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Prometheus D. Katyon
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El hombre salió despedido de una patada, destrozando la puerta del local.
—Menudo debilucho —maldije por lo alto.
Caminé con pesadumbre hacia el interior de la taberna, arrastrando mi kanabo por el liso piso de madera, mientras el pirata yacía en el suelo, casi moribundo.
La taberna era amplia, y de suficiente altura para que yo pudiera entrar, lo cual era de agradecer. La gente del interior se quedó en silencio mientras observaba la escena. Sin duda en aquella isla era algo habitual, aunque algunos me miraron extrañados.
—¿Qué pasa? ¿Es que nunca habéis visto a un lunario ajustando cuentas?
Aquello bastó para que dejaran de mirarme. En otras ocasiones hubiera arremetido con todas mis fuerzas contra los mirones, pero en aquel momento estaba centrado en descargar mi furia con el pirata. Estaba tumbado bocabajo, mientras intentaba escapar arrastrándose a una velocidad lamentable.
Cogí una pichel de cerveza, que en mi mano parecía una tacita de café, me bebí su contenido haciendo oídos sordos a su anterior propietario y, una vez vacío, lo estampé contra la cabeza del pirata, dejándole clavados en el rostro multitud de astillas de madera.
—El jefe... Se ha... Ido...
Bah, aquello ya resultaba aburrido. Salí del local dejando a todos con la palabra en la boca y el cuerpo que, si no estaba muerto, lo estaría en breves.
Max Power había huído, seguro acobardado por mí presencia, y ahora me había quedado sin objetivo en la isla. Todos sus hombres decían lo mismo, que iba a negociar un trato, pero para mí ya no era más que un cobarde nauseabundo. Había perdido todo el interés en él, y más le valía no presentarse enfrente mío en el futuro.
Deambulé por la capital de Bloothe. Era un buen lugar, excepto por la nieve. Los maleantes frecuentaban las calles, había tabernas con ingentes cantidades de alcohol allá donde mirases y un alto índice de criminalidad. No me hubiera importado quedarme más tiempo en la isla, pero creía que iba siendo hora de marcharme. No había encontrado a nadie capaz de hacerme frente allí, y tampoco había encontrado a la puñetera orca. Como el cabrón de Tilikum se hubiera marchado del lugar sin mí iba a convertirse en comida para peces, lo tenía claro.
Tampoco había encontrado a nadie apto para mí tripulación. Muy dentro de mí estaba apenado, aunque se trataba más bien de decepción. La sardina había sido una buena adquisición, había que estar loco para negarlo, pero también era la única. Hasta el momento no había nadie más con las características que estaba buscando para unirse a mí. ¿De verdad tendría que rebajar mis expectativas y meter a cualquiera en el barco? No me hacía gracia, pero tenía que pensarlo.
—¡Ah, que dura la vida del capitán! —grité, maldiciendo.
—Menudo debilucho —maldije por lo alto.
Caminé con pesadumbre hacia el interior de la taberna, arrastrando mi kanabo por el liso piso de madera, mientras el pirata yacía en el suelo, casi moribundo.
La taberna era amplia, y de suficiente altura para que yo pudiera entrar, lo cual era de agradecer. La gente del interior se quedó en silencio mientras observaba la escena. Sin duda en aquella isla era algo habitual, aunque algunos me miraron extrañados.
—¿Qué pasa? ¿Es que nunca habéis visto a un lunario ajustando cuentas?
Aquello bastó para que dejaran de mirarme. En otras ocasiones hubiera arremetido con todas mis fuerzas contra los mirones, pero en aquel momento estaba centrado en descargar mi furia con el pirata. Estaba tumbado bocabajo, mientras intentaba escapar arrastrándose a una velocidad lamentable.
Cogí una pichel de cerveza, que en mi mano parecía una tacita de café, me bebí su contenido haciendo oídos sordos a su anterior propietario y, una vez vacío, lo estampé contra la cabeza del pirata, dejándole clavados en el rostro multitud de astillas de madera.
—El jefe... Se ha... Ido...
Bah, aquello ya resultaba aburrido. Salí del local dejando a todos con la palabra en la boca y el cuerpo que, si no estaba muerto, lo estaría en breves.
Max Power había huído, seguro acobardado por mí presencia, y ahora me había quedado sin objetivo en la isla. Todos sus hombres decían lo mismo, que iba a negociar un trato, pero para mí ya no era más que un cobarde nauseabundo. Había perdido todo el interés en él, y más le valía no presentarse enfrente mío en el futuro.
Deambulé por la capital de Bloothe. Era un buen lugar, excepto por la nieve. Los maleantes frecuentaban las calles, había tabernas con ingentes cantidades de alcohol allá donde mirases y un alto índice de criminalidad. No me hubiera importado quedarme más tiempo en la isla, pero creía que iba siendo hora de marcharme. No había encontrado a nadie capaz de hacerme frente allí, y tampoco había encontrado a la puñetera orca. Como el cabrón de Tilikum se hubiera marchado del lugar sin mí iba a convertirse en comida para peces, lo tenía claro.
Tampoco había encontrado a nadie apto para mí tripulación. Muy dentro de mí estaba apenado, aunque se trataba más bien de decepción. La sardina había sido una buena adquisición, había que estar loco para negarlo, pero también era la única. Hasta el momento no había nadie más con las características que estaba buscando para unirse a mí. ¿De verdad tendría que rebajar mis expectativas y meter a cualquiera en el barco? No me hacía gracia, pero tenía que pensarlo.
—¡Ah, que dura la vida del capitán! —grité, maldiciendo.
Blaise Richthofen
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Piratas por doquier en una isla llena de nieve roja. ¿Por qué parece tan irónico? Por algún motivo me vi atraída a aquella isla en medio del Paraíso. ¿Quizás en busca de pelea o puede que mi aburrimiento es tal que, simplemente, me apetecía ver como estúpidos humanos se dieran de tortas por los motivos más estúpidos? Ignoraba la respuesta. De todas formas, me encontraba caminando por la calle sin un rumbo fijo. En aquella condenada isla hacía un frío del carajo, odiaba los lugares tan fríos. Me eché mano a la gabardina y me intenté abrigar lo máximo posible. Si por mi fuera reduciría la puta isla a cenizas. Suspiré y me abrí paso por las calles, ojeando a la gente. Al menos no estaba repleta de humanos, podías encontrar otras razas como esos hombres peces.
Mis pasos me condujeron hasta una zona con algunos bares de mala muerte. Ya que estaba podía tomar algo aunque tuviera el sabor de una meada de gato. Je, en la Revolución llegué a tener que beber de mi propia orina en algunas misiones donde no había comida ni bebida al alcance. Era una mala idea, pero era lo que había. La mejor parte era cuando por fin llegaba el momento de aplastar al enemigo y hacerlos cachitos. Si no fuera porque son unos blandos que temen mancharse las manos me hubiera quedado más tiempo. Ahora había elegido la vida pirata. Esperaba que fuera más interesante que seguir ordenes de viejos que solo se sentaban y mandaban a los demás a hacer su trabajo. Mentiría si dijera que no disfrutaba matando. El olor de la sangre y las caras de desesperación... Que buena vida.
Ahora que volvía a tener los pies sobre la tierra, me llamó la atención una pelea que había cerca. Bueno, realmente habían por todo el lugar. Parece que era el pan de cada día. Aunque habían logrado hacerme enfadar. Pues un sucio humano me empujó por quedarme mirando.
-¿Que miras, alita? ¿Te dan miedo los piratas? -
- No, pero yo que tu me hubiera quedado quieto y no me hubiera tocado - Con una sonrisa sádica, mis manos se deslizaron a mi espalda, a coger la lanza.
El pobre diablo no tuvo tiempo a reaccionar cuando atravesé sus sucias tripas. La sangre salpicó en mi cara. Lo que hizo que me pusiera aún más furiosa. No me gustaba mancharme con la sangre de seres tan patéticos. Así que le di una patada y me dispuse a ver como se desangraba en el piso.
- Vaya, ya no estás tan gallito. ¿Me pregunto... crees en Dios? Dile que me puede chupar el culo -
La gente se quedó mirando. Me gustaba que hubiera show. A lo mejor alguien más se unía y me demostraba que en aquella isla había alguien que no fuera un puto debilucho.
Mis pasos me condujeron hasta una zona con algunos bares de mala muerte. Ya que estaba podía tomar algo aunque tuviera el sabor de una meada de gato. Je, en la Revolución llegué a tener que beber de mi propia orina en algunas misiones donde no había comida ni bebida al alcance. Era una mala idea, pero era lo que había. La mejor parte era cuando por fin llegaba el momento de aplastar al enemigo y hacerlos cachitos. Si no fuera porque son unos blandos que temen mancharse las manos me hubiera quedado más tiempo. Ahora había elegido la vida pirata. Esperaba que fuera más interesante que seguir ordenes de viejos que solo se sentaban y mandaban a los demás a hacer su trabajo. Mentiría si dijera que no disfrutaba matando. El olor de la sangre y las caras de desesperación... Que buena vida.
Ahora que volvía a tener los pies sobre la tierra, me llamó la atención una pelea que había cerca. Bueno, realmente habían por todo el lugar. Parece que era el pan de cada día. Aunque habían logrado hacerme enfadar. Pues un sucio humano me empujó por quedarme mirando.
-¿Que miras, alita? ¿Te dan miedo los piratas? -
- No, pero yo que tu me hubiera quedado quieto y no me hubiera tocado - Con una sonrisa sádica, mis manos se deslizaron a mi espalda, a coger la lanza.
El pobre diablo no tuvo tiempo a reaccionar cuando atravesé sus sucias tripas. La sangre salpicó en mi cara. Lo que hizo que me pusiera aún más furiosa. No me gustaba mancharme con la sangre de seres tan patéticos. Así que le di una patada y me dispuse a ver como se desangraba en el piso.
- Vaya, ya no estás tan gallito. ¿Me pregunto... crees en Dios? Dile que me puede chupar el culo -
La gente se quedó mirando. Me gustaba que hubiera show. A lo mejor alguien más se unía y me demostraba que en aquella isla había alguien que no fuera un puto debilucho.
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Mis pasos me llevaron hasta una calle amplia, con bastante tráfico de personas. Había varios puestos de frutas, verduras, pescado y varios tipos de comida más, todos fuertemente custodiados por guardias de gran tamaño, fuertes y musculosos, aunque desde luego no más que yo. Se notaba que los ladrones no descansaban en aquel lugar, y los altercados debían estar a la orden del día. «Como debe ser» pensé tranquilamente. Una buena pelea te ayudaba a relajarte, y libraba al mundo de debiluchos estúpidos e innecesarios.
A lo lejos se escuchó el agudo chillido de una mujer, seguido de los abruptos comentarios de los transeúntes. De pronto, lo que parecía ser gente caminando tranquilamente se acabó convirtiendo en una muchedumbre ansiosa por el cotilleo que se arremolinó alrededor de un par de personas.
Me acerqué al lugar; la gente me dejaba pasar sin protestar mucho al observar mi descomunal tamaño y mis extrañas características como eran las alas y el fuego en la espalda. Había una mujer allí, blandiendo una lanza, y un hombre que se desangraba en el suelo, a punto de morir.
No supe quién empezó, pero se armó una buena. Una botella de alcohol voló por el aire, estallando en mil pedazos sobre la cabeza de alguien. Un hombre le dio un puñetazo a otro, que a su vez acabó empujando a un tercero por perder el equilibrio, y en un instante lo que parecía una tranquila calle comercial se convirtió en la mayor pelea de taberna que había visto en mi vida. Los bandoleros desenfundaron las pistolas, los espadachines desenvainaron las espadas y los luchadores alzaron los puños. Yo, por mi parte, enarbolé mi kanabo. No pensaba perderme la fiesta.
El olor a pólvora se expandió como la peste. Los gritos de dolor de dolor se propagaron como un chisme jugoso y allá donde miraba había combates de toda índole. Algunos más listos aprovechan para robar carteras, bolsas de comida y demás pertenencias aprovechando el desconcierto general, mientras los vendedores recogían los chiringuitos. Uno de los ladronzuelos se acercó, pensando que podría conseguir un buen botín. Lo que se llevó fueron tres costillas fracturadas, un cinco dientes rotos y un traumatismo craneoencefálico moderado. No era más que un renacuajo y tampoco quería pasarme con él.
No tardaron en aparecer varios contendientes más. Por cada hombre que derribaba, aparecían otros dos buscando camorra, a los que respondía con un golpe de mi arma. En todas partes los cadáveres comenzaban a acumularse, e íbamos quedando los más fuertes. Me están divirtiendo mucho, pero... ¿Quién iba a limpiar después aquella masacre? Quizás la sangre pasará desapercibida sobre el terreno rojo.
A lo lejos se escuchó el agudo chillido de una mujer, seguido de los abruptos comentarios de los transeúntes. De pronto, lo que parecía ser gente caminando tranquilamente se acabó convirtiendo en una muchedumbre ansiosa por el cotilleo que se arremolinó alrededor de un par de personas.
Me acerqué al lugar; la gente me dejaba pasar sin protestar mucho al observar mi descomunal tamaño y mis extrañas características como eran las alas y el fuego en la espalda. Había una mujer allí, blandiendo una lanza, y un hombre que se desangraba en el suelo, a punto de morir.
No supe quién empezó, pero se armó una buena. Una botella de alcohol voló por el aire, estallando en mil pedazos sobre la cabeza de alguien. Un hombre le dio un puñetazo a otro, que a su vez acabó empujando a un tercero por perder el equilibrio, y en un instante lo que parecía una tranquila calle comercial se convirtió en la mayor pelea de taberna que había visto en mi vida. Los bandoleros desenfundaron las pistolas, los espadachines desenvainaron las espadas y los luchadores alzaron los puños. Yo, por mi parte, enarbolé mi kanabo. No pensaba perderme la fiesta.
