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Misión: Red Hound.
Objetivo: Recuperación de Item REDACTADO robado del cargamento de REDACTADO.
Objetivo secundario: Castigo y retribución del latrocinio.
Agentes asignados: REDACTADO Y REDACTADO.
Bloothe era un páramo rojo. Frío y extremadamente seco, antaño había sido la base de un grupo de piratas para ahora ser poco más que una parada habitual de criminales que pululaban casi tan a sus anchas como las cabras. En aquel extraño lugar habían sido citados los dos agentes para cumplir con su labor.
—¡BAAAAAAAA!—balaba el chivo pelirrojo, exigiendo más de aquel manjar.
Ay, cómo se arrepentía ahora Jojo de haberse quedado quieto ante la inquisitiva actitud del animal . Ahora su dibujo tenía un tiento, todo gracias al curioso e impulsivo choto que había bajado de las rocas a conocer a lo que creía era otra de su especie. Poniéndose en pie con rapidez y rehuyendo los insistentes intentos del cabrito por alcanzar el bloc que sostenía ahora bien en lo alto, Jojo anduvo por aquel apartado y pedregoso monte buscando a su compañero.
¿Acaso se había equivocado de montículo? Si bien la isla era pequeña, esta tenía una salpicada orografía que hacía bastante difícil el orientarse. Oteando el horizonte desde un pedregón que creía lo suficientemente bien anclado, Jojo admiró el paisaje. Los tonos rojos de la isla se entremezclaban formando un manto de vetas que, aunque presentes, se entremezclaban con degradados que las hacían difíciles de aislar. Como un suelo de mármol moteado o una pared de gotelé, se antojaba en ella caprichosas formas de caras, guerreros, animales y sombras de leyenda. ¿Cuántas historias habrían tenido lugar allí? ¿Cuántas bandas de piratas habrían encontrado en los valles y recovecos de aquellas montañas un lugar para descansar de su ajetreada y ruin vida? Olvidándose por un momento qué había venido a hacer allí. También se olvidó del cabritillo que, frustrado, cogió carrerilla para darle un cabezazo.
Pensando sobre los tonos que debería usar para su obra, el joven artista se preguntó por qué el encuadre iba cambiando tan rápidamente. Aunque no le había hecho daño, la fuerza del cabritillo había bastado para aflojar su articulación y haberle hecho perder su escaso equilibrio. Con una mueca de espanto y los ojos tan abiertos que parecía casi que no tenía párpados, hizo el intento por nadar en el aire y contra el flujo de la imperturbable gravedad. De haber podido gritar para pedir ayuda, seguramente lo habría hecho.
Objetivo: Recuperación de Item REDACTADO robado del cargamento de REDACTADO.
Objetivo secundario: Castigo y retribución del latrocinio.
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Bloothe era un páramo rojo. Frío y extremadamente seco, antaño había sido la base de un grupo de piratas para ahora ser poco más que una parada habitual de criminales que pululaban casi tan a sus anchas como las cabras. En aquel extraño lugar habían sido citados los dos agentes para cumplir con su labor.
—¡BAAAAAAAA!—balaba el chivo pelirrojo, exigiendo más de aquel manjar.
Ay, cómo se arrepentía ahora Jojo de haberse quedado quieto ante la inquisitiva actitud del animal . Ahora su dibujo tenía un tiento, todo gracias al curioso e impulsivo choto que había bajado de las rocas a conocer a lo que creía era otra de su especie. Poniéndose en pie con rapidez y rehuyendo los insistentes intentos del cabrito por alcanzar el bloc que sostenía ahora bien en lo alto, Jojo anduvo por aquel apartado y pedregoso monte buscando a su compañero.
¿Acaso se había equivocado de montículo? Si bien la isla era pequeña, esta tenía una salpicada orografía que hacía bastante difícil el orientarse. Oteando el horizonte desde un pedregón que creía lo suficientemente bien anclado, Jojo admiró el paisaje. Los tonos rojos de la isla se entremezclaban formando un manto de vetas que, aunque presentes, se entremezclaban con degradados que las hacían difíciles de aislar. Como un suelo de mármol moteado o una pared de gotelé, se antojaba en ella caprichosas formas de caras, guerreros, animales y sombras de leyenda. ¿Cuántas historias habrían tenido lugar allí? ¿Cuántas bandas de piratas habrían encontrado en los valles y recovecos de aquellas montañas un lugar para descansar de su ajetreada y ruin vida? Olvidándose por un momento qué había venido a hacer allí. También se olvidó del cabritillo que, frustrado, cogió carrerilla para darle un cabezazo.
Pensando sobre los tonos que debería usar para su obra, el joven artista se preguntó por qué el encuadre iba cambiando tan rápidamente. Aunque no le había hecho daño, la fuerza del cabritillo había bastado para aflojar su articulación y haberle hecho perder su escaso equilibrio. Con una mueca de espanto y los ojos tan abiertos que parecía casi que no tenía párpados, hizo el intento por nadar en el aire y contra el flujo de la imperturbable gravedad. De haber podido gritar para pedir ayuda, seguramente lo habría hecho.
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Agua roja, ahora comprendía la razón por la cual el nombre de la isla. Bueno, eso y la presencia casi absoluta de el tono rojo en absolutamente todo su paisaje, desde las rocas a las plantas, ese color lo abarcaba todo con unos cálidos tonos, los cuales no coincidían con su clima invernal. Las olas rompían contra el pequeño casco del Kataphraktos, aquel sumergible había sido de lo más útil a la hora de llegar sin ser visto por los piratas. Esta isla era pequeña, pero rebosaba de actividad en los pocos asentamientos que tenía, la mayor parte de ella ilícita o llevada a cabo por gente buscada. Pero ninguna de esas cabezas me interesaba, no eran mi misión, no tenía por qué molestarme en ellos.
Puse rumbo por el interior del río, manteniendo sólo la parte superior de la cabina por encima del agua para poder ver. Tenía un par de minutos hasta llegar a un punto seguro, tiempo que aproveché para revisar los detalles de la misión. Abrí el fichero, una etiqueta azul, lo que significaba una actividad de recuperación, nada de violencia si no era estrictamente necesaria y, por supuesto, nosotros no estábamos ahí. Teníamos que recuperar una estatuilla llamada "La venus de jade", una obra de arte de unos cuarenta centímetros de altura que se subastaría en esta isla. Junto con el objetivo venían adjuntos un mapa rudimentario de la isla sólo con los puntos de interés para la misión, una identificación del agente que me asistiría, así como el punto de encuentro, por último una invitación a la subasta que los de inteligencia habían conseguido, como siempre, de alguna forma. Memoricé los detalles y tomé de nuevo los mandos en cuanto pude ver por el rabillo del ojo que nos acercábamos a tierra. La cubierta inferior se dividió para transformarse en seis patas mecánicas que se quedaron ancladas al suelo rocoso. Los pasos retumbaron entre los árboles rojizos, aplastando las rocas de la orilla mientras el sumergible caminaba lentamente hasta quedarse escondido en un punto entre la maleza y las rocas. Apagué el motor y me levanté del asiento de piloto para ir a por mi equipo, nada pesado esta vez, con la escopeta bajo la gabardina y la pistola en su arnés debería bastar. Una última comprobación de que todo funcionase antes de coger el casco. Me lo puse, comprobando que estuviera bien fijado, junto con la máscara y el sombrero. Por último abrí la escotilla y salí al exterior, el aire frío que me recibió me hizo agradecer que llevase la gabardina puesta.
Caminé hasta el sendero más cercano y, desde este, recorrí un par de kilómetros isla adentro hasta el punto de encuentro. Era un montículo cubierto de arbustos y hierbajos rojizos, con algunas cabras pastando entre ellos. Allí estaba, parecía entretenido con las cabras. Me acerqué, parecía demasiado absorto con el paisaje y los animales como para reparar en mi presencia. Por fin llegué a unos metros, estuve a punto de llamar su atención, pero entonces un cabrito le embistió, haciendo que perdiera el equilibrio y acabando en el suelo.
Suspiré, era un nuevo, si no quedaba claro en el informe lo acababa de demostrar. Miré al animal desde la espalda del agente, este no perdió el contacto visual con las lentes de mi máscara mientras retrocedía lentamente hasta darse la vuelta y salir corriendo.
- Levántese Agente, es hora de trabajar. - Dije de forma seca al ponerme a su lado, poniendo mis ojos en el camino colina abajo que llevaba al asentamiento más cercano. - Confío en que haya leído el informe... y tenga claro papel en esta misión.
Puse rumbo por el interior del río, manteniendo sólo la parte superior de la cabina por encima del agua para poder ver. Tenía un par de minutos hasta llegar a un punto seguro, tiempo que aproveché para revisar los detalles de la misión. Abrí el fichero, una etiqueta azul, lo que significaba una actividad de recuperación, nada de violencia si no era estrictamente necesaria y, por supuesto, nosotros no estábamos ahí. Teníamos que recuperar una estatuilla llamada "La venus de jade", una obra de arte de unos cuarenta centímetros de altura que se subastaría en esta isla. Junto con el objetivo venían adjuntos un mapa rudimentario de la isla sólo con los puntos de interés para la misión, una identificación del agente que me asistiría, así como el punto de encuentro, por último una invitación a la subasta que los de inteligencia habían conseguido, como siempre, de alguna forma. Memoricé los detalles y tomé de nuevo los mandos en cuanto pude ver por el rabillo del ojo que nos acercábamos a tierra. La cubierta inferior se dividió para transformarse en seis patas mecánicas que se quedaron ancladas al suelo rocoso. Los pasos retumbaron entre los árboles rojizos, aplastando las rocas de la orilla mientras el sumergible caminaba lentamente hasta quedarse escondido en un punto entre la maleza y las rocas. Apagué el motor y me levanté del asiento de piloto para ir a por mi equipo, nada pesado esta vez, con la escopeta bajo la gabardina y la pistola en su arnés debería bastar. Una última comprobación de que todo funcionase antes de coger el casco. Me lo puse, comprobando que estuviera bien fijado, junto con la máscara y el sombrero. Por último abrí la escotilla y salí al exterior, el aire frío que me recibió me hizo agradecer que llevase la gabardina puesta.
Caminé hasta el sendero más cercano y, desde este, recorrí un par de kilómetros isla adentro hasta el punto de encuentro. Era un montículo cubierto de arbustos y hierbajos rojizos, con algunas cabras pastando entre ellos. Allí estaba, parecía entretenido con las cabras. Me acerqué, parecía demasiado absorto con el paisaje y los animales como para reparar en mi presencia. Por fin llegué a unos metros, estuve a punto de llamar su atención, pero entonces un cabrito le embistió, haciendo que perdiera el equilibrio y acabando en el suelo.
Suspiré, era un nuevo, si no quedaba claro en el informe lo acababa de demostrar. Miré al animal desde la espalda del agente, este no perdió el contacto visual con las lentes de mi máscara mientras retrocedía lentamente hasta darse la vuelta y salir corriendo.
- Levántese Agente, es hora de trabajar. - Dije de forma seca al ponerme a su lado, poniendo mis ojos en el camino colina abajo que llevaba al asentamiento más cercano. - Confío en que haya leído el informe... y tenga claro papel en esta misión.
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¡Jeppou,jeppou! Pensó el agente pateando inútilmente el aire para, centímetro a centímetro, desviar su trayectoria de una muy fatal caída. Siguió cayendo, sí, pero al menos no se despeñaría. Tirado en el suelo, del cual por fortuna ya no podía caerse, Jojo abrazó la tierra con la alegría de un náufrago. Mientras intentaba tranquilizar su respiración y manoteaba para recuperar su cuadernillo, la voz surgió de la nada. Pasaron unos segundos en los que se quedó quieto, muy quieto, como si hacerlo le hubiera permitido camuflar su evidente incompetencia.
Poniéndose depié todo lo deprisa que pudo, el mudo extendió una mano al aire que luego retiró para sacudirse. Vaya primera impresión estaba dando. Algo más limpio del polvo rojizo pegado a su traje marruzco no oficial, cortesía gubernamental para cumplir aquella misión, dedicó por fin un momento a hacer las cosas bien. Inclinándose ante el enmascarado, le saludó y asintió con decisión ante la importante pregunta. Como recluta de primer rango aún no tenía acceso a todo lo que podía saberse sobre la misión, pero tenía muy claro todo lo que le habían permitido saber. Todo a falta de un mínimo pero crucial detalle: ¿Sabía su compañero de su mudez? Probablemente sí, dada el aura de autoridad que emanaba a pesar de estar disfrazado, pero ahí le quedaba la pequeña duda que no sabía bien si mencionar. Aquella era una tesitura crucial, como el decirle a una cita que se le había quedado algo entre los dientes o a tu maestro que se ha equivocado al sumar y te ha puesto más nota.
Desafortunadamente, Jovan Joseph era bueno, y no iría a poner en peligro a su compañero o a la misión por mantener su, ya casi derruida, fachada.
[¿Sabes lenguaje de signos?], preguntó a través de sus manos, ya que la pizarra que solía colgarse del cuello, aunque presente en su equipaje, le habían dicho que rompía la estampa de niño rico que pretendía dar.
A unas malas tenía el cuadernillo, pero el dejar conversaciones escritas, aunque solo fueran su mitad, le resultaba un cabo suelto que podía dejar y con el que sin duda acabaría tropezándose. Bastante ya tenía con hacer de un entendido del arte que se había lanzado a la mar en busca de nuevas e inspiradoras experiencias, parte que apenas tenía por fortuna que interpretar, y que, parte que le resultaba ajena, se había criado en una buena familia y pretendía volver una vez se le agotara el dinero de sus ricos padres con souvenires y vivencias de las que presumir ante sus muchos amigos.
Poniéndose depié todo lo deprisa que pudo, el mudo extendió una mano al aire que luego retiró para sacudirse. Vaya primera impresión estaba dando. Algo más limpio del polvo rojizo pegado a su traje marruzco no oficial, cortesía gubernamental para cumplir aquella misión, dedicó por fin un momento a hacer las cosas bien. Inclinándose ante el enmascarado, le saludó y asintió con decisión ante la importante pregunta. Como recluta de primer rango aún no tenía acceso a todo lo que podía saberse sobre la misión, pero tenía muy claro todo lo que le habían permitido saber. Todo a falta de un mínimo pero crucial detalle: ¿Sabía su compañero de su mudez? Probablemente sí, dada el aura de autoridad que emanaba a pesar de estar disfrazado, pero ahí le quedaba la pequeña duda que no sabía bien si mencionar. Aquella era una tesitura crucial, como el decirle a una cita que se le había quedado algo entre los dientes o a tu maestro que se ha equivocado al sumar y te ha puesto más nota.
Desafortunadamente, Jovan Joseph era bueno, y no iría a poner en peligro a su compañero o a la misión por mantener su, ya casi derruida, fachada.
[¿Sabes lenguaje de signos?], preguntó a través de sus manos, ya que la pizarra que solía colgarse del cuello, aunque presente en su equipaje, le habían dicho que rompía la estampa de niño rico que pretendía dar.
