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El Alseide es uno de los cruceros más lujosos del mundo. Una pequeña ciudad flotante, de reluciente blanco, con varios pisos de altura y toda clase de cubiertas recreativas. Desde las piscinas, cubiertas y al aire, hasta casino, restaurantes y la joya del navío: el salón de baile. Una vez cada dos años el Alseide zarpa en un viaje tan especial como único. Familias nobles y adineradas de todo el mundo embarcan en él en una travesía de siete días con sus hijos adolescentes, los jóvenes y las doncellas más cotizados de toda la alta sociedad. Durante siete días el Alseide se llena de música de cámara, fastuosos vestidos y chicos de modales exquisitos, que compiten entre ellos, en la hazaña más antigua de la humanidad, para conquistar el corazón de los más deseados.
Es una semana llena de emociones, con juegos y bailes constantes y un ininterrumpido servicio de alimentación, limpieza y asistencia. Porque, como todo buen castillo señorial, el Alseide está repleto de personal de servicio. Más del 80% de los pasajeros y el 97% del espacio del buque se dedica a gestionar las necesidades de los nobles. lavandería, cocina, almacenes de comida y medicinas, depuradora de agua, masajistas, equipo de cocina, de limpieza, de seguridad, cuerpo teatral. Tantas personas trabajan en él para hacer de este viaje una experiencia inolvidable, que desembarcar a los empleados en cualquier puerto lleva, como mínimo, veinticuatro horas.
Semejante tesoro llama la codicia de cualquiera. Por eso el navío va custodiado por cinco buques marines, a la suficiente distancia para no perturbar las vistas de los huéspedes. Por si fuera poco, entre el personal que asiste a los nobles, se infiltran los mejores agentes del gobierno para garantizar la paz bordo. En esta ocasión, además de la élite del Chiper Pool, también me infiltré yo. Todo esfuerzo es poco para garantizar el placentero viaje donde se concertarán los matrimonios de los nobles del futuro
Era la primera jornada de viaje y yo ocupaba mi puesto como infiltrado. En un primer momento se me había asignado el cometido de hacerme pasar por pinche de cocina. Una semana fregando platos a la espera de que pasara algo, si es que pasara. Para bien o para mal, me confundí de uniforme al recoger mis pertenencias y cuando subí a bordo me confundieron con un subcheff. En mí recaía la responsabilidad de los aperitivos de la mañana, antes del baile inaugural. Para alguien que no había cocinado jamás, era todo un reto.
En la cocina disponía de veinte hombres de blanco esperando mis instrucciones, una gran pizarra con la lista de platos y su orden y suficiente comida para matar de empacho a un gigante. Los cocineros trabajaban prácticamente en piloto automático y acudían a mi sólo para que probara y diera el visto bueno a sus creaciones. La sopa, excelente, el pincho de huevo de codorniz: delicioso, la cola de delfín; exquisita. En mí recaía la tarea de elaborar un tartar de salmón con lima y frutos del bosque, por lo que agarré un atún de cuarenta quilos, lo partí en cuatro pedazos a golpe de cuchillo, le añadí media docena de limones cortados por la mitad y un puñado de frutos rojos con caja y todo. Al terminar lo lamí para comprobar el sabor.
-Ya puede salir -ordené.
Los camareros me miraron inseguros, pero finalmente se llevaron el plato al salón de baile, donde los invitados almorazaban distendidamente.
Es una semana llena de emociones, con juegos y bailes constantes y un ininterrumpido servicio de alimentación, limpieza y asistencia. Porque, como todo buen castillo señorial, el Alseide está repleto de personal de servicio. Más del 80% de los pasajeros y el 97% del espacio del buque se dedica a gestionar las necesidades de los nobles. lavandería, cocina, almacenes de comida y medicinas, depuradora de agua, masajistas, equipo de cocina, de limpieza, de seguridad, cuerpo teatral. Tantas personas trabajan en él para hacer de este viaje una experiencia inolvidable, que desembarcar a los empleados en cualquier puerto lleva, como mínimo, veinticuatro horas.
Semejante tesoro llama la codicia de cualquiera. Por eso el navío va custodiado por cinco buques marines, a la suficiente distancia para no perturbar las vistas de los huéspedes. Por si fuera poco, entre el personal que asiste a los nobles, se infiltran los mejores agentes del gobierno para garantizar la paz bordo. En esta ocasión, además de la élite del Chiper Pool, también me infiltré yo. Todo esfuerzo es poco para garantizar el placentero viaje donde se concertarán los matrimonios de los nobles del futuro
Era la primera jornada de viaje y yo ocupaba mi puesto como infiltrado. En un primer momento se me había asignado el cometido de hacerme pasar por pinche de cocina. Una semana fregando platos a la espera de que pasara algo, si es que pasara. Para bien o para mal, me confundí de uniforme al recoger mis pertenencias y cuando subí a bordo me confundieron con un subcheff. En mí recaía la responsabilidad de los aperitivos de la mañana, antes del baile inaugural. Para alguien que no había cocinado jamás, era todo un reto.
En la cocina disponía de veinte hombres de blanco esperando mis instrucciones, una gran pizarra con la lista de platos y su orden y suficiente comida para matar de empacho a un gigante. Los cocineros trabajaban prácticamente en piloto automático y acudían a mi sólo para que probara y diera el visto bueno a sus creaciones. La sopa, excelente, el pincho de huevo de codorniz: delicioso, la cola de delfín; exquisita. En mí recaía la tarea de elaborar un tartar de salmón con lima y frutos del bosque, por lo que agarré un atún de cuarenta quilos, lo partí en cuatro pedazos a golpe de cuchillo, le añadí media docena de limones cortados por la mitad y un puñado de frutos rojos con caja y todo. Al terminar lo lamí para comprobar el sabor.
-Ya puede salir -ordené.
Los camareros me miraron inseguros, pero finalmente se llevaron el plato al salón de baile, donde los invitados almorazaban distendidamente.
Claude von Appetit
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Ah, el Adelaida -o como se llame-, el crucero más lujoso de entre los cruceros más lujosos de los ricos más ricos entre los ricos. Y entre algún que otro pobre, porque para subir a este barco hay que poseer incontables riquezas, innumerables propiedades o infinitos apellidos. De lo último me quedaba corto, de lo segundo no tenía demasiado y de lo primero nunca junté más de veinte mil berries. Sin embargo aquí estoy, rodeado de cuanta comodidad pueda soñar y cuanta joven casadera intente tocarme el culo; pero no todo ha sido un camino de rosas ni quiero que nadie así lo crea. Por eso, para ti y para todos, esta es mi historia:
- Y fue entonces cuando le dije: ¡Pero si no es un perro, ¿por qué me dejas tocarle la cola?!
Todas se ríen cuando hablo de mi primera comunión, aunque una parece estar más centrada en buscar mi atención de las formas más excéntricas posibles. He perdido ya la cuenta de cuántas frutas se ha comido ya de forma obscena, cuántos plátanos ha desperdiciado o kiwis ha pelado solo con la lengua. ¿Acaso eso excita a alguien? Quiero decir, ni aunque fuese un mono salido como el tal Zane D. Kenshin o una gorda desesperada como Katharina von steinhell me acercaría a esa lija con escote. Aunque, en pos de la buena virtud y una adecuada aceptación de las convenciones sociales, me limito a llamarla "encantadora señorita". De hecho, a todas las llamo así porque es imposible quedarme con sus nombres completos, y ni siquiera la tal Cornelia Federica de su Santa Madre en Patinete y lo que sea me deja llamarla Cornie. Aunque es una cerda hipócrita, porque solo verla basta para saber que está muy corny.
- Je; corny. -Se me escapa una lagrimita con la risa boba, y Cornelia Augusta Beatriz Bautista Como se Llame me mira mal, pero la contento guiñándole un ojo. Vaya, ahora todas me miran mal y "encantadora señorita" ha sacado dos dátiles y juguetea con ellos entre la lengua-. Señoritas, señoritas... Por favor, cálmense. Todas me encantáis. Además, está a punto de llegar el tartar de salmón del gran cheff Octavio Allieri, único en el mundo; una joya para el paladar casi digna de tan bello ramo de flores... Y de vosotras, claro.
Sí, me he colado en este barco solo para probar un tartar, ¿Algún problema? Puedes juzgarme, cerebro, pero sabes tan bien como yo que tú también lo harías. De hecho, aquí estás, contemplándolo todo desde dentro de mi cabeza, por eso te cabreas como yo cuando aparece eso.
Clavo los ojos en el camarero. Tal vez no tenga la culpa, pero desde luego que tolere esta basura en sus manos sin haber cogido un periódico para golpear en la nariz al cachorro de perro estrábico que ha preparado semejante aberración: Para empezar, eso es atún, no salmón, y para seguir...
- No comáis eso, chicas. Tengo que enseñar una lección a un estafador.
-Dijo el polizonte -contesta el camarero antes de marcharse con gesto afectado. Gilipollas...
Sí, soy un polizonte. Sí, me he colado en el barco. Sí, he venido solo a comer salmón gratis y me voy a quejar a alguien que no he pagado yo por algo que no debería estar probando. Sí. Pero una cosa es ser un delincuente y otra muy distinta es cometer semejante crimen contra la gastronomía.
- ¡Dónde está el responsable de semejante atrocidad! -grito, pateando la puerta de la cocina, periódico enrollado en mano-. ¡Va a pagar por lo que le ha hecho a esa tierna criaturita!
Porque, la verdad, menuda forma de arruinar un atún. Para matarlo.
- Y fue entonces cuando le dije: ¡Pero si no es un perro, ¿por qué me dejas tocarle la cola?!
Todas se ríen cuando hablo de mi primera comunión, aunque una parece estar más centrada en buscar mi atención de las formas más excéntricas posibles. He perdido ya la cuenta de cuántas frutas se ha comido ya de forma obscena, cuántos plátanos ha desperdiciado o kiwis ha pelado solo con la lengua. ¿Acaso eso excita a alguien? Quiero decir, ni aunque fuese un mono salido como el tal Zane D. Kenshin o una gorda desesperada como Katharina von steinhell me acercaría a esa lija con escote. Aunque, en pos de la buena virtud y una adecuada aceptación de las convenciones sociales, me limito a llamarla "encantadora señorita". De hecho, a todas las llamo así porque es imposible quedarme con sus nombres completos, y ni siquiera la tal Cornelia Federica de su Santa Madre en Patinete y lo que sea me deja llamarla Cornie. Aunque es una cerda hipócrita, porque solo verla basta para saber que está muy corny.
- Je; corny. -Se me escapa una lagrimita con la risa boba, y Cornelia Augusta Beatriz Bautista Como se Llame me mira mal, pero la contento guiñándole un ojo. Vaya, ahora todas me miran mal y "encantadora señorita" ha sacado dos dátiles y juguetea con ellos entre la lengua-. Señoritas, señoritas... Por favor, cálmense. Todas me encantáis. Además, está a punto de llegar el tartar de salmón del gran cheff Octavio Allieri, único en el mundo; una joya para el paladar casi digna de tan bello ramo de flores... Y de vosotras, claro.
Sí, me he colado en este barco solo para probar un tartar, ¿Algún problema? Puedes juzgarme, cerebro, pero sabes tan bien como yo que tú también lo harías. De hecho, aquí estás, contemplándolo todo desde dentro de mi cabeza, por eso te cabreas como yo cuando aparece eso.
Clavo los ojos en el camarero. Tal vez no tenga la culpa, pero desde luego que tolere esta basura en sus manos sin haber cogido un periódico para golpear en la nariz al cachorro de perro estrábico que ha preparado semejante aberración: Para empezar, eso es atún, no salmón, y para seguir...
- No comáis eso, chicas. Tengo que enseñar una lección a un estafador.
-Dijo el polizonte -contesta el camarero antes de marcharse con gesto afectado. Gilipollas...
Sí, soy un polizonte. Sí, me he colado en el barco. Sí, he venido solo a comer salmón gratis y me voy a quejar a alguien que no he pagado yo por algo que no debería estar probando. Sí. Pero una cosa es ser un delincuente y otra muy distinta es cometer semejante crimen contra la gastronomía.
- ¡Dónde está el responsable de semejante atrocidad! -grito, pateando la puerta de la cocina, periódico enrollado en mano-. ¡Va a pagar por lo que le ha hecho a esa tierna criaturita!
Porque, la verdad, menuda forma de arruinar un atún. Para matarlo.
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El más que evidente éxito de mi tartar se refleja en las caras de mis cocineros. Ninguno es capaz de mirarme a los ojos y todos tartamudean cuando se dirigen a mí. Inevitablemente me vengo arriba y empiezo a dar ordenes. Resulta que tengo un talento innato para la cocina y estoy dispuesto a explotarlo.
-¿Qué haces? -le preguntó a uno de los cocineros
-B...Bato claras... al punto de nieve.
-Lo haces mal -le quito la olla de claras-. ¡Hay que reducirlas a golpes!
Descargo una ráfaga de puñetazos a las claras de huevo, abollando la olla y haciendo que toda la cocina tiemble.
-¿Ves? ¡Tienes que demostrarle quien manda!
Definitivamente, me ha devorado mi personaje. Acudo rápido a la mesa de carnes donde un chef prepara unas costillas de cordero con miel para meter al horno.
-Mal, mal mal -le digo-. La cocina se hace rápido, la rapidez es sabor. ¡Sabor!
Agarro un montón de granos de pimienta que trituro con las manos sucias y lanzo por encima de las costillas. Luego las meto en el horno a trescientos grados.
-P...Pero -tartamudea el cocinero.
Totalmente en mis cabales, pego mi cara a la suya.
-Velocidad y sabor son los mismo, que te quede claro.
Entonces sucede algo horrible. mientras estoy enseñando a estos aficionados cómo se cocina de verdad, lo que implica conseguir un buen sabor y tratar con respeto y mimo los productos más exquisitos del mundo, entra una de las mujercitas en la cocina.
- ¡Dónde está el responsable de semejante atrocidad! -grita, pateando la puerta de la cocina, periódico enrollado en mano-. ¡Va a pagar por lo que le ha hecho a esa tierna criaturita!
Verla entrar, la verdad, me conmueve el corazón. Que una de las jovencitas del barco deje su tarea de buscar marido para venir a felicitarme por mi, sin duda, excelente trabajo es uno de los motivos por los que me hice cocinero. Acabo de descubrir que, además de cocinero, soy un hombre la mar de cortés, por lo que me acerco a la chica, mientras me limpio las manos en los pantalones.