El olor a pólvora se expandió como la peste. Los gritos de dolor de dolor se propagaron como un chisme jugoso y allá donde miraba había combates de toda índole. Algunos más listos aprovechan para robar carteras, bolsas de comida y demás pertenencias aprovechando el desconcierto general, mientras los vendedores recogían los chiringuitos. Uno de los ladronzuelos se acercó, pensando que podría conseguir un buen botín. Lo que se llevó fueron tres costillas fracturadas, un cinco dientes rotos y un traumatismo craneoencefálico moderado. No era más que un renacuajo y tampoco quería pasarme con él.
No tardaron en aparecer varios contendientes más. Por cada hombre que derribaba, aparecían otros dos buscando camorra, a los que respondía con un golpe de mi arma. En todas partes los cadáveres comenzaban a acumularse, e íbamos quedando los más fuertes. Me están divirtiendo mucho, pero... ¿Quién iba a limpiar después aquella masacre? Quizás la sangre pasará desapercibida sobre el terreno rojo.
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Después de aquella muestra de violencia gratuita para otras personas, el ambiente se caldeo estallando en una pelea campal. La gente tirandose botellas, cuchillos y cualquier cosa que pudiera hacer daño o matar, eso sin contar a los que iban cuerpo a cuerpo con lo primero que tuvieran a mano. Aquello me recordaba a las trifulcas que se armaban en el cuartel general del ejercito, obviamente sin baños de sangre. En este momento, toda la ira, rabia, odio de todos estos esperpentos estaba siendo liberada, mostrando sus verdaderos dientes. Aquello por fin dejó de ser aburrido y comencé a divertirme. Al menos entraría en calor con el ejercicio intentando mantenerme viva en medio de esa vorágine de testosterona. El cuerpo del hombre al que maté yacía inerte en el suelo, siendo ahora alimento para los gusanos.
Pero algunos de sus amigos buscaban venganza. Usando mi lanza, intenté defenderme como pude. Por suerte, no se notaba que fueran muy diestros en combate. Bloquee algunos tajos de espada y de daga. Pero si que me llevé algunos cortes por las piernas. Me estaba divirtiendo de lo lindo. Hice un barrido para mantenerlos arraya para después empujar mi lanza al corazón de uno de ellos. Matar me daba mucho placer, mi sonrisa iba creciendo cada vez más. Otros cuerpos a mi alrededor iban cayendo poco a poco. La pelea se iba encarnizando cada vez más. Había un hombre muy alto con fuego en su espalda. Nunca había visto alguien de esa raza. Parecía un Skypiano pero mucho más grande y con ese fuego que amenazaba con quemar su cuerpo.
El también parecía estar disfrutando con la pelea, pues agitaba con tesón su especie de garrote buscando nuevas presas que fulminar con su fuerza bruta. No me iba a quedar atrás. No me gustaba perder así que, sin más, mi lanza y yo continuamos abriéndonos paso ante aquellos trozos de carne móviles. Las heridas me escocían pero apreté los dientes y continué peleando, intentando no quedarme atrás en el contador de muertes. Paso, paso, estocada. Paso hacia atrás, bloqueo, barrido y estocada. Se había vuelto mi baile en aquel campo de batalla improvisado. Deseaba que aquello no acabara nunca, pero todo lo bueno tiene que acabar. Así era la vida. Había que vivir aquellos momentos que te hacían sentir vivo. Aquellos momentos donde, un paso en falso, y acabarías muerto.
Pero algunos de sus amigos buscaban venganza. Usando mi lanza, intenté defenderme como pude. Por suerte, no se notaba que fueran muy diestros en combate. Bloquee algunos tajos de espada y de daga. Pero si que me llevé algunos cortes por las piernas. Me estaba divirtiendo de lo lindo. Hice un barrido para mantenerlos arraya para después empujar mi lanza al corazón de uno de ellos. Matar me daba mucho placer, mi sonrisa iba creciendo cada vez más. Otros cuerpos a mi alrededor iban cayendo poco a poco. La pelea se iba encarnizando cada vez más. Había un hombre muy alto con fuego en su espalda. Nunca había visto alguien de esa raza. Parecía un Skypiano pero mucho más grande y con ese fuego que amenazaba con quemar su cuerpo.
El también parecía estar disfrutando con la pelea, pues agitaba con tesón su especie de garrote buscando nuevas presas que fulminar con su fuerza bruta. No me iba a quedar atrás. No me gustaba perder así que, sin más, mi lanza y yo continuamos abriéndonos paso ante aquellos trozos de carne móviles. Las heridas me escocían pero apreté los dientes y continué peleando, intentando no quedarme atrás en el contador de muertes. Paso, paso, estocada. Paso hacia atrás, bloqueo, barrido y estocada. Se había vuelto mi baile en aquel campo de batalla improvisado. Deseaba que aquello no acabara nunca, pero todo lo bueno tiene que acabar. Así era la vida. Había que vivir aquellos momentos que te hacían sentir vivo. Aquellos momentos donde, un paso en falso, y acabarías muerto.
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No podía negarlo, aquel grotesco espectáculo de combates a muerte me había alegrado el día. Y como no podía ser de otra forma, estaba acabando con la escoria que se atrevía a enfrentarme sin mucha dificultad.
Crucé la mirada con un hombre, grande para ser un humano, que iba desnudo sin ropa hacia arriba, y un par de hachas de doble filo. Sin pensárselo mucho se lanzó contra mí, a lo que reaccioné abalanzándome sobre él. Alzamos nuestras armas e intercambiamos golpes. Nuestras armas chocaban y se estrellaban entre ellas una y otra vez, mientras arrojaban chispas. Era fuerte, al menos más que la media, pero a medida que yo atacaba él iba retrocediendo, dando pasos hacia atrás, hasta que no fue capaz de hacerlo y recibió en el costado un mazazo que tardaría mucho en olvidar.
Escupí al suelo.
—¿Es que no hay nadie aquí que sea rival para mí? —grité, enojado—. ¡Sois un hatajo de perdedores!
Muchos habrían opinado que tendría que haberme quedado callado, disfrutando de los combates uno a uno, en vez de provocar a todos los rufianes de mi alrededor. Yo, por mi parte, sabía lo que hacía. Bueno, puede que no, pero cuando aparecieron cuatro hombres dispuestos a hacerme frente a la vez, sonreí de satisfacción.
El fuego de mi espalda se extendió por mi brazo derecho hasta envolver por completo el kanabo. Una vez más lo alcé, listo para atacar. En cuanto se pusieron a mi alcance realicé un barrido con mi arma, derribandolos en el acto.
—Bah, patético —dije, sin evitar cerrar la boca.
Al instante el fuego desapareció de mi brazo y de mi arma. Todavía no dominaba de todo el control de las llamas, pero notaba cómo iba por buen camino.
Cuando acabé de pelear con los debiluchos, me volví y me di cuenta de que solo quedaba otra persona en pie. El resto había sido derrotado, o había salido huyendo; no sabía qué era peor. Observé el montón de cadáveres que se apilaba a sus pies, y lo comparé con el mío, que, como mínimo, triplicaba su tamaño.
Se trataba de una mujer, pero algo extraña. Tenía alas, o las había tenido, porque ahora solo le quedaba una colgando de su espalda, algo hostigada, y tenía la mitad de su rostro cubierta por desagradables cicatrices de una gran quemadura. Su mirada desprendía odio y rabia, y aquello me gustaba.
—Ja, perdedora —le dije—. He derrotado a muchos más que tú. Ahora te toca invitarme a comer.
Otra vez, provocando, no podía evitarlo, pero tampoco iba a rechazar una comida gratis.
Crucé la mirada con un hombre, grande para ser un humano, que iba desnudo sin ropa hacia arriba, y un par de hachas de doble filo. Sin pensárselo mucho se lanzó contra mí, a lo que reaccioné abalanzándome sobre él. Alzamos nuestras armas e intercambiamos golpes. Nuestras armas chocaban y se estrellaban entre ellas una y otra vez, mientras arrojaban chispas. Era fuerte, al menos más que la media, pero a medida que yo atacaba él iba retrocediendo, dando pasos hacia atrás, hasta que no fue capaz de hacerlo y recibió en el costado un mazazo que tardaría mucho en olvidar.
Escupí al suelo.
—¿Es que no hay nadie aquí que sea rival para mí? —grité, enojado—. ¡Sois un hatajo de perdedores!
Muchos habrían opinado que tendría que haberme quedado callado, disfrutando de los combates uno a uno, en vez de provocar a todos los rufianes de mi alrededor. Yo, por mi parte, sabía lo que hacía. Bueno, puede que no, pero cuando aparecieron cuatro hombres dispuestos a hacerme frente a la vez, sonreí de satisfacción.
El fuego de mi espalda se extendió por mi brazo derecho hasta envolver por completo el kanabo. Una vez más lo alcé, listo para atacar. En cuanto se pusieron a mi alcance realicé un barrido con mi arma, derribandolos en el acto.
—Bah, patético —dije, sin evitar cerrar la boca.
Al instante el fuego desapareció de mi brazo y de mi arma. Todavía no dominaba de todo el control de las llamas, pero notaba cómo iba por buen camino.
Cuando acabé de pelear con los debiluchos, me volví y me di cuenta de que solo quedaba otra persona en pie. El resto había sido derrotado, o había salido huyendo; no sabía qué era peor. Observé el montón de cadáveres que se apilaba a sus pies, y lo comparé con el mío, que, como mínimo, triplicaba su tamaño.
Se trataba de una mujer, pero algo extraña. Tenía alas, o las había tenido, porque ahora solo le quedaba una colgando de su espalda, algo hostigada, y tenía la mitad de su rostro cubierta por desagradables cicatrices de una gran quemadura. Su mirada desprendía odio y rabia, y aquello me gustaba.
—Ja, perdedora —le dije—. He derrotado a muchos más que tú. Ahora te toca invitarme a comer.
Otra vez, provocando, no podía evitarlo, pero tampoco iba a rechazar una comida gratis.
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El baile sangriento continuaba. Mi lanza se había bañado en rojo con varios adversarios. Mi odio me obligaba a ir directo a por humanos pero también caían personas de otras razas. La muerte al final nos hacía iguales, pues ella no hacía distinciones. Todos los que acababan en el hoyo iban al mismo lugar. La nada. Por eso había que disfrutar el momento. Y el momento era matar ineptos que se atrevían a alzar sus sucias y toscas armas contra mi. Pero no me desagradaba, pues aparte de darme entretenimiento también podía entrenar un poco mi forma física. Lo único que lamentaba era que algunos de esos ataques habían logrado alcanzarme, hiriéndome en las piernas y los brazos. Dichas heridas ardían como metal fundido en la piel, pero el dolor era bueno. El dolor era señal de que aún estaba con vida y podía seguir. Si caía, solo resultaba que era débil y no merecía seguir avanzando. Pero me aseguraría de que aquello no pasara.
El choque de metales y el olor a cuerpos ensangrentados además de en descomposición me mantenían centrada en la pelea. Mis instintos estaban a flor de piel. Era consciente de que un mal paso y acabaría alimentando el número de cadáveres tirados en el piso. Más perdedores que la historia nunca recordaría. Me negaba a ser una simple gota en el mar de la historia. Llevaría a cabo mi venganza aunque perdiera una extremidad o el ojo, todo ello no me impediría continuar mi cruzada. Mi lanza continuaba con su danza mortal. Uno, dos, parada, uno, dos. Cada vez iban quedando menos y el suelo iba tiñéndose de carmesí. Cuando me quise dar cuenta, ya todo había acabado. Los que no habían muerto se habían ido con el rabo entre las piernas. Me faltaba el aliento. No estaba acostumbrada aún a peleas tan intensas. Una voz grave me llamó la atención, escuché sus palabras y , con una sonrisa sarcástica, me giré hacia él.
- ¿Comida? Claro, alguien tan grandote y fuerte tiene que reponer sus energías. No vaya a ser que se desmaye después de tanto ejercicio, ¿cierto? -
Lideré la marcha hacia el primer tugurio de mala muerte que no hubiera sido saqueado o cerrado. La verdad, es que también me hacía falta un breve descanso. Algo de pasta y una buena pinta no estaría mal. Y me daba curiosidad aquel ser. ¿De donde coño le salía ese fuego? ¿También lo soltaría por el culo?
El choque de metales y el olor a cuerpos ensangrentados además de en descomposición me mantenían centrada en la pelea. Mis instintos estaban a flor de piel. Era consciente de que un mal paso y acabaría alimentando el número de cadáveres tirados en el piso. Más perdedores que la historia nunca recordaría. Me negaba a ser una simple gota en el mar de la historia. Llevaría a cabo mi venganza aunque perdiera una extremidad o el ojo, todo ello no me impediría continuar mi cruzada. Mi lanza continuaba con su danza mortal. Uno, dos, parada, uno, dos. Cada vez iban quedando menos y el suelo iba tiñéndose de carmesí. Cuando me quise dar cuenta, ya todo había acabado. Los que no habían muerto se habían ido con el rabo entre las piernas. Me faltaba el aliento. No estaba acostumbrada aún a peleas tan intensas. Una voz grave me llamó la atención, escuché sus palabras y , con una sonrisa sarcástica, me giré hacia él.
- ¿Comida? Claro, alguien tan grandote y fuerte tiene que reponer sus energías. No vaya a ser que se desmaye después de tanto ejercicio, ¿cierto? -
Lideré la marcha hacia el primer tugurio de mala muerte que no hubiera sido saqueado o cerrado. La verdad, es que también me hacía falta un breve descanso. Algo de pasta y una buena pinta no estaría mal. Y me daba curiosidad aquel ser. ¿De donde coño le salía ese fuego? ¿También lo soltaría por el culo?
