos barrotes tan separados deberían poder escaparse, aquí hay algo que no me gusta- comentó con gestos, mientras guiaba a su melliza a un hueco entre las sombras.
Thyma Bandle
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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La pequeña creía recordar la combinación de libros necesaria para abrir el pasadizo secreto, pero descartó la idea al escuchar a su hermano. Su idea podía ser muy arriesgada. Fallar podía suponer una trampa o encerrona y de acertar, la expectativa no era mucho mejor, pues al abrirse, la falsa estantería, emitiría el mismo estruendo que cuando la abrieron los apestosos hombres. Thymo en cambio, tenia la capacidad de ser totalmente silencioso en sus artes y parecía convencido de poder abrir un orificio de acceso al túnel. Thyma esperó paciente mientras su hermano hacía lo suyo. Vigilaba sus espaldas para que nadie pudiera verles o apareciera un nuevo grupo de hombres y los delatara. Una vez el butrón estuvo hecho, con el tamaño idóneo para no ser muy visible, pero que pudieran entran con facilidad tanto los Tontattas como la "princesa" ardilla. Tras acceder descubrieron que el túnel era más grande y poco iluminado de lo que cabía esperar. Las antorchar formaban siniestras formas sobre el suelo y las paredes terrosas. Según iban caminando la silueta reflejada de Thyma parecía agrandarse y encogerse según su posición. A ella esto le resultó muy llamativo y divertido y no pudo evitar llamar la atención de su hermano. Tocó su hombro izquierdo y señaló hacia donde tenía que mirar. En ese punto la sobra de Thyma parecía la de un gigante y sin hacer el menor ruido comenzó a caminar con los andares propios de alguien de ese tamaño. No pudieron evitar reírse y aun en en ese momento se mantuvieron sigilosos. Thyma era una payasa sin remedio y aunque Thymo se volvía mucho más serio en estas situaciones, la pequeña no podía evitar ser quien era. Ambos lo sabían y lo asumían.
Los aromas del túnel no le fueron ajenos a la Tontatta, una mezcla de tierra mojada y bichos. Todo eso no le resultaba del todo agradable, pero su hermano la había acostumbrado en sus numerosas escapadas al bosque. A él parecía encantarle. Sin duda ese era su entorno y menos mal, porque si por Thyma fuese se habían perdido hace mucho tiempo, entre sombras chinas, bifurcaciones y todos los pasillos, que eran iguales. Según se fueron acercando a un punto concreto, los olores cambiaron notoriamente, se intensificaron y se volvieron mucho peores. Llegaron a una sala con una especie de celdas horadadas en la propia pared de roca. Dentro de ellas parecía haber gente o esa impresión les daba. Lo que si era seguro es que no era un sitio amable. El olor dulzón a sangre reciente y también reseca, se entremezclaba de una forma desagradable con notas más agrias y ácidas. Aquello alertó a la pequeña y cambio radicalmente su actitud risueña. No esperaba encontrarse algo tan horrendo y pensó que a lo mejor esas personas si eran malas de verdad. La necesidad de rescatar a la "princesa" afloraba de forma incipiente en su psique. Al fondo de la sala se podía ver a ocho hombres sentados formando un semicírculo y frente a ellos, dos sillas vacías. Thyma tragó saliva. Su hermano compartió con ella su natural desasosiego y después se ocultaron en una zona oscura. No pasó mucho tiempo cuando por otro pasillo diferente al que habían accedido los pequeños, aparecieron otros dos hombres. Uno, el que más llamaba la atención era alto, moreno, con un parche en el ojo izquierdo, le faltaban varias piezas dentales, la piel de su rostro presentaba numerosas cicatrices y su aspecto era el propio de un hombre muy fuerte. Al grandullón le acompañaba un chico joven, enclenque y de aspecto frágil y torpe. Llevaba en sus manos un maletín de cuero negro al que se aferraba con fuerza. -Siéntate ahí, venga.- Bramó el hombretón señalando una de las sillas vacías. El lacayo le obedeció sin rechistar y sin soltar el abrazo al maletín. Su jefe se sentó junto a él. Se quedó mirando a los ocho hombres, uno por uno, callado y desafiante, tras unos segundos de incomodo silencio, giró su cuello y escupió en el suelo. -Me cago en vuestro muertos, cada vez me hacéis venir a sitios peores.- Su voz era grave y poderosa. Hacia que Thyma contuviese la respiración y evitase hasta pestañear. Uno de los ocho intentó comenzar a hablar, pero el del parche lo interrumpió gritándole una grosería que hasta su lacayo se estremeció. -Y bien, ¿Qué habéis atrapado, mis pequeñas comadrejas? Espero que esta vez la mercancía esté de una sola pieza y no me toque juntar los trozos... Malditos mamarrachos, sanguinarios de mierda.- El hombre escupía a la vez que hablaba, desde la posición de los Tontattas, podían escuchar todo lo que se decía e incluso, ver los perdigones proyectados de su maltratada boca. -Así no hay quien venda las piezas.- Refunfuñaba el moreno. Thyma se armó de valor para mover tan solo una mano, lo suficiente como para comunicarse con Thymo. -No hagas nada, escuchemos qué pasa, igual la ardilla no está aquí o igual esta en una de estas celda.- La Tontatta esperaba de corazón que la "princesa" estuviese en algún lugar más amable que éste. Sin duda en ese momento y frente a ese hombre, fue consciente del lio en el que se habían metido, pero ya no había marcha atrás. Para Thyma las promesas debían cumplirse, incluso las que uno se hacía a si mismo y de alguna manera se había prometido rescatar a la indefensa ardillita.
Los aromas del túnel no le fueron ajenos a la Tontatta, una mezcla de tierra mojada y bichos. Todo eso no le resultaba del todo agradable, pero su hermano la había acostumbrado en sus numerosas escapadas al bosque. A él parecía encantarle. Sin duda ese era su entorno y menos mal, porque si por Thyma fuese se habían perdido hace mucho tiempo, entre sombras chinas, bifurcaciones y todos los pasillos, que eran iguales. Según se fueron acercando a un punto concreto, los olores cambiaron notoriamente, se intensificaron y se volvieron mucho peores. Llegaron a una sala con una especie de celdas horadadas en la propia pared de roca. Dentro de ellas parecía haber gente o esa impresión les daba. Lo que si era seguro es que no era un sitio amable. El olor dulzón a sangre reciente y también reseca, se entremezclaba de una forma desagradable con notas más agrias y ácidas. Aquello alertó a la pequeña y cambio radicalmente su actitud risueña. No esperaba encontrarse algo tan horrendo y pensó que a lo mejor esas personas si eran malas de verdad. La necesidad de rescatar a la "princesa" afloraba de forma incipiente en su psique. Al fondo de la sala se podía ver a ocho hombres sentados formando un semicírculo y frente a ellos, dos sillas vacías. Thyma tragó saliva. Su hermano compartió con ella su natural desasosiego y después se ocultaron en una zona oscura. No pasó mucho tiempo cuando por otro pasillo diferente al que habían accedido los pequeños, aparecieron otros dos hombres. Uno, el que más llamaba la atención era alto, moreno, con un parche en el ojo izquierdo, le faltaban varias piezas dentales, la piel de su rostro presentaba numerosas cicatrices y su aspecto era el propio de un hombre muy fuerte. Al grandullón le acompañaba un chico joven, enclenque y de aspecto frágil y torpe. Llevaba en sus manos un maletín de cuero negro al que se aferraba con fuerza. -Siéntate ahí, venga.- Bramó el hombretón señalando una de las sillas vacías. El lacayo le obedeció sin rechistar y sin soltar el abrazo al maletín. Su jefe se sentó junto a él. Se quedó mirando a los ocho hombres, uno por uno, callado y desafiante, tras unos segundos de incomodo silencio, giró su cuello y escupió en el suelo. -Me cago en vuestro muertos, cada vez me hacéis venir a sitios peores.- Su voz era grave y poderosa. Hacia que Thyma contuviese la respiración y evitase hasta pestañear. Uno de los ocho intentó comenzar a hablar, pero el del parche lo interrumpió gritándole una grosería que hasta su lacayo se estremeció. -Y bien, ¿Qué habéis atrapado, mis pequeñas comadrejas? Espero que esta vez la mercancía esté de una sola pieza y no me toque juntar los trozos... Malditos mamarrachos, sanguinarios de mierda.- El hombre escupía a la vez que hablaba, desde la posición de los Tontattas, podían escuchar todo lo que se decía e incluso, ver los perdigones proyectados de su maltratada boca. -Así no hay quien venda las piezas.- Refunfuñaba el moreno. Thyma se armó de valor para mover tan solo una mano, lo suficiente como para comunicarse con Thymo. -No hagas nada, escuchemos qué pasa, igual la ardilla no está aquí o igual esta en una de estas celda.- La Tontatta esperaba de corazón que la "princesa" estuviese en algún lugar más amable que éste. Sin duda en ese momento y frente a ese hombre, fue consciente del lio en el que se habían metido, pero ya no había marcha atrás. Para Thyma las promesas debían cumplirse, incluso las que uno se hacía a si mismo y de alguna manera se había prometido rescatar a la indefensa ardillita.