-Jojojojojo -rió de forma totalmente egocéntrica-. Yo soy el cocinero. Ahora tengo mucho trabajo, así que felicítame rápido y sal a disfrutar de la comida. Todavía he de preparar la sopa
-¿Qué haces? -le preguntó a uno de los cocineros
-B...Bato claras... al punto de nieve.
-Lo haces mal -le quito la olla de claras-. ¡Hay que reducirlas a golpes!
Descargo una ráfaga de puñetazos a las claras de huevo, abollando la olla y haciendo que toda la cocina tiemble.
-¿Ves? ¡Tienes que demostrarle quien manda!
Definitivamente, me ha devorado mi personaje. Acudo rápido a la mesa de carnes donde un chef prepara unas costillas de cordero con miel para meter al horno.
-Mal, mal mal -le digo-. La cocina se hace rápido, la rapidez es sabor. ¡Sabor!
Agarro un montón de granos de pimienta que trituro con las manos sucias y lanzo por encima de las costillas. Luego las meto en el horno a trescientos grados.
-P...Pero -tartamudea el cocinero.
Totalmente en mis cabales, pego mi cara a la suya.
-Velocidad y sabor son los mismo, que te quede claro.
Entonces sucede algo horrible. mientras estoy enseñando a estos aficionados cómo se cocina de verdad, lo que implica conseguir un buen sabor y tratar con respeto y mimo los productos más exquisitos del mundo, entra una de las mujercitas en la cocina.
- ¡Dónde está el responsable de semejante atrocidad! -grita, pateando la puerta de la cocina, periódico enrollado en mano-. ¡Va a pagar por lo que le ha hecho a esa tierna criaturita!
Verla entrar, la verdad, me conmueve el corazón. Que una de las jovencitas del barco deje su tarea de buscar marido para venir a felicitarme por mi, sin duda, excelente trabajo es uno de los motivos por los que me hice cocinero. Acabo de descubrir que, además de cocinero, soy un hombre la mar de cortés, por lo que me acerco a la chica, mientras me limpio las manos en los pantalones.
-Jojojojojo -rió de forma totalmente egocéntrica-. Yo soy el cocinero. Ahora tengo mucho trabajo, así que felicítame rápido y sal a disfrutar de la comida. Todavía he de preparar la sopa
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Akuma no mi
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No doy crédito a lo que ven mis ojos. Allá donde miro puedo comprobar verdaderos atentados contra las artes culinarias, aberraciones que no habrían aparecido siquiera en las pesadillas de mis pesadillas: Unas claras de huevo con sospechosas manchas verdinegruzcas que sin duda han pasado tiempos mejores, cortadas a medio montar; un costillar que sin duda va a quedar frío por dentro o quemado por fuera, o las dos cosas, si nos guiamos por la temperatura del horno y, lo que más horror me produce: Un grupo de cocineros experimentados dirigidos por una masa de músculos con las manos sucias y la cabeza vacía. Encima, el impresentable este parece estúpidamente orgulloso de lo que está haciendo.
- Tú no eres Octavio Allieri -musito, sin separar los dientes-. Pero seas quien seas, vas a pagarlo.
Me acerco lo suficiente para darle un soberano golpe con el periódico en la nariz, y descargo mi brazo en ristre sobre él una única vez. Mi corazón, furioso, aún clama sangre por semejante latrocinio, pero en lugar de intentar golpearle más y más fuerte, saco de mi bandolera la manta de cocina, mi precioso delantal negro con un gallo bordado y la frase "kiss the cock" en el centro y un gorro de cheff que debería cubrirme el cabello, pero al llevarlo suelto resulta un poco complicado.
Ignoro al musculitos mientras me hago un moño. Parte del pelo va a asomar por la nuca, pero al menos no caerá en la comida -y la marca permanecerá cubierta, claro-. Tras eso dejo mi equipo sobre una de las mesas de aluminio y me dirijo al armario de las escobas que, instintivamente, soy capaz de identificar. Voy pasando una a cada miembro del equipo, incluido al gorila con traje de sous chef, aunque a este se lo lanzo con bastante más violencia. A ver si con algo de suerte lo dejo tirado y me ahorro tener que buscar una tarea en la que no vaya a destrozar mi comida.
- ¡Está bien! -exclamo para dar comienzo a mi discurso-. Todos me conocéis aquí, así que no os aburriré con presentaciones. -Ya tengo al público en el bote, salvo por el tío ese que bosteza. A ese le lanzo un estropajo, acertando en la boca de pleno-. Dado que el chef está indispuesto -o lo va a estar, como vea este desastre- yo voy a tomar los mandos de esta nave de los horrores. ¡A limpiar todo el mundo, que tenemos una agenda por cumplir! Y lavaos las manos al terminar. Sobre todo tú, cosa.
No sé ni cómo llamarlo, de verdad, pero es que con lo que ha hecho ha perdido hasta el derecho a ser considerado humano. Pero bueno, en lo que esta gente se ocupa de los suelos y encimeras yo voy limpiando las ollas. Algunas de las manchas no se explican por un tío guarro; aquí llevan sin limpiar al menos un par de días.
En cuanto termine el servicio, todos despedidos.
- Tú no eres Octavio Allieri -musito, sin separar los dientes-. Pero seas quien seas, vas a pagarlo.
Me acerco lo suficiente para darle un soberano golpe con el periódico en la nariz, y descargo mi brazo en ristre sobre él una única vez. Mi corazón, furioso, aún clama sangre por semejante latrocinio, pero en lugar de intentar golpearle más y más fuerte, saco de mi bandolera la manta de cocina, mi precioso delantal negro con un gallo bordado y la frase "kiss the cock" en el centro y un gorro de cheff que debería cubrirme el cabello, pero al llevarlo suelto resulta un poco complicado.
Ignoro al musculitos mientras me hago un moño. Parte del pelo va a asomar por la nuca, pero al menos no caerá en la comida -y la marca permanecerá cubierta, claro-. Tras eso dejo mi equipo sobre una de las mesas de aluminio y me dirijo al armario de las escobas que, instintivamente, soy capaz de identificar. Voy pasando una a cada miembro del equipo, incluido al gorila con traje de sous chef, aunque a este se lo lanzo con bastante más violencia. A ver si con algo de suerte lo dejo tirado y me ahorro tener que buscar una tarea en la que no vaya a destrozar mi comida.
- ¡Está bien! -exclamo para dar comienzo a mi discurso-. Todos me conocéis aquí, así que no os aburriré con presentaciones. -Ya tengo al público en el bote, salvo por el tío ese que bosteza. A ese le lanzo un estropajo, acertando en la boca de pleno-. Dado que el chef está indispuesto -o lo va a estar, como vea este desastre- yo voy a tomar los mandos de esta nave de los horrores. ¡A limpiar todo el mundo, que tenemos una agenda por cumplir! Y lavaos las manos al terminar. Sobre todo tú, cosa.
No sé ni cómo llamarlo, de verdad, pero es que con lo que ha hecho ha perdido hasta el derecho a ser considerado humano. Pero bueno, en lo que esta gente se ocupa de los suelos y encimeras yo voy limpiando las ollas. Algunas de las manchas no se explican por un tío guarro; aquí llevan sin limpiar al menos un par de días.
En cuanto termine el servicio, todos despedidos.
Kramer
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Mi admiradora me golpea con el periódico y me golpea con el brazo haciéndome tambalear y me tengo que sujetar a una de las mesas para no caer. Es una muestra de amor tan grande que me siento conmovido. Entonces la chica se hace un moño y asalta el armario de las escobas, no sabía que teníamos de eso, y reparte el material entre todos. Incluido a mi que recibo una fregona lanzada de muy malas maneras.
- ¡Está bien! -exclama-. Todos me conocéis aquí, así que no os aburriré con presentaciones. Dado que el chef está indispuesto yo voy a tomar los mandos de esta nave de los horrores. ¡A limpiar todo el mundo, que tenemos una agenda por cumplir! Y lavaos las manos al terminar. Sobre todo tú, cosa.
¿Es posible? Resulta que esa chica no está aquí para alabar mis creaciones culinarias si no para darme una lección. A mí, el gran cheff Zapatos Pepinillo. Quiere arrancar la cocina de mis manos y robar el merito de todo mi trabajo. No, es algo que no puedo tolerar. Siento como la sangre me hierve por el orgullo herido, hierve como hay que hervir un plátano antes de preparar un pato a la naranja. Es intorerable.
Me subo de un salto a una de las mesas metiendo mi pie en una de las fuentes de salsa rosa. A Kramer le pondría de los nervios tanta suciedad, pero no soy Kramer, soy el subcheff Zapatos Pepinillo, el mayor visionario gastronómico de la historia. Una vez arriba de la mesa apunto a la intruso con la fregona.
-¿Cómo te atreves a semejante falta de respeto en mi cocina? ¿Quieres usar estos fogones? ¡Ganátelos! -Ahora que tengo la atención de la cocina, en un silencio de admiración palpable, lanzo mi reto a la chica-. Te reto a un combate culinario. cada uno prepara un plato y el que más guste será el rey de estas cocinas. -parto la fregona por la mitad por la emoción-. ¡Para demostrar mi inmenso talento yo utilizaré este mocho sucio como elemento principal de mi plato para derrotarte!
Es oficial, si hay más agentes infiltrados en la cocina, mañana me despedirán del CP.
- ¡Está bien! -exclama-. Todos me conocéis aquí, así que no os aburriré con presentaciones. Dado que el chef está indispuesto yo voy a tomar los mandos de esta nave de los horrores. ¡A limpiar todo el mundo, que tenemos una agenda por cumplir! Y lavaos las manos al terminar. Sobre todo tú, cosa.
¿Es posible? Resulta que esa chica no está aquí para alabar mis creaciones culinarias si no para darme una lección. A mí, el gran cheff Zapatos Pepinillo. Quiere arrancar la cocina de mis manos y robar el merito de todo mi trabajo. No, es algo que no puedo tolerar. Siento como la sangre me hierve por el orgullo herido, hierve como hay que hervir un plátano antes de preparar un pato a la naranja. Es intorerable.
Me subo de un salto a una de las mesas metiendo mi pie en una de las fuentes de salsa rosa. A Kramer le pondría de los nervios tanta suciedad, pero no soy Kramer, soy el subcheff Zapatos Pepinillo, el mayor visionario gastronómico de la historia. Una vez arriba de la mesa apunto a la intruso con la fregona.
-¿Cómo te atreves a semejante falta de respeto en mi cocina? ¿Quieres usar estos fogones? ¡Ganátelos! -Ahora que tengo la atención de la cocina, en un silencio de admiración palpable, lanzo mi reto a la chica-. Te reto a un combate culinario. cada uno prepara un plato y el que más guste será el rey de estas cocinas. -parto la fregona por la mitad por la emoción-. ¡Para demostrar mi inmenso talento yo utilizaré este mocho sucio como elemento principal de mi plato para derrotarte!
Es oficial, si hay más agentes infiltrados en la cocina, mañana me despedirán del CP.
Claude von Appetit
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Estoy anonadado. Anonadado. Siempre he sido consciente de que la mayoría de cocineros utilizan algún tipo de estimulante como cocaína, éxtasis o votar a partidos de extrema derecha, pero lo de este tipo solo puede justificarse a través de un potente alucinógeno. ¿De verdad ha decidido utilizar la fregona como elemento central de su plato para un duelo culinario? O sea, la idea de un duelo de cocina ya me parece cutre de base, más sabiendo que no tiene nada que hacer contra mí; ¡pero es que en ningún momento nadie le ha pedido que cocine! Hasta los propios pinches de cocina, que limpian afanosamente todo lo que este burro ha ensuciado, parecen atemorizados de que semejante inepto vuelva a los fogones. Sin embargo, parece ser la única manera de sacarlo de aquí por las buenas.
- Está bien, cabeza de zeppelín. -Cruzo miradas con la gente de cocina. No saben si apoyarme o pedirme que me marche, por cómo clavan sus ojos en mí. Lo único seguro es que este hombre los tiene entre el terror y la estupefacción-. Pero no seremos nosotros quienes juzguemos el valor de nuestros platos, sino el propio personal de cocina. Al fin y al cabo, no quieres darle nada que no sea lo mejor a tus comensales, ¿no?
No quieren probar su comida. No necesito ni preguntar para saberlo, porque usar un mocho... ¿En qué cabeza cabe? En fin, mejor para mí. Todavía tengo que examinar las despensas de este barco en busca de un plato digno, pero teniendo en cuenta que la travesía es larga estoy convencido de que el barco estará repleto de la mejor materia prima para alimentar a tan notables huéspedes. Al fin y al cabo el crucero Algarabía -o como se llame- es la verdadera joya de los mares, casi tan valiosa como las mozas casaderas de incalculable fama y atractivo singular. Y con singular, quiero decir que solo una, en singular, podría considerarse atractiva. El resto han caído en el hechizo de la endogamia más pura hasta el punto que nadie entiende cómo pueden seguir de pie. En fin, cosas de la aristocracia.
Vale, no tardo mucho en encontrar alguna que otra cosa. Parece bastante simple, pero es una idea que puede funcionar. Para ello, he seleccionado una serie de ingredientes de primera calidad para una oferta expresiva y con gancho, entre las que destacan un buen salmón fresco, lima, patata negra, yuca, huevos de codorniz y un buen aceite de oliva para el plato principal. Aparte, el acompañante estará conformado por endivias con queso, coronadas por una emulsión de calabaza. Le añadiría anchoa, pero entonces sería un plato por derecho propio, y la regla más importante de la alta cocina es que nunca, bajo ningún concepto, se deben preparar dos platos que compitan por el protagonismo. En cambio, la tortilla negra de salmón y yuca encajará a la perfección con los tonos agridulces de su acompañante. Sí, no puede fallar.
Una vez tengo todos los ingredientes listos sobre la mitad de la cocina que han habilitado los pinches de cocina, me preparo. Trato de mostrarme amenazante cuando lo señalo inquisitorialmente.
- Te demostraré lo importante que es la técnica, novato, pero también cómo el no drogarse es igual de importante. Te derrotaré, y aprenderás lo importante que es una vida sana de deporte y dieta sin consumir psicotrópicos.
Eso es. Buen discurso, Claude. Tú sí que vales.