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La perdedora accedió de buena gana, y aunque no parecía saber mucho de la vida, no demostró asustarse por encontrar a alguien tan imponente como yo. No estaba seguro de si era una mujer de mundo, o si simplemente era tan estúpida como para no temerme, y estaba comenzando a pensar que sería ambas cosas.
—Esto no ha sido más que un juego de niños; ¡hace falta mucho más para consumir mis energías!
Cuando se adelantó, di unos cuántos apresurados, evitando que tomase la delantera. Si caminaba por detrás suyo parecería una especie de guardaespaldas, y yo no era el guardaespaldas de nadie.
—No lo has hecho mal —le dije, refiriéndome al combate que habíamos librado instantes atrás—, para ser... —miré el ala que tenía en la espalda. Me recordaba a las mías, pero era más pequeña y blanca, y no parecía tener la capacidad de moverla o usarla para volar—. Lo que quiera que seas.
Por supuesto parecía una mujer dura, con ese rostro violento y las feroces cicatrices que le habían devorado medio rostro, y estaba convencido de que más de un humano podría asustarse de ella. Como mínimo, llamó mi atención, aunque el gesto autoritario que portaba no me gustaba nada. Quizás tuviera que acabar dándole un par de lecciones. Pero primero, la comida.
Llegamos al primer local que todavía no había cerrado por culpa de la refriega. La entrada era pequeña, por lo que decidí quedarme en la puerta en vez de parecer un gigante que iba a secuestrar a los hijos del posadero, aunque la idea tampoco me desagradó. Más les valía tener buena comida si no querían tener problemas.
—¡Queremos comida! —grité, golpeando la pared del local, que era de madera, con la mano. Algunos tablones se astillaron y cayó tierra y polvo del tejado—. ¡Y rápido!
Enseguida apareció un hombre, bajito para ser un humano, con gafas que ocultaban sus ojos, un bigote castaño en un rostro redondo y una calva incipiente. Llevaba un uniforme de camarero y un delantal.
—Esto... ¿Podría no golpear así la pared? El edificio es viejo y...
—Golpear, ¿cómo? —pregunté a la vez que volvía a golpear la pared, por encima de la puerta—. ¿Así? Tráenos ya algo de comer, y mucho sake. ¿Entendido?
El hombre, a quién comenzaron a temblarle las rodillas, asintió y salió corriendo hacia el interior del local.
—Hay que hacerse respetar, o si no te escupen en la comida —le expliqué a la pelirroja.
—Esto no ha sido más que un juego de niños; ¡hace falta mucho más para consumir mis energías!
Cuando se adelantó, di unos cuántos apresurados, evitando que tomase la delantera. Si caminaba por detrás suyo parecería una especie de guardaespaldas, y yo no era el guardaespaldas de nadie.
—No lo has hecho mal —le dije, refiriéndome al combate que habíamos librado instantes atrás—, para ser... —miré el ala que tenía en la espalda. Me recordaba a las mías, pero era más pequeña y blanca, y no parecía tener la capacidad de moverla o usarla para volar—. Lo que quiera que seas.
Por supuesto parecía una mujer dura, con ese rostro violento y las feroces cicatrices que le habían devorado medio rostro, y estaba convencido de que más de un humano podría asustarse de ella. Como mínimo, llamó mi atención, aunque el gesto autoritario que portaba no me gustaba nada. Quizás tuviera que acabar dándole un par de lecciones. Pero primero, la comida.
Llegamos al primer local que todavía no había cerrado por culpa de la refriega. La entrada era pequeña, por lo que decidí quedarme en la puerta en vez de parecer un gigante que iba a secuestrar a los hijos del posadero, aunque la idea tampoco me desagradó. Más les valía tener buena comida si no querían tener problemas.
—¡Queremos comida! —grité, golpeando la pared del local, que era de madera, con la mano. Algunos tablones se astillaron y cayó tierra y polvo del tejado—. ¡Y rápido!
Enseguida apareció un hombre, bajito para ser un humano, con gafas que ocultaban sus ojos, un bigote castaño en un rostro redondo y una calva incipiente. Llevaba un uniforme de camarero y un delantal.
—Esto... ¿Podría no golpear así la pared? El edificio es viejo y...
—Golpear, ¿cómo? —pregunté a la vez que volvía a golpear la pared, por encima de la puerta—. ¿Así? Tráenos ya algo de comer, y mucho sake. ¿Entendido?
El hombre, a quién comenzaron a temblarle las rodillas, asintió y salió corriendo hacia el interior del local.
—Hay que hacerse respetar, o si no te escupen en la comida —le expliqué a la pelirroja.
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Aquel ser o lo que fuera, parecía ser un poco bocazas y creído. Con esa actitud era muy probable que se ganara problemas más pronto que tarde. Aunque si fuera solo eso... Su cara me daba ganas de partírsela por algún motivo. Pero estaba ya tan cansada de esa pelea campal improvisada que solo quería sentarme y descansar un poco. Quizás aprovechaba para hacerme una limpia de mis heridas. También parecía que tenía aires de mandamás, pues no aceptaba que yo fuera delante de él. Aunque por lo poco que he visto, de momento puede permitirse ese comportamiento. Con ese arma y esos músculos... A lo mejor estaba delante de un bobito que se creía que el mundo se conquistaba a base de pura fuerza. No iba a ser yo quien le cortara las alas. Nunca mejor dicho.
- Soy una Skypiana , una habitante de las Islas del Cielo. Normalmente mi raza tiene dos alas aunque no sirven para volar, son más estéticas que otra cosa - Respondí a la curiosidad de mi colega grandote observando donde debería estar ahora mi otra ala - Yo también me pregunto que eres, pareces una mezcla de Skypiano con un semigigante pero con fuego y alas más grandes -
Por fin llegamos ante uno de los únicos locales que se dignaba a abrir sus puertas o era lo suficientemente limpio para los estándares de la zona. Tampoco esperaba nada bueno, pero cualquier cosa para saciar el apetito y la sed bastaban.
- Mejor se dan prisa, este sujeto no tiene mucha paciencia como veis. Yo que vosotros me daría prisa y ... me aseguraría que todo lo que pidamos esté al menos decente - Temblé un poco con la sacudida de mi amigo el músculos junto al local - Ya veis como se pone -
El hombrecillo que era el camarero del lugar, corrió como un caballo a toda prisa. Aproveché aquel momento de paz para fumarme un pitillo. Si no lo hacía, igual me pondría un poco violenta y acabaríamos dándonos de hostias entre nosotros. Aspiré el humo para después dejarlo soltar por mi boca, haciendo una O.
- Incluso si la gente te respeta hay que tener cuidado. Te pueden traicionar de todas formas. Solo hace falta un despiste y hasta un gigante puede caer de la forma más ridícula - Metí la mano en la caja de cigarros para coger uno y ofrecérselo al grandullón - ¿Quieres? Vienen bien para relajarse después de un día agitado. No es sexo pero tampoco está mal -
El hombre no tardó en aparecer por la puerta acompañado de un hombre más gordo y con bigote negro y de una mujer de no mal ver, de pelo rubio. Traían como podían la comida y la bebida. Brochetas de pollo, salchichas de cerdo, pasta, pizza y más cosas. Parecía que no escatimaban en gastos. Lo mejor fue ver al hombre más gordo traer una botella de sake grande, prácticamente casi arrastrándola. Y mi me trajeron otra más pequeña. Yo cogí el sake y me lo vertí en las heridas. Quemaban pero no eran para tanto. Ya había sufrido más que esto.
- Te dejo los honores de probar la comida primero - Dije volviendo a darle al cigarro para después soltar el humo con la forma de una A - ¿Que buscas en esta zona aparte de zurrar gente? -
- Soy una Skypiana , una habitante de las Islas del Cielo. Normalmente mi raza tiene dos alas aunque no sirven para volar, son más estéticas que otra cosa - Respondí a la curiosidad de mi colega grandote observando donde debería estar ahora mi otra ala - Yo también me pregunto que eres, pareces una mezcla de Skypiano con un semigigante pero con fuego y alas más grandes -
Por fin llegamos ante uno de los únicos locales que se dignaba a abrir sus puertas o era lo suficientemente limpio para los estándares de la zona. Tampoco esperaba nada bueno, pero cualquier cosa para saciar el apetito y la sed bastaban.
- Mejor se dan prisa, este sujeto no tiene mucha paciencia como veis. Yo que vosotros me daría prisa y ... me aseguraría que todo lo que pidamos esté al menos decente - Temblé un poco con la sacudida de mi amigo el músculos junto al local - Ya veis como se pone -
El hombrecillo que era el camarero del lugar, corrió como un caballo a toda prisa. Aproveché aquel momento de paz para fumarme un pitillo. Si no lo hacía, igual me pondría un poco violenta y acabaríamos dándonos de hostias entre nosotros. Aspiré el humo para después dejarlo soltar por mi boca, haciendo una O.
- Incluso si la gente te respeta hay que tener cuidado. Te pueden traicionar de todas formas. Solo hace falta un despiste y hasta un gigante puede caer de la forma más ridícula - Metí la mano en la caja de cigarros para coger uno y ofrecérselo al grandullón - ¿Quieres? Vienen bien para relajarse después de un día agitado. No es sexo pero tampoco está mal -
El hombre no tardó en aparecer por la puerta acompañado de un hombre más gordo y con bigote negro y de una mujer de no mal ver, de pelo rubio. Traían como podían la comida y la bebida. Brochetas de pollo, salchichas de cerdo, pasta, pizza y más cosas. Parecía que no escatimaban en gastos. Lo mejor fue ver al hombre más gordo traer una botella de sake grande, prácticamente casi arrastrándola. Y mi me trajeron otra más pequeña. Yo cogí el sake y me lo vertí en las heridas. Quemaban pero no eran para tanto. Ya había sufrido más que esto.
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La gente volvía a comenzar a pasear por la calle, casi ignorando la matanza que había tenido un momento atrás, mientras nosotros nos sentamos por fuera esperando por la comida. Enseguida salió el camarero acompañado de más personas que nos trajeron todo lo que habíamos pedido y más. Sin dudarlo, arranqué una pierna del cerdo asado que habían puesto en la mesa y comencé a comérmelo.
—Isla del Cielo, ¿eh? Suena interesante —dije después de tragar el primer bocado—. Tú pareces un lunario, pero venido a menos, claro.
La comida no estaba mal, para ser la mierda de sitio que era. Comencé a engullir sin pensar en si mi acompañante tendría hambre o no, y comencé a arrasar con la comida a buen ritmo, mientras la acompañaba de tragos de sake.
—Las traiciones se pagan con sangre y dolor —le dije sin pestañear—. La gente es libre de hacer lo que quiera, hasta de traicionar, pero todo tiene sus consecuencias. Si intentas hacer caer a un gigante, piénsatelo bien, porque te puede aplastar.
La comida se acabó tan rápido como llegó, casi sin darle tiempo de probarla a la pelivioleta, quién había usado parte de su bebida para limpiarse las heridas. En lo poco que habían hablado, había dicho varias cosas interesantes. Para empezar, no era humana, lo que significaba un punto a favor suyo, aunque aquello ya lo suponía. Y respecto a lo de la Isla del Cielo... Tendría que investigar más sobre el asunto. Y sin duda era fuerte, no tanto como él, pero lo suficiente para derrotar a un buen número de contendientes con pocas dificultades. En mi cabeza se comenzaba a formar una idea, aunque aún no lo tenía claro. Quizás porque no sabía nada sobre ella, o quizás porque era mujer... La verdad es que con la orca lo había tenido más claro.
—Buscaba a Max Power —le dijo, sin importarme si alguien me escuchaba. La verdad es que rara vez me importaba que los demás conocieran mis intenciones—. Pero no es más que un asqueroso cobarde que huyó al escuchar que iba detrás suyo. Si algún día me lo encuentro le daré una paliza que no podrá olvidar jamás, pero hasta entonces, me conformo con conseguir tripulantes. Buenos tripulantes, no me contentaré con cualquiera. Porque pienso traer una era de caos y destrucción a este mundo tras volverme el Rey de los Piratas.
La miré fijamente.
—¿Y tú qué buscas? —pregunté seriamente. No pensaba hacerle ninguna propuesta en firme hasta conocer sus intenciones y saber de qué era capaz, o hasta dónde podía llegar.
—Isla del Cielo, ¿eh? Suena interesante —dije después de tragar el primer bocado—. Tú pareces un lunario, pero venido a menos, claro.
La comida no estaba mal, para ser la mierda de sitio que era. Comencé a engullir sin pensar en si mi acompañante tendría hambre o no, y comencé a arrasar con la comida a buen ritmo, mientras la acompañaba de tragos de sake.
—Las traiciones se pagan con sangre y dolor —le dije sin pestañear—. La gente es libre de hacer lo que quiera, hasta de traicionar, pero todo tiene sus consecuencias. Si intentas hacer caer a un gigante, piénsatelo bien, porque te puede aplastar.
La comida se acabó tan rápido como llegó, casi sin darle tiempo de probarla a la pelivioleta, quién había usado parte de su bebida para limpiarse las heridas. En lo poco que habían hablado, había dicho varias cosas interesantes. Para empezar, no era humana, lo que significaba un punto a favor suyo, aunque aquello ya lo suponía. Y respecto a lo de la Isla del Cielo... Tendría que investigar más sobre el asunto. Y sin duda era fuerte, no tanto como él, pero lo suficiente para derrotar a un buen número de contendientes con pocas dificultades. En mi cabeza se comenzaba a formar una idea, aunque aún no lo tenía claro. Quizás porque no sabía nada sobre ella, o quizás porque era mujer... La verdad es que con la orca lo había tenido más claro.