A unas malas tenía el cuadernillo, pero el dejar conversaciones escritas, aunque solo fueran su mitad, le resultaba un cabo suelto que podía dejar y con el que sin duda acabaría tropezándose. Bastante ya tenía con hacer de un entendido del arte que se había lanzado a la mar en busca de nuevas e inspiradoras experiencias, parte que apenas tenía por fortuna que interpretar, y que, parte que le resultaba ajena, se había criado en una buena familia y pretendía volver una vez se le agotara el dinero de sus ricos padres con souvenires y vivencias de las que presumir ante sus muchos amigos.
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Por fin se levantó y se adecentó, retirando el polvo del traje y saludando. Miré discretamente a los lados, nunca podías saber si había alguien vigilando, y si veían un saludo mínimamente marcial entre dos personas bien vestidas podrías sospechar. No había nada más que cabras, no notaba más miradas, mi paranoia me jugaba malas pasadas de ven en cuando. Suspiré dentro de la máscara, casi empañando las lentes. Pude ver que me gesticulaba una pregunta, recordaba leer en la ficha que era mudo, mejor eso que un bocanegra. No corríamos el riesgo de que dijera nada fuera de lugar.
- He estudiado lo básico durante el viaje, puedo entenderlo, pero me cuesta demasiado tiempo hablarlo. - Llevé la mano a un bolsillo y le di un sobre negro, al abrirlo encontraría dentro una cartulina de color gris oscuro con un borde dorado. - Es la invitación, hay sólo una. Memoriza el nombre, yo seré tu guardaespaldas e intérprete. - Saqué otra hoja doblada de otro de los bolsillos. - Estas son las rutas de escape por si las cosas se tuercen y el punto de encuentro por si nos separamos, memorízalo mientras llegamos a El Nido, una vez cerca dale la hoja de comer a las cabras. ¿Alguna pregunta?
Una vez respondidas, si es que las hacía esperaría a que se preparase y comenzaríamos a caminar rumbo a la ciudad. La subasta era dentro de una hora y media, estábamos en las afueras, simplemente teníamos que caminar bajando el camino de este montículo por un pequeño valle recorrido por un arrollo de aguas rojizas.
En efecto, a lo lejos se podían ver los irregulares edificios construidos en la rojiza roca de El Nido, arquitectura hecha por piratas, al margen de la ley y las regulaciones de urbanística. Cada uno de había hecho lo que quería donde quería, aunque fuera encima o en medio de la casa de otro. Parecía casi imposible que se tratase de una ciudad funcional. Todavía nos quedaban unos veinte minutos de caminata hasta llegar a la ciudad, pasando entre pastos rojizos y alguna que otra chabola destartalada. La Perla Roja era uno de los locales más finos en el centro de la ciudad, tendríamos que callejear un poco y esperaba que no hubiera ningún problema durante el trayecto, especialmente ninguno que nos hiciera llamar demasiado la atención.
- He estudiado lo básico durante el viaje, puedo entenderlo, pero me cuesta demasiado tiempo hablarlo. - Llevé la mano a un bolsillo y le di un sobre negro, al abrirlo encontraría dentro una cartulina de color gris oscuro con un borde dorado. - Es la invitación, hay sólo una. Memoriza el nombre, yo seré tu guardaespaldas e intérprete. - Saqué otra hoja doblada de otro de los bolsillos. - Estas son las rutas de escape por si las cosas se tuercen y el punto de encuentro por si nos separamos, memorízalo mientras llegamos a El Nido, una vez cerca dale la hoja de comer a las cabras. ¿Alguna pregunta?
Una vez respondidas, si es que las hacía esperaría a que se preparase y comenzaríamos a caminar rumbo a la ciudad. La subasta era dentro de una hora y media, estábamos en las afueras, simplemente teníamos que caminar bajando el camino de este montículo por un pequeño valle recorrido por un arrollo de aguas rojizas.
En efecto, a lo lejos se podían ver los irregulares edificios construidos en la rojiza roca de El Nido, arquitectura hecha por piratas, al margen de la ley y las regulaciones de urbanística. Cada uno de había hecho lo que quería donde quería, aunque fuera encima o en medio de la casa de otro. Parecía casi imposible que se tratase de una ciudad funcional. Todavía nos quedaban unos veinte minutos de caminata hasta llegar a la ciudad, pasando entre pastos rojizos y alguna que otra chabola destartalada. La Perla Roja era uno de los locales más finos en el centro de la ciudad, tendríamos que callejear un poco y esperaba que no hubiera ningún problema durante el trayecto, especialmente ninguno que nos hiciera llamar demasiado la atención.
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El tacto del papel, la marca de agua, la sencillez del doblado; aquel sobre tenía un nosequé para Jojo. Abriéndolo con sumo cuidado, tanto que tuvo que tardar algo más de la cuenta, inspeccionó su contenido. ¡La manufactura de aquella simple tarjeta superaba con creces la del sobre! Qué feliz era inspeccionando cada mecánico trazo de su elaboración, cada ángulo del dorado marco, cada sutil matiz de aparentemente homogéneo color de día nublado. Y, claro está, los datos concordaban con la poca información que le habían dado sobre su personaje; algo importante pero mucho menos entretenido. Se guardó la invitación con cuidado de que no se doblase demasiado en el bolsillo interno de su pechera;asomaba algo, pero aunque solo peligraba ante diestras manos ladronas no se atrevió a empujarlo más por respeto ante aquella pequeña obra.
El segundo documento que cogió también era bello, a su manera. Allí quedaba recogida la concienzuda preparación de su compañero, su atención al detalle, su exquisita profesionalidad. De seguro no era un borrador, si no el resultado de muchas idas y venidas, radicales revisiones y concienzudas correcciones. Era, aunque simple, algo denso. Muchos caminos, calles y posibles rutas en diferentes puntos del pequeño mapa. ¿Tantas cosas podían salir mal? La preocupación que empezaba a arañar la sonrisa de Jojo quedó mermada por el siguiente pensamiento: ¡Menos mal que voy con alguien tan competente! Intentó quedarse con todo lo que podía, aunque hubiera agradecido alguna referencia visual más allá de la visión del plano.
Solo tenía una pregunta que hacerle antes de coger la maletita que había abandonado en su anterior asiento. Solo una antes de lamentar tirar aquel magnífico esquema al malvado cabritillo que ya no quería acercarse. Una que parecía tan pero tan innecesaria al ser hecha por un mudo.
[¿Cómo te llamas?] Dijo, sabiendo que esta duda estaría sin duda alguna entre las pocas que uno estudiaba al comenzar el aprendizaje de la lengua de signos. Aquello conjunto al abedecedario era el punto donde muchos con las intenciones de aprender se quedaban antes de darse cuenta de lo complejo e incómodo que resultaba aquel idioma nunca hablado. La máscara ya sabía su nombre, al menos el que usaría para aquella misión, pero él aún desconocía cómo debía referirse a su intérprete.
Una vez contestado aquello con un [Encantado de conocerte] seguido del nombre y acompañado con una sincera sonrisa, Jojo seguiría la ruta marcada parándose muy de vez en cuando para admirar el paisaje, lo inusual de la arquitectura o lo estrafalario del rostro de algún borracho. todo, claro está con boceto rápido incluído. No consideró que tuviera que darse prisa, no cuando aún quedaba tanto y debía conservar sus fuerzas entre tanta caminata. Por supuesto un dúo tan extraño atraía alguna afilada atención, pero pocas miradas continuaban al encontrar el brillo carmesí de las lentes.
El segundo documento que cogió también era bello, a su manera. Allí quedaba recogida la concienzuda preparación de su compañero, su atención al detalle, su exquisita profesionalidad. De seguro no era un borrador, si no el resultado de muchas idas y venidas, radicales revisiones y concienzudas correcciones. Era, aunque simple, algo denso. Muchos caminos, calles y posibles rutas en diferentes puntos del pequeño mapa. ¿Tantas cosas podían salir mal? La preocupación que empezaba a arañar la sonrisa de Jojo quedó mermada por el siguiente pensamiento: ¡Menos mal que voy con alguien tan competente! Intentó quedarse con todo lo que podía, aunque hubiera agradecido alguna referencia visual más allá de la visión del plano.
Solo tenía una pregunta que hacerle antes de coger la maletita que había abandonado en su anterior asiento. Solo una antes de lamentar tirar aquel magnífico esquema al malvado cabritillo que ya no quería acercarse. Una que parecía tan pero tan innecesaria al ser hecha por un mudo.
[¿Cómo te llamas?] Dijo, sabiendo que esta duda estaría sin duda alguna entre las pocas que uno estudiaba al comenzar el aprendizaje de la lengua de signos. Aquello conjunto al abedecedario era el punto donde muchos con las intenciones de aprender se quedaban antes de darse cuenta de lo complejo e incómodo que resultaba aquel idioma nunca hablado. La máscara ya sabía su nombre, al menos el que usaría para aquella misión, pero él aún desconocía cómo debía referirse a su intérprete.
Una vez contestado aquello con un [Encantado de conocerte] seguido del nombre y acompañado con una sincera sonrisa, Jojo seguiría la ruta marcada parándose muy de vez en cuando para admirar el paisaje, lo inusual de la arquitectura o lo estrafalario del rostro de algún borracho. todo, claro está con boceto rápido incluído. No consideró que tuviera que darse prisa, no cuando aún quedaba tanto y debía conservar sus fuerzas entre tanta caminata. Por supuesto un dúo tan extraño atraía alguna afilada atención, pero pocas miradas continuaban al encontrar el brillo carmesí de las lentes.
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Gesticulaba de forma lenta, tenía que recordar la forma correcta de cada letra. Sólo tres caracteres, una R, una A y una L, no necesitaba saber más. Por lo menos la pregunta me aliviaba un poco, no le habían dado más información de la necesaria, pero esa curiosidad era algo que tenía que aprender a controlar con el tiempo. Saber demasiado podía dar problemas, saber hacer preguntas, por otro lado, era una de las sutiles artes del trabajo, una forma de conseguir la información justa sin que alguien sepa que te la ha dado. Si lo volvía a ver en un par de años significaría que, por lo menos, había aprendido lo suficiente como para seguir con vida.
El Nido estaba sorprendentemente rebosante de actividad. Un asentamiento que, hasta hacía unos pocos meses, era sólo un refugio para piratas, un alto en el camino por así decirlo. Pero ahora se notaba que había negocios más prósperos, locales que sólo podrían existir con una clientela fija y no gracias al ir y venir de extraños que no verías en meses o años. Este sitio podía superar en poco tiempo a Jaya, o igualar a la nueva Loguetown si se descontrolaba. El que alguien se hubiera tomado tanto esfuerzo en organizar una subasta en esta ciudad implicaba que había personas poderosas que ya habían invertido una cantidad importante de dinero en atraer gente. Una inversión a la larga para poder tener un sitio seguro en el que hacer negocios. No me extrañaría que la presencia pirata se incrementase en los próximos meses en concepto de seguridad. Pero ese no era mi problema.
Una vez entre calles la ruta era cuesta arriba, serpenteando entre las irregulares paredes de El Nido. Con un ojo en la ruta, otro en los transeúntes... y otro en el novato. Sí, no tenía tantos ojos, pero era una forma de hablar. Conforme avanzábamos me daba cuenta de un curioso patrón, los edificios se volvían más regulares y el aspecto de las personas más "respetable", conforme uno ascendía por las calles. Los locales tenían nombres más tranquilizadores, como "El gigante afortunado" y, por lo general, se respiraba cierto aire de exclusividad y lujo.
Por fin llegamos a la entrada de un callejón entre dos edificios, un espacio de poco más de dos metros entre pared y pared, el cual entraba en penumbra a los pocos pasos de entrar, con una iluminación escasa de la luz natural y una pequeño cartel luminoso a un lado, con una puerta de madera decorada con finas tallas algo desgastadas por la sal. Delante había unas seis personas esperando en fila, y un hombre trajeado de más de dos metros de altura, y cara de pocos amigos. Estaba delante de dos de los invitados, revisaba las invitaciones con bastante detenimiento antes de dejar a dos de ellos pasar con una mano, y deteniendo a los dos siguientes con la otra.
- Nos toca hacer cola, ten la invitación a mano. Yo hablaré si es necesario. - Dije en voz baja caminando tranquilamente, quedándome a una distancia respetuosa de los demás invitados haciendo cola.
El Nido estaba sorprendentemente rebosante de actividad. Un asentamiento que, hasta hacía unos pocos meses, era sólo un refugio para piratas, un alto en el camino por así decirlo. Pero ahora se notaba que había negocios más prósperos, locales que sólo podrían existir con una clientela fija y no gracias al ir y venir de extraños que no verías en meses o años. Este sitio podía superar en poco tiempo a Jaya, o igualar a la nueva Loguetown si se descontrolaba. El que alguien se hubiera tomado tanto esfuerzo en organizar una subasta en esta ciudad implicaba que había personas poderosas que ya habían invertido una cantidad importante de dinero en atraer gente. Una inversión a la larga para poder tener un sitio seguro en el que hacer negocios. No me extrañaría que la presencia pirata se incrementase en los próximos meses en concepto de seguridad. Pero ese no era mi problema.
Una vez entre calles la ruta era cuesta arriba, serpenteando entre las irregulares paredes de El Nido. Con un ojo en la ruta, otro en los transeúntes... y otro en el novato. Sí, no tenía tantos ojos, pero era una forma de hablar. Conforme avanzábamos me daba cuenta de un curioso patrón, los edificios se volvían más regulares y el aspecto de las personas más "respetable", conforme uno ascendía por las calles. Los locales tenían nombres más tranquilizadores, como "El gigante afortunado" y, por lo general, se respiraba cierto aire de exclusividad y lujo.
Por fin llegamos a la entrada de un callejón entre dos edificios, un espacio de poco más de dos metros entre pared y pared, el cual entraba en penumbra a los pocos pasos de entrar, con una iluminación escasa de la luz natural y una pequeño cartel luminoso a un lado, con una puerta de madera decorada con finas tallas algo desgastadas por la sal. Delante había unas seis personas esperando en fila, y un hombre trajeado de más de dos metros de altura, y cara de pocos amigos. Estaba delante de dos de los invitados, revisaba las invitaciones con bastante detenimiento antes de dejar a dos de ellos pasar con una mano, y deteniendo a los dos siguientes con la otra.
- Nos toca hacer cola, ten la invitación a mano. Yo hablaré si es necesario. - Dije en voz baja caminando tranquilamente, quedándome a una distancia respetuosa de los demás invitados haciendo cola.
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Por un momento el artista dudó de si seguía encontrándose en Bloothe. De no haber sido por el suelo rojo de sus calles habría creído que, entre que terminaba los últimos esbozo, alguien le había hecho viajar a otra ciudad. Una clásica y típica que nada tenía que ver con la dejadez y los humores de aquella gente que se echaba a la mar con hambre de oro y sed de poder. Aquello lejos de tranquilizarle le hizo sentirse más inseguro.