- Está bien, cabeza de zeppelín. -Cruzo miradas con la gente de cocina. No saben si apoyarme o pedirme que me marche, por cómo clavan sus ojos en mí. Lo único seguro es que este hombre los tiene entre el terror y la estupefacción-. Pero no seremos nosotros quienes juzguemos el valor de nuestros platos, sino el propio personal de cocina. Al fin y al cabo, no quieres darle nada que no sea lo mejor a tus comensales, ¿no?
No quieren probar su comida. No necesito ni preguntar para saberlo, porque usar un mocho... ¿En qué cabeza cabe? En fin, mejor para mí. Todavía tengo que examinar las despensas de este barco en busca de un plato digno, pero teniendo en cuenta que la travesía es larga estoy convencido de que el barco estará repleto de la mejor materia prima para alimentar a tan notables huéspedes. Al fin y al cabo el crucero Algarabía -o como se llame- es la verdadera joya de los mares, casi tan valiosa como las mozas casaderas de incalculable fama y atractivo singular. Y con singular, quiero decir que solo una, en singular, podría considerarse atractiva. El resto han caído en el hechizo de la endogamia más pura hasta el punto que nadie entiende cómo pueden seguir de pie. En fin, cosas de la aristocracia.
Vale, no tardo mucho en encontrar alguna que otra cosa. Parece bastante simple, pero es una idea que puede funcionar. Para ello, he seleccionado una serie de ingredientes de primera calidad para una oferta expresiva y con gancho, entre las que destacan un buen salmón fresco, lima, patata negra, yuca, huevos de codorniz y un buen aceite de oliva para el plato principal. Aparte, el acompañante estará conformado por endivias con queso, coronadas por una emulsión de calabaza. Le añadiría anchoa, pero entonces sería un plato por derecho propio, y la regla más importante de la alta cocina es que nunca, bajo ningún concepto, se deben preparar dos platos que compitan por el protagonismo. En cambio, la tortilla negra de salmón y yuca encajará a la perfección con los tonos agridulces de su acompañante. Sí, no puede fallar.
Una vez tengo todos los ingredientes listos sobre la mitad de la cocina que han habilitado los pinches de cocina, me preparo. Trato de mostrarme amenazante cuando lo señalo inquisitorialmente.
- Te demostraré lo importante que es la técnica, novato, pero también cómo el no drogarse es igual de importante. Te derrotaré, y aprenderás lo importante que es una vida sana de deporte y dieta sin consumir psicotrópicos.
Eso es. Buen discurso, Claude. Tú sí que vales.
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Como era de esperar, el joven aspirante acepta mi reto. Pobre, no sabe a quién se enfrenta.
- Está bien, cabeza de zeppelín. Pero no seremos nosotros quienes juzguemos el valor de nuestros platos, sino el propio personal de cocina. Al fin y al cabo, no quieres darle nada que no sea lo mejor a tus comensales, ¿no?
-Desde luego. Vamos a dar a estos novatos una lección culinaria. Abre bien los ojos, seguro que tú también podrás aprender algo.
Los pinches y demás personal de cocina nos miran asombrados y maravillados. Bueno, me admiran a mi, pero su amor es tan abundante que rebosa mi persona y se salpica un poco en el aspirante. Qué tierno, espero que no se eche a llorar con mi victoria.
Preparo todos los ingredientes para mi gran plato. El mocho, por supuesto, una caja de fruta variada, un saco de sal, otro saco de azúcar, dos botellas de vino tinto gran reserva, leche, huevos y granos de café. Voy a hacer un fondo de vino tinto, con frutas reogadas y el mocho hervido con leche. El mocho ira troceado y con esa leche haré unas natillas con filamentos de mocho y una capa de frutas al vino.
Dispongo todos los ingredientes en mi mesa, junto a las herramientas de cocina. Entre las frutas hay manzanas, peras, plátanos, una sandía y un melón, una de las manzanas es de color amarillo, casi dorada, y tiene unos extraños espirales. Obviamente se ha echado a perder, pero un buen cocinero es capaz de aprovechar todos los elementos.
- Te demostraré lo importante que es la técnica, novato, pero también cómo el no drogarse es igual de importante. Te derrotaré, y aprenderás lo importante que es una vida sana de deporte y dieta sin consumir psicotrópicos.
Desde luego, esta juventud. Uno se fuma un par de pipas de opio mientras trabaja y ya es un drogadicto. Cuánto les queda por aprender.
-Muchacho, cuando pruebes mi plato lo devorarás como yo a esta manzana -digo y agarró la manzana dorada, la que tengo más a mano, y me la meto entera en la boca para engullirla. Por desgracia me atraganto porque es una manzana entera. Toso, me retuerzo y me vuelvo azul, pero finalmente consigo tragarla. Evidentemente el chico está muerto de miedo ante mi demostración de poder-. Exacto, qué empiece la competición.
Sin perder tiempo enciendo el fuego al máximo, coloco la olla, la lleno de leche y añado el mocho. ¡El duelo de cocina ha empezado!
- Está bien, cabeza de zeppelín. Pero no seremos nosotros quienes juzguemos el valor de nuestros platos, sino el propio personal de cocina. Al fin y al cabo, no quieres darle nada que no sea lo mejor a tus comensales, ¿no?
-Desde luego. Vamos a dar a estos novatos una lección culinaria. Abre bien los ojos, seguro que tú también podrás aprender algo.
Los pinches y demás personal de cocina nos miran asombrados y maravillados. Bueno, me admiran a mi, pero su amor es tan abundante que rebosa mi persona y se salpica un poco en el aspirante. Qué tierno, espero que no se eche a llorar con mi victoria.
Preparo todos los ingredientes para mi gran plato. El mocho, por supuesto, una caja de fruta variada, un saco de sal, otro saco de azúcar, dos botellas de vino tinto gran reserva, leche, huevos y granos de café. Voy a hacer un fondo de vino tinto, con frutas reogadas y el mocho hervido con leche. El mocho ira troceado y con esa leche haré unas natillas con filamentos de mocho y una capa de frutas al vino.
Dispongo todos los ingredientes en mi mesa, junto a las herramientas de cocina. Entre las frutas hay manzanas, peras, plátanos, una sandía y un melón, una de las manzanas es de color amarillo, casi dorada, y tiene unos extraños espirales. Obviamente se ha echado a perder, pero un buen cocinero es capaz de aprovechar todos los elementos.
- Te demostraré lo importante que es la técnica, novato, pero también cómo el no drogarse es igual de importante. Te derrotaré, y aprenderás lo importante que es una vida sana de deporte y dieta sin consumir psicotrópicos.
Desde luego, esta juventud. Uno se fuma un par de pipas de opio mientras trabaja y ya es un drogadicto. Cuánto les queda por aprender.
-Muchacho, cuando pruebes mi plato lo devorarás como yo a esta manzana -digo y agarró la manzana dorada, la que tengo más a mano, y me la meto entera en la boca para engullirla. Por desgracia me atraganto porque es una manzana entera. Toso, me retuerzo y me vuelvo azul, pero finalmente consigo tragarla. Evidentemente el chico está muerto de miedo ante mi demostración de poder-. Exacto, qué empiece la competición.
Sin perder tiempo enciendo el fuego al máximo, coloco la olla, la lleno de leche y añado el mocho. ¡El duelo de cocina ha empezado!
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No me puedo creer lo que está haciendo este menigítico. De hecho, no me lo quiero creer. Mientras yo todavía estoy ocupado organizando mentalmente la forma más eficiente de preparar la tortilla y la crema el orangután este ha comenzado a cocinar la fregona. Una maldita fregona. Si tuviese que juzgar, que no es mi trabajo, diría que este hombre está más loco que la puñetera Serleena, aunque por lo menos ella enfoca su esquizofrenia en algo productivo como el hurto; él, solo en arruinar el buen nombre de una disciplina gastronómica tan importante y fundamental como es la alta cocina.
Pelo las patatas. Se suelen llamar negras, aunque por dentro son más bien violetas y su sabor es un tanto dulzón, más intenso que la patata agria que normalmente se usa en esta clase de preparaciones. Mientras estas y la yuca se doran tendré tiempo para abrir la calabaza, pero por ahora simplemente me centro en que mi pelador impoluto y perfectamente afilado termine de sacar unas buenas mondas. Hace un tiempo que he tomado por costumbre cortar grueso, de modo que pueda aprovechar para hacer un poco de fritura para dipear alguna salsa, y no descarto preparar una salsita picante para tomar en algún momento, o encargarme de las chiquillas que, pese a todo, merecen tener una comida apetecible lejos de un criminal como él.
Por mera curiosidad, o más bien por morbo masoquista, me quedo mirándolo cuando se dirige a mí, y observo horrorizado cómo ese hombre está a punto de morder el tesoro más grande que podría encontrar en este barco, el único botín a la altura de mi sobrenombre. Intento gritar para que se detenga, pero sale un gemido impotente. Le lanzaría un cuchillo, pero no quiero romperle la punta, y da igual porque cuando quiero reaccionar ya es demasiado tarde. Si hay algo que uno sepa cuando consume las frutas del diablo, es que una vez en la boca no pueden ser escupidas. Solo puedes tragar o morir, ese es el diabólico pacto con connotaciones excesivamente sexuales para obtener poder: "Trágate mis nueces", habría dicho Belcebú, señor de las moscas; "Cómetelas enteras si deseas llegar más allá".
- ¡Pero serás zopenco! -grito, terminando de pelar-. ¡Si de verdad eso fuese una manzana en mal estado podrías haber cogido cagalera!
Con un ligero movimiento de muñeca corto en dados las patatas, y dejo la yuca lista para entrar en cuanto estas se confiten. Por formar un cierto contraste, estas van en láminas finas. Mientras dentro de un rato, al contacto con el huevo, la patata se deshará en parte y tintará el huevo, la yuca dará cierta consistencia. No será la idea inicial que había planificado, pero estéticamente el resultado se verá mucho más interesante. Aparte, tendré que añadirle el salmón cuando todo esté listo.
- ¡Las chalotas!
Voy corriendo al armario de las hortalizas. ahora mismo, la comida es lo más importante. Ya habrá luego tiempo de encargarme del pendejo este.
Pelo las patatas. Se suelen llamar negras, aunque por dentro son más bien violetas y su sabor es un tanto dulzón, más intenso que la patata agria que normalmente se usa en esta clase de preparaciones. Mientras estas y la yuca se doran tendré tiempo para abrir la calabaza, pero por ahora simplemente me centro en que mi pelador impoluto y perfectamente afilado termine de sacar unas buenas mondas. Hace un tiempo que he tomado por costumbre cortar grueso, de modo que pueda aprovechar para hacer un poco de fritura para dipear alguna salsa, y no descarto preparar una salsita picante para tomar en algún momento, o encargarme de las chiquillas que, pese a todo, merecen tener una comida apetecible lejos de un criminal como él.
Por mera curiosidad, o más bien por morbo masoquista, me quedo mirándolo cuando se dirige a mí, y observo horrorizado cómo ese hombre está a punto de morder el tesoro más grande que podría encontrar en este barco, el único botín a la altura de mi sobrenombre. Intento gritar para que se detenga, pero sale un gemido impotente. Le lanzaría un cuchillo, pero no quiero romperle la punta, y da igual porque cuando quiero reaccionar ya es demasiado tarde. Si hay algo que uno sepa cuando consume las frutas del diablo, es que una vez en la boca no pueden ser escupidas. Solo puedes tragar o morir, ese es el diabólico pacto con connotaciones excesivamente sexuales para obtener poder: "Trágate mis nueces", habría dicho Belcebú, señor de las moscas; "Cómetelas enteras si deseas llegar más allá".
- ¡Pero serás zopenco! -grito, terminando de pelar-. ¡Si de verdad eso fuese una manzana en mal estado podrías haber cogido cagalera!
Con un ligero movimiento de muñeca corto en dados las patatas, y dejo la yuca lista para entrar en cuanto estas se confiten. Por formar un cierto contraste, estas van en láminas finas. Mientras dentro de un rato, al contacto con el huevo, la patata se deshará en parte y tintará el huevo, la yuca dará cierta consistencia. No será la idea inicial que había planificado, pero estéticamente el resultado se verá mucho más interesante. Aparte, tendré que añadirle el salmón cuando todo esté listo.
- ¡Las chalotas!
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- ¡Pero serás zopenco! -me grita mi rival-. ¡Si de verdad eso fuese una manzana en mal estado podrías haber cogido cagalera!
La verdad es que la comida me ha sentado fatal, siento un fuerte dolor de barriga y un sabor amargo y áspero en la garganta, como si me hubiera fumado un paquete entero de cigarrillos. Quizás sea esta sensación la que me hace perder la concentración en mi plato, quizás sea la asombrosa habilidad con la que mi rival pela y corta sus verduras. Por un momento, ante tal asombrosa y genuina muestra de habilidad en la cocina, se me escapa un poco mi personaje y vuelvo a ser Kramer Won, agente del Chiper Pol. Pero no, enseguida vuelvo en mi y me concentro en mi plato. Soy el cocinero de este barco y debo mantener mi posición por si algo se termina torciendo.
Subo más el fuego hasta que las llama del fogón prácticamente rebosan la olla. El agua hierve lanzando espumarajos de lejía hirviendo a su alrededor. Solo acercarse te hace llorar los ojos y moquear la nariz. Sin pensarlo, nunca mejor dicho, añado las dos botellas de vino tinto gran reserva para que reduzcan con el mocho. Como no tengo tiempo para perder en formalismos, agarro el melón, las manzanas, las naranjas y los plátanos y los parto con mis propias manos a golpes. Lanzo todos esos pedazos, con cáscara y todo, a una sartén con un puñado de sal y azúcar para que se doren y se caramelicen.
Cuando la mezcla de la olla a reducido saco el mocho. Troceo las ebras, esta vez si con un cuchillo que no manejo nada bien, y las coloco formando una flor en un plato pano. El mejunje de leche y vino que queda en la olla lo mezclo con huevos que mezclo vigorosamente hasta hacer una especie de natillas medio cuajada por el calor de la mezcla. Entonces añado las frutas carbonizadas en sal y azúcar encima del mocho y lo riego todo con esas aberrantes natillas. Algo en la profesionalidad de mi rival me ha descolocado por dentro y no puedo evitar darme cuenta de que mi plato es una autentica mierda. Aún así continúo con mi personaje y alzo mi plato victorioso.
- Aquí tenéis mi nueva creación maestra, ¡le moch au vine!
