La extraña expedición oriental [Pasado][Privado]

Hacía pocas horas que había salido el sol, y en la costa de la isla se encontraban los restos destrozados de una pequeña barcaza. Cerca, un poco más lejos de la línea de costa, estaba Rokuro sentado con las piernas cruzadas, observando las olas el suave movimiento de las olas.

—Mira que hay que tener mala suerte —decía mientras acariciaba la cabeza de un águila en miniatura—. La última vez que cogimos una barcaza no nos fue tan mal, aunque no nos encontramos ninguna tormenta.

El águila soltó un chillido y negó con la cabeza.

—No hace falta que te pongas así —Miró alrededor—. Y quita de encima, Takarashi. Es hora de explorar la isla, a ver si encontramos algún pueblo que nos pueda prestar otra barcaza, o algún medio de transporte hasta otra isla.

El águila, llevándole la contrario, dio un salto y aleteó hasta posarse en su hombre. Tenía el tamaño de un loro y no paraba de intentar quitarse la arena del plumaje con su pico. Ignorando a la mascota, Rokuro se puso en pie y se adentró en el bosque que se extendía más allá de la costa, plagado de vegetación verde y variada. Una vez entre los árboles, sus instintos tomaron el control de forma casi instantánea prestando atención a cualquier indicio de amenaza, fruto de años de entrenamiento. Para él, estar a la defensiva era casi tan natural como respirar, y en aquel momento, al encontrarse en territorio desconocido e inexplorado, aquello podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Por supuesto no creía encontrarse en un ambiente hostil, pero las toda precaución era poca. Caminaba despacio, con un kunai en la mano, listo para reaccionar inmediatamente.

Crack.

Un sonido inesperado. Raudo lanzó el cuchillo contra la fuente del sonido, que estaba a su espalda. El kunai se internó en un arbusto y al momento un pequeño grupo de pájaros salió volando hacia la copa de los árboles.

—Uff, qué susto —se dijo; el corazón le iba a mil.

Se volvió para continuar su camino, pero de frente se topó algo inesperado. Un gorila de unos dos metros de altura, con todo su pelaje negro, se alzaba enfrente suyo, apoyado sobre las cuatro extremidades. «¿Por qué tiene cabeza de chihuahua?» fue lo primero que se preguntó. La bestia comenzó a emitir unos molestos ladridos agudos, como si se hubiera enfadado por haber entrado invadido su territorio. Rokuro dio un paso hacia atrás, en parte sorprendido y en parte asustado ante tan extraño animal, pero el águila dio un salto para bajar del hombro del joven e interponerse entre su amo y la bestia. Antes de posarse en el suelo había crecido lo suficiente para dejar en evidencia al animal.

Ambos, bestia y mascota, comenzaron un duelo dialéctico. El híbrido espeluznante entre simio y perro enano no paraba de emitir sus molestos ladridos con algún gruñido de por medio, mientras que el águila emitía largos y agudos chillidos mientras ambos giraban en círculo, dispuestos a desafiarse. Finalmente Takarashi creció medio metro más, desplegó sus alas rompiendo varias ramas de los árboles más cercanos y logró espantar al animal salvaje, que salió huyendo entre la vegetación de la isla.

—Bien hecho Takarashi —dijo Rokuro mientras el ave encogía para volver a su lugar en el hombro del joven—. Te has ganado un masaje esta noche antes de dormir.

¿Que hacía en esta isla? La verdad que había ido por "deber" inculcado, pero me daba a mi que la apreciación que tenía actualmente del deber había degenerado bastante... Os explico...
Había recibido noticias de que el Albatros tenía en mente el objetivo de ir a una isla extraña donde se decía que los animales eran algo fuera de lo común, extraños, mestizos, era la descripción de isla perfecta para traficantes de animales, cuando recibí dichos datos, me puse en marcha, reuní dinero ya que no muchos barcos conocía la isla o quienes lo hacían no estaban dispuestos a ir sin una buena recompensa, en lo que tardé en ganar el dinero, conseguir un interesado y bajarle el precio, al llegar a la isla no tuve ninguna duda que el Albatros ya se había retirado de la isla... Habían rastros recientes de una gran tripulación, marcas de objetos pesados siendo arrastrados y animales muertos, despellejados, mutilados por un par de obsequios de sus cuerpos, seguramente "medallas" para los cazadores... Había llegado tarde... Me quedé reventado de rabia en la orilla, maldiciendo mi lamentable actuación, siempre iban un paso por delante, era patético, ¿Y yo quería salvar a los animales? No era más que un soñador incapaz...

No tardé mucho en darme cuenta aún que estaba centrado en maldecir a esos desgraciados que, empecé a ver animales curiosos en mi presencia, parecían asustados, supuse que por la visita de los demonios, pero el aura que yo desprendía claramente no era la misma y les producía curiosidad... La misma que tuve yo al ver lo que parecía una serpiente ¿Con pelo? ¿Un cien pies con pinzas de cangrejo? ¡Un maldito cerdo azul! Era de locos... Pues eso me lleva a la actualidad... Donde estaba montado sobre un caballo, con manchas de dalmata y cuello de jirafa -¡Más rápido!- Gritaba mientras corría por toda la orilla de la playa -¡Esto es la leche!- Claramente estaba disfrutando lo más grande, un apasionado de los animales como yo, montado en un híbrido tan extraño es una sensación indescriptible, encima tan afables como eran estos, ese fue su problema con los del Albatros, aprovecharían esta confianza innata que tienen para llevarse una buena cantidad de animales...

Pero como era de esperar, mi suerte dio un giro inesperado, cuando el caballo dalmata jirafa se acercó demasiado a los arboles y, el que iba con la cabeza agachada en posición de velocidad la esquivó, pero yo... Me comí con ganas una rama que creció con mucha mala intención, la cual me hizo caer de forma brutal contra el suelo... Me quedé ahí tirado del susto...

La presencia de Takarashi era un alivio, no podía negarlo. Los últimos años de su vida le había ayudado a sobrevivir, quizás por la conexión que habían tenido ambos con la hermana del joven o quizás simplemente porque era quién le daba de comer. «Aunque para alimentarse no es que necesite mi ayuda» pensaba ocasionalmente Rokuro cuando pensaba en la suerte que tenía de contar con su fiel compañero. Las águilas de por sí son animales muy capaces, con suficiente habilidad para hacer frente a numerosas criaturas e incluso algunos seres humanos, pero un águila que podía cambiar su tamaño hasta volverse inmensamente grande... Aquello era harina de otro costal, y Rokuro lo sabía.

—Gracias —le susurró a la pequeña águila de su hombro—. Por todo.

Takarashi respondió con un nuevo chillido, corto y menos estridente de lo habitual. El joven continuó su andadura entre la arboleda de la isla, inquieto y alerta pero aliviado por contar con el apoyo de su compañero. No podía dejar de pensar en aquel animal extraño. Había escuchado historias de bestias horribles sin parangón, pero el gorihuahua —nombre con el que había bautizado a la critatura— las superaba en absurdez. Esperaba, aunque más bien deseaba, no encontrarse con una manada de gorihuahuas. Con un grupo demasiado grande, hasta Takarashi podría tener problemas. Lo mejor que podía hacer era cruzar el territorio lo antes posible para llegar a una zona segura, si es que eso existía.

Al menos logró no encontrar a ningún otro gorihuahua. Al rato del fortuito encuentro, se vio avanzando entre los árboles cuando de pronto escuchó el ruido de algo acercándose seguido de un golpe seco . Adoptó una posición defensiva y se volvió hacia el origen el sonido, mientras que Takarashi, coordinándose con él, vigilaba la retaguardia; esta vez no les pillarían con la guardia baja.

—¿Es un perro? ¿Es una jirafa? —preguntó en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular, mientras una criatura del similar a una jirafa con el pelaje y manchas propios de un perro dálmata atravesaba a gran velocidad el bosque—. ¡No! ¡Es una jirálmata!