—Buscaba a Max Power —le dijo, sin importarme si alguien me escuchaba. La verdad es que rara vez me importaba que los demás conocieran mis intenciones—. Pero no es más que un asqueroso cobarde que huyó al escuchar que iba detrás suyo. Si algún día me lo encuentro le daré una paliza que no podrá olvidar jamás, pero hasta entonces, me conformo con conseguir tripulantes. Buenos tripulantes, no me contentaré con cualquiera. Porque pienso traer una era de caos y destrucción a este mundo tras volverme el Rey de los Piratas.
La miré fijamente.
—¿Y tú qué buscas? —pregunté seriamente. No pensaba hacerle ninguna propuesta en firme hasta conocer sus intenciones y saber de qué era capaz, o hasta dónde podía llegar.
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Parece que la raza a la que pertenecía este tipo era a los Lunarian. No había escuchado el nombre de esa raza nunca, ¿acaso sería una antigua olvidada por la historia misma? No me gustaban mucho algunos comentarios hacía mi. Parecía como que me menospreciaba. De no ser porque estuviera cansada, le daría un toque a la cara de orco que me llevaba. La comida, al menos, le había satisfecho al menos un poco. Después de que le diera el primer bocado, aproveché y me deleité con los numerosos platos antes de que desaparecieran por arte de magia, liquidados por el pajarraco en llamas. Era interesante su pensamiento, pero por desgracia, aunque un gigante te pudiera matar con su caída, no todas las personas pueden ser aplastadas.
- Tienes mucho apetito, ¿eh? ¿Son todos los tuyos igual de voraces como tú? - Dije mientras rescataba un plato de spaghetti de las garras del hambre encarnado.
Por lo visto buscaba a alguien. Pobre hombre, a saber que le había hecho a esta bestia para que fuera detrás suya. Me llamó la atención de que estuviera buscando tripulantes. Eso quería decir que era un pirata. Ya eso le daba puntos por mi parte. Gente que no le debía nada a nadie y podían hacer lo que quisieran en el mundo. Aunque me sorprendía que este hombre quisiera ser Rey de los Piratas.
- ¿Rey de los Piratas? Vaya, si que apuntas alto, colega - Contesté dando un trago al sake para después devolverle la mirada con una sonrisa sádica - Yo solo quiero matar y torturar a todos los nobles. Romper el estatus quo y sumir al mundo en el caos. La vida es muy aburrida para que la gente viva en paz. En la guerra es donde nos sentimos más vivos -
Y así era, mi paso por el Ejército Revolucionario me había dado a probar el bello arte de la guerra. El olor a sangre, los gritos de los heridos. el aroma a cenizas y fuego. Todo era hipnotizante y me daba gozo.
- También te digo, odio a los humanos. Me parecen seres inferiores traicioneros y egoístas. No me molestaría que se extinguieran o... extinguirlos yo misma - Di un último trago a la botella y miré al cielo - Pero para eso necesito poder. Hacerme más fuerte y hacer lo que yo quiera con esa escoria -
- Tienes mucho apetito, ¿eh? ¿Son todos los tuyos igual de voraces como tú? - Dije mientras rescataba un plato de spaghetti de las garras del hambre encarnado.
Por lo visto buscaba a alguien. Pobre hombre, a saber que le había hecho a esta bestia para que fuera detrás suya. Me llamó la atención de que estuviera buscando tripulantes. Eso quería decir que era un pirata. Ya eso le daba puntos por mi parte. Gente que no le debía nada a nadie y podían hacer lo que quisieran en el mundo. Aunque me sorprendía que este hombre quisiera ser Rey de los Piratas.
- ¿Rey de los Piratas? Vaya, si que apuntas alto, colega - Contesté dando un trago al sake para después devolverle la mirada con una sonrisa sádica - Yo solo quiero matar y torturar a todos los nobles. Romper el estatus quo y sumir al mundo en el caos. La vida es muy aburrida para que la gente viva en paz. En la guerra es donde nos sentimos más vivos -
Y así era, mi paso por el Ejército Revolucionario me había dado a probar el bello arte de la guerra. El olor a sangre, los gritos de los heridos. el aroma a cenizas y fuego. Todo era hipnotizante y me daba gozo.
- También te digo, odio a los humanos. Me parecen seres inferiores traicioneros y egoístas. No me molestaría que se extinguieran o... extinguirlos yo misma - Di un último trago a la botella y miré al cielo - Pero para eso necesito poder. Hacerme más fuerte y hacer lo que yo quiera con esa escoria -
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Tenía otra pierna de cerdo en las manos, con la boca abierta a punto de ser devorada cuando escuché el comentario. Me detuve en seco y observé a la mujer con un rostro terrorífico. Posiblemente sin querer me había traído unos dolorosos recuerdos, recuerdos que me causaban cualquier sentimiento menos calma.
—No hay más como yo —dije con un tono de voz tan serio y oscuro que daba a entender que no quería que volviese a tocar el tema. Por lo que él sabía, era el último de mi especie, y aquello lo había asumido, pero el comentario me recordó los días en los que todavía era joven e inocente y mi madre preparaba grandes almuerzos para mi y para mi padre. En aquellos días no sabía nada del dolor de mi raza, pero ahora cargaba con el mayor peso de todos: el peso de la venganza.
Afortunadamente la conversación tomó otro rumbo en cuanto la mujer siguió hablando. Se encontraba sorprendida de mis intenciones de convertirme en el siguiente Rey de los Piratas, pero... si ella pretendía hacer todo lo que decía que quería hacer —que curiosamente coincidía en gran medida con lo que yo quería hacer—, ¿no debía aspirar a algo más? Tenía las intenciones, desde luego, pero le faltaba la voluntad. Aún así, no era como las personas comunes, y los grandes descubrimientos como la orca eran difíciles de encontrar. Pensé que quizás no se tratase de una mala adquisición para mi banda, pero no todavía. Aún le faltaba algo. Le faltaba esa voluntad.
—¿Y como piensas hacerte más fuerte? —se me ocurrió preguntarle—. ¿Como piensas enfrentarte tú sola al mundo? Para enfrentarte al mundo, necesitas dos cosas: una leyenda, un halo de misterio detrás tuyo que demuestre tu poder y haga que la gente te tema, pero sobre todo, una voluntad a la altura de esa leyenda. Y por lo que puedo ver, pequeñaja, no tienes ninguna de las dos. Ahora mismo, ante mis ojos, solo pareces una niña haciendo una pataleta contra el mundo.
Sí, la voluntad. Aquel elemento que todas las personas tienen pero muy pocas desarrollan. ¿La desarrollaría aquella chica? Si se sentía ofendida ante mi discurso, no dudaría en mostrarle la diferencia entre nuestras voluntades. Yo también quería destruir el mundo tal y como lo conocía, pero al contrario que la pelivioleta yo tenía un plan, y tenía ambición. Tenía una voluntad inquebrantable que me impedía echarme atrás incluso en la peor de las circunstancias. Sencillamente, yo tenía poder.
—No hay más como yo —dije con un tono de voz tan serio y oscuro que daba a entender que no quería que volviese a tocar el tema. Por lo que él sabía, era el último de mi especie, y aquello lo había asumido, pero el comentario me recordó los días en los que todavía era joven e inocente y mi madre preparaba grandes almuerzos para mi y para mi padre. En aquellos días no sabía nada del dolor de mi raza, pero ahora cargaba con el mayor peso de todos: el peso de la venganza.
Afortunadamente la conversación tomó otro rumbo en cuanto la mujer siguió hablando. Se encontraba sorprendida de mis intenciones de convertirme en el siguiente Rey de los Piratas, pero... si ella pretendía hacer todo lo que decía que quería hacer —que curiosamente coincidía en gran medida con lo que yo quería hacer—, ¿no debía aspirar a algo más? Tenía las intenciones, desde luego, pero le faltaba la voluntad. Aún así, no era como las personas comunes, y los grandes descubrimientos como la orca eran difíciles de encontrar. Pensé que quizás no se tratase de una mala adquisición para mi banda, pero no todavía. Aún le faltaba algo. Le faltaba esa voluntad.
—¿Y como piensas hacerte más fuerte? —se me ocurrió preguntarle—. ¿Como piensas enfrentarte tú sola al mundo? Para enfrentarte al mundo, necesitas dos cosas: una leyenda, un halo de misterio detrás tuyo que demuestre tu poder y haga que la gente te tema, pero sobre todo, una voluntad a la altura de esa leyenda. Y por lo que puedo ver, pequeñaja, no tienes ninguna de las dos. Ahora mismo, ante mis ojos, solo pareces una niña haciendo una pataleta contra el mundo.
Sí, la voluntad. Aquel elemento que todas las personas tienen pero muy pocas desarrollan. ¿La desarrollaría aquella chica? Si se sentía ofendida ante mi discurso, no dudaría en mostrarle la diferencia entre nuestras voluntades. Yo también quería destruir el mundo tal y como lo conocía, pero al contrario que la pelivioleta yo tenía un plan, y tenía ambición. Tenía una voluntad inquebrantable que me impedía echarme atrás incluso en la peor de las circunstancias. Sencillamente, yo tenía poder.
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Parecía que mi comentario acerca de su raza había tocado una fibra sensible. ¿Es posible que esté ante lo que llaman el último de una era? Sentía curiosidad por su historia, pero algo me decía que si seguía insistiendo acabaría muerta. La idea de enfrentarme a un ser como aquel no era mala. Tenía muchas posibilidades de perder pero solo la experiencia de un muro infranqueable en mi camino me daba ganas de comenzar una pelea. Su mirada sombría me daba la idea de que él y yo no éramos tan diferentes. Desechos sociales en busca de algo de provecho, poder y fama. Estaba buscando tripulantes... ¿No sería mala idea irme con él? A ver que podía hacer para poner de vuelta al mundo. Pero obviamente, no se lo pediría. Era labor de un capitán de provecho reclutar a quien le pudiera parecer útil o provechoso para la idea de una tripulación propia. Me acabé el cigarro, observando como volvía a devorar comida hasta que... dijo algo que me dejó de piedra.
- ¿Una niña con una pataleta? - Mi risa inundó la estancia como el eco en una cueva - ¿Sabes lo que me diferencia de una niña? La niña aún tiene la inocencia de que el mundo no es tan malo. A mi me la robaron. Me lo robaron todo. Mi inocencia, mi pureza y sobre todo... mi orgullo - Con un rápido movimiento y una mirada llena de determinación , me quité la gabardina dejando ver el hueco del ala que me faltaba -
Si, mi más grande orgullo era mi raza. Me enorgullecía pertenecer a la raza de la gente del cielo. Y no ser una sucia humana. Tenía pruebas de porque odiaba a los humanos por todo mi cuerpo y sobre todo en mi mente.
- Mi cuerpo entero es un recordatorio del por qué sigo viva. Si no tengo poder o fama como dices, ya me la ganaré. Aún soy joven, mi odio y venganza me mantendrán en este mundo hasta que tenga los medios de conseguir mi objetivo. Y si tengo que enfrentarme a gigantes lo haré, aunque amenacen con aplastarme. Si muero, significa que no era lo suficientemente fuerte - Volví a ponerme la gabardina con naturalidad - Mi primer paso, es conseguir un extraño poder que circula por el Mar Azul que se rumorea que da poderes a las personas. A partir de ahí, me abriré paso entre los cuerpos que se pongan en medio -
- ¿Una niña con una pataleta? - Mi risa inundó la estancia como el eco en una cueva - ¿Sabes lo que me diferencia de una niña? La niña aún tiene la inocencia de que el mundo no es tan malo. A mi me la robaron. Me lo robaron todo. Mi inocencia, mi pureza y sobre todo... mi orgullo - Con un rápido movimiento y una mirada llena de determinación , me quité la gabardina dejando ver el hueco del ala que me faltaba -
Si, mi más grande orgullo era mi raza. Me enorgullecía pertenecer a la raza de la gente del cielo. Y no ser una sucia humana. Tenía pruebas de porque odiaba a los humanos por todo mi cuerpo y sobre todo en mi mente.
- Mi cuerpo entero es un recordatorio del por qué sigo viva. Si no tengo poder o fama como dices, ya me la ganaré. Aún soy joven, mi odio y venganza me mantendrán en este mundo hasta que tenga los medios de conseguir mi objetivo. Y si tengo que enfrentarme a gigantes lo haré, aunque amenacen con aplastarme. Si muero, significa que no era lo suficientemente fuerte - Volví a ponerme la gabardina con naturalidad - Mi primer paso, es conseguir un extraño poder que circula por el Mar Azul que se rumorea que da poderes a las personas. A partir de ahí, me abriré paso entre los cuerpos que se pongan en medio -
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Quizás me equivocara. Quizás mi análisis fuera prematuro. O quizás simplemente es que no pienso bien con el estómago vacío. Lo que fuera, mi percepción sobre aquella mujer comenzaba a variar ligeramente. ¿Aquello que empezaba a sentir era empatía? Tal vez pena, o tal vez lástima. No estaba seguro, también podía ser una amalgama de todos estos sentimientos, pero tenía claro que no solía sentirme así por nadie. No podía decir que había llegado a mi corazón, porque no era así, pero algo en mi interior había cambiado.
Su cuerpo mutilado hubiera hecho que muchos apartasen la mirada. Es más, los que se encontraban más cerca nuestro, bien estuvieran comiendo en las mensas próximas o bien estuvieran paseando por la calle, lo hicieron. Yo por mi parte clavé mis pupilas en aquel muñón. Pensé en cómo me sentiría si me hubieran hecho lo mismo. En mi caso habría sido peor, porque me habrían robado la capacidad de volar, pero aún así que te arrebaten a la fuerza una parte de tu cuerpo debía ser desastroso.
La chica parecía tener las cosas más claras de lo que parecía en un principio, y aquello me gustó. Parecía decidida, y aunque en mi interior ya había tomado una decisión respecto a qué hacer con ella, primero quería ponerla a prueba. Quería descubrir si no era solo palabrería, si también era capaz de hablar con sus actos.