Coloco el plato en la mesa en la que los cocineros probarán nuestros platos. ¿Qué es eso que veo en sus caras? Sí, para mi sorpresa están impresionados y se mueren de ganas de probar mi comida.
La verdad es que la comida me ha sentado fatal, siento un fuerte dolor de barriga y un sabor amargo y áspero en la garganta, como si me hubiera fumado un paquete entero de cigarrillos. Quizás sea esta sensación la que me hace perder la concentración en mi plato, quizás sea la asombrosa habilidad con la que mi rival pela y corta sus verduras. Por un momento, ante tal asombrosa y genuina muestra de habilidad en la cocina, se me escapa un poco mi personaje y vuelvo a ser Kramer Won, agente del Chiper Pol. Pero no, enseguida vuelvo en mi y me concentro en mi plato. Soy el cocinero de este barco y debo mantener mi posición por si algo se termina torciendo.
Subo más el fuego hasta que las llama del fogón prácticamente rebosan la olla. El agua hierve lanzando espumarajos de lejía hirviendo a su alrededor. Solo acercarse te hace llorar los ojos y moquear la nariz. Sin pensarlo, nunca mejor dicho, añado las dos botellas de vino tinto gran reserva para que reduzcan con el mocho. Como no tengo tiempo para perder en formalismos, agarro el melón, las manzanas, las naranjas y los plátanos y los parto con mis propias manos a golpes. Lanzo todos esos pedazos, con cáscara y todo, a una sartén con un puñado de sal y azúcar para que se doren y se caramelicen.
Cuando la mezcla de la olla a reducido saco el mocho. Troceo las ebras, esta vez si con un cuchillo que no manejo nada bien, y las coloco formando una flor en un plato pano. El mejunje de leche y vino que queda en la olla lo mezclo con huevos que mezclo vigorosamente hasta hacer una especie de natillas medio cuajada por el calor de la mezcla. Entonces añado las frutas carbonizadas en sal y azúcar encima del mocho y lo riego todo con esas aberrantes natillas. Algo en la profesionalidad de mi rival me ha descolocado por dentro y no puedo evitar darme cuenta de que mi plato es una autentica mierda. Aún así continúo con mi personaje y alzo mi plato victorioso.
- Aquí tenéis mi nueva creación maestra, ¡le moch au vine!
Coloco el plato en la mesa en la que los cocineros probarán nuestros platos. ¿Qué es eso que veo en sus caras? Sí, para mi sorpresa están impresionados y se mueren de ganas de probar mi comida.
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Una segunda sartén al fuego. Lento. Pico las chalotas cuan raudo puedo ser en brunoise, vaciando sobre una leve pátina de aceite cada una de ellas en cuanto van estando. Si fuese una cocción rápida cuidaría más los tiempos, pero un minuto no importa cuando caramelizas a casi una hora vista. Y es que, por mucho que el hombre-gorila parezca pensar lo contrario, la cocina es mimo y delicadeza, pero sobre todo es paciencia y tiempo.
Intento no mirar mientras descorcha botellas de un vino más caro de lo que jamás llegará a probar, desperdiciándolas en una mezcla de agua turbia y hebras de fregona, por lo que huelo manchadas de lejía. No entiendo cómo los pinches pueden estar cerca, aunque estoy seguro de que ellos tampoco, y algo en mi corazón de cocinero se retuerce a medida que veo las botellas vaciarse en ese caldo de los horrores. Debería estar deteniendo esto y tirando ese plato al mar, pero si lo hago solo le permitiré reafirmarse en su postura. Tengo que ganar esta competición estúpida para evitar daños mayores a los viajeros.
Y un poco por mi orgullo, pero no digamos eso muy alto.
Él termina de cocinar, yo enciendo la campana al máximo de potencia. Casi no se puede respirar con la peste que emana de su... Creación. No creo que a eso se le pueda llamar comida, ni a sus técnicas cocinar. Cabe la posibilidad de que esté aquí porque sea el hermano loco de un noble, o el hijo tontito de alguna dama de alta alcurnia, y debido a su dinero le dejen entrar en el lugar no vayan a terminarse las suculentas donaciones patrimoniales. En fin...
- No sé hasta qué punto será sano beber sopa con lejía -comento mientras retiro finalmente la chalota, ya caramelizada, y la adiciono al huevo.
Una vez termino mi plato me aseguro de decorar una ración como debe estar, acompañada de una buena guarnición y en un plato limpio, de aspecto pulcro y equilibrado. Y ya que estoy me sirvo un plato para mí y empiezo a marcharme de la cocina.
- Bueno, yo ya tengo mi comida. Cuando los intoxiques a todos espero estar en tierra -me despido, empujando la puerta con las nalgas-. Ah, y hazme el favor de apuntarte a un cursillo o algo, que si sigues así
Robo un tenedor y abandono la cocina. Yo sé que he ganado, no necesito que me lo diga nadie, y tampoco querría que semejante individuo esté rondando mi cocina mientras intento dirigir un servicio. Me da mala espina.
Intento no mirar mientras descorcha botellas de un vino más caro de lo que jamás llegará a probar, desperdiciándolas en una mezcla de agua turbia y hebras de fregona, por lo que huelo manchadas de lejía. No entiendo cómo los pinches pueden estar cerca, aunque estoy seguro de que ellos tampoco, y algo en mi corazón de cocinero se retuerce a medida que veo las botellas vaciarse en ese caldo de los horrores. Debería estar deteniendo esto y tirando ese plato al mar, pero si lo hago solo le permitiré reafirmarse en su postura. Tengo que ganar esta competición estúpida para evitar daños mayores a los viajeros.
Y un poco por mi orgullo, pero no digamos eso muy alto.
Él termina de cocinar, yo enciendo la campana al máximo de potencia. Casi no se puede respirar con la peste que emana de su... Creación. No creo que a eso se le pueda llamar comida, ni a sus técnicas cocinar. Cabe la posibilidad de que esté aquí porque sea el hermano loco de un noble, o el hijo tontito de alguna dama de alta alcurnia, y debido a su dinero le dejen entrar en el lugar no vayan a terminarse las suculentas donaciones patrimoniales. En fin...
- No sé hasta qué punto será sano beber sopa con lejía -comento mientras retiro finalmente la chalota, ya caramelizada, y la adiciono al huevo.
Una vez termino mi plato me aseguro de decorar una ración como debe estar, acompañada de una buena guarnición y en un plato limpio, de aspecto pulcro y equilibrado. Y ya que estoy me sirvo un plato para mí y empiezo a marcharme de la cocina.
- Bueno, yo ya tengo mi comida. Cuando los intoxiques a todos espero estar en tierra -me despido, empujando la puerta con las nalgas-. Ah, y hazme el favor de apuntarte a un cursillo o algo, que si sigues así
Robo un tenedor y abandono la cocina. Yo sé que he ganado, no necesito que me lo diga nadie, y tampoco querría que semejante individuo esté rondando mi cocina mientras intento dirigir un servicio. Me da mala espina.
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Cuando purebo la comida del individuo pelirrojo me doy cuenta de el gran nivel culinario que nos separa. COmo agente del Cp me trae sin cuidado, la comida, a diferencia de las drogas, no es más que un proceso químico por el que tengo que pasar para mantenerme fuerte. Pero ahora no soy un agente del CP soy cocinero y como cocinero debo reconocer la increíble superioridad de su plato. Mis subordinados lloran al probar mi plato, sin duda está bueno, pero no tanto como el de mi rival. ¿Qué haría un cocinero en esta situación? Es vital saberlo pues de ello depende que mi tapadera sea desvelada o no.
-¡Escuchadme bien! -les digo a los otros cocineros-. Acabos de recibir una lección magistral de cocina. Él es el mejor cocinero de este barco así que solo podemos hacer una cosa. ¡Ir tras él y hacer que cocine para que esta fiesta no sea un absoluto desastre!
Una vez los tengo enbalentonados lidero la marcha rápida a fuera de la cocina para localizar a pelirrojo en el salón de baile donde las muchachas casaderas ya bailan con los muchachos a ritmo de música arcaíca.
-¡Cocinero rojo! -grito mientras corro hacía él.
-¡Escuchadme bien! -les digo a los otros cocineros-. Acabos de recibir una lección magistral de cocina. Él es el mejor cocinero de este barco así que solo podemos hacer una cosa. ¡Ir tras él y hacer que cocine para que esta fiesta no sea un absoluto desastre!
Una vez los tengo enbalentonados lidero la marcha rápida a fuera de la cocina para localizar a pelirrojo en el salón de baile donde las muchachas casaderas ya bailan con los muchachos a ritmo de música arcaíca.
-¡Cocinero rojo! -grito mientras corro hacía él.
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Todavía no tengo del todo claro ni siquiera por qué me he ido. Supongo que por orgullo, pero entonces, ¿por qué no he aplastado la cabeza de ese terrorista culinario contra su propio plato? Trato de responderme a mí mismo bajo la máxima de los duelos de cocina: Debe ser el plato quien golpee. Sin embargo, esta justificación no me satisface, y no puedo evitar gruñir a medida que avanzo por en medio de los pasillos. La tortilla huele demasiado bien como para seguir enfadado, pero no puedo evitar sentirme traicionado por los cocineros de este barco, que prefieren a un inútil antes que a mí. ¿Es que nadie me reconoce?
- ¡Soy Claude von Appetit, maldita sea! -grito, frustrado. Mala idea, en realidad, porque seguro que este barco está plagado de seguridad de incógnito, o marines de vacaciones o, Dios no lo quiera, gente con bigote.
No tardan en llegar las consecuencias de mi grito, y es que en cuanto por fin he podido relajar el ritmo escucho un grito a mi espalda. Reconozco esa voz, pero aun así no puedo evitar girarme; un interés morboso me guía. Y ahí está, el sous-cheff Zapatos D. Pepinillo -o lo que se sea que me he inventado para dotarlo de un nombre vejatorio-. Me doy la vuelta, listo para confrontarlo, pero la situación con la que me encuentro es de lo más peliaguda. ¡Los ha transformado en zombies! ¡A todos!
Bueno, la verdad es que zombies tal vez sea un término un tanto peyorativo, y hasta cierto punto incorrecto. Para ser considerado zombie tienes que haber muerto, te tienen que haber levantado, debes estar lleno d gusanos y perseguir cerebros. Esta gente si bien está pálida echa espumarajos por la boca, así que desde luego está viva. Sin embargo se mueve a tumbos y sus ojos vidriosos me miran con hambre -en realidad no sé si a mí o a mi comida-, en una mezcla de apetito voraz y lujuria incontenida.
Sí, definitivamente me están mirando a mí.
- ¡No me cogeréis con vida! -exclamo, y empiezo a correr.
Giro a la izquierda en el primer cruce. Derecha el segundo. Sigo recto en el tercero y llego a la cubierta... ¿Segunda, puede ser? No sé, una cubierta que no es la de la piscina, pero igual sí que es la de la pista de pádel. Allí estaré a salvo: Nadie en su sano juicio juega al pádel. Es un plan maestro.
- ¡Soy Claude von Appetit, maldita sea! -grito, frustrado. Mala idea, en realidad, porque seguro que este barco está plagado de seguridad de incógnito, o marines de vacaciones o, Dios no lo quiera, gente con bigote.
No tardan en llegar las consecuencias de mi grito, y es que en cuanto por fin he podido relajar el ritmo escucho un grito a mi espalda. Reconozco esa voz, pero aun así no puedo evitar girarme; un interés morboso me guía. Y ahí está, el sous-cheff Zapatos D. Pepinillo -o lo que se sea que me he inventado para dotarlo de un nombre vejatorio-. Me doy la vuelta, listo para confrontarlo, pero la situación con la que me encuentro es de lo más peliaguda. ¡Los ha transformado en zombies! ¡A todos!
Bueno, la verdad es que zombies tal vez sea un término un tanto peyorativo, y hasta cierto punto incorrecto. Para ser considerado zombie tienes que haber muerto, te tienen que haber levantado, debes estar lleno d gusanos y perseguir cerebros. Esta gente si bien está pálida echa espumarajos por la boca, así que desde luego está viva. Sin embargo se mueve a tumbos y sus ojos vidriosos me miran con hambre -en realidad no sé si a mí o a mi comida-, en una mezcla de apetito voraz y lujuria incontenida.
Sí, definitivamente me están mirando a mí.
- ¡No me cogeréis con vida! -exclamo, y empiezo a correr.
Giro a la izquierda en el primer cruce. Derecha el segundo. Sigo recto en el tercero y llego a la cubierta... ¿Segunda, puede ser? No sé, una cubierta que no es la de la piscina, pero igual sí que es la de la pista de pádel. Allí estaré a salvo: Nadie en su sano juicio juega al pádel. Es un plan maestro.
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-¡Cocinero rojo! -grito.
-¡Cocinero rojo! -grita la decena de cocineros que llevo a mi espalda.
La verdad es que es un espectáculo cuanto menos dantesco. Una piara de cocineros siguiendo al chico, chica o chique pelirrojo por los pasillos del buque. Pensándolo bien es normal que huya de nosotros. Pensándolo mejor, mi interpretación de cocinero chiflado es magistral, con lo que estamos llamando la atención es imposible que pasemos desapercibidos. Seguro que me ascienden por esto.
Siguiendo al cocinero rojo llegamos a la cubierta del pádel. El pádel, un deporte parecido a la pelota vasca, pero con palas, ideal para quienes tienen manitas de bebé. Llegados a este punto parece que el cocinero rojo no tiene mucho mas a donde ir. Mis cocineros empiezan a rodearlo, estoy tan metido en el papel que no me doy cuenta de la sombra que cubre el barco. ¿Una nube?
-Cocinero rojo... Cocinero rojo -dicen mis subordinados, exhaustos y pálidos, casi como zombies.
-Tu plato -digo con tono acusador- era perfecto. Yo...
-¿Qué es eso? -dice un cocinero.
Miro arriba y entonces se termina la fiesta. Un enorme zepelin sobrevuela el barco. En sus lonas tienen dibujadas dos tibias y una calavera. El miedo, esa vocecita que te ayuda a conservar la vida, corre entre los cocineros como agua derramada. Por mi parte, es la hora de abandonar esta farsa. Mi espalda se endereza y mis hombros se cuadran en una postura rígida que para mi es tan natural como mear de pie. También comprimo el abdomen porque ya no necesito aparentar tener panza y mi pies, hasta ese momento bizcos, vuelven a la posición atlética que les caracteriza. Sigo siendo el mismo, pero mi expresión corporal es radicalmente distinta, a ella le añado un cigarro y mis gafas de sol.
