De demonios y pecados [Hush & Omega] [Evento]

Me resultó bastante extraño que Capers no se resistiera. Acompañado del bueno de Guille, ambos fueron entregados sin ningún tipo de problema. Luego se me adjudicó la siguiente misión sin ningún tipo de comentario ante el cumplimiento de mi deber. No es que esperase nada a cambio de hacer lo que debía, entregar a un criminal que debía pagar por sus actos más allá de lo que habia pasado con su cuerpo, pero me daba curiosidad. Aunque claro, eso era prácticamente un pecado dentro del cuerpo.

No debíamos saber más que lo justo. Saber conllevaba una carga enorme. Una que, en cierta medida, estaba dispuesta a quitarle de los hombros a mis superiores. Pero bueno, así eran las cosas. Con la única directriz de dirigirme a Banaro a la espera de que apareciera un contacto para continuar con mis funciones, revisé las notas que tenía sobre aquella isla perdida de curiosa orografía.

Allí no había nada para turistas. Nada aparte de algún que otro crucero que la pasaba de lejos y miraba con prismáticos las curiosas estructuras en forma de bananas que salpicaban aquí y allá su contorno.

No pude evitar preguntarme si aquello guardaba alguna relacción con los cocodrilos gigantes que tenían también aquellas formas en sus cabezas. ¿O eran caimanes? ¿Cuál era la diferencia entre los dos aparte de una nomenclatura? ¿Sería aquello como la diferencia entre una foca y un león marino? Estaba distrayéndome con aquello, cuando debía concentrarme en la labor que me había adjudicado a mí mismo en el viaje en aquel barcucho de incógnito gubernamental.

Papel higiénico en mano, continué con mi labor. Mi propósito en aquel último día era acabar un rollo completo antes de llegar a la isla.

Todo había comenzado un primer día, en el baño, aburrido entre ejercicio y estudio como buen formal CP. Comenzó con inocencia, curiosidad, aunque como buen chico criado en un hogar cristiano no podía evitar sentirme culpable del terrible desperdicio que estaba llevando a cabo. Cada vez iba a más, aumentando mi resistencia, pero llegó un momento en que, claro está, alguien necesitaba entrar y me interrumpía. Por supuesto, llegado aquel momento, simplemente me trasladé a mi cuarto para seguir con mi gasto de estamina y papel.

Lamentablemente, llegamos. Y extenuado por el tremendo esfuerzo -o más bien fracaso, pues no había llegado más que a poco mas de la mitad del rollo- guardé las pruebas a prisa en mi maleta antes de despedirme en sudoroso silencio de los agentes de incógnito.

La playa, con el fondo de selva tropical, era sin duda hermosa, y estaba seguro que si me movía un poco podria encontrar algun plano digno de ser pintado. De hecho, si me giraba al mar, podía dirigir mi atención a algún curioso cascote. Pero por lo pronto simplemente me dirigí hacia la sombra, sentándome bajo la fresca brisa a descansar de mi tremendo esfuerzo lamentando no haber pasado por la cocina al salir. Tenía la boca seca.

Disclaimer:

Después de irme de Yellow Spice, no pude sino pensar en que es como si hubiera estado solo mucho tiempo. Me preguntaba si ahora en isla Banaro mi suerte cambiaría. Nada más pisar el único pueblo que había en la isla, pude ver que la temática me recordaba a una película que vi hace tiempo. La tenía en la punta de la lengua... ¿El Flaco, el Orco y el Manco? Ni idea, pero el actor principal era super guay y derrochaba una mala hostia que flipas. Tanto tiempo viajando entre islas no me había dado tiempo a arreglar mi aspecto. Me había crecido de más la barba y el pelo lo tenía un poco más largo. Pregunté por el pueblo y mis pasos me llevaron hasta la barbería del pueblo. Allí me atendió el barbero del pueblo, Joe Birt. Le pedí que me arreglara un poco, solo las puntas y que me afeitara nada más hasta tener una barba de tres días. Era un hombre amable pero le daba mucho a la lengua.

Me contó sí que yo se lo pidiera los cotilleos del pueblo. Los amoríos de la Paqui, las travesuras de Daniel, las no tan santas noches del cura Fausto... Hasta intentó sacarme información sobre mí. Menos mal que yo no tenía nada malo... que yo supiera. Lo que si le pregunté por si alguien tenía algún problema con el que un marine pudiera ayudarles. Pero para mí desgracia, no sabía nada. Vaya, se enteraba de todos las cosas del pueblo y no de algo más importante que con quien se acuesta la Paqui. En fin, no me quedaba otra que hacer una patrulla alrededor del pueblo. Buscando algo que hacer. Lo que me llamó la atención, además de la ropa sacada de películas westerns, era la forma de grandes bananas que tenían los peñones. Al pensar en comida, mi estómago comenzó a quejarse una vez más. Era una buena ocasión, ¡así podría aprovechar para probar la comida local! Fui a la taberna del pueblo y tenía las puertas estas que habían en las películas. Me daba mucha ilusión entrar y quedarme mirando a la gente para luego tomar asiento en la barra. Justo como en las pelis. La taberna la llevaba una mujer con carácter, llamada Linda Hofmann.