Thymo Bandle
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
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Akuma no mi
Varios
La situación no podía ser más oscura. La conversación sobre la mesa ponía los pelos como escarpias al pequeño, que no dejaba de pensar, preocupado, en su hermanita.
Los sonidos procedentes de las celdas habían dejado de estar presentes desde el momento que los últimos dos llegaron y comenzó la charla. Las negociaciones por la ”carga” tenían pinta de alargarse, como parecía ser habitual por la conversación mantenida por los maleantes. Ambos bandos sabían que las negociaciones debían llevarse a termino y continuar con las relaciones comerciales por el bien de todos ellos. Pero la animosidad era perfectamente palpable entre ellos.
Los enanos estaban acostumbrados a permanecer ocultos de los ojos humanos. De todos aquellos que podían moverse en el “mundo humano” en realidad. Pues habían pasado toda su vida ocultándose cuando lo sentían necesario, por lo que no les resulto difícil hacer pasar su presencia desapercibida.
Moviéndose por las sombras que proyectaban las lamparas sobre las paredes y el suelo, los mellizos rodearon la estancia hasta estar cerca de la entrada por la que aparecieron el bravucón y el tipo del maletín. El aire resultaba menos pesado y la temperatura, ligeramente más alta, revelaban la existencia cercana de una salida al exterior.
Durante su vuelta a la sala, el pequeño fijó su vista en cada detalle que resaltaba ante sus pupilas, buscando una jaula lo suficientemente pequeña, con los barrotes lo suficientemente juntos como para evitar la huida de un ser tan pequeño como una ardilla. Pero ni con su aguda vista fue capaz de encontrar lo que buscaba. Aún así los detalles que resaltaron ante su mirada no pudo pasarlos por alto. Hombres y mujeres vestidos algunos con andrajos, otros con ropas más acomodadas. De diferentes procedencias, incluso uno vestido con pieles marrones que parecían recubrir su cuerpo por completo. Con la curiosidad reflejada en la mirada, rasgo típico Bandle, Thymo señaló a la celda mirando a su melliza.
Al llegar al lugar, deslizándose silenciosamente junto a los rodapiés en sombras, el enano casi no pudo disimular su sorpresa, abriendo mucho los ojos y desencajando su mandíbula en una silenciosa mueca de asombro y estupefacción -En verdad era una princesa ardilla, ¡si no es la reina!- dijo el pequeño olvidándose por completo de la situación en la que estaban. Por suerte, su comentario en voz alta quedó amortiguado por el sonido de las sillas en las que estaban sentados los hombres al ser arrastradas, y estos levantarse de sus asientos -Si, joder. Enseñadme la mercancía antes de continuar con las negociaciones. No vais a ver un solo billete hasta que compruebe con mis ojos que no tendré que cargar otro puzle sangriento- bramaba el bravucón con confianza, acercándose a las celdas.
Los enanos corrieron, alejándose de la celda y ocultándose de nuevo en las sombras -Una princesa ardilla- repetía con sus cuatro manitas el pequeño, entusiasmado, hasta que calló en la cuenta del error más grande que había cometido -Mierda- exclamó con un movimiento seco de su muñeca mientras movía arriba y abajo los dedos corazón y anular -La princesa no va a caber por los agujeros que hice para escapar, pero no te preocupes. Por donde entraron los últimos el aire se siente menos pesado. Una salida al exterior debe estar cerca- continuó explicando muy seguro el tontatta en su idioma de gestos. Mientras, los humanos hacían un recorrido por la sección de celdas que contenía la mercancía. Cada conjunto de barrotes ante el que paraban. El comprador bufaba con autosuficiencia, resaltaba los puntos flacos del esclavizado y aseguraba un precio aun inferior de lo que los vendedores querían como castigo por traer mercancía mala. Pero al acercarse a los barrotes de la princesa ardilla, la mirada del hombre se volvió afilada y el gesto estúpido desapareció rápidamente de su rostro para ser sustituido por un gesto inquisitivo y una mirada audaz que nunca antes había mostrado -¿Es real?- preguntó con una mano fuertemente agarrada a uno de los barrotes -¿De donde habéis sacado un mink?... Mira, prefiero no saberlo. Os quitaré de las manos el resto de mercancía por el precio que pedís por esta vez- terminó tras hacerle un gesto a su acompañante, que regresó a la mesa y comenzó a contar fajos de billetes que sacaba uno tras otro del maletín -Excelente, daremos aviso para que traigan las llaves a la mayor brevedad posible. Mientras, ¿por que no nos sentamos y seguimos tomando algo?- dijo con la voz alterada el vendedor, mientras dirigía al grupo de nuevo a la mesa, visiblemente contento por la venta.
-¿Mink?... No saben distinguir una princesa ardilla en cuanto la ven- se mofó el pequeño -Que ineptos- dijo mientras caminaba de regreso a la celda de la ardilla. Los barrotes de metal eran demasiado resistentes como para romperlos, pero las cerraduras eran viejas y las bisagras estaban oxidadas. El menor movimiento de la puerta alertaría a la gente que estaba en la mesa de que algo sucedía. Los humanos habían contactado con alguien usando un den den mushi, y pronto más gente estaría en el lugar, pero hacer un movimiento descuidado podría poner en contra de los mellizos toda la situación rápidamente -¿Crees que puedas hacer algo con eso?- le preguntó a su melliza, consciente de sus capacidades -Necesitamos abrir la puerta y que sea silencioso, pero lo ideal sería crear primero una distracción, podríamos liberar a todos. De todos modos no me gusta esta situación- dijo de un modo que no cabía duda, ya había tomado la decisión de liberarlos.
Los sonidos procedentes de las celdas habían dejado de estar presentes desde el momento que los últimos dos llegaron y comenzó la charla. Las negociaciones por la ”carga” tenían pinta de alargarse, como parecía ser habitual por la conversación mantenida por los maleantes. Ambos bandos sabían que las negociaciones debían llevarse a termino y continuar con las relaciones comerciales por el bien de todos ellos. Pero la animosidad era perfectamente palpable entre ellos.
Los enanos estaban acostumbrados a permanecer ocultos de los ojos humanos. De todos aquellos que podían moverse en el “mundo humano” en realidad. Pues habían pasado toda su vida ocultándose cuando lo sentían necesario, por lo que no les resulto difícil hacer pasar su presencia desapercibida.
Moviéndose por las sombras que proyectaban las lamparas sobre las paredes y el suelo, los mellizos rodearon la estancia hasta estar cerca de la entrada por la que aparecieron el bravucón y el tipo del maletín. El aire resultaba menos pesado y la temperatura, ligeramente más alta, revelaban la existencia cercana de una salida al exterior.
Durante su vuelta a la sala, el pequeño fijó su vista en cada detalle que resaltaba ante sus pupilas, buscando una jaula lo suficientemente pequeña, con los barrotes lo suficientemente juntos como para evitar la huida de un ser tan pequeño como una ardilla. Pero ni con su aguda vista fue capaz de encontrar lo que buscaba. Aún así los detalles que resaltaron ante su mirada no pudo pasarlos por alto. Hombres y mujeres vestidos algunos con andrajos, otros con ropas más acomodadas. De diferentes procedencias, incluso uno vestido con pieles marrones que parecían recubrir su cuerpo por completo. Con la curiosidad reflejada en la mirada, rasgo típico Bandle, Thymo señaló a la celda mirando a su melliza.
Al llegar al lugar, deslizándose silenciosamente junto a los rodapiés en sombras, el enano casi no pudo disimular su sorpresa, abriendo mucho los ojos y desencajando su mandíbula en una silenciosa mueca de asombro y estupefacción -En verdad era una princesa ardilla, ¡si no es la reina!- dijo el pequeño olvidándose por completo de la situación en la que estaban. Por suerte, su comentario en voz alta quedó amortiguado por el sonido de las sillas en las que estaban sentados los hombres al ser arrastradas, y estos levantarse de sus asientos -Si, joder. Enseñadme la mercancía antes de continuar con las negociaciones. No vais a ver un solo billete hasta que compruebe con mis ojos que no tendré que cargar otro puzle sangriento- bramaba el bravucón con confianza, acercándose a las celdas.