-¿Sub-cheff? -dice uno de los cocineros.
De un movimiento me quito la chaquetilla dejando al descubierto un guardapolvos verde oliva que ocultaba en el interior. ¿Cómo guardaba tanta ropa debajo de la camisa? ¡Eso no importa, maldita sea!
-Sub-cheff a muerto para siempre -le digo al cocinero-. Para vosotros ahora soy el señor pepinillos.- Las compuertas del zepelin se abren y de ellas comienzan a descender jinetes montados en cuervos de gran tamaño-. Corred por vuestras vidas -digo sin mover un músculo. Se acabó ser cocinero, esta es la parte que se me da bien.
Lo que todavía no sé, y hace que este sumamente confiado, es que como yo era el agente infiltrado al cargo de la comida, mi plato es el que han comido todos los efectivos infiltrados. Una medida de seguridad para prevenir envenenamientos de posibles saboteadores. Por desgracia sus paladares no estaban preparados para mi creatividad y ahora están todos indispuestos.
-¡Cocinero rojo! -grita la decena de cocineros que llevo a mi espalda.
La verdad es que es un espectáculo cuanto menos dantesco. Una piara de cocineros siguiendo al chico, chica o chique pelirrojo por los pasillos del buque. Pensándolo bien es normal que huya de nosotros. Pensándolo mejor, mi interpretación de cocinero chiflado es magistral, con lo que estamos llamando la atención es imposible que pasemos desapercibidos. Seguro que me ascienden por esto.
Siguiendo al cocinero rojo llegamos a la cubierta del pádel. El pádel, un deporte parecido a la pelota vasca, pero con palas, ideal para quienes tienen manitas de bebé. Llegados a este punto parece que el cocinero rojo no tiene mucho mas a donde ir. Mis cocineros empiezan a rodearlo, estoy tan metido en el papel que no me doy cuenta de la sombra que cubre el barco. ¿Una nube?
-Cocinero rojo... Cocinero rojo -dicen mis subordinados, exhaustos y pálidos, casi como zombies.
-Tu plato -digo con tono acusador- era perfecto. Yo...
-¿Qué es eso? -dice un cocinero.
Miro arriba y entonces se termina la fiesta. Un enorme zepelin sobrevuela el barco. En sus lonas tienen dibujadas dos tibias y una calavera. El miedo, esa vocecita que te ayuda a conservar la vida, corre entre los cocineros como agua derramada. Por mi parte, es la hora de abandonar esta farsa. Mi espalda se endereza y mis hombros se cuadran en una postura rígida que para mi es tan natural como mear de pie. También comprimo el abdomen porque ya no necesito aparentar tener panza y mi pies, hasta ese momento bizcos, vuelven a la posición atlética que les caracteriza. Sigo siendo el mismo, pero mi expresión corporal es radicalmente distinta, a ella le añado un cigarro y mis gafas de sol.
-¿Sub-cheff? -dice uno de los cocineros.
De un movimiento me quito la chaquetilla dejando al descubierto un guardapolvos verde oliva que ocultaba en el interior. ¿Cómo guardaba tanta ropa debajo de la camisa? ¡Eso no importa, maldita sea!
-Sub-cheff a muerto para siempre -le digo al cocinero-. Para vosotros ahora soy el señor pepinillos.- Las compuertas del zepelin se abren y de ellas comienzan a descender jinetes montados en cuervos de gran tamaño-. Corred por vuestras vidas -digo sin mover un músculo. Se acabó ser cocinero, esta es la parte que se me da bien.
Lo que todavía no sé, y hace que este sumamente confiado, es que como yo era el agente infiltrado al cargo de la comida, mi plato es el que han comido todos los efectivos infiltrados. Una medida de seguridad para prevenir envenenamientos de posibles saboteadores. Por desgracia sus paladares no estaban preparados para mi creatividad y ahora están todos indispuestos.
Claude von Appetit
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Efectivamente, esta es la de la pista de pádel. Cómo no, está vacía. Está reservada, como siempre, pero los ricos son famosos por no hacer ninguna clase de deporte, solo quedar para charlar cerca de la red. En este caso, parece que están tomando algo en la cafetería que oportunamente se posiciona a apenas unos metros de la cancha. La verdad es que habría preferido no toparme con nadie, pero si hay más gente es probable que los zombies vayan primero a por ellos y yo pueda escapar.
Entro, y cierro la puerta. Ha sido un acto instintivo, pero es un poco difícil que no me vean teniendo en cuenta que las paredes son de cristal. No importa, no está techado. Podría tratar de correr por la superficie, o usar la red como trampolín para saltar lo más alto posible, pero no tengo tiempo. Parece que mi estrategia -un poco cobarde, debo admitirlo- no ha funcionado, y antes de que pueda siquiera pensar en algo más la caterva me rodea. Todos parecen a medio descomponer, con el rostro desencajado y la piel de un blanco macilento. ¿Por qué no han ido primero a por los tipos del bar?
- ¡Claro! -grito-. Solo vais a por la gente con cerebro, ¿verdad?
Siguen llamándome "cocinero rojo". El término correcto sería "pelirrojo" o, en su lugar "gran y todopoderoso rey de todos los cheffs". Bueno, por tener algo de modestia, quizá solo príncipe. El caso es que el gorila nigromante se dirige a mí con tono duro, pero sus palabras me descolocan tanto que no puedo evitar, ojiplático, que mi mandíbula casi choque contra el suelo. Estoy sobrecogido, no tanto por sus palabras, sino por esa reacción. Claro que mi plato es perfecto. Bueno, no es perfecto, hay cosas mucho mejores, pero la simple duda acerca de mi ejecución me hace sentir ofendido.
- ¡Obviamente es perfecto! -recrimino, apuntándole con el dedo-. ¡Soy Claude von Appetit, rey de los cocineros y de los piratas!
Tal vez no debería haber dicho eso. De hecho, una vez me doy cuenta del enorme dirigible que hay sobre nuestras cabezas está claro que me he calentado. Ahora se van a pensar que tengo algo que ver con los piratas Hindenburg. Estos, por si alguien en mi mente no lo tiene claro, son un grupo de piratas obsesionados con la aeronavegación y cuyo método de abordaje es, básicamente, estampar un dirigible contra el primer sitio que vean. O eso creo, la verdad es que no suelo estar muy atento a estos frikis que rondan los mares. Pero, ya que estamos, tendré que aprovechar.
- ¡Y ahora sufrirás mi cólera, plebeyo! -amenazo, quitándome de un tirón la ropa. No sé en qué momento decidí que era buena idea forrarla por dentro con mi jolly roger, pero el cráneo del gallo se ve majestuoso antes de que el viento se la lleve volando-. ¡Los piratas Hindenburg, mis más poderosos aliados, asaltarán este barco por tu falta de criterio gastronómico, y no podrás hacer nada por evitarlo.
Y yo, en cuanto bajen, voy a robar ese trasto.
Entro, y cierro la puerta. Ha sido un acto instintivo, pero es un poco difícil que no me vean teniendo en cuenta que las paredes son de cristal. No importa, no está techado. Podría tratar de correr por la superficie, o usar la red como trampolín para saltar lo más alto posible, pero no tengo tiempo. Parece que mi estrategia -un poco cobarde, debo admitirlo- no ha funcionado, y antes de que pueda siquiera pensar en algo más la caterva me rodea. Todos parecen a medio descomponer, con el rostro desencajado y la piel de un blanco macilento. ¿Por qué no han ido primero a por los tipos del bar?
- ¡Claro! -grito-. Solo vais a por la gente con cerebro, ¿verdad?
Siguen llamándome "cocinero rojo". El término correcto sería "pelirrojo" o, en su lugar "gran y todopoderoso rey de todos los cheffs". Bueno, por tener algo de modestia, quizá solo príncipe. El caso es que el gorila nigromante se dirige a mí con tono duro, pero sus palabras me descolocan tanto que no puedo evitar, ojiplático, que mi mandíbula casi choque contra el suelo. Estoy sobrecogido, no tanto por sus palabras, sino por esa reacción. Claro que mi plato es perfecto. Bueno, no es perfecto, hay cosas mucho mejores, pero la simple duda acerca de mi ejecución me hace sentir ofendido.
- ¡Obviamente es perfecto! -recrimino, apuntándole con el dedo-. ¡Soy Claude von Appetit, rey de los cocineros y de los piratas!
Tal vez no debería haber dicho eso. De hecho, una vez me doy cuenta del enorme dirigible que hay sobre nuestras cabezas está claro que me he calentado. Ahora se van a pensar que tengo algo que ver con los piratas Hindenburg. Estos, por si alguien en mi mente no lo tiene claro, son un grupo de piratas obsesionados con la aeronavegación y cuyo método de abordaje es, básicamente, estampar un dirigible contra el primer sitio que vean. O eso creo, la verdad es que no suelo estar muy atento a estos frikis que rondan los mares. Pero, ya que estamos, tendré que aprovechar.
- ¡Y ahora sufrirás mi cólera, plebeyo! -amenazo, quitándome de un tirón la ropa. No sé en qué momento decidí que era buena idea forrarla por dentro con mi jolly roger, pero el cráneo del gallo se ve majestuoso antes de que el viento se la lleve volando-. ¡Los piratas Hindenburg, mis más poderosos aliados, asaltarán este barco por tu falta de criterio gastronómico, y no podrás hacer nada por evitarlo.
Y yo, en cuanto bajen, voy a robar ese trasto.
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- ¡Obviamente es perfecto! -el cocinero rojo me apunta con el dedo-. ¡Soy Claude von Appetit, rey de los cocineros y de los piratas!
¿Pirata? La decena de jinetes cuervo que vuelan sobre nuestras cabezas comienzan el ataque contra el buque. Dejando caer cocteles molotov y bombas incendiarias el barco empieza poco a poco a arder. La alarma se activa y la estructura tiembla con toda la gente del interior entrando en pánico.
- ¡Y ahora sufrirás mi cólera, plebeyo! -el pirata se quita la ropa, por dentro tiene forrada una bandera pirata con cabeza de gallo. ¿Es posible?-. ¡Los piratas Hindenburg, mis más poderosos aliados, asaltarán este barco por tu falta de criterio gastronómico, y no podrás hacer nada por evitarlo.
Miro impasible al pirata pelirrojo, me habla como si fueran gente conocida, pero nunca he oído hablar de él ni de un pirata con un gallo en su bandera. De todas formas da lo mismo, ellos son piratas y yo un agente del gobierno encargado de proteger el barco que están atacando.
-No sé quién eres, pero habéis cometido un error. Este barco está lleno de agentes y marines.
Extiendo los brazos a modo triunfal. En este momento sería épico que apareciera un ejército de marines y agentes para ayudarme en el combate, pero están todos con indigestión gracia a mi plato. Espero unos segundos con los brazos extendidos, pero al ver que no sucede nada, meto las manos en los bolsillos.
-Dame un minuto, tengo que pensar...
Varias bombas explotan a nuestro alrededor. El zeppelin se coloca sobre el barco y lanza unas cuerdas por las que descienden un grupo de piratas con puñales. Sin defensa aparente, ha llegado la hora del abordaje. Los piratas que tocan cubierta marchan rápidamente al interior, salvo un par, que al vernos a los dos ahí parados como estúpidos, vienen hacia nosotros.
-Supongo que no me queda más remedio -muevo el cuello lado a lado para hacerlo crujir-. Cocinas muy bien, pero voy a tener que matarte.
Mi conclusión es sencilla. Si el pelirrojo es el capitán de los Piratas del Melón, tengo que eliminarlo para detener el abordaje y salvar el barco. Mientras, los cuervos siguen arrojando bombas al barco y los piratas que tocan cubierta enloquecen como hormigas en un azucarero.
¿Pirata? La decena de jinetes cuervo que vuelan sobre nuestras cabezas comienzan el ataque contra el buque. Dejando caer cocteles molotov y bombas incendiarias el barco empieza poco a poco a arder. La alarma se activa y la estructura tiembla con toda la gente del interior entrando en pánico.
- ¡Y ahora sufrirás mi cólera, plebeyo! -el pirata se quita la ropa, por dentro tiene forrada una bandera pirata con cabeza de gallo. ¿Es posible?-. ¡Los piratas Hindenburg, mis más poderosos aliados, asaltarán este barco por tu falta de criterio gastronómico, y no podrás hacer nada por evitarlo.
Miro impasible al pirata pelirrojo, me habla como si fueran gente conocida, pero nunca he oído hablar de él ni de un pirata con un gallo en su bandera. De todas formas da lo mismo, ellos son piratas y yo un agente del gobierno encargado de proteger el barco que están atacando.
-No sé quién eres, pero habéis cometido un error. Este barco está lleno de agentes y marines.
Extiendo los brazos a modo triunfal. En este momento sería épico que apareciera un ejército de marines y agentes para ayudarme en el combate, pero están todos con indigestión gracia a mi plato. Espero unos segundos con los brazos extendidos, pero al ver que no sucede nada, meto las manos en los bolsillos.
-Dame un minuto, tengo que pensar...
Varias bombas explotan a nuestro alrededor. El zeppelin se coloca sobre el barco y lanza unas cuerdas por las que descienden un grupo de piratas con puñales. Sin defensa aparente, ha llegado la hora del abordaje. Los piratas que tocan cubierta marchan rápidamente al interior, salvo un par, que al vernos a los dos ahí parados como estúpidos, vienen hacia nosotros.
-Supongo que no me queda más remedio -muevo el cuello lado a lado para hacerlo crujir-. Cocinas muy bien, pero voy a tener que matarte.
Mi conclusión es sencilla. Si el pelirrojo es el capitán de los Piratas del Melón, tengo que eliminarlo para detener el abordaje y salvar el barco. Mientras, los cuervos siguen arrojando bombas al barco y los piratas que tocan cubierta enloquecen como hormigas en un azucarero.
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Miro hacia arriba a medida que cae el bombardeo. Esta gente se está pasando de la raya, tal vez debería recordarles por qué soy su capitán imaginario. Podría hacerlo imaginariamente, pero creo que siendo sus bombas tan reales deberé tomar medidas un poco más sólidas. Por ejemplo, una patada en la nuca podría estar bien. O hacerles morder el suelo de una coz en el estómago. Porque, de verdad, una cosa es bajar pacíficamente, amenazar con pasar a cuchillo a cada noble, tal vez herir a uno o dos e irse con el botín sin necesidad de reventar el barco. De verdad, ¿por qué todos los piratas se comportan como si fuesen mala gente? O sea, es normal serlo; de hecho, Elina lo es... Y Aria, y Arik, y... Bueno, Illje no, pero es un poco rarita.