Le pregunté cuál era el plato más famoso del pueblo. En seguida estaba comiendo unas chuletas de vaca con patatas al estilo Banaro. Tenía una salsa barbacoa con un ligero sabor a banano. Estaba jodidamente delicioso. Podría pasarme la tarde zampando como una marmota. Entre eso y la deliciosa cerveza que tenían, parecía que estaba en el jodido cielo. No tardé en pedir otra ronda.

Una playa en mitad de la nada. ¿Era realmente ese el mejor punto de encuentro? Cierto era que la discreción era primordial para su trabajo, más cuando les tocaba operar en territorio enemigo, pero era más cómodo verse en algún punto de encuentro más a mano. Es decir, ¿por qué no encontrarse en una cómoda terraza de la aldea tomando un refresco? Iban a tener que ir igualmente a la ciudad. En cualquier caso... ni él ni su compañero tenían la culpa dado que no se conocían ni tenían manera de contactar. Eran sus jefes los lo que les habían asignado la misión, el punto de encuentro y fotos del otro para poder reconocerse. Así pues, tras separarse de RAL, se subió a la moto y condujo a través del bosque hacia el lugar acordado. Dado que aquel no era el terreno más adecuado para conducir, tuvo que ir a baja velocidad y con cuidado de no tropezar con raíces.

Iba vestido de paisano para evitar llamar la atención, con una chaqueta blanca, pantalones a juego, una camiseta negra y gafas de motorista. Con el aspecto que llevaba, parecía más alguna clase de macarra que un agente del Gobierno Mundial. Dado que estaban en una isla de la Liga de los Mares, no ir con ropas que gritasen "trabajo para el otro bando" era en general una buena idea.

En cuanto se estuvo aproximando al lugar (o eso calculaba), redujo la velocidad para hacer menos ruido con el motor y se aproximó poco a poco. Finalmente detuvo totalmente el vehículo, lo aparcó junto a un roble y guardó las gafas en el compartimento trasero. Bajó a la playa atento a sus alrededores y con una mano dentro de la chaqueta, listo para sacar la pistola a la menor señal de peligro. Allí encontró un pequeño barco velero y a un tipo de lo más extraño: largo pelo oscuro, cuernos retorcidos que recordaban a los de una cabra, orejas puntiagudas y ojos con pupilas rasgadas. Encajaba con la foto que le habían dado; aquel debía ser el agente Joyce.

- Hush, ¿verdad? Soy Omega. Sígueme, mi moto está entre los árboles. Iremos al pueblo en ella.

Había oído cosas raras sobre aquel tipo. Algunos decían que se había quedado así tras unos experimentos con células de mink. Otros decían que era uno de esos pobres desgraciados obsesionados con los animales y que había pedido que le hiciesen esos implantes. Una agente le había asegurado que era un tipo de pocas palabras salvo cuando estaba con poca gente, pues sufría una forma muy severa de ansiedad social.

Eché la cabeza hacia atrás. Aquello era idilico. La fresca sombra, la suave brisa... Podría perfectamente quedarme aquí un ratito a descansar. Una siesta me hubiera venido genial. Pero, claro está, el destino, y mi labor como agente, no me permitían ni un descanso. Me levanté como un avergonzado resorte, sacudiéndome al escuchar mi designación antes siquiera de pararme a analizar su figura.

Probablemente si lo hubiera hecho, cosa que hubiera pasado de no estar tan cansado por mis sesiones, no le hubiera reconocido como una figura de autoridad. Porque, bueno, las pintas no las tenía. Tenía más bien pinta de líder de banda. Uno de esos tipos de personajes tan populares entre las jóvenes de hoy en día que salían en los musicales interpretados por tipos que rozaban ya la treintena pero pretendían ser adolescentes. Aunque claro, allí no habia un pelo engominado negro que resaltase sobre una piel blanca y lucida, si no justamente al revés. Una paleta de colores que ya había encontrado antes.

Pero bueno, pese a aquella impresión, yo no era de juzgar por las apariencias. De hecho, era de los que era juzgado por. ¿Y qué pinta debía darle? Un chico con cuernos, con ojeras por el cansancio, con un traje marrón raído, remendado y mal ajustado, manchado aqui y allá de tinta y tiza que no salían ni queriendo y con una pizarra colgada al cuello. Mala. Sí, la primera impresión que debía dar era mala. Por eso era necesaria la amable sonrisa.

Le seguí, algo torpemente, ocupado en pensar cómo debía tratarle si tenía un pseudónimo tan rocambolesco como su aspecto. Escribí en la pizarra mi pregunta, compuesta de una sola palabra enmarcada entre símbolos de interrogación. Afortunadamente, se explicó mientras yo admiraba con cierto interés el artilugio mecánico que solo habia visto en el cine y los libros ilustrados antes de montarme con cuidado de no mancharla.

Me agarré a su cintura con la izquierda y me pegué para no caerme, agarrando mi maleta contra el costado mientras escuchaba la información enturbiada por el suave ronroneo del motor. Hablaba bajo, probablemente para que si alguien estuviese atento no pudiera dilucidar qué decíamos por el ruido propio del vehículo.