Después de todo ello significaba que había personas dispuestas a respaldar todo aquello. Intentó desviar las más crudas teorías con la posibilidad de que, simplemente, los que allí vivian deseaban una mejor vida; pero la escasez de niños, de sus risas, alientos y presencias, no señalaba aquella nueva ciudad como un punto para el disfrute de nuevas generaciones. Allí no había ninguna intención de mejorar la infraestructura hacia el bienestar de sus habitantes, solo ante el de los comerciantes. Comerciantes cuyos bienes, sin duda alguna, estaban manchados de sangre.
Se sintió... mal. Enfadado y triste, asqueado y desmotivado. Ninguno de los rostros que había visto estaba triste, arrepentido, o ni siquiera pensativo. Nadie allí debía tener en cuenta lo ajeno salvo por miedo a que esto incitara poner en riesgo lo propio. ¿Pero acaso no era todo el mundo igual en cierta medida? Miró al cielo buscando la luz que moría entre las cornisas según se introducían en el oscuro callejón.
Allí, en la sombra, era difícil dibujar. No imposible, pero sí muy difícil. Tanto como mantener el optimismo. Poniéndose de puntillas muy de vez en cuando para otear el final de la fila, el mudo fue dando rápidos trazos. Sabía que mientras se concentrara en su arte lo hacía también en su personaje, y ello era lo único que tenía y debía hacer para aquella misión. Para cuando se dió cuenta ya estaban delante de la puerta.
—Invitación, por favor—quedó dicho con voz grave y una enorme palma extendida.
¡¿Pero por qué no la sacaba ya y se la daba?! Eso es lo que hubiera pensado cualquiera. Casi podía sentir la más que segura mirada de oido a través de las lentes rojas, pero de seguro RAL, en su papel como guardaespaldas, no rompería su fachada ni le arrebataría con prisas el sobre. Habiendo terminado y momentos antes de que la palma se convirtiese en puño, Jojo hizo entrega en silencio de dos objetos. La invitación y un dibujo del rostro del hombre a la luz del cartel anclado en el hermoso momento de concentración.
Emitió entonces el grandullón una especie de gruñido. Un "huhm". Un breve lapsus de la pausa que se había hecho demasiado larga y que, ya terminada, le empujaba de nuevo al trabajo.
—Bienvenidos—dijo finalmente permitiéndoles entrar.
¡Que alivio!, pensó Jojo, relajándose algo más.
Después de todo ello significaba que había personas dispuestas a respaldar todo aquello. Intentó desviar las más crudas teorías con la posibilidad de que, simplemente, los que allí vivian deseaban una mejor vida; pero la escasez de niños, de sus risas, alientos y presencias, no señalaba aquella nueva ciudad como un punto para el disfrute de nuevas generaciones. Allí no había ninguna intención de mejorar la infraestructura hacia el bienestar de sus habitantes, solo ante el de los comerciantes. Comerciantes cuyos bienes, sin duda alguna, estaban manchados de sangre.
Se sintió... mal. Enfadado y triste, asqueado y desmotivado. Ninguno de los rostros que había visto estaba triste, arrepentido, o ni siquiera pensativo. Nadie allí debía tener en cuenta lo ajeno salvo por miedo a que esto incitara poner en riesgo lo propio. ¿Pero acaso no era todo el mundo igual en cierta medida? Miró al cielo buscando la luz que moría entre las cornisas según se introducían en el oscuro callejón.
Allí, en la sombra, era difícil dibujar. No imposible, pero sí muy difícil. Tanto como mantener el optimismo. Poniéndose de puntillas muy de vez en cuando para otear el final de la fila, el mudo fue dando rápidos trazos. Sabía que mientras se concentrara en su arte lo hacía también en su personaje, y ello era lo único que tenía y debía hacer para aquella misión. Para cuando se dió cuenta ya estaban delante de la puerta.
—Invitación, por favor—quedó dicho con voz grave y una enorme palma extendida.
¡¿Pero por qué no la sacaba ya y se la daba?! Eso es lo que hubiera pensado cualquiera. Casi podía sentir la más que segura mirada de oido a través de las lentes rojas, pero de seguro RAL, en su papel como guardaespaldas, no rompería su fachada ni le arrebataría con prisas el sobre. Habiendo terminado y momentos antes de que la palma se convirtiese en puño, Jojo hizo entrega en silencio de dos objetos. La invitación y un dibujo del rostro del hombre a la luz del cartel anclado en el hermoso momento de concentración.
Emitió entonces el grandullón una especie de gruñido. Un "huhm". Un breve lapsus de la pausa que se había hecho demasiado larga y que, ya terminada, le empujaba de nuevo al trabajo.
—Bienvenidos—dijo finalmente permitiéndoles entrar.
¡Que alivio!, pensó Jojo, relajándose algo más.
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La impaciencia era palpable en el callejón, por parte de ambos, puede que la única razón por la cual no pellizcaba discretamente la espalda del agente para que le diera la invitación al portero, era porque vería un deje de curiosidad en su mirada. Mirada que apartaba rápidamente de la mía, aunque durante unos instantes silenciosos e interminables parecía que estuviese a punto de recurrir a la violencia para echarnos, pero entonces mi compañero se decidió a dar la invitación, junto con un boceto del portero.
Funcionó, sorprendentemente funcionó. Me preguntaba la clase de bichos raros que acudirían a esta clase de eventos para que un portero soportase con tanta paciencia este tipo de comportamiento. Yo me limité a asentir silenciosamente con la cabeza y acceder al interior sin dar problemas. Por lo menos no me habían cacheado, no sabía si eso me alegraba... o me preocupaba.
Tras la puerta una bovedilla de ladrillo de a penas tres metros de altura descendía por unas empinadas escaleras hasta lo que parecía un bajo excavado en la roca. Decorado con paredes de madera y piedras exóticas (para la isla). Una antesala en la que se exhibían varios cuadros colgados de diferentes temáticas nos recibió abajo, en una mesilla había una serie de folletos con las obras en venta, la hora y el precio de salida. Una recepcionista elegantemente vestida le ofreció a mi acompañante el cartel con su número para la subasta. Al otro lado de unas cortinas a medio correr se podía ver una sala más grande con más obras de arte en exhibición, algunas de distintas disciplinas artísticas, algunas de porte más histórico, otras más contemporáneas. Teníamos una media hora hasta que empezase la subasta, tiempo que los invitados aprovechaban para socializar entre ellos y disfrutar de las copas y tentempiés que los camareros repartían. Sin duda, nadie se atrevería a buscar una reunión de esta clase en una isla con la fama de Bloothe.
Estaba a punto de invitar a mi compañero a que intentase mezclarse entre los invitados, que aprendiese a fundirse en el entorno en el que le mandasen trabajar, cuando dos hombres trajeados y corpulentos se nos acercaron, con su mirada oculta tras las gafas de sol.
- Disculpen caballeros. Tenemos que pedirles que nos acompañen un momento. - Dijo uno de ellos con tono calmado, casi tanto que parecía una amenaza velada.
Apreté la mano, no podía ser que la situación se hubiera torcido tan pronto, algo nos había delatado, algo o alguien. Puede que la entrada de los de inteligencia fuera una copia tan barata que nos dejaron pasar para matarnos sin llamar la atención fuera, o torturarnos e interrogarnos para saber quién nos enviaba. Tendría que usar la fuerza para salir. Ya buscaría entre los restos de los asistentes la obra de arte que buscábamos. Lentamente me fui llevando la mano con discreción a la pistoleta bajo la gabardina.
Funcionó, sorprendentemente funcionó. Me preguntaba la clase de bichos raros que acudirían a esta clase de eventos para que un portero soportase con tanta paciencia este tipo de comportamiento. Yo me limité a asentir silenciosamente con la cabeza y acceder al interior sin dar problemas. Por lo menos no me habían cacheado, no sabía si eso me alegraba... o me preocupaba.
Tras la puerta una bovedilla de ladrillo de a penas tres metros de altura descendía por unas empinadas escaleras hasta lo que parecía un bajo excavado en la roca. Decorado con paredes de madera y piedras exóticas (para la isla). Una antesala en la que se exhibían varios cuadros colgados de diferentes temáticas nos recibió abajo, en una mesilla había una serie de folletos con las obras en venta, la hora y el precio de salida. Una recepcionista elegantemente vestida le ofreció a mi acompañante el cartel con su número para la subasta. Al otro lado de unas cortinas a medio correr se podía ver una sala más grande con más obras de arte en exhibición, algunas de distintas disciplinas artísticas, algunas de porte más histórico, otras más contemporáneas. Teníamos una media hora hasta que empezase la subasta, tiempo que los invitados aprovechaban para socializar entre ellos y disfrutar de las copas y tentempiés que los camareros repartían. Sin duda, nadie se atrevería a buscar una reunión de esta clase en una isla con la fama de Bloothe.
Estaba a punto de invitar a mi compañero a que intentase mezclarse entre los invitados, que aprendiese a fundirse en el entorno en el que le mandasen trabajar, cuando dos hombres trajeados y corpulentos se nos acercaron, con su mirada oculta tras las gafas de sol.
- Disculpen caballeros. Tenemos que pedirles que nos acompañen un momento. - Dijo uno de ellos con tono calmado, casi tanto que parecía una amenaza velada.
Apreté la mano, no podía ser que la situación se hubiera torcido tan pronto, algo nos había delatado, algo o alguien. Puede que la entrada de los de inteligencia fuera una copia tan barata que nos dejaron pasar para matarnos sin llamar la atención fuera, o torturarnos e interrogarnos para saber quién nos enviaba. Tendría que usar la fuerza para salir. Ya buscaría entre los restos de los asistentes la obra de arte que buscábamos. Lentamente me fui llevando la mano con discreción a la pistoleta bajo la gabardina.
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¡Oooh, aaaah! De haber podiudo hablar, probablemente aquellos sonidos de grata sorpresa hubieran manado de la boca de Jojo. Sin embargo, como no podía, estas expresiones solo quedaban reflejada sobre su rostro como un brillo de admiración ante cada obra de arte que veía, estuviera esta expuesta o no.
Casi todos los personajes allí presentes ignorarían vehementemente las labores de los artistas que no necesitaban firmar, y a los que firmaban le dedicaban simplemente la atención suficiente como para saber si sus trabajos quedarían bien en algún lugar de sus lujosas mansiones. Sin embargo Jojo admiraba cada tablón bien puesto, cada sutil pincelada, cada corrección hecha al momento, cada puntada del traje ceñido a la dama, cada veta de la piedra de tierras lejanas, cada minuto de dedicación a lustrar un zapato hecho con cariño y vestido por mero gusto. Todo aquello era arte.
De seguro Jojo se iría dando un pequeño paseo por la exposición probando lo que le ofrecían y agradeciéndolo con una mirada directa y sincera. Desde luego se hubiera diferenciado demasiado del resto de bienvestidos que tomaban las copas sin mirar y cuya atención se centraba en exclusiva en los negocios que pudieran realizar con el resto de invitados; pero aquella siquiera llegó a suceder. Todo se torció antes de que el apasionado por el arte tubiera la oportunidad de perderse en su mundo.
En lugar de reaccionar ante aquellas palabras asustándose, Jojo sintió... enfado. Como a un niño al que le habían prometido ir a la tienda de golosinas para luego ir por otro camino de vuelta a casa quiso patalear y tirarse al suelo, pero la autoridad, y el recordar dónde estaban, le hizo volver a ser adulto.
Con las manos ocupadas con los folletos y la pala se vio forzado a entregárselos a su guardaespaldas e intérprete. Quizás aquello bastaría para evitar la pelea que podía iniciarse, y de la que no tenía ni idea.
[¿Por qué?] Expuso con un gesto de clara molestia que era incapaz del todo de ocultar a la espera de ser traducido. Un arrebato propio de la nobleza, o la de un verdadero artista a quien le han arrebatado una magnífica oportunidad para deleitar sus sentidos.
Tal era la confianza de Jojo en el gobierno que, a clara diferencia de su compañero, no pensaba que la falsificación había sido detectada de alguna forma. Tal era la tranquilidad de ser acompañado por un agente capaz y dispuesto que no sentía peligro alguno al enfrentarse a los guardias ni al resto de asistentes. Tan inmenso era su tranquilizador optimismo que era hasta contagioso.
Sin duda aceptaría ir con ellos.
Casi todos los personajes allí presentes ignorarían vehementemente las labores de los artistas que no necesitaban firmar, y a los que firmaban le dedicaban simplemente la atención suficiente como para saber si sus trabajos quedarían bien en algún lugar de sus lujosas mansiones. Sin embargo Jojo admiraba cada tablón bien puesto, cada sutil pincelada, cada corrección hecha al momento, cada puntada del traje ceñido a la dama, cada veta de la piedra de tierras lejanas, cada minuto de dedicación a lustrar un zapato hecho con cariño y vestido por mero gusto. Todo aquello era arte.
De seguro Jojo se iría dando un pequeño paseo por la exposición probando lo que le ofrecían y agradeciéndolo con una mirada directa y sincera. Desde luego se hubiera diferenciado demasiado del resto de bienvestidos que tomaban las copas sin mirar y cuya atención se centraba en exclusiva en los negocios que pudieran realizar con el resto de invitados; pero aquella siquiera llegó a suceder. Todo se torció antes de que el apasionado por el arte tubiera la oportunidad de perderse en su mundo.
En lugar de reaccionar ante aquellas palabras asustándose, Jojo sintió... enfado. Como a un niño al que le habían prometido ir a la tienda de golosinas para luego ir por otro camino de vuelta a casa quiso patalear y tirarse al suelo, pero la autoridad, y el recordar dónde estaban, le hizo volver a ser adulto.
Con las manos ocupadas con los folletos y la pala se vio forzado a entregárselos a su guardaespaldas e intérprete. Quizás aquello bastaría para evitar la pelea que podía iniciarse, y de la que no tenía ni idea.
[¿Por qué?] Expuso con un gesto de clara molestia que era incapaz del todo de ocultar a la espera de ser traducido. Un arrebato propio de la nobleza, o la de un verdadero artista a quien le han arrebatado una magnífica oportunidad para deleitar sus sentidos.
Tal era la confianza de Jojo en el gobierno que, a clara diferencia de su compañero, no pensaba que la falsificación había sido detectada de alguna forma. Tal era la tranquilidad de ser acompañado por un agente capaz y dispuesto que no sentía peligro alguno al enfrentarse a los guardias ni al resto de asistentes. Tan inmenso era su tranquilizador optimismo que era hasta contagioso.
Sin duda aceptaría ir con ellos.
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Suspiré tratando de tranquilizarme, aceptando las pertenencias de mi compañero en mi mano en vez de sacar la pistola. Traduje su pregunta sin mucha demora, a lo que uno de ellos simplemente contestó. Ahora que me calmaba un poco no notaba hostilidad en ellos, no estaban en guardia, por lo que no nos veían como una amenaza. Quizás fuera por otra razón. Sea cual fuere no creía que pensasen que la seguridad de la subasta había sido comprometida por dos infiltrados.