La criatura por poco les arrolla, pero Rokuro consiguió apartarse de su camino en el último momento girando sobre sí mismo protegiendo al pequeño Takarashi entre sus manos.  «Iba demasiado rápido. ¿Estaba huyendo de algo?» se preguntó mientras observaba la dirección de la que venía la jirálmata. Al conocer la clase de bestias que podían habitar la isla, no le sorprendía que que existiesen animales tan peligrosos para que el jiráfido decidiese huir, pero algo le escamaba. Su intuición le decía que no era así.

Decidió explorar el camino por el que había venido el animal para descubrir el origen de su carrera. En un lugar desconocido toda información era poca, y Rokuro no tenía ninguna. Su sorpresa no fue poca cuando se encontró a un joven de pelo castaño, más o menos de su edad, tirado en el suelo.

—¿Quién eres? —fue su única pregunta mientras desenfundaba la wakizashi.

Tirado en el suelo, mirando al cielo, caí en la cuenta que era un hermoso día, no parecía que esos desalmados hayan hecho una visita a la isla, la verdad que me lo había pasado bien y como el accidente no me provocaba daño alguno, todo era positivo. Tirado en el suelo con las palmas de las manos en contacto con el suelo, notando la humedad, las hojas, la tierra, en mi momento más "Zen" escuché las palabras de un extraño, del susto me levanté corriendo apoyando mi peso en la corteza del árbol para poder ayudarme a levantarme más rápido, pero la corteza estaba suelta, desprendida y al apoyarme la quité del tronco, resbalando y volviendo a caer al suelo de bruces... -Hola- Comenté con la cara en el suelo, - Me llamo Momojiro, encantado- Comenté levantando mi cuerpo de forma lenta pero segura, una vez de pie, me quité todas las hojas y tierra que se pegaron a mis ropajes y ofrecí mi mano como saludo mientras alzaba la vista y veía a mi interlocutor -Un placer conocerle... ¿Y usted es?- Comenté, rápidamente mis ojos se desviaron al águila que tenía posada en el hombro -¡Es preciosa!- Intenté acercarme, pero recordé el encontronazo con el ave de "Alpha" a la cual me acerqué de la mejor forma que supe y casi me arranca un brazo -¿Es su compañero?- Pregunté curioso

No solía haber mucha gente que llevase animales, no dudé en mirar de forma disimulada si el ave estaba atada o maltratada, pero no vi cuerdas ni cadenas, su pelaje era vivo y voluminoso, estaba bien cuidado y alimentado, cualquier signo de maltrato habría derivado a que yo, desenfundase el arma e intentara dejarle fuera de combate, pero no me parecía un tripulante del Albatros, de igual manera no pensaba descartar sospechas. Habían estado en la isla, y era una zona que no tenía rutas comerciales, visitas turistas o fuese una zona muy concurrida, por lo que la presencia de este muchacho en el lugar, era ya de por hecho sospechosa, claro, la mía también...
Esperando que contestara a mis preguntas seguiría con unas pocas más -¿Que hace por la isla? Yo he venido a comprobar ciertos matices pero al ver animales tan extraños me he despistado y he empezado a jugar con ellos... Estaba subido en un caballo con cuello de jirafa y pelaje de dálmata, pero se ha adentrado en el bosque y me he comido una rama... Un tortazo que me he dado... También he visto a una serpiente con pelo y un cerdo azul... Había un cien pies con pinzas de cangrejo en todo su cuerpo pero tenía mala leche...- Hablando me di cuenta que... Parecía una persona que no estaba en sus cabales, alguien que se a pasado setenta de sus cincuenta años en una isla solo sin compañía humana, o de un borracho o drogadicto en pleno apogeo de su dosis... -Se lo que ha parecido... ¡Pero de verdad, lo he visto!- Afirmé

Nada más conocer al muchacho lo descartó como una amenaza letal. Sí, llevaba un arma, pero parecía ser aún más torpe que el propio Rokuro. O eso, o era un excelente actor. Fuera cual fuese el caso, volvió a envainar su arma y se quedó observando cómo el desconocido intentaba poco a poco recuperar su dignidad. Eso sí, con la mano al alcance del kunai; allí de donde venía le habían enseñado a desconfiar de todo y a hacerle dudar de si la realidad era tal y como se mostraba y, aunque ya no seguía de forma tan estricta aquellas enseñanzas, prefería estar prevenido.

—Hola —respondió con un tono neutro—. Yo soy Rokuro...

Rokuro notó como el chico que se había presentado como Momojiro no podía apartar la vista Takarashi, y no le extrañaba. Por lo normal era extraño, si no imposible, encontrar a un águila de ese tamaño, aunque también era cierto que se suponía imposible encontrar animales tan extraños como los de aquella isla. El águila adoptó su tamaño real, alcanzando un metro de altura y los dos metros de envergadura al desplegar sus alas, todo desde el hombro derecho de Rokuro.

—Creo que le has caído bien —comentó al ver la reacción de su compañero. Normalmente prefería adoptar un tamaño más pequeño por comodidad para los dos, aunque en aquel momento hubiera jurado que estaba pavoneándose—. No suele mostrarse así ante todo el mundo. Y respondiendo a tu pregunta, sí, es mi compañero y fiel amigo.

Qué diablos, no podía negar que estaba encantado no solo de encontrar a una persona en aquella isla sino que además apreciase a su compañero; no todo el mundo lo hacía. Aunque no podía evitar preguntarse qué hacía Momojiro en aquel lugar. No parecía una especie de nativo al igual que él, pero cuando fue a preguntarle se le adelantó con la misma pregunta para responder la suya propia sin haberla pronunciado.

—Tranquilo, te creo —Takarashi había vuelto al tamaño de un loro y Rokuro trazó unos movimientos con los brazos para tratar de tranquilizarlo—. Yo también los he visto. Nos encontramos con un gorila con cabeza de chihuahua y la jirafa dálmata casi nos atropella. Lo cierto es que los animales de esta isla, hasta el momento, son de lo más extraños. Me pregunto si ocurrirá lo mismo con los insectos o algunas plantas... —Volvió a mirar a Momojiro, haciéndose cada vez más preguntas—. Antes dijiste que habías venido a comprobar algunos matices. ¿Tienes un barco con el que poder salir de la isla? Yo naufragué, pero podría ayudarte con esos «matices» si me llevas en tu barco.

No sabía qué podían ser esos «matices», pero la necesidad de salir de la isla y llegar a la civilización era imperante, y el desconocido se había mostrado lo suficientemente abierto como para ofrecerle el beneficio de la duda.

¿Acababa de crecer? ¿Ese águila antes era más pequeña? -¿¡Puede cambiar su tamaño!? ¡¡COMO MOLA!!- Grité de la emoción sin poder controlarme, cuando me dí cuenta me llevé las manos a la boca mostrando así darme cuenta de que no eran formas de comunicarse con otros... Volviendo a mis formas observé el ave -Es un gran y noble animal, cuida de tú compañero, hay gente que no tiene cuidado con los animales- Mi voz cambió al final aún tenía mis dudas sobre si era tripulante o no del Albatros, había algo que me daba mala espina en este hombre pero no sabría decir que era, sentía lo mismo que cuando te acecha un depredador pero no al mismo nivel... ¿Sería peligroso? Luego preguntó sobre mi ruta de escape, no iba a ser tan confiado esta vez... -La verdad que pagué para que me dejaran en la isla, pero el del barco pesquero le tenía algo de respeto a este trozo de tierra por lo que se retirará, vendrá mañana por la mañana a recogerme, es lo único que conseguí- Mentí, vendría esta noche, pero no sabía si era de fiar protegerme un poco las espaldas nunca está de más -¿Quieres saber matices?- No me gustaba, odiaba mentir, pero era necesario, la vida que había escogido era peligrosa, recuerdo que al poner un píe fuera del control de mi familia, me apuñalaron en menos de un día... -Vengo a por mis compañeros, quería reunirme con ellos pero parece que no he llegado a tiempo... ¿No los habrás visto por casualidad? Van en el barco "Albatros"- Si decía que sí me sabría mal por el águila, pero neutralizaría al hombre, si me da la sensación que no sabe nada, aguantaré un poco la mentira y luego confesaré...