Era una de esas misiones que no me gustaban. Silenciamiento. Unos incompetentes delincuentes que tenían trapicheos contra la Liga de los Mares se habian vuelto menos cuidadosos que de costumbre, y la inteligencia gubernamental había descubierto que se había abierto ya una investigación contra ellos. Si llegaban a descubrirlos, la ya tensa política entre las dos facciones iba a volverse aún más tensa, y estallaría el conflicto. Nuestra misión, claro está, era deshacernos de todas las pruebas -y testigos- que relaccionaran a aquella red con la nación de mil naciones.

¿Y en qué se había metido esta vez el Gobierno? Pues en el terreno de la falsificación de uniformes y documental. Acostumbrados previo a la excisión de lo que una vez había sido un todo, las especificaciones de ciertos items supuestamente secretos de lo que había sido la Marina aún permanecían inmutables. Información que se había aprovechado, así como materiales de procedencia Gubernamental, para la falsificación de uniformes, permisos y otro batiburrillo de cosas menos importantes como crema de afeitar.

Aunque todo había prosperado, y los propios marines compraban estos productos sin ningún tipo de miramientos para aumentar las escasas provisiones que les otorgaban los incompetentes de sus mandos, alguien había tirado del hilo.

Tras un ajetreado viaje entre la jungla, finalmente llegamos al pueblo que la ocultaba.¿Nuestro destino? Donde empezaban todas las grandes aventuras de fantasía con gran cliché.

Entráis a una taberna...

Iba ya por el quinto plato y apenas me encontraba lleno. Mi estómago era muy exigente en cuanto a la cantidad de comida que debía consumir, o de lo contrario, protestaría como un niño pequeño. Aunque fuera de mi trastorno alimenticio, la comida del local era la hostia. Notaba como la carne y la salsa se mezclaban con mi paladar. Maldita sea, ¿porque siempre me encontraba platos tan deliciosos tan lejos de la base en la que estaba estacionado? El South Blue quedaba ya lejos, pues ahora me encontraba en el Grand Line. Había oído a oficiales hablar sobre este mar. Los novatos eran pastelitos, pero en el Nuevo Mundo hasta los oficiales podrían tener muchos problemas. Debería darme miedo, pero los mares que suponen peligros y aventuras no hacían más que aguardar el día en que pisara una isla que supusiera un peligro. Estaba ensimismado, absorto en mi fantasía pensando en mí ya como oficial al mando de misiones de alto nivel, cuando la mesera me sacó de mi ensoñación. Mientras fregaba unos platos, intentó darme conversación. Por mi vestimenta, sabía que era un marine. Pero había visto a tantos que yo le parecía diferente.

- Para ser un gaviota, no pareces un tonto. ¿Qué te trae al pueblo? ¿Estás en alguna misión para la Liga de los Mares? - Preguntó, acabando de limpiar rápidamente un plato y cogiendo otro. Repitiendo el mismo proceso.

- Realmente no, estoy vagando buscando algo que hacer. Fui al barbero, a que me hiciera un recorte y oí que era el marujo del pueblo - Saqué una sonrisa incómoda - Pero no sabía nada que me interesara y acabó intentando sacarme algún trapo personal -

- ¡Típico de ese pazguato! Está siempre con la nariz metida en los asuntos ajenos. ¡Un día de estos le meto un tiro y le haré un favor al pueblo! - Enseñó un revolver que tenía escondido debajo de las medias.

- No creo que eso sea muy legal, señorita - Respondí con una sonrisa a lo que respondió con una más fuerte

Realmente el pueblo tenía muy buena gente. Cada uno tenía sus extrañezas. Pero por el momento, no me había encontrado con ningún extraño o criminal. En ese momento me entraron ganas de ir al baño. Tenía que cambiar el agua al canario. Dejé a la mesera haciendo sus quehaceres y subí a la planta de arriba. Cuando acabé de aliviarme y me estaba lavando las manos, un sujeto con la cara demacrada entró y me saludó.

- Veo que eres un marine, ¿a lo mejor estás interesado en comprar material que te ayude en tus misiones? Quiero decir, por tu aspecto deduzco que eres un recluta. Podría venderte equipo que podría ayudarte a escalar posiciones. ¿Qué me dices, chaval?

- No le conozco de nada señor, pero parece que suena bien. ¡Un vendedor de la marina! ¡Qué suerte que tengo!

- Baja la voz, mozalbete. La gente no puede enterarse... son productos de calidad -

O más bien entras tú solo, Jojo.

Porque el jefe tiene razón en eso de que mejor que no nos viesen llegar juntos. Eché un vistazo nada más entrar, primero a la izquierda y luego a la derecha, para luego dirigirme como un cordero perdido hasta la ocupada mujer detrás de la barra. Los edificios de Banaro eran, cuanto menos, peculiares. Inspirados probablemente por alguna línea arquitectónica propio de un inconformista de paleta reducida, servían su funcion yendo más allá de la forma.