- El jefe quiere hablar con ustedes en privado. - Dijo el que nos llamó la atención. - Si hacen el favor de seguirnos.
Con un gesto nos invitó a acompañarlos. Asentí en silencio y nos pusimos a caminar tras los dos hombres trajeados. Los dos iban de frente, tratando de abrir paso amablemente entre los asistentes. Una buena señal, eso significaba que ninguno de los dos se había puesto a nuestras espaldas tratando de cubrir una posible huida. Y hablando de escapes... sólo había una salida, y era pequeña. En caso de tener que salir por patas teníamos que asegurarnos que fuera antes de que se desatara el pánico entre los asistentes, o corríamos el riesgo de que ellos mismos nos bloqueasen el escape sin querer. Poco margen para los problemas.
Llegamos a una esquina de la sala grande en la que estaban los invitados, disimulado entre cortinas había un pasillo que se adentraba unos diez metros en la roca, a la derecha había un par de puertas sin señalizar, pero al final había una algo más grande, lacada en blanco y decorada con grabados. Uno de los guardias llamó con dos delicados golpes sobre la madera, a lo que una voz al otro lado respondió, dando permiso para pasar.
Al otro lado había un amplio despacho, con unas estanterías a un lado que exhibían una colección de libros, pequeñas figuras y demás curiosidades varias. Paredes rematadas en madera de nogal con varios cuadros colgados, iluminados tenuemente por su propio foco. La cuidada alfombra parecía confeccionada en Arabasta, sobre esta una mesita de café con dos sillones tapizados en cuero tratado. Al otro lado un sofá cubierto de piel blanca de un animal que no sabía identificar. Al final de la sala había un escritorio de gruesa madera de roble teñida en un barniz oscuro, con varios documentos sobre este, así como un cenicero con un puro a medio fumar.
- Bienvenidos mis distinguidos invitados. - Dijo una voz tras el escritorio, levantándose de su sillón y dejando que la luz de su lámpara iluminara su rostro. Un hombre no muy alto, de complexión más bien rechoncha y rasgos bizarros acentuados por lo que supuse que eran piercings y maquillaje. Se adecentó su traje a rayas y se acercó, ofreciéndonos un asiento a cada uno y dejándose caer sobre el sofá, dando una calada al puro. - Les he llamado porque tengo una tentadora oferta que hacerles.
Esto no formaba parte del plan.
- El jefe quiere hablar con ustedes en privado. - Dijo el que nos llamó la atención. - Si hacen el favor de seguirnos.
Con un gesto nos invitó a acompañarlos. Asentí en silencio y nos pusimos a caminar tras los dos hombres trajeados. Los dos iban de frente, tratando de abrir paso amablemente entre los asistentes. Una buena señal, eso significaba que ninguno de los dos se había puesto a nuestras espaldas tratando de cubrir una posible huida. Y hablando de escapes... sólo había una salida, y era pequeña. En caso de tener que salir por patas teníamos que asegurarnos que fuera antes de que se desatara el pánico entre los asistentes, o corríamos el riesgo de que ellos mismos nos bloqueasen el escape sin querer. Poco margen para los problemas.
Llegamos a una esquina de la sala grande en la que estaban los invitados, disimulado entre cortinas había un pasillo que se adentraba unos diez metros en la roca, a la derecha había un par de puertas sin señalizar, pero al final había una algo más grande, lacada en blanco y decorada con grabados. Uno de los guardias llamó con dos delicados golpes sobre la madera, a lo que una voz al otro lado respondió, dando permiso para pasar.
Al otro lado había un amplio despacho, con unas estanterías a un lado que exhibían una colección de libros, pequeñas figuras y demás curiosidades varias. Paredes rematadas en madera de nogal con varios cuadros colgados, iluminados tenuemente por su propio foco. La cuidada alfombra parecía confeccionada en Arabasta, sobre esta una mesita de café con dos sillones tapizados en cuero tratado. Al otro lado un sofá cubierto de piel blanca de un animal que no sabía identificar. Al final de la sala había un escritorio de gruesa madera de roble teñida en un barniz oscuro, con varios documentos sobre este, así como un cenicero con un puro a medio fumar.
- Bienvenidos mis distinguidos invitados. - Dijo una voz tras el escritorio, levantándose de su sillón y dejando que la luz de su lámpara iluminara su rostro. Un hombre no muy alto, de complexión más bien rechoncha y rasgos bizarros acentuados por lo que supuse que eran piercings y maquillaje. Se adecentó su traje a rayas y se acercó, ofreciéndonos un asiento a cada uno y dejándose caer sobre el sofá, dando una calada al puro. - Les he llamado porque tengo una tentadora oferta que hacerles.
Esto no formaba parte del plan.
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Jojo no estaba preparado para conocer cara a cara a un jefe criminal. No. Ni de lejos. ¡Pero aquella era una gran oportunidad para testar sus habilidades! ¡Y, además, contaba con su compañero RAL para sacarle de cualquier entuerto incluso si se tiraba a este de cabeza! Eso pensaba Jojo, o al menos eso se esforzaba en pensar agarrado al tenue resplandor inventado en aquella situación tan negra como el sobaco de un grillo.
De nuevo el artista se perdió momentáneamente en el mundo lacado en blanco, y de no haber sido por el marco triple que conformaban los seguratas y su guardaespaldas hubiera saltado fuera de la escena para ver más de cerca los cuadros, admirar las estatuillas y ojear los libros. Caminó, mirando de un lado a otro, hasta que la voz le hizo ver realmente que, o a quién, tenía en rente. No reconoció al pintoresco personaje, pero sintió una extraña sensación al sostener su mirada ofidia. Jojo dejó de sonreír, pero no entendió por qué... así que no tardó en volver a hacerlo.
Miró el mudo con interés a aquel amalgama de anomalías anatómicas sin percatarse de que se había detenido mucho antes de alcanzar la alfombra. Cuando la pequeña garra del monstruo se movió para ofrecerles asiento su cuerpo se puso en marcha, pero de nuevo se detuvo. Justo antes de pisar las finas hebras. Bajó la mirada, ocultando su rostro en una de tantas sombras que pululaban el escenario.
Independientemente de la decisión que tomara su acompañante, Jojo no se acercaría más, y por supuesto no se sentaría. Aquello era evidente. Tanto que el enano reparó en ello con una ofendida curiosidad.
—¿No quiere sentarse a escuchar la oferta? —exhaló con una tormentosa nubecilla de humo.
Jojo mostró sus inofensivas palmas y levantó la cabeza, negando con una sonrisa sincera. Luego gesticuló para ser traducido.
[Me caí antes, no quiero manchar]
Aquella era la única verdad. Nada de temor por no poder reaccionar a tiempo estando sentado, o porque aquello fuera una vil trampa de dibujos animados. Solo su amor ante las cosas y la bondad por no dar trabajo de más.
"El jefe" pareció algo sorprendido, pero Jojo lo atribuyó simplemente a su necesidad de un intérprete. Tras otra larga calada, el enano volvió a hablar.
—Verá, pese a que tengo la fortuna de rodearme de magníficas obras de arte, rara vez se me presenta la oportunidad de conocer artistas— exhaló, con una tristeza meditabunda y una intención voraz—. ¿Por que es usted un artista, verdad?
Aquello dicho por el ojos de serpiente la paralizó. ¿¡Tan pronto habían descubierto su fachada?! ¿¡Ya se tenía RAL que liar a tiros?! ¡Sangre y muertos, muertos y sangre! No. No estaba disfrazado. No como iba. No ante aquello. Aunque la pregunta le hizo dudar de si llevaba un disfraz siempre. La palma extendida y temblorosa no necesitó traducción.
—¡Hah! —rió con un extraño y estridente gritito de cabra alcahueta— ¡Qué modesto! Y sin embargo capaz de capturar la esencia de Jhonny en, ¿qué, cinco, diez minutos?
Jojo abanicó el aire con vergonzosa modestia.
—Me gustaría hacerle una comisión de un cuadro de mi persona, para comenzar claro. Si resulta de mi agrado —Jugueteó con su puro — le seguirán la confección de mas obras. El dinero, por supuesto, no es problema, pero realizaré el pago una vez quede terminada. Así tendrá la oportunidad de convencerme del todo en cuanto a su talento —terminó por decir lleno de orgullo y satisfacción—. Mi gente intercambiará información con su... criado para organizar una reunión dedicada en el futuro—Jojo asintió sin poder reprimir una divertida sonrisilla ante la devaluación de su acompañante—. Estupendo... ahora, si desea volver a la fiesta...
[¿Puedo ver sus obras antes?] Preguntaría con entusiasmo, aunque quizás su intérprete lo traducía de otra manera para empujarle fuera de aquella boca del lobo.
De nuevo el artista se perdió momentáneamente en el mundo lacado en blanco, y de no haber sido por el marco triple que conformaban los seguratas y su guardaespaldas hubiera saltado fuera de la escena para ver más de cerca los cuadros, admirar las estatuillas y ojear los libros. Caminó, mirando de un lado a otro, hasta que la voz le hizo ver realmente que, o a quién, tenía en rente. No reconoció al pintoresco personaje, pero sintió una extraña sensación al sostener su mirada ofidia. Jojo dejó de sonreír, pero no entendió por qué... así que no tardó en volver a hacerlo.
Miró el mudo con interés a aquel amalgama de anomalías anatómicas sin percatarse de que se había detenido mucho antes de alcanzar la alfombra. Cuando la pequeña garra del monstruo se movió para ofrecerles asiento su cuerpo se puso en marcha, pero de nuevo se detuvo. Justo antes de pisar las finas hebras. Bajó la mirada, ocultando su rostro en una de tantas sombras que pululaban el escenario.
Independientemente de la decisión que tomara su acompañante, Jojo no se acercaría más, y por supuesto no se sentaría. Aquello era evidente. Tanto que el enano reparó en ello con una ofendida curiosidad.
—¿No quiere sentarse a escuchar la oferta? —exhaló con una tormentosa nubecilla de humo.
Jojo mostró sus inofensivas palmas y levantó la cabeza, negando con una sonrisa sincera. Luego gesticuló para ser traducido.
[Me caí antes, no quiero manchar]
Aquella era la única verdad. Nada de temor por no poder reaccionar a tiempo estando sentado, o porque aquello fuera una vil trampa de dibujos animados. Solo su amor ante las cosas y la bondad por no dar trabajo de más.
"El jefe" pareció algo sorprendido, pero Jojo lo atribuyó simplemente a su necesidad de un intérprete. Tras otra larga calada, el enano volvió a hablar.
—Verá, pese a que tengo la fortuna de rodearme de magníficas obras de arte, rara vez se me presenta la oportunidad de conocer artistas— exhaló, con una tristeza meditabunda y una intención voraz—. ¿Por que es usted un artista, verdad?
Aquello dicho por el ojos de serpiente la paralizó. ¿¡Tan pronto habían descubierto su fachada?! ¿¡Ya se tenía RAL que liar a tiros?! ¡Sangre y muertos, muertos y sangre! No. No estaba disfrazado. No como iba. No ante aquello. Aunque la pregunta le hizo dudar de si llevaba un disfraz siempre. La palma extendida y temblorosa no necesitó traducción.
—¡Hah! —rió con un extraño y estridente gritito de cabra alcahueta— ¡Qué modesto! Y sin embargo capaz de capturar la esencia de Jhonny en, ¿qué, cinco, diez minutos?
Jojo abanicó el aire con vergonzosa modestia.
—Me gustaría hacerle una comisión de un cuadro de mi persona, para comenzar claro. Si resulta de mi agrado —Jugueteó con su puro — le seguirán la confección de mas obras. El dinero, por supuesto, no es problema, pero realizaré el pago una vez quede terminada. Así tendrá la oportunidad de convencerme del todo en cuanto a su talento —terminó por decir lleno de orgullo y satisfacción—. Mi gente intercambiará información con su... criado para organizar una reunión dedicada en el futuro—Jojo asintió sin poder reprimir una divertida sonrisilla ante la devaluación de su acompañante—. Estupendo... ahora, si desea volver a la fiesta...
[¿Puedo ver sus obras antes?] Preguntaría con entusiasmo, aunque quizás su intérprete lo traducía de otra manera para empujarle fuera de aquella boca del lobo.
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Parecía que la situación era algo mejor de lo esperado, lejos de sospechar de nosotros, el numerito a la entrada había llamado la atención del anfitrión para bien. Aunque, bueno, al igual que al final toda fama era buena, en este trabajo llamar la atención era malo, o por lo menos no lo ideal. Por primera vez su comportamiento extraño y compulsivo ayudaron a labrar una fachada, o por lo menos eso quería creer, de artista excéntrico. Un talento por despegar que tenía tantas manías como potencial, eso era lo que veía en la mirada de aquel pequeño sujeto. Una curiosidad despertada por un boceto, el cual había hecho que se encaprichase con tener una obra propia. Por lo menos esto no era algo que nos desviase de la misión, tras esto desapareceríamos para no volver, yo por lo menos, aunque el agente parecía demasiado interesado en la oferta.
- Por supuesto el señor J.J. acepta encantado, aunque tenga en cuenta que todavía tiene trabajos por terminar. - Comenté ignorando el hecho de que me habían llamado sirviente. - De todas formas tratándose de alguien como usted estoy seguro que puede haber un cambio de... prioridades.
- Oh no, no. Que se tome su tiempo, uno no puede meterle prisa al buen arte. Me conformo con su compromiso. - Contestó tras dar una calada al puro.
- Bien, le facilitaré la información de contacto a uno de sus hombres. - Obviamente falsa. - En cuanto al precio, dependerá del tipo de obra que espere, pero en última instancia y, como muestra de buena fe, quedará a su merced. - Demasiadas palabras en una frase, me estaba cansando esto de hacer de intérprete.
Por último Joseph parecía querer quedarse a mirar las obras, pero no podíamos quedarnos más tiempo. Cada frase que salía de mis labios era una oportunidad más que tenían de descubrir nuestra tapadera. Lo mejor era limitar el contacto. Asentí al agente, como si aceptase traducir su última frase.
- Dice que tiene un gusto exquisito y que no puede esperar a ver las obras subastadas. - Mentí.
- Faltaría más. En ese caso dejo de entretenerles. Que disfruten de la subasta. - Se levantó para despedirse de nosotros.
Por nuestra parte fuimos escoltados de vuelta hasta la sala principal a pocos minutos de que comenzase la subasta. Ahí por lo menos tenía otras obras en exposición con las que entretenerse. Por mi parte me separé un momento para poder dar una dirección de contacto falsa a uno de los guardias que nos escoltaron, procuré que coincidiera con la procedencia de la tapadera para que no sospechasen. Ahora sólo quedaba que comenzase la subasta, el artículo que nos interesaba era el tercero en la lista, así que mientras mi compañero pudiera hacerse pasar por un interesado pujando un par de veces yo procuraría memorizar los rostros de los compradores.