—Muy bien —dije, con una sonrisa en la boca—. Sígueme —ordené.
Me levanté de la mesa y comencé a andar por la calle con un destino en mente. En los últimos días me había dedicado principalmente a dos cosas: entrenar y perseguir a los despojos de Max Power. Lo primero aún no había dado muchos frutos, pero estaba cerca, lo sabía, y lo segundo... Mi objetivo principal, que era enfrentarme al pirata, se vio frustrado por la retirada de este, pero sus últimos hombre me habían dejado cierta información. En un primer momento no me había parecido útil, y casi la había olvidado, pero esta chica me había hecho cambiar de opinión.
Me siguiera o no, había tomado una decisión. Los lacayos del pirata me contaron que en ese mismo día se iba a celebrar un truculento intercambio entre una escoria pirata y unos legionarios muy poco honestos, y mi intención era tan sencilla como aparecer en el lugar y chafarles la fiesta. ¿Por qué? Porque estaba aburrido y necesitaba entretenerme, pero, sobre todo, porque debía demostrar no solo mi poder sino que yo tampoco era pura palabrería. Tenía que mostrar mi voluntad y ambición a través de mis actos.
Su cuerpo mutilado hubiera hecho que muchos apartasen la mirada. Es más, los que se encontraban más cerca nuestro, bien estuvieran comiendo en las mensas próximas o bien estuvieran paseando por la calle, lo hicieron. Yo por mi parte clavé mis pupilas en aquel muñón. Pensé en cómo me sentiría si me hubieran hecho lo mismo. En mi caso habría sido peor, porque me habrían robado la capacidad de volar, pero aún así que te arrebaten a la fuerza una parte de tu cuerpo debía ser desastroso.
La chica parecía tener las cosas más claras de lo que parecía en un principio, y aquello me gustó. Parecía decidida, y aunque en mi interior ya había tomado una decisión respecto a qué hacer con ella, primero quería ponerla a prueba. Quería descubrir si no era solo palabrería, si también era capaz de hablar con sus actos.
—Muy bien —dije, con una sonrisa en la boca—. Sígueme —ordené.
Me levanté de la mesa y comencé a andar por la calle con un destino en mente. En los últimos días me había dedicado principalmente a dos cosas: entrenar y perseguir a los despojos de Max Power. Lo primero aún no había dado muchos frutos, pero estaba cerca, lo sabía, y lo segundo... Mi objetivo principal, que era enfrentarme al pirata, se vio frustrado por la retirada de este, pero sus últimos hombre me habían dejado cierta información. En un primer momento no me había parecido útil, y casi la había olvidado, pero esta chica me había hecho cambiar de opinión.
Me siguiera o no, había tomado una decisión. Los lacayos del pirata me contaron que en ese mismo día se iba a celebrar un truculento intercambio entre una escoria pirata y unos legionarios muy poco honestos, y mi intención era tan sencilla como aparecer en el lugar y chafarles la fiesta. ¿Por qué? Porque estaba aburrido y necesitaba entretenerme, pero, sobre todo, porque debía demostrar no solo mi poder sino que yo tampoco era pura palabrería. Tenía que mostrar mi voluntad y ambición a través de mis actos.
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Mi pequeña muestra del pasado había llamado la atención de los comensales y de los trabajadores de la taberna. Pero no me podía importar menos. No era como si fuera la única persona en aquel lugar que tuviera cicatrices o un jodido pasado. No les puse ni asunto pero... si me fijé en que el grandullón cambió el semblante de su rostro por unos instantes. ¿Me tenía lástima? ¿O acaso se veía reflejado en mí? En cualquier caso, no necesitaba la compasión de nadie. Ese tipo de cosas me las tomaba como casi un insulto. Como si fuera una pobrecita mujer que ha sido denigrada a una maldita sombra andante de lo que fue una vez. Aún recordaba aquella pelea en el escuadrón Delta donde le di un puñetazo a un novato que me miró con lástima cuando vio lo que me quedaba de mi ala perdida. Realmente era una mala idea tenerme lástima, me lo tomaba realmente mal. Y más si añades que aquel día no había fumado ni un jodido cigarro. Tenía los nervios a flor de piel y cualquier cosa me irritaba.
De pronto, el pirata se levantó y sonrió de forma enigmática, pidiendo que le siguiera. ¿A donde quería llevarme ahora? Parecía que nos íbamos a ir sin pagar. Que realmente no me importaba, después de todo, el miedo que tenían los trabajadores les impediría pedir el dinero que debíamos. Aunque debía reconocer que la comida y la bebida no estaban realmente mal. A lo mejor volvía un día a probar algo más. Di zancadas intentando ponerme a la altura del hombre. Caminaba rápido para tener el tamaño de un puto árbol. Por la sonrisa de antes, me daba la sensación de que íbamos a bajar la comida haciendo alguna clase de ejercicio.
- ¿A donde estamos yendo? ¿Has pensado en algo divertido que hacer? No estaría mal calentar un poco después de la manduca. Mi lanza vuelve a tener hambre y quiere sangre que beber - Sonreí de forma sádica una vez más mientras le seguía los pasos a aquel misterioso ser volador que se lo tenía bastante creido para ser un don nadie que habla de leyendas.
De pronto, el pirata se levantó y sonrió de forma enigmática, pidiendo que le siguiera. ¿A donde quería llevarme ahora? Parecía que nos íbamos a ir sin pagar. Que realmente no me importaba, después de todo, el miedo que tenían los trabajadores les impediría pedir el dinero que debíamos. Aunque debía reconocer que la comida y la bebida no estaban realmente mal. A lo mejor volvía un día a probar algo más. Di zancadas intentando ponerme a la altura del hombre. Caminaba rápido para tener el tamaño de un puto árbol. Por la sonrisa de antes, me daba la sensación de que íbamos a bajar la comida haciendo alguna clase de ejercicio.
- ¿A donde estamos yendo? ¿Has pensado en algo divertido que hacer? No estaría mal calentar un poco después de la manduca. Mi lanza vuelve a tener hambre y quiere sangre que beber - Sonreí de forma sádica una vez más mientras le seguía los pasos a aquel misterioso ser volador que se lo tenía bastante creido para ser un don nadie que habla de leyendas.
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No soy una persona dada a cumplir órdenes o responder cuando me preguntan; prefiero mantener un halo de misterio a mi alrededor y hacer, sencillamente, lo que me plazca. Sin embargo también me gusta añadir cierta dosis de dramatismo hasta en las situaciones más cotidianas, y eso hice.
—Oh, sí, muy divertido —dije con un extraño tono sarcástico—. Nos vamos a una fiesta.
Vale, quizás eso no sea muy dramático, pero tampoco me había dejado muchas opciones. Aquella belicosa mujer había estado bastante acertada y, aunque aquello le hacía ganarse puntos como tripulante, no me terminaba de gustar. En fin, probablemente recibiese su merecido a manos de la justicia divina en cuanto comenzáramos a pelear, y si no era así, siempre podía dedicarme a impartir castigos. Tampoco sería la primera vez.
Caminé alrededor del poblado sin saber exactamente el lugar del intercambio. Sí, los piratuelos me lo habían explicado y mi memoria no era tan mala como para no recordarlo, pero todas las calles me parecían iguales, al igual que todas las personas que las recorrían de un lado a otro. Al final dimos una gran vuelta, tan grande que temí que no llegásemos a tiempo, pero una vez encontramos el sitio descubrí que no había llegado tarde. Había llegado justo a tiempo.
Unos hombres vestidos con ropajes que enseñaban el emblema de los Piratas Caparazón se movían en un numeroso grupo hacia una zona del puerto, dónde estaba atracado un barco sin bandera. No era un experto en barcos, pero por su aspecto podía decir que no era el típico barco pirata descascarillado que ha sufrido mil batallas. Ni siquiera tenía un mascarón de proa personalizado. Sin duda aquel no era un barco pirata, y muy seguramente sus tripulantes tampoco. Sí, había llegado al lugar del trueque.
—Bien, vamos a ver de qué eres capaz —le dije a la pelivioleta—. ¿Ves a esos piratas? Vete a por ellos.
Era una orden sencilla que sería capaz de cumplir hasta un niño pequeño. Esperaba que la cumpliese, aunque fuese para saciar la sed de su lanza, y mientras yo me sentaría a ver el espectáculo. No es como si tuviese ganas de participar en la contienda, ¡claro que quería!, pero tenía varias razones para dejar que la mujer empezara el combate sola. Sin embargo, en cuanto alguno de los piratas llamase mi atención, no dudaría en hacerle frente yo mismo, al fin y al cabo ese era mi objetivo. Iba a demostrar quién tenía la mayor voluntad.
—Oh, sí, muy divertido —dije con un extraño tono sarcástico—. Nos vamos a una fiesta.
Vale, quizás eso no sea muy dramático, pero tampoco me había dejado muchas opciones. Aquella belicosa mujer había estado bastante acertada y, aunque aquello le hacía ganarse puntos como tripulante, no me terminaba de gustar. En fin, probablemente recibiese su merecido a manos de la justicia divina en cuanto comenzáramos a pelear, y si no era así, siempre podía dedicarme a impartir castigos. Tampoco sería la primera vez.
Caminé alrededor del poblado sin saber exactamente el lugar del intercambio. Sí, los piratuelos me lo habían explicado y mi memoria no era tan mala como para no recordarlo, pero todas las calles me parecían iguales, al igual que todas las personas que las recorrían de un lado a otro. Al final dimos una gran vuelta, tan grande que temí que no llegásemos a tiempo, pero una vez encontramos el sitio descubrí que no había llegado tarde. Había llegado justo a tiempo.
Unos hombres vestidos con ropajes que enseñaban el emblema de los Piratas Caparazón se movían en un numeroso grupo hacia una zona del puerto, dónde estaba atracado un barco sin bandera. No era un experto en barcos, pero por su aspecto podía decir que no era el típico barco pirata descascarillado que ha sufrido mil batallas. Ni siquiera tenía un mascarón de proa personalizado. Sin duda aquel no era un barco pirata, y muy seguramente sus tripulantes tampoco. Sí, había llegado al lugar del trueque.
—Bien, vamos a ver de qué eres capaz —le dije a la pelivioleta—. ¿Ves a esos piratas? Vete a por ellos.
Era una orden sencilla que sería capaz de cumplir hasta un niño pequeño. Esperaba que la cumpliese, aunque fuese para saciar la sed de su lanza, y mientras yo me sentaría a ver el espectáculo. No es como si tuviese ganas de participar en la contienda, ¡claro que quería!, pero tenía varias razones para dejar que la mujer empezara el combate sola. Sin embargo, en cuanto alguno de los piratas llamase mi atención, no dudaría en hacerle frente yo mismo, al fin y al cabo ese era mi objetivo. Iba a demostrar quién tenía la mayor voluntad.
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No me gustaba mucho el tono con el que respondió. ¿Me estaba llevando a una especie de trampa? ¿O a algún sitio animado y peligroso? Tenía claro que si me jodía le iba a insertar mi lanza por su culo gigante. Eso sin duda. Parecía que habíamos andado durante horas. Parecía que no sabía bien a donde iba. ¿Acaso su sentido de la orientación era a la de un pulpo en un garaje? No parábamos de doblar esquinas y de cambiar de calles. Tampoco había mucho que ver, lo que te podías esperar de un pueblucho de piratas para piratas. Al final, pareció llamarle la atención un grupo de gente con una ropa extraña. Me limité a seguirlos como hacía el grandullón. La travesía acabó en el puerto. Donde aquellas personas se pararon junto a un barco. No me digas que mi nuevo amigo quería llevarles un poco de bronca. Los mirábamos desde lejos hasta que el muchacho abrió la boca.
- ¿Amigos tuyos? Bueno, que más me da. Solo espero que no me envíes a una trampa. No quieras tenerme de enemiga, grandullón. Hora de alimentar a mi pequeña - Sin más que añadir, caminé con toda naturalidad hacia donde se juntaban aquel grupo variopinto.
A medida que me iba acercando, fueron posando sus miradas en mi. No les gustaba nada que alguien se estuviera acercando a lo que fuera que tuvieran entre manos. Uno de ellos se adelantó a decirme que diera media vuelta. Lo que no sabía es que a mi nadie me daba órdenes. Con una sonrisa, me llevé la mano derecha a mi arma y con un juego de pies procedí a clavarle la lanza en el estómago. Aquello puso en alerta a los otros, que sin tardar, desenfundaron sus armas y se lanzaron al ataque.
- ¡Nos están atacando, todos a su posición! - Gritó uno de ellos.
- Como gritan los cerdos cuando van al matadero, me van a dar jaqueca - Dije mientras el cuerpo del otro cayó al suelo.
Tendría que tener cuidado de que no me rodearan, si permitía eso era game over. Por suerte me puse en un sitio donde lo tendrían difícil para flanquearme. Me puse entre dos cargamentos. Así que me puse en postura defensiva esperando que vinieran de frente. La estrategia era muy espartana. Tendría que ser rápida a la hora de atacar y en seguida defenderme. Otro de ellos probó mi lanza intentando golpearme con su espada desde arriba. No era muy inteligente esa postura, te daba un punto débil obvio.
- ¿Amigos tuyos? Bueno, que más me da. Solo espero que no me envíes a una trampa. No quieras tenerme de enemiga, grandullón. Hora de alimentar a mi pequeña - Sin más que añadir, caminé con toda naturalidad hacia donde se juntaban aquel grupo variopinto.
A medida que me iba acercando, fueron posando sus miradas en mi. No les gustaba nada que alguien se estuviera acercando a lo que fuera que tuvieran entre manos. Uno de ellos se adelantó a decirme que diera media vuelta. Lo que no sabía es que a mi nadie me daba órdenes. Con una sonrisa, me llevé la mano derecha a mi arma y con un juego de pies procedí a clavarle la lanza en el estómago. Aquello puso en alerta a los otros, que sin tardar, desenfundaron sus armas y se lanzaron al ataque.