Pero el hombre-gorila-nigromante me distrae. ¿Cómo que no conoce mi nombre? Es más, ¿Cómo no sabe quién soy? Acabo de desnudarme delante de él, de enseñarle la todopoderosa bandera de los Fancy Cock pirates. ¡El cráneo del gallo ondea al viento con enfado! Mi cuerpo crece hasta superar su altura, y doy un paso adelante para... ¿Qué? ¿Cómo que marines y agentes?
En realidad, bien pensado es lógico que tanto rico tenga algo de seguridad; lo que me extraña de verdad es que alguien tan bizarro como el segundo de cocina Patines de Pepinillo -o como quiera que se llame- forme parte del cuerpo. ¿Es que ahora dejan entrar a cualquier friki a las filas del Gobierno? ¡No respondas, mamá! Porque encima, este soplapollas... Amenaza con matarme.
- ¿Vas a matar a quién, eh? Payaso -le espeto, acercándome a él, amenazante-. Que te reviento, ¿oístes?
Nunca he usado ese dialecto ignoto, mucho menos imitado el acento túrquico que lo acompaña. Debería haberlo llamado chorvo, pero en el momento que voy a hacerlo un silbido me distrae y por instinto salto hacia atrás, evitando en el último momento uno de los explosivos que por poco me da.
- Está bien, Pepinillo de pie -digo, más calmado, ahora que el fuego me ha permitido enfriarme. Je, qué irónico-. Solo porque has demostrado valor yo, CLAUDE VON APPETIT -mi nombre resuena como si lo gritase. De hecho, de escribirlo seguramente lo habría puesto entre exclamaciones. Tal vez incluso en mayúsculas, aunque eso sería algo zafio- me ocuparé de que MIS SUBORDINADOS detengan el ataque. Pero a cambio, debes hacer el baile del pollo.
Ojalá acepte.
Pero el hombre-gorila-nigromante me distrae. ¿Cómo que no conoce mi nombre? Es más, ¿Cómo no sabe quién soy? Acabo de desnudarme delante de él, de enseñarle la todopoderosa bandera de los Fancy Cock pirates. ¡El cráneo del gallo ondea al viento con enfado! Mi cuerpo crece hasta superar su altura, y doy un paso adelante para... ¿Qué? ¿Cómo que marines y agentes?
En realidad, bien pensado es lógico que tanto rico tenga algo de seguridad; lo que me extraña de verdad es que alguien tan bizarro como el segundo de cocina Patines de Pepinillo -o como quiera que se llame- forme parte del cuerpo. ¿Es que ahora dejan entrar a cualquier friki a las filas del Gobierno? ¡No respondas, mamá! Porque encima, este soplapollas... Amenaza con matarme.
- ¿Vas a matar a quién, eh? Payaso -le espeto, acercándome a él, amenazante-. Que te reviento, ¿oístes?
Nunca he usado ese dialecto ignoto, mucho menos imitado el acento túrquico que lo acompaña. Debería haberlo llamado chorvo, pero en el momento que voy a hacerlo un silbido me distrae y por instinto salto hacia atrás, evitando en el último momento uno de los explosivos que por poco me da.
- Está bien, Pepinillo de pie -digo, más calmado, ahora que el fuego me ha permitido enfriarme. Je, qué irónico-. Solo porque has demostrado valor yo, CLAUDE VON APPETIT -mi nombre resuena como si lo gritase. De hecho, de escribirlo seguramente lo habría puesto entre exclamaciones. Tal vez incluso en mayúsculas, aunque eso sería algo zafio- me ocuparé de que MIS SUBORDINADOS detengan el ataque. Pero a cambio, debes hacer el baile del pollo.
Ojalá acepte.
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El cocinero se pone gallito conmigo. Es curioso, el ataque está resultando ser un tremendo chaos. Hasta tal punto que el pelirrojo tiene que esquivar una bomba y algunos piratas de la cubierta son barridos por sus propios explosivos. La situación se está descontrolando, hasta tal punto que el pirata me pide bailar para detener el ataque. ¿Cómo es posible? Ya cualquier friki puede ser capitán pirata.
-Los hombres no bailan -respondo de forma escueta. Literalmente, no podría bailar aunque de ello dependiera la destrucción de la tierra.
El fuego sigue extendiéndose, los cuervos sobrevuelan el barco y el maldito zepelín sigue ahí arriba. Parece que cada vez está más bajo, debe de ser para facilitar la tarea de robo y secuestro. Ahora lo entiendo todo, el capitán me está distrayendo para que sus hombres puedan robar sin oposición.
-¡Krahahahaha! -me río de mi propia inteligencia. A veces es duro ser tan genial-. Casi me engañas, enhorabuena. Querías colarte como un zorro en un gallinero, pero no contabas con este gallo -me señalo a mi mismo con los pulgares-. Quédate quieto y mira cómo destruyo tu amado zepelín. Enseguida vuelvo a patearte el culo.
Uso el geppou para salir corriendo por el aire dirección al zepelín y dejo solo al cocinero. Asumo que una vez en el aire tengo ventaja ya que volar no es algo muy común. Mediante largas zancadas, asciendo y avanzo por el cielo. Sin embargo, soy lento y poco manejable la verdad. Al menos no tanto como los cuervos. Un detalle que no he tenido en cuenta. Cuando los piratas me ven ir a por el globo, algo fácil de ver dado que soy la única persona que camina por el cielo en estos momentos. Vienen a por mi.
Intento esquivarlos pero es inútil. No puedo competir con un pájaro. El cuervo me alcanza y me atrapa entre sus enormes zarpas, llevándome como una presa lejos de mi objetivo. Me revuelvo entre las garras del bicho, que se cierran entorno a mi cintura y torso como unas correas, sin poder liberar más que un solo brazo. El jinete del cuerpo sigue lanzando cocteles incendiarios al barco.
-Necesito unas vacaciones...
Decidido a liberarme, ya que todavía tengo que destruir un zepelín y luego capturar a un pirata pelirrojo, decido usar mi técnica especial. En mi brazo libre hago fluir y acumulo mi energía en mi brazo. Sin darme cuenta, esta concentración y flujo de energía hace que mi cuerpo cambie por primera vez. Me vuelvo más grande y corpulento, mi piel se cubre de plumas y mi boca se convierte en un afilado pico, mis manos y pies se convierten en terribles garras de depredados y en la espalda se me desarrollan un par de alas y una cola emplumada. Sin embargo, en mi situación, no me doy cuenta de mi cambio físico y lanzo mi puño contra el estómago del cuervo.
-¡Big Comeback!
Mi puñetazo despide una honda de energía que recorre el cuerpo del cuervo hasta salir por su espalda y golpear también al jinete. Es un golpe tan potente que el cuervo me libera del agarre y sale despedido varios metros en el aire. A modo de carambola, la honda expansiva también rompe la munición incendiaría, de modo que cuervo y jinete acaban envueltos en una bola de fuego. Haciendo así que yo parezca mucho más fuerte de lo que soy.
Sin embargo, no soy consciente de este detalle porque me encuentro a varias decenas de metros sobre el nivel del mar y del barco, cayendo en picado girando sobre mí mismo. Claro podría usar geppou para ponerme a salvo, pero las alas de mi espalda me molestan, vuelan al viento como sendos trapos que se lían en mi cara y mis extremidades. Entonces me doy cuenta, en plena caída, de que, por algún extraño motivo, tengo alas. Y bastante grandes. Sigo cayendo. Nunca he tenido alas y nunca he volado, aún así, con toda la inercia de la caída, me coloco boca abajo y una vez en posición extiendo mis brazos a los lados. De ese modo me deslío de mis alas y éstas adoptan la posición correcta de vuelo. Sí, estoy volando. Las alas se inflan por el viento y llevan mi aerodinámico cuerpo a través del aire en un vector rapidísimo. Volar como un pájaro es una sensación increíble. Antes de que me dé cuenta llego a la cubierta del barco y un segundo después me estampo de pleno contra los vidrios de protección de padel, como una vulgar paloma. Caigo al suelo, aún en mi forma hibrida, con una enorme brecha sangrante en la frente.
-Hay que joderse... -me quejo desde el suelo.
-Los hombres no bailan -respondo de forma escueta. Literalmente, no podría bailar aunque de ello dependiera la destrucción de la tierra.
El fuego sigue extendiéndose, los cuervos sobrevuelan el barco y el maldito zepelín sigue ahí arriba. Parece que cada vez está más bajo, debe de ser para facilitar la tarea de robo y secuestro. Ahora lo entiendo todo, el capitán me está distrayendo para que sus hombres puedan robar sin oposición.
-¡Krahahahaha! -me río de mi propia inteligencia. A veces es duro ser tan genial-. Casi me engañas, enhorabuena. Querías colarte como un zorro en un gallinero, pero no contabas con este gallo -me señalo a mi mismo con los pulgares-. Quédate quieto y mira cómo destruyo tu amado zepelín. Enseguida vuelvo a patearte el culo.
Uso el geppou para salir corriendo por el aire dirección al zepelín y dejo solo al cocinero. Asumo que una vez en el aire tengo ventaja ya que volar no es algo muy común. Mediante largas zancadas, asciendo y avanzo por el cielo. Sin embargo, soy lento y poco manejable la verdad. Al menos no tanto como los cuervos. Un detalle que no he tenido en cuenta. Cuando los piratas me ven ir a por el globo, algo fácil de ver dado que soy la única persona que camina por el cielo en estos momentos. Vienen a por mi.
Intento esquivarlos pero es inútil. No puedo competir con un pájaro. El cuervo me alcanza y me atrapa entre sus enormes zarpas, llevándome como una presa lejos de mi objetivo. Me revuelvo entre las garras del bicho, que se cierran entorno a mi cintura y torso como unas correas, sin poder liberar más que un solo brazo. El jinete del cuerpo sigue lanzando cocteles incendiarios al barco.
-Necesito unas vacaciones...
Decidido a liberarme, ya que todavía tengo que destruir un zepelín y luego capturar a un pirata pelirrojo, decido usar mi técnica especial. En mi brazo libre hago fluir y acumulo mi energía en mi brazo. Sin darme cuenta, esta concentración y flujo de energía hace que mi cuerpo cambie por primera vez. Me vuelvo más grande y corpulento, mi piel se cubre de plumas y mi boca se convierte en un afilado pico, mis manos y pies se convierten en terribles garras de depredados y en la espalda se me desarrollan un par de alas y una cola emplumada. Sin embargo, en mi situación, no me doy cuenta de mi cambio físico y lanzo mi puño contra el estómago del cuervo.
-¡Big Comeback!
Mi puñetazo despide una honda de energía que recorre el cuerpo del cuervo hasta salir por su espalda y golpear también al jinete. Es un golpe tan potente que el cuervo me libera del agarre y sale despedido varios metros en el aire. A modo de carambola, la honda expansiva también rompe la munición incendiaría, de modo que cuervo y jinete acaban envueltos en una bola de fuego. Haciendo así que yo parezca mucho más fuerte de lo que soy.
Sin embargo, no soy consciente de este detalle porque me encuentro a varias decenas de metros sobre el nivel del mar y del barco, cayendo en picado girando sobre mí mismo. Claro podría usar geppou para ponerme a salvo, pero las alas de mi espalda me molestan, vuelan al viento como sendos trapos que se lían en mi cara y mis extremidades. Entonces me doy cuenta, en plena caída, de que, por algún extraño motivo, tengo alas. Y bastante grandes. Sigo cayendo. Nunca he tenido alas y nunca he volado, aún así, con toda la inercia de la caída, me coloco boca abajo y una vez en posición extiendo mis brazos a los lados. De ese modo me deslío de mis alas y éstas adoptan la posición correcta de vuelo. Sí, estoy volando. Las alas se inflan por el viento y llevan mi aerodinámico cuerpo a través del aire en un vector rapidísimo. Volar como un pájaro es una sensación increíble. Antes de que me dé cuenta llego a la cubierta del barco y un segundo después me estampo de pleno contra los vidrios de protección de padel, como una vulgar paloma. Caigo al suelo, aún en mi forma hibrida, con una enorme brecha sangrante en la frente.
-Hay que joderse... -me quejo desde el suelo.
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Sus palabras rancias hieren algo en lo más profundo de mí. No se ha negado a hacer el baile del pollo. Más bien, no solo se ha negado a hacer el baile del pollo: También me ha insultado. Aun en medio de esta nube de cuervos incendiarios en la que estamos sumergidos mi corazón comienza a palpitar, furioso, frente a semejante tropelía. ¿Cómo puede alguien insinuar que el baile no es de hombres? ¿O que no es de alguien? ¡El baile es la forma más noble de moverse! Y yo no soy un profesional, precisamente, pero bailar es vida.
- Los hombres no bailan, los hombres no se pueden maquillar, no eres un hombre si te pones vestido... -enumero una a una todas las cosas que alguna vez he escuchado no son propias de un hombre. Toda mi vida llevo teniendo que aguantar lo que podía o no podía hacer solo porque de mi entrepierna cuelgan dos gigantescos, pendulantes, gloriosos, peludos huevos. Y un majestuoso pene; no hay que olvidarse del pene. ¡Pero no es lo que importa! Los hombres cantan, bailan y también ríen y lloran. Y este hombre le va a meter un sopapo al agente Pepinillo-. Nunca más vuelvas a decirme qué puedo o no puedo hacer, o acabaré contigo.
Podría haberme acercado a él de manera normal, pero de forma coordinada muevo mis hombros en ola, agachándome rápidamente para levantarme con un aullido precoz, girando ciento ochenta grados. Tras ello mis piernas comienzan a caminar, pero de forma anatómicamente irresponsable. Me impulso con el cuerpo, en lugar de con los pies, de manera que parece que todo yo me deslizo sobre el suelo en lugar de caminar, y cuando rodeo el fuego comienzo a hacer el "paso lunar" hacia él, ataviado con un sombrero que no sé de dónde puede haber salido pero seguramente se haya caído a alguno de los jinetes de cuervo.