- Por supuesto el señor J.J. acepta encantado, aunque tenga en cuenta que todavía tiene trabajos por terminar. - Comenté ignorando el hecho de que me habían llamado sirviente. - De todas formas tratándose de alguien como usted estoy seguro que puede haber un cambio de... prioridades.
- Oh no, no. Que se tome su tiempo, uno no puede meterle prisa al buen arte. Me conformo con su compromiso. - Contestó tras dar una calada al puro.
- Bien, le facilitaré la información de contacto a uno de sus hombres. - Obviamente falsa. - En cuanto al precio, dependerá del tipo de obra que espere, pero en última instancia y, como muestra de buena fe, quedará a su merced. - Demasiadas palabras en una frase, me estaba cansando esto de hacer de intérprete.
Por último Joseph parecía querer quedarse a mirar las obras, pero no podíamos quedarnos más tiempo. Cada frase que salía de mis labios era una oportunidad más que tenían de descubrir nuestra tapadera. Lo mejor era limitar el contacto. Asentí al agente, como si aceptase traducir su última frase.
- Dice que tiene un gusto exquisito y que no puede esperar a ver las obras subastadas. - Mentí.
- Faltaría más. En ese caso dejo de entretenerles. Que disfruten de la subasta. - Se levantó para despedirse de nosotros.
Por nuestra parte fuimos escoltados de vuelta hasta la sala principal a pocos minutos de que comenzase la subasta. Ahí por lo menos tenía otras obras en exposición con las que entretenerse. Por mi parte me separé un momento para poder dar una dirección de contacto falsa a uno de los guardias que nos escoltaron, procuré que coincidiera con la procedencia de la tapadera para que no sospechasen. Ahora sólo quedaba que comenzase la subasta, el artículo que nos interesaba era el tercero en la lista, así que mientras mi compañero pudiera hacerse pasar por un interesado pujando un par de veces yo procuraría memorizar los rostros de los compradores.
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Apenas quedaban ya canapés. Por si no fuera poco con no haber podido sondear en la grandeza de la colección privada de "El Jefe", tampoco parecía que pudiera a estas horas catar todos los tipos. Pululando por la sala para examinar las obras expuestas en el poco tiempo del que ahora disponía, Jojo permitió a su compañero analizar con el mismo interés pero mucha más sutileza los rostros de los allí presentes.
La sala contenía tan solo una pequeña pero diversa muestra de la subasta, sin embargo no había rastro allí de la Venus. De hecho todo lo que había allí era grande, aparatoso de transportar y por lo tanto difícil de robar. Tanto que por un momento hizo dudar al mudo de cómo habían sido capaces de montar todo aquello. Se encontró pues al cabo de un rato mirando las cortinas, recordando las dimensiones de las puertas y contando, por pasos, las obras de mayor dimensión. Algo no cuadraba... Tampoco lo hacía el cómo habrían traido todo hasta allí, cómo habían construido todo en Bloothe...
Abriendo el folleto mientras tomaba uno de los últimos canapés, Jojo repasó el amplio catálogo doblando las esquinas con cuidado para marcar las entradas que pudieran resultar de interés más obvio, aquellas en las que pudiera entremezclarse en la guerra de pujas sin llamar mucho la atención, así como otras en la línea de la no tan pequeña efigie que venían buscando. Tallada en jade verde veteado, destacaba en el cuarto puesto de la sección de esculturas escoltadas por piezas algo más grandes y de tonos similares con temática humana. Aunque la mink osa de mármol rosa no tenía mucho de humano...
Un breve y suave tañido se apoderó de la sala. El personal indicó amablemente a los invitados que le siguiesen hasta otra sala, una que, al igual que el pasillo por donde habían discurrido los agentes momentos antes, quedaba oportunamente disimulada por los espesos telones. Con tantas sillas en filas como invitados, y alguna más, y un atril cuya parte trasera era más bien un escenario, parecía ser el lugar donde finalmente tendría lugar la subasta. A diferencia de algún ansioso hombre de negocios que fue a sentarse en primera fila, Jojo, esperó a que le diesen asiento. De hecho dejó pasar antes que él a un anciano reumático y a su joven esposa con acostumbrada amabilidad.
—Estos jóvenes sin ambición...—murmuró el desagradecido viejales.
Y por fin, cuando tomaron asiento, empezó el show.
La sala contenía tan solo una pequeña pero diversa muestra de la subasta, sin embargo no había rastro allí de la Venus. De hecho todo lo que había allí era grande, aparatoso de transportar y por lo tanto difícil de robar. Tanto que por un momento hizo dudar al mudo de cómo habían sido capaces de montar todo aquello. Se encontró pues al cabo de un rato mirando las cortinas, recordando las dimensiones de las puertas y contando, por pasos, las obras de mayor dimensión. Algo no cuadraba... Tampoco lo hacía el cómo habrían traido todo hasta allí, cómo habían construido todo en Bloothe...
Abriendo el folleto mientras tomaba uno de los últimos canapés, Jojo repasó el amplio catálogo doblando las esquinas con cuidado para marcar las entradas que pudieran resultar de interés más obvio, aquellas en las que pudiera entremezclarse en la guerra de pujas sin llamar mucho la atención, así como otras en la línea de la no tan pequeña efigie que venían buscando. Tallada en jade verde veteado, destacaba en el cuarto puesto de la sección de esculturas escoltadas por piezas algo más grandes y de tonos similares con temática humana. Aunque la mink osa de mármol rosa no tenía mucho de humano...
Un breve y suave tañido se apoderó de la sala. El personal indicó amablemente a los invitados que le siguiesen hasta otra sala, una que, al igual que el pasillo por donde habían discurrido los agentes momentos antes, quedaba oportunamente disimulada por los espesos telones. Con tantas sillas en filas como invitados, y alguna más, y un atril cuya parte trasera era más bien un escenario, parecía ser el lugar donde finalmente tendría lugar la subasta. A diferencia de algún ansioso hombre de negocios que fue a sentarse en primera fila, Jojo, esperó a que le diesen asiento. De hecho dejó pasar antes que él a un anciano reumático y a su joven esposa con acostumbrada amabilidad.
—Estos jóvenes sin ambición...—murmuró el desagradecido viejales.
Y por fin, cuando tomaron asiento, empezó el show.
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El ir y venir de los rostros hacía algo complicado quedarme con todos, pero entre ellos se podían establecer algunos "favoritos", simplemente era cuestión de prioridades. La vestimenta servía para separar a los compradores de los acompañantes, mientras que los compradores podían ir de un atuendo algo más casual a algo llamativamente elegante, los acompañantes siempre eran como un complemento, bien vestidos, pero sin eclipsar a quien los había traído hasta ahí. La forma de actuar de estos, las miradas, los pasos que daban, la forma de gesticular o la falta de expresión me hacía distinguir entre dos tipos de acompañantes, los de placer y los de seguridad. Estos últimos eran tan importantes como los compradores, tendríamos que tener algún que otro roce indeseado si su contratante compraba la obra que habíamos venido a buscar. Por último la fama que tenía cada asistente, o aparentaba tener. Podía reconocer algún que otro rostro, más del mundo criminal que de los coleccionistas, aquí había un poco de todo de todas formas. Aun así, entre los que reconocía no había nadie preocupante.
Quizás me estaba tomando el trabajo demasiado en serio, una mirada tan fija en los asistentes y sin siquiera tomar una copa o probar los aperitivos, ya no digamos socializar, estaba haciendo que me ganase alguna que otra mirada de aprensión. De todas formas procuré ceñirme a mi papel sin separarme mucho del lado de Joseph, quien parecía más absorto en las cortinas que en la misión.
Por fin Se hizo la llamada y los asistentes comenzaron a tomar asiento. Algunos acompañantes se sentaban junto con los compradores, pero los que destacaban por ser de seguridad se quedaban a un lado, de pie entre la penumbra de la sala sin molestar ni tomar un asiento innecesario. Observé como mi compañero cedía un asiento y tomaba el suyo. Me acerqué para susurrarle al oído.
- Las pujas al principio son bajas, haz un par de ellas para no llamar la atención. No necesitamos comprar la Venus. - Dicho esto me retiré a un lado.
Confiaba en su juicio, bueno, más bien quería confiar en su juicio. Si era alguien que supiera algo más de arte que yo podía saber cuales eran las piezas más cotizadas y colar alguna puja en ellas, a sabiendas que alguien más interesado acabaría comprándola. De todas formas en la guía venía especificado el precio de apertura de cada una, por lo que podría hacerse una idea con las más caras.
- Empezamos con la primera obra. Un tapiz que retrata "La caída de la plaza real" datado hace trescientos años y tejido con lana de Dressrosa. La puja comienza en quinientos mil berries.
Quizás me estaba tomando el trabajo demasiado en serio, una mirada tan fija en los asistentes y sin siquiera tomar una copa o probar los aperitivos, ya no digamos socializar, estaba haciendo que me ganase alguna que otra mirada de aprensión. De todas formas procuré ceñirme a mi papel sin separarme mucho del lado de Joseph, quien parecía más absorto en las cortinas que en la misión.
Por fin Se hizo la llamada y los asistentes comenzaron a tomar asiento. Algunos acompañantes se sentaban junto con los compradores, pero los que destacaban por ser de seguridad se quedaban a un lado, de pie entre la penumbra de la sala sin molestar ni tomar un asiento innecesario. Observé como mi compañero cedía un asiento y tomaba el suyo. Me acerqué para susurrarle al oído.
- Las pujas al principio son bajas, haz un par de ellas para no llamar la atención. No necesitamos comprar la Venus. - Dicho esto me retiré a un lado.
Confiaba en su juicio, bueno, más bien quería confiar en su juicio. Si era alguien que supiera algo más de arte que yo podía saber cuales eran las piezas más cotizadas y colar alguna puja en ellas, a sabiendas que alguien más interesado acabaría comprándola. De todas formas en la guía venía especificado el precio de apertura de cada una, por lo que podría hacerse una idea con las más caras.
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Jojo quedó impactado con la cifra. No es que pensara que era una ganga, que lo era como precio de salida, si no que simplemente el número dicho en voz alta tenía un peso mucho mayor que la cifra simplemente escrita. Tras saltar unas cuantas ávidas pujas logró colar una suya entremedio de la larga lista de paletas que subian y bajaban acompañadas muy de vez en cuando por cifras lanzadas al aire y repetidas por el larguirucho bigotudo con pinta de criado.
—Vendido al apuesto caballero del número quince por la suma de tres millones. El siguiente lote...
Tardó cinco lotes en comprobarlo, pero las reglas parecían claras:
El precio inicial de los lotes determinaba la cuantía que sumaba la puja, empezando por este y subiendo a intervalos de una décima parte de la cantidad original. Una vez la cuantía rebasaba diez veces el precio original, algo que ocurrió bien temprano con la extraña y cotizada obra de pelo de "Fluffe", los saltos iban de medio millon a medio millón. Todo, claro está, siempre y cuando ninguna voz acompañara su paleta con la cifra que pretendía ofrecer de un tirón para amedentrar a la posible competencia.
La subasta había cogido ritmo tras una guerra de pujas por aquella alfombra disecada, los ánimos se habían caldeado y Jojo comenzó a cogerle el gusto al juego. Fue entonces, claramente, cuando las cosas se torcieron. ¿Acaso se había gastado seis millones de futuro sueldo en ese pequeño cuadro pintado por un duende? No, pero casi. De hecho casi hubiera preferido que el viejo no le hubiera superado solo por devolverle el golpe a su orgullo. Aquello hubiera sido mejor de lo que estaba a punto de pasar. Al llevarse el cuadro con cuidado de nuevo tras el escenario, tras emerger la enorme estatua de mármol rosa, el subastador se llevó una mano al oído.
—Oh, me informan que la siguiente pieza, el lote E-721 "Mi peludita" ha recibido ya una puja frente al precio de salida para nuestro invitado vía telemática. De tres millones pasamos a cinco. ¿Alguna puja?
Jojo se ocultó tras su paleta y lanzó una mirada de terror a su acompañante. ¿Cómo que telemática? ¿Qué significaba aquello? Si no se llevaban ellos la Venus, o si se la llevaba alguién a quién no podían seguir, la misión sin duda fracasaría... Fue entonces, al encontrar el brillo rojo en la tenue penumbra de la sala, cuando el mudo recordó con quien estaba. Volvio a sonreír entonces, tranquilo. De seguro RAL tenía pensado alguna medida de contingencia para este caso. ¡Segurísimo!
—Vendido al apuesto caballero del número quince por la suma de tres millones. El siguiente lote...
Tardó cinco lotes en comprobarlo, pero las reglas parecían claras:
El precio inicial de los lotes determinaba la cuantía que sumaba la puja, empezando por este y subiendo a intervalos de una décima parte de la cantidad original. Una vez la cuantía rebasaba diez veces el precio original, algo que ocurrió bien temprano con la extraña y cotizada obra de pelo de "Fluffe", los saltos iban de medio millon a medio millón. Todo, claro está, siempre y cuando ninguna voz acompañara su paleta con la cifra que pretendía ofrecer de un tirón para amedentrar a la posible competencia.
La subasta había cogido ritmo tras una guerra de pujas por aquella alfombra disecada, los ánimos se habían caldeado y Jojo comenzó a cogerle el gusto al juego. Fue entonces, claramente, cuando las cosas se torcieron. ¿Acaso se había gastado seis millones de futuro sueldo en ese pequeño cuadro pintado por un duende? No, pero casi. De hecho casi hubiera preferido que el viejo no le hubiera superado solo por devolverle el golpe a su orgullo. Aquello hubiera sido mejor de lo que estaba a punto de pasar. Al llevarse el cuadro con cuidado de nuevo tras el escenario, tras emerger la enorme estatua de mármol rosa, el subastador se llevó una mano al oído.
—Oh, me informan que la siguiente pieza, el lote E-721 "Mi peludita" ha recibido ya una puja frente al precio de salida para nuestro invitado vía telemática. De tres millones pasamos a cinco. ¿Alguna puja?
Jojo se ocultó tras su paleta y lanzó una mirada de terror a su acompañante. ¿Cómo que telemática? ¿Qué significaba aquello? Si no se llevaban ellos la Venus, o si se la llevaba alguién a quién no podían seguir, la misión sin duda fracasaría... Fue entonces, al encontrar el brillo rojo en la tenue penumbra de la sala, cuando el mudo recordó con quien estaba. Volvio a sonreír entonces, tranquilo. De seguro RAL tenía pensado alguna medida de contingencia para este caso. ¡Segurísimo!
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Pujas telemáticas, con ese método algún interesado de preferencia para el organizador podía hacerse con las obras sin tener que asistir. Bien porque no tuviera tiempo de venir, o bien porque creía que corría un riesgo, además, podía servir para mantener el anonimato o, por otro lado, podía ser un truco por parte de la organización para sacar un precio mayor por una obra que no lo valía. El hecho de que incrementara el precio de salida me hacía sospechar lo último.