—¿Buscas algo, muchacho? ¿O a alguien? —dijo la señora llevando el montón de platos a la ventana que daba hasta la cocina. No pude reaccionar cuando sacó la pistola—. ¿No estarás buscando problemas, no?

Levanté ambas manos dejando caer el maletín, presa de un pánico que no me hizo falta fingir. Luego, tímidamente, señalé con mis dedos la pizarrita colgada. Arrugando la nariz con incomprensión, pareció tranquilizarse pocos segundos después.

—Perdona, niño, has entrado tan callado y sin saludar que ya estaba pensando cosas que no eran—se justificó.

Me habían mandado que hiciese un reconocimiento, a ver qué averiguaba. Una tarea un poco difícil para un mudo, pero no era la primera vez que me mandaban a hacer algo con la excusa de que nadie iba a sospechar dado lo absurdo de todo aquello. ¿Quién pensaría en meter a un cojo en una maratón? Nadie.

"¿Hotel?"
—Bueno, taberna. ¿Has comido ya? Porque la cocina va a cerrar en poco. ¡Vivian, pon un plato más! Los cuartos estan arriba.

Cómo me había enredado la tía. Aunque bueno, no me vendría nada mal comer. Aunque entre el susto y lo poco que había dormido, tenía que refrescarme. Volví a escribir. "WC".

—Arriba, a la izquierda. No tiene pérdida. Luego arreglamos el asunto de la habitación cuando pagues, así solo tienes que sacar una vez la cartera. Pero no tardes, la chuleta estará en unos minutos.

Si mi madre me viera comiendo carne un viernes, me mataba. Aunque claro, había otros secretos mucho peores que saltarse la cuaresma. Pecados no solo capitales, sino mayúsculos. Mientras subía las escaleras me pregunté si aquello era fruto del arquitecto o del plan de negocios. Desde luego, tenerlas escaleras arriba desalentaría a los verdaderamente borrachos de hacer sus necesidades en el local, pero pobres de los ancianos y tullidos que debían enfrentarse a los escalones. Entré maletín el mano y saludé con un leve cabeceo al duo que ya estaba allí.

Ocupando el otro lavabo comencé a lavarme las manos y contemplé al espejo el somnoliento cadáver en el que me había convertido. Desde luego necesitaba un buen descanso. Me eché algo de agua en la cara y me peiné algo con los dedos, aunque aquello no me hacía lo suficientemente presentable.

¿Cómo encontraríamos a los falsificadores?

Salto:

El hombre me había llevado al pasillo, detrás de una puerta que daba por unas escaleras que servían como puerta trasera. Había un descansillo y se me puso a hablar. Me hablaba de que si le seguía, podría llevarme a la tienda. Donde podría comprar el equipo bueno por solo unos cuantos berries. La idea me parecía estupenda. Necesitaba conseguir equipo bueno. Lo que me parecía raro es que la Marina tuviera proveedores en esa isla. Aunque pensándolo bien, la isla pertenecía a la Liga de los Mares. Supongo que era lógico que hubieran personas encargadas de administrar equipo a los marines de paso. Accedí a visitar su tienda. Pero le pregunté si me podía dar una dirección. Primero iba a comer algo (otra vez) y ya luego iría más tarde. Al hombre le pareció buena idea. Dijo que a la noche estaría esperando en la dirección que me dejó escrita en un papel. Se despidió de mí y bajó por las escaleras.

- Que hombre más simpático - Dije en voz baja - Debería preguntar a alguien como ir a este sitio, no entiendo bien su letra. ¡Bueno, antes de bajar a comer debería ir al baño a lavarme la cara! -  En esta isla hacía un calor del carajo. Comenzaba a llenarme la frente de sudor y ya notaba también la espalda humedeciéndose.

Volví a entrar a la taberna y abrí la puerta del baño. Había un hombre extraño en el lavabo, refrescándose. Era un hombre alto, casi tanto como yo. Tenía el pelo negro y un par de cuernos. ¿Acaso me había sentado mal la comida y estaba viendo cosas? Me quedé mirándole y pestañeé un par de veces. Sí, era real. ¿Acaso sería un... como se llamaban, de la tribu de los minks? Esa tribu de furros de la que me había hablado mi padre. Aunque no le veía pelo por ninguna parte y parecía más humano que animal. Me molaban los cuernos. Ojalá yo tuviera unos así podría ponerme comida en ellos y tenerla de emergencia por si me daba hambre.

- ¡Buenas! Soy Artorius - Tendí mi mano a modo de saludo - Verás, estoy buscando a alguien que me pueda guiar a una dirección. Un hombre me acaba de hablar y me quiere vender equipo de la marina. Y necesito el equipo , el mío está un poco anticuado siendo un simple recluta - Sonreí mostrando el papelito que me había dado el tipo de antes - Soy nuevo en la isla y cualquier ayuda me vendría de perlas -

Salto:

La pareja se marchó dejando un olorcillo peculiar que me obligó a abrir la ventana y a refrescarme de nuevo. Entonces entró un hombre. Se me quedó mirando, lo que pasaba a menudo, y correspondi de la misma manera. Era un hombre de pecho ancho, pelo largo y sonrisa amable. Un mozo de cuerpo salido de gimnasio y mirada brillante que poco a poco se daba cuenta de que el tiempo que estaba pasando mirándome iba siendo ya demasiado largo. Sobre todo para un baño.