Escuché un ruido, alguien o algo pisó una rama... El ruido venía de detrás, miré de reojo sin girar la cabeza, no quería mostrar que me había dado cuenta ¿Un animal acechaba o una persona espiaba? -¿Que te parece si damos una vuelta y vemos que tipo de animales hay mientras esperamos el transporte?- Comenté con una sonrisa mientras observaba a Rokuro para ver si se había dado cuenta que estábamos siendo visualizados por algún ser... Esperaba que fuera humano, tener que defenderme de un animal no era de mi agrado, pero no parecía haber nadie en la isla por lo que dudaba que fuese una persona...
Me acaché para agarrar un palo el cual usaría de apoyo a lo pastor de ovejas y empecé a caminar para ver si podría entre ver los movimientos de los ojos que nos observan, eso me chivaría si era cuadrúpedo o no -¿Tienes provisiones? Yo solo he traído una barra de pan y chocolatinas- Otra mentira, no traía chocolatinas, pero las fabricaba era una mentira a medias...

Aquel chico podía aparentar su edad, pero sin duda era más infantil. Curiosamente, aquello resultaba hasta reconfortante; del lugar del que provenía no abundaban las personas así. A él mismo le habían obligado a madurar antes de tiempo destrozando sus ilusiones en la vida, pero ver a ese chico tan animado despertaba en él sentimientos que había creído olvidar. ¿Estaría realmente ablandándose tal y como creía su padre o, por el contrario, comenzaba a saborear un atisbo de la auténtica vida? La inseguridad se apoderó de él ante la incertidumbre de no saber realmente las intenciones del joven, aunque parecía sincero y se había prometido no desconfiar de los demás nada más conocerlos.

—¿De verdad? —preguntó en parte para Momojiro y en parte para él mismo—. Entonces espero que no te importe que espere contigo por el mismo barco —dijo, pretendiendo estar cerca del joven. Aunque no pretendía sospechar de él, cubrirse las espaldas no estaba de más, y era mejor tenerlo vigilado que dejarle ir—. Y no, lo lamento. Como te dije, naufragué en la isla hace pocas horas y eres la primera persona a la que he encontrado. De haber atisbado un barco, me hubiera subido a él sin dudar.

Entonces cayó en la cuenta de que, si tenía amigos, tal vez no estuviera solo. Y si no estaba solo... «No, Roku, no. No te emparanoies., está todo bien» se dijo para calmarse, con poco éxito. Y para empeorarlo todo, de fondo escuchó el sonido de una rama resquebrajándose. «Seguro que bajo las botas de uno de sus compañeros —pensó. Si Momojiro no estaba solo, se encontraba en peligro—. O tal vez están teniendo la misma cautela que yo, ¿no? Ojalá tener una forma de comprobarlo».

La invitación a dar una vuelta le pilló de sopetón, y resultó aún más sospechosa que todo lo anterior. Tal vez quisiera guiarlo hacia una trampa... o tan solo estaba siendo amigable. ¿Que había detrás de esa sonrisa? ¿Amabilidad? ¿Falsedad? ¿Excitación? Y lo peor era que ya no podía echarse atrás o si no el sospechoso sería él. Debía seguirle la corriente sin levantar sospechas hasta descubrir la verdad.

Realizó un sencillo gesto de cabeza que Takarashi reconoció enseguida. El águilá levantó el vuelo y adoptó su tamaño real una vez más, preparado para inspeccionar el terreno y al acecho para caer sobre cualquier amenaza. Fuera cuáles fueran las intenciones del joven, no le pillarían con la guardia baja.

—¿Por qué recoges ese palo? —preguntó inocentemente. «Espero que no sea una señal» se dijo su faceta paranoica—. Y no, me temo que lo perdí todo en el naufragio, salvo lo que portaba encima. Tampoco tenía mucho, pero aceptaré una chocolatina encantado —dijo, aparentando simpatía.

Caminó cerca del joven, pero a una distancia prudente para reaccionar en caso de necesidad. Takarashi permanecía en el cielo, alerta ante cualquier situación. Mientras no chillase, todo estaría bien. Mientras no chillase...

-Es verdad.. Naufragaste... Pues si tienes hambre...- Metí mi mano dentro de la capa para que se cubra con la tela y no vea las habilidades de mi fruta, creé una tableta de chocolate y se la ofrecí sin más -No es gran cosa, pero te quitará el gusanillo, su sabor no es nada del otro mundo- No era del todo cierto pero aún que supiera mal, era lo mejor que iba a encontrar si no sabía de hiervas comestibles -Tranquilo, no nos moriremos de hambre, aquí hay flora comestible- Claramente la fauna estaba descartada, no era vegetariano ni mucho menos, un buen filete de carne bien cocinado era de lo mejor, pero matar animales no era de mi agrado por lo que no pensaba hacerlo...

Empecé a caminar pero lo que vino a continuación no me gustó en absoluto, había que ponerse serios, los movimientos de los ojos que nos observaban no eran animales, no lo parecían, no eran finos, claramente no es un felino, no son de algo que pese demasiado, no era un monstruo o híbrido de animales grandes, me decantaba por un humano... Caminando tan tranquilo al lado de mi nuevo compañero comenté en voz baja -Por favor... Dime que has sido sincero y que el que nos está siguiendo no es compañero tuyo, de ser así no me va a gustar lo que está apunto de acontecer...- Claramente si eran amigos lo que tenían en común era el "Albatros" arrasaría con ellos o lo intentaría, pero si no eran amigos, este hombre estaría más de mi parte que de otros... ¿Era de confianza? Las dudas me acechaban más que el inútil que nos estaba persiguiendo...

Agarré el palo por encima, cual ciego caminando para poder usarla de arma sin realizar daños críticos en nuestros enemigos... -Alguien que tiene un amigo como esa preciosa ave no merece jugarse la vida tontamente, pero te comento que que la espada que llevo en la cintura no es solo decorativa...- Tenía que dejar claro que no iban a poder conmigo pero si me atacaban los dos a la vez no iba a cambiar el resultado por lo que confiar un poco en Rokuro tampoco me iba a hacer daño alguno -Si no es tú amigo, viene a mis cuatro, no sabría decir la distancia a la que está, parece que solo es uno, pero un naufrago no acecha a nadie, pide ayuda, por lo que si es tú amigo será mejor que le avises antes de que pierda su integridad física...- Quien avisa, no es traidor...

Las sospechas del joven ninja seguían presentes, pero perdían fuerza a ratos.

Tomó el chocolate de Momojiro y se lo agradeció con una sonrisa. Lo observó rápidamente, lo olió y lo partió a la mitad.

—Toma, para ti —dijo ofreciéndole una de las mitades—. Me sentiría fatal si me comiera yo solo tus reservas de comida —Y también se sentiría fatal si el chocolate resultaba estar envenenado, por lo que no pensaba probar lo más mínimo hasta que observase cómo él mismo se lo comía.

Por desgracia la mayor parte de su adiestramiento se había basado en la ocultación, el asesinato y el sigilo, y la supervivencia en los medios naturales no había tenido especial relevancia en su entrenamiento, de modo que le costaría encontrar alimentos comestibles en el lugar. Pero no estaba preocupado; aunque eran pocos y apenas los había llevado a la práctica, tenía algunos conocimientos de supervivencia, y sabía que podía contar con Takarashi para cazar animales, aunque fueran aquellos tan raros. Al fin y al cabo, los animales eran la mejor fuente de proteínas.