Los enanos corrieron, alejándose de la celda y ocultándose de nuevo en las sombras -Una princesa ardilla- repetía con sus cuatro manitas el pequeño, entusiasmado, hasta que calló en la cuenta del error más grande que había cometido -Mierda- exclamó con un movimiento seco de su muñeca mientras movía arriba y abajo los dedos corazón y anular -La princesa no va a caber por los agujeros que hice para escapar, pero no te preocupes. Por donde entraron los últimos el aire se siente menos pesado. Una salida al exterior debe estar cerca- continuó explicando muy seguro el tontatta en su idioma de gestos. Mientras, los humanos hacían un recorrido por la sección de celdas que contenía la mercancía. Cada conjunto de barrotes ante el que paraban. El comprador bufaba con autosuficiencia, resaltaba los puntos flacos del esclavizado y aseguraba un precio aun inferior de lo que los vendedores querían como castigo por traer mercancía mala. Pero al acercarse a los barrotes de la princesa ardilla, la mirada del hombre se volvió afilada y el gesto estúpido desapareció rápidamente de su rostro para ser sustituido por un gesto inquisitivo y una mirada audaz que nunca antes había mostrado -¿Es real?- preguntó con una mano fuertemente agarrada a uno de los barrotes -¿De donde habéis sacado un mink?... Mira, prefiero no saberlo. Os quitaré de las manos el resto de mercancía por el precio que pedís por esta vez- terminó tras hacerle un gesto a su acompañante, que regresó a la mesa y comenzó a contar fajos de billetes que sacaba uno tras otro del maletín -Excelente, daremos aviso para que traigan las llaves a la mayor brevedad posible. Mientras, ¿por que no nos sentamos y seguimos tomando algo?- dijo con la voz alterada el vendedor, mientras dirigía al grupo de nuevo a la mesa, visiblemente contento por la venta.
-¿Mink?... No saben distinguir una princesa ardilla en cuanto la ven- se mofó el pequeño -Que ineptos- dijo mientras caminaba de regreso a la celda de la ardilla. Los barrotes de metal eran demasiado resistentes como para romperlos, pero las cerraduras eran viejas y las bisagras estaban oxidadas. El menor movimiento de la puerta alertaría a la gente que estaba en la mesa de que algo sucedía. Los humanos habían contactado con alguien usando un den den mushi, y pronto más gente estaría en el lugar, pero hacer un movimiento descuidado podría poner en contra de los mellizos toda la situación rápidamente -¿Crees que puedas hacer algo con eso?- le preguntó a su melliza, consciente de sus capacidades -Necesitamos abrir la puerta y que sea silencioso, pero lo ideal sería crear primero una distracción, podríamos liberar a todos. De todos modos no me gusta esta situación- dijo de un modo que no cabía duda, ya había tomado la decisión de liberarlos.
Thyma Bandle
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Thyma permaneció en absoluto silencio, con su espalda pegada a la pared, escuchando las barbaridades que aquellos hombres decían. Se le encharcaron los ojos de oír tan crueldad. No imaginaba que alguien pudiera hacer tal maldad. Personas tratando a personas y a princesas ardilla como mercancía... Era sin duda lo más atroz a lo que la pequeña se había enfrentado. Prefería evitar desentrañar el verdadero significado de sus palabras, porque ni en sus peores pesadillas, se podía imaginar como montar un cuerpo como si fuese un puzle. Era algo en lo que no quería ni pensar.
Thymo decidió ponerse en marcha. Él, sin duda, era mucho más valiente que su hermana, pero aun así, le siguió los pasos. Surcaron las sombras y los recovecos, estuvieron atentos en todo momento a las miradas y los giros que daban con la cabeza durante la conversación. Aprovechando el momento oportuno, para pasar de una zona a otra. Eran expertos en ocultarse y aunque la situación los mantenía tensos, eso solo los volvía más precavidos y no tardaron en rodear la sala y regresar de vuelta a la zona de celdas. Juntos buscaron una celda pequeña, del tamaño propio para que una ardilla no escapase, pero no encontraron nada similar. Nuevamente, su potenciada intuición alertó al Tontatta de qué era lo que estaban buscando. Al llegar a la celda y verla, era todo menos lo que Thyma esperaba ver. Era enorme para ser un ardilla, extraña y exótica, pero al mismo tiempo hermosa. Entonces Thymo comenzó a hablar en voz alta. A toda velocidad, su hermana le tapó la boca, menos mal que su voz fue enmudecida por el sonido que hicieron las sillas al desplazarse. Por lo visto, los hombres se habían puesto en pie para examinar la "mercancía". Thyma no podía estar más aterrada y corrió detrás de su hermano a agazaparse.
Se sentía muy nerviosa. No quería que se llevaran a la princesa, pensaba una y otra vez que igual habían llegado demasiado tarde. Parecía que estaba todo perdido, cuando de repente, la suerte les brindó una oportunidad. Ninguno de los hombres llevaba la llave encima y mientras el magnate despotricaba por el valor de su tiempo, los acompañó. La sala de celdas quedó de nuevo vacía. Thymo que había estado preocupado por dónde sacar a la enorme princesa, ahora planteaba liberar a todos los presos. Algo típico de los Bandle: sus ideas escalaban a niveles estratosféricos en milésimas de segundo. -Está decidido, no podemos dejarlos aquí, pero... ¿Cómo leches los sacamos de ahí?- Le dijo Thyma mientras observaba la cerradura y las oxidadas bisagras. Si conseguían abrir esas celdas, chirriarían como cochinos en el matadero. Entonces se le ocurrió algo. -No se si va a funcionar...- Dijo Thyma algo temblorosa. Se acercó a la jaula del Mink y tocó con la punta de su dedo índice la bisagra corroída. Del extremo de su dedo salió un producto algo viscoso, similar a una miel suave o un aceite. Después sin perder el tiempo se aproximó a la cerradura y realizó el mismo gesto. Un mejunje blanquecino salió de su dedo hacia el orificio. La pequeña pasó dos segundos pegada a la puerta, pero realmente parecieron horas. Pasado ese lapso de tiempo, Thyma giró su muñeca y se oyó un leve chasquido procedente de la cerradura. Su cara reflejaba la felicidad del éxito. La puerta se abrió en absoluto silencio. Miró a su hermano y segura de sus actos, le dejó recibir a la princesa él mismo. Ella mientras, continuaría abriendo las puertas una a una. Repitió el mismo procedimiento en todas ellas. Jabón melosos en las bisagras y la llave ya la tenía hecha. Eran tan tontos que habían mandado hacer las cerraduras iguales, todas menos una.
Tras abrir tres, Thyma se aproximó a la cuarta y última celda. Esta era diferente. Era mucho más pequeña y opresiva, pintada entera de negro incluidos sus barrotes. Dentro había una hombre de mediana edad, no parecía muy fuerte, pero tenía los ojos clavados en la Tontatta de forma desafiante. A Thyma esa mirada le intimidaba, pero siguió con su plan. "Aceite en bisagra" Pensó intentando ignorar los penetrantes ojos del desconocido. Al acercarse a la cerradura, sucedió algo extraño, al tocar el metal, sintió una debilidad y un cansancio extremos, pero cuando quitaba la mano, parecía volver a la normalidad, por lo que decidió simplemente, no tocarlo. No había tiempo para pensar en eso. A escasa distancia, la Tontatta proyectó una plasta de jabón sobre el agujero, que en dos segundos se secó y giró. Cuando Thyma volvió a reparar en el hombre, lo tenía frente a ella, con una extraña sonrisa en la cara y observándola, como quien admira una antigüedad o un vestido de alto diseño. Click. La puerta se abrió y justo en ese momento regresaron los hombres con la llave en la mano. Thyma miró a su hermano aterrada y pudo ver cómo el misteriosos señor se ocultaba en las sobras de su celda. Todo resultaba muy extraño, pero lo que si era cierto es que estaban en un grave apuro.
Thymo decidió ponerse en marcha. Él, sin duda, era mucho más valiente que su hermana, pero aun así, le siguió los pasos. Surcaron las sombras y los recovecos, estuvieron atentos en todo momento a las miradas y los giros que daban con la cabeza durante la conversación. Aprovechando el momento oportuno, para pasar de una zona a otra. Eran expertos en ocultarse y aunque la situación los mantenía tensos, eso solo los volvía más precavidos y no tardaron en rodear la sala y regresar de vuelta a la zona de celdas. Juntos buscaron una celda pequeña, del tamaño propio para que una ardilla no escapase, pero no encontraron nada similar. Nuevamente, su potenciada intuición alertó al Tontatta de qué era lo que estaban buscando. Al llegar a la celda y verla, era todo menos lo que Thyma esperaba ver. Era enorme para ser un ardilla, extraña y exótica, pero al mismo tiempo hermosa. Entonces Thymo comenzó a hablar en voz alta. A toda velocidad, su hermana le tapó la boca, menos mal que su voz fue enmudecida por el sonido que hicieron las sillas al desplazarse. Por lo visto, los hombres se habían puesto en pie para examinar la "mercancía". Thyma no podía estar más aterrada y corrió detrás de su hermano a agazaparse.