Cuando estoy a su lado retraso levemente la espalda, dejando mi brazo derecho frente al pecho. Hago un giro de muñeca y estiro toda la extremidad, abriendo la mano, que meneo a un lado y a otro mientras con la otra me sujeto el sombrero. Si estuviésemos en un universo donde los negros pudiesen ser blancos me llamaría Jack, o Michael. Abro el brazo, preparándome para atizarle la bofetada de su vida y... ¿Cómo que te vas? ¡Espera, hombre pepinillo!
Nada, que no espera. Y encima quiere destruir mi dirigible. Aún no es mío y ya me está doliendo todo el dinero que he tenido que invertir en él -el que habría invertido en comprar pintura para tapar esa jolly roger de mierda y poner la mía-; no puedo permitir que semejante mastuerzo destruya mi nuevo vehículo de transporte discreto. Voy a por él. Pero... No puedo volar. No al menos de una forma digna.
Saco la ballesta y apunto a uno de los cuervos. Disparo, y le acierto en el cuello. Cae a plomo y yo voy a buscar un par de cuerdas con las que atarme. Al final de un par de minutos la situación es la siguiente: Tengo los pies atados a un cuervo muerto; doy un primer salto para ver qué pasa. Saltamos. Hasta ahí bien. Cuando el cuerpo del bicho cae a plomo, también bien. Lo intento de nuevo, esta vez estirándome hacia arriba intentando no presionar el bicho. Seguro que estoy vulnerando alguna ley física, pero nunca he estudiado leyes, y a base de acuclillarme y levantarme consigo que el cuerpo inerte del animal empiece a elevarse tal y como ha hecho el hombre pepinillo, que ahora que me fijo... ¿Desde cuando es un pollo pepinillo?
¿Sabes qué? No importa. Me lo estoy pasando que flipas con mi nuevo invento; de hecho, se lo voy a enseñar a Illje en cuanto pueda. Pero por ahora... ¡Es hora de abordar el Hindenburg!
- Los hombres no bailan, los hombres no se pueden maquillar, no eres un hombre si te pones vestido... -enumero una a una todas las cosas que alguna vez he escuchado no son propias de un hombre. Toda mi vida llevo teniendo que aguantar lo que podía o no podía hacer solo porque de mi entrepierna cuelgan dos gigantescos, pendulantes, gloriosos, peludos huevos. Y un majestuoso pene; no hay que olvidarse del pene. ¡Pero no es lo que importa! Los hombres cantan, bailan y también ríen y lloran. Y este hombre le va a meter un sopapo al agente Pepinillo-. Nunca más vuelvas a decirme qué puedo o no puedo hacer, o acabaré contigo.
Podría haberme acercado a él de manera normal, pero de forma coordinada muevo mis hombros en ola, agachándome rápidamente para levantarme con un aullido precoz, girando ciento ochenta grados. Tras ello mis piernas comienzan a caminar, pero de forma anatómicamente irresponsable. Me impulso con el cuerpo, en lugar de con los pies, de manera que parece que todo yo me deslizo sobre el suelo en lugar de caminar, y cuando rodeo el fuego comienzo a hacer el "paso lunar" hacia él, ataviado con un sombrero que no sé de dónde puede haber salido pero seguramente se haya caído a alguno de los jinetes de cuervo.
Cuando estoy a su lado retraso levemente la espalda, dejando mi brazo derecho frente al pecho. Hago un giro de muñeca y estiro toda la extremidad, abriendo la mano, que meneo a un lado y a otro mientras con la otra me sujeto el sombrero. Si estuviésemos en un universo donde los negros pudiesen ser blancos me llamaría Jack, o Michael. Abro el brazo, preparándome para atizarle la bofetada de su vida y... ¿Cómo que te vas? ¡Espera, hombre pepinillo!
Nada, que no espera. Y encima quiere destruir mi dirigible. Aún no es mío y ya me está doliendo todo el dinero que he tenido que invertir en él -el que habría invertido en comprar pintura para tapar esa jolly roger de mierda y poner la mía-; no puedo permitir que semejante mastuerzo destruya mi nuevo vehículo de transporte discreto. Voy a por él. Pero... No puedo volar. No al menos de una forma digna.
Saco la ballesta y apunto a uno de los cuervos. Disparo, y le acierto en el cuello. Cae a plomo y yo voy a buscar un par de cuerdas con las que atarme. Al final de un par de minutos la situación es la siguiente: Tengo los pies atados a un cuervo muerto; doy un primer salto para ver qué pasa. Saltamos. Hasta ahí bien. Cuando el cuerpo del bicho cae a plomo, también bien. Lo intento de nuevo, esta vez estirándome hacia arriba intentando no presionar el bicho. Seguro que estoy vulnerando alguna ley física, pero nunca he estudiado leyes, y a base de acuclillarme y levantarme consigo que el cuerpo inerte del animal empiece a elevarse tal y como ha hecho el hombre pepinillo, que ahora que me fijo... ¿Desde cuando es un pollo pepinillo?
¿Sabes qué? No importa. Me lo estoy pasando que flipas con mi nuevo invento; de hecho, se lo voy a enseñar a Illje en cuanto pueda. Pero por ahora... ¡Es hora de abordar el Hindenburg!
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Me incorporo con la cara llena de sangre. Estoy algo mareado, como colocado, si lo llego a saber me habría ahorrado un pastón en drogas todos estos años. Sigo sorprendido por mi nueva habilidad. Esto es lo que llaman frutas del diablo, he visto alguna pero es la primera vez que lo experimento. Me siento distinto pero al mismo tiempo igual, me pregunto cómo podre emplear esto en el combate.
Un grupo de piratas viene hacia mi. Yo extiendo las alas, ambas de gran tamaño y me dispongo a poner en practica mis nuevos dones.
-Soru ¡Estampida!
Cargo a toda velocidad con las alas abiertas contra los piratas arrollándolos con ellas como una estampida bestial. Estoy bastante satisfecho con el resultado, es el momento de ponerlo en práctica con el pelirrojo y destruir el dirigible. ¿Dónde está?... ¿Cómo es posible?
El pirata vuela utilizando un cuervo muerto como transporte... Violando todas las leyes de la lógica y la gravedad, pero claro, a los piratas no les importan las leyes.
Bato las alas y tras una pequeña carrera consigo elevarme. Un vuelo torpe y anárquico, con las alas desincronizadas y mi cuerpo colgando de ellas como un trapo viejo. De tanto en cuando tengo que dar una patada con geppou para corregir mi dirección. Soy como una cascara de nuez a la deriva en un río, ¡qué vuelo más majestuoso!
No sin esfuerzo consigo colocarme en dirección al pelirrojo, volando hacía él a una velocidad asombrosamente lenta.
-¡Te voy a enseñar a respetar la ley de la gravedad!
Como es natural, no pasamos desapercibidos y los cuervos que quedan comienzan a formar para darnos caza.
Un grupo de piratas viene hacia mi. Yo extiendo las alas, ambas de gran tamaño y me dispongo a poner en practica mis nuevos dones.
-Soru ¡Estampida!
Cargo a toda velocidad con las alas abiertas contra los piratas arrollándolos con ellas como una estampida bestial. Estoy bastante satisfecho con el resultado, es el momento de ponerlo en práctica con el pelirrojo y destruir el dirigible. ¿Dónde está?... ¿Cómo es posible?
El pirata vuela utilizando un cuervo muerto como transporte... Violando todas las leyes de la lógica y la gravedad, pero claro, a los piratas no les importan las leyes.
Bato las alas y tras una pequeña carrera consigo elevarme. Un vuelo torpe y anárquico, con las alas desincronizadas y mi cuerpo colgando de ellas como un trapo viejo. De tanto en cuando tengo que dar una patada con geppou para corregir mi dirección. Soy como una cascara de nuez a la deriva en un río, ¡qué vuelo más majestuoso!
No sin esfuerzo consigo colocarme en dirección al pelirrojo, volando hacía él a una velocidad asombrosamente lenta.
-¡Te voy a enseñar a respetar la ley de la gravedad!
Como es natural, no pasamos desapercibidos y los cuervos que quedan comienzan a formar para darnos caza.
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Subo culo, doblo piernas. Subo culo, doblo piernas. Subo culo... Es una actividad repetitiva y lenta, pero no se me pasa por la cabeza utilizar mi fruta hasta que es demasiado tarde. Ya estoy atado a un cuervo gigante, muerto para mayor disgusto, y no tengo demasiado claro qué carajo quiero conseguir con todo lo que hago. Es decir, sí, quiero el dirigible, ¿pero qué voy a hacer luego con él? No sé pilotar un barco, como para pilotar un globo gigante lleno de materiales combustibles. Incluso, si fuese capaz de manejarlo, ¿dónde lo dejo cuando aterrice? No hay ningún puerto de dirigibles en la mayoría de islas que conozco, y no tengo ganas de ir hasta la isla más recóndita en medio de sabe Dios qué mar para poder llenar de nuevo los depósitos o inflar esa desmesurada almendra flotante. Lo cierto es que no parece en absoluto un buen negocio.
Pero aquí hemos venido a jugar.
Sigo subiendo hasta que un berrido interrumpe mis pensamientos. Me giro sin detenerme, y me alegro de no ser el que está en el cielo de la forma más ridícula. El hombre gorrión se dirige hacia mí con más furia que habilidad, aunque es normal si tenemos en cuenta que acaba de zamparse su fruta del diablo. De hecho, lo que más me impresiona es en realidad que no parece alterado por eso en concreto. ¿Será efecto de las drogas que parece haber consumido?
En cualquier caso no tengo tiempo de investigarlo, tampoco capacidad. No soy médico, y aunque sé que este hombre está enfermo tampoco puedo ayudar a nadie que intente hacerme respetar la gravedad. No así. Lo señalo con el dedo, amenazante, mientras viene hacia mí, y le grito:
- ¡En mi barco solo nos regimos por la termodinámica! -No tengo muy claro qué es exactamente la termodinámica, pero va de moverse y de calor. Y hoy hace sol. Así que es pertinente.
Lo que es impertinente, sin embargo, es que los jinetes de cuervos se hayan dado cuenta de que no soy uno de ellos y, en vez de retirarse con cierta vergüenza, intenten darme caza. ¿No habrán escuchado eso de que son mis subordinados? Vale que me lo he inventado, pero soy el Basilisco de Thesalia. ¿No se van a asustar ni un poquito?
- Ya me encargaré de ti después -advierto al hombre pájaro-. De momento hay que salvar el barco.
Doblo piernas, dejando mi cuerpo en posición de plancha, y elevo el culo para salir disparado como una flecha contra el tipo más cercano. Lo empujo y cae el mar, sonando un sonoro "chof". Reaccionando a esto repito el movimiento, esta vez hacia arriba, y me lanzo contra un cuervo. Este vuelca, tirando a uno más. Me doy cuenta de que esto es divertido, así que me lanzo contra un tercero y, antes de que su cuervo escape, me monto en él y empiezo a dirigirlo. No entiendo por qué esto está saliendo bien, pero así son las cosas y así las hemos contado.
Pero aquí hemos venido a jugar.
Sigo subiendo hasta que un berrido interrumpe mis pensamientos. Me giro sin detenerme, y me alegro de no ser el que está en el cielo de la forma más ridícula. El hombre gorrión se dirige hacia mí con más furia que habilidad, aunque es normal si tenemos en cuenta que acaba de zamparse su fruta del diablo. De hecho, lo que más me impresiona es en realidad que no parece alterado por eso en concreto. ¿Será efecto de las drogas que parece haber consumido?
En cualquier caso no tengo tiempo de investigarlo, tampoco capacidad. No soy médico, y aunque sé que este hombre está enfermo tampoco puedo ayudar a nadie que intente hacerme respetar la gravedad. No así. Lo señalo con el dedo, amenazante, mientras viene hacia mí, y le grito:
- ¡En mi barco solo nos regimos por la termodinámica! -No tengo muy claro qué es exactamente la termodinámica, pero va de moverse y de calor. Y hoy hace sol. Así que es pertinente.
Lo que es impertinente, sin embargo, es que los jinetes de cuervos se hayan dado cuenta de que no soy uno de ellos y, en vez de retirarse con cierta vergüenza, intenten darme caza. ¿No habrán escuchado eso de que son mis subordinados? Vale que me lo he inventado, pero soy el Basilisco de Thesalia. ¿No se van a asustar ni un poquito?
- Ya me encargaré de ti después -advierto al hombre pájaro-. De momento hay que salvar el barco.
Doblo piernas, dejando mi cuerpo en posición de plancha, y elevo el culo para salir disparado como una flecha contra el tipo más cercano. Lo empujo y cae el mar, sonando un sonoro "chof". Reaccionando a esto repito el movimiento, esta vez hacia arriba, y me lanzo contra un cuervo. Este vuelca, tirando a uno más. Me doy cuenta de que esto es divertido, así que me lanzo contra un tercero y, antes de que su cuervo escape, me monto en él y empiezo a dirigirlo. No entiendo por qué esto está saliendo bien, pero así son las cosas y así las hemos contado.
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Akuma no mi
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Mientras persigo al cocinero rojo, torpemente en el aire, apenas acostumbrado a esta forma nueva para mi. Entonces el tipo se vuelve contra los cuerpos que le rodean y derriba a varios de ellos. No entiendo la estrategia de estos piratas, pero parece que están entretenidos planeando alguna maldad. Y hablando de maldad, me viene una idea genial a la cabeza.
Dejo de batir mis alas y ayudándome del geppou aterrizo de nuevo en la cubierta. Esta vez sin una consecuencia tan catastrófica. Intento relajar el cuerpo tras tato esfuerzo y recurro al Seimei Kikan ppara convertir mi cuerpo de nuevo en humano. Miro mis manos y parece que ha funcionado.
-Esto es raro... ¿Será para siempre?
No me paro demasiado a pensar de este asunto y echo a correr por la cubierta. No me cuesta encontrar, después de tanta bomba, un puñado de escombros ardiendo, de donde cojo una estaca con la punta encendida. Una antorcha, básicamente. Una vez la tengo salto por la borda y uso el geppou para subir directo hacia el zepelin, antorcha en mano. Dispuesto a clavar el fuego en la tela en cuanto esté cerca.
-¡Desde el corazón del infierno te apuñalo!
Dejo de batir mis alas y ayudándome del geppou aterrizo de nuevo en la cubierta. Esta vez sin una consecuencia tan catastrófica. Intento relajar el cuerpo tras tato esfuerzo y recurro al Seimei Kikan ppara convertir mi cuerpo de nuevo en humano. Miro mis manos y parece que ha funcionado.
-Esto es raro... ¿Será para siempre?