—Sí, no moriremos de hambre —dijo, repitiendo las palabras de su actual compañero—. Además, solo hay que esperar hasta mañana. Si encontramos una fuente de agua, no deberíamos tener ningún problema a la hora de sobrevivir, aunque no encontrásemos comida.

Lo que pasó a continuación hizo que su paranoia se agudizara nuevamente. ¿Por qué todo tenía que resultar tan sospechoso? ¿Por qué le costaba tanto confiar en un desconocido? No estaba nervioso, sabía que era una situación que podía afrontar sin adversidades, sobre todo con la ayuda del águila, pero aún así lamentaba estar siempre a la defensiva, sin poder relajarse. Era agotador.

Se había percatado el ruido de un perseguidor, y ahora había empezado a notar unos ojos clavados en la espalda. Preparado para una emboscada por parte de Momojiro y el desconocido, las palabras del joven le desconcertaron. Tal muestra de intenciones y de confianza era preocupante. ¿De verdad estaba siendo sincero? En algún lugar de su corazón Rokuro esperaba que así fuese. Esperaba que aquel desconocido que los vigilaba fuese eso, un desconocido, y que las palabras de Momojiro no estuviesen cargadas de intenciones ocultas. De ser su compañero, tal vez el joven le estuviera indicando la posición en la que se encontraba para tenderle una trampa, pero... ¿Qué clase de persona se mostraba tan amable, simpática y agradable para luego poner en peligro a un compañero revelando su ubicación a un posible peligro como era él? La incertidumbre era profunda como el mismo mar, pero Rokuro se agarró a la promesa de su corazón, a la promesa que realizó junto al cuerpo frío e inerte de su hermana, y confió en Momojiro.

—No es amigo mío, no lo conozco —dijo en el mismo tono de voz—. A mi señal, lo flanqueamos y lo detenemos. Tú por la izquierda y yo por la derecha.

De repente se detuvo. Se agachó, haciendo que tenía que atarse los zapatos, y extrajo dos cuchillos kunai del interior de su ropa. En aquel lugar en medio del bosque y con un posible enemigo desconocido, eran las armas que le brindaban más movilidad y agilidad.

—¡Ya! —ordenó a Momojiro, desplazándose hacia el flanco que había designado.

No caí en la cuenta de que no mordía el chocolate, no podía creer en el hecho de envenenar a nadie por lo que simplemente pensé que se la quería guardar o que estaba en otras cosas. El planteamiento no me convencía, ¿Yo por la izquierda? ¿Tenía alguna doble intención? ¿Iba a caer en una trampa? Hacía tiempo que nadie me dañaba por lo que cada vez mi ego era más grande, no iba a dudar de mi eficacia contra dos oponentes por lo que decidí asentir con la cabeza y esperar. Cuando el hombre dio la señal, pude ver que no se movía mal, tardé un segundo más en reaccionar pero le hice caso, me dirigí hacia el flanco izquierdo, corriendo agachado y con mano en espada, preparada para ser desenfundada y cortar lo que hiciera falta, excepto una vida, claro...

Cuando estuve a punto de descubrir quien era el objetivo desvié la mirada para ver donde estaba o que hacía Rokuro, entre la vegetación no le veía, pero si le escuchaba, al girar un árbol grande, observé a un hombre, pistola en mano y espada en el cinturón, se le vio sorprendido, me apuntó y disparó, fui lo suficientemente rápido como para esquivarla a esa distancia, pero ganó el suficiente tiempo como para desenvainar su espada, hice el mismo gesto de forma rápida y las chispas saltaron. Desenvainé con la intención de atacar idénticamente lo hizo el enemigo, de ahí el contacto de acero -¡¿Quien eres?!- Grité preguntando, el hombre sonrió -¿Quien eres tú, sombra?- Me asusté, sabía quien era, era un hombre del Albatros, eran los únicos que me llamaban "sombra", "sabueso" o algunos más temerosos "La condena" Personalmente me gustaba más el último, daba un toque más contundente, pero no era nada de eso...

El hombre era diestro, empezó a soltar una cadena de golpes que eran fáciles de bloquear pero no de contraatacar sin daños, por lo que simplemente me ponía a la defensiva, el canalla mientras que con su derecha me mantenía a raya, con la izquierda apuntó detrás y disparó -¡Cuidado!- Grité a Rokuro, no sabía si estaba ahí, pero contra estos bribones toda protección era poca... -¿Donde están tus compañeros? ¿Te han abandonado?- Comenté intentando picarle para que perdiera la concentración -Jajaja, trucos de ilusionismo, no te funcionarán- Claramente no estaba solo, ¿Quizás imaginaban que les estaba persiguiendo y por eso dejaron a un equipo atrás? ¡Mierda! ¿¡No estaba solo!?

Había elegido para sí mismo aquel flanco por un motivo: los árboles y la sombra que le brindaban. Sabía pelear cuerpo a cuerpo tan bien como cualquiera, pero no era su especialidad. Su forma de actuar en aquel tipo de situaciones era bien distinta, ocultándose y hostigando al enemigo atacando raudo y huyendo para volver a atacar, sin darle tiempo de reaccionar.

Sin embargo, en aquel momento estaba distraído. Momojiro también había sido veloz, y fue el primero en encontrarse al hombre que les había estado vigilando. «Si fuera su compañero, ¿no es lo que yo habría hecho?» se preguntó mientras se acercaba a los combatientes. Había decidido confiar en el joven castaño, pero las dudas y sospechas seguían acudiendo a su mente ante cualquier acto dudoso de su recién conocido compañero. Tal vez estuvieran fingiendo un enfrentamiento para intercambiar información, o tal vez... Se acercó todo lo que pudo, desplazándose entre robustos árboles de madera maciza mientras se movía con la agilidad de un gato.

Agudizando el oído logró escuchar, si no toda, los suficientes fragmentos de la conversación como para enardecer las llamas de sus sospechas, y hubiera continuado observando la situación hasta estar seguro cuando el aviso del joven le interrumpió. Esto, sumado al chillido del águila, le hizo reaccionar a tiempo para evitar un daño fatal de la bala, la cuál le rozó el brazo. Una hilera de sangre comenzó a brotar de su brazo, oculta por la ropa negra. «Esto no es nada —se dijo a sí mismo—. Pasaste cosas mucho peores en tu entrenamiento, Roku».

Después de aquel disparo se decidió. No pensaba dejar que los dos contendientes siguieran con su jueguecito. Quizás no fueran compañeros, no podía asegurarlo, pero tenía claro que se conocían. Aquel intercambio de palabras no era el habitual con una persona totalmente desconocida que intenta matarte. Empuñó con fuerzas los cuchillos y corrió, con agazapado, buscando la espalda del observador que estaba distraído, precavido de la posibilidad de recibir otro disparo. Takarashi por su parte comenzó a volar más bajo, moviéndose entre las ramas de los árboles, preparado para actuar en cuanto le diera la orden.

Rokuro llegó finalmente a su enemigo y, con dos movimientos descendentes, lanzó sendos tajos hacia las piernas del desconocido, buscando herirlo e inmovilizarlo y, dando un giro y levantándose clavó uno de los cuchillos en el que parecía ser su brazo dominante.

—Bien, este duelo ha terminado —dijo, más frío de lo que pretendía. Lanzó un silbido corto y Takarashi aparecía, midiendo lo que una persona corriente, y tumbó al hombre para inmovilizarlo por los brazos con sus dos gigantescas garras—. Ahora, Momojiro, vamos a hablar.

No hizo amago de guardar las armas, aunque tampoco pretendía usarlas. Quería llegar al quid de la cuestión sin derramar más sangre de la necesaria, aunque no estaba seguro de si sería así.