Se sentía muy nerviosa. No quería que se llevaran a la princesa, pensaba una y otra vez que igual habían llegado demasiado tarde. Parecía que estaba todo perdido, cuando de repente, la suerte les brindó una oportunidad. Ninguno de los hombres llevaba la llave encima y mientras el magnate despotricaba por el valor de su tiempo, los acompañó. La sala de celdas quedó de nuevo vacía. Thymo que había estado preocupado por dónde sacar a la enorme princesa, ahora planteaba liberar a todos los presos. Algo típico de los Bandle: sus ideas escalaban a niveles estratosféricos en milésimas de segundo. -Está decidido, no podemos dejarlos aquí, pero... ¿Cómo leches los sacamos de ahí?- Le dijo Thyma mientras observaba la cerradura y las oxidadas bisagras. Si conseguían abrir esas celdas, chirriarían como cochinos en el matadero. Entonces se le ocurrió algo. -No se si va a funcionar...- Dijo Thyma algo temblorosa. Se acercó a la jaula del Mink y tocó con la punta de su dedo índice la bisagra corroída. Del extremo de su dedo salió un producto algo viscoso, similar a una miel suave o un aceite. Después sin perder el tiempo se aproximó a la cerradura y realizó el mismo gesto. Un mejunje blanquecino salió de su dedo hacia el orificio. La pequeña pasó dos segundos pegada a la puerta, pero realmente parecieron horas. Pasado ese lapso de tiempo, Thyma giró su muñeca y se oyó un leve chasquido procedente de la cerradura. Su cara reflejaba la felicidad del éxito. La puerta se abrió en absoluto silencio. Miró a su hermano y segura de sus actos, le dejó recibir a la princesa él mismo. Ella mientras, continuaría abriendo las puertas una a una. Repitió el mismo procedimiento en todas ellas. Jabón melosos en las bisagras y la llave ya la tenía hecha. Eran tan tontos que habían mandado hacer las cerraduras iguales, todas menos una.
Tras abrir tres, Thyma se aproximó a la cuarta y última celda. Esta era diferente. Era mucho más pequeña y opresiva, pintada entera de negro incluidos sus barrotes. Dentro había una hombre de mediana edad, no parecía muy fuerte, pero tenía los ojos clavados en la Tontatta de forma desafiante. A Thyma esa mirada le intimidaba, pero siguió con su plan. "Aceite en bisagra" Pensó intentando ignorar los penetrantes ojos del desconocido. Al acercarse a la cerradura, sucedió algo extraño, al tocar el metal, sintió una debilidad y un cansancio extremos, pero cuando quitaba la mano, parecía volver a la normalidad, por lo que decidió simplemente, no tocarlo. No había tiempo para pensar en eso. A escasa distancia, la Tontatta proyectó una plasta de jabón sobre el agujero, que en dos segundos se secó y giró. Cuando Thyma volvió a reparar en el hombre, lo tenía frente a ella, con una extraña sonrisa en la cara y observándola, como quien admira una antigüedad o un vestido de alto diseño. Click. La puerta se abrió y justo en ese momento regresaron los hombres con la llave en la mano. Thyma miró a su hermano aterrada y pudo ver cómo el misteriosos señor se ocultaba en las sobras de su celda. Todo resultaba muy extraño, pero lo que si era cierto es que estaban en un grave apuro.
Thymo Bandle
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Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Thymo confiaba plenamente en las habilidades de su melliza. Sabía que podía exudas una cantidad considerable de sustancias relacionadas con el jabón. Ella había entrado en detalles, pero aquellos resultaban tremendamente aburridos para el pequeño, que no entendió ni una palabra. Tan solo se quedo con el mensaje de que era capaz de sudar de colores, y eso era suficiente para el enano.
Tras el “click” de la cerradura de la princesa, Thymo se coló entre los barrotes sin hacer ruido y enseguida asumió una pose de respeto. Como había visto en las películas que le gustaban a su melliza de princesas y castillos, acabó doblado por la cintura, con el brazo izquierdo estirado hacia atrás y el derecho doblado sobre el pecho. Con la cabeza inclinada, mirando al suelo y las piernas ligeramente dobladas en pose de ofrecimiento. Una reverencia de manual. Si no fuese por las alas desplegadas como un pavo real y los brazos extra colgando como colgajos muertos a los costados. Thymo estaba tan nervioso por el rescate de una verdadera princesa ardilla que había olvidado que estaba transformado en su forma híbrida, olvidando controlar los miembros extra.
Cuando consiguió arreglar su postura se dio cuenta del rostro de estupefacción que mostraba aquella ardilla humanoide de metro sesenta de altura -Somos los Bandle, princesa. Y hemos venido a rescatarla. Por favor no haga ruido mientras la liberamos- exclamó en voz bajita, pero con el pecho hinchado y la espalda recta como si de un caballero a las ordenas de la reina se tratara. Aquel juego le gustaba al enano, que se tomaba sus papeles de manera muy seria y profesional. Pero siempre desde la perspectiva de un niño que juega a ser algo que no es.
Con su percepción exaltada, fue capaz de percibir como la pequeña abría el resto de cerraduras, saliendo a tiempo para verla mirar en su dirección al aparecer un hombre más en la estancia. Aquel que traía las llaves de las celdas.
Un rápido movimiento captado por sus antenas lo alertó del peligro -Demasiado rápido- pensó. Pero él también era veloz.
Casi desencajando la puerta de la celda de una tremenda patada, el enclenque de mediana edad encerrado tras los barrotes de kairoseki salió al exterior con una carcajada que ponía los pelos de la nuca de punta y helaba la sangre en las venas. Pero la sangre del enano estaba caliente, hervía de presión al ver a su melliza aplastada tras los barrotes, por lo que se lanzó sin pensar en medio de la trayectoria de apertura, con la presión de la situación reflejada en sus extraños ojos semicompuestos.
La potencia de la patada hizo volar la puerta de barrotes haciendo chirriar los goznes de la misma con violencia, pero para cuando la puerta hubiera alcanzado a la pequeña que miraba al hombre recién llegado, Thymo ya estaba ahí. Con un sonoro sonido metálico, el cuerpo del enano pareció deformarse justo frente a la mirada de su hermana, que sentiría la corriente de aire generada al bloquear la puerta de golpe. Mientras, sus ojos parecían engañarla al ver a su mellizo estirado muy por encima de su altura habitual. Como si al haber bloqueado la potencia del golpe por completo, éste hubiera hecho adoptar una postura imposible a su cuerpo y estuviese a punto de desgarrarse. Pero nada más lejos de la realidad.
La urgencia de la situación había llevado al pequeño a una nueva transformación en la que sacrificaba la mayor parte de sus capacidades para conseguir un cuerpo lo suficientemente resistente. Un cuerpo que pudiera proteger a su melliza como había prometido que haría tanto tiempo atrás.
Gruesas piernas sustentaban un cuerpo de veinticinco centímetros recubierto de exoesqueleto. Enormes brazos y una espalda capaz de cargar el mundo, complementaban el enorme cuerno quitinoso que emergía de su frente.
-PERO QUIEN HA SOLTADO A “GOLEM”, ¿ES UNA BROMA?- preguntaba el guardián de las llaves -ERA UNA TRAMPA CORBATILLA, AGARRA EL MALETÍN Y VAMONOS DE AQUI-gritaba el comprador -QuE LLUUuuevA, quE lluEEeeeVA; lOS duenDES DE La CUEEEeva; ME Han LIBERaaaAAdo; Y eS LA Hora De juGAÁÁÁÁÁÁÁR- cantaba el loco -CUIDADOOO- gritaron todos al ver la que se les venía encima
El caos se desataba entre los hombres reunidos en la cueva, mientras el preso cantaba una canción al más puro estilo “Thyma”. El llamado “Golem” daba caza uno a uno a los secuestradores, que reaccionaron tarde y tan sorprendidos como los compradores al repentino ataque. Pero aquello ya no le importaba al pequeño, que embargado aun de ira volteó la cabeza para mirar a su hermana y comprobar que estaba bien. Una rápida mirada para procesar que no se encontraba en peligro y nada más, pues aquella sensación que lo invadía, lo incitaba a enseñarle una lección al agresor, que lejos de agradecer a la pequeña su liberación, casi la mata.