Cogi mi maleta, tras secarme la cara empujando el agua hasta el pelo. Por fin, me saludó. Una mano extendida. Secándome algo la humedad aún presente en mi mano en el pantalón, correspondí al saludo con una feliz sonrisa. Toda aquella interacción estaba siendo muy absurda para un baño, y pronto se volvio aun más absurda todavía.

Al salir de allí me prometí comprar un cupón.

Juntando los dedos de la mano como señal de "OK" seguido de un pulgar levantado, hice un ademán con la cabeza para que me siguiese. Cogí con mucho cuidado el papel, para verlo más de cerca, memorizándolo y luego le hablé con lenguaje de signos, pero el contenido de aquello obviamente no le llegó. Bueno, le llegó uno. El de comer.

Se le encendieron los ojos.

Al bajar al comedor fue directo a pedir más comida, pero la mujerona le dijo con voz seca que ya habían cerrado los fogones. El último plato que salió en comanda fue el mio, que me llevó a la mesa que fuimos a ocupar. Obviamente, con esos ojillos de cachorro hambriento me vi obligado a darle la mitad. No tuve que insistir mucho para que aceptar aquello, la verdad, de hecho solo llegué a hacer medio gesto.

De todas formas nunca solía comer mucho, menos carne roja.

Fui escribiendo en mi pizarra para presentarme y dar conversación. "Me llamo J". "J de Jonathan". "Porque es Largo". Y ya empezó a llamarme Jhony. No me molestaba, pero aunque me gustaba confiar en la bondad humana, había aprendido a desconfiar de ella estando de misión. Sin embargo, como muchas veces, elegí hacerlo pese a las consecuencias de las que ya me había prevenido la experiencia.

No sabía si aquel hombre era sincero del todo. Lo parecía, sí, pero parte de mí no podía creerle. No, no por lo bueno, si no por lo tonto. ¿Cómo demonios no iba uno a saber dónde estaba esa dirección? Banaro tiene una maldita calle. Una. El pueblo entero es una calle. Solo tiene uno que mirar a un lado y al otro para encontrar el número. ¿No se había dado cuenta? O bien no estaba destinado allí, o todo era una trampa. La hora de ir para allá, desde luego, apuntaba a trampa.

¿Pretendían inmiscuirme en la redada? ¿Sabía que era CP? Empecé a sudar, y él encima hizo un comentario en las líneas del calor que hacía en aquella isla tropical. ¿Estaba jugando conmigo? Tras comer y tener una leve sobremesa, en la que desgraciadamente para Artorius no se servían postres, le dije que iba a coger una habitación y a descansar un poco. Afortunadamente las pintas de muerto que llevaba, y que aquello era medio verdad, hicieron que no pusieran pega alguna -o que no pudiera encontrar nada para retenerme-.

Desde la ventana de la habitación en el tercer piso me quedé un rato buscando a Omega, pero no había rastro de él ni de su motocicleta. ¿Dónde puñetas se habría metido? El tiempo corría, y si no era capaz de encontrarle antes de que llegara la noche, debería de encargarme de todo ello yo solo. ¿Qué excusa iba a poner? ¿Que buscaba unos pantalones baratos?

Decidí cerrar la puerta, llevar la cama hasta la pared y tumbarme un rato. No iba a dormirme, pero por lo menos tenía que dejarme caer un rato para prepararme para todo aquello. Entretanto escribí en un papelillo la direccion del lugar, guardándomela por si mi memoria me fallaba o me encontraba al motero.

Por lo visto mi amigo el cornudo no hablaba. O eso parecía. Me correspondió al saludo respondiendo con otra sonrisa. Cogió el papel y lo miró unos momentos. Me comenzó a hablar en lenguaje de señas. Sin embargo, me quedé mirándole con cara de imbécil. Nota mental: debería aprender lenguaje de signos para que no sea un problema la comunicación con civiles durante misiones y cosas así. O peor, que me tocara un compañero o superior cuya forma de comunicarse era esa. Bajamos a pedir comida y yo estaba extasiado. Le dije con pasión lo buena que estaba la comida y que le recomendaba comer el pollo al estilo Banaro. ¡Pero la cocina ya había cerrado! El último plato se lo dieron a mi mudo acompañante. Yo, con mirada de cordero degollado, le pedí que me diera la mitad. Mi estómago rugía como una noche de tormenta tropical. El hombre cedió a darme la mitad de su alimento. Le di las gracias y me dispuse rápidamente a devorar la comida. No parecía un mal tipo, quiero decir,  había sido tan amable como para darme la mitad de su plato y encima había accedido a guiarme a la localización.