Pero Joseph parecía preocupado por esto, me había mirado como si le preocupase que alguien de fuera comprase la venus, quedándonos sin saber su identidad. No importaba si el comprador estaba aquí o al otro lado del mundo. La venus, al igual que el resto de las obras, estaban presentes en este local, si la compraba alguien externo simplemente teníamos que interceptarla antes del envío fuera de la isla, era una situación casi mejor, dado que nos evitaba problemas con alguien presente en la sala.
Por lo demás asistí tranquilamente al baile de paletas y a la competición de pujas. Ya no era conseguir la obra deseada, ya parecía una demostración de opulencia por parte de los asistentes "mira, puedo permitirme gastar todos estos millones en algo que no lo vale". Pero mientras tanto no podía evitar sentir ciertas miradas de hostilidad por parte de algunos de los acompañantes que estaban cerca, no, más bien de inquietud. Era el que más destacaba, estaba seguro de que no era la única persona armada en la sala, y sabía, no, sabíamos, que si alguien intentaba algo el tiroteo sería inevitable. Por eso teníamos que, simplemente, localizar el objetivo y seguirlo hasta salir del recinto. Una vez en las calles ya no era problema de la organización lo que ocurriera.
Tras "Mi peludita" por fin llegó. La colocaron en un pedestal bajo la luz del foco, las formas y los reflejos verdosos la hacían inconfundible, era la única pieza de la colección con esas características.
- La siguiente pieza es una bastante cotizada por lo que tengo entendido. "La venus de jade", precio de salida diez millones de berries.
Con ese precio pocos de los presentes pujarían, eso nos dejaba con pocas opciones, y hasta ahora sólo cinco compradores se habían atrevido a subir por encima de los veinte millones. Tras esta quedaban otras tantas piezas, por lo que tendríamos un rato antes de que la gente saliera de la subasta. Una vez tuviera una cara podría comenzar con mi parte del plan.
Pero Joseph parecía preocupado por esto, me había mirado como si le preocupase que alguien de fuera comprase la venus, quedándonos sin saber su identidad. No importaba si el comprador estaba aquí o al otro lado del mundo. La venus, al igual que el resto de las obras, estaban presentes en este local, si la compraba alguien externo simplemente teníamos que interceptarla antes del envío fuera de la isla, era una situación casi mejor, dado que nos evitaba problemas con alguien presente en la sala.
Por lo demás asistí tranquilamente al baile de paletas y a la competición de pujas. Ya no era conseguir la obra deseada, ya parecía una demostración de opulencia por parte de los asistentes "mira, puedo permitirme gastar todos estos millones en algo que no lo vale". Pero mientras tanto no podía evitar sentir ciertas miradas de hostilidad por parte de algunos de los acompañantes que estaban cerca, no, más bien de inquietud. Era el que más destacaba, estaba seguro de que no era la única persona armada en la sala, y sabía, no, sabíamos, que si alguien intentaba algo el tiroteo sería inevitable. Por eso teníamos que, simplemente, localizar el objetivo y seguirlo hasta salir del recinto. Una vez en las calles ya no era problema de la organización lo que ocurriera.
Tras "Mi peludita" por fin llegó. La colocaron en un pedestal bajo la luz del foco, las formas y los reflejos verdosos la hacían inconfundible, era la única pieza de la colección con esas características.
- La siguiente pieza es una bastante cotizada por lo que tengo entendido. "La venus de jade", precio de salida diez millones de berries.
Con ese precio pocos de los presentes pujarían, eso nos dejaba con pocas opciones, y hasta ahora sólo cinco compradores se habían atrevido a subir por encima de los veinte millones. Tras esta quedaban otras tantas piezas, por lo que tendríamos un rato antes de que la gente saliera de la subasta. Una vez tuviera una cara podría comenzar con mi parte del plan.
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Por fin llegó el momento que tanto habían esperado. Allí estaba la venus, una efigie a escala 1:4 de la clásica representación de brazos seccionados de una mujer envuelta en la clásica toga con sus pequeños y redondeados pechos al aire. De exquisita artesanía, había sido labrada con delicadeza en el jaspeado jade donde se entremezclaban en armonía y sin patrón los verdes que llegaban casi hasta rozar el blanco. Qué hermosa pieza... De haberlos tenido, seguramente Jojo hubiera dado esos diez millones... aunque luego se hubiese sentido irremediablemente culpable por no donarlos a la caridad.
Tras la presentación del objeto se hizo un largo silencio. Luego, en aquella quietud, volaron los suaves murmullos. No pudo creer lo que oía de la boca de los más cercanos.
—No es pura.
—Aunque sea novedoso el estilo, ¿dónde la pongo? Desentona con todo.
—Ag, que asco parece que tenga vitíligo.
Jojo se encorvó en su asiento. Aquella larga subasta la había pasado aguantando cómo se llevaban del dominio público, de su vista, el arte destinado a ensalzar corazones, a reflejar realidades, a cuestionar la belleza en sí misma. La había pasado buscando una pequeña sonrisa de alegría tras cada obra que le arrebataban, un simple contento al saber que tenían la virtud de estar junto a un pequeño trozo del alma del autor, un rastro de... algo que no fuera avaricia, soberbia y consumismo. Pero las muecas eran dirigidas no a sí mismos, si no al mundo, al resto de compradores a los que le habían evitado la posibilidad siquiera de acercarse a dichas piezas. Y hasta ese momento lo había soportado. Lo había hecho excusándose en que debía concentrarse en desvelar los patrones de compra de los ricachones, en saber cuáles eran sus temáticas preferidas a fin de saber cuándo y cómo pujar. Lo había podido soportar hasta aquel cruel comentario.
—Diez millones para el caballero... del fondo.
Sin chascarrillo. Sin una observación agruidulce sobre el aspecto del comprador o su acompañante. A ver, tener una sutil ocurrencia en base a los cuernos no era demasiado difícil para el avispado subastador, pero el ojo atento encontró en aquella silueta algo que le dejó... frio. No, no; no era la voluntad cristalizada de Jojo; ni ya hablemos del haki del rey; el patán era aún demasiado patán para esas cosas tan sorprendentes. Fue solo un hilillo de sangre, fruto de clavarse sus propias uñas agarrando la paleta, lo que mareó brevemente al hematófobo.
Enjugándose el sudor con el pañuelo de su camisa, el bigotudo hizo una brevísima pausa, pero notable en su rápido tempo, antes de seguir aceptando pujas.
—Veo once, once millones de la apuesta señorita de la esquina.
—¡Once y medio!
—Once y medio...
¿Hasta donde subiría aquel juego para ver quién, simplemente, ganaba algo que casi nadie quería? Jojo, entretanto, se limpiaba la herida que no dolió hasta un momento de haber sido hecha con su pañuelo y un poco de saliva.
Tras la presentación del objeto se hizo un largo silencio. Luego, en aquella quietud, volaron los suaves murmullos. No pudo creer lo que oía de la boca de los más cercanos.
—No es pura.
—Aunque sea novedoso el estilo, ¿dónde la pongo? Desentona con todo.
—Ag, que asco parece que tenga vitíligo.
Jojo se encorvó en su asiento. Aquella larga subasta la había pasado aguantando cómo se llevaban del dominio público, de su vista, el arte destinado a ensalzar corazones, a reflejar realidades, a cuestionar la belleza en sí misma. La había pasado buscando una pequeña sonrisa de alegría tras cada obra que le arrebataban, un simple contento al saber que tenían la virtud de estar junto a un pequeño trozo del alma del autor, un rastro de... algo que no fuera avaricia, soberbia y consumismo. Pero las muecas eran dirigidas no a sí mismos, si no al mundo, al resto de compradores a los que le habían evitado la posibilidad siquiera de acercarse a dichas piezas. Y hasta ese momento lo había soportado. Lo había hecho excusándose en que debía concentrarse en desvelar los patrones de compra de los ricachones, en saber cuáles eran sus temáticas preferidas a fin de saber cuándo y cómo pujar. Lo había podido soportar hasta aquel cruel comentario.
—Diez millones para el caballero... del fondo.
Sin chascarrillo. Sin una observación agruidulce sobre el aspecto del comprador o su acompañante. A ver, tener una sutil ocurrencia en base a los cuernos no era demasiado difícil para el avispado subastador, pero el ojo atento encontró en aquella silueta algo que le dejó... frio. No, no; no era la voluntad cristalizada de Jojo; ni ya hablemos del haki del rey; el patán era aún demasiado patán para esas cosas tan sorprendentes. Fue solo un hilillo de sangre, fruto de clavarse sus propias uñas agarrando la paleta, lo que mareó brevemente al hematófobo.
Enjugándose el sudor con el pañuelo de su camisa, el bigotudo hizo una brevísima pausa, pero notable en su rápido tempo, antes de seguir aceptando pujas.
—Veo once, once millones de la apuesta señorita de la esquina.
—¡Once y medio!
—Once y medio...
¿Hasta donde subiría aquel juego para ver quién, simplemente, ganaba algo que casi nadie quería? Jojo, entretanto, se limpiaba la herida que no dolió hasta un momento de haber sido hecha con su pañuelo y un poco de saliva.
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Once millones y medio, doce, doce y medio... Tras una breve pausa las pujas comenzaron de nuevo, algo más lentas que antes, no parecía haber tantos interesados como antes, pero había por lo menos tres personas que se disputaban el precio de la compra. Uno de ellos un anciano trajeado con una calva recorrida por una cicatriz, era uno de los pocos que no había acudido con un guardaespaldas, estaba segura que si indagaba un poco un nombre con una historia interesante saldría. La segunda era una señora más cerca de los sesenta que de los cincuenta, con un peinado tan innecesariamente ostentoso como las exóticas pieles que vestía casi sin gusto, me preguntaba cómo no se había clavado las uñas al agarrar la paleta, como otro que conocía. El tercero era un hombre en las filas finales, la luz a penas lo iluminaba pero era lo justo para poder ver su rostro, joven, algo apuesto, con una barba perfilada, pero una mirada que destilaba casi hostilidad hacia los asistentes. De no ser por la ropa podría decirse que destacaba por su comportamiento, curiosamente era el que había venido con tres guardaespaldas, los cuales se habían quedado al final de la sala.
Parecía que los saltos iban a ir como de costumbre, cuando el hombre del final levantó la paleta con una cifra de veintidós millones, con una mirada contrariada, como si no quisiera llegar a ese punto. La señora no levantó la paleta de nuevo, visiblemente enfadada de que la suma se quedara fuera de su alcance, pero el otro hombre, el anciano de la calva sí que levantó incrementando un millón más la apuesta. Durante los segundos siguientes asistimos a un incremento que llegó a los treinta millones, el joven de atrás parecía bajo presión, las gotas de sudor bajaban por su frente, parecía no estar dispuesto a levantar la paleta, hasta que uno de sus guardaespaldas se acercó discretamente y le susurró algo al oído.
- Treinta millones a la una... treinta millones a las dos... - Levantó el mazo a punto de finalizar la venta.
- ¡Cincuenta millones! - Gritó levantando la paleta por última vez.
Todas las miradas se posaron en el caballero de avanzada edad, su semblante en cambio parecía inmutable, incluso a través de su cuidado bigote. Se encogió de hombros y dejó que la venta finalizase. Tras eso hubo unos segundos de silencio, limpiado el sudor y recompuesto el gesto de la cara pasaron a la siguiente pieza.
- ¿Se puede saber a dónde vas? - Dijo uno de los guardias, cortando mi paso por una de las cortinas.
- Al baño. - Dije de forma seca.
- Hmm... - Pareció dudar un momento. - Primera puerta a la derecha. Pero será mejor que no tardes más de dos minutos o tendré que ir a arrastrarte de vuelta, y no te gustará.
Y con eso me dejó pasar por entre las cortinas a uno de los pasillos a uno de los lados.
Parecía que los saltos iban a ir como de costumbre, cuando el hombre del final levantó la paleta con una cifra de veintidós millones, con una mirada contrariada, como si no quisiera llegar a ese punto. La señora no levantó la paleta de nuevo, visiblemente enfadada de que la suma se quedara fuera de su alcance, pero el otro hombre, el anciano de la calva sí que levantó incrementando un millón más la apuesta. Durante los segundos siguientes asistimos a un incremento que llegó a los treinta millones, el joven de atrás parecía bajo presión, las gotas de sudor bajaban por su frente, parecía no estar dispuesto a levantar la paleta, hasta que uno de sus guardaespaldas se acercó discretamente y le susurró algo al oído.
- Treinta millones a la una... treinta millones a las dos... - Levantó el mazo a punto de finalizar la venta.
- ¡Cincuenta millones! - Gritó levantando la paleta por última vez.
Todas las miradas se posaron en el caballero de avanzada edad, su semblante en cambio parecía inmutable, incluso a través de su cuidado bigote. Se encogió de hombros y dejó que la venta finalizase. Tras eso hubo unos segundos de silencio, limpiado el sudor y recompuesto el gesto de la cara pasaron a la siguiente pieza.
- ¿Se puede saber a dónde vas? - Dijo uno de los guardias, cortando mi paso por una de las cortinas.
- Al baño. - Dije de forma seca.
- Hmm... - Pareció dudar un momento. - Primera puerta a la derecha. Pero será mejor que no tardes más de dos minutos o tendré que ir a arrastrarte de vuelta, y no te gustará.
Y con eso me dejó pasar por entre las cortinas a uno de los pasillos a uno de los lados.
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No alzó la paleta en toda la puja . No hacía falta. Solo miró como el precio subía, con interés y con una pizca de incomprensión compartida también por aquellos que la habían criticado.
El trío, a veces cuarteto, quedaba lejos, simples rostros en la penumbra a medio iluminar por el fulgor del escenario que se doblaban con furia cuando les arrebataban el premio y les obligaban a aumentar la cantidad. En los últimos momentos fue patente que de juego había pasado a ser guerra, una en la que parecía que al menos uno de sus integrantes luchaba por su propia vida.
¿Por qué era aquella estatuilla tan importante? Aquella cuestión no había cruzado la mente de Jojo con el suficiente peso como para ser verdaderamente considerada. O quizás se había esforzado conscientemente a no planteársela. Ser espía no era, ni de lejos, tan fácil como lo vendían en las novelas. Por un momento quiso preguntarle discretamente a su compañero si sabía algo que él pudiera saber también, pero en el momento en que aquella idea cruzó su pensamiento RAL se puso en marcha.
Intentó seguirlo con la mirada lo más sutil que le fue posible, pero finalmente se vio obligado a girar de más la cabeza para verle salir. No sabía si debía seguirle, y de hecho sintió la necesidad de hacerlo, pero reprimió aquel impulso a sabiendas de que de haber sido así le hubiera hecho algún tipo de señal.
De seguro allí no debía correr ningún tipo de peligro si lo había dejado solo. No señor. Le acompañaba un miembro de rango superior, un guerrero del gobierno capaz y sensato asignado por la más poderosa institución del planeta. Aquello, y con esto nos referimos a pensarlo, a querer creerlo verdad pese a todas las peligrosas sombras a la vista, le hizo recuperar la sonrisa. No toda, claro está, pues seguía enfadado, pero gran parte volvió a su rosto.