Con un rugido nacido de la ira, el "ya no tan enano" se abalanzó hacia el grupo con los ojos envenenados por un sentimiento de violencia y agresión propio de alguien fuera de sus cabales. La velocidad de aquella transformación era inferior a lo que Thymo acostumbraba, pero suficiente para llegar rápidamente hasta el grupo que pretendía dispersarse y huir del humano con más sed de sangre de la sala. Lo cual contribuyó a aumentar aun más el caos que comenzó a reinar en la cueva artificial. Los reclusos comenzaban a salir, curiosos por los gritos de sus captores pese a temblar de miedo, pero nadie los prestaba atención en aquel momento. El grupo de mafiosos gritaba y trataba de correr mientras un loco que solo soltaban en los trabajos difíciles, estaba suelto y, para ellos, lo acompañaba un escarabajo enorme que aullaba con un extraño sonido. Mezcla de la voz aguda propia del tontatta, y la ira de un mellizo.
El golem era rápido y eficaz en su trabajo, despachando a sus excompañeros en un orden que tan solo él y su locura comprendían, lo que dificulto al pequeño predecir su siguiente movimiento y darle alcance, pues saltaba de un lado al otro de la mesa que se había utilizado para la reunión donde aquellos lo suficientemente desafortunados, ya habían perdido la vida. El enfado del pequeño si bien era visible, comenzó a ser palpable al cargar de frente contra la mesa, harto de sortearla para dar alcance al agresor de su hermanita. Como un taladro, el enano usó su cuerno en una carga en línea recta, haciendo que la estructura de madera saliera volando en dos partes, rajada a la mitad, y dándole acceso directo al siguiente movimiento del loco.
Lo agarró en plena carga y atravesó su pecho, duchando de sangre y vísceras al bravucón que lloraba por su vida hasta que, “el duende de la cueva”, apareció atravesando la caja torácica de quien tenía su vida en sus manos y se desmayó.
Los supervivientes de la matanza comenzaron a creer entonces en la cancioncita que cantaba el asesino, convencidos de que en la cueva habitaba un duende y huyendo del lugar con el pánico derramándose por sus ojos juraban clausurar la casa y alrededores.
Thymo ni siquiera pudo oír los gritos de quienes, aterrados, huían despavoridos. Pues nada más atravesar el cuerpo del agresor de su hermanita, había perdido la conciencia y regresó a su cuerpo habitual. Completamente desnudo pues sus ropas, hechas jirones, reposaban cerca de la puerta donde se había transformado.
La sangre del humano y la mezcla de su interior servían de vestido al inconsciente tontatta que por primera vez había explotado de manera incontrolable al adoptar una transformación. Un pesado sueño en el que un enorme escarabajo rinoceronte con colmillos y ojos inyectados en sangre negra lo perseguía por las calles desiertas de una ciudad desconocida, lo atormentó en sus pesadillas.
Tras el “click” de la cerradura de la princesa, Thymo se coló entre los barrotes sin hacer ruido y enseguida asumió una pose de respeto. Como había visto en las películas que le gustaban a su melliza de princesas y castillos, acabó doblado por la cintura, con el brazo izquierdo estirado hacia atrás y el derecho doblado sobre el pecho. Con la cabeza inclinada, mirando al suelo y las piernas ligeramente dobladas en pose de ofrecimiento. Una reverencia de manual. Si no fuese por las alas desplegadas como un pavo real y los brazos extra colgando como colgajos muertos a los costados. Thymo estaba tan nervioso por el rescate de una verdadera princesa ardilla que había olvidado que estaba transformado en su forma híbrida, olvidando controlar los miembros extra.
Cuando consiguió arreglar su postura se dio cuenta del rostro de estupefacción que mostraba aquella ardilla humanoide de metro sesenta de altura -Somos los Bandle, princesa. Y hemos venido a rescatarla. Por favor no haga ruido mientras la liberamos- exclamó en voz bajita, pero con el pecho hinchado y la espalda recta como si de un caballero a las ordenas de la reina se tratara. Aquel juego le gustaba al enano, que se tomaba sus papeles de manera muy seria y profesional. Pero siempre desde la perspectiva de un niño que juega a ser algo que no es.
Con su percepción exaltada, fue capaz de percibir como la pequeña abría el resto de cerraduras, saliendo a tiempo para verla mirar en su dirección al aparecer un hombre más en la estancia. Aquel que traía las llaves de las celdas.
Un rápido movimiento captado por sus antenas lo alertó del peligro -Demasiado rápido- pensó. Pero él también era veloz.
Casi desencajando la puerta de la celda de una tremenda patada, el enclenque de mediana edad encerrado tras los barrotes de kairoseki salió al exterior con una carcajada que ponía los pelos de la nuca de punta y helaba la sangre en las venas. Pero la sangre del enano estaba caliente, hervía de presión al ver a su melliza aplastada tras los barrotes, por lo que se lanzó sin pensar en medio de la trayectoria de apertura, con la presión de la situación reflejada en sus extraños ojos semicompuestos.
La potencia de la patada hizo volar la puerta de barrotes haciendo chirriar los goznes de la misma con violencia, pero para cuando la puerta hubiera alcanzado a la pequeña que miraba al hombre recién llegado, Thymo ya estaba ahí. Con un sonoro sonido metálico, el cuerpo del enano pareció deformarse justo frente a la mirada de su hermana, que sentiría la corriente de aire generada al bloquear la puerta de golpe. Mientras, sus ojos parecían engañarla al ver a su mellizo estirado muy por encima de su altura habitual. Como si al haber bloqueado la potencia del golpe por completo, éste hubiera hecho adoptar una postura imposible a su cuerpo y estuviese a punto de desgarrarse. Pero nada más lejos de la realidad.
La urgencia de la situación había llevado al pequeño a una nueva transformación en la que sacrificaba la mayor parte de sus capacidades para conseguir un cuerpo lo suficientemente resistente. Un cuerpo que pudiera proteger a su melliza como había prometido que haría tanto tiempo atrás.
Gruesas piernas sustentaban un cuerpo de veinticinco centímetros recubierto de exoesqueleto. Enormes brazos y una espalda capaz de cargar el mundo, complementaban el enorme cuerno quitinoso que emergía de su frente.
- Forma tanque:
-PERO QUIEN HA SOLTADO A “GOLEM”, ¿ES UNA BROMA?- preguntaba el guardián de las llaves -ERA UNA TRAMPA CORBATILLA, AGARRA EL MALETÍN Y VAMONOS DE AQUI-gritaba el comprador -QuE LLUUuuevA, quE lluEEeeeVA; lOS duenDES DE La CUEEEeva; ME Han LIBERaaaAAdo; Y eS LA Hora De juGAÁÁÁÁÁÁÁR- cantaba el loco -CUIDADOOO- gritaron todos al ver la que se les venía encima
El caos se desataba entre los hombres reunidos en la cueva, mientras el preso cantaba una canción al más puro estilo “Thyma”. El llamado “Golem” daba caza uno a uno a los secuestradores, que reaccionaron tarde y tan sorprendidos como los compradores al repentino ataque. Pero aquello ya no le importaba al pequeño, que embargado aun de ira volteó la cabeza para mirar a su hermana y comprobar que estaba bien. Una rápida mirada para procesar que no se encontraba en peligro y nada más, pues aquella sensación que lo invadía, lo incitaba a enseñarle una lección al agresor, que lejos de agradecer a la pequeña su liberación, casi la mata.
Con un rugido nacido de la ira, el "ya no tan enano" se abalanzó hacia el grupo con los ojos envenenados por un sentimiento de violencia y agresión propio de alguien fuera de sus cabales. La velocidad de aquella transformación era inferior a lo que Thymo acostumbraba, pero suficiente para llegar rápidamente hasta el grupo que pretendía dispersarse y huir del humano con más sed de sangre de la sala. Lo cual contribuyó a aumentar aun más el caos que comenzó a reinar en la cueva artificial. Los reclusos comenzaban a salir, curiosos por los gritos de sus captores pese a temblar de miedo, pero nadie los prestaba atención en aquel momento. El grupo de mafiosos gritaba y trataba de correr mientras un loco que solo soltaban en los trabajos difíciles, estaba suelto y, para ellos, lo acompañaba un escarabajo enorme que aullaba con un extraño sonido. Mezcla de la voz aguda propia del tontatta, y la ira de un mellizo.
El golem era rápido y eficaz en su trabajo, despachando a sus excompañeros en un orden que tan solo él y su locura comprendían, lo que dificulto al pequeño predecir su siguiente movimiento y darle alcance, pues saltaba de un lado al otro de la mesa que se había utilizado para la reunión donde aquellos lo suficientemente desafortunados, ya habían perdido la vida. El enfado del pequeño si bien era visible, comenzó a ser palpable al cargar de frente contra la mesa, harto de sortearla para dar alcance al agresor de su hermanita. Como un taladro, el enano usó su cuerno en una carga en línea recta, haciendo que la estructura de madera saliera volando en dos partes, rajada a la mitad, y dándole acceso directo al siguiente movimiento del loco.