- ¡Nos están atacando, todos a su posición! - Gritó uno de ellos.
- Como gritan los cerdos cuando van al matadero, me van a dar jaqueca - Dije mientras el cuerpo del otro cayó al suelo.
Tendría que tener cuidado de que no me rodearan, si permitía eso era game over. Por suerte me puse en un sitio donde lo tendrían difícil para flanquearme. Me puse entre dos cargamentos. Así que me puse en postura defensiva esperando que vinieran de frente. La estrategia era muy espartana. Tendría que ser rápida a la hora de atacar y en seguida defenderme. Otro de ellos probó mi lanza intentando golpearme con su espada desde arriba. No era muy inteligente esa postura, te daba un punto débil obvio.
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El espectáculo comenzó de forma agradable. La mujer comenzó con un ataque directo, sin miedo a las represalias, e inteligentemente se posicionó en un lugar donde no podía ser atacada por todos a la vez. Poco a poco se fue enfrentando a los piratas, y aunque ya se había encargado de unos cuantos, todavía quedaba la mayor parte. Pero eso no era todo.
La escaramuza había llamado la atención de los hombres del barco. No tenía claro si eran marines o legionarios, pero sin duda se trataba de algún cuerpo militar marino. En lo personal me decantaba por el Gobierno Mundial, que tenían mayor fama de negocios truculentos con piratas y criminales, pero ya nada me sorprendía. Unos pocos marineros comenzaron a salir del barco, dispuestos a ayudar a los piratas, pero para entonces yo ya me había decidido a intervenir. Desplegué las alas y volé raudo hacia ellos, embistiendo al primero que se cruzó en mi camino y enviando por los aires al segundo con mi kanabo.
—¡Hombres, a mí! —gritó uno de ellos.
Desde la borda del barco aparecieron unos cinco hombres armados con sus rifles, y quedaban otros tres enfrente mío amenazándome con sus sables. Sujeté el kanabo con fuerza y lo enarbolé contra uno de los dos hombres, que se vio empujado hacia el suelo por mi arma. Acto seguido levanté el vuelo hacia el grupo de tiradores y, sin darles oportunidad alguna de disparar, realicé una voltereta frontal contra el barco para hacer descender el kanabo rápido y fuerte.
—¡Golpe de poder! —grité, tras lo cuál una onda expansiva recorrió el barco desde el punto que había golpeado.
Había hecho un boquete en la cubierta del barco, desde el que se podía acceder al nivel inferior, y los hombres que antes me apuntaban con sus armas habían salido despedidos sin opción alguna. A mi espalda brillaba el esplendoroso fuego lunario con el que había nacido, y los pocos hombres que quedaban en la cubierta temblaban de miedo de miedo; algunos hasta se habían caído al suelo mientras que otros se habían meado encima.
—¿Qué pasa? —preguntó una voz, tras lo cuál bostezó—. ¿Por qué tanto alboroto?
Un hombre de mediana edad, con grandes ojeras, algo rechoncho y una calva incipiente salió del interior del barco, y tras analizar la escena me miró y dijo:
—Vaya, tenemos un invitado. ¿Podrías ser tan amable de retirarte y dejar en paz a mis hombre? Intento dormir, no quiero gastar energías dejándote para el arrastre.
Lo miré y sonreí. Me iba a divertir.
La escaramuza había llamado la atención de los hombres del barco. No tenía claro si eran marines o legionarios, pero sin duda se trataba de algún cuerpo militar marino. En lo personal me decantaba por el Gobierno Mundial, que tenían mayor fama de negocios truculentos con piratas y criminales, pero ya nada me sorprendía. Unos pocos marineros comenzaron a salir del barco, dispuestos a ayudar a los piratas, pero para entonces yo ya me había decidido a intervenir. Desplegué las alas y volé raudo hacia ellos, embistiendo al primero que se cruzó en mi camino y enviando por los aires al segundo con mi kanabo.
—¡Hombres, a mí! —gritó uno de ellos.
Desde la borda del barco aparecieron unos cinco hombres armados con sus rifles, y quedaban otros tres enfrente mío amenazándome con sus sables. Sujeté el kanabo con fuerza y lo enarbolé contra uno de los dos hombres, que se vio empujado hacia el suelo por mi arma. Acto seguido levanté el vuelo hacia el grupo de tiradores y, sin darles oportunidad alguna de disparar, realicé una voltereta frontal contra el barco para hacer descender el kanabo rápido y fuerte.
—¡Golpe de poder! —grité, tras lo cuál una onda expansiva recorrió el barco desde el punto que había golpeado.
Había hecho un boquete en la cubierta del barco, desde el que se podía acceder al nivel inferior, y los hombres que antes me apuntaban con sus armas habían salido despedidos sin opción alguna. A mi espalda brillaba el esplendoroso fuego lunario con el que había nacido, y los pocos hombres que quedaban en la cubierta temblaban de miedo de miedo; algunos hasta se habían caído al suelo mientras que otros se habían meado encima.
—¿Qué pasa? —preguntó una voz, tras lo cuál bostezó—. ¿Por qué tanto alboroto?
Un hombre de mediana edad, con grandes ojeras, algo rechoncho y una calva incipiente salió del interior del barco, y tras analizar la escena me miró y dijo:
—Vaya, tenemos un invitado. ¿Podrías ser tan amable de retirarte y dejar en paz a mis hombre? Intento dormir, no quiero gastar energías dejándote para el arrastre.
Lo miré y sonreí. Me iba a divertir.
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La fiesta que mencionaba mi amigo con alas parecía que se estaba volviendo más divertida. Realicé varias estocadas y paradas, intentando que mi posición no se volviera en mi contra. Varios cuerpos ya habían caído al suelo, llenándolo de sangre. Pero parecía que la cantidad de esa gente no iba a descender. Tenía que tener cuidado de no resbalarme con la sangre de las víctimas. Aunque podría aprovecharme de ello contra estos supuestos piratillas. Esquivé una estocada y con la misma, golpee el cuerpo con una estocada en el corazón para después seguir bloqueando y haciendo barridos. Parecía que más gente salía del barco. Ellos parecían ser otra cosa por el gesto corporal que realizaban al tomar los rifles y tomar posiciones. En un abrir y cerrar de ojos, el alitas se abalanzó sobre ellos dejando un destello de fuego en el aire. Hizo gala de fuerza al dejar un pequeño agujero en el barco y tumbar a algunos de los hombres. Hasta los hombres con los que estaba luchando se quedaron mirando asustados. No iba a desaprovechar aquello y me abalancé sobre ellos. No iba a dejar que el murciélago aquel me robara la atención tan fácil.
Con un movimiento, hice perder el equilibrio en las piernas a uno de los piratas para después clavarle la punta de la lanza en la boca del estómago. Con un quejido y ahogándose en su sangre, el hombre expiró.
- ¡Yo también estoy aquí, escoria! ¡No me ignoréis, malditos! - Grité con furia continuando con la danza de la muerte
Algunos de los hombres se tomaron mis palabras en serio y re continuaron su embestida. Me estaba gustando aquella pelea. Así ese pajarraco se tragaría sus palabras con que era débil y que era una niña con berrinches. Le iba a dejar callado la boca. Sin embargo, en un descuido, se me resbaló la lanza de las manos por la sangre acumulada. Tendría que pasar a cuerpo a cuerpo. Por suerte, en el ejército revolucionario habían gyojins que enseñaban el Gyojin Karate. Ajusté mi respiración e intenté ir a la par con la de los adversarios. Lancé un paso hacia delante, usando la mano izquierda para reflejar la mano que sujetaba el arma de uno de los atacantes y con la otra, lancé un golpe al pecho con la palma. El hombre cayó al suelo. A partir de ahora, tendría que usar lo poco que sabía de un arte marcial de otra raza.
Con un movimiento, hice perder el equilibrio en las piernas a uno de los piratas para después clavarle la punta de la lanza en la boca del estómago. Con un quejido y ahogándose en su sangre, el hombre expiró.
- ¡Yo también estoy aquí, escoria! ¡No me ignoréis, malditos! - Grité con furia continuando con la danza de la muerte
Algunos de los hombres se tomaron mis palabras en serio y re continuaron su embestida. Me estaba gustando aquella pelea. Así ese pajarraco se tragaría sus palabras con que era débil y que era una niña con berrinches. Le iba a dejar callado la boca. Sin embargo, en un descuido, se me resbaló la lanza de las manos por la sangre acumulada. Tendría que pasar a cuerpo a cuerpo. Por suerte, en el ejército revolucionario habían gyojins que enseñaban el Gyojin Karate. Ajusté mi respiración e intenté ir a la par con la de los adversarios. Lancé un paso hacia delante, usando la mano izquierda para reflejar la mano que sujetaba el arma de uno de los atacantes y con la otra, lancé un golpe al pecho con la palma. El hombre cayó al suelo. A partir de ahora, tendría que usar lo poco que sabía de un arte marcial de otra raza.
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No sabía cómo, pero cuando abrí los ojos me encontré tumbado contra la cubierta del barco, al lado del boquete que poco antes había hecho. El oso panda andante se encontraba de pie al lado mío, observándome con sus redondos y ojerosos ojos.
—¿Y para esto me sacas de la cama? —preguntó, denotando una sutil molestia.
Me levanté enseguida, agarrando mi kanabo para lanzar un golpe en horizontal, paralelo al suelo, pero el hombre lo esquivó dando un salto hacia atrás y mostrando una agilidad impropia para alguien tan gordo. Apreté fuertemente la mandíbula y reprimí un grito de puto odio. ¿Cómo un hombre tan lamentable como él había logrado tumbarme contra el suelo? Y lo peor era que se estaba riendo de mí.
—¡Onda de choque! —grité a la vez que movía el kanabo como un bate de béisbol para lanzar una poderosa onda de choque contra el hombre.
Mi rival, prediciendo lo que estaba a punto de ocurrir, corrió hacia mí y extendió su brazo derecho con el que detuvo el arma antes de completar el ataque. Era fuerte, muy fuerte. Había detenido mi arma casi sin esfuerzo, y se movía antes de que yo actuase. Aquello me volvía aún más furioso, pero conseguí despejar mi mente lo suficiente como para pensar en qué estaba ocurriendo. «Esto es mejor de lo que yo esperaba» pensé observando al gordinflón mientras se llevaba un dedo hacia la nariz en busca de algún moco seco.
Yo sabía lo que estaba pasando. Tal y como le había estado explicando a la mujer pelivioleta —que ahora caía en la cuenta de que no conocía su nombre—, el destino de una persona se decide en base a su voluntad. Solo las voluntades más fuertes podían aspirar a enfrentarse al mundo, y yo no iba a ser menos. No ante un hombre que se estaba burlando de mí, no ante una mujer que no valoraba mis capacidades. Iba a demostrar quién era el más fuerte, en ese preciso instante y en ese preciso lugar.
Lo había estado practicando desde hacía días, para ponerlo en práctica en cuanto encontrase a Max Power, pero no había tenido esa suerte. En cambio, ahora podía ser capaz de sacar a relucir todo mi potencial. Solté el kanabo, que cayó con gran estrépito sobre la cubierta del barco, casi aplastando a uno de los marines que todavía rondaban la zona, y miré con todo mi odio a aquel ser dormilón.
—¡Yo soy Prometheus D. Katyon, próximo Rey de los Piratas! —proclamé a la vez que alzaba el puño para lanzar un poderoso puñetazo cargado de voluntad contra su cara.
El hombre se quedó quieto y esquivó el ataque en el último instante.
—Si quieres golpearme, tendrás que hacerlo mejor —dijo.
—Lo has esquivado... —murmuré, pensativo—. ¡Lo has esquivado!
No lo bloqueó comp hizo con la onda de choque, sino que lo esquivó. Si lo había hecho, era porque sabía que podía hacerle daño, y si podía hacerle daño, solo tenía que golpearle.
—Ahora si que empieza lo bueno —le dije mientras una cruel sonrisa se apoderaba de mi rostro.
—¿Y para esto me sacas de la cama? —preguntó, denotando una sutil molestia.
Me levanté enseguida, agarrando mi kanabo para lanzar un golpe en horizontal, paralelo al suelo, pero el hombre lo esquivó dando un salto hacia atrás y mostrando una agilidad impropia para alguien tan gordo. Apreté fuertemente la mandíbula y reprimí un grito de puto odio. ¿Cómo un hombre tan lamentable como él había logrado tumbarme contra el suelo? Y lo peor era que se estaba riendo de mí.
—¡Onda de choque! —grité a la vez que movía el kanabo como un bate de béisbol para lanzar una poderosa onda de choque contra el hombre.
Mi rival, prediciendo lo que estaba a punto de ocurrir, corrió hacia mí y extendió su brazo derecho con el que detuvo el arma antes de completar el ataque. Era fuerte, muy fuerte. Había detenido mi arma casi sin esfuerzo, y se movía antes de que yo actuase. Aquello me volvía aún más furioso, pero conseguí despejar mi mente lo suficiente como para pensar en qué estaba ocurriendo. «Esto es mejor de lo que yo esperaba» pensé observando al gordinflón mientras se llevaba un dedo hacia la nariz en busca de algún moco seco.
Yo sabía lo que estaba pasando. Tal y como le había estado explicando a la mujer pelivioleta —que ahora caía en la cuenta de que no conocía su nombre—, el destino de una persona se decide en base a su voluntad. Solo las voluntades más fuertes podían aspirar a enfrentarse al mundo, y yo no iba a ser menos. No ante un hombre que se estaba burlando de mí, no ante una mujer que no valoraba mis capacidades. Iba a demostrar quién era el más fuerte, en ese preciso instante y en ese preciso lugar.