—¿Quién es este hombre y por qué nos perseguía? —le preguntó con un tono serio y duro. Acababa de llegar a la isla y no concebía la posibilidad de que fuesen explícitamente detrás de él, no existía ningún motivo, pero por lo visto se había visto envuelto en alguna situación peliaguda. Quizás fuera algo de lo que el joven no se pudiera permitir hablar con claridad. Quería pensar que existía alguna explicación. No, necesitaba una explicación. Suavizó el semblante y su tono de voz se volvió más relajado—. ¿Qué ocurre Momojiro? ¿Te encuentras en problemas? Cuéntame la verdad.

El duelo estaba en no ceder ni un milímetro a la posición del pirata, si le dejaba moverse a sus anchas, usaría el arma para volver a atacar y eso era peligroso en general, se desenvolvía bien usando la espada y las balas, lo que lo convertían en alguien peligroso a corta distancia pero un problema serio a larga distancia... Cual felino apareció Rokuro aprovechando que lo mantenía inmovilizado y con rápidos movimientos laceró el cuerpo del pirata cual médico usando un bisturí, se centró en su diestra y lanzó un silvido ¿Era su forma de demostrar que había ganado? ¡No! ¡Era una viso! el águila cayó sobre el enemigo dejando al hombre en el suelo sin poder usar ni su arma de fuego ni su espada, luego claramente Rokuro pidió explicaciones...

Soplé, no por estar harto o que me diera pereza dar explicaciones, si no, por que con el "Albatros" siempre era la misma historia -Te cuento brevemente, no me fiaba de ti igual que tú de mí por lo que no he sido totalmente sincero, te pido disculpas- Cosa que, este encuentro aún no disipaba las dudas que tenía -Llegué a la isla en busca del "Albatros" un barco con una tripulación que se ganan la vida cazando, capturando y vendiendo animales, los maltratan, los humillan, para luego sacar un beneficio y si se mueren por que no están bien cuidados simplemente usan sus dientes, pieles o garras... Mi primer encontronazo con la tripulación fue... Bueno, casi muero, por lo que entre venganza y que no pienso dejar que los animales sufran, me puse a perseguirlos. Supongo que esto ha sido una trampa, he saboteado bastantes veces las ventas del Albatros, por lo que entiendo que habrán dejado un equipo para librarse de mí... - Cogí aire y le miré fijamente -Seré sincero Rokuro, no soy una mala persona pero no tengo como demostrarlo, igual que no tengo como demostrar que no eres un enemigo, son tan sucios y rastreros que se matarían entre ellos para ganarse mi confianza y asesinarme, no desconfío de ti totalmente porque, cuando me infiltré en su tripulación nadie tenía animales como compañeros, pero entiende que esté alerta...- Si no lo entendía daba igual, estaría alerta dijese lo que dijese, hiciera lo que hiciera, pero la verdad que tener una ayuda por una vez no sería algo a lo que le pondría pegas

Me acerqué al hombre aún manteniendo la distancia con el águila -Tú eras... ¿Lizz? No me acuerdo bien de ti, pero creo recordar que siempre ibas con otros tres más- Pregunté -Maldita sanguijuela, ¡tendría que haberte matado cuando pude!- Confesó -No recuerdo una situación en la que pudieras matarme la verdad... Pero si tú lo dices... ¿Donde están los demás?- Pregunté pero solo conseguí que se riera -Estoy solo- ¡Y una mierda! No me lo creo... ¿Como debería sacarle información?

Cuando Momojiro terminó de hablar no pudo hacer otra cosa que llevarse una mano a la cabeza. Sí, ahora entendía un poco mejor la situación del joven y, cómo había pensado, tenía sus motivos para ocultarle la verdad. «Gracias, Taka» pensó cuando cayó en la cuenta de que, gracias a él, no le había confundido con un enemigo, no de buenas a primeras. «A no ser que toda esa historia no sea nada más que un treta para engañarme» se dijo. Por desgracia, no tenía ningún método para descubrir la verdad, al menos ninguno apropiado para aquella situación.

—Entiendo que estés alerta —dijo con franqueza—, al igual que espero que tú también comprendas que lo esté yo.

En definitiva, que si el chico decía la verdad, se había visto metido en sus asuntos, y probablemente no fuera fácil escabullirse de aquella situación. Todavía tenía que sobrevivir hasta la mañana siguiente, si es que en aquello no le había engañado, mientras un posible equipo de traficantes animales haría lo posible por detener y silenciar a Momojiro y a su nuevo compañero. Y la verdad, comenzaba a creerle, pero esta vez de verdad. Sabía por experiencia propia que inventar historias no era algo tan fácil, y había algo en su mirada y en su tono de voz que le decía que estaba siendo sincero. «Por favor, que no sea un gran actor» pidió en silencio.

—Muy bien, déjamelo a mí —le dijo a Momojiro—. Yo haré que hable, y así de paso yo también saldré de dudas.

No estaba seguro de si era la mejor opción. No estaba seguro siquiera de si era una buena opción. Lo que estaba a punto de hacer era algo que no le agradaba lo más mínimo, pero no podía negar que era la única alternativa que se le ocurría.

—Apártate, por favor —pidió con amabilidad—. Y si eres demasiado susceptible, te recomiendo que apartes la vista.

Se volvió hacia el hombre inmovilizado.

—¿Y tú qué harás? ¿Me volverás a atacar por la espalda? Eso sería muy rastrero, je je.

El hombre le escupió a la cara, pero desde el suelo el escupitajo solo llegó a sus botas. En ese momento Rokuro podría haberse dejado llevar por la ira, pero no lo hizo. En cambio, agarró con fuerza uno de los cuchillos kunai y se acercó al hombre sin respetar su espacio vital.

Media hora más tarde, Rokuro estaba lleno de sangre hasta los codos, y el hombre preso entre la garras de Takarashi no dejaba de gritar. Gracias a su «interrogatorio», al peliblanco ya no le quedaba ninguna duda sobre la veracidad de las palabras de Momojiro.

—Ya sabemos que no estaba solo —le dijo a su compañero. No sabía si había estado atento al truculento interrogatorio, así que resumió la información que había adquirido—. Sus tres compañeros se encuentran en un cementerio de elefantes, así que para acabar con la amenaza deberíamos movernos hacia el norte y después al nordeste.

Volvió al mirar el cuerpo ensangrentado del traficante, que aún respiraba. No era capaz de sentir pena por él, aunque no habría sabido decir muy bien por qué. No era un acérrimo defensor de los animales como Momo, aunque apreciaba a Takarashi. Sin embargo, había dicho algo que le había escamado.

—Oye, ¿tú sabes que quería decir con eso de «no obtendrás nuestro tesoro, la fruta es solo nuestra»? —preguntó a Momojiro. Le había picado la curiosidad.

La verdad que no era propenso a acceder a torturar a la gente, no había matado, no me gustaba el hecho de matar y por su puesto torturar estaba fuera de mi alcance, pero no era nadie para impedir que otro lo hiciera, algunos podrían llamarme cobarde, otros inteligente, yo simplemente dejaba que los demás hicieran lo que quisieran siempre y cuando no se cruzaran mis intereses de por medio. Aparté la vista, no me gustaba mirar pero los gritos eran bastante fuertes, quizás sus compañeros nos escucharon pero la información es poder. La información que dio Rokuro era bastante interesante, ¿El cementerio? Encima con el águila lo encontraríamos fácil, pero lo último no me gustó ¿Fruta? ¿Sería casualidad? Se supone que esas cosas son como que te toque el euromillón y yo ya me crucé con tres, ¿eso era casualidad, mala suerte o el karma? -¿Fruta? ¿Estás seguro que dijo fruta?- Si ellos tenían algo similar a lo mío iban a ser una amenaza global... -¿Has escuchado hablar de las frutas del diablo?- Pregunté curioso -Son frutas que otorgan un poder increíble, la gente cree que son cuentos de críos, pero no lo son, no lo tomes a superstición, según quien la coma la amenaza es real...- Me daba igual si me creía o no, simplemente le avisé... -Tengo que quitarles esa fruta- Comenté mientras empecé andando hacia el interior en busca del cementerio, ¿La dirección? Pues fácil, caminaría hasta donde noté que nos espiaban y observaría la naturaleza -¿Vienes? Puedes esperar en la orilla hasta mañana...- Comenté sin ser totalmente sincero, a unas malas, si resultaba que este hombre era traicionero, generaría un barco propulsado de chocolate y llegaría antes al barco de que este llegase a tierra, abandonando así a Rokuro en la isla... Pero antes necesitaba la fruta...