Lo agarró en plena carga y atravesó su pecho, duchando de sangre y vísceras al bravucón que lloraba por su vida hasta que, “el duende de la cueva”, apareció atravesando la caja torácica de quien tenía su vida en sus manos y se desmayó.
Los supervivientes de la matanza comenzaron a creer entonces en la cancioncita que cantaba el asesino, convencidos de que en la cueva habitaba un duende y huyendo del lugar con el pánico derramándose por sus ojos juraban clausurar la casa y alrededores.
Thymo ni siquiera pudo oír los gritos de quienes, aterrados, huían despavoridos. Pues nada más atravesar el cuerpo del agresor de su hermanita, había perdido la conciencia y regresó a su cuerpo habitual. Completamente desnudo pues sus ropas, hechas jirones, reposaban cerca de la puerta donde se había transformado.
La sangre del humano y la mezcla de su interior servían de vestido al inconsciente tontatta que por primera vez había explotado de manera incontrolable al adoptar una transformación. Un pesado sueño en el que un enorme escarabajo rinoceronte con colmillos y ojos inyectados en sangre negra lo perseguía por las calles desiertas de una ciudad desconocida, lo atormentó en sus pesadillas.
- Extras:
- Transformación tanque:
- Transformación especializada en la defensa. Grandes placas oseas crecen en el cuerpo del usuario brindándole una gran capacidad defensiva. Los élitros se fusionan creando una gran coraza en su espalda. Ganchos afilados nacen de sus antebrazos y muslos facilitando la escalada, la defensa y el ataque por presa.
Tamaño: 25 cm
Peso: 6 kg
Colores: Térreos.
Sentidos y receptores: Ojos normales
Capacidad de volar: No
Velocidad: Debido al aumento de estructura defensiva el usuario pierde un (1) rango en velocidad
Resistencia: Debido al aumento de estructura defensiva, el usuario gana dos (2) rangos en resistencia
- Capacidad aumentada por Akuma:
Nivel 20: Desarrolla una mejora de categoría especial.
La quitina utilizada para recrear las partes duras del escarabajo se origina en multicapas mas finas en lugar de una sola y gruesa, lo que confiere una mayor elasticidad, aumentando un 50% la resistencia de las secciones de exoesqueleto del usuario.
- Técnica usada:
- Técnica 5
Nombre de la técnica: Carga de rinoceronte
Categoría:
Naturaleza: Akuma
Descripción: Gracias a los duros cuernos que el usuario es capaz de crear en su cuerpo, y la potencia de sus piernas de escarabajo. Es capaz de emprender una carga veloz en línea recta, capaz de atravesar materiales que su fuerza máxima le permita romper.
Canalización: Dos segundos
Duración: Un turno
Recarga: Dos turnos
Extensión: El impulso a máxima velocidad durará, dependiendo del material a atravesar, hasta veinte (20) metros
Thyma Bandle
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Akuma no mi
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Thyma habría "muerto" de no ser por la pronta reacción de su mellizo. Lo cierto era que Thymo evolucionaba muy rápido, era fuerte, ágil y muy habilidoso, pero en esta ocasión lo que le puso en acción fue uno de sus instintos más primarios. Algo con lo que el pequeño había nacido y le acompañaría hasta sus últimos días. El instinto de protección hacia su hermana. Thyma sólo pudo escuchar a aquel loco dar gritos y canturrear algo. Todo pasó demasiado rápido y antes de que se pudiera reaccionar la sala se comenzaba a llenar de chorretones de sangre. El demente iba apresando uno a uno a sus captores y les iba dando muerte. Thymo, en cambio, era al demente al que perseguía, realizando entre ambos una especie del juego del gato y el ratón. Pero lo más sorprendente de todo era el aspecto del Tontatta. Tanto física como psicológicamente hablando, estaba fuera de si. Thyma nunca le había visto en ese estado, ni con ese aspecto. Lo observaba boquiabierta, a medio camino entre la estupefacción y el terror. Miró a la princesa ardilla fugazmente, ella tenía las manos sobre sus labios y su expresión era muy similar a la de la pequeña. Al regresar la atención a la escena, sucedió lo que nunca pensó que podría haber pasado. Thymo como una flecha o más bien, como un cañonazo, atravesó el cuerpo del loco, finalizando así con su demencia, sus cánticos, sus gritos y su vida. Los ojos del hombre se pusieron en blanco antes de derrumbarse en el suelo con un sonido sordo. El pequeño cazador había regresado a su aspecto cotidiano, pero lo único que le cubría el cuerpo era su pelaje manchado de sangre, vísceras y a saber qué más. -Thyyyy... mo...- Balbuceó la pequeña. -Pa... ul...- Balbuceo a su vez la princesa, tras ella. Ningún Bandle la escuchó. Thyma caminaba al encuentro de su hermano, que parecía confuso y desorientado. Cuando llegó a su altura comprobó su estado real y que la sangre, de ningún modo fuese suya propia. -¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que te puedes hacer tan tocho?- Le pregunto de forma atropellada y apresurada. Al ver que Thymo no reaccionaba, comenzó a contarle lo que había sucedido, desde su punto de vista. -Entonces te hiciste grande, grande... Gigantesco, debías medir cerca de dos metro y medio.- Thyma contaba su relato de forma exagerada y desmedida. Le había salvado la vida y ella lo veía todavía más héroe que de costumbre. -¡Pum! Un puñetazo a uno. ¡Pum! Otro puñetazo a otro. Todos corrían despavoridos...- La Tontatta se detuvo en su relato, al ver a la princesa caminar hacia ellos y pasar de largo. Llegó hasta el demente y se arrodilló frente a su cuerpo inerte. La princesa ardilla comenzó a llorar. Cubría su rostro con sus enormes manos y de entre los dedos se escapaban las lágrimas que salían de sus ojos torrencialmente. Thyma miró a su hermano preocupada y después se acercó al Mink. Hasta ese momento no había sido consciente realmente de que su querido hermano había acabado con la muerte de alguien. Una montaña de emociones invadieron a la pequeña, cuando observó de cerca el lamentable aspecto final del loco.
Tras unos instantes de silencio, rotos únicamente, por los sollozos de la princesa, Thyma se dirigió a ella: -Perdona, ¿Lo conocías?- Usó un hilo de voz para preguntar lo evidente. -Es Paul Lancaster. Es... Bueno, era mi hermano.- Las palabras de la ardilla salían entrecortadas de sus labios. La pequeña al oírla dio un respingo y varios pasitos hacia atrás. Posó, de nuevo, sus manitas sobre su boca y sus ojos se encharcaron en lágrimas. Lo que habían hecho era horrible. Entendía el dolor que esa hermana estaba sufriendo. Era capaz de empatizar con ella en un tema tan fraternal. La enorme ardilla seguía con su rostro enterrado entre sus manos, hasta que por fin se dejó ver. Thyma lloraba copiosamente, la culpabilidad y la empatía le estaban matando, por lo que corrió al refugio de los brazos de su hermano que cada vez era más consciente de lo que sucedía. La pequeña no pudo ver la expresión de la ardilla porque estaba sumida en su drama personal. -¡¡¡AAAAYYYYYY!!! Le hemos quitado a su hermano del almaaaa... ¡¡¡AAAYYY AAAYYY AAAYYY!!!- Repetía una y otra vez desconsolada. Los ojos del Mink derramaban lágrimas, pero una enorme, sincera y extraña sonrisa completaban el anómalo gesto. -Gracias Thymo. No sabes lo que significa para mi lo que has hecho. Cuando tu hermana abrió la celda de Paul me temí lo peor... Eres mi héroe.- Dijo la princesa entre sollozos. Luego se arrodilló ante el Tontatta y continuó agradeciendo desmesuradamente lo que había hecho. Thyma apartó la cara del pringoso pecho de su hermano, por alguna razón estaba completamente limpia y se quedó mirando a la ardilla boquiabierta. En su mente, su reacción no debía ser esa. -Un momento...- Dijo limpiándose los mocos en un pañuelo de algodón. -¿Cómo vais a ser hermanos? Es imposible. No os parecéis en nada. Mira...- Se dio la vuelta y señaló su colita, luego hizo lo mismo con su hermano. -¿Ves? Colita y colita. Tu también tienes, pero ¿Y él? ¿Dónde está su cola?- Thyma había dejado la tristeza a un lado, para pasar a sentirse como si hubiese descubierto la penicilina. Fue entonces, cuando la princesa les contó su historia muy resumida. Ambos habían salido de un orfanato y al parecer Paul, estaba obsesionado con ella, tanto que la perseguía allá donde fuera. Hasta el punto de ponerla en riesgo una noche montando jaleo en un bar. Fue allí donde los mercaderes tomaron interés en ella. Thyma había escuchado el relato, pero no terminaba de entender cómo había sucedido todo. -Pero eres un princesa. ¿A que si?- Eso era lo más importante que necesitaba saber. -Ya os contaré el resto, luego.- Dijo con una sonrisa, ella también había dejado de llorar. -Debemos salir de aquí, pueden haber pedido refuerzos.- Thyma asintió con la cabeza al escucharla. El Mink ofreció su ayuda para sacarles de allí y también les dijo que el resto de rehenes eran en su mayoría artistas locales. Nadie reclamaría su localización, pero eran buena gente. -Thymo, ¿Te ayudo? Tenemos que irnos.- Dijo la pequeña dando la mano a su mellizo.