Usando la pizarrita que tenía colgada del cuello, se presentó con el nombre de J. Su nombre completo era Jonathan pero que lo recortaba a J porque era demasiado largo. Eso me pareció con sentido. Le dije que a mí me podía llamar A, por si Artorius le parecía largo también. Quería algo de postre. Un helado Banaro estaría bien. Por desgracia, no había postre. J se disculpó y fue a descansar un poco a su habitación hasta que fuera la hora. Yo me quedé en el salón haciendo algo de tiempo. Ya que la cocina estaba cerrada, le pedí a la mesera  que me diera una pinta. Al menos para refrescarme un poco del jodido calor que hacía. Haciendo maniobras en la silla, estaba aburrido, oí una explosión afuera. ¿Qué demonios estaba pasando afuera? La mesera me dijo que a lo mejor era obra del doctor Ambrosius. Un científico que tenía una casa al final de la calle, donde hacía todo tipo de experimentos. Me quedé pensando que podría hacer en su labotario y me dio un poco de sueño. Le alquilé una habitación a la mujer y subí a echarme un poco.

LLegó la hora y esperé a mi acompañante en el salón. Estaba todo un poco oscuro salvo por algunas velas. Salí afuera respirar el olor nocturno. Si, olor a mierda de caballo por la noche. Que rico. Me estiré y me quedé esperando en el descansillo. Habían un par de luces en los edificios y algún que otro borracho por la calle. Cuando llegó mi compañero, le di las buenas noches y le dije de ir yendo ya. Caminamos por la solitaria calle hasta alcanzar el final de la calle. Cerca del mar, oculta entre algunas rocas y árboles, se alzaba un almacén. Lideré la marcha y toqué la puerta del mismo. Con rapidez, abrió la puerta el mismo hombre de por la tarde. Miró con mala cara a J.

- ¿Quién es tu amigo? No me gusta que traigan gente que no conozco. Alguna gente puede tocar los cojones con este negocio - Se quejó el hombre sosteniendo un cuchillo en la mano -

- Tranquilo, amigo. Es un samaritano que me ha dado señales de cómo llegar aquí. No soy bueno con las señalizaciones y es mi primera vez en la isla - Dije con tono conciliador

El hombre se le quedó mirando, con desconfianza. Nos hizo una seña para pasar. Nada más entrar, se podían ver todo tipo de cajas y maquinaria. Varios hombres estaban empaquetando cajas enormes . Otro hombre nos cacheó para ver si teníamos algún arma. ¿Y toda esa gente trabajaba para la Marina? Si que le ponían ganas.

Estaba cuanto menos nervioso. ¿Dónde se había metido Omega? Solo podía esperar que en nuestro viaje hacia allí, cuando me separé durante un momento tras decirle al supuesto recluta que era al fondo del todo, este viese que arrojaba incospicuamente el papelillo con la dirección. Aunque, bueno, poco después me arrepentí de aquello porque si ya me estaba viendo probablemente luego podría habernos simplemente seguido.

Las tonterías que hace uno presa de los nervios.

Al llegar el portero se mostró exceptico, ¿y cómo no culparle? Pero finalmente nos dejaron pasar. Había un puñado de gente trabajando a pleno rendimiento, yendo de aquí para allá, ocupados en lo que parecía un pedido la mar de grande. En absoluto parecían preocupados por la información que nos había llegado de parte del gobierno, y quizá ese era el problema. O la trampa. ¿Habrían contactado con ellos para pedir un pedido enorme para mantenerles ocupados? Desde luego la avaricia les había podido, y así estaban.

¿Cómo ibamos a deshacernos de ellos antes de que cantasen? ¿Qué podía hacer yo solo? Nada. Menos que nada. No quería tener que matarles, pero ¿qué otra nos quedaba? Si les alertaba me expondría como agente del gobierno mundial, y con un marine al lado seguiría teniendo que deshacerme de él. Además, ¿y si venían los marines? ¿Y si venían hoy?

—A tu amigo parece que le está dando un chungo...

Negué repetidas veces, dandome toques en las orejas, como si la causa de mi estrés fuera el tremebundo ruido de la maquinaria. Curioso, porque desde afuera no se oía nada más que un suave rumor.

—Hablaremos en la oficina entonces. Veréis que el producto es de calidad. Aquí tenemos unas muestras de...

Empezó, dándonos un pequeño y apresurado tour mostrando las diferentes etapas y secciones de la pequeña fábrica almacén. Que si uniformes, entre los que me sorprendió ver que estaban personalizando algunos para pequeños cargos, que si botas, cinturones, chaquetas, y, cómo no, gorras. Todo bastante normal, nada en referencia a los permisos especiales, carnés y otras parafernalias de legalidad mucho más dudosa. Los precios eran bajos, muy bajos, más bajos aún para aquellos objetos con "imperfecciones" tal y como ellos los llamaban -fruto de alguna torpeza en la manufacturación-. Que si una etiqueta del revés, que si una i sin punto, una E del revés...

El despacho estaba en la parte de atrás. Un sitio pequeño y cerrado, que apestaba a tabaco, con el escritorio lleno de cuentas por el último mega-envío y con un par de archivadores de documentos oxidados que se cerraban con llave. ¿Estaban los documentos allí? Quizá si los destruía, o me hacía con ellos, solo las palabras no bastasen para atar al WG a todo esto.