Dado que aun faltaría un buen rato hasta que saliese alguna obra de su supuesto y estudiado gusto, que en gran parte era sincero, el artista dejó la paleta en el asiento de al lado y comenzó a trazar bocetos en su cuadernillo. Comenzó por el anciano de distintiva cicatriz, y tras un par de rostros más, como el de la sesentona o aquel gran gorila, pasaría a esbozar al comprador de la venus. Eso sí, de vez en cuando, y llevado por algo más que su intención, trazaba unos ojos dignos de embrujo.
El trío, a veces cuarteto, quedaba lejos, simples rostros en la penumbra a medio iluminar por el fulgor del escenario que se doblaban con furia cuando les arrebataban el premio y les obligaban a aumentar la cantidad. En los últimos momentos fue patente que de juego había pasado a ser guerra, una en la que parecía que al menos uno de sus integrantes luchaba por su propia vida.
¿Por qué era aquella estatuilla tan importante? Aquella cuestión no había cruzado la mente de Jojo con el suficiente peso como para ser verdaderamente considerada. O quizás se había esforzado conscientemente a no planteársela. Ser espía no era, ni de lejos, tan fácil como lo vendían en las novelas. Por un momento quiso preguntarle discretamente a su compañero si sabía algo que él pudiera saber también, pero en el momento en que aquella idea cruzó su pensamiento RAL se puso en marcha.
Intentó seguirlo con la mirada lo más sutil que le fue posible, pero finalmente se vio obligado a girar de más la cabeza para verle salir. No sabía si debía seguirle, y de hecho sintió la necesidad de hacerlo, pero reprimió aquel impulso a sabiendas de que de haber sido así le hubiera hecho algún tipo de señal.
De seguro allí no debía correr ningún tipo de peligro si lo había dejado solo. No señor. Le acompañaba un miembro de rango superior, un guerrero del gobierno capaz y sensato asignado por la más poderosa institución del planeta. Aquello, y con esto nos referimos a pensarlo, a querer creerlo verdad pese a todas las peligrosas sombras a la vista, le hizo recuperar la sonrisa. No toda, claro está, pues seguía enfadado, pero gran parte volvió a su rosto.
Dado que aun faltaría un buen rato hasta que saliese alguna obra de su supuesto y estudiado gusto, que en gran parte era sincero, el artista dejó la paleta en el asiento de al lado y comenzó a trazar bocetos en su cuadernillo. Comenzó por el anciano de distintiva cicatriz, y tras un par de rostros más, como el de la sesentona o aquel gran gorila, pasaría a esbozar al comprador de la venus. Eso sí, de vez en cuando, y llevado por algo más que su intención, trazaba unos ojos dignos de embrujo.
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Dos minutos, no era mucho tiempo, pero era suficiente. Me aseguré de que no me viera y, en ese momento giré a la izquierda por el pasillo, en vez de por la derecha. Poco a poco las instalaciones se volvían más funcionales y menos lujosas, dando a entender que no se esperaba a ningún invitado por esa zona. Rápidamente abrí puerta tras puerta, teniendo que forzar alguna y asegurándome de que no hubiera nadie al otro lado antes de hacerlo. Poca cosa, armarios de la limpieza, salas de mantenimiento, alguna que otra sala para el personal, pero no lo que buscaba.
De pronto escuché unos pasos aproximarse. Rápidamente me metí en una de las salas, dejando la puerta entreabierta, unas losas de piedra se movieron en una de las paredes para dejar pasar a dos hombres cargando la próxima pieza, un cuadro de grandes dimensiones tapado con una tela blanca. Tal y como pensaba, era una obra que era imposible que pudiese caber por la puerta por la que habíamos entrado, así que había otra entrada. Una vez pasaron me deslicé con el geppou táctico detrás de ellos, sin dejar que el sonido de unos pasos me delatase.
Al otro lado de la puerta había un enorme almacén lleno de cajas y contenedores, algunas piezas a la vista y otras simplemente etiquetadas. No escuchaba nada, ni respiración, ni pasos, no había signos de vida dentro de esas paredes. De todas formas lo que más me llamó la atención fue que, al fondo, entre las cajas, podía vislumbrarse el brillo de la luz natural. Me deslicé silenciosamente entre las obras de arte hasta llegar a ver el final de la sala. Un balcón enorme construido tallando la piedra de un acantilado. A un lado podía verse una cabina metálica suspendida de varios cables y una polea, un ascensor de grandes dimensiones. Con eso era con lo que traían las piezas más grandes o todo lo que no les interesaba que se viera a simple vista y, por lo tanto, por ahí también saldrían. Las obras eran cotizadas, así que, para evitar problemas, seguro que todos los que hubieran comprado saldrían por este lado para evitar problemas. Me asomé y, mirando a los alrededores, me pude hacer una idea de dónde quedaba con respecto a la entrada principal.
De todas formas se me acababa el tiempo, regresé sobre mis pasos y pulsé el botón que había a la entrada para abrir las puertas de piedra falsa. Al otro lado había una cara familiar, el guardia que me había parado antes, al que le había dicho lo de ir al baño.
- ¡Sabía qu- Mhhhhmmm. - Agarré su cara con la mano para silenciarlo, mirando a los lados para asegurarme de que nadie lo hubiera visto. El hombre se retorcía de un lado a otro luchando por respirar, tratando de lanzar débiles golpes que no lograron aflojar el agarre hasta que al final terminó cayendo sin fuerzas al suelo.
Lo arrastré fuera hasta una de las salas de personal, lo senté en una silla dejándolo en una pose como si se hubiera quedado dormido. Tras eso fui a la pequeña nevera que tenían y saqué una botella de licor que seguramente les hubiera dado el jefe. La vacié, parte en el fregadero y un poco más a su lado, para luego ponerla casi acabada en la mesa. Tras eso salí de la sala y regresé para poder ver finalizar las pujas, ya debían de quedar sólo un par de ellas.
De pronto escuché unos pasos aproximarse. Rápidamente me metí en una de las salas, dejando la puerta entreabierta, unas losas de piedra se movieron en una de las paredes para dejar pasar a dos hombres cargando la próxima pieza, un cuadro de grandes dimensiones tapado con una tela blanca. Tal y como pensaba, era una obra que era imposible que pudiese caber por la puerta por la que habíamos entrado, así que había otra entrada. Una vez pasaron me deslicé con el geppou táctico detrás de ellos, sin dejar que el sonido de unos pasos me delatase.
Al otro lado de la puerta había un enorme almacén lleno de cajas y contenedores, algunas piezas a la vista y otras simplemente etiquetadas. No escuchaba nada, ni respiración, ni pasos, no había signos de vida dentro de esas paredes. De todas formas lo que más me llamó la atención fue que, al fondo, entre las cajas, podía vislumbrarse el brillo de la luz natural. Me deslicé silenciosamente entre las obras de arte hasta llegar a ver el final de la sala. Un balcón enorme construido tallando la piedra de un acantilado. A un lado podía verse una cabina metálica suspendida de varios cables y una polea, un ascensor de grandes dimensiones. Con eso era con lo que traían las piezas más grandes o todo lo que no les interesaba que se viera a simple vista y, por lo tanto, por ahí también saldrían. Las obras eran cotizadas, así que, para evitar problemas, seguro que todos los que hubieran comprado saldrían por este lado para evitar problemas. Me asomé y, mirando a los alrededores, me pude hacer una idea de dónde quedaba con respecto a la entrada principal.
De todas formas se me acababa el tiempo, regresé sobre mis pasos y pulsé el botón que había a la entrada para abrir las puertas de piedra falsa. Al otro lado había una cara familiar, el guardia que me había parado antes, al que le había dicho lo de ir al baño.
- ¡Sabía qu- Mhhhhmmm. - Agarré su cara con la mano para silenciarlo, mirando a los lados para asegurarme de que nadie lo hubiera visto. El hombre se retorcía de un lado a otro luchando por respirar, tratando de lanzar débiles golpes que no lograron aflojar el agarre hasta que al final terminó cayendo sin fuerzas al suelo.
Lo arrastré fuera hasta una de las salas de personal, lo senté en una silla dejándolo en una pose como si se hubiera quedado dormido. Tras eso fui a la pequeña nevera que tenían y saqué una botella de licor que seguramente les hubiera dado el jefe. La vacié, parte en el fregadero y un poco más a su lado, para luego ponerla casi acabada en la mesa. Tras eso salí de la sala y regresé para poder ver finalizar las pujas, ya debían de quedar sólo un par de ellas.
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Jojo tuve tiempo para hacer sus bocetos. Quizá demasiado. Al quinto o sexto, acompañado con el mismo número de infructuosas pujas, Jojo empezó a preocuparse. No dudaba de la profesionalidad del agente que le acompañaba, pero entre dibuj y dibujo, en el breve lapsus de considerar al acompañante del joven que iba a llevarse la venus como futuro modelo, una inquietante idea se abrió hueco en su mente. ¿Y si era un peón? Un sacrificio en pos al éxito da misión.
Era un bueno para nada; eso se lo habían siempre dejado muy claro. ¿Por qué iba RAI a volver a por él si, tal como sospechaba, había ido a por la pieza aprovechando la subasta? ¿Por qué iba nadie a...? Quererle. Como compañero, como hijo, como pareja, como algo con un mínimo de importancia. A medida que la emoción creía en él esta quedaba impregnada e el grafito. Tardó en darse cuenta que a la desdibujada silueta agazapada en una esquina solo le faltaban los cuernos.
¿Y si lo ignoto que había visto en aquellos ojos del criminal era simplemente una sincera admiración? ¿Y si la vida le había dejado siempre tan a oscuras que ahora o sabía distinguir aquel color? Por un breve instante soñó una vida muy diferente a la suya, una en la que solo tenía que vivir por y para el arte gracias a un considerado y pequeño mecenas. Una vida en la que sus creaciones no le dejaban tiempo para sentir lo desconsiderada que era la vida misma.
Se preguntó, casi por no seguir pensando de manera egoísta, si allí alguien podría sentirse así a veces. Si quizá alguno de los ricachones que estaban allí tenían preocupaciones más elevadas, o más mundanas, según se mire. Quizá alguno de ellos quería a quien no podía quererles, o sentía que los demás solo le apreciaban por su dinero, poder o estatus. Quizá alguno estba hasta el cuello de deudas pero debía aparentar su fortuna para tener la más mínima oportunidad de recuperarla. Consideraciones así había tenido en cuenta para su papel, pero le habían advertido que su nivel de actuación no le permitía montarse tantas películas y que dejara aquellos rasgos complejos para alguna novelucha.
Cuando por fin volvió RAl, Jojo recordó que debía sentirse aliviado. Tras hacerlo, brevemente, se quedó mirando fijamente a aquella imponente figura. Por supuesto volvió la mirada al frente al menor cruce de miradas. ¿Cómo podía...? ¿Cómo iba a hacerlo sin que se ofendiera? Además, no podía confiar que aquellas cosas las hubiera aprendido a decir en señas. Abrió el cuadernito por una hoja nueva.
"¿Tienes tiempo de vivir alguna vez?"
Era un bueno para nada; eso se lo habían siempre dejado muy claro. ¿Por qué iba RAI a volver a por él si, tal como sospechaba, había ido a por la pieza aprovechando la subasta? ¿Por qué iba nadie a...? Quererle. Como compañero, como hijo, como pareja, como algo con un mínimo de importancia. A medida que la emoción creía en él esta quedaba impregnada e el grafito. Tardó en darse cuenta que a la desdibujada silueta agazapada en una esquina solo le faltaban los cuernos.
¿Y si lo ignoto que había visto en aquellos ojos del criminal era simplemente una sincera admiración? ¿Y si la vida le había dejado siempre tan a oscuras que ahora o sabía distinguir aquel color? Por un breve instante soñó una vida muy diferente a la suya, una en la que solo tenía que vivir por y para el arte gracias a un considerado y pequeño mecenas. Una vida en la que sus creaciones no le dejaban tiempo para sentir lo desconsiderada que era la vida misma.
Se preguntó, casi por no seguir pensando de manera egoísta, si allí alguien podría sentirse así a veces. Si quizá alguno de los ricachones que estaban allí tenían preocupaciones más elevadas, o más mundanas, según se mire. Quizá alguno de ellos quería a quien no podía quererles, o sentía que los demás solo le apreciaban por su dinero, poder o estatus. Quizá alguno estba hasta el cuello de deudas pero debía aparentar su fortuna para tener la más mínima oportunidad de recuperarla. Consideraciones así había tenido en cuenta para su papel, pero le habían advertido que su nivel de actuación no le permitía montarse tantas películas y que dejara aquellos rasgos complejos para alguna novelucha.
Cuando por fin volvió RAl, Jojo recordó que debía sentirse aliviado. Tras hacerlo, brevemente, se quedó mirando fijamente a aquella imponente figura. Por supuesto volvió la mirada al frente al menor cruce de miradas. ¿Cómo podía...? ¿Cómo iba a hacerlo sin que se ofendiera? Además, no podía confiar que aquellas cosas las hubiera aprendido a decir en señas. Abrió el cuadernito por una hoja nueva.
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Respiré profundamente, la última puja del último artículo había sido anunciada, un precio exorbitado por un cuadro pintado con matices blancos aparentemente aleatorios. Casi parecía que era el lienzo sobre el que el artista comparaba las tonalidades de pinturas y que había decidido vender como una obra conceptual par sacar el dinero de los ignorantes que pensaban que era arte. No era mi problema.
- Bien, con esta venta damos por finalizada la puja. Muchas gracias a los presentes por asistir, confiamos en que vuelvan a acudir a nuestras próximas ventas. Ahora si son tan amables. - Hizo un gesto con la mano en dirección a la zona por la que me fui antes, un foco iluminó aquella salida. - Todos los que hayan hecho una adquisición, por favor, vengan por aquí. Tramitaremos el pago y les haremos la entrega de la compra. Aquellos que no hayan conseguido ninguna compra esperamos que sean tan amables de usar la puerta por la que accedieron, por razones de seguridad, por supuesto, esperamos su colaboración.
Observé como todo el mundo se levantaba, había cierto barullo entre conversaciones y despedidas de los asistentes. No podía estar a todas las conversaciones, pero por lo que pude comprender, en esta clase de eventos no sólo se vendían obras a altos precios, servían de nexo, de punto de encuentro para que gente de estos círculos negociase y socializase, cerrase tratos o abriera otros nuevos. Obviamente el bigotudo del escenario no parecía tener intención de meter prisa, sabía que esto era pate del evento.
Busqué a Joseph con la mirada y me acerqué a él, llamando su atención poniendo la mano encima de su hombro. Clavé mis ojos en los suyos, parecía algo distraído, puede que fuera algo que había pasado en mi ausencia. Pero para la siguiente parte tenía que estar centrado.
- Tenemos que salir ya. - Dije de forma seca. - Asegura esos bocetos, puede que nos sean útiles.