Tras unos instantes de silencio, rotos únicamente, por los sollozos de la princesa, Thyma se dirigió a ella: -Perdona, ¿Lo conocías?- Usó un hilo de voz para preguntar lo evidente. -Es Paul Lancaster. Es... Bueno, era mi hermano.- Las palabras de la ardilla salían entrecortadas de sus labios. La pequeña al oírla dio un respingo y varios pasitos hacia atrás. Posó, de nuevo, sus manitas sobre su boca y sus ojos se encharcaron en lágrimas. Lo que habían hecho era horrible. Entendía el dolor que esa hermana estaba sufriendo. Era capaz de empatizar con ella en un tema tan fraternal. La enorme ardilla seguía con su rostro enterrado entre sus manos, hasta que por fin se dejó ver. Thyma lloraba copiosamente, la culpabilidad y la empatía le estaban matando, por lo que corrió al refugio de los brazos de su hermano que cada vez era más consciente de lo que sucedía. La pequeña no pudo ver la expresión de la ardilla porque estaba sumida en su drama personal. -¡¡¡AAAAYYYYYY!!! Le hemos quitado a su hermano del almaaaa... ¡¡¡AAAYYY AAAYYY AAAYYY!!!- Repetía una y otra vez desconsolada. Los ojos del Mink derramaban lágrimas, pero una enorme, sincera y extraña sonrisa completaban el anómalo gesto. -Gracias Thymo. No sabes lo que significa para mi lo que has hecho. Cuando tu hermana abrió la celda de Paul me temí lo peor... Eres mi héroe.- Dijo la princesa entre sollozos. Luego se arrodilló ante el Tontatta y continuó agradeciendo desmesuradamente lo que había hecho. Thyma apartó la cara del pringoso pecho de su hermano, por alguna razón estaba completamente limpia y se quedó mirando a la ardilla boquiabierta. En su mente, su reacción no debía ser esa. -Un momento...- Dijo limpiándose los mocos en un pañuelo de algodón. -¿Cómo vais a ser hermanos? Es imposible. No os parecéis en nada. Mira...- Se dio la vuelta y señaló su colita, luego hizo lo mismo con su hermano. -¿Ves? Colita y colita. Tu también tienes, pero ¿Y él? ¿Dónde está su cola?- Thyma había dejado la tristeza a un lado, para pasar a sentirse como si hubiese descubierto la penicilina. Fue entonces, cuando la princesa les contó su historia muy resumida. Ambos habían salido de un orfanato y al parecer Paul, estaba obsesionado con ella, tanto que la perseguía allá donde fuera. Hasta el punto de ponerla en riesgo una noche montando jaleo en un bar. Fue allí donde los mercaderes tomaron interés en ella. Thyma había escuchado el relato, pero no terminaba de entender cómo había sucedido todo. -Pero eres un princesa. ¿A que si?- Eso era lo más importante que necesitaba saber. -Ya os contaré el resto, luego.- Dijo con una sonrisa, ella también había dejado de llorar. -Debemos salir de aquí, pueden haber pedido refuerzos.- Thyma asintió con la cabeza al escucharla. El Mink ofreció su ayuda para sacarles de allí y también les dijo que el resto de rehenes eran en su mayoría artistas locales. Nadie reclamaría su localización, pero eran buena gente. -Thymo, ¿Te ayudo? Tenemos que irnos.- Dijo la pequeña dando la mano a su mellizo.
Thymo Bandle
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El enano jamás sabría el motivo real de su nueva apariencia ni de lo que ocurrió después. Sus últimos pensamientos conscientes fueron la necesidad de salvar a su melliza. La urgencia de moverse rápido y el peligro de aquella puerta que se cernía sobre la pequeña a gran velocidad.
Thymo reaccionó de manera instintiva en todo el proceso, incluso cuando asumió una posición de bloqueo con su nuevo cuerno, producto del más puro instinto de su animal totémico. El impacto contra el kairoseki anulando sus poderes fue tan solo un segundo. El tiempo que tarda una puerta en rebotar sobre los goznes al ser bloqueada en su camino. Pero fue el tiempo suficiente como para que el golpe en su cabeza lo dejase inconsciente.
Un rinoceronte inconsciente, cuya única obsesión era la salvaguarda de su melliza a la que miraba desde las alturas con ojos ciegos. Tan solo una mirada analítica que serviría para centrar su completa atención en eliminar la amenaza.
Fuera de su zona de confort y de sus cabales, el tontatta era incapaz de controlar su nuevo cuerpo con la agilidad propia que lo caracterizaba, además, la altura alcanzada con su cuerno era suficiente como para golpear en la densa mesa de madera sobra la que el loco saltaba, impidiendo que el pequeño lo alcanzase fácilmente hasta que, enceguecido de ira por encontrarse aquel obstáculo en medio, cargó.
Tras un par de segundos acumulando toda la energía que la ira le otorgaba en sus piernas, y bloqueando su torso con el cuerno hacia adelante. Atravesó el obstinado obstáculo en busca de su presa. Fuera de sus cabales, incapaz de calcular nada que no fuese la eliminación de su objetivo, y sin que tampoco le importase nada, más que el bienestar de su melliza, Thymo atravesó todo lo que tenía por delante con mayor ímpetu del que hubiera utilizado en otro contexto. Tanto que la salida al final del túnel fue creada a través del enemigo, bañándose en sus vísceras y cayendo en un profundo sueño.
Thymo no recordaría nada de lo ocurrido
La voz de Thyma lo atraería al mundo de la semiconsciencia durante su atropellado relato, pero no sería hasta que comenzó a quejarse y a llorar que Thymo dio verdaderas señales de vida. Aquel sonido podría traerlo de vuelta de los lugares más oscuros dispuesto a todo.
Abrió los ojos y buscó con la mirada la fuente del problema, tan solo para encontrarse con un agradecimiento, lagrimas y una gran confusión -¿Que... pasó?- se preguntaba, dolorido físicamente, cansado y con una sensación extraña en su fuero interno. Como si se le escapase algo importante, pero su mente trataba aun de salir a flote del mundo onírico y lo dejó para más adelante.
-...Colita...- asentía débilmente el tontatta, que seguía sin entender mucho de lo que estaba pasando, pero si lo decía su hermanita era por algo. Incluso se giró lentamente para mostrar su colita para dar validez al ejemplo. Pringada de sangre, con todos los pelos aglutinados en un pegote espeso, asemejando más una brocha sucia que su habitual cola pomposa, pero había colita y eso era suficiente para él.
-Tengo hambre- respondió ante el ofrecimiento de ayuda de su melliza. Por algún motivo había ocurrido algo que para él era impensable, y es que se había quedado exhausto. Disfrutaba de mucha energía en general, necesitaba pocas horas de sueño en comparación, y podía estar casi el doble de tiempo que el resto de gente que conocía, incluida su melliza, haciendo cosas que desgastasen físicamente, pero ahí estaba. Extremadamente cansado y hambriento.
La ardilla tensó la espalda y arqueo las puntiagudas orejas hacia los lados repetidamente mientras olfateaba el aire. Había captado algo que los mellizos ignoraban, pero que pronto se haría presente para ellos, materializándose en forma de pasos.
Impulsada por el agradecimiento y con un ágil salto por encima de los obstáculos, se posicionó delante de los tontatta y en cuanto los recién llegados aparecieron por la boca del túnel, esta corrió hacia ellos en un desesperado intento por proteger a los pequeños. Pero justo al llegar a ellos saltó a los brazos del primero como si lo conociera.