—¿Qué vais a querer? Aquí está el catálogo...—dijo pasando un tocho de folios con dibujos penosos.

Entre que pensaba algo, no me vendría mal tener un equipo aunque fuera de recluta... o quizás uno de soldado de primera línea.

Mi compañero estaba muy nervioso. ¿Acaso tenía alguna clase de fobia a las máquinas o a los almacenes? Me quedé mirando alrededor. No entendía a que tanto nerviosismo. No era que como las máquinas le fueran a hacer nada, ¿no? Le toqué el hombro a J y con una sonrisa le dije que no se preocupara de nada. Que respirara de forma tranquila. Le di un pequeño truco que me había enseñado mi padre para cuando me ponía de los nervios. Dejar la mente en blanco y soltar el aire lentamente. El hombre que nos hacía de guía nos fue enseñando lo que fabricaban allí. Me quedé sorprendido de ver los materiales. Me pareció ver un uniforme de cabo. Y yo aún seguía siendo un recluta de más. La verdad, es que no estaba teniendo mucha suerte en mis últimas misiones. No solo habían piezas de uniformes, también habían rifles y espadas. También nos enseñaron algunas piezas que no habían salido bien de fábrica. Yo no era muy listo, pero hasta yo podía ver que efectivamente eran armas y ropa de pega. Estaban mal bordados, algunas letras mal puestas. Los colores invertidos, etc.  También me fijé que algunos civiles del pueblo estaban trabajando allí, supongo que para sacarse algún sobresueldo.


Luego, fuimos a la oficina. Dios, mira que mi habitación en el cuartel era una jodida leonera pero aquello era pasarse. Y encima apestaba a cigarrillo barato que uno podía comprar en el estanco a 20 berries. El hombre sacó un catálogo y nos preguntó que íbamos a comprar. Yo aún estaba indeciso. Podría comprarme una gorra o quizás unas botas nuevas. O mejor, unos pantalones nuevos para repuesto. Los que tenía se me mancharon de lejía limpiando la cocina del cuartel hace una semana. Mi nuevo amigo J fue el primero en pedir comprar un uniforme completo. Aunque yo me quedé pensando cómo iba a hacer para ponerse la gorra con sus cuernos. También se me ofreció a comprarme algo, a modo de regalo.

- No sé qué comprar, la verdad que es me gustaría renovar el equipo yo también - Me quedé con la mano en la barbilla pensativo - Pero no quiero abusar de un regalo, así que creo que voy a comprarme un chaleco nuevo, ¡el mío ya empieza a oler a viejo! -

El hombre se frotó las manos y cogió un Den Den Mushi que tenía en una esquina de la mesa.

- ¡Albert! Un uniforme completo y un chaleco, tenemos dos clientes esperando - Colgó de forma seca

Mientras tanto, se oyó un ruido fuerte y unos gritos fuera de la oficina. Parecía que una máquina se había estropeado y los trabajadores estaban tensos, gritándose unos a otros.

- Disculpadme un segundo, voy a salir fuera a poner orden y a ver que cojones ha pasado. No tardaré nada - Se levantó y marchó rápidamente por la puerta, dando pasos largos.

Parecía que nos habíamos quedado solos. Me puse a mirar por la ventana, y el hombre estaba echando la bronca monumental a la gente. Nunca había visto a alguien con una cara tan roja por la furia.

Qué menos que pagarle un detallito después de que me hubiera traido hasta allí. Aunque claro, aún tenía mis sospechas. Sospechas que se acentuaron cuando se puso a mirar por la ventana en lugar de intentar entablar conversación, dejándome carta libre para rodear el desordenado escritorio del fumador empedernido e intentar abrir los archivadores.

Desgraciadamente, aunque la llave no estaba echada, el óxido me impedía abrirlos con sigilo. ¿Me vería obligado a darles un tirón? ¿Y luego qué puñetas iba a hacer? ¿Revisarlos con el otro ahí delante y esperar encontrar los documentos que hacían de prueba? Tampoco tenía manera de llevármelos. Tan solo me quedaba la opción de destruirlos...

¿Cómo?

Una idea se me vino rápidamente a la cabeza. Moviendo un poco los papeles, cogí un pequeño paquete de cerillas. Encendí un par y las arrojé por el pequeño hueco que había conseguido abrir, confiando en que aquello fuera suficiente. Luego al girarse mi compañero, me hice el loco como el que estaba organizando los papeles en montoncitos en vez de el desorganizaod desastre que tenían por ahi tirado.

La habitación siempre había olido a humo, pero supuse que no tardaría mucho en notarse que este empezaba a provenir del mueble de metal. Miré mi muñeca, exenta de reloj, con dramatismo, y sacando la cartera fui afuera alentando a que mi compañero me siguiese. ¡¿Qué horas eran esas para que un negocio estuviese abierto?! Demasiado tarde, y yo tenía demasiada prisa. Cerré tras de él.