Tras eso, confiando que me siguiera, sería el primero que saliera a la calle. Una vez fuera, antes de que saliera nadie más le tendería la mano, esperaba que entendiera que quería que la cogiese.
- Bien, con esta venta damos por finalizada la puja. Muchas gracias a los presentes por asistir, confiamos en que vuelvan a acudir a nuestras próximas ventas. Ahora si son tan amables. - Hizo un gesto con la mano en dirección a la zona por la que me fui antes, un foco iluminó aquella salida. - Todos los que hayan hecho una adquisición, por favor, vengan por aquí. Tramitaremos el pago y les haremos la entrega de la compra. Aquellos que no hayan conseguido ninguna compra esperamos que sean tan amables de usar la puerta por la que accedieron, por razones de seguridad, por supuesto, esperamos su colaboración.
Observé como todo el mundo se levantaba, había cierto barullo entre conversaciones y despedidas de los asistentes. No podía estar a todas las conversaciones, pero por lo que pude comprender, en esta clase de eventos no sólo se vendían obras a altos precios, servían de nexo, de punto de encuentro para que gente de estos círculos negociase y socializase, cerrase tratos o abriera otros nuevos. Obviamente el bigotudo del escenario no parecía tener intención de meter prisa, sabía que esto era pate del evento.
Busqué a Joseph con la mirada y me acerqué a él, llamando su atención poniendo la mano encima de su hombro. Clavé mis ojos en los suyos, parecía algo distraído, puede que fuera algo que había pasado en mi ausencia. Pero para la siguiente parte tenía que estar centrado.
- Tenemos que salir ya. - Dije de forma seca. - Asegura esos bocetos, puede que nos sean útiles.
Tras eso, confiando que me siguiera, sería el primero que saliera a la calle. Una vez fuera, antes de que saliera nadie más le tendería la mano, esperaba que entendiera que quería que la cogiese.
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No es que les echaran, pero casi. Un señor criminal, un tratante de arte, no podía permitirse perder su tiempo, sus canapés y su atención en simples mirones. Quizás si "El jefe" no hubiera estado tan ocupado, o mejor dicho, si no hubiera supuesto que su artista al menos se llevaría una pieza, le hubiera dicho a sus esbirros que invitasen a J.J. Pero, claro esta, no fue así.
La firme mano de su compañero hizo que Jojo cerrase el cuaderno. No era momento de perder el tiempo con las cuestiones más importante de la vida cuando quedaba trabajo que hacer. Ese era el peso que debían soportar los agentes, o al menos los que de verdad lo eran. Asintió y se guardó su cuadernillo en el bolsillo interior de la chaqueta. Siguiendo a su compañero, pero casi arrastrando los pies para intentar volver a dar otra pasada a las obras expuestas en la entradita, el mudo se dirigió a la salida. Entonces, justo después, se detuvo. Miró al guardia que vigilaba el umbral, a aquel que celosamente impidió que nadie que no debiese entrar entrara. El ser que había retratado le devolvió la mirada con una seriedad salpicada apenas por una pizca de... curiosidad. O sospecha.
Jojo dudó. No sabía si lo correcto era lo correcto en aquella ocasión. Pero, a pesar de todo, y tras considerarlo unos segundos, le pareció que era lo que debía hacer. Movio sus manosm despidiéndose, tocándose el pecho con la palma para luego hacer una serie de movimientos complicados con la mano y llevarsela poco después a la barbilla, tras lo cual la extendió levemente palma arriba. "Despídase a su jefe de mi parte, y gracias" , una frase tan fácil, era tan difícil de expresar...
Después de aquello, y de recibir una leve mueca de incompresión, el artista continuó detrás de su compañero. Una vez le extendió la mano, allá donde quiera que se hubieran parado, probablemente lejos de miradas curiosas tanto del piratil populacho como de los integrantes del grupo criminal, quedó mirándola con un tanto de confusión. ¿Era aquello un adiós? ¿Pero si no habían...? ¿No habían terminado la misión, no? Algo en Jojo le hizo frenar el impulso de estrecharle la mano. Fue un presentimiento soez y ruin, un claro vaticinio de que si tomaba aquella mano la figura enmascarada le golpearía. ¿Por qué iba a golpearle? Qué cosa más tonta... Ese doblepensar hizo que Jojo, bueno por naturaleza y esfuerzo, estrechase la mano con su acostumbrada coordialidad.
La firme mano de su compañero hizo que Jojo cerrase el cuaderno. No era momento de perder el tiempo con las cuestiones más importante de la vida cuando quedaba trabajo que hacer. Ese era el peso que debían soportar los agentes, o al menos los que de verdad lo eran. Asintió y se guardó su cuadernillo en el bolsillo interior de la chaqueta. Siguiendo a su compañero, pero casi arrastrando los pies para intentar volver a dar otra pasada a las obras expuestas en la entradita, el mudo se dirigió a la salida. Entonces, justo después, se detuvo. Miró al guardia que vigilaba el umbral, a aquel que celosamente impidió que nadie que no debiese entrar entrara. El ser que había retratado le devolvió la mirada con una seriedad salpicada apenas por una pizca de... curiosidad. O sospecha.
Jojo dudó. No sabía si lo correcto era lo correcto en aquella ocasión. Pero, a pesar de todo, y tras considerarlo unos segundos, le pareció que era lo que debía hacer. Movio sus manosm despidiéndose, tocándose el pecho con la palma para luego hacer una serie de movimientos complicados con la mano y llevarsela poco después a la barbilla, tras lo cual la extendió levemente palma arriba. "Despídase a su jefe de mi parte, y gracias" , una frase tan fácil, era tan difícil de expresar...
Después de aquello, y de recibir una leve mueca de incompresión, el artista continuó detrás de su compañero. Una vez le extendió la mano, allá donde quiera que se hubieran parado, probablemente lejos de miradas curiosas tanto del piratil populacho como de los integrantes del grupo criminal, quedó mirándola con un tanto de confusión. ¿Era aquello un adiós? ¿Pero si no habían...? ¿No habían terminado la misión, no? Algo en Jojo le hizo frenar el impulso de estrecharle la mano. Fue un presentimiento soez y ruin, un claro vaticinio de que si tomaba aquella mano la figura enmascarada le golpearía. ¿Por qué iba a golpearle? Qué cosa más tonta... Ese doblepensar hizo que Jojo, bueno por naturaleza y esfuerzo, estrechase la mano con su acostumbrada coordialidad.
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Un agarre firme y cordial, parecía el de una despedida, pero creo que me había malinterpretado. No podía culparle, de decirle lo que iba a pasar ahora puede que dudase, y duda era lo que peor nos venía ahora. Puse la mano en su hombro, luego solté la mano que me había dado y lo agarré del costado firmemente. Miré hacia arriba y con una simple orden de mi implante un cable salió disparado desde debajo de la gabardina hasta engancharse en la cornisa que teníamos sobre nuestras cabezas. Y entonces con el susurro del gas a presión y el sonido del cable recogiéndose desaparecimos del callejón. Menos mal que era mudo y no gritaba.
El impulso nos llevó por encima de los tejados de aquella parte de Bloothe, el primer cable se soltó y el segundo salió disparado hasta clavarse en una chimenea cercana, usándola como anclaje para desplazarnos rápidamente por encima de las cubiertas. Seguí la dirección que esperaba que fuera, guiándome por las vistas desde aquel balcón saliente en el acantilado hasta que más o menos se alineaban con las de mis recuerdos. En ese momento frené y dejé en el suelo al agente, sobre un tejado de una casa construida al bode del vacío. Una gran caída hasta la ladera más baja, la cual reducía su pendiente, que era recorrida por un camino que llevaba a una cala no muy lejana.
Pero lo que me interesaba estaba a unos metros bajo nuestros pies y un par de casas a la derecha. Desde ahí se podía ver parte del almacén y la salida que daba al elevador. Tardarían seguramente, pero todos los asistentes que habían comprado estaban ahí, obviamente junto a acompañantes y empleados del local.
- Bien, quiero que te fijes bien, no se ven todos, pero seguro que van saliendo los grupos de uno en uno. - Dije a mi compañero señalando el saliente en la roca y haciendo que se fijase en el hueco. - Tienes buen ojo, quiero que me digas si ves a alguno que coincida con el boceto de quien compró la venus.
Más o menos recordaba su silueta, pero la penumbra hacía que pudiera confundirme, además, si mal no recordaba era de los que más acompañantes tenía, no sería difícil distinguirlos, pero no podía permitirme el lujo de confundirme y darles la oportunidad de escapar.
El impulso nos llevó por encima de los tejados de aquella parte de Bloothe, el primer cable se soltó y el segundo salió disparado hasta clavarse en una chimenea cercana, usándola como anclaje para desplazarnos rápidamente por encima de las cubiertas. Seguí la dirección que esperaba que fuera, guiándome por las vistas desde aquel balcón saliente en el acantilado hasta que más o menos se alineaban con las de mis recuerdos. En ese momento frené y dejé en el suelo al agente, sobre un tejado de una casa construida al bode del vacío. Una gran caída hasta la ladera más baja, la cual reducía su pendiente, que era recorrida por un camino que llevaba a una cala no muy lejana.
Pero lo que me interesaba estaba a unos metros bajo nuestros pies y un par de casas a la derecha. Desde ahí se podía ver parte del almacén y la salida que daba al elevador. Tardarían seguramente, pero todos los asistentes que habían comprado estaban ahí, obviamente junto a acompañantes y empleados del local.
- Bien, quiero que te fijes bien, no se ven todos, pero seguro que van saliendo los grupos de uno en uno. - Dije a mi compañero señalando el saliente en la roca y haciendo que se fijase en el hueco. - Tienes buen ojo, quiero que me digas si ves a alguno que coincida con el boceto de quien compró la venus.
Más o menos recordaba su silueta, pero la penumbra hacía que pudiera confundirme, además, si mal no recordaba era de los que más acompañantes tenía, no sería difícil distinguirlos, pero no podía permitirme el lujo de confundirme y darles la oportunidad de escapar.
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Un estrechón normal y corriente. Firme y seguro de sí mismo. Uno desbordante de coordialidad. Ah, qué tonto se sentía Jojo al haber pensado que su compañero pretendía hacerle daño. Tan imponente e intimidante resultaba su aspecto que se había dejado llevar por aquel vil embrujo que, como se acababa de demostrar, podía ser una maldición. Aunque bueno, casi que Jojo hubiera preferido llevarse un puñetazo, que en eso ya había tenido su experiencia, que enfrentarse a aquello que estaba a punto de pasar.
Dando un natural respingón que le dejó tenso por aquel repentino agarre, Jojo no tuvo tiempo de reaccionar. Su cuerpo le hizo aferrarse al del agente con todas sus fuerzas, brazo sobre brazo sobre maleta sobre espalda en un desesperado esfuerzo por no soltarse. Aunque durante los primeros intantes tenía los ojos abiertos, pronto se encontró cerrando los ojos y apretando la cara contra la gabardina. De haber tenido cuerdas vocales para gritar, sin duda lo habría hecho. Pasaron unos segundos hasta que se dio cuenta de que, por fin, no se movía. Solo entonces se atrevió a tantear con el pie el suelo y, paulatinamente, soltarse de RAL. Le dolían las manos.
Mas poco duró la tranquilidad al sentir el vértigo de estar en una cornisa, que, si bien no era muy acentuada, estaba lejos de ser plana como el tan añorado suelo. Jojo, balanceándolse con la maleta, tuvo finalmente que recurrir a apoyarse de nuevo en su mucho más firme compañero. Le sonrió, casi am odos de disculpas, mientras poco a poco dejaba la maleta a su lado y, sin atreverse a soltarle, se sentaba sobre las nalgas y se agarraba a las tejas justo tras de ellas.
La vista desde allí era tan hermosa como letal era la caída. Centrándose en el cielo, y posteriormente en la dirección en la que le había señalado su compañero para su función, Jojo intentó olvidarse de lo posibilidad de resbalarse y morir. Aunque lograba ver algo desde allí y se concentrase, el mudo creyó que RAL tenía demasiada confianza en sus dotes observadoras. Sin embargo, al ser aquello así, no deseaba en absoluto defraudarle.
Se concentró. En aquel primer grupo se intuía la figura de una mujer. No era ese. En el siguiente había demasiadas cabezas pelonas como para cerciorarse. En el tercero... ahí había un rostro que había analizado antes. No el del hombre que había comprado la figura, no, si no aquel que había susurrado en el nervioso oído. A modo de señal, Jojo chasqueó la lengua repetidas veces con impaciencia.
Pero... ¿RAL iba a dejarlo allí mientras trabajaba? Bueno, al menos intentaría concentrarse en el espectáculo que iba a darle. Sin duda era una alternativa mucho mejor a la del vértigo.
Dando un natural respingón que le dejó tenso por aquel repentino agarre, Jojo no tuvo tiempo de reaccionar. Su cuerpo le hizo aferrarse al del agente con todas sus fuerzas, brazo sobre brazo sobre maleta sobre espalda en un desesperado esfuerzo por no soltarse. Aunque durante los primeros intantes tenía los ojos abiertos, pronto se encontró cerrando los ojos y apretando la cara contra la gabardina. De haber tenido cuerdas vocales para gritar, sin duda lo habría hecho. Pasaron unos segundos hasta que se dio cuenta de que, por fin, no se movía. Solo entonces se atrevió a tantear con el pie el suelo y, paulatinamente, soltarse de RAL. Le dolían las manos.
Mas poco duró la tranquilidad al sentir el vértigo de estar en una cornisa, que, si bien no era muy acentuada, estaba lejos de ser plana como el tan añorado suelo. Jojo, balanceándolse con la maleta, tuvo finalmente que recurrir a apoyarse de nuevo en su mucho más firme compañero. Le sonrió, casi am odos de disculpas, mientras poco a poco dejaba la maleta a su lado y, sin atreverse a soltarle, se sentaba sobre las nalgas y se agarraba a las tejas justo tras de ellas.
La vista desde allí era tan hermosa como letal era la caída. Centrándose en el cielo, y posteriormente en la dirección en la que le había señalado su compañero para su función, Jojo intentó olvidarse de lo posibilidad de resbalarse y morir. Aunque lograba ver algo desde allí y se concentrase, el mudo creyó que RAL tenía demasiada confianza en sus dotes observadoras. Sin embargo, al ser aquello así, no deseaba en absoluto defraudarle.
Se concentró. En aquel primer grupo se intuía la figura de una mujer. No era ese. En el siguiente había demasiadas cabezas pelonas como para cerciorarse. En el tercero... ahí había un rostro que había analizado antes. No el del hombre que había comprado la figura, no, si no aquel que había susurrado en el nervioso oído. A modo de señal, Jojo chasqueó la lengua repetidas veces con impaciencia.
Pero... ¿RAL iba a dejarlo allí mientras trabajaba? Bueno, al menos intentaría concentrarse en el espectáculo que iba a darle. Sin duda era una alternativa mucho mejor a la del vértigo.
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