Envainé el arma, llegué al sitio y empecé a seguir las pistas, ramas rodas, hojas aplastadas, raspadas, mi forma de perseguir huellas no era ni mucho menos de profesional, pero no se me daba mal, miré de reojo a Rokuro sin perder de vista el águila, podrían ser temibles los dos, mejor no perderles de vista. Si no creía en la fruta mejor, así no tendría que pelear por su custodia, si creía en dichos terminos sería difícil quitarle un poder tan grande... Aún que, quien sabe, quizás se la merezca, total, yo no podía consumir otra fruta más por lo que tenía entendido...

Llegar hasta los traficantes sería fácil. Con Takarashi explorando desde las alturas era imposible que nos perdiéramos, aunque sin contar con su ayuda aquello no era ninguna preocupación. El hombre torturado había contado tantos detalles que Rokuro habría sabido llegar hasta el cementerio de elefantes con los ojos cerrados. No, lo que le preocupaba era otra cosa. Habían tres miembros más de la Albatros en la isla, y todos y cada uno de ellos con el objetivo de detener a Momojiro. ¿Cómo un chico tan simplón con él se había vuelto en un incordio tan grande para esa tripulación? Aunque no podía negar que había demostrado buenas habilidades con la espada.

Pero, lo que más le importaba en aquel momento, era que había sido capaz de confiar en alguien; en alguien humano, quería decir. No fue fácil, le costó mucho, pero al final lo había logrado. La única persona en la que había podido confiar había sido su hermana, pero murió a causa de su propia incompetencia. Debido a ello, además de las duras pruebas psicológicas de su isla natal, había sido incapaz de fiarse de nadie. Pero ahí estaba, cumpliendo su promesa.

Volvió a centrarse en la conversación de las frutas.

—No... No había escuchado de ellas —comentó, pensativo—, aunque creo recordar que mi hermana me contó una vez que Takarashi podía cambiar de tamaño después de comerse una extraña fruta. ¿Se referiría a la misma fruta? —La simple idea le causaba curiosidad. Nunca había sabido de dónde venía aquella extraña capacidad del águila, y lo atribuía a que era un animal muy especial, pero... Valía la pena investigarlo—. Sea como sea, hay que encontrar a esos bandidos y acabar con ellos antes de que acaben con nosotros. Podemos encargarnos de la fruta después.

Dejó que Momojiro marcara el camino. Parecía estar siguiendo el rastro de los traficantes, aunque aquello le resultaba escamoso. ¿No estaba siendo demasiado fácil? Él no era un experto en persecuciones forestales, pero sabía que dejar pistas falsas era básico para tender trampas. Y unos hombres tan rastreros y despreciables como parecían ser seguro que no dejaban escapar la oportunidad.

—¿Seguro que vamos por el buen camino? —preguntó cuando encontré un arbusto con demasiadas ramas rotas—. Este rastro parece demasiado evidente, y los árboles son tan frondosos que no veo a Takarashi. Esto me pre...

No pudo terminar de hablar cuando se oyó el sonido de un disparo. «Por poco» pensó al ver como un hilito de humo surgía del orificio de bala en un árbol a su lado, a escasos centímetros.

—¡A cubierto! —gritó a Momojiro, abalanzándose sobre él y tirándolo al suelo—. ¡Nos disparan!

Estaba cerca, escuché a Rokuro, sí, era demasiado fácil pero... ¿Que más da? A mi no me podían cazar, era yo el cazador sea como sea. Al escuchar un disparo no me dio tiempo a ver por donde había venido el disparo, mi compañero se lanzó encima para evitar que nos pasara algo, él no sabía que por mucho que lo intentaran no podían dañarme, o eso creía por lo que el acto de saltar encima mío era totalmente creyendo que me estaba salvando, cosa de agradecer -Creo que tú estilo de lucha es otro, hagamos una cosa, doy la cara, tú siéntete libre de actuar como creas más- Me había dado la sensación que era un asesino no un luchador, pero no era un experto en estilos de lucha por lo que no podía más que hacer conjeturas...

Me medio arrastré hasta poder ver a uno de los enemigos, arma en mano, de la cual salía un hilo de humo del cañón, eso estaba mal ¿Todos iban armados a distancia? Estos malditos sabían que atacaba cuerpo a cuerpo, que dilema... Llamaría la atención como mencione, Rokuro haría el resto... O eso esperaba... ¿Donde están los otros dos asquerosos? -No dispares... ¿Que tal si hablamos?- Comenté -Claro, saca la cabeza...- Dijo en tono amenazante -Puedo ayudarte, se quien está filtrando información, ¿Como crees que os encuentro siempre?- No, no tenían un topo, pero eso ellos no lo sabían -¿Como te crees que se a quien cazar, quien está más desprotegido y como tenderos una trampa?- La cara del enemigo se torno dudosa -Mientes- Comenta, salí del escondite con las manos en alto -¿Saldría si fuera así? Tú amigo me informo sobre vosotros, la trampa, quien iría primero por mí, quien se quedaría en el cementerio... También me comentaron que de los cuatro, el más inteligente serías tú...- Lastima que no me acordase de su nombre, sería tan creíble si lo comentase ahora... -¿Crees que soy un chivato? ¿Un traidor?- Tensó el martillo del arma y me apuntó directamente -Lastima, cuando te mate no podré demostrar lo fiel que soy a los míos...- De pronto se me ocurrió una estratagema nueva... -¿Quien dice que te estoy hablando a ti? Estoy hablando con tú compañero de detrás- Comenté con una sonrisa... El idiota cayó en la trampa, se giró con arma en mano, desconfiando de sus compañeros, el veneno de mis palabras le había calado... Eché a correr mano en arma y cuando se giró ya fue tarde, disparó, pero lo evité ¿O no? La verdad me daba igual, lo pareció así que mi secreto estaba a salvo, llegué a acercarme lo suficiente para empezar un duelo de espadas, este no era tan diestro en la espada, mi superioridad en el cuerpo a cuerpo era notable...

Cayeron sobre el suelo, dando un par de vueltas, pero se libraron del disparo por poco. Una vez dejaron de girar, Rokuro se levantó y se colocó en posición defensiva. Escuchó atentamente a Momojiro sin dejar de examinar sus alrededores, y con un leve gesto de asentimientos se se dirigió hacia la frondosidad del bosque. Lo primero que hizo fue coger impulso para, saltar sobre un árbol y usarlo de apoyo para alcanzar una rama alta. Una vez hubo conseguido aferrarse a la ramificación, volvió a coger impulso para moverse hacia la siguiente como hacen los monos, hasta que obtuvo la suficiente velocidad para, dando una voltereta, apoyar los pies sobre estas.

Se movió ágil cuál ardilla entre las ramas de los árboles, intentando amortiguar el sonido de sus pisadas. La clave de su victoria en aquella operación consistía en que los enemigos no le descubriesen para poder acabar con ellos antes de que acabaran con Momojiro; tenía que ser más hábil de lo que había logrado nunca si quería conseguir salir de aquel lugar con vida.