Al tipo, que ya volvía murmurando maldiciones sobre dónde iba a encontrar un ingeniero para arreglar no se qué máquina, no le importó en absoluto darnos las cosas entremedio que nos acompañaba a la salida. Cobrar iba a cobrar, y, además, teniendo en cuenta cómo se había guardado parte del dinero en un bolsillo del pantalón y otra en el de la camisa, me daba a mí que se estaba sacando un sobrecoste.

Resuelto aquello, con mi nuevo uniforme bajo el brazo, me despedí de Artorius con un apretón de manos y la cómica actitud del que iba a perder el tren.

Puede que no hubiera sido la mejor forma de acabar la misión, pero sin la intervención de mi superior, que se había escaqueado lo más grande, no podría haber hecho otra cosa.

Cogí mis cosas y me marché de allí, mas cuando me encontraba atravesando la jungla en dirección a la playa, la explosión me hizo detenerme. Tenía el mal presentimiento de que mi supervisor no había aprobado mi opción de dejar testigos. Sombrío, esperaba que aquella amarga sensación fuera solo producto de mi imaginación.

Mi compañero estaba aún con una actitud nerviosa. Cuando me giré, estaba ordenando los papeles en la mesa. Me pareció un gesto amable para ayudar con la organización, pero no sé cómo se lo tomaría el hombre de negocios. Igual no se lo tomaría bien. En el cuartel, el comodoro Rougier odiaba que le tocaran sus documentos o realmente, cualquier cosa de su despacho sin su permiso. Joder, incluso en ese momento, podía escuchar en mi cabeza los berridos del oficial. Menos mal que no era yo el que los había tocado. Mi compañero J, parecía tener prisa por irse. Ya que con un gesto en su reloj, indicaba que era muy tarde y que mejor nos íbamos ya. Yo me encogí de hombros y le seguí. Total, no tenía nada que hacer allí tampoco. Salimos a la sala de máquinas y almacenaje y nos encontramos con el hombre. Venía echando humo, cagándose en los ingenieros y en los demás trabajadores. Nos acompañó a la salida, no sin antes darnos los artículos.

Ya afuera, le di un apretón de manos a Jonathan y le desee un buen viaje. Además de agradecerle una vez más por el regalo. Una fragante nueva chaqueta de la Marina. Aunque me quedé pensando un poco, ¿si estábamos en una isla, donde estaba el tren? Aunque no le di importancia y pensé que sería una forma de hablar. Cuando me estaba yendo yo también, se escuchó una explosión dentro de almacén. Y una cortina de fuego y humo se expandía por el aire. Salieron algunas personas, entre ellas el hombre, pero pude escuchar como uno de los trabajadores llamaban a uno de los muchachos de carga. ¡Aquello era una misión para un marine! Con aire de valentía, me adentré en el edificio en llamas. Era una locura, porque aparte de las llamas, se estaban cayendo algunos escombros. Dentro del lugar estaba todo lleno de humo y fuego. Rasgué mi propia camisa y me la puse en la boca a modo de pañuelo para no tragar tanto humo.

Fui buscando alrededor, intentando escuchar voces de auxilio. Por desgracia, varios cuerpos yacían en el suelo. Algunos de formas grotescas y otros siendo consumidos por las llamas. Comenzaban a caerse trozos del techo. Era cuestión de darme prisa y salvar al muchacho cuanto antes. Fue entonces, cuando escuché un grito de socorro. Atravesando un pasillo y sacando algunas cajas de en medio. Había un hombre joven atrapado por una estantería que no dejaba moverle. Cuando me vio, rogó ayuda y decía que se había jodido la pierna derecha y no podía caminar.

Llegué corriendo hasta él y haciendo fuerzas, logré echar a un lado la estantería. Le agarré y me lo puse a cuestas. No sin antes ponerle otro trapo en la boca para evitar la inhalación prolongada de humo. Yo ya estaba comenzando a toser y el muchacho estaba tosiendo como un jodido fumador. Fui corriendo por los pasillos, esquivando escombros y las llamas como pude. Sin embargo, con la salida ya enfrente. Unas llamas bloqueaban el paso.

- ¿Confías en mí? - Pregunté al muchacho

El hombre, asintió intuyendo la locura que iba a hacer. Cogí carrerilla y salté a través de las llamas. Forzando a mi cuerpo a coger las llamas intentando proteger al hombre. Atravesamos las llamas y caímos al suelo. El muchacho tenía unas llamas menores que la gente le ayudó a apagar. En mi caso, tenía el pecho ardiendo. Y no hice otra que dar vueltas en el suelo mientras gritaba. Por suerte otras personas me ayudaron también a apagarlo en unos instantes. Había logrado salvar a un ciudadano. Sentaba bien ser un héroe.

Aunque había conseguido extinguir las llamas, me habían quedado una quemadura en el pecho. Por suerte, gente del pueblo había acudido a la explosión. Y el médico del pueblo también estaba allí, preparado por si alguien necesitaba ayuda. Había adquirido unas quemaduras de segundo grado. El médico se apresuró a ponerme un tratamiento para quemaduras y mandó a sus enfermeras a ayudar al muchacho. Debido al cansancio y la quemadura, perdí el conocimiento para después, pasados unos días despertarme en la clínica del cuartel marine en la sección de enfermería.