Tras la llegada de aquel grupo la necesidad de apremio pareció desaparecer. Un ambiente de seguridad inundó la sala y es que los curtidos guerreros que acababan de llegar estaban del lado de los buenos. Cazarrecompensas para los que Chiah Gian confeccionaba ropajes y enseres. Preocupados por la desaparición de su amiga, habían emprendido una búsqueda que dio como resultado rondar la zona apartada de la ciudad, pero la huida y los gritos provenientes de una mansión en el centro encendió sus alarmas y entraron a investigar. Al parecer una gran cantidad de maleantes habituales salían en estampida del lugar con el pánico fuertemente marcado en su rostro.
Tras tender un pañuelo sobre el pequeño y darle una barrita energética, y tras reírse del motivo real de la huida en desbandada de aquella tropa, comenzaron a investigar los alrededores para asegurarse de que fuese seguro, encontrando el maletín lleno de berrys, varias armas cortas, como cuchillos y puñales. Y restos y pruebas como para encarcelar a toda la banda de por vida.
Frutos secos, miel, cereales y chocolate. Aquella simple composición sirvió como combustible para que Thymo pudiera comenzar a moverse poco a poco. Como un anciano que llevase toda una vida postrado en una cama, y por obra y milagro de algún dios pudiese comenzar a andar de nuevo. Renqueando, dolorido y asqueado ahora que comenzaba a comprender por que se sentía tan pegajoso, el enano se puso en pie de nuevo y se cubrió con el pañuelo haciendo un nudo que pronto se soltaría y dejaría en culo al pequeño de nuevo -¿Colita?- repitió nervioso, dándose la vuelta, avergonzado, intentando recolocar el pañuelo de los cazarrecompensas en su lugar hasta que unas manos enormes lo ayudaron.
La princesa ardilla se acercó al pequeño y con maestría dobló, giró y retorció el pañuelo de tal forma que no solo cubría el cuerpo del pequeño sino que además le permitía moverse a la par que sujetaba su espalda, lo que le permitía descansar el peso de su cansado cuerpo -WOW- exclamó el pequeño al comprender lo que había hecho con tan solo unos giros y unas vueltas. -Mis amigos os llevarán a mi taller, no puedo permitir que mis salvadores vayan hechos unos zorros por ahí- dijo entonces la mink ardilla guiñando un ojo al líder del grupo, que no necesitó más para cargar con los tontatta en los bolsillos laterales de su mochila sin atender a quejas ni suplicas por parte de los enanos, que pese a todo, viajaron de vuelta a la civilización en las mejores manos posibles.
Thymo reaccionó de manera instintiva en todo el proceso, incluso cuando asumió una posición de bloqueo con su nuevo cuerno, producto del más puro instinto de su animal totémico. El impacto contra el kairoseki anulando sus poderes fue tan solo un segundo. El tiempo que tarda una puerta en rebotar sobre los goznes al ser bloqueada en su camino. Pero fue el tiempo suficiente como para que el golpe en su cabeza lo dejase inconsciente.
Un rinoceronte inconsciente, cuya única obsesión era la salvaguarda de su melliza a la que miraba desde las alturas con ojos ciegos. Tan solo una mirada analítica que serviría para centrar su completa atención en eliminar la amenaza.
Fuera de su zona de confort y de sus cabales, el tontatta era incapaz de controlar su nuevo cuerpo con la agilidad propia que lo caracterizaba, además, la altura alcanzada con su cuerno era suficiente como para golpear en la densa mesa de madera sobra la que el loco saltaba, impidiendo que el pequeño lo alcanzase fácilmente hasta que, enceguecido de ira por encontrarse aquel obstáculo en medio, cargó.
Tras un par de segundos acumulando toda la energía que la ira le otorgaba en sus piernas, y bloqueando su torso con el cuerno hacia adelante. Atravesó el obstinado obstáculo en busca de su presa. Fuera de sus cabales, incapaz de calcular nada que no fuese la eliminación de su objetivo, y sin que tampoco le importase nada, más que el bienestar de su melliza, Thymo atravesó todo lo que tenía por delante con mayor ímpetu del que hubiera utilizado en otro contexto. Tanto que la salida al final del túnel fue creada a través del enemigo, bañándose en sus vísceras y cayendo en un profundo sueño.
Thymo no recordaría nada de lo ocurrido
La voz de Thyma lo atraería al mundo de la semiconsciencia durante su atropellado relato, pero no sería hasta que comenzó a quejarse y a llorar que Thymo dio verdaderas señales de vida. Aquel sonido podría traerlo de vuelta de los lugares más oscuros dispuesto a todo.
Abrió los ojos y buscó con la mirada la fuente del problema, tan solo para encontrarse con un agradecimiento, lagrimas y una gran confusión -¿Que... pasó?- se preguntaba, dolorido físicamente, cansado y con una sensación extraña en su fuero interno. Como si se le escapase algo importante, pero su mente trataba aun de salir a flote del mundo onírico y lo dejó para más adelante.
-...Colita...- asentía débilmente el tontatta, que seguía sin entender mucho de lo que estaba pasando, pero si lo decía su hermanita era por algo. Incluso se giró lentamente para mostrar su colita para dar validez al ejemplo. Pringada de sangre, con todos los pelos aglutinados en un pegote espeso, asemejando más una brocha sucia que su habitual cola pomposa, pero había colita y eso era suficiente para él.
-Tengo hambre- respondió ante el ofrecimiento de ayuda de su melliza. Por algún motivo había ocurrido algo que para él era impensable, y es que se había quedado exhausto. Disfrutaba de mucha energía en general, necesitaba pocas horas de sueño en comparación, y podía estar casi el doble de tiempo que el resto de gente que conocía, incluida su melliza, haciendo cosas que desgastasen físicamente, pero ahí estaba. Extremadamente cansado y hambriento.
La ardilla tensó la espalda y arqueo las puntiagudas orejas hacia los lados repetidamente mientras olfateaba el aire. Había captado algo que los mellizos ignoraban, pero que pronto se haría presente para ellos, materializándose en forma de pasos.
Impulsada por el agradecimiento y con un ágil salto por encima de los obstáculos, se posicionó delante de los tontatta y en cuanto los recién llegados aparecieron por la boca del túnel, esta corrió hacia ellos en un desesperado intento por proteger a los pequeños. Pero justo al llegar a ellos saltó a los brazos del primero como si lo conociera.
Tras la llegada de aquel grupo la necesidad de apremio pareció desaparecer. Un ambiente de seguridad inundó la sala y es que los curtidos guerreros que acababan de llegar estaban del lado de los buenos. Cazarrecompensas para los que Chiah Gian confeccionaba ropajes y enseres. Preocupados por la desaparición de su amiga, habían emprendido una búsqueda que dio como resultado rondar la zona apartada de la ciudad, pero la huida y los gritos provenientes de una mansión en el centro encendió sus alarmas y entraron a investigar. Al parecer una gran cantidad de maleantes habituales salían en estampida del lugar con el pánico fuertemente marcado en su rostro.
Tras tender un pañuelo sobre el pequeño y darle una barrita energética, y tras reírse del motivo real de la huida en desbandada de aquella tropa, comenzaron a investigar los alrededores para asegurarse de que fuese seguro, encontrando el maletín lleno de berrys, varias armas cortas, como cuchillos y puñales. Y restos y pruebas como para encarcelar a toda la banda de por vida.
Frutos secos, miel, cereales y chocolate. Aquella simple composición sirvió como combustible para que Thymo pudiera comenzar a moverse poco a poco. Como un anciano que llevase toda una vida postrado en una cama, y por obra y milagro de algún dios pudiese comenzar a andar de nuevo. Renqueando, dolorido y asqueado ahora que comenzaba a comprender por que se sentía tan pegajoso, el enano se puso en pie de nuevo y se cubrió con el pañuelo haciendo un nudo que pronto se soltaría y dejaría en culo al pequeño de nuevo -¿Colita?- repitió nervioso, dándose la vuelta, avergonzado, intentando recolocar el pañuelo de los cazarrecompensas en su lugar hasta que unas manos enormes lo ayudaron.
La princesa ardilla se acercó al pequeño y con maestría dobló, giró y retorció el pañuelo de tal forma que no solo cubría el cuerpo del pequeño sino que además le permitía moverse a la par que sujetaba su espalda, lo que le permitía descansar el peso de su cansado cuerpo -WOW- exclamó el pequeño al comprender lo que había hecho con tan solo unos giros y unas vueltas. -Mis amigos os llevarán a mi taller, no puedo permitir que mis salvadores vayan hechos unos zorros por ahí- dijo entonces la mink ardilla guiñando un ojo al líder del grupo, que no necesitó más para cargar con los tontatta en los bolsillos laterales de su mochila sin atender a quejas ni suplicas por parte de los enanos, que pese a todo, viajaron de vuelta a la civilización en las mejores manos posibles.
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