De pronto, un resplandor le sorprendió. Consiguió desviar su rumbo justo a tiempo para evitar que una cuchilla voladora le arrancase los ojos, aunque no pudo evitar un corte en la mejilla. Notó cómo la sangre caliente fluía de la herida, pero lo ignoró. ¿De dónde había salido aquel arma? No tuvo tiempo para preguntárselo. La misma arma que había esquivado en el aire ahora volvía desde la dirección contraria. En esta ocasión no tuvo tanta suerte. Recibió un profundo corte a la altura del costado que lo derribó de las ramas de los árboles. En ese preciso instante se llevó los dedos a los labios para emitir las que parecían ser sus últimas palabras en un único silbido.

Lo siguiente que recordó fue abrir los ojos mientras se encontraba en la espalda de Takarashi, que en aquel momento medía casi tanto como él. No era su tamaño máximo ni de lejos, pero era el tamaño ideal para transportarlo sin perder excesiva maniobrabilidad. Le dio unos toques en el cuello al águila hábilmente adiestrada y enseguida el ave descendió en picado. En aquel momento, si bien era incapaz de mover con destreza el costado izquierdo, Rokuro no tenía tiempo que dedicar a sus heridas. Sujetó uno de sus cuchillos y junto con Takarashi se volvió a internar en la arboleda.

El bumerán no tardó en aparecer, pero en esta ocasión estaba prevenido. Con la habilidad de vuelo del águila sumada a la defensa ofrecida por Rokuro y su cuchillo no tardaron en identificar el origen del ataque. Se trataba de un hombre, grande y fuerte, calvo pero con un gran mostacho naranja, que portaba varias armas similares a la que había lanzado en un chaleco con estampado de camuflaje. La combinación de amo y mascota no tardó en hacerse valer, consiguiendo acercarse al traficante sin dificultad y ofreciéndole la oportunidad de rajar su cuello. La sangre brotó a borbotones, pero no importaba.

Desde el aire, a vista de águila, logró visualizar a Momojiro, que se encontraba combatiendo cuerpo a cuerpo contra uno de los atacantes. Según la información que le había ofrecido el primero de ellos al torturarlo, tenía tres compañeros. Todavía quedaba uno, escondido, al acecho, esperando por una oportunidad. Tenía que encontrarlo y acabar con él, por el bien de Momo y el suyo propio.

Mientras me batía en duelo pude desviar algo de atención y observar como Rokuro era bastante peligroso si se juntaba con su compañero alado, habría que tener cuidado si al final resultaba un enemigo, pero de momento podía dejar de lado esa idea pues me estaba ayudando. De pronto, mientras hacía parecer que mi combate empezaba a inclinarse por la victoria de mi enemigo, apareció el tercero en discordia, el enemigo oculto se dejó mostrar entre los arboles arrastrando un cañón de barco el cual apuntó hacia nosotros, mis ojos se abrieron, no podía creer que disparase. su compañero estaba a mi lado ¿Iban a amenazarme? -¡¿Crees que me voy a creer que dispararás con tú compañero aquí?! O vas a decir lo típico, ¿qué si no me dejo matar me matas? Crece un poco...- Dije, pero el cabroncete con antorcha en mano, la bajó sin dudarlo un segundo, su compañero se puso blanco en segundos igual que yo, cuando el fuego tocó la mecha, lo supe... Estos son peor que la escoria, matarían a su compañero con tal de ganar, no son personas, son monstruos... El cañón se disparó, acertando de pleno, pude ver como la bola se acercó a nosotros y luego noté un calor intenso. Por suerte para mi, la guardia logía de la fruta del diablo que consumí era quien me salvaba en estas ocasiones la vida, me deformó el cuerpo, pude ver un cacho de brazo saltando por los aires, dejando una mancha extraña en el suelo, cuando se disipó el humo, se pudo ver dicha mancha bajo mis pies y a mi intacto, nadie pudo ver como me regeneraba, nadie pudo intuir que pasó, pero era claro que algo raro había sucedido por que su compañero estaba hecho pedazos en el suelo... -¡Eso a sido peligroso!- Grité mientras empecé a correr hacia el enemigo que faltaba...

Minutos más tarde de la explosión, el tercer enemigo quedó atado en un árbol con mi espada en su cuello -Bien, tú tienes claro que yo no mato, eso lo sabemos, pero lo que no sabes es que mi nuevo amigo sabe torturar de lo lindo, así que, dime...Hablas ya o vas a hacer feliz a mi compañero... Al primero que nos enfrentó creo que se arrepintió de no hablar antes, porque una vez empieza, hay algo que le impide parar...- Esperaba que no se ofendiera Rokuro, solo intentaba meterle miedo al tonto el lápiz este, toda la tripulación sabían que yo no mataba, pero bueno, a veces pasaban cosas como las anteriores, que uno de ellos muere, pero eso no estaba en mi control... ¿Le podía haber ayudado? Sí, le podía haber salvado pero no esperaba que disparase la verdad...

El ninja no logró encontrar al último integrante del grupo a tiempo. Lo buscó usando todos sus trucos, intentando hallar sutiles rastros que a un ojo inexperto se le podrían haber escapado pero que a alguien habituado a usar escondrijos no. Hasta a Takarashi, con su vista de águila, le resultó difícil, por no decir imposible.

No fue hasta que el propio hombre decidió aparecer que se percató de su ubicación, y en aquel momento ya era demasiado tarde. Momojiro seguía peleando contra su adversario, y el recién descubierto enemigo no tuvo reparo en atacarlos. A ambos. Haciendo una demostración de fuerza, levantó su cañón y prendió la mecha. Con un golpe de talón le indicó al águila que descendiera a por el traficante, pero ni con su velocidad llegaron a tiempo.

La bala salió despedida contra los combatientes, causando una ensordecedora explosión continuada por una gigantesca nube de polvo.

—¡Nooooo! —gritó, consternado. Sabía lo fácil que podían desaparecer las vidas, lo sencillo que era el hacer desaparecer el brillo en la mirada de una persona; el mismo había arrebatado más de una vida. Pero seguía sin ser capaz afrontar la muerte de las personas que le importaban. Y no es como si Momojiro fuera realmente importante en su vida, pero era alguien en quién había empezado a confiar y a quién le habían arrebatado, como si el destino no quisiera que confiase en nadie nunca más.

En cuanto alcanzó al tirador, quién estaba riéndose de su propia crueldad, usó todas las fuerzas que aún albergaba en su agotado cuerpo para derribarlo. El hombre era fuerte, pero no sabía combatir cuerpo a cuerpo. En una batalla de desgaste, fue lanzando cuchilladas mientras gritaba furioso. La ira podía verse reflejada en sus ojos. Sin embargo, un extraño suceso los desconcertó a ambos en igual medida. «Es imposible...» pensó al escuchar la voz de su compañero. Pero al mirar al lugar de la explosión, él estaba allí, de pie, incólume. Fue tal la sorpresa que recibió un puñetazo en la boca del estómago que lo dejó sin aire, pero entre Momojiro, Takarashi y él redujeron al hombre con facilidad.

A los pocos minutos, Momojiro amenazaba con su espada al tirador mientras se encontraba atado a un árbol. Y no era una mala amenaza. Una exageración, tal vez, pero buena idea al fin y al cabo. En muchas ocasiones, la intimidación y el miedo daban buenos frutos, y no se perdía nada por intentarlo. Rokuro acompañó las palabras del defensor de los animales sentado sobre una piedra, mientras afilaba uno de sus cuchillos y le miraba con una sonrisa malvada. Quizás fue aquello lo que le convenció para hablar, lo más seguro es que se tratase de una sucia rata callejera que hiciera cualquier cosa para salvar su pellejo. «Entiendo por qué Momo odia tanto a esta tripulación».

—Vale, vale, hablaré —dijo el traficante, con cierto temor en sus ojos—. La tripulación nos dejó en la isla esperando encontrarte para acabar contigo —le confesó a Momojiro—. Lo que no esperábamos es que tuvieras refuerzos. No sabíamos nada sobre él.