Lo había estado practicando desde hacía días, para ponerlo en práctica en cuanto encontrase a Max Power, pero no había tenido esa suerte. En cambio, ahora podía ser capaz de sacar a relucir todo mi potencial. Solté el kanabo, que cayó con gran estrépito sobre la cubierta del barco, casi aplastando a uno de los marines que todavía rondaban la zona, y miré con todo mi odio a aquel ser dormilón.
—¡Yo soy Prometheus D. Katyon, próximo Rey de los Piratas! —proclamé a la vez que alzaba el puño para lanzar un poderoso puñetazo cargado de voluntad contra su cara.
El hombre se quedó quieto y esquivó el ataque en el último instante.
—Si quieres golpearme, tendrás que hacerlo mejor —dijo.
—Lo has esquivado... —murmuré, pensativo—. ¡Lo has esquivado!
No lo bloqueó comp hizo con la onda de choque, sino que lo esquivó. Si lo había hecho, era porque sabía que podía hacerle daño, y si podía hacerle daño, solo tenía que golpearle.
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Continuaba mi baile a manos desnudas contra los soldados. Desviaba las manos que portaban las armas y con mi mano libre les golpeaba al cuerpo haciéndoles retroceder y que cayeran al suelo. Mantuve mi respiración controlada. El instructor de mi antigua unidad no paraba de repetir una y otra vez que la clave de las artes marciales era la respiración y la coordinación. Maldito vejestorio, ahora tenía su irritante voz en mi cabeza mientras luchaba por mi vida. Respiré hondo, intentando no cansarme demasiado rápido. Aún no estaba del todo acostumbrada a combates con tantas personas y tan largos. Pero no le iba a dar la satisfacción a como se llame.... Es cierto, desconocía el nombre de aquel mostrenco. Bueno, tampoco es que me interesara mucho. Yo tampoco le había dado mi nombre, ahora que lo pensaba. Quizás si me impresionaba se lo podría proporcionar y preguntarle el suyo. Pero ahora debía centrarme en el asunto entre manos. Pisé fuerte y propiné una patada soltando la respiración en el momento en que chocaba contra la cabeza de un pobre diablo. Me estaba divirtiendo sintiendo mis huesos deformando las caras de esos patéticos gusanos. Mi lanza descansaba en el suelo carmesí a unos pocos metros de mí. Podría cogerla y seguir combatiendo, pero quería demostrarle al tarugo ese que podía ser fuerte sin necesidad de armas.
Un estruendo en el barco llamó la atención de todos, parecía que el tarugo estaba teniendo problemas contra el que parecía ser jefe de los soldados. Tenía un aspecto cansado , sin duda. Pero el cenutrio estaba perdiendo con alguien con esa pinta.
- Ja, y luego yo era la débil... - Comenté soltando un puño después de girar la cadera usando mi peso para golpear.
El muchacho se había motivado y había proclamado su nombre y su intención de ser Rey de los Piratas. Tenía agallas, eso tenía que reconocérselo. Eso solo hizo que me motivara más y pusiera más ahínco en mis ataques. Puñetazos, palmas, patadas. Mi repertorio era siempre igual pero al menos funcionaba. Si pudiera manipular el agua... Pero aún llegaba a ese nivel. Tenía que entrenar más y entonces... hasta el pollito tendría que callarse la boca.
Un estruendo en el barco llamó la atención de todos, parecía que el tarugo estaba teniendo problemas contra el que parecía ser jefe de los soldados. Tenía un aspecto cansado , sin duda. Pero el cenutrio estaba perdiendo con alguien con esa pinta.
- Ja, y luego yo era la débil... - Comenté soltando un puño después de girar la cadera usando mi peso para golpear.
El muchacho se había motivado y había proclamado su nombre y su intención de ser Rey de los Piratas. Tenía agallas, eso tenía que reconocérselo. Eso solo hizo que me motivara más y pusiera más ahínco en mis ataques. Puñetazos, palmas, patadas. Mi repertorio era siempre igual pero al menos funcionaba. Si pudiera manipular el agua... Pero aún llegaba a ese nivel. Tenía que entrenar más y entonces... hasta el pollito tendría que callarse la boca.
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Tras intentar varios combos, no me cabía duda alguna: aquel hombre estaba usando haki. En su momento descubrí lo que era, pero orgulloso y arrogante, no le di la importancia que tendría que haberle dado, y no me dediqué a entrenarlo. En aquel momento lo lamentaba, pero pensaba subsanar el error.
Era cuatro metros más alto que él, pero no conseguía golpearle ni agarrarle. Por su parte, cada vez que yo atacaba me lanzaba patadas o puñetazos, no muy fuertes pero sí rápidos. Yo trataba de esquivar, pero siempre encontraba el sitio exacto sobre el que golpear. Por mi parte tenía algún as bajo la manga: podría haber hecho arder el barco con mis llamas, o podría haber entrado en modo berserker, pero estaba decidido a hacer frente a aquel hombre voluntad contra voluntad.
—¿Qué es lo que buscas? —le pregunté tras un intercambio de golpe en el que otra vez no había logrado darle—. ¿Qué te impulsa a continuar?
—Sencillamente quiero hacer mi trabajo para volver a dormir —contestó con un tono burlón. Aquel hombre conseguía ponerme de los nervios.
—Yo voy a sacudir el mundo entero —declaré—. Todos los hombres bajo la luz del sol me conocerán y me temerán, ¡y no pienso perder con un desgraciado que solo quiere irse a la cama!
Rugí, descargando todo mi odio en aquel sonido. El hombre no pareció verse afectado ante tal muestra de ferocidad y continuó con su acometida. Sin embargo, podía verle. Veía sus movimientos con más claridad y precisión que antes, como si supiera exactamente hacia dónde se iba a desplazar y dónde iba a golpear.
Saltó para intentar golpear mi mentón con su rodilla, pero bloqueé con el codo y le obligué a volver atrás. Entonces sonreí a la vez que el oso panda puso una expresión más seria.
—No me lo estás poniendo fácil... —dijo, algo molesto—. ¿Que vas a sacudir el mundo? Eso será así si yo, Antoin Bralín, El Durmiente, te derroto y te entrego a la justicia.
—Vaya, con que al fin te presentas... Voy a admitir que eres fuerte, pero no más que yo. Soy imparable, y ni tú ni ninguno de los tuyos me vais a detener. ¡No os tengo miedo!
Me moví con rapidez, dispuesto a atacar. En esta ocasión lancé una patada furtiva que le dio de pleno en el pecho. Voló sobre la cubierta y aterrizó al lado del mascarón de proa, destrozando varios tablones de madera en el proceso. Sin embargo, se levantó con una facilidad apabullante, casi como si no hubiera recibido daños.
—No está mal, no está mal... ¡Pero aún te falta para llegar a mi nivel!
Era cuatro metros más alto que él, pero no conseguía golpearle ni agarrarle. Por su parte, cada vez que yo atacaba me lanzaba patadas o puñetazos, no muy fuertes pero sí rápidos. Yo trataba de esquivar, pero siempre encontraba el sitio exacto sobre el que golpear. Por mi parte tenía algún as bajo la manga: podría haber hecho arder el barco con mis llamas, o podría haber entrado en modo berserker, pero estaba decidido a hacer frente a aquel hombre voluntad contra voluntad.
—¿Qué es lo que buscas? —le pregunté tras un intercambio de golpe en el que otra vez no había logrado darle—. ¿Qué te impulsa a continuar?
—Sencillamente quiero hacer mi trabajo para volver a dormir —contestó con un tono burlón. Aquel hombre conseguía ponerme de los nervios.
—Yo voy a sacudir el mundo entero —declaré—. Todos los hombres bajo la luz del sol me conocerán y me temerán, ¡y no pienso perder con un desgraciado que solo quiere irse a la cama!
Rugí, descargando todo mi odio en aquel sonido. El hombre no pareció verse afectado ante tal muestra de ferocidad y continuó con su acometida. Sin embargo, podía verle. Veía sus movimientos con más claridad y precisión que antes, como si supiera exactamente hacia dónde se iba a desplazar y dónde iba a golpear.
Saltó para intentar golpear mi mentón con su rodilla, pero bloqueé con el codo y le obligué a volver atrás. Entonces sonreí a la vez que el oso panda puso una expresión más seria.
—No me lo estás poniendo fácil... —dijo, algo molesto—. ¿Que vas a sacudir el mundo? Eso será así si yo, Antoin Bralín, El Durmiente, te derroto y te entrego a la justicia.
—Vaya, con que al fin te presentas... Voy a admitir que eres fuerte, pero no más que yo. Soy imparable, y ni tú ni ninguno de los tuyos me vais a detener. ¡No os tengo miedo!
Me moví con rapidez, dispuesto a atacar. En esta ocasión lancé una patada furtiva que le dio de pleno en el pecho. Voló sobre la cubierta y aterrizó al lado del mascarón de proa, destrozando varios tablones de madera en el proceso. Sin embargo, se levantó con una facilidad apabullante, casi como si no hubiera recibido daños.
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Realmente me estaba cansando además de que las heridas de antes en las piernas se me estaban abriendo y quemaban como un pan en el horno, y los cabrones no paraban de levantarse. Doloridos y heridos, si, pero se levantaban como malditos zombies. La ira podía ser una cosa muy furiosa. Imagínate lo que sería para su orgullo. Una mujer y de otra raza haciéndoles besar el suelo. Le propiné una patada a la cabeza de uno de los hombres que se estaba intentando levantar. Escupí al suelo con desprecio. Ya me cansé. Era hora de volver a mi estilo natural. Aproveché que los que aún se podían levantar estaban en proceso de ello y tomé mi lanza del suelo. Como ya quedaban pocos en pie, tuve el privilegio de salir de mi zona de confort. Abandoné la posición espartana y caminé lentamente hacia los heridos. Con un giro de lanza otro de los piratas acabó ensartado como un pincho moruno dejando escapar un grito ahogado.
Me salpicó un poco la sangre en la cara y la lamí. Ah si... Sangre. La batalla por la vida. El único lugar donde yo pertenecía. El campo de la guerra. Me abalancé como un animal cazador para acabar con otro que amenazaba con levantarse. Pero esta vez en vez de acabar de un golpe, le hice un corte en los tendones. A lo que pegó un grito en seco. Era hora de usar el estilo de la víbora. Sus otros compañeros, continuaban con su último ataque desesperado. En realidad, tenía suerte de que fueran personas normales. No habría podido hacer nada contra un puto oso con lo que estaba luchando el tal Ka... ¿Cómo era su nombre? ¿Kalise? Tremendo nombre como para acordarse de él. ¿Kit kat? No, tampoco. De todas formas aún no había acabado mi pelea y el tampoco. Aunque él las estaba pasando más putas que yo. Al menos pude observar que logró darle un golpe al que parecía ser el jefe enemigo. Continué cortando tendones y viendo como gritaban a la vez que se desangraban como cochinos en el matadero. Ah... sentía un escalofrío por todo mi cuerpo. ¿Era aquello un orgasmo? ¿O quizás era la adrenalina? Se sentía cojonudo. Sin embargo pronto acabaría con todos los que aún quedaban en pie y eso me daba un poco de rabia.
Me salpicó un poco la sangre en la cara y la lamí. Ah si... Sangre. La batalla por la vida. El único lugar donde yo pertenecía. El campo de la guerra. Me abalancé como un animal cazador para acabar con otro que amenazaba con levantarse. Pero esta vez en vez de acabar de un golpe, le hice un corte en los tendones. A lo que pegó un grito en seco. Era hora de usar el estilo de la víbora. Sus otros compañeros, continuaban con su último ataque desesperado. En realidad, tenía suerte de que fueran personas normales. No habría podido hacer nada contra un puto oso con lo que estaba luchando el tal Ka... ¿Cómo era su nombre? ¿Kalise? Tremendo nombre como para acordarse de él. ¿Kit kat? No, tampoco. De todas formas aún no había acabado mi pelea y el tampoco. Aunque él las estaba pasando más putas que yo. Al menos pude observar que logró darle un golpe al que parecía ser el jefe enemigo. Continué cortando tendones y viendo como gritaban a la vez que se desangraban como cochinos en el matadero. Ah... sentía un escalofrío por todo mi cuerpo. ¿Era aquello un orgasmo? ¿O quizás era la adrenalina? Se sentía cojonudo. Sin embargo pronto acabaría con todos los que aún quedaban en pie y eso me daba un poco de rabia.
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Me estaba acercando, podía sentirlo. Estaba tan cerca de mí... No lo dejaría escapar.
Poco a poco el combate se había ido intensificando. Varios de sus subordinados habían caído inconscientes en el barco por intentar entrometerse en el combate, pero él seguía de pie, estoico, soportando mis embestidas. Pero podía sentir cómo poco a poco se iba cansando. No era invencible, no existía ninguna persona así, ni si quiera yo... De momento. Continué con varios combos de golpes, pero todos ellos pocos efectivos. Por su parte el marinero seguía lanzando precisos ataques que me sacaban gestos de dolor y ante los que tenía que reprimirme para no gritar. Sin duda era fuerte, pero la diferencia era cada vez menor... Sí, sobrepondría mi voluntad a la suya.
Puñetazos, patadas, rodillazos... Toda clase de golpes volaban en ambas direcciones. Llegó un momento en el que parecía una batalla de desgaste, pero no era así. Los dos sabíamos que era una batalla de voluntad. El primero que se rindiera, perdía. El primero que dejase que el rival se sobrepusiera a él, perdía. Y el primero que fuera incapaz de superar sus límites, perdía.
—¿No tienes suficiente, viejo? —pregunté—. Porque yo no tengo ni para empezar. ¡Esto no ha sido más que un calentamiento!