No me paro demasiado a pensar de este asunto y echo a correr por la cubierta. No me cuesta encontrar, después de tanta bomba, un puñado de escombros ardiendo, de donde cojo una estaca con la punta encendida. Una antorcha, básicamente. Una vez la tengo salto por la borda y uso el geppou para subir directo hacia el zepelin, antorcha en mano. Dispuesto a clavar el fuego en la tela en cuanto esté cerca.
-¡Desde el corazón del infierno te apuñalo!
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Uno podría pensar que pilotar una avioneta orgánica que no te quiere encima llega a ser complicado, pero la verdad es que resulta bastante sencillo. Básicamente me he sentado encima, muevo las bridas y si hace algo que me desagrada le doy un coscorrón. El ave parece haber tomado conciencia de que aquí mando yo y lo respeta, por lo que únicamente intenta tirarme a ratos, pero se deja dirigir. No sé hasta qué punto es buena idea, dado que no tengo muy claro cómo darle las órdenes y esto va resultando en giros torpes, picados y ascensos descontrolados y vueltas de ciento ochenta grados sin ningún sentido.
- Al menos es mejor que ser Marine -reflexiono en voz alta, pero empiezo a cansarme y opto por abrazar al ave-. Eres el mejor cuervo del mundo, ¿verdad? -le susurro cariñosamente mientras agarro sus alas, alineándome con su cuerpo. No sé pilotar, pero sí sé volar.
Muevo el cuerpo para dirigir al animal, aprovechándome de las corrientes de aire para ascender con mucha más elegancia que hace unos instantes. A pesar de mi menor aerodinámica el mayor control hace que pueda manejarme como un maestro, si bien me obliga a hacer aparecer mi habuso para evitar que el puto bicho me picotee el ojo. Me lo estoy pasando tan bien que casi me olvido de que estaba intentando hacer algo, pero cuando lo recuerdo sigo sin recordar qué estaba haciendo. Es una sensación extraña saber que estabas haciendo algo pero no saber el qué, aunque parece tener mucho que ver con el gigantesco... Ah, no. Si ha explotado.
Sí, así de anticlimático ha sido. El agente gorila seguramente salga despedido por la onda expansiva cuando la lona inexplicablemente frágil de ese vehículo se rompe, permitiendo que el hidrógeno combustible estalla. Yo también salgo despedido, pero mientras las plumas de mi querido amigo el pollo negro aprovecho la inercia para volar aún más rápido. En realidad debería dejar que se mate por desgraciado, pero sería darle su minuto de gloria y resulta bastante innecesario. Por eso voy hacia él y si lo necesita lo recojo, acabando ambos sobre la cubierta, ahora en llamas.
- Eres un mentecato -es lo único que le digo, y comienzo a moverme.
Ambas manos hacia delante, con los brazos estirados. Flexiono las piernas a medida que estos se acercan a mi pecho, retorciéndolos mientras adopto en mis palmas posición cóncava, acumulando energía. Respiro con fuerza, mentalizándome para la liberación que se sobrevendrá. Transformo mi garganta interna en la de un gallo, y acerco mis manos a las mejillas. Con un movimiento que dura apenas un segundo adelanto mis brazos rápidamente, transformando mi boca en pico y liberando un canto tan potente que levanta un vendaval. Se extiende por metros y metros levantando todo lo que no está atornillado -y varias cosas atornilladas-, pero ya es algo más manejable. Devuelvo mi cuerpo a la normalidad y agarro dos extintores que, casualmente, siguen aquí.
- A trabajar, mono -le digo-. Es hora de ser héroes.
- Al menos es mejor que ser Marine -reflexiono en voz alta, pero empiezo a cansarme y opto por abrazar al ave-. Eres el mejor cuervo del mundo, ¿verdad? -le susurro cariñosamente mientras agarro sus alas, alineándome con su cuerpo. No sé pilotar, pero sí sé volar.
Muevo el cuerpo para dirigir al animal, aprovechándome de las corrientes de aire para ascender con mucha más elegancia que hace unos instantes. A pesar de mi menor aerodinámica el mayor control hace que pueda manejarme como un maestro, si bien me obliga a hacer aparecer mi habuso para evitar que el puto bicho me picotee el ojo. Me lo estoy pasando tan bien que casi me olvido de que estaba intentando hacer algo, pero cuando lo recuerdo sigo sin recordar qué estaba haciendo. Es una sensación extraña saber que estabas haciendo algo pero no saber el qué, aunque parece tener mucho que ver con el gigantesco... Ah, no. Si ha explotado.
Sí, así de anticlimático ha sido. El agente gorila seguramente salga despedido por la onda expansiva cuando la lona inexplicablemente frágil de ese vehículo se rompe, permitiendo que el hidrógeno combustible estalla. Yo también salgo despedido, pero mientras las plumas de mi querido amigo el pollo negro aprovecho la inercia para volar aún más rápido. En realidad debería dejar que se mate por desgraciado, pero sería darle su minuto de gloria y resulta bastante innecesario. Por eso voy hacia él y si lo necesita lo recojo, acabando ambos sobre la cubierta, ahora en llamas.
- Eres un mentecato -es lo único que le digo, y comienzo a moverme.
Ambas manos hacia delante, con los brazos estirados. Flexiono las piernas a medida que estos se acercan a mi pecho, retorciéndolos mientras adopto en mis palmas posición cóncava, acumulando energía. Respiro con fuerza, mentalizándome para la liberación que se sobrevendrá. Transformo mi garganta interna en la de un gallo, y acerco mis manos a las mejillas. Con un movimiento que dura apenas un segundo adelanto mis brazos rápidamente, transformando mi boca en pico y liberando un canto tan potente que levanta un vendaval. Se extiende por metros y metros levantando todo lo que no está atornillado -y varias cosas atornilladas-, pero ya es algo más manejable. Devuelvo mi cuerpo a la normalidad y agarro dos extintores que, casualmente, siguen aquí.
- A trabajar, mono -le digo-. Es hora de ser héroes.
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Gracias a la distracción que tienen los piratas entre ellos logro llegar al zapellin y sin dudarlo un solo momento hundo el paro ardiendo en el cuerpo de la bestia. Al hacerlo mis gafas se iluminan como si mirara directamente a través de la puerta del infierno. Lo primero que sucede es que una fuga de gas ardiendo sale del cuerpo del inflable, me impacta directamente en el pecho lanzándome hacía atrás en el aire. Rápidamente, el resto del gas y la tela se enciende, pero no como una explosión, más bien como una gigantesca y ligera tela que se prende fuego. De este modo tenemos una bola de fuego a base de gas, tela, y estructura de madera que me va a caer encima y también encima del barco.
Por suerte para mi, y también para mi incomprensión, el pirata pelirrojo, mi archienemigo desde hace un par de horas, me recoge en el aire y me aleja de la trayectoria. Aún así, la enorme bola de fuego cae en la proa del barco esparciendo escombros ardiendo, fuego y cenizas por todas partes. Los pocos piratas voladores que tienen aún cuervos se alejan volando en un sálvese quien pueda.
He salvado el barco. Si a esto se le puede llamar salvación. Me siento débil y malherido, como si una lanza de fuego me hubiera atravesado el pecho de punta a punta del cuerpo. Sin duda, esto me dejará cicatriz.
Sin que pueda recomponerme, el pirata pelirrojo toma la iniciativa y lanza una poderosa onda sonora que consigue lanzar los escombros ardiendo al mar, donde ya no pueden hacer daño. Aún así hay muchos otros puntos ardiendo. El tipo me tiende un extintor.
- A trabajar, mono -me dice-. Es hora de ser héroes.
Por mucho que me duela más me duele el orgullo. No puedo morir no desfallecer, no aquí y ahora y permitir que ese tipo me pase la mano por la cara. Me levanto lentamente y al erguirme siento como si tuviera le cuerpo atravesado por un millar de alfileres ardiendo. Aprieto con fuerza los dientes y los puños. No sango gracias a que el fuego a cauterizado la herida, pero no creo que eso sea algo bueno.
-No te hagas el gallito conmigo -le digo al pirata y agarro el extintor. No entiendo nada, ni siquiera sé de qué lado está o por qué no se ha enfadado por haber destruido su zepelín y su tripulación. En cualquier caso, es hora de ser héroes.
Por suerte para mi, y también para mi incomprensión, el pirata pelirrojo, mi archienemigo desde hace un par de horas, me recoge en el aire y me aleja de la trayectoria. Aún así, la enorme bola de fuego cae en la proa del barco esparciendo escombros ardiendo, fuego y cenizas por todas partes. Los pocos piratas voladores que tienen aún cuervos se alejan volando en un sálvese quien pueda.
He salvado el barco. Si a esto se le puede llamar salvación. Me siento débil y malherido, como si una lanza de fuego me hubiera atravesado el pecho de punta a punta del cuerpo. Sin duda, esto me dejará cicatriz.
Sin que pueda recomponerme, el pirata pelirrojo toma la iniciativa y lanza una poderosa onda sonora que consigue lanzar los escombros ardiendo al mar, donde ya no pueden hacer daño. Aún así hay muchos otros puntos ardiendo. El tipo me tiende un extintor.
- A trabajar, mono -me dice-. Es hora de ser héroes.
Por mucho que me duela más me duele el orgullo. No puedo morir no desfallecer, no aquí y ahora y permitir que ese tipo me pase la mano por la cara. Me levanto lentamente y al erguirme siento como si tuviera le cuerpo atravesado por un millar de alfileres ardiendo. Aprieto con fuerza los dientes y los puños. No sango gracias a que el fuego a cauterizado la herida, pero no creo que eso sea algo bueno.
-No te hagas el gallito conmigo -le digo al pirata y agarro el extintor. No entiendo nada, ni siquiera sé de qué lado está o por qué no se ha enfadado por haber destruido su zepelín y su tripulación. En cualquier caso, es hora de ser héroes.
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No puedo evitar reírme. Por un momento me ha dado la sensación de que ha visto el poder que he utilizado, pero dudo que sea lo bastante observador. No olvidemos que va drogado, aunque por lo menos ha cogido el extintor y va haciendo las cosas -después de haberla liado parda- para tratar de solucionarlas. En el fondo me ha ahorrado muchos problemas reventando el dirigible, aunque todavía me duele. Literalmente me duele, me he chamuscado la espalda por culpa de la onda flamígera. Pero vaya, son gajes del oficio.
- Entonces -comento, tratando de romper el hielo en medio de nuestra tarea como bomberos a falta de alguien más cualificado-, ¿trabajas para el Gobierno? En realidad eso explicaría muchas cosas.
De hecho, nunca he comido peor que en Ennies Lobby. Ya no solo en el club de striptease que regentaba la vaquera putilla, sino que todos los lugares en los que pude llegar a probar algo eran simplemente decepcionantes, en el mejor de los casos. al vez el cocinero Pepinillo -espero sinceramente que ese sea su nombre real- es el mejor cheff de la isla judicial, aunque sería muy triste. Aunque, pensándolo bien, Ennies Lobby es una isla muy triste, tan llena de negro sin nada de color, todo con espías y... Eso.
No tardamos demasiado en terminar. El barco está destrozado, la mitad de los agentes heridos, los pasajeros corriendo en círculos con los brazos en alto mientras gritan despavoridos y parte del personal de abordo limpiando toda la mierda que sin excepción los piratas y este señor han dejado en este aparatoso ataque. Suspiro con pesadez, pensando que, aunque podría, yo no voy a limpiar nada de esto.
- Cuando escribas en los informes -le pido al agente-, ¿te importaría decir que repeliste el ataque en dirigible del poderoso pirata Von Appetit? Sé que no es exactamente la clase de favor que debería pedirte, pero tú tienes que justificar este estropicio y yo quiero ser famoso. ¿Trato?
Le tiendo la mano. En realidad ya soy famoso, pero nunca es suficiente. Ahora me conocerán como Claude von Appetit, rey de los piratas, conquistador de los cielos, asesino de basiliscos, domador de reyes marinos, señor de los mares y Jinete de Dirigibles. Sí, un título preciso y lleno de concisión, justo lo que necesita un buen apelativo.
- Y ya sabes; el Basilisco de Thesalia es responsable de todo.
A lo largo de nuestra labor he ido apilando todos los extintores del barco en un mismo sitio. Una vez termino de decir eso quito las anillas a todos y, activándolos, salgo disparado a sabe dios dónde.
- ¡Adiós, panda de pringaos!
Espera un momento, ¿no me olvido de algo?
- Entonces -comento, tratando de romper el hielo en medio de nuestra tarea como bomberos a falta de alguien más cualificado-, ¿trabajas para el Gobierno? En realidad eso explicaría muchas cosas.
De hecho, nunca he comido peor que en Ennies Lobby. Ya no solo en el club de striptease que regentaba la vaquera putilla, sino que todos los lugares en los que pude llegar a probar algo eran simplemente decepcionantes, en el mejor de los casos. al vez el cocinero Pepinillo -espero sinceramente que ese sea su nombre real- es el mejor cheff de la isla judicial, aunque sería muy triste. Aunque, pensándolo bien, Ennies Lobby es una isla muy triste, tan llena de negro sin nada de color, todo con espías y... Eso.
No tardamos demasiado en terminar. El barco está destrozado, la mitad de los agentes heridos, los pasajeros corriendo en círculos con los brazos en alto mientras gritan despavoridos y parte del personal de abordo limpiando toda la mierda que sin excepción los piratas y este señor han dejado en este aparatoso ataque. Suspiro con pesadez, pensando que, aunque podría, yo no voy a limpiar nada de esto.
- Cuando escribas en los informes -le pido al agente-, ¿te importaría decir que repeliste el ataque en dirigible del poderoso pirata Von Appetit? Sé que no es exactamente la clase de favor que debería pedirte, pero tú tienes que justificar este estropicio y yo quiero ser famoso. ¿Trato?
Le tiendo la mano. En realidad ya soy famoso, pero nunca es suficiente. Ahora me conocerán como Claude von Appetit, rey de los piratas, conquistador de los cielos, asesino de basiliscos, domador de reyes marinos, señor de los mares y Jinete de Dirigibles. Sí, un título preciso y lleno de concisión, justo lo que necesita un buen apelativo.
- Y ya sabes; el Basilisco de Thesalia es responsable de todo.
A lo largo de nuestra labor he ido apilando todos los extintores del barco en un mismo sitio. Una vez termino de decir eso quito las anillas a todos y, activándolos, salgo disparado a sabe dios dónde.
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