Rokuro se levantó y se acercó lentamente. Su mirada no contenía malicia ninguna, pero sí que su expresión se había vuelto seria y adusta, como si fuera un jefe que no aceptara la desobediencia de sus empleados.

—¿Y qué hay de la fruta? —preguntó directamente.

—La fruta... la encontramos aquí, en esta isla, mientras esperábamos por él —señaló con la cabeza al castaño—. Fue una sorpresa, y de no ser por Cheesay, quién os persiguió, no la habríamos perseguido. Llamamos al barco por Den Den Mushi y nos ordenaron guardarla hasta acabar con la amenaza y llevarla de vuelta con nosotros. En el mercado negro se venden por millones —Rokuro siguió inquiriendo con la mirada, esperando algo más—. Está... Está en nuestro campamento base, en el cementerio de elefantes, cerca de aquí.

—Ya veo —Desvió la mirada a su compañero—. Momo, ¿qué quieres haces con este malnacido?

Una vez solucionaron lo del traficante, Rokuro decidió buscar aquella fruta. Quería verla con sus propios ojos.

—Oye Momo —le preguntó a su compañero durante el camino—. Sigo sin explicarme cómo escapaste de la explosión. Le he dado muchas vueltas, pero no logro entenderlo. El otro hombre yacía muerto, hechos pedazos, y tú saliste ileso... ¿Cómo lo hiciste?

No era un asesino, pero tampoco me importaba mucho lo que le pasara al hombre -Decide tú por él, por mí, le dejaría un cuchillo en la boca para que se liberase con el tiempo, pero antes de irnos, no quiero que vuelva a intentar nada extraño...- Comenté a Rokuro cuando me preguntó sobre que hacer con el maleante. Luego nos pusimos de camino hacia el cementerio de elefantes para buscar la supuesta fruta, había visto un par por lo que sabía exactamente que forma tenían, si era falsa lo sabría al momento. Claramente la curiosidad del humano es algo que destaca y mi acompañante no pudo evitar, resistir la curiosidad propia y preguntó como salí ileso -¿Te acuerdas que te he explicado por encima la mitología de las frutas del diablo? Digamos que no son mitología, existen de verdad, soy la prueba viviente de ello, pero no se como funcionan mis poderes (Mentira) solo se que en ciertas ocasiones desaparezco ante un ataque y aparezco ileso (Bastante difuminada pero verdad) Sí la fruta es real, puedes quedártela... Lo he pensado y bueno, antes de que se la coman ellos o que yo, haga un mal uso, ¿Por qué no comértela tú? No existen las casualidades, todo está escrito o eso creo yo, si estamos los dos... Bueno, los tres y ni el águila ni yo podemos zamparnos la fruta, solo quedas tú- Sí, claramente el cambio de tamaño del pájaro no era algo natural, por lo que solo quedaba pensar que era por una fruta del diablo, algo que me producía algo de temor, dos frutas juntas... Eso sí da miedo... -Debes saber algo antes de comerte la fruta, dan poderes pero nunca los mismos, pueden ser de tres tipos pero nunca sabrás cual es, hay frutas muy raras, otras comunes y otras inútiles, es una apuesta de todo o nada (Nunca mejor dicho en mi caso) pero sobre todo... Trae consecuencias, no podrás nadas, si caes al agua, date por muerto y luego se que hay cosas que te harán mucho daño, pero mi experiencia no puede ofrecerte más ayuda, tendrás que descubrirlo tú...- No había investigado lo suficiente las frutas, era ahora cuando empezaba a interesarme un poco más al toparme con algunas de ellas y ver lo peligrosas que son, pero no sabía mucho de ellas...

Llegamos al cementerio, su campamento estaba en el cráneo de un gran elefante, parecía un campamento indio, al lado de la tienda grande, habían cajas y una muy bonita la verdad... Me acerqué y la abrí, dentro efectivamente... Había una fruta del diablo... Era igual, color extraño, patrones... Miré a Rokuro -Mira a tu alrededor... todos los cráneos sin cuerno... Todos estos animales no han sido vencidos por el tiempo, si no, por cazadores... No hay forma de que pueda saber que has cumplido la promesa pero me arriesgare... Soy de los antiguos, creo en la palabra de la gente...- Le ofrecí la fruta -Te la doy sin problemas, a cambio de que me des toda información que consigas de traficantes de animales, ya sea el Albatros, mi principal objetivo u otros, no te pido que hagas algo con ellos, simplemente necesito contactos, me da igual lo que hagas en tu vida, pero si consigues esta fruta, claramente tu vida cambiará, te traerá un camino espinoso, simplemente quiero tu información... Para frenar la plaga que nos azota... - Si decía que no entraría en combate y me llevaría la fruta, si decía que si... -Por cierto, quedan un par de horas para que nos vengan a buscar, no es mañana... Es en breves...- Casi se me olvida comentar el "pequeño" detalle

Si algo había aprendido en la vida, es que había personas a las que era mejor dejar morir. Cuando Momojiro dejó en sus manos la decisión sobre aquel hombre, Rokuro lo tuvo claro. Fue rápido y casi indoloro, que ya era más de lo que se merecía, y el peliblanco no dudó en ningún momento.

Una vez en camino, Momojiro le explicó todo lo que sabía sobre las frutas del diablo, a lo que prestó especial atención. Le confesó que él también había ingerido una y que ahora poseía un poder que, aunque no terminaba de controlar, le había salvado la vida ante la explosión. Rokuro atendía a su explicación sin perderse ningún detalle; resultaba algo misterioso pero realmente útil, y se preguntaba si él podría obtener algo similar. Sentía que todavía era débil, y que, aunque Takarashi lo ayudaba siempre con gusto, dependía demasiado de este.

Dejó volar su imaginación, pensando en las cosas que podría conseguir. ¿Quizás pudiera volar? ¿O hacerse invisible? Tal vez pudiera crear clones o manipular las sombras. Cualquier poder que le permitiera mejorar sus habilidades ninja era bienvenido, aunque al escuchar las consecuencias dudó por un momento. Era cierto que viajaba poco en barco a lo largo de su vida, pero al irse de su isla natal había pasado más tiempo en un barco que en tierra, y ser incapaz de nadar entrañaba una gran amenaza. Miró a Takarashi, que había vuelto a su hombro, y éste le acarició la cabeza con un ala. Entonces supo que, mientras estuviera con él, no tendría que preocuparse del mar.

Finalmente llegaron al cementerio de elefantes. Los huesos de las criaturas eran gigantescos: largas hileras blancas por doquier. El ambiente había cambiado, y era muy distinto al del bosque. No sabía por qué, pero resultaba tétrico y lúgubre, igual que en un... Sí, un cementerio. «Tengo ideas muy tontas» pensó.

Encontraron una tienda que sin duda resultaba el campamento base de los traficantes, y allí hallaron la fruta, tal y como habían dicho. Resultaba realmente extraña, pero había algo en ella que causaba cierta atracción. Parecía un pequeño melón, con un extraño rabo en la parte superior. La piel de la fruta estaba conformada por unos patrones que recordaban a las olas del mar, pero sus colores diferían: era negro como la noche de la mitad hacia arriba, mientras que la parte inferior poseía un tono rojo anaranjado. Con solo mirarlo no sabía que poder le ofrecería, pero sabía que tenía que ser suya.

—Momo, muchas gracias por todo —le dijo a su compañero de corazón—. Eres muy generoso al dejarme esta fruta a mí, y por supuesto que te ayudaré. Si alguien le hiciera cosas parecidas a Takarashi... No me lo puedo ni imaginar.

Era la primera persona en la que había logrado confiar desde su hermana, y aquello no era fácil. La nobleza de su corazón era destacable, y aunque le había ocultado información, lo había hecho por un buen motivo. Casi se atrevía a pensar que había hecho un amigo.