¿Una bravuconada? Sin duda. La boca me sangraba después del último golpe al estómago que me había lanzado, y notaba como mi cuerpo estaba al límite. Los músculos se agarrotaban, no para de sudar, y tenía varias heridas que me dolían al moverme. Pero no podía parar. Era incapaz. Tenía una deuda pendiente, y daba igual lo que ocurriese, la iba a saldar. Aún a costa de mi vida.
—Entonces... ¡Ven a por mí con todas!
El hombre parecía haber descubierto aquello que le faltaba en la vida. Un brillo de determinación asomó en sus ojos y adoptó una posición de luchador marcial extendiendo la pierna derecha hacia atrás y uniendo los dos brazos para formar una especie de garras con las manos. Sabía que el duelo se estaba acercando al final, y reuní todas las fuerzas que me quedaban para desatar un último golpe final que determinase el desenlace de la batalla. Reuní mi energía y voluntad en mi brazo derecho, y me lancé contra Antoin.
El choque fue brutal. Golpeó con las palmas de su mano sobre mi abdomen, causándome un gran daño en el interior de mi cuerpo. La sangre salió expulsada de mi boca mientras mis ojos se abrían, desorbitados, pero apreté fuertemente los dientes y dejé que mis mayores sentimientos tomasen el control. Alejé el dolor de la mente, y empujé mi brazo contra el rostro de aquel sujeto con todas mis fuerzas y mi ambición. Yo iba a ser el Rey de los Piratas, y ni él ni nadie iban a detenerme. Nunca.
El hombre hizo amago de oponer resistencia, pero poco a poco fue cediendo a la presión hasta que se rompió el suelo bajo sus pies enviándolo a lo más profundo del buque.
Poco a poco el combate se había ido intensificando. Varios de sus subordinados habían caído inconscientes en el barco por intentar entrometerse en el combate, pero él seguía de pie, estoico, soportando mis embestidas. Pero podía sentir cómo poco a poco se iba cansando. No era invencible, no existía ninguna persona así, ni si quiera yo... De momento. Continué con varios combos de golpes, pero todos ellos pocos efectivos. Por su parte el marinero seguía lanzando precisos ataques que me sacaban gestos de dolor y ante los que tenía que reprimirme para no gritar. Sin duda era fuerte, pero la diferencia era cada vez menor... Sí, sobrepondría mi voluntad a la suya.
Puñetazos, patadas, rodillazos... Toda clase de golpes volaban en ambas direcciones. Llegó un momento en el que parecía una batalla de desgaste, pero no era así. Los dos sabíamos que era una batalla de voluntad. El primero que se rindiera, perdía. El primero que dejase que el rival se sobrepusiera a él, perdía. Y el primero que fuera incapaz de superar sus límites, perdía.
—¿No tienes suficiente, viejo? —pregunté—. Porque yo no tengo ni para empezar. ¡Esto no ha sido más que un calentamiento!
¿Una bravuconada? Sin duda. La boca me sangraba después del último golpe al estómago que me había lanzado, y notaba como mi cuerpo estaba al límite. Los músculos se agarrotaban, no para de sudar, y tenía varias heridas que me dolían al moverme. Pero no podía parar. Era incapaz. Tenía una deuda pendiente, y daba igual lo que ocurriese, la iba a saldar. Aún a costa de mi vida.
—Entonces... ¡Ven a por mí con todas!
El hombre parecía haber descubierto aquello que le faltaba en la vida. Un brillo de determinación asomó en sus ojos y adoptó una posición de luchador marcial extendiendo la pierna derecha hacia atrás y uniendo los dos brazos para formar una especie de garras con las manos. Sabía que el duelo se estaba acercando al final, y reuní todas las fuerzas que me quedaban para desatar un último golpe final que determinase el desenlace de la batalla. Reuní mi energía y voluntad en mi brazo derecho, y me lancé contra Antoin.
El choque fue brutal. Golpeó con las palmas de su mano sobre mi abdomen, causándome un gran daño en el interior de mi cuerpo. La sangre salió expulsada de mi boca mientras mis ojos se abrían, desorbitados, pero apreté fuertemente los dientes y dejé que mis mayores sentimientos tomasen el control. Alejé el dolor de la mente, y empujé mi brazo contra el rostro de aquel sujeto con todas mis fuerzas y mi ambición. Yo iba a ser el Rey de los Piratas, y ni él ni nadie iban a detenerme. Nunca.
El hombre hizo amago de oponer resistencia, pero poco a poco fue cediendo a la presión hasta que se rompió el suelo bajo sus pies enviándolo a lo más profundo del buque.
Blaise Richthofen
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Akuma no mi
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El último de los cuerpos había caído. Y justo a tiempo. Porque ya no podía luchar más y el último de ellos me había dado un corte en el brazo derecho. Eso me había pasado por descuidada. La sangre caía de mi brazo pero al menos mi vista se deleitaba con la vista. Varios cuerpos sangrando y otros lamentándose de sus heridas. Mientras el Kalise ese continuaba su pelea. Me limité a acabar con las posibles amenazas por si se volvían a levantar. Con mi lanza, fui dando el golpe de gracia a cada uno de ellos. Pero no sin que vieran mi rostro antes de morir. Quería que supieran que yo era lo último que verían antes de morir. Sobre todo a la sonrisa sádica que se formaba en mis labios. Cuando había acabado mi trabajo. Me senté en una caja y saqué un cigarro. Je, al menos había acabado antes que el Kinder ese. Ahora, podía limitarme de disfrutar de mi victoria mientras él seguía con su propia batalla. Observé con detalle su pelea. El hombre contra el que peleaba no era moco de pavo. Aunque me daba la sensación de que la pelea ya no estaba tan desbalanceada como antes. ¿Acaso será la famosa voluntad de la que hablaba Kit Kat? Tendría que aplicármelo también. No iba a quedarme atrás y perder contra ese montón de músculos por cerebro. Cuando parecía ser el choque final, el tío consiguió conectar un golpe directo a la cara del tío, mandándolo al fondo del barco. Joder. Aquello si que era fuerza. Y Kalise no había salido indemne. Se había llevado un último golpe de aquel vejestorio que lo había dejado sangrando por la boca y doblándose de dolor.
Solo con ver eso, me demostró que su palabrería de antes no solo eso. Supongo que eso también se lo podía conceder. El hombre sabía como pelear y no un saco de palabras vacías como muchas personas con las que me había encontrado hasta el momento. Si algo odiaba era a los bocazas. Me alegraba saber que este tío no era así. Pero, sin embargo, aquello no era suficiente para que le respetara. Tendría que hacer cosas mejores. No sé, ganarle un pulso a un gigante. Cuando parecía que la pelea había acabado, me mal vendé el brazo como pude con una tela que arranqué de la camisa de unos de los cadáveres. Y me acerqué al Kalise a ver si se había muerto o seguía con vida. Aunque viendo su cabezonería probablemente si.
Solo con ver eso, me demostró que su palabrería de antes no solo eso. Supongo que eso también se lo podía conceder. El hombre sabía como pelear y no un saco de palabras vacías como muchas personas con las que me había encontrado hasta el momento. Si algo odiaba era a los bocazas. Me alegraba saber que este tío no era así. Pero, sin embargo, aquello no era suficiente para que le respetara. Tendría que hacer cosas mejores. No sé, ganarle un pulso a un gigante. Cuando parecía que la pelea había acabado, me mal vendé el brazo como pude con una tela que arranqué de la camisa de unos de los cadáveres. Y me acerqué al Kalise a ver si se había muerto o seguía con vida. Aunque viendo su cabezonería probablemente si.
Prometheus D. Katyon
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El cuerpo del marinero yacía en el interior del barco, derrotado. Me asomé desde el boquete que había abierto en la cubierta, uno de tantos, y le escuché murmurar una última palabras.
—Has sido... digno... —fue lo que dijo.
Recuperé mi kanabo y salí del barco de un salto, usando las alas para apaciguar la caída. Una vez fuera, observé el panorama. Los pocos hombres que quedaban estaban horrorizados y no sabía qué hacer. Unos cuantos intentaron ayudar a su jefe, mientras que otros salían corriendo. Por parte de la mujer, no quedaba ningún pirata. Habíamos frustrado el intercambio, y de paso nos habíamos dado un baño de sangre. No parecía ser un mal día.
Antes de que pudiera escapar, sujeté del brazo a uno de los marines del barco y se lo estrujé con fuerza suficiente como para romperlo.
—¡Suéltame! —gritó, desesperado por escapar.
—Si no quieres perder el brazo, habla —le dije—. ¿Quiénes sois y qué hacíais aquí?
Me lo contó todo, como era de esperar. Al parecer el Gobierno había hecho un trato con los piratas del Caparazón, de modo que iban a realizar un intercambio. Eso ya lo sabía, pero había confirmado que se trataba de un grupo de legionarios. Aquel hombre al que había derrotado a base de sangre, esfuerzo, sudor y voluntad era el Decano Antoin Bralín, un valiente guerrero del Gobierno, y era el encargado de que el intercambio saliera bien. Claramente, no lo había podido llevar a cabo.
Apreté con más fuerza hasta realizar múltiples fracturas al brazo del chico.
—Tranquilo, no lo vas a perder. Tan solo no lo podrás usar en mucho tiempo, pero al menos conservarás la vida.
El fuego de mi espalda desapareció y me moví raudo hacia los jóvenes marineros que huían despavoridos. Solo me hicieron falta unos pocos golpes con el kanabo para acabar con sus vidas.
De vuelta al barco, los hombres habían aprovechado que iba tras sus compañeros para escapar, pero el barco estaba en muy malas condiciones y apenas habían avanzado unos pocos metros. Volé hasta el barco una vez más y acabé con los hombres que quedaban a bordo. Acto seguido, volviendo a prender el fuego de mi espalda, me dispuse a quemarlo por completo. Ellos ya no lo iban a necesitar, y parecía la forma adecuada de honrar a mi rival. Y de darle una espantosa muerte.
El hombre seguía vivo, pero apenas se podía mover. Apenas se había distanciado del puerto cuando el barco comenzó a arder con ferocidad, y los gritos de dolor, casi aullidos, resonaban por el puerto.
—Ve y cuéntale a tus jefes quién ha hecho todo esto —le dije a joven del brazo fracturado, el único superviviente de la matanza—. Cuéntales que yo, Prometheus D. Katyon me convertiré en el próximo Rey de los Piratas.
De vuelta con la mujer pelivioleta, no tenía mucho que decir.
—No está mal —le comenté—. Pero aún te falta. Espero mucho de ti. ¿Cómo te llamas?
Esperé a que contestase.
—Muy bien, Blaise. Si eres capaz de sobrevivir a las islas venideras y nos volvemos a encontrar, formarás parte de Tártaros, la mayor banda pirata que existirá sobre la faz de la tierra.
—Has sido... digno... —fue lo que dijo.
Recuperé mi kanabo y salí del barco de un salto, usando las alas para apaciguar la caída. Una vez fuera, observé el panorama. Los pocos hombres que quedaban estaban horrorizados y no sabía qué hacer. Unos cuantos intentaron ayudar a su jefe, mientras que otros salían corriendo. Por parte de la mujer, no quedaba ningún pirata. Habíamos frustrado el intercambio, y de paso nos habíamos dado un baño de sangre. No parecía ser un mal día.
Antes de que pudiera escapar, sujeté del brazo a uno de los marines del barco y se lo estrujé con fuerza suficiente como para romperlo.
—¡Suéltame! —gritó, desesperado por escapar.
—Si no quieres perder el brazo, habla —le dije—. ¿Quiénes sois y qué hacíais aquí?
Me lo contó todo, como era de esperar. Al parecer el Gobierno había hecho un trato con los piratas del Caparazón, de modo que iban a realizar un intercambio. Eso ya lo sabía, pero había confirmado que se trataba de un grupo de legionarios. Aquel hombre al que había derrotado a base de sangre, esfuerzo, sudor y voluntad era el Decano Antoin Bralín, un valiente guerrero del Gobierno, y era el encargado de que el intercambio saliera bien. Claramente, no lo había podido llevar a cabo.
Apreté con más fuerza hasta realizar múltiples fracturas al brazo del chico.
—Tranquilo, no lo vas a perder. Tan solo no lo podrás usar en mucho tiempo, pero al menos conservarás la vida.
El fuego de mi espalda desapareció y me moví raudo hacia los jóvenes marineros que huían despavoridos. Solo me hicieron falta unos pocos golpes con el kanabo para acabar con sus vidas.
De vuelta al barco, los hombres habían aprovechado que iba tras sus compañeros para escapar, pero el barco estaba en muy malas condiciones y apenas habían avanzado unos pocos metros. Volé hasta el barco una vez más y acabé con los hombres que quedaban a bordo. Acto seguido, volviendo a prender el fuego de mi espalda, me dispuse a quemarlo por completo. Ellos ya no lo iban a necesitar, y parecía la forma adecuada de honrar a mi rival. Y de darle una espantosa muerte.
El hombre seguía vivo, pero apenas se podía mover. Apenas se había distanciado del puerto cuando el barco comenzó a arder con ferocidad, y los gritos de dolor, casi aullidos, resonaban por el puerto.
—Ve y cuéntale a tus jefes quién ha hecho todo esto —le dije a joven del brazo fracturado, el único superviviente de la matanza—. Cuéntales que yo, Prometheus D. Katyon me convertiré en el próximo Rey de los Piratas.
De vuelta con la mujer pelivioleta, no tenía mucho que decir.
—No está mal —le comenté—. Pero aún te falta. Espero mucho de ti. ¿Cómo te llamas?
Esperé a que contestase.
—Muy bien, Blaise. Si eres capaz de sobrevivir a las islas venideras y nos volvemos a encontrar, formarás parte de Tártaros, la mayor banda pirata que existirá sobre la faz de la tierra.
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